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Perro y convento del Gran San bernardo Vencedor del diabio DIA 28 DE MAYO SAN BERNARDO DE MENTON APÓSTOL DE LOS ALPES V FUNDADOR DE HOSPEDERIAS (923 - 1008) E STE heroico bienhechor de la humanidad, a quien los viajeros de los Alpes invocan con amor y gratitud desde hace cerca de mil años, nació en el mes de junio del año 923, en el castillo de Mentón, que se levantaba a orillas del lago de Annecy, en uno de los lugares más pintorescos de Sabaya. Fueron sus padres Ricardo, barón de Mentón, y Bernolina de Duingt, de la poderosa familia descendiente del valeroso Olivier, conde de Gine- bra, amigo y compañero de armas de Carlomagno y uno de los doce pares legendarios. El tierno infante fué presentado a las fuentes bautismales por Bernardo, barón de Beaufort, su tío paterno, y por la baronesa, su esposa. Este niño, bendecido por Dios, creció animado de una piedad angelical, guardiana de su inocencia, merced al sumo cuidado que sus padres pusieron en educarlo cristianamente.

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Perro y convento del Gran San bernardo Vencedor del diabio

D I A 28 DE M A Y O

SAN BERNARDO DE MENTONAPÓSTOL DE LOS ALPES V FUNDADOR DE HOSPEDERIAS (923 - 1008)

ESTE heroico bienhechor de la humanidad, a quien los viajeros de los Alpes invocan con amor y gratitud desde hace cerca de mil años,

nació en el mes de junio del año 923, en el castillo de Mentón, que se levantaba a orillas del lago de Annecy, en uno de los lugares

más pintorescos de Sabaya.Fueron sus padres Ricardo, barón de Mentón, y Bernolina de Duingt,

de la poderosa familia descendiente del valeroso Olivier, conde de Gine-bra, amigo y compañero de armas de Carlomagno y uno de los doce pares legendarios.

El tierno infante fué presentado a las fuentes bautismales por Bernardo,

barón de Beaufort, su tío paterno, y por la baronesa, su esposa. Este niño,

bendecido por Dios, creció animado de una piedad angelical, guardiana de su inocencia, merced al sumo cuidado que sus padres pusieron en educarlo cristianamente.

ESTUDIA CARRERA EN PARIS. — VOCACIÓN

CUENTAN que a los tres años ya sabía leer. «Era hermoso como un ángel, y risueño como el día», escribe Roland Viot. AI llegar a lo» siete años, sus padres le dieron por preceptor a un sacerdote muy

culto y virtuoso, llamado Germán, que le inició en los estudios, le enseñó latín y los rudimentos de las bellas letras.

Un rasgo notable de su vida por esta época es la tierna devoción que tenía a San Nicolás, quien andando al tiempo le colmará de favores. A los catorce años envióle su padre a París para que terminara los estudios. Ber-nardo aceptó por obediencia esta dura separación y, con la bendición pater-

na, partió en compañía de su preceptor.Este sacerdote fué en París como su ángel tutelar visible, y con su dis-

creta dirección, el joven saboyano pudo entregarse durante tres años al es-

tudio de la Filosofía y de las otras artes liberales, sin que los muchos peli-

gros de aquella capital contaminaran en lo más mínimo la limpieza de su

alma.Infundió el Cielo en el alma de Bernardo tan ardiente deseo de los bienes

celestiales, que no dudó cuál fuese el camino por donde Nuestro Señor de-

seaba le siguiese. Por lo cual declaró a su preceptor que estaba decidido a darse de lleno a Dios en el estado sacerdotal, y que tan ardientes eran

sus deseos de comenzar sin tardanza el cumplimiento de su propósito, que estaba dispuesto a unirse estrechamente a Nuestro Señor por el voto de castidad perpetua desde aquel mismo instante. Había oído la voz interior de Dios, hablando a su corazón, y no quería ser infiel al divino llamamiento.

Sin embargo, el prudente preceptor juzgó que convenía esperar aún, y,

en consecuencia, le prohibió emitir tal voto, si bien aprobó gustoso que cur-sara la Teología al mismo tiempo que el Derecho.

