50 actividades para el día del libro

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50 actividades para el Día del Libro Recopilación de actividades para el fomento de la Lectura y la Escritura, que nos pueden venir muy bien para el Día/Semana del Libro, Día de las Bibliotecas o para utilizar en cualquier momento. Algunas van enlazadas con la actividad. 1. Museo temático: Museo de cuentos, con objetos, vestimenta..., Museo de autores/as, Museo de ilustradores/as, Museo de la Poesía, Museo de Libros de risa, de miedo... Algún niño o niña guiará la visita y se encargará de cortar la entrada al Museo y de explicar su contenido. Se puede preparar un puesto con souvenirs hechos por los niños y niñas... 2. Bibliopatio: se trata de prepara un carrito rodante o un puesto con libros para leer en el patio. 3. Exprés-Arte: Se trata de preparar un panel en el que planteamos una pregunta relacionada con el libro o con los libros, para que los niñ@s se expresen libremente. Lo llevo haciendo varios años en mi colegio y funciona muy bien. 4. Mercadillo de libros usados. En mi colegio lo hacemos así: los niñ@s entrgan libros usados en buen estado. Los recogemos durante un tiempo y, en una lista de clase, los apuntamos con dos

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50 actividades para el Día del Libro   Recopilación de actividades para el fomento de la Lectura y la Escritura, que nos pueden venir muy bien para el Día/Semana del Libro, Día de las Bibliotecas o para utilizar en cualquier momento. Algunas van enlazadas con la actividad.

1. Museo temático: Museo de cuentos, con objetos, vestimenta..., Museo de autores/as, Museo de ilustradores/as, Museo de la Poesía, Museo de Libros de risa, de miedo... Algún niño o niña guiará la visita y se encargará de cortar la entrada al Museo y de explicar su contenido. Se puede preparar un puesto con souvenirs hechos por los niños y niñas...

2. Bibliopatio: se trata de prepara un carrito rodante o un puesto con libros para leer en el patio.

3. Exprés-Arte: Se trata de preparar un panel en el que planteamos una pregunta relacionada con el libro o con los libros, para que los niñ@s se expresen libremente. Lo llevo haciendo varios años en mi colegio y funciona muy bien.

4. Mercadillo de libros usados. En mi colegio lo hacemos así: los niñ@s entrgan libros usados en buen estado. Los recogemos durante un tiempo y, en una lista de clase, los apuntamos con dos colores: amarillo para libros infantiles y de Primeros lectores, y verde para libros a partir de 7-8 años. El día anterior a la apertura del puesto de intercambio de libros, les entregamos sus tickets, de los colores correspondientes según se los anotamos en la lista. En el mercadillo habrá dos puestos: uno amarillo y otro verde y cada niño/as debe entregar su ticket y cambiar coger el libro o los libros según la cantidad de tickets que tenga.

5. Apadrinamiento lector: Niños y niñas más mayores leen cuentos a niños y niñas más pequeños.

6. "Al aire, libro": le puse ese nombre, porque me pareció apropiado y

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poético: se trata de salir a la calle con libros y leer en un lugar público, donde pase habitualmente gente. Suelo hacerlo con algún libro de poesía.

7. Representación de una obra de teatro infantil, guiñol, teatro de sombras.

8. Certamen Literario: se trata de organizar un concurso literario de poemas, cuentos, haiku...

9. Cuentacuentos, realizado por los padres/madres, alumnos/as...

10. Taller de usuarios: podéis sacar materiales muy interesantes para todos los niveles.

13. Taller de Cuentos coeducativos

14. Maratón de Lectura, Lecturas dramatizadas, Lecturas expresivas.

15. Visita a Biblioteca Municipal cercana.

17. Cine fórum: libros que se han llevado al cine, o cortometrajes sobre los libros, para comentar.

19. Talleres en familia, sobre lectura, escritura...

20. Libro fórum.

21. Taller de cómic:

22. Murales temáticos, sobre autores, personajes, libros... y murales digitales.

23. Encuentro con autor/a, ilustrador/a.

24. Maleta viajera, que vaya pasando por las clases: pude ser de libros surtidos, de distintos géneros, o temática si, por ejemplo, estamos

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trabajando un proyecto concreto en el colegio.

27. Taller de marca páginas.

28. Presentación de libros, en público, por parte de los niños y niñas. Se puede grabar en video, hacer un montaje y publicarlo.

29. Rodaje de un anuncio publicitario acerca de la lectura.

30. Pic nic literario: encuentro con merienda para hablar de Literatura. En mi colegio lo hemos hecho con padres/madres de otros países y hemos conocido costumbres, literatura, canciones y gastronomía. Actividad muy interesante y enriquecedora, en la que también participan los niños y niñas.

