A salvo. Kristine junto a su marido Douglas Tompkins compran y … · 2017-07-19 · La primera...

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a 128 ACTUALIDAD ACTUALIDAD 129 a “No queremos robar el agua, queremos donar estas tierras Kristine McDivitt (61). Está casada con Douglas Tompkins, junto a quien recibe duras críticas debido a la cantidad de tierras que compran en nuestro país y en Chile. Norteamericana, multimillonaria y conservacionista, vendió sus acciones de la marca Patagonia para instalarse en el sur con la intención –afirma– de recuperar el hábitat y donar los terrenos a cada nación. Desde Corrientes, se defiende y redobla la apuesta: “Se equivocan quienes dicen que no contribuimos con la sociedad”. La historia de una mujer que abandonó su exitosa carrera para ir tras sus ideales. textos SILVINA OCAMPO fotos AXEL INDIK (enviados especiales a Mercedes, Corrientes) A salvo. Kristine junto a su marido Douglas Tompkins compran y recuperan tierras en el Iberá para finalmente convertirlas en parques nacionales. Por estos días, aves y carpinchos recorren las 135.000 hectáreas protegidas y en libertad.

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“No queremosrobar el agua, queremos donarestas tierras”

Kristine McDivitt (61). Está casada con Douglas Tompkins, junto a quien recibe duras críticas debido a la cantidad de tierras que compran en nuestro país y en Chile. Norteamericana,multimillonaria y conservacionista, vendió sus acciones de la marca Patagonia para instalarse en elsur con la intención –afirma– de recuperar el hábitat y donar los terrenos a cada nación. DesdeCorrientes, se defiende y redobla la apuesta: “Se equivocan quienes dicen que no contribuimos con lasociedad”. La historia de una mujer que abandonó su exitosa carrera para ir tras sus ideales.tex tos SILVINA OCAMPO fo tos AXEL INDIK (enviados especiales a Mercedes, Corrientes)

A salvo. Kristine junto asu marido DouglasTompkins compran y recuperan tierras en el Iberá parafinalmente convertirlasen parques nacionales.Por estos días, aves ycarpinchos recorren las135.000 hectáreasprotegidas y en libertad.

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que hacer con nuestro dinero. (N. de la R.: LosTompkins tienen otros campos en Corrientes–12.000 hectáreas en la estancia El tránsito–dedicados a la ganadería).

¿Ya es un hecho que piensan donar estastierras como lo hicieron en Santa Cruz conMonte León? Absolutamente, esa fue nuestraintención desde un primer momento y ya co-menzamos el proceso hablando con la gente deParques Nacionales. Lo que sucede es que an-tes hacemos un trabajo de recuperación de tie-rras y reinserción de animales en peligro deextinción, para que lo que donemos sea real-mente una tierra con un ecosistema intacto.

Debe ser extraño pasar de dueño a turis-ta, ¿no? Un poco, pero es lo que nos propusi-mos desde el inicio. Recuerdo que en MonteLeón, justo antes de donar la tierra, bajé a laplaya y me recosté al lado de los pingüinos.Luego, cuando volví como turista me tuve queconformar con verlos de lejos (risas), porqueobviamente el parque debe restringir el movi-miento humano cerca de las pingüineras. Y es-tá muy bien que así sea, eso es lo que verda-deramente deseamos: no tener algo sólo paranosotros sino poder compartirlo. Por eso aquíen Corrientes también promovemos los cam-pings que nosotros mismos recuperamos yluego donamos a los municipios.

SIN HERENCIA, PERO CON TITULO.Kristine nació en California en el seno de unafamilia acomodada. Su padre era petrolero yella vivió siempre en la estancia de su abuelo,cerca de Santa Bárbara, excepto por un lapsode tres años en los que don McDivitt se ins-taló en Venezuela con toda su familia. “Allícontrajo una enfermedad muy contagiosa ymurió. Fue muy duro para mi madre, que de-bió regresar viuda a nuestro país”, dice mien-tras recuerda a su progenitora de 92 años, aquien visita todos los años. “Es un ser muy es-pecial. A los 89 viajó a Chile para visitarnos.¡Le encantó nuestra casa!” Terminado el cole-gio, Kristine se puso a estudiar porque en sufamilia todos “debían” tener un título. “Meinscribí en Historia para darles el gusto, perono sabía muy bien qué quería hacer. Y eso noera un detalle menor: en mi familia te pagabantodo hasta el día en que uno egresaba, luego nohabía ni un dólar más, debíamos arreglárnos-la solos”, recuerda sin ningún tipo de repro-ches ante semejante exigencia familiar. “Amí me gusta el sistema de mi familia. Ustedesquizá no lo pueden entender porque son latinosy tienden a chupar de la teta hasta que ya no sepueda… pero nosotros no”, dice entre risas.Mientras pensaba qué hacer, visitó a una ami-ga en Guatemala y se empleó como cocinera