Por esta larga prueba no flaqueó Bernardo en su resolución, sino que, por el contrario, procuraba, mediante una vida cada vez más perfecta, ob-tener las gracias señaladas a que aspiraba y hacerse digno de ellas. Sus con-fesiones y comuniones se tornaron más frecuentes; consagraba más tiempo a la oración, a la meditación, a la lectura de las Sagradas Letras, multi-plicaba las limosnas y no se quitaba nunca el cilicio. Finalmente, cuando el curso de Teología tocaba a su fin, Germán concedió a Bernardo la li-

cencia tan deseada y, poco después, hacía el año 947 ó 948, regresaron a Saboya.

PREPARATIVOS DE CASAMIENTO. — EVASIÓN

INMENSA fué la alegría en el castillo de Mentón a la llegada del joven señor: alto, hermoso, varonil, distinguido en sus modales y discreto en sus palabras. Numerosos parientes o vecinos, entre otros el barón de

Mioláns. fueron a cumplimentarle y a felicitar a sus venturosos padres.Después de algunas semanas de descanso y de vida de familia, que sin

gran trabajo hízole olvidar los muchos años de ausencia, el barón de Men-

tón tomó un día aparte a su hijo, y le dió a conocer el brillante matrimonio que se le presentaba, pues el barón de Mioláns se consideraba dichoso en poderle dar por esposa a su única hija Margarita; esta unión asociaría las dos baronías y colmaría los deseos de ambas familias. El joven dió a co-nocer respetuosamente a su padre, que no se sentía llamado por Dios al estado del matrimonio.

Grande fué la sorpresa de Ricardo de Mentón al oír a Bernardo. Presa de la mayor tristeza e indignación, apartóse de allí y comunicó a su es-posa lo que ocurría. Ambos acusaron a Germán de haber infundido en su hijo semejantes disposiciones, que frustraban dolorosamente sus esperanzas; le abrumaron a insultos y le despidieron ignominiosamente del castillo.

Mas este alejamiento, del que tan buen resultado se prometían, no tuvo

efecto alguno, pues la vocación de Bernardo era una vocación a prueba de toda resistencia humana. Ricardo de Mentón, no por eso desistía de sus pro-yectos de matrimonio.

De allí a poco, una espléndida comitiva se desplegaba a orillas del lago

de Annecy; traían a presentar a Bernardo su futura esposa, cortejada por toda la nobleza de la comarca, en medio de las aclamaciones de los pue-blos que acudían de todas partes. La recepción en el castillo de Mentón fué triunfal. Bernardo aparentó prestarse con agrado a aquella fiesta; todo se

iba disponiendo para la celebración de la boda, que debía tener lugar al día siguiente en la capilla del castillo.

Pero el joven barón tenía muy presente el compromiso que le unía con Dios nuestro Señor. Aquella misma mañana, su antiguo preceptor le envió

una esquela concebida en estys términos: «Bernardo, Bernardo, no eches en olvido la promesa que hiciste a Dios; piensa en la salvación de tu alma». Por la tarde, en cuanto pudo sustraerse a la ilustre compañía que le ro-deaba, se retiró a su aposento y, postrada la faz contra el suelo, llorando, se desahogaba de este modo: «Salvador mío y Dios mío, tened compasión de vuestro siervo; daos prisa para socorrerme... Ante todo, no quiero seros

infiel... Pero acudid a mi socorro en estas circunstancias tan difíciles». Oró largo rato, invocando unas veces a la Santísima Virgen y otras a su patro-

no San Nicolás. De repente, San Nicolás se le aparece en una visión sobre-

natural y le dice: «Bernardo, siervo de Dios, el Señor te distingue con una vocación mucho más sublime y digna que los honores del siglo. Vete a en-contrar al arcediano de la catedral de Aosta, y te dirá lo que debes hacer».

Levántase Bernardo maravillosamente consolado y fortalecido, y escribe al instante unas líneas, que decían: «Amadísimos padres, regocijaos conmigo.

El Salvador me llama. No tratéis de indagar el lugar de mi retiro, pues no pienso casarme jamás; las grandezas y los honores de este mundo nada son para mí, que sólo aspiro a la dicha del paraíso».

Coloca este billete en sitio visible y, mientras todos duermen, abre sin

ruido la ventana, doblega y rompe como por milagro uno de los enormes

barrotes de ella, salta de una altura de dieciséis pies, en medio de la más completa obscuridad, y va a caer sobre mía roca estrecha que domina un

precipicio. Arrastrándose a lo largo de la escarpada roca, llega felizmente al campo, y, atravesando los Alpes, se encamina hacia la ciudad de Aosta.