31. Club de Lectura: reunión del club o formación de un Club de Lectura escolar con niñ@s o con familias, si no se tiene. Ver: Club de lectura escolar

36. Elaboración de Carteles sobre el Libro, la Lectura, la Semana del Libro (o el Día del Libro/ de las Bibliotecas...), La Feria del Libro: Cómo hacer un cartel o póster

37. Taller de títeres: en él pueden participar las familias. Muchos recursos en: Teatro, títeres y marionetas

38. "El tendedero": consiste en poner un tendedero con cuerdas y pinzas de la ropa con portadas fotocopiadas de libros, o con creaciones de los niños y niñas, a modo de literatura de cordel.

39. Taller de ilustración de textos.

40. Talleres al aire libre, en el patio del colegio.

41. Árboles con mini libros.

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42. Lector invitado: se invita a un abuelo, abuela o familiar a que venga a la clase o la biblioteca escolar a leer a los niños/as y a contarles cosas. L@s nñi@s pueden haber elaborado una invitación en clase que se le hace llegar al invitado previamente.

43. Escenificación/dramatización de textos en clase, en la biblioteca, en el patio.

49. Realización de Graffitis, sobre libros, lectura, autores.... Se pueden hacer en cajas de zapatos y montar un muro, o pintarlo en las paredes del colegio y del patio, para que sean permanentes y no efímeros.

50. Taller de juegos de expresión oral: juegos de palabras, contar cuentos añadiendo intrusos, o cambiando el sexo de los personajes, cambiando los finales... (este post no lo he publicado aún, pero lo enlazaré en cuanto esté publicado).

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El puma recibe una lección

Se cuenta que hace muchos, muchísimos años, vivía en Méjico un puma negro como

el carbón y fuerte como ninguno. Consciente de que su presencia causaba miedo a los

demás animales de su entorno, disfrutaba dándoles sustos en cuanto veía la ocasión.

Si les pillaba despistados, comenzaba a rugir de repente causándoles un gran

sobresalto. Otra de sus aficiones favoritas era trepar a los árboles y saltar sin hacer

ruido tan cerca de ellos que salían corriendo aterrorizados. El puma se divertía mucho

con estas bromas pesadas, pero lo cierto es que los demás animales estaban hartos de

su mal gusto.

Cierto día, el puma iba corriendo a tal velocidad que tropezó con la casa de un

pequeño saltamontes y la destrozó. El saltamontes se enfadó muchísimo.

– ¿Te parece bonito lo que has hecho? – le dijo enfurecido, enfrentándose a él con

valentía – Estoy harto de que actúes de manera arrogante ¡Mira las consecuencias

que tienen tus estúpidos comportamientos!

– ¿Cómo te atreves a hablarme así? – El puma rugió con tanta fuerza que se le oyó a

cien metros a la redonda – Un insecto tan insignificante como tú no tiene que

decirme lo que debo o no debo hacer ¡faltaría más!

– ¿Eso piensas? – chilló el saltamontes quedándose casi afónico del esfuerzo por

parecer amenazante – Tú has pateado mi hogar y tendrás que hacerte cargo de los

gastos de reconstrucción.

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– ¡Ja ja ja! ¡Ni lo sueñes, bobo! Quítate de en medio y déjame pasar. Tengo cosas

más importantes que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo.

El puma se disponía a largarse sin dar su brazo a torcer, sin ni siquiera pedir

disculpas. El saltamontes, estaba enfurecido.

– Como eres tan valiente y te crees más fuerte y listo que nadie, te reto a luchar.

Mañana a esta hora, nos enfrentaremos aquí mismo. Yo reuniré a mi ejército y tú al

tuyo ¡Ya veremos quién gana!

– ¡Está bien! Tú y los tuyos tendréis vuestro merecido y aprenderéis a respetarme-

vociferó el puma, convencido de que el listillo del saltamontes tenía todas las de

perder.

Ambos, cada uno por su lado, fueron en busca de sus tropas. El saltamontes reunió a

sus amigas las avispas; el puma, a algunos de sus colegas zorros.  Cuando llegó la

hora fijada, aparecieron los dos bandos dispuestos a enfrentarse en campo abierto. Se

miraban unos a otros con desprecio y vigilando cada movimiento.

Uno de los zorros con más experiencia en este tipo de situaciones, decidió que era el

momento de atacar. Miró al puma para pedir su aprobación y cuando éste asintió con

la cabeza, animó a los demás a lanzarse contra los contrincantes.

– ¡Al ataque! ¡Que no quede ni uno de esos insectos!

El saltamontes reaccionó y también gritó a su ejército de avispas.

– ¡Vamos chicas! ¡Esto va a ser pan comido! ¡Al ataque!

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El puma y los zorros eran mucho más grandes en tamaño y fuerza, pero no contaban

con el arma secreta de las avispas, que sacaron sus afilados aguijones y los clavaron

sobre los lomos de sus enemigos, una y otra vez.

El puma y los zorros comenzaron a revolverse y a saltar por el insoportable dolor.

Tan mal lo estaban pasando que salieron disparados hacia el lago más cercano  y se

lanzaron al agua para aliviar el escozor. Sumergieron sus cuerpos excepto las

cabezas.  Las decenas de avispas bajo órdenes del saltamontes, se quedaron

zumbando a escasa distancia sobre ellos. Si el puma y los zorros querían salir del

agua ¡zas!… ¡Volverían a picarles! Así que tuvieron que quedarse durante horas a

remojo.

