Alejandro Solano Trabajo Final, SFA Aristóteles Met. A

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1 UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Sede Bogotá FCH SFA: Aristóteles, Metafísica A Prof. Alfonso Correa Trabajo Final: Alejandro Solano Acosta M. (Cód. 4433194) LA JUSTA FUNCIÓN ARGUMENTATIVA DE LA DOCTRINA DE LAS CUATRO CAUSAS EN METAFÍSICA A Una aproximación a las nociones de causa y principio en la presentación aristotélica de los filósofos predecesores con énfasis en los capítulos tercero y séptimoEn el libro A de la Metafísica (Met. A), Aristóteles formula la introducción a su proyecto en torno a la definición y adquisición de la ciencia en grado superlativo, la sabiduría. Pero aquí no aventura su introducción al modo de un mero comentario preliminar. Visto de manera conjunta, se trata más bien de una exposición articulada en la que resulta plausible identificar una estrategia argumentativa unitaria, cuyo esquema versa más o menos así: primero, se delimita acaso provisionalmenteun objeto de estudio en los primeros dos capítulos; después, en el capítulo tercero, se fija un programa de investigación histórico-crítica para sopesar los avances de las filosofías pasadas al respecto, el cual se satisface, por un lado, de forma expositivaen los capítulos 3 al 6 y, por otro, de forma crítica-aporética en los capítulos 8 y 9; por último, en el capítulo séptimo se recogen las conclusiones de la etapa expositiva cap. 3-6mientras que, en el décimo, se hace énfasis en los resultados globales de Met. A, de tal manera que se proyecten los pasos a seguir en el orden de la reflexión de la Metafísica (con lo anterior sigo la división canónica del texto por capítulos; para este esquema general: cf. Cooper, p. 355). Esta imagen integral del libro A impone la tarea de identificar de forma más precisa cuál es el hilo conductor que conecta la discusión del objeto de la sabiduría cap. 1 y 2con el programa de indagación histórica y crítica sobre la filosofía pasada que comprende el resto del texto. Una primera respuesta salta a la vista: Aristóteles pone a prueba las filosofías que le precedieron bajo la idea de que pueden concebirse como candidatas de sabiduría, de modo que, al identificar sus fallas o fortalezas, espera ganar claridad en torno al problema general que lo ocupa. No obstante, otra lectura, con un énfasis diferente, suele aventurarse (como advierten, p. ej.: Menn, p. 216, Cooper, p. 361). En ella se reduce el propósito principal de Aristóteles, al acudir a sus predecesores, a una mera confirmación triunfante de la validez y completitud de su doctrina de las cuatro causas, que en el capítulo tercero se trae a colación para hacer las veces de marco de referencia dentro del cual se pasará revista a las opiniones pasadas de los filósofos. Ciertamente, si no se interpretan con cautela, algunos fragmentos del texto apuntarían a una tal reducción del propósito de Aristóteles; precisamente, aquellos en los que afirma que del hecho de que ningún filósofo de los interrogados se ha referido a una quinta causa, sino que todos se han atenido a alguno de los cuatro modos de causalidad, se sigue que la clasificación a cuatro voces’ es correcta y exhaustiva (cf. Met., 988a20). Esta lectura suscita un riesgo interpretativo: se perdería de vista la conexión entre, por un lado, los capítulos primero y segundo y, por otro, el resto de Met. A que inicia con el plan de trabajo histórico del capítulo tercero. En efecto, si el motivo central de Aristóteles fuese el de confirmar su doctrina de las cuatro causas vía examen de sus antecesores, ¿acaso el texto no satisface tal

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An undergraduate essay concerning Aristotle's Metaphysics A.

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1 UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA – Sede Bogotá – FCH

SFA: Aristóteles, Metafísica A – Prof. Alfonso Correa

Trabajo Final: Alejandro Solano Acosta M. (Cód. 4433194)

