8- Rayos, Lampazo y Cucharitas

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  • 7/30/2019 8- Rayos, Lampazo y Cucharitas

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    Pablo EMILIODos de ellas, el rabihorcado y el zapallo en almbar

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    8- Rayos, lampazo y cucharitas

    Siento en mi cuerpo el repiqueteo de los picotazos del rabihorcado1. Me sacudo para

    espantarlo y revolotea cerca de mi oreja. Sobresaltado, abro los ojos.

    Me encuentro boca arriba, sobre la tierra, en un zanjn, y recostado en un alambrado

    vencido tapizado con violetas. Justo donde me qued, en el mismo sitio.

    Tengo el cuerpo entumecido, siento fro y est por llover.

    Me incorporo asindome de los rombos generados por el cerco cincado y sacudo la

    tierra de mi ropa.

    Vuelvo sobre mis pasos. Reconozco el lugar. Ac estaba plantado el monigote bigo-

    tudo hijo de una gran puta. Ah arroj la colilla del cigarrillo, pero ya no est.

    Camino unos metros como puedo.

    Algunas cosas cambiaron.

    Reconozco la casa que me sirvi de puerta de escape, la recuerdo bien. Frente a ella

    me siento en mi hogar. Estuve muchas veces aqu. Aqu me cobijaron, aqu recib mis

    primeras curaciones luego del balazo, aqu comenc a garabatear una parte mi vida.

    Adentro hay alguien que juega al solitario2 bajo una luz mortecina e intermitente.

    Me coloco directamente frente a la ventana.

    El hombre me reconoce y se incorpora.

    Unos segundos despus, abre la puerta.

    Las aberraciones y superposiciones de imagen menguaron.

    Me abraza y luego me da una palmada en la mejilla. Intento explicarle que no com-

    prendo el castellano y l me hace un gesto aprobatorio con la cabeza.

    Tomo asiento y miro alrededor.

    La comunicacin entre nosotros es dificultosa y bsica. Comprendemos solo palabras

    aisladas, muecas, gestos y dibujos. Mi presencia no parece sorprenderlo. Intuyo que

    esperaba mi visita.

    Pido permiso, me incorporo y me dirijo hacia el bao.

    Dos canillas gotean, una a un tempo ms acelerado que la otra. Una se ubica en la

    baadera y la otra en el lavabo.

    Yo estoy en el medio, sentado en el inodoro.

    Entre las dos generan un sonido percusivo regular. Plip, plop, plip, plip. Cada siete

    gotas de una caen cuatro de la otra, momento en el que prcticamente coinciden

    1Ave de clima tropical

    2Juego de naipes.

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    para luego disgregarse y recomenzar el ciclo. Interrumpo para lavarme las manos y

    me quedo un rato observando el agua que corre.

    Testeo mis sentidos. Estn prcticamente en orden.

    Los planos atrapa imgenes siguen existiendo pero con menor intensidad.

    Cierro el grifo y seco mis manos.

    El hombre cuyo nombre no recuerdo prepar tostadas y me aguarda de pie en la pe-

    numbra.

    Desayunamos en silencio.

    En algunos de los porta retratos que reposan sobre un baiud desvencijado reconozco

    los rostros de la gitana del ruberoid, la mujer de la puerta cancel y la nia que venda

    turrones en el tren. Estas dos ltimas aparentemente son la misma persona en dife-

    rentes etapas de su vida. En otra foto aparecen los tres; en otra nosotros tres, sin lagitana madre y en una tercera ella y yo.

    Se me ocurren cientos de preguntas pero no s cmo efectuarlas de un modo com-

    prensible. Podra intentarlo pero el desgano es ms fuerte. Estoy anestesiado, abu-

    rrido y falto de nimo discursivo.

    El hombre me habla o monologa, no logro precisarlo. Sabe que no comprendo nada

    pero igual lo hace. Mira sus manos, la mantequera, el plato. Cada tanto busca mi

    mirada y espera algn tipo de respuesta de mi parte, pero ya ni muecas hago.

    Las tostadas se terminan.

