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LA AGONÍA DE LOS MITOS

Rosalino Carigi

1972 - 1982VERSIÓN NOVIEMBRE 2015

CUENTOS CORTOS

de una

LARGA VERDAD

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Había una vez...

un lugar… unos mitos…

Y ahora hay…muchos más…

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LA AGONÍA DE LOS MITOS

Y a los inolvidables profesores de Tercer Año C (1945)que nos enseñaron sus conocimientos y... a pensar:

Sta. A. Vilar del Valle. Francés Charmant.Sra. Palmira de Areco Inglés Lady.Sra. A. B. de Cotelo Freire C. Musical ¡Bravo!Sra. René S. de Tiriboschi Química Magnífica.Srta. Margot Acosta y Lara Literatura Cultura.Sr. Eduardo Mullin Matemáticas Un caballero.Sr. Mario Tornaría Física Hombre cabal.Sr. Jorge Chebataroff C. Geográf. Innovador.Sr. Andrés Pombo Dibujo Artífice.Sr. Teófilo Arias Historia Nuestro Sócrates.

Con un recuerdo especial para el peculiar director:Sr. Francisco Lacueva Castro.

Y a ese gran bedel que tiene el mayor honor en lamemoria:Recuerdo sus anécdotas... pero no su nombre.

A Otto BauerY a todos los que tuvieronla dicha de poder iral viejo Liceo Bauzá. *

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DEDICATORIA

LA AGONÍA DE LOS MITOS

* Aquel que estaba en la Avda. Agraciada, ¨frente a la calle Francisco Gómez,

cerca del almacén de Autorello, donde robábamos porotos para jugar.

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ÍNDICE

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

No. CUENTO Diap.

INICIO 1

DEDICATORIA 2

PRESENTACIÓN 5

NOTAS 6

01 LA ESCOLLERA 7

02 BLANCA 11

03 PIERRE 17

04 ESPERANZA 21

05 CÉSAR 25

06 PADRE 29

07 MALENA 35

08 LA FRANCESA 40

09 EL SISTEMA 44

10 LAURA 49

11 EL POCHO 65

12 LA NENA 69

No. CUENTO Diap.

13 LOS GUSANOS 75

14 LA NOVIA 93

15 WILLIAM 110

16 MADRE 118

17 EL JUDÍO 126

18 ALSINA 137

19 REENCUENTRO 147

20 LOS CANGREJOS 159

21 BORIS 169

22 ELENA 179

23 MARIEL 189

24 MARTA 201

25 LA MURGA 209

CONCLUSIÓN 217

NOTAS FINALES 218

FINAL 217

ANEXO(SE DICE DE MÍ – EL AUTOR) 221

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En el año 2000, viejo lo escrito y yo, traté deconvertirla en una recolección de cuentos.Pienso que no fue un solo mito sino muchosmitos los que nos inculcaron.

Y con Ricardo se les fue sacando, poco apoco, de la profundidad. Acompañado porPedro, ese pescador que siempre nos ayuda ynos espera en medio de la noche, de laoscuridad, de la escollera y... del tiempo.

En su versión original se ambientó en elUruguay de mi niñez y juventud. La vida me hademostrado que esas cosas y esos seres puedenhallarse en todas partes.

No habrá otra revisión. Yo he envejecido y elUruguay ha cambiado. Ni él ni yo volveremos aser lo que fuimos:

La Agonía de un Mito... o de los Mitos.

Rosalino Carigi

Octubre del año 2005

El original de La Agonía de un Mito fueescrito en 1972 teniendo yo 43 años, edaddonde se cree saber la verdad.

Era una novela con personajes basados ensucesos de seres que existieron y otros surgidosde la imaginación.

Indicaba que podía ser una narración,algunos hechos acontecieron y muchos lugaresaún existen.

Prevenía que no era una historia, ya que nose basaba en hechos fidedignos. Pero, lahistoria es según quien la cuenta y la quierenentender aquellos que la oyen.

Agregaba que no era una biografía, pero esimposible escribir sin que la fantasía se mezclecon los recuerdos.

Y concluía diciendo que tan sólo era uncuento largo, demasiado largo... un mito.

Un mito con el cual nos criaron a los jóvenesdesde 1930 a 1950 en el Uruguay, y llevamospor el resto de la vida.

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PRESENTACIÓN

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

PRESENTACIÓN

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De la novela original “La Agonía De Los Mitos”,se sacaron temas para los libros: “Las Grietas” y"Cuentos Que No Se Debieron Contar".

Para “La Agonía De Los Mitos” actual, se pusierontemas que eran de los libros: "La Grieta", “CuentosDe Siempre”, “Cuentos Primitivos, Tontos Y NoTanto”, "Cuentos que no se debieron contar".

Y en Febrero del año 2003, Marzo de 2004 yMayo de 2005, se hicieron otras modificaciones.

Haciendo revisión de todo lo escrito, y másenvejecido y decepcionado, se hicieron correcciones:

La introducción “Escollera” se consideró cuento.

Se cambió el orden de los cuentos para quehubiese, en lo posible, una relación de tiempo ysecuencia entre ellos. Sin embargo, por el tema ylos personajes principales de los mismos, nosiempre fue posible hacerlo.

Por tanto, cada uno es en sí una narraciónindependiente aunque esté relacionado con todo eltema del libro.

Y están formados por los recuerdos delpersonaje, con un preámbulo y conclusión delencuentro con el pescador y su charla de cosasindirectamente relacionadas con el cuento.

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

NOTAS

OTRAS

EN LA VERSIÓN DEL AÑO 2015

Pienso que está resumido en lo escrito en laprimer página de esta presentación:

Había

una vez...

un lugar…

unos mitos…

Y ahora hay…

muchos más…

¿Muchos más que?...

¿Veces?...

¿Lugares?...¿Mitos?...

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::::::

Ricardo notó un asiento de cemento y piedrasdelante de él. Se sentó.

Divagaba, cuando vio venir por la escolleraun hombre desde el faro.

Observó que llevaba una caña de pescar.Pero, no traía ningún pescado.

El hombre se sentó a su lado y le ofreció lacaña:

–Buenas noches... Me llamo Pedro. ¿Le gustaríapescar?

–Buenas... –respondió Ricardo presentándose–No, gracias. No me gusta ver como agoniza unpez fuera del agua. Y por lo que se ve... usted nosacó mucho.

–Todos los seres agonizan fuero de su ambiente.Llevo tiempo aquí... He sacado unos cuantos delfondo.

–¿Y dónde están?

–Allá, en la profundidad. Es su lugar. Hayque devolverlos donde deben estar. Si pretendemosque sigan vivos junto a nosotros... agonizan. Ysi los tenemos afuera mucho tiempo, puedenenvenenarnos.

–Debe gustarle mucho pescar para hacer eso¿Qué es lo que pesca?

–Cada uno le pone un nombre... y todossignifican lo mismo.

–Baja...

La monótona voz del guarda sorprendió aRicardo en el estribo del ómnibus. No sabía si erauna pregunta o una conclusión. Bajó. Lejos, vio losanuncios de los bares con nombres de lugareslejanos. Nostalgia del puerto por otros puertos.Caminado en las penumbras llegó a la escollera.

La noche era serena, sin luna, una suave brisallegaba de la oscuridad, el mar lamía suavementeel espigón. En su punta, un faro guiñaba comoviejo vicioso mientras la Farola de la Fortaleza lecoqueteaba con el giro de su luz.

Ricardo avanzó sobre el rompeolas. No sabíapor qué. Y entró sin temor, sin que nada ni nadiese lo prohibiese.

De pronto se sintió en la mitad del espigón, enla mitad de la oscuridad, en la mitad de la noche.Hacia el sur, en el horizonte, titilaban algunasboyas mientras, al norte, los faroles de Villa delCerro eran puntos de luz mortecina.

–Viejo barrio. –murmuró Ricardo.

Recordó sus calles: Francia, Chile, Grecia, Suecia...y la playa. Recorrerlo era dar una vuelta al mundopara, como todos los vagabundos, terminar a la orilladel mar.

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

01 LA ESCOLLERA

Ciudad Vieja, mil novecientos y...

LA ESCOLLERA

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::::::

Una ola golpeó contra la escollera y salpicó aRicardo sacándole de su ensimismamiento. Elmar estaba algo encrespado y la brisa ya erafuerte y fría.

No sabía cuanto tiempo había estado allí. Nicuantos recuerdos había traído con sunostalgia. Pero debía marcharse. El agua puedeser vida... y muerte.

Dejó la caña allí, recordando lo dicho porPedro.

Pocos minutos después se hallaba cruzandolas oscuras calles del puerto. Vio que se leacercaba un bulto.

Era un vagabundo. Este le saludó, su tono separecía al de Pedro, y con voz ronca le pidió uncigarrillo.

Ricardo se lo dio y a continuación encendióel fósforo.

El rostro del vago se alumbró y Ricardosintió frío. Esa cara barbuda, con ojos rojizosde alcohol, hace años...

El hombre había sido el portero del Bancoque estaba en la esquina donde Ricardoesperaba a la que luego se convertiría en suesposa... y también en otro recuerdo.

Pedro volvió a ofrecerle la caña. Ricardotomó el aparejo, no quería ofenderle.

En la tenue luz del faro notó que no teníaanzuelo. Así se lo hizo notar a Pedro y éste leindicó:

–Usted se lo pondrá. Yo uso el de la fe, otrosusan el de la ilusión... Eche la línea y sabremoscual es su anzuelo.

Ricardo obedeció, temía que fuese un loco ylo empujara al mar si no le hacía caso.

Cuando el hilo iba en el aire, en su extremose vio un anzuelo gris con una carnada ocre.

Y comprendió que era la verdad y que debíaquedarse pescando.

Nuevamente oyó la serena voz de Pedro:

–Cuando se vaya habrá pescado en laprofundidad de los recuerdos con el anzuelo dela nostalgia y la carnada de la desilusión.Buenas noches, compañero.

El hombre se levantó yéndose en lapenumbra. Ricardo necesitaba quedarse, yasentía mordiendo en el anzuelo.

–¿Dónde le dejo la caña? –le gritó a Pedro:

–Ahí mismo... Siempre hay alguien que larecoge, y siempre alguien la deja.

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

LA ESCOLLERALA ESCOLLERA

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Y se fue con su andar de yira. El hombre lamiró con triste sonrisa.

Los minutos pasaron poco a poco con laginebra.

Ricardo sentía la necesidad de contar losucedido.

Nadie le creería. Pero esa mujer estaríaacostumbrada a escuchar mayores fantasías delos marineros borrachos.

La llamó y, diciéndole que se sirviera lo quequisiese para que así ganara algo, narró loacontecido.

La mujer fue cambiando su fingida sonrisapor un rostro serio. Luego, con una naturalidadpasmosa, le preguntó:

–¿Y cómo llamarías lo que pescaste?

–Ese hombre, Pedro, dijo que cada uno lonombraba a su manera. En mi caso le diría:Mito.

–No sos el único que ha contado esa historia.Tantos son, que a ese hombre le dicen elpescador de los mitos. ¿Y tus recuerdos, losvolviste a echar a las profundidades?

–A muchos no pude... ni puedo desde hacetiempo.

No debería ser, pero el tiempo le habíaenseñado que todo podía ser. Los dos eran dosextremos de un mundo sin destino y losextremos se tocan.

Y el vago se despidió:

–Gracias, señor. Adiós.

Aquel hombre le decía adiós al presente, alpasado, a todo. Lo vio alejarse y, como Ricardono podía despedirse de su pasado, giró enbusca de las calles de su presente.

Se dirigió el mundo de bebidas distintas, demarineros parecidos y de mujeres iguales.Entró en un pequeño bar.

Se sentó cerca de una ventana. Le llegó unperfume.

–Está fresco afuera...

La mujer tenía el mismo tono sin sentido delguarda del ómnibus. Con su sonrisaestereotipada siguió:

–¿Querés algo?

–Bueno, tráeme una ginebra...

La mujer fue a buscarla. Se dio cuenta queRicardo no necesitaba su compañía y le dejó labotella, diciendo:

–Si deseás algo más, me llamás.

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

LA ESCOLLERALA ESCOLLERA

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–Como todos nosotros... Vivimos y agonizamoscon los mitos... y esa agonía nos envenena.

Ricardo miró la mujer y le pareció unaseñora disfrazada de yira.

Como el portero era un señor con disfraz devago...

Como él era un lejano muchacho con disfrazde señor.

Un viejo tango repetía:

"Mi pobre alma de bohemio".

Sintió que otra vez el Quijote que llevaba dentrodebía ponerse la coraza de formalidad.

Pagó a la fulana y salió.

Con grandes pasos llegó a la parada, detuvoal ómnibus que parecía un animal iluminado.

Subió a él de un salto.

Pagó el boleto. Saludó.

Todos los viajeros somos conocidos despuésde andar por los mismos caminos.

Apoyó la cabeza en el vidrio de la ventanilla,que reflejó a un hombre ya viejo y cansado.

Y... se quedó dormido.

...oo0oo...

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LA ESCOLLERALA ESCOLLERA

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Cayó... y fue hundiéndose en la profundidad,más, y más... parecía que nunca se acabaría elhilo.

Pero, como todo, tenía un límite y se detuvo.

Ricardo se dirigió a su compañero:

–Usted dice que el agua es el principio de lavida, en mi conciencia lo sé. Sin embargo enmis recuerdos, casi siempre ha estado junto ala muerte.

–Ya alguno ha mordido el anzuelo, –dijo elpescador– el hilo se está moviendo.

Ricardo instintivamente alzó la caña. Pedrole aconsejó:

–Vaya sacándolo poco a poco. Sin hacerfuerza. Si se rompe la línea, tendría el dolor dehaberlo perdido y ese mito agonizaría en elfondo o sería devorado por otros másgrandes... Mientras tanto, cuente, recuerde.

–Y cuando lo haya terminado de sacar, –agregó Ricardo– deberé devolverlo a laprofundidad... al mito y al cuento.

–Acaso... ¿No son iguales? –susurró Pedro.

::::::

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

02 BLANCA

El primer amor nunca se olvida…

BLANCA

Ricardo se hallaba en el banco de piedra.

Otra vez sentado en la mitad de la escollera,en la mitad de la oscuridad, en la mitad de lanoche.

Y otra vez el mar lamía suavemente elespigón.

Pedro vino desde la punta y se sentó junto aél, preguntándole:

–¿Volvió para pescar en lo profundo de susrecuerdos?

–Hay algo que me empuja hasta aquí parahacerlo. No entiendo la razón. Pero, usted hoyno trajo la caña.

–La razón es muy simple: Aquí está ensoledad... y sin embargo lo rodea el mar, elagua, el principio y resumen de la vida.. Y lacaña la tiene a su lado, donde la dejó.

Ricardo miró a su derecha, el aparejoestaba allí.

Lo tomó y arrojó el sedal al mar, en el airevio el anzuelo gris con su carnada ocre.

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Con firmeza heredada de su ancestroéusquero, hizo confesar a la niña suenamoramiento y el causante del mismo.

Drasticamente el progenitor tomó medidasinapelables:

Internó a Blanca en un colegio de monjas.Sólo salía los domingos para su antañona casa.

Y amenazó con ponerla de pupila completa siveía a Ricardo.

A todas partes la trasladaba el padre.

Y la madre iba con ella a misa los domingos,debiendo vigilar que no se hallase cerca elmuchacho.

Era el único lugar que Ricardo podía verla,oculto y desde la acera de enfrente.

Sin embargo, Blanca y Ricardo jamás sehabían tocado.

Era el primer amor.

Había llegado al corazón teniendo unapureza tal que, con sólo al rozarse en el tranvíaambos se sonrojaban.

Y ahora...hasta eso les era prohibido.

::::::

::::::

Montevideo, 1945...

Ricardo vivía en un suburbio obrero, Blancaen Capurro, él en una calle de casitas sencillas,ella en una con mansiones de señoresadinerados y con estirpe.

Se encontraron en el Liceo Bauzá. Ellaestaba en primer año y él en tercero, ella erabaja y él alto, ella descendiente de vasco e indiacharrúa, el de italianos y gallegos.

Coincidieron sólo en algo: Era el primeramor de los dos.

Y poca cosas hay tan pura e idealista, tanferviente y romántica, como el primer amor dedos jóvenes.

Ricardo le escribía poemas, le regalaba unpimpollo blanco de rosa (que robaba de unacerca próxima al liceo) y la acompañaba en eltranvía.

Blanca empezó a pintarse los labios, o ponercolor en sus mejillas, a arreglar su negracabellera (legado de su bisabuela) y a estarjunto a Ricardo en todos los recreos.

No escaparon al ojo avizor del padre esoscambios en su adorada y única hija.

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BLANCABLANCA

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Quizás su lejana abuela india habría visto asía aquel vasco francés para que nada leimportara la exterminación de su tribu ysiguiera tras ese intruso blanco y le diera suamor formando una de las pocas familiasautóctonas.

El rostro todavía infantil de Blancatransparentaba las emociones que sentía. Sumadre miró al autoritario esposo con unavencida súplica señalando la niña.

El hombre levantó la vista del diario dondeleía el precio de la lana. Observó a su hija y, conuna sonrisa de superioridad, movió la cabezafrente a ese capricho juvenil.

El avión ya estaba sobre territorio uruguayo.Abajo se veía serpentear la costa azul con susarenas blancas bordeadas de una franja deverde vegetación.

Más adentro brillaban las lagunas quesalpicaban la tierra.

Todo era paz y serenidad, en el paisaje, en elaire, en el aparato.

Blanca volvía con sus padres de Río Janeiro.

Al llegar las vacaciones el severo terratenientedecidió darle, como premio a su acatamientoen el colegio de las monjas, el pasarlas en unaestancia que tenía la familia en el interior y unpaseo a esa ciudad.

El avión se acercaba a la frontera uruguayavolando con imperceptibles vibraciones.

Habían dejado atrás la ciudad de PortoAlegre. Blanca, con su cabeza apoyada en laventanilla vivía en sus añoranzas. La belleza deRío y el sentirse sola en un mundo de mayores,le hacía sentir más la falta de Ricardo.

Ni el claustro impuesto ni los meses pasadossin estar cerca de él ni todos los paseosbrindados por su padre habían logrado que loolvidara.

Por lo contrario, su amor crecía y laseparación lo idealizaba. A través de laventanilla le parecía verlo: dulce, cariñoso,fuerte, con su cabello rubio, sus ojos azules.

Sonrió triste apoyando su renegridacabellera contra el vidrio.

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BLANCABLANCA

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Blanca sentía un dulce cansancio. Una fatigallena de paz. Le dolían los pies como si hubiesecaminado mucho.

Apenas notaba los rostros angustiados de suspadres y las azafatas.

Percibió que la levantaban en brazos y larecostaban...

Sólo parte de ella llevaban. Sus pies habíanquedado como mudos testigos del drama allá,bajo el asiento... y ella se estaba desangrando.

Por un momento su vista se aclaró. Vio a sumadre llorando, a su padre cubriéndose la caracon las manos. El cansancio aumentaba. Leparecía flotar dentro el avión..

El aparato acuatizó de emergencia en laLaguna Negra. Rapidamente los pasajerosfueron llevados a la orilla.

Blanca nuevamente se sintió transportada enbrazos. Le parecía ser niña pequeña otra vez.

La depositaron bajo una palmera. El airetibio la hizo volver en sí. Cerca de ella algunasmujeres rezaban.

Y... en un instante todo cambió.

El avión saltó, sacudiéndose como una fieraherida. Por debajo de la ventanilla de Blanca seabrió un hueco por el cual penetró algo avelocidad indescriptible.

La muchacha sintió un extraño calor en suspies y luego el frío entrando por esa abertura.

A sus espaldas creyó oír un quejido apagado.

El avión se inclinó por unos momentos paraluego volver a tomar su posición normal.

Dentro, la locura y el terror tomaban posesiónde los pasajeros.

La tripulación trataba de calmarlos.

El avión descendía rápidamente. Los letrerosde abrocharse los cinturones se iluminaron.

Pero fueron las aeromozas quienes tuvieronque hacerlo a los pasajeros por la histeriadominante.

El que estaba detrás de Blanca no lo necesitaríamás. La hélice que al partirse había penetradoen la cabina, le había atravesado el tórax. Luegosiguió su trayectoria atravesando el avión paravolver a su reino del aire.

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BLANCABLANCA

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Fue velada en la mansión de Capurro.

Una amiga le avisó a Ricardo que no fuese ala casa ni al entierro. La madre de Blanca se lohabía pedido, ya que el padre lo odiaba y decíaque la causa de la muerte de su niña había sidoese muchacho. Que si no hubiera sido por él, nohubiesen hecho ese viaje y no habría pasadonada.

La mente humana, y más si es decadente,necesita excusas y culpables para sus propiosproblemas. Achacar a un tercero esaresponsabilidad, es una solución.

También a través de esa amiga supo losucedido y las últimas palabras de Blanca . Lamadre se lo había narrado entre sollozos,diciéndole que se lo transmitiera a Ricardo.

Y Blanca se convirtió en un mito,permaneciendo viva y sonriente, sin verla conla grisácea palidez de la muerte.

Le pareció que la bóveda del cielo se alejabaa una velocidad increíble mientras el rostrodesesperado de su padre y el lloroso de sumadre se agrandaban.

Y comprendió... moría.

Pero no sentía temor ni angustia. Era algosereno, pacífico. Los árboles abanicaban sushojas dejando entrar el sol.

Creyó ver el rubio cabello de Ricardo. Elcansancio volvía.

La oscuridad iba apoderándose de todo.

–Mamá... Papá... Ricardo... te...

El susurro de las palmeras silenció su últimosusurro. Y la brisa se lo llevó sobre las rizadasaguas de la laguna.

Allí quedaba Blanca, quieta, mansa, con surostro aún infantil, con su cuerpo mutilado.

Junto a sus piernas un charco de sangrehabía teñido la tierra.

Quizás, siglos atrás, otra sangre india habríaquedado allí fertilizando la tierra nativa parabeneficio del conquistador.

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BLANCABLANCA

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El ruego no evitó que él fuese al panteóndonde dejaron sus restos y allí llorase solo. Nique asistiese a la misa por el descanso de esainfantil y pura alma.

Antes de terminar el oficio, Ricardoabandonó el templo y cruzó a la vereda deenfrente. La madre de Blanca salió de la iglesiaacompañada de varias amigas.

Lo vio a través de la calle... por unosinstantes quedaron mirándose.

Jamás volvería a sentir como se puedehablar sin palabras y cuanto se puede decir ensilencio.

Entre esa señora envejecida y ese muchachotriste, entre una vida que tenía su último dolory una que sentía el primero, hubo máscomunicación y afecto que todos los abrazos ypalabras de consuelo que la rodeaban.

::::::

::::::

El salpicar de una ola contra la escollera letrajo el frío de la realidad presente mientrasoía la voz del pescador:

–Ya lo sacó afuera. Quítele el anzuelo ydevuélvalo a la profundidad antes que agonice.

Ricardo miró la punta de la caña, el hiloestaba recogido y en el extremo colgaba unbrillante y pequeño pez blanco con reflejosazules que se agitaba con cada vez menos.

Con rapidez lo trajo a su lado, le quitó elanzuelo, lo puso en la palma de su mano, loacarició con ternura... y lo arrojó a dondehabía estado. Por un momento serpenteó en lasuperficie para luego hundirse en lasprofundidades.

Miró el mar, se estaban encrespando. Y oyóa Pedro decir mientras se alejaba en laoscuridad:

–Fue un joven y hermoso Mito, merecióvivir... y también seguir viviendo donde está.

Se dio vuelta. El pescador ya se había ido.Ricardo dejó la vara junto al asiento y semarchó.

...oo0oo...

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Cuando Ricardo era pequeño, su madre noquería que fuese como los demás del barriosino un niño respetuoso y educado. Y le habíahecho jurar que nunca se pelearía.

El padre de Ricardo constituía un hombrecon formación enciclopédica y humanista. Alsaber el juramento de su hijo lo libró de él y leenseñó a defenderse.

Y fue respetado en ese barrio donde las callestenían nombres de lugares extranjeros, lugaresde donde habían salido los padres de los niñosque corrían en ellas.

La calle Barcelona terminaba en un muelleque servía de atracadero al barquito quecruzaba la bahía. Además, hacía de trampolínpara zambullirse los muchachos en verano.

En el muelle próximo, los remolcadoresarrimaban las chatas cargadas de carbón, queluego un pequeño trencito llevaba a losgalpones para volverlo calor en invierno.

En la barra de muchachos había unollamado Chancha. Nadie le quería porquesiempre andaba sucio y mocoso.

El mote le venía porque el padre, un pobrefrancés, criaba cerdos y el muchacho contaba loque hacía con las cochinas. A los demás lesasqueaba estar cerca de él.

Un día apareció el belga Pierre, un niño denueve años, tímido, de modales delicados, quenunca se peleaba.

Su padre, un hombre culto y fino, habíavenido como administrador de uno de losfrigoríficos cercanos del barrio.

Con mentalidad idealista prefirió vivir en elbarrio, en vez de hacerlo en la ciudad o enalgún barrio aristocrático.

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PIERRE

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOSLA AGONÍA DE LOS MITOS

03 PIERRE

El buen amigo siempre ayuda...

Otra vez estaba Ricardo sentado en lamitad de la noche, en la mitad de la oscuridad,en la mitad de la escollera.

Pedro aún no había llegado, pero tomó lacaña y lanzó la línea a la profundidad.

Al hacerlo sintió que el pescador estaba a sulado y que el hilo se hundía más que nunca.

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A mitad de año cambiaron el director de laescuela.

El señor Vanberg era un atlético y varonilhombre que hacía suspirar a las maestras yquedar en posición de firmes a los alumnos consólo mirarlos.

De educación militar, tenía por divisa lahombría.

Cuando notó el problema, pasaba horashablando en francés con Pierre. Y hacía quedardespués de la salida al Chancha en la dirección.Nadie supo lo que le decía.

Nunca más se vio a Pierre en compañía delChancha.

::::::

Aquella tarde todos los muchachos estabanen el muelle. Incluso

Pierre que, desde su cambio, había logradola amistad de algunos de la barra.

Todos se sentaban en el muelle y se ibantirando al agua, riendo entre ellos y sin cruzarpalabras con el Chancha.

Se largaron Ricardo y Pierre. Desde la otraesquina se zambulló el Chancha.

Y mandó a su hijo al colegio público, comouno más de los muchachos de los pobladoresemigrantes.

Sabiendo que el padre del Chancha hablabasu idioma, dejó que se estableciera camaraderíaentre los dos chicos, a pesar de las diferencias.

También al inicio hubo amistad con Ricardo.Pero, pronto los muchachos se alejaron dePierre. Que el Chancha lo usaba como a lascochinas, era algo evidente.

El belga lloraba cada vez que lo despreciaban,pero para la barra tanto uno como el otro eranseres repugnantes.

Ricardo lo comentó con su padre y éste ledijo que debía ser un buen amigo y protegerlo...hay seres débiles y los que tuvieron la suerte deser más fuertes deben ayudarlos.

Su madre le aconsejó que no se juntara conesa gente, que ambos eran porquerías...

Y Ricardo pensó que por causa de ella quizásél habría sido uno de ellos.

Si bien no dejó la amistad de Pierre, tampoco leprotegía.

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PIERREPIERRE

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

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A las siete y media, la madre de Pierrellamaba en la casa de Ricardo. Aquella señoratan fina, venía desencajada.

–Señora, disculpe... ¿Su hijo no habrá visto ami Pierre? Hace rato que lo busco.

La madre de Ricardo lo llamó y la señora lepreguntó:

–¿No has visto a Pierre?

–Sí, señora. Estaba con nosotros en elmuelle. Hará como una hora. Dijo que se ibaenseguida.

–¿En el muelle?... Mon dié... Dios mío, seahogó.

–No, señora. Pierre nada bien. Estará conalgún amigo.

–Ricardo, anda a ver si lo encuentras. –indicó su madre.

Esa noche fue de angustia. El Chancha decíaque lo había dejado en el muelle. El comisariofue hasta allí. Llamaron a un vecino ruso, queera campeón de natación, éste movió la cabezadiciendo:

–Si se ahogó, sale a flote. Si no, lo buscomañana.

Se oyó la voz iracunda de Ricardo.

–Dejalo en paz... no seas abusador.

Subió con el belga la escalera de cemento delmuelle. El Chancha, sentado en un escalóncubierto por el mar, reía.

El belga le gritó con los ojos llenos de lágrimas:

–¡Tu e une cochón... macró... fils du putén!

–Y vos sos mi mujercita.

Ricardo fue a darle un golpe, pero la barralos separó. La alegría acabó y los muchachosempezaron a irse.

En el muelle quedaron solamente elChancha, Pierre y Ricardo. Lo último que ésteoyó fue que el belga decía:

–Le voy a decir a mon pere...

–¿Te acompaño a tu casa, Pierre? –dijoRicardo.

–No, gracias mon amí. Yo soy un hombre.No soy una mujercita para que me protejan.Enseguida me voy.

Ricardo los dejó. Eran las seis de la tarde.Las olas rompían suavemente en las rocas yrestos de barcazas que estaban a la izquierda,lugar peligroso.

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PIERREPIERRE

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El día siguiente, lo sacaba de entre loshierros de una lancha hundida.. El belga teníael cuerpo hinchado y lleno de heridas. Losmarineros alejaron a los de la barra para que noviesen el cadáver. El vecino les increpó:

–¿No le avisaron que nunca se zambulleraallí? ¡Cuántas veces les he dicho que de ese ladohay remolinos y rocas!

Los compañeros le aseguraron que él sabíaeso.

El ruso acompañó a Ricardo para la casa.Estaba callado. Ricardo también.

Recién al separarse, el hombre habló:

–Qué raro, muchacho... qué raro. Chao...

Y Ricardo quedó pensando que debíahaberlo cuidado. Para eso era su amigo.

Un amigo muy especial. Que si no fuese porsu padre, él hubiera podido ser como Pierre.

Los padres del belga se fueron para su país. Yse llevaron el cadáver de hijo.

El Chancha creció, se convirtió en unproxeneta y lo mataron en el puerto.

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PIERREPIERRE

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Ricardo sintió que algo temblaba en lapunta de la caña.

Algo parecido a una oscura anguilaserpenteaba colgando.

–Quítele el anzuelo enseguida y échelorápido de vuelta a la profundidad. –gritó elpescador– Y tenga cuidado, ese es un Mito quemuerde, y la herida no se cura del todo.

Ricardo así lo hizo. Cuando se dio vuelta, yaPedro se había ido en la oscuridad.

Y él, más aliviado, dejó la caña y se marchó.

...oo0oo...

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ESPERANZA

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Ricardo ya estaba en Preparatorios deArquitectura y tenía que tomar notas de unlibro que había visto en la biblioteca del liceo.

Esa tarde fue a allí y lo halló.

Al finalizar la consulta coincidió con la salidadel turno vespertino.

En el patio se encontró con compañeros queestaban en años menores cuando él cursaba elúltimo.

Fue cuando la vio por primera vez.

Rubia, blanca, alta, formas seductoras, cabellerasuelta y sensual, y una voz melosa acorde perocon tono arrabalero.

Supo que venía de otro liceo y estaba entercero.

Su llamaba Esperanza. Era la antítesis deaquel primer amor desaparecido.

Pero la juventud entierra pronto sus dolorespasados y esa muchacha atraía instintivamente,Ricardo quedó enamorado de ella.

Y ella de él. Era una distinción que una licealhubiese podido conquistar a alguien ya en laUniversidad

04 ESPERANZA

No todas las mujeres son buenas ...algunas son más

La luna estaba en cuarto menguante y lasuperficie del mar mansamente plana. Nocorría la brisa y no se oía el ruido del aguacontra la escollera.

En el asiento, en medio de la noche, en mediode la penumbra, en medio de la escollera, yaestaba Pedro el pescador.

Ricardo llegó y se sentó a su derecha.

–Hermosa noche para sacar mitos de loprofundo. –dijo Pedro– La caña está allí,esperando por usted.

Ricardo la tomó lanzando el sedal. Lepareció que el anzuelo llevaba una carnadaroja. Y se fue hundiendo en la profundidad.Enseguida sintió que algo quería morderla.

–En una noche así los mitos suben, –siguióel pescador– y cuando lo tenga en el anzuelovaya sacándolo lentamente.

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El romance se mantuvo durante el añolectivo y llegaron las vacaciones.

Fuese por la mayor edad o una mejorredacción, ese año Ricardo escribió máspoemas a su Esperanza y la idealizó como unsueño etéreo... poco correspondiente a supersonalidad y figura voluptuosa.

Esperanza fue a pasar las vacaciones enPocitos, en el apartamento de una tía cercano ala playa y allí tostar su rosada piel luciendo entraje de baño su atractiva figura.

En cambio Ricardo las aprovechó paraestudiar en la mañana, y en la tarde obtener eldinero para los costosos libros vendiendo en elbazar de unos conocidos.

Poco podía ver a Esperanza, en el día ellaestaba en la playa y en la noche siempre enalguna reunión con la tía.

Eso acentuaba su amor.

Las veces que se reunía con ella,ocasionalmente y en el atardecer, le entregaba suspoemas susurrándole los sueños de un futurojuntos.

Se volvió una costumbre que Ricardo bajaseen el liceo luego de sus estudios matutinos, allíesperase cuando ella entraba a su turno y leregalara una flor, o un poema.

Luego Ricardo se marchaba a estudiar paravolver al liceo a la hora de salida de ella yacompañarla a su casa, una humilde construcciónde bloques y cinc.

El padre de Esperanza le hizo entrar a suhogar sin ningún preámbulo.

Era un hombre de cultura general y a la vezcon dichos del campo y populares. Una mezclade hombre educado y de cliente de bar.

La madre una enjuta mujer donde lasfrustraciones eran disimuladas bajo una capade risas.

Cuando Ricardo conoció la hermana mayorde Esperanza pensó que era una callejera quese había equivocado de casa.

Pero... el amor hace ver bella a una verruga.Y Ricardo sólo quería estar cerca de Esperanza,que su nombre correspondiese al afecto que élnuevamente sentía.

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ESPERANZAESPERANZA

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Esa tarde ella lo llamó al bazar. Quería verloen una esquina de la avenida Rivera a las sietede la noche.

Le extrañó la hora avanzada, pero así en lapenumbra era más hermoso decirle sussentimientos.

Al poco tiempo de estar allí, llegó ella. Veníaen el auto de la tía, ésta le sonrió en formaextraña y se marchó.

Esperanza y Ricardo fueron caminandohasta la esquina, doblaron y siguieron hastamitad de cuadra.

Era un largo muro. Esperanza se recostócontra la pared.

Estaba más voluptuosa y atractiva quenunca. Con un provocativo escote donde se veíasu abundante pecho bronceado por el sol. Loslabios eran rojos e incitantes.

Ella le preguntó si la quería, pero su tono noera de amor sino de insinuación.

Él dijo que sí.

Y ella lo besó en forma apasionada.

En Ricardo las reacciones eran de todo tipo.

::::::

Ricardo estaba en la biblioteca preparándosepara el próximo examen.

Se le acercó un compañero que cursaba en elaño siguiente. El joven tenía fama de picaflor.

Se sentó frente a él y, luego de algunaspalabras, le dijo:

–Hoy estuve en la playa con una barra demuchachos y muchachas. Al saber lo que yoestudiaba, una de ellas me dijo que te conocía.Se llama Esperanza... ¿Es tu novia?

Ricardo sintió que le corría un frío por elcuerpo a pesar del calor veraniego. Y algo lehizo decir:

–No... Sólo son cosas del liceo.

–Mejor así. Porque esa muchacha es muyalegre... y muy atractiva. Y si se me da, no voy aperder la oportunidad.

–Cada uno es dueño de su vida. –respondióRicardo.

El compañero se fue con una sonrisa y élquedó con sus propios pensamientos.

La realidad iba surgiendo en forma fina yamarga, pero aún él no quería perder la esperanza.

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ESPERANZAESPERANZA

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–Muchacho... ¿Sabes que hay tras esa largapared?

Al ver la negativa de Ricardo, siguió:

–La casa de citas más conocida de la ciudad.

Y finalizó con voz seria:

–Y ella es más buena que las demás... porqueno pudiendo serlo, lo fue.

::::::

Ella lo miró. Y en aquel sensual rostro surgióuna triste expresión.

Abrió su cartera sacando un pequeño libro.Se lo dio a Ricardo mientras le decía:

–Son tus poemas... Los mandé encuadernar.

–¿Y por qué me los das?

–Quiero que los guardes en recuerdo mío.

Ricardo no preguntó más, era el final.

Esperanza le acarició la cara mientras lesusurraba:

–Adiós, Ricardo... sos más bueno que yo.

Le dio un beso lleno de cariño, y se marchóhacia la esquina. Dobló y desapareció.

::::::

El día siguiente Ricardo comentó con uno delos dueños del bazar lo sucedido.

Era un hombre de los tantos que disfrazan susensibilidad con una broma.

El viejo lo tomó del brazo llevándolo para elfondo del local, y allí le dijo con amarga ironía:

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ESPERANZAESPERANZA

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El salpicar de una ola le mojó el rostro.

En el extremo de la caña colgaba un Mito,blanco, de formas redondeadas.

–¿No le dije que era una noche hermosapara sacarlo a la superficie? –le dijo Pedromientras se alejaba.

Ricardo sacó el anzuelo suavemente, yarrojó ese mito a donde debía estar, a laprofundidad.

Y, dejando la caña donde siempre, volvióhacia la ciudad.

...oo0oo...

.

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La enfermedad de su padre hizo ver aRicardo que debía enfrentar el hecho que podíaquedar como responsable del hogar.

Cambió sus estudios para la noche y a travésde un antiguo amigo de su padre, quientrabajaba en una industria de Bella Vista,ingresó en la Oficina Técnica.

Viendo que él quería saber el porqué de lascosas y no sólo conformarse con repetirlas,pronto fue adoptado como pupilo por César,uno de los jefes y amigo de su padre.

César tenía fama (y la demostraba) de serrudo, grosero, de gran experiencia, exigenteinstructor y... muy mujeriego.

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CÉSAR

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05 CÉSAR

A las personas mayores se les debe respetar...

Era de esas noches que en cualquier momentopodía desatarse una tormenta.

Nubes negras y grises se movían con rapidezen el cielo, mientras una ominosa tranquilidaddominaba el ambiente y el agua alrededor dela escollera parecía un viscoso y oscuro aceite.

A pesar de esos aciagos indicios, Ricardocaminaba por el espigón hacia el asiento en sucentro, centro de la noche y de la oscuridad.

Ya creía que el pescador no había llegadocuando lo vio al pie del asiento, en la calzadade la escollera, sobre las rocas, con sus piernashacia el mar.

–Tome la caña y siéntese aquí, –le dijo Pedro–es mejor acercarse a la superficie cuando lanoche es bochornosa...

Ricardo le obedeció. En un voleo tiró la línea,pero a pesar de oír el ruido no vio donde caía elanzuelo.

El silencio y el pesado aire volvieron adominar, de vez en cuando sobre la superficieaparecía una burbuja de aire y se formabanondas a su alrededor.

–Son los mitos ocultos. –señaló el pescador–Allá en lo hondo luchan entre ellos, pero no sematan. Necesitan de una carnada parasatisfacerse. Y lo que les ebulle en su interior,cada tanto se les escapa.

Ricardo sintió que algo había mordido elanzuelo y comenzó lentamente a recoger el hilo.

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Don César tenía un auto que sólo usaba parair y volver del trabajo. Cuando iba al centro dela ciudad, lo dejaba en la fábrica y tomaba unómnibus, viniendo luego a buscarlo. Cosa quehacía todos los viernes al finalizar las labores.

::::::

Ricardo, con su molestosa tabla de dibujo ala espalda, volvía de presentar examen dedibujo en Preparatorio Nocturno. Para él habíasido algo fácil.

El único problema fue que ese día y desde lasocho de la noche había huelga general detransporte... y eran las once. La ciudad estabamuerta y los taxis no paraban.

Caminando vino por la avenida principalhasta la calle Paraguay. Allí dobló hacia laderecha, esa calle lo llevaría hasta otra cercanaa la fábrica.

Dentro del abundante plantel de mujeres dela fábrica, las cuales en su mayoría no eran muysantas, pocas no habían tenido una aventuracon él. Aventura corta y beneficiosa.

Don César, hombre cincuentón, reía de laformalidad de Ricardo y por no aprovechar éstelos ofrecimientos de las obreras deseosas deestrenar a ese joven.

A los tres meses lo clasificaron comodibujante y la mayor parte de su trabajo eranproyectos de Don César.

Los demás empleados estaban asombradosdel respeto que el viejo tenía hacia Ricardo y dela dedicación con que le transmitía suexperiencia en los mínimos puntos.

El joven atribuía esto a la amistad con supadre, ya que Ricardo lo respetaba por ser unapersona mayor, pero era poco afable con él acausa de su grosería y tosquedad.

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CÉSARCÉSAR

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A medida que avanzaban en la tenebrosacalle, don César era más amable y con unadulzura impropia de él.

Actuaba distinto, insinuante, tierno, sensual.Le ofreció a Ricardo, una vez llegados a lafábrica, llevarlo en el auto hasta su casa, cosaque éste rechazó ya fuertemente.

Fue cuando el cántaro estalló. El hombre lepedía de la forma más apasionada estar con él.Que él pagaba todos los gastos, que había unaamueblada cerca. Le ofrecía dinero para irseRicardo luego en un taxi.

Y describía con voluptuosidad las relacionesa tener.

Ricardo comenzó a acelerar el pasoabandonando a ese viejo degenerado, la sangreebullía en su rostro, se sentía rebajado,corrompido, defraudado por ese hombre.

Pero el viejo corrió y, agarrándole, lo empujócontra un portón. Allí volvió a rogarle y searrodilló buscando...

Recién el muchacho comprendió. El que seofrecía era el viejo... ¡y le rogaba a Ricardo quefuese su hombre!

Para llegar a la empresa aún le faltaba doskilómetros y medio, pero a él le gustabacaminar. Dormiría allí y en la mañana buscaríaalgún medio para llegar a su barrio.

No le gustaba mucho ir a esas horas y por esacalle. Ahí estaban los burdeles y yiras de bajacategoría a la pesca de los que llegaban en losúltimos trenes a la Estación Central.

Pero las paralelas eran más tenebrosas aún:Una corría junto a la bahía siendo refugio deatorrantes y bichicomes. La otra una avenidaagitada de día, llena de bancos y depósitos,pero en la noche un oscuro antro de maleantes.

Cuando pasaba frente a la señorial y antiguapuerta de la estación oyó que lo llamaban. Eradon César.

Al decirle Ricardo que iba hacia la fábrica, elviejo se le acopló manifestando que no habíaquerido ir solo por esa calle por temor a que loasaltasen.

Cariñosamente lo tomó del brazo. Estomolestó a Ricardo, nunca le había gustado quelo tocase un hombre. Ni su padre lo hacía. Esoen su barrio era mal visto.

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CÉSARCÉSAR

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–¡Marica de mierda!...

El grito de Ricardo resonó en la silenciosavía.

De la calle transversal surgieron unas yiras.

Una puerta se abrió y salieron algunasquilomberas. Todas se acercaron a Ricardo.

Don César había desaparecido.

El muchacho se sintió como un ridículoJesucristo con su tabla al hombro y rodeadopor esa mujeres... Y les contó lo sucedido.

Algunas rieron, otras ofrecieron su mercaderíapara calmarlo, y las más veteranas le dijeroncon una caricia:

–Sigue tu camino, muchacho. La vida estállena de ésos. Por afuera son una cosa y pordentro otra.

Ricardo no se detuvo en la fábrica. Siguió,siguió y siguió caminando hasta su barrio...eran quince kilómetros más.

Cuando llegó a su casa amanecía.

No contó a nadie lo sucedido, ni siquiera a supadre. Pero al mes siguiente despedían aRicardo por reducción de personal.

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CÉSARCÉSAR

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Ricardo sintió el salpicar de las olas en suspiernas. El mar estaba subiendo.

Miró el extremo de la caña. Como siemprehabía un mito colgando del hilo.

Pero éste apenas se movía. Se veía viejo ysucio.

–Sáquelo antes que agonice allí y pudra ellugar; –dijo el pescador– esos se arrastran porel fondo, entre la porquería. Tenga cuidado alsacarle el anzuelo. Cuando muerden no sueltan.Y aunque los mate, la infección sigue.

Pedro se levantó yéndose para el faro.

Ricardo estuvo a punto de matar ese mito, esebicho, pero tuvo lástima y le quitó el ganchoechándolo de vuelta a su ambiente.

Puso la caña en su lugar y él se fue para laciudad.

...oo0oo…

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::::::

Ricardo había dejado a sus padres en losrespaldos de arena que les había hecho frente ala orilla del mar.

La noche era calurosa, y la luna llenaalumbraba la calle.

En los asientos de la vereda, jóvenes ymuchachas comenzaban lo que podía ser launión de sus vidas.

Ricardo caminaba en dirección a la paradadel ómnibus para ir a visitar su novia en PasoMolino cuando se cruzó con Laura quien estabade vacaciones en el barrio.

Hacía dos años que no la veía y el encuentrodespertó emociones que no sentía desde laépoca del liceo.

Estaban hablando cuando llegó un amigocorriendo en la moto y dijo angustiado que donJulio, el padre de Ricardo, se había sentido maly lo estaban llevando para la casa.

Ya allí, el doctor explicó que el peligro habíapasado, pero don Julio tenía que evitar haceresfuerzos. Posiblemente hubiese sido un infartoy debía verlo un especialista.

PADRE

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06 PADRE

Los padres deben ser un ejemplo...

Al entrar en la escollera, Ricardo se asombróde la placidez del agua.

Había luna y, cada vez que salía entre lasnubes, podía verse el rompeolas de enfrente.

No corría la brisa. El aire estaba fresco.

Pedro ya se encontraba en el asiento depiedra, en medio de todo, de la escollera, de lapenumbra y de la noche.

Ricardo se sentó a su lado; tomó la caña, lacual parecía estar siempre en el mismo lugar y,lanzando la línea a la profundidad y conenergía, le dijo al pescador:

–Hoy necesito sacar un mito a la superficie.

–Lo sacará; –afirmo Pedro– el anzuelo habrillado como pocas veces a la luz de la luna...aunque usted no lo vio.

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La vicisitudes de lo sucedido hizo que elpretendiente de la hermana de Ricardo entraraa la casa, y él sin darse cuenta lo realizó en lacasona de su novia.

Don Julio dejaba hacer.

Aquel hombre dinámico, grande, se habíavuelto un manso y resignado paciente.

::::::

Ricardo había ido esa mañana al astillero.

Allí, junto al agua, los barcos enfermostomaban reposo esperando que les curasen lasheridas del mar. Algunos yacían escorados.

Sus mástiles servían de altas tribunas paraver los partidos de fútbol en la cancha del Club.

Como esos viejos barcos ya no saldrían más,venían a ellos las gaviotas: viajeros del pasado;y los niños: viajeros del futuro.

Al volver del Astillero la mesa estabadispuesta como de costumbre, pero su padrehabía preferido ir a acostarse.

Su madre le preguntó en que había quedadocon la jubilación de don Julio.

Al responderle Ricardo que el jefe depersonal había sido antipático y engreído, elladijo:

::::::

Ricardo estaba en el mirador al fondo de lacasa, viendo abstraído la entrada del puerto.Un buque iba llegando.

Pensaba cuando su padre le decía como eranlos barcos. Sentado en sus rodillas le ibaexplicando de donde venían, que cosas traían ycuales se llevaban. Otras veces señalabacontento y diciendo que al día siguientetendrían carta del abuelo y la abuela. Pero undía trajo carta sólo del abuelo. Y Ricardo vio asu padre llorar.

Ese hombre grande, fuerte, que siempretenía solución para los problemas y era el mejorconsejero... lloraba.

Y Ricardo lloró con él, no por la abuelamuerta a quien no conocía, sino por ver llorar asu padre.

::::::

Don Julio fue visto por un cardiólogo quienconfirmó el diagnóstico. Y el mundo de esafamilia cambió.

Mudaron el dormitorio de sus padres abajo,cerca del jardín. Compraron un sillón hamacapara que su padre pasara en él las terribleshoras vacías de trabajo.

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PADREPADRE

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–Eso es lo que ganó por preocuparse tantoen el trabajo. Ese jefe te trató así porque Juliosiempre se llevó mal con él. Le dije que noconvenía tenerlo de enemigo. Pero tu padre esun cabezadura , y ahora ya ves...

Los dos hijos se miraron con asombro frentea la crítica. Los ausentes nunca tienen razón.

Ricardo salió al patio. Se sentó en un viejobanco de madera que, siendo niño pequeño,había ayudado a su padre a construir.

Pensó en las frases de su madre, en su padreenfermo. El ocaso de los dioses...

Miró hacia la ventana del dormitorio de supadre. Se sorprendió al verlo en ella, sonriendo.

Por un momento le pareció el fuerte yeufórico hombre de su niñez, un gigante desdesu altura.

El viejo le llamó y el muchacho fue a hablarcon él:

::::::

–Ricardo... –le dijo su padre– Estás lleno deideales. Es la fortuna de la juventud. No lehagas mucho caso a mamá. Las mujeres sóloven la seguridad, sus ideales son de otro tipo.Me siento orgulloso de ti. Trata de mantenerteasí, no te dejes influir por nadie. Haz lo que

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PADREPADRE

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creas que es correcto. Y si ves que lo quehiciste, está mal, no dudes en echar para atrás

y corregirlo. Pero, si es tuya la razón, no tedejes llevar por la opinión de la mayoría.Recuerda que el pueblo con pan y circo, o concarne y fútbol, no ve la decadencia.

Ricardo seguía con la cabeza gacha mirandocomo los gorriones comían las migajas.

Y su padre continuó:

–Los principios de un hombre son como lavirginidad de una mujer. Cuando se pierde, espara siempre. No se pierde de a poquito. Yaunque después se quiera arreglar, esimposible. Lo mismo sucede con los principiosde un hombre. No puedes ceder un poco cadavez. Cada vez que te vendes, te vendes del todo.

La voz de su padre cambió, sus ojos veían lejos:

–El mejor consejo que puedo darte es queaprendas a perdonar los errores. Los de losdemás y sobre todo los propios, los tuyos. Ellosnos acompañan por la vida.

Ricardo miró a su padre. ¡Qué grande era eseviejo!

Sí... Era el ocaso de los dioses. Pero éste,como los mitológicos griegos, era todo un diosy todo un hombre.

