Aguirre, Sergio_Los Vecinos Mueren en Las Novelas
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Los vecinos mueren en las novelas SERGIO AGUIRRE
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PGINA 1
Una ficcin? Vamos, no ser yo quien crea eso.
Claude Seignolle \Pobre Sonia\
VISITA DESPUS DE UNA TORMENTA
Cada vez que se mudaba de casa, John Bland tena la costumbre de presentarse a sus vecinos. As
lo haban hecho siempre sus padres, y le pareca que si no realizaba esa visita de cortesa, algo faltaba
para terminar de establecerse en su nuevo hogar. Aun en Londres, cuando despus de casarse con
Anne arrendaron el pequeo departamento en Halsey St, no dej de intentarlo entre los indiferentes
habitantes del edificio donde vivieron sus primeros aos de matrimonio.
Saba que cuando se mudasen al campo, en las afueras de Chipping Campden, su pequea tarea
de relaciones pblicas sera muy breve, porque slo tenan un vecino: la anciana que vio en el jardn de
la nica casa cercana, la tarde que pasaron por all con el empleado de la inmobiliaria. Pensaba visitarla
algunos das despus de acomodarse, pero no sucedi as. Haban llegado haca un par de horas cuando
John se encontraba en los fondos de la casa. Una fuerte tormenta, entre otros desmanes haba arrojado
la rama de un rbol sobre la casilla del jardn. John trataba de removerla cuando vio a Anne salir de la
casa. En su expresin advirti que algo haba sucedido:
-Es pap, acaba de llamar, l... no durmi bien. No me gust el tono de su voz, yo... lo siento.
Realmente lo siento John, pero necesito ir a verlo.
John no disimul su fastidio. No haba escuchado el telfono, y esto lo tomaba de sorpresa:
-Pero Anne, ni siquiera hemos abierto las cajas de la mudanza...
-Lo siento -repiti ella, y bajando la cabeza dio media vuelta en direccin a la casa.
John la sigui con la mirada hasta que desapareci por la puerta de la cocina y, por lo bajo, lanz
una maldicin. No haba pensado en el telfono. Tampoco poda imaginar que l la llamara tan pronto,
el mismo da de la mudanza. Arrastr la rama unos metros y se detuvo. De repente se senta desani-
mado. Como en Londres, bastaba una llamada para que Anne saliera corriendo. La enfermedad de su
suegro, que haba enviudado haca pocos aos, y el hecho de que ella fuese su nica hija, eran perfectas
razones para que su mujer pasara cada vez ms noches fuera de la casa. Y por lo visto, vivir en el campo
no iba a cambiar las cosas. Ella volvi al rato. Caminaba lentamente, cuidando que la tierra an hmeda
no se pegara en sus zapatos. Tambin se haba cambiado la falda, y ahora llevaba rouge en los labios.
John la mir. A veces, cuando quera, Anne poda ser realmente hermosa:
-Bueno, me voy. Necesitas algo de Londres?
-No, nada, gracias. Ah!, saludos a tu padre.
Se hizo un silencio muy breve en el que sus miradas se cruzaron. Anne haba percibido el tono de
irona en las palabras de John. Pero se limit a decir:
-Estar aqu maana.
Unos segundos despus se oy el ruido del auto que parta. Cuando dej de escucharlo, con un
gesto de enojo John arroj la rama al costado de unos brezales, y entr a la casa. Se senta furioso.
ltimamente todo pareca salirse de su lugar, como si hubiese empezado a perder el control sobre las
cosas. Haca meses que no se le ocurra nada para escribir, eso lo pona de mal humor, ya le haba
sucedido antes. Y el fracaso de su ltima novela haba contribuido a que todo pareciese ms... incierto.
Qu derechos tena sobre Anne si an los mantena su padre? Senta que deba hacer algo, pero qu?
Encendi un cigarrillo y se adelant apenas por el pequeo laberinto hecho de muebles y cajas de
mimbre. Mir a su alrededor. Los vestidos de su mujer haban formado una pila que se derrumbaba
sobre el televisor. El telfono, un viejo aparato que perteneca a la casa, permaneca sobre la chimenea;
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y contra ella, sus sillones cubiertos de ropa y pequeos paquetes en los que haban guardado los objetos
ms chicos. All casi no se poda dar un paso. De repente senta que esa casa, el lugar con el que haba
soado durante ese ltimo tiempo, era un pequeo infierno. En ese momento se le ocurri llamar a
Dan, tal vez hablar con alguien lo sacara de su mal humor. Estaba a punto de alcanzar al telfono
cuando se acord de que era viernes. Los viernes Dan daba clases todo el da. No estara en su casa
hasta la noche. Se sent en el apoyabrazos de uno de los sillones. No tena ganas de nada. Entonces
vio, a travs de la ventana abierta, que despus de todo era una esplndida tarde de otoo. El sol caa
recostndose sobre los arces, apenas perturbados por una brisa del sur, que se extendan al costado de
la casa. Decidi dar un paseo. Sus pequeas explosiones de enojo no duraban mucho, y caminar un
poco lo ayudara.
Busc su chaqueta entre unas ropas que asomaban desde uno de los canastos, los cigarrillos, que
haba dejado en la cocina, y abri la puerta. Al hacerlo una corriente de aire hizo volar unos papeles
desparramndolos por toda la sala. Haba dejado abierta la puerta de la cocina. Con una pequea mal-
dicin se volvi para cerrarla, y tambin asegurar las ventanas. Finalmente sali.
Comenz a recorrer el solitario sendero cubierto de hojas secas que corra entre los rboles. Aquel
viento, muy suave, le daba en el rostro. El olor del campo era diferente. Las cosas seran diferentes all.
Guard las llaves en el bolsillo de su chaqueta, tir la colilla del cigarrillo y levant la vista hacia el cielo.
Inspir profundamente. El cielo era increble desde ese lugar. Y al voltear la cabeza vio, a lo lejos, la
columna de humo. Deba ser, era, la chimenea de su vecina.
En ese momento supo cmo ocupara la tarde.
Camin lentamente. Quera dejarse llevar por ese paisaje que, a medida que ascenda hasta la casa
de aquella mujer, pareca abrirse mostrando el pequeo valle que los bosques haban disimulado. Casi
llegaba al punto ms alto cuando, bajo el hondo cielo azul, se detuvo para ver las sombras de las grandes
nubes desplazndose muy lentamente por los campos que se hundan y se levantaban hasta perderse
en el horizonte. Desde donde se encontraba poda dominar todo el valle. Y lo recorri con la mirada
para confirmar lo que supona: su casa, que ahora vea pequea, casi perdida entre los bosques, y esa
vieja construccin que ya empezaba a entrever entre las copas de los rboles, eran las nicas en todo el
lugar. Permaneci de pie.
Fue en ese momento que se le ocurri aquella idea. O quizs no. Quizs haba aparecido aquella
tarde, cuando pas por all y la vio sola, en el jardn.
Cruz el viejo portn de hierro. Detrs, unos macizos de flores eran lo nico que pareca cuidado
en el pequeo parque cubierto por enredaderas que trepaban, a su vez, los troncos de los rboles. Ms
adelante, se alzaba la casona. Se notaba que en algn tiempo haba sido hermosa, pero ahora era slo
una gran casa vieja. Tena una parte central con un tejado en el que nacan varias buhardillas y hacia un
costado se prolongaba en un ala que pareca ms antigua que el resto. Del otro lado, una construccin
de vidrio evocaba lo que debi ser, en otras pocas, un invernadero. John llam a la puerta y esper.
Despus de unos segundos le pareci or un rumor de pasos en algn lugar, pero no era nada. Insisti,
y mientras golpeaba se escuch la voz, desde adentro:
-Quin es?
Percibi el dejo de alarma en la pregunta, y trat de sonar cordial:
-Soy John Bland, seora. Su nuevo vecino.
No hubo respuesta.
-Perdone, no quisiera importunarla, slo que hoy terminamos de mudarnos y se me ocurri venir
a presentarme. Si usted est ocupada puedo...
El ruido de la cerradura no lo dej terminar. Despus de algn forcejeo con la pesada puerta de
roble apareci el rostro de una anciana:
-Vecino? No saba nada de eso.
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-Con mi esposa hemos comprado la casa que est all abajo -John seal con el brazo hacia el
centro del valle- y pens en presentarme. Le ruego me disculpe, si soy inoportuno puedo regresar...
La mujer lo interrumpi:
-No, por favor, s cul es la casa. S, la conozco, he visto el letrero de venta, pero... -la mujer solt
una risa simptica- no saba que ya tena nuevos dueos.
Casi no salgo, lo siento. Adelante seor...
-Bland, John Bland.
John sigui a su anfitriona por un pequeo recibidor hasta la sala. La luz de la tarde entraba por
dos grandes ventanas, cuyos cristales emplomados dejaban ver el pequeo parque que acababa de cru-
zar y, detrs, como en un cuadro, una pequea vista de la campia. John ech una breve ojeada al
lugar. El ambiente era clido, elegante, y un tanto abigarrado de muebles y adornos. Y de libros. Pare-
can dispersos por todas partes; no slo en la importante biblioteca que se levantaba hasta el techo, al
final de la sala. Sin embargo le pareci agradable. Salvo por ese olor a telas aosas que perciba desde
que entr, y la hilera de fotografas sobre la repisa de la chimenea, en cuyo centro se destacaba, con un
horrible marco dorado, la reina. Viejas inglesas, pens, y mir a su anfitriona. Cuntos aos tendra?, setenta?, ochenta? Nunca pudo calcular la edad de la gente anciana; tampoco le interesaba, para l
todos tenan la misma edad: eran viejos.
Se sentaron en dos sillones dispuestos frente al hogar, donde un gran leo arda pacientemente.
Haca un poco de calor all.
-Creo que estoy muy abrigado. -John se levant para sacarse la chaqueta. De pie, mientras lo haca,
vio dos libros sobre una mesita, el canasto con leos, y el atizador, al lado del silln de su anfitriona.
La anciana, mientras tanto, se detuvo un momento en el rostro de su vecino. Era irlands, sin duda.
Pero le gustaba. Tena un aspecto descuidado, y pareca ser alguien agradable. Aunque... siempre
tendra esa expresin algo idiota?
-Bland... Conoc unos Bland en Bath. Claro, de esto ya hace varios aos. Ha estado en Bath, seor
Bland?
-Me temo que no. Desde que llegu de Irlanda podra decirse que no sal de Londres, seora... -
John se dio cuenta de que no conoca el nombre de su vecina.
-Oh!, lo siento!, olvid presentarme. Soy la seora Greenwold. Emma Greenwold.
Deca usted que acaba de mudarse?
-S, en realidad an no hemos terminado de desempacar.
Mi mujer tuvo que ir a Londres por un asunto... familiar. Decid... bueno -John pareca no querer
entrar en detalles-, la verdad es que no quera hacer todo el trabajo solo -sonri- entonces pens en
venir. Sabe?, en el norte de Irlanda se acostumbra hacer una visita a los vecinos cuando uno llega a
vivir a un lugar.
-S, tambin aqu en Inglaterra, sobre todo en la campia, claro -tras decir esto la seora Greenwold
hizo un gesto de desaprobacin con la cabeza-; pero la cortesa, me temo, est desapareciendo. Tal vez
le parezca algo anticuada, pero creo que hoy en da se han perdido muchas costumbres que hacan que
antes la vida fuese un tanto ms... amable. Una taza de t, Seor Bland?