A la mañana siguiente, no bien hubo despuntado el alba, todo el casti-llo de Mentón se pone en movimiento; el alegre sonido de la trompeta re-suena ya, la ceremonia se prepara. Bernardo no aparece por ningún lado,

no se puede dar con él. Bien se adivina la consternación de los padres, la desolación de la joven prometida que, ataviada como una reina, espera al

pie del altar, y el enojo del barón de Mioláns, que se considera gravemente

ofendido. Margarita de Mioláns consiguió calmar a su padre, y ella misma comenzó a sentir en su alma vivo deseo de imitar el sacrificio de Bernardo y de consagrarse también a Dios. Y , en efecto, algún tiempo después, se hizo monja en un convento cerca de Grenoble, donde pasó su vida con gran reputación de santidad.

CANÓNIGO DE AOSTA. — SACERDOCIO. — APOSTOLADO

DESPUÉS de varios días de fatigosa marcha, el fugitivo entraba en la ciudad de Aosta y se encontraba con el Venerable Pedro de la Val de Isera, arcediano de la catedral. Éste le recibió como a hijo,

y fué para él lo que hasta entonces había sido el piadoso sacerdote Germán. Los canónigos de Aosta, gobernados por el arcediano Pedro, eran entonces

Canónigos regulares de San Agustín, o sea, genuinos monjes que llevaban vida de comunidad bajo la Regla del gran obispo de Hipona. Bernardo fué recibido entre ellos y pronto llegó a ser modelo acabado de las virtudes

religiosas. Entregado ya de lleno al servicio de Dios, reanudó con no menor ardor que acierto sus estudios teológicos, y fué ordenado sacerdote a la edad de treinta años. Sus virtudes y su celo apostólico, especialmente en la

SAN Bernardo de Mentón va con algunos compañeros a destruir

la madriguera misma del paganismo. E l diablo, furioso, p ro -

duce rugidos desde el interior de su morada, pero dice el Santo:

«N o temáis, amigos; el enemigo presiente su derrota-». Y , haciendo

Bernardo la señal de la cruz, cae en pedazos él ídolo de Júpiter.

predicación, eran la admiración de todos, y cuando en 966 el arcediano

Pedro murió, sus Hermanos le eligieron por unanimidad para sucederle, y el obispo le nombró arcediano suyo.

El arcediano iba a ser el ojo y el brazo derecho del obispo en la admi-nistración de la diócesis. Bernardo, a la sazón de cuarenta y tres años, es-taba revestido de las cualidades requeridas para tan alto cargo, el cual era de más transcendencia a causa de la quebrantada salud del obispo. Desplegó actividad y celo incomparables bajo la tutela de los santos Patronos de la

región, a cuyo amparo se encomendó en las diversas peregrinaciones que hizo a sus santuarios, al emprender ese fecundo apostolado que debía durar cuarenta años y merecerle el glorioso nombre de «Apóstol de los Alpes».

Difíciles eran los tiempos de ese siglo X , que justamente se llamó el «siglo de hierro». Los sarracenos, cuyas hordas, ávidas de pillaje, habían

remontado a veces el Ródano y devastado la Saboya, el Piamonte y Suiza de 900 a 975). acababan de ser definitivamente rechazados, cuando Ber-nardo inauguró su nuevo ministerio. Pero, ¡cuántas ruinas morales y mate-riales había que levantar! ¡Cuántos desórdenes sociales se habían introdu-cido en la fe y en las costumbres! El celoso arcediano ocupóse, en primer lugar, en la reforma del clero, al que procuraba, tanto por sus ejemplos como por sus palabras y vigilancia, hacer más digno de su sagrada y ele-vada misión.

La enseñanza se hallaba entonces bastante descuidada en los Alpes, y Bernardo se apresuró a formar maestros y fundar escuelas. Y no contento

con visitar a menudo su diócesis, recorrió como misionero las de Novara, Milán, Sión, Tarentaise y Ginebra, renovando en todas partes con sus pre-dicaciones la' fe de las poblaciones y produciendo mucho fruto en las almas.

