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ALGUNOS ASPECTOS DE LA FORJA DE UN REBELDE JOSÉ RODRÍGUEZ RICHART Universidad del Sarre 1. LA INTEGRACIÓN DE LAS NARRACIONES DE VALOR Y MIEDO EN LA LLAMA. Valor y miedo, el primer libro de Barea, fue publicado en Barcelona en 1938' y constaba de veinte narraciones sobre el tema de la guerra civil en curso, todas ellas, excepto la cuarta, «Bombas en la huerta», sobre el cerco de Madrid a partir de 1936. Este libro, inencontrable después de la guerra, ha sido reeditado en 1980 en Madrid. 2 La forja de un rebelde, segundo libro de Barea, al que le debe casi toda su fama de escritor y que ha gozado de una gran difusión en todo el mundo, se publicó por primera vez en versión inglesa en Londres. En 1941 salió el primer tomo, traducido por Sir Peter Chalmes-Mitchell, The Forge, el segundo en 1943 The Track y el tercero The Clash en 1946, ambos traducidos ya por Usa Pollak de Barea, según constata Esteban Salazar Chapela. 3 En castellano apare- ció por primera vez en Buenos Aires en 1951, en una versión al parecer retradu- cida por lisa de la edición inglesa con las incorrecciones y deficiencias gramati- 1. Publicaciones Antifascistas de Cataluña. 2. José Esteban, editor. Las citas que se harán a continuación de esta obra se refieren a esta edi- ción. En el tomo no figura que es una segunda edición de la obra. Por lo demás, algunas de las narra- ciones ya fueron publicadas en periódicos y revistas de Inglaterra, Francia, Suiza, Suecia, Argentina antes y después de aparecer como libro en Barcelona, según nos cuenta el propio Barea en La llama, ediciones Tumer, Madrid, 1977, páginas 352 y 392 y ss. y nos confirma lisa BAREA en el prefacio a El centro de la pista, Badajoz, 198S (ed. de mana Herrera), p. 43. También nos da informaciones a este respecto Esteban SALAZAR CHAPELA en «Carta de Londres: A. Barea», Asomante, XIV, 1958, p. 82. 3. En el artículo de Asomante que acabamos de citar, p. 82. Según J. ORTEGA, «A. Barea, nove- lista español en busca de su identidad», Symposium, Winter, 1971, p. 389-390, existe también una traducción enteramente de lisa BARBA, The Forging ofa Rebel, aparecida en Nueva York (Reynald and Hitchcock, 1946). 223

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ALGUNOS ASPECTOS DE LA FORJA DE UN REBELDE

JOSÉ RODRÍGUEZ RICHART

Universidad del Sarre

1. LA INTEGRACIÓN DE LAS NARRACIONES DE VALOR Y MIEDO EN LA LLAMA.

Valor y miedo, el primer libro de Barea, fue publicado en Barcelona en 1938'y constaba de veinte narraciones sobre el tema de la guerra civil en curso, todasellas, excepto la cuarta, «Bombas en la huerta», sobre el cerco de Madrid a partirde 1936. Este libro, inencontrable después de la guerra, ha sido reeditado en1980 en Madrid.2 La forja de un rebelde, segundo libro de Barea, al que le debecasi toda su fama de escritor y que ha gozado de una gran difusión en todo elmundo, se publicó por primera vez en versión inglesa en Londres. En 1941 salióel primer tomo, traducido por Sir Peter Chalmes-Mitchell, The Forge, el segundoen 1943 The Track y el tercero The Clash en 1946, ambos traducidos ya por UsaPollak de Barea, según constata Esteban Salazar Chapela.3 En castellano apare-ció por primera vez en Buenos Aires en 1951, en una versión al parecer retradu-cida por lisa de la edición inglesa con las incorrecciones y deficiencias gramati-

1. Publicaciones Antifascistas de Cataluña.2. José Esteban, editor. Las citas que se harán a continuación de esta obra se refieren a esta edi-

ción. En el tomo no figura que es una segunda edición de la obra. Por lo demás, algunas de las narra-ciones ya fueron publicadas en periódicos y revistas de Inglaterra, Francia, Suiza, Suecia, Argentinaantes y después de aparecer como libro en Barcelona, según nos cuenta el propio Barea en La llama,ediciones Tumer, Madrid, 1977, páginas 352 y 392 y ss. y nos confirma lisa BAREA en el prefacio aEl centro de la pista, Badajoz, 198S (ed. de mana Herrera), p. 43. También nos da informaciones aeste respecto Esteban SALAZAR CHAPELA en «Carta de Londres: A. Barea», Asomante, XIV, 1958,p. 82.

3. En el artículo de Asomante que acabamos de citar, p. 82. Según J. ORTEGA, «A. Barea, nove-lista español en busca de su identidad», Symposium, Winter, 1971, p. 389-390, existe también unatraducción enteramente de lisa BARBA, The Forging ofa Rebel, aparecida en Nueva York (Reynaldand Hitchcock, 1946).

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cales y estilísticas conocidas.4 Por qué el mismo Barea, que vivió hasta 1957, nocorrigió esa edición en castellano, no ha quedado aclarado hasta hoy. En 1977 latrilogía ha sido editada en España por primera vez5 después de haber sido publi-cada en las lenguas más importantes del mundo.

Al leer las narraciones que constituyen Valor y miedo observé que muchasde ellas aparecían citadas, aludidas o reproducidas en mayor o menor medida enLa llama, en el tomo tercero de la trilogía,6 y me interesó saber algo más sobreesa reutilización de materiales previos, sobre esa integración o asimilación delas narraciones de Valor y miedo en ese tomo de la obra de Barea.

La primera pregunta que podemos plantearnos en este contexto es ¿por quéreaparecen o se reutilizan parcialmente en La llama esas narraciones? La res-puesta puede llevarnos a una cuestión quizá central en la actividad creadora deBarea. En efecto, una posible contestación sería: porque esas narraciones de Va-lor y miedo tanto como el contenido entero de La llama —y de los otros dos to-mos de La forja, en general— forman parte de la autobiografía del autor, de susvivencias y experiencias personales y no tiene nada de extraño, por consiguien-te, que al redactar su obra magna con un propósito decididamente testimonialincorpore a ella esos primerizos intentos literarios. Una segunda respuesta sería,además de lo dicho antes, que las narraciones de Valor y miedo pertenecen almismo gran tema de La llama, es decir, a la guerra civil española y especial-mente al sitio de Madrid vivido directa e intensamente por el autor, como es sa-bido. O sea, que tanto en las narraciones de Valor y miedo como en La llama seabordan y describen situaciones análogas, aparecen los mismos personajes y lu-gares, se incide en los mismos acontecimientos: el sargento Ángel García, la ta-berna de Serafín, las empleadas de la Telefónica, los milicianos combatientes en

4. Ignacio SOLDEVILA explica esta cuestión satisfactoriamente: «En vista del gran éxito, la edi-torial Losada pidió la versión española, pero parte del original español se había perdido e usa Bareahizo la reconversión al castellano, con los resultados negativos que ya se han señalado repetidas ve-ces, y la inexacta atribución a Barea de un desconocimiento u olvido del castellano imposible en dosaños de ausencia del país». La novela desde 1936, Madrid, Alhambra, 1982, p. 84. La comparacióncon otras obras de Barea de redacción posterior como Lorca, el poeta y su pueblo, Buenos Aires, Lo-sada, 1956, o bien El centro de la pista, Madrid, Cid, 1960, hace totalmente inverosímil esa atribu-ción.