A medida que anochecía, la temperatura del agua bajaba y la humedad en sus huesos

se hizo insoportable. Tenían hambre, sed, y ya no podían más de agotados que

estaban por el esfuerzo de mantenerse a flote. Dejando a un lado su orgullo, el puma

se rindió.

– Está bien, saltamontes. Admito que me he equivocado. Tú y tu ejército habéis

ganado la batalla – reconoció con voz cansada.

El puma se sentía muy humillado pero no le quedaba otra opción. El saltamontes

suspiró y aplaudió a sus fieles amigas las avispas como agradecimiento por su ayuda.

Después, miró a los ojos  al puma.

– Espero que hayas aprendido la lección. La fuerza no es lo más valioso que uno

tiene. Tampoco lo es el tamaño ni el creerse mejor que los demás. Y que te quede

claro: por pequeños que seamos algunos, unidos podemos vencer al más poderoso.

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Cuento corto: La princesa y el campesino

Érase una vez, un precioso reino gobernado por dos reyes muy buenos llamados Rafael de Málaga y su preciosa esposa Isabel de Málaga. Estos reyes deseaban con todo su corazón tener una hija, y estuvieron mucho tiempo intentándolo, pero por más que lo intentaban no se les cumplía el deseo.

Un precioso día, como nunca antes había sido, con preciosas mariposas revoloteando de un lado a otro y un precioso y enorme arco iris que recorría el reino entero, la reina Isabel informó a su marido de que el médico había venido a visitarla y la había dicho que estaba embarazada, esperaba una niña.

El marido, feliz, ordenó invitar a todo el mundo a una gran fiesta para celebrar la estupenda noticia. La niña nació antes de lo que esperaban, nació muy débil, pero cuando todos pensaban que no habría esperanzas para ella, aparecieron tres hadas mágicas. El hada de la felicidad, el hada de la fuerza y el hada del amor. Las hadas se acercaron al rey Rafael y le dijeron que le concederían tres dones a su hija. La primera, el hada de la felicidad, le concedió el don de hacer felices a quiénes la rodeaban.

La segunda, el hada de la fuerza, la concedió el don de tener fuerza ante la adversidad, que en ese momento era uno de los más importantes, pues sería el que la haría sobrevivir. La tercera, el hada del amor, la concedió el don de ser capaz de amar a una persona con todo su corazón. La niña logró sobrevivir y sus padres la llamaron Ana, pues Ana significaba la de la gracia, y según decían los sabios del reino sería una persona buena, cariñosa y sensible.

Y así fue, la niña era muy buena y hacía felices a todos los que la rodeaban, pues ella tenía el don de hacerlo. Ana era una de las niñas más bonitas del reino, tenía una belleza tanto por fuera como por dentro, que todas las niñas del reino envidiaban. Pero los padres de Ana desde antes de que naciera la comprometieron con el príncipe de Jaén, pues Rafael ansiaba poder unir los dos reinos, y esa era la única forma.

Los años fueron pasando, y nuestra querida y preciosa Ana ya era toda una mujer de diecinueve años. Se había convertido en una mujer tremendamente bonita y todos los príncipes de los reinos próximos soñaban con poder casarse con ella. Un precioso día de verano, Ana salió al bosque con su precioso caballo blanco a coger fresas, la seguían unas preciosas mariposas, pues ni los animales podían controlarse con tanta belleza cerca.

Pero de repente apareció un muchacho, al parecer un campesino, con aspecto pordiosero, la verdad no muy guapo pero tenía aspecto de ser muy feliz. El muchacho quedó impresionado con la princesa, supo al instante que se había enamorado de la joven del caballo . La princesa se acercó al joven y le preguntó que por qué estaba tan feliz, el muchacho casi sin poder articular palabra, pues aún no había logrado salir del embrujo de sus ojos, la contestó: usted mi señora, usted es la que me hace feliz, ha sido verla y saber lo que es la felicidad plena.

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La princesa, se quedó un poco confusa, sin saber muy bien qué decir, ella se bajó del caballo y se acercó al muchacho, y mirándole a los ojos le preguntó que cuál era su nombre. El muchacho, avergonzado por no haberse presentado antes, hizo una reverencia y la dijo que se llamaba Javi y que era un campesino que trabajaba cultivando el campo.

Los dos jóvenes estuvieron toda la tarde paseando y conversando, él la hacia reír y ella le hacia sonrojar cada vez que sus ojos se juntaban. Cuando calló la noche ella tuvo que irse, pues sus padres la esperaban en el palacio para darle una noticia muy importante.

Cuando llegó al palacio, encontró que sus padres estaban reunidos en el salón principal esperándola, con un muchacho muy guapo. Ella se acercó y preguntó que cuál era esa noticia que tenían que darle. Sus padres la dijeron que desde el momento que supieron que ella iba a venir al mundo, estaba comprometida con el príncipe Andrés de Jaén, que era el muchacho guapo que estaba a su lado.

