32073438 Mannoni Maud Testimonios Sobre Winnicott Lacan y Mi Propia Trayectoria

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Maud Mannoni. Testimonios Sobre Winnicott, Lacan y Mi Propia Trayectoria. Zona Erógena. Nº 38. 1998. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 1 TESTIMONIOS SOBRE WINNICOTT, LACAN Y MI PROPIA TRAYECTORIA MAUD MANNONI Algunos de ustedes me han pedido que les hable de Winnicott. Acepté aportar, modestamente, un testimonio: el de un trayecto, el mío, en los años '60. Muy pronto me vi enfrentada con los límites del análisis con un tipo de pacientes psicóticos, adolescentes o adultos a quienes no se les había ofrecido más que un mantenerse en la familia puntuado por dos o tres sesiones de análisis por semana. Influenciada por Winnicott, con quien me encontraba regularmente en Londres, comprendí que algunos pacientes jóvenes tiene necesidad, en primera instancia, de un lugar en el que se les ofrezca un vivir afectuoso. Porque el análisis no es posible sin un mínimo de seguridad existente de antemano en la cotidianeidad de esas vidas. "El niño, su «enfermedad» y los otros" fue escrito durante los años en los que tuve como interlocutores privilegiados a Lacan y Dolto y pronto también a Winnicott y Laing. Algunos capítulos de este libro han sido objeto de un debate en el Instituto Psicoanalítico de Londres. En esa ocasión, Winnicott me expresó la pena que le causaba que los adolescentes psicóticos no pudieran, en sus momentos de crisis, encontrar un lugar en el cual delirar (sin que ese delirio sea interrumpido inmediatamente por una terapia farmacológica). Lo apenaba también que el analista estuviera tan poco preparado para aceptar la profunda crisis de un adolescente. Él decía que nos preocupamos demasiado por sostener en pie, por reconducir a un sujeto que demanda una ruptura, que necesita existir en un primer momento en el rechazo. ¿Por qué preguntaba él hablan de "curar" cuando alcanza con "acompañar" a un ser en su profunda angustia ? En el libro en cuestión, intento, en relación al niño por el que se consulta, poner en evidencia aquello que revela sobre un malestar colectivo. Intento explicar, a través de ejemplos concretos, que cuando los padres aportan al analista de su hijo los deseos de muerte correspondientes al niño, no se trata tanto del niño real sino más bien del otro (autre) imaginario del progenitor es decir, la parte sufriente del progenitor proyectada en el niño. De donde se

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TESTIMONIOS SOBRE WINNICOTT, LACAN YMI PROPIA TRAYECTORIA

MAUD MANNONI

Algunos de ustedes me han pedido que les hable de Winnicott.Acepté aportar, modestamente, un testimonio: el de un trayecto, elmío, en los años '60. Muy pronto me vi enfrentada con los límitesdel análisis con un tipo de pacientes psicóticos, adolescentes oadultos a quienes no se les había ofrecido más que un mantenerse enla familia puntuado por dos o tres sesiones de análisis por semana.Influenciada por Winnicott, con quien me encontraba regularmente enLondres, comprendí que algunos pacientes jóvenes tiene necesidad,en primera instancia, de un lugar en el que se les ofrezca un vivirafectuoso. Porque el análisis no es posible sin un mínimo deseguridad existente de antemano en la cotidianeidad de esas vidas.

"El niño, su «enfermedad» y los otros" fue escrito durantelos años en los que tuve como interlocutores privilegiados aLacan y Dolto y —pronto también— a Winnicott y Laing.Algunos capítulos de este libro han sido objeto de un debate en elInstituto Psicoanalítico de Londres. En esa ocasión, Winnicott meexpresó la pena que le causaba que los adolescentes psicóticos nopudieran, en sus momentos de crisis, encontrar un lugar en el cualdelirar (sin que ese delirio sea interrumpido inmediatamente por unaterapia farmacológica). Lo apenaba también que el analista estuvieratan poco preparado para aceptar la profunda crisis de un adolescente.Él decía que nos preocupamos demasiado por sostener en pie, porreconducir a un sujeto que demanda una ruptura, que necesita existiren un primer momento en el rechazo. ¿Por qué —preguntaba él—hablan de "curar" cuando alcanza con "acompañar" a un ser en suprofunda angustia ?

