98452274-Tolstoi-L-Anna-Karenina-1875-1877

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  • Len To l s t o i

    Ana Ka re n i n a

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  • I N D I C E

    P G I N APRIMERA PA R T E 4SEGUNDA PA R T E 9 9TERCERA PA R T E 1 81C U A R TA PA R T E 2 4 6Q U I N TA PA R T E 3 2 5S E X TA PA R T E 41 3SPTIMA PA R T E 4 9 5O C TAVA PA R T E 5 9 7

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  • PRIMERA P A R T E

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  • Me he re s e rvado la ve n g a n z a ,dijo el Se o r.

    I

    Todas las familias dichosas se parecen entre s, del mismo modo que todaslas desgraciadas tienen rasgos peculiares comunes.

    En casa de los Oblonsky reina un completo trastorno. Al enterarse laesposa de que el marido sostena relaciones amorosas con una francesa quehaba sido institutriz de sus hijos, le haba manifestado que no poda seguirviviendo con l bajo el mismo techo.

    Haca ya tres das que se haba originado esta situacin, que gravitabac ruel y despiadadamente no slo sobre el matrimonio, sino tambin sobrelos dems miembros de la familia e incluso sobre la serv i d u m b re. Deudos ycriados se daban clara cuenta de que su vida en comn ya no tena justifica-cin y se decan que las personas que se encuentran por casualidad en un hotelestaban ms unidas que ellos. La seora no sala de su habitacin; el maridopasaba el da fuera de casa desde haca ya tres; los nios correteaban por todasp a rtes, sin objeto ni nadie que los vigilara; la institutriz inglesa, tras una dis-puta con el aya haba escrito cuatro letras a una amiga suya, rogndole que lebuscara una nueva colocacin; el cocinero ya haca ve i n t i c u a t ro horas quehaba dejado la casa; el cochero y la muchacha de la limpieza haban pedidoque se les abonase el salario.

    Tres das despus del altercado con su esposa, el duque Esteban Arc a-dievitch, o St i va, como solan llamarle sus amigos de la alta sociedad, sed e s p e rt a la hora de costumbre, es decir, a las ocho; pero no en la alcoba con-yugal, sino sobre el blando sof de su despacho. El Duque hizo dar mediavuelta a su bien cuidada humanidad, abraz cariosamente la almohada ya p oy en ella fuertemente la mejilla, como si quisiera vo l ver a dormirse...Pe ro, de repente, se irgui, se sent en el borde del sof y abri los ojos.

    Cmo ha sido? se pregunt, tratando de re c o rdar su sueo. Ah,s! Alabn daba un banquete en Darmstadt... No, no era en Da r m s t a d t ,sino all, en el Nu e vo Mu n d o... Ya, ahora comprendo! Es que, en mi sueo,Darmstadt estaba en Amrica... Alabn ofreca la comida en mesas de cris-

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  • tal... Unas mesas que cantaban...! Il mio tesoro. . . ? S, y tambin algo much-simo mejor... Y haba unas garrafas de finsimo cristal que parecan muje-re s . . .

    Los ojos de Esteban Arcadievitch brillaban alegremente mientras ibare m e m o r a n d o. Tras un bre ve parntesis, se ensimism de nuevo con unaligera sonrisa en los labios... Se encontraba uno tan bien, tan sumamentebien all...! Haba en aquel lugar otras muchas cosas magnficas, pero que nose podan precisar con el pensamiento ni describir con palabras...

    Al adve rtir que se filtraba un rayo de sol entre las cortinas de terc i o p e l o ,a p oy los pies en el suelo, busc y encontr sus zapatillas recamadas de oro( regalo de su cara mitad el da de su cumpleaos) y, siguiendo una costum-b re de nueve aos, sin terminar de levantarse tendi la mano hacia el lugardonde, de hallarse en la alcoba nupcial, habra encontrado su bata...

    Entonces re c o rd el motivo de que no se hallara en el lecho conyugal,sino en el sof de su despacho, y la sonrisa desapareci de sus labios y en sue n t recejo apareci una arru g a .

    Oh . . . !Y empez a refunfuar al re c o rdar lo sucedido y en su imaginacin re s u r-

    g i e ron los detalles del altercado que haba sostenido con su esposa, su situa-cin sin salida posible y esto era lo que ms le atormentaba su pro p i ac u l p a .

    Ella no me perdonar nunca: no puede perdonarme... Y lo peor es quetoda la culpa es ma; si, ma... Y, sin embargo, yo no me creo culpable... Estodo un problema... Ah! gimi, desesperado, re c o rdando los momentosms amargos de la disputa.

    El instante ms ingrato haba sido aquel en que, al re g resar del teatro, ale-g re y satisfecho y con una hermosa pluma para obsequiar a su mujer, no laencontr en el saln, ni en el despacho, y, finalmente, la hall en el dormi-torio con el fatdico billete amoroso en la mano.

    Qu significa esto? le pregunt ella mostrndole la funesta misiva .Como suele suceder, Esteban Arcadievitch, al re c o rdar la escena, senta

    menos pesar por las causas que haban motivado el incidente que por la re s-puesta que haba dado a las palabras de su mujer.

    Le ocurri lo que les ocurre a todos los que se ven sorprendidos en algnacto vil y deshonro s o. No supo ajustar la expresin de su ro s t ro a las nueva sc i rcunstancias surgidas entre l y su mujer tras el descubrimiento de laa ventura. En vez de mostrarse ofendido, de negar, justificarse, pedir per-dn, presentar excusas, incluso permanecer indiferente (todo habra sido pre-

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  • ferible a que hiciera lo que hizo), su cara adopt invo l u n t a r i a m e n t e( Manifestacin refleja del espritu, pens Esteban Arcadievitch, que era unenamorado de la fisiologa) una expresin alegre y dej escapar su acostum-brada sonrisa de bondad, que en aquel momento resultaba sumamente tontae inoportuna. Esta sonrisa fue lo ms imperdonable. Al verla, Do l l y, su esposa,se estremeci como bajo los efectos de algn dolor fsico, solt un torre n t ede palabras dursimas con su caracterstica fogosidad, sali de su habitacindando un estruendoso port a zo y desde aquel momento se neg a ver a sum a r i d o.

    Toda la culpa la tiene mi desdichada sonrisa se dijo Esteban Arc a-dievitch. Y aadi con creciente desesperacin: Pe ro qu hay que haceren un caso as?

    I I

    Esteban Arcadievitch era un hombre recto, incapaz de engaarse a smismo tratando de convencerse de que deba sentir re m o rdimiento por suconducta. Le era absolutamente imposible arrepentirse siendo como eraun hombre guapo y enamoradizo, y teniendo tan slo treinta y cuatro aosde haber dejado de adorar a su esposa, ms joven que l, pero ya madre desiete hijos, dos de los cuales haban pasado a mejor vida. Slo una cosa lepesaba, y era no haber sabido ocultar la ve rdad a su mujercita. Si nembargo, l se senta abrumado por la situacin y experimentaba una pro-funda compasin hacia s mismo, hacia su esposa y hacia sus hijos. Si hubiesesabido el efecto que podan producir a su mujer, habra tenido ms cuidadoen ocultar sus pecadillos. Era una cuestin que jams se haba presentado cla-ramente ante ellos. Y hasta le haba parecido que Dolly se haba dado cuentade que l tena sus cosillas, sus infidelidades, y las dejaba corre r. Tambin lhaba credo que ella, envejecida, cansada, ya un tanto fea e incapaz de des-tacar como mujer en ningn aspecto, a la vez que esposa humilde y madree j e m p l a r, deba de ser tolerante en extre m o.

    Y haba resultado todo lo contrario.Es terrible, terrible! se deca Esteban Arcadievitch tratando en va n o

    de encontrar una solucin. Tan bien como iba todo... ! Ella viva en pazy feliz con sus hijos y yo le daba libertad absoluta en las cosas del hogar... Esuna pena que esa otra mujer haya sido institutriz de nuestros hijos. Eso deandar detrs de una seorita de compaa que sirve en la propia casa de

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  • uno es bastante vulgar y ord i n a r i o... Pe ro qu mujer...! Se haba acord a d ode pronto de los negros ojitos de la seorita Roland y de su pcara son-risa. Bien sabe Dios que mientras estuvo en casa no me permit la menorl i b e rtad... Y lo peor del caso es que ella est... Ni que lo hubiera hecho a d rede... Ay, Dios mo...! En fin, qu le vamos a hacer?

    Slo haba una solucin; slo una respuesta tiene la vida para todas lasp reguntas, por difciles que sean. Y la respuesta es dejarse llevar de las exi-gencias de la vida, es decir, olvidarlo todo.

    Ol v i d a r... El olvido mediante el sueo era ya imposible, por lo menosdurante el resto del da... Ya no poda vo l ver a or la msica que cantabanlas escanciadoras. Era, pues, preciso aturdirse, convirtiendo la vida en algop a recido al sueo.

    Ya ve remos, se dijo Esteban Arcadievitch levantndose. Se puso su batagris con adornos de seda azul, se at los cordones, hizo una aspiracin consus potentes pulmones, que se dilataron en su ancho pecho, y, con el pasofirme y seguro que constitua uno de los rasgos de su personalidad y que dabagracia y soltura a su vigoroso cuerpo, se acerc a la ventana, apart la cort i n ay puls el timbre. Al momento se present Ma t vei, su criado y hombre deconfianza, con la ropa y un telegrama. Detrs de l entr el barbero, con todoslos tiles de afeitar.

    Hay algo del juzgado? pregunt Esteban Arcadievitch cogiendo eltelegrama y sentndose ante el espejo.

    Hay algo que he dejado sobre la mesa repuso Ma t vei fijando ensu seor una mirada escrutadora. Y aadi con una sutil sonrisa: Algo queenva la casa de coches de alquiler.

    Esteban Arcadievitch no respondi. Se limit a mirar a Ma t vei a travsdel espejo. De las miradas que se cru z a ron era fcil deducir que se com-p rendan el uno al otro sin necesidad de hablarse.

    La mirada de Esteban Arcadievitch pareca significar: A qu viene eso? No sabes todo lo que hay sobre el asunto?

    Ma t vei, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y los pies ligeramenteseparados, dirigi a su seor una mirada silenciosa y llena de indulgencia.

    Le he dicho que vuelva el domingo, a fin de que no le molesten enbalde dijo en el tono del que ya tiene preparada la re s p u e s t a .

    Esteban Arcadievitch se dio clara cuenta de que Ma t vei tena ganas deb romear y de llamar la atencin.

    Abri el telegrama, lo ley, adivinando, como de costumbre, las slabase q u i vocadas, y en su ro s t ro se reflej una expresin de jbilo.

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  • Ma t vei! Maana llega mi hermana Ana Arcadievna exclam, dete-niendo la mano del barbero, que ya iba a acometer su rubia y sedosa barba.

    Magnfico! respondi Ma t vei, demostrando que comprenda per-fectamente la importancia de este viaje ya que Ana Arcadievna, la hermanap redilecta de Esteban Arcadievitch, poda contribuir eficazmente a la paci-ficacin del matrimonio. Y pregunt: Sola o con su esposo?

    Esteban Arcadievitch no poda hablar, pues el barbero le estaba afeitandoel labio superior, y levant un dedo. Ma t vei movi la cabeza mirando al espejo.

    Sola dijo. Y pregunt: Preparamos la habitacin del ltimo piso? Pregntaselo a Dara Alejandrovna; que lo decida ella.A Dara Alejandrovna? interrog Ma t vei en tono de duda. Ya lo has odo. Toma el telegrama, llvaselo y ve remos lo que dice. Qu i e re tantear el terreno, pens Ma t ve i .Y dijo en voz alta:As lo har, seor.Esteban Arcadievitch, ya lavado y peinado, se dispona a vestirse cuando

    re g res Ma t vei, andando lentamente y pisando con cuidado. En su manose vea el telegrama. El barbero se haba marchado ya.

    Dara Alejandrovna me ha ordenado que le diga que ella se marc h ay que l.... es decir, usted, haga lo que le parezc a .