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Ricardo ya trabajaba.

Su vida había cambiado. Estudio, trabajo,familia, novia...

Solo tenía cinco horas para dormir.

Esa noche, al volver de PreparatoriosNocturno, fue hasta la cocina para comer algo yluego subir al dormitorio.

Poco después apareció su madre, pálida,desorbitada:

–Está muerto...

A Ricardo le pareció que la voz la traía unviento helado... y quedó estático.

Y así quedaron mirándose madre e hijo.

Su padre murió como había vivido: sin darmolestias.

Sin agonía pasó del sueño diario al eterno.

Lo velaron.

Vinieron los amigos del viejo, los de Ricardo,los de su hermana, los compañeros humildesdel trabajo.

Pero ningún jefe o director... ya no se lepodía utilizar.

El día siguiente al entierro, su madre le diovarias carpetas y una caja a Ricardo.

Así lo había pedido su padre.

En ellas estaban los papeles del viejo.

Los trámites de una jubilación que aún nohabía cobrado.

El título de propiedad de esa casita.

Y unas hojas donde contaba su vidasolicitando a su hijo que las leyese a solas.

Abrió la caja.

Ricardo encontró las piezas de un juego deajedrez, eran hermosísimas...

Su padre las había tallado sin que él lo viese.

Sólo faltaba terminar el rey blanco... lamuerte le había dado jaque mate.

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No fuiste mi primer hijo ni tu madre laprimer mujer.

Al volver al pueblo había hambre.

Los soldados tenían dinero y las muchachasse daban para tener comida y protección.Hubouna que vivió conmigo y quedó embarazada.

Sentí temor de esa responsabilidad y la dejé.Ella se hizo un aborto y murió a causa de él.

Conocí a tu madre, ella todavía era menor ysu familia no quería que se casara conmigo.

Nos fugamos a América, y aquí nos casamos.

Empecé a trabajar en el astillero.

Tú habías nacido y ya teníamos ahorradopara volver a nuestro país.

Estalló la crisis mundial, perdí el trabajo, losahorros. En todas partes había paros.

Me ofrecieron ir como rompehuelgas... y fui.

Mi familia necesitaba comer.

Y si no entré fue porque tuve miedo de lospiquetes huelguistas.

::::::

Ricardo fue al mirador y comenzó a leer lahistoria:

"Hijo...

Sólo he sido un hombre más en el caminoque le tocó recorrer, tratando de olvidar loserrores cometidos en él, y de obtener el pan decada día para los suyos.

De mi infancia y juventud muchas cosasconoces, ya que en las frías noches te las contéjunto a la cocina de leña.

Pero debes saber otras que nunca quise traerde vuelta a la superficie.

Serví en la guerra y maté seres que niconocía ni me habían hecho daño alguno... yme sentí normal al hacerlo, como si cumpliesecon mi trabajo.

Abusé de mujeres y robé el alimento de losvencidos avanzando como triunfador.

Y me escondí retrocediendo cobarde cuandola suerte se volvió adversa.

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PADREPADRE

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Luego en una carpintería, al saber que teníaun hijo pequeño, la mujer encinta y que yo eraebanista, me dieron trabajo... de limpiador ybarrendero. Y lo acepté.

La crisis pasó, el aserradero mandó buscar alos obreros y oficiales que había echado. Vimosque la mayoría de los jefes y capataces habíanpermanecido allí... y tuvimos que aceptar lascondiciones que nos ponían. Nació tu hermana,compramos esta casita y la pagamos consacrificios.

Al tener cuarenta años tuve una aventuracon otra mujer. Tu madre lo supo. Sufrió, y esees otro de mis errores. Tu madre siempre siguióa mi lado como una compañera fiel...

Y frente a ustedes me hizo ver más grande delo que era.

Pero, sólo fui un hombre más...

No me idealices ni me juzgues frente a unideal.

Hasta siempre hijo."

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Ricardo sacó de su bolsillo unos papeles ylos tiró a la oscuridad. Sintió que algo mordíael anzuelo y fue sacando lentamente el hilo.

Un fuerte y grande mito colgaba de supunta. Pero las hojas se le habían adherido yno lo dejaban moverse... agonizaba.

–Es el Mito más hermoso que ha sacado. –dijo Pedro– Muchos lo han traído a lasuperficie y lo vuelven a echar.

–Así luce en la penumbra de la noche. –comentó Ricardo.

–Cuando son niños, –siguió el pescador– loven enorme y le temen; jóvenes creen que novale la pena tenerlo cerca, mayores deseanhaberlo tenido más, y viejos comprenden quesólo es un mito más. Quítele el anzuelo alsuyo... es muy hermoso para dejarlo agonizarpor unos papeles.

El pescador se fue.

Ricardo quitó el anzuelo y las hojas a esemito. Lo acarició... devolviéndolo a su lugar.

Y dejando la caña donde siempre... retornóa su camino.

...oo0oo…

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Agosto de 1950

En las calles aledañas a Plaza Independenciase juntaba lo céntrico, lo bohemio y loinnombrable.

Allí estaban, próximos los mejores hoteles,excelentes restoranes, bancos centrales, agenciasde viajes, oficinas gubernamentales, tiendas,locales para regalos, la estatua del héroe nacional,burdeles, amuebladas, casas de empeño, miserablespensiones, yiras... y todo lo que el ser humano enel día desea comprar y en lo noche ocultar.

Por sus calles pasaban los tranvíasalumbrando cada tanto las escenas nocturnas,cortando con sus ruedas la basura ydespertando con sus campanas a la realidad.

Ricardo estaba frustrado. Ya tenía veinteaños, pero aún seguía perteneciendo a esegrupo de seres extraños que en su juventudhacen de la lucha diaria, las ilusiones, el amor yel sexo, un ideal, un mito.

Y en el término de pocos meses se habíanacumulado los golpes de la realidad:

Su padre, amigo y consejero, había muerto.La mujer a quien había ofrecido su amor, lohabía dejado. En los estudios, el fracaso lohabía acompañado. Y en el trabajo, sin razónalguna, lo habían despedido.

MALENA

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07 MALENA

Para eso... están esas mujeres...

Cuando Ricardo llegó esa noche oscura a laentrada de la escollera tuvo un sobresalto: Lareja estaba cerrada.

Temió que ese desahogo de ahondar en losrecuerdos lo hubiese perdido como tantas cosas.Empujó el portón y éste se abrió con un chirrido,como un lamento desde lo profundo. Y élpenetró por el sendero hacia el asiento de piedraen medio del espigón, de la noche, de lapenumbra.

Cerca del faro, en su punta se veía la figuradel pescador. Pedro le saludó de lejos, pero no seacercó. También él estaría pescando... onecesitaba estar solo.

Ricardo encontró la caña donde siempre y.con un amplio voleo lanzó la línea a laprofundidad. Por un instante le pareció que elanzuelo gris tenía reflejos azules y que lacarnada ocre se movía contra la tenue luz de lasestrellas.

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El cigarrillo acabó. Estaba tomando el coñac,reconoció el buquet y agradeció al cantinerocon una mirada.

A medida que la bebida le iba haciendoentrar en calor sentía deseos de estar con unade esas mujeres.

Siempre las había rechazado, les teníacompasión, pero... ¿Acaso eso no era soberbia?Él podía rechazarlas, pero...

¿Quién era él?

Un estúpido idealista que dejaba de vivir larealidad por correr tras los sueños. El portadorde un mito encarcelado en el fondo de su alma.De un mito de pureza, de amor, de justicia, delucha, de superación. Y todo lo había perdido,todo... sólo le quedaba el mito del sexo.

¿Una de ellas?... ¿Por qué no?... ¿Acaso seríapeor?... ¿Y quién era él, sino un hombre más?...Sólo un hombre más.

Miró al bolichero y pidió lo mismo. Apoyó lacabeza contra la ventana, vio que una mujersalía de su columna y caminaba al lado de unhombre, éste no le hizo caso y ella volvió a suescondite. La reconoció, le decían Malena. Erauna de las más bonitas. Al pasar por allí,muchas veces se había preguntado qué hacíauna mujer así en esa calle.

Ricardo venía por la avenida. Detrás de lasventanas de los bares los noctámbulos seentibiaban con un café.

Cruzó la plaza. Bajó hacía la parada deltranvía. Al llegar a la esquina, su alma debohemio le hizo entrar en un bar. Las caras delos clientes le indicó que eran caficios.

Se sentó junto a la ventana. El bolichero seacercó.

–Buenas noches, señor. ¿Qué le sirvo?

Había pronunciado señor como si nunca lodijese. Era el único rostro decente, pero teníaun rictus amargo.

–Buenas noches. Un coñac, por favor. –lerespondió.

Luego sacó un cigarrillo. El hombre se loencendió, era una amabilidad poco común y leagradeció.

Ricardo miraba a través de las cortinas. Vio alas yiras refugiadas tras las columnas delEdificio Monte Piedad. Cada vez que unhombre pasaba por la vereda, salían comofantasmas de su rincón y lo acompañaban unospasos ofreciéndose como mercadería.

Sonrió triste. Las compadecía tanto comodespreciaba a los caficios que desde ese café lascontrolaban.

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MALENAMALENA

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Ricardo pagó y subió tras ella.

La figura exageradamente sexual de la mujerle despertó sentimientos eróticos. Nunca anteshabía tenido relaciones... y menos con unaprofesional.

Entraron a un cuarto. Ricardo se quitó elsobretodo. La mujer se iba desnudandomaquinalmente, sin recato, sin gracia. Miró almuchacho y, sonriendo, le dijo:

–¿Te vas a desnudar o piensas hacerlo vestido?

Ella se había quedado en ropa interior.Ricardo enrojeció. Miró a Malena, erarealmente una hembra apetecible. Se desnudóacostándose con ella.

Pero le molestaba todo: la cama, la luz, elolor, el radiador de querosén, el cuarto. En unrincón había una mesa con una palangana yuna jarra esmaltada.

Miró la ropa de ella sobre una silla y la de élen otra. Era un cuadro deprimente, miserable,repugnante.

La mujer empezó a acariciarlo sexualmente,pero lo hacía de una manera artificial,mecánica. Se sentó sobre él y se acercó a la caradel muchacho. Se enderezó molesta:

–¿Qué te pasa?... ¿Tomaste?

–Sí... Para darme coraje... Es la primera vez...

Se tomó el coñac de un trago y pidió otro.Notó que el último era barato. Comprendió queen la filosofía del cantinero, éste veía queRicardo estaba llegando al fondo del abismo,allí donde no importa el valor de las cosas.

Pagó. Salió a la calle. Cruzó a la vereda deenfrente. De atrás de las columnas salían lasincitaciones. Hacía demasiado frío paracaminar contra el viento. Él iba hacia dondehabía visto guarecerse a Malena. La oyó:

–¿Vamos, viejo?

Ricardo se detuvo. En su mente giraban losrecuerdos y la vida decente, la amargura y eldeseo. Ella repitió:

–¿Vamos?... ¿Qué esperas con este frío?

Malena notó que él la miraba con deseo,pero también con temor. Comprendió que erajoven y sonrió.

–Vamos...–dijo tierna– Te costó decidirte.

Sin contestar, Ricardo cruzó al hotelucho deenfrente. La mujer abrió la puerta. Una escaleraempezaba a pocos pasos.

En el pequeño zaguán, un viejo sentandojunto a un pobre hornillo se envolvía en unabufanda. Miró a Ricardo. Malena codeó a éste,diciéndole:

–Dale cinco pesos.

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MALENAMALENA

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–Perdoname, muchacho. Tengo que seguir. Yotra vez no tomes: El coraje no viene en botellas.

Ricardo sacó seis pesos y se los entregó.Malena los puso en la cartera junto con la fichade Sanidad y se dirigió a la puerta para abrirla.Ricardo venía detrás. Recordó las palabras de lamujer. Sacó cinco pesos más, la tomó del brazoy se los dio. Ella lo miró asombrada, y losguardó mientras le murmuraba:

–Gracias... pero me has dado mucho másque eso.

Se abrigaron y salieron. La garúa caíaempujada por el viento. Malena corrió paraenfrente. Ricardo fue hacia la parada deltranvía. Al llegar se dio vuelta. Vio a Malenaentrando en el cafetín... y se sintió más vacíoque antes.

::::::

Un sábado de tarde, Ricardo estaba en uncine del centro donde proyectaban una famosapelícula de dibujos.

Escuchó detrás suyo una dulce voz infantilhaciendo preguntas. La persona que laacompañaba le respondía con dulzura maternaldando explicaciones de amplia cultura.

Ricardo en primer momento dudó, pero a latercera vez de oírla se dio vuelta... era Malena.

–¡Si serás pelotudo!... Tan buen mozo y tanbobo.

Ricardo se sintió como un niño que loreprochasen por una falta desconocida. Sinembargo, con el esfuerzo de ella, él algo reaccionó.Malena volvió a mirarlo con ternura. Agarró sucartera de la mesita de luz y sacó algo:

–Seguro que no trajiste condón. Es un pesomás.

Ella se lo colocó y, luego de una agitación másmecánica que apasionada, él pudo medianamentecumplir.

La mujer se levantó y se dirigió hacia lamesita. Puso la palangana en el suelo y,vertiendo un líquido rojizo desde la jarra,comenzó a hacerse la higiene delante de él.

Ricardo la observaba como si estuvieseviendo un film de otro mundo. No atinaba ni amoverse. Ella lo miró y le dijo:

–¿Qué esperas? Tendría que cobrarte eldoble. Vístete.

El muchacho obedeció sin chistar. Se sentíainsatisfecho, mal. No había sido lo maravillosoque decían los demás. La mujer, ya vestida, leayudó a ponerse el saco y el sobretodo. Leacomodó la bufanda alrededor del cuello. Y leexpresó con una sonrisa comprensiva:

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MALENAMALENA

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Y la criatura, una hermosa niña que separecía a ella.

Malena estaba vestida y arreglada formal. Noparecía ser la misma. Era una madre.

Ella lo miró, sus ojos dijeron que lo habíareconocido, pero ni siquiera esbozó un saludo.

La película terminó y el público salió con eltropel típico de cuando hay niños.

Ricardo se apuró y fue a comprar unoschocolates. Salió a la calle.

Vio que Malena y su hija esperaban elómnibus en la esquina.

Se acercó a la niña y le dio los dulces.

La madre le indicó la consabida frase:

–¿Qué se dice?

–Gracias, señor. –expresó una infantil vozcon alegría.

–Gracias, señor... –repitió una maternal vozemocionada.

–Por nada, señora. Soy yo el que le da lasgracias.

Y acariciando el pelo de la niña, Ricardo sedio vuelta marchándose.

Al dar unos pocos pasos, oyó a sus espaldas:

–Mamá... ¿Quién es ese señor?

–Un hombre.

::::::

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MALENAMALENA

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::::::Ricardo, sintió el salpicar del agua salada.

En la punta de la caña un mito se zarandeabade un lado para otro.

Recién se dio cuenta que tenía a Pedro, elpescador, sentado a su lado.

No sabía desde cuando, y éste le dijo:–Sáquelo y devuélvalo. Ese es un mito que

muchos han tenido... aunque, siempre vuelve amorder cualquier anzuelo.

Ricardo se lo desprendió con facilidad.Al arrojarlo de vuelta a su lugar, murmuró

a Pedro:–Cincuenta años después sigo preguntándome

que quiso decir Malena y cuales son losverdaderos valores.

–Usted sabe la respuesta, pero hay otrosmitos que aún debe sacar. –dijo el pescadorperdiéndose en la oscuridad.

Ricardo dejó la caña donde siempre.El mito que había sacado esa noche a la

superficie aún giraba en ella de un lado paraotro... pero, dando un salto, volvió a lo hondo.

Ricardo se dirigió hacia la ciudad... la rejaseguía abierta.

...oo0oo...

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::::::

Desde 1930 a 1950 los jóvenes estudiantes desecundaria y preparatorios tuvieron unacaterva de profesores que de educadores sóloostentaban el nombre.

Salvo excepciones recordadas con cariño yrespeto, la mayoría de ellos eran profesionalesfracasados que a través de la política obtenían yse anquilosaban en un cargo.

Desquitaban su frustración en los alumnoshaciéndoles memorizar definiciones inmutablesa fin de no molestarse en razonar y poniendofreno a cualquier progreso.

Tiempo pasó para que surgiese la nuevageneración de profesores que, saliendo de unInstituto, formaban a la juventud y no la tullíancomo aquellos viejos frustrados.

Ricardo perteneció a lo juventud de laprimera época.

Era un muchacho romántico, idealista... yvaronil.

En ese entonces se daban seres donde seconjugaban al mismo tiempo valores de purezasobre la amistad, el amor, el sexo... y un orgulloviril, bohemio y de hombría.

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LA FRANCESA

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08 LA FRANCESA

Estudia... Si quieres vivir mejor

Esa noche el mar tenía un vaivén lento yrítmico, las olas al golpear contra el muro derocas salpicaban sin fuerza para volver abuscar su origen rapidamente.

En el asiento del medio del rompeolas estabaPedro viendo la oscuridad.

Ricardo, al sentarse, dio con el pie en la cañade pescar y ésta rodó al borde de la escollera.

–No la rompa ni la deje caer, –dijo elpescador– es la que le permite buscar los mitosen la profundidad.

–La golpeé con el pie sin quererlo, –respondió Ricardo– cuando debería haberlatomado con las manos.

–Es humano... a veces se destruye con los pieslo que se hace con las manos. Pero está sana...eche el sedal.

.

::::::

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Ricardo rió del casi y le peinó para atrás unamecha de pelo oxigenado a la Francesa. Lo hizocon cariño.

En la vieja había algo maternal y lo trataba aél con sano afecto.

–No, Francesa, perdóname. No es por asco.Es que no me gusta basurear el amor nicomprar por un rato el sexo..

–Muchacho... –dijo ella con ternura–Mientras puedas, sigue así. Hasta a nosotrasnos da vergüenza decir lo que hacemos. Peroeste país es como mi Francia. Tout va tres bien,mientras tengas los sentimientos en laizquierda y la cartera en la derecha. Hasta la leyrespecto a la prostitución tiene un reglamentocínico. Es permitida y controlada pero la mujerque la ejerce no tiene cédula de identidad, o seano es un ser social... ¡Vive la igualité! Sinembargo, si se casa se le da cédula y puedeseguir en su oficio aunque el marido laexplote... ¡Vive la Liberté! Se le puede deteneren cualquier momento para revisar su tarjetade control, pero si está con un hombre se ledeja en paz... ¡Vive la Fraternité!

::::::

Ese examen y el Carnaval cayeron en los díasfinales de febrero.

A la cinco de la tarde los llamados profesoresse retiraron haciendo burla del mal acontecidoa los alumnos.

Los estudiantes formaron grupo en el patio.Uno de ellos, con sonrisa de resignación, paraanimar el ambiente dijo ir a lo de la Francesapara olvidar la penas. Y salieron a la callebajando los gastados escalones del instituto.

La casa de prostitutas, forma elegante dedecir quilombo, estaba cerca de las calles Sierray Lima.

Ricardo fue con sus compañeros y, como enotras ocasiones, se quedó en el patio mientraslos demás estaban en los cuartos.

A esa hora era difícil que aparecieran másclientes.

La Francesa cerró la puerta cancel y se sentójunto a Ricardo.

–Hola, Rubio. Como siempre miras vivir... Sino te gustan ésas, hay una botija recién llegada,casi nueva.

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LA FRANCESALA FRANCESA

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–Yo era una muchacha charmant. Pero vinoese macró. Hasta tuve una nena. –miró aRicardo con dulzura– No digas nada. El edificioque está en Benito Blanco, es mío. La nena mela crían unos amigos. Cuando yo muera serátodo para ella. Nunca sabrá que soy su madre.La voy a ver cuando va a misa, en el parque deenfrente. Es tan linda.

Los dos se quedaron callados, Ricardo lepreguntó:

–¿Por qué me has confiado todo esto?

–Porque sé que no hablarás. Eres diferente ala mayoría. Además, aunque hablases nadie telo creería, dirían que fueron bromas de una locavieja. Pero, un día lo contarás y quizás te creerán.Así es la vida... y la vida es un quilombo.

La Francesa se paró despidiéndose con vozfalsa. Ricardo levantó la vista.

Vio unos clientes entrando por el zaguán.Dos eran profesores y el otro un bedel deInstituto. Sonrieron nerviosamente.

La matrona los llevó a unos cuartos dondelas mujeres estaban desocupadas.

Esta vez Ricardo rió, agregando burlón:

–Sí, tenemos la cosa perfectamente organizada.

–Ma oui, –siguió la Francesa– todos losviernes a la Asistencia para la revisión. Todaslas noches nos visita un inspector de sanidad, aquien hay que darle una propina. Y lo únicoque nos falta es tener la jubilación.

–La merecen más que las que se jubilan porley madre. –dijo él– Ustedes trabajan todos losdías, horario nocturno y son el único serviciopúblico que deja satisfecho al cliente.

En esta ocasión fue la Francesa quien rió, yagregó:

–Además, tenemos escalafón: Si trabajamosen la calle, somos yiras. En la casa,quilomberas. En un café, ficheras. En uncasino, minas. En apartamento, mantenidas. Yun montón de nombres. Tenemos más que laVirgen María.

Ricardo volvió a sonreír ante la ironía y ledijo mirándola:

–La verdad que debes haber sido muybuena.

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La función empezaba.

A Ricardo le vino a la memoria el inicio de laópera Los Payasos: "La gente paga"...

Los muchachos dejaban los cuartosescandalizando. La Francesa les pedía orden.Salieron a la calle Sierra.

Estaban colocando faroles y guirnaldas.

Un amigo gritó:

–Ricardo, anímate. ¿En qué estás pensando?

–En que ahí adentro... todo el año es carnaval.

::::::

Años después Ricardo, con más golpes ymenos ideales, se enteró que la Francesa habíamuerto. Fue a la casa cercana a Sierra y Lima.Le dijeron donde ella reposaba.

Se acercó al cementerio y llegó hasta latumba.

Sobre ella sólo había una simple cruz decemento y un trozo de marmolina que decía:

Juliette Jesuis.

Sin fechas, sin recordatorios.

Ricardo miró esa tierra que cubría la quehabía sido la tierra árida donde habían dejadosus semillas estériles todo una generación.

:::::::

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::::::

Ricardo sintió que la línea se movía. La fuesacando lento.

Por un momento quedó colgando del anzueloun mito con reflejos amarillos. Ni siquiera losalpicó.

Luego se soltó del gancho y cayó volviendo alas profundidades.

–Es de los que han mordido muchas veces elanzuelo, –dijo Pedro– y a fuerza de tantohacerlo lo hacen sin herirse ni quedar en él, peroles atrae la carnada... así es la vida.

–Sí... –Ricardo afirmó meditando– Ycomprendo que debo contar eso. Quizás otros locrean. Ella lo dijo.

–Así es, –agregó el pescador mientras semarchaba en la penumbra– y piense que mitofue más importante... ¿el de aquellos que sedecían profesores o el de ella?

Cuando Ricardo se fue, ya la noche moría.

...oo0oo...

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EL SISTEMA

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::::::

Ricardo, luego de lo sucedido con don César,aquel viejo conocido de su padre, no deseabacomprometer a éste una vez más pidiéndoletrabajo entre sus amigos.

Fue a hablar con don Roque, el dueño de labarraca, quien le pagaba por hacerle planos quefirmaban otros.

El señor le ofreció más por los dibujos, perono un trabajo fijo. Ricardo se sintiódefraudado, no por la negativa sino porque leduplicaba lo que acostumbraba retribuirle.

Y comprendió que había sido aprovechadopor alguien a quien creía respetable y que leestaba haciendo un favor.

Don Roque le recomendó con un líderpolítico de la zona. Ricardo, como su padre, noera amigo de favoritismos. Pero, por no hacerun desprecio al viejo, fue.

El politiquero lo recibió con la consabidaperorata, indicándole que lo ubicaría en unadependencia estatal... pero debía ayudarle enese club para las propagandas y obtención demás votantes para las próximas elecciones.

A Ricardo le parecía que ese hombre le habíapuesto un collar y le estaba enseñando a hacermorisquetas.

09 EL SISTEMA

El hombre que obra bien es respetado.

Caía una fina garúa cuando Ricardo bajó enel puerto.

Sin embargo la llovizna desapareció alaproximarse a la escollera. El camino y laspiedras fueron secándose.

El faro en el extremo del espigón brillabaintensamente a través de los cristales lavadospor la lluvia.

Ricardo se sentó y tomó la caña que estaba asu derecha, Aún tenía la fresca humedad delchubasco reciente y la disfrutó mientras enviabaen un amplio vuelo el sedal.

Pedro llegó y, sentándose, le dijo consatisfacción:

–Agradable noche para sacar mitos. Cuestacomprender que toda esa profundidad que nosrodea se llenó con el agua que caía del cielo...gota a gota, día a día, año a año.

–Golpe a golpe, –completó Ricardo– y comodijo el poeta: llanto a llanto. Y en esaprofundidad nació la vida... Y desde el principio,unos seres se unieron y otros se devoraron.

–Esté atento, la línea se agita. Ya deben estarmordiendo.

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De pronto salieron de las calles aledañaspatrullas y milicos que los detuvieronllevándolos a la comisaría.

–Solamente en patota podían ganarte. –dijoel comisario a Ricardo– Andá, botija. Estos novolverán a ir juntos.

::::::

La comisaría de la seccional 24 seencontraba en la mitad de la cuadra, en unacalle que subía rectamente.

Costaba llegar a la comisaría, siempre sehacía con la respiración agitada, así se fuesepor algo sin importancia.

En la esquina había un boliche del cual salíala caña para olvidar sus penas los presos ycalentarse el cuerpo los milicos en la fríasnoches.

Era un boliche de altura... para llegar al barhabía que subir seis empinados escalones.

Diagonal con él estaba el almacén. Allí lospolicías y los botijas mandados por losdetenidos podían comprar algo extra paracompletar las menguadas raciones oficiales.

El fondo de la comisaría colindaba con el dela iglesia, donde las desafortunadas, y a vecesgolpeadas, mujeres de los presos rezaban alSeñor de La Paciencia. No se sabía si era paraque los soltasen o los dejasen más.

El caudillo le dijo que esa noche lo esperabaen la reunión. Que con tendría beneficios sinabandonar sus estudios.

–¡Señor!... –practicamente gritó Ricardo,yéndose– yo no me vendo. Quería en trabajo,no un acomodo.

El demagogo enrojeció asombrado, y cínicole endilgó:

–Muchacho papanata... ya aprenderás.

Cuando contó lo sucedido, sólo lo apoyó supadre. Los demás: amigos, madre, hermano,novia, lo creyeron tonto o le dijeron si no habíapensado en las consecuencias.

::::::

Esa noche Ricardo caminaba con su tabla alhombro. Había huelga y los transportesllegaban sólo hasta la Curva.

Llegando a la calle Holanda vio surgir de lapenumbra una pandilla. Con tabla como escudoy la regla T como garrote, se dispuso adefenderse. El cabecilla rió y le dijo:

–Así que sos el guapo que ofendió alsecretario. Vamos a ver si con unos golpesaprendes a respetar a la gente importante y sete salen del balero las estupideces.

Se arrojaron en gavilla dándole golpes,mientras él le daba con la tabla y la regla la cualenseguida se partió.

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El primer barrio donde aparecieron laspatotas fue en un suburbio formado porfamilias que venían del interior del paísbuscando la solución a su pobreza, sólo paraver que lo único que habían hecho eracambiarla por la miseria.

Los hijos de esos hogares, tenían queresultar frustrados e inadaptados proclives alpandillaje.

Sin embargo, tan rápido como surgieron laspatotas, fueron desapareciendo.

El comisario de esa seccional era FlorencioVerdugón. Y en su historial constaba unacualidad poco común, más aún en la policía,era correcto y humano.

Un hombre fornido, que apenas llegaba a1,65 metros de estatura, de 45 años, miradapenetrante y pocas palabras.

Estaba casado y tenía una hija de 16 años.

Dada la eficiencia, lo fueron rotando por lascomisarías en que existiese ese flagelo. Y dondeél llegaba... se acababa.

El sistema era sencillo: Hacía una redada ydetenía toda la patota. Encerraba los patoteros,juntos, en una celda. En otra a la vista, poníanal cabecilla y al de menos categoría.

Frente a la iglesia estaba la plaza. Susasientos servían a los policías para hablar conlas minas en la noche.

Junto al templo estaba la cervecería, en laotra esquina la bodega de vinos y cerca, unquilombo y la seccional judicial.

Tres cuadras más abajo se hallaba laAsistencia, desde la cual subían lo heridos delas riñas, o llevaban a los que "habían tropezado”en los escalones de la comisaría.

Ese era un barrio donde el cura, el juez, elpracticante de la Asistencia, el bodeguero, elcomisario, y algunos más, en las noches sesentaban en el boliche o en la cervecería paracharlar, mirando las lejanas luces de la ciudad.

Donde los criminales eran enviadosrápidamente para la Central, ya que sus delitosavergonzaban al barrio y a la comisaría.

Pero, llegó una época en la cual se confundióreo con prepotente, malevo con malandro, barracon patota. Surgieron jóvenes camorristas queatemorizaban a los transeúntes nocturnos,llegando hasta la violación y apaleo.

Eso duró poco. Hubo un hombre que terminócon las patotas: Don Florencio Verdugón.Comisario de policía. Profesión: Instructor deEducación Física y ex-boxeador.

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Y hasta a jugar básquetbol con losmuchachos y Ricardo en el patio del colegio.

Pero fue lo suficiente para ganarse laadmiración del barrio. Y en ése difícilmente seadmiraba a un policía.

Causó extrañeza saber para donde lomandaban.

Lo enviaron a un barrio residencial, conavenidas que tenían flores en su centro, conhermosas calles donde, en grandes terrenos yrodeadas por hermosos jardines, se levantabanquintas señoriales y mansiones aristocráticas.

Allí vivían capitalistas, ganaderos, banqueros,grandes industriales, políticos de renombre yembajadores.

La comisaría era de paredes en ladrillo visto,tenía una fuente, paredes pintadas, finosmuebles, sólo dos celdas espaciosas, ydormitorio para los agentes fuera de servicio.

Inexplicablemente, en esa zona tambiénsurgieron las patotas. Pero no estabanconstituidas por los frustrados hijos de pobreshombres fracasados y mujeres amargadas.

Por lo contrario eran los hijos de familiasbien, de padres pudientes y poderosos, demadres instruidas y adineradas, educados enlos mejores y más caros colegios privados.

El comisario se ponía un par de guantes deboxeo y hacía colocar otros a los dospandilleros. Luego les decía:

–Ustedes se creen guapos y les gusta pegar ala gente. Vamos a ver lo valiente que son.Peleen hasta que uno quede en el suelo.Cuando salga ése, entrará otro. Si no boxean, loharán conmigo... y yo soy profesional.

Pocos se negaban a pelear. Cambiaban al veral rebelde ensangrentado por un puñetazo deFlorencio a la nariz.

Al terminar, nuevamente los ponían todosjuntos. Nadie vuelve a ser amigo de alguien quele ha pegado en la cara.

En la mañana hacía correr la voz que a lasnueve iba a soltarlos, y la gente formaba una filapor donde pasaban los patoteros entre burlas.

Muchos amenazaban, pero a Don Florenciole sobraba coraje para ir solo y desarmado.

::::::

El comisario Florencio Verdugón estuvopoco tiempo en la seccional 24. Quizás el barrioera tranquilo, o la fama se anticipaba a sullegada. Permaneció menos de un mes.

Apenas le dio tiempo para tomar unas copascon el cura, el bodeguero, el practicante, el juezy algunos más.

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Al abrirlo halló fotos de su hija en actosdepravantes. Una nota decía:

"Desaparecen los archivos y desaparecen losnegativos"

No lo hizo. Renunció y dijo a los periodistasel porqué. No se publicó, los dueños deeditoriales son poderosos.

Don Florencio se equivocó. Su sistema nopudo con el sistema. Creyó que estaba en unacomisaría suburbana. Porque en los barriosbajos, y aún entre los enemigos, se respeta a unhombre de verdad.

::::::

Sólo podía haber una explicación: Les atraíala excitación para su aburrida y fácil vida,además de dar rienda suelta a sus bajosinstintos ocultos bajo su capa de educación.

Los ataques de esas patotas llegaron alescándalo, pero ningún comisario de allíarriesgaba su cómoda posición.

La prensa comenzó a reclamar. Fue cuandomandaron a Florencio Verdugón, quien llegócon su sistema.

::::::

Don Florencio se colocó los guantes deboxeo, los niños bien lo miraban despectivos...

Y la jefatura se llenó de una caterva deabogados reclamando por los derechos de esosmenores y con demandas por abuso de autoridad.

Nunca se vio tantos abogados. Y tantosperiodistas. Él no se acobardó. No aplicaría susistema, pero permanecerían detenidos esanoche. El suceso salió en primera plana.

El día siguiente el comisario Florenciorecibió llamadas de altos jerarcas, sugerenciasde sus superiores, y hasta ofertas de bienes, sihacía desaparecer los legajos.

Esa noche volvió a detener otra pandilla deseñoritos, y llamó a los diarios. Las patotasdesaparecieron también allí.

El lunes, el comisario recibió un sobre.

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Ricardo sintió el salpicar del agua fría.

En el extremo del aparejo colgaba lo sacado.

Y oyó a Pedro decir:

–Esos son difíciles de encontrar. Muchos lomordían en tanto salía, pero no lo vencieron.Quítele el anzuelo, no lo deje agonizar. Losdemás lo devorarían si cae moribundo.

Ricardo así lo hizo. Con respeto lo devolvió asu lugar.

–La noche fue linda para sacar mitos. –musitó Pedro, yéndose– Y admirable el que sacóy devolvió.

Ricardo dejó la caña y, meditando, tambiénse fue.

...oo0oo...

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LAURA

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

Laura vivía en la calle Maracaibo, cerca de labiblioteca del barrio La Curva. Era hija deLewis Loveston y María Arisprieta, él un inglésdel frigorífico y ella una bella criolla.

Laura tenía la elegante esbeltez de su padre,su cabello rubio y los ojos claros.

De su madre heredó la belleza, la carnosaboca, el pelo ondulado y sus sentimientos criollos.

Un día vio a Ricardo saliendo de la bibliotecay le atrajo. Lo conoció realmente y pudo estarcerca de él cuando fue al liceo.

Pero él sólo era su amigo y siempre la ayudabaen sus dificultades, fuese de estudios o físicas.

Ricardo vivía en el extremo opuesto, cerca dela playa. Ella era dos años menor que él,estaban en distintos cursos, pero normalmentese esperaban para volver juntos al barrio en eltranvía. Laura empezó a formar un sueño...

Los amigos, riendo, los llamaban novios y élseguía la broma. Laura temblaba cada vez queoía eso. Y pretendía no ver cuando él seenamoraba de otra.

10 LAURA

El hombre que obra bien es respetado.

Ese sábado Ricardo llegó a la escollera en elatardecer. El sol se estaba ocultando en eloeste bajo el horizonte del mar, el cualreflejaba los arreboles de las nubes.

Algunos pescadores recogían sus avíos y lapesca de la tarde. Eran pescadores y pecesnormales, los de siempre. Ninguno se parecíaa Pedro, y ningún pez a los mitos.

Ricardo prefirió esperar que se fuesen todosy llegara la noche para avanzar sobre elespigón. Ellos, al pasar a su lado, lo saludabanpor educación y lo miraban extrañados.

Al irse el último se dio cuenta de susmiradas, él no traía caña y su apariencia nocorrespondía a la de un pescador.

Se adentró sobre el muro de piedras y fuehasta el asiento. La noche era oscura y las olas alpegar contra el espigón retornaban haciendoremolinos.

Vio venir a Pedro. Y, antes que éste llegasetomó la caña que estaba en su lugar echandoel sedal a la profundidad.

–Lo vi arribar temprano, –dijo el pescadorsentándose junto a él– aún estaban los quepescan realidades. Hoy debe estar ansioso porbuscar un mito en lo profundo.

::::::

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–Encontraste lo que soñabas. –dijo para nomentir.

–La vida es una cosa y los sueños otra. –respondió él.

Ricardo la había cubierto de arena hasta lasrodillas pero, cuando fue a poner más arriba, secontuvo.

Ambos rieron y se sonrojaron.Ya no eran niños jugando en la playa.

::::::Jueves de noche. En la calle Grecia los

jóvenes iban tras las muchachas diciéndoleshalagos o acompañándolas.

Ricardo estaba allí antes de ir a visitar aElena. Caminaba junto a Laura.

Ella estaba vestida con pantalones blancos.De pronto, gritó furiosa.

Un mocoso había tocado atrás a Laura. Susdedos estaban marcados en los pantalones.

El botija quiso huir, pero Ricardo lo agarródel cuello.

Le parecía que las manchas las hubiesehecho en la piel de ella.

Seguía apretando. El muchacho se asfixiaba.Laura se interpuso tomándole la cara a

Ricardo y sollozando le rogó:–Déjalo... por lo que más quieras... no te

arruines...

Un día, el padre de Laura su jubiló y decidiómudarse para el Parque Centenario.

Y ella, con tristeza, se fue.::::::

Pasaron algunos años. Laura completó uncurso de enfermera y fue a trabajar en unaclínica. Mientras, Ricardo se había ennoviado yya estudiaba en Facultad.

Una noche él iba a visitar a su novia y secruzó en la calle con Laura, quien había venidoa pasar las vacaciones en su viejo barrio.Estaban hablando cuando un amigo les avisóque el padre de Ricardo se había sentido mal.

Días después, visto su padre por un cardiólogo,Ricardo fue a la playa. Allí estaba Laura. Ella sesentó mirándolo de frente. Echó la cabeza atrásy sus senos se levantaron.

Ricardo tuvo ganas de abrazarla. Pero suconciencia lo controló: Laura era su amiga.

–¿A qué clínica llevaste tu papá? –lepreguntó ella.

–A la que trabaja mi novia. Está en la calleSan José.

Laura iba a decir que trabajaba allí, pero algola contuvo.

–¿Y tu novia, cómo se llama?–Elena. Quizás la conozcas. Es nurse como

vos.

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Vieron salir de la clínica a dos muchachas. Peroquien venía con la novia del otro joven era Laura.Los novios se marcharon.

Laura y Ricardo quedaron solos en la esquina.

–¿Y Elena?... –preguntó él.

–Se quedará un poco más. Me dijo que estástrabajando en la constructora Benamires. Chao,Ricardo.

Se iba ya que estar junto a él, y en la noche, laafectaba.

–Así es. Chao, preciosa.

Ella tembló al oírlo y se marchó. Ricardo volvióal bar. El portero seguía frente a su café. Miró elfondo de la taza.

–Esa muchacha te quiere. –murmuró.

–No haga bromas... Somos amigos desde elliceo. Vino a decirme que mi novia tardarátodavía.

–Recuerda muchacho: El hombre siempredestruye lo que ama, y ama aquello que lodestruye.

::::::

Días después, la novia de Ricardo le dijo queLaura, quien iba a menudo a la Asociación deEnfermeras, le había pedido avisarle quenecesitaban hacer una obra allí.

A la mañana siguiente el muchacho llamó porteléfono pidiendo hablar con Laura.

Ricardo, al oírla, abrió las manos y el muchachoescapó profiriendo insultos y amenazas.

Luego de reflexionar en la locura que podíahaber cometido, fue a consolar a Laura. Cuandotodo se hubo calmado, recién él se marchó.

Nada contó a Elena. Sabía como pensaba.Creería que eran cosas de ese barrio.

::::::

Semanas más tarde Ricardo y su padreestaban en la clínica. Su novia le dijo algo. Peroél no la pudo oír.

En un consultorio había visto a Laura.

Ella levantó la cabeza viéndolo preocupada.Luego esbozó un saludo indiferente. Él contestóigual. Elena le preguntó si se conocían, y él sólodijo que era una compañera del liceo.

Los meses se sucedieron.

Falleció el padre de Ricardo. Lo enterraronen el panteón de la familia de Elena.

Ricardo trabajaba en una empresa constructoracomo proyectista.

Y su noviazgo seguía el ritmo de la normalidad.

::::::

Era viernes en el anochecer, y había unfestejo en la clínica.

Ricardo y otro joven esperaban en el bar. Elportero del Banco estaba frente a una taza de café

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–Pareces un ángel flotando entre las ruinas.–dijo él.

–Sí... ¿no me ves las alitas? –respondió,dándose vuelta.

Ricardo sintió latir su sangre al ver aquelbello cuerpo a la sensual luz. Ella volvió a girary avanzó hacia él, diciendo:

–Ángeles fueron los que subieron estas cosasaquí.

Se sentó en un viejo diván. Ricardo se apoyóen el borde de la jamba mirando afuera. El marreflejaba los colores del cielo. El ruido de lacalle llegaba como un murmullo. Luego él fuehasta el diván y se sentó junto a ella. Laura selevantó yendo hacia la ventana y desde allí dijoen voz baja:

–¡Quien fuera pintor para grabar unmomento así!

–Y para pintarte a ti. Así, con ese cielo... –murmuró Ricardo con voz trémula– Laura,eres preciosa.

Y, empujado por un valor sin freno, selevantó y fue hasta la ventana. Laura seguíamirando para afuera, sin moverse.

Ricardo notó el cuerpo de ella temblando, latibieza que emanaba, sus senos latir, sus manosaferradas a la ventana, su boca apretada...

Ésta le explicó que la secretaria pensabahacer reformas dentro las torres. Quedaron enque Ricardo iría a verlas el sábado de tardeluego de revisar otra obra en un balneario.

En la dieciochesca casona lo esperaba Lauray conoció a la Nena Noguera, la secretaria, unaelegante y fina señorita cincuentona quiencreyó que él era novio de la muchacha, y ambosno lo desmintieron sin comprender el porqué.

::::::

Los dos jóvenes se hallaban solos y tomandomedidas en la parte alta de la torre sur. Laurase curvaba con elegancia al agacharse parasostener el extremo de la cinta métrica.

En el centro se encontraba una escalera decaracol que se perdía en la buhardilla.

Ricardo preguntó que había allí y, al nosaberlo tampoco Laura, los dos subieron.

Ricardo se adelantó para abrir una ventana.El aire fresco entró y con él la tenue claridaddel atardecer.

Miró la habitación atestada de antigüedadessin uso que, con esa inexplicable pulcritud decasas antiguas, no tenían polvo.

Laura, parada junto a la escalera, recorríacon la vista ese museo. La luz rosada de losarreboles la iluminó.

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–Mi Laura, no llores... –la abrazó conternura– Ha sido culpa mía. Te quise como unideal y te he hecho esto–Ricardo... lo hicimoslos dos. Y soy feliz de ser tuya. Pero tengomiedo de este amor y del mundo de afuera.

–Un mundo que nos espera... tenemos quebajar a él.

Y los dos jóvenes bajaron. Luego, sonrojadosfrente a la compresiva mirada de la NenaNoguera, salieron a la calle.

Estaban silenciosos esperando el ómnibusque llevase a Laura a su casa. El vehículollegaba. Ella murmuró:

–¿Y Elena?...

–No sé... no sé. –él respiró hondo– ¿Te veomañana?

–No. Llámame el lunes. Tenemos que pensar.

El ómnibus se detuvo. Laura se dio vueltaantes de subir y le dijo con un destello defelicidad en sus ojos:

–No importa lo que suceda... te quiero.

Subió. El coche se alejó. A Ricardo le parecíaque se llevaba una parte su ser.

Cruzó la calle para tomar su transporte. Lanoche era tibia, bella... el amor maravilloso.

Pero su ceño se frunció... pensaba en Elena,su novia.

::::::

Y el perfume de su piel lo dominó.

Le dio vuelta poniéndola frente a él y,enloquecido, la besó. Ella abrió la bocadesesperada y se estrechó a él.

Y así recorriéndose mutuamente y diciendoexpresiones de amor llegaron el diván y seposeyeron con pasión... con toda la fuerzaguardada de ese amor callado por años.

::::::

Eran las siete de la noche cuando Ricardo selevantó y fue hasta la ventana. Se sintió dichosoy culpable a la vez.

La quería, la quería como siempre habíasoñado amar. ¿Pero cómo había podido hacerleeso? Él siempre la había cuidado. La habíaprotegido. Ella siempre había confiado en él.Avergonzado, no se atrevía a mirarla.

Laura se sentó en el diván.

Estaba completamente feliz. Había temidoese momento... y había sido el más hermoso.

Lo miró y se sintió parte de él.,

El aire fresco le hizo meditar: ¿Qué locurahabía hecho? ¿Por qué él no hablaba?

–Ricardo...¿Qué piensas? ¿Creerás que soyuna?... –dijo en un susurro, echándose a sollozar.

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Llegaron a una esquina alejada de la casa deLaura. Se detuvieron.

Ricardo sentía el perfume, la respiración deella... y con un nudo en la voz le musitóruborizado:

–Laura... quiero estar otra vez contigo...

–Yo también, –murmuró ella– nunca creínecesitarte tanto.

Y él la vio alejarse hasta que se perdió en laoscuridad.

::::::

Sábado de tarde. Ricardo, en su cuarto,dudaba entre ir a visitar a su novia o quedarse.

Podía dejar pasar el tiempo, pero eso nodaría una solución.

Había demasiados lazos. Una llamada deteléfono, un encuentro de su madre con Elena,o de él con el padre de ella.

Éste le dado el panteón para que descansarasu padre, le había logrado el trabajo, elarquitecto era su amigo.

Fue a visitarla y nada dijo.

Y como le había mentido a su madre en elalmuerzo, le mintió diciéndole que el domingo iríacon unos amigos a una parrillada en una playa.

A su vez, Laura dijo a sus padres que pasaríaese día con unas compañeras en un balneario.

Ese fin de semana Ricardo visitó a Elena,pero no se atrevió a decirle la verdad y calló.

El lunes en la mañana llamó a Laura en laclínica. Luego de decirse la felicidad de amarse,quedaron en verse a las seis de la tarde en elmonumento a La Carreta.

Cuando Laura colgó el aparato vio que Elenaestaba junto a ella. La sonrisa de su compañerale indicó que no había dicho nada peligroso.Elena le hizo una broma y se fue.

Laura sintió que su conciencia y sussentimientos tenían una lucha encontrada.

Recordó los años que había soñado con él.La amargura de creerlo perdido. No queríavolver a eso. Que Dios la perdonase... no podíadejar de quererlo.

::::::

Ricardo miraba el monumento.

Laura llegó y se estrechó a su brazo, reclinandosu cabeza en el hombro de él.

–¿No te lleva el gaucho en la carreta? –dijodulcemente.

–No. Hace tiempo que se fue solo... llevándosecon él todo lo que fuimos...–respondió melancólico.

Se pararon del banco y comenzaron a caminar.Iban hacía la avenida. Ni se tocaban las manos,pero cada vez que sus cuerpos se rozaban lasangre le hervía.

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Las semanas se convirtieron en meses.Ricardo, en forma inconsciente, fue amoldándosea esa anormal situación.

Progresaba en su trabajo y ya era hombre deconfianza del arquitecto. La relación con Elenase mantenía en visitas oficiales donde su mentehacía abstracción de Laura.

Estaba con Laura en un banco del parque.Ricardo se separó de ella.

Miró las piedras del camino, diciendo:

–Tengo que ir a ver un parcelamiento cercade la Laguna del Diario. Va a ser algo fabuloso.El arquitecto me dijo que fuese el viernes ypasara el fin de semana allí.

–Entonces... ¿no te veré en esos días? –susurró Laura.

Él continuó en voz baja, sin mirarla, rojo devergüenza:

–Podría ser lo contrario... pensé que vinierasconmigo.

–Ricardo... ¿Qué no daría para estar junto ati?... Pero eso es imposible. ¿Cómo voy a ir?¿Qué voy a decir?

–No te preocupes, –dijo, acariciándola– erasólo un sueño.

::::::

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Además del amor y la pasión... veíantristemente que la mentira los iba uniendo.

::::::

El domingo a las ocho de la mañana Ricardoestaba en la Curva esperado el ómnibus dondevendría ella. Irían a la playa de Pajas Blancas.

Vio su manita delicada asomando por laventanilla del transporte y subió a él.

Venía lleno de pasajeros y con esfuerzoRicardo llegó hasta cerca de ella. Laura cedió elasiento a una señora para estar junto a él.

En el balneario jugaron, se bañaron,almorzaron.

Y en la tarde, en una hondonada entreeucaliptos, teniendo por testigos el cielo y lospájaros... se amaron con pasión.

Ya en el atardecer tomaron el ómnibus paravolver. El guarda, al darles los boletos lespreguntó hacia donde iban.

Ricardo pidió para la Curva. Laura indicóhasta el Centro.

Los dos se miraron y se les llenaron los ojosde lágrimas.. En un solo instante volvía larealidad de dos destinos.

::::::

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Era señora frente a esa gente. Era la señoraprohibida de un amor prohibido.

Recordó a la Nena. No. No quería ser unarama seca y estéril de amor. Ese momento y eselugar, les pertenecía.

Soltó su cabello y bajó a esperar en laentrada a Ricardo.

::::::

Luego de almorzar, Laura y él subieron alcuarto. Querían aprovechar cada instante deamor, cada forma de pasión.

Eran como dos niños que habían hallado unnuevo juego y querían probar todas la manerasde jugarlo.

Dulcemente cansados, reposaban. Ellarecostada en su pecho. Cerca de la ingle le viouna cicatriz, y preguntó:

–¿Y esto que fue?... ¿Te operaron?

–Sí... –dijo riéndose– me operó el Pocho conuna navaja.

Laura se sentó. Los recuerdos surgieron.Comprendió. El Pocho era hermano delmocoso que la había tocado.

–¿Fue por lo de esa noche?... Yo sabía que esono iba a quedar así, –Laura seguía angustiada– ytodo por mi culpa.

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El sábado en la mañana Laura bajaba delcoche de la Nena, frente a la entrada de unos delos pequeños hoteles construidos junto a lasescolleras de Las Delicias.

La señorita Noguera había vuelto ese sueñoen realidad. Laura nunca hubiera pensado queesa mujer, conocida como secretaria adusta ysevera, le brindase la oportunidad de ser felizcon su Ricardo.

La había pasado a buscar por su casadiciendo a los padres de Laura que ésta estaríaesos días con ella en el chalet de su familia, enSan Rafael.

La muchacha entró a la recepción y,temblando, preguntó por Ricardo. El empleadorespondió con afabilidad:

–Buenos días, señora. Su esposo salió con elseñor agrimensor. Me pidió que le dijese quevolvía enseguida. Su llave, señora. El joven laacompañará a su habitación.

