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AAbbuueelloo,, ¿¿mmee eessccrriibbeess uunn ccuueennttoo??

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PPrreesseennttaacciióónn

44 MMeemmoorriiaass ddee SSaann LLoobbiittoo

1100 LLaa LLuunnaa

1144 CCuueennttoo ddee NNaavviiddaadd

1188 CCoonn eell CChhaaccaacchháá ddeell TTrreenn

2222 LLaa ZZoorrrraa yy eell GGaalllloo

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¿me escribes un cuento?

Índice

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Presentación

LLos cuentos subsisten gracias a la gente que los lee y sobretodo, a la que los cuentan con ilusión e imaginación. Necesitantambién que se les dedique tiempo para poder crear a su alrede-

dor una atmósfera mágica, lejos del ruido y las distracciones.

En un mundo en el que predominan el ritmo frenético, las prisas y lourgente, aquellos que disfrutan del tiempo libre y que pueden pararse areflexionar sobre lo que ocurre son unos afortunados. Los mayores losomos. En la actualidad, nos dedicamos por completo a nuestros nietosy no son pocos los progenitores que dejan en nuestras manos la crianzade sus hijos. Es en esos momentos cuando los mayores transmitimos latradición de escribir y contar cuentos a los más pequeños.

Muestra de ello sonestas seis narraciones delI Concurso de Escritura deCuentos para personasmayores, organizado porCCOONNFFEEPPEESS

y la revista EENNAACCTTIIVVOO

.

Invitamos a leerlos conatención y a compartirlos,con ilusión, con los niñosde la familia.

CCOONNFFEEPPEESS

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PPoorr ÁÁnnggeell MMuuññoozz ““eell hhoommbbrree ddee NNaavvaallccaauu””

Yo siempre fui un lobo ilustrado. Vamos, todo lo que bien puede lla-marse un lobo fino. Y no es que mi padre fuera un lobo rico, peroyo de joven presumía como si lo fuera. También a los lobos

jóvenes nos gustaba ser un poquito presuntuosos, darnos cierta impor-tancia y lanzarnos algún que otro farolito: vamos, lo mismo que encualquier otra “clase de animales”, sean estos racionales o no. No lo pasémal durante mi juventud, pero no todos los caminos por los que tuve lasuerte de andar fueron senderos de rosa, porque, si bien asistí a la escuelalobuna de la alta sociedad durante el día, de noche teníamos que cazarpara comer, y teníamos que andar despiertos porque en cualquier sitiopodía esperarnos la muerte. Y así, alternando la buena vida con las dificul-tades fue como aprendí a ser un prudente y práctico lobo.

Nuestra vida no es muy larga. Y nuestros antecesores siempre nosrecomendaban que los, aproximadamente, doce años de vida que te-nemos los aprovecháramos bien. Yo, que ya tengo once años y medio, ypuede que ya no me queden muchas noches de contar estrellas; te con-taré a grandes rasgos, cómo fue parte de mi vida. No te puedo contartodo, porque algunas de las cosas que hice no me siento muy orgulloso,y esas por descontado que me las pienso callar. Vamos, más o menosigual que en el mundo de los humanos.

Empezaré por mi nacimiento, que la verdad es que yo creo que nací en

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Memorias deSan Lobito

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un lugar que tiene unos paisajes extraordinarios. Claro que yo estabaseguro de merecerlo: “Un lobo como yo, no es un lobo cualquiera”, por lomenos eso he pensado yo toda la vida. Mi familia había escogido bien ellugar para instalar su madriguera. La fundó un antepasado mío que pareceser que estuvo unos años haciendo las “Américas” y cuando regresó fueconocido como el Indiano. Eligió un lugar en la orilla derecha del río Tiétar,en el llamadado Cerro de los Lobos, cuya cima está coronada de unasenormes piedras, y debajo de estos peñascos, mi admirado y trabajadorpariente se afiló bien las uñas y se puso a excavar con tanto ahínco, quellenó toda la parte más alta de la montaña con un gigantesco laberinto degalerías subterráneas muy bien protegidas y disimuladas todas ellas.