Ella y el príncipe se fueron al patio para poder conocerse, al instante la princesa se dio cuenta de que el príncipe era un presumido y un arrogante, y ella no quería casarse con el por nada del mundo. Durante el siguiente año, mientras todos preparaban la boda de los príncipes, la princesa Ana seguía yendo al bosque para poder conversar con su amigo Javi el campesino. Ella le contaba que no quería casarse con el príncipe Andrés, porque era un chico muy presumido y no podría amarle nunca.

El día de la boda, la princesa se despertó muy triste, pues sabía que ya no podría hacer nada y que hoy sería la princesa Ana de Jaén, estaba muy triste. Sus amas de llave la ayudaron a vestirse con el vestido que la había comprado para la boda, y ellas también estaban tristes, pues sabían que la princesa no amaba al príncipe.

En el momento de la boda, mientras el cura los estaba casando, apareció por la puerta un joven campesino gritando que detuvieran la boda, diciendo que no podían casarse porque él amaba a la princesa y aunque no sabía si ella le correspondía sabía que ella no amaba al príncipe y él quería que ella fuera feliz y se casara con el hombre que ella quería.

La madre del príncipe, que en realidad era una malvada hechicera, al ver que los padres de ella no estaban dispuestos a obligar a su hija a casarse con alguien que no amara, se convirtió en dragón y fue directa hacia el campesino para matarlo por su traición. El príncipe, con mucho valor enfrentó a la malvada hechicera, cabalgando en su caballo fue hacia ella envainando su espada.

Fue una labor difícil, pues la malvada hechicera se valía de cualquier conjuro para echar fuego por la boca, e incluso volar con sus pequeñas alas de dragón. Pero el valiente campesino, con una fuerza mayor a la magia, el amor que sentía por la princesa, hizo que tuviera la suficiente fuerza para derrotar a la malvada hechicera.

Al final, la princesa y el campesino se casaron, y todos los días se iban a cabalgar al bosque, a ir a beber chocolate de los ríos, pues el chocolate de los ríos de aquella zona eran los más dulces de todo el país. Y los dos jóvenes, con un precioso beso final, vivieron felices y comieron perdices.

FIN

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El hilo rojo del destino

Adaptación de una antigua leyenda japonesa

En Japón existe una leyenda que cuenta que dos personas destinadas a quererse, están

unidas por un hilo rojo atado a sus dedos meñiques. Este hilo es invisible, pero

llegará un día en que  todos conoceremos a esa persona que está al otro lado del hilo

y la amaremos profundamente.

Dice una hermosa historia que hace muchos siglos, un poderoso emperador se enteró

de que en sus dominios vivía una bruja que tenía poderes y era capaz de ver el hilo

rojo del destino.

El emperador, que estaba deseando casarse, ordenó que buscaran a la bruja y la

llevaran ante su presencia. Quería saber a toda costa quién estaba al otro extremo de

su hilo, quién sería su futura mujer. La bruja acudió al palacio y gracias a uno de sus

extraños brebajes, el emperador pudo ver el hilo rojo atado a su dedo.

Comenzó a seguir el hilo y llegó hasta un pueblo rural donde vivía gente muy

humilde. Atravesando callejuelas, el hilo le condujo hasta el mercado, donde las

mujeres vendían fruta y verdura mientras sus chiquillos correteaban formando un

gran alboroto. En uno de los puestos vio a una pobre campesina que amamantaba a

un bebé,  al tiempo que ofrecía en cestas la cosecha del día anterior. Asombrado,

comprobó que su hilo terminaba en el dedo de esa sencilla mujer.

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– Señor – le dijo la bruja mirándole a los ojos – como puede ver, hasta aquí llega el

hilo rojo. Eso significa que su destino está en la mujer que tiene frente a usted.

El emperador se enfadó muchísimo pensando que la bruja  estaba burlándose de él.

– ¿Estás insinuando que yo tengo o tendré algo que ver con esta harapienta

campesina? – le preguntó enfadado, fulminándola con la mirada.

– Así es, majestad. Usted mismo puede ver que el hijo le ha traído hasta ella.

Ante la insistencia de la bruja, el emperador se sintió tan ofendido y lleno de rabia,

que la pagó con la chica. Se acercó a ella y le dio tal empujón que el bebé se le cayó

de los brazos, se dio de bruces contra el suelo y se hizo una herida con forma de luna

en la frente. Después, mandó que sus soldados apresaran a la bruja y la expulsaran de

su reino.

– ¡Maldita bruja embustera! ¡Espero que no vuelvas por aquí!

El emperador se fue furioso. Ni siquiera tuvo compasión por el pequeño que lloraba

sin consuelo en el regazo de su afligida mamá.

Pasaron veinte años y el emperador fue haciéndose viejo. Sabía que su obligación era

casarse y fundar  una familia, pues el reino necesitaba un heredero al trono. A pesar

de sus esfuerzos, todavía no había encontrado a ninguna mujer apropiada con la que

tener hijos.

