Adelanto de El gran libro del dandismo

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Ni un texto de historia ni un mero rescate de viejos escritos: este volumen reúne los tres textos franceses más extraordinarios escritos sobre el dandismo en el s. XIX.

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Títulos originales:- Traité de la vie élégante- Le peintre de la vie moderne- Du Dandysme et de George Brummell

© 2013 Jorge Salvetti, de la traducción de Del dandismo y de George Brummell.© 2013 Luciana Bata, de la traducción de Tratado de la vida elegante y El pintor

de la vida moderna. © 2013 Alan Pauls, del prólogo© 2015 Mardulce Bulnes 978 1° www.mardulceeditora.com.ar

Diseño de colección y cubierta: trineo.com.ar

ISBN: 978-84-942869-3-3Depósito legal M-2504-2015

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin previo aviso a los titulares del copyrightImpreso en España. Printed in Spain

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Balzac, Baudelaire, BarBeY d’aurevillY

El gran libro del dandismo Tratado de la vida elegante, Honoré de BalzacEl pintor de la vida moderna, Charles BaudelaireDel dandismo y de George Brummell, J.A. Barbey d’Aurevilly

Prólogo de Alan Pauls

Traducción de Jorge Salvetti y Luciana Bata

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Honoré de Balzac

Tratado de la vida elegante

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Primera parte

Generalidades

Mens agitat molem.

Virgilio

El talento de un hombre se adivina

por la manera de llevar el bastón.

(Traducción Fashionable.)

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Capítulo I

Prolegómenos

La civilización ha escalonado a los hombres en tres gran-des jerarquías. Nos hubiera sido fácil matizar nuestras ca-tegorías a la manera de Mr. Charles Dupin;1 pero como la charlatanería sería un contrasentido en una obra de filoso-fía cristiana, nos excusaremos de entremezclar los retratos con las incógnitas del álgebra, y trataremos, al profesar las doctrinas más esotéricas de la vida elegante, de ser com-prendidos aun por nuestros antagonistas, es decir, por las personas que calzan botas destrozadas.

Ahora bien, las tres clases de seres creados por las cos-tumbres modernas, son:

1 El barón Charles Dupin fue un político popular hacia 1830, cuyo método científico para la enseñanza de las Bellas Artes fue por entonces muy discutido. Escribió varias obras, entre otras: Discours et leçons sur l’industrie, le commerce, la Marine et sur les ciences appliquées aux Arts (1825) y Tableau des arts et métiers des Beaux-Arts (1826).

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El hombre que trabaja.El hombre que piensa.El hombre que no hace nada.

De aquí tres fórmulas de existencia bastante completas para expresar todos los géneros de vida, desde la novela poé-tica y vagabunda de la Bohemia hasta la historia monótona y somnífera de los reyes constitucionales:

La vida ocupada.La vida de artista.La vida elegante.

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1. De la vida ocupada

El tema de la vida ocupada no ofrece variantes. Traba jando a dos manos, el hombre abdica de todo un destino; se convier-te en un medio, y a pesar de toda nuestra filan tropía, solo los resultados obtienen nuestra admiración. El hombre va por el mundo extasiándose ante un montón de piedras, y si se acuerda de los que las han amontonado, es para abrumarlos con su piedad; si el ar quitecto aún le parece un gran pen-sador, los obreros manuales en cambio no son más que es-pecies de herramientas confundidas entre las plomadas, las brochas y las piquetas.

¿Es una injusticia? No. Semejantes a las máquinas de vapor, los hombres disciplinados por el trabajo se produ cen todos en la misma forma y no tienen nada de indivi dual. El hombre-instrumento es una especie de cero social, y aun el mayor número posible de ellos no componen una suma si no van precedidos de algunas cifras.

Un labrador, un albañil, un soldado, son los fragmen tos uniformes de una misma masa, los segmentos de un mis-mo círculo, el mismo utensilio cuyo mango es diferente. Se acuestan y se levantan con el sol; a los unos, el canto del gallo; a los otros, la diana; a este, un pantalón de pana, dos varas de paño azul y unas botas; a aquellos, los primeros harapos

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encontrados; a todos, los más groseros alimentos; batir yeso o batir hombres, recoger habas o recoger sablazos: tal es, en cada caso, la diferenciación de sus esfuerzos. El trabajo pare-ce ser para ellos un enig ma cuya solución buscan hasta sus últimos días. Con fre cuencia, el triste rumiar de su existen-cia es recompensado por la adquisición de un banquillo de madera donde se sientan a la puerta de una choza, bajo un dosel polvorien to, sin temor de oír qué les dice un lacayo de casa grande:

–¡Vamos, buen hombre! Nosotros no damos más que el lunes…

Para todos estos desdichados, la vida se resuelve con pan en la bandeja y la elegancia, con un baúl en que hay harapos.

