4-Globalización e imperialismo
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Revista Acadmica de Relaciones Internacionales, nm. 4, septiembre de 2006, GERI UAM
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NDICE
N4, Globalizacin e imperialismo,septiembre de 2006
1. Editorial2. Artculos
2.1.Muerte segura: Violencia tnica en la Era de la Globalizacin, por ArjunAPPADURAI.
2.2.Las vertientes externa e interna del imperialismo cultural: una crtica a EdwardSaid, por Emma BENZAL.
2.3.Globalizacin y migraciones: dos nociones interdependientes desde los orgenes,por Rafael CRESPO.
2.4.Globalizacin e Internet: poder y gobernanza en la sociedad de la informacin,por Josep IBEZ.
3. Documentos3.1.Sentencia del Tribunal Internacional de Opinin para juzgar la deuda externa.3.2.Por qu necesitamos un Fondo de Ajuste a la Globalizacin?, por Loukas
TSOUKALIS, Fundacin Helnica para Europa y Poltica Exterior.
4. Review-EssaysJuicio moral y juicio histrico: una reflexin sobre la guerra justa, por MaraSERRANO.Olivier O'DONOVAN, The Just War Revisited, Cambridge University Press, Cambridge,2002.Stephen CHAN, Out of Evil. New International Politics and Old Doctrines of War, I.B.Tauris, Londres y Nueva York, 2005.
5. Reseas5.1.Contro i diritti umani, de Slavoj Zizek, Ed.Il Saggiatore, Miln, 2006, por lvaro
NEZ.
5.2.La mirada cosmopolita o la guerra es la paz, de Ulrich Beck, Paids, Barcelona,2005, por Elva CASABN.
5.3.The Moral Purpose of the State. Culture, Social Identity and InternationalRationality in International Relations de C. Reus-Smit, Princeton University Press,Princeton, 2005, por Francisco J. PEAS.
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modo que se trataban a las fronteras nacionales como meras restricciones o ficciones. En
contraste con las corporaciones multinacionales de mediados del siglo veinte, que
buscaban trascender las fronteras nacionales trabajando con los marcos nacionales
legales, comerciales y soberanos existentes, las corporaciones transnacionales de lasltimas tres dcadas han empezado cada vez ms a producir acuerdos de trabajo,
capital y conocimientos tcnicos que generan nuevas formas de ley, gestin y
distribucin. En ambas fases el capital global y los Estados nacionales han tratado de
explotarse mutuamente, siendo posible observar en las ltimas dcadas una disminucin
de la soberana de los Estados nacionales con respecto al funcionamiento del capital
global. Estos cambios acompaados de modificaciones en las leyes, las finanzas, las
patentes y otras tecnologas administrativashan creado nuevos mercados de lealtad
(Price, 1994) y ponen en cuestin los llamados modelos de soberana territorialexistentes (Sassen, 1996).
No es difcil ver que la velocidad e intensidad con la que circulan actualmente los
elementos materiales e ideolgicos a travs de las fronteras nacionales ha supuesto un
nuevo orden de incertidumbre en la vida social. Sea lo que sea lo que pueda caracterizar
este nuevo tipo de incertidumbre, no encaja fcilmente con la profeca weberiana
dominante sobre la modernidad, en la que las formas sociales ms antiguas e ntimas se
disolveran para ser remplazadas por rdenes legales y burocrticos sumamente
regimentados, gobernados por el aumento de los procedimientos y de la prediccin. Los
vnculos entre estas formas de incertidumbre una diacrtica de la era de la
globalizacin y la intensificacin global de la violencia etnocida conforman este ensayo
y nos referiremos a ellas explcitamente en su conclusin4.
Las formas de dicha incertidumbre son de hecho varias. Una clase de
incertidumbre es un reflejo directo de las cuestiones censales: cuntas personas de
este o de este otro tipo realmente estn en un territorio dado? O, en el contexto de las
migraciones rpidas o del movimiento de refugiados, cuntos de ellos estn ahora
entre nosotros?5 Otra clase de incertidumbre procede del qu significan realmente
algunas de estas mega-identidades: cules son las caractersticas normativas de lo que
la Constitucin define como un miembro de una OBC (Other Backward Caste) en la
India? Una incertidumbre adicional recae sobre si una persona en concreto es realmente
lo que dice o parece ser, o lo que ha sido histricamente. Por ltimo, estas formas
diversas de incertidumbre provocan una ansiedad intolerable en la relacin de muchos
individuos con los bienes estatales desde la vivienda y la salud hasta la seguridad y la
sanidad al estar estos derechos directamente vinculados a quin eres t y, por tanto,
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Hutu en 1972, Malkki demuestra cmo las cuestiones referentes a la identificacin y el
reconocimiento del cuerpo tnico yacan en el corazn de la atroz violencia del momento.
En la bsqueda de una respuesta detallada a su pregunta sobre cmo sera posible
conocer la identidad de una persona con la certeza suficiente para matar?, Malkkimuestra cmo los esfuerzos coloniales previos para reducir las complejas diferencias
sociales entre los grupos tnicos locales llev a elaborar una simple taxonoma de los
signos fsico-raciales en los aos setenta y ochenta. Estos mapas necrogrficos fueron
las bases para unas recolecciones tcnicas y detalladas de las maneras en las que la
muerte fue administrada a las vctimas de modos especficos, humillantes y continuados.
Malkki (siguiendo a Feldman, 1991) sugiere que estos mapas de diferencias fsicas estn
cuidadosamente preparados a partir de un conocimiento adquirido y unas tcnicas de
deteccin. Estos mapas ayudan a construir e imaginar las diferencias tnicas y, atravs de la violencia, los cuerpos de las personas llegan a metamorfosearse en
especimenes de la categora tnica a la que se presupone deben pertenecer (Malkki,
1995: 88). En este ensayo presentamos un enfoque ligeramente diferente de la relacin
entre cuerpos, personas e identidades.
En el informe que presenta Malkki sobre las presentaciones mito-histricas de
cmo los asesinos Tutsi se valieron de mapas compartidos de diferencias fsicas para
identificar a los Hutu, queda claro que el proceso est sacudido por la inestabilidad y la
incertidumbre (incluso desde la visin de los supervivientes sobre la incertidumbre
afrontada por sus asesinos), de modo que se debieron aplicar mltiples test fsicos.
Malkki ofrece una audaz interpretacin sobre los modos especficos en los que los
hombres y mujeres Hutu fueron asesinados (unas veces con ramas de bamb afiladas,
introducidas en la vagina, el ano, o la cabeza; otras extrayendo el feto intacto de
mujeres embarazadas y forzando a la madre a engullirlo...). Concluye que estas
prcticas recogidas, llevadas a cabo en los mapas necrogrficos del cuerpo tnico Hutu,
parecen haber actuado a travs de ciertos planes simblicos rutinarios de una crueldad
de pesadilla (ibid: 92).
