5 cerebro mente y conciencia

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CEREBRO, MENTE Y CONCIENCIA Basado en: La Ciencia de la vida. De: H.G. Wells Julian Huxley y G.P. Wells. Por Javier Avila Guzmán UNAM FES Acatlán Enero de 2012 Llegados hasta este punto, debemos considerar un aspecto completamente nuevo, que hasta ahora emerge como algo insoslayable, la mente y la conciencia de los seres vivos. Hasta aquí hemos considerado a la vida como un hecho material tangible, externo e independiente de nuestra mente consciente, prescindiendo de cualquier otro punto de vista. Lo que ha ocupado nuestra atención, es el espectáculo de la evolución de cerebro y conducta, hemos evitado, tácitamente, cualquier elemento de introspección. Al estudiar la conducta de las criaturas nos hemos ido acercando a las cuestiones del sentimiento, el conocimiento, el pensamiento y la voluntad. Ya no podemos evitar reconocer que sentimos, conocemos, pensamos y queremos; y distinguir entre el mundo de los sentimientos internos, (subjetivo) y el mundo de la realidad externa, (objetivo) y sus relaciones y contrastes. Los cuales, digámoslo desde ahora, por lo menos hasta dónde va hoy la ciencia biológica, podemos establecerlos y discutirlos, pero no podemos explicarlos del todo. En nuestros universos individuales vivimos esta dualidad, que parece ser una condición fundamental de nuestra vida, y aunque es probable que las modernas neurociencias estén cerca de

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CEREBRO, MENTE Y CONCIENCIA

Basado en: La Ciencia de la vida.De: H.G. Wells

Julian Huxleyy G.P. Wells.

Por Javier Avila Guzmán UNAM FES Acatlán

Enero de 2012

Llegados hasta este punto, debemos considerar un aspecto completamente nuevo, que hasta ahora emerge como algo insoslayable, la mente y la conciencia de los seres vivos. Hasta aquí hemos considerado a la vida como un hecho material tangible, externo e independiente de nuestra mente consciente, prescindiendo de cualquier otro punto de vista. Lo que ha ocupado nuestra atención, es el espectáculo de la evolución de cerebro y conducta, hemos evitado, tácitamente, cualquier elemento de introspección.

Al estudiar la conducta de las criaturas nos hemos ido acercando a las cuestiones del sentimiento, el conocimiento, el pensamiento y la voluntad. Ya no podemos evitar reconocer que sentimos, conocemos, pensamos y queremos; y distinguir entre el mundo de los sentimientos internos, (subjetivo) y el mundo de la realidad externa, (objetivo) y sus relaciones y contrastes. Los cuales, digámoslo desde ahora, por lo menos hasta dónde va hoy la ciencia biológica, podemos establecerlos y discutirlos, pero no podemos explicarlos del todo.

En nuestros universos individuales vivimos esta dualidad, que parece ser una condición fundamental de nuestra vida, y aunque es probable que las modernas neurociencias estén cerca de poder describir con precisión todos los procesos físicos y electroquímicos que se verifican en nuestro cerebro cuando pensamos o nos enamoramos, la explicación puede ser muy completa, en su propia esfera, pero no con ello, se habrá descrito ni mucho menos explicado, la experiencia de pensar o de estar enamorado. Esta limitante puede quedar más clara si la aplicamos a una simple sensación: cuando experimentamos la sensación del color rojo, es porque una onda luminosa, de determinada longitud de onda, está estimulando cierta clase de células sensibles de nuestra retina, de la que parten impulsos nerviosos a determinados centros de nuestro cerebro. Pero ninguna descripción, por completa que sea, hará a un ciego comprender la cualidad única del color rojo en contraste con el verde o el azul; podemos describir y explicar la maquinaria que sirve de base a la sensación, pero no explicar la sensación misma. Los procesos materiales no pueden explicar la conciencia, y la

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conciencia se resiste a aceptar ser un mero resultado de esta maquinaria, porque aún teniendo la misma base, pertenecen a instancias y niveles diferentes de existencia.

