ALAIN TOURAINE Lo que debe ser una política de izquierdas 060796

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ALAIN TOURAINE 

Lo que debe ser una política de izquierdas

6 JUL 1996

Es fácil definir una política de derechas: consiste en adecuar la economía y sociedad nacionalesa las exigencias de los mercados internacionales, y en particular de los mercados de capitales.

Hay que reducir los déficit del Estado o de la Seguridad Social, aumentar la flexibilidad laboraly afirmar que a largo plazo llevará a la creación de nuevos empleos al hacer más competitiva laeconomía, disminuir los impuestos que pesan sobre las categorías en las que se encuentran losempresarios, reducir el número e importancia de las empresas públicas, etcétera. El conjunto delos objetivos de la política de derecha forma un todo coherente, tan coherente que hasta los go-

 biernos de izquierda parecen a menudo apoyarlo. Resulta incluso comprensible que Giovanni

Agnelli acabe de declarar a un público de banqueros internacionales que el mérito de la izquier-da estaba en que podía hacer en ocasiones, lo que la derecha no lograba, es decir -en países co-mo Italia-, volver al sistema monetario europeo, disminuir el déficit fiscal y la inflación y entrar lo antes posible en la moneda única.Hay tanta verdad en esa declaración que debemos pregun-tarnos si todavía puede existir una política de izquierdas o si hay que reconocer que en la actua-lidad domina un "pensamiento único", como se dice en Francia, lo que justifica también la ex-trema izquierda como la de  Rifondazione, o Izquierda Unida, o como el partido comunistafrancés y los sindicalistas e intelectuales que se convierten en sus aliados en la oposición a losobjetivos de Maastricht. Desde luego, si la realidad es ésa, la vuelta de la izquierda al poder 

sería imposible durante un largo tiempo, y sólo podríamos escoger entre un centro-derecha- aveces disfrazado de centro-izquierda y una izquierda reducida a un papel de protesta e incapaz

de proponer un programa de gobierno. Esta idea es retomada en una forma aún más simple por 

todos los que piensan que, para seguir siendo competitiva, Europa debe aceptar un retroceso desus sistemas de protección social, que suponen una carga mucho mayor para el presupuesto delos Estados europeos que para el de EE UU o el de Japón.

Hay que oponerse a estas opiniones dominantes en la actualidad. Pero veremos que la respuestaque se propone obliga a decisiones difíciles de tomar. Esta respuesta descansa sobre una obser-vación simple: los recursos del Estado no sólo se reparten entre actores del desarrollo económi-co y gastos de seguridad social: también garantizan el funcionamiento de las administraciones

 públicas, pero en ese terreno es difícil imaginar una fuerte disminución de gastos mientras crecerápidamente la enseñanza superior y aumentan los costes de la seguridad pública. Se puede aho-

rrar en los gastos militares, pero resulta muy difícil pensar que nuestra seguridad exterior no severá amenazada en los próximos 30 o 50 años.

Quedan tres terrenos de gastos en los que debe llevarse a cabo una acción decidida de reducciónsi se quiere conservar el modelo social europeo, es decir, la combinación de una fuerte moderni-zación económica, demasiado lenta en la actualidad, y una sólida protección social, muchas

veces insuficiente en la actualidad, en particular para los ancianos que necesitan cuidados y losdisminuidos físicos o psíquicos. Estos tres terrenos son: las subvenciones económicas a las em- presas, las subvenciones sociales y los regímenes sociales de ciertas categorías de trabajadoresdel sector público.

Las subvenciones económicas y sociales están constituidas en una parte muy importante por eldenominado tratamiento social del desempleo. Algunas medidas tienen efectos económicos ysociales muy positivos. En Francia, por ejemplo, una política inteligente tiende desde hace va-rios años a liberar a las empresas de las importantes cargas sociales que pesan sobre los salarios

 bajos, y por tanto sobre los empleos de baja cualificación, que son los más directamente amena-

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zados por el paro, y a sostener con los impuestos de todos lo que antes se exigía a las empresas.Esta medida es ciertamente necesaria y tiene una gran amplitud.

En cambio, numerosas ayudas otorgadas a las empresas, en particular para la contratación de jóvenes, sólo conducen -según la expresión de Michel Rocard- a cambiar el orden de la cola sindisminuir la longitud de la misma. Paralelamente, en Francia se ha llegado al punto de que un

 parado cueste casi tanto (120.000 francos anuales; alrededor de tres millones de pesetas) comoel salario mínimo de un trabajador. Igual que sería absurdo y criminal reducir la ayuda a los parados sin una contrapartida, es indispensable sustituir la ayuda a los parados por la ayuda al

empleo, al menos en una cierta proporción.

Por último, en el sector público hay categorías importantes que disponen de ciertas ventajas, en particular en cuestiones de jubilación, que ya no están justificadas. ¿Por qué los maestros fran-

ceses, la categoría con mayor esperanza de vida, se jubilan significativamente antes de la edadlegal para el conjunto de los trabajadores?

Ante tales observaciones, muchos votantes de izquierdas protestan diciendo que se está inten-tando reducir los derechos adquiridos y agravar la situación de los trabajadores cuando es en la

cima de la sociedad y de la riqueza donde hay que aumentar la recaudación. Hay que responder 

a esa reacción, porque está en juego la propia naturaleza de una política de izquierdas. La mayor  parte de las subvenciones estatales sirven para proteger, e incluso reforzar, la vasta clase mediaque se ha formado a lo largo de las tres o cuatro últimas décadas. Pero esta política, cuyas razo-nes pueden comprenderse fácilmente por que defiende los intereses de lo que todavía es unamayoría, es incompatible con los dos objetivos que casi todos reconocen como prioritarios: lalucha contra la pobreza y la marginación y la competitividad internacional. Igual que es inacep-table reducir la Seguridad Social, el seguro de enfermedad o la ayuda directa a los parados, so-

 bre todo los de larga duración, hay que disminuir las subvenciones a las empresas que no creanempleo, reducir las ventajas relativas de determinadas categorías cuando no correspondan a

trabajos especialmente penosos o peligrosos y dar al mayor número de gente posible la posibili-dad de trabajar en lugar de recibir asistencia. La política de asistencia no ayuda a los más débi-les o a los más pobres: ayuda a empresas o categorías sociales amenaza das o relativamente

debilitadas. La izquierda tiende a defender a las categorías a las que ayudó a entrar en la clasemedia: categorías que, si bien no puede decir se de ellas que se hayan aburguesado, ya no son,desde luego, las más pobres ni las más amenazadas, sobre todo en el caso de los trabajadores delsector público, principal base de apoyo de la izquierda. Tengamos en cuenta que, en Francia, el primer partido obrero no es ni el partido comunista ni el partido socialista, sino, con gran dife-rencia, el Frente Nacional, al que vota el 30% de los obreros. Ayudando a los trabajadores bien protegidos del sector público no se evita que los obreros poco cualificados de sectores económi-cos en declive emitan un voto de protesta, de sufrimiento y de desesperación.

Es difícil elaborar y poner en práctica una política de izquierdas, porque implica una tensión con

una parte importante del electorado de izquierdas: pero no hay otra posible. Debemos retirar recursos del centro para llevarlos hacia las alas, por un lado hacia la innovación económica y

científica y por otro hacia la lucha contra la marginación. Mientras la izquierda no realice estaauténtica conversión, estará condenada a dejar gobernar a la derecha.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.