Queda esbozar la relacin entre el mapa corporal del otro tnico y las
especficas y particulares brutalidades asociadas con el asesinato tnico. Mientras
encuentro gran parte del anlisis de Malkki profundamente convincente, lo que resulta
vital para la tesis que aqu desarrollamos es la relacin entre indeterminacin y
brutalidad en las negociaciones sobre el cuerpo tnico6. Aunque resulta difcil estar
segura (especialmente para una analista que est un paso ms all de las exposiciones
de primera mano sobre estas narrativas hechas por Malkki), tenemos la suficiente
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evidencia para sugerir que estamos examinando aqu una variacin compleja de los
clsicos argumentos de Mary Douglas sobre pureza y peligro (1996) y sobre el cuerpo
como un mapa simblico del cosmos (1973). En su importante estudio acerca de las
cuestiones fuera de lugar (que tambin trata Malkki), Mary Douglas realiza un vnculosimblico-estructural entre la mezcla de categoras, la ansiedad cognitiva que sta
provoca y el aborrecimiento de la hibridez taxonmica en todos los tipos de mundos
sociales y morales. En un trabajo posterior sobre el simbolismo del cuerpo, Douglas
muestra cmo y por qu el cuerpo sirve para comprimir y desarrollar comprensiones
cosmolgicas ms amplias sobre las categoras y las clasificaciones sociales. Varias
investigaciones recientes de la violencia tnica han recurrido provechosamente a las
ideas de Mary Douglas sobre la pureza y la mezcla de categoras (Hayden, 1996;
Herzfeld, 1992, 1997) al referirse a cuestiones de limpieza tnica en Europa.
Aunque este argumento est en deuda directa con Douglas, merece la pena
establecer ciertas distinciones. Mientras que Douglas presenta una cosmologa (un
sistema de distinciones categricas) establecida culturalmente, provocando por tanto
tabes contra la cuestin fuera de lugar, la violencia tnica introduce contingencia en
esta lgica, y as las situaciones aqu descritas tratan explcitamente sobre cosmologas
en flujo, categoras bajo tensin e ideas que luchan por alcanzar una lgica auto-
evidente. Adems, el tipo de pruebas que presenta Malkki (respaldado por informes
parecidos de Irlanda, India, y Europa del Este) sugiere una inversin de la lgica de la
indeterminacin, la mezcla de categoras y el peligro que identifica Douglas. En los casos
presentados por Malkki, por ejemplo, el cuerpo es tanto origen como objetivo de la
violencia. La incertidumbre categrica sobre los Hutu y los Tutsi no se agota en la
seguridad de los mapas corporales compartidos por ambas partes sino en la
inestabilidad de la diferencia de rasgos corporales: no todos los Tutsis son altos; no
todos los Hutu tienen las encas enrojecidas; la nariz no puede siempre ayudar a
identificar a los Tutsi, ni la manera de caminar a los Hutu.
En una palabra, los cuerpos histricamente tradicionales traicionan las mismas
cosmologas que supuestamente deben codificar. De modo que el cuerpo tnico, tanto de
la vctima como del asesino, es en s mismo potencialmente engaoso. Lejos de
proporcionar el mapa para una cosmologa segura, una gua a partir de la cual puede
descubrirse la mezcla, la indeterminacin y el peligro, el cuerpo tnico pasa a ser
inestable y engaoso en s mismo. Es este giro de la cosmologa de Douglas puede
explicar mejor pautas macabras de violencia dirigidas contra el cuerpo del otro tnico.
Esta extraa formalidad la preocupacin especfica por ciertas partes del cuerpo
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Geschiere logra demostrar que la brujera une en Camern el mundo del parentesco con
el mundo de la etnicidad y la poltica, as como es responsable constante de la nueva
riqueza descubierta y del poder potencial de importantes grupos tnicos. Esta extensin
de un lenguaje ntimo que desemboca en una gran desconfianza entre grupos tnicosrivales es un problema que retomaremos en breve.
Por ahora, basta con apuntar que la macabra regularidad y previsibilidad de la
violencia etnocida no puede tomarse como una simple evidencia fruto del clculo o
como un reflejo ciego de la cultura7. Ms bien, son formas brutales de descubrimiento
corporal formas de viviseccin; tcnicas emergentes para explorar, marcar, clasificar y
almacenar los cuerpos de aquellos que pueden ser el enemigo tnico. Naturalmente,
estas acciones brutales no provocan ninguna sensacin firme de conocimiento real osostenible. Ms bien, agravan la frustracin de sus perpetradores. Y lo que es peor,
establecen las condiciones para la violencia preventiva entre aquellos que temen
convertirse en vctimas. Este ciclo de violencia real y expectacin de violencia se
alimenta a partir de ciertas condiciones espaciales de los flujos de informacin, el trfico
de personas y la intervencin del Estado.
La antropologa conoce desde hace tiempo las maneras en las que el cuerpo es
un escenario para las representaciones y producciones sociales (Bourdieu, 1997;
Comaroff, 1985; Douglas, 1966; van Gennep, 1965; Martn, 1992; Mauss, 1973).
Asociar el material de Malkki sobre violencia tnica en Burundi con el estudio acerca de
la brujera de Geschiere en Camern, contra el teln de fondo del innovador trabajo de
Douglas sobre la confusin de categoras, el poder y el tab, nos permite considerar que
el asesinato, la tortura y la violencia asociada con la violencia etnocida no es
simplemente una cuestin de eliminar al otro tnico. Supone utilizar el cuerpo para
establecer los parmetros de dicha otredad, llevando el cuerpo aparte, por decirlo de
alguna manera, para adivinar al enemigo en l. En este sentido, los fructferos estudios
sobre las lgicas de la brujera en frica pueden tener una salida interpretativa mucho
ms amplia.
La funcin del cuerpo como un lugar de cierre violento en situaciones de
incertidumbre categrica est estrechamente aliado con un tema que ya ha sido tratado,
el del engao. La literatura que aborda la violencia etnocida est plagada de tropos
relacionados con el engao, la traicin, la delacin, la trampa y el misterio. Un sustento
considerable para esta visin de la desconfianza, la incertidumbre y la paranoia cognitiva
sobre la identidad del enemigo tnico lo hallamos en diversas fuentes. Benedict
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Anderson ha mostrado lo destacable del miedo Nazi a la agencia secreta de los judos
en Alemania y el desesperado despliegue de todos los medios para poner al descubierto
a los judos autnticos, muchos de los cuales parecan arios o alemanes en todos sus
aspectos (Anderson, 1991). El asesinato de los judos bajo Hitler constituye un ampliarea de investigacin y un debate an en desarrollo que excede el alcance de este
ensayo, pero la importancia de las ideas nazis sobre la pureza racial (arios-alemanes)
para la irrupcin de una violencia genocida extraordinaria dirigida contra los judos
parece fuera de debate.
El concepto de los judos como hipcritas como traidores tnicos, como un
cncer para el cuerpo social alemn atrae nuestra atencin al modo decisivo por el
cual el trato del cuerpo de los judos por los nazis excede de lejos la lgica deculpabilizar, estereotipar y otras por el estilo. Lo que muestra es cmo aquellas
necesidades, bajo ciertas condiciones, evolucionan en polticas para la exterminacin
masiva del otro tnico. Este hecho brutalmente moderno, que es la caracterstica
especialmente horrible del Holocausto (asociada a su totalidad, su burocratizacin, su
banalidad, su objetivo de completar la purificacin etno-nacional), es ciertamente
complejo por la particular historia del anti-semitismo europeo8. Sin embargo, en su
ambicin por la pureza a travs del etnocidio y a travs de su medicalizacin y
antisemitismo (Proctor, 1995: 172), crea el marco para la limpieza tnica de, al menos,
Europa del Este, Ruanda-Burundi y Camboya en las ltimas dos dcadas, la era de la
globalizacin. En el caso de la ideologa racial nazi, la idea del judo como un agente
secreto rene la ambivalencia de los nazis alemanes sobre la raza, la religin y la
economa. Los judos eran los blancos perfectos para la exploracin de la incertidumbre
nazi tanto hacia el cristianismo como por el capitalismo. Como los Hutu para los Tutsi,
los judos eran los enemigos a mano, en todo caso amenazas potenciales de la pureza
nacional y racial alemana, los agentes secretos de la corrupcin racial, del capital
internacional (y, paradjicamente, del comunismo).