Apenas en términos generales podemos explicar el mecanismo del cerebro, pero no podemos explicar cómo su funcionamiento nos hace sentir o conocer y menos aún porque sentimos o conocemos, este enigma impide completar su explicación desde un nivel meramente fisiológico o mecánico de la vida. Ni siquiera la teología o las metafísicas han logrado precisar esta relación entre determinación y libre albedrío. Si observamos cómo contemplamos el mundo exterior, parece que hay afuera una corriente definida de causas y efectos, de manera que si conociéramos todos los hechos relacionados, y si no ocurriera algo inesperado (seteris paribus), podríamos predecir exactamente lo que podría ocurrir. Tal es nuestra forma de ver lo externo, y si no lo lográsemos se debería a alguna variable que escapó a nuestra atención, y que si la buscáramos eventualmente daríamos con ella.

Pero al situarnos en la intención de ver hacia adentro, no vemos ninguna cosa que cuente con esta certeza. El ser humano se siente libre de tomar cualquier decisión, estamos constantemente decidiendo y no parece que nuestra decisión esté condicionada, por lo menos no, hasta que la tomamos. La mente es una maquinaria muy compleja y es inevitable suponer que este libre albedrío del que tanto alardeamos, no sea más que una mera ilusión, aunque sea una ilusión incrustada en la naturaleza misma de la maquinaria que la crea, mientras que nuestra propia mente no acepta ser reducida a una mera máquina.

El gran Descartes (1596-1650), cuyas ideas influyeron profundamente en el pensamiento de los siglos posteriores, sostenía que los animales eran autómatas y que sólo el hombre tenía una verdadera alma consciente. Los animales, dice, “obrar de manera natural, como resortes de un reloj” y en otra parte afirma: “el más grande de los prejuicios al que nos hemos aferrado es al de suponer que los animales piensan”. Según Descartes, el alma se comunicaba con el cerebro por medio de un órgano central, único y propio del cerebro humano: la glándula pineal, que operando como una comandante en el timón dirige, las operaciones de todo el cuerpo. Lo que Descartes no sabía, es que otras especies de vertebrados también poseen glándula pineal.

El dilema insolubre que plantea la dicotomía Descarteana, no ha querido ser resuelto por la teología y la filosofía tradicional y sus empeños parecen más orientados a corroborarla y justificarla que a lograr explicarla. Aun hoy se discute si cuerpo y alma mantienen una relación digamos entre iguales, o si, la conciencia no es más que un reflejo de la realidad y que como lo imagen de un espejo, depende del objeto que esté situado frente a él. Y más aún, ¿es la conciencia una simple parte, o reflejo de lo real? o, es independiente de ésta e incluso puede actuar sobre ella, modificándola. Estas preguntas tan generales y tan mal contestadas, ciertamente son difíciles incluso de

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plantear, no obstante el recorrido que hemos seguido nos permite reconocer que en cada uno de nosotros ha habido un desarrollo sin solución de continuidad desde el cigoto fecundado hasta el ser humano adulto y consciente, y nadie sostendría que un cigoto o un embrión en sus primeras fases de desarrollo puede estar consciente de su existencia como lo está un adulto. Y también resulta imposible indicar el momento preciso en el que, por ejemplo, un niño pequeño adquiere consciencia. Suponemos que hay un deslizamiento lento e imperceptible del cerebro hacia la vida consciente, hacia la mente.

Sabemos, por conocimiento directo, que nuestra conciencia no es la única existente, sabemos que pensamos y sentimos, y que quienes nos rodean también sienten y piensan lo deducimos de sus comportamientos y expresiones: por la disposición de sus músculos faciales que producen gestos sonrientes o molestos, por sus acciones que suponen un propósito consciente; por las palabras que emplean que si bien son sólo vibraciones acústicas en el aire, son signos a los que les atribuimos un significado. Es razonable pensar que un ser humano normal es tan capaz de pensar y sentir como yo.