En el libro en cuestión, intento, en relación al niño por el que seconsulta, poner en evidencia aquello que revela sobre un malestarcolectivo. Intento explicar, a través de ejemplos concretos, quecuando los padres aportan al analista de su hijo los deseos de muertecorrespondientes al niño, no se trata tanto del niño real sino más biendel otro (autre) imaginario del progenitor —es decir, la partesufriente del progenitor proyectada en el niño. De donde se

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desprende un riesgo de suicidio de este último si su propio malestarno ha sido tomado en cuenta. En la cura de un niño, sucede en efectoque la resistencia deba ser leída del lado de los padres o del analista.Distinguía, en ese momento, dos tipos de discurso:

—Por discurso cerrado entendía un relato hecho frente alanalista más que al analista. Queda entonces del lado de los padresun rechazo de la experiencia analítica. Van al analista a que ésteconfirme un diagnóstico de irrecuperabilidad. Lo cual no quiere decirque el analista deba detenerse allí (como me hizo notar Winnicott).

—Por discurso dramático entiendo la existencia de un llamadoque pide ayuda. El análisis es entonces posible, y aquello que debeser alcanzado en la cura es la palabra del adulto que ha podidomarcar al niño a nivel del cuerpo.

He mostrado luego, con ejemplos concretos (y marcada por lainfluencia de Winnicott y Lacan) cómo los límites que el analistaencuentra con tal o cual paciente constituyen en primer lugar, y antetodo, los límites mismos de lo que el analista puede o no soportar dela prueba a al que lo somete el paciente. El analista que se dejainterpelar por la locura (y especialmente por la esquizofrenia) acepta,en efecto, dejarse cuestionar en el campo de lo "inanalizado" que lees propio. Ese punto ciego del analista, es la rendija a través de lacual se produce en él la abertura del interés terapéutico. Tambiénsucede que un analista (como le sucedió a Freud con los adultos)reciba de su paciente un esclarecimiento acerca de aquello que en él,analista, estaba hasta entonces a salvo de todo cuestionamiento, unaspecto de su propia "locura".

Retomé de esta manera, sin saberlo, aquello que en esa épocaestaba en el núcleo de ciertos debates londinenses. Trabajos delgrupo de Winnicott intentaban en la práctica sustituir la concepciónde los estadios de desarrollo por la escucha de un discurso. Esteintento no estaba aún reflejado en la teoría. Detrás del discursosostenido por el enfermo y su familia, hacen surgir la trama de unasituación psicotizante. Esto se ve netamente en los delirios deinfluencia, los estados paranoides y las alucinaciones. Los analistas,en cierto momento de la historia del psicoanálisis, han llegado —delmismo modo que los psiquiatras— a hablar de la enfermedad y no delenfermo. Pero si nos ponemos a la escucha de un discurso colectivo,no es infrecuente encontrar que una paciente descripta en un primermomento como "buena", "normal", pasa a ser designada,progresivamente, como "mala" y luego "loca", con el consecuente

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alivio de la familia. Pero hay una verdad en el delirio que el entornoabona. A partir del instante (por ejemplo) en el que un paciente enlugar de decir que su madre no lo deja vivir sustituye esto por la ideade que su madre ha matado a su hijo, los padres no sólo perdonan su"maldad", sino que aceptan el encierro de un ser quemanifiestamente "no sabe lo que dice". Entonces, la imposibilidad quesufre el sujeto de proyectar el odio sobre su madre deviene, en esemomento, el elemento que desencadena un episodio psicótico. Lasacusaciones contra la madre, como justamente señala Laing son lamayor parte del tiempo acusaciones en las que el sujeto es habladopor el adulto al que acusa. Hablado por designios diversos, ese sujetocomienza a vivir esos momentos como un peligro. Identificado a lavida, pero acusándose de querer destruir, se dice en otro tiempo quees la vida misma la que lo va a destruir. Allí se da entoncesverdaderamente al entrada en lo que nosotros denominamos"psicosis".

Ville- EvrardEn 1964 Hélène Chaigneau me abrió generosamente su servicio

de Ville- Evrard. Ella esperaba que yo pudiera ayudar a un cierto tipode pacientes adultos que son aquellos que, cuando niños, yo habíadescripto en El niño retardado y su madre. Pero me encontré en elasilo con los esquizofrénicos y paranoicos descriptos por Lacan.Prisionera de la institución, sentí la amplitud de mi impotencia.Algunos pacientes hospitalizados desde hacía veinte años, que habíanhecho del asilo su hogar, no querían volver a salir. Pusimos de todosmodos en marcha una estrategia de "cuidados" a través de la rendijaabierta por mediaciones que fuimos introduciendo (clubes, reuniones,trabajo), cuya función era abrir la relación estereotipada del pacientehacia una apertura al mundo exterior (lo que los analistas llamanposibilidades de simbolización). Todo aquello que se sostenía desde eldiscurso se inscribía, sin embargo, en un lugar vuelto carcelario porlos usos administrativos.