Como indica Malkki, el tema de la clandestinidad y del engao domin las ideas
Hutu sobre la elite Tutsi que gobernaba Ruanda. Visto aqu desde la perspectiva de las
vctimas, sus opresores aparecen como los ladrones que robaron el pas a los indgenas
Hutu, innatamente cualificados en las artes del engao (Malkki, 1995: 68). Se
consideraba a los Hutu como extranjeros que ocultaban sus orgenes, embusteros
malignos que estaban escondiendo su verdadera identidad (ibid: 72).
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declararon enemigos del panth en 1973. En abril de 1978 algunos de los
seguidores del Bhindranwale se enfrentaron violentamente con los Nirankaris de
ambas corrientes... Aunque se admite que eran una secta con conexiones
cercanas a los Sij, sus modos actuales de culto se consideran inaceptables; se lesdeclara falsos Nirankaris ... Se declara entonces a los Nirankaris agentes del
gobierno Hind, cuya nica misin es matar a los Sijs. (Das, 1995: 133-4)
De modo que ste es un vivo ejemplo de cmo hay que traer el asesinato cerca
de casa para aclarar quienes son los verdaderos Sijs y qu significa en realidad la
etiqueta Sij. Destacan aqu las ideas desplegadas sobre falsos Nirankaris y sobre
agentes del grupo hostil (Hindes), sin olvidar la furia terrible que stos tienen contra el
puro Sij. Retomamos en este punto el tema de la pureza, que primero observ Douglas(1996), y despus elaboraron Malkki (1995), Robert Hayden (1996) y Michael Hezfeld
(1997) en diversas direcciones. En el informe de Malkki, esta ideologa sobre lo puro y lo
falsificado explica el sentido paradjico que toma la identidad entre los Hutus que viven
en campos de refugiados en Tanzania, cuyo propio exilio era la seal de su pureza como
Hutus (y anticipa las reflexiones sobre la pureza, los extraos y la otredad de Bauman
[1997]). Mientras que el caso Nazi muestra la fuerza que toma el discurso de la pureza
para la mayora en el poder (a menudo empleando a la minora, desde el lenguaje, como
un cncer en el cuerpo social), el caso Sij muestra el efecto domin de los violentos
esfuerzos de limpieza, pues a medida que se presiona sobre el grupo vctima se aaden
esfuerzos adicionales destinados a limpiar las reas grises y lograr una claridad y pureza
completas. Desde luego, claridad y pureza no son asuntos idnticos, ni provocan formas
de movilizacin o compromiso similares. As, mientras que la claridad es una cuestin de
cognicin, la pureza lo es de coherencia moral. Estas dimensiones parecen converger en
la pasin colectiva del etnocidio, donde la lgica de la limpieza parece dialctica a la vez
que se perpeta a s misma, de forma que un acto de purificacin provoca la claridad a
partir del otro tnico, as como dentro de ste. De esta forma, purificacin y clarificacin
parecen tener una relacin productiva y dialctica.
El terror de la purificacin y las tendencias viviseccionistas que emergen en
situaciones de violencia masiva tambin difuminan las lneas entre la etnicidad y la
poltica. Es ms, precisamente como el etnocidio es la forma lmite de la violencia
poltica, es por ello que ciertas formas de histeria poltica conducen a preocupaciones
cuasi-tnicas con estrategias somticas. Esta interpretacin somtica de las identidades
polticas ofrece otro ngulo en la cuestin de las mscaras, las falsificaciones y la
traicin. Desde China se nos proporciona un ejemplo convincente de esta dinmica;
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Donald Sutton (1995) interpreta el significado de los generalizados informes sobre
canibalismo en la Provincia Guangxi (China), durante el ao 1968, hacia el final de la
fase violenta de la Revolucin Cultural. De nuevo, este complejo trabajo toma una
extensa gama de temas fascinantes sobre el canibalismo en la historia cultural de estaregin, su reactivacin bajo las violentas condiciones de la Revolucin Cultural, las
complejas relaciones entre las polticas regionales y las polticas de Beijing, y otros
temas similares.
Lo destacable del anlisis de Sutton para nuestro propsito es la cuestin de la
violencia entre personas que viven en una proximidad social considerable. Consideremos
as esta escalofriante descripcin de lo que Sutton denomina canibalismo poltico: las
fuerzas de la ley y del orden, y no los rebeldes revolucionarios, fueron los asesinos yantropfagos. Adems, las formas de consumo antropfagas variaban dentro de un arco
mnimo. La gente estaba de acuerdo en cules eran las mejores partes del cuerpo e
insistan en cocinarlas; y la seleccin, asesinato, y consumo de las vctimas estaba
relativamente sistematizado (Sutton, 1995: 142).
Al examinar en detalle aquello a lo que Wuxuan se refiere como banquetes de
carne humana, y lo que se conoca durante este periodo como luchas (sucesos
ritualizados que implican la acusacin, la confesin y el abuso fsico de enemigos de
clase sospechosos), Sutton es capaz de mostrar convincentemente que, mientras que
esos episodios involucraban supuestas categoras polticas de personas, su lgica parece
completamente compatible con los tipos de violencia que solemos denominar tnica. En
el anlisis de un caso relacionado de Mengshan, Sutton muestra cmo la designacin de
un hombre como terrateniente le converta en un villano tal que ni un vecino le advirti
de que iba a ser asesinado por un grupo de la milicia local.
Sutton tambin muestra cmo las etiquetas polticas tomaron una inmensa
fuerza somtica: un joven de la ciudad citado por una de sus fuentes dice sobre losantiguos terratenientes: me pareca que dentro de sus corazones todava deseaban
derrocarlo todo y matarnos a todos nosotros. En las pelculas, ellos tenan rostros
espantosos. Y en el pueblo, cuando les vea me atemorizaba; pensaba que eran
repulsivos. Supongo que la fealdad es algo psicolgico. Este destacable testimonio
ofrece un rpido vistazo de cmo las etiquetas polticas (tales como terrateniente,
enemigo de clase y contrarrevolucionario) se convierten en poderosas portadoras de
afectos, y cmo, al menos en algunos casos, la propaganda verbal y las imgenes
mediticas pueden literalmente convertir rostros ordinarios en abominaciones que deben
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Ningn caso de etnocidio que conozcamos puede mostrar que estas categoras son
ajenas e inocentes a las prcticas del Estado (normalmente a travs del censo y a
menudo implicando formas de proporcionar bienestar, o castigos potenciales, segn el
caso, que resultan decisivos). La cuestin es, cmo formas de identidad e identificacinde tal envergadura las etiquetas tnicas que son contenedores abstractos para las
identidades de miles, a menudo millones, de personas pueden verse transformadas en
instrumentos de las formas de violencia ntima ms brutales? Una clave para el modo en
que estas grandes abstracciones numricas inspiran grotescas formas de violencia fsica
es que stas formas que he denominado viviseccionistas ofrecen caminos temporales
para presentar estas abstracciones comprensibles, para hacer de estos grandes nmeros
algo sensual, para lograr que etiquetas que son potencialmente aplastantes resulten por
un momento personales13
.
Dicho de una manera higienizada, las formas ms horribles de violencia etnocida
son mecanismos para producir personas fuera de lo que, de otra manera, no son ms
que etiquetas difusas a gran escala, que tienen efectos, pero que carecen de lugares 14.