En el campo de los Tompkins la natura-leza parece tan perfectamente domi-nada que hasta los numerosos carpin-chos que recorren libre y pacífica-

mente sus tierras se convierten en naturalescortadores de césped. Así, se pueden vergrandes praderas impecables y prolijas quese intercalan con pastizales y esteros en losque conviven una infinidad de animales sil-vestres. Para llegar a la estancia El socorro,donde viven Kristine (61) y Douglas (68), hayque viajar hasta Mercedes, Corrientes, y deallí recorrer 90 kilómetros de ripio. Tras cru-zar una tranquera se abren 135.000 hectáreasque forman parte de los humedales más fa-mosos de la provincia. Estas tierras, al igualque otras que el matrimonio tiene en la Pata-gonia chilena y argentina, son objeto de durascríticas que aseguran que detrás de sus bue-nas intenciones existe un plan de los paísesdesarrollados para quedarse con los recursosnaturales de los más pobres. Kristine, unamujer menuda que se expresa en un españolentreverado pero preciso, que mezcla con pa-labras y frases en inglés, no parece amedren-tarse por los reproches y nos recibe en su ca-sa correntina dispuesta a conversar sobre suvida, sus amores, su pasión por la naturalezay, por supuesto, sobre las críticas. Mientrasdura la entrevista pedirá un tiempo para ir a

encontramos con Doug –nos conocíamos des-de antes porque era muy amigo de Yvon– y to-do cambió. Me invitó a visitarlo en Chile, don-de él acababa de comprarse una casa que que-ría reciclar. Fui por diez días y me quedé cincosemanas. Al año estaba renunciando a Patago-nia para instalarme definitivamente en Chile.

El SALTO DE FE DE KRISTINE. Para ellafue un cambio tan brusco que lo llama “un sal-to de fe”. Apenas instalada en Chile (en la es-tancia Pumalín, a la que se llega sólo en lan-cha; un lugar que hoy es digno de salir en lamejor revista de decoración) hubo que empe-

en las casas de verano de su familia. Final-mente se puso a trabajar con su amigo el es-calador Yvon Chouinard, a quien en ese mo-mento se le ocurrió la idea de crear una líneade ropa para montaña, y su amor por el sur–tanto argentino como chileno– lo llevó abautizarla Patagonia.

Y Patagonia llegó a ser un gran éxito…¿Cómo lo lograron? No lo sé, porque no te-níamos estudios ni experiencia en el rubro.Sólo sé que trabajábamos 16 horas por día por-que somos personas de los ‘60 y no nos gusta-ba dejar nada en manos de empresarios ni ban-queros. Creamos una empresa en la que nosgustaba trabajar y nos fue bárbaro.

Aunque llegó un momento en que eso nofue suficiente para vos, ¿qué sucedió en-tonces? A los 42 años comencé a pensar cuálera la vida que quería (N. de la R.: Kristine es-tuvo casada por 11 años y no pudo cumplir sudeseo de convertirse en madre), si eso era lomáximo a lo que yo podía aspirar. Es decir, es-taba en lo más alto de mi carrera y comencé asentir un ahogo muy grande. Justo en aquélmomento mi jefe me pidió que viajáramos alsur con algunos de nuestros clientes paratransmitirles los valores y la filosofía de la mar-ca. Fue en este viaje, en 1991, cuando nos re-

zar todo de cero. Al tiempo que Doug (un ar-quitecto sin título) levantaba la casa, ella se pu-so al frente de una huerta, juntaba leña y hacíapanes caseros. El tiempo fue pasando. “Des-pués de siete años, le vendí a Yvon mis accionesde Patagonia y separé el dinero que iba a necesi-tar para vivir y el que invertiría para crear lafundación Nueva Conservación Patagónica”.La primera compra de Kristine fue en SantaCruz, un lugar llamado Monte León, por el quepagó 1,7 millón de dólares y el que un año mástarde donó como parque nacional. “Eso es loque queremos hacer aquí en Corrientes, recupe-rar tierras para convertirlas en parques nacio-

preparar el almuerzo para su marido y unosinvitados que llegaron de improviso. “Megusta mucho cocinar y mi especialidad son lospanes”, apunta.