LA JUSTA FUNCIÓN ARGUMENTATIVA DE LA DOCTRINA DE LAS CUATRO

CAUSAS EN METAFÍSICA A

Una aproximación a las nociones de causa y principio en la presentación aristotélica de los

filósofos predecesores –con énfasis en los capítulos tercero y séptimo–

En el libro A de la Metafísica (Met. A), Aristóteles formula la introducción a su proyecto en torno

a la definición y adquisición de la ciencia en grado superlativo, la sabiduría. Pero aquí no

aventura su introducción al modo de un mero comentario preliminar. Visto de manera conjunta,

se trata más bien de una exposición articulada en la que resulta plausible identificar una estrategia

argumentativa unitaria, cuyo esquema versa más o menos así: primero, se delimita –acaso

provisionalmente– un objeto de estudio en los primeros dos capítulos; después, en el capítulo

tercero, se fija un programa de investigación histórico-crítica para sopesar los avances de las

filosofías pasadas al respecto, el cual se satisface, por un lado, de forma ‘expositiva’ en los

capítulos 3 al 6 y, por otro, de forma crítica-aporética en los capítulos 8 y 9; por último, en el

capítulo séptimo se recogen las conclusiones de la etapa expositiva –cap. 3-6– mientras que, en

el décimo, se hace énfasis en los resultados globales de Met. A, de tal manera que se proyecten

los pasos a seguir en el orden de la reflexión de la Metafísica (con lo anterior sigo la división

canónica del texto por capítulos; para este esquema general: cf. Cooper, p. 355).

Esta imagen integral del libro A impone la tarea de identificar de forma más precisa cuál es el

hilo conductor que conecta la discusión del objeto de la sabiduría –cap. 1 y 2– con el programa

de indagación histórica y crítica sobre la filosofía pasada –que comprende el resto del texto–. Una

primera respuesta salta a la vista: Aristóteles pone a prueba las filosofías que le precedieron bajo

la idea de que pueden concebirse como candidatas de sabiduría, de modo que, al identificar sus

fallas o fortalezas, espera ganar claridad en torno al problema general que lo ocupa. No obstante,

otra lectura, con un énfasis diferente, suele aventurarse (como advierten, p. ej.: Menn, p. 216,

Cooper, p. 361). En ella se reduce el propósito principal de Aristóteles, al acudir a sus

predecesores, a una mera confirmación triunfante de la validez y completitud de su doctrina de

las cuatro causas, que en el capítulo tercero se trae a colación para hacer las veces de marco de

referencia dentro del cual se pasará revista a las opiniones pasadas de los filósofos. Ciertamente,

si no se interpretan con cautela, algunos fragmentos del texto apuntarían a una tal reducción del

propósito de Aristóteles; precisamente, aquellos en los que afirma que del hecho de que ningún

filósofo de los interrogados se ha referido a una quinta causa, sino que todos se han atenido a

alguno de los cuatro modos de causalidad, se sigue que la clasificación ‘a cuatro voces’ es

correcta y exhaustiva (cf. Met., 988a20).

Esta lectura suscita un riesgo interpretativo: se perdería de vista la conexión entre, por un lado,

los capítulos primero y segundo y, por otro, el resto de Met. A que inicia con el plan de trabajo

histórico del capítulo tercero. En efecto, si el motivo central de Aristóteles fuese el de confirmar

su doctrina de las cuatro causas vía examen de sus antecesores, ¿acaso el texto no satisface tal

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2 propósito desde el capítulo tercero en adelante? ¿Cuál sería, entonces, la función de los primeros

dos capítulos de su exposición? ¿Se tratarían de una nota previa al asunto principal, la

confirmación de la teoría causal aristotélica, que como tal inicia un capítulo después?

Dado lo anterior, mi intención en la presente discusión se divide en dos grandes secciones. En la

primera, matizaré una lectura de Met. A que ponga en contexto la teoría aristotélica de las cuatro

causas, esto es, que le asigne su debida función en el curso argumentativo del libro, de modo que

no se desvincule el hilo conductor entre los dos primeros capítulos y el resto del texto. Para ello

me valdré de una distinción entre los términos causa y principio que facilitará una aproximación

más apropiada del tratamiento que hace Aristóteles de las filosofías pasadas. En general, esta

distinción permitirá comprender que la evaluación de los pensadores anteriores tiene por objeto,

no constatar sin más, para sustentar la solidez de la causalidad aristotélica, los tipos de causas

que utilizaron, sino rastrear en qué medida las causas que mencionaron operan en sus doctrinas

como primeras causas, esto es, como principios (cf. Menn, p. 206ss); de manera que, entendidas

de esta forma, se decida si propician o no explicaciones efectivas para todas las cosas que son

(cf. 983b7). Así pues, en la segunda sección, ilustraré cómo la distinción entre causas y

principios permite anticipar ciertos asuntos respecto de las primeras causas de las que se ocupará

la sabiduría. Para esto último comentaré la visión retrospectiva que de la investigación se ofrece

en el capítulo séptimo, y el ‘descubrimiento’ de la causa eficiente en el capítulo tercero.

