7. Problemas actuales de la política agraria en Francia · Problemas actuales de la política...
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la ocasión concreta de dar a esta gestión colectiva un carácter
de estabilidad, de precisión, de rigor, que no tendría si aqué-
lla desapareciera.
7. Problemas actuales de la política agraria enFrancia
A) Indetermináción económica y o^ición ideológica
Después de un cuarto de siglo de modernización en Fran-cia, y a pesar de los esfuerzos conjuntos del Estado y la Profe-
sión organizada y del desarrollo de todo el aparato ya anali-
zado de la política agraria, la «crisis» de la agricultura está
a la orden del día, y cada vez con mayor crudeza. Pero con-
viene ver que esta situación no es exclusiva de Francia. Todos
sus socios de la C.E.E. están de acuerdo en deplorar el coste
creciente de la P.A.C. y en buscar un método eficaz de «regu-
lación de la oferta» de los productos agrícolas (particularmente
los lácteos). Su desacuerdo radica solamente en las solucionesque hay que adoptar (Agra Europe, n. ° 1270 a 1278). Tam-bién nos llega el eco de las dificultades del mismo orden que
afectan a los Estados Unidos.
Pero los problemas agrícolas de Francia se ven agravados
por dificultades económicas más generales y, sobre todo, porla debilidad de su moneda. Además, no hay que olvidarlo, la
adopción del actual modelo agrícola en Francia es relativa-
mente más reciente que en otros lugares, y su realización exi-
gió, por tanto, en poco tiempo, intensos esfuerzos.
En los medios políticos y administrativos, y en la opiniónpública francesa en general, se manifiesta un cierto sentimiento
de decepción, que afecta, incluso, a quellos agricultores que
habían creído en una agricultura de tipo «empresarial» (agri-
culture d'enterprise). La política agraria ha construido, cier-
tamente, una agricultura moderna, pero esta agricultura mo-derna no consigue prescindir de la política agraria. La explo-
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tación agrícola moderna no es capaz de afrontar las reglas del
mercado y la competencia, de crecer, de invertir, de desarro-
llarse por sus propios medios. Lejos de poder «desenganchar-
se», el Estado se ve obligado a destinarle recursos tan impor-tantes como en el pasado, lo que suscita en los periodistas una
indignación que estalla en furibundas expresiones. Alexandre
y Priouret (1983, p. 118) afirman, por ejemplo, que «la ali-
mentación francesa es la más cara del mundo».
Se puede observar en este momento de la exposición, que,en el conjunto de las economías capitalistas, las ramas indus-
triales no son tampoco gobernados por las meras leyes del mer-
cado y de la competencia; que la intervención, las ayudas y
las subvenciones del Estado no son una excepción, y que, eri
def'initiva, en Francia, como en los Estados Unidos o en Ja-
pón, el Estado es el centro director del desarrollo de la econo-
mía.
Sin embargo, esta objeción no quita ni un ápice de impor-
tancia al hecho de que la agricultura aparezca como víctima
de una crisis que le es propia aunque no conlleve, recordémoslo,ningún problema de aprovisionamiento para el consumidor.
Creemos que la particularidad de esta crisis de la agricultura
radica, ante todo, en el hecho de que no se consiga encontrar
soluciones económicas sencillas y claras a los problemas que
se plantean en el sector de la producción agrícola: zCómo con-trolar y equilibrar la oferta de los grandes productos agrícolas
y asegurar al mismo tiempo unas rentas equitativas a los pro-
ductores, sin verse obligados a recurrir a una multitud de me-
didas de intervención complicadas y costosas? ^Existe un tipo
de explotación que permita obtener este resultado? Y si exis-
te, Zpor qué no se impone, por qué no elimina, por simple com-
petencia, a las explotaciones menos eficaces? Si nos atenemos
al caso francés, el observador puede verse desconcertado por
el estado actual del sector de la producción agrícola y por la
grandísima variedad de tipos de explotación existentes: exis-ten en Francia formas múltiples de ser productor de leche, de
carne de vacuno, de porcino, etc. Algunos de estos producto-
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res están muy especializados, otros muy diversificados, y todo
ello ocurre en explotaciones de todos los tamaños; encontra-
mos grandes explotaciones con dificultades financieras, mien-tras explotaciones medias, inteligentemente administradas, pro-
porcionan al agricultor una renta decorosa.
