Alex Callinicos - La teoría social ante la prueba de la política, Pierre Bourdieu y Anthony Gidde

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    La dcada de 1990 se ha presentado bajo un aspecto particularmente contradic-torio para los tericos sociales. Por un lado, el clima ideolgico estaba domina-do por el colapso de la Unin Sovitica y sus extensiones en Europa del Este.Aunque las tendencias intelectuales de mayor repercusin adoptaron distintasformas, por ejemplo, la declaracin de Fukuyama del fin de la Historia y laimplantacin del posmodernismo como la ortodoxia reinante en amplias zonasdel mundo acadmico, todas sacaron la misma conclusin: el capitalismo libe-ral haba triunfado definitivamente sobre cualquier otra alternativa factible. Unageneracin antes, Sartre haba calificado el marxismo como el humus de todo

    pensamiento particular y el horizonte de toda cultura1. En este contexto, el libe-ralismo se convirti en el marco global en el que tena lugar el debate poltico,social y econmico. Si este debate hasta entonces haba tenido que tener encuenta los mritos de sistemas sociales rivales, desde este momento, en el mejorde los casos, la eleccin era entre diferentes tipos de capitalismo2.

    Hasta aqu todo resulta familiar. Pero ms all del mundo acadmico y del delos creadores de opinin, las sociedades capitalistas avanzadas continuaronexhibiendo los defectos estructurales que haban motivado la originaria bs-queda de algo mejor. No slo persistieron las mismas injusticias y sufrimientosde antes, sino que incluso aumentaron. Las desigualdades socioeconmicas en

    la mayora de las democracias liberales occidentales y la pobreza absoluta seincrementaron, mientras los regmenes presupuestarios neoliberales hicieronreducciones, a menudo drsticas, en la provisin del bienestar. Mientras tanto,durante casi una dcada, dos de las tres principales zonas del capitalismoavanzado Japn y la Europa continental sufrieron un estancamiento econ-mico crnico. El resultado fue un proceso de polarizacin de clase que, enalgunos pases, provoc enfrentamientos sociales a gran escala. En Francia,donde tuvieron lugar los conflictos ms intensos, especialmente las huelgas delsector pblico de noviembre y diciembre de 1995, la fracture socialese con-

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    ALEX CALLINICOS

    LA TEORA SOCIAL ANTELA PRUEBA DE LA POLTICA:

    PIERRE BOURDIEU

    Y ANTHONY GIDDENS

    1 J.-P. Sartre, Critique de la raison dialectique, I, Pars 1960, p. 17. [Ed. cast.: Crtica de la razn

    dialctica, Losada, Buenos Aires, 1979.] Expreso mi agradecimiento a Perry Anderson, TomBaldwin, Sebastin Budgen (su aportacin de los textos pertinentes fue de gran ayuda), MattMatravers y Susan Mendus por sus comentarios al borrador de este artculo.2 Vase M. Albert, Capitalism Against Capitalism, Londres, 1993.

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    virti en un tema de gran importancia en el debate poltico e intelectual3. Lareaccin social ante la polarizacin de la sociedad llev al poder a los partidossocialdemcratas en gran parte de la Unin Europea en la segunda mitad de ladcada de 1990.

    Una prueba crucial para cualquier teora social que aspire a ser real, que bus-que engranarse con el presente, reside en su capacidad para interpretar conxito este tenso estado de cosas. Para contextualizar una interpretacin de estetipo, el analista debe enfrentarse a la siguiente cuestin: cul es, como solandecir los maostas, el aspecto dominante de la contradiccin? Es el triunfo ideo-lgico del liberalismo o es lafracture socialey los conflictos y movimientos queconlleva? Mucho depende de la respuesta que se d a esta cuestin y, sobretodo, de si se reconoce o no la existencia de esta contradiccin; porque uno delos aspectos ms chocantes del estado presente de la teora social es la resis-tencia de muchos a reconocer la existencia de este proceso de polarizacinsocial al que se hizo referencia en el prrafo anterior. El inters de los libros que

    reseamos, escritos por dos importantes socilogos, Pierre Bourdieu y AnthonyGiddens, reside en que encarnan dos respuestas muy distintas a esta situacin4.