1. El estudio de las filosofías pasadas en Met. A: contra la reducción del propósito de

Aristóteles a una ‘confirmación’ de su teoría causal

Establezcámoslo una vez más: cuando hablo de la ‘reducción del propósito de Aristóteles’ quiero

con ello referirme a cierta inclinación interpretativa que le da un papel –a mi parecer– inadecuado

a la teoría de las cuatro causas en el contexto de Met. A. De esta forma, reducir el propósito de

Aristóteles equivale a afirmar que su discusión de los filósofos predecesores está de entrada

encaminada –si no única, al menos principalmente– a confirmar la completitud de su propia

teoría de la causalidad. En este sentido, examinaré a continuación la relación entre los dos

primeros capítulos y el proyecto de investigación histórica que comienza en el tercero, relación

que, considero, la interpretación que ‘reduce el propósito de Aristóteles’ pasaría por alto. En

últimas, quisiera insistir en que la doctrina de las cuatro causas no figura en Met. A únicamente

para ser confirmada por la investigación histórica que se inaugura en el capítulo tercero.

a. El hilo conductor entre Met. A 1-2 y la investigación histórica subsiguiente

En términos generales, en el primer capítulo de Met. A, Aristóteles circunscribe la idea de

sabiduría. Su reflexión parte de los criterios por los que la opinión corriente asigna el apelativo

de ‘sabio’, entre ellos, el hecho de que se ‘tiene por más sabio y digno de estima’ (cf. 98a26-30) a

quien posee un conocimiento teórico en lugar de uno productivo o práctico, y a quien tiene ese

conocimiento en virtud de su dominio de las causas que rigen los objetos de su saber (cf. 981b5).

La primera definición a la que se llega por esta vía es que la sabiduría es “una ciencia [hemos de

agregar, teórica] acerca de ciertos principios y causas” (982a1). Así pues, en el capítulo segundo

Aristóteles advierte que la investigación a seguir debe responder “de qué causas y qué principios

es ciencia la sabiduría” (982a5). Nuevamente, su estrategia para dar con las características de

dichas causas y principios –más adelante propondré una eventual distinción entre estos

conceptos– será la de apelar a las nociones comunes sobre el ‘sabio’, a saber: (1) que su

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3 conocimiento es universal, esto es, que conoce en cierto modo todas las cosas (cf. 982a22); (2)

que es acreedor de la ciencia más deseada por sí misma, es decir, la ciencia de lo “cognoscible en

grado sumo” (982b1) –si se tratara de un saber que no versa sobre lo más cognoscible, entonces

dependería de algo adicional para conocerse, luego no sería deseado por sí mismo: cf. Cooper, p.

357); (3) que su conocimiento es rector y no subordinado, en el sentido de que conoce el fin o el

bien al que se dirigen todas las cosas en general (cf. 982b6). Hasta aquí1 tenemos que, en virtud

de esta serie de características, la sabiduría es ciencia de lo cognoscible en grado sumo. De ahí

dice Aristóteles: “…cognoscibles en grado sumo son los primeros principios y causas, pues por

éstos y a partir de éstos se conoce lo demás, pero no ellos por medio de lo que está debajo de

ellos” (982b3-5). De lo que se colige que la sabiduría es ciencia de las primeras causas y

principios.

En efecto, la sabiduría es ciencia en grado sumo en la medida en que da cuenta de las causas de

todas las cosas, no puntualmente, sino en cuanto todo lo que quepa conocer se deriva en algún

sentido importante de aquel acervo último de causas que, ahora decimos, son primeras. Esto

también explica que el conocimiento de esas causas primeras fundamente todo conocimiento

inferior, precisamente, porque, cualquiera que sea el objeto de un conocimiento específico, éste

debe fundamentarse de alguna u otra forma en las causas de las cuales versa la sabiduría, qua

causas de todo lo que es.

De esta manera, uno de los énfasis que cabría extraer de estos primeros dos capítulos es el de que

las causas primeras y principios, objeto de la sabiduría, tienen un ‘ámbito de influencia’

universal, se extienden a todas las cosas que son. Una forma de entender esto estriba en que, si

las ciencias específicas se encargan de un tipo determinado de cosa que es –i.e., por oposición a

una apariencia; cf. Cooper, p. 360–, y las causas primeras de la sabiduría ‘dominan en última

instancia’ el objeto de toda ciencia específica, entonces la sabiduría es el conocimiento de las

causas de todo lo que es (cf. Cooper, p. 360).