Ciertos agricultores tienen una renta equivalente a la de
cuadros superiores de las empresas industriales, mientras otros
pueden equipararse a un obrero especializado. Todo esto dala sensación de que ningún tipo de explotación se impone de
forma indiscutible sólo por sus virtudes económicas. Además,el medio agrícola, tanto profesional como administrativo, es
atravesado por discusiones y discrepancias sobre los tipos de
explotaciones que la política de «desarrollo» debe promocio-nar, y a veces se tiene la impresión de que en estas discordan-
cias los factores políticos e ideológicos tienen tanto peso como
las consideraciones propiamente económicas.
Por nuestro lado, pensamos que estas incertidumbres se ba-
san en ciertas características del funcionamiento técnico-económico de la agricultura, que van en contra de lo que es-
pera el sentido común desde hace tiempo, educado en la ra-
cionalidad de la empresa industrial.
La producción agrícola es el resultado de Ia puesta en prác-
tica por el hombre, y en su provecho, de ciertos procesos bio-lógicos: la reproducción y el crecimiento de vegetales y de ani-
males domesticados. En esta operación, el papel del hombre
consiste en proporcionar a estos organismos vivos las condiciones
necesarias para su desarrollo, y en recoger después las mate-
rias nutritivas resultantes. Pero está claro que lo esencial dela operación, a saber: la producción de esta nueva materia,
es realizada por los propios organismos vivos. Esto es lo que
explica el mecanismo particular del incremento de la produc-
tividad en la agricultura, y también el de la desvalorización
de los productos agrícolas y el descenso de su precio a largoplazo (Servolin, 1972a, p. 87).
En lo esencial, el crecimiento de la productividad agrícolaes resultado de las mejoras introducidas, por medio de la se-
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lección genética, en las aptitudes productivas de las especies
animales y vegetales, y del dominio cada día más profundo
de las condiciones en las cuales se realizan dichas aptitudes (ali-
mentación, fertilización, condiciones sanitarias, etc.). El ren-
dimiento global de un cultivo o de una ganadería se constitu-
ye por simple «suma» de los rendimientos individuales de ca-
da planta o animal que lo forman. No se puede hablar, por
consiguiente, en agricultura de una producción en masa, de
una producción «en serie», en el sentido industrial del térmi-
no. El hecho de que hoy un pollo alcance su peso comercial
en seis semanas, no se debe a que forme parte de una granja
de 300.000 pollos por año, equipada con calefacción central
y con distribuidores automáticos de pienso, sino porque este
animal pertenece a una raza híbrida científicamente seleccio-
nada, porque se le proporciona una alimento rigurosamente
dosificado y porque se le protege preventivamente contra las
principales enfermedades endémicas del pollo. Estos vegeta-les y estos animales de alto rendimiento pueden, por consiguien-
te, ser utilizados en prácticamente cualquier tipo de explota-
ción, a condición de que esta explotación reúna los mínimos
de competencia técnica necesaria para obtener buenos resul-
tados. En estas condiciones, se entiende que la mecanización
no puede tener el mismo sentido en la agricultura que en la
industria.En el sistema industrial de producir, el acto de producción
se descompone en múltiples operaciones elementales que se eje-
cutan por medio de un sistema de máquinas: en este caso, la
gran dimensión es, muy a menudo, la condición que posibili-
ta el empleo y la rentabilización de las máquinas, así como
la «rentabilidad» de la operación. Es, por ello, que estamos
acostumbrados a que, en la mayoría de los casos, sea la pro-
ducción en masa de la gran industria la que permita bajar el
coste de los productos.En la agricultura todo es diferente: con toda evidencia, no
es la cosechadora la que produce el trigo, ni tampoco la orde-
ñadora la que produce la leche. Así pues, los equipamientos
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agrícolas modernos hacen el trabajo del agricultor menos pe-noso, más eficaz, más rápido, y permiten que cada trabaja-
dor sea capaz de cultivar extensiones más grandes o de criar
un mayor número de animales. Pero su efecto directo sobre
los rendimientos físicos, es decir, sobre el crecimiento de cada
animal o de cada planta, es escaso y a veces hasta negativo,pues los trabajos realizados a gran escala pueden resultar me-
nos cuidados. En cambio, los equipamientos son costosos, en
la compra y en el uso, y gravan los costes de producción con
gastos financieros y con devoluciones de préstamos, así como
con los gastos de funcionamiento.Las consecuencias del análisis que precede se revelan con
claridad a partir del momento en que la producción agrícola
alcanza un alto grado de intensificación: se dice que un méto-
do de producción es tanto más intensivo cuanto que permite
obtener una mayor cantidad de producto por hectárea de cul-tivo o por animal. Este resultado sólo puede ser obtenido por
medio de la utilización creciente de factores de producción,
tales como abonos, fertilizantes, piensos compuestos, etc.