En el transcurso de esta experiencia, fueron los pacientes los queme hicieron comprender los límites de un territorio que debía serrespetado. Me hizo falta tiempo para asimilar el sistema de reglas, deconvenciones y prohibiciones que organizan, en este lugar, lasrelaciones de los individuos entre sí. Modelados por la instituciónpsiquiátrica, los pacientes actúan, en efecto, acrecentando su propiaparálisis. Recuerdo el día que me introduje de manera no concertada

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en la sala de televisión reservada a los enfermos. Fui agredida y ledebo mi salud a un enfermero que estaba de paso. Por otra parte, yorecibía a los enfermos en un consultorio: ellos sabían que yo estabaescribiendo un libro. Me proveyeron de historias y también deescritos. Fui investida como "experta" por un paciente paranoico, locual marcó con un carácter de intrusión a mi proyecto. El paciente, deraza negra, veía acrecentadas las persecuciones ejercidas por elgobierno contra los extranjeros por mi presencia. A partir delmomento en que yo deseaba verlo, él corría el riesgo —según lalógica de su delirio interpretativo— de ser catalogado por mí comoindeseable, porque cada vez que el paciente intentaba sostenersecomo deseante, era reenviado a una forma de disolución de suidentidad: ser otro, capturado por una imagen materna (narcisista yrival), no pudiendo su masculinidad ser sostenida de otro modo. En latreceava sesión, el paciente me hizo saber que es en vano proseguircon las entrevistas en la institución. Mi sola presencia era percibidapor el paciente como una provocación: "Me hacen —decía—crueldades mentales que yo acumulo. Mi tía está celosa mí, ycolabora para que yo sea desgraciado. Antes de mi nacimiento, misuerte ya estaba echada. Aparezco ante usted como un prisionero,sin dinero, no puedo ofrecerle siquiera una rosa. Estoydesguarnecido. Tampoco quiero su caridad. Reclamo que se hagajusticia. Para qué sirve este parloteo, más que para su propio placer?Usted me quita mi goce y me rechaza como a un perro". Georges medecía de esta manera que la ambigüedad de mi estatuto lo ponía enpeligro y le despertaba algo que él mismo definía como de naturalezapersecutoria. Lo que él reivindicaba era el derecho a la rebelión,dejando escapar allí un decir de verdad. Quedaba a mi cargo elinterrogarme acerca de los efectos producidos por la alienación socialsobre la alienación mental en lo que para él se entretejía comodestino.

Kingsley HallSoportaba Ville- Evrard porque se me ofrecía la ocasión de hacer

un pasaje por Kingsley Hall. Este encuentro se lo debo a Winnicott,que se interesaba en la experiencia institucional que se llevaba acabo allí. Recordemos que él lamentaba que no hubiera más lugarespara acoger a pacientes en crisis, que los analistas no fueran másingeniosos en sus propias instituciones, y que el menor problemaemocional fuese tan rápidamente medicalizado.

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El alma de Kingsley Hall era, indiscutiblemente, Laing. Su palabraera tan fuerte que él no residía allí. Una decena de pacientes vivíanallí con psiquiatras, en su mayoría norteamericanos. Recibí, luego deuna puesta a prueba, una acogida afectuosa por parte de lospacientes. Querían saber si yo llegaba como paciente, curadora ovisitante. De estos últimos, desconfiaban: redoblaban la inquisición.No les oculté que había sido invitada como tal por Laing, y que noviviría allí, porque tenía en lo personal una necesidad visceral de unlugar de reposo fuera de una colectividad en la que la locura se poníaen juego 24 horas de 24. Se me intentó convencer de que un poco dehasch o marihuana detendrían esa atmósfera. Respondí que una tazade té sería mucho mejor, y que ese tipo de "viaje" más bien meenloquecería. Las preguntas se hacían cada vez más opresivas: meimaginaba yo que podía estar loca? que podía escuchar voces, teneralucinaciones visuales?

—"Porqué no?"— contesté. —"Soy capaz de hacer funcionar en míun cine interior, de tener miedo, de darme miedo, pero estarrealmente loca, como se describe en los libros, no lo veo tanevidente. Pertenezco más bien a la clase de gente susceptible dejugar a estar loca. Estar verdaderamente loco, es un estado de graciaque no se le da a todo el mundo.