La razón por la cual insisto en esta cualidad universal o totalizante de las causas primeras es que

el hilo conductor entre esta caracterización preliminar de la sabiduría, y la investigación

histórico-crítica de los siguientes capítulos, radica en que la discusión de las doctrinas pasadas

sólo será relevante para Aristóteles en cuanto explicite el modo en el que sus predecesores

emplearon sus causas en el sentido fuerte de causas primeras, causas de todo lo que es, esto es,

en cuanto explicite el modo en el que los antiguos propiciaron avances en la sabiduría. Esto se

pone de presente cuando en el capítulo tercero, después de reseñar la doctrina de las cuatro

causas, Aristóteles establece: “Y aunque sobre ellas [las cuatro causas] hemos tratado

suficientemente (…), tomaremos, con todo, en consideración a los que antes que nosotros se

acercaron a investigar las cosas que son…” (983b1-3); más adelante, al referirse al estudio de los

filósofos materialistas: “…la mayoría pensaron que los únicos principios de todas las cosas son

de naturaleza material” (983b6); y, por último, al discutir a Tales, de él afirma que “se dice que se

manifestó de este modo acerca de la causa primera” (984a1; énfasis míos).

1 Mi enumeración de las características de la sabiduría, discutidas en el capítulo segundo, no es exhaustiva.

Ciertamente, dejo por fuera otros elementos señalados por Aristóteles como, por ejemplo, que la sabiduría es

conocimiento de las cosas más difíciles (982a10). He optado, en virtud de la brevedad, por ser esquemático, y dejar

en claro que, esencialmente, la sabiduría es ciencia más universal y de lo ‘cognoscible en grado sumo’.

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4 Esta observación no es trivial. Más bien, pone de relieve que la investigación histórica de Met. A,

cuyos delineamientos se trazan en el tercer capítulo, constituye un primer avance en la dirección

de la investigación más amplia definida en los primeros dos capítulos. Al reflexionar en torno a

sus predecesores, Aristóteles se concentra en lo que pudieron haber dicho acerca de causas

universales, se pregunta cómo contribuyen a la cuestión de qué tipo de entidades postular como

principios de todo lo que es y de qué función causal han de cumplir para abarcar

explicativamente todas las cosas. Éste es el espíritu del comentario de Cooper:

Dado el evidente primer propósito de Aristóteles –el de ver qué puede aprenderse acerca de las

causas [universales] al estudiar a sus predecesores–, debemos decir que Aristóteles no está

únicamente empeñado en probar, en lo que sigue en los capítulos 3-6 (y 8-9), que nadie ha tenido

mejores ideas sobre las causas que las que él tuvo en la Física (Cooper, p. 361; en adelante,

traducciones mías al citar fuentes secundarias).

En consecuencia, tenemos razones suficientes para desestimar una lectura que reduzca el

propósito de Aristóteles, que vea en la doctrina de las cuatro causas una tesis a confirmar en la

investigación histórica, en lugar de considerarla ante todo como un instrumento para medir los

alcances de las explicaciones causales de las filosofías predecesoras en cuanto fuesen

explicaciones causales sobre todas las cosas.

Cabe aclarar que mi reproche a la lectura de reducción (‘Aristóteles, al investigar a sus

predecesores, busca sobre todo confirmar su teoría causal’) llama la atención sobre el énfasis

interpretativo que vale la pena adoptar para entender el hilo conductor entre los capítulos

introductorios y la investigación emprendida a partir del tercer capítulo. En rigor, no nos es lícito

afirmar que a Aristóteles le tiene sin cuidado la confirmación de la completitud de su doctrina

causal, cuando él mismo establece, en los capítulos séptimo y décimo, que dicha confirmación es

una de las conclusiones en las que desemboca Met. A: “…que nuestra clasificación de las causas

–cuántas y cuáles son– es correcta, parecen atestiguárnoslo también todos ellos [sus

predecesores], en la medida en que fueron incapaces de tocar ningún otro tipo de causa…”