    El hombre toma un papel, anota su nombre, su nmero telefnico y los datos de

    Hamukuro. Cruzamos la sala y nos dirigimos a un patio abierto. All, dentro de un

    gallinero abandonado, reposa algo maltrecha la bicicleta que fuera de la gitana hasta

    el momento en que le dispararon y me la cedi. Fue repintada a pincel. Conserva,

    descoloridas y resquebrajadas, algunas de las cucharitas de helado que coloqu

    cuando era nio, trabadas a presin entre los rayos de alambre. Tambin, una dna-

    mo y una lmpara ubicada en el frente.

    La desata y me la entrega junto con una cadena, un candado y una llave. Enrosco la

    cadena en el cuadro, guardo la llave en mi bolsillo y me voy.

    A las dos cuadras intuyo que el hombre quizs hubiera esperado algn gesto de mi

    parte. Una nota, un abrazo, una seal de gratitud, un reconocimiento, algo.

    Nada.

    Quizs fui descorts. Puede ser. De todos modos no voy a regresar.

    Vuelvo al Este. Busco respuestas y quizs las encuentre en el Ro de la Plata. Preten-

    do una inmersin completamente real, despojada de ribetes objetables.

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    El atuendo resulta algo pequeo para mi talle. El lmite entre el pantaln verde y la

    cota de escamas aumenta o disminuye de acuerdo a la cadencia de mis movimientos.

    Cclicamente detengo el pedaleo para acomodar mi ropa y evitar as circular con el

    culo al aire.

    Dos hombres negros con sobretodo gris me indican mediante seas que debo dete-

    nerme. Amablemente me sugieren ingresar por una puerta entreabierta verde. Se

    identifican con credenciales y uno de ellos anuncia algo por el intercomunicador que

    cuelga de su oreja. El lugar est ambientado como un burdel de principios del siglo

    veinte. Araas incompletas, una pianola, mesas redondas de madera, mujeres con

    boquilla, un tipo trapeando el piso, espejos marmolados, humo y ms humo.

    En una de las mesas dos hombres dialogan en francs. Parecen celtas, galos o lucha-

    dores de catch. Beben cerveza en jarros cermicos esmaltados, estampados con el

    gallo de Deportivo Morn. Filetean los restos una pata de jamn de jabal con un cu-

    chillo demasiado pequeo para tal menester. En el sector central un hombre bebe

    ginebra y golpetea el vaso contra la tabla.

    _ Eh, usted! No se haga el desentendido, acrquese.

    _ Se trata de C. Pellegrini, mi antiguo compaero de aventuras. Tiene la barba algo

    crecida, una musculosa que dice Cambori sol e mary un pantaln con tiradores.

    Sobre la mesa, adems del tubo marrn de ginebra y los vasitos, reposan una pava,

    un mate y un elefante cermico con carozos de aceituna en su interior.

    _ Esperamos a alguien. Vaya sirvindose una copita.

    Salud.

    _ Salud.

    _ No tuve oportunidad de agradecerle.

    _ No es necesario.

    _ Hu como una rata.

    _ Estaba maniatado y con la cabeza cubierta por una bolsa de arpillera.

    _ Gracias de todos modos.

    _ El peligro haba cesado en ese momento, no fue tan heroico mi desempeo.

    _ Igual, de sto, muzarella3. Se supone que me liber valientemente luego de un

    enfrentamiento desparejo.

    _ Como quiera, me da igual.

    _ Yo soy dueo de este local. Puede elegir lo que guste. Eso incluye todo excepto al

    tipo que pasa el lampazo y a m, por su puesto.

    3De eso no se habla.

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    _ As estoy bien.

    _ Comunqueselo a su cara, entonces. Afloje un poco, sonra.

    Mire, ah llegan. Estos gringos no son santos de mi devocin. A decir verdad, me ca-

    en medio como la mierda, sabe? Pero as son las reglas.

    _ Qu dice buen amigo? Capitn Morris! Teniente Flichner!

    _ Veo que combustible no falta Se han puesto al tanto de las novedades?

    _ No hubo tiempo.

    _ Perfecto. Mire. Aqu, con el amigo Carlos, hemos estrechado un pacto de buena

    voluntad. Zanjamos diferencias y colocamos los objetivos comunes blanco sobre ne-

    gro. Las aguas bajaron pero la tarea no est completa. Hay que revolver un poco

    ms el avispero, generar maniobras de distraccin, sacudir y despabilar.