El comerciante al por menor, el subteniente, el reporte-ro, son tipos menos degradados de la vida ocupada, pero su existencia permanece clasificada en el fichero de la vulga-ridad. Siempre hay trabajo y siempre hay utensilios: solo que el mecanismo es algo más complicado y la inteligencia se engrana en él con parsimonia.

Lejos de ser un artista, el sastre se bosqueja siempre en la imaginación de esas gentes bajo la forma de una implaca-ble factura; abusan de la institución de los cuellos postizos y censuran un capricho como un robo hecho a sus acreedores; y para ellos un vehículo es un coche de punto en las circuns-tancias normales y un landó en los días de entierro o de boda.

Si no atesoran dinero como los obreros manuales, a fin de asegurar en su vejez el sustento y el vivir bajo techo, la esperanza de su vida de abejas no va más allá: es la propie-dad de una habitación muy fría en un cuarto piso de la calle

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Boncherat; luego una capota y guantes de hilo zurcidos para la mujer; un sombrero gris y media taza de café para el ma-rido; la educación de Saint-Denis y media beca para los hi-jos; caldo espeso dos veces por semana para todos. Ni del todo ceros ni del todo cifras, estas criaturas son fracciones decimales.

En esta ciudad doliente, la vida está resuelta por una pensión o algunas rentas en el libro mayor, y la elegancia por cortinajes con franjas, una cama en forma de barco y cande-labros de cristal.

Si subimos aún algunos peldaños de la escala social, en la cual las personas ocupadas trepan y se balancean como los motilones en los cordajes de un buque, encontramos al cura, al médico, al abogado, al notario, al magistrado, al negocian-te, al hidalguillo, al burócrata, al oficial supe rior, etcétera.

Estos personajes son aparatos maravillosamente per-feccionados, cuyas combas, cadenas y contrapesos, es decir, sus rodajes, finalmente cuidadosamente pulidos, ajusta-dos, engrasados, realizan sus rotaciones bajo honorables caparazones bordados. Pero esta vida es aún una vida de actividad en que los pensamientos todavía no son libres ni am pliamente fecundos. Estos señores tienen que hacer dia-riamente un determinado número de diligencias inscriptas en sus agendas. Estos libritos sustituyen a los perros de cuadra que les acosaban antes en el colegio y les recuer dan a toda hora que son esclavos de un ente de cajón mil veces más ca-prichoso y más ingrato que un soberano.

Cuando llegan a la edad del reposo, el sentimiento de la moda ha sido olvidado, el tiempo de la elegancia ha huido sin

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retorno. Así el coche en que pasean tiene estribos salientes o es decrépito como el del célebre Portal.2 En ellos, el prejuicio de la cachemira perdura aún; sus mu jeres llevan collares y girándulas; su lujo es siempre un ahorro; en su casa todo está cosido y se lee por encima de la tienda: “No pasar sin anun-ciarse con el portero”. Si en la suma social cuentan como ci-fras, son unidades.

Para los advenedizos de esta clase, la vida está resuelta por el título de barón y la elegancia por un recadista galonea-do y por un palco en el teatro Geydeau.

Ahí cesa la vida ocupada. El alto funcionario, el pre lado, el general, el gran propietario, el ministro, el ayuda de cá-mara3 y los príncipes están en la categoría de los ociosos y pertenecen a la vida elegante.

Después de haber terminado esta triste autopsia del cadá-ver social, un filósofo siente tanta amargura por los prejuicios que llevan a los hombres a pasar unos cerca de otros esqui-vándose como culebras, que tiene necesidad de decirse: “Yo no construyo a capricho una nación; la acepto ya hecha…”.

Esta perspectiva de la sociedad, tomada en masa, debe ayudar a concebir nuestros primeros aforismos, que formu-lamos así:

2 Antonio Portal (1742-1832), primer médico del Rey, había conservado las modas del antiguo régimen, y de aspecto bonachón y sencillo, su coche era motivo de burlas para los diarios de época.

3 El ayuda de cámara es una especie de equipaje de la vida elegante.

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IEl fin de la vida civilizada o salvaje es el descanso.

IIEl reposo absoluto produce el spleen.

IIILa vida elegante es, en una amplia acepción del término, el arte de animar el descanso.

IVEl hombre habituado al trabajo no puede comprender la vida elegante.

VCOROLARIO: Para ser fashionable hay que gozar del des-canso sin haber pasado por el trabajo; dicho de otro modo, ganar una lotería, ser hijo de millonario, prínci-pe acaparador.