5. Ediciones Tumer (Col. La novela social española), Madrid, 1977. Las citas que se harán acontinuación de los tomos de la trilogía se refieren a esta edición. Interesante me parece constatarque en la p. 416 de La llama se anota después del «Fin»: «Rose Farm House, Mapheclusham, Ox-fordshire, Otoño, 1944». Por otra parte, el mismo Barea escribe en la p. 411: «París estaba ahora os-curo, lleno de nieblas y frío... Había terminado mi nuevo libro... Pero cuando estuvo terminada laprimera versión cruda de La forja me descorazoné...» Ésta del 44 es, pues, una segunda versión. (Elsubrayado es mío.)

6. Los únicos hasta ahora, que yo sepa, que han hecho hincapié en este aspecto han sido IgnacioSoldevilla, op. cit., p. 84 y María Herrero, en la introducción a la edición antes citada de El centro de¡a pista, p. 29.

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Carabanchel, la semidestruida calle de Ferraz, el barrio de Arguelles o el Parquedel Oeste en la primera línea del frente, etc.

Las dos obras nacen probablemente del mismo impulso y están escritas conparecida intención: contribuir a la lucha, ayudar a su pueblo, aportar su esfuerzoal triunfo de sus ideas socialistas: «escribir era para mí parte de la lucha, partede nuestra guerra ..., y no sólo una expresión de mí mismo».7

Por último, las dos obras están escritas en el mismo estilo, directo, sin ro-deos, realista, sin apenas recursos literarios ni fiorituras, sobrio y desnudo. Y,sobre todo —como expresión del talante autobiográfico de ambas obras—, sin-cero y veraz: «Sus prendas relevantes de escritor (decía The Times) fueron suhonradez intelectual y su pasión por ser sincero».8

Quisiera insistir en que tanto los tres tomos de la trilogía como las narracio-nes de Valor y miedo son fragmentos de la autobiografía del autor. Coincido to-talmente con la opinión de José Ortega: «Barea eligió la autobiografía comofórmula de reconstrucción, intelección y recuperación de su pasado»9 pero, si-gue escribiendo el profesor de Wisconsin, «Ni La forja ni ninguna otra autobio-grafía puede ser calificada de objetiva, pues las circunstancias personales e his-tóricas dificultan cualquier intento de objetivación».10 De modo que la trilogía,en todo caso, no es una novela, como ha sido calificada con frecuencia, si se en-tiende como tal una obra de ficción, de imaginación, inventada n ni siquiera una

7. La llama, 411. Ya antes había escrito, refiriéndose a las charlas desde «La Voz de Madrid»—que, por lo demás, coinciden temáticamente con muchas narraciones de Valor y miedo— que conellas trataba de «obligar a las gentes de nuestros países hermanos a ver bajo la superficie de nuestralucha», p. 323.

8. Tomo la cita del trabajo de E. SALAZAR CHAPELA sobre Barea publicado en Asomante, XIV,1958, p. 80.

9. En «A. Barca, novelista español en busca de su identidad», Symposium, Winter, 1971, p. 387.10. Por supuesto, es imposible reclamar una objetividad en sentido estricto para la obra de Ba-

rea, aunque él pretendió reflejar la realidad lo más objetiva y fielmente posible, con los medios a sualcance. Pero, en realidad, ni siquiera las obras históricas pueden calificarse de objetivas. Luis Ra-cionero cita a este propósito unos versos de Paul Valéry: «L'Histoire justifie ce que l'on veutl / Ellen'enseigne absolutament ríen / car elle contient tout et donnc des exemples de tout. / Elle est le pro-duit plus dangereux / que la chimie de l'intelect ait elaboré». Y a continuación añade: «la pretendidaobjetividad de las ciencias sociales es una frágil norma conculcada cuando lo exigen los intereses delas clases dominantes, ya sean económicas, políticas, religiosas o intelectuales. Tal es el caso de laHistoria» (El Mediterráneo y los bárbaros del Norte, Barcelona, Plaza & Janes,21985, p. 103). Másadelante insiste: «para decir qué hechos son los relevantes (en la Historia) y dónde se colocan, hayque mirados teniendo una teoría previa y ésta no es objetiva y no puede serlo; es una preconcepción,un punto de partida subjetivo, un partí pris existente en la mentalidad del historiador y que está allípor motivos de clase, de educación recibida, o de propensiones temperamentales y personales» (OC,p. 104).

11. No comparto la opinión de J. R. Marra-López quien al hablar de La forja de un rebelde, lacalifica de «trilogía novelesco-autobiográfica o viceversa, tanto monta una u otra cosa, ya que es di-fícil precisar qué hay de real y qué de inventado en ella» (Narrativa española fuera de España 1939-1961, Madrid, Guadarrama, 1963, p. 289). Yo diría que de premeditadamente inventado hay muy po-co y que casi todo está reflejado con una voluntad de testimoniar, que casi todo es real, por tanto.

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obra de historia novelada, corno puedan serlo los Episodios Nacionales de Gal-dós, Por quién doblan las campanas de Hemingway o L'Espoir de Malraux, porcitar sólo unos pocos ejemplos, sino que pretende ser, quiere ser autobiográficay veraz, está escrita con una sinceridad y honradez palmarias y tiene por ello,con todas las limitaciones subjetivas que se quiera, un valor documental y testi-monial para mí incuestionable. Así lo creen también J. L. Ponce de León, Ricar-do de la Cierva, E. Salazar Chapela, o los autores de la Historia social de la li-teratura española,12 entre otros muchos.

En la misma obra de Barea encontramos valiosas referencias a este respecto,paradójicamente, el crítico de la Iglesia Barea a la persona que guarda mayoramor y respeto entre las encontradas a través de los años cruciales de la guerra

Pero el mismo Marra-López se contradice más adelante y al hablar de La ruta y compararla con lasobras de Sender y Díaz Fernández escribe: «Pero Imán y El blocao... son obras novelescas. Barea,por el contrario, aumenta la carta autobiográfica y los datos históricos» (OC, p. 324), para acabarconcediendo: «Lo más elogiable de la obra es su calidad de documento-testimonio, en el que muestrauna realidad vivida por el autor, tanto en primera linca como en la retaguardia ciudadana, en el blo-cao y en el cuartel» (OC, p. 326). (El subrayado es mío). Y al comentar La llama escribe: «Barea re-fleja este caos de manera beligerante y objetiva ... y, a pesar de su beligerancia intenta ser justo yobjetivo, consiguiéndolo las más de las veces» (OC, p. 329). Sí comparto, en cambio, la opinión deGerald G. BROWN que en su Historia de la literatura española: el siglo XX (Barcelona, Ariel, I0

1983, edición revisada por J. C. Mainer) escribe refiriéndose a la trilogía en su conjunto: «En rigorno tiene nada de novela, sino que es tan sólo los recuerdos de Barea, de lo que vio, sintió y pensó.Las personas y los lugares se nombran con sus nombres verdaderos, y a pesar de que Barea proclamesu entrega a unos principios ideológicos, los hechos se relatan con una considerable imparcialidad»,p. 224. (El subrayado es mío.)