    Y Ma t vei sonrea, aunque solamente con los ojos, con las manos en losbolsillos, la cabeza inclinada hacia un lado y la mirada fija en su seor.

    Esteban Arcadievitch guard silencio unos instantes. Luego una son-risa llena de bondad e indulgencia apareci en su ro s t ro.

    Qu te parece, Ma t vei? dijo moviendo la cabez a . Bah, ya entrar en razn! Que entrar en razn?S, seor. De veras lo crees? Y pregunt de pronto, al or el roce de un ve s-

    tido de mujer detrs de la puerta: Quin anda ah? Soy yo, seor respondi una voz fuerte y agradable. Y en seguida

    a p a reci Matriena Fi l i m o n ovna, el aya de los nios, con su ro s t ro marc h i t oy austero.

    Qu hay, Matriena? pregunt Esteban Arcadievitch yendo hacia ella.A pesar de que l reconoca que era el nico culpable del disgusto que

    haba tenido con su esposa, todos los habitantes de la casa, sin excluir aMatriena, a quien Dara Alejandrovna trataba como a una amiga ntima, esta-ban de su part e .

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  • Qu ocurre? volvi a preguntar en un tono de abatimiento. Vaya usted a verla, seor, y re c o n o zca su culpa. Quiera Dios que todo

    se arregle. La seora est desesperada. Su f re horriblemente. Pena da mirarla....pena y compasin. Todo anda trastornado en la casa. Tenga piedad de losnios y vaya a pedirle perdn! No debe dejar de hacerlo.

    No querr re c i b i r m e . Usted haga lo que debe hacer, seor. Dios es misericord i o s o. Rece para

    que le ayude... Bueno, bueno; lo har accedi Esteban Arcadievitch sonro j n d o -

    se. Trae la ropa aadi dirigindose a Ma t vei y mientras se quitaba labata con un gesto lleno de energa y decisin.

    Ma t vei, que tena ya preparada la camisa de su amo, soplaba en la pecheraunas partculas de polvo inexistentes. Luego, con visible satisfaccin, ayuda su dueo a ve s t i r s e .

    I I I

    Ya vestido, Esteban Arcadievitch se perfum, se arregl las mangas dela camisa, re p a rti por sus bolsillos, con una ligereza hija de la costumbre, losc i g a r ros, la cartera, los fsforos y el reloj de doble y gruesa cadena. De s p u ssacudi el pauelo y ech en l unas gotas de esencia. Entonces se sinti lim-pio, perfumado, rebosante de salud y alegra..., por lo menos de una alegraexterna. Acto seguido se dirigi al comedor, donde ya le esperaban el caf,el correo y los papeles del juzgado.

    Despus de leer la correspondencia, cogi los documentos judiciales.Ech una rpida ojeada a los asuntos ms urgentes, hizo algunas anotacionescon lpiz rojo y luego empez a sorber el caf, mientras abra el peridicode la maana, algo hmedo todava, y empezaba a leerlo.

    Esteban Arcadievitch compraba un peridico liberal, no muy ava n z a d o ,p e ro s de las tendencias que pre f i e re la mayora del pblico. No le intere s a b arealmente la poltica, ni tampoco las artes ni las ciencias; pero se inclinabapor las opiniones de la mayora de la gente y de su prensa, porque se adap-taban mejor a su manera de vivir. El partido liberal sostena que todo andabamal en Rusia, y Esteban Arcadievitch estaba abrumado de deudas y no tenad i n e ro. El partido liberal presentaba el matrimonio como una cosa anticuada,pasada de moda, que haba que re f o r m a r, y la vida matrimonial tena paraEsteban Arcadievitch muy pocos alicientes...

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  • Cuando termin la lectura y la segunda taza de caf acompaada dek a l a t c h y mantequilla, se levant, sacudi las migas de pan que le haban cados o b re la pechera de la camisa y sonri, dilatando su ancho pecho, no por-que en su espritu hubiera nada de alegra, sino porque estaba satisfecho desu salud y de la facilidad de sus digestiones.

    Sin embargo, aquella sonrisa le re c o rd muy pronto sus disgustos con-yugales y empez a re f l e x i o n a r.

    En esto, las voces argentinas de dos nios (Esteban Arcadievitch re c o-noci al punto las de Gricha, el menor de sus hijos, y Tania, la primog-nita) se dejaron or al otro lado de la puerta. Iban arrastrando algo y lo aca-baban de vo l c a r.

    Ya te deca yo que en el techo de los vagones no se pueden poner losp a s a j e ros! grit la nia. Ahora los tienes que re c o g e r !

    Todo anda manga por hombro, pens Esteban Arcadievitch. Los nioscampan por sus re s p e t o s .

    Se acerc a la puerta y les llam. Ellos soltaron la caja que haca lasveces de tren y entraron a ver a su padre .

    La nia, que era la preferida de Esteban, irrumpi en la habitacin, echlos brazos, riendo, al cuello paternal y all qued colgada feliz al percibir eltan conocido perfume de aquella barba. Por fin, y despus de haberle besadoen la cara, un tanto enrojecida debido a la forzada postura del cuerpo, peroradiante de cario, la nia abri los bracitos con que le tena aprisionado eintent marcharse. Pe ro Esteban la detuvo.

    Qu hace tu madre? le pregunt, a la vez que acariciaba su tiernoc u e l l e c i t o. Y al ver a su hijo, que acababa de entrar para saludarle, como suhermana, le sonri . Hola, Gricha! Buenos das.

    Esteban reconoca que quera menos al nio, pero procuraba mostrarseigualmente amable con los dos. Sin embargo, Gricha se daba cuenta de todoy no respondi con otra sonrisa a la fra y forzada de su padre .

    Mam? Ya se ha levantado respondi la nia.Esteban Arcadievitch lanz un suspiro. Eso significa que no ha dormido

    en toda la noche, pens.Y qu? pregunt. Est contenta?La nia saba perfectamente que su padre y su madre haban tenido algu-

    nas desavenencias, que su madre no poda estar de buen humor y que su padrelo saba, aunque quera aparentar que lo ignoraba, por lo cual le haba hechoaquella pregunta en tono ligero. Se sonroj por su padre, y ste, compre n-dindolo, se ruboriz a su vez .

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  • No s repuso Tania. No nos ha obligado a estudiar. Nos ha man-dado a dar un paseo con miss Gull hasta casa de la abuelita.

    Bien, hijita; ya te puedes marc h a r... No, espera un momento exc l a m al mismo tiempo que la retena y empezaba a acariciar la tierna manecita.

    Cogi de la repisa de la chimenea una caja de bombones, sac de ella dosde los que ms le gustaban uno de chocolate y otro de crema y se los dio.

    ste para Gricha, ve rdad? pregunt Tanla, mostrando el de c h o c o l a t e .

    S, s.Volvi a acariciarla, la bes en el cabello y en el cuellecito y la dej salir. El coche est a punto dijo Ma t vei. Y, adems, ah fuera hay

    una seora. Hace mucho tiempo que espera? Una media hora. Cuntas veces te he de decir que me avises en seguida? El seor tena que desayunarse respondi Ma t vei en un tono fami-

    liar que haca imposible que se le ria. Bueno, hazla pasar en seguida dijo Oblonsky frunciendo las cejas

    con un gesto de disgusto.La solicitante era la esposa del capitn Kalinn y peda una cosa imposi-

    ble y absurda. Sin embargo, Esteban Arcadievitch, siguiendo su costumbre ,la hizo sentar, la escuch con atencin y sin interrumpirla, le dio un pru d e n t econsejo y, con su clara, elegante y correcta caligrafa, escribi una tarjeta derecomendacin para cierta persona que poda ayudarla.

    Despus de despedir a la esposa del capitn, Oblonsky cogi el sombre ro ;p e ro, de pronto, se detuvo pensativo, tratando de re c o rdar si se le haba olvi-dado algo import a n t e .

    Result que no se le haba olvidado nada, excepto lo que deseaba olvi-dar: su esposa.

    Ah, s! exclam. E inclin la cabeza mientras su hermoso ro s t rocobraba una expresin de tedio y tristez a .

    Despus se pregunt si deba o no ir. Una voz interior le deca que debaevitar aquella entrevista, de la que no caba esperar ms que falsedad y fic-cin; que reanudar las buenas relaciones con su esposa era imposible, tanimposible como que ella cobrase un nuevo atractivo que le indujera a amarla,o como que le convirtiera en un anciano incapaz de enamorarse. S, falsedady ficcin era lo nico que poda esperar de aquella visita, y ambas cosaschocaban con su manera de ser.

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  • Sin embargo, alguna vez hay que dar este paso se dijo, pro c u r a n d ol e vantar su abatido nimo, pues esto no puede quedar as.

    Dilat su pecho, sac un cigarrillo, lo encendi, dio dos o tres chupadas,lo deposit en un bello cenicero de ncar y acto seguido, con paso rpido,a t r a ves el saln y abri la puerta de la alcoba de su mujer.

    I V

    Dara Alejandrovna, con su sencillo vestido de blusa, sus finos cabellost renzados y recogidos en la parte de atrs con horquillas (en sus buenos tiem-pos este cabello haba sido abundante y hermoso), sus bellos ojos que pare-can mayo res por contraste con sus demacradas mejillas, estaba en pie entreun sinfn de objetos esparcidos en desorden por la habitacin, y ante el arma-rio abierto, del cual segua sacando cosas.

    Al or los pasos de su esposo, se detuvo y mir hacia la puerta haciendoenormes pero intiles esfuerzos por dar a su semblante una expresin seve r ay despectiva. Se daba cuenta de que su presencia la acobardaba, de que temae n f rentarse con l.

    En aquel momento estaba ocupada en un trabajo que llevaba tres dastratando de hacer: recoger sus cosas y las de sus hijos para llevrselas a casa desu madre. Pe ro no acababa de decidirse. En aquella ocasin, como en los tre sdas anteriores, Dara Alejandrovna se deca que la cosa no poda quedaras, que tena que hacer algo, que deba castigarle, humillarlo, vengarse de l,aunque slo le devolviese una mnima parte del dolor que l le haba causado.Insista en que quera marcharse, pero se daba cuenta de que esto era impo-sible, y lo era por la sencilla razn de que no consegua amoldarse a la idea deque l ya no era su esposo y de que ella ya no le amaba

    Al ver a su marido, Dolly introdujo las manos en un cajn del armario,fingiendo buscar alguna cosa, y slo cuando lo tuvo a su lado lo mir fran-camente, como si hasta entonces no se hubiera fijado en l. Pe ro, en vez dela expresin severa con que haba decidido recibirle al vo l verse hacia l, suplido ro s t ro slo reflejaba dolor y desaliento.

    Dolly! murmur l, humilde y sumiso. Y hundi la cabeza en losh o m b ros, esforzndose por dar a su semblante una expresin de arre p e n t i-m i e n t o. Pe ro no lo consigui, sino que, bien a pesar suyo, su ro s t ro siguireflejando salud y frescura juve n i l .

    Ella le mir de pies a cabeza con rpida ojeada y se dijo: Se siente feliz.

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  • En cambio, yo Ah! odio esa bondad suya que todos alaban y apre c i a n . . . Y su boca se torci ligeramente y su mejilla derecha empez a temblar demodo imperceptible mientras se repeta: Esa bondad...!

    Qu desea usted? pregunt con voz tan enrgica que no pareca la suya. Dolly! dijo l con voz trmula. Ana llega hoy.Y qu? vocifer ella. Yo no puedo re c i b i r l a . Oh, Dolly! Debes hacerlo. . .Vyase, vyase! exclam Dara sin mirarlo y con el gesto del que

    s u f re un cruel dolor fsico.Esteban Arcadievitch poda permanecer re l a t i vamente tranquilo cuando

    pensaba en su mujer y creer que, como deca Ma t vei, todo se arreglara; tam-bin le era posible tomar tranquilamente su caf y leer su peridico. Pe roahora, al ver la expresin de fatiga y sufrimiento del ro s t ro de su esposa yor aquella voz llena de amargura, se le cort la respiracin, algo le subi ala garganta y se le llenaron de lgrimas los ojos.