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2. De la vida de artista

El artista es una excepción; su ociosidad es un trabajo, es ele-gante y abandonado alternativamente; reviste a ca pricho la blusa del labrador y decide el frac llevado por el hombre en moda; no acata leyes: las impone. Ya se ocupe en no hacer nada, ya medite una obra maestra sin parecer ocupado, ya guíe un caballo con un bozal de madera, y a toda rienda los siete caballos de un britschka;4 sea que no tenga veinticinco centavos, o que des perdicie el oro a manos llenas, es siempre la expresión de un gran pensamiento y domina la sociedad.

Cuando Mr. Peel5 entró en casa del vizconde de Cha-teaubriand, se encontró con un gabinete cuyos muebles eran todos de madera de roble; el ministro treinta veces millo-nario se siente apabullado por la sencillez de los mobiliarios de oro y de plata maciza que pueblan Inglaterra.

El artista es siempre grande. Tiene una elegancia y una vida incomparable, porque en él todo refleja su inteligencia

4 Coche de campo, algo como el mail-coach inglés, muy de moda en tiempos de Balzac.

5 Sir Robert Peel (1788-1850) fue un ilustre hombre de Estado inglés.

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y su gloria. Son tantos los artistas como las vidas con ideas nuevas. Para ellos, estar a la moda no tiene la menor im-portancia: son seres indomables que moldean todo a su imagen y semejanza. Si se apoderan de un magot, es para transfigurarlo.

De esta doctrina se deduce un aforismo europeo:

VIUn artista vive como quiere... o como puede.

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3. De la vida elegante

Si omitiéramos definir aquí la vida elegante, este tratado que-daría manco. Un tratado sin definición es como un coronel am-putado de las dos piernas. Definir es abreviar, abreviemos, pues.

Definición:La vida elegante es la perfección de la vida exterior y de

la vida material;o bien;el arte de gastar las rentas como hombre de talento;o también:ciencia que nos enseña a no hacer nada como los demás,

haciendo todo parecido a ellos;o mejor acaso:el desenvolvimiento de la gracia y del gusto en todo lo

que nos es propio y nos rodea;o más lógicamente:saber hacer gala de su fortuna.Según nuestro honorable amigo E. de G.,6 será:

6 Célebre periodista, íntimo de Balzac, Emile de Girardin fue fundador y director de La Presse. Mató en duelo a Armand Carrol, defendió el feminismo y fue famoso por sus frases ingeniosas.

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“la nobleza transportada a las cosas”;según P.T. Smith:“la vida elegante es el principio fecundante de la indus-

tria”.Según Jacotot,7 un tratado sobre la vida elegante es inútil,

puesto que se encuentra íntegro en el Telémaco. (Véase La Constitución de Salento.)

Oyendo a Cousin, sería en un orden de pensamientos más elevado:

“El ejercicio de la razón, necesariamente acompañado del de los sentidos, de la imaginación y del corazón que, mezclándose a las instituciones primitivas, a las iluminaciones inmediatas del anima-lismo, va tiñendo la vida con sus colores.” (Véase la página 44 del Curso de historia de la filosofía, si la palabra vida elegante no es verdadera mente la de este galimatías.)

En la doctrina de Saint-Simon:La vida elegante sería la mayor enfermedad de que pue-

de estar afligida una sociedad, partiendo de este principio: “Una gran fortuna es un robo”.

Según Chodruc:Es un tejido de frivolidades y de naderías.La vida elegante soporta todas estas definiciones subalter-

nas, perífrasis de nuestro aforismo III, pero encierra, a nuestro juicio, cuestiones aún más importantes, y para ser fieles a nues-tro sistema de abreviatura, vamos a in tentar desarrollarlas.

7 Joseph Jacotot (1770-1840), pedagogo, inventor de un método mne-motécnico de enseñanza.

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Un pueblo de ricos es un sueño político imposible de realizar. Una nación se compone necesariamente de per-sonas que producen y de personas que consumen. ¡El que siembra, planta, riega y recoge, es el que come menos!... Este resultado es un misterio bastante fácil de revelar, pero que muchas personas se complacen en considerar como un gran pensamiento providencial. Daremos acaso su explica-ción más tarde, llegando al término del camino seguido por la Humanidad. Por el momento, a riesgo de ser acusado de aristocracia, diremos francamente que un hombre situado en el último rango de la sociedad, no debe pedir cuentas a Dios de su destino más que una ostra del suyo.

Esta observación, a la vez filosófica y cristiana, resolverá, sin duda, la cuestión a los ojos de las personas que mediten algo las cartas constitucionales; y como no habla mos a otras personas, proseguiremos.

Desde que las sociedades existen, un gobierno ha sido siempre necesariamente un contrato de seguros concerta-do entre los ricos contra los pobres. La lucha intestina pro-ducida por ese supuesto reparto a lo Montgommery, excita en los hombres civilizados una pasión general por la riqueza, expresión que es prototipo de todas las ambiciones particu-lares; porque del deseo de no pertenecer a la clase doliente y vejada, derivan la nobleza, la aristocracia, las distinciones, los cortesanos, las cortesanas, etcétera.