12. J. L. S. PONCE DE LEÓN: La novela española de la guerra civil (1936-1939), Madrid, ínsula,1971, p. 61: «Lo autobiográfico no está disfrazado bajo ninguna ficción literaria en A. Barea, queconstruye su trilogía alrededor de sí mismo, utilizando su propio nombre y el de tantos otros persona-jes históricos que se mueven por sus páginas como se movieron en la realidad de sus vidas. Estas ca-racterísticas ... serían suficientes para que se le negara el nombre de novela. La técnica adoptada porel autor es, sin embargo, una técnica propia de la novela... el autor se limita a recoger los hechos talcomo sucedieron ante él... (y) presenta su historia ante el lector sin alteraciones de la verdad de lovivido (de su verdad, se entiende)». Especialmente interesante me parece el juicio de Ricardo de laCierva, por su condición de historiador. De la trilogía de Barea afirma que «es una rabiosa autobio-grafía en la que no se disimulan ni nombres, ni fechas ni datos. Su valor histórico y su valor literarioson... innegables ... Excepcional documento del que no podrá prescindir nunca el historiador». (Elsubrayado es mío). Cien libros básicos sobre la guerra de España, Madrid, Publicaciones Españolas(Col. Claves de España), 1966, p. 294. Esteban Salazar Chapela, que conocía al autor personalmentey que convivió con él algunos años en Londres en el artículo antes citado de Asomante sólo empleados denominaciones para calificar la obra magna de Barea: «autobiografía» (tres veces) y «trilogíaautobiográfica» (dos veces), pp. 80-84. Carlos BLANCO AGUINAGA, J. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS e IrisZAVALA escribren en su Historia social de literatura española, II, Madrid, Castalia, pp. 38-39, refi-riéndose a la trilogía que es «básicamente una autobiografía» y que, como tal, es también «una cróni-ca de la España en que su autor vivió». Y más adelante: Barea es narrador totalmente sincero ... (y)La llama (un) documento absolutamente imprescindible para conocer la vida real de la España repu-blicana durante la guerra civil» (el subrayado es mío). Los ejemplos podrían multiplicarse.

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es a un sacerdote católico, al padre Leocadio Lobo «El hombre que me ayudómás entonces» según escribe.13 Pues bien, ese mismo padre Lobo es el que leaconseja «Habla y escribe (de) lo que tú creas que sabes, (de) lo que has visto ypensado, cuéntalo honradamente con toda tu verdad ... no mientas... Di lo quehas pensado y has visto y deja a los demás que, oyéndote o leyéndote, se sientanarrastrados a decir su verdad también».14

En resumen: las narraciones de Valor y miedo tanto como la famosa trilogíaLa forja de un rebelde, como también, por lo demás, las famosas charlas queBarea daba por la radio «La Voz de Madrid», son versión directa, verídica y fielde lo que Barea ha visto y vivido, tienen pues en común ser fragmentos de suautobiografía. Todas ellas, en conjunto, pueden considerarse como un documen-to testimonial de valor innegable sobre los acontecimientos que describe, es de-cir, concretamente, en el caso de La llama y de Valor y miedo, sobre la confla-gración civil española y en especial el sitio de Madrid.

De las veinte narraciones de Valor y miedo, seis 15 no aparecen ni reproduci-das parcialmente ni resumidas ni siquiera aludidas en La llama. Las catorce res-tantes sí, de una u otra forma, generalmente resumidas y concentradas en unaspocas líneas, nunca realizadas enteramente. Pero aunque, como escribe IgnacioSoldevila, la «correspondencia entre las... versiones de los mismos hechos ...no es casi nunca exacta»,16 esta no correspondencia se refiere, según he podidocomprobar, casi exclusivamente a la longitud de las narraciones: en todo lo de-más existe una correspondencia esencial, es decir, no hay contradicciones o di-vergencias de bulto ni siquiera de detalles importantes, prueba adicional, si hi-ciera falta, de la veracidad o de la historicidad de lo narrado. Al contrario, loque sí encontramos con frecuencia en La llama es una confirmación y comple-mentación de las narraciones de Valor y miedo en un contexto a veces más am-plio y explícito, con antecedentes y consecuentes.

Tomemos por ejemplo la narración V «Proeza»,17 de título irónico: se narraen ella un bombardeo realizado por un trimotor Junker alemán el 20 de enero de1937 del barrio madrileño de Vallecas y de la muerte de varias personas modes-tas, mujeres y niños, que tomaban el sol, cosían y charlaban pacíficamente de-lante de sus casitas. La narración, que tiene dos páginas en Valor y miedo, que-da reducida en La ¡lama18 a media página y en ella Barea repite esencialmentelo mismo que ha contado antes en Valor y miedo pero añade dos párrafos nue-vos: uno antes y otro después del núcleo central repetido, en los que nos propor-ciona nuevas informaciones que confirman punto por punto lo escrito en Valor

13. La llama, p. 353.14. OC.p.357.15. Las que llevan los números I, m, VTI, XI, XDI y XV.16. La novela desde 1936, Alhambra, Madrid, 1982, p. 84.17. Pp. 23-25, ed. cit.18. P. 284, ed. cit.

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y miedo y, una vez más, la veracidad de los hechos narrados, ya manifiesta en elprimer relato.19

Hay aquí, evidentemente, una confirmación de lo que se ha escrito en la na-rración originaria, hay una coincidencia exacta y absoluta, una coherencia total,ninguna discrepancia, para mí eso es una prueba más de la veracidad y de la vo-luntad de reproducción objetiva de los hechos narrados, tanto en Valor y miedo,como en La llama.

19. Creo que no puede pedirse más veracidad, historicidad o valor documental: «La niña estabaen la sala cuatro del Hospital Infantil del Niño Jesús. El niño cojo estaba en la cama cuatro de la salatreinta y uno del Hospital Provincial de Madrid. El padre ... se había ido con un carro tirado por unborriquillo al mercado Central de Madrid. Allí compraba unas cajas de pescado que después revendíaen Vallecas. Así mantenía a sus seis hijos y levantó la casita, ladrillo a ladrillo. El mismo me ha con-tado la historia ... El padre se llama: Raimunda Malanda Ruiz. La madre se llamaba: Librada Garcíadel Pozo. Las ruinas de la casita herida por siete bombas, conserva aún el número 21 de la calle deCarlos Orioles en Vallecas...» En La llama, p. 284, se introduce la misma narración con un nuevopárrafo: «Un día, en mi desesperación, llevé conmigo a María para investigar el daño que había he-cho un solo avión Junker volando bajito sobre las casuchas de Vallecas en la tarde del 20 de enero ydejando caer un rosario de bombas...» La narración termina así en la tercera parte de la trilogía:«Fuimos a visitar al chiquillo, a quien habían amputado el pie... y a escuchar la historia de labios delpadre, Raimundo Mallanda Ruiz, mientras el niño nos escuchaba con los ojos muy abiertos y la mira-da opaca». Otro ejemplo: la narración de Valor y miedo se titula «Carabanchel» (pp. 27-36, ed. cit.)y es la más extensa del libro (unas nueve páginas). Tiene tres partes: I. Escenario, II. Escena y III.Telón. Se nos cuentan en ella varias escenas del frente de Carabanchel durante el asedio de Madrid:la protagonizada por el soldado republicano que por la noche, cuando está de guardia, dispara paraque el centinela enemigo no se duerma: la de la valiente mujer que lleva día tras día la comida a unaavanzadilla de milicianos a pesar del fuego de las ametralladoras enemigas; la que narra las medidasde defensa y protección ante los morteros enemigos que toma un sargento madrileño innominado po-niendo somieres encima de su improvisado refugio; la del medio burro muerto e incrustado en lastrincheras, entre los sacos terreros, y algunas más. En La llama se ha introducido esa narración de laforma siguiente: «... a las dos y cuarto de la madrugada me enfrenté con el micrófono en la cueva fo-rrada de mantas y describí la trinchera de Carabanchel en la que nuestros hombres se habían instala-do desalojando a la guardia civil de ella. Describí los refugios apestados a través de los cuales me ha-bía llevado Ángel, la carroña podrida del burro encajada por fuerza entre los sacos destripados, lasratas, los piojos, y la gente que allí vivían y luchaban» (pp. 344-345, ed. cit.). El núcleo de la narra-ción de Valor y miedo queda así reducido a lo esencial, las nueve páginas se han concentrado en unassiete líneas pero completadas por esa pequeña introducción y este pequeño epílogo. «El secretariodel Comité de Obreros ... se sonrió levemente y me dijo: —Hoy, casi has hecho nueva literatura ...e! ingeniero ... a cargo del control llamó al teléfono para decirme que por una vez había hablado co-mo si tuviera reaños» (ibidem). Subsidiariamente se nos informa en este pasaje que la narración fueconcebida y realizada originariamente como una charla radiofónica. Unas páginas antes (p. 177, ed.cit.) ha escrito Barea: «Me llamaron del Hospital de Sangre en que se había convertido el hotel Pala-ce. Un miliciano herido quería verme. Se llamaba Ángel García «y describe allí detalladamente la vi-sita que hizo él, acompañado de Dsa, a ese miliciano amigo, herido y atendido en el improvisadohospital. Durante la visita, las bromas de Ángel, que sólo ha sido herido levemente, despiertan la irri-tación de otro herido, tendido en una cama contigua, cuya herida no era una broma. Discuten los dossobre el apoyo a las unidades de combate, la disciplina y los mandos y entonces Ángel, para ejempli-ficar la posible compatibilidad entre la disciplina militar y la libertad individual, cuenta en primerapersona su enfrentamiento con el capitán y la construcción del refugio contra los morterazos utilizan-