En un determinado estadio de las técnicas, existen cierta-
mente límites físicos a la intensificación: cualquiera que sea
la cantidad de fertilizante utilizada, no es posible hoy en día
producir 1.000 quintales de trigo por hectárea. Pero mucho
antes de llegar a este extremo, cuando se alcanza un alto nivel
de intensificación, el rendimiento de las dosis suplementarias
de factores de producción tiende a disminuir: el coste de los
factores de producción por unidad de producto tiende, pues,
a incrementarse y el margen de beneficio unitario a reducirse
(Butault et al., 1984, p. 31 y gráfica IV-3).
Para evitar este efecto indeseable de la intensificación, el
agricultor encuentra ventajoso, por tanto, no llevar el procesodemasiado lejos, y conjugarlo con un aumento del tamaño de
su explotación. En la práctica se puede verificar que los agri-
cultores «modernizadosn llevaron simultáneamente estos dos
factores: intensificación técnica y aumento de su escala de pro-
ducción.
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Pero desde luego, este incremento de la escala de produc-
ción es costoso: exige la corripra o el arriendo de tierras adi-
cionales y la inversión de sumas considerables de dinero en equi-
pamientos de todo tipo (instalaciones, máquinas) que permi-
tan incrementar fuertemente la productividad del trabajo. Pero
hemos visto más arriba que, contrariamente a lo que ocurre
en la industria, estos equipamientos no tienen efectos directos
sobre los rendimientos físicos de los vegetales y los animales:
ciertamente, permiten, por ejemplo, a un agricultor ocupar-
se, él sólo, de un mayor número de vacas, pero no aumentanla producción de leche por vaca (4).
Así es como se explica un fenómeno que va en contra de
todo lo que nos dice la economía tradicional de la empresa,
y que nos parece específico y particular de la producción agrí-
cola: la intensificación y el aumento de la dimensión de las
explotaciones permiten, ciertamente, el aumento de la pro-
ductividad del trabajo en términos físicos (número de unida-
des producidas por trabajador), pero provocari, al mismo tiem-
po, «un aumento del coste de producción unitario».
Esto es lo que conf'irman, en lo que afecta a la producciónlechera, un estudio de los resultados del R.I.C.A. (Red de In-formación Contable Agrícola) que ha sido recientemente rea-lizado (Butault et al., 1984, p. 32 s. y gráfica IV-5).
Este aumento del coste no impide, por otro lado, en abso-
luto, que cada agricultor, tomado individualmente, tenga in-
terés en seguir este tipo de crecimiento: aunque se reduzca el
margen unitario de beneficio, este margen multiplicado por
un mayor número de unidades producidas puede asegurarle
una «elevación de la renta». Como muestra el estudio citado
(4) Fs necesario señalar aquí que este análisis se aplica particularmen-te a las producciones animales. Los fenómenos son menos nftidos (y, porotro lado, están menos estudiados) en lo que concierne a las produccionesvegetales. Pero sabemos que los problemas de política agraria se planteanprecisamente a propósito de las explotaciones medianas, que son, general-mente, al menos en Francia, explotaciones ganaderas.
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(Butault et al., 1984, p. 33), las explotaciones lecheras másgrandes son las que disponen de la más alta renta disponible.Pero si bien este crecimiento es conforme al interés individualdel agricultor, se ve que no aporta «ninguna ventaja desde elpunto de vista del interés colectivo». En efecto, dicho creci-miento no provoca el descenso a largo plazo del precio del pro-ducto, que es algo, simultáneamente, favorable al interés delconsumidor y a la moderación del nivel de los salarios.
El Estado tampoco tiene nada que ganar en ello: se en-tiende que la renta elevada de estas explotaciones intensifica-das depende estrechamente del nivel en el que se sitúa el pre-cio del producto. Siendo escaso el margen unitario, un des-censo mínimo del precio podría acarrear una caída más queporporcional de la renta global de la explotación. Por ello,las grandes e intensificadas explotaciones tienen un interés aúnmás vital que las demás en el mantenimiento de los precios
por el Estado o por la P.A.C.