Esta es la razn por la que las peores clases de violencia tnica parecen exigir el trmino
ritual o ritualizado por parte de sus analistas. Lo que est aqu implicado no son slo
las propiedades de la especificidad simblica, la secuencia, la convencin e incluso la
tradicin en formas particulares de violencia sino algo incluso ms profundo sobre los
rituales del cuerpo: stos siempre giran alrededor de la produccin, el crecimiento y el
mantenimiento de las personas. Esta dimensin de ciclo vital de los rituales corporales
(que menciona Arnold van Gennep y muchos distinguidos sucesores suyos en
antropologa) halla su inversin ms monstruosa en lo que podemos denominar los
rituales deciclo de muerte del etnocidio masivo. Estas horribles contrapartes mantienen
un profundo elemento en comn con sus homlogas encargadas de realzar la vida: son
instrumentos para sacar personas fuera de sus cuerpos15. Puede parecer extrao hablar
sobre la produccin de personas fuera de cuerpos en un argumento que se basa en la
presuncin de una intimidad social anterior (o su posibilidad) entre agentes y vctimas.
Sin embargo, es precisamente en situaciones donde las desconfianzas y presiones
endmicas se vuelven intolerables cuando las personas corrientes comienzan a ver
mscaras en lugar de rostros. Desde esta perspectiva, la violencia corporal extrema
puede considerarse como una tecnologa degenerada para la reproduccin de las
relaciones ntimas all donde se crea que stas han sido quebrantadas por el secretismo
y la traicin.
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el cuerpo como un lugar donde resolver la incertidumbre a travs de formas brutales de
violacin, investigacin, deconstruccin y eliminacin.
Esta propuesta unir la incertidumbre categrica a las brutalidades corporalesdel etnocidio establece otros componentes para una teora general sobre la violencia
tnica, muchos de los cuales estn presentes en la actualidad: las polticas clasificatorias
de muchos Estados coloniales; las grandes migraciones involuntarias generadas por
Estados poderosos como la Unin Sovitica de Stalin; las confusiones creadas por las
polticas de accin afirmativa aplicadas por las constituciones democrticas a
clasificaciones cuasi-tnicas, como las Castas Catalogadas creadas por la Constitucin
India; el estmulo de armas, dinero y apoyo poltico hacia poblaciones diaspricas,
creando lo que Benedict Anderson (1994) ha denominado nacionalismo a largadistancia; la velocidad en la circulacin de imgenes generada por Cable News Network,
la World Wide Web, faxes, telfonos y otros medios, exponiendo a las poblaciones de un
lugar a los ms sangrientos detalles de violencia en otros lugares; los grandes trastornos
sociales que, desde 1989 en Europa del Este y en otros lugares, han generado miedos
dramticos sobre perdedores y ganadores en el nuevo mercado mundial, conformando
as nuevas formas de chivo expiatorio, como con los judos y los gitanos en Rumania
(Verdery, 1990).
Estas fuerzas mayores la mediacin global masiva; el aumento de la
migracin, tanto forzada como voluntaria; las agudas transformaciones en las economas
nacionales; las difciles relaciones entre el territorio, la ciudadana y la afiliacin tnica
nos devuelven a la cuestin de la globalizacin, cuyo argumento formulamos con
anterioridad. No es difcil observar los modos generales en los que las fuerzas
transnacionales afectan a las inestabilidades tnicas locales. La discusin de Hayden
(1996) sobre las poblaciones nacionales, los censos y las constituciones en la antigua
Yugoslavia, y el consiguiente empuje para eliminar lo inimaginable en las nuevas
formaciones nacionales, es una clara demostracin de los pasos que llevan de las
polticas globales y europeas (y su historia) a la ruptura imperial y la mezcla tnica,
especialmente en aquellas zonas caracterizadas por el ms alto grado de mezcla tnica a
travs de los matrimonios mixtos. Sin embargo, el camino desde los mandatos
constitucionales a la brutalidad corporal no puede ser tratado en su totalidad al nivel de
la contradiccin categrica. Las formas de viviseccin peculiares y espantosas que han
caracterizado la violencia etnocida reciente (tanto en Europa del Este como en otras
partes) conllevan un exceso de rabia que requiere un marco interpretativo adicional
donde pueden vincularse la incertidumbre, la pureza, la traicin y la violencia fsica. Este
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exceso o excedente de rabia da sentido a las hiper-racionalidades apuntadas a lo largo
de este ensayo que acompaan lo que parece ser la histeria de estos eventos: el orden
cuasi ritual, la atencin al detalle, la especificidad de la violacin corporal, la
sistematicidad de las formas de degradacin.
Hasta ahora la globalizacin no presenta un nico camino hacia la
incertidumbre, el terror o la violencia. En este ensayo he identificado una lgica para la
produccin de personas reales que relaciona la incertidumbre, la pureza, la traicin y la
viviseccin. Seguro que existen otros imaginarios etnocidas16en los que las fuerzas del
capital global, el poder relativo de los Estados, variando las historias de raza y clase y
las diferencias en el estatus de la mediacin masiva, producen diferentes clases de
incertidumbre y diferentes escenarios para el etnocidio. Los ejemplos aqu expuestos laRepblica Popular de China a finales de los sesenta, frica central en los setenta, el
Norte de India a principios de los ochenta, y Europa central a final de los ochenta y
principios de los noventa no tienen la misma relacin espacial ni temporal con los
procesos de la globalizacin. En cada caso, el grado de apertura al capital global, la
legitimidad del Estado, el flujo interno y externo de la poblacin tnica, y la variedad de
luchas polticas por los derechos del grupo, evidentemente no fueron los mismos.
Aunque la hiptesis viviseccionista aqu expuesta puede no aplicarse uniformemente en
estos casos, sus elementos crticos la pureza, la claridad, la traicin y la agencia s
que pueden proporcionar los ingredientes clave que podran recombinarse
provechosamente para esclarecer, en cierta medida, estas cuestiones.
En un esfuerzo previo por analizar la relacin entre identidades a gran escala, la
abstraccin de los grandes nmeros y el escenario del cuerpo, suger que las fuerzas
globales se ven mejor como implosionadas en localidades, deformando as su clima
normativo, moldeando de nuevo sus polticas y representando sus caracteres
contingentes y sus argumentos como casos de narrativas de traicin y lealtad ms
amplias (Appadurai, 1996: 149-57). En el contexto actual, la idea de implosin puede
dar cuenta de acciones desarrolladas en el ms local de los lugares globalizados el
cuerpo tnico que, en circunstancias lo suficientemente confusas y contradictorias,
puede convertirse en el ms natural, el ms ntimo y, de este modo, el ms horrible
lugar para seguir la pista de los signos somticos del enemigo al alcance. En la violencia
etnocida, lo que se persigue es precisamente esta estabilizacin somtica que la
globalizacin de varias maneras hace intrnsicamente imposible. En una tergiversada
versin de las normas popperianas para la comprobacin en la ciencia, las conjeturas
paranoicas producen refutaciones desmembradas17.
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El punto de vista que aqu anticipamos sobre la violencia etnocida entre
personas de gran proximidad social no trata slo sobre la incertidumbre acerca del otro.