—"Entonces usted no se parece a nosotros?"—"No sé, lo que sé es que quizás tenga en mí, escondido, un

jardín de locura, pero loca como se describe en los libros, no estoy".—"Esa es la diferencia", me explicaba un paranoico, "con los

psiquiatras de aquí. Ellos dicen que son como nosotros, pero nosotrossabemos que no le es dada a todo el mundo la suerte o la desgraciade estar loco".

Un huésped de la casa me explicó: "en un psiquiatra, incluso unantipsiquiatra, siempre hay un policía dormido". Me contó riendo lahistoria acaecida la noche anterior: los rateros del barrio habíaninvadido la casa; los antipsiquiatras llamaron a la policía. "Vea,nosotros nunca podríamos haber hecho una cosa así”. Vi a Laing enreuniones de amigos. Mi fobia a la droga lo divertía. Pero más lodivertía mi deseo de tratar seriamente ciertos temas, como lapsicosis. Me decía que yo confundía "acompañamiento de una perso-na en angustia profunda" y "cura". ("to heal" y "to cure"). Meadvierte contra un peligro: el de dejarme enrolar en las fuerzas de larepresión (refoulement). Si Winnicott me aconsejaba en esemomento un tour por el entorno de Laing, era para que perdiera algo

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de mi reaseguro en el saber... Más tarde, él mismo romperá conLaing, negándose a apoyar la apología de la droga que éste hace endeterminado momento. En el marco de esta ruptura, se mantuvo sinembargo la amistad entre ellos.

Los debates decisivos de los años ‘60: LondresDurante este período, el azar hizo que me encontrase en Londres

—a través de Winnicott y Laing— con jóvenes universitarioscomprometidos en una investigación sobre psicoanálisis,especialmente sobre mis trabajos. Se produjeron debates acerca delos conceptos de Laing y Lacan, y esto me obligó a definirme enrelación a diferentes corrientes de pensamiento. La literatura inglesacasi no se difundía más allá de un cierto círculo de iniciados. Por otraparte, su teoría basada en la biología, en el desarrollo, en elhumanismo, no daba cuenta fehacientemente del trabajo clínicoefectuado. Había un corte entre la práctica, tal como la vemos en laobra de los grandes clínicos, y una teoría que generalmente no dabacuenta de esto. Me parece importante no buscar en la práctica unamera aplicación de la teoría. Las concepciones de Winnicott yLacan, que parecen oponerse en lo que hace a determinadostópicos (por ejemplo, el de la relación de objeto), coinciden ennociones tales como la de presencia/ausencia o la de la matrizsimbólica necesaria para que el niño, en determinadomomento, pueda sobrevivir a una pérdida sin desaparecercomo sujeto. Dada su formación como pediatra, Winnicott trabajóespecialmente con niños muy pequeños (incluso con lactantes desdesu llegada al mundo). Lacan se ocupó más de lo concerniente al niñoun poco mayor y el adulto, mientras que Dolto aportó por su parteelementos esenciales para comprender a los niños de cero a tres años—contribuyendo a su vez a aclarar en muchos puntos los aportes deLacan. Una actitud dogmática no podría más que volver al analistasordo frente a lo que el paciente intenta hacerle escuchar en supropia lengua, con sus palabras. Es claro que yo me veo Nevada(según los hechos concretos que se me presentan en la práctica) aprivilegiar a veces el aporte de Lacan, otras el de Bleger, el deWinnicott, etc. No me prohibo traducir estos diferentes aportes a unalengua que me es propia. Se puede, según la posición que uno tome,querer oponer a Winnicott y Lacan, como también se puede quereraclarar el aporte de uno a través del otro, sin anular nada de lasinvestigaciones de cada uno. Por ejemplo, la noción de holding de

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Winnicott es coherente con lo que Lacan intentó circunscribir comocaptura, como aprehensión de sí en el espejo, teniendo estaexperiencia como referente la presencia de la mirada de la madre quegarantiza al niño la realidad como separada de su propia existencia.Es en función de esta relación del moi al otro (autre) que Lacan hacesurgir un Je en constitución. Cuando me preguntan con quéreferentes trabajo, respondo: bien, con todos estos, sin olvidaraquellos que nos indica el paciente mismo. Porque es él quien operacomo guía. La teoría permite, luego, encontrar las palabras paraexplicar lo que sucedió en una situación que engloba el inconcientedel analista y el de su paciente.