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Los ejemplos podrían multiplicarse. Algo semejante a lo que acabamos dehacer sobre el procedimiento de reutilización o de integración de las narracio-nes de Valor y miedo en La llama y su eventual ampliación o complementacióncon informaciones adicionales podríamos hacer con otras narraciones tales co-mo «Bombas en la huerta»,20 «Esperanza»,21 «Los chichones»,22 «Arguelles»,23

«Plaza de España»,24 «La mosca»,25 «Piso trece»,26 etc. Algunas de ellas, comolas que llevan los números VIII («Sol»), II («Servicio de noche»), IX («Jugue-tes») XVI («Héroes») han quedado reducidos en La llama a puras alusiones deun par de líneas de extensión.

Para terminar con este apartado, me gustaría hacer unas observaciones gene-rales sobre la técnica y el estilo de las narraciones de Valor y miedo y las quepresentan en sus reapariciones de La llama. En Valor y miedo, las narraciones,en su mayoría, están relatadas en tercera persona, de una forma objetiva, algoimpersonal. Sólo en seis de las veinte narraciones27 interviene el autor y estáncontadas en primera persona. La versión de esos mismos asuntos en La llamaestá hecha desde otra perspectiva, más personal, la narración está hecha por elautor en primera persona, con toda claridad ya, introduciéndose él o sus amigoscon sus nombres propios en la acción y explicando, además, otras circunstan-cias complementarias espacio-temporales. Todo se ha vuelto más transparente,las narraciones primerizas han sido verdaderamente integradas en la gran auto-biografía del autor con todas sus consecuencias, definitivamente, diríamos. Setiene la impresión de que Barea ha superado así ciertos escrúpulos de escritorincipiente, vacilante, inseguro. Se diría que en La llama Barea ha prescindido ose ha desnudado en su prosa de los modestos y sobrios recursos literarios y desus vacilaciones de escritor primerizo para centrarse y reconcentrarse resuelta-mente en un objetivo mayor cuya significación histórica quiere poner debida-

do puertas y sommiers (lo que ya conocemos de Valor y miedo). La visita al hospital termina así enLa llama: «usa y yo no podíamos contener la risa cuando volvíamos a nuestra oficina: —A Ángel sele podría convertir en un símbolo como el "Buen Soldado Shwejk" —dijo usa. Y me fue contandosobre el famoso libro del rebelde soldado checo que aún no conocía» (p. 280, ed. ciu).

Es decir, lo narrado en Valor y miedo (VI: «Carabanchel») reaparece en La llama en dos ocasio-nes: una en la página 344, reducida al mínimo, y otra antes, en las páginas 278 a 280, con la repro-ducción entera de la historia del sargento y el refugio de somieres... pero desde otra perspectiva. Sa-bemos ahora que el protagonista se llama Ángel García, que es él quien se la cuenta al autor en elPalace, en presencia de usa y de otro herido en el frente, etc.

20. IV, pp. 19-21, ed. cit.. La llama, p. 362.21. XDC, pp. 85-87, ed. cit. La llama, pp. 228-232.22. XIV, pp. 65-69, ed. cit, la llama, p. 320.23. XVín, pp. 83-84, ed. cit., La llama, pp. 217-218.24. XX, pp. 98-90, ed. cit., La llama, p. 216.25. XH.pp. 59-61, ed. ciL, La llama, p. 30926. XVÜ, pp. 79-82, ed. cit.. La llama, p. 236.27. Las que llevan los números VIH, DC, XVI, XVII, XVm y XX, ed. cit.

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mente de relieve. Hay una narración que me parece ejemplar a este respecto: esla que lleva el número XIX, titulada «Esperanza» M y contada en tercera perso-na en Valor y miedo. Sus protagonistas allí son «un hombre y una mujer»,29 que«llevaban días y noches encerrados en un salón del edificio de la Telefónica deMadrid».29 «Llevaban días y noches durmiendo a ratos, sosteniéndose con boca-dillos, tazas de café espeso y tragos de coñac»,29 agotados, al término de susfuerzas, exhaustos de trabajo, de fatiga y de miedo. La narración consta de trespáginas y no aparecen en ella nombres propios, ni se dice qué funciones reali-zan los dos exactamente en esa oficina. En La llama esta narración tiene algomás de tres páginas,30 creo que es el único caso en que en La llama se amplía lanarración con respecto a la correspondiente en Valor y miedo. En La llama elasunto está contado en primera persona, como toda la obra por lo demás, y secitan los nombres propios respectivos: «el hombre» en Valor y miedo se ha con-vertido en «yo» (es decir, Barea) en La llama, «la mujer» es ahora «Usa», «elordenanza de guardia» es «Luis» en la refundición, en lugar de la acción es «elpiso cuarto» de la Telefónica, se nos dice que los dos trabajaban en la censurade la prensa extranjera, etc.

Estos casos de indeterminación o de imprecisión que encontramos con rela-tiva frecuencia en las narraciones de Valor y miedo frente a la mención concre-ta, con todos los detalles, de los nombres propios de los personajes, de los luga-res de la acción y demás circunstancias inherentes que se hace en La llama creoque se puede explicar por la misma razón apuntada anteriormente: por el deseodel autor de documentar o testimoniar con la máxima fidelidad, con una fideli-dad aún mayor si cabe que en Valor y miedo, todo lo que vio y vivió dándole asía su magna obra una auténtica dimensión de «crónica».31

Quizá pueda agregarse como razón adicional, aunque estrechamente vincu-lada con la anterior, el haber perdido Barea en París, en 1938, cuando está re-dactando el primer volumen de la trilogía32 y cuando ha decidido dedicarse a la

28. Valor de miedo, ed. cit., pp. 85-87.29. P. 85,ed.cit.30. Pp. 228-232, ed. cit.31. Así la han denominado antes, como vimos, los autores de Historia social de la literatura es-

pañola, III: C. BLANCO AGUINAGA, J. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS e Iris M. ZAVALA, Madrid, 1979, p. 38.