Antes de que mi familia llegara a esta zona, todo esto se llamaba elCerro del Muerto, por aquella historia que contaban los lugareños de lospueblos cercanos que, según decían, allá por el año 1800 un pastor cayómuerto por un rayo y los parientes lo enterraron bajo un montón depiedras, muy cerca de las puertas de nuestra lobera. Nuestros ante-cesores que, al parecer siempre fueron muy piadosos, colocaron dos tro-

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zos de madera en forma de cruz sobre las piedras de la tumba, y los ma-yores de nuestra familia siempre nos enseñaron a los pequeños lobeznosa santiguarnos cada vez que pasábamos por aquel sendero.

Cuando nuestro antecesor se construyó allí la madriguera que,estratégicamente, está muy bien hecha y nos servía de refugio segurocuando los habitantes de los pueblos cercanos nos asediaban con susbatidas de perros y armas de fuego. Según ellos, decían que estabancansados de que nuestra familia lobuna se alimentara a costa de sus ani-males. ¡Qué ignorantes! No imaginaban lo pesado que es tener que comercarne de oveja para desayunar, comer y cenar todos los días.

En fin, como quiera que sea ya me estoy alargando demasiado.Vayamos a mis primeros recuerdos que puede que sea lo más interesante:cuando tenía unos tres meses, mi madrina la loba Parda, que era muybuena cristiana, me llevó hasta el río para bautizarme. Me metió la cabezabajo el agua y me puso por nombre San Lobito, diminutivo de San Lobón,que era el Santo del día además de ser el patrón de todos los lobos. Ciertoes que para mí, el nombre de San Lobito me dio suerte. Eso sí, cuando fuimayor me quedé solo en “lobito”, y con minúscula, porque para que aalguien le pongan el San delante, hay que tener dinero. Vamos, que en elmundo de los lobos también existen las categorías.

Yo siempre tuve mucho aprecio y respeto a mi madrina, la loba Parda,que fue muy buena toda su vida. Recuerdo aquella noche de invierno fríay lluviosa que, estando con ella de caza,nos encontramos una niña perdida enel monte, puede que de unos tresaños de edad. Yo me relamía losbigotes pensando en el festínque me esperaba, después devarios días sin tener ni un trozo

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de oveja que comer. Mi madrina me dijo que de comerme a la niña, nadade nada, “¡Ya comerás otro día!”. Para que la niña no se asustara ella sedisfrazó de virgen María, se llevó a la niña hasta nuestra madriguera, paralo cual hubo de echar fuera a todos los parientes que, como yo, la queríanclavar el diente. Y pasadas unas horas, cuando fue de día, la dejó cerca dela cabaña de unos pastores y así la niña siempre tuvo una bonita historiaque contar, aunque la verdadera realidad nunca se llegó a conocer.

De mis padres casi nada les puedo contar. Yo era muy pequeño cuandoun tipo, llamado el Lobero, les atizó dos tiros a cada uno, y, según mecomentaron, los pasearon muertos a lomos de burro durante varios díaspor los pueblos cercanos, donde aquel tipo que los mató reclamaba su re-compensa entre los ganaderos de la región. Aquel individuo mal encaradofue una maldición para nuestra familia, además de mis padres, se cargó avarios parientes de los cuales ya no recuerdo su nombre. Yo creo que alos lobos viejos también nos afecta algo la enfermedad de Alzheimer.

De todas formas, algunas cosas conservo como lejano recuerdo. Una deaquellas tardes en la que toda la familia habíamos comido muy bien ybebido mucho vino, ya que uno de mis primos apodado el Caco había con-seguido robar un barril de buen tinto en la choza de un pastor y así fuecómo, animados por la bebida, formamos consejo familiar y, entre todos,decidimos cargarnos a aquel tipo que se ganó el apodo de el Lobero acosta de ir matando de cuando en cuando a alguno de nuestros parientes.Qué ilusos nosotros los lobos jóvenes, nos creíamos seguros de matar alLobero, pero se trataba de un tipo feo, duro y astuto, y nos montó unaencerrona, que por muy poco no quedamos alguno vivo.

En total, nos juntamos quince lobatos jóvenes y tres mayores.Esperamos al tipo que montado en su burro se dirigía a nuestro cerropara colocarnos sus trampas; le salimos al paso aullando como ver-daderos diablos, pero el topo se cargó a los tres parientes mayores en

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un abrir y cerrar de ojos, los dejó tiesos de otros tantos disparos.Acabados los tiros, el hombre se bajó del burro y salió corriendo, ynosotros detrás de él. ¡Cómo corría el tío! Era todo un campeón, tresleguas fue delante de nosotros a todo correr y debía tener mucho miedoporque notamos un cierto olor desagradable mientras el Lobero semanchaba el pantalón de color marrón y empezamos a notar quepisábamos algo blando y resbaladizo.