-Oh, s, me encantara!
La anciana se dirigi a la cocina. Mientras John la miraba desaparecer tras una puerta pens: He aqu una abuelita inglesa. Fea y aburrida, como corresponde a una fiel sbdita de la reina. Salvo unos pocos, a John no le gustaban los ingleses.
Se pregunt si esa amable seora le ofrecera algo para comer. Tena hambre.
-Espero que le gusten los scons, seor Bland.
La seora Greenwold regresaba con una bandeja que dej sobre una pequea mesa, al costado de
su silln.
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-Oh, claro que s!, es usted muy amable.
Mientras tomaban el t la nueva vecina de John comenz a hablar de s misma, su vocacin por los
viajes, y la decisin de vivir sola en Chipping Campden, aunque estuviese algo alejada del pueblo.
No pas ms de media hora. La conversacin iba decayendo hasta que finalmente se hizo un silen-
cio. La seora Greenwold lo rompi:
-Y a qu se dedica usted seor Bland?
-Soy escritor; bueno, hago de todo un poco, a veces algo de crtica y he dado clases, tambin, pero
lo que ms me gusta es escribir novelas, novelas policiales. Una expresin de admiracin apareci en
el rostro de la anciana:
-Vaya!, eso s que es interesante!- se frot jovialmente las manos y seal hacia la biblioteca-. Soy
bastante aficionada a esos relatos. Ha publicado algo?
-S, un par de novelas, pero no me fue muy bien con ellas, a decir verdad. Hoy el pblico prefiere
la accin, usted sabe, cosas ms duras y espectaculares. Ya nadie se interesa en los misterios, el famoso
crimen como obra de arte pareciera... que pas de moda.
-Estoy de acuerdo con usted, ahora todo es violencia y sexo, s. Lamentable. Y dgame: ya sabe de
qu tratar su prxima novela?
John hizo silencio. En ese instante pareci cruzrsele un pensamiento. Mir fugazmente a la mujer,
que a su vez lo observaba, y dijo:
-No.
De nuevo se hizo un pequeo silencio. La anciana baj la vista y despus ambos miraron hacia la
ventana. Afuera, un mirlo trinaba apoyado en una rama. En algn lugar de la casa un reloj daba las
cinco de la tarde. La seora Greenwold volvi a llenar las tazas de t, y mir a John a los ojos:
-Sabe?, no todos los das una conoce a un escritor de novelas policiales. Eso me recuerda... mejor
dicho, me hace pensar que a usted podra interesarle una historia, algo que sucedi realmente hace
muchos aos y que trata de un crimen. Pero, por supuesto, no quisiera aburrirlo, tal vez usted creer
que soy de esas viejas que estn esperando la oportunidad de contar sus historias y...
John la interrumpi:
-No, por favor, seora Greenwold, quisiera escucharla.
La anciana sonri levemente y volvi a acomodarse en el silln:
-Bien, lo que voy a relatarle me fue referido por una mujer con la que compart un viaje en tren a
Edimburgo, en una noche que siempre recuerdo muy larga, en mil novecientos cincuenta y cuatro.
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VIAJA USTED SOLA?
Comenzar por el principio, cuando llegu a la estacin. El tren sala desde Kings Cross, a las diez. Recuerdo que mi reloj se haba roto, de modo que apenas ingres mir la hora en el reloj del hall
central. Faltaban ocho minutos. Me dirig a las boleteras. Un grupo de pasajeros se haba agolpado en
una de las taquillas. Al parecer haba algn problema, porque se demoraban, y mientras esperaba sent
que alguien tocaba mi brazo: Siemprevivas milady? Era una de esas mujeres que vendan flores en la calle. Le dije que no. Fui algo grosera...-como si sus ltimas palabras se hubiesen diluido, la seora
Greenwold hizo una pausa- Es extrao. Lo primero que recuerdo son los detalles. Cada vez que intento
recordar esa noche siempre aparecen los detalles... yo estaba algo molesta porque se me haba corrido
una media. S que le parecer una tontera, pero en esa poca, mi joven amigo, en Inglaterra eso slo
era bastante parecido a un escndalo sexual. Quera estar en el tren cuanto antes. No era la media, en
verdad... se no haba sido un buen da para m.
Recuerdo, tambin, que el tren sala del andn nmero cinco. Y que entr a ese compartimiento
porque tena las cortinas cerradas. Como an faltaban unos minutos para salir, supuse que alguien haba
olvidado correrlas, y estara vaco. Apenas puse un pie adentro, escuch una voz, casi un susurro, que
me dijo:
Por favor, no abra las cortinas. No haba alcanzado a reparar en esa muchacha, sentada al borde de uno de los asientos, casi pegada al pasillo.
Estaba bastante oscuro. Una sola lmpara, apenas arrojaba una luz mortecina en el compartimiento.
Me result raro.
Las cortinas de la ventanilla tambin estaban cerradas.
Me parece que hace falta un poco ms de luz. puedo...?, dije tratando de ser agradable, mientras encenda otra lmpara. La muchacha, desde el rincn de su asiento, hizo un gesto de asentimiento con
la cabeza.
Entonces la vi. Era muy joven. Tena un rostro comn, ms bien ancho, y extremadamente plido.
No era fea, aunque me resultaba algo vulgar. Recuerdo que llevaba un peinado que haca furor en esa
poca, y que no me gustaba. Pero lo que ms llam mi atencin fue esa imagen inmvil y crispada, con
los ojos muy abiertos y la mirada vaca. Su respiracin era muy fuerte. Pens que poda estar enferma.
Haca calor, pero ella permaneca enfundada en un abrigo marrn que llegaba hasta el suelo. Para mis
adentros, comenc a lamentar que el compartimiento no hubiese estado vaco.
Viaja usted sola? No fue la pregunta, sino la forma en que la hizo lo que me incomod. Es difcil de explicar, pero
me di cuenta de que no era una pregunta de cortesa, usted sabe, de las que se hacen en esas ocasiones.
Pareca otra cosa. Tal vez quera iniciar una conversacin. Le contest que s, sin ms. Ver, nunca fue
mi costumbre relacionarme con desconocidos en los viajes, uno... nunca sabe a quin tendr que so-
portar por kilmetros. Adems, algo en esa muchacha me resultaba extrao, no me gustaba. Se me
haba empezado a ocurrir que tal vez esperaba a alguien, o le suceda algo y justamente haba cerrado
las cortinas para no ser molestada. Al final decid irme. No haba visto mucha gente en el tren y estaba
a tiempo de encontrar un compartimiento desocupado, as que me puse de pie y tom mi bolso del
maletero. Cuando vio que me dispona a salir se levant de su asiento e hizo un gesto para detenerme:
No, por favor, no se vaya. Pareca una splica. Sinceramente, por el tono haba conseguido inquie-tarme.
Est usted bien, querida?, no pude dejar de preguntar. Me contest que s, slo que no quera viajar sola. Dadas las circunstancias pens que ya no me poda ir. Le sonre apenas y volv a mi asiento,
pero no saba qu hacer. Desde afuera an llegaban, ahogados, el rumor de las voces y los ruidos de la
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estacin. Hace un poco de calor aqu, la escuch nuevamente, aunque yo me daba cuenta de que el comentario era forzado, slo una gentileza por haber aceptado quedarme. No contest nada.
Golpearon la puerta. La cabeza de la muchacha se peg contra el respaldar del asiento y, por un
momento, toda ella pareci quedar tensa, casi inmvil.
Tambin sus ojos. Vi que sus ojos se paralizaron mientras miraban hacia la puerta, hasta que se
abri. Era el guarda. Un hombre mayor, bastante alto, que apenas entr la mitad de su cuerpo y nos
pidi los pasajes. Antes de retirarse nos dio las buenas noches. Como si esa aparicin le hubiese quitado
todo el aliento, mi compaera de viaje pareci desplomarse, aunque permaneca sentada. Volv a pre-
guntarle: Est usted segura de que se encuentra bien?. Me mir intentando decir algo, pero sus ojos ya estaban llenos de lgrimas y, como si algo en ella hubiese estallado de repente, su cara se contrajo y
comenz a llorar.
Me acerqu para consolarla. La abrac como si fuera un nio y permanecimos un rato as, en
silencio, con su rostro hundido en mi pecho. Mientras dejaba escapar aquellos sollozos que le estreme-
can los hombros, sent una sbita vergenza por haber pretendido irme. Aquella muchacha no tendra
ms de veinte aos. Imagin un noviazgo trunco o algo por el estilo cuando alcanc a escuchar, entre
los estertores del llanto, como si saliera de mi propio cuerpo, su voz: Un hombre quiere matarme... no s si ha subido al tren. El silbido de la locomotora cruz el aire helndome la sangre. Escuch las puertas cerrarse a lo largo del tren, y el primer temblor en el vagn nos anunci que eran las diez de la
noche.
El viaje acababa de comenzar.
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ALGO ABOMINABLE HA SUCEDIDO EN ESE CUARTO
Por Dios, querida!, qu est usted diciendo? Comenc a or mi propia voz repitiendo esa pre-gunta entre el llanto y las palabras de la muchacha que parecan golpearme la cabeza.
El silbato son nuevamente. Una repentina sensacin de irrealidad me haba aturdido, como si
aquella frase fuese un sueo. Sus brazos se haban aferrado a m con una fuerza que me asustaba. Poda
sentirla, tensa, temblando de miedo. No saba qu hacer: Por favor... llamaremos al guarda y le expli-caremos la situacin, no se desespere.... Creo que dije algo as, pero ella pareca no escucharme.
Y en medio de mi confusin supe que cualquier cosa que dijera no servira de nada. El tren co-
menzaba a tomar velocidad. Fue en ese momento que las lmparas comenzaron a titilar hasta que,
finalmente, la luz baj. Aquel lugar se convirti en un cubculo de sombras. Las luces del pasillo tambin
haban disminuido y de pronto sent que su mano se deslizaba sobre la ma y la apretaba, cada vez ms
fuerte. No poda ver su rostro. En cambio, un penetrante olor a agua de colonia se desprenda de su
cabello; y ese aroma dulzn, sofocante, inundaba todo el compartimiento. Sent que me faltaba el aire.
Sin soltarme, ella trat de decirme alguna cosa; pero no lo hizo, como si algo se lo impidiera. Fue en
ese momento que escuch los pasos. Alguien caminaba por el pasillo. Ella llev su mano a la boca
tratando de contener un grito, y como si de eso dependiera su vida, la vi tomar el picaporte con tanta
fuerza que cre que iba a romperlo; lo sujetaba de manera que no pudieran abrir la puerta, aunque yo
saba que eso era intil.
Pero los pasos se alejaron. Cuando solt el picaporte qued mirndola, vi tambin que mis manos
temblaban, que todo mi cuerpo estaba temblando:
Por el amor de Dios, dgame qu sucede o voy a volverme loca! Yo comenzaba a gritar, y como un resorte ella puso su mano sobre mi boca: No!, por favor.
Sus ojos me miraban, parecan fuera de s. No poda resistir aquello. Mir hacia otro lado, la puerta.