Pero esta especie de fiebre, que lleva al hombre a ver en todas partes mástiles de cucaña y a afligirse por no trepar más que un tercio, o a la mitad, ha desarrollado forzosamen-te el amor propio con exceso y engendrado la vanidad.

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Ahora bien: como la vanidad no es más que el arte de componerse todos los días, cada hombre ha sentido la ne-cesidad de tener, como una muestra de su poder, un signo destinado a mostrar a los transeúntes el lugar que ocupa en el gran mástil de la cucaña, en cuya cima los reyes hacen sus ejercicios. Y tanto es así, que los armarios, las libreas, las ca-peruzas, los cabellos largos, las veletas, los talones rojos, las mitras, los palomares, el pavimento de la iglesia y el incienso en la cara, las partículas, los lazos, las diademas, las moscas, el rojo, las coronas, los zapatos con polaina, los morteros, las sotanas, el delgado vero, la escarlata, las espuelas, etc., etc., se habían vuelto sucesivamente signos materiales de más o menos reposo que un hombre podía disponer; de más o me-nos fantasías que tenía el derecho de satisfacer; de más o menos hombres, dinero, pensamientos, trabajos que le fuera posible derrochar. Entonces un transeúnte, nada más que al verlo, distinguía a un ocioso de un trabajador, una cifra de un cero.

De pronto la revolución, habiendo tomado con mano poderosa todo este guardarropa inventado durante catorce siglos, y habiéndolo reducido a papel moneda, llevó loca-mente a una de las mayores desgracias que pueden afligir a una nación.

¡Las gentes ocupadas se cansaron de trabajar completa-mente solas; se dispusieron a repartir el trabajo y el provecho en partes iguales con ricos desgraciados que no sabían hacer nada, sino holgarse en su ociosidad!...

El mundo entero, espectador de esta lucha, ha visto a los que eran más entusiastas de este sistema proscribirlo,

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declararlo subversivo, peligroso, incómodo y absurdo, luego de que trabajadores se fueron metamorfoseando en ociosos.

Así, desde este momento, la sociedad se reconstituyó, se rebaronizó, se recondificó, se adornó, y las plumas de gallo fue-ron encargadas de enseñar al pobre pueblo lo que las per-las heráldicas le decían en otro tiempo. ¡Vade retro, Satanás!... ¡Después de nosotros, los granujas! Francia, país eminente-mente filosófico, habiendo experimentado por esta última tentativa la bondad, la utilidad, la seguridad del viejo siste-ma por el cual se construían las na ciones, volvió en sí misma gracias a algunos soldados, al principio en virtud del cual la Trinidad ha puesto en este bajo mundo valles y montañas, robles y gramíneas.

En el año de gracia de 1804, como en el año MCXX, ha sido reconocido que es infinitamente agradable, para un hombre o una mujer, decirse, mirando a sus conciudadanos:

“Yo estoy por encima de ellos; yo los salpico, los protejo, los gobierno y cada cual ve claramente que los gobierno, los protejo y los salpico; pues un hombre que salpica, protege o gobierna a los demás, habla, come, anda, bebe, duerme, tose, se viste, se divierte de otro modo que las gentes salpicadas, protegidas y gobernadas.”

¡Y la Vida elegante ha surgido!...Y se ha lanzado completamente brillante, nueva, vieja,

joven, altiva, rozagante, aprobada, corregida, aumentada y resucitada por este monólogo maravillosamente moral, reli-gioso, monárquico, literario, constitucional, egoísta:

“Yo salpico, yo protejo, yo..., etcétera.”

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Pues los principios por los cuales se conducen y viven las gentes que tienen talento, poder o dinero, no se parece rán nunca a los de la vida vulgar.

¡Y nadie quiere ser vulgar!...La vida elegante es, pues, esencialmente, la ciencia de los

modales.Ahora, la cuestión nos parece suficientemente abreviada

y también sutilmente asentada, como si S.S. el conde Ravez8 se hubiese encargado de proponerla a la primera Cámara septenal.

Pero ¿en qué gente comienza la vida elegante? ¿Y todos los ociosos son aptos para seguir los principios?

He aquí dos aforismos que deben resolver todas las du-das y servir de punto de partida a nuestras observacio nes elegantes:

VIIPara la vida elegante no hay ser más completo que el cen-tauro, el hombre en tilbury.

VIIINo basta haberse hecho o nacer rico para llevar una vida elegante; es necesario sentirla plenamente.“No llegas el príncipe (ha dicho antes que nosotros Solón) si no has aprendido a serlo.”

8 El conde Ravez (1770-1849), presidente de la Cámara, par de Francia.

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