EL MONTE JOUX. — HOSPEDERÍAS DEL GRANDE

Y PEQUEÑO SAN BERNARDO

LOS viajeros, al partir de Aosta, encontraban dos caminos para fran-quear los Alpes: el uno iba a dar a la Alta Tarentaise, pasando por la Colum na Jovis (Columna de Júpiter), y el otro atravesaba el te-

mible y elevado paso del Monte Joux (M ons Jovis, monte de Júpiter), que

daba salida al bajo Valais.El paganismo, rechazado de casi toda Europa, encontró en estas altu-

ras su último refugio. Los sarracenos, que con fines estratégicos habían ocu-pado durante algún tiempo el desfiladero del Monte Joux, hubieron de eva-cuarlo en 960. El ídolo de Júpiter quedaba en aquel lugar guardado por un famoso mago de grande estatura, llamado Procus. Los montañeses, en-

ganados, subían a consultar al ídolo y le pedían al mismo tiempo cura- i'Hiucs. El mismo Procus, oculto en la estatua, daba los oráculos con voz di-simulada. Digno ministro del demonio que le ayudaba con su poder y su prestigio, el mago gigante ejercía toda clase de crueldades con los viajeros

perdidos por aquellos parajes: les robaba y alguna vez los sacrificaba a su Júpiter. Conmovióse el Santo a la vista de los peligros que amenazaban a

t:intos peregrinos alemanes y franceses que. entusiastas de la religión, iban n Roma a visitar los sepulcros de los Santos Apóstoles. Nueve viajeros de nacionalidad francesa llegaron un día a Aosta, lamentándose de que Procus había retenido a uno de sus compañeros so pretexto de cobrar el diezmo.

Bernardo resolvió destruir esta última guarida del demonio, y en su

lugar erigir un monasterio donde el verdadero Dios fuese en adelante glo-rificado por la práctica de la oración pública y de la caridad fraterna. Para conseguir su propósito propuso a los fieles, ayunos, oraciones y una proce-sión solemne; y animado por la aparición de San Nicolás, que le anunció el feliz acierto en su empresa, acompañado de los nueve peregrinos mencio-nados, subió al Monte de Júpiter.

Apenas llegados a la cúspide — cuenta uno de los antiguos historiadores del Santo— , densa nube oscurece el día, los demonios desencadenan una tormenta espantosa, los relámpagos surcan el espacio, el trueno hace retem-blar las montañas, el rayo descarga por todas partes, pero sin herir a nadie,

y nieve y granizo caen en abundancia. Los demonios lanzan alaridos tan espantosos, que se llega a creer que el arcediano y sus compañeros van a perecer. Pero Bernardo no teme, sino que infunde valor y confianza a sus compañeros.

—No temáis, amigos —les dice— ; los alaridos de nuestros enemigos son precisamente el presentimiento de su derrota.

Lléganse hasta el ídolo y lo encuentran custodiado por un dragón rugiente y espantoso, dispuesto a devorarlos. Bernardo hace la señal de la cruz, y arroja al cuello del monstruo su estola, que se trueca en cadena de hierro, menos los dos extremos que empuña con su mano. Entretanto, sus com-

pañeros atraviesan con las armas al monstruo, que desaparece como por en-canto, y en su lugar ven tendido en el suelo el cadáver del mago, acribi-

llado de heridas.Derribado el ídolo del Monte Jonx, propónese Bernardo aniquilar igual-

mente el culto de Júpiter en otros lugares de los Alpes, y echa por tierra la Colum na Jovis, objeto de las supersticiones y adoraciones de los montañe-

ses. Era hacia el año 970. Ayudado por las limosnas del clero de Aosta y del pueblo cristiano, Bernardo afianzó su conquista levantando una hospe-dería en la cumbre del Monte Joux, cuyo primitivo nombre los pueblos agradecidos cambiaron por el de «Gran San Bernardo»; también construyó otra en Columna Jovis, hoy «Pequeño San Bernardo.»

Pronto personas abnegadas y decididas se sumaron a Bernardo para ayu-

darle en su obra. Un noble y rico inglés, llamado Reuklin, atraído por la santidad y caridad de nuestro Santo, pidió ser admitido entre sus discí-

pulos, y cedió a la comunidad naciente su castillo de Inglaterra. Así comen-zó esta maravillosa obra de hospitalidad del «Gran San Bernardo», que subsiste todavía y que, a través de los siglos, ha servido de refugio a millo-nes de viajeros y ha salvado la vida a muchos miles, que hubieran perecido de frío entre las nieves y los precipicios.