Obviamente, estas acciones indican una incertidumbre profunda y dramtica sobre el
propio yo (self)tnico. stas afloran en circunstancias donde la experiencia vivida deimportantes etiquetas se vuelve inestable, indeterminada y socialmente voltil, de modo
que la accin violenta pude volverse un medio para satisfacer el sentido del yo (self)
categrico. Desde luego, la epistemologa violenta de la violencia corporal, el escenario
del cuerpo en que esta violencia se lleva a cabo, nunca resulta verdaderamente
catrtica, gratificante o terminal; slo desemboca en una profundizacin de las heridas
sociales, una epidemia de vergenza, una colusin de silencio y una violenta necesidad
de olvidar. Todos estos efectos aaden una nueva inyeccin clandestina para nuevos
episodios de violencia. Asimismo supone, parcialmente, un problema derivado de lacualidad preventiva de esta violencia: djame matarte antes de que me mates. La
incertidumbre sobre la identificacin y la violencia puede desembocar en acciones,
reacciones, complicidades y anticipaciones que multiplican la incertidumbre preexistente
sobre las etiquetas. Juntas, estas formas de incertidumbre conducen al peor tipo de
certidumbre: la muerte segura.
* Arjun Appadurai ocupa la Ctedra John Dewey Professor de Ciencias Sociales de la
New School de Nueva York. Anteriormente, ocupo la Ctedra Samuel N. Harper de
Antropologa y Lenguas y Civilizaciones Surasiticas en la Universidad de Chicago, donde
ha sido director del Instituto de Humanidades de Chicago. Tambin dirigi el Proyecto
Globalizacin en la Universidad de Chicago.
FUENTE: A. Appadurai, "Dead Certainty: Ethnic Violence in the Era of Globalization" en
Development and Change, Vol. 29, 1998.
Artculo traducido por ELVA CASABN BACLE y VCTOR ALONSO ROCAFORT
[1]Al esbozar una aproximacin a esta cuestin, elaboro un argumento contra el primordialismo desarrollado en
anteriores trabajos (Appadurai, 1996) y, de este modo, establezco los cimientos para un estudio en
profundidad sobre la violencia tnica, actualmente en marcha.[2] Virtualmente todas las fronteras, por mucho que estn vigiladas rgidamente, resultan porosas en cierta
medida. No estoy sugiriendo que todas las fronteras sean igualmente porosas o que todos los grupos puedan
traspasar ciertas fronteras a voluntad. La imagen de un mundo sin fronteras est lejos de lo que pretendo
evocar. Ms bien, quiero sugerir que las fronteras son cada vez ms lugares de disputa entre los Estados y
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diferentes tipos de actores no-estatales e intereses, y que slo con respecto a algunas poblaciones,
comodidades e ideologas los Estados han logrado mantener la rigidez en las fronteras. Adems, el movimiento
de poblaciones tnicas a travs de las fronteras nacionales, ya sean refugiados o no, es frecuentemente un
factor en el conflicto tnico dentro del pas.[3]Sin embargo, no pretendo insinuar que estas diferentes formas y registros de violencia estn analtica o
empricamente aisladas unas de otras. Es ms, Claudio Lomnitz (en una comunicacin personal) ha sugerido
varios modos en los que la violencia viviseccionista entre conocidos y la violencia banal de los torturadores
profesionales (especialmente en Amrica Latina) puede estar vinculada por medio de las polticas de identidad
y el Estado, y por tanto de la globalizacin. Espero desarrollar estas sugerencias en un trabajo futuro en esta
materia.[4] Es difcil hacer aseveraciones cuantitativas plausibles sobre las transformaciones en la incidencia de la
violencia tnica a lo largo del tiempo. Hay alguna evidencia de que el conflicto dentro de los Estados
(incluyendo la violencia tnica) es ms frecuente en la actualidad que el conflicto entre los Estados. Parece que
se da un incremento secular de las formas extremas de violencia fsica entre los grupos tnicos, aunque
muchas sociedades destacan por su nivel de armona tnica y de orden social en general. No hay duda de quela amplificacin de nuestras impresiones de la violencia tnica en los medios de comunicacin crea un riesgo
inherente de exagerar el acontecimiento global de la extrema violencia.[5]Para una sugerente discusin de la generalizada incertidumbre respecto a las identidades de las personas,
de las clases sociales, pueblos, e incluso sobre el nexo entre la religin y el sentimiento de nacionalidad
durante el proceso de particin en 1947, estoy en deuda con el borrador de la ponencia de Gyanendra Pandey,
Puede un Musulmn ser un Indio?, pronunciada en la Universidad de Chicago en abril de 1997. Una especie
similar de incertidumbre, producida por las polticas tardocoloniales y postcoloniales, la comenta Quadri Ismail
(1995) con respecto a las auto-comprensiones de la identidad musulmana de Sri Lanka.[6] Esta es la ocasin para agradecer a Allen Feldman la pionera contribucin de su estudio sobre violencia
tnico-religiosa en Irlanda (1991). Posteriores estudios antropolgicos sobre la violencia, incluyendo varios delos citados en este artculo, estn en deuda con l. Su brillante examen de la lgica del espacio, la tortura, el
miedo y la narrativa en Irlanda del Norte proporciona una perspectiva radical Foucaultiana que se relaciona con
una serie de observaciones etnogrficas del terror tnico militarizado. Son muchas las maneras en las que los
argumentos de Felman establecen una base para los mos: entre stas se incluyen sus observaciones sobre el
interrogatorio como una ceremonia de verificacin (Feldman, 1991: 115), la tortura como una tcnica para la
produccin de poder fuera del cuerpo de la vctima (ibid), toda la medicalizacin implicada en un interrogatorio
(ibid: 122-3), y la funcin del cadver, o muerto, para sealar el traslado desde amplios mapas espaciales
hacia el mapa del cuerpo enemigo (ibid: 73). Mi esfuerzo consiste en pasar la atencin de la violencia
esponsorizada por el Estado a sus formas y agentes ordinarios y as elaborar las relaciones entre aclaracin y
purificacin.[7]Este puede ser el lugar para apuntar la peculiar relacin entre la espontaneidad y el clculo en la violencia
tnica colectiva. El nfasis en este ensayo acerca de la incertidumbre y la viviseccin puede esclarecer esta
difcil cuestin. Los enfoques existentes tienden a encontrar un enlace perdido entre las fuerzas planificadoras
que hay detrs de la violencia tnica (en general motivadas polticamente) y el innegable elemento de la
espontaneidad. Nuestra propuesta sugiere que, al menos bajo ciertas condiciones, la respuesta viviseccionista
a la incertidumbre puede imitar modos cientficos modernos de verificacin precisamente tanto como los
aspectos planificados de la violencia tnica pueden imitar otras formas legtimas de poltica que enfatizan el
procedimiento, la tcnica y la forma. Puede haber por tanto una afinidad interna entre la espontaneidad y el
clculo en la violencia tnica moderna que requiere una explicacin adicional (cf. Tambiah, 1996).
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[8] Existe una inmensa literatura sobre la relacin entre el nacionalismo Alemn, la identidad juda, y las
dinmicas del Holocausto. Parte de esta literatura, incluyendo algn trabajo realizado por la Escuela de
Frankfurt, reconoce la relacin entre la modernidad, la irracionalidad y el miedo al cosmopolitismo internacional
representado por los antisemitas nazis. Tambin es evidente que la banalizacin y la mecanizacin de la
muerte en la Alemania nazi tuvo mucho que ver con el cuerpo judo como un lugar de terror hacia las formas
abstractas del capital y de la identidad. Los debates recientes en torno al estudio de Daniel Goldhagen (1996)
sobre la participacin de alemanes corrientes en la exterminacin de los judos en la Alemania nazi ha vuelto a
abrir muchas de estas cuestiones. Dado que el alcance de esta literatura hace imposible tratarlo aqu con
exactitud, basta con sealar que las polticas nazis contra los judos plantean cuestiones tanto sobre la pureza
como sobre la claridad en proyectos tnico-nacionales, las cuales estn conectadas de cerca al argumento de
este ensayo.[9] Slavoj Zizek (1989) en su creativa revisin lacaniana de Hegel, ha abordado de un modo sumamente
sugerente la cuestin sobre identidades duales y subjetividades divididas. Como parte de esta lectura, Zizek
observa el sentido en el que la ansiedad sobre el parecido entre judos y alemanes es una pieza clave del anti-
semitismo. Tambin menciona los modos peculiares en que el terror estalinista exiga que sus vctimas, enjuicios polticos, por ejemplo, confesaran su traicin precisamente porque ellos eran, en cierto modo, tambin
buenos comunistas que reconocan las necesidades de purgas y expulsiones del partido. En ambos casos, las
vctimas soportaban el sufrimiento de pertenecer tanto al nosotros como al ellos en referencia a una
ideologa totalitaria.