Tuve el impulso de salir, pero algo me deca que aquello no era posible: Pidamos ayuda! , le dije. Ella tom las solapas de mi abrigo: No!, eso no, tengo que esconderme, se lo suplico. l puede estar ah... Volte mi cabeza; no quera mirarla: Qu est diciendo...! Eso no tiene sentido, debemos buscar...! No me dej terminar: Usted no entiende seora, yo... no puedo salir de aqu, por favor, no... no lo haga usted.
Sent que en un instante haba entrado en una pesadilla que ocurra en otro lugar, a una mujer que
no era yo. Un hombre quiere matarme...Esas palabras no dejaban de resonar en mi cabeza. Yo no deba estar all. Fue lo nico que pens.
Quedamos en silencio, y por un momento slo se escuch el ruido del tren sobre las vas. No s
muy bien cunto tiempo pas, pero ella demor en tranquilizarse. Despus, como si hubiese cometido
una falta, apart su mano de la ma y, sin mirarme, dijo: Disclpeme seora, lo siento, disclpeme por favor. Su voz pareca serenarse: Debo decirle qu sucedi, es... necesario que lo sepa.
Estuve a punto de decirle que no. Que se dejara de tonteras y que llamsemos al guarda inmedia-
tamente. En ese instante, como si me lo hubiese dictado un presentimiento, supe que no quera saber
nada de todo aquello. Pero era tarde. Comenz a hablar en voz baja, como si alguien ms pudiera
escucharla:
Fue algo que vi en la casa del vecino, hace unos momentos. Yo trabajo en una casa, soy una de las mucamas, y mis patrones, oh!, ellos no estaban!, viajaron a Pars ayer. La casa permanecer cerrada
hasta julio.
Y yo deba dejar todo en orden antes de tomar este tren, por eso... -haba comenzado otra vez a
dejar escapar aquellos sollozos, pero consigui contenerlos. Cerr los ojos, y despus de tomar aire
continu: -Perdneme seora. Deca... como ellos viven all durante estos meses, el seor Gardfeld
nos permite tomar las vacaciones en esta poca. Mi familia es de Edimburgo, por eso estoy aqu, yo...
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PGINA 8
siempre suelo tomar el tren del medioda, pero haba cosas que hacer en la casa, de modo que me
qued. No me gusta quedarme sola. Soy muy miedosa, siempre lo he sido, pero no tena ms remedio;
la seora Hocken, la cocinera, deba tomar un autobs despus de almorzar.
Eran las ocho de la noche y yo estaba terminando con mis tareas. Deba cercirame de que cada
cosa estuviera en su lugar, usted sabe, cubrir los muebles, enfundar la ropa de cama, esas cosas. Fue
ms o menos a la hora del chaparrn, me faltaba asegurar las ventanas de la planta alta y preparar mis
propias pertenencias para el viaje. Yo haba comprado unos regalos para mis sobrinos y an deba
envolverlos.
Pero decid terminar con mis obligaciones primero, de modo que sub. Revis todas las ventanas
de las habitaciones. Son cinco. Y ya estaba por bajar cuando pas frente al cuarto de huspedes. No
pensaba entrar. Esa habitacin permanece cerrada casi siempre. Es uno de esos cuartos que se ocupan
en raras ocasiones, una sabe que todo est en orden all. Pero de todas maneras me decid a darle un
vistazo. No quera que por un descuido... usted sabe, una puede perder el trabajo por un descuido.
Apenas entr vi una claridad que entraba por la ventana. Enseguida pens que deba ser de un
cuarto de la casa vecina. Las casas no estn muy alejadas en ese vecindario, y seguramente la luz de
alguna ventana haba llegado hasta la habitacin. Le juro seora, no soy ninguna fisgona, crame, nunca
fui de las que andan espiando, eso no, yo... simplemente me acerqu. De todos modos tena que ha-
cerlo, usted entiende, para revisar las cerraduras de la ventana, pero me qued ah. All haba un hom-
bre. Era un hombre bajo, casi calvo. No recordaba haberlo visto antes, pero, usted sabe, en ese barrio
es comn no conocer a los vecinos. Me llam la atencin porque su cabeza suba y bajaba desapare-
ciendo de la ventana. Y cuando vi su rostro me dio miedo. Me pregunt qu cosa poda estar haciendo
alguien que tuviera esa expresin en el rostro. l mova los brazos, l... estaba haciendo algo, pero no
poda ver qu. Despus de un rato se detuvo, se pas la mano por la frente y se puso de pie, siempre
mirando hacia abajo. Pareca muy agitado. No s cmo explicarlo seora, pero sent que algo abomina-
ble suceda en ese cuarto.
Ya iba a salir de all cuando sucedi. De repente se qued quieto, como cuando alguien se percata
de que est siendo observado. Y gir su cabeza hacia la ventana hasta quedar con sus ojos fijos hacia
donde yo estaba. Me haba visto. No nos separaban ms de cinco o seis metros y por un instante nos
quedamos as, mirando, los dos, hacia la ventana opuesta. Atin a retroceder para refugiarme en la
habitacin a oscuras.
Pero l me segua con la vista. Fue espantoso. Cerr las cortinas de un golpe y sal de la habitacin.
Abajo comenc a caminar como una loca, trataba de pensar... pero lo nico que tena en la cabeza eran
los ojos de aquel hombre. La polica, tena que llamar a la polica. Fui a la cocina y tom el telfono. El
nmero. No tena el nmero. Lo busqu en unas libretas que se hallan al lado del aparato hasta que
aquel pensamiento me dej sin aliento: Y si ahora vena por m? Si saba que yo estaba sola y vena
por m? La puerta de calle. La seora Hocken haba sido la ltima en salir, pero ella no tiene llave de
la puerta principal. No la haba cerrado. Y yo tampoco lo haba hecho. Entiende? Aquel hombre poda
estar entrando a la casa en ese momento. Yo estaba parada en medio de la cocina. Sent que mis piernas
no me respondan, como en una pesadilla. Tena que llamar a la polica. No. Pens en encerrarme,
primero tena que encerrarme. As estara a salvo. No s cmo llegu a la puerta de la cocina y la trab.
Despus volv a buscar el nmero, hasta que me di cuenta: la operadora, cmo no se me haba ocurrido
antes... Marqu. Puedo ayudarla? escuch la voz de una mujer. La oa como si estuviera muy lejos. Por Dios aydeme, hay un hombre en la casa!. Me dijo que me comunicara con la polica de inme-diato. Yo segua mirando hacia la puerta. Estara all? Polica, dgame qu sucede. Hay un hombre en la casa!, repet. Tranquilcese, llegaremos de inmediato, pero antes dgame dnde se encuentra usted, y dnde est l... Yo estoy en la cocina, me encerr... Bien, -me interrumpi- y l...?
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Abr la boca para responderle, pero no pude. Me di cuenta de que no lo saba. Fue en ese momento
que pens... -su voz se resquebraj, y nuevamente afloraron lgrimas en sus ojos-. Oh, Dios!, pens
que todo era una locura, en realidad yo no estaba segura, no lo saba. Entiende?, todo fue tan rpido
que no tuve tiempo de pensar que no haba visto nada en aquel cuarto, slo a ese hombre, eso era todo.
Podan ser ideas mas, sabe?, yo siempre me atemorizo... Qu poda decirles?, que un hombre haca
movimientos extraos y al espiarlo tuve la impresin de que haca algo malo? Era ridculo. El auricular
an estaba en mi mano. Colgu. Tena que pensar. Estaba muy nerviosa por toda aquella situacin, y
lo mejor era serenarme un poco. Me sent y trat de imaginar qu pasara si llamaba a la polica. Segu-
ramente sera un escndalo. Tal vez slo estaba haciendo algo, cualquier cosa, y la mucama del vecino
lo acusaba de algo que no vio, y de haber entrado a la casa. Los Garfield no toleraran eso. Seguramente
perdera el empleo. Adems, en una hora deba tomar este tren. Cualquier cosa que hiciese hubiera
significado no viajar, y yo no pasara una noche sola en esa casa, adems... lo ms probable era que el
pobre hombre se hubiese sorprendido, eso cre.
Pero mientras pensaba estas cosas miraba hacia la puerta. La casa estaba en el ms absoluto silencio.
De todos modos me acerqu y apoy mi odo contra la madera. No escuchaba el menor ruido. El ruido.
Me acord de que la puerta de calle haca un ruido caracterstico al abrirla. Y yo no lo haba escuchado.
Antes de salir de la cocina, entorn apenas la puerta para ver. Nadie. Me acerqu a la entrada
principal. Estaba, como lo pens, sin llave. Sin embargo trat de abrirla y no pude. Empuj. El crujir de
la madera me pareci ms fuerte que nunca. Cerr enseguida. No, por all no haba entrado nadie. Y
todas las ventanas estaban aseguradas. Agradec no haber concluido esa llamada, y me culpaba por ser
tan miedosa. Asegur la puerta con llave y fui a la biblioteca. Desde all quera ver la casa del vecino.
No s por qu lo hice, tal vez para ver algo, algo que me sacase toda duda.
Yo tena que salir de la casa, sabe?, eso no dejaba de asustarme. A medida que me acercaba a la
ventana de la biblioteca comenc a escuchar una msica. Era una msica conocida, una tonada de
moda. Charlie Crowley. Ahora escuchaba la voz de Charlie Crowley. Era la radio. En la casa vecina
haban encendido la radio. Y estaban escuchando ese programa. Me asom, aunque no poda ver nada.
Haba una luz en la sala, pero las cortinas no dejaban ver el interior. Creo que eso me tranquiliz; los
vecinos estaban escuchando la radio. No s por qu, ya pensaba que nada malo poda haber sucedido
all. Sin embargo, antes de salir a la calle mir para todos lados. Me senta nerviosa. Pero no vi a nadie,
slo algunos autos estacionados. La calle estaba mojada. Sal por la puerta principal. Camin con mi
maleta hasta la esquina. Esperaba conseguir un taxi rpidamente. Tena menos de una hora para llegar
a la estacin. Cuando me baj del taxi todava me encontraba un poco intranquila. Me repeta que era
estpido, pero no poda sacarme de la cabeza la mirada de ese hombre. Era como si an siguiera mi-
rndome... desde algn lugar. Me sent mejor cuando sub al tren. Entr a este compartimento y me
sent, al lado de la ventanilla. Entonces sucedi de nuevo.
l estaba ah, en el andn. Llevaba un impermeable y un sombrero claros. Caminaba como cual-
quier otra persona, pero sus ojos se movan de un lado a otro, como si buscase a alguien. El miedo no
me dej cerrar la cortina, me qued paralizada, y cuando quise reaccionar l ya estaba mirando hacia
donde yo estaba. O me pareci. No lo s, le juro seora, por momentos siento que ya no s lo que veo,
pero tengo mucho miedo, creo que me sigui, se da cuenta?, algo malo ha sucedido en esa casa y
ahora est por aqu, en algn lado... Dios mo!, qu voy a hacer!