LOS BARONES DE MENTÓN Y DE BEAUFORT,

EN EL MONTE JOUX

GRANDE era ya la fama de santidad del arcediano de Aosta en toda la región de los Alpes; los peregrinos y viajeros, tan amablemente recibidos en el Monte Joux, no cesaban de loar al fundador impon-

derable de tan caritativa institución. Si hemos de dar crédito a la leyenda, el barón y la baronesa de Mentón, que aun vivían y no podían olvidarse

del hijo a quien daban por perdido, concibieron el proyecto de ir a ver a este hombre de Dios: tal vez sus oraciones les obtendrían la gracia de dar con Bernardo; como quiera que sea, los consuelos del santo sacerdote serían de gran alivio a su inmenso dolor.

Un día, los barones de Mentón y de Beaufort llaman a la puerta de la hospedería; el arcediano en persona sale a abrirles, pero los años, los tra-bajos, las austeridades de tal modo han alterado sus facciones que no le conocen. Bernardo sí, los conoce perfectamente y los acoge con su amabi-lidad acostumbrada. Escucha con paternal bondad el relato que el barón

de Mentón y su esposa le hacen de sus infortunios. Vivamente emocionado, retírase y va a rezar con fervor a la capilla. Seguro ya, por inspiración di-vina, de que sus padres no han de suscitar dificultades a su vocación, vuelve a ellos y. echándose en sus brazos, exclama: «Y o soy vuestro hijo Bernardo». Los ancianos padres, inundados de gozo, pasaron algunos días en el Monte

Joux, admirando los designios de Dios. Vueltos a Saboya, el barón de Men-tón y el de Beaufort propusiéronse ceder sus bienes a la iglesia del Monte

Joux.Bernardo proseguía su obra en el Monte Joux y sus apostólicas predica-

ciones por los Alpes e Italia; pasaba diariamente largas horas en oración. Sus vestidos, de paño burdo, ocultaban un cilicio; dormía poco, y dos o tres tablas constituían su pobre cama. Frecuentes eran sus ayunos; su alimento se componía, por lo común, de pan de cebada y agua cenagosa, a la cua’i

algunas veces añadía ajenjo o hiel, para mortificarse más.

SUS ÚLTIMOS AÑOS.— SU OBRA

A pesar de tantos trabajos y austeridades, San Bernardo de Mentón

alcanzó gran ancianidad. Sin embargo, por los años de 1005 a 1007, repetidos achaques acabaron por minar su cuerpo, ya bastante gas-

tado por la edad. Llevó a cabo por última vez su peregrinación a Roma,

pero a la vuelta hubo de detenerse enfermo en Novara, y se hospedó en el convento de los Benedictinos. En dicha abadía expiró dulcemente en bra-zos de sus religiosos, que vinieron desde el Monte Joux en cuanto tuvieron

noticias de su enfermedad; era el 28 de mayo de 1008, cuando el Santo tenía ochenta y cinco años.

Bernardo había deseado que su cuerpo fuese enterrado en la iglesia del Monte Joux, pero los Benedictinos no lo consintieron de ningún modo, ylo inhumaron en su iglesia de San Lorenzo. Un año más tarde, el 10 de

abril, después de haber obrado numerosos milagros, fué colocado el cuerpo en un sepulcro de mármol, y. en 1123, Ricardo obispo de Novara, procedió

u la canonización, según la costumbre de aquel tiempo, depositando el ve-nerando cuerpo sobre un altar.

En 1552, al ser demolida la iglesia de San Lorenzo, el cuerpo de San Bernardo fué colocado en la catedral, donde aun hoy se venera. En 1681

fué inscrito su nombre por Inocencio X I en el Martirologio romano. Por cartas apostólicas del 20 de agosto de 1923, el papa Pío X I le nombró «Pa-trono celestial, no sólo de los montañeses y de los viajeros alpinos, sino de todos los que emprenden la ascensión de las montañas».

Diez siglos hace ya que los discípulos de San Bernardo continúan siendo la admiración de las gentes por su vida de oración, de inmolación y de

caridad. Su morada hospitalaria se halla situada en un desfiladero, a 2.450 metros sobre el nivel del mar; es la habitación más elevada de Europa, y la montaña que domina la hospedería tiene 3.100 metros de altura. En este desfiladero reina un invierno casi perpetuo. Algunas hortalizas, cultivadas al abrigo de las rocas, más como solaz que como utilidad, es todo lo que

allí produce la tierra; para aprovisionarse de vituallas tienen que bajar a los valles habitados, y la misma leña la acarrean a lomo de mulos, desde una

distancia de dieciocho a veinte kilómetros. Los religiosos, sin embargo, per-manecen allí todo el año, y, desafiando el frío, las tormentas de nieve y los temibles aludes, precedidos de sus enormes perros y acompañados de servidumbre abnegada, salen en busca de los viajeros, acógcnlos bondadosos y les brindan !a más generosa hospitalidad.