Así es como se ha establecido la paradójica situación dela producción lechera. Se mantiene el precio en un nivel queasegure una rentabilidad confortable a las ganaderfas más im-portantes. Ello incita a los productores lecheros a desarrollar-
se al máximo y a incrementar la producción de leche en unarama cargada de excedentes. i Pero si se baja el precio de la
leche, esta categoría de productores, la más moderna y la másavanzada técnicamente, sería la primera en verse afectada!
En esta situación, puede sorprender la incitación a«pasarsea la leche» que han venido ejerciendo hasta hace poco tiempolos aparatos profesionales sobre los agricultores «con futuro»(sobre la utilización, con estos fines, de los préstamos especia-les para la ganadería, véase Aubert et al., 1981, p. 8). Estapresión se ejerce, ante todo, sobre los jóvenes en el momentoen que se instalan como titulares de explotación y emprendenla modernización de la explotación paterna. Con frecuencia,no se les ha concedido los préstamos a no ser que proyectasenconstituir de forma acelerada una gran ganadería lechera in-tensiva. Esta orientación ha sido considerada como deseable,
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no solamente para asegurar la rentabilidad futura de la ex-
plotación, sino también en tanto que medio de educación moral
e ideológica, y como rito de paso que otorga el status de «agri-
cultor moderno» (Dereix, 1983, p. 13 s.). En nombre de estos
principios, se les ha exigido que empezasen con una ganade-
ría de un tamaño y de un nivel de intensificación que los agri-
cultores más antiguos, que se les ofrecen como modelos, al-
canzaron gradualmente en veinte años de esfuerzos.
El estudio ya citado (Butault et al., p. 33, gráfica IV-6)
demuestra que los productores lecheros, cuanto más jóvenes
son más elevados son sus costes de producción y bajas sus ren-
tas: en lo relativo a estos dos factores, estos productores no al-canzan los valores medios hasta los 45 años. Pero cuando los
principiantes de hoy alcancen los 45 años, ^qué habrá ocurri-
do con la organización del mercado de la leche y con el man-
tenimiento de su precio?
De nuestro análisis podemos concluir que, en el estado ac-
tual de la cuestión y al menos en lo que concierne a las pro-
ducciones animales, no es posible determinar rigurosamente
qué modelo de explotación es el más ventajoso desde el punto
de vista económico para la colectividad. Se puede pensar que
buena parte de los problemas y de las incertidumbres actualesprovienen del hecho de que, desde hace algunos años, el desa-
rrollo agrícola sufre una especie de «indeterminación econó-
mica». Las consideraciones económicas de las que hemos re-
saltado ya su importancia para la constitución de la explota-
ción individual intensiva y de la política agraria moderna, y
que, en el caso de Francia, han guiado el enorme esfuerzo de
reorientación y de modernización, dejan de ser una referen-
cia indiscutible para el futuro desarrollo de las explotaciones.
Las concepciones políticas e ideológicas adoptan una nueva
importancia en la elección de los modelos de explotación queconviene desarrollar o eliminar.
Evidentemente, el grupo dirigente del sindicalismo sólo pue-de influir desde las alturas, y una de las ventajas del sistemaactual es que permite a los «estados-mayores^> provinciales apli-
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car las disposiciones generales de la política agraria adaptán-
dolas a la diversidad de las situaciones locales. Sin embargo,
la dirección nacional tiene la facultad de ejercer una presión
muy eficaz en favor del tipo de desarrollo que considera ade-
cuado: el carácter coactivo de la actual reglamentación sobre
los «Planes de Desarrollo» (cf. más arriba) en Francia es uno
de los medios disponibles para imponer en todos los lugares
su concepción general del desarrollo, que esquemáticamente
consiste en construir un sector productivo que repose en un
número relativamente reducido de agricultores «empresarios»,
es decir, de pequeños patronos.La unanimidad sobre este objetivo no es perfecta, ni entre
los agricultores ni en las clases dirigentes. Algunos estiman que
un sector agrario constituido por un mayor número de agri-
cultores, con rentas más modestas, sería preferible para el be-
neficio económico colectivo y permitiría una producción agrí-cola «más económica» (Poly, 1978), al tiempo que evitaría el
empobrecimiento del tejido social rural, la «desertización del
campo».Podemos interrogarnos acerca de si no es ya demasiado tar-
de para una alternativa de este tipo. El trabajo de elimina-ción de las explotaciones más pequeñas está más adelantado
de lo que parece. Decenas de millones de ellas, entre las cua-
les se encuentran, sin embargo, algunas explotaciones que ase-
guran al agricultor una renta decente si se compara con la de
un obrero o con la de un empleado que tiene que vivir en una
gran ciudad, están ya virtualmente condenadas: no tendrán
continuidad al no querer los hijos del agricultor ser «peque-
ños agricultores», tanto por razones de status social como por
simples razones de nivel de vida. Esta es también una de las
formas de actuar del «factor ideológico».