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PGINA 10
UNA NOCHE EN EL INFIERNO
Como en un escenario, despus de un monlogo a oscuras, la intensidad de la luz subi apenas
aquella muchacha pronunci la ltima frase. En un segundo, las formas y los colores, aunque morteci-
nos, nos situaron de nuevo en el compartimiento. Recuerdo que lo primero que vi fueron nuestros
zapatos sobre el entablonado, ms arriba, las cortinas volvan a temblar al comps del tren; las butacas
de cuero verde seguan all, vacas... Pero algo haba cambiado. Lejos de regresar a la pesadilla, mis
temores parecan diluirse junto con la oscuridad. Haba escuchado con atencin ese relato, y Dios sabe
que me aquejaba una profunda compasin por esa chiquilla...
Pero no poda creerle.
Todo aquello eran fantasas, sin dudas. No poda ser de otra manera. Quin sabe qu cosa hara
ese hombre en aquel cuarto?, ella misma lo haba dicho. Y yo estaba segura de que lo tena en su cabeza
cuando vio al sujeto en el andn, alguien parecido seguramente. Despus de vivir aquello cualquier
hombre bajo y calvo poda ser ese vecino. Es lo que pens. Que lo nico real aquella noche era su
miedo. Por lo dems, escuchaba el producto de una imaginacin viva en la mente de una muchacha
demasiado asustadiza. Una vez, en algn lugar haba ledo que muchas personas temerosas ven cosas,
y que llegan, incluso, a distorsionar la realidad. Cmo saberlo?
Est usted segura de que el hombre que vio en la estacin es el mismo hombre...? S, estoy... casi segura, me respondi desviando su mirada hacia la ventana. Sus ojos estaban, otra vez, llenos de lgrimas. No solucionar nada llorando, tranquilcese. Y djeme pensar, por favor" Mis palabras so-naron duras. Con la sospecha de que todo era ilusorio, aquella situacin comenzaba a fastidiarme. Ella
continuaba all, apenas sentada en el borde de su butaca, plida, pareca a punto de desmayarse. Cul es su nombre, querida? Julie. Julie, por favor, no quisiera que malinterprete mi pregunta, pero a veces los nervios nos traicionan. Usted vena de pasar momentos muy difciles, verdad?. S, s lo que quiere decir seora, pero, crame, estoy segura de lo que vi.
Volv a mirarla.
Y si fuese cierto?
Claro que exista una posibilidad. Y aun en el caso de que fuesen fantasas, de repente me percat
de que si no salamos de la duda aquel viaje se convertira en un infierno, ella simplemente enloquecera.
No podamos quedarnos all sin hacer algo al respecto, slo esperando.
En esa poca el nocturno a Edimburgo era un expreso, o sea que hasta su destino no haca ninguna
parada. Eso descartaba bajar en la prxima estacin. Estaramos en el tren hasta la maana siguiente.
Comenc a pensar... Si el hombre que vio la muchacha en la estacin era realmente su vecino haba
razones para no llamar al guarda. Qu podra hacer?, detenerlo acaso?, por qu? Qu podra decir
Julie de aquella escena de la ventana? Nada. A cambio, la posibilidad de que ese hombre pudiese verla
era, sin dudas, la peor. Ella quedara expuesta, nada ms. Imagin a ese hombre aduciendo que la
muchacha estaba loca, o que lo haba confundido, cualquier cosa. Adems, qu sucedera despus? Si
ella se mostraba, al final del viaje comenzara a correr el mismo peligro. Todo pareca tan difcil, in-
cierto...
Pens en trasladarnos a otro compartimiento, alguno donde hubiera ms pasajeros; podramos via-
jar seguras entre otras personas. Pero desech esa idea al instante. Otra vez ella se dejara ver. Tal vez
permaneciese a salvo durante el viaje, pero no despus.
Todo nos conduca a lo mismo: era necesario saber si ese hombre estaba o no en el tren. Y haba
slo una forma de saberlo: revisando todos los compartimientos. Escuche, vamos a hacer lo siguiente: saldremos de aqu juntas, usted se encerrar en el toilet y me esperar all. Yo recorrer el tren. l no
me conoce. Si ese hombre est aqu, si lo veo, haremos lo que haya que hacer para que usted est
segura. Si no est, permaneceremos juntas hasta que lleguemos, y ms tranquilas. De acuerdo?
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PGINA 11
Acept. Antes de salir abr la puerta y mir hacia todos lados. No vi a nadie. No nos separaban
muchos metros del toilet Ella entr y quedamos en que yo golpeara tres veces la puerta para hacerle
saber que haba regresado.
Volv a nuestro vagn; la bsqueda comenzara por all. Los dos compartimientos vecinos al nuestro
estaban vacos. En el siguiente vi a un hombre rubio, con aspecto de extranjero. Estaba solo. Sentado
en la butaca que daba al pasillo, pareca muy concentrado en un libro que sostena con las dos manos.
Pareci no advertir mi presencia cuando pas por all. No haba ms pasajeros hasta el final del vagn.
Cuando abr la puerta del prximo escuch unos pasos. Alguien se acercaba. La luz era muy tenue,
pero vi que era un hombre uniformado, el guarda.
Puedo ayudarla?. Al acercarse vi que no era el mismo que nos haba pedido los pasajes. Me tom de sorpresa, y por
un momento no supe qu decir. Por encima de su hombro poda ver que aquel vagn era diferente;
pareca de literas, y estaba casi en la oscuridad. Una pequea lamparita iluminaba apenas una circunfe-
rencia en la mitad del pasillo.
Oh!, slo quera estirar las piernas... Lo siento, a partir de este vagn comienzan las literas y camarotes, seora; este sector permanecer
cerrado hasta la maana; no se puede caminar por aqu. No lo saba, disculpe usted. Podra indi-carme adnde est el coche comedor?
No hay coche comedor, me temo que ya no se ofrecen esos servicios en este tren. Nadie los usa por la noche. Claro. dije, y volv sobre mis pasos. Buenas noches, seora. Al cerrar la puerta escuch el ruido de una cerradura. Y un tintinear de llaves. Me di vuelta. Alcanc
a ver cmo su figura volva a atravesar el crculo de luz para perderse en la sombras, al final del corredor.
Cuando se me ocurri recorrer el tren no pensaba que pudiera encontrar a aquel hombre, realmente
no lo pensaba. Sin embargo, apenas me asom a la puerta del vagn contiguo sent un ligero escalofro.
A travs de un vidrio repujado vi, de esa manera algo monstruosa en que vemos a travs de los lentes,
las formas de un pasillo desierto. Y en ese momento, por primera vez, no pude evitar la idea de que
ese hombre estaba ah, en alguna parte.
Cerr los ojos. l no me conoce. l no me ha visto nunca, me dije mientras tomaba la perilla. Ya estaba dentro del vagn. Las luces del pasillo no eran ms intensas que las del compartimiento;
una pequea lmpara, cada tres o cuatro metros. A mi derecha, la ventanilla slo me mostr la oscuri-
dad de la noche, y en un extremo, el reflejo de mi propio rostro, mirndome desde el vidrio. El sonido
de las vas llegaba lejano, como ahogado por el silencio que pareca reinar en ese lugar. Y por un mo-
mento tuve la conciencia de que para quienes estuvisemos all arriba, ese tren era nuestro nico mundo
esa noche, un pequeo laberinto en penumbras, estrecho, amenazante, y afuera slo fro y velocidad.
Qu estaba haciendo? Me apoy en la puerta del vagn. De nuevo senta que me faltaba el aire. Volv
a pensar que todo era una locura; la historia de aquella muchacha, recorrer el tren, buscar a ese hom-
bre... Esos pensamientos acudieron a m en un instante, y ya estaba por irme cuando algo me detuvo.
De pronto record lo terrores de aquella chica. No volvera a encerrarme con ella. No de nuevo, sin
antes acabar con esa duda. l no me conoce, me repet en voz baja, antes de alcanzar el primer compartimiento. Estaba vaco.
Sin embargo, las luces iluminaban cada una de las butacas. Idntico al nuestro, no haba maletas ni
rastros de que alguien hubiese estado en ese lugar. Fue cuando llegu al segundo que me di cuenta.
Aunque estuviesen desocupados, todos los compartimientos permanecan con las lmparas encendidas.
Atrs de cada uno de los asientos, protegidas por una pequea pantalla color ocre, no iluminaban mu-
cho ms que algunas velas esparcidas, y ese resplandor amarillento pareca alimentar las sombras de
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PGINA 12
todo lo que tocaban. Avanc hacia el prximo. Tampoco haba nadie en el tercero. Faltaban dos. Sera
posible que el vagn entero estuviese desierto? Nadie en el cuarto. Di unos pasos ms y... el quinto
tambin estaba vaco.
Comenz a ganarme un ligero desconcierto. Era posible que el vagn estuviese desocupado por
completo, pero tambin era extrao. Entr al prximo. En el primer compartimiento no haba nadie.
Cuando me acerqu al segundo vi a una mujer. Llevaba un nio en brazos. El nio pareca dormido.
Al escuchar mis pasos, ella apenas me lanz una breve ojeada. Continu. Dos compartimientos ms
adelante vi a un sacerdote. Era joven, y recuerdo que estaba recostado de una manera muy singular
sobre las butacas. Me pareci, no s muy bien por qu, una postura extraa para un sacerdote. Como
si me adivinara el pensamiento, al verme se incorpor para acomodarse rpidamente en su asiento.
Fing que no lo haba visto, y segu. Faltaba el ltimo. Nadie. Cuando entr al siguiente supe que me
encontraba en los vagones de primera clase. Una alfombra amortiguaba mis pasos y el rtmico sonido
del tren sobre las vas pareci enmudecer en el momento en que la puerta se cerr tras de m. Las
lmparas eran de vidrio.
Las estaba mirando, se asemejaban a un pimpollo de rosa a punto de abrir, cuando vi que su lumi-
nosidad comenzaba a debilitarse. Al tiempo escuch cerrarse una puerta, en algn lugar. Me di vuelta
pero ya no puede ver nada. Las luces terminaron de apagarse y la oscuridad era absoluta. Tranquila, pens, pero las piernas me temblaban. Un hombre maduro, bajo, casi calvo..
Haba repetido la descripcin de ese hombre todo el tiempo, pero recin en ese momento, en
medio de esa espantosa ceguera, aquellas palabras comenzaron a resonar en mi cabeza. Ahora, aunque
lo encontrase, no podra reconocerlo. Por un momento no me atrev a mover siquiera un brazo. Sent
lo que sentamos en los bombardeos... usted es muy joven, pero los que vivimos en Londres durante la
guerra an tenamos vivo el recuerdo de los apagones, la inmovilidad, el miedo. Esas cosas permanecen
para siempre. Sabe?, sabamos que todo era intil, cuando quedbamos a oscuras la muerte poda
alcanzarnos desde cualquier lugar. Y me desesper. Comenc a extender mis brazos mientras giraba en
semicrculos, hasta que pude tocar el vidrio del primer compartimiento. La puerta estaba abierta. Logr
entrar y, a tientas, me sent.
La voz son muy cerca... ntima, como si saliese de un confesionario:
Por lo visto viajaremos a oscuras esta noche. Me paralic. Su respiracin... all, muy cerca de m. Era un hombre, un hombre estaba a mi lado.
Por favor, no se asuste La voz era extraa, algo aguda, no pareca joven. Maduro, bajo, casi calvo.... Sent que se acababa
el aire, como si, finalmente, hubiera sido arrojada a un vaco negro sin principio ni fin.
LA VOZ: Las cosas parecen estar mal aqu, verdad? (Silencio.)