Un día, los consejeros reales le dijeron que muy cerca vivía una muchacha bellísima

y culta que reunía todas las cualidades de una futura reina. Al emperador, que estaba

harto de buscar esposa,  le pareció bien y aceptó convertirla en su mujer.

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– ¡No la conozco pero estoy aburrido de esperar! ¡Me casaré con ella!

Llegó el día de la boda. Todavía no conocía a la joven con la que iba a casarse y

estaba nervioso y muy  impaciente. Como mandaba la tradición, espero a la novia

dentro del templo donde iba a celebrarse la pomposa ceremonia real. Había tanta

expectación que no cabía un alfiler. La futura emperatriz entró despacio, luciendo un

precioso vestido bordado en oro y con la cara cubierta con un velo de seda natural.

Al llegar junto al emperador, éste levantó el velo y descubrió una joven de rostro

hermoso y dulce, con una pequeña cicatriz con forma de luna cerca de la sien.

El emperador se emocionó. Esa mujer era aquel bebé al que años atrás había agredido

por culpa de su orgullo. Con lágrimas en los ojos, tocó la vieja cicatriz de la

muchacha y la besó. Entre la multitud que abarrotaba el templo, distinguió a su

madre, la campesina que vendía fruta en el mercado. Se acercó a ella y tomando sus

manos, le pidió perdón por su vergonzoso comportamiento en el pasado.

Se casaron y fueron muy felices, pues el hilo del destino jamás se rompió entre ellos.

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El molino mágico

Adaptación de la leyenda popular de Noruega

Una antigua leyenda de Noruega nos cuenta por qué el agua del océano es salada

¿Queréis conocer la historia?…

Parece ser que hace muchísimos años, vivía en el norte de Europa un hombre que se

dedicaba a recorrer el mundo en su viejo barco. Era un capitán valiente y

acostumbrado a vencer las más temibles tempestades, pero por lo visto, también muy

ambicioso: le encantaba amasar dinero y ganar cuanto más mejor.

Surcaba los mares transportando mercancías que luego vendía en diferentes puertos

del mundo. Si cerraba un buen trato, pagaba a los marineros de su tripulación lo que

les correspondía, guardaba sus propias ganancias a buen recaudo en su camarote, y

silbando de alegría agarraba el timón para dirigirse a un nuevo destino.

En una ocasión, llegó a un importante puerto de Noruega donde multitud de

comerciantes vendían el pescado fresco recién capturado.  Al capitán le dio buena

espina ver tanto bullicio  y se acercó a la lonja deseando hacer un negocio redondo.

Mientras paseaba por allí, observó que un anciano de barba blanca y sombrero de

lana calado hasta las orejas, ofrecía unos enormes bloques de sal. Inmediatamente se

acercó, y como no eran demasiado caros, los compró todos. Pesaban mucho y tenía

claro que tardaría al menos un par de horas en trasladarlos hasta su embarcación,

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pero le daba igual: el esfuerzo bien merecía la pena porque sabía que en otros países,

le comprarían esa sal a precio de oro.

Anochecía cuando soltó amarras y, junto a su tripulación, viró el barco rumbo al sur.

Las estrellas le servían de guía y el mar estaba en calma como una balsa de aceite.

Parecía una noche perfecta,  pero súbitamente, aparecieron unos enormes nubarrones

y estalló una terrible tormenta. La lluvia empezó a inundar el barco y la fuerza de las

olas casi les impide mantener el barco a flote.

Por suerte, consiguieron navegar hasta una pequeña isla con la intención de

guarecerse hasta que la tormenta amainara. Nunca imaginaron lo que iban a

encontrarse allí.

El capitán y los marineros atravesaron la playa y se adentraron en la zona de bosque

buscando una cueva. De pronto, escucharon un misterioso sonido y se escondieron

tras una roca. Lo que vieron fue algo realmente extraño: en un claro entre la tupida

vegetación, un mago manejaba una máquina rarísima que jamás habían visto. Se

fijaron bien  y descubrieron de qué se trataba: ¡Era un artilugio que trituraba piedras

sin que hiciera falta tocarlo! Lo único que hacía el mago para que se pusiera en

funcionamiento era decir:

– ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele!

¡Los hombres no podían creer lo que estaban viendo! Habían contemplado muchas

cosas insólitas en sus viajes por el mundo, pero nunca un artefacto mágico que

trabajaba cuando una voz se lo ordenaba.

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El capitán, por supuesto, se empeñó en que ese molino tenía que ser suyo. Puso un

dedo sobre sus labios para indicar a los hombres que se mantuvieran en silencio y les

pidió que no movieran ni un músculo del cuerpo para no ser descubiertos.

Durante un buen rato, el grupo permaneció quieto, observando…  La espera se hizo

eterna. Finalmente, el hechicero acabó de moler la piedra, cogió el saco y se fue.

¡Había llegado el momento!  El capitán y los marineros se abalanzaron sobre el

molino para robarlo y lo transportaron sigilosamente hasta el barco.  El sol volvía a

lucir en lo alto y  pudieron salir zumbando de aquella ínsula.