Por su parte Emilio GONZÁLEZ LÓPEZ la enjuicia de la forma siguiente: «La llama es la historia de laguerra civil española. Si La ruta es el mejor libro que hasta ahora se ha escrito de la guerra de Ma-rruecos, La llama lo es de la guerra civil ... la forja de un rebelde es un auténtico documento de lahistoria contemporánea de 'España, de sus tragedias políticas y sociales, escrito por un testigo de sin-gulares condiciones artísticas para reproducir en cada página, en cada figura y en cada incidente laamarga y dolorosa realidad de su vida y la de su patria» Revista Hispánica Moderna XIX, NewYork, 1953, p. 104. (El subrayado es mío).

32. «Comencé a escribir mi libro sobre el mundo de mi niñez y juventud. Al principio lo queríatitular Las raíces ...», p. 399, ed. cit.; «había terminado mi nuevo libro ... cuando estuvo terminadala primera versión cruda de La forja me descorazoné ...», ed. cit.

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tarea de escritor comprometido y convertirla en la misión primordial de su vida,algunos escrúpulos o reservas que quizá tenía en sus vacilantes comienzos.

En la comparación a que he sometido las narraciones de los mismos asuntosen las dos obras que comentamos, para ser exacto sólo he descubierto una dis-crepancia: en la narración XVI de Valor y miedo. «Héroes», el personaje centrales Julia, una chica madrileña «muy bonita, vestida de luto»33 que llamaba a to-dos los transeúntes durante los bombardeos para que se refugiaran en la porteríade su casa. En Valor y miedo se cuenta, en parte por ella misma y en parte poruna vecina allí refugiada, la suerte de su padre, al que una explosión partió porla mitad.34 Queda bien claro que se trata del padre de la chica. En cambio, en Lallama35 la narración, que de tres páginas que tenía en Valor y miedo ha quedadoreducida a cuatro líneas, habla de «la muchacha que se asomaba a la portería depiedra e invitaba a las gentes a refugiarse allí, porque su abuelito había hecho lomismo hasta que una granada le había matado».35 Lo de «abuelito» puede teneruna explicación: en la primera narración, una vecina, refugiada en la portería,le cuenta al autor: «La pobre chica. Al padre le mataron ahí mismo ... ¡Era unabuelete más plantao!».36 «Abuelete», diminutivo típicamente madrileño (en lu-gar de «abuelito», forma usual en español) tiene aquí evidentemente un sentidoespecial, sinónimo de «vejete». Barea, al integrar esa narración en la autobio-grafía, sufrió por lo visto un pequeño espejismo.

2. LA ACTITUD RELIGIOSA DE BAREA EN LA FORJA DE UN REBELDE.

En una obra que algunos críticos han calificado, con razón, de «crónica dela España en que su autor vivió» 37 es natural que se incida en la cuestión reli-giosa, que se exprese una toma de posición ante la Iglesia y que se formule unjuicio de valor sobre lo que realizó como institución o lo que hicieron algunosde sus miembros, ya que la Iglesia siempre ha tenido y sigue teniendo una des-tacada importancia en la vida del país. También tiene la trilogía un singular re-lieve la actitud religiosa personal de Barea. Los dos aspectos, el personal y elinstitucional, no sólo están relacionados entre sí, sino que en cierto modo soninterdependientes. En La forja, tomo primero de la trilogía, hay dos capítulosclave para descifrar la actitud del autor con respecto a sus creencias religiosas ycon relación a la Iglesia como institución. Son el capítulo VIII («El colegio») yel X («La Iglesia») de la primera parte. También contribuyen a aclarar esa pos-

33. P. 75,edcit.34. P. 77, ed. cit.35. P. 311, ed. cit.36. P. 76, ed. cit.37. C. BLANCO AGUINAGA, J. RODRÍGUEZ PUERTOLAS, I. M. ZAVALA: Historia social de la litera-

tura española, III, Madrid, Castalia, 1979, p. 38.

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tura personal el capítulo VII de la segunda parte («Proletario») así como el VIIde la primera parte del último tomo de la trilogía, capítulo titulado precisamente«La llama». Por supuesto, eso no es todo lo que interesa para enjuiciar debida-mente la dimensión religiosa de la obra y del autor. Hay que añadir muchas máspáginas y pasajes de esta confesión autobiográfica, como las experiencias vivi-das por el autor en los tres años de estancia en Marruecos (1920-1923) y sus im-plicaciones, las influencias personales de familiares o maestros, las derivadas desus lecturas, etc. para comprender cabalmente la visión de la Iglesia y de lascuestiones religiosas así como las causas y las consecuencias de la misma.

Que yo sepa, los únicos críticos que han insistido hasta ahora en este aspec-to de la obra de Barea han sido, sobre todo, Alborg y Ortega,38 pero también de-bo decir que no coincido con Alborg en la forma de ver el tema. «Su anticleri-calismo es definitivo desde la página primera», escribe Alborg39 que agregaunas líneas más abajo «Es el suyo un anticlericalismo ab ovo, temporalmente...sin razones profundas»40 haciendo hincapié por tercera vez en la misma páginaen que Barea «era anticlerical antes de sucederle nada». Sinceramente creo queAlborg, que tan acertados juicios, por lo demás, expresa en dicha obra sobre lacreación de Barea, en este punto concreto no está en lo cierto.

Es verdad que en La llama escribe Barea, al presenciar en Madrid el incen-dio de las primeras iglesias en 1936: «Estaba convencido de que la Iglesia enEspaña era un daño que había que corregir»,41 pero hay que tener cuidado al in-terpretar esa frase así como su actitud general y las opiniones al respecto, queexpresa especialmente en el tomo tercero de la trilogía (que abarca desde el 35al 38, o sea de los 38 a los 41 años en la vida del autor). Pero Barea no siemprepensó así. Hay en él una evolución espiritual innegable, visible sobre todo en eltomo primero, La forja. Recordando sus catorce años, aproximadamente, es de-cir cuando está cursando los estudios de Bachillerato en las Escuelas Pías deMadrid, Barea escribe: «Hasta ahora he creído en Dios, tal como me lo han en-señado todos»42 y unas páginas más adelante confiesa: «él (se refiere al tíoLuis, el herrero de Méntrida) no comprende que a mí me hace falta Dios».*3

38. J. L. ALBORG: Hora actual de la novela española, II, Madrid, Taurus, 1963, pp. 230-231. J.ORTEGA: «A. Barea, novelista español en busca de su identidad» en Symposium, Winter, 1971, pp.385-387 dedica unas páginas muy lúcidas a analizar este aspecto de Barea y con su visión sí coincidototalmente: «El catolicismo ... expresado en este tipo de mentalidad era irreconocible con el huma-nícismo de Barea, pero la iglesia o religión no se atacan en sí sino en cuanto apoyo al sistema políti-co-social que ha sumido al país en el más completo inmovilismo». No me ha sido posible consultar,en cambio, Spanish Anticlericalism de John DEVLIN, New York, Las Américas Publishing, 1966, quetambién dedica un estudio a Barea (citado en el artículo de J. Ortega).