    Dios santo!, qu he hecho? Oh, Dolly; yo...! pero no pudo con-tinuar: se lo impidi un sollozo.

    Ella cerr el armario y se qued mirndole. Do l l y... Qu puedo decirte...? Slo esto: perdname... Nu e ve aos

    de fidelidad bien pueden borrar unos minutos..., slo unos minutos...Ella baj los ojos, escuchando, esperando sus palabras... Pa re c a

    suplicarle que la convenciera de que deba rectificar la opinin que tenade l.

    S, unos minutos, unos instantes de flaqueza en que uno se deja arras-t r a r... consigui decir al fin; pero no pudo continuar, porque Do l l y, al orestas palabras, se estremeci como si hubiera recibido un alfilerazo, mientrassus labios y su mejilla derecha empezaban a temblar nerv i o s a m e n t e

    Fuera, fuera de aqu! grit levantando la voz an ms queantes. No quiero orle hablar de sus indecentes flaquez a s !

    Dicho esto, Dara Alejandrovna intent salir del aposento; pero setambale y hubo de apoyarse en una silla. Su ro s t ro se transfigur, suslabios se contrajeron y sus ojos se llenaron de lgrimas.

    Dolly! exclam Esteban sollozando. Por Dios, piensa en losnios! Ellos no tienen la culpa de lo que ha pasado. Estoy dispuesto a todo.Re c o n o zco que soy culpable y que mi conducta no tiene justificacin posi-ble. Pe rdname Do l l y, perd n a m e !

    Ella se dej caer en la silla, y l, al or su respiracin fatigosa y anhe-lante, la compadeci profundamente. Dolly intent varias veces hablar, pero

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  • no pudo. l esperaba. Al fin, ella logr decir una de las frases que haba pre-parado cuidadosamente los ltimos das.

    T slo te acuerdas de los nios cuando los necesitas para jugar. Yo ,en cambio, pienso en ellos siempre, y ms ahora que los veo perd i d o s .

    Le tuteaba. l fij en ella una mirada de gratitud y se inclin para besarlela mano. Pe ro ella lo rechaz con un gesto de asco y despre c i o.

    Pienso en los nios y har lo imposible para salvarlos; pero an notengo nada decidido: no s si llevrmelos lejos de su desdichado padre o dejar-los con l, con ese padre desnaturalizado... Y ahora dgame usted si, despusde lo que ha pasado, podemos seguir viviendo en la misma casa. Dgame: lep a rece que esto es posible? insisti, levantando la voz cada vez ms. Loc ree as, despus de que mi esposo, el padre de mis hijos, entabla re l a c i o n e sa m o rosas con la institutriz de esas mismas criaturas?

    Pe ro qu puedo hacer yo, querida, qu puedo hacer? re p l i c Esteban Arcadievitch, desconsolado, sin saber lo que deca y bajando msan la cabez a .

    Me da usted asco! grit ella con furor creciente. Sus lgrimas sonagua pura. Usted nunca me am. Usted no tiene honor ni sensibilidad. Merepugna. Es un extrao para m. S, un extrao!

    Y Dara repiti con dolor y odio esta palabra tan cruel para ella.l la miraba sorpre n d i d o. El odio que reflejaba aquel semblante le inquie-

    taba y extraaba. No comprenda que el motivo de aquella irritacin era lacompasin que l le estaba demostrando. Ella vea en l piedad, pero no amor. Ella me odia y no me perdonar nunca, pens Esteban.

    Es terrible! Es terrible! exc l a m .En este momento se oy el llanto del menor de los nios en la habita-

    cin contigua. Dara Alejandrovna aguz el odo y su cara cobr una expre-sin tierna y dulce. Pa reci vo l ver a la realidad. Titube un instante, como sino supiera qu hacer, y, al fin, se levant y se dirigi a la puert a .

    Ama a su hijito pens l al adve rtir el cambio que se haba operadoen el semblante de Dara cuando oy llorar al nio, es decir, a mi pro p i oh i j o. Cmo es, pues, posible que me odie a m?

    Do l l y, un momento suplic, siguindole. Si me sigue usted, llamar a los sirvientes y a los nios para que sepan

    todos que es usted un malvado! Me marchar hoy mismo y usted podr viviraqu con su amante!

    Y, dicho esto, sali, cerrando violentamente la puert a .Esteban Arcadievitch lanz un suspiro, se enjug la frente y sali del apo-

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  • sento, cabizbajo. Ma t vei cree que todo se arreglar; pero cmo...? se ibadiciendo. Yo no tengo la menor esperanza... Esto es horrible... ! Y qumanera de gritar...! Cunta vulgaridad y cunta tontera! Y, al pensar esto,Esteban Arcadievitch re c o rdaba las palabras desnaturalizado y amante. Alo mejor, las habran odo los criados... Desde luego, una vulgaridad, unahorrible vulgaridad...

    Esteban Arcadievitch permaneci un momento inmvil. Luego se seclas lgrimas, arque el pecho y sali de la alcoba.

    Ma t vei! grit. Que pre p a ren la habitacin para Ana Arc a d i e v n a ! Bien, seor respondi Ma t vei, llegando.Oblonsky se puso el abrigo de pieles y sali al ve s t b u l o.Comer usted en casa? le pregunt Ma t vei, que le haba seguido. Ya ve re m o s .Sac de la cartera un billete de diez rublos y se lo entre g . Toma. Supongo que tendris bastante. No lo s. Lo que s es que, haya bastante o no, tendremos que arre-

    g l a r n o s .Y cerr la puerta exterior, volviendo a entrar en el ve s t b u l o.En t re tanto, Dara Alejandrovna, despus de calmar a su hijito y dedu-

    ciendo, al or partir el coche, que su marido se haba marchado, volvi a sud o r m i t o r i o. Era ste su nico refugio en medio de los quehaceres de la casa,aquellos quehaceres que la rodeaban y asediaban apenas sala de all. En losb re ves momentos que haba pasado fuera, la institutriz inglesa y el aya lahaban aturdido con mil preguntas urgentes y a las que slo ella poda re s-p o n d e r. Qu trajes deban poner a los nios? Se le poda dar leche al peque-n? Haba que buscar otro cocinero. . . ?

    Dejadme, por Dios, dejadme! haba implorado ella. Y se haba ence-rrado de nuevo en la alcoba.

    Una vez all, se sent en el mismo sitio donde haba estado mientrashablaba con su esposo. Luego cruz sobre el pecho sus enflaquecidas manos,de cuyos dedos se escapaban los anillos, y fue re c o rdando todos los detallesde la conversacin que haba sostenido con Esteban... Se ha marc h a -do se dijo despus. Cmo irn sus relaciones con... esa mujer? La ve r a menudo? Por qu no se lo habr pre g u n t a d o...? Imposible que vo l va m o sa ser lo que ramos... Si me quedo a vivir en esta casa seremos como dos extra-os... S, como dos extraos, y para siempre. Haba formulado enrgica-mente en su pensamiento la palabra extrao, a pesar de lo amarga que erapara ella. Y sigui dicindose: Oh, cmo le amaba! Dios mo, cmo le

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  • amaba...! Y no le sigo amando ahora? No le amo tal vez ms que antes?Lo malo es...

    No pudo completar la frase porque en este momento entr Ma t r i e n aFi l i m o n ov n a .

    Por lo menos dijo el aya, que vayan a buscar a mi hermano. lnos har algo de comida, y as no pasar lo de aye r, que a las seis de la tard elos nios estaban todava sin probar bocado.

    Bien; ahora mismo saldr de aqu y empezar a ponerlo todo en ord e n . Han ido a buscar leche fre s c a ?

    Y Dara Alejandrovna se entreg a sus tareas de ama de casa, ahogandoen ellas su tristeza y sus infort u n i o s .

    V

    Esteban Arcadievitch haba cursado sus estudios con provecho gracias asus dotes de inteligencia e ingenio, pero a causa de su pereza y travesura habasido siempre de los ltimos en clase. Ahora, a pesar de sus escasos mritos,de su juventud y de su vida desordenada, ocupaba un alto cargo de jefe, espln-didamente retribuido, en uno de los juzgados de Mosc. Haba conseguidoesta colocacin por medio del marido de su hermana Ana Arcadievna, AlejoA l e j a n d rovitch Karenina, que ocupaba en aquel entonces uno de los puestosprincipales del ministerio de Justicia. Pe ro, aunque no hubiera contado con laayuda de Karenina, Esteban habra podido obtener, mediante la influencia deun centenar de personas hermanos, primos, tos y tas aquella mismaplaza u otra semejante, con sus seis mil rublos de sueldo anual, dinero que leera muy necesario, pues sus negocios se encontraban en psima situacin, pesea la excelente dote que su esposa haba aportado al matrimonio.

    Esteban Arcadievitch haba nacido en un ambiente de personas degran influencia y elevada posicin social. Medio Mosc y medio Pe t ro-grado estaban emparentados con l o eran amigos suyos. Una tercera part ede las viejas personalidades adictas al Gobierno haban tenido amistad consu padre y a l le conocan desde la cuna; otra tercera parte le tuteaba; y el ter-cio restante lo constituan buenos amigos suyos, lo que quera decir que esta-ban dispuestos a re p a rtirse con l todos los beneficios terrenales: colocacio-nes, arrendamientos, concesiones, etctera.

    A Esteban Arcadievitch le estimaban no slo por su simpata, su bondady su firme honradez, sino tambin porque en su hermoso ro s t ro, de ojos ale-

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  • g res y brillantes, cejas y cabellos negros y tez sonrosada, haba algo amistosoy atrayente para todos los que le trataban.

    Al llegar al juzgado se dirigi a su pequeo despacho seguido de un graveujier que transportaba su cartera, se puso la toga y pas a la sala de sesiones.Los escribientes y toda clase de empleados se pusieron en pie al verlo pasary le saludaron con una franca y jovial sonrisa. Esteban Arcadievitch se diri-gi a su puesto con la diligencia de siempre, estrech las manos de todos y sesent. Gast algunas bromas, habl con unos y con otros sin sobrepasar ellmite de lo prudente y, acto seguido, se enfrasc en el trabajo.

    El secretario se acerc a l, con una expresin alegre y respetuosa al mismotiempo, que era la de todos los que le rodeaban, le present unos documen-tos y dijo en el tono familiar y liberal que el propio Esteban Arc a d i e v i t c hempleaba para darles ejemplo

    Al fin hemos obtenido los informes de la administracin de Pe n z a .Vea usted.

    Menos mal! exclam Oblonsky mientras abra un sobre con eldedo. Bueno, seore s . . .

    Y empez la sesin. Si supieran pensaba con un gesto de preocupacin, a la vez que incli-

    naba la cabeza para or mejor la lectura de los documentos, si supieran lacara de nio travieso que hace media hora pona su presidente... Y sus ojoss o n rean mientras segua escuchando.

    El trabajo continuara sin interrupcin hasta las dos de la tarde. En t o n-ces descansaran y almorz a r a n .

    Pe ro an estaban reunidos cuando alguien abri las grandes vidrierasde la sala y trat de penetrar en ella. Todos los miembros del consejo apro-ve c h a ron la oportunidad para procurarse una momentnea distraccin enmedio de sus graves obligaciones y vo l v i e ron la cabeza. El ordenanza hizo saliral intruso y cerr tras l las encristaladas puert a s .

    Terminado el trabajo, Esteban Arcadievitch se puso en pie, desentume-ci sus miembros y, siguiendo la liberal costumbre de la poca, re p a rti algu-nos cigarrillos. Luego ech a andar hacia su despacho part i c u l a r, acompaadode dos excelentes amigos: el veterano Nikitn y el gentilhombre de cmaraGr i n e v i t c h .

    Despus del almuerzo terminaremos la tarea dijo Ob l o n s k y. Naturalmente asinti Ni k i t n .Ese Fomin debe de ser un pjaro de cuenta manifest Gr i n e v i t c h ,

    refirindose a uno de los afectados por el asunto que acababan de dejar.