Nada más alejarse de la costa, el capitán se puso manos a la obra ¡Tenía muy claro

cómo sacarle provecho al molinillo! Se dio cuenta de que podía moler los

gigantescos bloques de sal que había comprado en el puerto de Noruega y venderla

en sacos pequeños. Definitivamente, se haría muy rico.

Colocaron la máquina en la bodega  y metieron dentro los bloques de sal. Terminada

la complicada operación, el capitán mandó salir a todo el mundo para quedarse a

solas y comenzó a gritar:

– ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele!

Como esperaba, los grandes bloques empezaron  a desmenuzarse convirtiéndose en

millones de granos finos, más pequeños incluso  que los de la arena de la playa.

Todo iba sobre ruedas, pero el capitán no tuvo en cuenta la potencia de la máquina y

en cuestión de minutos la sal comenzó a esparcirse, salió por la puerta e invadió la

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cubierta de la nave. Asustadísimo, quiso parar el molino, pero no pudo y se encontró

con una situación descontrolada.

La sal se desparramaba por todas partes y estaba a punto de llegar a la cima del

mástil que sostenía la bandera. Por si esto fuera poco, debido al peso, el barco

comenzó a hundirse.  A los desesperados marineros y al capitán no les quedó más

remedio que saltar al agua para intentar salvar sus vidas.

Por suerte, consiguieron llegar a nado hasta la costa más cercana. Desde allí,

agotados por el esfuerzo, contemplaron con tristeza cómo el barco desaparecía para

siempre bajo el profundo y oscuro océano.

Cuenta la leyenda que, aun hoy en día, el molino mágico continúa moliendo la sal

dentro de los restos hundidos del barco y que por eso todos los océanos y mares del

mundo son salados.

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La niña de la caja de cristal

Adaptación del cuento anónimo de Suiza

Érase una vez una linda y preciosa niña que vivía en un pueblecito de Suiza. Su

madre la adoraba y le daba todo el amor que os podáis imaginar, pero vivía siempre

preocupada por si algo malo le pasaba. A menudo se quedaba mirándola embelesada

y le decía con ternura:

– ¡Qué bonita eres, hija mía! Tus ojos son hermosos, tu piel es suave como la seda y

tu cuerpo es frágil como una porcelana. No quiero que nada te perturbe ni nadie te

haga sufrir.

Tal era su obsesión por protegerla, que una mañana decidió que lo mejor era meterla

en una cajita de cristal. Ya no podría salir, pero al menos la mantendría para siempre

a salvo de cualquier peligro.

A través de un agujerito, le pasaba cada día la comida y el agua para beber. Si hacía

buen tiempo, cogía la caja y la llevaba hasta el jardín que había frente a su casa. Allí

la niña se sentaba a mirar el paisaje, veía volar lindas mariposas, escuchaba el trino

de los pájaros y se quedaba contemplando pasmada el bello cielo azul. Si hacía frío o

llovía, ponía la caja en la parte central de la casa, que era el comedor, para que

pudiera ver cómo barría, limpiaba el polvo o realizaba cualquier otra tarea cotidiana.

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La niña sólo miraba, sentadita tras el cristal. Nunca le daba el aire, no tomaba el sol,

no podía correr, no podía jugar… Con el paso del tiempo, empezó a debilitarse. Cada

día estaba más pálida, ojerosa y triste. Dejó de interesarse por lo que sucedía a su

alrededor y ya nada le importaba.

Un día la madre tuvo que ausentarse  y la dejó  junto a la puerta que daba al jardín.

Un grupo de niños jugaban y reían felices en la calle, sin darse cuenta de que una

chiquilla de su misma edad les observaba desde una celda de cristal. La pobre

empezó a llorar. Enormes lágrimas resbalaron por sus mejillas y se sintió muy

desdichada ¡Solamente deseaba ser como los demás!

De repente, un duende apareció por sorpresa y, pegando su nariz a la caja, la invitó  a

unirse a los chiquillos. Pero la muchacha negó con la cabeza, pues no podía abrirla de

ninguna manera. El duende, apenado, silbó a los chavales y todos se acercaron a ver

qué sucedía. Cuando vieron que había una niña encerrada en una caja transparente

intentaron liberarla, pero resultó imposible.

El viento, que ese día soplaba fuerte, se compadeció y acudió en su ayuda en cuanto

vio lo que estaba sucediendo. Ordenó a todos que se apartaran y sopló y sopló hasta

que la caja de cristal se rompió.

La niña sintió una ráfaga de aire fresco en la cara, aspiró el aroma de las flores y

escuchó fascinada el canto de las cigarras, que casi había olvidado. Después, descalza

como estaba, empezó a corretear y a tirarse sobre la hierba para sentir su frescor ¡Qué

felicidad! El color regresó a sus mejillas y sus ojos recobraron el brillo de antaño.

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Cuando nadie lo esperaba, su madre apareció y se asustó al descubrir que su pequeña

había sido liberada y estaba riendo y saltando con varios niños y un duende de traje

verde y sombrerito de pico. Su primera reacción fue reprenderla y decirle que era una

insensata ¿Y si alguien le hacía algo? ¿Y si se caía y se lastimaba? ¿Y si…?