(988b17). No obstante, si se interpreta por ello que el énfasis de su examen histórico es realizar

esta corroboración, entonces, como indiqué más arriba, la conexión argumentativa entre la

caracterización general de la sabiduría (cap. 1 y 2), y la investigación histórica de las causas (a

partir del cap. 3), se pierde de vista: ¿de qué sirve caracterizar la sabiduría en cap. 1 y 2, si para

corroborar históricamente la doctrina aristotélica de las causas basta atenerse al capítulo tercero

en adelante? Para evitar esto, para preservar la claridad en torno al hilo conductor de Met. A que

la lectura de reducción pone en entredicho, habría que abogar por un énfasis interpretativo como

el de Cooper: los capítulos primero y segundo definen la sabiduría como ciencia de causas del

ser de todas las cosas; luego el propósito de Aristóteles, en la investigación histórica que sigue,

es el de estudiar las causas de los antiguos qua causas del ser de todas las cosas.

b. Las nociones de causa y principio como claves de interpretación

He anticipado más arriba que una distinción entre los términos causa y principio permitiría

aclarar la agenda aristotélica a partir del capítulo tercero, en detrimento de la lectura

reduccionista a la que me he referido. La distinción corre como sigue. En el marco de la filosofía

anterior a Aristóteles, la noción de principio trae a colación una entidad que se postula como lo

primero que existe, en sentido temporal o ‘lógico’; de principio se puede hablar, entonces, de

manera absoluta, como un ser cuya existencia es de por sí primigenia o primitiva, por ejemplo,

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5 como el elemento material que primero existió en la historia constitutiva del cosmos. Por su

parte, causa es una noción esencialmente explicativa, por lo que de causa sólo cabe hablar en

términos relativos, en la forma ‘la causa de…’. Pero la relación entre ambos conceptos es

estrecha: en sentido estricto, toda causa que se aduzca como el primer elemento de una

explicación será una causa primera, esto es, un principio al cual se le asigna una función

explicativa; por ejemplo, en las cosmogonías, dado que dan cuenta del mundo vivido como de un

efecto que requiere demostración, el principio que postulan como lo que primero existe, y del que

se deriva lo demás, es en rigor una causa primera. Así mismo, los principios que se postulan

suelen tener, de por sí, una motivación explicativa –de otra forma no se entenderían las razones

detrás de su postulación–, por lo que ya acarrean consigo una función causal (en este párrafo

seguimos a Menn, p. 208, 209). Por esta razón, la tarea de Aristóteles alrededor de sus

predecesores puede reformularse así: para cada teoría, hay que revisar si éstas emplearon sus

causas, en el orden de sus explicaciones, a la manera de principios, i.e., si las emplearon como

causas primeras: “…las causas aquí se consideran no como [cualquier] modo de explicación,

sino como primeras causas – i.e., causas explicativamente fundamentales del ser como un todo, y

primeros principios putativos” (Barney, p. 73).

A raíz de esta distinción, y estrecha familiaridad, entre causas y principios, el programa

aristotélico se diversifica. En este punto es preciso añadir a nuestra exposición anterior lo

siguiente: la tarea histórica de Aristóteles implica, por un lado, dar razón de los tipos de

principios que sus antecesores postularon –i.e., qué entidades consideran como primigeniamente

existentes–, y, por otro, de la función causal que éstos desempeñan –i.e., de la modalidad de

causa que le asignan, material, formal, eficiente o final–. Es por esta razón que una presentación

exhaustiva de los cuatro tipos de causa no basta para satisfacer la ciencia de las primeras causas

y principios: para ello es necesario aclarar también qué tipo de entidad será principio, y qué

función causal desempeñará para explicar todas las cosas que son. Esto arroja luces sobre el

hecho de que, por ejemplo, en la mirada retrospectiva del capítulo séptimo (988a17-988b20)

Aristóteles clasifique a los pensadores pasados agrupándolos, por una parte, según la función

causal que vislumbraron (e.g., aquellos que trabajaron la causa material) y, por otra,

diferenciándolos según la entidad que formularon como principio, aún si cumpliese un mismo rol

causal (e.g., aquellos, como causa material, aventuraron una entidad corpórea o incorpórea).

En este sentido, se torna aún más inconsistente la lectura reduccionista que ya presentamos. Ésta

presentaba a Aristóteles como un investigador restringido a la evaluación histórica de causas (y

de cómo ello confirmaría su teoría). Ahora, más bien, tenemos que Aristóteles emprende esta

investigación histórica con la preocupación de sopesar, no solo causas, sino también principios, y

de evaluar su ‘efectividad’ explicativa cuando se toman por causas primeras.