Dos de mis primos jóvenes se desnucaron al resbalar; los quequedábamos útiles seguíamos corriendo cada vez con más ganas deacabar con aquel tio que era la pesadilla de toda nuestra familia lobuna. Elindividuo se metió entre dos paredes de piedra que se estrechaban más ymás. Al final quedamos mi prima la lobata Pardina y yo, que de pronto nosdimos cuenta de que estábamos cayendo en una trampa especial paracazar una manada de lobos. Los dos retrocedimos a tiempo y muy cansa-dos, dolidos y jadeantes, nos refugiamos en nuestra lobera.

Allí estuvimos unos días sin atrevernos a salir al exterior hasta que elhambre nos obligó a cazar de nuevo. Unos meses más tarde me casé conla Pardina y pudimos reconstruir la manada. Y pasados ya varios años esbastante numerosa. Gracias a aquella hazaña de todos nosotros y al sa-crificio de casi toda mi familia, el Lobero cogió tanto miedo que nuncajamás volvió a aparecer por el cerro de nuestra guarida, ni a causarnospreocupaciones con sus trampas.

En el día de hoy somos un clan bastante numeroso y yo creo quealgunos de mis descendientes están deseando que finalice mis días paraconvertirse en el jefe de la manada. Yo, mientras tanto, me mantego unpoco apartado de las hermosas correrías de la caza y como ya tengopoco apetito y ando mal con la dentadura y el vino me produce ardoresde estómago, me limito a comerme algún conejillo tierno que, de cuando

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en cuando, me regalan mis nietos y con ello voy pasando.

Por las noches me siento sobre mis patas traseras delante de nuestraguarida, recordando mis aventuras, lanzo unos aullidos sonoros a la luz dela luna en honor de todos los lobos muertos, y recito con fervor la oración“de salud hambre a San Lobón, gran rey de todos los lobos”. Mientrasespero reunirme alguna vez con aquel Lobero en el cielo. Yo creo que elDios de toda la creación, que es muy bueno y justo, ¡estoy seguro de quea él también le perdonará!

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Una noche de verano, en la puerta de una casa de un pueblo seencontraban sentados el abuelo, su nieto y un vecino que se leshabía unido. Los dos ancianos fumaban su cigarro. El cielo lucía

su azul más hermoso. En la bóveda la luna majestuosa sonreía felizacompañándola las estrellas.

El nieto miró el cigarro que tenían en sus labios pegados y que fuma-ban sin utilizar sus dedos. Observó que se consumía por el humo que

PPoorr MMaannuueell OOll llooqquuii ““AAllaann””

La Luna

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salía por la comisura, obligando a mantener un ojo cerrado para evitarlas lágrimas. El vuelo de un murciélago atrajo su atención y al seguirlovio a la luna que le sonreía.

–Abuelo, ¿por qué en la capital no veo la luna? –dijo.–Allí sólo hay muros.–¡Qué filósofo te has vuelto! –exclamó el vecino.–Es que mi abuelo es muy listo. Me cuenta muchos cuentos –contestó

orgulloso el nieto.

El abuelo le sonríe sintiéndose satisfecho mientras deja escapar unabocanada de humo que cubre su cara como si por delante de ella estu-viera un día de niebla que, poco a poco, va desapareciendo.

–¿Sabes por qué la luna a veces está grande, otras oscura o a mediasa derecha o izquierda? –dijo el abuelo deseando despertar la curiosidaden su nieto.

–Se llama llena, nueva, creciente y menguante –respondió el vecino.–¿Es un cuento? –preguntó con ansiedad el nieto.–Sí –contestó el abuelo que le sonrió.–Cuéntamelo –había deseos.–Bueno, ¿has ido al mar?–Sí –dijo con alegría. Extrañado continuó– ¿No te acuerdas que fuimos

un verano? Me compraste un helado y no te bañaste, aunque presumíasde saber nadar.