El muchacho tomó la valija. Laura lo siguiósin reaccionar aún de la emoción de sentirsellamar señora de Ricardo.

La habitación estaba frente al mar. Abrió laventana.

En la terraza había personas desayunando.

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–Linda muchacha. Se nota que lo quiere.Cuídela. Yo también creí tener todo. Una mujerque quería con el alma. Una hija. Pero, un día,ahijuna... un malevo me llevó todo. Ahora sólotengo mi zaino y mi perro... y ni míos son.

El gaucho retornó al presente, largó unsilbido y el caballo comenzó a volver haciaellos. Miró seriamente a Ricardo:

–Perdone la confianza. Pero los recuerdosson lerdos para dejar las penas atrás. Y al verlosa ustedes, el corazón se me volteó y los añospasados se hicieron cortos.

El zaino se acercaba y Ricardo se atrevió apreguntar:

–Y nunca más las volvió a ver?

–Por ahí dicen que el malandra se mató conella. De la botija, Dios sabrá. Esa parte de mivida se acabó.

Su voz cambió al aproximarse la muchacha:

–Señorita... ¿dónde aprendió a jinetear tanbien?

–En el vivero cerca de mi casa... el guardiánera amigo de mi padre. –contestó Lauramientras desmontaba.

El gaucho subió y se alejó saludando, el perro loseguía. Los muchachos retornaron al hotel.

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Ricardo le tomó el rostro con amor, diciéndole:

–Vino a buscarme y te ofendió. No pudeaguantar eso. Sin embargo, no me di cuentaque era porque yo te quería.

Ella se estrechó a él.

Y se amaron nuevamente.

::::::

El domingo, luego de desayunar, fueronhasta la Laguna. Aún era de los pocos lugaresnaturales. Iban caminando sobre la pinocha.Un pequeño médano descansaba sobre la mansaorilla. Se sentaron en él y fueron queriéndose.

Una respiración agitada de animal les hizogirar la cabeza. Un perro foxterrier los miraba.La figura ecuestre de un gaucho apareció entrelos árboles y se aproximó a ellos.

Laura, sonrojada, arregló su ropa. Ricardo selevantó y fue a saludar el jinete, quiendesmontó dándole la mano.

Ricardo lo presentó como el guardián dellugar. Laura acariciaba el animal. El gaucho leofreció montar en el caballo, y ella lo hizosaliendo al trote seguida por el perro.

El hombre comenzó a morder un palitocomo si fuesen los recuerdos. Rompió un trozoy dijo a Ricardo:

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Tuvo vergüenza de sí misma, de la formacomo lo quería, de lo que hacían.

De engañar a los demás, de engañar a supadre que la seguía llamando su nena mientrasque para Ricardo era su mujer.

Y, con otra evasiva, se despidió yéndose aacostar.

::::::

El lunes lo llamó desde la clínica. Quedaronen verse a la seis y media en la plaza Matriz,frente a la catedral.

Él estaba en un banco cuando la vio salir deltemplo, se levantó y la besó en la mejilla. Sesentaron junto a la fuente.

–Ricardo, tenemos que dejar.

Su voz tenía la firmeza de las cosas pensadas,se estrujaba las manos temiendo perder ladecisión.

–No. –dijo él– Yo dejaré con Elena. He sidoun cobarde en lugar de decir la verdad. ¡No tedejaré!

–Si es por lo que pasó, tú eres hombre y elerror fue mío. Papá me pidió que te llevara acasa, cree que eres mi pretendiente. Elena medijo que tu mamá le había regalado un ajuar.No podemos seguir... seríamos desgraciados.

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Cuando a las cinco y media de la tarde llególa Nena Noguera para volver con Laura a lacapital, tuvo que esperarla.

Aún estaba con Ricardo. La muchacha subióagitada al coche y, abrazando a la secretaria,exclamó:

–Señorita. ¡Qué maravilloso es amar.

::::::

Ya había llegado Navidad y los Arisprietaalmorzaron en la casa de Laura.

Al anochecer se marcharon. Laura jugabacon un jazmín en sus manos. El padre dijosonriendo:

–Laura... ¿Por qué no invitaste hoy a esemuchacho que te acompaña en el parque?

Ella creyó que el corazón le saltaba delpecho. Su amor secreto y prohibido habíallegado hasta su padre.

El inglés siguió hablándole con ternura,diciéndole que quería conocer a ese muchacho,que sería bien recibido.

Laura miraba el suelo. Había tratado que suamor con Ricardo estuviese en un mundo aparte.

Y ahora tenía a ese maravilloso viejo que laadoraba, pidiendo que lo trajese a la casa. A suRicardo. Suyo, pero de otra.

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Ricardo quiso llenar el vacío de elladedicándose con fanatismo a su trabajo y alestudio nocturno. Y seguía en una relación devisitas formales y oficiales con su novia.

En cuanto a Laura, luego de salir de la clínicase dedicaba a las obras sociales de la NenaNoguera.

Ya había pasado Carnaval. En el aeropuertolos amigos estaban despidiendo a unos reciéncasados que partían del país.

Entre las muchachas que rodeaban laesposa, Ricardo vio a Laura de espalda.

No pensó más y se acercó.

–Laura... –sólo dijo, tomándola del brazo.Ella temblaba.

–Ricardo...–su voz era un murmullo.

Se miraron a los ojos, en ellos habíasolamente felicidad.

::::::

Desde ese encuentro, prometieron nosepararse más sin importar como tuviesen quevivir ese amor. Los miércoles paseaban por elparque como dos novios más.

Los viernes se entregaban uno al otro con elfuror de su juventud.

Ese viernes, en ese cuarto, estaban máscariñosos que nunca.

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La lógica de Laura era irrebatible, Ricardo semordió los labios. Destruirían las vidas de otrosseres y las propia.

Pero sin ella... ¿Cómo podría vivir? Le pasóel brazo sobre el hombro.

Ella con un esfuerzo se lo quitó:

–¡No, Ricardo!... Ayúdame, por favor. Tequiero y no me arrepiento de haberte querido.Le he pedido a Dios que me diese fuerzas. Perosi me tocas, sé que no podré resistirte.

Se levantaron y empezaron a ir hacia la plazaZabala.

Al llegar allí ella se detuvo, él también y laabrazó.

Laura se estrechó a su cuello y lo besófuriosamente, como si quisiera dejar su boca enla de él. Era el abrazo del adiós Se separaron.

Se miraron. Ambos tenían la vista nublada. Ycon voz acongojada, Laura murmuró:

–Adiós, Ricardo. No te olvides de mí... de tuLaura.

La voz de Ricardo fue un susurro entre laslágrimas.

–Jamás... jamás te olvidaré.

Ella se fue hacía la ciudad. Él tomó para laescollera.

::::::

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Con chanzas y esfuerzo pudieron salir de allíy volver al campamento.

En la tarde se echaron a dormir unamerecida siesta.

–Ricardo... –dijo su amigo– hicimos cosasde botijas.

–Tenés razón, –contestó– uno no aprende atener juicio.

–Y se llega a viejo sin tenerlo; –agregó elbaquiano desde la entrada de la carpa– pero...¿no fue lindo jugarse la vida aunque fuese enuna bobada? El peligro es la medida delhombre. Ustedes hoy crecieron un poco más.No tenían tiempo para masticar las cosas.Aprendieron que en la vida se resuelve condecisiones. Si hubieran dudado un momento...habrían caído en la correntada y ésta se loshubiese llevado o tragado en algún remolino.

El baquiano se fue. Ellos quedaron callados,pensando. Ricardo reflexionó:

No dudar. Tomar decisiones. No dejarsellevar por la correntada de la vida.

Lo haría. Sintió alivio en su espíritu.

::::::

La caravana de ómnibus del Paseo a LaCoronilla volvía lentamente, la lluvia constantey fina dificultaba conducir.

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El domingo él iría a pasar la Semana Santade campamento y ella lo haría en una excursióna la Coronilla.

Quedaron que en ese tiempo pensarían comoencontrar una solución sin lastimar a nadie...cosa que era imposible.

::::::

La Semana Santa fue de grandes lluvias enlas cabeceras de las vertientes.

Ricardo miraba, desde lo que antes era elfarallón, como aquel manso arroyo se habíaconvertido en un enorme caudal cuya otraorilla se veía lejana.

Parecía una laguna. Se acercó Bonhome, uncompañero a quien le gustaba remar, quien lepidió ir con el chinchorro a ver corriente arriba.

El baquiano les previno que tuviesen cuidadocon los troncos arrastrados y los remolinos.

Pero eran jóvenes y fueron. A poco de salirvieron que se les dificultaba remar, lacorrentada era más fuerte de lo que creían. elpaisaje aterraba: agua hasta donde se podía ver.

Sólo asomaba sobre ella las copas de losárboles y giraban los remolinos. Cansados ytemerosos se dieron vuelta. Fuese por lacorriente o por los nervios, se incrustaron conel bote entre las ramas de un árbol.

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Los dos vehículos anteriores cruzaron elpuente abriendo un surco de agua, y losviajeros fueron calmándose.

El coche de Laura empezó a atravesarlohaciendo roncar el motor e iluminando lacorriente frente a él.

Solo se oía el salpicar del agua al abrirse porlas ruedas. Al llegar al centro de la calzada elrugir del autobús pareció ahogarse, las lucespestañearon, el chofer aceleró...

¡Y el motor se apagó!...

La gente enloquecida empezó a gritar.Algunos corrieron a la puerta gritando que laabriese.

Obligaron al chofer que lo hiciese y bajaronformando una cadena humana contra labaranda.

El río seguía creciendo, ya cubría las ruedasdel vehículo.

El último de la fila sintió que algo seenredaba en su piernas e inconscientementesoltó la mano del que iba adelante. Cayó... y lasaguas arremolinadas se lo llevaron.

Luego de eso, dentro del ómnibus surgió unaserenidad extraña. Los vecinos de Laura fueronjunto a ella diciéndole que no se preocupara.Que vendrían a ayudarlos.

Ya empezaba a anochecer. En algunosvehículos había risas y en otros se dormitaba.En uno de estos venía Laura en compañía deuna pareja de viejos, vecinos de su casa.

Había quedado con Ricardo en quepensarían en una solución. Pero se encontrabaigual que al principio. Sería mejor que dejasen.No quería ser la amante.

Pensó en Elena: era dogmática, formal,práctica, realista, cumplidora, decente... sería laesposa ideal.

La comparó con ella: una soñadora que vivióesperando, una romántica que se habíaentregado sin prejuicios.

El coche frenó. Laura vio por la ventanillaque los dos autobuses de adelante estabanparados frente a un puente.

El río había crecido y estaba pasando sobrela calzada. Uno de los choferes la cruzó, el aguale llegaba a los tobillos.

El hombre vino hasta vehículo donde estabaLaura y dijo que cruzarían el puente, que aún lopodían hacer. Algunos pasajeros gritaron yotras mujeres se pusieron a rezar.

Los choferes los calmaron diciendo que aunmás crecido lo habían cruzado. Si no, deberíanpasar la noche allí.

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–Estoy tranquila. –les respondió con vozllena de paz.

Vio a una pareja de jóvenes abrazándose.¡Qué unidos estaban ellos... y que sola seencontraba ella!...

No temía la muerte. En su alma había unadulce resignación, como si todo se hubieseresuelto.

El tiempo pasaba. El río seguía creciendo.

Desde ambas márgenes los vehículosalumbraban al que estaba en el puente. Muchose decía para hacer, pero nada se hacía.

De pronto el coche fue levantado por lacorriente y empujado contra la baranda. Losgritos de terror llegaron hasta la orilla.

El ómnibus se hamacaba luchando por no caer.Pero, volvió a levantarse, pasó sobre la baranda, sedio vuelta y se sumergió en las revueltas aguas.

Las luces alumbraron algunas formas humanassaliendo y siendo arrastradas, luego sólo un ríocorriendo.

::::::

Al otro día encontraron a los vecinos deLaura subidos en los pilares del puente deferrocarril situada más adelante. Estaban vivos,pero otros no corrieron con igual suerte.

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Las aguas bajaron. Al sacar el ómnibus lasescenas fueron dramáticas.

Estaba pegado al puente, tan cerca de la viday tan lleno de muerte.

Fueron sacando las cadáveres poniéndolosen la orilla de la carretera. El forense los lavabadel barro y luego los cubría con una manta.

Trajeron el cuerpo de Laura. Aún muerta,permanecía en ella la elegancia y juventud.

Al limpiarle el rostro y cabello, el médico nopudo reprimir su emoción:

–Parece sonreír...¡Qué linda es!... Lástima,tan joven...

Una manta la cubrió... y el sol dejó de brillaren aquel cabello dorado.

::::::

Ricardo y los muchachos volvieron antes porla crecida del arroyo y porque los ánimos nosestaban para seguir allí.

Luego de llegar a su casa, salió de inmediatopara ir a hablar con Elena.

Recordaba las palabras del baquiano:

"No tener tiempo a masticar las cosas"

En forma inconsciente se había vestido muyformal. Ella lo recibió impresionada y se colgódel cuello besándole.

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Ricardo movió la cabeza afirmando.

Su mente repetía: Sí, mi compañera... juntosen el tranvía, juntos en la playa, en el parque,en la torre... junto a él.

–Mañana la entierran. –siguió Elena– Todoslos de la clínica vamos. ¿Me acompañarás, meimagino? Pásame a buscar a las diez. ¿Y quetenías que decirme?

–Nada... ya no importa nada. –se levantó–Hasta mañana.

–¿Ya te vas? –ella le tocó el rostro– ¡Estástemblando! Seguro que te enfermaste en elcampamento.

::::::

Ricardo fue caminando hasta el puentecercano.

Se apoyó en el muro y por fin pudo llorar.

Un niño vino y arrojó una flor al arroyo.

La flor cayó en un remanso, lentamente fuehundiéndose. La sucias aguas la taparon.

En la mente de Ricardo resonaba una voz:

–No te olvides de mí... de tu Laura.

::::::

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El seguía rígido. y dijo que necesitabahablarle en el jardín.

Pensando que era otro de esos días raros deél, donde era imposible saber lo que estabapensando, lo tomó del brazo y fueron mientrasle decía:

–¿Te enteraste lo de Laura?... pobremuchacha.

Ricardo sintió como si lo golpease unaenorme maza. Le parecía estar flotando sobreun abismo. Su mente quedó vacía y la miró conojos desorbitados.

–¿No sabes nada? –ella recordó– Claro,ustedes no escuchan radio en el campamento.Estaba en el ómnibus que cayó al río. Seahogaron veinte personas.

Ricardo se dejaba llevar. Tenía ganas dellorar y no podía. Se sentaron en el sillón deljardín.

Oía a Elena narrando los detalles y sonandocomo un eco.:

–Dicen que tenía el rostro sereno... Anochellegaron los ataúdes. ¿Ella fue compañera tuya,no?

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::::::

El cielo tenía ese gris que antecede alamanecer cuando Ricardo volvió al presente.

El hilo se movía suavemente en el aguaformando círculos concéntricos.

–Puede sacar el sedal afuera, –dijo Pedro–ese mito lo tendrá siempre en la profundidad.Es demasiado hermoso para traerlo siquieraun instante al presente.

Ricardo recogió la caña y la puso a suderecha, en el lugar de siempre.

Miró el mar, ya se veían los reflejos de losarreboles del este. Y murmuró al pescador:

–Nunca la olvidé...

Giró hacia la izquierda, Pedro se había ido.

Pero estaba seguro que lo sabía... y Lauratambién.

Y Ricardo con sus mejillas húmedas,posiblemente por el rocío del amanecer, volvióa la ciudad.

...oo0oo...

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EL POCHO

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El Pocho era el mayor, luego venían dosmellizas y, poco antes de fallecer la madre,había nacido un mocoso que era temido portodas las niñas del lugar.

El Pocho fue a la escuela pública junto conRicardo y cursaron en los mismos años.

Era raro cuando no estaba con moretonesresultantes de las palizas de su padre o poralguna pelea con otros pendencieros de su edad.

Sin embargo no era un niño que se pudiesedecir malo. Por lo contrario ayudaba a loscompañeros más débiles contra los abusivosgandulones mayores.

Pero no aceptaba jamás que alguien semetiese con su familia, y salía en defensa de suhermano menor aunque éste fuese el causantedel desafuero.

El Pocho nunca fue amigo de Ricardo.

Eran distintos por completo, pero se respetabanmutuamente.

Al crecer se acentuaron las diferencias,Ricardo fue a estudiar y el Pocho a lo único quesabía hacer:

A pelear, de boxeador.

11 EL POCHO

Los malandros son peligrosos...

Era tarde y terriblemente oscuro cuandoRicardo llegó a la escollera. Con dificultad vioa Pedro sentado en el banco, en el medio de lanoche, de la oscuridad, de todo.

El pescador le entregó la caña mientras ledecía:

–Hoy le hubiera costado hallarla, aun en sulugar.

Y lanzado el sedal, Ricardo comenzó aesperar que algo mordiese el anzuelo en laprofundidad.

::::::

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LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

El Pocho vivía cerca de la bahía en unmiserable rancho de cinc y madera.

Se madre, una pobre campesina, muriócuando él iba a la escuela.

Las malas lenguas del barrio decían que fue acausa de un paliza que le dio su marido, unpolicía borracho.

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Sabía que lo que había dicho Ricardo eraverdad, que el borracho de su padre, desde quehabía muerto su mujer, cometía incesto con susdos hijas. Que su hermano era un menorpervertido, que tenía varias entrada en lacomisaría por abusar de niñas y otrasdepravaciones.

Pero no le permitiría a Ricardo que losofendiese. Y lo provocó más:

–Él solo tocó lo que ella mostraba... comoahora muestras lo maula que sos.

–¡Vamos para los eucaliptos!... –dijo, ronco,Ricardo.

Los demás muchachos soltaron a loscontrincantes. Lo que debía pasar, pasaría.Fueron hasta un claro que los árboles dejabancerca de las rocas. Allí no los podían ver.

El Pocho se quitó la campera y la dejó juntoa una piedra.

Comenzó a fintear. Ricardo manteníadistancia. El Pocho acortó. Ricardo lo esquivó yel boxeador pasó de largo.

El Pocho volvió largando golpes.

::::::

Lunes de mañana en la playa. Los jóvenes sesentaban en la arena comentado las jugadas delfútbol.

Ricardo, acostado, oía los hinchas. El juevesanterior había sido el desagradable momentocon el mocoso que tocó a Laura.

Entre los eucaliptos se vio venir al Pocho,hermano del botija. Se paró frente a Ricardo,diciéndole provocador:

–A vos te andaba buscando.

–Ya me encontraste. –respondió Ricardoserenamente.

–Te hiciste el guapo con un botija delante laputita que te acompañaba. Veremos si conmigosos tan hombre.

Ricardo se paró gritándole furioso ydescontrolado:

–Crees que todas las mujeres son como tushermanas. Y tu hermano no es un botija, es undegenerado.

El boxeador se arrojó sobre Ricardo paragolpearlo, pero ya algunos de los muchachos lohabían agarrado.

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EL POCHOEL POCHO

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Un compañero, que estudiaba medicina,improvisó una compresa e indicó que esonecesitaba puntos y debían ir a la AsistenciaPública.

Ricardo pensó un momento.

Su padre estaba enfermo, el disgusto podríamatarlo, y pidió que la versión de su golpe y laherida fuese que se había resbalado entre laspiedras y había una lata abierta.

Eran sus amigos y así lo convinieron.

::::::

Reinaldo, practicante amigo de ellos, pusolos ganchos.

–Un poco más y te embroma. –dijo– Y nofue una lata. Tengo que reportar esto a lacomisaría, es mi obligación.

Pero Reinaldo también era del barrio y, antela súplica de Ricardo, acordó dar la mismaversión.

Después volvieron a la playa.

La gente recogía latas y desperdicios.

Ricardo se fue para la casa con su hermana.

Ricardo recibió algunos al abrir su defensa.Y, de pronto, pasó al boxeador sobre él para darsu cuerpo en el suelo.

Furioso, Pocho se levantó arrojándose sobreRicardo que sintió dolor en el ojo derechomientras pegaba con el filo de la mano en lagarganta de su rival. Ambos trastabillaron.Pocho lanzó un golpe sin fuerzas, Ricardo lahabía dado de en el cuello con las dos manos.Pocho se arqueó y cayó.

Ricardo se dio vuelta, yéndose. Oyó un ruidoy el grito de advertencia de un amigo. Giró.Algo brillante venía en el aire. Y Ricardo dio unsalto para atrás. Sintió ardor en el vientre y elobjeto golpeó en una piedra. Lo recogió. Erauna navaja. La barra había agarrado al Pocho.

–Déjenlo. –dijo Ricardo trayendo la navajaen la mano– Déjenlo... sólo un cobarde necesitaun arma.

Lo soltaron... y el Pocho huyó entre losárboles. Ricardo se tocó el párpado, estabalastimado. Al mirar el traje de baño vio que porun corte salía sangre.

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EL POCHOEL POCHO

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A las pocas semanas los canillitas gritabanque El Pocho, un pobre boxeador, habíamatado de varias cuchilladas a su padre en elrancho.

Lo había encontrado abusando de una de sushermanas.

Y Ricardo pensó que, en parte, él habíaempujado la mano para dar esas puñaladas.

::::::

Su madre dio gracias Dios. El padre aceptó elcuento... pero le dio un abrazo fuerte, lleno deorgullo.

::::::

Pasó el tiempo, muchas cosas sucedieron.Ricardo iba al Nocturno. El Pocho subió en eltranvía. Sobraban asientos, pero el pobreboxeador se sentó a su lado.

–Ricardo... –murmuró con voz grave– supeque murió tu papá... y también Laura. Losiento... y perdóname por lo que hice. Sóloquería darte unos golpes, pero hablaste de mifamilia... Además, no pude aguantar que meganaras.

–Yo también estuve mal, –dijo Ricardo– nodebí decir eso.

–Tuviste la suerte de tener ese padre. –siguió el Pocho– Ni mis hermanas ni mihermano la tuvieron. Ellos no son malos... sólohay un culpable, y un día pagará. Dijiste quequien necesita un arma es un cobarde... pero nosiempre.

El Pocho bajó cerca de la Curva, allí había ungimnasio de mala muerte donde le pagaban porrecibir golpes.

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EL POCHOEL POCHO

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Sintió que en el extremo de la caña algo semovía y le salpicaba de gotas frías.

Pedro, el pescador, le dijo:

–Devuelva rápido ese mito a su lugar.Usted lo trajo a la superficie, pero si lomantiene allí, agonizará.

Ricardo le quitó el anzuelo y lo observó:tenía la cabeza muy golpeada y boqueabaagonizando.

Lo arrojó donde debía estar, a laprofundidad.

Dejó la caña en su puesto y se fue,

Pedro ya se había ido.

...oo0oo...

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LA NENA

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

Cuando Ricardo dijo al arquitecto Bayardo queel trabajo era en la Asociación de Enfermeras y leenviaba recuerdos su secretaria, la cincuentonaseñorita Noguera, exclamó:

–¡La Nena Noguera!... ¿Qué si me acuerdode las tardes en el Parque Capurro?... ¿Cómopodría olvidarlas?

Bayardo fue hasta la ventana y, viendo lejos,siguió:

–¿Sabes algo, Ricardo?... Hay algo peor queno haber hecho las cosas. Y es no haberintentado hacerlas.

Miró a Ricardo, le pareció verse a sí mismoaños atrás.

–¿Cómo está? –le preguntó con añoranzas.

–Muy bien. Debe haber sido una mujer muyatractiva.

–¡Si lo habrá sido!... La hubieras visto llegaren el coche con aquellas ágiles capelinas y lasecharpes de seda volando al viento. Nos tenía atodos los jóvenes a sus pies. Yo la admirabacomo a una diosa.

12 LA NENA

Tiempo de capelinas y romanticismo...

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

La superficie del mar estaba ligeramenteencrespada.

Una suave brisa llegaba desde el norte Lanoche era clara, la luna llena dejaba ver lasilueta del cerro recortada en el horizonte yamortiguaba las luces del faro y las boyas.

Ricardo vio a Pedro, el pescador, sentadoen medio del espigón y se dirigió allí.

La luna se ocultó entre las nubes y de nuevose sintió en el medio de la noche y de todo.

Se sentó junto a Pedro. Tomó la caña yarrojó el sedal. No vio si llevaba anzuelo, perosabía que algo mordería.

–Noche extraña; –dijo Ricardo– con estesalir y ocultarse de la luna, en la superficie semezclan la luz y la oscuridad.

–Como en la vida. –agregó Pedro– Dondehubo claridad de pronto se vuelve penumbra,y lo que parecía iluminado se torna oscuro. Ylos mitos van de un lado a otro.

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El arquitecto hizo girar un lápiz como dandovuelta al tiempo y, luego de respirar profundo,continuó:

–Un día llegó un profesor francés. En eseentonces las mujeres se volvían bobas por unhombre que arrastrase la erre. François. Nuncaenvidié tanto a alguien. La Nena sólo tenía ojospara él. Se comprometieron, el francés se fuepara su tierra, dijo que volvería... y no volviójamás.

Ricardo seguía en silencio, pensando supropio dilema.

–Sí... –dijo Bayardo– parece una novela. Erauna época de romanticismo, éramos jóvenes.La Nena se encerró en su casa. Dicen quenunca lloraba, pero no quería ver a nadie. Seenfermó y la llevaron a la estancia. Cuandovolvió ya no era la misma, le molestaba lagente. Sólo hablaba conmigo en las reunionesdel Parque.

–Se ve que lo recuerda a usted con cariño, –interrumpió Ricardo– ¿y por qué no?...

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LA NENALA NENA

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

–Esa misma pregunta me la hago todavía yaún no sé la respuesta. Pasaron los años, mecasé con otra. Ella se dedicó a obras sociales... yahí terminó la historia. Pero fue la mujer quemás amé. Por eso te repito: Lo más triste esrecordar lo que pudo ser y nada hicimos paraque fuese.

–Los hombres somos seres extraños. –reflexionó Ricardo.

–Es que representamos lo queremos ser yocultamos lo que somos... ¿Conoces el cuentodel viejo y la nieta?

El arquitecto volvía a tener el tono sobradorde siempre y, al ver la negativa del muchacho,lo narró:

–Resulta que un viejo y su nieta salieronpara tomar el tranvía. Vieron que éste yapasaba por la esquina, alejándose. El viejo saliócorriendo a pesar de la distancia. Y la nieta legritó, mientras era arrastrada en la carrera:"Abuelo, ya lo perdimos." Y él le contestó: "Ya losé, pero vamos a perderlo intentando alcanzarlo"

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–Señorita... no aguanto más. Por favor... Nodiga nada, pero tengo que contárselo a alguien.

Y la Nena supo de su romance, del triángulocon la novia, de como se amaban y senecesitaban.

De lo dichosa que era en ser su mujer... y nose avergonzaba por ello.

Que sabía que era pecado, una locura... y nodejaba de pensar.

La Nena escuchó en silencio. Laura dejó dehablar, el haberse confiado a esa mujer tan finaaminoró su angustia.

La secretaria miraba a la distancia.

Las palabras de la muchacha le hacían revivir elromance de su juventud.

El de François que había tenido todo y todose había llevado. El de Bayardo que esperótanto y nada había obtenido.

Recordó los años vacíos. La resignación deuna vida sin un hombre, sin un hijo. La falsasolución de llenar ese vacío con algoimpersonal como la Asociación.

Si ella en ese entonces hubiera confiado enalguien.

Miró a Laura que secaba sus lágrimas. Y ledijo hablando consigo misma:

Ricardo sonrió ante la enseñanza y Bayardole dijo:

–Cuando tengas el presupuesto, lo quierollevar yo.

El muchacho lo miró con ironía, y elarquitecto siguió:

–No... aquello fue un sueño lejano. Y te hehablado de hombre a hombre. Sé que loguardarás como lo guardo yo.

::::::

La Nena Noguera estaba en su escritoriocuando vio pasar a Laura hacia la capilla de laAsociación. Salió tras ella y la alcanzó cerca dela fuente. Se sentaron.

–¿Sabes que vino el jefe de tu muchacho atraerme el presupuesto? Hacía muchos añosque no nos veíamos. Gracias a ustedes pudimosvolver por un rato a nuestra juventud. Despuésde Carnaval empezarán las reformas. Así quepodrás ver aquí a tu Ricardo...

Laura, sollozando, ocultó el rostro entre lasmanos.

La Nena la abrazó maternalmente mientrasmurmuraba:

–¿Qué te pasa? ¿Qué sucede para que lloresasí?

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LA NENALA NENA

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–Manos de vieja... ¿Sabes?... estas manosnunca acariciaron un hijo y por poco tiemposintieron las caricias de un hombre. Y todoporqué yo misma lo quise así. Laura tienes lafortuna de amar y ser amada. No temashacerlo... Pasar el resto de la vida sólorecordando lo que pudo ser, es morir un pococada vez que recuerdas.

La Nena se levantó y se fue. Y Laura sedirigió a la calle.

::::::

La Nena Noguera fue el hada madrina de eseromance. Gracias a ella los muchachosdisfrutaron de los contados minutos defelicidad que puede dar la vida.

Los hubo de amor, de placer, de ternura...pero también predominaron los de resignación,de miedo, de tristeza.

Y finalmente hubo el momento fatal: Lauramurió.

Murió aceptando la muerte como unasolución... y cuando Ricardo venía decidido ahacer realidad su amor.

–Laura... los años nos enseñan que las cosasno son tan malas ni tan buenas como se piensaque deben ser. Que lo único que llenacompletamente nuestras vidas es el amor, ycuando se ama es difícil definir lo que especado. Te hablo como mujer, una mujer queno supo encontrar el camino a su corazón... yno hizo nada por encontrarlo.

Iba a callar, pero tomó fuerzas y siguió:

–Si él te quiere, no lo pierdas. El mundo, lasnormas, son sólo mitos al pasar el tiempo. Nollegues como yo a mi edad, siendo flaca y estérilcomo una rama seca.

Laura levantó la cabeza animada por esaspalabras.

Miró a la Nena, vio que hablaba mirando a lafuente, como si lo hiciera a una mujer distante.

Apoyó se mano en la delgada y arrugada dela señorita Noguera, y no pudo reprimir untemblor al recordar la palabra "estéril".

La Nena volvió la cabeza y sus ojos sehumedecieron mientras le decía:

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–No siempre la verdad es lo justo. –dijoella– ¿Y con eso que obtendría? Haría sufrir aseres inocentes, no lograría que volviese elpasado, y destruiría agradables recuerdos.

–Recordar será mi vida... jamás la podréolvidar.

–Trate de hacerla parte del pasadorecordándola con cariño, que es la mejor formade olvidar. No la haga parte de un presentedonde ya no está, recordándola condesesperación para convertirla en un mito. Ylos mitos no mueren, agonizan eternamente sintener siquiera la esperanza de renacer entre suspropias cenizas.

La Nena Noguera se levantó, apoyó por uninstante su mano en el hombro de Ricardo.

Éste la miró y se paró.

Se despidieron.

Ella a pasar otro día en la oficina. Él a la callea continuar su vida.

Ella a recordar el mito de quien no volvió, éla recordar el mito de quien se fue.

Ricardo había ido a revisar los trabajos en laAsociación. Entró un momento en la capilla,pero no podía quedarse en ella, su conciencia leobligó salir al patio.

La Nena Noguera lo espera allí, sentada en elborde la fuente. Lo miró con una dulce y tristesonrisa. Ricardo se sentó junto a ella ymurmuró con voz acongojada:

–Me siento indigno... ¿Cómo pedir consuelo?Si Él es el dios de la bondad, de la pureza.

–También es el dios del perdón, –dijo laNena– y el dios del amor. Y sólo el que amamucho, perdona mucho.

–Ojalá Laura me haya podido perdonar.Ahora ya no está.

–Piense que ella vivió. Y vivió su amor conusted. No importa cuanto tiempo se vive, sinocuanto se vive.

Ricardo movió la cabeza, necesitaba desahogarse:

–Hay momentos que quisiera salir y gritar atodos esta verdad de mí mismo, de mi mentira,de mi indecisión... para que todo el mundo meacusara, me castigase.

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Los años pasaron y un día también la NenaNoguera tomó el camino final.

El entierro fue un desfile de personasagradecidas a su labor para la colectividad.

Allí había enfermeras de todos los lugaresdel país, edades, colores, situación social,.

Los diarios llenaron hojas con obituarios yrecordatorios de las más linajudas familias y delas más humildes.

Coronas y ramos de flores abundaron.

Entre ellos se perdieron dos pequeños.

Uno decía:

Siempre serás una mujer inolvidable.

El otro:Gracias por darnos ese tiempo de felicidad.

Ninguno de los dos traía signatario.

Pero en el entierro, el ya hombre Ricardo y elanciano Bayardo se miraron... y supieronquienes habían sido.

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Ricardo miró el sedal. Se movía suavementeen medio de un círculo de luz lunar. Pequeñosanillos se formaban a su alrededor. Lo fuerecogiendo lentamente. Venía hacia lasuperficie con delicadeza, sin brusquedades.

Al salir, se adelantó Pedro y, subiendo elhilo, tomó lo que traía y lo libró con sus manosmientras decía:

–Permítame soltar este mito yo mismo... esmuy noble para dejarlo siquiera sufrir unminuto fuera de donde debe estar.

–Es cierto, y se lo agradezco. Aquellaseñora también usaba esa palabra mito amenudo. Claro, que para ella tenía otrosignificado del que tiene para usted.

–¿Está seguro? –dijo Pedro en tanto se ibapara el faro.

Los minutos pasaron. Una nube le cubrió deoscuridad y Ricardo, luego de reflexionar,musitó:

–No... cada vez creo más que es igual.

Dejó la caña donde siempre y se marchó.

...oo0oo...

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LA NENA

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13 LOS GUSANOS

La gente bien no vive en los suburbios...

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Ricardo llegó temprano, aún había actividadcerca del rompeolas.

Se sentó en un banco forrado de azulejosque estaba en la plaza y se entretuvo viendocomo los pescadores volvían por la escolleraalumbrada en rojo y amarillo por los arrebolesdel atardecer.

El sol se ocultó y los pocos que aún estabansentados en el espigón, quizás solo pescando elpaso de las horas, se levantaron y se fuerontambién.

Algunos tomaban hacia al norte y otros aleste.

Algunos llevaban hermosos avíos y otrossimples carretes.

Algunos traían la pesca lograda y otros...nada.

Y Ricardo los vio como un reflejo de laexistencia.

La noche llegó y él comenzó a avanzar porla escollera.

Cuando llego al asiento, ya se hallaba en elmedio de la oscuridad y... como siempre sesintió en el medio de todo.

Pedro estaba en el banco.

Ricardo iba a sentarse a su lado cuandotropezó con una lata llena de gusanos y,molesto, le dio un puntapié arrojándola lejos.

–No los tire así... –le rogó Pedro– los queviven de pescar realidades necesitan ponergusanos en sus anzuelos. Y muchos hasta usancarnada corrompida...

–¿Ellos también sacan mitos?... –ironizóRicardo mientras, tanteando a su derecha,encontraba la caña.

–Jamás... y si alguna vez vieran uno, lomatarían.

Ricardo movió la caña en el aire arrojandoel sedal, sabía que su anzuelo era gris y sucarnada ocre, pero no sintió el ruido de haberpenetrado en la profundidad.

–Mueva el hilo, –aconsejó el pescador– si elanzuelo cae sobre un gusano, éste tratará dedejarlo en la superficie.

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Y se contestó a sí mismo:

–Que yo era un capitalista explotador dealbañiles, que en lugar de hacer casas para lospobres construía chalets para los ricos.

Ricardo no pudo aguantar la risa anta laironía de la vida. Benamires se había labradoun bienestar por su propio esfuerzo y era unode los pocos arquitectos que sabía poner unahilada de ladrillos. El viejo siguió:

–Sí... la verdad que es para reírse. ¿Recuerdasel dicho de los tontos útiles? Boris es uno.Como también debo reconocer que es excepcionalpara los cálculos. Por eso le dije que a partir dela próxima semana trabajaría aquí.

Ricardo, en silencio, se encomendó a todoslos dioses.

–Él se responsabilizará de los cálculos, delpersonal y de los contratos; –miró al muchachosonriendo– y vos serás el jefe de la OficinaTécnica y del control de obras.

Y sin más, se fue dejando a Ricardo sinpoder hablar.

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Sucedió luego que Ricardo dijera a Bayardoque quería comprar un chalet en Atlántida y élse lo ofreció al costo.

–Gracias, señor. Pero, quedamos en ningúnfavoritismo.

–¿Creés que no gano con tus ideas? –respondió Benamires– Ojalá mi hijo separeciera a vos. Pero, a ése no le importa dedonde salen el dinero para pagar sus gustos.

–No sabía que tuviese un hijo...

–Sí, todavía me queda uno. Las muchachasmayores ya se casaron. Como vino tarde y era elúnico varón... fue el consentido. Estudiaingeniería, pero Boris pasa más tiempo en laruleta y en el club que en la facultad.

–Bueno... es un muchacho. –dijo Ricardo,consolándole, pero recordó– ¿No será Boris, eldelegado estudiantil?

–Sí... ése. Y no es ningún muchacho. Tienetreinta años. Es muy vivo para pasarla a costillamía, pero un idiota con los amigos que loaprovechan. ¿Sabes lo que me dijo el otro día?

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–Todo lo contrario, Boris. Sé que usted es ungran calculista y aquí hay mucho que hacer.Pero dos pollos no son igual a un gallo.

Boris se puso rojo, Bayardo largó la risa:

–Te lo dije, Boris. Ricardo pega siempre enla matadura.

–Sí, ya me llegó la fama. En la Asociación deEstudiantes no es muy querido por esa formade ser.

–En cambio usted, –indicó Ricardo– hastaes delegado.

–Como verás, papá... nos complementamos.

–Así sea; –Bayardo volvió a reunirlos– enustedes dejo mi confianza y esta compañía, queha sido la obra de mi vida.

Se separaron. Cada uno fue a su escritorio.Ricardo sabía de la ideas revolucionarias deBoris, como de su amor a la dulce vida e...irónicamente del odio a la clase donde vivía.

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Como era de esperarse, eso levantó una olade envidias y críticas en los demás empleadosque llevaban años vegetando, cumpliendo unhorario y cuya expectativa era que llegase unnuevo laudo que aumentase su sueldo.

A pesar que Bayardo le ofreció tener oficinaaparte, Ricardo prefirió poner un escritorio allado de su mesa de dibujo y seguir junto a losotros proyectistas y diseñadores.

Fue distinto con la llegada de Boris, quien deinmediato se granjeó la simpatía del personal yocupó la oficina aledaña a la de su padre.

El arquitecto llamó a Ricardo y, tomándolo aél y a Boris por los hombros, les dijo:

–Ya es hora que vaya dejando mi trabajo agente más joven. Así que... a trabajar, muchachos.

–Gracias, señor... –respondió Ricardo–¿Pero la dirección sigue en sus manos?

–Parece que a Ricardo no le gusta mucho laidea, papá.

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LOS GUSANOSLOS GUSANOS

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Ricardo salió furioso y le dijo a un peón:

–Venga conmigo. Traiga un cortafierro y unmarrón.

Subieron al techo y le ordenó romper elhormigón: Las cabillas estaban a 25centímetros. El plano pedía a veinte.

–¿También para la casita, Bidorras? –y leordenó al peón– ¡Dígale al oficial que suba!

El delegado, al quedar solos, comenzó adecirle que los favores se pagan, y que élsiempre le quedaría agradecido si el problemase resolvía.

Fue la gota que rebosó el vaso.

–¡Bidorras!... ¡no intente coimarme!... Ustedes de lo peor. Es una basura como delegado,como capataz y... como persona.

Al llegar el oficial, Ricardo le indicó que sehiciera cargo de la obra. El capataz gritóamenazante:

–¡Si usted me saca, tiene un huelga!

–Bidorras... lo espero en la oficina. –dijotajante, Ricardo.

::::::

El lunes Ricardo llegó a los apartamentosque estaban levantando en Suárez. El capatazBidorras se acercó.

–Buen día. –saludó Ricardo– Me gustaríasaber si determiné bien el material para lasplanchadas.

–Perfecto. Sólo sobró una bolsa de portland.

–Pasé por la barraca. ¿Cuándo necesita losazulejos?

–Para la próxima semana. Podría ser antespero, ahora para hacer trabajar a la gente hayque empujarla.

–Usted es delegado sindical. Así que lospuede empujar. A no ser que usted tambiénsienta el efecto de las murgas.

Bidorras rió forzadamente. Estaban en lacaseta, Ricardo revisaba las notas de envío.

–¡Un momento! –exclamó– Según estovinieron diez bolsas de portland de más. Yusted dice que sobró una.

–Bueno... –Bidorras sudaba– estoy haciendouna casita... ¿Qué le hace un poco menos deportland a la compañía?

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–¿Cree que lo publicarán? –sonrió Martínez–Ellos tienen también su Sindicato. Entre bueyesno hay cornadas.

–Estoy seguro que Tercera lo hará. –afirmóRicardo.

Martínez se secó la frente y, molesto, profirió:

–Está bien, arquitecto. Usted gana. Pero estemocito...

–Las tiene bien puestas. –completó Benamires,mirando significativamente a su hijo.

Al volver Ricardo a su mesa, vio que Borisconversaba en su oficina con Bidorras haciendogestos incomprensibles.

Pero estuvo seguro de quien hablaban.

Esa tarde, poco antes de la hora de salida, Borisse acercó a la mesa de dibujo donde estaba Ricardo.

Y, delante de los demás empleados, le espetó:

–Ricardo... ¿podrá dormir tranquilo estanoche?

–Yo sí, y luego de mirar a mi padre a la cara.–contestó viéndolo con firmeza– Y usted...¿podrá hacerlo?

::::::

Poco después Ricardo llegaba a la oficina deBayardo.

Vio que Bidorras esperaba en la de Boris.

El secretario del Sindicato, Martínez, aparecidopor arte de magia, decía:

–Arquitecto, todo esto pasó por culpa de estemuchacho inexperto. No quisiéramos llegar auna huelga.

–Martínez... –respondía Benamires rojo decontenida furia– una cosa son luchas sindicalesy otra esto.

–Arquitecto. –insistía el secretario– Podemosobviar este error. La compañía vende losmateriales al compañero, él los paga. Ustedsabe: Una palada de arena y otra de cal.

Bayardo se hundía en su sillón.

Boris, permanecía aparte pero apoyaba conmovimientos de cabeza lo dicho por Martínez.

Ricardo, ronco de amargura, intervino:

–Señor Benamires, la constructora es suya.Pero si Bidorras se queda, yo me voy. Y voydirecto a los diarios.

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Antes de una hora volvía Ricardo con elmaestro y le decía a Servéndez que los esperabaa los dos en la oficina de reuniones. Y eldibujante entró con una sonrisa triunfal.

–Basolacqua... –dijo Ricardo– Servéndez hoyme vino a informar que usted anda diciendoque soy un muchacho, que el arquitecto nodebería habernos dado esto todavía...

Y Ricardo siguió con los cuentos deldibujante, quien estaba lívido.

Ricardo concluyó con una simple pregunta:

–¿Es eso cierto?

–Sí, Ricardo... y no me he ocultado paradecirlo.

–Y no ha dicho ninguna mentira. Necesito suexperiencia para aprender. Vuelva a la obra...allá el aire es más puro.

–Chao, muchacho... siempre puedes contarconmigo.

Ricardo miró al dibujante, éste había perdido elhabla y se retiró avergonzado.

Nunca más trajeron chismes a Ricardo.

::::::

Servéndez era uno de los dibujantes con másaños en la compañía y por tanto quedófrustrado con la promoción de Ricardo.

Primero lo ignoró y el muchacho tuvo queponerlo en su lugar. Entonces Servéndez tratóde ganar los puntos perdidos siendo chismoso ycizañador.

Basolacqua, el oficial que Ricardo habíapuesto en el lugar del capataz, resultó eficiente,respetado y querido por los albañiles.

Pero tenía actitudes que molestaban a otros,no soportaba a los haraganes... y los planospreciosistas e imposibles de realizar quedibujaba Servéndez.

Esa mañana el dibujante apareció antes quelos demás. Se sentó frente a Ricardo y comenzóa criticar Basolacqua e informando que ésteemitía opiniones inconvenientes.

Ricardo lo escuchó callado. Luego se paróvisiblemente molesto y salió hacia la obradonde estaba el viejo maestro.

Servéndez disfrutó imaginando el regaño alpobre oficial que tanto se burlaba de susdibujos.

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Y, aunque había ese tipo de lápiz no lo tomó.

Al otro día, apenas llego Boris, le entregó elpanfleto:

–Usted lleva lo relacionado al personal, –leindicó– esto es problema suyo. Estoy de totalacuerdo con la libertad de expresión. Pero,dentro la oficina se viene a trabajar, no a hacerpolítica... por otra parte es difamatoria a supadre.

–Tranquilo, Ricardo... –dijo Boris echándosepara atrás en el sillón– cada uno puede opinarcomo quiera. El derecho a patalear es lo únicoque nos queda. Además, el que actuó mal fueusted que sacó esto de la mesa sin estar élpresente. Quédese tranquilo, yo hablaré con él.Pero permítame un consejo, usted trabajamucho. Acuérdese del dicho: Trabajás, tecansás... ¿y que ganás?

–Ya entiendo, Boris... ya entiendo. –respondió Ricardo.

Y, moviendo con lástima la cabeza, salió dela oficina.

::::::

Los jefes nacen, no se hacen. Pero, tambiénlos serviles lo son de nacimiento.

Servéndez comenzó a frecuentar en formaasidua la oficina de Boris.

Ricardo desconfiaba de tanta amistad, y ledijo que no descuidara su trabajo.

Pero no podía decir nada si lo hacía en lashoras del almuerzo o luego de la salida.

Seis de la tarde, ningún dibujante quedabaen la oficina. Ricardo necesitó un lápiz 4H y, noteniéndolo, fue a buscarlo en las otras mesas dedibujo. Recordó que a Servéndez le encantabausar esos lápices y además apenas marcándolo.

El cajón estaba sin llave y lo abrió. Algunospapeles impresos en rojo cayeron al piso.Ricardo los levantó. Sus grandes letras lellamaron la atención:

"Levantémonos contra la explotadora empresaABC. Contra el chupasangre Benamires. Por laigualdad social. Por el respeto al escalafón. Pornuevos sueldos justos“

Ricardo se quedó con uno de ellos, los demáslos puso en su lugar

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Finalmente llegó Sanses con la simpatía y elaire de triunfador típico de los grandesvendedores.

–¡Amigo Ricardo!... –de entrada lo tuteó–¡Cómo quería conocerte! Bayardo te elogiaenormemente. Nunca creí que fueses tanjoven... ¿Las señoritas te complacieron a tugusto? ¿Viste que hermosas son?... y eficientespara todo.

–Sí. Fueron muy amables. –se sentíamolesto por tanta insinuante verborrea– Aquíestá la lista de la maquinaria.

Entregó la carpeta. La secretaria fue trasSanses y le fue mirando sobre su hombro,sonriendo incitante a Ricardo.

–Es una gran compra, –exclamó Sanses–mañana en la tarde tendrás el presupuesto.Sería bueno que tú mismo lo vinieras a buscar.Siempre hay detalles para ajustar.

–Vendré a las cinco. –dijo, levantándose.

–¿Dónde vas?... No te voy a dejar ir así luegode traerme un pedido como ése. Vamos atomarnos unas copas y luego a cenar... lasmuchachas nos acompañarán.

Pasaron los meses. Y todo pasó. Boris, comola mayoría del tiempo, no estaba. Bayardollamó a Ricardo. Le dio un enorme legajo,mientras eufórico le decía:

–Obtuvimos le construcción del hotel.Nuestra oferta fue mejor que muchas decompañías extranjeras. Eso se debe a tuproyecto y los cálculos de Boris.

Luego de felicitarse mutuamente, elarquitecto siguió:

–Tenemos que comprar mezcladoras, grúas,elevadores. Te dejaré eso a ti... habla con elseñor Sanses de Triple Ese Maquinarias. Esamigo de nuestro administrador.

Dos día después, Ricardo se encontraba en laseñorial oficina del Sanses. La voluptuosasecretaria lo hizo pasar, rogándole con vozsensual que hiciera el favor de esperar.

Cuando se sentó en el sillón, creyó que sehundía hasta el centro de la tierra. Surgió poruna puerta lateral otra bella muchachatrayendo café, parecía una artista erótica.

Ricardo se extrañó que en lugar de retirarse,las dos quedaran charlando con él de temasincongruentes con ese negocio.

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–¡Sanses!... ¿Qué es lo que dice?...

–Botija...–siguió el viejo– no te asustes, yaverás que hay de todo. La vida es una sola... y sedebe aprovechar.

Ricardo, asqueado, bajó del auto. Subió alómnibus. A los pocos minutos partía.

Unas calles adelante subía la empleada quehabía traído el café. Se acercó a él.

–Gracias. –le murmuró– Usted ha sido uncaballero... Tenga cuidado mañana... ése esruin y peligroso.

Se sentó lejos, ya no parecía una artista erótica.Apoyó su cabeza en la ventanilla.

También ella era de un suburbio.

::::::

Ricardo llegó temprano la mañana siguiente.

Llamó a Marta, quien fungía como oficinista,mecanógrafa, etc. Le pidió otra copia delpedido de maquinarias.

Luego dijo a Servéndez que se hiciera cargode todo lo técnico.

Y salió de la oficina.

A las tres de la tarde volvía, guardó algo, yavisó que iba para Triple Ese Maquinarias.

A Ricardo no le gustaba esa excesiva confianzay lascivas insinuaciones. Pero recordó una frasede Bayardo: Mandar es tener un guante dehierro envuelto en uno de seda.

Guardó el de hierro, extendió el de seda... yaceptó.

::::::

A las once de la noche, Ricardo tomaba en laaduana el ómnibus. Sanses había queridollevarlo hasta la casa. Pero, a pesar de las copasde más que tenía, cuando supo que vivía en esebarrio sólo insistió en hacerlo hasta el Terminal.

La comida resultó exquisita. Sin embargo, lacharla de Sanses fue procaz. Hubo momentosque las muchachas, sonriendo forzadamente,nada decían y mirando el rostro severo deRicardo pedían comprensión.