    Shock en formato publicitario. Puestas en escena con derivaciones inducidas.

    Fjese que interesante diseo: Un u, un yak, y un buey, por la escalera mecnica de

    un subterrneo, en hora pico, o de un shopping, o de lo que sea, caminando al revs.

    Peinando a contrapelo del sentido de avance de la gente. Subiendo por la escalera

    que baja, sin escapatoria. Como una suelta de toros sin toros. Animales que parecen

    toros pero no se comportan como tales. El yak y el buey son mansos, pero imponen-

    tes. Generan un golpe de efecto que desconcierta y genera pnico. Imagine una es-

    tampida humana huyendo despavorida mientras nosotros desde un pedestal arroja-

    mos objetos de merchandising con un can lanza panfletos. Algunos se detendrn arecoger su mercanca mientras otros no lo hacen, tropiezan, el pavor aumenta, el u

    galopa atontado, aparecen las brigadas y controlan la situacin. Es el momento en

    que, de la nada, entran en escena oradores reconocidos por la gente proclamando

    mensajes apocalpticos desmesurados y soluciones apcrifas. Una accin conjunta

    desencadenada en diversos puntos del pas. Todas en el mismo momento. Un regue-

    ro certero y ensayado.

    Imagnese un sptimo de la poblacin activa de langostas acarreadas en camiones

    refrigerados y liberadas en la Plaza del Can. Al recuperar su temperatura corporalcomenzarn a aletear. Un vibrante zumbido comparable en volumen sonoro con el de

    un generador elctrico descomunal. Cualquiera a mil metros a la redonda podra es-

    cucharlas. Y luego, a volar, pequeas! Una gigantesca nube verde despoja a La Ma-

    tanza4 de brotes, flores y retoos.

    Un ejrcito de cocineros, con tablas y cuchillos, cortando en cuadraditos toneladas de

    olluco para luego cargarlas en aviones fumigadores que lo escupirn en forma gra-

    dual sobre el hipdromo de Palermo, en plena carrera.

    4Partido populoso de la provincia de Buenos Aires, Argentina.

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    Una convencin internacional de mimos, aqu en Ciudadela. Ocho mil tipos con sus

    caras blancas formando un crculo silencioso. El cubo de cristal virtual ms grande

    que el mundo haya visto, aqu, en el partido de Tres de Febrero. Msica tenue de

    Vangelis, sincronismo total. _ Morris extiende sus brazos y en sorna simula un violn

    virtual.

    _ Gente conmovida y, de pronto, una bandada de harpas entrenadas destruye el

    vidrio imaginario y caga a picotazos a los artistas. Ese es un golpe de efecto! Adjudi-

    camos el acto a algn grupo de intolerantes inescrupulosos, los sealamos y a la pi-

    cota.

    Tengo ms, escuche, esto es descomunal. Arrancamos de cuajo el obelisco y coloca-

    mos en su lugar un bidet gigantesco. A una determinada hora del da, en lugar de

    agua, comenzar a expeler desechos tecnolgicos. Transistores quemados, capacito-

    res, astillas de Micarta5, etctra. Sentirn que sufren en carne propia el efecto devas-

    tador de los residuos que ellos mismos generan. Un feedback6 con tinte ecologista y

    culposo, seguido de una represalia con ltigos luminosos de fibra ptica.

    El veneno y el contraveneno. Dosis justas, complementarias y contrapuestas. Un re-

    curso antiguo pero vigente.

    _ Yo a sta no me subo. _ Opone terminantemente Hookson.

    _ Pero qu dice, Hookson? _ Morris, con los ojos inyectados de furia, toma una pava

    y la coloca frente a s con tal vehemencia que la tapa cae y rueda por el piso de ma-

    dera encerada.

    _ Fjese, sta es una pava y sta es mi mano, la ve? Los dedos estn ms cerca y

    parecen ms grandes. Es una deformacin ptica, pero es lo que se ve. Es la reali-

    dad, la verdad, lo que los ojos perciben y el sistema nervioso procesa y acepta como

    real. Entonces, mi mano es ms grande que mi cabeza para quien slo conoce el

    mundo a travs de la pava.