39. OC,p.231.40. lbidem.41. P. 124.42. P. 154.43. P. 157. (El subrayado es mío.)

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Precisamente en este año, final de estudios y principio de su trabajo fuera delcolegio, es cuando se produce en él una honda crisis espiritual, que le llevará aun progresivo alejamiento de la Iglesia aunque no de Dios. Aun a los 38 afios leconfiesa a D. Lucas, cura de Noves, el pueblo en donde ha dejado a su familia,cerca de Madrid: «El que yo no venga a la Iglesia no quiere decir que no crea enDios».44 Es decir, que su supuesto anticlericalismo no es ni tan «definitivo» ytotal como afirma Alborg, ni existió ab ovo o «antes de sucederle nada» ni sualejamiento de la Iglesia, que es un hecho manifiesto, se produjo «sin razonesprofundas» sino que las hubo en su vida, y bastante poderosas por cierto, paraexplicar su cambio de forma de pensar al respecto.

Creo que, al examinar la actitud religiosa de Barea, hay que distinguir entresu postura ante Dios y la teología, por una parte, y ante la Iglesia como institu-ción, como el conjunto de sus representantes, por otra, aunque la división no essiempre tajante y hay bastantes interferencias entre ambos conceptos y reali-dades. Así, por ejemplo, no logra comprender «por qué Dios es uno y tres a lavez».45 Y más adelante escribe: «Cuanto más estudio religión más problemastengo... Poco a poco voy viendo que no soy yo solo el que quiere saber la ver-dad de Dios y de la religión. Los libros que voy leyendo hacen las mismas pre-guntas. La Iglesia los excomulga, pero no les contesta. Sobre estos libros sólopuedo hablar con el padre Joaquín, que no se enfada ni me los quita».46 Cuestio-nes teológicas, si se quiere, que reflejan meridianamente el interés y la preocu-pación del adolescente Barea por los problemas religiosos. Poco a poco se vallenando de dudas y de preguntas incontestadas, va notando contradicciones queno consigue aclarar racionalmente, su conciencia se va haciendo cada vez máscrítica y más escéptica: «Hasta ahora he creído en Dios... Pero ahora ya no pue-do evitar el comparar todas las cosas que veo con esta idea de un Dios absoluta-mente justo y me asusto de no encontrar su justicia por ninguna parte»,47 ni si-quiera en la Iglesia, precisará después en repetidas ocasiones, aduciendomúltiples casos que así lo demuestran a sus ojos.48

44. La llama, p. 55.45. La forja, p. 146.46. Laforja.pp. 147-148.47. La forja, p. 154.48. El «cura muy grande que tiene muy mal genio» en la parroquia de San Martín muy hábil pa-

ra sacar los cuartos a los feligreses (La forja, p. 105), el usurero de Brúñete, don Luis Bahía «que ...se hizo millonario con los jesuítas. Era el administrador de ellos ... y lo que prestaba era dinero delos jesuítas, que así se apoderaban de las tierras del pueblo» (La forja, p. 52). En esta misma páginafigura la siguiente nota del autor: «A la muerte de don Luis Bahía se promovió un pleito ruidosísimoen España por impugnación de su testamento, en el que legaba más de treinta millones a la Compa-ñía de Jesús.»). Don Juan, otro cura de la iglesia de San Martín, al que el autor, de chico, sorprendióun día en la sacristía con una mujer en una situación embarazosa (La forja, p. 144). Los curas de lamisma parroquia que «abren todas las tardes los cepillos, sacan los cuartos ... se los reparten y se po-nen a jugar al julepe o el tresillo en la sacristía» (La forja, p. 145), el diferente trato que dan los cu-

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Creo que ellos constituyen una de las causas, y no de las menos importantes,que presumiblemente indujeron a Barea a apartarse paulatinamente en sus añosjuveniles de la Iglesia y de la práctica religiosa; su supuesto anticlericalismo noaparece, pues, «desde la página primera» o «antes de sucederle nada», como es-timaba Alborg.49

A las experiencias negativas de Barea con respecto a diferentes miembrosde la Iglesia ya hemos aludido antes así como a las vacilaciones del adolescenteen materia de teología y de fe. Ésas son dos de las causas del progresivo aparta-miento del autor de las convicciones religiosas que le habían imbuido en el co-legio y en el hogar de sus tíos José y Baldomera, católicos practicantes los dos,en especial la tía, que le acogieron a él y a su madre al morir su padre.

Pero creo que hay otras razones importantes, vinculadas más o menos estre-chamente con las que acabamos de citar: a) el medio socioeconómico en queBarea nació y vivió los primeros años —y muchos otros después— de su vida,prácticamente hasta su boda con su primera mujer, Aurelia en 1924 (a los 27años de edad); b) las influencias que actúan sobre él conformando su personali-dad (personales, librescas, cuartelarias) y también, claro está, c) su propio ca-rácter y comportamiento y las consecuencias del mismo.

ras a los ricos y a los pobres (La forja, p. 155), el poder y la influencia, a entender de Barea, excesi-vos, de la Compañía de Jesús en la España de su tiempo (La ruta, p. 163), el «poder oscuro» queconservaba el padre Ayala, jesuíta, después de la disolución de la Compañía (La llama, p. 99). Allíse dice, entre otras cosas, refiriéndose a este padre Ayala: «era él quien manejaba los hilos que iban aterminar en el Palacio Real, en las Cortes, en los salones de la aristocracia y en los cuartos de bande-ras de las guarniciones más importantes»), la actitud, diametralmente opuesta a la suya, de D. Lucas,cura de Noves, condensada en la simple filosofía de que «Aquí, en este pueblo, lo que hay son mu-chos canallas y lo que hace falta es palo, mucho palo» (La llama, p. 56). Precisamente en el diálogocon ese sacerdote expone Barea una de las razones de su apartamiento de la práctica religiosa: «yono vengo a la iglesia porque en la iglesia están ustedes y somos incompatibles. A mí me enseñaronuna religión que ... era todo amor, perdón y caridad ... salvo muy contadas excepciones, ... los mi-nistros de esta religión poseen todas las cualidades humanas imaginables, menos precisamente estastres ... divinas» (ibidem), el episodio de los protestantes de Madrid, muestra de intolerancia y de vio-lencia por parte de los padres del colegio (La forja, p. 122), el enfrenlamiento entre la abuela Inés yel padre Dimas (La forja, pp. 166-168), etc. Los ejemplos de estas experiencias negativas podríanmultiplicarse.

49. Recuérdese, por ejemplo, que todavía después de salir de las Escuelas Pías, al término delBachillerato, y cuando se está preparando para unas oposiciones que le permitirán ingresar en el«Crédit Etranger» —después de haber perdido su primer empleo de chico en una bisutería— asiste aun curso de contabilidad con el padre Joaquín, «la única persona con quien puedo hablar y discutir»(La forja, p. 192) y que «conoce mis últimos pensamientos como no los conoce mi madre ni aun yomismo, porque muchas veces es él quien me los aclara» (ibidem). Pues bien, se confiesa con él, va amisa y a comulgar y acompaña por entonces a su tía Baldomera a la tumba de tío José a rezar allí unrosario con ella (La forja, p. 195). De modo que, hasta entonces, el mundo religioso de Barea aún es-taba relativamente en orden, aunque, como dijimos antes, ya aparecen en él las primeras dudas y lasprimeras preguntas que quedan incontestadas.