Luego de dejar las mujeres en una esquinade la avenida a esperar un transporte, Sansesllevaba en su lujoso coche a Ricardo alTerminal. Y remató la noche con una frase:

–Podíamos habernos acostado con las dos,sólo hay que pedírselo un poquito... pero si note gustan ésas... conozco unos muchachitos quelo hacen mejor que ellas.

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–Quite esa cantidad del presupuesto.Póngala como un descuento. –el muchacho leordenaba serio, frío.

–Está bien, como quieras. Ricardo... nuncate harás rico.

–Es muy seguro... Usted lo dijo: en la vidahay de todo.

Ricardo se fue. El viejo quedó con unasonrisa que no se sabía si era de sorpresa,admiración o... lástima.

A la mañana siguiente, al entrar, Ricardomiró hacia la oficina de contabilidad.

El administrador estaba inclinado sobre suescritorio y no levantaba la cabeza de lospapeles.

::::::

Cuando llegó el arquitecto, Ricardo fue hastasu oficina y le entregó los dos presupuestos entanto le explicaba:

–El otro es de la Constructora Wahrmann deAtlántida. No tiene mucho trabajo y nosalquilaría las máquinas. Sería más económico.Y el judío es un hombre decente.

Puntualmente estaba allí a las cinco.

Las dos muchachas lo trataron amablementey con formalidad, retirándose de inmediato alentrar Sanses.

–Ricardo... ¿Cómo estás? –dijo con rostrocompungido– ¡qué mal me siento!... me cayómal la bebida. Espero no haber dicho bobadas.De todas maneras, te pido disculpas.

–No se preocupe, señor Sanses. ¿Tiene elpresupuesto?

El viejo sonrió burlón, y se lo dio mientras lecomentaba:

–Es una suma alta, nuestras máquinas sonde la mejor calidad. No sé si estás al tanto, peroes norma de la compañía dar un porcentaje aquien nos otorga el pedido... en este caso tecorrespondería a ti.

–¿Ah, sí?... –Ricardo se volvió cínico– ¿Ycuánto sería?

El viejo sonrió complacido, había hallado ladebilidad del muchacho. La más común: eldinero, la coima.

–Bueno, en esta compra te daríamos elquince por ciento.

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–Yo pasé muchos años con los albañiles, –reaccionó Bayardo ofendido– y gracias a ellosvos vives bien. Pero a Sanses... y a otros, le salióel tiro por la culata en esta ocasión. Le daremosel contrato a Wahrmann.

–¿A un judío? –explotó Boris– Sanses es delos nuestros.

–Será de los tuyos, pero no de los míos ni deRicardo.

Boris vio conveniente callar y miró a Ricardocon odio.

–Almondrar... –ordenó el arquitecto Bayardoal administrador– haga el contrato de alquiler aWahrmann... y, a partir de hoy, todas lasórdenes de compra las revisa Ricardo. Gracias,Ricardo.

–¿Por qué?... Sólo hice lo que debía hacer.

–Por lo que hiciste... Y ahora, porpermanecer callado.

::::::

–¿Wahrmann?... –dijo Bayardo– ¿me lo vasa decir a mí?

Benamires abrió la carpeta de Triple Ese.Sonrió mordaz al ver el descuento, y llamó aladministrador.

Éste entró nervioso. Tras él venía Boris,quien tomó la carpeta.

–Buen día, papá: Es un buen presupuesto.Anoche vi a Sanses en el club, me dijo quehabía hecho un descuento en base a nuestraamistad... ¿Por qué intervino Ricardo, si loscontratos me corresponden a mí o aladministrador?

Bayardo miraba a los hombres con ironía yles contestó:

–Primera vez que Sanses hace un descuento.Y esa misma noche te encuentra en el club...¿no es extraño?

–Bueno... –Boris gesticuló con superioridad–lo que no me extraña es que estuviera molestoluego de hablar con Ricardo... Déjalo a él conlos albañiles.

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Las vacaciones de Anabel terminaban, elsábado se iría en el autobús.

Esa noche, con voz de ingenua, dijo que nohabía visto ninguna de las obras de laconstructora.

E, inocentemente, Elena le pidió a Ricardoque se las mostrase antes que se fuese.

El siguiente día era viernes y Elena debíatrabajar en la clínica.

En la mañana, se las hizo conocer en unrápido recorrido que terminó a mediodía en laoficina.

Allí estaba Boris y, apenas se lo presentódiciendo quien era, Ricardo pasó a un segundoplano.

Anabel y Boris salieron a almorzar.

A las diez de la noche Ricardo estabadespidiéndose de su novia cuando Anabel bajóradiante del auto de Boris.

–Elena... tu novio es un antipático. –dijo alpasar junto a ellos– Boris me enseñó muchomás que él.

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::::::

Anabel era prima de Elena y vivía en BuenosAires.

Alta, bien formada, rubia, atractiva... y conapetito sensual. Se debía agregar que en la granciudad había aprendido soltura, coquetería yliberarse de los prejuicios.

Era la antítesis de Elena. Ese año, en lugarde ir a Mar del Plata, vino a veranear a la casade su prima.

Ricardo tenía autorización para utilizar unacamioneta de la compañía para uso personal,pero prefería no hacerlo.

Sin embargo, a causa de esa prima y de lainsistencia de Elena, ese verano tuvo queemplearla para llevar a Anabel por losbalnearios y recorrer puntos interesantes.

Normalmente iban con Elena, pero cuandono era así Anabel se le insinuaba de maneradescarada.

Ricardo se hacía el tonto. Nunca le habíanagradado las mujeres que se ofrecen. Y ademásdel respeto debido a la familia, ya su vidaestaba encauzada con Elena y el trabajo.

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–No digo la construcción... sino la amueblada.–siguió Boris con una carcajada– No sepreocupe si usted se achicó con Anabel, yo se laenseñé... y le gustó mucho, tanto que estápensando venir a trabajar de secretaria mía.

–Boris... –cortó Ricardo– Un hombre no hablade esas cosas. Y menos aún, nombra a la mujer–Por favor, Ricardo... Ahora se va a mandar laparte de caballero. Y no se haga el santo, que nohace mucho a usted lo vieron salir de un lugarparecido con una rubia.

–Jamás he estado en un hotel de esos y no séa que rubia se refiere. Y aunque fuese cierto,siempre lo negaría. Pero... yo soy un reo debarrio, y usted un señorito bien.

El personal veía por los vidrios. Ricardocontinuó, severo:

–Anabel es prima de mi novia... así que lapróxima vez que hable de ella, hágalo conrespeto. Cada persona es dueña de hacer lo quequiera de su vida, y los demás no somos nadiepara juzgarla mientras no nos perjudique.

Ricardo salió de la oficina. A Boris le volvióla acidez.

Elena recriminó a Ricardo y él pensó queAnabel tendría sus razones para decir eso. Elsábado la prima se iba.

::::::

El lunes Boris llegó a su oficina a las once dela mañana y le hizo una seña a Ricardo paraque fuese a su escritorio.

Cuando éste entró, Boris estaba tomando unantiácido y luego se estiró hacia atrás en elsillón diciendo burlón:

–Ricardo... ¿Sabe lo que me preguntóAnabel? –y sin esperar, agregó– Si usted eramarica o estaba capado. Yo le conté que ustedtenía fama de bravo... y Anabel se rió diciendoque con ella no lo había demostrado.

Ricardo calló con un gesto de indiferencia yrepugnancia.

–Anabel es una mujer que vale la pena, –afirmó el hijo de Bayardo, brillándole los ojos–no comprendo como fue tan desatento en nollevarla a conocer nuestras mejores obras. Niconocía la de la avenida Rivera.

–En la mañana se la mostré, como las otras.–dijo Ricardo.

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–Lleva apenas seis meses y no ha habido unlunes que no faltara. –siguió Ricardo– Ademáslos viernes se va antes de hora. Es empleadosuyo, con esto es más que lógico que hubierasalido de él.

–Sí, ya sé. –explicó el contador con sonrisaconciliadora– Pero juega como defensa delclub. Y, usted sabe, son los que reciben másgolpes. Gana poco, no hace mucho daño sifalta. No es un gran empleado, pero muy buendefensa. Desde que lo tenemos, apenas si noshan hecho goles.

–Excelente... –dijo Ricardo– Que sea injustoexigirle a los demás y él no, no importa. Éljuega bien de defensa. Si los permisos seatrasan, no importa. Ayer no nos metierongoles. Si el país se va a la ruina, no importa.Ayer tuvimos un buen partido de fútbol.Almondrar, hágale el despido. Deme loscomprobantes, yo iré a buscar los permisos.

::::::

Almondrar tenía más de sesenta años ytrataba de no hacer nada que perjudicase sucercana jubilación y consentía demasiado a susempleados.

Ricardo entró a la oficina del administradory le pidió si ya tenían los permisos de losapartamentos en La Figurita. Hacía unasemana que estaban listos en el Municipio.–Buen día, señor Ricardo, –dijo el viejo consumisión– lo siento, pero aún no los tengo.Cuando venga Cocez, los irá a buscar. Creo queno son muy urgentes... ¿No?

–¡Cocez!... –exclamó Ricardo– ¿Otra vez noha venido? Marta, tráigame el control de faltas.Y, Almondrar, por favor, deje de decirme señor;usted es una persona mayor y yo solamente unmuchacho.

–Lo que pasa con Cocez...

–Mire, Almondrar... –Ricardo le indicó,deteniéndole la justificación mientras leentregaba la tarjeta, aunque era seguro que laconociese mejor que nadie.

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Era cerca de mediodía y Ricardo le invitó aalmorzar en el café.

Juan aceptó enseguida. Se veía acostumbrado aeso. Almorzando supo que era amigo de Borisen la ruleta.

Cuando terminaron, Ricardo esperaba que ledevolviese el sobrante del pago de lasestampillas, en lugar de ello, oyó:

–Hacen falta tres mil más, son para unossellados que quedan en la oficina. Yo los pagué,estaba seguro que vos, trabajando en laConstructora Benamires, los tendrías. No hayapuro, si quieres me los envías más tarde.

Ricardo, sonriendo tristemente ante la coimasolapada, se los entregó. Los hizo agregar en unrecibo cualquiera que Juan firmó sin reparo.

Ricardo pagó el almuerzo y aún tuvo queagradecerle a su amigo el favor

Poco después iba por la avenida hacia laconstructora.

Sintió malestar en el estómago... y no era porla comida.

::::::

::::::

Llevaba horas en el Municipio, yendo pordiferentes oficinas, soportando las trabas,cuando oyó que llamaban:

–¡Ricardo!... ¿Qué haces por aquí?

Era un antiguo compañero de la escuela delbarrio.

–Hola, Juan. –respondió alterado– Tengohoras tratando que me den unos permisos queya están otorgados. Esto es el centro de laineficiencia, de la sinvergüenzura.

–Ricardo, como en la escuela, crees que conrectitud se logran las cosas. Estás en la oficinapública más grande. Imagínate, aquí losempleados venimos temprano.

–Bueno, –dijo irónico– por lo menoscumplen el horario.

–No es por eso; –rió su amigo– lo hacemosporque si no, nos quedamos parados. Hay másempleados que sillas. Dame los comprobantes,el dinero para las estampillas y espérame en elcafé de 18. Yo te llevaré los permisos allí.

Antes de media hora se presentaba el amigocon todos los permisos sellados, refrendados yestampillados.

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–No queda dinero en la caja. –respondiónerviosa.

–¿Cómo?... si el viernes teníamos veinte mil.

–Sí... pero el viernes a última hora el señorBoris se llevó todo. Dijo que la caja deAdministración se había acabado.

Ricardo sintió revolvérsele el estómago. Lamuchacha temblaba. No era muy inteligente,pero fiel y trabajadora.

Había caído en una maniobra de Boris.

–Señorita, usted sabía que de la caja para lasobras sólo el arquitecto y yo podemos disponer.

–Sí, señor... pero... como el señor Boris eshijo del arquitecto y me dijo que la haríareponer enseguida.

–Es el hijo, no el sustituto. –suspiró molesto–Deme el comprobante del retiro, que aclararéesto con él.

–No me animé a pedir que lo firmara. –yempezó a llorar.

–Bueno... nada se gana con llorar. ¿Dóndeestá Boris?

–Bajó con el señor Servéndez a tomar café.

Como todos los viernes, estaban reunidosBoris y Ricardo con Bayardo. Hablaban sobre lalimpieza en la última obra.

–Por lo visto, –dijo Boris– la limpieza laempezó Ricardo esta semana. Despidió almejor defensa del club. Gracias a esoperderemos los partidos como antes.

–Creo que usted y su padre tienen unaconstructora. Si es un instituto de manutenciónde jugadores, por favor, díganmelo paracambiar el registro.

–Ricardo... –suavizó Bayardo– Lo quehiciste estuvo bien. Pero a mucha gente sólo leimporta circo y comida.

::::::

Volviendo de la obra, el lunes Ricardo entróa la oficina.

–Señorita... –dijo a Marta– necesito 4000para los puntos eléctricos del edificio de Suárez.Haga el comprobante, por favor. Se lo firmaré yal llegar Bayardo que lo autorice.

La joven no se movía. Ricardo la miróextrañado.

–¿Pasa algo, señorita Marta? ¿Se siente mal?

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–Dios los cría... –ironizó Ricardo– Cuandollegue dígale que lo espero en el cuarto decopias. Y, señorita...

–Ya sé, me lo merezco, estoy despedida.

–No, Marta, siga trabajando. Que esto lesirva de lección. No juzgue a los hombres por elpuesto ni por el apellido.

Rato después entraba Boris en ese cuartooscuro.

–¿Qué pasa, Ricardo? –dijo altanero.

–Primero deje de tutaerme, usted ni tiene losaños de su padre ni yo le he dado la confianzapara hacerlo.

–Bueno, muchacho. No seas tan quisquilloso.Al final de cuentas no sos más que un empleado.

–Sí, lo soy. En cambio usted es un sinvergüenzaque se aprovechó de la ingenuidad de Martapara volar veinte mil.

–Un momento. No te remontes. No haycomprobante que agarré eso. Y en todo caso, elviejo los pone de vuelta.

A Ricardo se le fue la sangre a la cabeza antetal felonía.

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Agarró a Boris de la corbata y lo apretócontra la puerta.

–Escuchá, pituco de mierda. No vas a joder aesa pobre muchacha porque seas el hijo deBayardo. Por no darle un disgusto a él, quieroque esto no llegue a más. Antes de la cinco vas adevolver el dinero. Y pedirle disculpas a laseñorita Marta por no haber firmado elcomprobante.

Aflojó la mano con que estaba asfixiando aBoris, y siguió:

–Algo más, señor Boris. Conmigo se acabó eltuteo.

–Defiendo esto como si fuera suyo. Pero undía será mío, y será otro cantar. De nada leservirá ser un reo y guapear.

–Reo, y a mucha honra... y cuando llegue esedía seré yo el que me vaya por mi cuenta.Recuerde, antes de la cinco.

A las tres, Boris devolvía el dinero a Marta y,luego de disculparse la invitó a tomar algo en elcafé.

Ella lo rechazó.

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–No lo creo, si hubiese sido así, no estaríaaquí buscando mitos en la profundidad. –respondió Pedro– Y que alguna vez hayaestado a punto de caer entre los gusanos, esnormal. Ellos hacen parte de la vida... y de lamuerte.

Ricardo giró sorprendido. El pescador yamarchaba hacia al farol. Su figura parecíadiluirse, y oyó su voz desde lejos:

–No se asombre... Somos compañeros de lanoche... pescadores de mitos... y aún en silencio,los pescadores escuchan los pensamientos desus compañeros.

Ricardo recogió el sedal tratando que no seensuciase con los gusanos.

El mar empujó la lata hasta dejarla entrelas rocas. Algún pescador de realidades laaprovecharía.

Dejó la caña en su lugar y se marchó haciael puerto.

Ya muchos venían por las calles con susavíos al hombro.

...oo0oo...

::::::

Las estrellas iban muriendo con la luz delamanecer. Las olas salpicaban de resaca laspiedras del espigón.

–Era imposible que hoy pudiese sacar unmito bueno de la profundidad. –dijo Pedro–Mire donde se hunde el sedal.

Ricardo observó. Junto a los círculosconcéntricos que se formaban alrededor delhilo estaba la lata de gusanos que él, al llegar,había arrojado de la escollera y de unpuntapié.

Y flotaba sin problemas... Y estaba llena degusanos... Y parecía tener aún más... como sise hubiesen reproducido.

–Tuvo suerte que su anzuelo de la nostalgiapudo ir hasta lo hondo; –siguió el pescador–si hubiese caído entre los gusanos, éstoshabrían aprovechado su carnada de ladesilusión.

–A veces pienso si en algún momento nocayó o estuvo a punto de caer. –reflexionóRicardo en silencio.

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Ricardo dejó a su madre en la iglesia conunas amigas.

Iba a visitar a Elena y volvería.

Como ésta trabajaba en una clínica podíasaber de un buen cardiólogo.

Al llegar a la casa de Elena, el padre de ellaestaba en el jardín.

Ricardo le saludó temeroso.

El hombre dejó de leer el diario El Día y lemiró, preguntándole.

–Buen día, joven. ¿Cómo se encuentra supadre?

–Gracias a Dios está mejor. ¿Podría ver aElena?

–¿Por qué no entra? Pase. Desde hoy está ensu casa.

Y así, Ricardo, por la enfermedad de su padre,ingresó al linajudo mundo de esa familia;tiempo atrás pudiente.

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LA NOVIA

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14 LA NOVIA

Lo más importante es que ella sea buena...

Las olas golpeaban contra la escolleralentamente disminuyendo su fuerza.

Ricardo avanzaba por el espigón.

No sabía por qué, pero le pareció máslargo, la noche más oscura y más honda laprofundidad que lo rodeaba.

Sin embargo, como siempre llegó al asientoen el medio de la escollera, en medio de laoscuridad, en medio de todo.

Y encontró la caña de pescar como siempre.

La paró inclinándola sobre la profundidad.En el extremo del sedal brillaba el anzuelo griscon su carnada ocre.

Y lo dejó así, sin lanzarlo, mirándolo,viendo más atrás.

Sintió que Pedro se sentaba junto a él. Elpescador observó la caña y sonrió comprensivo.

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El muchacho se despidió indicando que loinformaría a sus padres.

Y doña Ramona, la madre de Elena, les dijo asus hijas que lo acompañaran hasta la avenida.

Elena se imaginó los comentarios entre suspadres.

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Ricardo esperaba el ómnibus en la plazaZufriategui.

Tina jugaba cerca y Elena estaba junto él.

Sintió el brazo de ella en el suyo y pensó quealgo se cerraba en torno a su vida.

Ricardo le acarició el cabello y ella se sonrojó.

El coche se acercaba.

Él subió al transporte de un salto y se sentó.

Después de tanto tiempo, recién la analizaba:

Era baja, agradable, bien formada, ojosnegros, cabello oscuro y pestañas pobladas. Nopodía negar su ascendencia criolla.

–Bueno, ayer lo del viejo y ahora esto... Lavida se te pone seria. –se dijo a si mismo.

Elena estudió para nurse católica. La madreesperó que se ennoviara con un médico, peroera de una moral tan íntegra que ni siquieratuvo un flirt. Su vida fue el colegio de monjas,su casa y la iglesia cercana a Buschental.

En un campeonato interparroquial conoció aRicardo. Le atrajo el muchacho aunque era algobohemio, por no decir reo. Y él empezó ir amisa y kermesses de esa iglesia.

Meses después, cuando él volvía de Preparatoriobajaba en la esquina de la clínica y la esperabacharlando con el portero del Banco, para luegoacompañarla en el tranvía y por la avenidaLucas Obes. Una noche se le declaró.

Pero ella, atada a su formalidad, hizo esperarla respuesta hasta el día siguiente.

Esa formalidad lo rodeaba ahora. La única notajuvenil la ponía Tina, hermana menor de Elena.

–Si Ud. quiere, Ricardo, –dijo Elena, queaún no lo tuteaba– el médico con quien trabajoes uno de los mejores cardiólogos, lo podríamoshacer ver por él.

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–Usted me pidió hablar claro. –le dijo– Supadre tendrá que llevar una vida controlada.Mensualmente debe venir para repetir losanálisis. Si alguna vez estuviese fatigado, haremoscon la señorita Elena el electro en su domicilio.

Ricardo se desmoronó. Elena apoyó unamano en su hombro. El muchacho se paró conun esfuerzo de ánimo.

–Gracias, doctor. Le aseguro que locuidaremos.

Elena acompañó a Ricardo hasta larecepción.

Doña Sara miró a su hijo... y no necesitósaber más.

::::::

Esa noche Ricardo fue a visitar a Elena.Estaban en los vetustos y ampulosos sillonesdel living. Pasó su brazo sobre ella, pero ella locontuvo diciéndole:

–Quédate quieto. Tengo que hablarte algo.

::::::

El médico de cabecera, luego de revisar a donJulio dijo doña Sara que el doctor recomendadopor Elena era un gran especialista, se marchó.

Ricardo quedó en la puerta de la casa.

En el recibo se oían las voces apagadas de suhermana Aída y el novio. Ella también habíaformalizado su relación.

Les avisó que iba a hablar por teléfono conElena para la consulta.

Cerró la puerta. La luna iluminaba el barrio.

Ricardo dobló la esquina dejando atrás lacalle de su juventud.

::::::

A las ocho y media de la mañana llegaban ala clínica. Elena presentó a Ricardo al doctor.

Luego llevó a su padre al consultorio parahacerle los electros y análisis.

Después de observarlos, el médico indicó aElena que hiciera pasar a Ricardo.

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Doña Ramona, con los consejos consabidos,permitió que los muchachos fueran a la barrade Santa Lucia.

Mientras Tina jugaba en el parque, Elena yRicardo se sentaron en el césped. Él se recostóen la piernas de ella.

–Mira que Tina puede contar. –le indicóElena.

Riendo, él giró besándole las rodillas.

Ella, alterada, le clavó las uñas en el cuello.

–Creí que no sentías... –dijo él, irónico.

–No seas sinvergüenza. Sabes que te quiero.Vamos hasta el puente. –dijo ella, levantándosepara apaciguarse.

Merendaron y a las seis tomaron el tranvíade vuelta.

Al bajar en Belveder se separaron.

Él para su calle de casitas sencillas.

Ella para la suya con viejas mansiones.

:::::

–Bueno. Si la otra Elena hubiera sido comovos, estoy seguro que no hubiese sucedido laguerra de Troya.

–Escucha. Papá opina que es mejor quevengas los días de visita. No sea que descuideslos estudios.

–Está bien. Yo también quería decirte algo.

–¿Qué... hay alguna otra ?–dijo ella, burlona.

A Ricardo se le apareció Laura en la mente,pero siguió:

–Voy a inscribirme en el Nocturno ytrabajar. Tengo que pensar en lo de papá.

–¿Podrás seguir estudiando? ¿Y cuándo nosveremos?

–Muchos de mis amigos trabajan y estudian.Y nos veremos entre semana, o los sábados ydomingos.

Comenzó a besarla, mientras lo hacía, sumano se deslizó llegando al seno de Elena.Suavemente, ella se la subió.

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–No lo vea así, señorita, –señaló el médico,riendo– un tropezón cualquiera tiene en la vida.

Luego de acompañar a Don Julio y Ricardohasta la calle, Elena volvió a buscar el historial.

Ý el médico le manifestó:

–Señorita. Creo que eligió a todo un hombre.

::::::

Confiado en la fe demostrada por su padre,Ricardo contó a Elena su rechazo a la oferta delcaudillo político del club.

–¡Ricardo!... –exclamó ella– ¿Qué hashecho? ¿Cómo perdiste esa oportunidad? Yofender así a ese hombre.

–Elena, –replicó frustrado– dejemos dehablar sobre esto. Ya encontraré un trabajo sinalcahuetear a un marrullero.

Ella cambió de tema.

Ricardo se fue temprano esa noche.

::::::

El sábado, el padre de ella lo estabaesperando en el jardín, lo hizo sentar a su ladoy le dijo:

–Elena me contó lo del Club. Pocos tienen sucoraje.

Ese jueves, Elena no podía creer el cuentoque se había caído entre las rocas. Sin embargosu padre le siguió la corriente a Ricardo.

El muchacho estuvo poco tiempo, el ambienteera tenso.

Al retirarse, la madre de ella espetó:

–Elena, yo te dije que ese muchacho era un reo.

Sin embargo, Don Ernesto serenamente lehabló:

–Yo también creo que fue una pelea. Pero nopamentea. Eso es hombría. Elena... hoy no esfácil hallar un hombre.

::::::

–Su padre está mejor, pero debe rebajarmás. –indicó el cardiólogo– Noto que se sientealgo deprimido.

–Extraña trabajar. Nunca pudo estarse quieto.

–Debe buscarle un entretenimiento. Ladepresión puede ser tan perjudicial como laagitación. –el médico miró al muchacho,preguntando– ¿Que le pasó en esa vista?

Ricardo vio que Elena estaba avergonzada, yrespondió:

–Un resbalón entre las rocas de la playa.

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–Ya...–lo frenó Elena– ¿o piensas cobrarmela mantilla?

Ricardo hubiese preferido que lo hubieseabofeteado, pero con resignación se contuvo yle dijo:

–Ayer arreglamos con la barra la ida alcampamento. El domingo salimos después demisa.

–¿No vas a estar en Carnaval? Tenía tantasganas de ir a los Corsos y bailar contigo. Van adecir que no tengo novio.

–Tú me tienes todo el año. Es sólo unasemana. En ella los muchachos nos alejamos delocura de esta ciudad.

Elena vio que la posición era firme y dobló lamantilla.

::::::

Sábado de carnaval.

Esa noche Ricardo estaba en la casa deElena.

También se encontraban un primo de ella yun amigo de éste, Raúl Ronce Rien.

El último pertenecía a una de las familiasmás rancias y pudientes de la sociedad.

–Don Ernesto. No es cuestión de coraje. Mipadre me crio respetando esos principios.Muchos dicen que con ellos no se hace dinero.Pero yo estoy orgulloso de él.

–Sabes hablar bonito cuando quieres. –rió elviejo– Y en cuanto al trabajo, tengo algo para ti.

–Por favor, don Ernesto. Acomodos, no.

–No los tendrás. Le dije al arquitectoBenamires lo que habías hecho y me indicó quenecesitaba alguien así y que entienda de planos.¿Conoces la compañía ABC?

–¿La que está en Bulevard? Sería maravillosotrabajar ahí. Pero no quiero preferencias, queme hagan una prueba.

–Te la harán. Preséntate el lunes, te esperana las ocho.

Don Ernesto entró en la casa. De inmediatosalió Elena y lo besó. Era la primera vez queella tomaba la iniciativa.

::::::

Ricardo con su primer sueldo compró unamantilla de ñandutí para Elena.

Esa noche ella estaba emocionada y él comenzóa besarla apasionado. Pero eso duró poco.

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–No, por favor. Es respecto a ese amigo demi sobrino, Ronce Rien. Todas las tardes haandado dando vueltas con el auto por la calle. Yen los bailes que iba Elena, siempre él sepresentaba. Un hombre como él puede marear auna muchacha. Usted como novio tendría que..

–Doña Ramona, –la interrumpió sopesandolas palabras– yo quiero a Elena. Pero, eso decuidarla... No. Si me quiere, correcto. Y si loprefiere a él, todo se acabó.

–Mi esposo tiene razón. Usted es de otraépoca.

La señora se retiró. Ricardo quedó allí.

La voz de Elena lo sacó de sus pensamientos.Su novia exclamó exaltada:

–Llegó el gaucho. Espérame, Ricardo. Mevoy a arreglar.

Elena entró en la casa. Su andar era agitado,insinuante. No parecía la misma muchacha deuna semana atrás.

–¿Te divertiste en el campamento? –preguntó Tina, sentándose– Nosotras fuimos aun corso hoy.

–¿Sí?... Y se encontraron con Ronce.

–Es cierto. ¿ Sos adivino?

–Señor Ricardo, –dijo con sonrisa desuficiencia– me dicen que trabaja en laindustria de la construcción y piensa estudiarArquitectura... va a tener que luchar mucho.

–Los jóvenes debemos luchar, –le respondióél– ¿si no, que nos queda... ser todos burócratas?

–Ustedes perdonen, –cortó Ronce– esto seha puesto muy serio. Es Carnaval. Vámonospara el corso.

–Yo iré mañana, –dijo Elena– hoy prefieroquedarme con Ricardo, que se va de campamento.

–Esta semana te la voy a robar para ir a losbailes. –indicó el primo– ¿No te enojas, Ricardo?

–Soy su novio, no su dueño. –contestó élacremente.

::::::

Ricardo al volver del campamento fue a lo deElena. Ésta y su hermana habían salido.

Don Ernesto y su esposa estaban en eljardín. El viejo entró a la casa al poco tiempo.

La señora carraspeó comenzando conpreámbulos:

–Ricardo, perdone... quisiera decirle algo.

–Dígalo con confianza, señora. ¿He hechoalgo mal?

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–¿Qué dijo el poderoso, suficiente y rico hijode papá?

–Que tú eras demasiado serio. Que en la vidadebe haber un momento para cada cosa.

–Tu amigo tiene razón. Está escrito en laBiblia. Hay un momento para vivir y uno paramorir. Uno para llorar y otro para reír.

–Me alegro que estés de acuerdo. Vamos abailar.

–Sí, porque es Carnaval, –dijo irónico– y sedebe reír. Y en Semana Santa, hay que rezar. Y el 2de noviembre, ir al cementerio. Vamos, Elena.

Acompañó a Elena unas piezas y la dejó enmanos de un mejor bailarín. Salió al jardín y sepuso a jugar con el perro de al lado. Vio entraral primo y a Ronce. Volvió a la casa. Elenabailaba con Ronce. Ella, sonriendo, lo saludódesde lejos con la mano. Ricardo se fue. Miró alperro y le dijo:

–No sos el único que ladra a la luna.

La música iba apagándose a medida que sealejaba.

::::::

Cuando Ricardo narró lo sucedido con elcapataz ladrón y el secretario sindical, su padrelo felicitó. Su madre y Aída no opinaron.

Pero en la visita a Elena, ésta le recriminó:

–No te entiendo, Ricardo. Estás en contra delos políticos. En contra del sindicato. Temolestan los capitalistas pero defiendes losintereses de Bayardo, un patrón. Ayudas acualquier albañil y dejas en la calle a un pobrecapataz por un poco de cemento. No estás deacuerdo con nadie.

Ricardo prefirió callarse. Elena lo besó y conmimos dijo:

–Te estaba esperando para ir a un asaltobailable, aquí cerca. Estamos invitados. VaTina, mi primo y...

–Ronce Rien. –completó él– Elena, te voy aacompañar, pero no me gusta saltar como elmonito del acordeón.

–Ay, Ricardo. Hay veces que pienso queRonce acertó cuando dijo... –se contuvo ante lamirada irónica de él.

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::::::

Josesito llamó a Elena para decirle que donJulio había fallecido.

Una hora después ella y su familia bajabande un taxi en la casa de Ricardo.

Elena tomó a su novio del brazo y comenzó allorar en su hombro.

El padre de Elena habló con doña Sara, ellale dijo que lo autorizase Ricardo.

Y, bajo el parral hecho por don Julio, sedecidió enterrarlo en el panteón de la familia deElena.

Cuando pusieron la fría loza, la muchacha lesusurró:

–Vamos, Ricardo. Confía en Dios. Tu padreestá con él.

Era la primera vez que la oía desde que habíallegado.

Había permanecido junto a él sin decirpalabra, siempre dispuesta a darle ternura ycomprensión.

Ricardo la besó en la mejilla y juntossubieron al coche. Y allí le dijo quedo:

–Gracias, Elena...

::::::

Domingo de mañana. Ricardo estabaleyendo La Pampa de Granito en su dormitorio.Aída golpeó la puerta y entró:

–Me llamó Elena... dijo si queríamos ir conella y Tina al corso de Pocitos. Nos espera a lastres... ¿Vamos?

Ricardo cerró el libro. Y contestó levantandolos hombros:

–Si vos qurés ir, voy... ¿Vendrá Josesito, meimagino?

Aída salió feliz. Ricardo no sentía ni alegríani satisfacción. Le parecía ser una pelotarodando en el río.

Esa noche Elena estuvo amorosa al volverdel corso. Y le contó que Ronce había sidodemasiado atrevido con ella.

–Necesité tanto tu cariño... –dijo ellarecostándose en su hombro– ¿Por qué medejaste sola en estos días?

–No sé. –fue la lacónica respuesta.

Elena tomó la mano de él y la apoyó sobre sucorazón. Ricardo sonrió... sobre el corazóntemblaban unos senos firmes, tibios. Y ella seestrechó a él apasionadamente.

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–Eres buena... –le acarició el pelo– Eresbuena, Elena.

Recordó: El hombre siempre destruye lo queama, y ama aquello que lo destruye.

Y temió destruir a esa muchacha.

::::::

La compañía estaba construyendo chalets enel balneario Atlántida.

Ricardo vio la oportunidad de comprar unocon los ahorros que doña Sara guardaba paracada hijo.

Habló con el arquitecto Bayardo quien se lofinanció con facilidades.

Recordando que don Ernesto le había logradoese trabajo, se sintió obligado a decirle:

–Gracias, señor. El sábado voy allí con lavieja y... Elena.

–¿Sigues de novio con Elenita?... Buenamuchacha.

Ricardo se retiró. No pudo seguir hablando.Bayardo tenía razón: Elena era buena...

Laura también... pero él, no.

::::::

Elena se sentía orgullosa de Ricardo. Sabíapor su padre que progresaba en la constructora,ya que a su novio no le gustaba hablar con elladel trabajo... y de muchas cosas.

La semana anterior ella le había dicho que lasecretaria de la Asociación necesitaba hacerreformas en el edificio.

Ese sábado Ricardo fue con la intención definalizar el noviazgo. Pero pensó que su padredescansaba en el panteón de ellos, en su madrecomprando el ajuar, en la formalidad deElena... y no tomó ninguna decisión.

Los meses pasaban. Estaban sentados en elsofá del living. Ella le hablaba, pero él no leprestaba atención.

–Mañana vamos con mamá al cementerio.¿Quieres venir?... ¿Estás oyéndome? ¿Qué tesucede hoy?

–Perdona, Elena. –dijo él– quisiera ser comotú. Para ti la vida no tiene complicaciones, todoestá en las normas.

–¡Ay, qué difícil eres! –se le acurrucó mimosa–Cuando nos casemos se te pasaran esas cosas.

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Durante la tarde, Tina, Aída, Josesito y Elenase entretuvieron jugando. Ricardo prefirió estarcon su madre, recostado en un tronco caído.

Ya atardeciendo se fue a sentar frente al mar.Elena se sentó junto a él. Escribió sus nombresen la arena. Vino una ola y los borró.

::::::

Había finalizado el almuerzo de Navidad enla casa de Ricardo.

Estaban presentes las familias de Josesito yde Elena.

Doña Sara le susurró algo a la madre deJosesito y se levantaron. A los pocos minutosvolvían con enormes paquetes. Eran dos juegosde espléndidos ajuares.

–Uno es para Aída y el otro para ti, Elena.Mis dos hijas.

Elena y Aída la abrazaron.

Luego todas las mujeres miraban las piezas ylos hombres comentaban.

Ricardo volvió a sentir el cerco... y que loahogaba más.

::::::

::::::

Elena le pidió a Laura que tomase su puestoese sábado en la mañana, y le explicó con vozque destilaba orgullo:

–Iré con mi novio a Atlántida. Va a comprarun chalet. ¿Qué le parece? Tendré casa de playaantes de casarme.

–¿Ah, sí?... Tiene suerte. – contestó Laurasin mirarla.

–Muchas veces usted me hace recordar aRicardo. –dijo Elena– Los dos son tan callados,tan introspectivos. Para mí, que los de esebarrio son así.

Laura siguió archivando. Elena se retiró.

Las dos tenían los ojos brillando.

Una de felicidad, la otra de lágrimas.

::::::

El chalet elegido quedaría en una esquinallena de pinos y eucaliptos.

Luego de revisar los otros trabajos, Ricardofue con su familia, Tina y Elena a un bosquepróximo a la playa.

Con la carne traída por Josesito se hizo laparrillada.

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–¿Cuándo quieres casarte? –le preguntó.

Tuvo que sostenerle la bandeja. Luego,escuchar toda la retahíla de preguntas, lascompras a realizar, las futuras necesidades... ytener una chica mientras ella trabajaba.

–Elena, –dijo él, serio– mamá tiene ahorradolo que gané, eso alcanzará para los muebles yalquilar un apartamento. Pero... mientras estésano, yo mantendré la casa.

–Sólo quería ayudar, muchas de mis amigaslo hacen.

–No me importa lo que hacen los demás. –Ricardo ya estaba violento– No soy un caficio.Para mí la mujer es la compañera, no lamantenedora. Y, si no te gusta como pienso...sobran hombres que aceptarán tu sueldo.

–¿Estás loco?... –lo miró provocativa– eresraro... pero para mí nunca habrá otro hombre...Y tú serás el primero.

Ricardo meditó que no podía ofrecerle lomismo.

Ricardo preguntó con la misma decisión quesi hubiera dicho para cuando necesitaba elportland de la planchada.

–¡Tranquilo, muchacho!... –dijo, lanzandouna carcajada– No te estoy apurando, es paraque lo piensen. Tiene razón Bayardo, decidesen el acto, sobre el pucho la escupida.

Ricardo reflexionó que no había decidocuando debió hacerlo, pero ahora era tarde... ycontestó:

–Perdone, don Ernesto. A veces olvido queno estoy en una obra. Este año perderá a unahija.

–No lo creo, –dijo el viejo, levantándose–ganaré un hijo.

Don Ernesto salió. Ricardo quedó solo unosmomentos.

Elena entró al living, traía una bandeja conmasitas y vermú.

Ricardo escrutó su ingenuidad. Y de nuevovio que era buena, completa y dogmáticamentebuena.

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–Estás poético. –interrumpió Elena– Todoel mundo está festejando el fin de año y tú tepones a filosofar. ¿No podrías hacer algo máslindo? Como darme un beso.

Ella recostó su cabeza en el hombro de él.Ricardo la besó.

Pasó otro tren.

El barullo disimuló la falta de arrullo.

Se levantaron para volver a la casa. Al llegaral Prado,

Ricardo miró el monumento a La Diligencia.Caballos y hombres luchaban por salir delatolladero.

Cuando esa noche llegaron las docecampanadas, luego de abrazarse todos, Ricardolevantó una copa y murmuró:

–Por ti... que no estás.

Doña Sara lo abrazó llorando... y una estrellafugaz se consumió confundida entre los fuegosartificiales.

::::::

Pasó otro Carnaval, pasó otra Semana Santa,pasó todo.

Elena suplió en la clínica la vacante dejadapor la muerte de Laura.

Y, sin ella saberlo, algo del vacío en Ricardo.

En Fin de Año se invirtieron las visitas. Aídaquedó a esperarlo en la casa de los carniceros,sus futuros suegros.

Doña Sara y su hijo estaban desde la tarde enla casona de don Ernesto. Ricardo y Elenafueron caminado hasta la barreras delferrocarril. Tina no los acompañó, se habíavuelto señorita y un muchacho andaba por laesquina.

Elena veía que Ricardo estaba más cerradoen sí mismo. Cumplía con los días de visita.Seguía siendo amable con ella, pero sinaquellos arrebatos apasionados.

Se sentaron en el parquecito a tomar unoshelados. Eran un hombre y una mujer... perofaltaba algo.

Un tren pasó. Por largo rato las ramas de losárboles siguieron moviéndose. Y Ricardo,viéndolas, dijo:

–¿Sabes por qué la ramas se mueventodavía?... Quieren irse tras el ferrocarril y elárbol no las deja. Él también quiso hacerlocuando era joven, pero ahora tiene raíces que lofijan y disimula su pena con la rigidez deltronco. Los hombres a veces somos como losárboles: la conciencia, las costumbres, laformalidad... van echándonos raíces.

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–Trata sobre un hombre que va por elmundo buscando un lugar donde apartarse ymeditar una obra. Quiere encontrar una isladesierta, pero la civilización está en todas ellas.Ya no hay islas... ya no hay islas.

Golpearon en los vidrios de la puerta. Eradon Ernesto.

–Ricardo, –dijo– antes de irte me gustaríahablar contigo.

Y él le respondió de hacerlo en ese momento.Elena se levantó saliendo con una sonrisa ydejándolos solos.

Don Ernesto encendió su cigarrillo negro ycomenzó a hablar:

–Sé que no te gusta que se ande por lasramas. Vi a Benamires y me dijo que sos sumano derecha.

Ricardo movió la cabeza, tampoco gustabade elogios.

–Bueno... –continuó el viejo– vos sabes queTina ya tiene pretendiente en la puerta, y queRamona y yo estamos...

–¿Para cuándo prefiere el casamiento?...

Éste no sabía como llenar su vida. Era unadesesperada obsesión por no tener tiempo parapensar, para recordar.

Elena veía con orgullo como Ricardoprogresa en su trabajo, no había cosa que él nosupiera todos los detalles. Ya era jefe de laoficina técnica. Pero nada le era suficiente.

Se hundió más en su vicio de la lectura,escribía en semanarios de tercera posición yhasta tomó un curso de radio-técnico. Seguíasus estudios, pero sin entusiasmo.

En la Facultad era conocido por susacerbadas críticas sociales en la asociación deestudiantes y por su rebeldía a las normaspreestablecidas de construcción, y esto lo hacíaantipático a profesores y compañeros.

Esa noche llegó a visitarla. Traía un libro queen el tranvía había estado leyendo durante elviaje. Elena preguntó:

–¿Otro libro?... Debe ser interesante, ni mehas besado.

Ricardo la besó en la mejilla, comentandoluego:

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–¿Cuándo quieres casarte? –le preguntó.

Tuvo que sostenerle la bandeja. Luego,escuchar toda la retahíla de preguntas, lascompras a realizar, las futuras necesidades... ytener una chica mientras ella trabajaba.

–Elena, –dijo él, serio– mamá tiene ahorradolo que gané, eso alcanzará para los muebles yalquilar un apartamento. Pero... mientras estésano, yo mantendré la casa.

–Sólo quería ayudar, muchas de mis amigaslo hacen.

–No me importa lo que hacen los demás. –Ricardo ya estaba violento– No soy un caficio.Para mí la mujer es la compañera, no lamantenedora. Y, si no te gusta como pienso...sobran hombres que aceptarán tu sueldo.

–¿Estás loco?... –lo miró provocativa– eresraro... pero para mí nunca habrá otro hombre...Y tú serás el primero.

Ricardo meditó que no podía ofrecerle lomismo.

Ricardo preguntó con la misma decisión quesi hubiera dicho para cuando necesitaba elportland de la planchada.

–¡Tranquilo, muchacho!... –dijo, lanzandouna carcajada– No te estoy apurando, es paraque lo piensen. Tiene razón Bayardo, decidesen el acto, sobre el pucho la escupida.

Ricardo reflexionó que no había decidocuando debió hacerlo, pero ahora era tarde... ycontestó:

–Perdone, don Ernesto. A veces olvido queno estoy en una obra. Este año perderá a unahija.

–No lo creo, –dijo el viejo, levantándose–ganaré un hijo.

Don Ernesto salió. Ricardo quedó solo unosmomentos.

Elena entró al living, traía una bandeja conmasitas y vermú. Ricardo escrutó su ingenuidad.

Y de nuevo vio que era buena, completa ydogmáticamente buena.

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Al salir del templo vinieron las primerasfelicitaciones. Parecía la apoteosis de una heroína

Luego, aquella vieja mansión brilló otra vezcon las luces, renovando el esplendor deprincipio de siglo cuando calesas y charret sedetenían frente a ella.

La fiesta fue espléndida.

Para las clásicas fotos, Elena tuvo que buscarmuchas veces a Ricardo, quien hacía rueda conlos amigos de la construcción.

Gente de trabajo, contrastaban con losdemás invitados, sus conversaciones no teníanpuntos comunes. Los que producen y los queviven de lo producido hablan idiomas distintos.

En una mesa había una gran cantidad detelegramas.

Telegramas del interior... de esa tierra dondese habían formado y enriquecido los ancestrosde Elena.

Telegramas del exterior, de distintos países,de la familia de Ricardo, una familia del mundoentero.

::::::

El 8 de diciembre se casaban Elena yRicardo en la hermosa y gótica iglesia cercana aBuschental.

El día anterior él había quemado en su casatodos sus escritos y cosas de recuerdos.

Habían nacido con el fuego de la juventud ylos había quemado con el de la realidad.

Doña Ramona fue la madrina.

Quien se preocupó de todos los detalles paraque la boda diese que hablar por mucho tiempo.

Y coronando su orgullo, ofició la misa nadamenos que el obispo.

El arquitecto Bayardo fue el padrino.

Casi todo el templo estaba ocupado por lafamilia y las abundantes relaciones de donErnesto y doña Ramona.

Ricardo invitó a los amigos de su barra, loscarniceros padres de Josesito, lo empleados dela oficina y, para escándalo de Elena, hastaalgunos albañiles de las obras.

Elena estaba realmente hermosa en su trajede boda.

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En la noche, los nuevos esposos tomaron elvapor de la carrera a Buenos Aires siendodespedidos por los íntimos.

El barco se fue del puerto. Pasó entre lasescolleras y entró en el canal.

Ricardo se dirigió a estribor.

La brisa acarició su cara. Elena se apretaba asu brazo buscando calor.

La farola de la fortaleza les guiñaba conreflejos intermitentes. Las luces de las casas enla falda cerrense parecían luciérnagas.

En el horizonte una estrella titilaba pareciendoagonizar.

Ricardo levantó el brazo y saludó.

Elena le preguntó:

–¿A quién saludas, mi vida? Ya estamoslejos.

–A nadie. Le digo adiós a algo que fue... a unmito.

Los dos sabían, por distinto motivos, que eraverdad.

Y entraron, comenzando el viaje a una nuevavida.

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::::::

Ricardo reaccionó al oír un batir de alas yla voz de Pedro:

–En esta noche ha obtenido un mito sinechar el sedal.

Miró el extremo de la caña. Algo como ungorrión se movía allí picoteando la carnadadel anzuelo.

–Pero eso parece un ave... –dijo Ricardo.

–¿Acaso los mitos sólo nadan y deben salirde lo hondo? También la noche es profunda yen ella pueden volar.

Escuchó el aleteo del pájaro alejándose en laoscuridad.

Sólo había picoteado la carnada, ésta aúnpermanecía en el anzuelo... tal vez la habíadejado para otra noche.

Recogió la caña y la puso en el lugar desiempre.

Giró hacia Pedro. Pero, el pescador ya sehabía ido.

Y Ricardo, caminando por la escollera,también se fue.

...oo0oo...

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William y su esposa Vilma volvían devacaciones al país luego de estar algunos añosen Venezuela.

Esperándolos en el aeropuerto estabanRicardo, Gabriel y Vladimir, el hermano deVilma, libre luego de pasar varios años en lacárcel por cortarle el rostro al degenerado quevioló a Vilma.

Gracias a las influencias de Gabriel, pudientecontador, los tres pasaron a la aduana para verantes a los llegados.

–Chicos... –William gritó– ¡Qué chévere esverlos aquí!

Gabriel, Ricardo y Vladimir se miraron entreellos extrañados. Vilma intervino enseguidaaclarando con una carcajada:

–No, muchachos, no piensen mal. Es queallá hablamos así. Él no cambió de cuadro. –señaló a los hijos– Esta es la prueba. Y si notengo más es por la píldora

Los hombres seguían asombrados.

Parecían los mismos pero eran distintos,decían las cosas directa, claramente.

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WILLIAM

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15 WILLIAM

No hay nada como la tierra donde se nace...

La noche era cálida. La luna en cuartomenguante alumbraba las rizadas aguas.

La escollera penetraba en el mar y en suextremo brillaba el farol.

Las estrellas de La Cruz del Sur estaban yacerca del horizonte cuando Ricardo llegó alasiento en medio del espigón.

Pedro, el pescador, se encontraba en él.

–Hermosa noche… –murmuró Ricardo,saludando.

–Sí... –dijo Pedro– es como si estuviésemosen el trópico.

Ricardo tomó la caña que estaba en el lugarde siempre y tiró el sedal a la ondulantesuperficie.

::::::

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–Señora, esto es contrabando. Inspector,controle todo lo que traiga la señora. Que larevise a ella una mujer.

Y se dio vuelta ante el estupor de los presentes.

Ricardo estaba rojo de ira. Vilma lo tomó deun brazo, calmándolo.

William sacó un billete de diez dólares y se loofreció al empleado.

Este movió la cabeza con disgusto:

–No, señor. Ahora no alcanza. Tengo quedarle lo mismo a ese desgraciado que estámirando desde allá arriba.

William sacó otro billete. Lo alzó en el aire yse lo mostró al de la mezanina, entregándolosal inspector, quien dijo:

–Perdone, señora. Pero si antes se hubiesearreglado...

La mujer sacó fuerza de su debilidad yexclamó con voz afiebrada y llena de amargura:

–¡Adoro esta tierra... en ella nací... he vividodeseando volver... pero ahora me avergüenzode estar aquí!

Los sobrinos rodeaban con amor a Vladimir.Para ellos era un héroe, no un expresidiario.Vilma dijo emocionada:

–Desde que pudieron entender, les contamoslo que pasó, lo que hiciste... y la injusticia conque te condenaron.

::::::

Se dirigieron a la mesas de inspección.

Una señora con cara enfermiza manteníajunto a ella tres niños pequeños. Y haciendo unesfuerzo hablaba con el inspector:

–Señor, por favor. Ese es un grabador dondevienen las clases para mi hijo.

–Señora. Es un artículo suntuario y usted nolo declaró.

–Señor, por favor. Vengo a operarme deurgencia porque aquí está mi familia. Quédesecon el aparato pero déjenos pasar, las niñastienen fiebre.

De la mezanina bajó un acicalado jefeenvestido en su túnica blanca.

Y con petulancia, dijo impasible

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WILLIAMWILLIAM

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Tomó las botellas, las rompió una contra otra ydeshizo los cigarrillos pisoteándolos en el piso.

Dos horas después, gracias a las amistadesde Gabriel, y que Ricardo amenazara condenunciar el hecho en el diario Tercera,sacaban a William de la policía aduanal.

::::::

Esa noche estaban todos los de la barra consus esposas en la casa de Ricardo, dado que sujardín era adecuado a esa reunión.

Ya de sobremesa se llegó a los consabidoscomparaciones de un país y otro.