2. Los capítulos 3 y 7 de Met. A: avances en la relación entre principios y causas

En lo que queda, procuraré exponer hasta qué punto la distinción entre causas y principios

permite vislumbrar ciertas condiciones determinantes para el objeto de la sabiduría que, acaso,

tendrán que explorarse en alguna etapa posterior de la Metafísica. Al sugerir que estas

condiciones determinantes provienen del examen histórico de Aristóteles concluiré, en la última

sección, que su afán en Met. A, al apelar a sus antecesores, es análogo al de un investigador que

genuinamente espera derivar, de la discusión de antecedentes, pautas positivas para avanzar en su

reflexión. Semejante investigador no se limitará a refutar dichos antecedentes ni, mucho menos, a

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6 emplearlos instrumentalmente como mera evidencia para confirmar su ya establecida teoría (al

estilo de la lectura reduccionista).

a. La conclusión del capítulo séptimo

Anteriormente cité un fragmento del capítulo séptimo de Met. A en el que Aristóteles emitía una

afirmación que parecía confirmar, provisionalmente, la validez de la lectura reduccionista. El

mismo pasaje, sin embargo, involucra un sentido más profundo, que en todo desborda la

interpretación según la cual Aristóteles busca principalmente, en su investigación histórica, una

corroboración de su teoría causal. Considerémoslo en su formulación ampliada:

Así pues, que nuestra clasificación de las causas –cuántas y cuáles son– es correcta, parecen

atestiguárnoslo también todos ellos, en la medida en que fueron incapaces de tocar ningún otro

tipo de causa, a lo que hay que añadir que, evidentemente, los principios en su totalidad han de

buscarse de este modo, o bien de modo parecido (988b16-19; énfasis mío).

De esta manera, Aristóteles advierte que, en el rumbo de su investigación, la teoría de las cuatro

causas aporta un avance cauteloso: cualquiera que sea el tipo de principio(s) de los que se

ocupará la sabiduría, ‘ya estamos acreditados’ para decir sobre él –o ellos– que desempeñará(n)

una, o varias, o todas las cuatro funciones causales que se perfilan en la teoría aristotélica. Lo que

nos acredita para tal afirmación es, en efecto, la corrobación de que, en virtud de la investigación

histórica, no se dio a conocer una quinta causa por fuera del esquema aristotélico; pero ello no

significa que el principal motivo investigativo fuese de entrada llegar a dicha corroboración.

Menn, en su comentario al capítulo séptimo, avanza en esta dirección:

…es claro que sólo hay esta cantidad de tipos de causa y, también, que el principio debe ser

buscado en uno, o en algunos, o en todas estas formas. Habría entonces una transición de ‘causas’

a ‘principios’. Los principios ciertamente serán causas, y por lo tanto deben ser buscados como

causas en una o más de estas cuatro maneras. Si hay varios principios, tal vez uno es una causa

material y otro es causa formal, etc., o acaso un solo principio es una causa en varios de estos

sentidos a la vez. Pero el solo hecho de que hay cuatro tipos de causa no muestra que los

principios, lo primero de todas las cosas, deba incluir causas material, eficiente, formal y final

(trátese de varios principios, o de un mismo principio cumpliendo distintas funciones) (p. 218).

En consecuencia, la mencionada conclusión del capítulo séptimo, junto a la distinción trazada

entre causas y principios, nos impone el siguiente estado de cosas: para satisfacer el proyecto de

la sabiduría, habrá que definir qué tipos de principios hay, si se trata de uno solo o de diversos, y

si un principio es susceptible de cumplir más de una función causal, por ejemplo, ser causa

material y eficiente. De momento no hay aún razones para excluir alguna de la cuatro causas de

la posibilidad de ser una de las funciones de los que, eventualmente, serán los principios objeto

de la sabiduría –o el principio, de tratarse de uno solo–; pero tampoco hay razones para concluir

que en los principios de la sabiduría se agotarán los cuatro modos de la causalidad. Nuevamente:

en el marco de Met. A, Aristóteles aún se encuentra en un punto prematuro para pronunciarse

concluyentemente al respecto. A pesar de esto, en el siguiente apartado exploraré una vía en la

que la investigación histórica del capítulo tercero sí permite definir conclusivamente, aunque en

términos negativos, una condición forzosa para el conocimiento de causas primeras, a saber: el

hecho de que, si un principio se toma como entidad física-corpórea, éste no puede desempeñar

satisfactoriamente las funciones de causa material y causa eficiente a la vez.

