3a lectura de llengua castellana

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T E R C E R A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A AL BORDE DE LA MUERTE El boticario Ricardier había sido acusado de alta traición por parte de los franceses. Ahora, de pie en el patíbulo, con la cabeza en el agujero de la guillotina, el pobre farmacéutico esperaba solo la muerte. Su cabeza rodaría muy pronto por el empedrado de los Campos Elíseos de París. Su "ingeniosa" ocurrencia, el plan magistral que tenía que permitir librar a Francia de la terrible hambruna que azotaba el país desde hacía siglos, había salido bien al principio... Sí, ciertamente, la repugnancia que los franceses sentían hacia aquellos asquerosos tubérculos había sido superada rápidamente, pues hombres y mujeres se habían apresurado a consumir las patatas que quedaban desprotegidas en cuanto los soldados dejaban de custodiarlas y se alejaban de los fértiles campos; los franceses habían hervido, cocido y aliñado las patatas desde entonces y las habían convertido en la base de su dieta. El hambre había menguado y la patata había pasado a ser un manjar común y barato pero extremadamente codiciado. Los lugareños de pueblos y ciudades habían aprendido a cultivar patatas por doquier: en los valles, en los campos y en las lindes de las montañas. Ricardier había sido considerado, hasta cierto punto, el salvador de Francia... Fruto de la envidia, corroído por los celos, el tendero Orioler no había llegado a asumir nunca el éxito de Ricardier. Orioler había intentado sin éxito extender también en Francia el consumo de Foskitos, una especie de pastelitos que, según él, eran una delicia para el paladar. Aunque rellenos de delicioso chocolate en su corazón, los Foskitos tenían un

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T E R C E R A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A

AL BORDE DE LA MUERTE

El boticario Ricardier había sido acusado de alta traición por parte de los franceses. Ahora,

de pie en el patíbulo, con la cabeza en el agujero de la guillotina, el pobre farmacéutico esperaba

solo la muerte. Su cabeza rodaría muy pronto por el empedrado de los Campos Elíseos de París.

Su "ingeniosa" ocurrencia, el plan magistral que tenía que permitir librar a Francia de la

terrible hambruna que azotaba el país desde hacía siglos, había salido bien al principio... Sí,

ciertamente, la repugnancia que los franceses sentían hacia aquellos asquerosos tubérculos

había sido superada rápidamente, pues hombres y mujeres se habían apresurado a consumir las

patatas que quedaban desprotegidas en cuanto los soldados dejaban de custodiarlas y se

alejaban de los fértiles campos; los franceses habían hervido, cocido y aliñado las patatas desde

entonces y las habían convertido en la base de su dieta. El hambre había menguado y la patata

había pasado a ser un manjar común y barato pero extremadamente codiciado. Los lugareños de

pueblos y ciudades habían aprendido a cultivar patatas por doquier: en los valles, en los campos y

en las lindes de las montañas. Ricardier había sido considerado, hasta cierto punto, el salvador de

Francia...

Fruto de la envidia, corroído por los celos, el tendero Orioler no había llegado a asumir nunca

el éxito de Ricardier. Orioler había intentado sin éxito extender también en Francia el consumo de

Foskitos, una especie de pastelitos que, según él, eran una delicia para el paladar. Aunque rellenos

de delicioso chocolate en su corazón, los Foskitos tenían un color pardusco por fuera que

provocaba el rechazo de los franceses. Así, Orioler había tenido que asistir humillado al triunfo

mediático del boticario Ricardier. Ricardier se había ganado el aprecio de los franceses y, sobre

todo, la amistad del rey, el todopoderoso monarca Genís XVI. A Orioler la envidia no le había

permitido dormir durante días, semanas y meses... ¡Pero por fin había llegado la hora de consumar

su venganza! Ahora, el tendero asistía también a la ejecución pública de Ricardier. Con su rival

fuera de combate, llegaría su oportunidad para convencer a los franceses de que los Foskitos

superaban con creces a la insípida patata.

Semanas atrás, Orioler se había colado en las dependencias del palacio real y había rociado

las patatas de la despensa con un líquido (una mezcla de laxante, mocos de rata y excrementos de

camello) cuyos efectos tenían que resultar devastadores en los estómagos e intestinos de aquellos

comensales que se atrevieran a comer dichos tubérculos. Esa noche, el menú que los cocineros

habían preparado fue un "delicioso" estofado de patata.

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Como era de esperar, tanto el rey como su esposa y el resto de invitados presentes en

palacio y sentados a la mesa (entre los cuales se encontraba Ricardier), ofrecieron un fétido y

malsonante concierto de tracas mayores (a base de pedos, pedetes y otras flatulencias varias) que

terminó con una verdadera carrera de bólidos humanos en dirección hacia el baño. Muchos de los

traseros de la realeza no consiguieron llegar a tiempo al retrete, hecho que provocó que los reales

pasillos quedaran infestados de reales cacas y realísimos zurullos.

Ricardier fue inmediatamente apresado y condenado a muerte. El pobre boticario no lograba

entender nada de lo ocurrido. Él lo había dado todo por Francia... Había investigado acerca de las

propiedades nutritivas de las patatas; había conseguido tierras y soldados para llevar a cabo su

plan; se había desvivido para lograr que el hambre dejara de asolar a su querida Francia... Pero

había sido condenado a muerte.

Ricardier sospechaba que Orioler estaba detrás de ese triste y a la vez cómico episodio de

reales cagaleras, aunque su condena era firme y no había nada que hacer. Sin embargo, decidió

explicarle la teoría de que Orioler les había envenenado a todos a Genís XVI. El rey escucho a su

amigo farmacéutico, pero le dijo que el caso había sido demasiado grave como para dejarle en

libertad. Debía morir. Ricardier solo le pidió una cosa más al rey: <<El día en que yo tenga que ser

decapitado, solo te pido que mires a Orioler a la cara. Observa su sonrisa. Entonces, conocerás la

verdad>>.

Ahora, a punto de ser ajusticiado por el verdugo, Ricardier no estaba seguro de que su amigo

y monarca, Genís XVI, hiciera lo que le había pedido. El boticario veía la cuchilla brillar encima de

su cabeza. Pronto todo habría acabado...

Cuando el verdugo ya se disponía a accionar la cuerda que debía liberar la cuchilla para que

cayese empujada por la gravedad sobre el cuello de Ricardier, el boticario creyó ver algo en uno de los

parpadeos que aún podía realizar: Ricardier pudo percatarse de que el monarca, su amigo Genís XVI,

acababa de levantar la mano con la palma extendida. Ese gesto... ¡Ese gesto detenía la ejecución!

Ricardier pudo darse cuenta, además, de que el rey miraba fijamente hacia el lado opuesto a su

posición... Fue entonces cuando el boticario comprendió que Genís XVI estaba mirando fijamente a los

ojos y a la boca de alguien. Fue entonces cuando comprendió que ese día y en esa plaza él no iba a

morir, puesto que el monarca Genís estaba mirando fijamente y con mucha atención a alguien que

estaba riendo…

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