    Caminos paralelos

    Bourdieu y Giddens son, en cierto sentido, figuras comparables. Ambos empe-zaron a destacar en la dcada de 1970, en un clima intelectual muy distinto delactual. El renacimiento del marxismo en el mundo acadmico, que fue posiblegracias a los tumultos de la dcada anterior, estableci un programa al quetenan que responder los tericos sociales de actitud crtica de otras conviccio-nes. Al mismo tiempo, una categora filosfica que previamente no haba sido

    cuestionada abiertamente por ninguna variante de la teora social el sujeto,entendido como un centro independiente de decisiones y a menudo tambincomo garanta de los enunciados del conocimiento fue destronada y des-mantelada por las diferentes versiones del estructuralismo y, ms tarde, delpostestructuralismo procedentes de Pars5.

    De este trasfondo emergieron tanto Giddens como Bourdieu. Intelectualmente,pretendan ocupar un espacio entre la tradicin sociolgica clsica y el mate-rialismo histrico. Ambos, quiz Bourdieu con ms rapidez, rechazaron laspretensiones de una ciencia social supuestamente libre de valores. Los doseran tericos sociales crticos preocupados por sacar a la luz las races de la

    dominacin social como parte de lo que pareca ser, aunque estaba especifi-cado con cierta vaguedad, un proyecto emancipatorio; al mismo tiempo, sinembargo, intentaban distanciarse de lo que desechaban como ortodoxia deizquierdas. Metodolgicamente, ambos intentaron encontrar una va interme-diaentre, por un lado, la disolucin antihumanista del sujeto llevada a cabo

    3 Para un examen incisivo y una intervencin en estos debates, vase S. Broud et al., LeMouvement social en France, Pars, 1998.4 P. Bourdieu, Contre-feux:Propos pour servir la rsistance contre linvasion no-liberale,Editions Raisons dAgir, Pars, 1998. [Ed. cast.: Contrafuegos: reflexiones para servir a la resis-tencia contra la invasin neoliberal, Anagrama, Barcelona, 1999.] Y A. Giddens, The ThirdWay: The Renewal of Social Democracy, Polity, Cambridge, 1998. [Ed. cast.: La tercera va,

    Taurus, Madrid, 1999.]5 Los rasgos dominantes de esta coyuntura intelectual estn bien retratados en P. Anderson, Inthe Tracks of Historical Materialism, Verso, Londres, 1983. [Ed. cast.: Tras las huellas del mate-rialismo histrico, Siglo XXI, Madrid, 1986.]

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    rado decir que se lee como un discurso de Blair bien redactado, pero la exa-geracin capta algo del carcter del libro. Giddens pasa a toda velocidad porencima de una sucesin de grandes cuestiones tericas las crticas a la teorade la globalizacin (de la cual ha sido uno de los principales promotores) sondescartadas en un par de prrafos para poder llegar al corazn del libro, que

    supone un intento de conformar el programa poltico de Blair y Clinton. Esteltimo se resume en la siguiente lista, procedente de uno de los mltiples cua-dros que inundan el libro:

    El programa de la tercera va

    El centro radicalEl nuevo Estado democrtico (el Estado sin enemigos)

    Sociedad civil activaLa familia democrtica

    La nueva economa mixtaIgualdad como inclusin

    Bienestar positivoEl Estado de la inversin social

    La nacin cosmopolitaDemocracia cosmopolita9

    Los eslganes de esta lista no son tan vacuos como pudieran parecer a prime-ra vista, pero tienden a confundir el deseo con la realidad y contienen unmayor o menor grado de redefinicin tcita de los trminos. As pues, sloignorando firmemente las principales tendencias de la poltica mundial, esposible impedir que el concepto de nacin cosmopolita cruce la lnea que

    separa lo razonable de lo absurdo. La idea asociada del Estado sin enemigosnos conduce, sin embargo, al campo de la mera apologa, dada la determina-cin de la Administracin Clinton (normalmente seguida de cerca por el NuevoLaborismo) de construir y demonizar enemigos ayer Saddam Hussein, hoySlobodan Milosevic, maana quiz China contra los cuales se prepara, seamenaza e incluso se hace la guerra.