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  • Al or esto, Esteban Arcadievitch hizo una mueca de desagrado, comopara dar a entender que era una falta de educacin formar juicios pre m a t u-ros. Sin contestar a Grinevitch, pregunt al ord e n a n z a :

    Quin era ese que ha intentado entrar? Uno que pretenda verle a usted. Sin ni siquiera pedir permiso y apro-

    vechndose de que he tenido un momento de distraccin, ha intentado entrar.Le he dicho que esperase a que terminara la reunin y salieran ustedes.

    Dnde est? Creo que en el ve s t b u l o. All le he visto hace un momento. Mi re ,

    aqul es!Sealaba a un hombre de fuerte complexin, anchas espaldas y barba

    e n s o rtijada que, sin quitarse el gorro de piel de carnero, suba, gil y ve l o z ,la amplia escalera de piedra. Un amanuense que, con la cartera debajo delb r a zo, se dispona a bajar, se detuvo y fij en aquel hombre una mirada queluego dirigi a Oblonsky con expresin interrogante. Esteban Arc a d i e v i t c hestaba en pie en lo alto de la escalera. Su bondadosa y radiante fisonomaresplandeci todava ms al reconocer al hombre que suba corriendo.

    Dichosos los ojos, Levine! exclam con una mezcla de alegra amis-tosa y de irona, mientras examinaba detenidamente a Levine, que cada vezse le acercaba ms. Y hasta has venido a buscarme aqu! aadi, a la vezque, no contentndose con estrechar la mano de Levine, le besaba. Cu n d ohas llegado?

    Ahora mismo. Tenemos que hablar respondi el forastero, al pro-pio tiempo que echaba una mirada a su alrededor con un gesto de timidezy desagrado.

    Bien; pasemos a mi despacho.Esteban Arcadievitch, que conoca bien a Levine y saba que su carcter

    era una mezcla de orgullo y agreste timidez, lo cogi de la mano y se lo llev,como si quisiera apartarle de algn peligro.

    Levine era amigo de la infancia de Ob l o n s k y. Se queran de veras, a pesarde sus diferencias de gustos y de carcter, como suelen quererse los amigosque se conocen desde pequeos. Sin embargo, como haban escogidocaminos diferentes en la vida, cada uno despreciaba las actividades y cos-t u m b res del otro, aunque a aparentaban comprenderlas e incluso estimarlas.Consideraban que la nica manera de vivir sensata era la propia y que la delo t ro era algo as como un fantasma de vida.

    Cuando vea a Levine, Oblonsk no poda reprimir una sonrisa irnica.Esto ocurra muchas veces, pues Levine iba a la ciudad con frecuencia, dejando

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  • el campo, donde haca cosas que Esteban Arcadievitch no comprenda nideseaba compre n d e r, porque no le interesaban. Cuando se hallaba en Mo s c ,Levine se mostraba nervioso, impaciente, algo tmido y descentrado, y, lam a yora de las veces, con una nueva visin de las cosas, las personas y los acon-tecimientos. Oblonsky se mofaba de l sin mala intencin, slo porque ellole dive rt a .

    Tambin Levine se rea de Ob l o n s k y. Detestaba su vida mundana y con-sideraba despreciables sus ocupaciones. La diferencia entre ambas risas eraque la de Esteban Arcadievitch estaba impregnada de bondad y de confianzaen s mismo, y la de Levine era desconfiada y, a veces, re n c o ro s a .

    Ya hace tiempo que te esperbamos dijo Oblonsky entrando en eld e s p a c h o. Y solt la mano de Levine e hizo un gesto que pareca querer decirque haba pasado el peligro. Estoy encantado de ve rte... Qu, cmo ests?A qu has ve n i d o ?

    Levine guard silencio, a la vez que miraba a los dos colegas de Ob l o n s k y,a quienes no conoca, y sobre todo, examinaba las manos del exquisito Gr i-nevitch, blanqusimas, de largos y afilados dedos y uas algo encorva d a s .Junto a ella se vean los relucientes gemelos de sus puos. Aquellas manosabsorban su atencin, impidindole pensar libremente. Oblonsky lo not alpunto y sonri.

    Amigos mos, permitidme que os presente... Mis colegas Felipe Iv -n ovitch Nikitn y Miguel St a n i s l a vovitch Grinevitch . Mi gran amigo Ko n s-tantin Dimitrievitch Levine, poderoso hacendado y hombre de espritumoderno que se encarga de los negocios del Se m s t e vo. Es tambin un atletaque levanta cien kilos de peso con una mano, excelente ganadero, expert ocazador y hermano de Sergio Iva n ovitch Ko s n i c h e f.

    Tanto gusto dijo Ni k i t n .Grinevitch le tendi su mano, fina y de uas puntiagudas Tengo el honor de conocer personalmente a su hermano Sergio Iva-

    n ov i t c h .Levine frunci el entrecejo, estrech framente la mano de Gr i n e v i t c h

    y se volvi hacia Ob l o n s k y. Senta un gran respeto por su hermano, gran escri-tor famoso en toda Rusia, pero no poda soportar que se dirigiesen a l nocomo a Konstantn Levine, sino como a un hermano del clebre Ko s n i c h e f.

    Ya no tengo nada que ver con el Se m s t e vo dijo dirigindose a Este-ban Arcadievitch. He reido con todos y ya no asisto a las re u n i o n e s .

    Y qu te ha dado tan de pronto? exclam Oblonsky sonriendo. Qu ha pasado?

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  • Es una historia muy larga. Ya te la contar algn da.Pe ro empez a contarla inmediatamente. Dicho en pocas palabras, la razn es que me he convencido de que no

    hay ni puede haber seriedad en los asuntos del Se m s t e vo.Hablaba con rapidez y en un tono que haca pensar que alguien le haba

    o f e n d i d o. Por una parte, es un juego. Juegan a ser diputados. Y yo no soy ni tan

    j oven ni tan viejo que me guste jugar. Por otra parte... al llegar a este puntovacil un poco, por otra parte, es un modus vive n d i para los caciques del dis-t r i t o. Antes haba las becas y otros gajes; ahora todo se reduce a un msero sueldo.

    Hablaba a gritos y en tono fogoso, como si alguno de los que le escu-chaban estuviera contradicindole.

    Vaya! exclam Oblonsky . Ya veo que tu vida ha entrado en unan u e va fase. Ahora eres conserva d o r. Ya hablaremos de eso.

    Cuando quieras, pero necesito hablar contigo a toda costa.Y Levine miraba con viva repulsin las manos de Gr i n e v i t c h .Esteban Arcadievitch sonri imperceptiblemente mientras contemplaba

    el traje nuevo y de corte francs de Levine. No decas que nunca vestiras a la europea... ? Ah, ya comprendo! La

    n u e va fase de tu vida.Levine se ruboriz, pero no como una persona mayo r, sino como un

    colegial que se da cuenta de su timidez y teme parecer ridculo. Y re s u l t a b atan sorprendente aquel rubor infantil en la cara de un hombre inteligente yenrgico, que Oblonsky dej de mirarle.

    Bueno dijo Levine, dnde nos ve remos? Ya te he dicho que tene-mos que hablar.

    Esteban Arcadievitch pareci reflexionar un momento. Qu i e res que almorcemos en casa de Gurine? All podremos charlar a

    nuestras anchas. Estoy libre hasta las tre s .Tambin Levine permaneci pensativo un instante.Es que tengo un quehacer urgente. Entonces nos podemos ver durante la comida. No se trata de una larga conversacin. Solamente dos palabras: pedirt e

    un consejo. En ese caso, dime las dos palabras y ya hablaremos ms despacio durante

    la comida. Bien, te las voy a decir... Pe ro te advierto que no se trata de nada extra-

    o rd i n a r i o. . .

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  • De pronto, su fisonoma cobr una expresin de enojo como re s u l t a d ode los esfuerzos que estaba haciendo por vencer su timidez. Por fin consiguip re g u n t a r :

    Qu me dices de los Cherbatzky? Siguen como siempre ?Esteban Arcadievitch, que saba desde haca mucho tiempo que Levine

    estaba enamorado de su cuada Kitty, sonri y sus ojos brillaron alegre m e n t e .A tus dos palabras, amigo mo, yo no puedo responder con otras dos.

    Po rque... Pe rdona un momento.Era que el secretario acababa de entrar, con la sumisin propia de todos

    los secretarios y el humilde convencimiento de su superioridad sobre el jefeen el conocimiento de los negocios. Se acerc a Oblonsky con un manojo dedocumentos en la mano y empez a darle explicaciones acerca de uno delos asuntos. Esteban Arcadievitch no le dej terminar. Le puso afectuosa-mente la mano sobre el hombro y le dijo:

    No, no. Haga el favor de hacerlo como le indiqu.So n rea para suavizar su orden. Luego explic cmo vea l el asunto, y

    finalmente, apartando los papeles a un lado, insisti:Hgalo como le digo, Sajar Ni k i t i c h .El secretario se march confundido. Levine, durante la bre ve visita del

    s e c retario, haba recobrado por completo la calma. Estaba de pie, apoy a d ocon ambos brazos en el respaldo de una silla, y en su semblante se dibujabauna sonrisa irnica.

    No te comprendo dijo. Qu es lo que no comprendes? pregunt Oblonsky en tono jov i a l

    y encendiendo un cigarrillo. Y qued en espera de alguna de las extrava g a n-tes salidas de Levine.

    Pues lo que no comprendo es cmo puedes hacer lo que haces, sin per-der la seriedad.

    Eso te extraa? Por lo visto, no tienes nada que hacer y de algn modo has de distraert e . Te equivocas: estamos abrumados de trabajo. Un trabajo intil... En fin, t sabes hacer las cosas. Crees que me falta buena voluntad? Tal vez. Pe ro no por eso dejo de admirar tu grandeza. Estoy orgulloso

    de tener un amigo tan importante... Bueno, a todo esto, todava no has con-testado a mi pre g u n t a .

    Y, al decir esto, Levine hubo de hacer esfuerzos inauditos para mirar aOblonsky a la cara.

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  • Bueno, bueno; ya ve remos si t no vienes a parar a lo mismo. Ahoratodo es gloria para ti. Posees en el distrito de Karasin grandes extensiones detierra, tus msculos son de acero y conservas la frescura de una muchacha dedoce aos; pero tambin para ti llegar el da de la decadencia... Respecto a tup regunta, slo te dir que no hay novedad y que todo sigue lo mismo. Si nembargo, ha sido una lstima que hayas estado tanto tiempo sin apare c e r.

    Por qu? pregunt Levine con profunda inquietud. Por nada respondi Oblonsky. Ya hablaremos de eso. Ahora

    dime: qu es lo que te trae por aqu? Ya hablaremos de eso dijo Levine repitiendo las palabras de su amigo

    y sonro j n d o s e . Bien, ya comprendo afirm Esteban Arcadievitch. Mi gusto

    sera invitarte a comer en casa. Pe ro es que mi mujer... est indispuesta... Si quie-res ver a Kitty, ve al Ja rdn Zoolgico de cuatro a cinco. A esa hora ella va all ap a t i n a r. Ve si te parece. Yo te ir a buscar y comeremos juntos donde quieras.

    De acuerdo; adis. O ye, oye. Yo a ti te conozc o. Eres capaz de olvidarle de m y vo l ve rt e

    en seguida al campo le dijo Oblonsky riendo. No me olvidar, te lo aseguro.Estaba ya en la puerta. Entonces se acord de que no se haba despedido

    de los compaeros de trabajo de su amigo. Sin embargo, dio media vuelta yse marc h .

    Pa rece un hombre muy enrgico coment Gr i n e v i t c h .Lo es. Y, adems, un excelente amigo... Un hombre feliz aadi

    Esteban Arcadievitch moviendo la cabeza. Vastas extensiones de terre n oen el distrito de Karasn, un porvenir magnfico..., una juventud exube-rante... No es como nosotro s .