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B) La crisis de la agricultura en el marco de la
crisis económica
En el conjunto de los países europeos comunitarios, y muy
claramente en Francia, la política agraria, tal como ella hasido gestionada hasta nuestros días, ha conducido a lo que pue-
de denominarse, forzando un poco las palabras, una especie
de «nacionalización» del sector agrario. Los agricultores, a tra-
vés del sistema de regulación de los mercados y de sostenimiento
de los precios, se han acostumbrado a verse como si se les re-
conociera un verdadero «derecho a producir», análogo al «de-
recho al trabajo» reconocido a los asalariados. En efecto, ellos
son incitados a producir tanto como ellos quieran, sin tener
que preocuparse mucho por el estado de los mercados ni por
los ajustes de la oferta y la demanda, que son, en lo esencial,
tareas de las que se encarga el Estado nacional (o las institu-
ciones de la C. E. E. ). Por supuesto, que esto no es igualmente
cierto para todas las producciones: las más importantes (le-
che, cereales, vacuno de carne) se benefician totalmente de
este sistema; pero las producciones animales «sin suelo» (por-cino, aves) y los productos hortofrutícolas son más directamente
dependientes de las variaciones de los mercados e incluso de
la competencia de terceros países (sobre todo, para el caso de
los hortofrutícolas). Pero, aún en estos últimos casos, las ayu-
das públicas bajo la forma de subvenciones al sacriiicio o ala destrucción de excedentes acuden siempre en su ayuda cuan-
do los mercados son demasiado desfavorables.
Si se añade a estos gastos de regulación las subvenciones
y boniiicaciones, las ventajas en materia de cobertura social,
seguros, ... se llega, desde el punto de vista macroeconómico,a una situación paradójica. En Francia, como en los países ve-
cinos, una parte importante de la renta final de las produc-
ciones agrícolas debe considerarse como resultado de transfe-
rencias de origen estatal (ya sea directamente o por medio de
la C.E.E.), cuya circulación y distribución siguen vías esen-
cialmente no mercantiles.
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Esto implica decir que los Estados están, al menos en prin-
cipio, en condiciones de decidir en última instancia el mon-
tante de la renta global de los agricultores, así como la mane-
ra en que esta renta se reparte entre sus diversas categorías.
Pero la contrapartida de este poder es evidente: los Estados
se consideran como «responsables» y, en suma, como «garan-
tes» de las rentas agrarias.
Toda esta situación explica por qué una parte importante
de las clases dirigentes y de la opinión pública, en los países
capitalistas, ve en el funcionamiento y en los modos de regu-
lación del sector agrario una aberración económica ruinosa,
y considera que la política agraria debería tender al restable-
cimiento de una situación «normal»: su regulación por las pu-
ras leyes del mercado.Desde todas partes se han venido criticando los efectos a
largo plazo de este sistema de regulación, acusándolo de man-
tener artificialmente unos precios demasiado elevados para los
consumidores, de^beneficiar esencialmente a los agricultores
más grandes y acomodados, de incitarlos a adoptar técnicascostosas en capital y necesitadas de recursos a las importacio-
nes, y, en fin, de impulsarlos hacia un crecimiento incontro-
lado de la producción y, por tanto, a la formación de exce-
dentes imposibles de vender en los mercados internacionales.
Estas críticas no han sido del todo injustificadas: es cierto
que la distribución de fondos públicos se ha manifestado co-
mo poco equitativa, y que la regla de la libre entrada de ma-
terias primas forrajeras (soja, P.S.C., ...), aunque haya sido
racional para países como los Países Bajos, ha obligado a Fran-
cia a realizar fuertes importaciones de productos que sus gran-
des potencialidades agrícolas habrían debido permitirle pro-
ducir.