Sheila Fitzpatrick por primera vez me seal la importancia de los juicios estalinistas a traidores de clase para
la lgica general de mi argumentacin. En su ensayo breve sobre relatos autobiogrficos y juicios polticos en
la Rusia de Stalin, Fitzpatrick muestra que el miedo a la incertidumbre sobre sus historias de clase afectaba a
muchos ciudadanos soviticos en ese momento, puesto que todo el mundo tena alguna clase de
vulnerabilidad: Entonces se les quitaran sus mscaras soviticas; y se expondran como agentes dobles e
hipcritas, enemigos que deben ser expulsados de la sociedad sovitica. En un abrir y cerrar de ojos, como enun cuento de hadas, Gaffner el pionero kolkhozse convertira en Haffner el kulak Mennonite. Un trueno y el
rostro que mira atrs desde el espejo de Ulianova sera el de Buber, la malvada bruja, enemiga del pueblo
sovitico (Fitzpatrick, 1995: 232; ver tambin 1991).[10]Podemos entender este tipo de intimidad brutal como una deformacin fatal de la clase de proximidad
cultural que Herzfeld (1997) define como aquella sensacin de familiaridad, proximidad, confianza y
conocimiento interior que se preserva desde las comunidades locales frente a las taxonomas, polticas y
estereotipos del Estado. Dado el frgil lmite entre los esencialismos populares y los esencialismos del Estado
que Herzfeld apunta en su extenso anlisis, no sera poco acertado sugerir que alguna clase de intimidad
llevada de un modo aterrador por estas vases una caracterstica de la cualidad viviseccionista de gran parte
de la violencia tnica de hoy en da.[11]Varios colegas me han sugerido que en los Estados Unidos y en las sociedades industriales avanzadas de
Europa occidental muchas de las caractersticas que encuentro en la violencia tnica global estn
extraordinariamente presentes en el abuso domstico dirigido contra las mujeres. Este entendimiento
comparativo abre la amplia cuestin de las relaciones existentes entre la violencia tnica y la violencia sexual,
as como sobre las relaciones estructurales entre esas formas de violencia en sociedades ms o menos ricas.
En el contexto actual, esta relacin supone un recordatorio de que la violencia a gran escala en el contexto de
la intimidad no est restringido a los pases no Europeos o menos desarrollados.[12] Este punto tiene mucho que ver con el provocativo trabajo de Achille Mbembe sobre el poder y la
obscenidad en el periodo postcolonial, donde se trata con las dinmicas de la intimidad de la tirana
(1992:22). Aqu el cuerpo se presenta como el lugar de la codicia, el exceso y el poder falocntrico entre las
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elites gobernantes y, de esta manera, como el objeto de intimidad escatolgica en el discurso popular. La
relacin entre este tipo de obscenidad poltica y la lgica de la viviseccin que exploro aqu tendr que esperar
a otra ocasin (ver tambin Mbembe y Roitman, 1995)[13] Desde luego, no todas las formas de abstraccin en la vida social conducen a la violencia, ni formas
potencialmente violentas de abstraccin como el mapa, el censo y los modelos de desarrollo econmico tienen
siempre que llevar a la coercin o al conflicto. Aqu, como en cualquier otra parte, es necesario examinar los
mltiples vectores de la modernidad y las formas particulares en que convergen y divergen en la era de la
globalizacin. En esta poca ms reciente de globalizacin, estos instrumentos de abstraccin se combinan con
otras fuerzas, como la migracin, la mediacin y la secesin para crear condiciones de una incertidumbre ms
elevada, pero esto no es una propiedad cuantitativa inherente o estructural de estas abstracciones.[14] Aqu y a lo largo del artculo he preferido utilizar la persona sobre el sujeto, aunque tanto la idea
hegeliana de la subjetividad, como su versin foucaltiana respecto a la violencia y la agencia, resulta
profundamente relevante para mi anlisis. Mientras la idea de sujeto est ms inmediata y explcitamente
vinculada a las dialcticas de la modernidad, no existe un puente fcil entre sta y la categora depersona, que
contina siendo central para la antropologa del cuerpo y del ritual. Espero dedicarme con profundidad a lasimplicaciones discursivas de estos trminos clave en un trabajo futuro en esta materia. Por ahora, slo puedo
sugerir que mi uso del trminopersona no intenta eximir las clases de lecturas que, para algunos, pueden fluir
ms cmodamente desde su sustitucin en contextos similares por la idea de sujeto.[15]Esta parte del anlisis tiene mucho en comn con algunos aspectos de la interpretacin de Feldman (1991)
sobre los ceremoniosos es ms, sacrificiales - matices de los interrogatorios y encarcelamiento de prisioneros
polticos por funcionarios del Estado en Irlanda del Norte, tanto como con su relato sobre las transformaciones
de estos procedimientos escatolgicos por parte de las vctimas.[16]Agradezco a Ddipesh Chakrabarty (comunicacin personal) esta frase llamativa as como por alertarme de
los peligros de saltar de cuestiones globales a respuestas globales.[17]
Las cuestiones a las que aludimos en estos comentarios concluyentes se desarrollarn por completo en elextenso trabajo del cual este ensayo es un anticipo. Se prestar entonces una atencin especial a la cuestin
de qu distingue situaciones que comparten un gran nmero de las caractersticas expuestas con otras
situaciones de tensin globalizado que no producen violencia etnocida. As mismo, se explorar en profundidad
la epidemiologa compleja que relaciona varias formas de conocimiento (incluyendo la propaganda, el rumor y
la memoria) con varias formas de incertidumbre.
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Las vertientes externa e interna del imperialismo cultural: una
crtica a Edward Said
Emma Benzal*
Al hablar de imperialismo en general y de imperialismo cultural en particular
resulta muy difcil sustraerse a la cita que precede a este escrito. No niego que incluso
puede llegar a ser tedioso recurrir una vez ms a un texto que, de puro usado, casi
carece de sentido, pero lo cierto es que probablemente constituya la condensacin ms
clara de lo que queremos decir cuando hablamos de imperialismo cultural.
El imperialismo cultural, as, hace referencia a esa idea de la que habla Marlow, a
una idea de conquista o a una idea de imperio que, ya sea previa o contempornea a la
conquista efectiva, en todo caso se distancia de ella en sus elementos definitorios, no
sustentndose en esa realidad sino en su propia lgica discursiva, adquiriendo una
fuerza propia que le permite ser defendida por encima de los resultados concretos que
produzca.