    Usted no se puede quejar, Esteban Arc a d i e v i t c h . Se equivoca. Las cosas no me van nada bien dijo Oblonsky lan-

    zando un hondo suspiro.

    V I

    Cuando Oblonsky haba preguntado a Levine a qu haba ido a Mo s c ,ste se haba sonrojado y enojado contra s mismo porque su rubor lo dela-taba. No le iba a decir: Vengo a pedir la mano de tu cuada... Pues no erao t ro el motivo de su viaje.

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  • Las familias Levine y Cherbatzky, dos nobles casas de Mosc, habanestado siempre unidas por una ntima amistad.

    Sus relaciones se haban estrechado considerablemente durante losaos en que Levine curs sus estudios universitarios. Se prepar en unin delj oven duque de Cherbatzky, hermano de Dolly y Kitty, y con l ingres enla universidad. Con este motivo, Levine haca frecuentes visitas a la mansinde los Cherbatzky y se enamor de la casa. Esto puede parecer absurd op e ro as era: Levine estaba enamorado de la casa, incluyendo la familia quela habitaba y, sobre todo, las mujeres que en ella vivan. Levine no se acor-daba de su madre, y la nica hermana que tena era bastante mayor que l.De aqu que fuera en casa de los Cherbatzky donde vio por primera vezuna familia y un hogar dignos y agradables, como suelen ser los de todas lascasas antiguas y nobles. Levine no haba podido gozar de tales bienes a causade la muerte prematura de sus padres. Todos los miembros de la familia Cher-b a t z k y, y especialmente las mujeres, se presentaban a su imaginacin cubier-tos por un velo potico y misterioso. No vea en ellos defecto alguno; por elcontrario, supona la existencia de los ms elevados sentimientos y de todaclase de perfecciones bajo aquel velo lleno de misterio y poesa. Para qunecesitaban las tres seoritas Cherbatzky aprender a hablar francs e ingls? Qu objeto tenan aquellas lecciones de piano a horas determinadas, cuyo secos llegaban a la habitacin donde trabajaban los dos estudiantes y ami-gos? Para qu tendran pro f e s o res de literatura francesa, de msica, de baile,de dibujo? Por qu, siempre a la misma hora, las tres seoritas, acompaa-das de mademoiselle Linon, iban en coche al bulevar de Tverskoi, y all, bajola vigilancia de un lacayo con botones dorados, paseaban envueltas en susabrigos de seda y pieles? (El abrigo de Dolly era muy largo; el de Natalia, notanto, y el de Kitty, tan corto que dejaba ver sus piernas, veladas por unasmedias de color de rosa.) Todo esto y otras muchas cosas que ocurran den-t ro de aquel mundo ignorado, Levine no lo comprenda, pero tena la segu-ridad de que all todo era perfecto, y estaba enamorado de esta misteriosa p e rf e c c i n .

    En aquella poca empez a enamorarse, y falt poco para que se ena-morase del todo, de la mayor de las seoritas Cherbatzky; pero sta se cascon Ob l o n s k y. Entonces comenz a hacer la corte a la segunda. Senta la nece-sidad de amar a una de las hermanas y no saba por cul decidirse. Pe ro Na t a-lia, apenas se present en sociedad, se cas con el diplomtico Lvo f.

    Kitty era todava una nia cuando Levine termin sus estudios unive r-s i t a r i o s .

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  • El joven duque de Cherbatzky ingres en la Armada y muri ahogadoen el Bltico. Desde entonces, las relaciones de Levine con los Cherbatzky,a pesar de su amistad con Ob l o n s k y, fueron menos frecuentes. Sin embargo,cuando, a principios del invierno y tras un ao de vida campestre, visit Mo s c y fue a ver a los Cherbatzky, comprendi claramente de cul de las tres her-manas se haba enamorado.

    Nada pareca tan natural como que l pidiese la mano de la duquesita deC h e r b a t z k y. Un hombre de treinta aos, de buena familia. ms bien rico quep o b re, tena derecho a aspirar a un buen matrimonio, y no caba duda de quesu peticin habra sido bien acogida por considerrsele como un buen par-t i d o. Pe ro Levine estaba enamorado y vea en Kitty un ser de superioridadideal, algo ultraterreno, mientras l, por contraste, se consideraba a s mismocomo una vil, baja y terrenal criatura, indigna de aspirar a la mano de la jove n .

    Despus de haber pasado en Mosc dos meses como en sueos, viendoa Kitty en los salones de la alta sociedad, que empez a frecuentar a fin deencontrarse con ella, se le ocurri, de pronto, que persegua un imposible yre g res a su aldea.

    Tal ocurrencia emanaba de la conviccin de que a los ojos de la familiade Kitty no poda aparecer como un buen partido, sino como algo indignode ella y muy inferior a la bellsima duquesita, que no poda ni deba amarle.

    l no re p resentaba nada en la sociedad, no tena la elevada posicin de susamigos, coroneles unos; otros, ayudantes de eminentes personalidades; algu-nos, pro f e s o res; ste, director de un banco o de una compaa ferroviaria; aqul,p residente de audiencia, como Ob l o n s k y. En cambio, l era un rico pro p i e-tario, como saba todo el mundo, que slo se preocupaba de los pro g resos dela ganadera y de la construccin y de matar perdices; es decir, un hombresin cabeza, que no serva para nada y al que la sociedad miraba despectiva-mente, como mira a todo hombre intil que no tiene talento ni intuicin.

    Adems, cmo poda la bellsima, la celestial Kitty amar a un hombretan rstico y brusco como l? Otra valla para su amor eran sus anteriores yantiguas relaciones con Kitty, relaciones entre dos seres de desigual categora.

    A un hombre feo pero bondadoso as se juzgaba l se le podaq u e rer como a un amigo; pero para que le amaran con el mismo ard i e n t eamor que l senta por Kitty habra tenido que ser guapo y arrojante y,s o b re todo, inteligente.

    Con frecuencia haba odo decir que las mujeres adoran a veces a hom-b res feos y sencillos; pero no lo crea: juzgaba por s mismo, que slo amabaa las mujeres bellas y dotadas de algn atractivo misterioso.

    Page 25

  • Despus de permanecer dos meses en el campo, se convenci de que estavez no se trataba de una de aquellas pasiones fugaces que sola experimentarcuando era un jove n c i t o. Ahora sus sentimientos no le daban punto de re p o s o ;no poda vivir sin hallar la respuesta a esta pregunta: Querr o no ser miesposa? Y continuamente se estaba diciendo que no tena prueba algunade que Kitty le haba de re c h a z a r.

    Por eso se haba presentado en Mosc con el firme propsito de pedirla mano de la duquesita y casarse con ella si se atenda su peticin...

    Y si le rechazaban?, qu sera de l? Ah, no quera pensar en ello!

    V I I

    Despus de llegar a Mosc en el tren de la maana, Levine se dirigi acasa de su hermano Ko s n i c h e f, que era mayor que l. Se cambi la ropa y sefue derecho a su despacho, con intencin de explicarle el exc l u s i vo objeto desu viaje y pedirle consejo.

    Sergio Iva n ovitch exclam al ver a su hermano: Me alegro de vo l ver a ve rte por aqu. Has venido para mucho tiempo?

    Cmo te van los negocios?Levine saba perfectamente que sus negocios interesaban muy poco a su

    hermano y que tena que haber hecho un esfuerzo para dirigirle aquellap regunta. Por eso se limit a decir algo sobre la venta del trigo candeal y lasuma obtenida en la operacin.

    Levine, como hemos dicho, se propona explicar a su hermano sus inten-ciones de casarse, y pedirle consejo; pero, ante el tono pro t e c t o r, invo l u n t a-rio quiz, que Sergio adopt al preguntarle por los bienes paternos (que nose haban re p a rtido todava y estaban en poder de Levine), ste not que nopodra aunque l mismo ignoraba por qu hablar a su hermano de sup ropsito de casarse. Desde luego, tema que Sergio no vera las cosas de lamanera que l deseaba que las viese.

    Cmo van los asuntos del Se m s t e vo? pregunt Sergio Iva n ov i t c h ,que daba gran importancia a estas cosas y se interesaba mucho por ellas.

    Pues, francamente, no lo s.Cmo? Es que ya no formas parte del consejo de administra-

    c i n ? No; lo he dejado. Ya no asisto a las re u n i o n e s .iEs lamentable! exclam Sergio, ceudo.

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  • Levine, a fin de disculparse, empez a contar lo que ocurra en lassesiones del Se m s t e vo. Su hermano le interru m p i :

    Lo de siempre! As somos los rusos. Claro que esto puede ser unabuena cualidad: la de ver los defectos propios. Pe ro es evidente que exagera-mos. Tenemos tendencia a la crtica, y nos excedemos en ella, y siempre latenemos en los labios. Estoy seguro de que si concedieran estos mismos dere-chos, es decir, las instituciones provinciales, a los alemanes, los ingleses o cual-quier otro pas de Eu ropa, sabran utilizarlos para conseguir la libertad. Encambio, nosotros no hacemos ms que censurarnos unos a otro s .

    Qu le vamos a hacer! dijo Levine en el tono de pesadumbre dequien pide perdn. Fue mi ltima tentativa y puse en ella todo mi empeo.Pe ro me es imposible; no me siento capaz.

    Ests en un erro r. No ves las cosas tal como son en re a l i d a d .Es posible respondi Levine, intimidado. Sabes que Nicols, nuestro hermano, est otra vez aqu? pre g u n t

    Sergio de pro n t o.Nicols, hermano gemelo de Sergio y, por lo tanto, mayor que Levine,

    era un perdido, un libert i n o. Despus de disipar la mayor parte de sus bie-nes, haba reido con sus hermanos y viva en una sociedad tan extraa comoc o r ro m p i d a .

    Qu dices?exclam Levine, agitado. Cmo lo has sabido? Prokofiy lo ha visto vagando por las calles. Aqu? En Mosc? Sabes dnde vive ?Levine se haba levantado como si se dispusiera a marcharse inmediata-

    m e n t e . Siento haberte dado esta noticia dijo Sergio al adve rtir la emocin

    de su hermano. Hice que averiguasen dnde viva y, al mismo tiempo, leenvi su letra contra Trubine, pues ste ya haba pagado. Y su contestacinfue sta.

    Sergio sac un papel de debajo de un pisapapeles y se lo entreg a su h e r m a n o.

    Levine ley aquella nota, cuya letra tan bien conoca. Os suplico que me dejis en paz. Es lo nico que pido a mis amabilsi-

    mos hermanos. Nicols Levine.Levine qued inmvil, con el papel en la mano y sin levantar la cabez a . Se ve bien claro que quiere molestarme dijo Sergio, pero no lo

    conseguir. Yo quisiera ayudarle, lo deseo con toda mi alma, mas estoy segurode que todo cuanto hiciera sera intil.

    Page 27

  • Bien, bien. Yo respeto y comprendo tu punto de vista, pero quierove r l e .

    Si tanto lo deseas, puedes ir; pero yo no te lo aconsejo. No es que temaque pueda indisponernos. Lo hago slo por ti. Insisto en aconsejarte queno vayas, porque no conseguirs que se corrija. Pe ro, en fin, all t.

    Quiz no pueda hacer nada, pero..., no s... no me quedara tranquilosi no fuera.

    No te comprendo dijo Sergio Iva n ovitch. Yo lo nico que veo eneste asunto es que encierra una leccin para nosotros, una leccin de humil-dad... Mi manera de ser y mi juicio sobre ciertas cosas han cambiado desde queese hermano nuestro ha llegado a la situacin en que ahora se encuentra.

    Es horrible! murmur Levine.ste consigui que el lacayo de Sergio le diera la direccin de Nicols y

    se propuso ir directamente a su casa; pero, despus de re f l e x i o n a r, lo dej parala noche. Ante todo, para tener tranquilidad de nimo, re s o l vera el asuntoque lo haba llevado a Mosc. Entonces fue cuando se dirigi al juzgado paravisitar a Ob l o n s k y, el cual le indic dnde podra ver a Kitty. All se trasladLevine sin prdida de tiempo.