–¿Tú? ¿Nadar? –dijo el vecino sonriendo.–Bueno, dejemos eso –miró al nieto e ignoró la mirada pícara del veci-

no– ¿No te fijaste en lo que pasa?–Sé que tiene mucho agua –respondió el nieto con su inocencia.–Pero, ¿no te fijaste que por la mañana y por la tarde el agua sube o

baja?–No –dijo pensativo.–Pues sí –había una sonrisa maliciosa en el abuelo.

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El niño le miró pensativo; hay algo que no le cuadra. Como no puedequedarse con dudas le consultó.

–¿Eso qué tiene que ver con la luna? –preguntó el nieto.–Pues que ella es quien lo hace.

La respuesta de su abuelo le desconcertó y se manifestó en su rostro.

–Pero…–Cuando a la luna le falta parte es porque la ha dejado en la tierra y

por eso sube el agua del mar…–¿No es que cuando hay llena la marea es alta y cuando son los cuar-

tos baja? –dijo el vecino.–Tú no te metas –el abuelo le hizo un guiño pícaro.–Sigue abuelo y acláramelo.–Pues te diré pequeño que la luna, ahí donde la ves, es una ladrona.–No, abuelo, no es así –se precipitó a decir al no estar de acuerdo. Le

habían dicho que la luna era buena, pero sonreía por la noche.–Sí, muchacho. La luna cuando quiere tira parte de ella para quedarse

tan pequeña que casi no la ves y otras quiere ser grande…–Se dice nueva –añadió el vecino.–Entonces toma del fondo del

mar tierra parallenarse.

–¡Ya decía yo!Por eso cuandoveo en la tele-visión los reporta-jes de naturalezaen el mar hayagujeros…

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–Se llaman simas –aclaró el vecino.–Así es –dijo el abuelo. Miró pícaramente al vecino siendo cómplices.

El pequeño estaba contento de su abuelo: sabía mucho. ¡Claro: erapor los años que tenía!

–¿Cómo se lleva la tierra o cómo la tira? –preguntó de sopetón elnieto mirando con seriedad.

–Pues…–¡Eso! ¿Cómo lo hace? –dijo el vecino sonriendo pícaramente, desean-

do ver cómo salía de aquella situación.

Los años dan experiencia, acumulan conocimientos. Después de largossegundo le llegó la luz.

–Has escuchado hablar de los meteoritos, maremotos, tornados…–Sí, una vez lo ví en la televisión. ¡Claro! Se las lleva en el viento hasta

ella y cuando la tira es por los meteoritos –aseguró con firmeza, con unaamplia sonrisa de satisfacción.

–Así lo hace–. Respiró profundamente mientras miraba al vecino yéste le comprendió. Había salido del apuro. Le dio un ataque de tos quesalió de su interior.

–Abuelo, tienes que dejar el tabaco –le miró preocupado.–Ya lo sé, pero a mi edad es el único capricho que tengo. –Se encogió

de hombros.–Es malo. Lo tienes que dejar.–Bueno… –sonrió.

Abuelo y nieto se miran, sonríen y la luna en las alturas les sonriópicarona.

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Carlota, Luis y Berta estaban alborotados. Eran las fiestas deNavidad y mamá les había dicho que vendrían los abuelos apasar con ellos unos días. ¿Los abuelos? Apenas les recordaban.

Carlota un poquito porque era la mayor, pero Luis y Berta vagamente. Losabuelos eran los padres de su papá, los de su mamá hace mucho que sefueron los dos a jugar con las estrellas. Lo decía mamá. A Luis le dabacosa que subieran tan alto y le decía a Carlota: “¿Cómo han subido?”.Carlota se reía y respondía: “Mamá lo sabe”.

–Oye Carlota, y ¿cómo es el abuelo?.– Pues como todos los abuelos…– Pero –dice Berta– ¿por qué no vienen a casa?– Pues no sé… Mamá dice que son muy raros.– ¿Qué es ser raro? –pregunta Luis con los ojos muy abiertos.– Pues no sé… Mira, déjalo ya y vamos a sacar las figuritas para poner

el Belén.– No, no –dice Berta–, yo quiero que vengan los abuelos para ver qué

es lo raro.

Carlota se enfada, apoya sus naricillas en el cristal de la ventana y con-templa la nieve. “¡Cómo nieva! ¡Qué frío! No hay pajaritos en los árboles.¿Dónde se esconden?”.