La conquista de la tierra, que sobre todo supone
quitrsela a aquellos que tienen una complexin
ligeramente distinta de la nuestra o narices
ligeramente ms chatas que las nuestras, no esalgo agradable si se la observa de cerca. Slo la
idea la redime. La idea que subyace a ella; no una
pretensin sentimental sino una idea; y una
creencia generosa en esa idea: algo en lo cual
basarse, ante lo cual prosternarse, por lo cual
sacrificarse
J. Conrad, El Corazn de las Tinieblas
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En este sentido, el imperialismo cultural como idea en cierto modo se ha ido
entendiendo en paralelo y de forma distanciada a la comprensin de la dominacin en
general y del imperialismo en particular. Ya en su concrecin, esto es, en la puesta en
prctica de la idea, el imperialismo ha sido mayoritariamente abordado desde un punto
de vista material, como algo nicamente observable desde la ptica de lo cuantificable.
No existe en l la subjetividad propia de la consecucin de una idea sino la lgica
implacable del cumplimiento de unas necesidades materiales concretas. En definitiva,
cuando nos alejamos de la comprensin del imperialismo cultural para acercarnos al
imperio como probable resultado de ese imperialismo cultural, es la concepcin
econmica del fenmeno imperialista la que, gracias a su facilidad cuantificadora,
predomina.
Durante mucho tiempo, por tanto, los estudiosos del imperialismo olvidaron por
completo el concepto de imperialismo cultural y colocaron las causas y explicaron el
funcionamiento del imperialismo atendiendo nicamente a los beneficios econmicos que
ste reportaba a sus agentes: era simplemente el medio, bien para colocar los
excedentes de capital europeos, bien para proporcionar a Europa materias primas
indispensables para su nuevo sistema productivo de tipo industrial.
Afortunadamente esta visin reduccionista del imperialismo fue complementada
con otro tipo de explicaciones que, sin embargo, seguan olvidando la idea y
continuaban en la lgica del dominio como poder cuantificable. Entre estas nuevas
explicaciones destacan aquellas que esencialmente consideran el imperialismo una
herramienta poltica ms dentro de las relaciones interestatales y que, por tanto, basan
el xito o el fracaso de la poltica imperialista en su capacidad o no de colocar a quienes
la ejercen en un plano de superioridad respecto a sus pares.
Para ambos tipos de explicaciones, por tanto, el imperialismo es un hecho tan
incontestable que quienes lo analizan no llegan a plantearse que todo sistema de
dominacin debe dotarse de distintas herramientas para lograr sus objetivos,
herramientas que van ms all del poder material asociado al capital o a los caones y
que tienen unas caractersticas menos tangibles pero tan relevantes como las anteriores.
Es la extensin de la concepcin del poder a terrenos ms abstractos y su entendimiento
como un sistema de control completo en el que no slo se controla lo material sino
tambin lo inmaterial la que permite que empecemos a observar el imperialismo como
algo ms que una dominacin representada por la toma de territorios y el gobierno de
los pueblos. El imperialismo comienza entonces a ser concebido como un sistema de
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dominio en el que la representacin de la realidad es tan importante como el desarrollo
de la misma, en el que la idea es tan importante como su puesta en marcha[1].
Pues bien, esta representacin de la realidad tiene su reflejo en la cultura,entendida sta como las distintas formas artsticas o no- que configuran nuestro
conocimiento ms inmediato y espontneo sobre nosotros mismos y sobre los otros,
cultura que se ve afectada por el imperialismo dando lugar a lo que llamamos
imperialismo cultural- cuando es monopolizada por un tipo de lenguaje cerrado en el que
tanto el significante como el significado, tanto el vocabulario empleado como el mensaje
percibido tienen su origen y su fin en el imperio, esto es, cuando queda sometida de tal
forma a la lgica imperialista que acaba promoviendo un conocimiento determinado que
favorece la perpetuacin del sistema imperialista.
Es esta subordinacin de la cultura a la lgica del imperio la que ha hecho que el
imperialismo cultural sea generalmente concebido en una sola direccin: la que va desde
el agente imperialista al sujeto del sometimiento o el otro colonizado. Sin embargo,
como veremos ms adelante, me interesa mostrar que tambin el imperialismo cultural
tiene una vertiente interna, frecuentemente olvidada pero tan importante como la
exterior, que permite que la cultura en su definicin del otro se convierta en el medio
para dar coherencia al sistema en el que es generada, proporcionando tanto una visin
del otro como de uno mismo que da lugar a un imaginario tanto externo como interno.
En el anlisis de la vertiente externa del imperialismo cultural encontramos un
exponente fundamental en Edward Said, especialmente en sus obras Orientalismo[2] y
Cultura e Imperialismo[3]. Para l, este tipo de imperialismo cultural se remonta a los
primeros contactos entre occidente y oriente, si bien alcanza su mayor perfeccin a lo
largo del siglo XIX y principios del siglo XX, caracterizndose por promover a travs dedistintos medios culturales una idea del otro que lleva a concluir que la colonizacin es
algo inevitable y necesario. La cultura se convierte en el instrumento de legitimacin del
imperialismo al definir al otro de tal forma que slo con la accin imperialista puede ser
salvado de su propio destino y llevado hacia un lugar mejor. El imperialismo cultural en
su sentido externo, por tanto, est estrechamente vinculado a un ideal de civilizacin y a
la necesidad moral de extender este ideal.
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Este tipo de imperialismo cultural ante todo va a utilizar la ciencia como lenguaje
para definir al otro puesto que todo planteamiento cientfico est dotado de una
legitimidad superior que dificulta enormemente su cuestionamiento y que slo admite la
confrontacin desde el uso del mismo vocabulario, el de la ciencia. As, el cientfico,
mediante su uso de un mtodo infalible que est despojado de toda subjetividad pues se
basa en la observacin desinteresada, primero observa y posteriormente procede a la
catalogacin, an ms desprovista de subjetividad al ajustarse a tipologas cerradas y
generalmente inmutables. Estamos, por tanto ante una tarea puramente descriptiva, lo
que constituye la esencia de la objetividad, siendo las ciencias que mejor van a realizar
esta tarea asptica e infalible la biologa, la antropologa y la lingstica.
Ahora bien, lo que demuestra el anlisis del imperialismo cultural es que laobservacin y catalogacin que son su instrumento carecen de la objetividad pretendida
no tanto porque realmente la ciencia se ponga al servicio de los intereses imperialistas y
por tanto d una visn parcial de los hechos como porque las propias herramientas
cientficas contienen en s mismas el germen de la dominacin imperialista. La lgica
cientfica supone un sistema de coherencia universal en el que todo tiene un orden y un
lugar determinado, orden en el que, por definicin, el que observa es el que posee la
capacidad de observar y conocer y el observado, por la misma lgica, carece de tal
capacidad. De ah que en un orden racional y coherente el otro sea calificado de inferior
simplemente porque el hecho de que sea definido, esto es, el hecho de que no sea capaz
de definirse a s mismo le coloca en una posicin de subordinacin, necesitando la
definicin de otro para ser.
Esto hace que el otro sea colocado en una posicin de inferioridad no tanto con el
fin de instrumentalizarlo para los objetivos de dominacin imperialista como porque
simplemente es presentado de la nica forma posible para que el esquema cognitivo del
momento en el que se produce sea coherente. De ah que para que tal esquema tenga
un sentido completo debamos considerar que tal definicin del otro tambin supone la de
uno mismo, convirtindose todo el proceso en un juego de espejos y oposiciones que, en
definitiva, nos permite hablar tambin de imperialismo cultural interno [4]. As, aunque el
imperialismo cultural habitualmente es entendido slo como la produccin de una
representacin del otro con unas caractersticas tales que hacen indefectible el
imperialismo as es como podemos encontrarlo en las obras de Edward Said- debe ms
bien ser concebido como un sistema en el que la forma de representar al otro conlleva
tambin la representacin de uno mismo.