Abordaje de la psicosisMuy pronto fui sensible al hecho de que el neurótico va a análisis

con una demanda propia (incluso si está atravesada por la palabra delos otros), mientras que el psicótico (y también el niño) son llevadosal analista por aquellos que constituyen su entorno. No podemos,entonces (y más aún en el caso del psicótico) abstraernos de lahistoria y de la manera en que un sujeto brinda testimonio, a suturno, de los efectos de una simbolización fallida desde —a veces—tres generaciones atrás. Un paciente "repara" el rechazo del que fueobjeto su madre, por parte de su propia madre. Otro, no se autorizaa disfrutar una herencia fruto del trabajo de varias generacionesporque le parece que ha sido adquirida ilegalmente: dilapida unafortuna en tiempo récord. Un tercero cae en una depresión gravísimael día que le retorna el usufructo de una casa comprada poco antes,cuando mueren sus propietarios. Cuando la "enfermedad" estalla, sedevela un drama, un no- dicho que se pone a hablar en la violenciadel síntoma: soy el niño que mi madre tuvo con mi hermana, soy elniño que mi padre tuvo con la mucama.

La realidad objetiva no se corresponde por cierto con lo"vivenciado" que a menudo irrumpe en la violencia, el asesinado o elsuicidio. Pero el sujeto no puede encontrar una palabra propia si noes interrogando las palabras que, en la sombra, han vehiculizado,portado, ocultado la historia de una familia (sustituciones de niños,de padres, muertes camufladas, desapariciones no verbalizadas,etc.). Un acceso al Je devendrá posible sólo al precio de abrir los ojos(sin necesariamente quedar ciego como Edipo) a través de unproceso de desidentificación, de despegue, respecto de un drama quees de otro. Me llamaba la atención, durante el desarrollo de los

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procesos de cura, las diferentes posiciones del sujeto en losmomentos de tensión, de conflicto. Lo importante es ubicar desdedónde habla el sujeto, y en ocasiones, por quién es hablado. A vecesalcanza con un poco de humor, o con una palabra concerniente a lascosas comunes de la vida (es decir, despegada de toda vivenciapersecutoria) para desdramatizar una situación y lograr que eldiscurso vuelva a partir desde otras bases. Recuerdo un hombre queamenazaba con tirarse al vacío desde la torre Eiffel, con su bebé. Semovilizaron su psiquiatra, los bomberos y la policía. Tal despliegue nohizo más que acrecentar las amenazas que profería. Llegó una jovenexternada de un hospital de París. Sorprendida, le dijo: "tengacuidado con las corrientes de aire, el bebé puede tomar frío". La crisiscedió por completo. No se opuso en absoluto y bajó de lo más calmo.Es que la palabra de ella venía de un lugar completamente diferentedel imaginario persecutorio de ese hombre desesperado, en ciertosentido, lo despertó de su delirio. En los momentos de crisis, elanalista —pero puede ser también cualquier miembro de un equipoterapéutico— al no albergar las proyecciones persecutorias del sujeto,acepta ser el depositario de las angustias del paciente.

Otro ejemplo: en Bonneuil, un adolescente se negaba todos losdías a permanecer ni un minuto más en la institución. Una valija lista,que contenía todas sus cosas, esperaba cada día la partida inminenteanunciada por su propietario. Sin embargo, no se necesitaba casinada para desanudar la angustia: sugerir una salida alcanzaba paraayudarlo a no escapar. El núcleo de su angustia psicótica habíaapareció en el transcurso de una cura individual con un analista. Eladolescente pudo un día develar en análisis el discurso interior queescondía cuidadosamente, centrado enteramente en torno aimpresiones de metamorfosis de su rostro. Leía por momentos en elrostro del otro que su propio rostro había tomado los rasgos de unmonstruo. Esto desencadenaba una compulsión de huida (tomar eltren) o de suicidio (tirarse bajo un auto). Ese monstruo era, dealguna manera, su doble. Su primer aparición traumática habíacoincidido con la muerte súbita de un amigo amado- odiado. Cadavez que el sujeto se encontraba confrontado en la realidad conpruebas (por ejemplo, un examen) reaccionaba con una boufféedelirante. Lo que el adolescente reclamaba en esos momentos detensión, era una matriz: pero más a11á de la matriz real, seenfrentaba de manera especular a una relación de captura por laimagen del otro (autre). Cada vez que tenía que elegir, se enfrentaba