    Dicho de otro modo, Giddens no abandona el objetivo de disminuir las desi-gualdades de riqueza y renta, pero al redefenir la igualdad como inclusin, nodirige la atencin a la consecucin de este objetivo, sino a la aplicacin de pol-ticas diseadas para recrear o inventar un sentimiento de pertenencia a la misma

    sociedad, vigente tanto en el vrtice como en la base de la misma. En este sen-tido, limitar la exclusin voluntaria de las elites es de central importancia parala creacin de una sociedad ms inclusiva en los estratos inferiores. El que lasociedad inclusiva sea perfectamente coherente con la persistencia de la desi-gualdad social se pone de manifiesto cuando se incluye la meritocracialimita-da entre los rasgos definitorios de una sociedad de este tipo 10.

    Bradley y Blair

    Ciertamente, la visin de Giddens de la socialdemocracia contemporneatransmite una sensacin profundamente hegeliana. Se evoca la imagen de un

    9 Ibid., p. 70.10 Ibid., p. 105.

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    orden social complejo y estructurado, en el que el individuo es libre de buscargratificaciones privadas siempre que reconozca los deberes vinculados a la ciu-dadana. Otro de los cuadros que recoge los Valores de la tercera va contras-ta la Libertad como autonoma con la exigencia de que no haya Derechos sinresponsabilidades11. Por supuesto, el nfasis en los deberes como opuestos a

    los derechos ha caracterizado el proyecto del Nuevo Laborismo desde el prin-cipio12. En manos de Giddens, sin embargo, forma parte de un esfuerzo mayorpor mantener unido un conjunto de requisitos mutuamente contradictoriosdentro de una totalidad ms o menos armnica. Resuenan ecos lejanos delfamoso ensayo de F. H. Bradley, My Station and its Duties.

    Giddens, de hecho, es susceptible de recibir en muchos aspectos la misma cr-tica que recibieron los hegelianos ingleses, a saber, la utilizacin de un len-guaje pomposo que hace que conflictos reales pasen inadvertidos. Un cho-cante ejemplo de esta tendencia es su discusin acerca de la tercera edad.Propone que deberamos tender hacia la abolicin de la edad fija de jubilacin

    y deberamos considerar a la gente mayor como un recurso y no como un pro-blema. La categora de pensionista dejar entonces de existir13. Giddens nopretende sugerir, como alegremente infirieron los periodistas torys, que el pro-blema de la vejez y de cmo financiarla vaya a desaparecer mediante una sim-ple redefinicin de las categoras, pero su implacable flujo de verborrea edifi-cante puede perfectamente llevar a un lector impaciente o confuso a pensarque lo hace14.

    A travs de todo esto, Giddens mantiene una postura lo suficientemente crtica y bien informada como para no caer en los peores excesos del blairismo.Escribe, por ejemplo, que la idea de que la educacin pueda reducir directa-

    mente las desigualdades debe ser contemplada con cierto escepticismo. Granparte de la investigacin comparativa, realizada en Estados Unidos y en Europa,demuestra que la educacin tiende a reproducir las desigualdades econmicasms considerables, que deben ser atajadas en su raz15. El sentido bsico deestos y otros comentarios es ubicar a Giddens en el ala izquierda del admitida-mente ya muy reducido espectro poltico constituido por el Nuevo Laborismo16.

    De todos modos, The Third Wayno es tanto un poderoso argumento a favorde una socialdemocracia renovada, como un sntoma, ms bien deprimente, dela evolucin social y poltica del propio Giddens hacia la derecha.Tericamente, la fase decisiva de este proceso parece estar en sus escritos

    sobre la modernidad tarda de principios de la dcada de 199017. En ellos serefleja el impacto que tuvo sobre su pensamiento la teora de la modernizacin

    11 Ibid., p. 66.12 Vase, por ejemplo, Blair, 1995, Spectator/Allied Dunbar Lecture, Spectator, 25 de marzode 1995.13 Giddens, The Third Way, p. 120.14 W. G. Runciman recogi, con malicioso placer, la capa de hostilidad con la que cubri el SundayTelegrapheste pasaje: vase Diary, London Review of Books, 10 de diciembre de 1998, p. 33.15 Giddens, The Third Way, p. 110.16 Gregory Elliot hace notar estas tensiones en su mordaz Via Dollaro$a, Radical Philosophy94, 1999, p. 3.17 Vase especialmente A. Giddens, The Consequences of Modernity, Cambridge, 1990, yModernity and Self-Identity, Cambridge, 1991. [Ed. cast.: Consecuencias de la Modernidad,Alianza, Madrid, 1997, yModernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la poca con-tempornea, Pennsula, Barcelona, 1997.]