Pero se paró a mirarla  detenidamente y la vio tan feliz y tan llena de vida, que se

acercó, la abrazó con mucho amor, y después  fue a por una escoba para barrer los

cristales y olvidarse de la caja para siempre.

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¿Por qué los gallos cantan de día?

Adaptación de la antigua leyenda de Filipinas

Una antigua leyenda filipina cuenta que, al principio de los tiempos, vivían en el cielo tres hermanos que se querían mucho: el brillante y cálido sol, la pálida pero hermosísima luna, y un gallo charlatán que se pasaba el día canturreando.

Los tres hermanos se llevaban muy bien y solían repartirse las tareas de la casa. Cada mañana, era el sol quien tenía la misión más importante que realizar: abandonar el hogar familiar para iluminar y calentar la tierra. Era muy consciente de que sin su trabajo, no existiría la vida en el planeta. Mientras tanto, la luna y el gallo hacían las labores domésticas, como recoger la cocina, regar las plantas y cuidar sus tierras.

Una tarde, la luna le dijo al gallo:

– Hermanito, ya casi es de noche. El sol está a punto de regresar del trabajo y quiero que la cena esté preparada a tiempo. Mientras termino de hacerla, ocúpate de llevar las vacas al establo ¡Está refrescando y quiero que duerman calentitas!

El gallo, que acababa de tumbarse en el sofá, respondió de mala gana:

– ¡Uy, no, qué dices! He hecho toda la colada y he planchado una montaña de ropa más alta que el monte Everest ¡Estoy agotado y quiero descansar!

¡La luna se enfadó muchísimo! Se acercó a él, le agarró por la cresta y muy seria, le advirtió:

– ¡El sol y yo trabajamos sin parar y jamás dejamos de lado nuestras obligaciones! ¡Ahora mismo vas a salir a llevar las vacas al establo como te he ordenado!

Ni el doloroso tirón de cresta consiguió amedrentarle; al contrario, el gallo se reafirmó en su decisión:

– ¡No, no y no! ¡No me apetece y no lo voy a hacer!

La luna, perdiendo los nervios, le gritó:

– ¿Ah, sí? ¡Pues tú te lo has ganado! ¡Aquí no hay sitio para los vagos! ¡Fuera del cielo para siempre!

Indignada, lo sujetó con fuerza, echó el brazo hacia atrás y con un movimiento firme lo lanzó al espacio dando volteretas, rumbo a la tierra.

Al cabo de un rato, el sol regresó a casa y se encontró con su hermana la luna, que venía de recoger el ganado.

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– ¡Hola, hermanita!

– ¡Hola! ¿Qué tal te ha ido el día?

– Muy bien, sin novedades. Por cierto… No veo por aquí a nuestro hermanito el gallo.

La luna enrojeció de rabia y levantando la voz, le dijo:

– ¡No está porque acabo de echarle de casa! ¡Es un egoísta! Le tocaba hacer las tareas del establo y se negó en rotundo ¡Menudo caradura!

– ¿Qué me estás contando? ¿Estás loca? ¿Cómo has podido hacer algo así?… ¡Es tu hermano!

– ¡Ni hermano ni nada! ¡Me puso de muy mal humor! ¡Sólo piensa en sí mismo y se merecía un buen castigo!

El sol no daba crédito a lo que estaba escuchando y se enfureció con la luna.

– ¡Lo que acabas de hacer es imperdonable! A partir de ahora, no quiero saber nada más de ti. Yo trabajaré durante el día como siempre y tú saldrás a trabajar por la noche. Cada uno irá por su lado y así no volveremos a vernos.

– ¡Pero eso no es justo!…

– ¡No hay nada más que hablar! En cuanto a nuestro hermano gallo, hablaré con él. Le rogaré que me despierte cada mañana desde la tierra con su canto para poder seguir estando en contacto con él, pero también le pediré que se oculte en un gallinero por las noches para que no tenga que verte a ti.

Tal y como cuenta esta leyenda, desde ese momento, el sol y la luna empezaron a trabajar por turnos. El sol salía muy temprano y cuando regresaba al hogar, la luna ya no estaba porque se había ido con las estrellas a dar brillo a la oscura noche. Al terminar su tarea, antes del amanecer, volvía a casa, pero el madrugador sol ya se había ido. Jamás volvieron a encontrarse ni a cruzar una sola palabra.

El gallo, cómo no, recibió el mensaje del sol y se comprometió a despertarle cada mañana con su potente kikirikí. A partir de entonces se convirtió en el animal encargado de dar la bienvenida al nuevo día. Se acostumbró muy bien a vivir en una granja y a esconderse en el gallinero nada más ver la blanca luz de la luna surgir entre la oscuridad.

Este ritual se ha mantenido durante miles de años hasta nuestros días. Tú mismo podrás comprobarlo disfrutando de un bello amanecer en el campo o de una hermosa puesta de sol frente al mar.