–William... –empezó uno– ¿es cierto queallá el oro rueda por las calles y donde hagas unagujero sale petróleo?

–Eso son sólo exageraciones. En realidad esun país con grandes riquezas naturales, perohay que trabajar. Y el que va debe ir con la ideade ser parte de él. Hay muchas cosas distintas:el clima, la forma de hablar, de actuar. Pero lomejor es la gente. Son naturales, no tienen esecinismo intelectual con que nos criaron anosotros.

Un silencio de muerte dominó el salónmientras la señora arrastraba las valijasayudada por el hijo mayor, William y Ricardo.Afuera la esperaban los familiares, pero nohubo lágrimas de alegría sino llanto de rabia.

William fue a recoger sus propias valijas.Otro inspector lo atendió mientras el anteriorsubía a las oficinas del jefe.

El nuevo miraba con detención la bolsa dePuerto Libre.

–¿Qué es esto? –preguntó cinicamente.

–Lo que usted está viendo. Dos botellas dewhisky y dos paquetes de cigarrillos. –contestóWilliam, ya alterado.

–Perdone, señor; –leyó el nombre inglés–pero la ley no permite introducir estas cosas.Sin embargo, usted sabe...

–Sí, ya lo sé. Me has visto con dólares y porel apellido crees que soy gringo. Estásesperando que te de plata como al otro grancarajo de tu jefe. Pero te equivocaste, yo me criéen un barrio reo. Ni para mí ni para vos.

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WILLIAMWILLIAM

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–Vos hablás fácil, –dijo Josesito– pero tefuiste.

–Ustedes se quedaron... ¿y que hicieron?

–Nada... –sentenció Ricardo– y creyendoque éramos mejores, dejamos que se hiciera loque no se debía hacer.

::::::

Vieron que desde la casa venían Vilma, Elenay Gladys, la esposa de Gabriel. Las mujerestenían los ojos húmedos.

–Muchachos, perdonen; –dijo Vilma– peroen la entrada de la casa hay algo que es dignode ver. Está la señora del aeropuerto; preguntópor ti, mi amor.

William se paró nervioso. Miró a Gabriel yRicardo.

–Acompáñenme, che. Y los demás disculpen,ya vuelvo.

Al llegar al recibo, la emoción los dominó.Allí estaba la señora, sus tres hijos... y un grupoenorme de familiares

–Te fue bien allí, –dijo otro– en poco tiempoprogresaste.

–No lo niego, pero tuvimos que trabajar yprivarnos de mucho al principio. Cuandollegamos, Puerto la Cruz era un pueblo calurosoque olía a petróleo y faltaba de todo. Ahora esuna ciudad moderna con hermosas playas.

–Pintas aquello como si fuese un paraíso.

–Y para ellos el paraíso está aquí. Nosrecuerdan como la Suiza de América y nosllaman los caballeros del sur.

–Quizás algunos aún puedan ser lo segundo,–comentó Ricardo– pero lo primero hacetiempo que se perdió.

–Como dijera Renny Ottolina: –completóWilliam– No hay individuo más pobre que lasociedad donde vive, ni país más rico que loshombres que lo componen. Y también llegó alparaíso la serpiente de la corrupción y elfacilismo. Y como ahí se vive en formaacelerada, destruirán en poco tiempo lo queaquí se destruyó en décadas.

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WILLIAMWILLIAM

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–Señores... –exclamó William– por favor,quédense.

–Sí, por favor, –agregó Ricardo– esta es unareunión de amigos... y sin ustedes no estaríacompleta.

Elena y Vilma los llevaron al jardín. Williamsacó los billetes y los dio a Rita, la negrita deservicio de Elena.

–Anda, mi color. Trae lo que puedas. –le dijocon cariño.

Gabriel se ofreció para llevar a Rita en elcoche y traer las cosas.

William y Ricardo quedaron solos.

–¿Sabes, Ricardo? –dijo William– Estepueblo es grande.

–Sí, como todos los pueblos; –asintióRicardo– y como todos los pueblos no merecenlos dirigentes que tienen.

::::::

Los años pasaron, las cosas siguieron sucurso, algunos seres se fueron y otros vinieron.

Algunos verdades se vieron y otras mentirasse idealizaron.

Y hasta hubo cosas malas que se recordaroncomo buenas.

–Señor William Wellstone, –dijo la señora,adelantándose, y le saludó– quisiéramosagradecerle lo que hizo...

–¿Cómo dio conmigo, señora? –ni atinaba aque decir.

–Mi familia es grande y el país pequeño... Séque usted también tuvo problemas. Gracias,muchas gracias.

–Nada tienen que agradecerme, –William riócon tono tropical– para eso estamos los paisanos.

–Nunca podremos pagarle lo suficiente. –miróa los hijos– Nene, dale el sobre. Nenas, las flores...

Los chicos se adelantaron. El varón entregóel sobre a William, cada una de las niñas unramo a Elena y a Vilma.

–Ahí adentro solo hay papeles, –siguió laseñora– veinte papeles de color. Le quieropresentarle veinte familiares míos, veinteamigos de usted.

A Vilma y William les corrían las lágrimaspor las mejillas mientras estrechaban tantasmanos agradecidas.

El grupo empezó a irse, William miró aRicardo y éste aprobó en silencio la tácitapregunta de su compañero:

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WILLIAMWILLIAM

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–No me agrada el lugar. Piriápolis se quedósin arena. Punta del Este es un mundo deextranjeros... ¿Sabes que me gustó?...Atlántida, todavía tiene algo natural, de paz..

–Te vendo el mío en diez mil. Para soledadbasta una casa. –dijo Ricardo– Y el dineroservirá a los muchachos.

–Si es así, encantado. Y te doy trece mil.Ricardo, eres un tipo extraordinario... pero nosabes vender.

–Te equivocas... Hay algo que vendídemasiado: mi espíritu. –murmuró dando unpuntapié a una piedra.

La piedra siguió rodando, cada vez se oíamenos su ruido, cayó en un charco y desapareció.

::::::

Habían pasado diez años. En ellos William ysu familia venían año por medio a pasar lasvacaciones.

Pero esta vez era otoño y llegó sin avisar.

Sabiendo la situación económica general noquería molestar a nadie.

William había vuelto otra vez de vacaciones.Estaba con Ricardo mirando el horizonte desdePunta Ballena.

–Mira que es lindo nuestro país. –dijo– Allátambién es hermoso, pero más vehemente, mástropical. Le falta esta paz. La mansedumbre delos pinos y eucaliptos.

–Todo se nos dio por regalo, –agregóRicardo– hasta esta fortuna de la naturaleza yla costa. ¿Tú crees que alguien recuerda aDurandeau? ¿Qué construyen respetando elambiente? He visto gente que luego de adquiriruna casa cortaban los árboles cercanos porquedaban trabajo.

–Eso sucede también allá. –dijo William–Pareciese que el hombre quisiera borrar suorigen ancestral, y que para los próximosmonos no haya árboles de donde bajarse.

Ricardo rió ante la ironía y preguntó:

–Querías comprar un chalet... ¿Te gustóalguno de los que vimos? El de Pinares esbonito y no es muy caro.

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WILLIAMWILLIAM

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–Por favor, no digas eso. Viviste otra vida,conociste otros mundos, viste otros horizontes.En el nuestro sólo estaba el Cerro, y cada vez loveíamos más chico.

–Y los que nos fuimos, cada día lo veíamosmás grande. Pensamos volver dentro unos añoscon Vilma. ¿Sabes de algún apartamentopequeño con vista al mar o un parque?

–Tenemos unos en el Bulevard. Desde allíves la bahía y el Cerro. Te lo conseguiré alcosto. No te preocupes por las cuotas, si algunavez no puedes enviarlas, yo la pagaré.

–Ricardo... sigo pensando que no sabes hacernegocios. Aunque... la verdad, yo tampoco supehacerlo con mi vida.

–Callate. Vení, te invito a un boliche a doscuadras de aquí. Tiene horno de leña, pizza acaballo... y un vino tinto de bodega, de aquellosque te picaban en la garganta.

–No lo puedo creer. ¿Todavía se encuentranboliches así? Eso es un tesoro.

–Sí. Todavía nos quedan cosas buenas, no lohemos perdido todo. Vamos.

Y doblando una esquina, dos hombresfueron en busca del pasado.

::::::

La primera visita fue a Vladimir y luego aRicardo.

–Pero... ¡qué sorpresa! –exclamó éste alverlo– ¿Vilma y los muchachos donde están?

–Quedaron allá. Vine solo. También nosllegó la época de las vacas flacas. La política esigual en todas partes.

–¡Qué lástima!... parecía un gran país...

–Y lo es. Pero nada puede hacer contra lacorrupción, la indolencia, el facilismo, losintereses personales... ¿Y sabes lo peor?...Fuimos los extranjeros que les enseñamos eso.

–Es triste oírte hablar así. Eres untriunfador...

–Era. Ahora lo que soy es un viejo... un viejocansado. Los que nos fuimos somos extranjerosen todas partes. Vivo el dilema de adorar a unapatria y extrañar a otra.

–¿Piensas volver definitivamente? ¿Y paraqué? Yo que me quedé, también soy extranjeroen este mundo nuevo.

–Un día dije que volvería solamente viejo ofracasado. Se me dieron las dos condiciones.Los hijos dentro poco se casarán allá. Todo loque sé es viejo. Como los incendios tropicales,tuve grandes llamaradas y me apagué rápido.

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WILLIAMWILLIAM

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::::::

–Lo tiene en la punta de la caña. Suélteloque comienza a agonizar. Y es demasiadohermoso para terminar así.

Ricardo reaccionó al oír la voz de Pedro.

En el extremo de la tacuara, colgando delsedal, estaba lo que había sacado esa noche.

Ni se había dado cuenta cuando lo fueextrayendo de la profundidad, poco a poco,sin dañarlo, tratando que no se rompiese elhilo que lo mantenía unido a él.

Suavemente lo trajo hasta el asiento.

Asombrado, vio que estaba agarrado de dosanzuelos. El de Ricardo, gris y con carnadaocre, y otro dorado con carnada azul.

Lo desprendió de ambos y lo soltó de vueltaa la profundidad.

–Uno es el suyo... y el otro el de su amigo. –dijo el pescador– Es el que usó allá lejos, y aúnusa aquí.

–También él viene a esta escollera? ¿Asacar mitos?

–A esta... a otra... a una en el río... a algunaen el mar... aquí o en el Caribe. ¿Importadónde sea? –murmuró Pedro.

–No. –respondió Ricardo, entendiendo– Loimportante es que aún se tenga mitos parasacarlos del fondo. Pero... ¿por qué su anzueloy carnada son diferentes?

–Porque en el trópico el cielo es azul ypersiste el mito de El Dorado. Para algunos esel triunfo; para otros, la gente.

–Sabrá él cual logró, es un ser extraño.Cada vez que dice nosotros, no sé si se refiere alos de aquí o los de allá.

–Ni a los de aquí ni a los de allá, sólo anosotros. ¿Y usted lo llama extraño? ¿Ustedque viene a buscar en medio de la oscuridaduna caña que está siempre en el mismo lugar?¿Que habla conmigo... pero aún no sabe quiénsoy?

Ricardo se dio vuelta.

Pedro era una sombra lejana que se perdíaen la escollera.

Dejó la caña y se marchó.

...oo0oo...

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La calle donde pasaba el tranvía se llamabaGalicia, pero un día le pusieron el nombre deGuillermo Granderena.

El primer Guillermo fue un caudillo yterrateniente en la época donde el país sedesangraba en luchas fratricidas entre losliberales de la capital bajo la divisa colorada, y losconservadores del interior tras el color blanco.

Un día, que eliminaron de la historia, dio elgobierno a su general blanco ganando unabatalla en Garzón, un camino a la capital.

Finalizada la lucha, los triunfadores comenzarona despenar los vencidos agonizantes... o sea:

A degollarlos.

Guillermo supo que entre los heridoscolorados estaba Juan Granderena, su sobrino.

El tío fue donde agonizaba.

Y... sacando el facón, le dijo mientras lodespenaba:

–¡Aguantá, sobrino... que la muerte es unratito!

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MADRE

LA AGONÍA DE LOS MITOS LA AGONÍA DE LOS MITOS

16 MADRE

Toda madre es una santa...

La luna en cuarto menguante mostraba suparte oculta en un tenue gris-azul. Las boyasen el horizonte, titilaban.

Ricardo avanzaba lento por la escollera,como si parte de su mente hubiese quedado enla ciudad, en la penumbra de la vida cotidianay eso le retuviese para llegar al asiento en lamitad del espigón, de la noche, de todo.

Pero, al verlo, se soltó del ancla mental yaliviado fue a sentarse en él.

Pedro, el pescador, lo esperaba allí.

Ya había tomado la caña del lugar desiempre, y se la entregó.

Ricardo parecía dudar, pero lanzó el hilo ala profundidad.

::::::

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Que el municipio pusiera el nombre de supadre a la calle donde estaba la casona. Que porella circulara el tranvía. Hacer eliminar de losanales históricos la anécdota de Garzón. Y,tener dos hijos.

La primera fue Lucía. Como los quehacerespolíticos le absorbían mucho, tardó nueve añosen nacer el segundo a quien llamó Guillermopara honrar a su glorioso padre.

:::::::

Los años pasaron en el auge de la bonanzaeconómica.

Se importó educación, refinamiento europeo,tecnicismo, ideales socialistas, facilismo, yobreros emigrantes que fueron llenado decasitas aquellas cuadras del Cerro.

La hija de Juan se casó con un jovenpromisor en política y fueron a vivir con susiguales en una importante avenida.

Guillermo, nieto, difería mucho de su abuelo.

Era un joven agradable, simpático, amable,sencillo, servicial, con aficiones hacia la pintura,las letras... y lógico, al fútbol.

Años después dejó sus correrías, vendió laestancia, vino a la capital, y compró variascuadras de terreno en el Cerro.

Allí vivió como un patriarca, en una grancasona, rodeado por su familia, viendo hasta sumuerte, a través de la bahía, la ciudad contra lacual tanto había luchado como caudillo.

::::::

Cada hijo heredó una cuadra y una fortuna.Casi todos dilapidaron la herencia.

Unos marcharon a la ciudad tras elnuevorriquismo de la carne y otros volvieron asus terruños a aprovechar ese negocio.

Sólo quedó el hijo menor, Juan, llamado asíen recuerdo de aquel sobrino, jamás porremordimiento ya que los autócratas jamástienen remordimientos.

Éste vendió la mitad de la cuadra que lecorrespondía, se casó con la hija de un médico,vivió en la vieja casona, se dedicó a la política,llegando a ser diputado de su partido y cuandono, director de algún ente gubernamental.

Sus obras más señeras fueron:

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MADREMADRE

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También trajo otra afición: la fotografíaartística.

El mismo realizaba todo el proceso decomposición y revelado. Y las paredes de esacasa se cubrieron con sus trabajos.

Muchos iban a verlos, si alguien del barriogustaba de uno, se lo regalaba.

Pero si era para algún rico o empresa poderosa,cobraba sumas desorbitadas... y se las pagaban.

Luego se hizo costumbre que en el clubtuviera un salón para mostrar sus obras.

Y también que, cada tanto, Guillermo dieracharlas o clases sobre pintura, cerámica y literatura.

La concurrencia era grande... más porque élno cobraba.

A los dos años se casó con Noelia, una bellamuchacha de espigada figura... quien muriócon la criatura en su primer parto.

Guillermo nunca volvió a casarse.

Llegó a los 65 años, viviendo en esa casa,dedicado a sus clases, sus exposiciones, susfotografías, siendo siempre culto, serio,agradable, educado, respetado.

Pero, no le atraían las intrigas gubernamentales.

Eso no obstruyó que al cumplir 18 años, supadre le obtuviese un puesto en la seccióncultural de la embajada en París.

Teniendo 28 años, volvió. Su padre estabamuriendo.

Y con él desaparecería su influencia en losámbitos del gobierno.

Además, no le agradaba el espíritu europeo.

El morir el viejo, la viuda fue a vivir con su hijay se dividieron los bienes entre los hermanos.

Su hermana no quería poseer propiedadesen ese barrio. Se vendió la mansión al club defútbol, que la convirtió en la sede más suntuosade un equipo y con vista a la bahía.

Guillermo quedó con la media cuadra queestaba a cien metros de distancia, viviendo enuna casa sita allí sobre la transversal, yteniendo la renta de cinco casitas vecinas.

El joven había vuelto del viejo continentecon una cultura general amplia, ecléctica,hablando francés, inglés, alemán, italiano,siendo un pintor aceptable y escritor regular.

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También había yuyos y el venenosomatacaballos.

Guillermo nunca vendió la esquina.

Era de gran valor pero él la prestaba o alquilabapara eventos populares.

Allí levantaban los circos sus carpas, seefectuaban kermesses, y hacían mítines en laépoca de elecciones.

Frente a esa esquina estaba una tienda, unafarmacia y una librería.

A cien metros el Club, un bar; y más arriba, laheladería.

Eso explicaba el movimiento por ese sendero.

A medida que Guillermo fue envejeciendo, loshombres respetaron más su seriedad y rectitud,los niños lo quisieron más por sus conocimientosy anécdotas, y las mujeres lo admiraron más porsu educación y fineza.

Cada mañana, el repartidor dejaba seis botellasde leche en la puerta de la casa, de esas botellas devidrio que tenían un dedo de manteca debajo latapa de cartón.

No parecía tener un apetito sexual desmedido.No se le conocían aventuras.

Los jueves en la noche iba al centro yalgunos decían que lo habían visto entrando enquilombos.

::::::

La casa de Guillermo quedaba en la mitad dela cuadra, sobre la calle Valencia.

A su izquierda había tres terrenos con casassimilares y un depósito.

A la derecha, un gran solar con árbolesrodeado por una cerca de ladrillos con variasentradas y que llegaba hasta la calle Granderena.

Ese terreno se unía con otro estrecho quepasaba tras las casas y salía a la calle Mérida,paralela a la principal. Era usado para cortarcamino y en él había un sendero.

Como estaba al fondo de esas casas, allí seencontraban árboles de orégano, tomillo,laurel, albahaca, anís, ajíes salvajes, hinojo, yzapalleras con flores.

Por tanto era lugar obligado donde ir abuscar un condimento.

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Guillermo estaba en la cama, mirando conojos vidriosos y su cabeza en medio de la sangre.

Lo habían degollado.

Llegó la policía.

Llegó Reinaldo, el auxiliar del forense yamigo de Ricardo quien se encontraba charlandocon él cuando vinieron a buscarlo.

Ricardo lo acompañó. Reventaron la puertadel estudio, las botellas de productos químicosestaban rotas. Y en las paredes había restoschamuscados de fotos. Por lo que aún quedaba,se veía que eran mujeres en poses eróticas.

En el dormitorio, detrás del ropero y en unpequeño cofre metálico, el comisario halló losnegativos de las fotos.

Pero Guillermo había retocado el rostro deesas mujeres sustituyéndolos con su habilidadartística por flores, y no se podía saber a quienpertenecía cada desnudo.

Lo que extrañaba que todos los cuerpos erande señoras maduras, mayores. No había demujeres jóvenes.

Reinaldo con su ojo analítico de médicoescrutó los cuerpos.

Martes, jueves y sábados, a las nueveaparecía doña Martina, una esclerótica vieja,que venía a hacer la limpieza de la casa.

Y, luego de almorzar se marchaba.

Guillermo le ayudaba, sino hubiese llegado lanoche y aún la pobre anciana hubiese estadoarrastrando sus huesos.

::::::

Ese sábado, cuando llegó doña Martina seextrañó de ver todavía las seis botellas llenas enla puerta.

Tocó el timbre y no obtuvo respuesta.Preocupada, fue a buscar una llave que estabaoculta para entrar en caso de emergencia.

Al abrir la puerta, un fuerte olor a losproductos químicos que usaba Guillermo y apapel quemado la ahogó. Abrió la puerta delfondo y ventanas para que circulara el aire.

Quiso entrar al estudio fotográfico peroestaba con llave.

Subió al segundo piso, allí se encontraba eldormitorio, un baño y un mirador con ventanales.

Al entrar el dormitorio, gritó... y corrió comoloca a la calle gritando continuamente.

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–Tu amigo Reinaldo es todo un caballero... yun gran hijo.

–¡Mamá!... nadie podía saber quienes eranesas mujeres. No pensarás que entre ellas sehallaba su madre.

–¿Recuerdas cuando de muchacho estabasreparando una instalación eléctrica en la iglesiay viste salir del cuarto de uno de los curas a lamadre de un compañero tuyo?

–Sí... Y me dijiste que yo no había visto nadamalo. Que no prejuzgara. Que ni Cristo osótirar la primera piedra.

–Exacto. Hoy se repite la historia. QuizásReinaldo haya visto a su madre... quizás hayavisto a muchas... quizás no haya visto a ninguna...quizás me haya visto a mí...

–Por favor, mamá... ¿qué locura estás diciendo?

–No me mires así. No me conviertas en unasanta. Sólo soy una mujer, un ser humano.Hace varios años que murió tu padre. Yo tengo45, yo no he muerto, mi cuerpo tampoco, aúnsiento las necesidades de una mujer. Amé a tupadre, todavía lo amo. Y tampoco él fue unsanto.

Sólo el comisario, Ricardo y él sabían de losnegativos.

Miró a los otros dos y... en un pacto desilencio dejó caer las películas en una bandejallena de solvente.

Llevaron el cuerpo de Guillermo para hacerlela autopsia.

–Falleció ayer de tarde, envenenado. –lesdijo Reinaldo al terminarla– Y había realizadoel coito poco antes. En el estómago tenía cremacon jugo de matacaballos para morir en minutos.Lo degollaron horas después, ya muerto.

–¿Lo asesinaron dos personas? –preguntó elcomisario con la frialdad del acostumbrado aver anormalidades.

–Es posible. Las mujeres son más dadas ausar el veneno. Y sólo un hombre tendría lafuerza de separarle así la cabeza, más aún conla rigidez cadavérica.

::::::

Ricardo fue a la casa de su madre. Le contólo sucedido.

Ella lo escuchaba en silencio... y luegomurmuró:

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–He preferido decirte la verdad. Sé que algoasí cuesta entenderlo a un hijo. Pero siemprefuiste un niño diferente, te gustaba pensar.Prefiero que me recuerdes como un serhumano, que pienses que soy una persona concosas buenas y cosas malas. Que tuve valoresy... necesidades.

–Mamá... aunque no lo creas, ahora tequiero más. Y estoy contento de haber aceptadodestruir esos negativos.

–Estoy segura de que me quieres más. Y yoestoy feliz porque sé que ya no me amas comoun ideal sino como una madre. Quédatetranquilo, mi foto no estaba allí y yo no lo maté.Soy incapaz de eso. No maté a tu padre cuandome engañó, menos lo haría a ése que no eranada mío.

::::::

La calle sigue llamándose Guillermo Granderenano se sabe si por el abuelo o por el nieto.

Éste fue velado en el club con más honoresque su ancestro.

Y muchas mujeres ocultaron sus ojos húmedostras los lentes negros.

–Pero... –Ricardo luchaba entre sus ideales yla razón.,

–Un día fui a buscar algo de romero.Guillermo estaba en el fondo de su casa. Nospusimos a hablar. Era tan fino, tan educado.Un hombre que sabía hablar y sabía escuchar.

La madre siguió hablando y retorciendo unaservilleta:

–Varias mañana fui con la pueril excusa debuscar un condimento. Y una tarde supe lo queera quedar satisfecha. No era amor. Era sentir.Él pensaba en la mujer, no en él.

Calló un momento y, mirando por la ventana,continuó:

–Nunca más volví. Fue más fuerte la decenciaque la necesidad. Tal vez fue el recuerdo de tupadre. Tal vez el pensar que tenía dos hijos quese podrían avergonzar. Y sabía que yo no era laúnica, que le gustaba fotografiar a sus conquistascuando estaban enloquecidas de pasión.

–Deben haber sido momentos difíciles para ti;–susurró Ricardo– y aunque hubieras habladocon nosotros no te hubiéramos comprendido.Sublimamos a quien queremos.

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Fue enterrado en el Cerro, junto a su padre,junto a su abuelo. Desde allí se ve el camino pordonde tantas veces el caudillo condujo susmontoneros invadiendo la ciudad.

También se ve el camino Garzón. En eselugar hace muchos años los triunfadoresdespenaban a los vencidos. Una vez eran losconservadores, otra vez los liberales.

Ahora es país civilizado, esas cosas no sedeben recordar. Pero están en nuestros genes.Y esos, no olvidan.

La hermana de Guillermo vendió todo.Inexplicablemente el terreno largo y estrechonadie lo compró. Sigue lleno de orégano,tomillo, laurel, albahaca, anís, yuyos y hastahay un arbusto venenoso llamado matacaballo.

Cada vez que necesitan un condimento, lasmujeres del lugar lo busca allí... y a algunas sele humedecen los ojos.

Nunca se pudo encontrar el asesino, o laasesina, o los dos.

Y muchos viejos se preguntan:

¿Quién fue? ¿Una mujer celosa? ¡Un maridoengañado? ¿O una mano vengadora de aquelsobrino, aquel Juan?

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–Sáquele el anzuelo, ahora ya está afuera...–dijo Pedro.

Las gotas salpicaban a Ricardo.

Sobre la superficie, un enorme mito colgabadel sedal,. Y se agitaba fuertemente.

–Le costó mucho sacarlo; –siguió el pescador–la línea estuvo hundida en la profundidad,dando vueltas y vueltas.

–Sí... lo sentí. –murmuró Ricardo sacándole elgancho.

Lo miró antes de devolverlo al mar, leacarició con cariño, ese ser se quedaba manso,disfrutando de las caricias.

–Es extraño, –dijo Ricardo– no agonizadesesperado como los demás. Parece que legustase estar aquí.

–A ese mito no le importa morir en la manode un hijo. Pero, no lo deje agonizar, devuélvalodonde debe estar.

Así lo hizo. Dejó la caña en su lugar y semarchó.

Cerca de la reja se dio vuelta. Pedro aúnestaba en el asiento.

Y creyó ver que hablaba con alguien de laprofundidad.

...oo0oo...

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Ricardo y Elena vivían en un apartamentopróximo al Prado y hacía tiempo que habíannacido los mellizos:

La niña se llamaba Mariel, el varón Ariel.

Y para cuidarlos, su suegra le había traídouna empleada, una humilde negrita de nombreRita.

Marta le comunicó a Ricardo que un señor loesperaba en la oficina de Boris.

Al verlo, Ricardo exclamó:

–¡Gabriel!... ¿Qué haces por aquí? ¿Piensasconstruir?

–No, viejo... Ya compré apartamento enMalvín. Vengo a ver si te portaste bien con elgobierno.

–Su amigo es Inspector de Impuestos. –aclaró Boris.

–Así que no seguiste con la barraca de tupadre. Era lógico, a vos te gustaba más laadministración.

Gabriel, tomando los hombros a Ricardo, ledijo a Boris:

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ELJUDíO

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17 EL JUDÍOEs una raza maldita, sólo les importa el dinero...

Cuando Ricardo llegó a la escollera laniebla formaba un cerrado estrato alto que laluna iluminaba de gris.

A los pocos instantes de ubicarse en elasiento de piedra y tomar su caña, queinvariablemente estaba en el mismo lugar, viola figura de Pedro viniendo desde el faro.

El pescador se sentó a su lado, miró el cieloy musitó:

–Arroje el hilo... en noches así suben mitosviejos.

–¿Acaso los mitos envejecen? –dijo Ricardo–No lo creo.

–Tiene razón, –afirmó Pedro– son eternos.Cambian de apariencia, agonizan, pero noenvejecen.

Y Ricardo lanzó el sedal, quedando junto aPedro en medio de la escollera, de laoscuridad, de todo.

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–Está bien... –calmó Bayardo– empieza porjubilar a los más viejos. Y si hay que despedir,que sea a los solteros sin familia. Llegaron lostiempos de las vacas flacas.

–Empezaron cuando los pitos de los frigoríficosdejaron de sonar, –completó Ricardo– pero nadiese preocupó.

–Bueno... –concluyó Benamires– La semanaque viene iré a Brasilia. Quizás consigamos allíalgún proyecto.

Boris había permanecido en silencio, mirandola ventana.

::::::

El lunes, como era costumbre, Ricardo sedirigió primero a las obras. Llegó a la de laavenida. Lo recibió un albañil.

–Buen día, Pérez. –saludó– ¿Basolacquaestá arriba?

–No está... –susurró– lo echaron el sábado.Pobre viejo.

–¿Quién lo despidió? –Ricardo exclamó– ¿Porqué?

–Ingeniero... Si Ricardo sigue como cuandoera botija, solo me queda firmar e irme. Estozudamente honrado.

–Sigue peor. –el tono era más despectivoque bromista.

–Vení, Gabriel. –cortó Ricardo– te llevo conel contador.

::::::

En la tarde estaban reunidos Benamires,Boris y Ricardo.

–¿Qué dijo tu amigo el de impuestos? –preguntó Bayardo.

–Todo estaba correcto, conmigo no haychanchullos. Si se hacen las cosas bien nohacen falta los inspectores.

–Usted debería haber nacido cuando seataban los perros con chorizos. –se burlóBoris– Ahora hay que saber comerse loschorizos... y al perro sin que nadie se entere.

–Sin que nadie se entere. –repitió Ricardo–Diga eso al personal que tenemos que despedirporque no hay trabajo.

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EL JUDÍOEL JUDÍO

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–¿A ése que robó a su padre? ¡Ése no entraestando yo!

–Pues se queda, porque yo digo. Y si a ustedno le gusta, ya sabe lo que tiene que hacer.

–Claro que sé. Yo me voy. –le increpó– Ysálgase de ese sillón que le queda grande. Ése esel lugar de un hombre.

Fue a la oficina y dijo a Marta que redactarala renuncia, firmándola en el acto.

Servéndez y Almondrar disfrutaban.

::::::

La reacción de Elena al saberlo fue deprimente.De una agria polémica pasó a pedirle que sedisculpara con Boris.

–Elena... –dijo amargado– aún soy capaz demantener a mi familia. Quizás tenga trabajo enCASA.

–¿Arreglando radios? ¿Haciendo planos?Por favor, no te hagas el guapo y anda a hablarcon Boris.

–¡No! –y con un portazo dio punto final a laconversación.

–El hijo de Benamires, el pituco ese. Y nospuso de capataz a Bidorras. Ahora debe estar enel tercer piso.

Subió las escaleras colérico. Bidorras loesperaba con una sonrisa triunfadora.

Y Ricardo le gritó rojo de ira:

–Salga de aquí inmediatamente, porquería.Enseguida.

–Dígale eso a Boris. Sólo él me manda.

–¿Te vas o te parto! –y rabioso, Ricardotomó una pala.

Bidorras salió corriendo hasta perderse en lacalle.

::::::

Ricardo entró como un ciclón en la oficina.

Boris, echado para atrás en el sillón de supadre, lo esperaba sonriente.

–¿Qué es eso de despedir a Basolacqua?¿Cómo se atrevió a hacerlo? El personal de lasobras es asunto mío.

–Estaba muy viejo ese gringo. –cinicamenterespondió Boris– Y hay quien lo sustituya.Aunque usted lo amenazó de muerte, le dije aBidorras que vuelva a su puesto.

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EL JUDÍOEL JUDIO

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El sábado de mañana Ricardo estaba en eltaller con una radio que le había traído Alsina.

Era tan vieja y destartalada que pensó que elnegro la había buscado a propósito para teneruna excusa para venir a menudo y podercharlar con Rita, quien necesitaba ir al almacéncuando Alsina se iba.

Sonó el timbre. Oyó a Elena y Rita ir hacia lapuerta, las risas de los mellizos le indicó que losllevaban en brazos.

–Buenas, Elena. –era Benamires– ¿Está tumarido?

–Buen día, arquitecto. Siéntese, por favor.Ya se lo traigo.

–¡Qué nenes tan ricos, tienes! Déjamelos unpoco. Y dile a ese señor que si no viene lo voy asacar de las orejas.

Ricardo sonrió tristemente mientras iba porel corredor.

¿Cómo Boris podía ser hijo de ese granhombre?

Cerca del arroyo había un árbol solitario queestiraba sus ramas secas. Ricardo lo habíabautizado el Árbol de Judas. Lo miró, y lepareció verlo más solo que nunca.

Esa tarde, se trasladaba hacia el este parahablar con el judío Will Wahrmann, dueño deConstructora Atlántida.

Cuando volvió era de noche. Se dirigió alcuarto donde reparaba las radios. Ni durmiócon Elena. Temprano se bañó. El único bulliciolo ponían los mellizos. Volvió a salir diciendoque no volvería hasta la noche. Y así siguió.

El jueves de noche vinieron dos albañiles ainvitarlo para una parrillada como despedida aél y Basolacqua.

Ricardo cambió al verlos, estaba feliz, estabacon su gente.

Uno de ellos era un joven negro de nombreAlsina. Vio que Alsina y Rita se miraban conojos de enamorados, y sonrió pensando que esopudiese dar origen a un cariño.

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EL JUDÍOEL JUDIO

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–¡Ay, arquitecto! –casi sollozó Elena– ¿Quépuede ganar aquí arreglando radios viejas yhaciendo planos?

–Elena... –Bayardo lanzó una carcajada– ibaa trabajar en CASA. En la Constructora AtlántidaSociedad Anónima. Ricardo, está todo resuelto.Obligué a Boris que despidiese a Bidorras.Basolacqua quiere la jubilación. Y Wahrmann mellamó diciéndome que le habías pedido trabajo.

–Le rogué que no lo hiciera. No importa, yame aceptó.

–Crees que Wahrmann me haría unachanchada. Somos amigos. Estaría contento detenerte, pero me dijo que allí te estancarías. Rompela renuncia. –dijo sacando el papel, y agregando–¿Qué te parecen quince mil más por mes.

–¡Benamires! Usted sabe que yo no me vendo.

–No te estoy comprando. Si vas a ser gerente,ese es el sueldo. Boris pasa a subdirector. Peronada se puede hacer sin tu firma o la mía.Vamos, te espero en el auto.

Elena llegó al corredor y, tomándole delbrazo, le susurró:

–No vayas a salir con una de las tuyas.Demasiado bueno es en venir después de lo quele hiciste al hijo.

Entraron al recibo. Rita se llevó los mellizos.

–¿Como está, Bayardo? –dijo Ricardo– ¿Quétal el viaje?

–Mira... no te hagas el lonyi. Te vine abuscar. Vámonos.

–Lo lamento. Ya es un hecho. Agradezco loque aprendí de usted. Lo considero mi mejoramigo. Pero... ¡No!

–No seas porfiado. Boris metió la pata, peroa vos se tu subió la sangre. Déjate de renunciasy vení conmigo.

–Hazle caso, Ricardo... –terció Elena– ¡Ay,arquitecto! Yo le dije que era una locura.¿Dónde tendrá otro trabajo así?

–En CASA. –respondió Ricardo– No esigual, pero...

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–¡Muchacho!... ¿O ahora debo decirte señorgerente?

–Por favor. Sabe que no soy de los que sellenan con títulos. Nunca olvidaré lo que hizopor mí en ese momento.

–Ricardo... –intervino Bayardo– Wahrmannha venido a ofrecernos su constructora. Se vapara Israel y le gustaría mucho que nosotroscontinuásemos con ella.

–¿Para Israel? –repitió Ricardo– ¡Cuántome alegro por usted!... Recuerdo que mehablaba de ese sueño.

–Sí, Ricardo. Los judíos cuando nosponemos viejos, cada vez más deseamos llegara Jerusalén. La diáspora ha terminado. Quieropisar la tierra de mis antepasados.

–¿Cuánto pide por esa constructora? –cortóbrusco Boris.

Benamires miró furioso a su hijo, quiensonría cínico.

Y el judío, comprendiendo, ignoró elexabrupto:

Elena y Ricardo quedaron solos. Ella loabrazó besándolo apasionadamente. Pero él nose sentía feliz.

Salió a la calle. Se cruzó con Rita, venía conlos mellizos en el cochecito.

Junto al auto estaban Alsina y Basolacqua.

–Lo felicito, señor. –dijo Rita, señalando losniños– Por haber pensado en ellos. Míreloscomo duermen tranquilos.

Ricardo lejos vio el Árbol de Judas, y noestaba tan solo.

::::::

El tiempo siguió pasando.

Marta golpeó la puerta:

–Señor Ricardo. El arquitecto lo espera en laoficina de él.

Al entrar a la oficina, ya estaban allí Bayardo,Boris y un señor de espaldas.

Cuando éste se paró, Ricardo no pudoreprimir su asombro y alegría:

–¡Señor Wahrmann! ¡Que gusto verlonuevamente!

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–Y yo a ti... "Caballero sin Tacha" –respondió Wahrmann.

Se despidió de Boris friamente, y abrazó aRicardo:

–Shalom, Ricardo... como el otro, tienescorazón de león.

–Shalom, don Wahrmann... Yahvé acompañesus pasos.

::::::

Al retirarse Wahrmann, Boris saltó enfurecido.

–¡No sabía que hablaba judío, Ricardo!...

–No era en judío, –dijo Bayardo– hablabacon un hombre.

–No te entiendo, papá. Una vez quepodíamos sacarles a esos judíos algo de lo quenos han exprimido, aceptas sus condiciones.Habríamos hecho un gran negocio.

–No voy a explotar a un amigo. Dos milloneses justo.

–¿Un amigo? ¿Sólo es otro judío deporquería.

–El balance la valora en más de dos millones.Pero, si la compras tú, Bayardo, podría sermenos. Ricardo, lamento no haberme quedadocontigo. Ahora te la dejaría a ti.

–Sería imposible. Sé hacer casas, pero nodinero.

–Hacer dinero es un trabajo como cualquierotro. –sonrió el judío– Hay que dedicarse a esoy nada más.

–¿La dejaría en millón y medio? –volvió acortar Boris.

–Wahrmann... –suavizó Benamires– hemossido amigos por años. Te felicito por cumplir elsueño de tu pueblo. Te la compraré con gusto.¿Cuánto quieres?

–Dos millones. He dejado a Gildman comoapoderado. Tiene instrucciones de dartefacilidades. Estoy feliz. Tú y Ricardo saben queconstruir es más que tener un negocio.

–De acuerdo. –dijo Bayardo, sellando elpacto con un apretón de mano– Te recordaré..."Hombre de Verdad"

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::::::

En la noche contó lo sucedido a Elenamientras ésta tejía.

–Si te hubieras quedado con ese judío, ahoratendrías tu propia constructora en vez detrabajar para otro. –dijo ella.

–No lo creo. Y estoy a gusto con Benamires.

–Sí, tú estás a gusto. Trabajas como un burroy Boris se lleva los honores. A ti nadie tenombra y él aparece siempre en las reseñassociales. Él tiene dinero de sobra y nosotrostenemos que estirar los pesos hasta fin de mes.

–Vas a tener que mandarle una carta a lacigüeña reclamándole que te dejó en una camacomún en lugar de una cuna de familia rica. Asíverías tu foto en sociales y tu nombre concuatro apellidos. Y estarías casada con unpotentado que te llevaría a París en lugar de iral Cerro.

–No seas cínico. Es normal que cualquierpersona quiera ser más, tener más, ser másimportante.

Bayardo sopesó cada palabra al responder:

–En el año 1932, cuando todos mis parientesy amigos me cerraban las puertas porque nopodía pagar... ese judío de porquería, como voslo llamas, que tenía una pequeña barraca, mesiguió vendiendo materiales. Y cuando fui apedirle que me esperase un tiempo para poderlepagar, me sonrió diciéndome: "Tu nombre esBayardo Benamires. Un hombre llamado así, séque cumplirá".

–Eso pasó hace tiempo, papá. Negocio esnegocio.

–Y los hombres son hombres. Averigua quesignifica tu apellido. Es algo más que figurar enpáginas sociales.

Boris se levantó yéndose visiblemente molesto.Ricardo iba a retirarse también cuando Bayardocomentó:

–Ricardo... Wahrmann se acordará denosotros.

–Sí... y rogará por todos en el Muro de losLamentos.

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–Y vos te pasas hablando sin mirar. –respondió irónico– Somos un matrimonioperfecto.

Vio que ella cambiaba, poniendo esaconocida expresión de cuando veía alguienacaudalado. Ricardo giró.

Uno de los más poderosos clientes de laconstructora se acercaba sonriente, y él se pusode pie. El hombre saludó:

–Ricardo. ¡Qué placer verlo! Permítamepresentarle mi señora: Úrsula Peña del Águila.

–Encantado, señora. –dijo Ricardo,presentado a la vez– Mi esposa: ElenaEspinaburo-Rivera.

–Elena. –indicó la vieja– Te conocí pequeña,cuando vivía en el Prado. Fui muy amiga de tumadre. Dale mis saludos.

Luego de otras frases triviales, la pareja se alejó.

Elena aún no se había repuesto cuandoRicardo sintió una mano firme en su hombro.Era el Polo, el dueño de la jabonera.

–En ser más estoy de acuerdo. En tener más,depende de como. Por eso el mundo quevivimos está corrompido.

–¿Y tú quieres cambiar el mundo?

–No. Sólo pretendo que el mundo no mecambia a mí.

Elena frunció la boca, recogió la lana y se fuea dormir. Ricardo miró el tejido. Cada noche elovillo era más chico. ¿Qué pasaría cuando seacabase la lana?

::::::

Sábado de noche. El Club del Prado estabaen plena ebullición. Elena paseaba feliz entrelos salones mientras Ricardo, en su mesa,miraba el espectáculo humano.

Estaba cansado, en la tarde había ido con sufamilia al parque de diversiones. Pero paraElena la sociabilidad era una droga que la poníamás activa entre la gente.

–Por favor. Abandona esa cara de aburrido.–le dijo al acercársele– Te pasas mirando y sinhablar.

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–Ya nos conocemos. –acotó Ricardo– Es ungusto verlo, señor Gildman. Y también saberque es el apoderado de don Wahrmann. Se nosva, pero para cumplir su sueño.

–El sueño de todos los judíos, Ricardo. –dijoGildman– ¿Por qué tú y tu señora no cenan connosotros?

Ricardo miró a Elena, la mirada de terror lofrenó.

–Muchas gracias... Ya cenamos. Y esta es unaocasión para que ustedes recuerden sus tiempos.

–Ricardo... ¡No me pongas en este grupo deviejos! –rió el Polo– Yo te acepto la invitación,Gildman. Y quiero hablar contigo, Bayardo, porotra ampliación en la fábrica.

Y luego de despedirse, se marcharon para elrestorant.

Elena, después de volver a respirar normal ledijo:

–¿Conoces a toda esta gente y te quedas tantranquilo?

–Muchacho, no sabías que pertenecieses alclub. –y con su picardía peculiar siguió– Te veomuy bien acompañado.

–Como está, señor Ponino. Mi señora: ElenaEspinaburo.

–Ricardo no sólo hace excelentes construcciones,–dijo inclinándose– también supo elegir unahermosa dama.

–Señor Ponino. –Elena temblaba– Es ustedmuy amable.

Polo miró de lado y saludó con su proverbialentusiasmo:

–Bayardo, acércate. Acá estoy con tu alumnodilecto.

Benamires venía con el judío Wahrmann,otro señor y las esposas respectivas.

Bayardo presentó a los demás.

–El señor Gildman y señora. Te lo recomiendo,Ricardo. Donde Gerard Gildman pone el ojo, elnegocio prospera.

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–Son personas como las demás. No tienencola ni alas.

–Pero... ¿Tú sabes quienes son? ¿Laimportancia que tienen en la sociedad? Haceun momento estábamos junto a varios de losgrandes potentados del país.

–Yo estaba junto a unos hombres y sus señoras.Algunos son amigos y otros sólo conocidos.

–Ellos vinieron a saludarte y tú niimportancia les diste. Ay, Ricardo. No sólo notienes la alegría de vivir, no sabes vivir. Una vezque podíamos codearnos con esa gente...

–Cada uno es a su manera. Y me extraña quedesees codearte con esa gente. Dos eran judíosy dos, capitalistas. Muchas veces te oídocriticarlos... Ahí vienen tus padres.

Ricardo vio con alivio que llegaban sussuegros. Elena se desbordó contando a doñaRamona el encuentro anterior. Ricardo se fuecon don Ernesto a oír anécdotas del viejo.

Y así pasando el tiempo... en el tiempo todosse fueron.

::::::

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::::::

–Hermoso mito ha sacado esta noche. –dijoPedro– Sin embargo, debe desprenderlo delanzuelo… o comenzará a agonizar.

Ricardo miró la punta de la caña. Ahíestaba, colgando del sedal, moviéndose, perosin desesperación.

Lo trajo al banco y le quitó el gancho. Elmito parecía mirarle con sus ojos grandes, sunariz aguileña, sereno.

–Devuélvalo a su lugar. –rogó Pedro– Esosmitos están acostumbrados a morir en manode quienes lo sacan.

–Así es... –musitó Ricardo– y aún despuésde miles de años, no queremos valorar sulegado y los despreciamos.

–Por eso mismo. –dijo Pedro– El hombreteme lo que no puede comprender. Lo sé porexperiencia. Yo temí.

Ricardo dejó la caña en su lugar y se fue.

No giró para despedirse. Sabía que Pedroya se había ido.

...oo0oo...

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:::::::

Ricardo contempló el dibujo en perspectivade su casa.

Bayardo iba a construir una serie de chaletsen una calle lateral al Prado, y Ricardo vio laoportunidad de hacer el suyo.

Gildman le otorgó un préstamo a largo plazo,pero era seguro que tras ese financiamientoestaba Benamires.

Nada dijo a Elena ni a su familia.

Se evitarían envidias.

Volvió a mirar el dibujo. Era una casa sinlíneas pesadas ni discordantes.

El frente lo formaban ladrillos cocidos,cantos rodados y cemento rústico.

Tenía un jardín con un ojo de agua y susauce llorón.

Al fondo estaba el garage y el taller. Sobre élun cómodo apartamento para Rita y Alsina.

Apagó la luz y se marchó de la oficina.

Mientras iba a tomar el ómnibus recordabala primer semana de Rita.

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18 ALSINA

Todos somos iguales ante la ley...

El mar tenía una luminosidad extraña.

Las olas rompían suavemente contra laescollera en mitad de la noche,

Ricardo llevaba tiempo sentado en el bancode piedra.

Había lanzado el hilo a la profundidad y yasentía que algo estaba mordiendo la carnadade su anzuelo.

Pedro, el pescador, vino lentamente desde elfaro.

Cada tanto se detenía mirando las piedrasdel espigón.

Llegó junto a Ricardo y, sentándose, quedóviendo la oscuridad.

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Y desde ese día Rita se sentaba a la mesa conellos.

Ricardo reía al ver las dos mujeres salircorriendo cuando uno de los mellizos lloraba.

Rita era otra madre para ellos.

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Los años pasaron.

Se hizo la casa del Prado. Rita y Alsina secasaron. Los mellizos crecieron. La vida siguió.

Aumentaron los desempleados, los empleosindirectos y los jubilados.

Disminuyó la mano de obra productiva ycada vez era más difícil adquirir lasnecesidades.

Era el ambiente propicio para oportunistas yutopías. Y surgió una llamada así: MITO.

Movimiento de Izquierda Total Oriental.

Sus seguidores: Mitauros. Parecían ilusos.

Pero cuando tomaron el camino de la fuerza,el robo y el secuestro, fueron proscritos.

Y nada atrae tanto al pueblo como un perseguidopor la ley, y más si es por sus ideas...

::::::

Hacía pocos días que la negrita estaba conellos. Era activa, pulcra y adoraba a los mellizos.

Elena, siguiendo las costumbres de doñaRamona, la mantenía aparte.

Una vez, adormilado, Ricardo preguntó siRita había desayunado:

–No. –dijo Elena– Ella lo hace después en lacocina.

–Dile que venga a comer con nosotros. –suvoz era firme.

–¡Ricardo!... –Elena le hizo un gesto dedesaprobación.

–Si vive con nosotros es justo que coma connosotros. Si tenemos confianza de entregarlenuestros hijos... ¿por qué no vamos a tenerlapara que se siente a nuestra mesa?

–Como tú digas. Es inútil tratar que cambiesde ideas. Pero, lo normal es que el servicio estéseparado.

–Lo normal es que seamos iguales. Si unostienen más que otros es cuestión de suerte o...de injusticias. Si Rita es buena no se tomaráconfianza. Y se la toma, la echas

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Elena se acercaba con los niños ya vestidospara salir.

Rita traía una bandeja con una jarra de vino,vasos, platitos con queso y morcilla cortada.

Se notaba que la señora había inducido a talpresentación.

Y Ricardo dijo:

–Elena... ¿Sabes, que Rita está embarazada?

–No me digas... ¿Y desde cuando,muchacha?

–Llevo dos meses. La próxima semana iré almédico.

–Iremos juntas. Te llevaré a mi doctor, esexcelente.

–¿Juntas, señora?... –ironizó Alsina– No mediga que...

–¿Dios me libre! Yo ya cumplí con Dios y laPatria.

Ricardo movió la cabeza con triste sonrisa.

Y tomando de la mano a Mariel y a Ariel, sefueron para el Cerro.

::::::

El domingo amaneció espléndido. Ricardo sedirigió al patio. Allí ya estaban Alsina y Rita.

Él recogía hojas secas, mientras ella levantabajuguetes desparramados.

–¿Se va a desayunar, señor. –le preguntó Rita.

–Sí... pero a mi gusto. Tráeme un poco demorcilla y vino. ¿Me acompañas, Alsina?

–No hace falta preguntar... Ahí estoy, al piedel cañón.

–¿Si la señora los ve! –exclamó Rita– Vayana la mesa de la parrillera que se los llevoenseguida.

–Te sacaste la lotería con Rita. –dijo Ricardomientras iban a la mesa– ¿Qué estánesperando? Ustedes no son de los que creenque tener hijos es un problema de plata.

–Ya tiene dos meses. –rió con su risafranca– Pero no se anima a decirlo. Cree que laseñora buscará otra sirvienta.

–Déjate de bobadas. ¿Está en algunasociedad médica?

–En la misma de su señora... Ahí vienen lasdos.

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–Salga, Benamires. Si se quedan tranquilosno les pasará nada. –y se dirigió a Ricardo–Tano, si quieren volverlo a ver tienen que dejartres millones. Luego diremos donde. El Mitohará justicia. Vamos, Benamires. Suba al otroauto.

El coche zumbaba. Pero ninguno de losautos podía salir.

El guardabarro frenaba la rueda.

–¿No podemos irnos! –gritó el que apuntabaa Ricardo.