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    reflexiva propuesta por Ulrich Beck en Risk Society(1986). Beck argumenta, enefecto, que el proceso de modernizacin de finales del siglo XXse alimenta cre-cientemente de s mismo. Las estructuras constitutivas de la sociedad industrial clase social, familia nuclear, organizacin burocrtica estn siendo minadasprogresivamente por un proceso de individualizacin que hace al individuo

    responsable tanto de la construccin de su identidad personal como de su posi-cin en el mercado laboral. El resultado es un capitalismo sinclases, pero condesigualdades sociales individualizadas, donde el conflicto se desplaza de laestructura de clases a la lucha de hombres y mujeres por renegociar continua-mente sus relaciones personales, y a los movimientos que intentan reaccionarante las nuevas formas de riesgo generadas por las consecuencias inesperadasde la aplicacin sistemtica del conocimiento cientfico a la dominacin de lanaturaleza18.

    Libertad y riesgo

    Giddens sigue a Beck al enfatizar las posibilidades de realizacin individualque ofrece la modernidad tarda. La crtica marxista de la alienacin no acier-ta en el blanco. La modernidad expropia, eso es innegable, pero, a pesar detodo, la erosin que produce sobre las anteriores formas de dominacin posi-bilita maneras de controlar las circunstancias vitales que resultaban inalcanza-bles en el entorno premoderno. Liberado de la tutela de la tradicin y de lafamilia, el yo se convierte en un proyecto reflexivo, del que es responsable elindividuo19. Giddens rechaza las reservas expresadas por las crticas deizquierdas sobre:

    [...] el nuevo individualismo. La autorrealizacin, la realizacin del potencial, son

    acaso algo ms que formas de charlatanera teraputica, o de autoindulgencia delopulento? Evidentemente puede ser as, pero no considerarlo como nada ms queeso sera obviar un tremendo cambio en las aspiraciones de la gente. El nuevo indi-

    vidualismo va acompaado de presiones hacia una mayor democratizacin20.

    Incluso cuando uno consigue reprimir la sospecha de que esta defensa delnuevo individualismo puede proporcionar la conveniente legitimacin teri-ca a la bsqueda de votos para el Nuevo Laborismo en Inglaterra central, unose sigue preguntando si la libertad como autonoma abarca algo ms que lasopciones individuales. Concretamente, ha aumentado el control democrticosobre el contexto objetivo de estas elecciones en la modernidad tarda? La

    argumentacin de Giddens no contempla que haya sido as. Al contrario, reto-ma uno de los principales temas de Beck, a saber, que la humanidad se enfren-ta a riesgos imprevistos y sin precedentes, que surgen de sus esfuerzos porcontrolar la naturaleza en el proceso que la dota de un carcter especfico:

    El riesgo se refiere a los peligros que tratamos de valorar y a los que activamentetratamos de enfrentarnos. En una sociedad como la nuestra, orientada hacia el futu-ro y saturada de informacin, el tema del riesgo unifica reas de la poltica que de

    18 U. Beck, Risk and Society, Londres, 1992, p. 88. [Ed. cast.: La sociedad del riesgo, Paids,Barcelona, 1998.] Para una discusin crtica de la modernidad tarda de Beck y Giddens, vaseA. Callinicos, Social Theory, Cambridge, 1999, pp. 299-305. Se puede encontrar una crtica que

    sigue una lnea argumental similar, desde una perspectiva que podra llamarse marxista-laca-niana, en S. Zizeck, The Ticklish Subject, Verso, Londres, 1999, cap. 6.19 Giddens, Modernity and Self-Identity, pp. 192, 75.20 Giddens, The Third Way, p. 37.

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    otro modo seran dispares: la reforma del Estado del bienestar, el compromiso conlos mercados financieros mundiales, las respuestas a los cambios tecnolgicos, losproblemas ecolgicos y las transformaciones geopolticas. Todos necesitamos pro-teccin frente al riesgo, pero tambin capacidad para afrontar y correr riesgos deforma productiva21.