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El valor de la verdad

Adaptación del cuento popular de China

Hace muchísimos años, un guapo y apuesto príncipe de China se propuso encontrar

la esposa adecuada con quien contraer matrimonio. Todas las jóvenes ricas y

casaderas del reino  deseaban que el heredero se fijara en ellas para convertirse en la

afortunada princesa. El príncipe lo tenía complicado a la hora de elegir, pues eran

muchas las pretendientes y sólo podía dar el sí quiero a una.

Durante muchos días estuvo dándole vueltas a un asunto: la cualidad en la que debía

basar su elección.

¿Debía, quizá, escoger a la muchacha más bella? ¿Sería mejor quedarse con la más

rica? ¿O mejor comprometerse con la más inteligente?…Era una decisión de por vida

y tenía que tenerlo muy claro.

 Un día, por fin, se disiparon todas sus dudas y mandó llamar a los mensajeros reales.

– Quiero que anunciéis a lo largo y ancho de mis dominios, que todas las mujeres que

deseen convertirse en mi esposa tendrán que presentarse dentro de una semana en

palacio, a primera hora de la mañana.

Los mensajeros, obedientes y siempre leales a la corona, recorrieron a caballo todos

los pueblos y ciudades del reino. No quedó un solo rincón ajeno a la noticia.

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Cuando llegó el día señalado, cientos de chicas se presentaron vestidas con sus

mejores galas en los fabulosos jardines de la corte.  Impacientes, esperaron a que el

príncipe se asomara al balcón e hiciera públicas sus intenciones. Cuando apareció,

suspiraron emocionadas e hicieron una pequeña reverencia. En silencio, escucharon

sus palabras con atención.

– Os he pedido que vinierais hoy porque he de escoger la mujer que será mi esposa.

Os daré a cada una de vosotras una semilla para que la plantéis. Dentro de seis meses,

os convocaré aquí otra vez, y la que me traiga la flor más hermosa de todas, será la

elegida para casarse conmigo y convertirse en princesa.

Entre tanta muchacha distinguida se escondía una muy humilde, hija de una de las

cocineras de palacio. Era una jovencita linda de ojos grandes y largos cabellos, pero

sus ropas eran viejas y estaban manchadas de hollín porque siempre andaba entre

fogones.  A pesar de que era pobre y se sentía como una mota de polvo entre tanta

bella mujer, aceptó la semilla que le ofrecieron y la plantó en una vieja maceta de

barro ¡Siempre había estado enamorada del príncipe y casarse con él era su sueño

desde niña!

Durante semanas la regó varias veces al día e hizo todo lo posible para que brotara

una planta que luego diera una hermosísima flor. Probó a cantarle con dulzura y a

resguardarla del frío de la noche, pero no fue posible. Desgraciadamente, su semilla

no germinó.

Cuando se cumplieron los seis meses de plazo, todas las muchachas acudieron a la

cita con el príncipe y formaron una larga fila. Cada una de ellas portaba una maceta

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en la que crecía una magnífica flor; si una era hermosa, la siguiente todavía era más

exuberante.

El príncipe bajó a los jardines y, muy serio, empezó a pasar revista. Ninguna flor

parecía interesarle demasiado. De pronto, se paró frente a la hija de la cocinera, la

única chica que sostenía una maceta sin flor y donde no había nada más que tierra

que apestaba a  humedad. La pobre miraba al suelo avergonzada.

– ¿Qué ha pasado?  ¿Tú no me traes una maravillosa flor como las demás?

– Señor, no sé qué decirle… Planté mi semilla con mucho amor y la cuidé durante

todo este tiempo para que naciera una bonita planta, pero el esfuerzo fue inútil. No

conseguí  que germinara. Lo siento mucho.

El príncipe sonrió, acercó la mano a la barbilla de la linda muchacha  y la levantó

para que le mirara a los ojos.

– No lo sientas… ¡Tú serás mi esposa!

Las damas presentes se giraron extrañadas y comenzaron a cuchichear: ¿Su esposa?

¡Pero si es la única que no ha traído ninguna flor! ¡Será una broma!…

El príncipe, haciendo caso omiso a los comentarios, tomó de la mano a su prometida

y juntos subieron al balcón de palacio que daba al jardín. Desde allí, habló a la

multitud que estaba esperando una explicación.

– Durante mucho tiempo estuve meditando sobre cuál  es la cualidad que más me

atrae de una mujer  y me di cuenta de que es la sinceridad. Ella ha sido honesta

conmigo y la única que no ha tratado de engañarme.

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Todas las demás se miraban perplejas  sin entender nada de nada.

– Os regalé semillas a todas, pero  semillas estériles. Sabía que era totalmente

imposible que de ellas brotara nada. La única que ha tenido el valor de venir y contar

la verdad ha sido esta joven.  Me siento feliz y honrado de comunicaros que ella será

la futura emperatriz.

Y así fue cómo el príncipe de China encontró a la mujer de sus sueños y la hija de la

cocinera, se casó con el príncipe soñado.