En cuanto a la última crítica, la relativa al crecimiento ili-
mitado de la producción, no hace más que poner de relieve
lo incierto que resulta atribuir el status de excedentes en los
países europeos, y las dudas de éstos en lo que se refiere a la
estrategia a seguir en relación con la evolución del mercado
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internacional. ^Es necesario considerar los excedentes como
unos accidentes resultantes de desajustes temporales y suscep-
tibles de reabsorberse por un ajuste mitad espontáneo, mitadprovocado, de las estructuras productivas, lo que equivaldríaa centrar la atención sólo en el problema de la autosuiiciencia
nacional? ^Es necesario; en cambio, hacer de las exportacio-
nes una «política sistemática»? Si se deja aparte los países tra-dicionalmente exportadores de productos animales (Países Ba-
jos, Dinamarca), que son también grandes importadores dealimentos para el ganado, la cuestión de una política expor-tadora no se ha planteado hasta bastante tarde. Francia ha
permanecido como importadora neta hasta 1968, y los gran-
des países de la C.E.E. (Alemania, Gran Bretaña e Italia) locontinúan siendo todavía; sólo Francia se ha convertido, al ii-nal de los años setenta, en un gran país exportador de pro-
ductos agrícolas vegetales.Como el resto de los sectores económicos, la agricultura y
el sector agroalimentario han sufrido las consecuencias de la
crisis mundial, pero cada uno según su propia naturaleza.No se puede decir que el conjunto del sector agroalimen-
tario conozca la crisis, entendida como crisis de acumulacióny de mercados. La producción agraria no es un campo de acu-
mulación de capital, como lo testimonia el hecho de que sebase esencialmente en explotaciones individuales de tipo fa-
miliar y iinanciadas, en gran medida, por el Crédit Agricole.
En cuanto a las industrias agroalimentarias (I.A.A.), una parte
de entre ellas es considerada por muchos estudiosos como de
«capital desvalorizado». Sea lo que fuere, lo cierto es que losmercados agroalimentarios en los países desarrollados son, por
naturaleza, de gran estabilidad.Por todo ello, si la crisis ha afectado a la agricultura es,
sobre todo, de modo indirecto. En primer lugar, porque las
alteraciones económicas y monetarias han provocado un alzabrutal de sus costes de producción: ella está pagando, pues,
su dependencia con respecto a factores de producción impor-tantes, que hicieron del «choque petrolífero» de 1974 un acon-
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tecimiento de efectos particularmente nefasto para la agricul-
tura. En segundo lugar, porque el estancamiento de las eco-
nomías ha privado a los Estados capitalistas de una gran par-
te de sus recursos presupuestarios, al tiempo que las medidas
anticrisis (subsidios de desempleo, ayudas a la reconversión,
relanzamiento de las inversiones, ...) han tenido que ser finan-
ciados de modo prioritario. Los fondos consagrados a la regu-
lación del sector agrario se han, pues, congelado o, incluso,
reducido. Sin embargo, la crisis no ha provocado un descenso
de las cantidades producidas: en tanto que los mecanismos que
garantizan el «derecho a producir» continúen funcionando, el
alza de los costes de producción incitarán a los productoresmás modernos a recurrir a la intensificación de sus técnicas
para incrementar el volumen de sus producciones y mantener,
así, su renta global.
El primer período de crisis se ha traducido, pues, en un
crecimiento general de las producciones agrarias. Los gastosde intervención del F.E.O.G.A. han aumentado al mismo rit-
mo, en beneficio, sobre todo, de las producciones lecheras y
cerealistas. Ante la perspectiva de un aumento indefinido del
presupuesto agrícola de la C.E.E., todos los países miembros
han llegado a plantear la necesidad de introducir un nuevo
modo de regulación en la agricultura.
Cuando M. Giscard d'Estaing accedió al poder en Fran-
cia, en 1974, el año precisamente del «choque petrolífero», la
agricultura francesa acababa de conocer dos años de euforia
gracias a M. Chirac, antiguo Ministro de Agricultura de M.Pompidou, quien había permitido un fuerte incremento de los
precios agrícolas.