LA VOZ: Disculpe, se encuentra usted bien? YO: S... LA VOZ: Lamento haberla asustado YO: Est bien, es la oscuridad, eso es todo LA VOZ: Oh, s... (De nuevo el silencio. Despus escuch un roce de telas, y un ligero ruido en el suelo. Se mova.
Se haba movido. Por un momento contuve la respiracin, como si algo fuera a ocurrir.)
YO: Mi marido. l... me est esperando. Seguramente viene por m ahora. LA VOZ: Si puede verla... (ri). Esta oscuridad no habla muy bien de los trenes ingleses, ver-
dad? YO: Oh, por supuesto, aunque... no suelo viajar muy seguido, yo... LA VOZ: S, me di cuenta. YO: Cmo?
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PGINA 13
LA VOZ: Ver usted, yo no pensaba hacer este viaje. Fue algo precipitado. Saba que los camaro-tes y las literas estaran completos. Al parecer los que viajan en este horario hacen sus reservas. Nadie
quiere viajar sentado toda la noche, sin embargo... usted est aqu. YO: Es verdad, yo... nosotros nunca tomamos este tren. (Silencio.)
YO: Espero que lo arreglen pronto. Ya debo volver a mi compartimiento (Silencio.)
LA VOZ: Usted tiene miedo. YO: Por qu dice eso? LA VOZ: No puedo ver su rostro, pero s la escucho. Cuando estamos a oscuras las voces nos
dicen todo, no nos pueden engaar. Sabe?, hace falta algo de luz para engaar, o para esconderse... YO: Es posible, pero la verdad es que no me resulta muy cmodo hablar con alguien en la oscu-
ridad. LA VOZ: Oh, crame, a m s. Es ms; le aseguro que si no estuvisemos a oscuras este dilogo no sera posible. Pero usted tiene miedo. Y me atrevo a pensar que es porque me ha visto... antes.
YO: No!, no es as, yo... no he visto a nadie! LA VOZ: Oh... En ese punto del dilogo advert cmo un tenue resplandor comenzaba a dibujar el contorno de la
puerta hasta que, en un segundo, todas las cosas aparecieron ntidamente. Vi que all las cortinas eran
rojas.
Miraba las cortinas cuando me puse de pie:
Bien, creo que ya puedo irme, espero no haberle ocasionado ninguna molest... Cuando me di vuelta, las palabras se congelaron en mi boca. En su lugar, un gemido de espanto se
escap mientras comenzaba a retroceder.
Ante m, vea una horrenda careta de piel tirante y escamosa. Brillante y surcada de estras rojas
que parecan tener vida propia, como finos gusanos desplazndose en una materia putrefacta y sangui-
nolenta.
Unos ojos inmensos bajo dos telas carnosas que asemejaban los prpados me miraban. El hombre
desvi su rostro hacia la ventanilla:
Lo siento... Aquella visin me haba aturdido de tal manera que no poda reaccionar, hasta que logr articular
unas disculpas:
Perdneme usted. Est bien, no se preocupe. Sabe?, la guerra deja estas cosas... Debo... debo irme ya. Dije sin mirar y me abalanc sobre el pasillo. Quera volver, terminar con todo aquello, pero me
vea a m misma caminando hacia el final del tren. Pareca una loca. Tal vez lo estaba. Aceler mis
pasos, y ya no pensaba en nada. No saba si quera continuar o alejarme de aquel monstruo, pero segu.
Nada poda ser peor que aquello. Llegu al final del vagn: desierto. Tambin el prximo. Aquel hom-
bre era la nica persona que viajaba en primera clase.
La ltima puerta estaba cerrada. Se poda ver, del otro lado, una luz blanca iluminando, como a un
teatro pequeo y estrecho, las filas de butacas desiertas, silenciosas... se era el final del recorrido.
Ahora deba regresar.
Al volver sobre mis pasos vi el corredor, vaco.
Por alguna razn me asalt el temor de que la luz pudiese apagarse nuevamente. Tal vez fue esa
idea, no lo s, pero de repente sent que me inundaba un miedo atroz y tuve la certeza de que l estaba
all, detrs de m. Fue tan real como si lo hubiese visto, agazapado entre las butacas, en algn lugar.
Comenc a correr. O algo parecido, porque all no se poda correr. Esos pasillos estrechos ahogaban
cualquier intento, a m misma. Mis brazos se golpeaban contra las puertas, los movimientos eran torpes,
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PGINA 14
y tena la impresin de que el suelo comenzaba a oscilar an ms con la violencia de mis movimientos
y que las paredes y el techo fluctuaban y acababan confundindose. Mi respiracin se tornaba ms
agitada. Escapaba. Pero no oa otro sonido que el de mis pasos. No poda ser...
Me repeta esas palabras mientras atravesaba los pasillos, siempre con la mirada fija en la prxima
puerta, hasta la ltima.
Al llegar al toilet, golpe, como habamos quedado, tres veces. Despus de preguntar si era yo, la
muchacha abri lentamente la puerta. Le dije que en todo el tren no haba rastros de ese hombre, que
podamos viajar tranquilas. Ella se vea tensa, y me di cuenta de que haba estado llorando. Tal vez yo
misma no me vea mucho mejor que ella, pero al escucharme el alivio pareci marearla, y me abraz:
Oh, gracias!, tena tanto miedo... y la luz... volvi a apagarse, pens que iba a volverme loca! Regresamos a nuestro compartimiento. Le dije que no quera volver a hablar del tema, e intentamos
charlar de cualquier cosa. Necesitbamos distraernos un poco, aunque fuese difcil.
No pas mucho tiempo cuando le propuse que tratsemos de dormir. Ambas nos encontrbamos
extenuadas; toda aquella tensin pareca haberse acumulado en mis miembros y mis prpados. Nos
acostamos cada una en los tres asientos de cada lado. Apagu la luz e hicimos silencio.
Lo recuerdo bien. A los pocos minutos se oy el silbato del tren y pasamos por un tnel, o un
puente. Fue despus de eso que escuch su voz: Recuerda cuando le dije que en la estacin sent que ese hombre segua mirndome? S querida, lo recuerdo, le contest. An lo siento, dijo, y no sospech que sas seran sus ltimas palabras.
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PGINA 15
PNICO EN LA ESTACIN
Ahora viene la parte ms extraa de toda esta historia. El tren ya entraba a la ciudad cuando me
despert. Mir la hora; an faltaban unos minutos para llegar, y tena urgencia por ir al toilet. Ella estaba
en la misma posicin en que la vi cuando se acost. Pens en despertarla pero me dio algo de lstima,
de modo que decid hacerlo cuando el tren se detuviese. Pareca profundamente dormida, y aqulla
haba sido una noche terrible.
Abr las cortinas de la ventanilla. Quera ver el da. Record las palabras de mi madre:
el nico alivio para una mala noche es ver la luz del da. Antes de abrir la puerta tom mi bolso, y tambin corr las cortinas que daban al pasillo. Al salir tuve la impresin de estar en otro lugar; uno
muy diferente del que vi la noche anterior. Cruc a una pareja de ancianos que no haba visto y a la
mujer con el nio en brazos. El nio continuaba dormido. A travs de los vidrios podan verse las calles
de la ciudad, y el movimiento de la maana. El sol brillaba ese da, y, no s por qu, sent una particular
alegra al ver a todas aquellas personas caminando, tal vez dirigindose a sus trabajos, a sus simples
quehaceres cotidianos. sta es la vida real pens. El cielo era de un azul intenso, y volv a recordar a mi madre. Suspir. Senta que las ltimas horas haban sido slo una pesadilla.
Antes de entrar al toilet vi cmo del vagn de literas comenzaban a salir pasajeros agolpndose en
el pasillo, cerca de las puertas de salida. Terminaba de higienizarme cuando percib que el tren se
detena. Me di prisa; an quera retocarme el maquillaje y ya estbamos en la estacin. Cuando sal, los
pasajeros de los coches cama parecan haber inundado los pasillos del tren. La pareja de ancianos dis-
cuta algo sobre el equipaje. A sus pies dos enormes maletas obstruan el paso. Detrs de m, dos nios
se peleaban mientras una mujer trataba, en vano, de hacerlos callar. Al levantar el pie para sortear la
maleta casi tropiezo con el hombre rubio que sala de su compartimiento. Mascull algo en otro idioma,
pareca una disculpa, cuando reconoc, entre otras cabezas que esperaban junto al final del vagn, al
sacerdote que haba visto durante la noche.
Nuestras miradas se cruzaron, e inclin su cabeza a modo de saludo. Los nios comenzaron a gritar
nuevamente y llegu, finalmente, a la puerta del compartimiento. Apenas si lo puedo explicar; no me
di cuenta enseguida, pero tal vez ya tena la sensacin de que algo era diferente, no encajaba...
Ya basta Jimmy. Ese grito me distrajo. Tena el picaporte en mi mano.
Fue l, l me las quit! Uno de los nios chill, y en ese momento las vi: Las cortinas estaban cerradas.
Fue breve, un instante en el que algo me deca que no abriera la puerta, pero no saba qu. Hasta
que aquel pensamiento me alcanz como un relmpago, y apart mis manos del picaporte. l estaba
all dentro. No poda ser de otra manera. Las cortinas. Las haba cerrado. A plena luz, sent cmo mis
miembros se contraan, y una horrible sensacin de peligro pareci aduearse de mi cuerpo. Abr la
boca para gritar, pero slo escuch un sonido spero que sala de mi garganta, yo... creo que hice un
ademn sealando la puerta, pero alguien me empuj. El tren se haba detenido. Un rumor de voces
se alzaba mezclndose con los sonidos de la estacin, y el corredor se haba convertido en un atolladero
de personas y maletas apretujndose para bajar. Deba salir de all. De repente, a mi lado, el hombre
del libro volva a decirme algo en su idioma. En medio de aquella pesadilla recuerdo su imagen.
Sonrea, pero segua empujndome. Me encontr frente al compartimiento vecino. Aquel tumulto
pareca desplazarse conmigo adentro, y de repente me encontr bajando los escalones.
Cuando pis el andn, el suelo firme me hizo sentir segura por un instante. Poda correr. Correr.
Ponerme a salvo. No s qu pasaba por mi cabeza en ese momento, nunca sent algo parecido, pero s
recuerdo esto: tena que correr, salvarme. Me vi en medio de la gente, caminando, buscando la salida.
Vuelve mi imagen subiendo la rampa, a la salida de la estacin. El temblor de las piernas casi no me
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PGINA 16
dejaba caminar, recuerdo que haca un esfuerzo para controlarlas. Alcanc la calle. El sol daba en mi
cara, pero el fro pareca entumecer mis sentidos y las lgrimas comenzaban a nublar mi vista. Detrs
de m, la estacin; ese hombre no demorara en salir, tal vez ya estuviese en la calle, buscndome. O
quizs, pens, ya me haba visto y caminaba detrs de m. Comenc, finalmente, a correr. Y nunca,
nunca volv la vista atrs.
La seora Greenwold, sentada en el borde de su silln, pareca algo perturbada, y permaneci un
instante en silencio. Los rayos del sol, ms dbiles, formaban una blanca luminosidad sobre los cabellos
de la anciana. Afuera, a travs de los rboles, podan verse los campos baados por la dulce luz de la
tarde. De repente, como si volviese de otro lugar, mir a John. Y por primera vez en toda la tarde se
mostr algo ansiosa:
-Le interesara escribir esta historia?