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a una amenaza, como si necesitara aceptar, en vivo, pagar un preciopor la muerte de un ser querido. Por eso vivía una vida imposible deser vivida. Lo que velaban sus defensas, en último término, era lamuerte, cuya pulsión está siempre allí donde el deseo se pone enjuego. Tales problemas, por difíciles que sean, pueden encontrar unasalida en el análisis. Es necesario que el sujeto se sienta "autorizadoa vivir" por sus padres. Esto implica, en casos graves, ayudar a éstosa atravesar su propia angustia (en particular en lo relacionado con loque sucederá luego de su muerte) para que su hijo pueda exponerseal riesgo de vivir. Una pensión por invalidez —necesaria en ciertoscasos— puede, al ser otorgada demasiado fácilmente, transformar aun joven en "asilado en vida" ("jubilarse" a los veinte años, comoellos mismos lo llaman, no es cosa de todos los días).

Si las cosas se satisfacen a nivel de la necesidad, la adminis-tración se conduce como una "madre de psicótico". Aporta unasolución allí donde una economía del desorden debería pordesplegarse para que a través de ella el sujeto encuentre un ordenpropio, compatible con los requerimientos sociales inherentes a tododeseo. Este orden del sujeto, sería más exacto acaso definirlo entérminos de una verdad que se abre a un espacio de creación, quizásopuesto al de los padres.

Terapias familiares, hacia una selecciónVolviendo a los años '60, Thomas Szasz me envió unos recortes

de diario, unas caricaturas que advertían a los norteamericanoscontra el despliegue de tests que se abatía sobre las escuelas, desdela guardería. Desde la cuna, casi se podría decir, el comportamientodel niño era evaluado desde un punto de vista selectivo. Las madresse aferraban de libros que les explicaban cómo hacer que su hijo sevolviera más inteligente por medio de diferentes jueguitos. Los efec-tos de una selección que no se nombraba se hicieron sentirrápidamente: las madres tenían cada vez más dificultades paraencontrar un lugar para sus hijos en la guardería o la escuela delbarrio. El alumno "medio" ya no tenía lugar: se estaba a la pesca de"superdotados". Caricaturas feroces inauguraron una era de rebelión.Las mujeres se preguntaban ¿acaso nuestro hijo tiene que ser unsuperdotado para poder ir a la escuela del barrio? Durante estos añosprosperaron los distintos asesoramientos "psi", preparando a losniños desde la cuna para una vida de competencia. Nunca comoentonces, el niño ha sido tan avasallado por sus padres, deseosos de

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"saberlo todo" acerca de él. Se puso en marcha toda una rutina devida. Ya no se trata de que el adulto aprenda del niño. Se le impusoun modelo. La invención comenzó a inquietar, y se olvidó que lacultura es para todos como la experiencia o el conocimiento, y quehay que aprender del error y del fracaso.

Los docentes de Estados Unidos se abocaron para esta mismaépoca a oponerse a los diktats de los cuestionarios que debían llenar,y denunciaron un sistema en el que se sentían tan prisioneros comosus alumnos. ¿Es posible —se preguntaban algunos— abordar con losalumnos cuestiones tales como el genocidio judío? No es tanevidente. Se vieron entonces llevados a descubrir que un sistema (delcual forman parte) prohibe abordar ciertas cuestiones. Esta voluntadde callar los crímenes cometidos por ciertas generaciones (con lacomplicidad de todos) hará surgir (en otra generación) de lo real unmismo despliegue de violencia inexplicable. John Holt, que fuemaestro sucesivamente en Boston, Massachusetts, Colorado yCalifornia, se situó dentro del movimiento de una protesta contra lasideas establecidas en materia de educación (y difundidas a millones).El disoció el aprendizaje de la noción de necesidad y de la de deseo.No dudó en escribir libros para explicar a los norteamericanos cómoestaban volviendo débiles a sus niños. Mi verdadera educación, decía,está situada antes de la escuela, fuera de la escuela y después de laescuela. Afirmación que es retomada en Mayo del '68 en Francia. En1987 era el modelo japonés el que fascinaba: el niño identificado a lacomputadora, programado desde el nacimiento para transformarse en"el mejor" (llevando a las madres hasta el suicidio, en ocasiones enlas que su hijo no era el primero de la clase). Los analistasrecolectaron toda una "patología" escolar, a su turno "cuidada","reeducada" o "abandonada", según las prioridades económicas y lasideologías del momento... La asimilación del lenguaje a un tipo decomportamiento conduce a los comportamentalistas anglosajones (y,luego, a los franceses) a arrastrar el material que se les ofrece (eldiscurso del paciente, y también el de los padres en el caso de unniño o de un psicótico) hacia una adaptación a una norma, o hacia ladenuncia de una conducta inadecuada. Pero es otra utilización posibledes discurso familiar la que tiende a un develamiento catártico. En eldesanudamiento de un drama revivido en la transferencia seencuentra la clave de ciertas "curaciones".