El nuevo poder tuvo que dar marcha atrás: la salida del
franco fuera de la «serpiente monetaria» y el déficit creciente
de la balanza comercial francesa, habían relanzado la infla-
ción hasta el nivel del 15 por 100 en 1974. Desde entonces co-
menzaría un período de descenso progresivo de los precios agrí-
colas, de manera que entre 1974 y 1984 perdieron más de 15
puntos en valores constantes. Por supuesto, este descenso for-
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maba parte de bajadas que podían considerarse como «nor-males», ya que eran debidas a la desvalorización de ciertas pro-
ducciones (trigo, porcino, aves) ocasionada por los incremen-
tos de productividad, pero un descenso tan marcado como ése
no podía resultar más que de una política deliberada. De he-
cho, los análisis sobre los excedentes muestran, a partir de 1974,una «transferencia de productividad» brutal y profunda en per-
juicio de los agricultores, pero no en beneficio del sector
d'amont, a pesar del alza de los precios de los inputs, sino en
beneficio del sector d'aval, es decir, claramente en beneficio
de los objetivos de la política agraria, que eran los de la lucha
contra la inflación. Con razón o sin ella, los poderes públicos,
como si estuviesen inspirados en Ricardo, miraban los precios
agrícolas como factores particularmente inflacionistas en tan-
to que elemento importante de las reivindicaciones salariales.
El instrumento privilegiado de este descenso de los preciosagrícolas fue el mecanismo de las «paridades verdes» y de los
M.C.M., que, como se ha señalado en el capítulo anterior, fue
puesto en marcha en 1969 por Giscard d'Estaing y Chirac.
Sin embargo, para ese descenso había otras razones, muy
importantes sin duda para ciertos círculos dirigentes, pero quesólo se debatían en la intimidad de los gabinetes ministeria-
les: se confiaba en que un descenso de los precios suficiente-
mente prolongado provocaría una «reestructuración» defini-
tiva del sector productivo sobre la base de 200 a 300 mil
agricultores modernizados; reestructuración que debería per-
mitir un verdadero control de la oferta y una reducción radi-
cal de los gastos ocasionados por la política agraria.
De inmediato, el alza de los costes de los factores de pro-ducción y el descenso de los precios se combinaron para pro-vocar una reducción de las rentas de los agricultores: entre 1974y 1981, puede estimarse que la renta global del sector bajó,en valores reales, más del 1 por 100 por año. Esto entrañó unconjunto de consecuencias, tales como las dificultades para ladevolución de los préstamos por parte de los agricultores más
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endeudados (en la mayoría de los casos, jóvenes) y el descensogeneralizado del precio de la tierra a partir de 1978.
El agricultor medio se despertó, pues, bruscamente de su
euforia modernizadora y con él las organizaciones agrarias que
lo representaban.En diversos círculos de opinión, a veces incluso entre los
propios agricultores, se produce hoy en día un cierto desen-
canto, expresado bajo el tema general de la «crisis del produc-
tivismo». Esta corriente crítica de opinión es muy heterogénea
y está lejos de haberse reducido a las utopías «ecologistas» o
de la «agricultura biológica», o a las ideologías del small i.s beau-
tiful o del «crecimiento cero».En efecto, bajo sus formas más rigurosas y mejor documen-
tadas, tales como las que se expresan, por ejemplo, en el Rap-
port Poly: Pour une agriculture plus économe et plus autono-
me, estas concepciones críticas del desarrollo agrícola invitan
a las personas interesadas a relativizar la intensiiicación y la
carrera productivista, a distinguir entre productividad «físi-
ca» y productividad «económica», la única que, según esta co-
rriente de opinión, debe tenerse encuenta y la única que se
mide. Esta reflexión viene a decir que las funciones de pro-ducción y las combinaciones óptimas de los diferentes facto-
res tienen que variar necesariamente según las épocas, según
los países, según las coyunturas ecoómicas y según, también,
las medidas de política agraria.Sin embargo, estas reflexiones, por muy pertinentes que
fuesen, no fueron motivo de estímulos particulares en los diri-
gentes políticos franceses. En general, la política agraria apli-
cada durante el septenato de M. Giscard d'Estaing apenas se
mostró activa e innovadora, ya que los poderes públicos de en-
tonces vieron a la agricultura francesa, después de la últimapenuria ocasionada por la sequía de 1976, pasar bruscamente
a posiciones cada vez más excedentarias, sobre todo en mate-
ria de cereales. Así, por ejemplo, los vinos y bebidas alcohóli-
cas se vendían cada vez mejor, y el azúcar, estimulado por una
fase de escasez en los mercados mundiales, aportaba una ayu-
165
da sin precedentes a la balanza comercial francesa. Toda esta
situación permitió a M. Giscard d'Estaing presentar, en su dis-
curso de Vassy, los excedentes agrícolas del país como «el pe-
tróleo verde de Francia», como un nuevo instrumento de es-
trategia económica. Muchos observadores hasta llegaron a con-
cluir que Francia ya no tenía tanta necesidad como antes de
los mercados limitados que le aseguraba la C.E.E., puesto que
su futuro agrícola estaba en el resto del mundo.