–Tranquilos, –ordenó el cabecilla– ahí vieneel otro auto.

Los atacantes se movieron para verlo llegar.

Una mirada de inteligencia se cruzó entreAlsina y Ricardo.

El negro se lanzó sobre un bandido. Ricardoasestó un golpe en la muñeca del que teníacerca, haciéndole saltar el revólver.

Cuando éste se tomó la mano adolorida yquiso agarrar el arma, le dio un golpe en lanuca haciéndolo trastabillar.

El otro secuestrador se desprendió de Alsinay le disparó varias veces.

La reunión del viernes en la oficina deBenamires terminó temprano.

Bayardo quería ver la reforma que estabanhaciendo en la iglesia de Las Mañanas.

Allí estaba Alsina y Ruddy Rightsons, quienhabía quedado en lugar de Basolacqua.

Boris no fue, tenía una fiesta en un club.

Luego de revisar la obra, Bayardo se ofrecióa llevarlos hasta sus casas.

Venían por lo avenida.

Ricardo adelante junto a Benamires, Ruddyy Alsina en el asiento trasero.

Un auto se les adelantó, cruzándolos ydeteniéndose.

Se oyó el chirrido de la frenada y el coche deBayardo dio contra el guardabarro del otro.

El auto les cerraba el paso. Estaban en elpuente. Ricardo y Alsina bajaron enseguida.

Del vehículo salieron tres hombres llevandorevólveres. Su rostro estaba maquillado, eraimposible reconocerlos.

Dos apuntaron a Ricardo y Alsina.

El tercero, el líder, indicó con su arma quedescendieran Ruddy y Bayardo.

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Ruddy fue junto a los heridos.

Ricardo sangraba y seguía inconsciente.

A Alsina le salían hilos de sangre del vientrey la boca.

Abrió los ojos y dijo antes de desmayarse:

–No me disparen más... No soy un negro demierda...

Ruddy se sintió rodeado de gente.

Un instante antes el puente había estadovacío.

Por la avenida llegaban coches policiales yambulancias.

El capataz gritó furioso:

–¿Dónde estaban todos cuando hacían falta?

–Calmase, señor. –dijo un oficial– Ya sellevan los heridos. Están vivos. Acompáñeme.¿A quién podemos avisar?

Ruddy, ya calmo, miró al policía. Le parecióun monigote.

–A las señoras. La casa está cerca. Acá a lavuelta.

::::::

Minutos después el grito histérico de dosmujeres quebró el silencio de esa calle. Losvecinos se acercaron.

El negro, tomándose el estómago, pegócontra la baranda del puente y cayó al piso.

Ricardo iba a defenderlo. Vio del arma dellíder salir dos fogonazos.

Sintió barras candentes atravesándole elcuello y el hombro. Una fuerza brutal le hizogirar y caer junto al auto.

Los otros seguían disparando a Alsina,diciéndole:

–Tomá, negro de mierda... pa'que aprendas...

Sintió unos pasos acercándose. Y todo seoscureció.

::::::

Ruddy, al escuchar los tiros se había lanzadoal suelo. Cuando llegó el otro coche lo obligarona levantarse. Con horror vio como disparabansin piedad a Alsina. Ricardo parecía muerto.

Los dos asesinos se acercaron a éste,apuntándole.

La voz del cabecilla se volvió a oír:

–Dejalo, Morocho. No liquides al Tano. Yvos, gringo, decile a Boris que ahora son cincomillones.

Se apretujaron con Bayardo en el otro auto ypartieron.

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–Y como los otros se diluirá en el aire. –dijoRuddy.

–Comprendo su amargura. ¿No cree quemuchas veces nosotros nos sentimos igual?Pero el Mito tiene influencia en todas partes, enlas altas esferas y en el público. Ellos sonrevolucionarios, héroes, no importa si matan.

El teléfono sonó.

El oficial lo levantó y fue poniendo rostrosombrío mientras escuchaba a su interlocutor.

–Sí, soy el oficial Delpino... ¿Y Ricardo Rípido?...Gracias a Dios... Pobre negra... y estandoembarazada.

Ruddy se resistía a la verdad. El oficialmovió la cabeza afirmando.

Y se fueron hacia la sala de cirugía.

::::::

Ya habían llegado los familiares de ambasfamilias. El dolor y la angustia los unía.

La puerta del corredor se abrió saliendo unmédico, su rostro era triste. La dos mujeres seabalanzaron sobre él.

Ruddy y Delpino las separaron.

La puerta se abrió y el oficial salió seguidopor Elena que llevaba de la mano a los mellizos.

Detrás venía Rita. Su vientre de embarazadase agitaba con los sollozos.

Elena entregó los niños a una pareja deviejos vecinos:

–Cuídemelos, por favor, doña Juanita. Ay,don Cosme... ¡lo han matado!... ¡lo han matado!

Las dos mujeres subieron con Ruddy en laparte de atrás de la patrulla la cual partióvelozmente hacia el hospital.

Al llegar supieron que los heridos estaban ensalas de operaciones, y un agente quedó a laorden de las mujeres.

–Señor Rightsons, –dijo el oficial– necesitosaber como pasó. Cuanto antes me de sudeclaración sería mejor.

En la sala de guardia Ruddy narró el suceso.El oficial tomaba notas. Al terminar se tomó elmentón cavilando:

–¿Dijeron "Tano" a Ricardo? Él es de origenitaliano, tal vez en el barrio le dijesen así y elsecuestrador lo conocía. Si el Mito está en estova a ser un caso difícil.

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La verdad estaba allí, en ese hospital. Ypreguntó por la señora Elena.

–Se quedó con Ricardo. –respondió la vieja.

–¿Puedo verla? –la voz era mandato másque pregunta.

Y aquella doña Ramona, último vestigio deuna época de clases, sirvió de sirvienta a unanegra a quien el dolor y la valentía de enfrentarla realidad daban más altura humana.

::::::

Doña Sara entró a buscar a Elena. Al salir,ésta se abrazó a Rita. Antes habían estadohermanadas en la angustia. Ahora lo eran en lacomprensión.

Rita se separó y con sus ojos rojizos miróserenamente a Elena. Volvía a estar al serviciode ella.

–Voy para la casa, señora. Quédese con elseñor Ricardo. No se preocupe de los mellizos.Mi hermano se encarga... –se le hizo un nudoen la voz– de Alsina.

–Rita... –Elena pensó un instante– Rita... siquieres, llévenlo para nuestra casa... para mísería un honor.

Doña Ramona miró asombrada a su hija. Erasu voz, pero parecía que fuese Ricardo el quedecía las palabras.

El oficial y el doctor llevaron a Rita por elpasillo. Sus hombros se movían convulsionados.Su familia fue tras ella.

Dentro del dolor de esa muerte se manteníala esperanza de salvar a Ricardo.

De otra sala salió un médico. Elena y doñaSara se le acercaron angustiadas.

Sonría alentador:

–Ya el peligro pasó. Ahora lo llevan para lahabitación. Sigue anestesiado. Solo unapersona podrá acompañarlo.

Los agradecimiento a Dios y al doctor serepetían.

–Hay que dar gracias a su fortaleza. – agregóel doctor– Había perdido mucha sangre. Peroluchó por su vida, y el ansia de vivir hace másque el médico.

En la planta baja estaba Rita rodeada de susfamiliares. Doña Ramona fue a transmitirle lanoticia. Rita ya no lloraba, tenía la aceptaciónde lo inevitable.

Y sintió alivio por la salvación del señorRicardo. Ruddy le había dicho como habíaquerido salvar a Alsina. Ella nunca más tendríaa su negro, pero lo llevaba en su vientre.

A Rita le sonaba huecas las palabras de doñaRamona, hablando de Dios, resignación y fe.

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Él nunca había hablado de los tres millones,ni a la policía. Si no hubiera sido por Boris nolo hubiese recordado.

::::::

Cuando Ricardo pudo volver a su casa losárboles tenían pocas hojas.

Ya la euforia de su llegada había pasado.Elena hablaba con sus amigas. Los niños veíantelevisión.

Ricardo se refugiaba en la cocina. Le pidió aRita si podía salir a buscar el diario. Cuando lotrajo, la negra tenía los ojos llorosos. Loentregó abierto en Policiales. Ricardo leyó:

"Última Hora. El capitalista y arquitectoBayardo Benamires fue liberado en la PlazoletaSuárez. Su hijo, años ha líder estudiantilrespetado, y hoy Ing. Boris Benamires, estabaen conversaciones para entregar los 5 millonesdel rescate. Todo indica que nuevamente elMito ha logrado sus propósitos. EL arquitectono quiso dar declaraciones."

Parecía un panegírico a Boris y al Mito. Nadaque esos millones eran el precio de una vida. Ydijo con amargura:

–Rita, la gente es una porquería. Sólo Alsinase portó como un hombre... y nada dicen de él.

::::::

Esa noche fue entregado el cuerpo de Alsinay llevado a la casa de Ricardo.

La casa se llenó de albañiles y señores, deblancos y negros, de ricos y pobres, diferentesante la sociedad, iguales ante la muerte.

Boris llegó a la casa del Prado y, luego deofrecer sus condolencias a los deudos, se dirigióa Rightsons:

–Diles que la constructora se encarga detodo. Nada hubiese pasado si no hubieranguapeado. Pobre negro...

–¿Pobre negro? –bramó Ruddy– ¡No, señorBoris! Esas fueran sus últimas palabras, que noera un negro de mierda, que no era un pobrenegro. Los pobres somos nosotros que nadahicimos. Los que estaban tirados en la calleeran dos hombres de verdad, uno con pielnegra, otro con piel blanca. Y valían muchomás que los cinco millones que pidieron esosasesinos.

–¿Cinco millones? ¿No eran tres? –preguntóBoris.

–Al final dijeron cinco. ¿No se comunicaroncon usted?

Boris no respondió y se fue. Ruddy quedóintrigado.

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–Don Ricardo. –también él ahora lo llamabaasí– Aquí había poco dinero. El banco aceptómi firma y la del señor Boris. Para el rescate, éllo consiguió de unos prestamistas.

–¿Prestamistas? –exclamó Ricardo– Diráagiotistas, y le quitarán hasta los pantalones aBayardo.

–Esos no me los quita nadie. –rió Benamires,entrando.

Estaba más delgado, pero con el mismocarácter. Boris, tras él, parecía la figura deYago. El viejo abrazó a Ricardo.

–¿Cómo te sientes, botija? Gracias porjugártela. Pero, otra vez no lo hagas. No haydinero que pague una vida.

–Ya todo pasó. Lo hice porque lo hice. Ustedy yo estamos de vuelta. Pero Alsina...

–Sí... Alsina. ¡Qué gran negro! –Bayardomiró a su hijo– Boris, ¿le dijiste a la señora quenos haremos cargo de los gastos y seguirárecibiendo su sueldo de por vida?

–Sí, papá. Pero sigo pensando que si estosdos no se hubieran hecho los guapos, no habríapasado nada.

Ricardo lo miró despectivo. Benamires conrecriminación.

–No aolo él, señor. También usted lo fue y lodefendió.

–Rita... No me digas señor. Alsina y yo noshermanamos. Me siento orgulloso de haberpodido ser su amigo.

A Rita le salieron las lágrimas y Ricardo semarchó.

::::::

La mañana siguiente Ricardo Rípido ya seencontraba en la oficina. Como era normal, laprimera en llegar fue Marta.

Ricardo le agradeció lo que había hecho en laoficina, y también por él alternándose conElena para cuidarlo.

–¿No habré dicho algunas locuras delirando?¿Pronuncié algún nombre?...–preguntó temeroso.

–No. Usted es siempre formal. Sólo laprimera noche repitió unas veces: "Se ahoga...Se ahoga... Salí... Salí... "

–Gracias, Marta. –dijo aliviado– Llámeme alarquitecto.

–Ya viene para acá. Ayer avisó. Traeré losinformes.

El personal llegaba. Luego de los saludos,quedaron Servéndez y Almondrar reportandolas novedades.

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Luego pidió los pagarés a Almondrar. Ylanzó un grito:

–¡Boris!... Has hipotecado todo. Hay cincoveces más de lo que te dieron. ¿Por qué nohablaste con Gildman?

–No sé. No tenía tiempo para pensar. ElMito me exigía.

–Gildman se lo habría dado enseguida. –afirmó Ricardo.

–Ya se juntaron el genio y la eficiencia. –Boris se levantó molesto, yéndose– Te dejo contu héroe y tu constructora.

–¡Boris!... El héroe fue Alsina. –la ronca vozde Ricardo sonaba autoritaria– Ahora ustedtiene tiempo. Los cálculos de Punta Ballena. Ycreo que piensa más de lo que dice.

Boris se había detenido helado. Se sentíasubalterno. Cerró la puerta con rabia.

Su padre rió para sus adentros.

–Ricardo... recuerda... es mi hijo. –murmuróBayardo.

La constructora volvía a su normalidad. Loúnico distinto era un gran cuadro en el recibode la oficina de Benamires.

El rostro simpático del negro Alsina mirabadesde él.

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ALSINAALSINA

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–No quiero sacar este mito y que sufra. –musitó Ricardo.

–No hace falta; –dijo Pedro– además,aunque lo hiciera nunca agonizaría, siempreseguirá vivo junto a usted. Sacuda el sedal y sedesprenderá solo del anzuelo.

Así lo hizo y el mito se soltó.

Pero, en lugar de hundirse en la profundidadpermanecía arriba, renegrido, brillante.

–Algo lo une a usted, –reflexionó Pedro– oa usted con él.

–Sí... –musitó Ricardo– fui el padrino delhijo de Alsina. Y lo vimos llegar a ser el mejorarquitecto negro del país.

–Yo me refería a ese mito que está allí. –indicó Pedro.

–Y yo al del Alsina... –dijo Ricardo– pero,es lo mismo.

Sintió la risa comprensiva del pescadoralejándose.

Cada vez estaban más compenetrados.

Depositó la caña junto al asiento y, despacio,volvió por la escollera hacia la ciudad.

...oo0oo...

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19 REENCUENTRO

Las estrellas miran hacia abajo .

Una hermosa luna alumbraba la escollera yla superficie del mar estaba lisa, serena, todoinvitaba a recordar.

Ricardo fue caminado por el espigón, en elasiento de piedra ya estaba Pedro escudriñandola bóveda del cielo.

Ricardo se sentó, nuevamente se sintió enmedio de la escollera, de la noche, de laprofundidad, de todo.

–Observe el firmamento, –le señaló elpescador– cuando la luna brilla no deja ver alas estrellas. Sin embargo la luna es solo unsatélite... y la mayoría de las estrellas, soles.

–Algo similar sucede con las personas quepasan por nuestra vida, –dijo Ricardo–muchas veces sólo vemos el resplandor de laluna… y las estrellas quedan ocultas.

Y tomando la caña lanzó el sedal a loprofundo.

::::::

En el Cerro había una zona llamada el BarrioPolaco.

Allí vivían los emigrantes que tuvieron quesalir de ese país perseguidos por los fanatismospolíticos.

Sus hombres y mujeres trabajaban por igualen los frigoríficos. Ambos eran fuertes, grandes,alegres, rubios, rosados, de ojos claros, amantesde la música y fiestas.

Tenían otra atractiva cualidad:

La belleza de sus hijas.

Católicas prácticas, en misa parecían ángelesrubicundos que tuviesen el cielo en sus ojos, lavida en sus mejilla rosadas y... la pasión en susblancas y torneadas formas.

Vilma Verolosky fue una fiel representaciónde eso.

Ella y su hermano Vladimir eran muy queridospor sus paisanos y los demás jóvenes, hijos degallegos e italianos.

Al padre se le conocía por su destreza dematambrero y su habilidad tocando el violín.

Y su madre fue famosa por algo insólitoacontecido recién emigrada

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Nunca había sido condenado, ya que loprotegían algunos homosexuales personeros dela justicia.

El Verrón se había insolentado muchas vecescon Vilma, pero ni su temida fama habíaamedrentado a la muchacha.

Una noche, cuando Vilma volvía del almacén,el Verrón surgió de la oscuridad y luego degolpearla la llevó a unos matorrales de unbaldío y la violó.

La valiente muchacha lo denunció.

El Verrón afirmó que esa noche la habíapasado en una pensión del puerto con Malena,quien era una de las mujeres que caficiaba.

La yira lo confirmó. La verdad era que habíaestado prostituyéndose como otra noche máspara darle dinero al Verrón.

Y lo dejaron libre otra vez.

El padre y la madre de Vilma, a pesar de suaparente fuerza se hundieron en la amargura.

No Vladimir que, en lugar de ello, hundió unpuñal en el vientre del Verrón.

Una compañera de trabajo puso en duda lafuerza de la polaca. Ésta, para demostrarla, fuedonde sacrificaban el ganado y... con puñetazoen el testuz de una vaca, la mató. Cosa quealgunas veces hasta fallaban con el martillo.

Vilma era la más hermosa de las polacas,pero la mirada de Vladimir, la figura de lamadre que medía lo mismo en sus tresdimensiones, el recuerdo del puñetazo y elpensar que con los años Vilma sería igual,frenaban las audacias.

Sin embargo a esa edad el amor es másfuerte que el miedo y muchos habían llegadohasta ella con requiebros, saliendo quebradosfrente a su incólume decencia.

Dos hombres estaban enloquecidos por Vilma.

Uno era William Wellstone, un enjuto yformal muchacho inglés que siendo niño llegóal barrio. Él la amaba en silencio, pero sus ojoshablaban y Vilma le respondía con un sonrojo.

El otro era Víctor Verreaux, alias El Verrón,un proxeneta degenerado y pendenciero. Tenía30 años y un enorme legajo policial.

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Pero el ceñudo padre aterraba a cualquierjoven.

Eso no evitó que los muchachos fuesen amisa o al ángelus para estar cerca de ella. Yaque el padre, buen masón, no iba a la iglesia.

Allí conoció a Vilma y se hicieron amigas.

También lo fue de Elena, joven hija de gallegos,muy católica, deportista y de carácter alegre.

Y de Gladys una muchacha serena cuya ambiciónera conquistar a Gabriel, un joven picaflor.

Gracias a ellas logró librarse de su padre que,suavizado por su esposa, le permitía visitarlas ysalir con ellas.

La unión duró poco.

Un día corrió la noticia que Gabriel se habíaennoviado con Lidia, lo cual alejó a Gladys.

Y luego lo sucedido a Vilma terminó de separarel grupo.

Después se supo que Gabriel y Lidia habíandejado, que él nuevamente andaba en suscorrerías, que Lidia tenía tuberculosis y se iba aun sanatorio en Minas.

Y Lidia quedó como el sueño ideal de muchosjóvenes.

Pero el muchacho no supo herirlo.

A Vladimir le dieron siete años de cárcel y aVerreaux el mejor cuidado en una clínica cuyodueño era sodomizado por El Verrón.

La aplicación de la justicia algunas veces esinvertida.

::::::

Si Vilma era la más hermosa de las polacas,las criollas tenían su equivalente en Lidia.

Y más opuestas no podían ser.

Vilma era una realidad de mujer, Lidia unsueño.

Sus ancestros habían sido un aventureroespañol y una india.

Lidia Larasazú tenía un tono de piel bello,herencia de aquella aborigen. Era espigada, decintura estrecha, ojos negros, cabello azabache,pestañas pobladas, y un rostro que un pintorhubiese querido poner en la virgen.

Todo en ella era elegante, sensual, delicado.

Y cuando miraba, se comprendía porqué elhispano olvidó su tierra.

Lidia era una mujer para escribirle unapoesía. Y fue la inspiración de muchos jóvenesde ese barrio.

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–Lo sucedido a la muchacha le cohibía más,temiendo ser rechazado.

Ricardo le animó y juntos fueron a la casa delos polacos siendo recibidos con cariño sincero,buscando los viejos alivio a su amargura yfelicidad para su hija.

Vilma sintió la dicha de no encontrarsedespreciada. Las visitas de los jóvenes sesucedieron trayendo luz donde existía lasombra de saber que Vladimir estaba preso.

Una noche el viejo polaco invitó a Ricardo albar de la esquina, allí le preguntó si él teníainterés en Vilma.

El joven enrojeció e indicó que el enamoradoera William.

El viejo pidió un café y una ginebra. Los dejósobre la barra y dijo que cada uno debía tomarlo suyo. Ricardo comprendió, bebió su café y noacompañó más a William.

Pocos años después Vilma y William secasaban y se iban para Venezuela.

El padrino fue Ricardo.

::::::

Ricardo, Gabriel y William eran amigos deVladimir, detrás de eso existía el interés deestar cerca de Vilma.

Ricardo, juntaba dos personalidadescontradictorias. Por un lado era un idealistautópico, un romántico poeta. Por otro, unatrevido inventor, un inquisitivo perfeccionista.

Sus amigos le apreciaban y temían.

Hallarse a su lado cuando estaba haciendoalgo podía ser peligroso.

Sin embargo convenía estar con él, lasmuchachas lo rodeaban en busca de su ayuda.

Ricardo sabía arreglar un zarcillo, resolver unproblema de álgebra, dibujar, reparar cualquierartefacto... o escribir sobre cualquier tema.

Un joven así era normal que fuese pretendidopor ellas y aceptado por los padres.

Pero él tenía un ideal de la amistad yguardaba su pureza para el gran amor a llegar.

Gabriel aprovechaba esa amistad paraaumentar su colección de aventuras y Williampara ver a Vilma.

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Lidia volvió curada de la ciudad de Minas,pero también era otro ser que vivía en sumundo interior.

Su etérea belleza era aún más acentuada porun hálito de enigma.

En otros ámbitos, Malena se prostituía porlos bares del puerto y seguía masoquistamentejunto a Víctor quien, por una infección, perdiósus clientes homosexuales.

Vladimir empezó a trabajar como obrero enla barraca del padre de Lidia.

Poco después el barrio se asombró con lanoticia que Lidia y Vladimir se casaban.

No se quedaron a vivir con el viejo. Vladimirsiguió de obrero y se fueron a una casitacercana a la playa.

Allí pasaban las horas mirando el mar, cadauno en su mundo íntimo, recordaban mucho,hablaban poco y copulaban menos, pero eranbuenos compañeros.

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::::::

Al los cinco años de su condena liberaron aVladimir.

Salió de la cárcel siendo un ser diferente:Callado, parco, serio.

En ese lustro los muchachos se habían vueltohombres y una nueva remesa de jóvenesocupaban su lugar.

Ricardo trabajaba en la constructora, sehabía casado con Elena, tenían mellizos yvivían en el Prado.

Gabriel se había recibido de contador, yGladys logró el premio a su constancia: se casócon ella. Eso no quitó que él siguiera siendo unpicaflor y ella perdonándolo.

Gladys le dio dos hijas, él tenía una lujosaoficina en el centro y vivían en un hermosoapartamento en la rambla.

De William y Vilma se recibían cartas dondehablaban maravillas de ese país tropical, yatenían dos hijos, vivían en una ciudad de lacosta y él trabajaba en una petrolera.

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–Las mujeres no están. Ya somos maduros.Quitémonos las máscaras... ¿Con quién lohicimos la primera vez?

–Para mí es fácil acordarme. –dijo Ricardo–Fue la única antes de Elena. Era una noche queandaba deprimido. Me tomé un par de coñac yfui con una yira. Recuerdo su nombre: Malena.Recuerdo que ni siquiera respondí bien.

Los hombres largaron una carcajada y siguióWilliam:

–No lo creerán, pero yo también lo hice conella. En la mañana había estado en la playa conVilma... yo ya estaba a punto de explotar, fui alcentro y encontré a Malena.

Nueva risa para disimular la fina amarguraque destilaban.

Y Gabriel, moviendo la cabeza, tomó el turno:

–No es una broma, yo también lo hice conesa mujer. Fue una noche que venía de estudiary el viejo me había dado plata para que cenara.Y mi cena fue esa yira.

Nadie rió esta vez y se fijaron en Vladimircon una mirada de ironía y temor.

Éste serenamente les preguntó:

–¿Saben quién es esa yira, Malena?

Pasó el tiempo.

Gabriel era un rico representante de gruposeconómicos. Ricardo, jefe en la empresa.

Vladimir seguía siendo obrero... más solo ysolitario. Lidia hacia dos años que habíamuerto de cáncer.

La que había sido el sueño de tantosmuchachos dormía en su féretro el sueñoeterno, teniendo aún esa etérea belleza que ni eldolor había podido destruir.

No habían tenido hijos, pero Vladimir siguióviviendo en la casita de la playa. Sus amigos leinvitaban cada tanto para hacer una parrilladay no dejarlo hundir en la soledad.

Pero, ahora se hallaban en un feliz reencuentro.

William, Vilma y sus hijos habían venido apasar la Navidad en su tierra vieja y el siguientesábado volverían a la nueva.

Ese atardecer estaban los cuatro en el estudiode Gabriel y las tres mujeres en una confiteríacercana. Luego irían todos a cenar a un famosorestorant cercano al puerto.

Los hombres son más propensos a lanostalgia, y quizás impulsado por la bebida,Gabriel propuso:

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–¿Quién habrá sido ese mortal? –musitóRicardo.

–Pregúntale a él... –dijo indicando al polaco.

Vladimir miró a Ricardo y con voz apagadalo señaló:

–Vos... Y te quiso hasta el último momento.Me dijo que la enterraran con una poesía que leescribiste...

–Pero... yo no me di cuenta... nunca estuveenamorado de ella... le escribí eso en el liceoporque ella me lo pidió.

–La vida es increíble. –intervino William–Éramos cuatro muchachos amigos del barrio,ahora somos cuatro hombres unidos por dosmujeres, una de la más baja ralea humana, laotra tan alta que llegó al cielo.

::::::

Fueron hasta la confitería a buscar lasesposas. De allí salieron para el restorant.

Irían en ómnibus como cuando eran jóvenes.Vladimir se despidió en la parada, quería volvera su casita de la playa.

–La mina, –siguió al ver la negativa– laprostituta que ha mantenido a El Verrón. Laque atestiguó a favor de él.

Un frío recorrió a los hombres, y Vladimirterminó:

–La primera y la única fue Lidia. La amédesde que era un niño. Para nosotros no era tanimportante hacerlo. Yo era feliz teniéndolacerca... pero ni eso me quedó.

Cada uno miró el fondo del vaso buscandolos recuerdos y disimulando las lágrimas en susojos. William murmuró:

–Lidia fue la muchacha más hermosa quehaya visto. Yo estuve enamorado de ella hastaque conocí a Vilma.

–Yo también la amé, –dijo Gabriel– era unsueño de mujer, parecía que no perteneciese ala tierra.

–Y vos, el picaflor de siempre, la dejaste. –cortó Ricardo.

–¡La que me dejó fue ella!... –exclamó contristeza– Me dijo que vivía enamorada de otro.

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–¿Tú crees que ellas aguantarían una noche?–intervino William– Si con una vez por semanaquedan cansadas.

–No te hagas el macho vigoroso, que el quese cansa eres tú. –dijo Vilma con una carcajada.

Habían doblado una esquina.

Por la vereda venía una pareja.

Se veía que eran una yira y el caficio.

Cuando faltaban pocos pasos para enfrentarse,se detuvieron.

Eran el Verrón y Malena.

El silencio se profundizó.

Víctor Verreaux estaba convertido en unapiltrafa, demacrado, con ojeras profundas, ojosrojizos, encorvado... una cloaca donde sehabían arrojado todas la degeneraciones.

Ella una pobre mujer acorde para talejemplar. Pero, con todo, aun le quedaba algoque la hacía mejor que él.

El Verrón reconoció a los del grupo.

Quiso guapear dando un paso hacia ellos.

Antes que los otros se dieran cuenta, Vilmaavanzó y lo observó con desprecio.

Los otros comprendieron, junto a las tresparejas extrañaría más a Lidia.

Pasadas las diez de la noche y luego de unaabundante cena rociada con un delicioso vino,decidieron dar una caminata por las callespenumbrosas y malevas.

La euforia y la bebida los hacía volver a losaños idos, cuando eran muchachos.

Pero la vida los había cambiado, ahora eranseñores que no podían disimular su presencia.

Las yiras ni se les acercaban, mirando conenvidia a las mujeres. Los malandras veían conrecelo a los hombres.

William y Gabriel iban armados y eso diomás confianza a las esposas que, más criteriosas,temían. Gladys preguntó:

–¿Cuánto sacarán estas mujeres en unanoche?

–Si quieren las dejamos aquí a las tres. –seburló Gabriel.

–¿Y si nos gusta? –terció la siemprebromista Elena.

–Las golpeamos y les sacamos la plata. –rióRicardo.

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–No pienses en él...

–No pensaba en él. Pensaba en ti... miinglesito flaco.

–Te quiero, eres maravillosa... mi polacaloca.

Y, acariciándola, la fue llevando hasta lacama donde se confundieron en amor y pasión.

::::::

Gabriel se puso el piyama. Tomó la agenda ymiró lo que debía hacer el día siguiente. Seacostó al lado de Gladys.

–Esta noche hubo de todo. –dijo elladulcemente.

–Sí. La verdad es que Vilma fue valiente.

–Tú también. Parecías otra vez el muchachodel barrio.

–Y vos la muchacha que esperabas en lapuerta...

–La que siempre soñó que la quisieras. –murmuró ella– Te quiero, Gabriel. Aún no sécomo me elegiste a mí con la cantidad denovias que tenías.

–Porque sos buena.

Y después de un amor sereno, los dos sedurmieron.

Los hombres se adelantaron para defenderla,pero ella se dio vuelta y los miró de formadeterminante, luego volvió a ver al Verrón ydijo como si escupiese queda palabra:

–¡Hay una justicia más grande que la ley delhombre!...

Verreaux agarró del brazo a Malena y laarrastró bajando a la calle.

Cuando la yira pasó junto a Ricardo esbozóuna sonrisa y, mirando de reojo al Verrón,murmuró irónica:

–Adiós, Rubio...

Vilma había quedado inmóvil. Elena yGladys la fueron a acompañar. Ricardo yGabriel miraban a William. Éste tenía unasonrisa de triunfo... y abrazando a Vilma, dijo:

–Comimos bien... pero este café ha sido único.

::::::

Poco después cada pareja vivía su instante asu manera.

Vilma miraba por la ventana las luces delpuerto donde poco antes la vida, aunque seauna vez, había sido justa.

William se acercó y la abrazó por la cinturadiciéndole:

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Poco después sentía una manos virilesenloqueciéndola.

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En una maloliente pensión del puerto losgritos y llantos se sumaban a otros que salíande los demás cuartos.

El Verrón pegaba a la pobre Malena,mientras le gritaba:

–¡Desgraciada! Tuviste que saludar a ése queera de mi barrio... Seguro que se está riendo demí... Cuando estás conmigo no saludas anadie... ¡Toma, porquería!

La miserable mujer se encogía en un rincón,mientras los golpes caían inmisericordes sobreella, pero respondía:

–¡Pégame, infeliz! ¡Ay!... No importa,pégame. Te dio rabia porque él está arriba, yvos sos una basura.

A Malena le sangraba la boca, la cara se lehinchaba. El Verrón golpeaba sin mirar, entanto le gritaba:

–¡Callate, porquería!... Voy a cerrarte laboca. No soy un pituco como él. Soy unhombre. Y si no, que lo diga Vilma.

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Elena, recostada en Ricardo, miraba eltecho. Sabía que él se había enamorado de ellapor su castidad y carácter. Que había olvidadosus sueños. Que, frustrado, había ido con unayira. Él mismo se lo había dicho. Y preguntó:

–¿Por qué te saludó esa mujer? ¿No seríaaquella?...

–Tal vez.

–¿Y todavía te recuerda?

–Capaz. Será por lo malo que fui. No hicenada.

–No lo puedo creer en ti. ¿Por qué no me locontaste?

–Hay cosas que no se cuentan, así sea de unamujer como ésa. Pobre, todavía anda con él.

–Siempre estoy descubriendo una nuevafaceta en ti. ¿Nunca terminaré de conocerte?

–No hay mayor desconocido del que vive atu lado. Es cuestión de enfoque. Más cercaestás, menos perspectiva tienes. Además, dicenque el amor es ciego.

–Y yo estoy ciega por ti. –dijo Elenaapagando la luz.

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Estaban en el aeropuerto.

Mientras Gladys y Elena iban con Vilma porla tiendas para llevar más recuerdos a los amigos,Gabriel invitó a los hombres a tomar algo.

Al pasar por el quiosco Ricardo compró undiario.

Se sentaron en el bar, el mozo trajo lasbebidas. Ricardo miró a Gabriel y Vladimir, yéstos aprobaron con los ojos.

–¿Quieres enterarte? –dijo dándole el diarioa William.

Estaba en la página policial... William lo leyóen silencio.

María Moñez, infortunada meretriz conocida

como Malena, fue hallada muerta a golpes en

una pensión del puerto. Próximo a ella, su

proxeneta Víctor Verreaux alias El Verrón,

se había suicidado ahorcándose de una viga.

–¿Las mujeres lo leyeron? –William preguntóatribulado.

–Sí. –respondió Gabriel– Pero no le diránnada a Vilma.

–No me hagas reír. Esa Vilma te rebajó en lacalle y ni pudiste hablar. Convencete... Ellosson personas, nosotros somos mierda. Ni vossos un hombre ni yo una mujer.

El Verrón la levantó del suelo y, dándole unpuñetazo en los flácidos senos, la arrojóadolorida sobre la sucia cama.

–¿Con que no soy un hombre?... Yo te voy aenseñar.

Se arrojó sobre Malena y ella, a pesar de suprofesión, se sintió violada, destrozada... ymasoquistamente lo amó.

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El puerto era una silueta negra contra elamanecer. Vladimir había pasado la noche envela viendo el mar.

Se levantó y fue hasta el ropero. Sacó unamarillento papel. Lo desdobló. Encendió unfósforo y lo quemó.

Miró por incontable vez la fotografía de Lidiay le dijo:

–Perdoname, no lo enterré contigo. Y él yasabe todo.

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Los altoparlantes anunciaron la salida.

Bajaron. Abrazos y rostros mojados por laslágrimas.

Partir es morir un poco.

El avión despegó. La aeromoza llegó con losperiódicos, William lo rechazó con amabilidad.Vilma le dijo sonriendo:

–Acéptalo. Ya lo vi. Sólo me da lástima ella.

–Pobre Vladimir, por fin se hizo justicia. –dijo William.

–Demasiado tarde, mi amor. Pero, la vidadebe seguir.

–Vilma... Nunca tendremos un reencuentroigual. Ahora a los cuatro nos unen dosmuertas... ¡y tan diferentes!

–Gladys, Elena y yo lo sabemos... Siempre losupimos. También nosotras nos confiamos enla confitería.

El aeroplano hizo una curva para enfilarhacia el norte.

Abajo, lejos, cada vez se veían más pequeñaslas cosas.

Y Vladimir desde la playa del Cerro le hizoadiós.

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–Pocas veces he visto eso… –dijo elpescador señalando la superficie de laprofundidad– Mire cuantos mitos rodean elsedal sin atacar al que está en el anzuelo. Lorespetan.

–O lo aprecian, o les trae recuerdos. –musitó Ricardo– No lo quisiera sacar afuera.No quiero que agonice una vez más. Sea quiensea, sufrió antes de ir a lo hondo.

–Es fácil eso. Sacuda el hilo y sedesprenderá solo.

–Y sacaré lentamente el sedal para nolastimar a los otros con el anzuelo. Tambiénellos deben haber sufrido antes.

–Compañero de la noche, –le dijo Pedro–pescador de mitos en medio de todo. Yacomienza a comprender. Pero aún le faltasacar muchos para encontrar su verdad.

–Lo sé... –murmuró Ricardo meditando.

Recogió el hilo, puso la caña donde siemprey miró la superficie donde brillaba la luna.

Los mitos jugaban en ella.

Se fue. Pedro ya se había ido.

...oo0oo...

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LOS CANGREJOS

20 LOS CANGREJOS

Son personas que tienen espíritude servicio a la comunidad...

Era otra de esas noches bochornosas.

El calor húmedo penetraba a través de laropa.

El agua cerca de la escollera era un líquidoviscoso en el cual flotaba la resaca de cosasinservibles, rotas, basura arrojada al mar orestos naufragados.

Ricardo sabía que el pescador no estaríasobre el asiento de piedra.

Efectivamente, lo vio sentado en la calzadade la escollera, sobre las rocas, con sus piernashacia el mar.

–Tome la caña y venga aquí, –indicó Pedro–en noches así es mejor estar cerca de lasuperficie. Sobre ella corre una brisa... a vecesva hacia el mar, otras hacia la tierra.

Ricardo le obedeció.

En un voleo tiró la línea, pero a pesar de oírel ruido no vio donde caía el anzuelo.

–La brisa es por diferencia de temperatura,–dijo Ricardo– el mar se calienta y se enfríamás rápido que la tierra.

–¿Por qué quiere encontrar una causa atodo? –preguntó Pedro– ¿No es más sencillosentir la brisa y nada más?

Ricardo movió la cabeza meditando.

Las verdades de los simples son irrebatibles.

El silencio y la noche dominaban. Sólo loscangrejos iban entre las rocas, deteniéndosecautelosos para correr cobardes a la mínimaalteración.

–Son como los seres humanos, –ironizóRicardo– no se animan a ir de frente paraavanzar, se mueven de lado.

–Y como los humanos, –agregó Pedro– sóloaceptan sus iguales, atacan a los más débiles,temen a los más fuertes y destruyen todo.Pasan ocultos en sus huecos, mojados por lasolas de la superficie, viviendo con la carroñaque sube de la profundidad o los restos quecada tanto trae la resaca.

Ricardo sintió muchas mordeduras en lacarnada del anzuelo y comenzó lentamente arecoger el hilo.

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Ricardo llegó a su casa. Elena salió arecibirlo, sonriente.

Entraron al el living. Tres señores gruesos yampulosos, se levantaron para saludarlo. Elenalos presentó:

–El doctor Zurriburi, don Yacareira, donXerodermis. Los señores hablaron con papá yte estaban esperando.

–¡Que frío hace! ¿Un coñac, señores? –dijoRicardo– Rita, por favor. Y para mí una ginebra,como siempre.

–Como siempre.–repitió Elena con voz molesta.

–Señores... ¿En qué puedo ser útil? –Ricardopreguntó.

–Útil e importante. –dijo uno– Sabemos de sumodestia y que es un libre pensador. Nos previnodon Ernesto. Pero, con lo sucedido, pasó a ser unafigura pública. Demostró como se debe lucharcontra los Mitauros. Estaríamos orgullosos queusted perteneciese a nuestra militancia.

–¿Su militancia?... –repitió Ricardo, yaasqueado.

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Muchas cosas sucedieron las semanassiguientes.

El arquitecto vendió su mansión y otraspropiedades para pagar a los prestamistas y sefue a vivir a un apartamento con una de lashijas casadas.

Boris se mudó a un lujoso estudio en el centro yallí se independizó, viviendo su misteriosadoble vida.

Anabel, que trabajaba en la clínica dondeestuvo Elena, se casó con Paul Pisamoro, quienpertenecía a una familia de hacendados, pero élera un pobre empleado bancario.

Las relaciones sociales las tenía a través desu esposo. Las otras se las daba el doctorSirsnake. Y Paul lo sabía.

La vida continuó. Aída, la hermana deRicardo, y Tina, la de Elena, anunciaron queestaban embarazadas.

La muerte de Alsina era cubierta por la arenadel tiempo y los Mitauros asaltaban bancos ycometían secuestros.

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LOS CANGREJOSLOS CANGREJOS

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–¿Quiere decir que no desea luchar contra elMito? Sin embargo arriesgó su vidaenfrentándose a ellos.

–Yo luché contra hombres, no contra susideas. Ustedes también fueron revolucionarios.En el origen de su partido tenían ideasparecidas. Lo dijo Sarmiento: Las ideas no sedegüellan. Se razonan. Lo triste es queactualmente todos, derechas e izquierdas, lasusan para sus propios intereses.

El abogado se levantó, los demás hicieron lomismo.

–Señor Rípido. Lamentamos haberloimportunado.

–De ninguna manera. Ha sido positivo.Recuerdo una frase: "Si luego de unaconversación alguien ha aprendido algo, todoshemos aprendido más. Pero si todos salen sinsaber un poco más, ha sido una reunión deidiotas"

Los acompañó hasta la puerta y cerró.

Al darse vuelta, Elena lo miraba furiosa.

Y él, sin decir nada, se fue al taller.

–Usted, –intervino otro– mejor que nadiecomprende que la forma de luchar contra esosextremistas revolucionarios es que nuestro partidosiga la línea social mantenida por décadas y setomen medidas enérgicas para eliminar lainfección de ideas foráneas y criminales.

Ricardo pensó que ese debía ser el quearengaba a las masas en los mítines.

Rita trajo la bebidas. Elena sonría feliz. Yaveía su apellido en letra de molde.

–Señores... –dijo Ricardo– en resumen,¿que proponen?

–!¡Ricardo!... Disculpen, señores... él es tandeterminante.

–Por favor, señora. Es normal que sea así.Don Ricardo, quisiéramos tenerlo como vocalpara la próxima elección. Su fama y nuestratradición nos darán el triunfo. Y, lógico, luegoutilizaríamos su experiencia en Obras Públicas.

Esa gota derramó el vaso, pero él no perdióel control:

–Lógico. Pero mi lógica es distinta. Ustedesviven de las masas populares. Yo, de mi trabajo.Y si lo sucedido me ha hecho una figurapública... realmente lo lamento.

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El petiso entró a la habitación. Furioso, miróa Ricardo:

–¿Ahora sos alcahuete de los milicos? –leespetó.

–¿Lo conoce? –preguntó, por hábito, eloficial Delpino.

–Sí... –dijo Ricardo– fuimos compañeros dela escuela.

–Callate, Tano. ¿Querés joderme? Hubieradejo que te...

Se contuvo y no habló más. El oficial sonríatriunfante.

Se llevaron al petiso. Y eufórico, Delpinoexclamó:

–Ése es el líder. Rightsons oyó cuando dijo:Dejá al Tano. Y con lo que se le escapó, el casoestá claro. Esto nos lleva a otros puntossospechosos. Gracias, señor Rípido.

Ricardo había abierto la puerta cuando eloficial pregunto:

–Boris, el hijo de Benamires… ¿no fue algorevolucionario?

–Sí... Pero, todos lo fuimos cuando éramosjóvenes.

–Tiene razón. Todos lo fuimos alguna vez.Hasta pronto.

::::::

Ricardo esperaba pensativo. El encargadodel caso del secuestro lo había citado para esemañana. Éste entró:

–Buenos días, señor Rípido. ¿Cómo sesiente?

–Bien, oficial Delpino. Nada más que aquíestá helado.

–Sí. Pero el presupuesto no da para másradiadores. Tenemos unos sospechosos yquisiéramos que usted los observase. No sepreocupe, ellos no lo verán.

–No me importa que me vean. Sin embargono creo que pueda ayudar, los secuestradoresestaban maquillados.

–Por suerte hay algo difícil de disimular. Hegrabado sus voces, si reconoce alguna dígalo,por favor.

Luego de hacer repetir la cinta, Ricardoindicó dos voces. Hicieron pasar a las personasal cuarto de identificación.

–Ese bajito parece conocido, quisiera verlomás cerca.

–Con razón a usted lo respetan... Otroevitaría acercarse.

–Más haría con tal de castigar a los asesinosde Alsina.

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Nada había dicho para evitar envidias.

Como Mariel y Elena tenían gripe, no loacompañaron.

Apenas llegaron, Ariel fue al galpón arevolver entre los hierros del famoso abuelo.

–Ese botija cada día se parece más a ti. –riódoña Sara.

–Dios quiera no se parezca mucho. Vierascomo me miraban y saludaban los vecinos.Como a un bicho raro.

–Es que tú haces y dices las cosas como laspiensas. Y no todo el mundo es así. En el barriote admiraron por lo valiente que fuiste. Perocuando supieron que reconociste al Petiso, esoles cayó como un balde de agua fría.

–Ah, claro... –ironizó Ricardo– Debíacallarme porque era mitauro y del barrio. Quemataron a Alsina, no importa. Que me disparóy estuve a la muerte, menos importa... si yohasta puedo comprarme un coche. Vieja, cadavez nos hundimos más en el barro de lainconsciencia.

::::::

Semanas después Marta entró en la oficinade Ricardo y, entregándole el diario demediodía, descontrolada le dijo:

–Don Ricardo, esto es horrible... asesinaronal oficial Delpino. Lo raptaron hoy de mañana.Apareció muerto en la rambla de variosdisparos en la cabeza.

–Pobre hombre. Parecía un buen oficial. Yfíjese, aún dejan bien a esos asesinos: –Ricardoiba leyendo– "Policía encargado del secuestrodel arquitecto es ajusticiado sumariamente"¿Ajusticiado? ¿Qué hay de justo?

–De justo, nada. De sucio, mucho. Más abajodice que desaparecieron todos los registros, queél los llevaba.

–Marta... –suspiró Ricardo– llévese eldiario. Durará más el papel con que está hechoque el recuerdo de Alsina y el policía. Esta vezlos Mitauros han dicho: "Caso cerrado"

::::::

Ricardo fue al barrio a buscar una camionetausada que había comprado.

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Ricardo lo miró irónico, pero su concuñadosiguió:

–Para obtener el pan diario dependemos delos Benamires, Gildman, Ronce, y otrosexplotadores que nos dan un mísero sueldo.

–¡Rafael!... Me parece estar en la esquina delMercado. Las mismas consignas, las mismasfrases consabidas.

Don Ernesto les hizo una seña, las señoras seacercaban.

–¿De que hablaban? –preguntó Elena,sonriendo feliz.

–Le decía a tu esposo, –fingió Rafael– quetuve que ir al médico. Estaba muy angustiado.Me mandó unos calmantes.

–¿Oyes, Ricardo? –dijo Elena– Tú deberíasir. Desde que te pasó eso estás más nervioso.Pero no haces caso.

–¡Vitaminas hay que dar! –explotó él– Nospasamos afligidos de lo que puede suceder perono hacemos nada para suceda de otra manera.¡Calmantes! ¡Sicólogos1... Que diga donErnesto si antes había tantas pantomimas

::::::

Cuando Ricardo se presentó en casa de donErnesto con su familia en la camioneta, huboreacciones de todo tipo.

–¿Sacaste la lotería? –preguntó Rafael, elesposo de Tina.

–No. Tenía unos dólares guardados detrabajos extras.

–Los sacaste a tiempo. El lunes entramos enhuelga.

–¿Otra vez? –terció don Ernesto– Hace pocoterminaron una. Ustedes los bancarios son losmejores pagados.

–Lo fuimos. Ahora no hay forma que lapatronal nos compense el creciente costo de lavida. Por eso, en la reunión del juevesdecidimos ir a un paro indefinido.

–Esas reuniones pueden estar dominadaspor el Mito. –aconsejó Ricardo– A ustedes losfichan y ellos se ocultan.

–Hablas así porque estás bien, –aseveróRafael– pero todos los días hay más gente en lacalle. Quienes nos dieron la libertad se olvidaronde darnos la independencia económica.

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–Ricardo, –dijo nerviosa– Tina quierepedirle un favor.

–Encantado, si está en mis manos resolverlo.¿Qué es?

–Bueno... –siguió Tina– tú sabes que estoyembarazada. Y como la situación está tan mala.Entonces pensamos con Rafael en que yo mejubilase por Ley Madre.

–Pero si tú nunca has trabajado. ¿Cómopodrías hacerlo?

–Rafael habló con sus amigos. Pero necesitofigurar en una compañía activa como laconstructora. Bayardo indicó que eso lo decidestú, y Martínez haría la vista gorda.

–Tina... ¿Cómo te atreves a pedírmelo?...Elena. ¿Te has prestado a esto, conociéndome?...¡Nunca lo haría!...

–Tenía razón Martínez; –dijo Rafael–cuando dijo que tú, por tus ideas, jamás nosayudarías ni nos harías este favor.

–Dale mis gracias a Martínez. Mi ayuda latendrán cuando quieran. Pero esto no es unfavor, es un fraude.

Se levantó, yéndose. Elena le seguía, furiosacon él.

–No compares, –terció Tina– eran otrasépocas.

–No eches la culpa a las épocas. Échalas a loshombres.

–Ya vas a empezar con tus cosas. –dijo Elena.

–Antes los remedios eran trabajo,responsabilidad, la dura. –siguió él–. Hoy esmal visto ser severo con un botija. La verdadque a nuestra generación le tocó un papeljodido: De niños tuvimos que respetar anuestros mayores, y de mayores nos exigencomprender a nuestros hijos.

Todos rieron por lo que parecía ser un chiste.

–Pues yo pienso criar a Rafael Martí concomprensión y humanidad, –dijo Rafael– paraque sea igual a José Martí. ¿No leíste lorevolucionario y humano que era?

–Leí todas su obras. Y ojalá se parezca a él.

–Nunca creí que lo apreciaras... tú que erestan lógico.

–Él dijo: "Más vale un minuto de águila queuna vida de ratón." Pero, cada vez hay másratones y… menos águilas.

El ambiente estaba raro. Doña Ramona lesirvió un coñac.

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–Gracias. Pero el valiente fue Alsina.Además, cuando me enfrenté a esos tipos nopensé esas cosas que dijo. Sólo vi un amigo enpeligro. No creo que es de hombre dejar unamigo en la estacada. Y los maulas tras un armanunca me gustaron. Si peleé fue por eso, no porsus ideas. Gracias.

El grupo quedó pasmado. Elena enrojeció.Un murmullo de hielo recorría el lugar. Roncedesvió la conversación a otros temas. Ricardodecidió aislarse en un sillón. Pero Ronce y unjoven vinieron a sentarse en el sofá frente a él.

–Caro amigo, –decía Ronce– el capitalismoy socialismo como enemigos en pugna es yaanacrónico. El progreso de las últimas décadasse debe al socio-capitalismo.

–Exacto, Ronce. –afirmó el joven– Uncapitalismo social y con cristiana moral. Esorespeta la fe. Un socialismo donde la reparticiónde las riquezas sea según la capacidadindividual con una distribución razonable deltrabajo. Que una persona trabaje donde seamás útil a la sociedad y no donde gane más.

::::::

Fueron días de enojo y aislamiento entre lapareja.

Pero Elena casi bailaba al recibir lainvitación para una cena y reunión en casa deRaúl Ronce Rien, auspiciada por AMOR(Asociación de Matrimonios Orientales Religiosos).

A Ricardo le sorprendió el convite, laantipatía continuaba.