    En este texto encontramos dos rasgos interesantes. En primer lugar, la admi-nistracin del riesgo se convierte en el tema unificador de la poltica contem-pornea. Todos los grandes problemas o, ms bien, la mayor parte de ellos, ano ser que la reduccin de la pobreza y de las desigualdades se supongacubierta por la reforma del Estado del bienestar resultan ser cuestiones devaloracin del riesgo. Es difcil no ver esto como una desideologizacin efecti-va de la poltica, cuando esta ltima se ve reducida a una manera de solucio-nar problemas. No es de extraar que Giddens incluya entre los valores de latercera va el conservadurismo filosfico, que impone, entre otras cosas, unaactitud pragmtica frente al cambio22. Los fantasmas de Daniel Bell y, cierta-

    mente, de Harold Wilson estn al acecho en el trasfondo.En segundo lugar, al ampliar la categora de riesgo, Giddens se aleja del intersmostrado por Beck en las consecuencias medioambientales que se derivan dela intervencin humana en la naturaleza. Es digno de notar que en las prime-ras posiciones de la lista de actividades de riesgo aparece el compromiso conlos mercados financieros mundiales. En otros lugares, Giddens hace de losmercados de inversin el principal ejemplo de lo que llama entornos de ries-go institucionalizadosque afectan a las posibilidades de vida de millones depersonas23. Al incluir as las fluctuaciones del capital-dinero bajo la categorageneral de riesgo oscurece distinciones que es importante mantener. Cualquier

    sociedad concebible que acepte los logros cientficos y tecnolgicos de lamodernidad occidental durante los ltimos tres siglos seguir interviniendo enel mundo fsico a gran escala. Este tipo de intervenciones producir inevita-blemente consecuencias imprevistas que conllevarn efectos negativos tantosobre la humanidad como sobre la naturaleza, aunque un argumento a favorde la planificacin socialista sea que la sustitucin de la acumulacin competi-tiva de capital por un control colectivo y democrtico de los recursos produc-tivos minimizara este tipo de consecuencias.

    La naturalizacin de las finanzas

    Es evidente que este tipo de riesgo es inherente a cualquier proceso de traba-jo y que forma parte de lo que Marx llama la eterna condicin impuesta por lanaturaleza a la existencia humana, aunque es indudable que su importancia haaumentado desde la Revolucin industrial24. Pero, en todo caso, supone unaforma de riesgo significativamente diferente a la que surge en los mercadosfinancieros. En este caso, el problema proviene de que la emergencia del dine-ro crediticio en el capitalismo estimula el desarrollo de mercados extremada-mente mviles para los activos financieros cuyas fluctuaciones pueden empo-brecer, no slo a algunos de los que especulen con ellos, sino, cosa mucho

    21 Ibid., p. 64.22 Ibid., p. 68.23 The Consequences of Modernity, pp. 124-125.24 K. Marx, Capital, vol. I, Harmondsworth 1976, p. 290. [Ed. cast.: El capital, Akal, Madrid,1998.]

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    ms grave, a regiones y pases enteros, como muestran claramente las conse-cuencias del colapso financiero asitico, y que pueden incluso, como en 1929-1931 y quiz en 1998-1999, provocar depresiones globales. Al clasificar lasoscilaciones de los mercados financieros bajo la categora general de riesgo,Giddens nos incita tambin a contemplarlos como rasgos transhistricos de la

    existencia humana. De una forma que la crtica de Marx a la economa polticaclsica ya ha hecho familiar, el capitalismo del que evidentemente los merca-dos financieros son un rasgo central se convierte en una segunda naturaleza,el horizonte inevitable de la vida social del mundo moderno.

    Giddens no slo se apoya en la subrepticia identificacin de lo transhistrico ylo contingente para llegar a sus conclusiones, sino que afirma que nadie tienealternativas al capitalismo: la nica discusin posible en la actualidad versasobre hasta qu punto, y de qu maneras, debera ser gobernado y regula-do25. En estas discusiones, Giddens se sita firmemente en el campo de losque abogan por una regulacin relativamente robusta en particular de los mer-

    cados financieros. Pero sus comentarios sobre cuestiones econmicas combi-nan la extrema vaguedad con la tendencia a confundir el deseo con la realidada la que nos referamos antes. As, en sus anteriores escritos atacaba el socia-lismo por confiar en un "modelo ciberntico" de vida social segn el cual lamejor manera de organizar un sistema (en el caso del socialismo, la economa)es subordinarlo a una inteligencia rectora (el Estado). Este modelo no puedefuncionar en los sistemas extremadamente complejos de la modernidadtarda, cuya coherencia depende de una gran cantidad de variables a pequeaescala (proporcionada por una multiplicidad de precios locales, de procesosde produccin y de decisiones en situaciones de mercado)26.