Luis y Berta se sientan en el suelo. Berta saca de la caja una oveja, un

PPoorr EEllvviirraa ddee llaa OOssaa ““XXoouuvviiññaa””

Cuento de Navidad

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pastor, un molino, el papel de plata para hacer el río. Está contento, Luisobserva a su hermana muy callado.

–Ven –le dice Berta–, mira qué bonita es esta casita: tiene ventanas yuna gallina–. Luis no responde.

Berta le toca y le dice:

–¿Estás enfadado con Carlota porque dice que los abuelos son raros?–No. No estoy enfadado, pero quiero que mañana cuando vengan esté

todo muy bonito con las luces encendidas y calentitos. Así lo raro si esmalo no lo veremos.

–Es verdad –dice Berta y le da un beso a Luis–. Tendremos el nacimien-to colocado. ¿Les gustará a los abuelos?

Los tres niños están nerviosos. Para ellos la Navidad es alegría y fiesta.

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Con sus papás cantan villancicos y comparten elturrón y los pasteles con otros vecinos y

amiguitos al final de la cena. ¡Qué bien,Navidad! Pero este año es distinto: ¡¡lle-gan los abuelos!!

–Carlota, Carlota: ¿dónde van adormir los abuelos?

–No lo sé. A lo mejor en el sofá delcomedor.–¿Los dos? –pregunta Luis.

–No, no caben. Se caerán –dice Berta.–Mirad, cuando llegue ya lo dirá mamá. ¡Sois unos

pesados! –dice Carlota.–Bueno mejor. ¿Pero sabes una cosa? Luis y

yo dormimos e el salón del comedor, el abueloen la cama de Luis y la abuela en la mía –diceBerta. Luis la besa.

–Eso, eso. Ellos en las camas. ¡Qué Navidadtan bonita!

Al día siguiente el timbre de la puerta suenamuy fuerte. Los pequeños corren para abrir. Papá ymamá también. Son los abuelos, ¡qué guapos! El abuelo lleva gorra y ellatiene el pelo de algodón. ¿Dónde está lo raro? Los abuelos lloran. ¡Cuántotiempo sin verlos!

Los pequeños caen sobre ellos como una tromba besándoles y cogien-do sus manos. Entran todos al salón. Todo está precioso. Luis mira alabuelo, después a la abuela.

–¿Raros? ¡Son guays! Es lo mejor de la Navidad. Carlota, Berta, venid.

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Las niñas cogen las panderetas y Luis canta: “Hanvenido los abuelos, han llegado en Navidad,dormirán en nuestras camas y con nosotrosvivirán”.

En la calle sigue nevando, hace frío, peroen casa de Carlota, Luis y Berta, el amorllena la Navidad. Los papás deciden que losabuelos no vuelvan al pueblo. ¡Se quedan conellos! Luis se acerca al Portal de Belén, toma ensus manos al Niño Jesús y le dice bajito: “Graciasporque me has escuchado. Yo también soy raro y necesitaré que mequieran”.

Los ángeles alaban a Dios y en una humilde casa tres niños hacen bro-tar el milagro del amor y la acogida.

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Transcurría el año 1951, era en el mes de junio. Yo viajaba desdeMorón de Almazán a Soria para examinarme del segundo cursodel Bachillerato. Estudiaba por libre, como se llamaba entonces, y

eso consistía en aprender los cuestionarios en casa y examinarse detodo el curso en un par de días. Nosotros éramos ocho hermanos y nopodíamos ir al colegio, por lo que yo –que era la más pequeña– estudia-ba con mi hermana, bueno ella estudiaba más por mí que yo.

Esa vez iba yo sola en el tren, pues mi hermana tenía que seguir enla escuela dando clase. Al subir al convoy me senté en un departamentocon otras cinco personas, una de ellas era un señora muy bien arregladay enjoyada. Yo observé que llevaba un pendiente desabrochado y le dije:

–Señora, se le va a caer el pendiente.–Muchas gracias niña. Te lo agradezco porque no sólo es el valor que

tiene, que es mucho, sino el sentimental, pues es muy antiguo.Perteneció a mi abuela materna, de ella pasó a mi madre y lo conservocomo el objeto más preciado de todos los que tengo.