Luego del rebuscado menú, Ronce hizopasar al salón, y siendo secretario de esaasociación, comenzó a disertar:

–Distinguidas amistades. Tenemos hoy entrenosotros un ejemplo de fe, integridad de hogarcristiano y valentía frente a las perversas ideasque nos invaden. Un hombre que arriesgó suvida por un amigo, que luchó contra un grupoextremista, que estuvo próximo a morir por susprincipios. Acá está presente y lo recibimos conun aplauso.

Elena se hinchaba de orgullo.

Ricardo se sentía molesto. Para acabar conesos aplausos, respondió enseguida:

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–¿No es eso una dictadura? –intervino Ricardo–¿Dónde está la libertad de cada persona paraque elija su vida?

Los demás le miraron sin responderle y él lespreguntó:

–¿Y quienes serán los superdotados queharán la distribución?

–Los mejores dentro de ese estado social. –dijo Ronce.

–Está de moda agregarle social a todo. –siguió Ricardo– Los marxistas son socialistasde salón, los comunistas de partido, loscristianos de iglesia, los demócratas sonsocialistas con interés, los capitalistas coninversiones. Decimos que Cristo fue el primersocialista. Hay dictadores y reyes que seautodefinen como socialistas. Si seguimos asíse dirá que Nabucodonosor, Ramsés,Alejandro, César, Atila y Gengis Khan fueronsocialistas.

–Ricardo, de joven era romántico y analítico,–indicó Ronce– ahora es cáustico y algo cínico.Usted muerde el fruto hasta la semilla, y lassemillas son amargas. El socialismo es unpresente y debemos vivir con él.

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–Una definición muy práctica. –Ricardo movióla cabeza– Y como en todas las épocas y en todoslos lugares, la que trabaja y genera la riqueza es lamasa obrera sin ser nunca retribuida con justicia.En tanto otros, como nosotros, nos sentamoscomodamente a hablar de ideas sociales.

–Es usted frustrante. –cortó el joven– No esde izquierda ni de derecha. Ni conformista nireaccionario. Es amplio de ideas, y a la vezdeterminante. ¿Qué es usted?

–Trato de ser yo... aunque los demás no me dejen.

Ironicamente, Ricardo al salir llevó en elcoche al joven y su señora, vivían cerca de él. Elviaje fue una charla baladí.

–Gracias, señor Rípido. –dijo el joven al bajar.

–Fue un gusto ver al Valiente del Puente. –dijo la señora.

–El Valiente del Puente fue Alsina. –respondióRicardo.

–¿Quién es Alsina? –alcanzó a oír que decíala señora.

–Un negro que murió. –contestó despectivoel esposo.

Ricardo sonrió triste.

Elena seguía seria y sin hablar.

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::::::

–No tienes roce; –dijo Elena ya en el cuarto–podíamos entrar en el círculo de los Ronce, perotuviste que llevar la contra. No he visto a nadiecomo tú. Eres un valiente, sin embargo enfrías aquien quiera admirarte. Le quitas el gusto a todo.¿Qué se hizo de aquel muchacho romántico?

–Quizás siga dentro del hombre que tienesenfrente.

–Creí que cambiarías. Pero es imposible.Pensar que no acepté a Ronce. Y ahora esPresidente de la Tabacalera, socio de los mejoresclubes. Un esposo modelo, secretario de laasociación de matrimonios católicos. Y tú, ni amisa ya vas. ¡Ah!... si una supiera cuando es joven.

–Si es un esposo modelo, lo será en hipocresía.Por lo que dicen, sabe mandarse la parte: Elviernes en sociedad, el sábado en amueblada, yel domingo en catedral. Si no lo aceptaste, nofue mi culpa. No te obligué a seguir conmigo.

Ricardo intimamente pensó que hubiera sidomejor de la otra manera.

Elena sería más feliz... y Laura estaría viva.

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–Levante rápido, que el sedal está entre loscangrejos.

El reclamo de Pedro lo despertó de susrecuerdos.

Subió el hilo.

No era un solo mito un sino un montón, loscangrejos aún seguían prendidos a elloscontra la oscuridad del cielo.

Ricardo sacudió la caña y muchos cayeron...mitos y cangrejos.

A otros tuvo que desprenderlos con susmanos.

Finalmente todos los mitos volvieron a laprofundidad, y todos los cangrejos seescondieron en sus huecos.

–¡Cuántos mitos! ¡Cuántos cangrejos!... –musitó Ricardo.

–Lo importante es que a cada uno lo hayapodido volver a su lugar. –la voz de Pedro sealejaba en la penumbra.

Ricardo dejó la caña donde siempre y se fuedespacio.

...oo0oo...

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Ricardo sufrió una fractura en una obra.Sentía molestia por el frío, cuando Boris yBenamires entraron a su oficina.

–Tú te matas por trabajar, –le dijo Bayardo–y hoy pararon los obreros. Y mañana se lesunen los empleados.

Ricardo vio en los ojos de Boris cierto brillode triunfo mientras éste decía con su clásicaposición ambigua:

–Sí. Y no podemos aguantar la huelga pormucho tiempo. Al final ganan ellos. El gobiernopone su delegado y él los apoyará. Los políticosnecesitan votos.

–Su hijo tiene razón. Pero, si aflojamosenseguida, será el principio del fin como enotras industrias.

–Bueno. –aceptó Bayardo– La discusión lallevaré yo. Boris, sos muy mano abierta. Y tú,Ricardo, muy rígido... ¿si tomamos la cuartaparte, podrás darle trabajo?

–Si sale lo del puente, quizás sea posible.Mientras tanto lo entretendremos en reparaciones.Luego... no sé.

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BORIS

21 BORIS

La educación se aprende,los principios se maman...

Al ir avanzando sobre el espigón y en lanoche, Ricardo divisó al pescador paradosobre el asiento y mirando en la distancia.

Se preguntó que podía ver en esa oscuridad,y él también subió para observar.

Pedro, saludándole, señaló:

–¿Ve el horizonte algo más claro, entre lastinieblas?

–Parece tener un color menos negro. –dijoRicardo.

–Para algunos es el amanecer... para otrosel crepúsculo. Depende del momento y dellugar. –siguió Pedro.

–Y ahora estamos en medio de ellos, enmedio de la noche, de la escollera, de laoscuridad, de todo... y en lo alto de una piedra.– murmuró Ricardo, bajando del asiento.

–No importa lo oscura que esté la noche. Enel horizonte se verá más claridad. –afirmó elpescador– Eche su sedal a lo profundo.Veamos que mito puede sacar hoy.

::::::

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–Ricardo, es perfecta. –Bayardo dibujaba lacurva– Boris, podemos aliviar los contrapuntos,dar más altura, alivianar.

Los tres hombres se enfrascaron en su dibujoy cálculo.

A las nueve de la noche sonó el teléfono. EraElena.

–Sí. Estoy bien. ¡Qué lindo quedó el arco deBrasilia! –dijo Ricardo mostrado el croquiscomo si ella lo viese, luego lo bajó lento ymurmuró– Dice que estoy loco.

Boris y Benamires rieron.

Ricardo sonrió triste.

El viernes Ricardo se asombró cuando Borisse quedó después de hora para terminar ellegajo para Brasilia.

Faltaba llenar formularios y sacar copias.

El hijo de Bayardo se comprometió hacerlo yllevarlo al consulado a primer hora del lunes.

La catenaria había sido un reto de cálculo ypensó que Boris se había entusiasmado con esetrabajo.

–Lo del puente es seguro. Sólo hay que darleel cinco por ciento al director. Ya sé que no tegusta; –dijo al ver la cara de Ricardo– a mí,tampoco. Pero la coima es el modus vivendi dela mayoría de nuestros servidores públicos.

–Si tanto les molesta eso, –intervino Boris,sonriendo– yo puedo encargarme de dársela.

–Y así agarras tu tajada. ¡Cómo si no teconociera, hijo! Y dime: ¿Qué has hecho delproyecto para Brasilia¿

–Se lo pasé a Ricardo y no le gusta el arco.Reconozco que es pesado, pero no sé comoagilizarlo.

Sacaron los planos donde se mostraba el arcoentre la arquitectura que lo rodeaba. Semejaba unpuente romano en medio de una ciudad del futuro.

Los tres pensaban inclinados sobre la mesa.De pronto, Ricardo exclamó:

–¡La catenaria!... La curva que toma unacadena colgada de los extremos. Todas lasfuerzas están compensadas y es elegante. Hagauna muestra con la que lleva al cuello.

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BORISBORIS

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–Servendez... –respondió Bayardo haciendoacopio de paciencia– Si Ricardo se queda esporque le toca toda la parte técnica. Y encuanto a Boris, se le pagará por cálculorealizado. Para eso es mi hijo.

–Hum... cría cuervos... –Servendez sonríaburlón, pero cambió al ver entrar a Boris– enfin. ¿Qué se le va a hacer? Esperar la jubilacióne irse.

–¿Qué estás hablando? ¿Quién se jubila? –inquirió Boris.

–Nos jubilan a nosotros. Reducción degastos... dicen.

Boris, furioso, se dirigió a su padre y mirando aRicardo.

–¿Tenías que empezar por los jefes de abajo?¿No hay sueldos más altos para quitar?

–Sí. –respondió tranquilo, Bayardo– Desdeeste mes no tienes sueldo fijo. Buenas tardes,señores. Almondrar, por favor, dígale a Martaque haga las cartas de cese.

El silencio dominó la habitación mientras seretiraban.

::::::

Fin de mes, cerca de la hora de salida.Ricardo hacía rato que estaba encerrado conBayardo en su oficina.

Éste llamó por teléfono a Almondrar yServendez.

Un suspiro general corrió por la oficina. Estavez les tocaba los jefes.

El arquitecto no encontraba lugar en elsillón. Ricardo se hundía en el sofá. Hicieronsentar a los empleados.

–No voy a darles un discurso, –dijo Bayardo–ustedes dos conocen la situación mejor quenadie. Hace años que están conmigo. Gracias aDios, están en edad de jubilarse. La compañíacorrerá con los trámites.

–Se lo agradezco, arquitecto. Ya es hora quedescanse. –respondió Almondrar– Los hijos sefueron. Tengo la casita. Y con la jubilación de lavieja viviremos bien.

–A nosotros nos jubila. A los muchachos losechan. –la voz de Servendez destilaba odio–Pero los ingenieros y gerentes se quedan. Lacuerda se rompe por lo más flaco.

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BORISBORIS

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–Está bien, Marta. –dijo Ricardo– Hastamañana, y gracias. Ojalá el sobre traiga buenasnoticias.

Apenas la muchacha había cerrado, cuandola voz furiosa de Bayardo hizo girar a los doshombres hacia él. Tenía el sobre abierto y lospapeles sobre el escritorio:

–¡Boris!... ¿Hablabas de sociedad comunitaria?¿Te dices socialista?... Todo viene a tu nombre:La invitación, el premio. Firmaste todo como sifuese tuyo... ¡desgraciado!

–¿Y que tiene? ¿Acaso yo no lo calculé? Elhonor es el mismo, sea para ti o para mí.

–No hables de honor, ni sabes lo que es eso.En todo caso sería para Ricardo que fue el quetuvo la idea.

–Él solamente es un empleado, para eso lepagamos.

–¿Tú le pagas?... Di más bien que gracias a élhas tenido con que vivir de pelandrún yaprovechador por estos años.

–Tenía que ser así. –dijo con ironía– Ricardo elque piensa, el que trabaja, el justo, el recto, elvaliente... Yo sólo soy un mal hijo. Dale a él elpremio, entonces.

–Linda solución hallaron los genios, –exclamó Boris– con razón no me dijeron nada.La situación está mal y la arreglan echando másgente a la calle.

–¿Y qué hubieras hecho tú?–preguntó su padre.

–Reducir ganancias. Trabajar al costo.Vender los bienes que te quedan. Hacer unasociedad con los obreros y empleados. Darles lacompañía. Tú no tienes necesidades de ella.Posees rentas y puedes jubilarte también.

–¿Sociedad? ¿Darles la compañía? –Ricardoera irónico.

Marta golpeó la puerta y entró. Traía unsobre con el escudo de Brasil.

Boris palideció y se adelantó a recibirlo.

–Gracias, Marta. Me hubiera avisado quellegó.

–Disculpe, ingeniero. Pero la correspondenciade este tipo la entrego al arquitecto o al señorRicardo.

–¿Cuándo llegó? –dijo Bayardo sacando sucontenido.

–Recién. Lo trajeron del consulado. ¿Puedohacer las cartas mañana? Es tarde va a haberparo de transporte.

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En la penumbra de la oficina percibió lafigura de Marta y le dijo:

–¿Qué hace aquí todavía? No va a conseguirómnibus.

–Escuché lo que pasó. Lo felicito.

–¿Por qué?... ¿Por ser un zonzo?

–No, por ser un hombre. Y no me importaque me digan Ricardita, estoy orgullosa de eso.

–Vamos. –sonrió cariñoso– Venga. Enretribución de que la llamen así la llevaré hastasu casa.

–Pero... –estaba ruborizada, a pesar del fríotranspiraba.

–Marta. Soy un hombre, pero también soyun caballero,

–Lo sé. –la voz de ella tenía un tono que nose sabía si era de afirmación o de tristeconformidad.

Salieron. Al subir en la camioneta miraron laluz de la oficina de Benamires.

Seguía encendida.

–Claro que se lo voy a dar. La invitación note la puedo sacar, pero me endosas el chequeahora mismo.

–Estás loco si piensas que le voy a dar laplata a éste...

Ricardo, hundido en el sillón, habló conamargura:

–Dejo, don Bayardo. Deje, no lo quiero. Dejeque Boris se lleve todo. Usted lo dijo: Es su hijo.Sólo la idea fue mía, el trabajo fue del equipo.

–¿Vas a aceptar esta porquería? Siempre haspeleado por lo justo. Y le darías mejor destino aeste dinero que él.

–No, Bayardo. Tendría que protestar. Peronos capan desde chiquitos, como a los bueyescuando les atan las bolas desde becerros paraque se capen solos al ir creciendo. Hasta ustedmismo apretó un poco más la crin cuando meconvenció que volviese. No, Bayardo. ¡No!Hasta mañana.

Ricardo salió. Tomó su sobretodo.

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–¡Entonces quedátelo! –su voz ronca eraimperante, sus ojos brillaban– ¿Querías tenerplata tuya? ¡ Ahora la tenés!

–No grites. Te van a oír los vecinos. No teenojes Es dinero tuyo y bien ganado. ¡Y quécantidad de dólares!

–Dólares, pesos, cruceiros... Me das risa,Elena. Tú me acusas de haberme vueltomaterialista por el trabajo. ¿Y pensar en eldinero que es? Quedate con él. Pero, que yosepa que has puesto un solo céntimo en mihogar o en la comida de mis hijos y... ¡te juroque ese día me voy!

–Ricardo, estás haciendo un drama. No espara tanto.

–Un drama... "Ser o no ser." Y ya no soy.Gracias, Elena...

Se dirigió a la cocina. Miró el vientre de lanegra donde se formaba el hijo de Alsina. Y contristeza dijo:

–Rita... el negro sí que era un hombre... unhombre.

Abrió la puerta y se fue. Hacía un fríoprofundo.

::::::

La voz de Mariel lo sacó de su abstracción enel taller.

–Papá... Mamá dice si puedes ir. Que tieneuna sorpresa.

Ricardo puso la niña a caballo en su cuello y,trotando, llegaron al comedor diario.

Mariel se bajó yendo con Rita. Él se sentó.Elena tenía una cara radiante de felicidad.

–¿A que no sabes quien vino? ¡El arquitectoBenamires!

–¿Por qué no me avisaste? ¿Qué quería?

–Él me dijo que no te llamase. Me contó delpremio de Brasilia. Como siempre, me tengoque enterar por otros lo que te sucede. Y me loentregó porque tú no lo aceptaste.

–Dijo mi padre: " Cuando te vendes en algo,te vendes del todo" –la voz de Ricardo eraamarga– Y vos, con Bayardo, acaban devenderme el respeto a mi mismo...

–No seas zonzo. ¿Vas a despreciar ese dineroque te corresponde? Benamires dijo que no telo deje devolver. Que si tú no lo quieres yo mequede con él.

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–Excelente partido, Boris. Me costó ganarte.–decía el Polo volviendo de las duchas del club.

–¡Qué te va costar! –respondió, adulón– Note pasan los años. Y para todo. Dicen quemontaste un apartamento en Malvín. ¿Algúnotro amor secreto.?

–Eso se hace pero no se cuenta. Tú sabes...cría fama...

–Fama te sobra. Tus canas deben ser porcada amor.

–¿Amor? –Polo se entristeció– Sólo tuveuno de verdad... y terminó en drama. Destruídos vidas y parte de la mía.

Sacó la pistola del estante y la acomodó a sucuerpo.

Boris preguntó preocupado:

–¿Tienes que llevar eso siempre contigo?¿Qué temes?

–Vamos, Boris. ¿Te olvidaste de lo que lepasó a tu viejo? El Mito me tiene en su lista.Pero conmigo les va a salir caro.

::::::

El mulato Calixto, poco antes escapado al serllevado para declarar, entró al restorant. Serascó la mejilla izquierda.

Boris reconoció la seña y le miró fijamente,repitiéndola. Rato después estaban en uncuarto frente a la central.

–Es un caso igual al del Hilandero, –indicóBoris– Dicen que sos bueno. Necesitarás dos otres que te ayuden.

–No lo veo igual. –respondió Calixto–. Elhilandero era un maula. El Polo tiene fama devaliente. No va a ser fácil.

–Lo sabemos. Lleva pistola hasta elvestuario. El sábado, al salir del club, cuandocruce la calle y abra el auto, lo desmayan. Deahí podemos sacar unos cuantos millones.

–Está bien, Ruso. Todo sea por el Mito. Siotros pudieron hacer un túnel hasta la cárcel, lomenos que puedo hacer yo es encargarme deeste caso. –dijo el mulato, yéndose.

El "Ruso" Boris sonrió vanidoso. Quienhabía calculado lo del túnel había sido él.

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El hombre salió rebotado para atrás.

De pronto sintió como si un chorro de jabónhirviendo le hubiese pegado en el cuello y oreja.Se volvió.

A pocos pasos tenía otro secuestradorapuntándole aterrorizado. Cuando Polo levantóel arma, salió corriendo.

Polo disparó otras veces, pero el dolorardiente no le dejaba ver bien.

Del club ya salían sus amigos, y él hastasonrió diciendo:

–Te lo dije, Boris. A mí no me iban a jodertan fácil.

A los pocos minutos una ambulancia privadalo llevaba.

De los Mitauros, uno fue al hospital y el otroa la morgue.

Semanas después Polo entregaba la fábricaal personal.

Esa misma semana los diarios decían que uncomando del Mito había liberado del hospital alsecuestrador herido.

De la empresa socializada no informabannada.

–Cuídate. Esa gente no anda con vueltas.Mira lo que les pasó a esos estúpidosempleados de papá. Quisieron hacerse loshéroes. Uno fue al cajón y el otro al olvido.

–No pienso igual que tú. No fueronestúpidos, fueron dos hombres. Y el día que yano quieras tener más a Ricardo, me avisas.Gente como él es la que necesito.

–¿Como mi viejo, crees que Ricardo es algoespecial?

–No. Sólo es un hombre... Lo que pasa quetú naciste entre algodón. Yo era un muchachocuando tuve que levantar un industria por lasbuenas y las malas. Frente al peligro uno se ladebe jugar. A mí no me asustan unos malandras.Chao. Te espero el sábado para el desquite.

::::::

El Polo estaba abriendo el coche cuando unsentido felino le hizo girar.

Esquivó agilmente la cachiporra que veníahacia su cabeza y desenfundó la pistoladisparando al hombre que tenía delante.

De reojo vio que otros dos se acercaban porel frente y detrás del auto y volvió a dispararcontra uno de ellos.

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–¡No puede ser!... Hace años era mediorevolucionario y utópico, pero ahora es unhombre formal.

–Boris es una caja de sorpresas. Hay unanoticia peor.

–¿Peor? Usted no sabe lo que significa esehijo para don Bayardo. Esto va a matar al viejo.

–Tenemos pruebas que Boris, llamado elRuso, fue el que organizó el secuestro delarquitecto, su propio padre.

La mente de Ricardo retrocedía haciéndolevivir de nuevo aquellos momentos. La muertede Alsina.

Y rogó:

–¿Podemos evitar que don Bayardo sepa loúltimo?

El oficial movió la cabeza, negando conpesar.

Horas más tarde Ricardo salía a la calle.Miró el edificio. Años atrás el arquitecto habíahecho agregar en una ventana:

"Constructora Bayardo Benamires e Hijo."

Ricardo subió al auto y se fue.

La noche no tenía estrellas.

::::::

::::::

Marta hizo pasar al representante de laDivisión Especial.

–Señor Rípido. Gusto en conocerlo. Soy eloficial Gestido. ¿Podríamos hablar en privado?Esta oficina es muy visible.

El hombre era directo. Fueron al escritoriode Benamires y bajó las cortinas. Para aliviar latensión, Ricardo comentó:

–Hace años conocí un capitán del ejércitocon su mismo apellido. Excelente persona.Tenía una estentórea voz.

–Ahora es general. Señor Rípido... Lo queme trae es bastante serio. ¿Dónde está elingeniero Boris Benamires?

La pregunta, hecha de manera tan drástica,le preocupó:

–Debe estar en Punta del Este, fue a ver unasobras.

–No se encuentra allí... ni en ninguna otra parte.

–Usted sabe más que yo. ¿A qué viene todo esto?

–Boris está requerido como integrante delMito. Hemos comprobado que organizó elfallido secuestro del industrial Polo Ponino.Que fue el cerebro de la fuga por el túnel.

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BORISBORIS

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Los Mitauros pasaron a la clandestinidad,unos huyeron del país y hubo oportunistas quedecían ser de sus ideas para ser acogidos comoperseguidos en el exterior.

Boris murió en forma inexplicable en unencuentro con la policía, ya que no era lógico queestuviese allí. ¿Habría sido ajusticiado también?

El tiempo pasó.

La gente eligió como guía a un general de vozestentórea. Pero pidió ayuda a los políticos... ymurió con su corazón partido en la agonía desentirse solo.

Siguió un hombre débil de carácter, quepidió ayuda a los fuertes repitiendo el cuento delas ranas y las garzas... Pero tampoco las garzaspudieron secar el pantano de la corrupción.

Retornó el mito de la democracia. Y con ella,los demagogos. Los Mitauros vivos se volvieronpolíticos. Los que huyeron, volvieron siendohéroes. Los muertos humildes fueron olvidados.Los poderosos, recordados.

La calle frente a la constructora ahora se llamaBenamires. Pero no arquitecto Bayardo, dice:

INGENIERO BORIS.BENAMIRES.

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BORISBORIS

::::::

–Sáquelo, ese mito está quedando en lohondo; –ordenó Pedro– y si muere allíinfectará a los demás.

Ricardo recogió el sedal.

Ahí estaba, pasivo, sin luchar. Le quitó elanzuelo y lo echó con asco a la profundidad.

–Tenía una piel viscosa.

Resbalaba entre mis manos... y ni siquierase esforzaba para librarse. –comentó Ricardo.

–Sí, era un mito baboso. –dijo Pedroalejándose– Pero la gente necesita que losmitos no mueran... Y hasta es capaz de ponerel nombre de él a la escollera... Aunque, todosagonizan.

Ricardo puso la caña donde siempre.

Sin embargo no se fue, se quedó mirando elhorizonte, esperando el amanecer.

...oo0oo...

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Rita tuvo su criatura.

Y aquel angelito negro trajo alegría y unanueva vida a ese mundo convulsionado.

Ricardo y una hija de Bayardo fueron lospadrinos.

Ese sábado lo habían bautizado.

Su nombre fue Segundo Alsina, elegido porRicardo en honor a su valiente padre.

En la noche se hizo el festejo. La casa estabailuminada, y los comentarios giraban en tornoa la criatura para terminar como siempre encuestiones sociales o políticas.

Cuando la voz bajaba era seguro que estabanhablando del Mito.

Rita era la dueña y señora en esos momentos.No le dejaban hacer nada.

Sus simpáticos familiares alternaban con losde Ricardo y Elena, hablando con camaradería.

Aunque se notaba cierto prurito para juntarse,sobre todo en las personas mayores como doñaSara y doña Ramona.

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ELENA

22 ELENA

Lo que diferencia a los humanosde los animales es el raciocinio...

La niebla cubría el puerto.

Ricardo avanzaba por el espigón guiándosepor la luz del faro en su punta.

No sentía temor. Oía el batir de las olascontra las piedras de la escollera pero apenasveía el sendero sobre ella.

Llegó al asiento en el centro del rompeolas.Y otra vez se sintió en medio de la noche, de laoscuridad, de todo.

Se sentó y tanteado a su derecha encontróla caña donde siempre.

Lanzó el sedal al oscuro mar y sintió que sehundía en la profundidad... y se hundía... y sehundía.

Se dio cuenta que a su lado estaba Pedro elpescador, no lo había oído llegar. Y Ricardo ledijo, saludándole:

–¡Qué niebla tan espesa, no sé donde cayó elanzuelo!

–Usted lo sabe. –afirmó Pedro– Y a medidaque lo vaya sacando de la profundidad, laniebla se despejará.

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–Hija, –susurró doña Ramona– que gestonoble. Pero...

–Mamá. Para Ricardo, Alsina es un héroe.Además, si no puedo usar nada del premio, conesto me aseguro a Rita.

–La verdad que tu marido tiene cosas quesólo son de él.

–Sí. Pero es todo un hombre. No se dejamanejar por cualquiera... ni por una cualquiera. –y pensó en Anabel.

Ricardo apareció con dos cajas y las dejófrente a Rita. Fue a buscar a Segundo Alsina ycon él en los brazos, dijo:

–Rita, yo no sé comprar cosas de nenes,ábrelas.

De las cajas surgieron una pelota de fútbol yun tamboril; no de juguete sino verdaderos.

La carcajada fue general.

–Eso para Segundo, que se criará como unhijo más para mí. Y viajarán con nosotros en unpaseo a Buenos Aires.

A los pocos momentos hubo ritmo de candombeen la casa del Prado.

El que llevaba el redoble era Ricardo.

–Ricardo, –decía doña Ramona– ¿sabe lasobligaciones que se ha echado encima comopadrino? La iglesia...

–Sí, señora. –la interrumpió– Es un padreen caso que falte éste. Por eso le pedí a Rita elhonor de serlo.

En el patio se formó un grupo de mujeres.Elena estaba entregando a Rita su obsequiopara Segundo Alsina.

–Señora... –exclamó emocionada– ¡Es elmoisés más lindo que he visto! El estar en estacasa es el mejor regalo.

–Por favor, Rita. Todo es poco para ustedes.Tú eres una amiga más que... todo. Esto es parati. –Le alargó un sobre.

La negra lo tomó. Sacó el contenido ypalideció. Miró a las demás personas y se sintióobligada a decir:

–La señora es demasiado generosa. Miren.Además de ese moisés precioso, la señora meda este montón de dólares. Señora Elena... nosé como agradecerle.

El patio se llenó con el canto de cotorrastípico de cuando las integrantes del sexofemenino hablan todas juntas.

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ELENAELENA

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Recordaba los días pasados en la metrópolis.

Elena había sido una compañera llena dealegría, cariño y pasión.

No existieron recriminaciones y suavizaba laforma de ser de él, teniendo siempre frases deelogio y de buen humor.

Esto había traído una atmósfera de felicidaden la pareja, además los mellizos dormía conRita en otra habitación.

Ricardo presintió una masa acercándose porestribor.

Giró... entre la niebla vio la proa de unenorme buque... estaba a pocos metros... yavanzaba.

Dos sirenas sonaron, pero el desastre erainevitable.

Ricardo corrió a babor, al camarote. Sólopudo dar unos pasos. Un fuerte golpe sacudió elbarco haciéndolo escorar.

Ricardo rodó. Se levantó, corriendo haciadonde estaba Elena, Rita y los niños.

Gritos de terror salían de todos lados,mezclados con voces extranjeras que venía delotro barco.

::::::

El barco se desplazaba sobre las oscurasaguas del estuario. La niebla se espesaba amedida que avanzaban.

Ricardo y Rita, sentados a popa, mirabancorretear a los mellizos. Elena se sentíamareada y estaba en el camarote.

Venían de regreso de su paseo a la capitalargentina.

–Sos buena, Rita. Dejaste a Segundo con tumamá. El viaje era como regalo, y viniste acuidar los muchachos.

–Es muy chiquito para traerlo. Voy a abrigarlos mellizos. Esta niebla les pueda hacer mal.¡Ariel!... ¡Mariel!...

Rita se alejó con los niños. La noche eraoscura. El sonido tristón de la sirena del barcose repetía monótono.

El barco tenía años haciendo el recorridoentre las dos capitales. Cientos de capas depintura le daban pulcra apariencia. Susmáquinas eran mantenidas con dedicación.

Ricardo se apoyó en la borda. Oía el salpicarde la estela pero lo único que podía ver era laneblina.

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ELENAELENA

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Ricardo vio el mar sereno. Por el brillo se diocuenta que era a causa del gasoil que salía delas sentinas. Y dedujo que por ese lado nopodrían bajar los botes, el barco estaba muyinclinado a babor.

Rapidamente tomó su familia y los hizocruzar por un pasillo hacia el lado que el barcose hundía. Vieron un gran agujero y el mar ensu fondo. Elena enloqueció:

–¡No, Ricardo! ¡Por ahí no. Nos ahogaremos!...¡Dios mío!

–¡Cruza! –dijo empujándola fuertemente–¡Cruzá!

Elena salió de su histeria y obedeció.

Llegaron a estribor. Había dos botes a puntode bajar. Ricardo subió en uno a Elena conAriel y Rita con Mariel. Arriaron los botes.

Algunas personas se lanzaban al mar, elgasoil las hacía deslizar al querer agarrarse demaderos y salvavidas.

Del barco extranjero tiraban cabos y bajabanlanchas.

–¡Ricardo! ¡Ricardo! –gritaba Elena al verque él se había quedado.

Y él nunca sintió tanto amor en un grito demujer

El ruido de maderas y metales disminuía amedida que los barcos se separaban.

Ricardo recordó donde estaban lossalvavidas. Se abrió paso a la fuerza entre lagente y llegó al camarote.

Elena abrazaba a sus hijos. Rita buscaba bajolas literas.

Al verlo, su esposa comenzó a sollozar:

–Ricardo... nos hundimos... Dios mío,ayúdanos.

–Tranquilizate. No te desesperes que es peor.Rita, detrás de esa puerta están los salvavidas.Pónganselos.

Rita y él colocaron los chalecos flotadores alos mellizos y a Elena. Inexplicablemente, losniños estaban serenos.

–Ricardo, tú no tienes salvavidas. –dijo Elena.

Ricardo las empujó, saliendo. Rita llevaba ensus brazos a Mariel, y Elena a Ariel.

La gente, enloquecida, chocaba entre si. Losmarineros golpeaban las poleas para bajar losbotes que endurecidas por la pintura no semovían.

Elena y Rita seguían como autómatas a Ricardo.Llegaron a la borda de estribor. La niebla sedespejó.

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ELENAELENA

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Poco duraron los gritos. Muchas personas sehundieron con el bote, otras nadaron hacia elque estaba Elena y subían con la desesperaciónde la sobrevivencia irracional.

Un remero, viendo hundirse la línea deflotación, gritó:

–¡No los dejen subir!... No ahogaremostodos. Los que tengan salvavidas que se quedenen el agua.

Nadie le hacía caso.

Un criollo fornido subió y ayudó a subir aotro achinado. Cada uno tenía un bulto atado ala cintura. Estaban de pie sobre el casco.

El primero dijo:

–Chino... ¿Salvaste el tuyo? Esto tiene quellegar.

–Sí. Pero esta porquería se hundirá como laotra. Somos demasiados, hay que sacar gente.¡Usted, al agua!

Y tomado a una pobre vieja que estaba juntoa Elena la tiró al mar. El otro criollo hizo lomismo con un muchacho.

Elena, soltando a Ariel, se levantó golpeandoal llamado Chino reclamándole su atrocidad. Yél trató de arrojarla.

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El bote se alejó. Las luces del barco titilaron.Ricardo se dirigió a popa. El lugar donde habíaestado sentado parecía ser un cajón y pensóusar su tapa para tirarse al mar.

Al levantarla vio que dentro había salvavidascirculares, se colocó uno y gritó a los demás queallí tenían flotadores.

Los vio venir enloquecidos y optó por lanzarseal agua.

Horas más tarde, ya en el buque de ultramar,Ricardo veía desaparecer el viejo barco en lasaguas que tanto había surcado.

Y con otros náufragos fue llevado a BuenosAires.

::::::

El bote hacía algo de agua, dos hombrescomenzaron a achicarlo mientras otros ayudabana los marineros en los remos.

Rita seguía aferrando a Mariel y Elena aAriel.

La atmósfera era de resignación. Vieron queotra barca cercana estaba muy cargada.

En instante la noche se llenó de gritos y elbote desapareció de la superficie.

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ELENAELENA

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Elena tenía de la mano a Ariel, manteniéndosea flote y juntos. El silencio era cortado sólo porel rezo de ella.

–Tengo frío, mamá. Tengo miedo. Estamossolos.

–Papá vendrá pronto. Pídele al Señor quenos ayude.

Ariel flotaba menos. Horrorizada, notó quesu salvavidas estaba roto. Se quitó el de ella y locolocó al niño.

Por un momento se mantuvo agarrada a suhijo, pero comprendía que con eso no loayudaría. Conversaba con él para mantenerlotranquilo... y se soltó de Ariel.

En un momento el botija se perdió en laoscuridad. El cielo estaba lleno de nubes.

Y cada vez más lejos oía:

–¡Mamá!... ¡Vení!... ¡Mamá!... ¡Vení!...Mamá!... ¡Vení!...

Elena flotaba instintivamente, pero se sentíacansada. Le pareció que el agua se ponía tibia,la brisa era perfumada, que todo se iba aarreglar... y nuevamente rezó.

Ariel, al verlo, se aferró a las piernas de ElChino dándole patadas y puñetazos.

De un golpe el hombre se lo sacó de encimaenviándolo al agua.

Elena, enloquecida, se arrojó tras su hijo.Rita abrazó a Mariel. A su lado, una mujer quetenía un atado de pieles, le ayudaba a consolarla criatura.

Algunos hombres amagaron ir contra loscriollos, pero el relucir de unos facones losfrenó. Y siguieron sacando gente del bote.

Se aproximaron a la mujer de las pieles:

–Vos, pituca, tirate con esas pieles.

En la mano de la mujer surgió un revólver,en tanto decía:

–Si se acercan, los mato. Y nadie más va alagua.

La voz era fría, determinante. No conveníaguapear. Y sin guardar los puñales fueron a laproa imponiendo desde allí.

Una mirada de agradecimiento fue suficienteentre Rita y la contrabandista. Mariel ya nosollozaba, solo repetía los nombres de sus seresqueridos... sin recibir respuesta.

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ELENAELENA

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–Andate, Rita. –murmuró Ricardo.

Era lo primero que decía desde que supo losucedido. Alguien volvía con doña Sara yMariel a Montevideo.

–No, señor. Yo los espero con usted.

Una vieja lancha atracó. Bajo los enceradostraía varios cuerpos de personas mayores.

Ricardo sintió un vacío en su alma. No quisoaproximarse.

Pusieron los cadáveres sobre el muelle. Ritase acercó a uno de ellos y lanzó un grito.

Ricardo se apoyó en una columna y empezóa llorar.

::::::

De noche, en esa ciudad, Elena era velada encasa de unos amigos de don Ernesto.

En la mañana la llevarían al cementerio de lacapital. Ricardo se alejó en momento delféretro. Salió a la calle la cual finalizaba cercadel mar. Se sentó en el muro.

Ya no tenía lágrimas. El dolor sublima todaslas manifestaciones. Oyó alguien a su espalda.

Una mansa resignación dominaba su ser y sedejó ir a la profundidad. Le pareció que lospulmones le estallaban y volvió a la superficie.El viento le trajo desde lejos:

–¡Mamá!... ¡Vení!... ¡Mamá!... ¡Vení!... ¡¡Mamá!...

–Mi Ricardo, si estuvieses aquí... –murmuróllorando mansamente– ¡Dios, salva a mis hijos!

Alzó la vista al cielo y desapareció.

Un círculo de ondulaciones se formó en ellugar. El oleaje se lo llevó.

::::::

En Buenos Aires, Ricardo supo que Mariel yRita estaban a salvo en Colonia.

Y en una lancha rápida de la marina sedirigió con los otros náufragos a esa ciudad.

Por la tarde entraba en el viejo edificio de laAsistencia. Los familiares de Elena y Ricardo yahabían llegado.

Los vehículos traían los cadáveres que el mardepositaba en la costa.

Los que se habían salvado comenzaban a irsemientras los muertos empezaban a entrar.

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ELENAELENA

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–¿Coraje?... ¿para qué quiero seguirviviendo así?

–¿Y Mariel? –la voz de Rita, desde atrás,traía la realidad.

–Es lo único que me queda. El río me hallevado todo: mi ilusión, mi esposa, mi hijo.Sólo me queda Mariel.

::::::

Una vez más Ricardo entró al Cementeriopara dejar uno de los suyos.

Junto a él iba Mariel. La niña había maduradoen esas horas, no hubo manera de convencerlapara que no fuese. Cubierta de un velo negro,firme, sollozaba en silencio al lado de su padremientras veía desaparecer en las entrañas delsepulcro a la madre que la había traído a la viday al hermano que había venido con ella.

Así, solita, se quedó con él cuando los demásse fueron. Sabía que ella y su padre iban a serun mundo aparte.

Y por el camino bordeado de panteones semarcharon hacia el camino de la vida, un padrey su pequeña hija.

–Ricardo... –la voz de Josesito decía tanto.

–¿También Ariel?... –no quería resignarse aotra pérdida.

–Sí. Lo encontraron cerca de Barrancas. Estáen la Barra.

–Ese botija... –Ricardo parecía estar hablandocon su hijo– por más que hiciste no pudistellegar hasta la casa.

–Y tenía los dos salvavidas, –dijo Josesito–el de él estaba roto. Elena le debe haber puestoel suyo, ella no lo traía.

–Pobre Elena... ¡qué sacrificio inútil! –su vozse tornó amarga– Y sin embargo, yo me salvé.Llevame con él.

Fue hasta el ataúd. Se acercó a al rostro deElena. La besó en la mejilla, como cuandobajaba al taller.

–Chao, vieja. Voy a estar un rato con Ariel.

::::::

Josesito iba manejando con prudencia. A sulado Ricardo hablaba consigo mismo. Quisodarle una palabra de apoyo:

–Ricardo... te toca hacerte de coraje.

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Él bajo la cabeza. Sí, orgullo de sí mismo yno quería perderlo. Don Ernesto lo tomó delbrazo y fueron al jardín.

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Tiempo después Rita y Ricardo miraban enel diario las foto de varios Mitauros detenidosLa negra señaló a dos.

–Esos fueron los que mataron a la señora y aAriel.

A Ricardo le recorrió un escalofrío por laespalda.

–¿Estás segura, Rita? Hace tanto tiempo.

–Jamás olvidaré esas caras, jamás. Son ellos,lo juro. Voy a ir a la policía. Son asesinos Debenpagar lo que hicieron.

–Rita. Sería tu palabra contra ellos. –movióla cabeza con tristeza– Creerían que es unavenganza por lo de Alsina. Ya no son asesinos,ahora son revolucionarios Y no le digas nada aMariel. Lo único que nos queda es darlesesperanza a los jóvenes, no traer recuerdosamargos que ni siquiera servirán para hacerjusticia.

::::::

Ricardo estaba en casa de los Espinaburo–Rivera.

–De ninguna manera, doña Ramona. –indicaba– Mariel es mi hija. La criaré yosiempre que pueda. Rita estará en la casa y séque la cuidará con todo su cariños.

–Como diga, Ricardo. Sólo propuse queviviese acá para que no estuviese en un lugarque le recordase tanto a...

–Lo sé. Y no se preocupe. Siempre la traeréaquí. –se le llenaron los ojos de lágrimas– Pormás que yo la quiera, tendrá que mendigar porla familia el cariño de una madre.

–En fin, señora. –siguió Ricardo– Nopodemos ir contra la realidad. Sólo somosmuertos enterrando muertos. Don Ernesto, deldinero de Elena quedó mucho. Lo he puesto anombre de Mariel en una cuenta en dólares.Ella es menor, quisiera que ustedes dos sean losdepositarios.

–Ricardo... –doña Ramona lo miraba contristeza– me parece demasiado orgullo conalguien que ya no está.

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ELENAELENA

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Ricardo, en el espigón y con la caña en alto,se quedó mirando la superficie rizada del marmientras murmuraba:

–Pensar que de ti ha nacido la vida. Quehasta en la mínima gota tienes millones decriaturas. Sin embargo para mí siempre hassignificado la muerte. Me has llevado los seresque más he querido: En tu costas comenzó elfin de mi padre. En el fango de un río se fue lamujer que más me amó. En tus entrañas fríasse hundió la esposa que me brindó su amor. Yhamacaste en tu superficie, en un juego cruelde muerte, al hijo que me seguiría en el futuro.Sin embargo, aquí me tienes a tu orilla comoun masoquista.

Ricardo sintió que le salpicaban las manos.

En la charca de una cavidad del asientochapoteaban dos mitos, uno pequeño yjuguetón, el otro sereno giraba cuidando.

–Yo los tuve que sacar y desprender delanzuelo. –dijo Pedro– Usted estaba abstraídohablándole al agua. Mire como son felices...están acostumbrados a estar juntos.

–¿Por qué no los devolvió a su lugar? –inquirió Ricardo.

–Son suyos. Sólo usted lo puede hacer. Estáen sus manos devolverlos, o mantenerlos así ydejarlos agonizar.

–Debo devolverlos. Pertenecen a laprofundidad. –y tomándolos con ternura bajólas rocas y los puso en el mar.

Volvió al banco de piedra, y mirando lanoche dijo:

–Pedro... hay algo extraño. Nunca supecomo fueron los últimos momentos de Elena yAriel. Sin embargo hoy sentí como si hubieseestado allí y compartido el final con ellos.

–Quizás estuvo su espíritu, su alma... oquizás estuve yo... y fui yo quien lo contó.

Ricardo no giró.

Ya nada le asombraba y sabía que noencontraría al pescador a su lado.

Dejó la caña y se fue.

...oo0oo...

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Roberto Rightsons, era el hijo de Ruddy, esecapataz general que había sustituido años atrása Basolacqua, resultando aún mejor y más fielque éste último.

Ruddy era viudo desde muy joven, criabasolo a su hijo, le agradaba la construcción, eraconciso para dar las órdenes.

Un hombre recto, justo, y vivía cerca deRicardo.

Roberto era poco mayor que Mariel, y en losprimeros años el muchacho iba a la casa de ellabuscando el cariño de Elena y Rita que suplieseel de la madre muerta.

Luego Rita generosamente brindó su amorno sólo a su hijo Segundo Alsina, también aMariel y Roberto igualados en la orfandad.

Y Ricardo se convirtió en maestro de los dosvarones, uno en la arquitectura, otro en laelectricidad.

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EMARIEL

23 MARIEL

Nos continuamos en los hijos…

Era una noche clara.

La luna iluminaba el espigón.

Bajo su luz parecía más largo y la luz delfaro de su extremo se confundía con las boyasen el horizonte.

Ricardo avanzaba por la escollera deteniéndosecada tanto para observar el brillo de lascrestas de las pequeñas olas y como setransparentaban los peces bajo ellas.

Pedro estaba en el asiento.

Ricardo saludó y sentándose junto a él tomóla caña del lugar de siempre.

Quiso comprobar que tenía el anzuelo. Alhacerlo se clavó la aguda punta y la carnadaocre tomó un color rojo.

–Hoy lo que saque de la profundidad seráatraído por su sangre. –murmuro Pedro, elpescador.

–Eso sería hermoso de ver, – respondióRicardo– pero con esta luna no sé si algosaldrá a la superficie.

–Lance el sedal. Estas son las mejoresnoches para sacar afuera a los mitos máshermosos.

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–Déjate de pavadas. Y ahora andá enseguidaa decírselo a Ruddy. Chao, los espero estanoche en la casa.

Colgó el teléfono. En esos claros entró algomás de tristeza. Alsina Segundo y Robertohabían llenado en esos años el vacío de Ariel.

Y, como una artista, debía ver que su obrauna vez concluida se tenía que separar de él.

::::::

Ricardo y Ruddy estaba colocando las lucesen el jardín para el festejo de los quince años deMariel.

–¿Le hablaste a tu hijo en Juan Lacaze?

–Claro. ¿Usted se cree que Roberto se iba aperder el cumpleaños de Mariel? Si se le cae lababa por ella.

–¡Bah!... Cosas de muchachos. Si son comohermanos.

Ruddy calló. Los padres no quieren ver queel tiempo convierte a sus hijas en mujeres.

En ese momento venía por la entrada lateralMariel acompañada por su tía Tina y un jovenextremadamente acicalado y bien vestido.

::::::

Marta informó que Roberto lo llamaba porteléfono.

El muchacho ya era titulado y había ido alpueblo Juan Lacaze por un puesto en unaempresa internacional.

–Buenas tardes, don Ricardo. –Robertoestaba eufórico– Acaba de decírmelo elingeniero y quiero que usted sea el primero ensaberlo. Y todo es gracias a usted.

–Bueno, cálmate. ¿Saliste bien en la prueba?

–¿Espléndido, don Ricardo! El ingenierodijo que con su sola recomendación mehubiesen tomado.

–La recomendación que di fue que si no erascapaz te sacasen vendiendo boletines. Yo novoy con acomodos.

Sintió la risa juvenil del muchacho en elaparato.

–Lo sé. El ingeniero me lo repitió. DonRicardo, usted es como mi viejo. Gruñen paraesconder el corazón. Lo que me da lástima esdejar a papá, a usted, a Rita, a Mariel.

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MARIELMARIEL

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–Es cierto, tía. Ven, Lucho. Son preciosos. –dijo Mariel.

Cuando los jóvenes se fueron, Ricardo yRuddy se miraron con extrañeza.

Tina estaba henchida de orgullo.

–¿Viste como gusta de Mariel? –murmuróTina– ¿Tu sabes lo bueno que se unieran lasdos familias? Ya que no fue en una generación,que sea en la otra. Entraríamos en la sociedadpor la puerta grande.

–Perdón por haberme casado con tuhermana. –se puso irónico– Pero... ¿tú y tumarido no son los que critican al padre de ése?¿Qué lo llaman chupasangre, explotador? Yahora te inflas como un pavo porque dragoneaa tu sobrina.

–Tenías que ser el de siempre. ¿Qué quieres,que tu hija se case con cualquier malandro?

–No. Prefiero que sea con un hombre deverdad. Ruddy, dale a la palanca. No, bajala. Esmucha demanda para ese enchufe. Tenemosque sacar otra línea del contador.

–¿No habrá peligro? –preguntó Tina con eltemor típico de los que son ignorantes.

–Papá, te presento a Lucho Ronce. – su vozindicaba la dicha de una muchacha que creehaber hallado el amor.

Ricardo bajó de la escalera, ofreciendo aljoven su muñeca ya que tenía las manos sucias.

Notó en él la expresión de asco por tenercerca a alguien sudado.

–Carlucho Ronce León, para servirle, señor.Mi padre me ha hablado de usted. Dice que seconocieron de jóvenes; sobre todo con suesposa, la madre de Mariel.

–Así es. Usted se le parece muchísimo.¿Cómo sigue él?

–Bien. Logicamente no se ha repuesto de lacrisis que le produjo el secuestro por el Mito.Imagínese, un hombre como él tener queconvivir diez días con esos malandrines. Usteddebe saberlo, ya que fue herido por ellos.

–Eso ya pasó a la historia... y lo de su padrepasará.

–A mi cuñado no le gusta hablar de esascosas. –cortó Tina– Mariel... ¿por qué no lemuestras a Lucho los últimos discos que teregalaron? Dicen que es un gran melómano.

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Llevó su hija cerca de Roberto y se la entregó,diciendo:

–La juventud con la juventud. Y nunca supebailar.

Roberto la transportaba mirándola embelesado.Mariel sintió el amor que transmitían esos ojos.

En un momento pasaba de niña a mujer.

Que ese muchacho con el cual se habíacriado como un amigo, ahora era un hombre.

Al pasar cerca de Lucho comprendió lamirada deseosa del joven.

Y, con picardía, se aprontó a pasar el resto dela fiesta siendo el centro de atracción.

El ritmo de una nueva pieza la arrastró. Veíaa Lucho moviéndose frente a ella. Era unbailarín de primera, divertido, de las mejoresfamilias.

Por un instante recordó las palabras de supadre: Los pájaros deben volar.

Y se preguntó donde estaría Roberto. Hacíarato que no lo veía.

–Ninguno. La corriente es como cualquierotro consumo. Si sacas y sacas del mismo ladosin aumentar la entrada... todo se funde. Lomismo nos está pasando a nosotros. El remedioes volver al origen esperando que éste aúntenga fuerza. ¿Me entendiste?

–No, pero ése es tu problema. –y, altiva, fuepara la casa.

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La fiesta estaba en su momento de másesplendor. Ya habían llegado todos los amigosde Mariel. Ella, dentro su traje parecía un sueño.Una figura de tiempos románticos en medio delmodernismo extravagante de los jóvenes.

Ricardo, para mantener la tradición, la sacóa bailar el vals inicial. Luego vendría la músicabulliciosa y el viejo disco volvería a dormir ensu apolillado cartucho.

En una época donde existían los estudiantesarmados, las consignas revolucionarias, loshippis sucios, la libertad sexual... la únicamúsica comprensible era el ruido.

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–Rita, suerte que tienes un varón. –murmuróRicardo–. Compadezco los padres que, comoyo, tienen hijas. Si el joven que se acerca tienemás plata que uno, es para conseguir un viajefácil. Y si tiene menos, lo que quiere esacomodarse y vivir con el dinero del viejo de labotija.

–No sea amargado, señor. Roberto essencillo y bueno.

–Sí. ¿Pero cuantos hay como él? Y por eso,muchos le dicen que es un zonzo. Suerte que lesalió la oportunidad de ir a Australia aprogresar en la misma compañía.

–Para mí que eso lo aceptó para alejarse deMariel. Estaba tan enamorado de ella.