En el caso del analista de niños, el analista se ve a menudoconfrontado a un presente a desanudar en el hic et nunc de una

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situación transferencial que engloba a los padres. Ocurre también, enel caso de todos los niños pequeños, que la intervención no operamás que sobre los padres. La teoría de aquello que se pone en juegoen la escucha analítica del drama (o del discurso colectivo) no ha sidohecha y el analista casi no tiene como parámetros más que losdescubiertos por él mismo en su propio análisis. En cuanto a lashipótesis teóricas, por acertadas que sean, no siempre son suficientesen sí mismas para permitirle al analista hacer un acto de invención.Le corresponde, como dice Michel de Certeau, escuchar lo que lateoría no dice. El hombre, decía Freud, no tiene inclinación a escucharla verdad. Esta reenvía a aquello que es callado por la práctica dellenguaje. Freud daba a entender que a todo "núcleo histórico"corresponden inscripciones o "impresiones" mudas. La historia o lanovela familiar que se cuentan tendrían una apariencia de semblante,un intervalo situado entre una verdad muerta y aquello que restacomo saber en la memoria del sujeto.

Si planteamos las preguntas: ¿quién habla, y a quién? y ¿desdequé lugar (lugar del otro o del Otro)? Lacan nos muestra el eje apartir del cual debiera ordenarse todo proceso dialéctico. Arranca deesta manera el discurso del paciente de la cosificación a la que hasido sometido (después de Freud) y da a la palabra su dimensión dejuego y de disfraz. Quien habla puede, en efecto, ocupar el lugar detodos los personajes a la vez, o ser atravesado por un otro que hablade su lugar, que hasta lo comanda. La dificultad es que el analista (sise encuentra tomado por la perspectiva de las certidumbres que leconfiere la creencia en un moi fuerte) puede impedir al analizantehacer su análisis o perturbar a través de intervenciones inoportunasaquello que Freud, a propósito del delirio, llamaba "el procesorestitutivo de cura". El interés del proceso de un Winnicott es quereconduce constantemente al analista a una posición de humildad,recordando que no es él quien detenta el saber. La verdad, deja élentender, surge entre el paciente y el analista, no le pertenece anadie. Existe, recuerda Winnicott, una "política del análisis", en elsentido de que el analista debe entregarse continuamente a susubversión, tanto en el plano de la terapéutica como en el de laenseñanza y las instituciones.

La dirección de la curaLa situación analítica, tal como se desprende de la obra de

Winnicott, es el movimiento de una relación (la del analista con su

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paciente) y la creación en común de un espacio en el cual seinscriben los mecanismos más primitivos de amor, de odio, deintroyección, de proyección, de represalia, de desintegración. Puedeninscribirse allí porque, en un principio, hay una "adaptación" delanalista a la angustia desbordante del paciente. A partir de referentesmínimos de seguridad, se pone en juego un marco susceptible decontener las angustias más arcaicas y se desarrolla, en libertad (através de lo imprevisto) el proceso analítico (proceso en el cual tieneun lugar la participación inconciente del analista). Winnicott nos haceparticipar de la constitución progresiva de un campo (de palabra) consu propia lógica. Nos hace seguirlo en el camino clínico que haseguido con el paciente, par ver hasta qué punto el verdadero eje deltrabajo efectuado por él gira en torno a la noción de ausencia,condición del desarrollo del pensamiento simbólico que introduce el"principio de realidad" (porque la realidad que hay que dominar, es lade la ausencia de objeto).

Si Winnicott pone el acento, entre otras cosas, en las frus-traciones reales que un objeto puede infligir al sujeto (en una visiónbiologizante), el campo operatorio al que lo conduce su experienciaes el del objeto transicional, equivalente, pero diferente, del da delniño observado por Freud. En la teoría analítica, hay entonces unasuerte de bipolaridad un saber que se domina (que se da según elesquema del desarrollo, de la estructura o de la lingüística), queconstituyen podríamos decir, el texto de una lengua muerta. HarryGuntrip mostró cómo el analista puede encontrarse prisionero de suteoría y arrastrar al paciente en su proceso personal de creencia. Lateoría —dice él— encuentra su raíz en nuestra psicopatología, debeser una herramienta y no un amo. Se pone en juego otro saber, elque se desprende de cada trayecto (el del analista y el del paciente),anudado por las coordenadas de la interpretación construcción (loque Freud llamó la construcción arqueológica). En su mejormovimiento, Winnicott no tiene la ambición de crear una teoría"totalizante" que tendría respuesta para todo. Sigue, con dificultad,una ruta y sus obstáculos. Lo que interesa es el "núcleo de verdad"presente en todo delirio, en todo fantasma. Su exigencia de verdadse dirige en primer lugar a sí mismo.