Pero esta misma deducción puede ser aplicada también a otras especies. Aquí nuevamente aparecen las dificultades. Los vertebrados superiores tienen tantos puntos de semejanza con nosotros en conducta y en la construcción de cuerpos y cerebros que, a pesar de Descartes, tendemos a reconocerles intuitivamente un entendimiento análogo al nuestro. La evolución confirma tales presunciones; parece evidente que simios, perros, caballos, aves y delfines tienen algún tipo de entendimiento. Pero ¿qué clase de entendimiento posee una rana o un pez?, ¿bastará que tengan un rudimentario cerebro?.Podría uno suponer cierto entendimiento en una avispa furiosa pero ¿no será su furia tan distinta a la nuestra como lo es de la nuestra, su manera de ver u oír?

Qué podremos decir del entendimiento de una amiba, una bacteria o, de un erizo de mar que no tienen cerebro, o de una de esponja que no tiene sistema nervioso, o de una medusa que lo tiene no centralizado aún. Los hechos biológicos que nos ofrece la ciencia evolutiva, nos hacen ver que todas estas creaturas forman parte de la gran corriente de vida que nos ha llevado a ser humanos y tener una conciencia que se ha colado imperceptiblemente en esa corriente que inicia en aquel antiquísimo pez ancestral o aun en especies más simples como un gusano, un pólipo o una amiba. Misteriosamente, tanto como afirmar que la vida evolucionó de la “no vida” que la vida ha derivado de materia no viva, y que la materia viva ha sido capaz de pensar en la materia en su propia materia.

Debemos concluir que la consciencia tal como la poseemos, ha evolucionado como nuestros músculos, nervios, ojos y estómago, que fueron construidos gradualmente de un protoplasma indiferenciado llegando a un alto grado de especialización. Así, nuestras capacidades de sentir y pensar han derivado evolutivamente de la misma naturaleza

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general de la vida, de la amiba, de la medusa, del reptil y del homínido. De lo cual aun tenemos una brumosa comprensión.

Falta considerar un aspecto sustancial, el nivel electroquímico con el que funcionan SNC y cerebro. En realidad no hay una sola actividad de la vida que no vaya acompañada de cambios eléctricos, lo que pasa es que son tan pequeños, que son imperceptibles sin un galvanómetro muy sensible. Cada vez que se contrae un músculo, segrega una glándula, o un nervio conduce un impulso, tiene lugar un cambio eléctrico, tal condición eléctrica es, como vimos, una cualidad del protoplasma vivo, la materia viva está hecha de tal modo que cuando sufre un cambio físico o químico ocurre también un cambio eléctrico, no obstante que en la mayoría de las especies animales estos minúsculos cambios eléctricos no tienen valor biológico.

Pero así, como el gimnoto, potenció esa pequeñísima carga eléctrica y logró hacerla biológicamente significativa, para él, sus alimentos y sus adversarios; algo parecido pudo haber sucedido con la mente. El supuesto es que algo de la misma naturaleza general de la conciencia, acompaña todas las actividades de la materia viva, incluso de toda la materia; pero es incomparablemente más débil que la conciencia humana. Durante todo el proceso evolutivo se refuerza una maquinaria especial, altamente sofisticada, el cerebro, por cuyo intermedio estas propiedades mentales de la vida, se han intensificado, complejizado y hecho relevantes, y en el ser humano se ha convertido en la más importante cualidad biológica de su organismo. Del mismo modo que los intestinos permiten la eficacia de las reacciones digestivas, el cerebro es el órgano que permite a la mente estar efectivamente presente y activa.