    V I I I

    Eran las cuatro de la tarde, poco ms o menos, cuando Levine, con elcorazn a punto de estallarle, se ape de su i s vo s t c h i k a la entrada del Ja r-dn Zoolgico y se fue derechamente hacia las montaas de hielo y los estan-ques helados conve rtidos en pistas de patinar. Estaba seguro de encon-trarla all, pues haba visto el coche de los Cherbatzky ante la puerta del p a rq u e .

    El da era hermoso y sumamente fro. Junto a las verjas se vea unalarga fila de trineos, coches e i s vo s t c h i k s. Algunos gendarmes mantenan elo rden. Un pblico selecto, cuyos sombre ros brillaban bajo los rayos de un solradiante, se apretujaba en la entrada y en las avenidas, limpias de nieve, dondese vean lindas casitas de estilo ruso con bellos adornos de madera y viejos ycopudos lamos blancos, cuyas ramas, cargadas de nieve, constituan una vis-tosa nota decorativa .

    Mientras se diriga a la pista de hielo, Levine iba diciendo a su corazn: No palpites ni te trastornes. Debes conservar la calma. Pe ro qu te pasa?,qu tienes? Estte quieto, tonto!

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  • Pe ro cuanto ms empeo pona en tranquilizarse, mayor era su turba-cin. Un conocido lo vio y lo llam, pero Levine ni lo reconoci siquiera. Po rfin lleg a las montaas de hielo, por donde los trineos suban y bajaban sinc e s a r, con gran ruido de cadenas. Bajaban velozmente por las heladas pen-dientes, y luego suban, entre risas y el alegre gritero de sus ocupantes. Di ounos cuantos pasos ms y se encontr ante la pista de hielo. Y entonces, entrela multitud de patinadores, vio y reconoci a Kitty.

    Al punto, una mezcla de temor y alegra que se adue al instante desu corazn. Se hallaba en el lado opuesto de la pista, hablando con una seora.No haba nada especial ni en su actitud ni en su vestido, pero a l le fue tanfcil distinguirla de todos los dems como se distingue una rosa en un campode ortigas. Su presencia lo iluminaba todo. Su sonrisa haca brillar las cosas asu alre d e d o r.

    Nicols Cherbatzky, primo de Kitty, con su traje de ajustado pantalny chaqueta corta, y puestos los patines, estaba sentado en un banco. Al ver aLevine le grit:

    Caramba! Tenemos aqu al primer patinador de Rusia! Cundo hasllegado? La pista est como nunca! Anda, ponte los patines!

    No los he trado respondi Levine, extrandose de hablar con tantad e s e n voltura en presencia de ella y no perdindola ni un instante de vista apesar de que no la miraba.

    De pronto le pareci que el sol se les acercaba: era ella, que, no muy seguras o b re sus patines, se diriga hacia l. Un nio vestido a la usanza rusa hacae s f u e rzos inauditos para adelantarla; gesticulaba con los brazos y se doblabatanto hacia delante, que casi tocaba el hielo con las manos.

    Ella no tena an seguridad; sus manos, fuera del manguito que pendade su cuello en el extremo de un cordn, estaban prestas a asirse a cualquierp a rt e .

    Haba reconocido a Levine, y le miraba y le sonrea, a la vez que se bur-laba de su propio temor. Cuando estuvo cerca de ellos, hizo un ligero mov i-miento con el taln para tomar impulso y lleg hasta su primo, al quecogi de la mano, mientras sonrea alegremente a Levine, el cual la vio muchoms bella de lo que se haba imaginado.

    Po rque a Levine le bastaba pensar en ella para que su imagen apare c i e r avvidamente en su imaginacin, y, sobre todo, aquella hermosa cabecita ru b i aque se ergua con graciosa soltura sobre sus juveniles hombros y cuyo sem-blante reflejaba una pureza angelical y un candor infantil. Esta expre s i ninfantil de su ro s t ro, unida a la delicada belleza de su cuerpo, constitua su

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  • m a yor encanto, y Levine lo reconoca, pero a l lo que ms le cautivaba, loque siempre se le apareca con el atractivo de una cosa nueva, eran sus ojos,apacibles, sinceros, de los que se desprenda una luz de modestia, y su son-risa, aquella sonrisa que le transportaba a un mundo maravilloso donde sesenta como un nio y donde todo era dulce y humilde.

    Hace mucho tiempo que est usted aqu? le pregunt ella ten-dindole la mano. Gracias aadi al apresurarse l a recoger y entre g a r l eel minsculo pauelo que se le haba cado del manguito.

    Pues... hace poco..., aye r..., mejor dicho, hoy respondi Levine, que,a causa de su turbacin, apenas haba odo la pre g u n t a .

    Luego dijo: Iba a pasar por su casa.Pe ro, al pensar en el objeto de esta visita, se turb y cambi de tema. No saba que usted supiese patinar, y tan bien.Ella le mir fijamente, como si deseara deducir el motivo de su turbacin. Su elogio es sumamente halagador. Aqu se sigue diciendo que es usted

    el mejor patinador de Rusia dijo Kitty mientras sacuda con su enguan-tada manecita las agujas de pino que haban cado sobre su manguito.

    En otro tiempo, este deporte constitua mi pasin. Aspiraba a ser unpatinador perf e c t o.

    Usted, por lo visto, todo lo hace con pasin manifest ella, son-riendo. Me gustara mucho verle patinar. Pngase unos patines y dare m o sunas vueltas juntos.

    Patinar juntos...! Ser posible?, pensaba Levine mirndola. Y dijo envoz alta:

    En seguida voy a ponrmelos.Se dirigi a la caseta de los patines de alquiler. Hace tiempo que no le veamos por aqu, seor dijo el encargado,

    mientras le pona un patn sostenindole la pierna y hacindole girar el taln. Desde que usted dej de ve n i r, ya no se ven en esta pista ve rd a d e ro sm a e s t ros... Est bien as? pregunt a la vez que le pona la corre a .

    S, s; pero dse prisa respondi Levine reprimiendo a duras penasla sonrisa de felicidad que iluminaba su ro s t ro.

    Y pensaba: Qu delicia! Esto es vivir...! Ella ha dicho que patinaremos juntos...,

    juntos...! Se lo digo ahora...? Me da miedo, porque ahora soy feliz..., felizcon mi esperanza... Pe ro si se lo digo y... Sin embargo, es necesario... Ea, bastade va c i l a c i o n e s !

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  • Se puso en pie, se quit el abrigo y, tomando impulso en el hielo, ya enmal estado, que rodeaba la caseta, avanz sin el menor esfuerzo, ahora aumen-tando, luego disminuyendo la velocidad y corrigiendo continuamente el estilo.Se acerc a ella con timidez, pero su sonrisa le tranquiliz.

    Ella le tendi la mano y part i e ron juntos, aumentando pro g re s i va m e n t ela rapidez de su deslizamiento. Y cuanto mayor era su velocidad, con msf u e rza le sujetaba ella la mano

    Con usted habra aprendido antes; no s por qu, pero me inspirausted confianza.

    Yo tambin me siento ms seguro cuando usted se apoya en m.En seguida se asust de lo que acababa de decir y se ruboriz. En cuanto

    a ella, apenas hubo pronunciado l aquellas palabras, su expresin amabled e s a p a reci como desaparece el sol cuando se oculta tras una nube. Levinea d v i rti al punto este cambio y comprendi que se deba al esfuerzo mentalque estaba realizando Kitty, en cuya blanca frente apareci una arru g a .

    Est usted disgustada? pregunt rpidamente Levine. Au n q u eno s si tengo derecho a hacerle esta pre g u n t a .

    No estoy disgustada. Por qu he de estarlo? respondi Kitty fra-mente, y pregunt en seguida: No ha visto usted todava a mademoiselleL i n o n ?

    No, an no la he visto. Pues vaya ahora. Le aprecia tanto! Qu le ha ocurrido? La habr molestado en algo? Seor aydame!,

    se dijo Levine mientras iba a toda prisa hacia el banco en que estaba sen-tada la institutriz francesa, ya anciana y con el cabello blanco. Ella le sonri,mostrando la doble hilera de sus dientes postizos, y le recibi como a un amigode tiempo.

    Cmo crecemos, eh? le dijo indicndole a Kitty con una mirada. Cmo pasan los aos! Nos hacemos viejos. Tiny bear se ha desarro l l a d omucho aadi la institutriz riendo, y re c o rd a Levine que l sola llamara las seoritas Cherbatzky los tres ositos del cuento ingls. Se acuerd a ?

    Levine ya no se acordaba de esta broma de diez aos atrs. Sin embargo,ella no la haba olvidado y le gustaba re c o rd a r l a .

    Vu e l va, vuelva a la pista. Ve rdad que Kitty patina ya bastante bien?Cuando Levine volvi al lado de Kitty, el semblante de la joven no tena

    ya la expresin seria de antes, sino que reflejaba bondad y franqueza. Pe ro lep a reci que en su actitud afectuosa haba algo anormal, una especie detranquilidad forzada, y ello le entristeci.

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  • Despus de hablar un rato de la institutriz y sus rarezas, ella le hizo algu-nas preguntas sobre su vida.

    Es posible que no se aburra usted durante el invierno en el campo? No; siempre estoy muy ocupado respondi l, sintiendo cmo la

    dulzura que emanaba de Kitty se iba adueando de su voluntad y que yano podra librarse de ella, como le haba ocurrido al principio del invierno.

    Ha venido usted para mucho tiempo? No lo s contesto Levine sin darse cuenta de lo que deca. La idea

    de que todo quedara nuevamente en una simple y dulce amistad, de quetuviera que vo l verse al campo sin haber resuelto nada, le acometi de pro n t oy le sublev.

    Cmo es posible que no lo sepa? Pues no lo s. Eso depende de usted.Cuando ya lo haba dicho, se asust de sus propias palabras. Kitty o no

    las oy o fingi no orlas. Lo cierto que dio un traspis y tuvo que hacer une s f u e rzo para no perder el equilibrio. Luego se separ de Levine rpidamente,se acerc a la institutriz, le dijo algo al odo y de dirigi a la caseta para qui-tarse los patines.

    Qu he hecho, Dios mo? Se o r, aydame, guame! exclam Levineen el tono del que murmura una oracin. Y acto seguido, incapaz de per-manecer inmvil, empez a describir crculos sobre el hielo.

    En este momento, un joven que era uno de los ases del patn deentonces sali del restaurante con un cigarrillo en los labios, ech a correr y,aunque llevaba puestos los patines, baj las escaleras raudamente, con granruido y dando saltos. Cuando lleg a la pista, y sin modificar la posicinde su cuerpo, empez a deslizarse sobre la helada superficie con gran faci-l i d a d .

    Una novedad interesante! dijo Levine. Y se fue al punto escalerasarriba para ejecutar el ejerc i c i o.

    Te vas a matar, Levine! le grit Nicols Cherbatzky. Mira queno lo has hecho nunca y hay que ensayarlo mucho!

    Levine termin de subir las escaleras y en seguida, tomando impulso,e m p ez a bajarlas velozmente, procurando no perder el equilibrio mientrasrealizaba aquellos movimientos desacostumbrados. Al llegar al ltimo pel-dao, uno de sus patines se enganch; pero la punta de su pie apenas llega rozar el suelo, pues inmediatamente, y con un movimiento lleno de va ro-nil energa, Levine se enderez y empez a deslizarse sobre la pista de hielo.

    Es muy simptico se deca entre tanto Kitty, saliendo de la caseta con

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  • mademoiselle Linon y mirando a Levine con una sonrisa llena de afectofraternal. Habr hecho algo malo? Ser culpable de alguna falta? Algu-nos llaman a esto coquetera. Yo s que amo a otro hombre; pero es tan buenoeste Levine y me resulta tan grata su compaa...! Por qu habr dicho lo queha dicho. . . ?

    Al ver que Kitty se marchaba con su madre, con la cual se haba encon-trado en la escalera, Levine, con la cara enrojecida por el ejercicio, se detuvoa reflexionar un momento. Luego se quit los patines y consigui alcanzara madre e hija cerca de la puert a .