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a) El medio socioeconómico

Hijo de una pobre lavandera, viuda a los dos meses de nacer él, con tres her-manos más, le aconsejaron a su madre, según cuenta, que los «echara a la enclu-sa».í0 «Los tíos nos recogieron a mí y a ella; los días que no lava en el río hacede criada en casa de los tíos y guisa, friega y lava para ellos; por la noche se vaa la buhardilla donde vivo con mi hermana Concha. A mi hermano José —elmayor— le daban de comer en la Escuela Pía. Cuando tuvo once aflos se lo lle-vó a trabajar a Córdoba el hermano mayor de mi madre, que tiene allí una tien-da. A mi hermana le dan de comer en el Colegio de Monjas, y mi otro hermano,Rafael, está interno en el Colegio de San Ildefonso, que es para los chicos huér-fanos que han nacido en Madrid».51 Creo que se puede decir que la familia deBarea era «pobre de solemnidad». La casa donde vivió con su madre y su her-mana durante años, era una buhardilla en la calle de las Urosas,52 no lejos delbarrio de Lavapiés, donde viven otras pobres gentes como la Sra. Francisca,vendedora ambulante en la plaza del Congreso,53 la Sra. Paca, otra lavanderacomo su madre, «la polvorista», otra vecina que «hace cohetes y garbanzos depega para los niños»,54 La Sra. Rosa y su marido, guarnicionero, Antonia, quepide limosna por las calles y vuelve borracha de aguardiente por las noches, lacigarrera ... y, como otra compañía inevitable, las cucarachas que salen de no-che del retrete común, las ratas que suben de las cocheras...55

Educado en las Escuelas Pías de la calle del Mesón de Paredes, en el Lava-piés, como «niño pobre», conviviendo con los «niños de pega» o niños ricos yexperimentando las diferencias habituales entonces entre ambas condiciones. Esprobable que desde entonces empezara a sentir esa aversión instintiva ante elorden y el silencio que les imponían en las filas del colegio: «¡Orden! ¡Silencio!gritan en todas las filas curas, capitanes y carceleros»,56 esa orden que «to-dos ... mamaron en la escuela, en la iglesia, en el cuartel, en la cárcel...».57 En

50. Laforja.p.ll.51. Ibidem.52. La forja,p. 20.53. Laforja.p. 22.54. La forja.p. 23.55. Cerca está el barrio de Lavapiés: «Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a

Dios y a maldecir. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansiainfinita de subir...» {La forja, p. 110). Lavapiés con sus «gitanos con las patillas en hacha; gitanas defaldas ... manchadas de mugre; mendigos de barbas y piojos espesos... Era el punto más abajo de laescala social ... En sus casas viven el albañil, el herrero, el carpintero, el vendedor de periódicos, elciego de la esquina, el arruinado, el trapero y el poeta ... (allí) he visto a los gitanos en cueros al sol,matando sus piojos ... a los traperos separando del montón de basura el montón de comida para ellosy para sus bestias, etc.» (La forja pp. 108-110).

56. La forja.p. 112.57. Laforja,p.m.

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ese colegio los niños pobres no podían mezclarse con los ricos, «A la hora delrecreo los niños ricos no juegan con nosotros y jugamos solos los tres»58 o seaBarea, Sastre y Cerdeño, Quizá está aquí la primera semilla de la rebeldía delinteligente y despierto Barea59 contra ese orden impuesto rígidamente, contraesas diferencias de clase. Su rebeldía y su lucha para subir y triunfar, para poderapoyar a su pobre madre a salir de su precaria situación económica fue casi unaobsesión en él, hasta la muerte de ella en 1931, a los 72 años llenos de sacrifi-cios, fatigas y privaciones.60

¿Qué de extraño tiene viendo estas condiciones de vida que Barea, despuésdel colegio chico en una tienda de bisutería, luego meritorio en un banco con unsueldo miserable, más tarde soldado en Marruecos, modesto empleado despuésen una agencia de tramitación de documentos y finalmente en una oficina de pa-tentes... se considere obrero y proletario y se afilie a la UGT?61 ¿Y qué de ex-traño tiene que al empezar esa «lucha por la vida» a brazo partido y a pechodescubierto se vaya enfriando paralelamente su fe, debilitándose su religiosidady olvidándose de las practicas religiosas?

b) Influencias

Naturalmente, aparte las experiencias y reflexiones propias, aparte las dudasy vacilaciones de tipo teológico y de la crítica creciente a la Iglesia y al com-portamiento de algunos de sus miembros (sobre todo por su intervención, a sujuicio excesiva, en asuntos sociopolíticos, por la falta de justicia, según Barea,en su comportamiento, por su vinculación a las clases pudientes, a los ricos o«señoritos» de entonces), actuaron también en él, presumiblemente, determina-das influencias, entre ellas las lecturas. En La forja habla Barea de la lectura demuchas obras publicadas por Blasco Ibáñez en su colección económica «La No-vela Ilustrada», que permitió comprar «los libros mejores que se encuentran enel mundo» a 35 céntimos «a los chicos y a los pobres. Así yo he leído ya a Dic-kens, y a Tolstoi, a Dostoyevsky, a Dumas, a Víctor Hugo, a muchos otros».62

Después habla de Balzac y de Eugenia Grandet y de la furia del padre Vesga,uno de los profesores del colegio de los Escolapios, que le castigó por ello a es-tar «quince días de rodillas en la clase. Eso le enseñará a no leer esos libros».63

Durante su estancia en África, en Ceuta, Barea llegó a formar poco a poco

58. La forja, p. 114. ,59. «Los tres somos niños pobres. Los tres hemos ganado matrículas de honor en el Instituto de

San Isidro... » (La forja, p. 113).60. La llama, pp. 58-59.61. La forja, p. 270.62. La forja, p. 101.63. Laforja,p. 102.

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una biblioteca pero un día el comandante mayor M le sorprendió leyendo ¡Abajolas armas! de Berta von Sutner y le obligó a quemar muchas obras. «Así perdíun buen número de libros: Víctor Hugo, Anatole France, Miomandre, BlascoIbáñez ... y desde luego ¡Abajo las armas!»,,6S

Qué duda cabe que de muchas de esas lecturas, especialmente de Blasco yde su colección «La Novela Ilustrada», se derivó cierto escepticismo y una acti-tud más crítica que antes frente a la sociedad española de su tiempo, por ejem-plo frente a la monarquía, frente a la Iglesia y al clericalismo, frente al ejércitoy al militarismo y, en general, frente a la corrupción y a la injusticia, frente a lahipocresía y la mentira, frente al capitalismo explotador y deshumanizado.

Entre las influencias personales creo que hay que destacar la de la «abuelagrande», Inés, esa mujer de aspecto y de comportamiento impresionante66 y deun anticlericalismo militante, atea práctica y convencida, la que tiene que pro-vocar las lógicas dudas en las creencias religiosas del niño Barea, que confiesaingenuamente: «Yo quiero creer en Dios y en la Virgen pero las cosas que diceson verdad».67

El padre Joaquín es seguramente la persona que más fuerte influencia po-sitiva ejerció sobre el adolescente Barea, mientras estaba en el colegio perotambién después, por su comprensión, bondad, realismo y tolerancia: «la únicapersona con la que puedo hablar y discutir»;68 él «conoce mis últimos pensa-mientos como no los conoce mi madre ni aun yo mismo, porque muchas veceses él quien me los aclara».69 Con este escolapio vasco que no quiso ser jesuita leune una auténtica camaradería y una gran franqueza. Pues bien, un día encuen-tra Barea en el Retiro madrileño a ese mismo padre Joaquín, acompañado deuna señora y un niño, y hace las presentaciones: «Mi mujer, mi hijo —dice sim-plemente. Este es Arturo».70 Es fácil imaginarse la fuerte impresión y la conmo-ción interna que debió causarle al adolescente esta escena. Y no creo que la ol-vidara fácilmente: esas cosas no se olvidan.