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b. El capítulo tercero: la crisis de la causa material y el descubrimiento de la causa

eficiente

Acudo ahora a la discusión de la causa material del capítulo tercero porque en ella se desenvuelve

un argumento que pone de manifiesto la importancia de la distinción entre causas y principios:

me refiero a la manera como la crisis explicativa de la causa material, qua principio corpóreo,

llevó a postular un principio diferente para hacer las veces de causa eficiente. En términos

generales, Aristóteles plantea su examen de la causa material al presentar aquellos filósofos que

propusieron como causa de todas las cosas que son un principio corpóreo a la manera de un

sustrato físico del que se compone todo lo que es y “a partir de lo cual primeramente se generan y

en lo cual últimamente se descomponen” (983b9) todas las cosas, permaneciendo el sustrato

elemental a través de estas modulaciones. Así pues, reseña a quienes, si bien propusieron un

principio diferente bajo la idea de que en cada caso fue lo ‘primero en existir’ –Tales el agua,

Heráclito el fuego, Anaxímenes el aire, etc.; cf. 984a5–, todos ellos le asignaron una función

causal material en la forma de “un único sustrato material persistente (sin importar su naturaleza),

del cual surgen entidades particulares y en el cual éstas se destruyen” (Barney p. 78).

Eventualmente, este grupo de filósofos tuvo que enfrentarse al hecho de que, si bien creían

constatar satisfactoriamente el fenómeno del movimiento, sus explicaciones no daban cuenta de la

pregunta “¿por qué sucede tal, y cuál es la causa? (…) Porque, ciertamente, el sujeto mismo no se

hace cambiar a sí mismo (…) sino que la causa del cambio [del movimiento] es otra cosa”

(984a22-25). Para corregir los fallos explicativos que les imponía el fenómeno del movimiento,

Aristóteles describe el siguiente escenario: primero, los filósofos materialistas-monistas, esto es,

los que postulaban un solo principio como sustrato material, optaron por no atender al asunto y

seguir apegados a sus demostraciones del cambio en términos de, por ejemplo, composición y

degradación en el sustrato corpóreo; otros, por su parte, prefirieron negar el movimiento en su

totalidad (cf. 984a30); por último, quienes perfilaron una primera tentativa de solución a la

cuestión del movimiento fueron aquellos que postularon, no un solo principio corpóreo, sino

principios contrarios tales como lo caliente y lo frío, el fuego y la tierra, etc. (cf. 984b5).

De tal suerte que estos últimos “cuentan con una posibilidad mayor de explicación [del

movimiento]” (Ibíd.), ya que a uno de los principios contrarios le atribuyen la facultad de mover

al otro. En cierto sentido, estos filósofos pluralistas previeron la necesidad de dar explicaciones

causales propias del movimiento, pero supusieron que esta necesidad podía ser cubierta en los

términos de interacción entre principios materiales: “No obstante, una respuesta adecuada a estas

cuestiones, desde una perspectiva aristotélica, sólo puede darse al postular un principio

independiente, distinto al sustrato material” (Betech; p. 108). Visto esquemáticamente, este

principio independiente –no físico-material– sería formulado por aquellos que previeron que el

movimiento sin más no ofrece todo el panorama del problema: debe exponerse, más bien, el

movimiento en la medida en que en él se dan cosas bellas y buenas (cf. 984b10), es decir,

ordenadas (cf. Betech, Ibíd.). A este respecto, se aventuraron causas eficientes ejercidas por

principios ‘externos’ a lo físico, tales como el entendimiento de Anaxágoras, que produjeran la

aparente armonía de las cosas que se mueven ordenadamente (984b15).

Esta historia de la ‘independencia’ de la causa eficiente a partir de la causa material ilustra, en

cierto sentido, cómo para Aristóteles la investigación filosófica advirtió que para elucidar el

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8 movimiento armonioso de las cosas había que despejar, acaso, sus condiciones de posibilidad: un

medio del movimiento –lo que se mueve– y una fuente ‘externa’ que lo impulse. El triunfo de los

materialistas que propusieron más de un principio material radica en que se acercaron a concebir

la doctrina de los contrarios u opuestos que, para Aristóteles, es una condición necesaria de todo

cambio y movilidad (cf. Betech, p. 110); a su vez, la postulación de la causa eficiente como un

principio externo al medio material supuso la apertura hacia una teoría satisfactoria del

movimiento, bajo los estándares aristotélicos. En todo caso, lo que quiero poner de relieve, con

ocasión de esta somera exposición del capítulo tercero, es lo siguiente: a raíz del análisis del

capítulo séptimo, y de la distinción entre principios y causas, la evaluación histórica de los

‘filósofos materialistas’ le permite a Aristóteles afirmar que, cualesquiera que sean las causas

primeras efectivas de la sabiduría, éstas no pueden comprender un principio tomado como

entidad corpórea que cumpla, a la vez, la función de una causa material y de una causa eficiente.