No hace falta, sin embargo, sobrevalorar la importancia
de este discurso expansionista. Los poderes públicos naciona-les no eran responsables, sino en muy escasa medida, de este
crecimiento de las producciones francesas, cuyo origen estaba
esencialmente en los efectos de la P.A.C.. Ellos no se preocu-
paban apenas de consolidar una verdadera estrategia de ex-portación a largo plazo: esto se vio particularmente claro cuan-
do en 1977 (el mismo año del discurso de Vassy) las autoridades
francesas se revelaron incapaces de aprovechar las ofertas de
negociación realizadas por Ia administración Carter de los Es-
tados Unidos relativas al mercado mundial de cereales (ver H.Delorme, 1983).
La inercia de la política agraria «giscardiana» se expresa
del modo más claro en la «ley de orientación de 1980», en la
que existe hoy un acuerdo general en deplorar su vacuidad.
En lo esencial, la política de la derecha para abordar la crisis
de la agricultura se limitaba a no hacer nada que pudiese en-
trañar un enfrentamiento grave con los «estados mayores» de
la Profesión. Estos últimos aceptaban a regañadientes el des-
censo de los precios agrícolas y la reducción de las rentas agra-
rias, participando, tal como se ha señalado, en el rito de lasConferences Annuelles, durante las cuales «arrancaban» cada
año un complemento de renta para los agricultores.
Por otro lado, el sistema implantado en torno a la política
de «desarrollo» constituía un testimonio sólido de compromi-
so y alianza entre el gobierno y la Profesión. A esta última se
le reconocía la gestión y la adquisición de fondos muy impor-tantes (particularmente los ya citados del A.N.D.A.). Un in-
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forme reciente elaborado por la Cour des Comptes ha venido
a confirmar lo que se venía sospechando desde hacía bastante
tiempo, a saber: que estos fondos, gestionados con un despre-
cio total de las reglas de la contabilidad pública, han servido,en buena parte, para financiar al conjunto de los aparatos de
poder de la Profesión, para pagar a sus empleados, para su-
fragar los gastos ocasionados por la realización de jornadas y
reuniones, ..., sin ningún tipo de interferencia ni control por
parte del Estado.
Sin embargo, de año en año, el coste de la regulación de
los principales mercados se hacía más pesado (especialmente
para el de la leche), estimulando, además, una producción cu-
yos mercados tendían a estancarse. Entre los principales veci-
nos europeos, así como en los órganos dirigentes de la C.E.E.,la necesidad de frenar el crecimiento del coste presupuestario
de la P.A.C. y de adoptar, en consecuencia, un modo de «con-
trolar la oferta» se iba reafirmando cada vez con más fuerza.
Ya en 1977, la instauración de una «tasa de corresponsabili-
dad» para la leche había constituido un primer paso en estadirección. Pero las organizaciones profesionales rechazaban,
por principio, la reducción de los precios, así como la limita-
ción de la producción. Los responsables políticos eran perfec-
tamente conscientes de que una reforma de la P.A.C. era ine-
vitable. Un gran número de documentos difundidos entoncesdan testimonio de ello. Pero poco deseosos de enfrentarse al
mundo agrícola en períodos electorales sucesivos (elecciones
municipales en 1976, legislativas en 1978, europeas en 1979,
presidenciales en 1981), dejaron que los agricultores creyeran
que su «derecho a producir» no sería nunca cuestionado.Por su parte, los «estados mayores» de la Profesión, como
si estuviesen satisfechos del monopolio en la representación del
sector agrario que ostentaban y del reconocimiento y conside-
ración oficiales de que disfrutaban, no tenían ninguna pro-
puesta ni crítica que hacer, ni tenían otra cosa que hacer que
no fuese la de pedir dinero.
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