Barea no es enemigo de la Iglesia ni de la religión, las críticas, como decía-

64. «completamente el tipo de oficial católico», La ruta, p. 135.65. Ibidem.66. Véase la descripción física que hace de ella Barea: «Las manos de mi abuela son grandes

como las de un hombre, y su brazo es una mole. Con razón la llamamos la "abuela grande". Pesa másde cien kilos y es más alta que casi todos los hombres. Tiene una fuerza enorme y come y bebe comoun gañán. Cada vez que va a Madrid... Se va sola o con uno de nosotros a casa de Botín, que es unrestaurante muy antiguo de Madrid, y manda asar un cochinillo. Se lo come ... ella sola, con unafuente grande de lechuga y un litro de vino» (La forja, p. 81). Ella asegura que «Dios no existe másque en el cepillo de las iglesias» (La forja, p. 86).

67. Ibidem.68. La forja, p. 192.69. Ibidem. En la p. 195 de este mismo tomo escribe Barea: «Los libros, el cine, la máquina de

vapor, el padre Joaquín y la clase constituyen todo mi mundo».70. Laforja,p. 285.

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mos antes, igual que crítica, por ejemplo, la política de su tiempo, la sociedad oel ejército. Esa actitud crítica no le impide en absoluto apreciar y respetar a mu-chos religiosos, sacerdotes y creyentes. Su postura moderada queda refrendadacon muchos ejemplos como el de su amistad con el padre Leocadio Lobo dequien escribe: «El hombre que me ayudó más entonces ... fue un sacerdote ca-tólico y de todos a quienes he encontrado a través de nuestra guerra, es el hom-bre para quien guardo mi mayor amor y respeto: don Leocadio Lobo».71

Por otra parte, rechaza y condena la violencia y no deja ninguna duda sobresu oposición total a la brutalidad por no decir a la locura colectiva iconoclastade julio del 36. Lo dice bien claro al presenciar el incendio de la Escuela Pía:«Me era imposible aplaudir la violencia... me rebelaba contra esta destrucciónestúpida ... odiaba la destrucción...».72 Lo prueba también el episodio de Sebas-tián, el portero de una casa de vecindad, al que encuentra en el bar de Emilianopor esas fechas trágicas del estallido de la guerra y de la caza indiscriminadadel hombre. Sebastián, al que Barea conocía «como un hombre alegre y trabaja-dor, enamorado de sus chiquillos... honrado y decente»73 se había «convertidoen un asesino».74 Dirigiéndose a él escribe Barea: «ahora le digo, y puede de-nunciarme si quiere, que en mi vida volveré a cruzar la palabra con usted».75

c) Carácter

Es cierto que en la vida de Barea como en la vida de todos nosotros, su ca-rácter tuvo una influencia decisiva, su carácter independiente, rebelde, no exen-to de arrogancia y orgullo, inconformista, intransigente, agresivo, incapaz desometerse a una disciplina que tantos disgustos y sinsabores le produjo y él losabe y lo confiesa en repetidas ocasiones.76 Creo que en el apartamiento de Ba-rea de la religión tuvo su carácter una destacada importancia. Así cuando al fi-

71. La llama, p. 353 o bien el de la liberación de D. Pedro, católico ferviente que tenía una ca-pilla en su casa y que escondió en el caos del 36 al cura de San Ginés, La llama, p. 160. Entre losprofesores que tuvo en el colegio de Escolapios, además del padre Joaquín le merece un respeto yuna veneración especial el P. Prefecto (La forja, p. 119) a quien recuerda con afecto muchos añosdespués, en los días aciagos de la quema de iglesias en Madrid (La llama, p. 125).

72. La llama, pp. 124~-125.73. La llama, p. 158.74. Ibidem.75. La llama, p. 159. <76. «Paréceme fuera de duda que había en Barea un descontento innato, de orden temporalmen-

te, arraigado en lo más profundo de su soma, que le hacía encresparse y salir de uñas al encuentro delos acontecimientos», escribe J. L. ALBORG, OC, p. 230. Recuérdense también las reacciones intem-pestivas de Barea ame el gobernador civil de Madrid y sus invitados (La llama, p. 344), o bien el in-cidente con el director del «Crédit Etranger» (La forja, p. 297) o con la tía Basilia (La forja, pp. 174-175) o con la tía Baldomera, al marcharse él y su madre a la buhardilla (La forja, pp. 172-173), etc.

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nal de sus estudios de Bachillerato el rector del colegio de los Escolapios leofrece tomarle como un interno más y pagarle los estudios y la comida, la ropa,los libros, la reacción de Barea es abrupta pero a mi entender no sólo compren-sible sino loable y digna: «Yo quiero trabajar... ¡No quiero más limosnas! Séque soy pobre y no quiero nada de los ricos».77 hay en el fondo de estas reac-ciones un impulso fuerte de imponer su propia personalidad, de asumir su iden-tidad con todas sus consecuencias, también, hay que admitirlo, una especie deorgullo mezclado con cierto resentimiento de pobre.

Si «clericalismo» se entiende en su acepción de «influencia excesiva del cle-ro en los asuntos políticos» o bien en la de «Marcada afección y sumisión alclero», como las define el Diccionario de la Real Academia,19 Barea, sin duda,no es clerical o, si se prefiere, es anticlerical. Pero si «anticlericalismo» se defi-ne como «Animosidad contra todo lo que se relaciona con el clero», definicióntambién del mismo Diccionario entonces la contestación debe ser claramentenegativa. Crítico de la Iglesia sí lo fue Barea, pero crítico moderado. Su críticaante la Iglesia y sus miembros se basa según él, en el olvido de las virtudes paraél fundamentales (amor, perdón, caridad), en la injusticia, en su postura políti-ca, opuesta a la del autor. Hay que insistir en que Barea critica a la Iglesia comocritica el militarismo o la sociedad, en general, de su tiempo y, no se olvide, co-mo critica también personas e instituciones de su propio bando republicano. Deesa crítica no se libera ni él mismo, pues bien claro expone también sus propiosfallos y errores, sus defectos o acciones negativas (su divorcio, su amante Ma-ría, su actitud ante los hijos, etc.). También esto último contribuye a darle a suobra esa dimensión de veracidad de que hablamos antes.

Barea fue un escritor de ideas socialistas, no anarquistas, enemigo, como vi-mos, de la violencia, de la destrucción, de la brutalidad y de la barbarie, queproclama claramente que «Matar es monstruoso y estúpido»,79 que se confiesa«entusiasta de la paz» 80 y enamorado de San Francisco.81 Desde la óptica ac-tual, Barea sería un socialista moderado, como hay millones en España y en to-dos los países democráticos, creo que también en lo tocante a su actitud religio-sa y a sus relaciones con la Iglesia.

77. La forja, p. 174.78. Vigésima edición, Madrid, 1984,1.1.79. La llama, p.249.80. La ¡lama, p. 250.81. La llama, p. 251.

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