3. A modo de conclusión: imagen de la actitud aristotélica

Con esta discusión nos propusimos explorar a cabalidad, cuando menos, dos claves de lectura a la

hora de abordar el libro A de la Metafísica. La primera consistía en mitigar la interpretación

reduccionista que le atribuía a Aristóteles el propósito central de confirmar su doctrina de las

cuatro causas a partir de la historia doctrinal de sus predecesores; como vimos, esta reducción

ponía en riesgo el hilo conductor entre los primeros dos capítulos del libro y la continuación,

desde el capítulo tercero, de un programa histórico-crítico de reflexión. La otra clave radicaba en

la diferencia ente principios y causas. Con ello se nos proyectaron los múltiples caminos a seguir

para estudiar la sabiduría, a saber: determinar si hay un solo principio o múltiples, y si un

principio puede desempeñar a la vez varias de las cuatro funciones causales –acaso todas–, o

solamente una. En este sentido, al revisar el capítulo tercero encontramos que Aristóteles muy

bien puede concluir que un principio que se asuma como sustrato físico no puede ser, a un

tiempo, causa material y eficiente. Más bien, si se desea explicar el movimiento, como parte de

un saber universal, es necesario distinguir el orden causal de la constitución última de las cosas –

causa material– del orden causal de la generación del movimiento –causa eficiente–. En este

orden de ideas, nos quedó por analizar el hecho de que, si la sabiduría es la ciencia más rectora

en cuanto conocimiento del bien o fin de todo lo que es (cf. 982b6), entonces entre sus principios

al menos uno deberá funcionar a la manera de una causa final (cf. Cooper, p. 359).

Así pues, tenemos motivos para afirmar que Aristóteles, en su examen de las filosofías pasadas,

no opera en virtud de una inclinación a refutar teorías obsoletas para acentuar el éxito de su

propia doctrina. Una imagen más justa con su proceder sería la de alguien que revisa proyectos

antecedentes de sabiduría para determinar en qué medida contribuyen a iluminar su camino a

seguir, por ejemplo, poniendo de presente problemas o aporías que deberán depurarse en los

siguientes libros. Que la completitud de su teoría de las cuatro causas se haya confirmado por la

ausencia de una quinta en el recuento histórico constituye un servicio que le han ‘prestado’ sus

antecesores en cuanto, hasta cierto punto, ha reflexionado sobre ellos en busca de pautas (cf.

Cooper, p. 364). Razón por la cual, de haber surgido una quinta causa, hemos de pensar que el

proceder de Aristóteles habría sido el de examinarla en su debida función de causa primera,

dispuesto a aceptarla de ser consistente (cf. 983b4); en modo alguno desestimarla o buscar

refutarla de antemano por amenazar la integridad de su propia doctrina. Lo anterior nos brinda un

contexto a partir del cual podamos aprehender la naturaleza de la relación que guardó Aristóteles

con quienes antes de él, de una u otra forma, tuvieron a la filosofía por quehacer primordial.

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9 Bibliografía:

- Aristóteles. Metafísica. Trad. Tomas Calvo Martínez. Madrid: Gredos, 1994.

- Cooper, John. ‘Conclusion –and retrospect’. Aristotle’s Metaphysics Alpha. Symposium

Aristotelicum. Ed. Carlos Steel. Oxford University Press. 2012, pp. 336-364

- Menn, Stephen. ‘Critique of earlier philosophers on the good and the causes’. Aristotle’s

Metaphysics Alpha. Symposium Aristotelicum. Ed. Carlos Steel. Oxford University Press.

2012, pp. 201-224.

- Barney, Rachel. ‘History and Dialectic in Metaphysics A3’. Aristotle’s Metaphysics

Alpha. Symposium Aristotelicum. Ed. Carlos Steel. Oxford University Press. 2012.

- Betech, Gábor. ‘The next principle’. Aristotle’s Metaphysics Alpha. Symposium

Aristotelicum. Ed. Carlos Steel. Oxford University Press. 2012.