–Quizás... pero gracias a ese Lucho, –dijo elnombre con ironía– todo se ha perdido. Lo quepasó le servirá a la nena de lección. Se habíadejado llevar por la corriente de la abuela yTina. Ahora sabe que no es oro todo lo quebrilla.

::::::

::::::

–¡Es un sinvergüenza!... –Mariel, con losojos brillando de rabia, acababa de narrar losucedido– Puro nombre, pero al final son lospeores. Quieren las dulces sin las verdes.

–Hija mía; –dijo con sorna Ricardo– hablascomo los reos. Es triste lo que te pasó. Estásaprendiendo a vivir. Yo se lo previne a tu abuela ytu tía. Pero me taparon la boca diciéndome queera un muchacho de una gran familia.

Recordó cuando Elena le había contado algosimilar, hay cosas que se repiten. Pero prefiriócallar y siguió:

–En fin, alégrate que no te pasó nada. Estegolpe solo te destrozó un poco la fe en la gente.Y te supiste portar como esperábamos de vos.

–Sí, mi nena, –la negra Rita la abrazócariñosamente– toma el té de amapola yacostate. Estás muy alterada, ya todo pasó.Perdió más él. Nunca sabrá lo que perdió.

Al poco rato Mariel se había dormido.Ricardo se hamacaba lento en el jardín mientrasRita en la mesa pensaba.

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MARIELMARIEL

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–Déjame hablar... Esto es peor que uninterrogatorio.

–Ven, siéntate. –dijo ella tomándolo delbrazo– Cuéntame.

–Fui hasta tu casa. Don Ricardo me indicóque estabas aquí y que pasara a buscarte. Asíque: Princesa, ahora tiene su caballeromedieval para escoltarla a su castillo.

–Sos un loco. Espera que le aviso a mi abuela.

Sintió ganas de despeinarlo, como cuandoera niña, pero su corazón le dijo que si lo hacíano sabría contenerse.

::::::

Los dos muchachos iban caminando unocerca del otro por el Rosedal.

Se rozaban sintiendo vibrar la fuerza de sussentimientos, sin atreverse a tocarse.

Y pocos años antes jugaban, se agarraban yrevolcaban sin el menor reparo.

–Entonces, te vas... ¿es definitivo? –dijo ella,triste.

–Sí. Aquí no puedo progresar más. Yademás... ¿Para que voy a quedarme?

::::::

Las hojas de los árboles caían en aquellatarde de marzo, frente al jardín de la casa de losEspinaburo-Rivera.

Mariel repasaba todo lo sucedido en eseverano. Pocos años atrás había dado el saltoirreversible de la juventud.

Ahora, añoraba la edad inocente en donde seconfía.

Lo sucedido con Lucho no sólo la habíaalejado de ese círculo, también la hicieron unapersona introspectiva.

Pocas amigas del barrio y Segundo Alsinaeran sus únicos compañeros.

Se había encerrado en la amistad de ellos, lacamaradería de su padre y el recuerdo de...

–"La princesa está triste. ¿Qué tendrá laprincesa?"

La voz varonil de Roberto la sobresaltó,sacándole de sus pensamientos y llenándola dealegría:

–¡Roberto! ¿Qué haces aquí? ¿Cuándollegaste? ¿Por qué no avisaste?

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MARIELMARIEL

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–Linda manera de pedir la mano. –Ricardorió– Pero dejar esa oportunidad no tienesentido. Seguro que tras de ello está mi hija consus ideas de no dejarme solo. Te vas. Y si ella nose va contigo, entonces no te quiere.

–¡Papá! Claro que lo quiero. Pero, ¿por quéno podemos quedarnos todos juntos?

–Porque los viejos somos una carga pesada.Y los jóvenes deben andar livianos si quierenescalar la vida. Roberto... andate. Y llevátela. Elfuturo es de ustedes.

–No sé. –Roberto preguntó a Mariel– ¿Quéhacemos?

–Lo que tú digas. –respondió ella, mirándoloa los ojos.

–El año que viene debemos estar allí. Noscasamos el próximo verano, y la ida seránuestro viaje de bodas.

Ricardo sonrió dulcemente. Su niña ahoraera una mujer.

La mujer de un hombre que decidía por ella.Junto con su obra se iba la musa inspiradora...pero se sentía feliz.

–Tú ganas bien. Pero si ya lo decidiste nohay nada que hacer. Te extrañaremos mucho.Tu papá y el mío se pasan hablando de ti. Rita ySegundo te tienen como un ejemplo.

Roberto tenía un nudo en la garganta. Marielsentía la respiración profunda de él. Vio quegiraba para mirarla:

–¿Y vos?... Decime la verdad. Si vos me lopedís me quedo. Pero, me quedo si me querés.De lo contrario prefiero irme. Sé que no soyuno de esos niños bien...

–Tú eres el único hombre que quiero. –dijofeliz– Si es progreso para ti, ándate. Pero tequiero con toda mi alma.

::::::

Ricardo gritó cuando Roberto le dijo que sequedaba.

–¿Qué decís? ¿Qué ahora no te vas? –mirócon malicia a su hija– ¿Vos no tendrás que vercon esta marcha atrás?

–En parte, don Ricardo.–Roberto tomó coraje–Mariel y yo nos queremos. Nos ennoviamos... siusted no se opone.

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MARIELMARIEL

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–Don Ricardo, es una locura. –Robertomovía la cabeza– Por otra parte no cumple consus ideas. Me pone en una posición incómoda.Empezaré con dinero de mi esposa.

–Te lo doy a vos, no a ella. –lo miróseriamente– Sos hijo de Ruddy, pero en partetambién mío. Y si quieres tomarlo como unpréstamo, sigue el lema de nuestra familia: Hazcon tus hijos lo que yo hago contigo. Así mehabrás pagado. Además, Mariel tiene lo suyo.

Tomó otro sobre y se lo entregó a su hija conternura, parecía que al darlo entregaba sudespedida.

–Esto es tuyo. Hace años que está puesto atu nombre. Era de tu madre y lo guardé paravos cuando ella se fue. Piensa que es un regalode...

No pudo seguir, la emoción lo dominaba.Mariel se echó en su brazos, con los ojos llenosde lágrimas:

–¡Como me gustaría que mamá estuvieseaquí! Te vas a quedar solo, mi viejo...

::::::

Mariel nuevamente estaba dentro un vestidoromántico, pero éste no era de princesa sino dereina.

La fiesta de casamiento ya estaba llegando almomento donde los noveles esposos, según latradición, deben huir.

Ricardo les dijo a su familia y a Rita ySegundo que quería hablar con ellos en suhabitación.

Al estar allí abrió una caja.

Mariel sabía que la había hecho don Julio, suabuelo.

Sacó un sobre y se lo entregó a Roberto.

–Bueno, muchachos. Aquí tienen algo paraque puedan empezar a abrirse un porvenir allá.

–¡Papá!... –Mariel se asombró de lacantidad– Son miles de dólares. ¿De dóndesacaste tanto?

–Vendí la casa de Atlántida. ¿Ahora para quéla quiero? Con ésta, me alcanza y sobra.Además, por dos años William les enviará enNavidad tres mil más.

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MARIELMARIEL

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–Roberto... esta carta me la dejó mi padrecuando murió.

Todos guardaron silencio, y Ricardo continuó:

–Cada vez que he tenido una crisis en miexistencia esta carta fue mi guía. En ella sóloestá la vida de un hombre, con sus ideas, susaciertos y errores. Y en el otro sobre está mivida. Ojalá, hijo mío, puedas cumplir mejor queyo.

Roberto tomó los sobres y respetuosamentelos guardó.

–Y ahora váyanse. –dijo Ricardo– Esta es sunoche de bodas y la he convertido en unvelorio. Llévate la camioneta y mañana dale lasllaves a Segundo. Él los irá a buscar en el hotely los llevará hasta el Aeropuerto.

–¿No irás a despedirnos? –lloriqueó Mariel.

–Solo van hasta Río... Ya tienes quien tecuide y te quiera.

Cuando los novios intentaron huir, losamigos le hicieron las bromas de siempre.

Luego la camioneta se perdió por la calle condos jóvenes rumbo a la felicidad.

–No... Andate tranquila. –Ricardo, conesfuerzo, la separó de él– Todavía me quedaesta negra para que me cuide en los años de mivejez. Y también a Segundo Alsina paracontinuarme. Tu hermano se fue acompañandoa tu madre. Pero Roberto y Segundo serán losherederos de lo que pude aprender. Una cosaquiero aclarar, y que todos sean testigos. Estacasa está a nombre tuyo y de Segundo, todo loque queda es por partes iguales de ustedes dos.

–Me parece muy bien, papá. Rita ha sidouna madre para mí. Y Segundo, un hermanocomo el que se fue.

Rita no acertaba a hablar. Segundo no lopodía creer.

Los de la familia Espinaburo se cruzabanmiradas significativas.

Doña Sara miró la escena, y una sonrisaafloró a sus labios. Don Julio podía estarorgulloso de su hijo.

Ricardo sacó otro sobre. Estaba amarillento.Los bordes rotos indicaban que muchas veceshabía sido leído. Lo acompañaba un sobrenuevo.

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–Bueno... ¿Quién sabe? El mundo espequeño hoy día. Tal vez dentro pocos años. Nollores más, por favor. Roberto va a creer que secasó con la Llorona del Cementerio.

Quería hacer bromas para romper la tensión,pero él también tenía los ojos llenos delágrimas.

–Vamos a estar tan lejos. Te escribiré todoslos días.

–¡No, Mariel!... –exclamó, serio– Si pasaalgo, manden un telegrama y nada más. Noescriban, no contestaré.

–¿Por qué, don Ricardo? –intervino Robertoviendo como sufría su esposa, la cual ocultabasu rostro sollozando.

–Perdoname, mi hija. Tú sabes todo lo queeres para mí. Pero, Roberto; tú debes comprenderque es mejor así. No quiero que nada los ate alpasado. Bastante tendrán con luchar yadaptarse a donde van. Las cartas serían unacadena que nos los dejaría separarse de esto.

–Yo no quiero separarme de ti. –murmuróMariel– Has dedicado tu vida para mí... ycuando me necesitas, te dejo.

::::::

El buque se adornaba con todas su lucesrecostado al muelle, moviéndose suavementeen las tranquilas aguas y largando cada tantobocanadas de vapor a la noche.

Una pitada profunda y lenta, como si sedesperezase del sueño, cruzó el aire.

Por la pasarela empezó el descenso de losque quedaban en tierra mientras las barandas detodas las cubiertas se llenaban de gente que se iba.

Dicen que partir es morir un poco. Y lasdespedidas en los barcos tienen algo de agonía:Son lentas, con palabras repetidas, con adiosesinterminables.

Mariel se estrechaba a su padre queriendoprolongar los minutos. Roberto callabacompresivo, en tanto el viejo Ruddy semantenía a la espera del final de esa despedida.

Un gran abrazo, un deseo de triunfo y unaprofunda mirada, había alcanzado para losRightsons. Lo demás lo guardaban en su corazón.

Mariel dijo, llorando:

–Papá, no quiero dejarte ¿Cuando nosvolveremos a ver?

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El barco se fue separando lentamente delmuelle.

Los pañuelos bailaban la danza del adiós.Los gritos de despedida se volvieron poco apoco un murmullo mientras la nave se alejabacon indiferencia.

Ricardo y Ruddy se quedaron hasta que elguardia les indicó que debían retirarse.

Aún guardaban en sus ojos la figura de sushijos en la borda más alta, donde habían subidoqueriendo prolongar la visión de sus padreshasta que fueron dos puntos en el muelle y enla penumbra.

–¿Que será de esos muchachos? –dijoRuddy, triste.

–Lo que sea... pero será algo nuevo. –afirmóRicardo.

Los dos hombres se dieron vuelta.

Con pasos lentos se dirigieron a buscar lacamioneta.

Cada tanto giraban su cabeza para ver lamancha luminosa en que se había convertido elbarco.

–Márchate tranquila. Ahora les toca austedes. Te lo dije un día: Los pájaros debenvolar. Empiecen una existencia nueva. Losrecuerdos son el equipaje más pesado quepodemos llevar por la vida. No desperdicien laoportunidad que tienen, pensando en lo quedejaron. Olviden esto.

–Jamás podremos olvidarte, papá.

–Yo tampoco te olvidaré. Y créeme, Mariel:Cada vez que progresen, que se sientandichosos de estar juntos, que triunfen... será lamayor felicidad que me puedan dar.

–De cualquier manera, te escribiré.

–Y yo contestaré... aunque no quiera. Pero,prométeme una cosa, nada de añoranzas.Cuenten de sus triunfos, de sus momentosalegres allá, de las cosas que hay allí...

–De los nietos... – dijo Ruddy palmoteandoa su hijo.

Mariel se sonrojó y una mirada de picardíafloreció en sus ojos llorosos. Roberto la tomó delos hombros con cariño.

Último aviso para bajar, últimos llantos, últimosbesos. Y quizás, última vez para estar cerca.

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Ninguno hablaba, pero estaban unidos por elmismo dolor de esa separación.

Llegaron al coche. Ricardo se quedó mirandolas luces del puerto.

–Ruddy, haceme un favor. –le dijo– Llevatela camioneta. Quiero caminar... ir hasta laescollera.

–¿Qué va a hacer, don Ricardo? –temía unadepresión.

–No. No temas. Sólo voy a caminar.– le diolas llaves.

–Cuídese, y no tarde. Usted sabe como sepreocupa Rita.

–Decile que se quede tranquila. Que fuibuscando los recuerdos de un pasado sinfuturo.

Y así, caminando por las calles del puerto,Ricardo llegó hasta la escollera.

Quiso entrar en ella, pero esa vez no pudo.

La realidad, en forma de una cadena, se loimpidió.

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Ricardo vio en el extremo de la caña a dosmitos prendidos del mismo anzuelo.

Pero parecían jugar en vez de agonizar.

–Quítelos; –le dijo Pedro, el pescador– ellosson jóvenes y no saben que si están muchotiempo así, pueden morir.

Ricardo los soltó y, luego de acariciarlostiernamente los devolvió a su lugar.

Pero ellos no fueron muy hondo. A través dela superficie se les veía nadar juntos.

–¿Por qué no entró esa noche a la escollera?–dijo Pedro.

–Porqué había una cadena. –le respondiócon lógica.

–No. Aún no era el momento. La cadena sequita para los que vienen a sacar mitos...como luego lo hizo usted.

Sintió que la voz del pescador se alejaba.

Puso la caña donde siempre y retornó a larealidad de la ciudad.

...oo0oo...

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Era viernes.

En el balcón de la oficina, Ricardo veíalanguidecer la tarde.

Las nubes formaban un caleidoscopio decolores desde el bermellón al naranja.

Con excepción de Marta, ya los empleados sehabían marchado.

La figura elegante y sobria de la secretaria semovía entre los archivos que iban devorandolos papeles.

Ricardo volvió a leer el panfleto que tenía ensus manos.

–Me voy, señor Ricardo. –la voz de ella losobresaltó sacándolo de su abstracción–¿Necesita algo más?

–No. Gracias, Marta. –le mostró el impreso–¿Lo leyó?

–Sí. No le preste atención. Se imaginará dequien es.

Ricardo se sentó en un taburete apoyando sucabeza en la pared.

El lucero ya se empezaba a ver.

Marta, de pie, lo miraba tratando dedisimular su emoción.

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MARTA

24 MARTA

Nunca es tarde si la dicha es buena…

Un ave nocturna y solitaria cruzó sobreRicardo mientras iba entrando en la escollera.Apenas se escuchó el aleteo.

Pensó que, quizás, como él buscaba en laoscuridad un lugar donde posarse y hallaralgún mito perdido.

O tal vez, también como él, sólo estuviesenperdidos en medio de las luces y la gente. Y enla penumbra trataban de encontrar el verdaderoderrotero.

Pedro, el pescador, se encontraba sentadoserenamente en el banco de piedra en medio de laescollera, de la noche, de la oscuridad, de todo.

Ricardo se sentó a su lado.

No se saludaron, hacía tanto tiempo que sereunían allí que parecía una cita obligatoria ylo anormal fuese que alguno de los dos faltase.

Tomó la caña del lugar donde estaba siempre.Cuando fue a arrojar el sedal le pareció que lacarnada no era tan ocre, creyó ver cierto colorrosa contra la nube gris.

–Creo que hoy sacará de la profundidaduno de esos mitos que dan satisfacción saberque existen. –dijo Pedro.

–O causan tristeza sacarlos... –musitó Ricardo.

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La miró, en esos momentos era ella la que sehabía abstraído en el horizonte. Una suavebrisa le movía el cabello.

En esos años se había hecho más mujer. Elperfil era bello y sus formas poseían atractivo.

–Habla con mucho criterio para ser tanjoven. –le dijo– Me ha diseccionado como siestuviese en un cristal. Pero sigue la ironía:Usted dice que soy un idealista: mi señora quesoy un materialista. Y este papel, unreaccionario. Y yo sólo quiero no dejarme llevarpor la mayoría, sólo ser yo.

–Y lo es. Es todo un hombre. –bajó la voz aldecirlo– Pero su esposa tiene algo de razón y elpanfleto también.

–Hum... me agrada esa crítica, –dijo él–continúe.

–Usted ha hecho un ideal del trabajo.Quisiera que todo el mundo luchara. Sureacción contra la indolencia es fanática. Nuncase pone de ejemplo, pero cuando pide algo noshace sentir con la obligación de hacerlo.Cuando habla es de una lógica irrefutable... ylos seres humanos respondemos a lossentimientos. El delegado sindical lo admira yrespeta, pero sentimentalmente escribe eso.

–¿Sabe, Marta?... –y se contestó a si mismo–Es para reír. Mis amigos dicen que soy unrebelde. Mi familia que no se vivir en sociedad.Mi esposa me recrimina por mis locas ideas.Estos extremistas me acusan de duro yreaccionario. Y yo lo único que quiero es serjusto y que haya trabajo.

–Sí, señor. Pero usted progresó, y eso no seperdona.

–¿Y a usted le parece que me he olvidado alos obreros? Dígamelo sinceramente, como aun amigo. Hay veces que pienso que mi mujertiene razón... que no se vivir.

Marta arrimó una silla.

Las luces de la calle se habían encendido.Marta sentía aumentar su emoción.

Apoyó su barbilla en el borde del balcón.

–Siempre lo he considerado como un amigo.Hace años que es mi jefe, pero a pesar de suautoridad es un idealista. Su mirada es dura,pero transparente. Todos sabemos si estádeprimido o tomará un decisión drástica. Comoestos despidos, antes de tener la lista ya losospechábamos.

Ricardo giró la cabeza.

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MARTAMARTA

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–No todo es lógico. –suspiró Marta,profundamente– No es lógico que yo estéaquí... y a esta hora.

Ricardo comprendió que la situación seponía peligrosa.

–Tiene razón. –la voz de él era nuevamentela de un jefe– Es muy tarde. Hasta mañana.Feliz fin de semana, Marta.

Poco después, en la penumbra debilmenteiluminada por el farol de la esquina, la viodoblar. La miró alejarse.

Hizo infantilmente una flecha con el panfletoy lo lanzó a la calle. El papel fue planeado enlentos círculos y cayó en un charco. Ricardocerró la oficina.

En su corazón tenía tristeza. Recordó aLaura.

Luego pensó en su hogar, en los mellizos, enElena... y la tristeza tuvo algo de dulzura.

::::::

–Usted es más que una secretaria. –comentóburlón– Es toda una mujer y una sicóloga.Compadezco a su novio.

–No tengo. –contestó ella, sonrojándose.

–Sin embargo, hace tiempo salía con eltenedor de libros.

–Sí. Pero los jóvenes de hoy día piensan queel sexo es lo único que tiene una mujer. Y yotambién tengo un ideal.

–Mi defecto es la lógica. –cortó él– Esverdad. Fui un romántico, pasó algo y meencerré tras esa coraza. En fin, perdone estaconfidencia. No es lógico que le hable así.

Marta giró, los ojos le brillaban, el cabello semovía sensual.

Notó que él la recorría con la vista.

Bajó la cabeza para evitar su mirada, pero sesentía feliz de saberse deseada.

Hacía tantos años que ella lo amaba.

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MARTAMARTA

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–Es que somos un país único. –meditó Marta.

–Único en lo absurdo,– agregó él– en locontradictorio. Somos ateos con moral católica,socialistas con costumbres burguesas, liberalescon ideas clásicas. Hablamos en reo peroescribimos en correcto castellano. Comemoscomo italianos, pensamos como franceses, ycreemos ser finos porque tomamos el té a lascinco como los ingleses.

La risa de Marta festejó la frase. Ricardocontinuó:

–No es para reírse. Somos un pueblo tanincongruente que es difícil de entender, queasusta. ¿No lo cree usted?

–Creo que es demasiado lógico para unatardecer así.

–Mujer al fin. –dijo Ricardo, sonriendo.

–Y usted siempre razonando. Pero... mireesas nubes, esos gorriones. La vida sigue apesar de nuestros males y defectos. Nos da elvuelo de un ave, el arrebol de una nube, la florque se abre, la hoja que cae en otoño. Todo sinlógica ni razonamientos ¿No será eso la felicidad?

Las luces de la ciudad titilaban en lapenumbra.

Ricardo comenzó a hablar como perdido ensus pensamientos:

::::::

Muchos años después.

Otro atardecer. Noviembre con sus días deventisca y calma. Ricardo abrió la puerta delbalcón y miró el horizonte. El personal se habíamarchado.

–Hermoso atardecer. –comentó Marta a suespalda.

Él entró balcón. Ella avanzó apoyándose enla baranda.

–Sí. La vida vuelve a nacer. –dijo Ricardo–La naturaleza se renueva constantemente. Sólonosotros vegetamos.

–¿Mariel se casa este verano? –preguntó ellaqueriendo quitarlo de su melancolía.

–Lo dejaron para abril. En esa fecha él debeir a Australia.

–Me imagino la alegría de la familia. ¡Tanbuen muchacho que es el hijo de Rightsons!

–¿Alegría?... Las reacciones fueron todo unanálisis de la naturaleza humana. Rita aún lloraa escondidas. Segundo Alsina lo cuenta feliz,pero algunas veces lo veo mirando la hamacadonde Mariel jugaba con él. Mi suegra dice quees una locura ir tan lejos. Unos los felicitan,otros los envidian. Pocos les preguntan comoirse, y muchos les repiten que volveránenseguida, que como esto no hay.

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MARTAMARTA

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Ricardo se había acercado a ella y le estabaacariciando el cabello mientras en la nochehablaba a un ser lejano. El decir prohibida,sacó su mano bruscamente.

–Perdone... No fue mi intención... Hastamañana, Marta.

Avergonzado, se retiró sintiendo latir sucorazón y con un nudo en la garganta.

Marta oyó los pasos de él alejarse.

–Adiós, Ricardo; –dijo, cerrando los ojos–adiós...

::::::

Ricardo vio perderse en la noche las luces delbarco. Se dio vuelta y se encaminó a la ciudad.Llegó hasta la avenida principal.

Se topó con una masa de seres encandiladostodavía del sueño vivido en la pantalla del cine,y bajó a la calle.

Sintió que le tocaban el brazo.

–¡Señor Ricardo! ¿Qué hace por aquí? –lavoz de Marta denotaba sorpresa y felicidad–¿Hoy no se iba Mariel?

Él se detuvo. De a poco volvía a la realidad.

Y la realidad estaba allí, frente a él, en Marta.

–La felicidad. ¡Qué cosa tan simple y tandifícil! Está hecha de pequeñas cosas, pequeñase insignificantes, que pasan a nuestro lado sindarnos cuenta, sin valorarlas hasta que lasañoramos... Los amigos de la infancia, la pelotade trapo, la comida caliente al llegar a la casa, lamano del padre arropándonos entre sueños, laprimer carta de amor, la espera en la esquinapara ver pasar a la dragona, una mañana en laplaya, el nacer de la vida de un hijo, encontrarunos pesos en el bolsillo de otro pantalóncuando creíamos estar en la vía, dejar decomprar cigarrillos para llevar la botija al cine,el primer beso en la fila de atrás... y querer. Lavida está llena de felicidad cuando tenemos elcorazón lleno de amor. Amar hasta que duela,querer la muchachita que viaja con nosotros enel tranvía, querer la primer novia, querer en lascalles del Parque mientras brillan los fuegosartificiales. Querer en silencio recostados en laarena, querer sintiéndonos orgullos de mostrarnuestro cariño, querer con desesperación en lapenumbra de un cuarto, deseando y adorando aesa mujer querida y prohibida.

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Lo hacía en una forma natural, como antescon lo copa. Sintió que la mano de ellaempezaba a temblar.

La miró con dulzura, tenía los ojos cerradosdisfrutando esa caricia.

–Estoy solo. –dijo él y cruzó sus dedos conlos de ella.

–No. Me tienes a mí. –Marta lo miróintensamente– Te quise siempre. Y te quiero, tequiero...

Ella se sentía fuerte, no quería perderlo.Había callado su amor por respeto a la esposa yluego por su recuerdo.

Él sonrió comprensivo acariciándole elcabello. Ella apoyó con dulzura su cabeza enesa mano. Y él dijo:

–Yo también te quiero. ¿Pero que amorpodría darte? Tengo miedo de construir otromito. Mi vida está vacía.

–Déjame llenarla de amor...

Marta le acomodó cariñosamente elentrecano cabello. Ricardo recordó el verso delpoeta.

Sonrió melancolicamente.

–Hola. Sí, ya se fue. A las diez. ¿Y usted, estápaseando?

–Vine al cine... –y aclaró– sola.

–¿Quiere tomar algo? –la pregunta, hechade manera tan intempestiva, lo sobresaltó a élmismo.

–Bueno, aún es temprano. –respondiócomprendiendo que Ricardo necesitabacompañía.

::::::

Sentados en la parte alta del local miraban lacalle. Marta estiraba su cóctel en tanto Ricardojugaba con el borde del vaso encerrando en esecírculo sus pensamientos.

Marta veía aquel dedo girar y sentía sucuerpo temblar imaginando ser ella la querecibía la caricia. Hacía rato que no hablaban.El tema de la película vista se había agotado.

Lo sentía cerca, y quería tenerlo aún más. Élnecesitaba cariño y ella estaba llena de amor.Ricardo dejó el vaso y estirando la manocomenzó a jugar con los dedos de ella.

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Ricardo miraba la entrada de la Clínica.¿Qué designo fatal lo había llevado hasta esaesquina?

Por unos instantes había sentido la necesidadde estar junto a Marta.

Había querido sentir nuevamente la vida, yahora estaba frente al principio de susrecuerdos.

Y se halló vacío otra vez.

La tomó del brazo.

Pero era de una forma casi fraternal.

Subieron hacia la avenida y se dirigieron a laparada del ómnibus.

Vieron que éste se aproximaba.

–Ricardo... –en su voz había un ruego y unaesperanza.

–No, Marta. No haga de mí otro mito. –suvoz parecía venir de lejos– Viva la vida. Hastamañana... y perdóneme.

Marta tomó fuerzas. Volvía a ser la secretariaeficiente.

–Hasta pasado mañana, señor Ricardo. –lecostó llamarlo otra vez con formalidad– Mañanaes feriado.

Si alguien lo conocía y merecía ser queridaera ella. El cariño de esos momentos le habíadevuelto a él el ansia de vivir, de amar... ysalieron.

Poco después, caminado sin rumbo fijo,llegaban hasta la calle San José. Iban tomadosdel brazo, estrechándose como dos colegiales.

Unas cuadras adelante se veía el letreroluminoso de un hotel. Ambos sintieron temor.

Ricardo de aprovecharse del amor de ella.Marta de que él quería poseerla enseguida.

La sola idea la colmó de placer. Si él sólodeseaba una noche de pasión, se la daría.

No importa, pensó. Aunque fuese una vez,pero ser de él.

Ricardo se detuvo, ella sintió que la manocon que él la tenía tomada empezaba a perdercariño.

Una fría realidad se interponía entre los dosy ella no sabía que era.

Recostó su cabeza en el hombro de él y seestrechó a su brazo.

Pero Ricardo se iba, otra vez lo perdía y sinsaber por qué.

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–¿Ah? Sí, tiene razón... –él estaba en sumundo interno.

La ayudó a subir al coche.

Los dos sonrieron tristemente.

Luego Ricardo tomó otro ómnibus.

Al subir vio en el pasillo un volante que decía:

MITO - MITO - MITO.

–¿Sabe algo? –le dijo al guarda– Tienen razón.Todo ha sido un mito... o un timo. La diferenciaya no importa...

Ricardo se fue a sentar.

El ómnibus atravesaba la oscura calle. Lasviejas yiras se apoyaban en las esquinas sobreletreros. Consignas de izquierda, consignas dederecha. Fotografías de políticos, colorados,blancos, azules, verdes, naranjas, violetas.marrón... tecnicolor de una vida gris.

Recostó la cabeza en el vidrio y cerró losojos.

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MARTAMARTA

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–Suelte ya ese mito de su caña, –le rogóPedro, el pescador– ha estado mucho tiempoagonizando allí. Y es muy hermoso parahacerlo sufrir más.

Ricardo lo quitó del anzuelo y lo volvió acolocar en su lugar. Rapidamente se hundió enlas profundidades.

–No estoy de acuerdo en que mito y timosean iguales; –siguió Pedro– unos surgen delos sentimientos, los otros de la naturalfalsedad que existe en el ser humano.

–Tal vez tenga razón, –respondió Ricardo–pero en la realidad los mitos son usados paraconvertirlos en timos.

–Sólo cuando en lugar de sentir o pensar, seprefiere ser timado. –la voz de Pedro sealejaba en la oscuridad.

Ricardo dejó la caña en su lugar y tambiénse marchó.

...oo0oo...

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Ricardo vivía gracias a las cartas de Mariel ylos cuidados de Rita.

Los nietos de Bayardo, ya hombres, dirigíanla compañía haciendo notar su juventud.

Estaba ese domingo en el fondo de la casadel Cerro charlando con Josesito,

Su cuñado, gordinflón y rozagante, comosiempre hablaba repitiendo frases consabidas.

–¡Cómo ha cambiado la vida, Ricardo! ¡Québarbaridad!

–Sólo han cambiado los colores.– le respondió–Antes se repartían la torta entre blancos ycolorados. Ahora se la reparten entre grises yverdes.

–Tené cuidado con lo que dices. Cualquierapuede ser un soplón de la policía o le pasa elchisme a los Mitauros.

–Ya no pensamos. Aun en la familia estamosdivididos por la ideas extremas. O estás enfavor o en contra.

–¡Tan bien que vivíamos en nuestrainfancia!...

El tiempo siguió pasando y así se llegó a losfines de la década de los setenta.

Muchas cosas sucedieron.

Pero, solamente la historia, y vista conserenidad desde el futuro, podrá decir si fueronnecesarias o sirvieron para algo.

El cementerio continuó recibiendo inquilinoseternos. Doña Sara y doña Ramona se unieroncon sus esposos. Bayardo se apagó en sutristeza. Muchos más se fueron. Algunos seperdieron en el silencio, otros en la distancia

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LA MURGA

25 LA MURGA

El tiempo todo lo cambia...

Cuando Ricardo se sentó en el banco depiedras se extrañó de sentirse mojado.

Y no recordaba como había llegado esanoche hasta allí.

Sin embargo, al ver a Pedro el pescador,comprendió que todo estaba normal.

Tomó la caña y lanzó el sedal, pero esta vezvio que no tenía anzuelo.

Aún así esperó sacar algo de la profundidad.

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–Callate. Otros podían interpretar mal tuspalabras.

–Con la verdad ni ofendo ni temo. –parafraseó a Artigas– Pero la gente se ofende sise le dice la verdad. Somos una sociedad decínicos intelectuales e hipócritas políticos.

–No exageres. Así son los de arriba, pero elpueblo no.

–El pueblo es el mayor responsable. ¿Sabeslo único bueno de esto? –Ricardo erasarcástico– Todos los políticos se han unido.Grande debe ser el negocio cuando los queparecían enemigos acérrimos se juntan comohermanos para reconquistar el poder... Y elmismo pueblo creyendo en ellos y olvidando loque hicieron en el pasado.

–Lo que se desea es volver a la democracia.

–¡La democracia! ¡Qué hermosa palabra! Suetimología significa: "El gobierno del pueblo"...Y me pregunto: ¿El gobierno del pueblo, o elgobierno de el pueblo?

–Sé sincero conmigo. ¿Sos de izquierda o dederecha

–Nuestra infancia... –la mirada de Ricardose llenó de nostalgia– tiempo de chinchirevela,de pelota de trapo, de payana, trompo dormido,de la bolita y el bochón. Tiempo de la patineta conrulemanes viejos, de cometas con tajitos, de jugaren las noches de verano a policías y ladrones.

–A mí me ponían de ladrón; –intervino sucuñado– pero siempre me agarraban, y meviejo se enojaba por eso.

–De partidos de fútbol en la calle. –siguióRicardo–Y cuando alguien gritaba: "Araca, la cana",todos rajábamos cachando a los milicos. Pero si unopescaba a un botija nunca lo encanaba. Lo llevabahasta la casa del viejo y se quedaba chamullandomientras tomaba un mate. Luego, la vieja le dabaunos chancletazos al purrete... por papanata.

–Ahora ves un policía y tiemblas ¡Qué época!

–Una época que no supimos aprovechar. Enlugar de incubar los huevos de oro, los comimos yno le dimos de comer a la gallina hasta que éstamurió. Si hoy estamos así, nosotros somos culpables.Llegamos a tal degradación que los fuertes tomaronel poder. Pero el poder embriaga y, una vez quese ha probado su sabor, es difícil dejarlo.

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–Eso lo verán mis nietos Tú sabes que mihija Gloria y mi yerno viven en la casa de lacarnicería. –dijo Josesito– ¿No sé por qué no tevienes a vivir aquí, esta casa es tuya y de Aída.Rita te cuida, pero nosotros somos tu familia.

–Esta es mi familia y aquella también. SegundoAlsina me considera como un padre. Se recibiráde arquitecto y se casará dentro de poco.

–Ese muchacho te debe todo lo que es.Gracias a ti llegó a ser arquitecto a pesar de su...–Josesito se señaló la piel.

–Llegó por su esfuerzo... a pesar de ser negro. –ironizó Ricardo– Y los defectuosos somosnosotros, los blancos, que nos falta la melanina.Pero olvidas lo más importante: Es el directorde la mejor murga, y eso no se lo enseñé yo.

–¿Cómo que no? Ni que hubieras nacido enel Barrio Sur serías tan reo. Donde haya tamboriles,ahí estás vos.

–¿Son diferentes? Las izquierdas hacenrevoluciones, y las derechas las mantienen.Cicerón decía que todo gran gobierno tiene algode corrupción. Nosotros teníamos una grancorrupción con algo de gobierno.

–Eso ya pasó. Ahora las cosas serían de otraforma.

–Nuestro problema es que no queremosrecordar el pasado. Hacemos de él un mito,idealizando las cosas buenas y ocultando quesomos bestialmente normales no seresborgesianamente utópicos en un país absurdo.

–¿Para qué sirve recordar lo malo?

–Sí, Josesito... –Ricardo sonrió con tristeza–¿Para qué? Dentro de cincuenta años habráotros hablando las mismas cosas en este patio ysin querer recordar porqué sucedió esto... Noaprendemos, lo llevamos en nuestros genes.

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Ricardo se estaba poniendo la campera parasalir. Marta, quien había guardado en susrecuerdos aquel momento de esperanzas yseguía siendo la fiel secretaria, le dijo:

–Recuerde que el señor Gabriel lo espera a laseis.

–Gracias Marta. Ahora voy a la obra de lacalle Comercio.

–Usted siempre con su manía de supervisardirectamente. –ella lo cuidaba siempre– Estáfuerte, pero ya no es un muchacho.

–Marta, el día que sienta miedo de caminarsobre un tablón, no hará falta que me despidanesos botijas, –señaló los nietos de Bayardo– yomismo me retiraré.

–Esos botijas, –afirmó ella– ahora son losque mandan.

–No sólo mandan. Tienen juventud y están altanto de todas las cosas nuevas. –dijo Ricardo–Actualmente los viejos somos aprendices de losjóvenes. Hubo una época en que la experienciaera un gran valor, ahora es una carga.

–Es la única cultura que nos queda con algode pureza. Las demás están todas comercializadas.Nuestra música más conocida en el mundo esLa Cumparsita, y Matos Rodríguez la escribiópara una comparsa de carnaval..

–Otra cosa más que sabes. –Josesito sonrió–Tu hermana tiene razón cuando dice que aunquelos libros no muerden, a ti te mordieron. Tantoque lees, sin embargo no sos entretenido ni feliz.

–Los libros no entretienen, enseñan apensar. Decía Sócrates que ante la verdad elhombre común ríe, el mediocre cree, y el quepiensa duda. Y la duda nos clava sus colmillosinyectándonos el ansia de saber más, viendoque cada vez se sabe menos.

Le extrañó el silencio de Josesito. Lo miró,tenía el mentón apoyado en su pecho,dormitaba profundamente.

Ricardo recorrió con la vista aquel patiodonde había pasado su niñez y juventud.

Un tiempo ido y lejano.

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–Hola, Ricardo. Perdona que te hice esperar.¿Qué estás mirando? ¿Lo preciosas que estánlas muchachas?

La voz alegre de su amigo le hizo volverse.

El picaflor no cambiaba y se mantenía gracias avitaminas y ejercicios. Además estilizaba sufigura en trajes a la medida.

–Ésas te la dejo a vos. –respondió burlón–Pensaba en la Libertad. Cuando éramos niñospasábamos por debajo y ni siquiera nosfijábamos en ella. Estaba sola, abandonada,gris. Si alguna vez la mirábamos, parecía unacosa enorme. Ahora está encerrada entrebarrotes, limpia como un ideal, brillando conluces artificiales. Todos le ponemos atención, laadmiramos... ¡y que pequeña la vemos!

–Ricardo. A veces te burlas, otras profundizas.Algunas filosofeas y en otras sos algo cínico.

–Recuerda que todo cínico es un idealistafrustrado.

–Te encerraste demasiado en ti mismo. –dijo Gabriel– Te hubiera hecho falta una mujer.Casarte otra vez.

–Por favor, no diga eso. Ellos saben lo quevale usted.

–¿Lo que valgo? –y se respondió a simismo– Mi vida fue como una pelota de fútbol.Ha rodado buscando el gol para terminardesinflada en el estante de donde salió. Aquíme encuentro, en esta oficina, donde estuvo lamesa en la cual hice el primer dibujo paraBayardo. Nada más que en ese entonces estabainflado de sueños...

Ricardo se fue. Marta lo miró con tristeza ydulzura.

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Ricardo llegó a la hora indicada a la oficinade Gabriel. Su amigo no estaba, la secretaria lohizo pasar al estudio y abrió las puertas deroble que daban al balcón.

Ricardo fue hasta él, sonrió ante el enormeancho de los muros. En ellos se veía el grisdelator de humo del tiempo.

Miró la plaza enfrente. En medio de ellaestaba la estatua de la Libertad. Los andamiospara arreglarla la rodeaban.

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Los años continuaron transformando seres ypaíses. Así Ricardo llegó al año mil novecientosochenta y... algo.

La constructora pasó a ser totalmentedirigida por los nietos de Bayardo.

El cuadro de éste fue acompañado por el deBoris. Sus sobrinos y la política lo glorificaban.

Ricardo se retiró llevando dos recuerdos:

Un reloj que le indicaría que aún estaba vivoy el retrato de Alsina.

Gabriel le ofreció nuevamente la barraca,Ricardo sólo aceptó hacer una supervisión. Ycon eso se entretenía.

Marta siguió en la oficina, recordando lo queno pudo ser.

William volvió en la búsqueda de una tierradonde hallar su pasado y pasar su vejez.

Sólo para comprobar que el tiempo novuelve, y que era extranjero en todas partes.

Los viejos recordaban el pasado, y losjóvenes iban hacia su futuro pensando queaquello era historia .

–Si fuera por las esposas de mis amigos, –rióRicardo– tendría un harén. Todas quieren casarmecon una amiga. En fin... ¿Para qué me llamaste?

–¿Quieres la gerencia de la barraca? Necesitoalguien de confianza y experiencia como tú.

–Te agradezco mucho. Pero todavía me precisanen la constructora. Los nietos de Bayardo aúnson jóvenes.

–El puesto estará siempre a tu disposición.Ahora se lo daré a un yerno mío. De vez encuando ayúdalo, por favor.

–Lo haré con gusto. La barraca es una nodrizade las casas. Sería lindo enseñar a alguien aquererla y trasmitirle algo de mi experiencia,del pasado.

–Aquel pasado... –Gabriel añoró– si pudiesesvolver a vivirlo... ¿qué época vivirías?

–En la del mañana.

Y con una sonrisa significativa fueron atomar un café.

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–No. Lo que es del pasado, lo hicimos todosjuntos.

El chas-chas de la madera y el retumbe de lalonja los animó.

Por el corredor llegaba Segundo Alsinahaciendo sonar el tamboril.

Delante venían dos chiquilines mulatos yuna bella morenita sacudiendo sus caderas.

El fondo y la casa vibraban al trepidar delcandombe.

Richard Ruddy saltó de la hamaca, RoseHelen salió de la cocina y ambos se reunieron alritmo.

Mientras Ricardo, conocido como el Tano,imitaba a un viejo escobero enclenque, cantandocon su voz ronca y rea:

–"a su paso triunfal,

de caballeros andantes..."

En el patio se formó una rueda de viejos ynuevos actores para otro episodio de lacomedia humana. Todos sonrían.

Siempre habrá problemas.

Siempre habrá mitos.

Pero, la murga de la vida seguirá.

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Una mañana en la vieja casa del Cerro.

Un muchacho rubio, de ojos azules, hablandoen reo y con acento inglés, cruzaba el patio parair a sentarse en una oxidada hamaca.

Su nombre:

Richard Ruddy Rightsons Rípido.

En tanto, dentro la casa, una niña de ojosnegros y lacios cabellos azabaches, llamadaRose Helen, y que hablaba igual, era el centrode atracción de tías, primas y vecinas.

Varios viejos llegaron al patio.

Se pararon junto al brocal del obsoletoaljibe, miraron al muchacho y sonrieron:

–Este botija parece que fuese de aquí. –fanfarroneó José.

–Tiene la vida por delante. –comentó donGabriel.

–Ojalá que viva una vida mejor. –agregó donRicardo.

–Y que no se repita la historia. –susurró donWilliam.

El muchacho gritó, en medio de un envión:

–Abuelo... ¿Esta hamaca la hiciste vos?

Las palabras de Ricardo fueron el eco de unpozo vacío:

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–Hemos llegado al final; –concluyó Ricardo–y no he sacado nada de la profundidad.

–No podía sacarse a sí mismo. –afirmóPedro– Vamos, esta vez debemos irnos los dosjuntos.

–Lo presentí hoy de mañana al tomar eseavión. Iba a visitar a mis hijos en otro lugar dela tierra. Pero, algo dentro mío decía que sólollegaría hasta la escollera.

–El avión explotó en el aire, –aclaró Pedro–sus restos cayeron en el agua. Y el suyo fueencontrado en Atlántida.

–Mañana lo llevarán al cementerio, –dijoRicardo– pero es en el agua donde se reuniócon sus seres queridos. ¿Dejo la caña junto alasiento, aquí abajo, como siempre en laescollera?

–¿Que caña? –preguntó el pescador– ¿Quéasiento? ¿Qué escollera? ¿Qué aquí, qué abajo,qué siempre?

Ricardo miró a su alrededor.

Estaba en medio de la oscuridad, de laprofundidad, de todo.

Pero no había nada, absolutamente nada.

Ni escollera, ni siquiera Pedro.

–Sin embargo lo oigo. –se escuchó decir a símismo.

–Me oye porque desea hacerlo, –sintió a laotra voz indicar– aún quiere estar atado aalguien. Es el momento de decidirse: se hundeen la profundidad y es otro mito para sersacado cada tanto para agonizar, o se pierdeen la oscuridad de la nada para ser parte deltodo.

Y Ricardo no dudó.

Se hizo parte del todo... o sea: de la nada.

...oo0oo...

Novela original 1972

Última corrección: Octubre 2015

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Han terminado los cuentos.

Pero no La Agonía de los Mitos.

Ella continuará mientras haya seres quevayan a una escollera a sentarse junto a supropio Pedro y encuentren la caña para sacarsus mitos de la profundidad.

Otros seres similares a Ricardo,un personaje frustrado y frustrante,decepcionado y decepcionante,dominante y dominado,temeroso y temerario,idealista e ideal...

Pero que todos algunas vez fuimos como él y,en más o menos proporción, un día hundimoseso en lo profundo de nuestra forma de ser.

El personaje finalmente se encuentra con supropio yo, puede llamarse Pedro, conciencia,principio, origen, fe...

Y, antes de convertirse en un mito más,prefiere ser parte del todo o de la nada, ya queambas cosas son iguales.

...oo0oo...

Rosalino Carigi

Año 2004

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CONCLUSIÓN

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Pero Titi, el niño introspectivo, fue el queguardó dentro sí los ideales, o sea el eternomito, de un mundo justo.

Al hacerse joven, algunos ideales los pudohacer medias realidades... y otros se volvieroncuentos. Cuentos como los de este libro.

Ellos están basados en seres y hechos reales,vividos y oídos. Sin embargo se mezclaron,tanto los seres como los hechos, para crear lospersonajes y la narración.

Sólo dos personajes fueron y permanecieronen el ideal... y por ser ideales, no existieron enla realidad:

Laura y Pedro, efímero y eterno, todo y nada.

Me han hecho el comentario que Ricardotenía mucho de Rosalino.

Es muy posible, pero yo prefiero pensar quees de Titi, ese sobrenombre dado por mi abuelaal yo nacer.

En mi existencia he sido llamado por lamayoría por mi apellido, los de cierta confianzame decían por el nombre, y sólo aquellos queme querían de verdad por el apodo.

Carigi fue el hombre que vivió tras el mito deun futuro, aventurándose en él con la máscarade audacia.

Rosalino fue el joven que sintió el mito delromanticismo y buscó en el de los conocimientosuna base para vivir.

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NOTAS FINALES

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FIN

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Soy otro ejemplo de los criados durante losaños treinta y cuarenta en la RepúblicaOriental del Uruguay.

República que sembró en aquellos niños,principios que los harían críticos despiadadosconsigo mismo y con los demás.

De 1925 a 1938, en la gran huida de Europa,llegaron al Cerro seres de diferentes pueblos,religiones, sueños, odios.

Venían todos con ideales de un futuro mejor.

Ideales que fueron transmitidos a los niños,sentados en las baldosas de las veredas, porviejos frustrados del marxismo, socialismo,fascismo, comunismo, por italianos, armenios,judíos, rusos, alemanes, polacos, gallegos,catalanes.

Y que nos dejaron una mezcla incongruentede ideas

Asistí a la escuela Checoslovaquia, laica ydel estado, y así mismo pertenecí a un grupo dela iglesia católica parroquial.

Me gustó ser aprendiz de todo, desdezapatero remendón a monaguillo, y sinbeneficio alguno. Sólo por conocer.

Completé mi educación en el Liceo Bauzá, elhoy derruido de la avda. Agraciada. Tuvimosprofesores que nos enseñaron normas, y otrosa pensar... y dudar de las verdades absolutas.

Estando aún vivo, creo innecesario que otroescriba sobre mí. Se justificaría si fuese joven yprecisase un panegírico. Y, afortunadamente, yano me afecta esa enfermedad.

Trataré de ser justo y escueto, cosa difícilcuando se habla de uno mismo.

Nombre: Rosalino David Carigi Aquilini.

Apodos: Titi (Uruguay). Catire (Venezuela)

Seudónimo: Gracián Solirio (anagrama)

Nacido el: 28 de marzo de 1929.

En: Fornacci di Barga, Lucca, Toscana, Italia.

Nacionalidad: Italiano y Venezolano.

Profesión: Téc. Industrial Metal Mecánico,Hornos y Esmalte. Plantas Electrodomésticos.

Vida laboral: Dibujante, Proyectista, Jefe, Gte.de Planta, Jubilado.

Estado: Casado con María Teresita DelgadoSan Martín.

Hijos: Juan Pablo, María Leticia, María Esther

El 13 de octubre de 1931, teniendo dos años ymedio, vine con mis padres a Montevideo. Y vivíhasta mis 25 años en la Villa del Cerro, barrioemblemático.

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SE DICE DE MÍ

SE DICE DE MI(EL AUTOR)

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Expresando ese sentimiento, emulaba unacanción:

–Ni soy de aquí, ni soy de allá…

Y alguien me corrigió:

–¿No será que es de aquí y de allá? Usted esun extrañero no un extranjero. El que se formaen un lado y hace su vida en otro, será unextrañero en ambos. Porque cuando esté en unaparte extrañará la otra.

Hoy, viejo, miro hacia atrás y no mearrepiento de ningún instante vivido. Son mivivencia.

Fui un niño tímido, observador, retraído, ysolitario.

Fui un joven rebelde, inquieto, inconforme ysoñador.

Fui un hombre introvertido, irascible, estrictoe idealista.

Soy un viejo agnóstico, impaciente, nostálgicoy bohemio.

Y ahora, a mi edad, solo queda… lo que fui.

Y lo viví a mi manera

…oo0oo….

Rosalino Carigi

Septiembre de 2013

Nota: “Se Dice de Mí” se copió del libro “LOSDONES DEL AYER”

Una de las pocas cosas a la que quisieravolver, es al Liceo Bauzá en 1945 y en segundoaño “C” del turno vespertino.

En 1957 me marché tras un sueño a Venezuela.Fueron cincuenta años allí. Toda una vida.Mi vida.

Viví los mejores años de dos grandes países,el Uruguay y Venezuela.

Tuve la felicidad de vivir sus progresos.Y la fortuna de no hacerme rico.

Tuve la tristeza de vivir sus decadencias.Y la suerte de no volverme ruin.

Ayudé a abrir el camino de la industria, delesmalte y del progreso.

Tuve la dicha de enseñar a usarlo...y la amargura de ser usado en él.

En el 2008 volví al Uruguay.

El tiempo todo lo cambia.

El Uruguay que encontré no es el que dejé.La Venezuela que dejé no es la que encontré.

Pero los que yo viví, nunca me los podráncambiar. Nunca me los podrán quitar.

Por que al Uruguay que me formó, y laVenezuela donde me desarrollé, los llevo en mí.

Los dos me dieron todo. Y yo me di todo a ellos.

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SE DICE DE MÍSE DICE DE MÍ