John, apenas apoyada la cabeza sobre el respaldar, permaneca absolutamente quieto, con una ex-
presin ausente, pero aquellas palabras parecieron volverlo a la realidad. Escribir... Ahora entenda.
Casi haba cado en la trampa. La anciana, como muchos aficionados a las novelas policiales, no haba
dejado de inventarse una historia. Y con el pretexto de que perteneca a la vida real se las haba arreglado
para que l la escuchase. Qu gran oportunidad!, pens, el vecino escritor de novelas policiales tal vez se interesase en escribir su historia. Desde el principio algo le haba olido mal, para creer en ese
relato. Mientras lo escuchaba no haba podido comprender por qu esa muchacha no salt del tren
apenas vio al sujeto en la estacin. Tampoco haba una verdadera razn para no acudir al guarda, aun-
que fuesen slo sospechas; cualquier cosa era mejor que morir. Y ms increble an era que la hubiese
abandonado. Abandonarla por una extraa certeza de que el asesino estaba all. No, aquella historia no
poda ser cierta, tena que ser un invento.
Pero un invento maravilloso.
-Seor Bland?
-Perdn... me qued pensando en su relato.
La seora Greenwold sonri, algo nerviosa:
-Y, qu le parece?
-Vaya!, por momentos tuve la impresin de que escuchaba el captulo de alguna novela... -dijo John
sin expresin.
La anciana sonri sin poder ocultar su satisfaccin por el comentario. Pareca entusiasmada:
-Oh!, no lo creo, ya le dije, soy slo una aficionada.
Adems, es apenas una parte de la historia, slo una parte. Y sa es la razn por la que se me
ocurri contrsela. Ver, desde aquella noche siempre me he preguntado qu fue lo que sucedi, no
slo en el tren, sino antes... y despus de ese viaje. Todos estos aos he imaginado cientos de historias
como fondo de esa noche terrible, de lo que sucedi -la seora Greenwold hizo una pausa y comenz
a hablar lentamente, como si meditase cada una de las palabras-. Tal vez le resulte un poco extrao,
pero nunca quise saber si realmente se haba cometido un crimen en ese tren. Tampoco hice nada por
averiguar si en esa poca sucedi algn hecho desgraciado en algn barrio de Londres, algo que pudiese
tener alguna relacin con lo que vio esa muchacha por la ventana. Sabe?, al da siguiente tena el
peridico en mis manos, y decid no abrirlo. No lo pens, simplemente no lo hice. Y as fue al otro da,
y los que siguieron. Sencillamente no poda, hasta que me di cuenta de que no quera hacerlo. Nunca
dud de ese crimen, pero necesitaba dejar un margen para poder continuar mi vida, lo entiende?
Usted pensar que es una tontera, o que soy una especie de fantica, pero aunque me fascinen las
historias de crmenes, sigo siendo una inglesa que ha tenido una educacin rigurosa, seor Bland. No
me gustara tener la certeza de que aquel da pude salvarle la vida a otro ser humano, y esa pequea
duda ha aliviado mi conciencia durante estos aos. sa es la verdad, seor Bland.
-La verdad?
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PGINA 17
La seora Greenwold se mostr algo turbada:
-As es -aspir profundamente-, y me temo que uno no puede cambiar los hechos -de pronto se
mostr animada nuevamente-. Pero lo ms importante no es saber qu sucedi realmente aquella noche
en esa casa, verdad? Ni en qu preciso lugar pudo haberse escondido nuestro asesino en el tren. Tal
vez eso no haga falta pensando en usted, que es escritor -el rostro de la mujer se ilumin con una sonrisa-
. Oh seor Bland!, usted tiene una profesin maravillosa. No le resulta una historia apasionante para
una novela? Usted mismo dijo que le parecieron los captulos de una novela. Pinselo, tal vez al fin
consiga el xito y deje atrs los fracasos. -Al escuchar esto John sinti un repentino odio hacia aquella
mujer, que continuaba parloteando:
-Sera fantstico!, para m tambin, claro, haberlo ayudado. S, podra ser muy interesante, yo
misma he pensado otras cosas, si usted quiere...
Acaso esa vieja le haba visto cara de idiota? No slo pretenda hacerle creer el cuento del tren
sino que ahora su historia le salvara la carrera de escritor. Pens que si la dejaba hablar un poco ms seguramente escuchara el resto de la novela. Como si para tener xito necesitase de las historias de una
aficionada. Pero lo peor de todo, lo que de repente lo abrumaba y senta que no poda perdonarle a
esa vieja, era que tal vez tuviese razn. Aquellas escenas del tren eran formidables. Nunca haba escu-
chado un relato tan vivido, tan plagado de intrigas y posibilidades. Se le ocurriran a l cosas as alguna
vez?
-Seora Greenwold... -John, como si no hubiese escuchado aquella propuesta, dijo:- Creo no en-
tender muy bien por qu usted simplemente se fue. Permtame decirle que me resulta un tanto invero-
smil.- stas palabras sonaron como si hubiese dicho: infantil La seora Greenwod lo mir: -Le har una pregunta, seor Bland: Puede decir qu sera capaz de hacer usted si siente que la
muerte est cerca, que su propia muerte se ha transformado en una posibilidad concreta? Tal vez no
sepa lo que es eso, sentirse amenazado, perdido... Ver, no es que intente justificarme, s perfectamente
que mi huida fue algo cobarde, aborrecible si usted quiere; en ese momento no lo pens, no pude, pero
despus lo entend. Era absolutamente necesario que huyese. Acaso no lo ve?
John frunci el ceo:
-Pues, la verdad... -John trat de sonar desinteresado.
-En la estacin actu por instinto, no pude hacer otra cosa, como un animal que huye ante el peligro.
Supongo que simplemente me dej conducir por el miedo y le aseguro que de no ser as tal vez no
estara viva en este momento -en ese punto hizo un silencio.
Adelant su cabeza y comenz a hablar en voz ms baja-. Escuche: s cundo alguien est dur-
miendo y, crame seor Bland, esa chica estaba profundamente dormida cuando la dej para ir al toilet.
Debe coincidir conmigo en que nadie, excepto ese hombre, querra entrar a un compartimiento donde
alguien duerme y cerrar las cortinas cuando el tren ya ha llegado a destino. Era el momento ms ade-
cuado para matarla. Recuerde, el tren no tena paradas. El asesino saba que no podra bajar hasta
Edimburgo. Cmo exponerse todas esas horas a que alguien descubriera el cadver, y con l an arriba
del tren? Lo mejor era hacerlo a plena luz del da, en medio del alboroto de la llegada y... en el nico
momento en que su vctima estuvo sola. Entiende? Ese hombre haba estado vigilndonos todo el
tiempo, y por lo tanto me haba visto. Si entr al compartimiento cuando fui al toilet es porque me vio
salir de all esa maana, y seguramente tambin la noche anterior, cuando recorra el tren. No s cmo,
pero l estuvo ah, en alguna parte, acechando desde algn lugar. Debi suponer que la muchacha
acababa de contarme toda la historia. Una historia que poda serle muy peligrosa, aunque no supiera
exactamente qu vio Julie por la ventana. No era extrao que adivinase mis intenciones de saber si
estaba l all. No haba otra razn para que yo saliese de nuestro compartimiento para fisgonear por
todos los compartimientos. Y al hacerlo, era porque tena su descripcin. Lo comprende?
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PGINA 18
No slo lo conoca, sino que ahora para l ramos los nicos seres que saban lo que sucedi en
esa casa, el da anterior. No s si puede ver cul era la situacin, seor Bland; haba otro testigo ahora:
yo misma. Y tena que ser su prxima vctima.
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PGINA 19
VIVIR EN EL CAMPO NO CAMBIAR LAS COSAS
La tarde caa. En la habitacin, todava alejadas de las ventanas, las sombras parecan ocupar el
espacio desde el fondo de la casa, opacando con la lentitud del atardecer los contornos de los muebles
y los libros. Afuera se extendan disciplinadas por los ltimos rayos del sol y hacan perder, casi inad-
vertidamente, todos los contrastes en un verde difuso, aterciopelado, cada vez ms oscuro.
-Tal vez ese viaje haya sido toda una experiencia para usted... pero debo decirle que es apenas una
ancdota.- John dijo esto en un tono vago, impersonal, que reservaba para su ms venenosas sentencias.
-Y personalmente no me resulta muy atractivo para escribir algo sobre eso, lo siento.
La anciana, que hasta ese momento le sonrea expectante, por unos segundos mantuvo la misma
expresin hasta que, finalmente, la decepcin se dibuj en su rostro:
-Oh, realmente lo lamento, yo pens... que poda resultarle de algn inters.
John vio que el humor de su anfitriona a todas luces haba cambiado. Tal vez para disimularlo, ella
se levant y encendi una lmpara que se hallaba en una mesa justo detrs de John. Lo hizo en silencio.
Despus, antes de sentarse nuevamente, coloc otro leo en el hogar. Todo esto dur casi medio mi-
nuto, y pareca despreocupada cuando dijo:
-S, claro... esto es apenas una ancdota. Seguramente la idea para su prxima novela es ms intere-
sante, verdad?
-Eso espero, al menos tengo la impresin de que podra ser una buena historia -dijo con falsa mo-
destia. Y con la ltima palabra, John record que ella ya le haba hecho esa pregunta. Y que l haba
respondido que no. Ahora, muy hbilmente, la haca de nuevo. Y esa pequea trampa lo hizo quedar
como un imbcil. No pudo disimular una mirada furiosa. Era una mujer lista, sin dudas...
-Oh!, saba que la tena. Por favor, sera un gran honor para m escucharla, seor Bland -la voz era
dulce, como siempre, aunque a John le son como una orden.
Sin embargo John no se inmut. Sonri de una manera en que no lo haba hecho hasta ese mo-
mento, y pens:
Quieres la verdad?, bien... te dir la verdad. Pero antes de pronunciar una palabra, hizo algo extrao: se levant, tom el atizador que estaba a
un costado del hogar, y removi casi innecesariamente la pequea fogata mientras deca:
-No me gustara demorarla demasiado. Tal vez usted espera a alguien.
-Oh no, temo .que recibo muy pocas visitas, yo...
La anciana lo miraba algo sorprendida. John coloc otro leo y volvi a su asiento. El atizador
permaneca an en su mano izquierda:
-Comenzar desde el principio. Sabe?, la tarde en que vinimos a conocer la propiedad pasamos
por este camino y vi a una mujer mayor en el jardn. Era usted, es decir -hizo una pequea pausa-... yo
saba que aqu viva una mujer. Y hoy, mientras suba para llegar hasta aqu, me percat de que su casa
era la nica, aparte de la ma, en este lugar. Y fue entonces que sucedi.
-Le confieso que desde ese momento estoy preguntndome qu historia es sa, que usted prefiri
no contar. John sonri:
-Bueno, est bien. Quiero advertirle que es apenas la idea central, y se me ocurri a partir de noso-
tros, quiero decir, un matrimonio joven que tiene como nica vecina a una anciana. Claro, no todo se
corresponder a esta situacin, ni siquiera a nosotros mismos, porque al contarlo necesitar deformar
muchas cosas, inventar otras... Pero por lo pronto digamos que algunas circunstancias de la realidad
me darn una mano para empezar.