    Me alegro de vo l ver a verle dijo la Duquesa. Seguimos re c i b i e n d olos jueve s .

    Por lo tanto, hoy. Nos complacer mucho su visita respondi secamente la dama.El tono desabrido de su madre contrari a Kitty, que no pudo menos de

    borrar la impresin que aquella rigidez hubiera podido causar en Levine,dicindole con una sonrisa:

    Hasta luego.En aquel momento, Esteban Arcadievitch, con el sombre ro ladeado y

    los ojos relampagueantes, entraba triunfalmente en el Ja rdn Zo o l g i c o. Pe roal encontrarse con su suegra cambi de actitud y, triste y cabizbajo, apenascontest a las preguntas que aqulla le diriga acerca de la salud de Do l l y.

    Despus de charlar un ratito en voz baja con su madre poltica y dedespedirse de ella, cogi del brazo a Levine.

    Qu? Vamos? Desde que nos hemos visto, no he hecho ms que pen-sar en ti. Me he alegrado tanto de que hayas ve n i d o. . . !

    Vamos! respondi el dichoso Levine, que no cesaba de or la melo-diosa voz de Kitty dicindole: Hasta luego, ni de ver la sonrisa que habaacompaado a estas palabras.

    Al hotel In g l a t e r ra o al He rm i t a g e? Me da lo mismo. Entonces, iremos al In g l a t e r ra dijo Esteban Arcadievitch, a pesar de

    que deba en ste ms que en el He rmitage. Ah, te has trado un i s vo s t c h i k!Estupendo! He despedido al coche.

    Ninguno de los dos despleg los labios durante el traye c t o. Levine pen-saba en las causas del cambio que haba observado en el semblante de Kitty,y tan pronto se deca que haba un rayo de esperanza, como se hunda en eldesaliento y juzgaba que tales esperanzas eran una locura. Pe ro, desdeluego, se senta otro hombre, un hombre que no se pareca en nada al de antes

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  • de haber pronunciado Kitty las palabras hasta luego, acompandolas deuna sonrisa.

    Esteban Arcadievitch estuvo todo el camino elaborando la minuta. Te gusta el rodaballo? pregunt a Levine cuando entraban en el

    h o t e l . Qu...? El ro d a b a l l o...? S, s; me gusta mucho.

    I X

    Cuando entraron en el restaurante del hotel, Levine advirti el jbiloreprimido que irradiaba el semblante y todo el cuerpo de Esteban Arc a d i e-vitch. ste se quit el abrigo y, con el sombre ro an ladeado, pas al come-d o r, dando rdenes a los camare ros, todos de raza monglica y vestidos confrac negro y corbata blanca, y saludando a derecha e izquierda a cuantos sec ruzaban en su camino, los cuales, como le ocurra en todas partes, le corre s-pondan del mejor grado y dando muestras de sentirse muy felices de haberseencontrado con l.

    Oblonsky se dirigi al bar, pidi vodka con unas tapas y dijo cuatro galan-teras a la encargada del mostrador, una joven francesa con la cara emba-durnada de colorete, un vestido lleno de puntillas y el cabello ensortijado, ala que hizo rer a carcajadas. Viendo esto, Levine no quiso ni siquiera pro-bar el vodka. Le era antiptica aquella joven que pareca tener el cabello y losdientes postizos y cuya cara desapareca bajo una mscara de afeites. Se apart de ella como de algo repugnante. Su alma estaba llena del re c u e rdo de Kittyy en sus ojos arda la llama del triunfo y de la felicidad.

    Sganme, excelencias. Aqu nadie les molestar les deca un cama-re ro, mongol como todos, ya entrado en aos y corpulento, circ u n s t a n c i aesta ltima que daba lugar a que, a medida que andaba, se fueran sepa-rando los faldones de su frac.

    Irs a casa de los Cherbatzky esta tarde? le pregunt Esteban durantela comida.

    S. Aunque me ha parecido notar que la Duquesa no me recibir demuy buena gana.

    Bah! No digas tonteras. Son sus maneras de gran seora... Ah, ere sun hombre feliz!

    Por qu? C o n o zco los caballos por sus dientes y a los jvenes enamorados por

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  • el brillo de sus ojos. Dime: para qu has venido a Mo s c ? No lo supones? respondi Levine mirando fijamente a su amigo

    con ojos penetrantes y re s p l a n d e c i e n t e s . C l a ro que lo supongo. Pe ro es un tema que yo no puedo iniciar... Y

    estas mismas palabras te darn a entender que s muy bien a lo que te re f i e re s .Y qu me dices a eso? pregunt Levine con un ligero temblor en

    la voz y la emocin reflejada en su semblante. A ti qu te pare c e ?Esteban Arcadievitch apur su copa de vino sin dejar de observar a Levine.A m? Eso es lo que ms deseo en el mundo. Considero que es lo

    mejor que puede suceder. Pe ro, oye, ya sabes a lo que me re f i e ro? pregunt Levine, que pare-

    ca querer comerse con los ojos a su interlocutor. Crees que eso es posible? C l a ro que s. Por qu no ha de serlo? De veras lo crees? Por favo r, dame tu parecer sobre este asunto, sin

    ocultarme nada...! Si me dijera que no..., y estoy casi seguro de que me lo dir. En qu te fundas para pensar as? pregunt Oblonsky rindose de

    la agitacin de su amigo. No s... A veces no puedo dominar ese temor... Ser un momento

    desagradable para m y para ella. Bah! Para una joven no hay nunca nada de desagradable en eso; todas

    se sienten halagadas en su vanidad cuando se les hace esa clase de peticiones. Todas las dems, s; pero ella, no.Esteban Arcadievitch volvi a sonre r. Se daba cuenta de lo que estaba

    sintiendo Levine. Saba que para l todas las mujeres del mundo se dividanen dos clases. A una de ellas pertenecan todas menos Kitty, y las de este gru p otenan toda clase de defectos; en la otra clase solamente figuraba Kitty, queera perfecta: algo as como un ser superior a los humanos.

    Prubala al menos dijo deteniendo la mano de Levine, que apar-taba la salsera.

    Levine, obediente, se sirvi unas cucharadas de salsa; pero cuandoEsteban se dispuso a comer, no lo dej.

    Un momento. Este asunto es para m cuestin de vida o muerte. To d a-va no he hablado a nadie de esto. Y es que solamente a ti puedo hablarte deestas cosas. T y yo somos muy diferentes en todo: en gustos, en ideas... Pe royo estoy seguro de que cuento con tu estimacin y me comprendes. Por eso yosiento tambin por ti un gran afecto. Por Dios, hblame con franquez a !

    Con franqueza te he hablado. Y an te tengo que decir otra cosa. Do l l yes una mujer admirable...

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  • Al decir esto, Oblonsky se acord del estado de sus relaciones con suesposa y lanz un suspiro. Tras unos instantes de silencio, continu:

    Posee el don de la profeca y sabe leer como nadie en el corazn de losh o m b res. Especialmente para los asuntos matrimoniales, tiene una intuicins o r p rendente. Te citar un ejemplo. Predijo que la duquesa de Schajoos-kaya se casara con Brentelln, y, aunque nadie crey que eso fuera posible,el enlace ya se ha efectuado. Pues bien, Dolly est de tu part e .

    De mi part e ?S, te aprecia mucho. Y, adems, afirma que Kitty ser tu esposa.Al or estas palabras, el semblante de Levine se ilumin. So n rea colmado

    de gozo y de felicidad. Estaba a punto de llorar de alegra.Eso ha dicho? Por algo he afirmado siempre que tu mujer es una

    j oya...! En fin, ya hemos hablado bastante de este asunto.Al decir esto, Levine se puso en pie. Sintate, hombre, sintate le dijo Ob l o n s k y.Pe ro Levine no poda permanecer sentado. Dio un par de vueltas por el

    comedor haciendo esfuerzos inauditos por contener las lgrimas que asoma-ban a sus ojos, y al fin volvi a sentarse.

    C o m p rende, amigo mo empez a decir, que no es slo amor loque siento. Yo he estado enamorado otras veces, y veo que lo de ahora es dis-t i n t o. No se trata de un sentimiento que emana de m, sino de una fuerz aextraa que se ha apoderado de mi ser. Me fui porque me pareci que per-segu un imposible, una felicidad que no poda existir en la tierra; pero ,despus de mantener una gran lucha conmigo mismo, me he convencido deque sin ella no puedo vivir. Ha y, pues, que decidirse...

    No te debiste marc h a r.Calla..., no me interrumpas..., no me aturdas. Estoy confundido. No

    puedes imaginarte lo feliz que me han hecho tus palabras. Es tanta mi feli-cidad, que hasta me siento egosta y me olvido de todo. Hoy he sabido quemi hermano Nicols anda por aqu, y ya me haba olvidado de l... Qu i e roque tambin l sea feliz... Esto es una especie de locura, y hay en ello algo queme horroriza. T, que eres casado, debes de saber lo que es este sentimiento. . .Somos hombres maduros, prematuramente envejecidos, con un pasado va c ode amor y lleno de faltas. De pronto nos encontramos con un ser puro ,inocente, y tenemos que reconocer nuestra indignidad.

    Bah! T tienes pocas cosas de que re p ro c h a rt e . Sin embargo, cuando repaso mi existencia, me estre m ezco de

    h o r ror; me odio, me lamento y me arre p i e n t o.

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  • Qu le vamos a hacer! As es la vida dijo Esteban Arc a d i e v i t c h . No me queda ms consuelo que el de la oracin... Pe rdname, Di o s

    mo, no porque yo lo merezca, sino por la grandeza de tu misericordia...! Sloas podr ella perd o n a r m e .

    X

    Levine apur su copa y los dos permanecieron un buen rato en silen-c i o.

    Slo me falta decirte una cosa anunci, al fin, Esteban Arc a d i e v i t c h .Y pregunt: Conoces a Wro n s k y ?

    No. Por qu me lo pre g u n t a s ? Traiga otra botella dijo Oblonsky al camare ro mongol, que estaba

    llenando los vasos y no les abandonaba un instante. Que por qu te lop regunto? Pues, sencillamente, porque es uno de tus riva l e s .

    En el semblante de Levine se produjo un cambio radical: la expre s i ninfantil y animada se convirti en un gesto de rencor y disgusto.

    Quin es ese Wro n s k y ? Un hijo del conde Cirilo Iva n ovitch Wro n s k y, uno de los mejore s

    modelos de la juventud dorada de Pe t e r s b u r g o. Le conoc en la ciudad deT ve r, donde yo estaba haciendo el servicio militar. A l tambin le enviaro nall cuando entr en filas. Es muy rico y, adems, guapo; est muy bienrelacionado y es ayudante de campo del Em p e r a d o r. Por aadidura, tiene unbuen corazn y mucha simpata. Y, para que nada le falte, es activo e inteli-gente. Por eso creo yo que llegar muy lejos.

    Levine se haba sumido en un hosco silencio. Se present aqu poco despus de que t partieras, y, por lo que yo he

    visto, est locamente enamorado de Kitty. La madre, como puedes com-p re n d e r. . .

    Pe rdname, pero todo eso me parece absurdo le interrumpi Levinecon semblante cada vez ms sombro. Por otra parte, en este momento sea c o rd de su hermano Nicols y sinti re m o rdimiento por haberse olvidadode l.

    Clmate y escucha dijo Esteban Arcadievitch sonriendo y cogin-dole cariosamente la mano. Te he contado todo lo que s; pero tengo queaadir que en este complicado y delicado asunto, por lo que yo veo, todas lasposibilidades de xito estn de tu part e .

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  • Levine se recost en su silla. Su cara estaba plida. Te aconsejo que re s u e l vas tu asunto sin prdida de tiempo conti-

    nu Ob l o n s k y, volvindole a llenar la copa.Levine la apart . Gracias, pero no puedo beber ms: me emborrachara... Y a ti

    cmo te van las cosas? pregunt con el deseo de cambiar de conve r s a c i n . Ma y, muy mal. Y todo por culpa de las mujeres. Oye, Levine aa-

    di, sacando un cigarro y sosteniendo con la otra mano la copa. Ne c e s i t oque me aconsejes.