Charlábamos y recuerdo que me preguntó si habría más sorianos opinos. Yo le dije que lo mejor sería atar un soriano a cada pino y de esemodo no habría confusión. Le hizo mucha gracia. Tenía tantas ganas dever cosas, que me marché a dar un vuelta por los pasillos del tren.

PPoorr FFeell iissaa VVaallttuueeññaa ““llaa CCuueenntteerraa””

Con el Chacachá del Tren

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Sentía curiosidad por todo, pues yo sólo salí de mi pueblo a losexámenes en el mes de junio y a veces en septiembre, si me quedabaalguna asignatura (que va a ser que sí).

Miraba por todos los departamentos, me llamaban la atención lasmaletas y las personas, pensaba que me iba a encontrar con alguienconocido, pero ¡qué va!

De vuelta al asiento veo a la señora muy alterada diciendo:

–Llame al revisor para que de cuenta a los guardias. Ha sido la niña.¡Sí! ¡Tú has sido!

-¿Yo he sido qué?–La que me ha robado el pendiente.–Señora –le dije con voz entrecortada– yo no he sido.–Sí. Bien te fijaste en él cuando entraste. Y además, sospecho que no

viajas sola. Has ido a entregárselo a tu cómplice.–Señora, yo…–No digas nada, ladrona. Ya se ocuparán los guardias de sacarte la ver-

dad.

¡Qué desazón! ¡Qué nervios! ¡Qué espanto! Del susto que tenía no mesalían ni las lágrimas. Ya, en Soria, estaban los guardias esperándome, ¡amí! Sí ¡A mí! Jamás volvería a mi casa. ¿Qué pensaría mi familia? ¡Qué

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disgusto el de mi madre! Y los de mi pueblo, ¿qué dirían?

Uno de los guardas al verme tan sofocada dijo:

–No parece que esta niña haya robado su pendiente. –Ya estamos con favoritismos. Sepa usted que soy una persona muy

influyente y con gran prestigio y exijo que se la lleve a la comisaría parainterrogarla.

–De acuerdo señora…

Al bajar del tren me esperaba mi prima, pues era la que se encargabade mí mientras duraran los exámenes. Asombrada al verme con dosguardias, preguntó:

–¿Qué ha pasado? ¿Se encuentra mal?–Está acusada de robo –contestó uno de los agentes- y la llevamos a

comisaría. Acompáñenos.

Uno de los guardias cogió mi paquetito donde llevaba algo de ropa ycomida del pueblo. El otro guardia acompañó a la señora y a su ayu-dante que tenía cara de pocos amigos. Cuando el señor de cara agriafue a coger la maleta, vio que debajo del asa estaba el pendiente de

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brillantes y esmeraldas. En ese momento parecía que las esmeraldas memiraban tratando de consolarme: “Tranquila, ya pasó. Respira hondo,todo está arreglado”.

Jesús, ¡qué alegría! La luz se hizo, el cielo se abrió, cesó el huracán ytodo respiraba calma. La señora roja, nerviosa, intranquila y muy asusta-da me pidió perdón repetidas veces. Me besó, sí, me besó y ví elarrepentimiento en su rostro.

–¿Cómo podré recompensar este rato tan malo que te he hechopasar?

–¡Otra vez piense antes de juzgar! –le respondió el agente.–De nuevo pido perdón; pero nada será suficiente para resarcir ese

daño.–Quiero entregarte un dinero para que puedas costear tus estudios.

–La señora sacó 50.000 pesetas.

Se imaginan lo que eran 50.000 pesetas entonces? Yo le dije que no,que me conformaba con que se hubiera aclarado todo. Ella me insistiópara que las aceptara aunque ya sabía que no era suficiente.

–Cógelo –dijo uno de los guardias.–Bien te lo has ganado –añadió el otro agente.

El público que se arremolinó para curiosear decía:

–Cógelo que a ella le sobra.

Y ante tanta insistencia y el consejo de mi prima para que lo acep-tara. Ya lo iba a coger, alargué la mano y … entonces… entonces… ¡Medesperté!

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Érase una vez un pueblo muy pequeño, donde las abuelitas sesentaban al sol en el Cerrocepillo, un lugar dondese estaba muy, muy bien y tranquilo.

Cuando de pronto aparece un gallo muy sofocado co-rriendo, corriendo, corriendooooo.

Dice la abuelita:

–¿Qué te ha pasado gallo quevienes sofocado?