    Como seala Perry Anderson, esta lnea de argumentacin recuerda inevitable-mente a la crtica de Hayek a la planificacin27. Hayek, sin embargo, afirmabaque las mismas caractersticas que convierten a los mercados en las formas pti-mas de organizacin econmica particularmente, el papel que juegan los pre-cios relativos a la hora de transmitir a los actores la informacin que necesitanpara tomar decisiones racionales excluyen cualquier intervencin del Estadoen la vida econmica. Esta afirmacin es precisamente caracterstica del funda-mentalismo de mercado, que constituye uno de los principales objetos de cr-tica de Giddens. A pesar de esto, no ofrece ninguna explicacin sobre cmo sepuede combinar una concepcin hayekiana de la economa de mercado con losremedios polticos del neokeynesianismo contemporneo por ejemplo, el

    impuesto Tobin sobre la especulacin financiera internacional y la creacin deun consejo de Seguridad Econmica en el seno de las Naciones Unidas, queGiddens acepta como instrumentos para refrenar los mercados financieros28.

    Dejando de lado cualquier cuestin acerca de la coherencia terica o, incluso,acerca de los mritos de estas propuestas, la discusin de Giddens sobre laeconoma global est en gran parte viciada por su fracaso a la hora de consi-derar los obstculos que se le oponen o las fuerzas que pudieran ser moviliza-das para apoyar las medidas por las que aboga. Sorprendentemente, en el tra-

    25 Giddens, The Third Way, pp. 43-44.26 A. Giddens, Brave New World, en Reinventing the Left, D. Miliband (ed.), Cambridge,1994, p. 25.27 P. Anderson, Power, Politics and the Enlightenment, en ibid., pp. 40-41.28 Giddens, The Third Way, pp. 150-151.

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    bajo de un terico cuyos escritos anteriores reflejaban una preocupacin por laconceptualizacin de la naturaleza y de las diferentes modalidades de la domi-nacin social, The Third Wayno considera en absoluto las grandes desigual-dades en las estructuras de poder del mundo contemporneo29. Pero, aunquela modernidad tarda realmente fuera de naturaleza tal que hiciera obsoleta la

    crtica socialista, no debera un esfuerzo serio de pensamiento estratgicodela izquierda prestar atencin sistemtica a la distribucin de poder reinante? Elfracaso de Giddens a la hora de acometer esta tarea hace que su intento derenovar la socialdemocracia parezca casi frvolo. Un cnico podra concluirque las relaciones de dominacin dejan de ser visibles para aquellos que handecidido aceptarlas.

    Pierre Bourdieu: la civilizacin contra el mercado

    Al fijar la vista en Bourdieu, parece uno adentrarse en un mundo diferente. Loslugares de reunin de los escritos sueltos recogidos en Contre-feuxno son

    seminarios de la Casa Blanca sobre la tercera va, sino congresos de las fede-raciones de sindicatos alemanes y griegos o contextos an ms combativos:una manifestacin frente a la Gare de Lyon durante las huelgas del sectorpblico de 1995, o una cole de Normale Suprieure ocupada por el movi-miento de parados de enero de 1998. Estos son los escritos de un intelectualque se ha engagen el antiguo sentido de Sartre.

    Estas intervenciones estn animadas, como sugiere el subttulo del libro, poruna apasionada polmica contra el neoliberalismo. Muchos de los procesosque discute Giddens figuran tambin aqu, por ejemplo, la integracin globalde los mercados financieros y las diferentes formas de individualizacin. En

    este caso, sin embargo, no son vistos como fatalidades inevitables, sino por elcontrario como fuerzas destructivas contra las que hay que resistirse. La globa-lizacin no es una realidad, sino un mito, un mito en el sentido fuerte del tr-mino, un discurso poderoso, una ide force, una idea que tiene una fuerzasocial que garantiza que sea creda. Es la principal arma de la lucha contra loslogros del Estado del bienestar. De hecho, los que combaten las polticasimpuestas por este mito estn luchando, como los huelguistas de noviembre ydiciembre de 1995, contra la destruccin de una civilizacin, asociada a laexistencia de servicios pblicos, la de la igualdad de derechos republicana, elderecho a la educacin, a la salud, a la cultura, a la investigacin, al arte y,sobre todo, al trabajo30.