He ahí lo que hace el amor al prójimo cuando tiene por fundamento el amor a Dios; pero solamente la Iglesia católica puede producir semejantes ejemplos de caridad.

S A N T O R A LSantos Bernardo de Mentón, fundador; Agustín de Cantorbery obispo y confesor;

Germán, obispo de París; Justo, obispo de Urgel; Justo, de Vich, confesor; Carauno, diácono y mártir; Teódulo, estilita en lidesa; Manviano, obispo de Bayeux en el siglo v; Emilio, Félix, Príamo y Luciano, mártires en Cerdeña; Crescente, Dioscórides, Pablo y Eladio, mártires; Senador, obispo de Milán, y Podio, de Florencia. Beatos Lanfraneo, arzobispo de Cantor-bery; Juan de Jesús María, general de los Carmelitas Descalzos; Hercu- lano, franciscano de la Observancia. Santas Helcónida o Helcónides, a quien cortaron los pechos, echaron a las fieras y al fuego y, finalmente, degolla-ron, en 244; Ubaldesca, virgen, en Pisa.

SAN AGUSTÍN DE C ANTO RB ERY, obispo y confesor. — Era prior del mo-nasterio de San Andrés, de la Orden benedictina, en Roma. San Gregorio Magno le envió a Inglaterra, con otros monjes, para restaurar la fe en aquellos pueblos idólatras, corrompidos por otros pueblos invasores: los anglos y sajones. Los misioneros llegaron a su destino en el año 596, siendo muy bien recibidos por su rey Etelberto o Edilberto, cuya esposa Berta era cristiana fervorosa. Esta-bleciéronse en una iglesia situada cerca de Cantorbery, capital del reino de Kent. Dios concedió a Agustín el don de milagros, que tanto sirvieron para acreditar sus enseñanzas. Así que ias conversiones fueron innumerables, contándose entre ellas la del mismo rey y muchos nobles de la Corte. Pronto cambió el aspecto de Inglaterra, pues sus habitantes, enamorados de la virtud y buenos ejemplos de Agustín y de sus compañeros, los iban imitando al propio tiempo que ayu-daban a levantar iglesias y favorecían el culto, estimulados por los nobles del reino. Murió santamente el 26 de mayo de 607 Su fiesta se celebra el día 28.

SAN GERMÁN, obispo de París. — Fué protegido de Dios, aun antes de enir al mundo, pues le libró del furor de su madre que quería malograr su na-

cimiento; asimismo su abuela pretendió envenenarle unos años después. A los dieciocho años fué ordenado sacerdote, y más tarde hecho abad del monasterio de San Sinforiano de Autún. Llevó vida de vigilias, oración y ayuno; distin-guióse en la caridad para con los pobres, y en toda ocasión daba ejemplo de virtud y santidad. Favorecióle Dios con el don de milagros; sus mismos vestidos y aun sus escritos y su firma tenían la propiedad de devolver la salud. Entre las curaciones prodigiosas que realizó se cuentan las de los reyes Childeberto I y Clotario 1. Su protección sobre París se ha dejado notar, asimismo, en repe-tidas ocasiones. Muchas veces intervino cerca del rey a favor de los presos, y en más de una circunstancia lograron milagrosamente su libertad por los ruegos de Germán. Su muerte ocurrió el 28 de mayo del año 576.

SAN JUSTO, obispo de Urfic!. — Vió la luz primera en en pueblo de Cata-luña, y fué educado en el santo temor de Dios, aue conservó siempre como norma de su vidr. I.as ocupaciones predilectas eran el estudio y la oración; por eso descolló como hombre de profunda sabiduría y gran santidad. No es de extrañar, pues, que, al vacar la sede de Urgel, fuera unánimemente elegido para ocnparla. Asistió al Concilio de Toledo del año 527 y al de Lérida en 546. Pubiicó un hermoso comentario sobre el «Cantar de los Cantares» Murió en 546.