Comenzar diciendo que soy el que soy: un escritor.
Supongamos que soy, tambin, algo mediocre. Un escritor mediocre que sabe que nunca ganar
mucho dinero, ya sea porque no tiene el talento suficiente o porque las historias que escribe pertenecen
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a un gnero agotado que ya no le interesa a nadie. Este escritor, o mejor, yo -John hizo una pausa, mir
a su interlocutora, y sin sacarle los ojos de encima, sonri-. Si usted me permite hablar en primera
persona, sabe?, me resultar ms fcil, porque as fue como lo pens, y mi personaje... por el momento
no es otro que yo mismo.
-Oh s, por supuesto -dijo entusiasmada la seora Greenwold.
-Bien, habra que hacer un poco de historia para empezar... -encendi un cigarrillo, y, entrece-
rrando los ojos, comenz:- digamos que me cas con una muchacha que en pocos aos heredar una
fortuna, nada exorbitante, pero que me permitir vivir sin la necesidad de dedicarme a otra cosa. Usted
sabe, en el mundo real no se puede vivir con las regalas de un par de novelas sin xito, y realmente lo
nico que s hacer es escribir. Todo fue bien durante el primer ao.
Nunca estuve enamorado de mi mujer, pero era una muchacha simptica, que por alguna razn
me admiraba. Despus comenzaron algunas desavenencias... intrascendentes, al principio. No le di
importancia. Pens que era lo habitual cuando una pareja comienza a convivir, usted sabe. Pero la cosa
pareca ir ms lejos. Ella pasaba mucho tiempo fuera de la casa. Esas desapariciones, y una creciente
irritacin por cualquier cosa que yo pudiera hacer o decir, me alarmaron. No me desesperaba el hecho
de que ya no me amase, por la sencilla razn de que yo tampoco la amaba. Tambin poda soportar la
aspereza de nuestra vida en comn, siempre que yo pudiera seguir escribiendo. Pero sus ausencias eran
cada vez ms frecuentes, y eso slo poda significar una cosa: haba otro hombre.
Decid disimular mis sospechas. Trat de ser ms dcil y amable en la casa, y ya no le preguntaba
nada cuando ella sala. Tena la esperanza de que lo que pareca ser una aventura se muriera en un
tiempo ms o menos breve, como corresponde a una aventura. Tolerara todo lo necesario para poner
paos fros en el matrimonio, que era mi nica posibilidad de vivir ms que dignamente el resto de mi
vida aunque no vendiese una sola de mis novelas. Saba que en ese momento cualquier discusin poda
precipitar en lo nico que no quera, o que no poda permitir: separarme de Anne.
Mi estrategia funcion por un tiempo. Nuestra vida en comn se hizo, a mi costa, ms fcil. Sin
embargo sus salidas continuaron. Despus enferm el padre un hombre que, debo decirlo, nunca me quiso- y comenz a llamarla para que lo acompaara cuando le sobrevenan pequeas crisis debidas a
una afeccin cardaca que en no mucho tiempo -ya lo dijeron los mdicos lo harn dejar este mundo.
As fue como Anne comenz a estar con l, una o dos noches a la semana. Fue en una de esas noches,
una como las otras, que decid seguirla. Algo en su modo de salir de la casa, una cierta emocin que yo
le conoca, me hizo saber que no era su padre a quien vera. Era muy fcil corroborarlo; bastaba una
llamada telefnica para saber si se encontraba all. Pero eso era justamente lo que yo no quera; verme
obligado a pedirle explicaciones, dejar abierta la posibilidad de la confesin de una mujer enamorada
y, usted sabe, en esas discusiones la palabra divorcio puede pronunciarse muy fcilmente. Pero tena
que saberlo. La acompa hasta la puerta del edificio y ni bien parti tom un taxi que la sigui hasta
el Soho, donde se detuvo en una esquina. l la estaba esperando exactamente all. Era un muchacho
alto que se subi al auto y la estrech entre sus brazos. Sabe?, una cosa es sospecharlo con cierta
certeza, ms an, saberlo; y otra muy diferente es estar vindolo con los propios ojos. Los dos parecan
como enloquecidos adentro de ese auto, crame, fue como mirar una tragedia, aquello que cambiara
el curso de mi vida. Me sent absolutamente impotente y tuve, por primera vez, mucho miedo. Esa
noche cuando volv a casa no pude dormir. Saba que cualquier cosa que hiciera para salvar nuestro
matrimonio sera intil. Nunca, ni en los primeros tiempos, haba visto a Anne as, como esa tarde
dentro del auto. Esa chica estaba perdidamente enamorada, y me arrastraba a mi propia perdicin.
La idea de vivir en el campo era un viejo proyecto que tenamos desde que nos casamos. De modo
que decid llevarlo adelante. No iba a dejar escapar la oportunidad de alejarla de Londres. Cre, su-
pongo, lo que creen todos los maridos; que la distancia les hara todo ms difcil a los amantes... hasta
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que todo terminase, o algo, cualquier cosa que pudiera pasar era preferible antes de ver cmo mi ma-
trimonio se derrumbaba. Fui un iluso. Hoy mismo, apenas si acabbamos de entrar a la nueva casa, su padre la llam por telfono. Atendi ella. Y sa es la razn por la que est en Londres ahora. Segura-mente con l. Ni siquiera le import que su propia ropa est en canastos, por ah. Nada cambiar.
Desde aqu, todo le ser ms fcil an. Ahora la distancia justificar las demoras, prolongar sus ausen-
cias... y eso explica por qu acept tan fcilmente mi propuesta de mudarnos aqu, a Chipping Camp-
den. Como ver, fui un idiota.
John hizo un pequeo silencio antes de continuar:
-Necesitaba hacer algo que terminase con este asunto para siempre. Pero no saba qu. No encon-
traba ninguna salida. Pero, como sucede siempre que estamos desesperados, algo ocurre.
Hoy descubr que los nicos seres vivientes en este lugar encantador somos nosotros y... usted. Y
la idea acudi, por as decirlo, casi sin buscarla; por pura obra de las circunstancias. Mientras cruzaba
su jardn no slo supe qu era lo que iba a escribir, sino que esa escena, yo mismo entrando a su casa
con la repentina felicidad del escritor cuando encuentra una idea, ya era parte de la novela; y yo su
protagonista. Porque todo comenzar as: un hombre que tiene por costumbre visitar a sus nuevos
vecinos llega a la casa de una anciana absolutamente desconocida. l mismo no sabe, hasta que llama a
la puerta, que ha decidido matarla.
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UNA NOVELA HA COMENZADO
-Debo confesarle que la ma es una sensacin extraa. Como sentir que aquello que invent, de
alguna manera, ya ha comenzado.
John miraba hacia la ventana. Algo en su voz sonaba diferente:
-Esperar la noche. Nadie me vio llegar aqu, y nadie me ver salir. Llegado el momento la muerte
deber ser violenta. Tendr que forzar una entrada, tambin, y borrar todas mis huellas, que slo se
encuentran en esta taza... y en el atizador, claro.
Hizo un pequeo silencio en el que, de reojo, mir el rostro de la anciana:
-Cuando llegue a mi casa Anne no estar porque, usted lo sabe, se encuentra en Londres con su
amigo. Entonces ensayar lo que dir a la polica de lo que sucedi esta tarde, cuando me lo pregunten:
al irse Anne, despus de un rato decid tomar una siesta. Me senta muy cansado, y el trajn de la mu-
danza hizo que me quedase dormido casi toda la tarde. Yo tengo el sueo pesado, mi mujer lo sabe, y
tal vez fue sa la razn de que no escuchase los golpes en la puerta, o el telfono. Es muy poco probable
que alguien se haya apersonado en mi casa, o que el telfono suene mientras estoy aqu. Slo un par de
personas saben el nmero, y hace apenas dos das sa era una casa deshabitada. A qu hubiera querido
ir alguien all? Pero debo tomar las precauciones del caso. Le hablar por telfono a un amigo que vive
en Londres para recordarle una cita que tenemos pendiente la prxima semana: Oh, Dan, pens que estaras... llamaba para recordarte la reunin de la semana prxima, por favor, no te olvides. Te hablo
desde la nueva casa. Tendras que ver esto, es maravilloso, y a juzgar por todo lo que dorm esta tarde
descansar muy bien aqu. Ser un comentario casual, claro, lo importante es que mi amigo de seguro no est y ese mensaje quedar grabado por un tiempo. Al cadver lo hallarn al da siguiente. Durante
la pesquisa, el primer lugar al que irn es -seguramente- a la casa ms prxima. Estar escribiendo o
acomodando an los muebles. Harn todas las preguntas y yo les dir que estuve dentro de la casa todo
el da. Slo despus de que insistan, recordar que en un momento, mientras estaba en la cocina, vi a
un hombre que pareca un jardinero, caminando cuesta arriba. Y ellos tendrn un sospechoso mucho
ms confortable que yo: una persona normal y decente que acaba de mudarse y ni siquiera la conoce.
Qu motivos tendra para matarla? Hasta aqu no habr mayores dificultades. Buscarn, intilmente,
al hombre que describir. Despus de un tiempo, apenas el necesario para que mi suegro finalmente
muera, la vctima ser mi esposa. Pero en ese tiempo mi relacin con ella mejorar. Ser lo que nunca
he sido: un esposo enamorado, y tendr -me encargar de ello- testigos del buen momento que estba-
mos pasando con Anne. Claro, no durar mucho. Slo hasta el da del asesinato, en que repetir lo que
se da en llamar el modus operandi: y ser, como la suya, una muerte violenta. Pero con una diferencia:
para todo el mundo estar en Londres ese da. Yo tengo una forma de probar eso. Es algo complicada,
pero existe. Y esa coartada es la que me borrar de toda sospecha. Por un tiempo, claro, buscarn al
misterioso asesino de Chipping Campden... -se detuvo un momento para encender un cigarrillo. Dio
una pitada, mir hacia el piso y sonri apenas: -Habr otros personajes, y un detective que deber
complicar un poco las cosas, claro. Sabe?, lo curioso es que en la ficcin el asesinato debe ser algo
complicado, y en eso no se parece a la vida real. Si yo la asesinase a usted esta tarde, por ejemplo, cree
realmente que podran descubrirme? Sabe usted cuntos crmenes cuyo autor se desconoce hay por
ao? Le aseguro que la cifra es escalofriante. Seamos sinceros, cometer un asesinato no es algo muy
difcil, adems... los detectives verdaderos no son nuestros excntricos e hiperinteligentes hroes de las
novelas. No seora. La gente no quiere asesinatos reales para leer. Son aburridos y nos recuerdan lo
vulnerables que somos al crimen de todos los das, o si no piense en usted misma esta tarde. Un absoluto
desconocido llega y usted lo hace pasar. l podra matarla y despus simplemente desaparecer. No hay
motivo, conexin alguna y nadie lo vio llegar. Eso no parece una novela. Eso no divierte, verdad? La
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seora Greenwold solt una risa nerviosa y mir rpidamente hacia la puerta, despus en direccin a
la cocina y finalmente a su vecino:
-Creo que hace demasiado calor aqu... me siento un poco mareada, me temo. La idea de su novela
resulta un tanto perturbadora, no cree? No deja de alegrarme que se trate de una novela.