El organismo humano está construido de tal modo que cuando piensa, se verifican en el cerebro acontecimientos particulares y complejos y cuando se verifican estos acontecimientos, el cerebro piensa. Según la teoría del profesor Whirehead, la conciencia es el modo en como experimenta nuestro organismo, esos acontecimientos cerebrales. Whirehead en su obra Science and the Modern World, señala que “la realidad es una corriente de acontecimientos externos, que internamente se convierte en la mente o conciencia, que no es más que esos mismos acontecimientos pero considerados desde su propio punto de vista”. O como lo dice Lotka: “la condición necesaria para escribir estas palabras es la voluntad del autor de escribirlas, y la de que una condición necesaria para su escritura, sea un cierto estado y configuración material de su cerebro, no son más que dos formas de decir la misma cosa”. La evolución de un aparato complejo que selecciones y responda, implica la aparición de una mente y a la inversa, la aparición de la mente, implica la existencia de un aparato capaz de discernir y actuar.

Lo antes dicho, es totalmente incompatible con la antigua idea de “un alma aprisionada en un cuerpo”. Es por el contrario una manifestación de un fenómeno, de

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una unidad, donde el cuerpo es un aspecto de esa unidad, la mente es otro. A la luz de estas ideas, pierde todo sentido, la vieja discusión de sí la mente determina las acciones de la materia o es la materia la que determina las de la mente. Si nuestro cerebro y nuestros pensamientos son aspectos de una misma realidad no podemos imaginarlos viviendo por separado, desde esta perspectiva, el Hombre no es un Cuerpo más una Mente; es en todo caso, una Mente/Cuerpo o un Cuerpo/Mente.

Esta forma elevada de organización de la vida requiere algún tipo de entendimiento, el cerebro por medio de sus acrecentadas facultades de recuerdo, asociación y análisis, amplía enormemente la percepción de la vida que ahora abarca muchas más situaciones y condiciones que nunca antes. Ya que soportada en el pensamiento, la mente es capaz de procesar simultáneamente, dos o más alternativas y sus consecuencias, operación imposible para la mayoría de especies inferiores. De esta capacidad de sopesar simultáneamente dos o más alternativas, es a lo que llamamos libre albedrío que no es más que una función de esa nueva maquinaria evolutiva, capaz de elegir entre diferentes ideas o cursos de acción.

Considerar a un cuerpo en el espacio entre cosas y objetos y un entendimiento que puede comprender el espacio pero que no parece ocuparlo, como dos aspectos distintos e inseparables de una misma sustancia a la que hemos llamado Cuerpo/Mente, recibe desde los tiempos de Spinoza el nombre de Monismo, antítesis del dualismo extremo de Descartes, el monismo suscrito por las reflexiones de esta exposición; no ha acabado de ser aceptado. Durante siglos, el dualismo ha gobernado el pensamiento humano e impuesto su sello en el lenguaje. Todavía es común hablar de cuerpo, alma y espíritu; colocando a lo físico en antagonismo con lo psíquico tratándolos habitualmente como sistemas de realidades distintas, separables en las ideas y en los hechos. Afortunadamente, la ciencia moderna va avanzando en desmontar estas ideas tradicionales con evidencias cada vez más contundentes.

Parecería imposible, que la materia alcanzara este nuevo nivel, donde puede recordar, analizar, comparar y seleccionar entre diversas alternativas complejas; que yendo como acciones, al medio ambiente, retroactuán sobre su propio actuar y pensar; considerando siempre además, la experiencia de sentimientos como: esfuerzo, indecisión, contrariedad, determinación, arbitrariedad y contingencia; es decir, de consciencia y responsabilidad. Es a esto a lo que generalmente llamamos libre albedrío. Lo cual a la luz de lo expuesto, resulta mucho más fácil explicarlo que negarlo.

Sustraerse a estos sentimientos, recurriendo a ideas de predestinación o de un destino que se nos impone externamente, resulta pobre y retrogrado, contraevolutivo al negarse a reconocer las evidencias aquí expuestas, que aunque limitadas para explicar el salto a la conciencia y la mente, ofrecen elementos para darle una explicación empírica mucho más razonable. Afortunadamente la ciencia moderna se ha movido

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hacia la concepción de una sola materia esencialmente compuesta por dos componentes: material y mental, cuya más fina culminación, hasta donde sabemos, es la vida y cuya expresión más elevada y compleja es hasta ahora, pensamiento, sentimiento y voluntad humanas.