–¡UUF! ¡UFFF! ¡Abuelita!¡Me persigue una zorra!¡UUUF! ¡UUUUF! Nopuedo más uuuuuuuffff.

–Pues, ¿qué te hapasado con la zorra ga-llito?

–Pues… uuuuuffff la muy tuna meha querido engañar. Estaba yoen la era dándome un paseíto y medice la zorra: “Oye gallo, ¿no ves los granosde trigo que hay en el suelo? ¡Pero mira quéapetitosos están!” “Sí, sí que los veo”, contesté yo. “¿Por qué no te loscomes?” Yo agaché la cabeza para comerlos y… ¡ZAS! Se tira a micuello y por poco si me lo arranca. ¡QUÉ SUSTO me llevé! Y por esocorro, la muy ladina lo que quería era comerme.

PPoorr EEuussttiiqquuiiaa CCoorrddeerroo ““llaa CCoonnttaaddoorraa ddee ssuueeññooss

La zorra y el gallo

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¿me escribes un cuento?

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Dice la abuelita:

–¿Quieres que le demos un escarmiento a la zorra?–Sí, sí –dijo el gallo.–Pues métete debajo de mis sayas y escucha, pero no salgas oigas lo

que oigas.

Al poco rato se ve a la zorra que viene a todo correr la calle abajo. Ledice la abuelita:

–¿Dónde vas zorrita con tanta prisa y tan sofocada? –El gallo estabatemblando debajo de las sayas de la abuelita.

–No me entretengas abuelita, que llevo mucha prisa, pues voy bus-cando a un gallo que me debe la vida y ¡no me ha dado ni las gracias!¡Usted cree que eso está bien! –Piensa la abuela “será ladina esta zorra.¡Qué bien miente!”.

–Oye zorrita, pues hace un rato he visto pasar a un gallo corriendo atodo correr hacia el río, por la calle del medio. Si te das prisa seguro quelo alcanzas.

–Pues no me entretengo más –dijo la zorra.–Pero corre, corre muy deprisa que si no, no lo alcanzarás. Corre hacia

el río.

La zorra salió a todo correr y ni miraba para atrás.

–JA, JA, JA. ¿Ves gallito cómo hemos engañado a la zorra?–¡Gracias, gracias abuelita! ¡Me has salvado la vida! –respondió el gallo.–Gallito, mira siempre con quién andas, pues no todas las compañías

son buenas, aprende a elegir a tus amigos.

Y de la zorra nunca más se supo. Todavía debe andar buscando al gal-lito.

Y COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO. Y COLORÍNCOLORETE POR LA CHIMENEA SALE UN COHETE.

f i n

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En una noche tormentosa se encontraba una mula en su cuadra yen el exterior un león. Éste quiso entrar en la cuadra, pero al verlas chispas de fuego que la mula provocaba con las herraduras en

las piedras del suelo, el miedo le hizo desistir y tuvo que dormir en lacalle bajo la lluvia.

Al día siguiente recrimina el león a la mula, diciéndola: “Tú me hashecho pasar una noche mala

sabiendo que yo soy el rey delos animales”. A ello replicó lamula: “Demuéstramelo”, para lo

cual acordaron ir de caza.

La mula se tumbó en el suelo yabrió los labios del culo, ocasio-nando que dos cigüeñas curiosaspicaran esa zona y quedaranatrapadas, una vez cerrados los

labios.

El león después de unfatigoso largo día cazó sola-mente una serpiente. Al

cotejar la caza de ambos, se

PPoorr MMaannuueell MMaacciiaass ““EEll aabbuueelloo ccuueennttiissttaa

Más vale maña que fuerza

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dio por ganadora la mula. El león exigió una nueva prueba, que se referíaa la pesca.

El león con un enorme esfuerzo pescó un pez, mientras que la mula,que llevaba una sera en el lomo, se lanzó a pescar en un lago, llenandola sera de pesca.

Los dos contendientes mostraron los motines alcanzados: mientras elleón, enseñando el pez, se reía de la mula, creyendo que ésta no habíapescado nada. Pero… ¡Oh! Sorpresa: la mula se sacudió y arrojó infinidadde peces que estaban dentro de la sera.

Con esto se demuestra, una vez más, que: más vale maña que fuerza.

fin

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