Cuando escuchás las críticas hacia lo quehacen, ¿no te dan ganas de pegar un por-tazo e irte a otro lado? No, para nada, por-que no importa donde esté uno, si en el Congoo en Indonesia, en cualquier lado donde hay uncambio en el uso del suelo hay conflictos. Vivi-mos en un ámbito de desarrollo mundial y siuno decide utilizar un terreno sólo para con-servarlo intacto, hace ruido.

Sucede que en un mundo donde hay tantapobreza muchos pedirían que en lugar decuidar el ambiente pusieran comedores ole dieran trabajo a la gente… Se equivocanlos que dicen que no contribuimos con la socie-dad, no entienden que lo mucho o poco que po-seen está basado en la biodiversidad, en el de-recho a tener agua cristalina, aire puro, un am-biente limpio. Esa es nuestra contribución parala sociedad. Comprar tierras para preservarlasecológicamente. No queremos robar el agua,eso es una locura que no resiste el menor análi-sis, lo que queremos es donar estas tierras. Ojo,no pedimos que nadie reconozca lo que hace-mos, pero tampoco que nos digan qué tenemos

La intimidad de unamultimillonaria.En la cocina, al igualque en el resto de lacasa de Kristine, sedestacan los mueblesen madera. Aunquecuenta con ayuda paralos quehaceresdomésticos, a ella legusta preparar lacomida para su marido,Douglas Tompkins (con ella en la foto).

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hoja o fruto y comenta algo de lo que hay quehacer para mejorar la huerta orgánica. Reco-noce todos los animales que se mueven con li-bertad –zorros y ñandúes, entre muchosotros– y saluda con amabilidad a cada una delas personas que trabajan en su estancia. “Enmi casa siempre creímos que son más impor-tantes las acciones que las palabras, por eso nodamos crédito ni contestamos a las críticas quenos hacen. Esperamos que vean lo que final-mente va a suceder: que todo esto se va a con-vertir en un gran parque nacional”, agrega ellay aprovecha para pasar por su casa y saludar asu marido que –con un castellano menos flui-do que el de su esposa– nos agradece la visita.

A muchos les cuesta creer que comprentierras e inviertan tanto dinero para des-pués simplemente regalarlas. ¿Es así desencillo? Creo que sí. En mi familia hay unaregla de oro: los que más tienen, más tienenque dar. Así de simple, cuanto más tenés másresponsabilidad tenés de compartir y hacerobras por los otros. Así es como funciona y tepuedo asegurar que no soy ninguna santa, soyterrible. Pero cuando uno se inicia en la filan-tropía, es algo tan grande que es imposible noquerer participar. Desde muy joven sentí quela vida no sólo estaba para disfrutarla, sinotambién para hacer algo grande con ella, dejaruna huella, un impacto. ❑

nales. Nosotros venimos de la cultura america-na, donde los sitios más prístinos y lindos sonprotegidos para que sean de todos, de la huma-nidad. Saber que esta tierra correntina nos per-tenece es una sensación muy profunda y emo-cionante, pero protegerla y preservarla paraque el mundo entero la pueda disfrutar es unasensación aún mejor. Claro que se trata de te-ner una visión a largo plazo, y para mí eso eslo importante”.

“NO SOY NINGUNA SANTA”. Kristine ha-bla y lo hace con pasión, la misma que mues-tra al recorrer sus campos. Mientras caminamira con detenimiento cada planta, toca cada

Argentina en ventaEn la actualidad no existe ninguna restricción que le impida a los extranjeros comprar tierrasargentinas. Si bien hay un proyecto de ley en la Cámara de Diputados que revertiría esta situación(impulsa un límite de 1.000 hectáreas por persona o sociedad) hoy por hoy nada inhabilita a losTompkins de seguir comprando tierras. Hasta el momento cuentan con campos en Corrientes(12.000 hectáreas a nombre de El Tránsito S.A. para ganadería) y Entre Ríos (2.343 ha en el campo Alto Feliciano; 1.180 ha en el campo Malambo y 3.003 ha del campo Laguna Blanca,destinadas a ganadería y agricultura sustentable). A éstas hay que sumarles las propiedades quecompran a través de la fundación The Conservation Land Trust (CTL): 150.000 ha dentro de laReserva Iberá, para conservación con expectativas de crear un parque nacional y 15.000 ha en la estancia Rincón, en la provincia de Santa Cruz, para conservación y con vistas a ser donadas al ya existente Parque Nacional Perito Moreno.

“Recuerdo que en Monte León, justo antes de donar la tierra, bajé a la playa y me recosté al lado de los pingüinos. Luego, cuando volví como turista me tuve que conformar con verlos de lejos.”

Sumergida en la huerta orgánica quecultiva en su estancia correntina.

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