    El neoliberalismo, entonces, no es tanto una doctrina o una ideologa como unproyecto poltico de reconstruccin de la sociedad. Bourdieu concentra granparte de sus crticas sobre los intelectuales que se esfuerzan por transformarsus afirmaciones en sentido comn irrebatible: en Francia y en Inglaterra se hallevado a cabo un esfuerzo constante, se ha reunido a intelectuales, periodis-tas y hombres de negocios, para imponer como autoevidente una visin neo-liberal que, esencialmente, disfraza de racionalizacin econmica las presupo-siciones ms clsicas del pensamiento conservador de siempre y de todos los

    29 Se seala este punto en una resea por lo dems favorable de Paul Hirst, Not For the Faint-

    Hearted, New Times, 7 de noviembre de 1998.30 P. Bourdieu, Contre-feux, pp. 39, 30. Muchos de los temas de Contre-feuxse repiten enP. Bourdieu, A Reasoned Utopia and Economic Fatalism, NLR227, enero-febrero de 1998.[Vase NLR0, ed. cast., enero de 2000, pp. 156-162.]

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    pases. Pero esta revolucin conservadora, a diferencia de la llevada a cabopor los intelectuales nacionalistas, como Carl Schmitt y Ernst Jnger en laRepblica de Weimar, no apela al pasado. Aparentemente no retiene nada dela vieja y buclica Selva Negra de los revolucionarios conservadores de la dca-da de 1930; se adorna con todos los signos de la modernidad. No viene al fin

    y al cabo de Chicago?31

    Un contrapunto radical

    Aunque las filpicas de Bourdieu son muy francesas volver sobre esto msadelante, su crtica del neoliberalismo tiene una carga universal. Describe el

    pense Sciences-Poque suplant alpense Maoentre los intelectuales france-ses durante la restauracin cultural de la dcada de 1970 y 1980 como unaciencia social reducida a politologa de noche electoral y a comentarios negli-gentes basados en sondeos de mercado realizados sin mtodo32. Resulta dif-cil no acordarse aqu del clima intelectual del entorno de Blair: del rgimen de

    Millbank Tower, en el que la poltica se reduce a la manipulacin de los gru-pos de estudio, a la lucha por la movilizacin de los diseadores de imagenrivales y al xito en la adquisicin de consultoras lucrativas.

    As pues, mientras Giddens accede a convertirse en uno de los pocos orna-mentos intelectuales de este entorno, Bourdieu se sita en oposicin frontal atodo lo que eso representa. Al hacerlo, invierte la montona topologa del inte-lectual radical que se mueve hacia la derecha a la medida que envejece; unejemplo de esta trayectoria es analizado por Bourdieu en un desdeoso estudiosobre la evolucin de Philippe Sollers desde una versin del maosmo de modadespus de 1968, hasta el apoyo a las aspiraciones electorales de Edouard

    Balladur en 199533. Cuanto mayor me hago, ms empujado me siento hacia elcrimen, dijo Bourdieu en una entrevista en la televisin no hace mucho34. Noes sorprendente, por lo tanto, que rpidamente emergiera como uno de losprincipales detractores franceses de la guerra de la OTAN en Serbia35.

    El activismo de Bourdieu se hace an ms significativo al oponerse directamen-te a lo que Sunil Khilnani llama la ms decisiva e importante realineacin en lasafiliaciones polticas de los intelectuales franceses que haya ocurrido reciente-mente: a saber, su total abandono del marxismo y de la poltica de izquierdasdurante la segunda mitad de la dcada de 197036. Como dice Daniel Bensad, aldirigir su capital simblico y cultural contra el discurso dominante del conoci-

    miento especializado y de la competencia, al oponer a un efecto de autoridadotro efecto de autoridad, al desviar las estrategias de dominacin para que sir-van a los dominados, Bourdieu relegitima un discurso de resistencia37. A cam-bio, ha sido demonizado, especialmente por aquel sector de la intelectualidadfrancesa que, hace veinte aos, hizo las paces con el capitalismo liberal.