    Ahora me aproximo. Mi nariz es enorme y mi aspecto deforme Quin es esa perso-

    nita que asoma por detrs?, un muequito de torta?, un alfeique? Usted es as

    de minsculo frente a los dems? Se reconoce en la convexidad y el azar del reflejo

    de la pava?

    Es realmente usted? As quiere que lo vean? Con este dedito lo oculto y si le agre-

    go este otro lo vuelo de una patada en el culo.

    No me haga rer, usted es poca cosa. Si se suma a nosotros va a adquirir cierto po-

    der y si se aleja no resta. No opera de contrapeso.

    5Laminado fenlico utilizado en plaquetas electrnicas.

    6Retroalimentacin.

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    Usted, en definitiva, no es nadie sin nuestro reconocimiento. Nos necesita para po-

    sarse frente a la pava en una ubicacin medianamente relevante. Para ser alguien

    de una vez por todas, carajo! Puedo ofrecerle un ingreso fijo, un plus por objetivos

    realizados, obra social, beneficios, contactos. Cosas con las que ni siquiera se atrevi

    a soar.

    No sea tan obcecado, hombre. Usted es una cebra oculta entre los caballos. Una ce-

    bra toda negra, sin rayas, completamente al pedo.

    Le pido disculpas si fui grosero. Me trastorna contemplar la dilapidacin de tamaa

    oportunidad.

    _ El hombre se las rebusca con el acorden a piano. _ Acota Carlos P. encorvado en

    el respaldo de su silla.

    _ Qu relevancia puede tener eso, Carlos? Ese es tu bocadillo?

    _ Deca, es algo.

    Hookson, sin pedir permiso, se acerca a la pava y juguetea absorto. Hace muecas,

    muestra los dientes, entrecierra los ojos, se acerca, se aleja. La chapa curva de acero

    inoxidable le devuelve el rostro de Aquaman, sus rizos dorados, sus globos oculares

    del color de la piel, el fondo del burdel, una mujer semidesnuda que depila sus bra-

    zos con cera verde ingls y un barman que hurga en su nariz y observa la yema al

    retirarla.

    El capitn hace bosquejos sobre un papel encerado. El teniente dormita y se bambo-lea en su asiento. El vaivn hace que se desestabilice y caiga.

    Hookson voltea y pregunta.

    _ Usted que pito toca ac, Carlos?

    _ Hookson, controle sus expresiones. _ Regaa Morris mientras ayuda a Flichner a

    reincorporarse.

    _ Djelo, Capitn. El hombre est confundido.

    Yo soy la conexin local, el enlace con los grupos de presin.

    _ Grupos de choque?

    _ Presin econmica y poltica. Empresarios, instituciones. Gente que mueve los hilos

    annimamente.

    _ Y los vende al mejor postor?

    _ Usted intenta atacarme con halagos. Ve que diferentes son nuestros puntos de

    vista?

    _ Usted no tiene escrpulos. _ Sentencia Hookson.

    _ Usted entonces no nos sirve.

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    _ Dejalo, Carlos. Que muerda la mano que lo alimenta. Ya va a venir, cortito y al pie.

    Sacalo de mi vista o le pego un tiro.

    Sos sordo, adems de gil? _ Infiere Morris golpeando con sus dedos la oreja izquier-

    da de Hookson.

    _ Estn desquiciados, todos ustedes.

    _ Ah, porque vos sos el semblante vvido de la cordura, pedazo de estpido.

    And. Vamos a ver hasta donde llegs solo. _ En cuestin de segundos, Hookson se

    esfuma tras la puerta verde.

    Del otro lado, opaca, se escucha las voz del capitn, propiciando amenazas contra la

    integridad fsica de las tres o cuatro personas con las que pudieron vincular al nativo

    de Guayana, entre las que figuran, claro est, Hamukuro y su madre.

    Hookson monta la bicicleta y huye zigzagueante entre los autos. Toma la calle JuanB. Justo hasta la avenida General Paz y de ah hasta el puente Saavedra. Dobla en

    Maip y apela a su memoria para encontrar un atajo que lo conduzca al ro.