    En qu? En esto. Supnte que ests casado, que amas a tu esposa y que te has

    dejado arrastrar por otra mujer. Pe rdona, pero eso es incomprensible para m. Me parece algo as como

    si, estando bien alimentado, al pasar por el lado de una panadera, robara unk a l a t c h.

    Por qu no? El pan tierno tiene a veces un aroma irre s i s t i b l e .Y Oblonsky sonrea maliciosamente. Levine sonri tambin. Bromas aparte prosigui Esteban Arcadievitch, imagnate una

    mujer sencilla, pobre, sin ayuda de nadie y que lo ha sacrificado todo porti. Cuando la cosa ya no tiene remedio, seras capaz de abandonarla? Bi e nque nos separemos de ella para no destruir el propio hogar, pero debe unoolvidarla en vez de compadecerla y de procurar hacerle ms llevadera lav i d a ?

    Levine suspiro y no dio respuesta alguna. Pensaba en sus cosas y habadejado de prestar atencin a Ob l o n s k y.

    De sbito, los dos tuvieron una misma intuicin. Se dijeron que, aunsiendo amigos y habiendo bebido juntos y brindando el uno por el otro, locual debi estrechar aquella amistad ms todava, cada uno pensaba slo ens mismo, importndole muy poco las cosas re f e rentes al otro. No era la pri-mera vez que Ob l o n s k y, tras una buena comida, experimentaba aquella mismasensacin de alejamiento, en vez de la normal de aproximacin, y por esosaba lo que haba que hacer en tales casos.

    La cuenta! grit.Y se fue al saln inmediato, donde se encontr con un gran amigo suyo ,

    ayudante de campo del Em p e r a d o r, y se enred a charlar con l acerca de unaactriz famosa y su tutor. Ello le distrajo y le alivi de su reciente dilogo conLevine, dilogo que le haba obligado a permanecer en una continua y eno-josa tensin de espritu.

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  • Cuando el mongol present la cuenta, que ascenda a veinte rublos yalgunos kopeks, ms la propina, Levine, que en otras circunstancias se habrah o r rorizado ante la cifra de catorce rublos que a l le corresponda, enton-ces no prest a este detalle atencin alguna, sino que pag y se dirigi a casade su hermano para ponerse otro traje e ir a visitar a los Cherbatzky, visita enla que haba de decidirse su destino.

    X I

    Desde despus de comer y durante toda la tarde, Kitty experiment unestado de nimo parecido al de un soldado bisoo en vsperas de su primercombate. Su corazn lata con violencia y sus pensamientos erraban sin ru m b o.Se deca que aquella noche, cuando se volvieran a encontrar, se decidira sud e s t i n o. Se los imaginaba a los dos aislados o unidos por estrechos lazos a sup ropia persona. Rememorando su pasado, se re p resentaba con gusto en suimaginacin su antigua amistad con Levine. Sus re c u e rdos de la infancia,re c u e rdos en que aparecan Levine y su difunto hermano, prestaban un po-tico atractivo a sus relaciones con este pretendiente cuyo amor la complacay la halagaba. No tena que hacer ningn esfuerzo para pensar en l, y lo hacacon gusto. En cambio, en los sentimientos que la unan a Wro n s k y, a pesarde que era un hombre inteligente, reposado y sumamente enrgico, haba unpunto desagradable no en el amor de l, que era noble y sincero, sino en elde ella. En presencia de Levine, ella se senta sencilla y franca; pero cuandopensaba en su porvenir a su lado, este futuro se le apareca como envuelto enuna nube, y, en cambio, su porvenir con Wronsky se le mostraba brillante yf e l i z .

    A media tarde subi a su habitacin para peinarse y mudarse de ve s t i d o.Cuando hubo terminado, se mir al espejo y advirti, satisfecha, que tenauno de sus das mejores. Por otra parte, advirti que se senta animosa y enr-gica, cosa muy necesaria para lo que pronto tendra que afro n t a r. Not, ade-ms, que estaba perfectamente tranquila y que en sus gestos y mov i m i e n t o shaba una graciosa soltura.

    A las siete y media baj al saln, y en este preciso momento anunci unc r i a d o :

    Konstantn Dimitrievitch Levine.La Duquesa an no haba bajado y el Duque no haba salido de su habi-

    t a c i n .

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  • Ha llegado el momento, se dijo Kitty mientras la sangre aflua a su cora-zn. Y se asust al echar una ojeada al espejo y observar su extremada palidez .

    Estaba segura de que l haba llegado tan temprano adrede. De s e a b aencontrarla sola para declarrsele. Y, por primera vez, se dio cuenta de queno era nicamente su propia felicidad lo que estaba en juego, de que no setrataba tan slo de dilucidar a cul de los dos deba elegir. Tendra que herira uno o a otro, tendra que herirlo cruelmente. Y por qu? Po rque los dostenan buen corazn y estaban enamorados de ella... Pe ro no haba re m e d i opara este mal, y ella hara lo que deba hacer.

    Que sea yo misma la que haya de decrselo! pensaba. Le puedodecir que no le amo? No, porque eso no es ve rdad... Qu le dir, entonces? Que amo a otro? Tampoco: yo no tengo valor para eso... Lo mejor es queme va y a .

    Se dirigi a la puerta y entonces oy los pasos de l... Obrar con leal-tad sigui reflexionando. No tengo nada que temer. He hecho algomalo, por ventura...? Le dir la ve rdad, y que sea lo que Dios quiera. Con lpuedo hablar de todo sin sentirme cohibida... Ya est ah, ya est ah.

    Esto ltimo se lo dijo a s misma mientras la figura, recia y ro b u s t ap e ro algo apocada, de Levine apareca ante ella y se quedaba mirndola fija-mente. Ella, a su vez, le mir con franqueza a los ojos, como pidindoleque la perdonara, y le tendi la mano.

    He llegado demasiado temprano, ve rdad? pregunt Levine re c o-rriendo rpidamente con la mirada el vaco saln. Y al comprobar que habaconseguido su propsito, es decir, que nada ni nadie podan impedirle que decla-rase a Kitty su amor, su semblante adquiri una expresin grave y sombra.

    Nada de eso respondi Kitty, sentndose.Lo he hecho intencionadamente, a fin de encontrarla sola confes

    l, sentndose a su lado y sin mirarla, por temor a perder los nimos. Mi madre vendr en seguida. Est muy cansada, sabe?, muy cansada...Hablaba sin saber lo que deca y dirigindole una mirada de splica y

    llena de afecto,l la mir a su vez, y entonces ella enrojeci y guard silencio.Le dije que no saba para cunto tiempo haba venido, porque eso

    dependa de usted...Ella bajaba cada vez ms la cabeza, sin saber lo que iba a contestar a lo

    que l estaba a punto de pre g u n t a r l e . En efecto, eso depende de usted murmur Levine, porque... por-

    que he venido slo para pedirle que... que sea usted mi esposa.

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  • Dijo esto sin apenas darse cuenta de lo que deca, pero compre n d i que lo peor estaba dicho, y por eso se detuvo y volvi a mirarla.

    Kitty respiraba penosamente, sin levantar la cabeza. Algo muy parecido ala felicidad hencha su alma. No haba esperado que la declaracin de Levinele produjese una impresin tan honda. Pe ro esto dur slo un instante: el quet a rd en acordarse de Wro n s k y. Levant su mirada lmpida y franca y la fij enLevine. Entonces vio su expresin de angustioso anhelo y respondi al punto:

    No puede ser... Pe rdneme, pero no puede ser. . .Algo cambi de sbito en el alma de Levine. Haca un instante senta a

    Kitty muy cerca de l y la consideraba como algo imprescindible. Ahora, encambio, qu lejos la vea y cun extraa le era...!

    Me lo tema. Ha sucedido lo que yo esperaba murmur sin mirarla.Y, saludndola con una inclinacin, intent marc h a r s e .

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    En este momento entr la Duquesa. Al principio, en su semblante se re f l e j una profunda desazn al verlos a los dos solos y tan serios y afectados. Pe ro enseguida, al ver que Levine se inclinaba ante ella sin pronunciar palabra y queKitty permaneca muda tambin, sin levantar la cabeza, pens: Afort u n a-damente, lo ha re c h a z a d o. Y su ro s t ro cobr la expresin habitual de simp-tica alegra que adoptaba todos los jueves para recibir a sus invitados.

    Se sent y empez a dirigir preguntas a Levine acerca de su vida en elc a m p o. Tambin l tom asiento. Haba decidido esperar que llegaran losinvitados para poderse marchar sin que nadie lo advirt i e r a .

    Poco despus apareca la condesa de No rdston, gran amiga de Kitty, quese haba casado el invierno anterior.

    Era una mujer seca ms que delgada, de ojos negros y penetrantes, y tan ner-viosa, que rayaba en lo enfermizo. Quera mucho a Kitty; su cario era comoel que suelen sentir todas las mujeres casadas por las solteras: se fundaba en eldeseo de que Kitty se casara con el hombre que ella habra desea-do tener pore s p o s o. Este hombre era Wro n s k y, al que consideraba como un modelo de marido.

    En cambio, Levine, al que al principio del invierno haba visto muy amenudo en casa de los Cherbatzky, le era antiptico. Y cuando se encontrabacon l slo se preocupaba de zaherirle y dive rtirse a su costa.

    Levine tampoco la poda tragar. En t re ambos exista un tipo de re l a-cin frecuente en la vida de sociedad y que consiste en que dos personas, aun-

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  • que aparentemente son amigas, en el fondo se aborrecen hasta el punto deque ni siquiera pueden mantener una conversacin en serio... ni llegar a ofen-derse la una a la otra.

    Al ver a Levine, le falt el tiempo para dirigirse a l. Hola, Konstantn Dimitrievitch! De nuevo por aqu, en esta corro m-

    pida Babilonia? exclam tendindole su plida manecita y re c o rd n d o l ela comparacin de Mosc con Babilonia hecha por Levine al principio delinvierno. Es que esta Babilonia se ha transformado o es que usted se estp e rv i rtiendo? y al decir esto miraba burlonamente a Kitty.

    C e l e b ro mucho, Condesa, que re c u e rde usted tan al pie de la letramis palabras respondi Levine, que ya haba recobrado la presencia denimo, adoptando el tono ligeramente sarcstico e irnico que sola emplearcon la Condesa. Eso prueba que lo que yo digo la impresiona pro f u n-d a m e n t e .

    Y tanto! Todo lo que dice usted lo apunto.En este momento, Levine se fij en un joven militar que acababa de entrar

    en el saln.ste debe de ser Wronsky, se dijo. Y, para confirmar su sospecha,

    dirigi una mirada a Kitty. Ella, que tambin haba visto a Wro n s k y, observ rpidamente a Levine, el cual dedujo de esta simple mirada de sus ojos llenosde alegra que Kitty amaba a aquel hombre: qued tan convencido de ellocomo si ella se lo hubiera dicho con palabras. Cmo sera Wro n s k y. . . ?

    Ante esto, Levine, sin preocuparse de si lo que haca estaba bien o mal,decidi quedarse: quera saber qu clase de hombre era aquel al que ella amabat a n t o.

    Hay personas que cuando se encuentran con un rival que les ha ve n c i d osienten el deseo de vo l verle la espalda y no ven en l nada de lo bueno queposee, sino tan slo todo lo malo. Ot ros, en cambio, lo que ms desean esdescubrir en sus ve n c e d o res las armas con que los han derrotado y, aunquecon harto dolor, buscan en ellos lo bueno nicamente. Levine perteneca alos segundos.

    No le cost ningn trabajo descubrir los atractivos y buenas cualidadesde Wro n s k y, pues saltaban a la vista. Era de estatura re g u l a r, moreno, de her-moso ro s t ro y con una expresin que denotaba inteligencia, b