27. Como Ama El Padre, Así Aman Los Hijos
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6. Celebramos - Nos comprometemos
Compromiso personal: Cuando sientas que estás solo, lejos de Dios,
hacer una oración personal que te permita acercarte a su Amor.
Compromiso comunitario: Proponerse ir a Misa una vez por semana
en comunidad, con la familia, con los hermanos del sector.
Celebramos
A. Se realiza un canto (Se sugiere: )
B. Frente a una planta, le pedimos al Señor nos permita ser como Él,
imitarle, amarle y amar a otros.
C. Recitamos tomados de la mano el Padre Nuestros y terminamos
con el gesto de paz.
D. Oración del Plan diocesano.
Señor Jesús
Tú has venido para anunciar el Reino, y nos llamas a seguirte. No
quieres seguidores individuales que vivan en solitario su aventu-
ra. Por eso, nosotros queremos ser comunidad. Ayúdanos a for-
mar una comunidad viva, en la que todos nos saludemos y nos
queramos, en la que celebremos y compartamos la Fe y ponga-
mos a disposición de los otros las cualidades de cada uno, en la
que nos sintamos todos evangelizados y evangelizadores, en la
que vivamos concretamente el misterio y la responsabilidad de
ser verdadera Iglesia.
Señor Jesús:
Queremos seguirte juntos para anunciar y construir el Reino.
¡En comunidad ayúdanos!
Amén
Como ama el Padre,
Así aman los Hijos
1. Bienvenida
En esta oportunidad hermanos, nos reunimos en torno al amor
del Padre, ese amor que es capaz de desprenderse de lo más
hermoso, de su Hijo y entregárnoslo para la redención de nues-
tros pecados.
Hoy nos acercamos al Padre, y sentimos la necesidad de
“permanecer” en Él, en su amor, en su ternura, en su consuelo.
Queremos imitarle, ser como Él, y es allí donde debemos acer-
carnos y conocer, ¿Qué nos pide? ¿A qué nos llama?
27 Somos Familia – Pueblo de Dios,
que profesa y clama la Misericordia
2. Cantamos juntos:
Gracias quiero darte por amar-me gracias quiero darte yo a ti se-ñor hoy soy feliz porque te conocí gracias por amarme a mi tam-bién Yo quiero ser señor amado como el barro en manos del
alfarero toma mi vida hazla de nue-vo yo quiero ser un vaso nue-vo
Te conocí y te amé te pedí perdón y me escu-chaste si te ofendí perdóname señor pues te amo y nunca te olvi-dare
3. Evocamos la realidad
En momentos difíciles, Luisa, madre soltera, se refugiaba en el
alcohol. Es madre de dos niños, el mayor, Andrés, ya tiene 15 y a
pesar de vivir una situación difícil en casa, va con su abuela a mi-
sa todos los domingos, participa en algunas actividades de la pa-
rroquia y está convencido que su madre cambiará, será mas res-
ponsable, sobretodo con su hermano menor Julián.
Una tarde Andrés llega a casa y consigue a su hermano llorando,
no entiende lo que pasa, pero enseguida ve a su madre bastante
tomada, trata de ayudarle, pero enfurecida le golpea, le reclama
por cosas absurdas, y de las que no tiene la culpa. Trata de no
hablar y esperar que pase su molestia.
Todo se calma y su madre está dormida en el sofá. Le prepara
comida a su hermano y pone un poco de orden en la casa. Mien-
tras lo hace recuerda que hace poco fue a un Viacrucis, recordaba
todas las imágenes, pero sobre todo el momento final. Jesús a
pesar de todo perdona a quienes lo castigan.
El haría lo mismo, ese día entendió que debía ante todo amar a
su madre, que como Jesús debía perdonarla y amarla. Desde ese
día su madre dio poco a poco pasos para cambiar, el rezaba cada
día para que ella mejorara, y sobre todo para poder ser la familia
que soñaba.
4. Nos dejamos Iluminar por la Palabra
Leemos:
Jn 15, 9—15.
¿Qué nos dice el texto?
¿Qué imagen de Dios nos presenta?
¿A que nos invita el texto?
¿Qué llamados a la conversión nos hacen?
Como comunidad disponemos de unos minutos de reflexión personal en
torno a estas preguntas. Hacemos eco de alguna frase o reflexión que
nos haya llamado la atención.
5. Reflexionamos
En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos
nutre y fortalece. En esos momentos de necesidad nos sentimos a ve-
ces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son ex-
primidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos con-
vertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las
cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que
"permanezcamos" en la vid, en Cristo. Este "permanecer-en-Cristo" ca-
racteriza todo el discurso. En nuestro tiempo de inquietudes e indiferen-
cia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la
fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es frágil y efímera;
en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como
los discípulos de Emaús: "Señor, quédate con nosotros, porque ano-
chece, porque las tinieblas nos rodean"; el Señor resucitado nos ofrece
aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y se-
guridad. (Benedicto XVI, 22 de septiembre de 2011.)
El buen ejemplo de una persona siempre nos deja algo grabado en
nuestro corazón. Nos dan ganas de querer imitar sus acciones, incluso
superarlas. Qué mejor aún cuando estas acciones van profundamente
ligadas a las virtudes que sobrepasa todo aquello que es común y co-
rriente, lo de todos los días. No podemos negar que al ver el trazo de la
huella de esas almas que pasan por esta vida no sólo haciendo el bien
sino que se sacrifican por dar todo de sí, nos hacen querer estar con
ellas siempre, experimentamos un cierto magnetismo de tal grado que
queremos pisar su rastro. Unos simples pescadores vieron en la arena
las huellas de un hombre. Le siguieron y le conocieron; al encontrarlo,
les habló mucho más que de una pesca, les hizo conocer los misterios
más profundos que los océanos, vieron sus obras, escucharon sus pa-
labras y llegado el momento recibieron el consejo de preparar su alma
para imitar su amor. Quien es amado, sabe corresponder amando sin
límites, como un padre que no duda en entregar su vida por el hijo. Es
en este caso que el Hijo, amando al Padre, da la vida por muchos otros,
para que su relación filial como hijos, sea recuperada y vuelva de
nuevo la alegría. Por ello, nuestra correspondencia debe ser de
donación semejante. La entrega de lo que somos, a aquellos que
amamos y conocemos, a los que nos son cercanos, pero también
a los que no tenemos ni cercanos en nuestro corazón ni nos son
conocidos. Allí radica nuestra alegría: "amor es donación".