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En definitiva, en la visin del imperialismo cultural planteada aqu ste quedara
definido como un sistema de representacin cultural que parte de una cosmovisin la
cual, siguiendo una lgica de dominacin, no tiene tanto el propsito de dar argumentos
o justificaciones a la misma como de dotar al sistema de coherencia, teniendo como
resultado tanto la definicin del otro, sujeto de colonizacin, como del agente
colonizador.
Ahora bien, los instrumentos de los que se dota el imperialismo cultural para
llevar a cabo su labor de definicin del otro alcanzan su objetivo imperialista con mayor
precisin cuando escapan del mbito de su propia disciplina cientfica y son insertados en
un discurso general que aparentemente no tiene ya nada que ver con ellos. As, los
conocimientos logrados mediante el sagrado mtodo cientfico son trasvasados de forma
imperceptible a otros instrumentos ms populares, generndose entonces toda una
iconografa del imperio que es la que, en mi opinin, verdaderamente constituye la
esencia del imperialismo cultural.
Como sabemos, la extensin de la capacidad de decisin poltica a cantidades
ms amplias de las poblaciones europeas supone la aparicin de una cultura de masas
que va a afectar, cmo no, al imperialismo. Una vez establecida una imagen cientfica y
erudita del otro que, si no justifica al menos explica, el proyecto imperialista es preciso
extender tal imagen a sectores ms amplios de la poblacin, logrando, as, bien su
apoyo, bien su comprensin de tal proyecto. El imperialismo, en este sentido, va a
utilizar las mismas herramientas que cualquier otro tipo de produccin cultural de gran
alcance, herramientas que van desde la publicidad de artculos de consumo tambin
una novedad en la poca que nos ocupa asociada a la extensin de la capacidad de
consumo a sectores ms amplios de la poblacin-, a las postales de viajes, las tarjetas
que acompaaban a los paquetes de galletas, t o cigarros (las cuales contenan series
enteras dedicadas a diversos temas del imperio como los cuerpos del ejrcito, las
posesiones coloniales, las batallas ms importantes), los peridicos, revistas y novelas
-especialmente las dirigidas a un pblico juvenil- y, finalmente, a espectculos de masas
como el music-hallo las exposiciones universales[5].
Debemos tener en cuenta que, a pesar de lo que muchas veces pueda parecer, el
imperio tal y como es contemplado hoy por nosotros no era una entidad tan familiar. Ni
era percibido como tal por todo el mundo ni quienes s lo perciban utilizaban un mismo
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concepto de imperio por ejemplo en Gran Bretaa muchos manejaban una idea del
imperio que slo inclua a los dominios y, como mucho, a Sudfrica e India-. El imperio
era patrimonio de grupos minoritarios y precisaba extender su comprensin al resto de
la poblacin. Para ello, el imperialismo cultural que es transmitido mediante los
instrumentos de produccin cultural de masas sealados anteriormente extiende el
conocimiento cientfico hasta entonces minoritario mediante su presentacin de forma no
especializada, simplificada y esencialmente visual no ya con la intencin de describir y
comprender al otro como con el objetivo de educar al europeo en la idea de imperio, as
como con el de generar en el europeo una imagen grandiosa de s mismo[6].
As, la imagen que se promovi del imperio y, con ella, la imagen que se
promovi de los propios agentes imperialistas sirvi tambin para reforzar el sistemadentro del cual fue generada, un sistema que se estaba tambaleando, especialmente en
Gran Bretaa. As, como nos muestra Cannadine[7], la imagen imperial sirvi en este pas
para reforzar una monarqua un tanto deteriorada y para crear una imagen de unidad
frente a una sociedad cada vez ms fraccionada desde el surgimiento de la clase obrera.
El mundo jerrquico y seorial, de este modo, es perpetuado mediante el imperio a
pesar de que la realidad estuviera apuntando hacia el surgimiento de nuevas relaciones
sociales ms complejas.
En este mismo sentido, Cannadine nos muestra que realmente el imperialismo
cultural no gener un lenguaje ex novo para el sometimiento de otros pueblos. Ni hacia
fuera ni hacia dentro cre una concepcin individualizada y singular del imperio sino que
se limit a utilizar un vocabulario que ya posea. As, la sociedad europea, especialmente
la britnica, se limit a extender su visin jerrquica de la sociedad a otros pueblos, de
tal modo que al igual que divida a su sociedad en estamentos as divida las razas y las
culturas. Incluso el racismo puede ser contemplado como inserto en un sistema de
discriminacin que no es slo externo, pudiendo establecerse ciertas analogas entre el
tratamiento dado a los mseros trabajadores de las fbricas y a los negros de ultramar.
Lo que los britnicos primaban dentro y fuera muchas veces era el estatus por encima
del color de la piel y fue esta discriminacin basada en la clase lo que les permiti tratar
con las lites indgenas en un nivel de cierta igualdad[8].
Pero, volviendo una vez ms a la idea de Conrad, es importante sealar que los
dos sistemas interrelacionados de produccin y reproduccin cultural, tanto los que
tienen una vocacin externa como los que tienen una vocacin interna, no precisan tener
un anclaje fuerte con la realidad. Como hemos visto, todo el imaginario cultural asociado
http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn6http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn6http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn7http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn7http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn7http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn8http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn8http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn8http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn7http://localhost/var/www/apps/conversion/tmp/scratch_3/artbenzal4.htm#_ftn6 -
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al imperio, a pesar de adoptar la apariencia de descripcin despojada de toda
subjetividad, tiene como objetivo generar una concepcin ideal de la realidad que se
encuentra alejada de la realidad misma. A veces precede a la realidad en un intento de
modificarla y en otras ocasiones simplemente va paralela a ella y la disfraza pero en
todo caso es algo en cierto modo ajeno a ella[9]. Por ello hablamos de cultura como
representacin, si bien el xito de la misma radica en su capacidad de aparentar ser algo
concluido y cerrado adems de reflejo cierto e indudable de la realidad.
A partir de esta idea de imperialismo cultural que combina tanto su vertiente
externa como su vertiente interna podemos, finalmente, sealar algunas crticas que
pueden dirigirse a la concepcin de imperialismo cultural que maneja uno de sus
estudiosos ms eminentes, Edward Said.
La primera y obvia crtica que le podemos hacer est dirigida a su comprensin
del imperialismo cultural slo en su sentido externo. Ms en Orientalismo pero tambin
en Cultura e Imperialismo encontramos una definicin de lo que l entiende por
imperialismo cultural que nicamente se centra en la forma de representacin del otro
sin tener en cuenta el papel que juega en este proceso la autodefinicin del occidental.
Entiendo que lo que Said precisamente pretende es romper con un sesgo eurocntrico
del anlisis y por ello no entra en esta cuestin, pero y esto nos lleva a adelantar otra
de las crticas que podemos realizar- esta omisin acaba conllevando otorgar una
intencionalidad a los mecanismos de representacin en general pero al mecanismo de
representacin imperialista en particular que no siempre existe.
Otra importante crtica a Said, que est relacionada con su concepcin
exclusivamente externa del imperialismo, es que maneja un concepto excesivamente
elitista de cultura. Los ejemplos que utiliza para demostrar sus postulados se muevendentro de un mbito de produccin cultural reservado a sectores minoritarios de la
poblacin, sectores para los cuales la autodefinicin en trminos imperia