Pero John permaneci en silencio.
La anciana, en un tono que sugera el final de la visita, dijo:
-Es tarde...
-S, es casi de noche.
Ella ya estaba de pie. Pero John continu:
-La verdad es que no cre pasar una tarde tan agradable. Sabe?, no todos los das uno conoce la
gente adecuada para conversar sobre estos temas...-y continu con un tono firme:
-Le confieso que me encantara tomar otra taza de t.
La seora Greenwold qued inmvil. No contest. Una dbil sonrisa no pareca borrarse del rostro
de John:
-Por supuesto, si no es una molestia -su cuerpo pareca clavado al silln.
-Claro -contest la anciana con un tono vacilante, y con la mirada huidiza, como si quisiese posarla
en algn lugar de la estancia y no supiera dnde- ...demorar un minuto.
Volvi a desaparecer tras la puerta por donde lo haba hecho antes. John se levant rpidamente y
se acerc a la ventana. Vio las ltimas luces del da que oscurecan las siluetas de los rboles, y, detrs,
la bruma blanca que se levanta junto al crepsculo y corre entre los campos con la ltima claridad. Ms
arriba, el cielo tena ese azul que precede a las primeras estrellas. Una oscura sonrisa pareci dibujarse
en su rostro. La seora Greenwold regres con la misma bandeja para apoyarla, otra vez, sobre la mesa.
John se encontraba ahora nuevamente sentado confortablemente en su silln. Ninguno de los dos dijo
nada en ese momento. Slo se escuchaba, muy dbil, el crujir de las ramas en el fuego. Cuando levant
la tetera de plata para servir el t, ambos se vieron reflejados en ella: John, que haba dejado de sonrer,
la miraba. Del otro lado, el semblante de la mujer se vea algo tenso, receloso, aunque trataba de disi-
mularlo:
-He pensado en su novela, seor Bland -la anciana vio el atizador y tambin vio la mano de John,
que caa distradamente sobre el mango torneado.- Sabe?, no me extraara que tuviese xito, parece
una buena historia.
-Creo que todo resultar bien.
-S, yo tambin lo pienso. Aunque no dejo de creer que aquel episodio del tren es muy interesante,
tambin. Oh!, no se preocupe -la mujer hizo un gesto con la mano- no le pedir que lo tome en cuenta,
slo...
-call un instante, como si no encontrase las palabras para seguir:
-Escuche; usted se ha sincerado conmigo y me ha dicho cul es la idea de su novela. Siento que
debo hacer lo mismo, yo... debo confesarle algo.
John la mir atentamente:
-S?
-Mire, si usted se mostraba interesado en aquello que sucedi en el tren yo pensaba, despus, con-
tarle algo que imagin... sobre aquel da. Recuerda? Yo dije que me hubiese gustado conocer la historia
de fondo de aquella noche espantosa, qu haba sucedido antes, quin era ese hombre...-hizo una pausa-
. La verdad es que yo tambin invent una historia. Y bueno, usted sabe, se me ocurri que bien podra
servir para una novela. He escrito algunas pginas sueltas, pero temo que no es tan fcil como pensaba
y...
-Crey que sera una buena idea que yo lo hiciese.
-John le complet la frase.
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-Pues s, y le pido disculpas. Yo... quisiera que la escuche, ahora. Usted dijo que aquello era apenas
una ancdota, y que no le haba interesado ese relato. Permtame que le cuente toda la historia, no slo
aquello que viv, tambin lo que imagin.
John la mir algo sorprendido.
-Oh, por favor seor Bland, creo que tenemos tiempo.
-Entonces no hay problema- John bebi el ltimo sorbo de la taza, encendi un cigarrillo, y oy el
siguiente relato:
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UN HOMBRE EN QUIEN CONFIAR
Imagin que aquella historia podra haber comenzado una tarde, una tarde cualquiera, en Lon-
dres. Eran las cinco, o las seis, una de esas horas en que la gente parece apretujarse en todos los lugares
de la ciudad, las calles, los pubs, el metro... Entre toda esa gente, entre esos rostros indiferentes, veo el
de una mujer. No parece muy joven, ni muy distinguida, pero tiene un aspecto natural, agradable. Tra-
baja en una oficina, o probablemente en alguna tienda de Bond Street. Es un trabajo como cualquier
otro, tal vez algo rutinario, pero ella no se queja, quiero decir, nunca ha sentido que las cosas podran
ser diferentes.
Esa mujer, que imagino algo solitaria, no tena motivos para sentirse infeliz, o nada parecido. No
porque su vida fuese algo extraordinario, slo era del tipo de las que ni siquiera piensan en ello. Pero,
a diferencia de otras, no esperaba conocer a alguien, casarse, y con el tiempo tener hijos. Senta que el
amor, el romance, no eran para ella. Haba conocido algunos hombres en su vida, pero siempre una
razn haca que todo intento en este sentido fracasase: ella no crea en los hombres. Sencillamente no
poda confiar en ellos. Tal vez tena poderosos motivos para que esto fuese as, motivos que habra que
buscar en su pasado, pero el caso es que con el tiempo su historia comenz a parecerse a la de cualquier
mujer cuyo destino fuese la soltera.
Hasta esa tarde.
Se haba sentado en una pequea plaza, en Berkeley St. No estaba pensando en nada en particular,
tal vez slo descansaba un momento antes de tomar el autobs que la llevara a su casa, cuando ocurri
algo que cambiara su vida por completo.
Un hombre vino a sentarse en el otro extremo del banco.
Ella no volte, pero despus de unos instantes se percat de que aquel hombre la estaba mirando.
Y ya haba decidido irse, cuando escuch su voz:
-Es increble.
Ella gir la cabeza. Y lo primero que vio fueron sus ojos. Los ojos de aquel hombre la contemplaban
de una manera muy especial. No haba nada oscuro ni temible en ellos, al contrario; la miraba como si
ella fuese una nia, y percibi, a su vez, que l jams podra hacerle dao. Senta que algo dentro de s
se mova, una emocin antigua, como si hubiese reencontrado algo hermoso que no vea hace mucho
tiempo.
-Perdn? -ella no pudo evitar una sonrisa.
-Disclpeme, no quiero importunarla, slo deca que es increble la luz, a esta hora. Ve usted
aquel edificio? Si lo mirase dentro de, digamos... veinte minutos, no lo reconocera. La luz le cambiar
las formas, se nos mostrar mucho ms severo, los bordes tendrn otro relieve, algunos ornamentos
desaparecern. Y sin embargo, ser el mismo.
-La luz?
-Oh s!, la luz... la luz no solamente ilumina, sabe?
Acta todo el tiempo, sobre las formas, los lugares, nuestros estados de nimo. De todas las cosas
invisibles la luz es la que mayor influencia tiene sobre nuestras vidas, de eso estoy seguro.
-Oh!...
El hombre ampli su sonrisa. Pareca la sonrisa de un hombre bueno; franca, seductora... cuando
extendi una mano hacia la mujer:
-Permtame presentarme: mi nombre es Barnes, Robert Barnes.
Ella pareci titubear, y mientras alargaba su mano volvi a mirar los ojos de aquel hombre. S, tal
vez pudiese confiar en ellos.
Desde ese momento y en las horas que siguieron esa tarde, un sentimiento extrao hizo que toda
la vida pareciera concentrarse en aquella mirada, ese rostro, esa boca que sonrea...
-
PGINA 26
Amor a primera vista, le haba dicho a su ta cuando le habl por telfono, una semana despus. Pero se arrepinti. Ahora la llamaba todo el tiempo preguntndole por su noviazgo. Su noviazgo... No
poda decirle que Robert estaba casado, sencillamente no poda. No porque fuese un problema, no lo
era, no para ellos, pero su ta no lo entendera. l se lo haba dicho aquella misma tarde, y crea que
tambin por eso lo amaba: no te ocultar nada, as son las cosas. Si quieres me voy y haremos de cuenta que no nos conocimos. Todo haba sido tan rpido... sus palabras, aquel roce en el molinillo de la tienda que visitaron, sus rostros casi pegados cuando alguien la empuj, su respiracin... y el beso.
Cmo hacer de cuenta que no se haban conocido? Si tena la impresin de que sus treinta y cinco
aos slo haban servido para conocerlo a l, esa tarde. Y para ninguna otra cosa.
La pasin lo cambia todo, es verdad. En primer lugar, sinti que comenzaba a vivir; como si lo
anterior hubiese sido un sueo largo y aburrido del que ahora despertaba. Ahora estaba l. Y haba
llegado para que ella supiera exactamente lo que quera en este mundo; para que todo, finalmente,
tuviera un sentido. Cmo haba podido vivir, antes de Robert?
Cmo haba sido su vida sin los brazos de Robert rodendola, mientras ella senta, al fin, que nada
malo podra sucederle? l estara all, protegindola, querindola todo el tiempo. Robert no era, de
ms est decirlo, feliz en su matrimonio. Un romance de verano en Brighton Rock, haca ya ms de
veinte aos, lo haba lanzado a la promesa de una vida de felicidad con aquella muchacha. La conoci
en un concierto al aire libre, una hermosa tarde de julio. Helen no era bonita, pero s era vivaz, algo
atrevida, y rica. Sin embargo, no fue esto ltimo lo que lo llev al matrimonio. Fue la sencilla ilusin
del enamorado; slo eso le hizo pensar que con tantas diferencias podran ser felices.
Podra decirse que desde nio Robert era pintor, y slo pareca hacerle frente a aquello que se
interpusiera entre l y su vocacin. Por lo dems, siempre fue un muchacho inseguro, dcil y algo
tmido. Desde su juventud gozaba de cierta fama, y algn talento. Pero no el suficiente para mantener
a su esposa, no de la manera en que estaba acostumbrada. Y ella lo saba. Lo haba sabido siempre.
Pero se casaba con un artista. Un artista de renombre. Y eso era, para la hija de un granjero de Llanid-
loes, algo ms que tener dinero. Compraron una casa en Hamsptead, donde vivan cuando se encon-
traban en Londres. Despus de los primeros aos de matrimonio, los viajes eran cada vez ms frecuen-
tes; hasta que no alcanzaron a disimular el infierno en el que pareca convertirse esa unin. Una exis-
tencia plagada de frivolidades y un profundo hasto no slo hicieron de aquella muchacha extrovertida
una mujer agria e insatisfecha, sino que, lenta e implacablemente, la atrajeron a un nuevo hbito: el
whisky. Y en esos momentos slo alguien como Robert poda soportarla.
Las pocas veces que l haba insinuado la idea del divorcio aquello terminaba en un escndalo. Por
alguna oscura razn ella necesitaba tenerlo all, a mano, para dar rienda suelta a todas sus locuras y
ansiedades. O tal vez lo amaba, a su manera.
El da anterior al crimen Robert se encontr con su amante. Fue el ltimo encuentro, antes de que
se precipitaran los hechos. All, tal vez, tuvo lugar este dilogo:
-Es necesario que hables con ella.
-T no la conoces...
-Pero no podemos seguir as, no lo entiendes?
-Oh, s...!, claro que lo entiendo, creme, nadie ms que yo quiere eso, pero...
-Robert -lo interrumpi- yo confi en ti, me dijiste que todo se solucionara,