El falso selfLos trabajos ingleses se desarrollaron alrededor de una noción

poco utilizada en Francia: la del sí mismo (soi). No se trata del

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sujeto, ni del ego, sino de una imagen narcisista funcionando comodefensa, que el sujeto desarrolla; y que para él mismo y para losotros permite acentuar la distinción entre la noción de identificación-incorporación al objeto y la de identificación a la función del padre, dela madre, del analista, etc. Se trata de un fenómeno subjetivo másque de una estructura; que muestra bien lo que surge de laseparación entre teoría y práctica: la idea de self, nos recuerdaWinnicott, "surgió de nuestros pacientes". El falso self es una funciónde defensa que se establece sobre la base de identificaciones, y cuyafunción es proteger el “verdadero self”. El individuo puede, a travésde su éxito social (es decir, gracias a una buena organización delfalso self llegar a abordar a los otros escondiendo su angustia. En larelación madre- lactante, si la madre no ha dado al niño la posibilidad"de ser", éste puede desarrollarse identificado a tal punto a lasinsignias de la madre que no deberá su existencia más que a laimitación. El verdadero self sería la posición (en la relación con elotro) que permite el gesto espontáneo, el juego y la creación. Quiense presenta en análisis sólo con los ropajes de un falso self (con undesempeño social perfecto) es casi inanalizable. Pero el reclutamientode los candidatos analistas (según los criterios de selección vigentes)se hace hoy en día cada vez más entre los aspirantes a un falso self.Estas hipótesis acerca del "verdadero" y el "falso" self, porinsatisfactorias que sean teóricamente, responden a los límites de lateoría freudiana. Lo que importa es lo que autores como Winnicottllegan a escuchar a través de un recorrido clínico cuya dificultad es lade actualizar las dificultades, los obstáculos que nos cuestionan, en ellugar de nuestros propios impasses y de nuestros propios límites.

El que enseña es el pacienteLa mayoría de los trabajos de Winnicott manifiestan una pre-

ocupación didáctica. Se dirigen a los analistas, pero también a lospediatras, a los psiquiatras, al personal paramédico, a los padres. Aveces intentaba convencer, nunca a doctrinar, porque no tenía unacausa a defender. Trabajaba en solitario, habiendo conservadodurante mucho tiempo una práctica hospitalaria que era un verdaderolugar de análisis. Recibía el respeto de los pacientes, quienes leservían para demostrar lo bien fundado de tal o cual teoríapsiquiátrico- analítica. Los pocos alumnos que participaban en susconsultas se veían envueltos por el "aire de intimidad" creado por elpaciente y eran parte del camino que se elaboraba a partir de esta

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dimensión de la "preocupación por el otro": del paciente que dirige unpedido. Winnicott repetía hasta el cansancio que el analista no ocupaun lugar de dominación, de enseñanza quien enseña es el paciente. Elpsiquiatra no es un curador de síntomas, dice Winnicott. Debecuidarse de no tratar al sujeto de manera de dejar de su lado todollamado a una seguridad (a través del síntoma) imposible.

Esta advertencia que al analista le es tan familiar, ¿por qué laolvida cuando trabaja en el hospital, haciéndose el "psiquiatra parapobres", como si el análisis estuviese reservado para los ricos?Winnicott denunciaba una práctica hospitalaria en la que el pacienteestaba allí para la promoción universitaria del analista, promociónque no puede hacerse sin alumnos. El paciente sirve entonces comomateria prima de la enseñanza. Peor si en medicina esta enseñanzapuede servir al mejoramiento del paciente, sabemos que no es elcaso en psiquiatría, donde el paciente sirve a la reproducción de unsaber de amo cuyo único efecto es el de alienar un poco más alsujeto.

Sabiendo permanecer analista en el hospital, Winnicott marcóuna ruptura con una tradición psiquiátrica hospitalo- universitariaresponsable del estancamiento del análisis (o en todo caso,responsable de la perversión de su práctica). La pregunta acerca dela formación del analista debería ser abordada a partir de estaafirmación.