    31 Ibid., pp. 34-35, 41.32 [...] une politologie de soire lectorale et un commentaire sans vigilance de sondagescommerciaux sans mthode, ibid., p. 15.33 Sollers tel quel, ibid., pp. 18-20.34 Citado en Le Monde, 8 de mayo de 1998.35 Vase la carta firmada por P. Bourdieu, entre otros intelectuales, Le Monde, 31 de marzo de 1999.36 S. Khilnani, Arguing Revolution: The Intellectual Left in Postwar France, New Haven, 1993,p. 121.37 D. Bensad, Dsacraliser Bourdieu, Le Magazine littraire, octubre de 1998, p. 69.

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    Cmo se puede explicar el contraste entre las trayectorias polticas recientesde Bourdieu y Giddens? Resulta tentador invocar el impacto de las huelgasfrancesas de 1995. Indudablemente, la experiencia reciente del triunfo de unaresistencia colectiva frente al neoliberalismo ha afectado de manera relevanteal clima poltico francs, ha permitido la rehabilitacin electoral del Partido

    Socialista que haba sido virtualmente demolido por los ltimos aos del rgi-men corrupto y cnico de Mitterrand, y ha exigido que sus lderes presentaranuna poltica significativamente a la izquierda de la tercera va de Blair-Clinton.Es un esquema muy diferente al del Reino Unido, en el que el recuerdo de lahuelga derrotada de los mineros de 1984-1985 fue un factor crtico que permi-ti que el liderazgo del Partido Laborista pusiera en marcha el proceso demodernizacin que culmin en el ascenso de Blair.

    Apologa de la jovialidad proletaria

    De todos modos, los escritos ms tempranos de Contre-feux son de 1991.

    Noviembre-diciembre de 1995 contribuy especialmente a solidificar una posi-cin que ya estaba tomando forma, y tambin a proveerla de pblico entre lossectores recientemente radicalizados. El esfuerzo por entender las diferentes for-mas de dominacin social ha sido, por supuesto, uno de los principales temas delos escritos de Bourdieu desde la dcada de 1960. Esto resultaba particularmen-te evidente cuando insista sobre la violencia simblica, los mecanismos a travsde los cuales se disimula la dominacin convirtiendo el capital econmico encapital simblico, que produce relaciones de dependencia que tienen una baseeconmica oculta bajo un velo de relaciones morales38. Un notable pasaje deDistinctiontelegrafiaba su identificacin con los campesinos y los trabajadoresindustriales cuya pica de indulgencia jovial representa un rechazo tcito a la

    nueva tica de la sobriedad para la delgadez, que se reconoce especialmente enel nivel ms alto de la jerarqua social. Sacarle el mximo partido al presente, dis-frutar de los buenos tiempos mientras duren y rechazar el aplazamiento de lagratificacin por miedo a los malos tiempos por venir constituyen una afirma-cin de la solidaridad con los otros. De hecho, Bourdieu alab el bar de la claseobrera como un lugar para el compaerismo39.

    En todo caso, es justo decir que estas simpatas han estado implcitas por logeneral en los escritos que estudiaban los procesos de violencia simblica prin-cipalmente desde arriba: as Distinctionse ocupa en gran medida de las luchasentre las diferentes facciones de la burguesa para convertir sus recursos, com-

    puestos variablemente de capital econmico y cultural, en capital simblico, ypara perpetuar mediante tal proceso la subordinacin de la clase trabajadora.De todos modos, durante los ltimos aos, este enfoque general ha ido dandopaso a una creciente preocupacin por los efectosde las estructuras existentesde poder sobre los dominados y, especialmente, por el sufrimiento social cau-sado por las polticas neoliberales, notablemente en el trabajo colectivo LaMisre du monde(1993)40.

    Hay, sin embargo, un desajuste sorprendente entre este reenfoque del trabajode Bourdieu y el aparato conceptual que pone en funcionamiento en respues-

    38 P. Bourdieu, The Logic of Practice, Cambridge, 1990, p. 118.39 P. Bourdieu, Distinction, Londres, 1984, pp. 179, 181, 183.40 [Ed. cast.: La miseria del mundo, Akal, Madrid, 1999.]

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    ta al desafo neoliberal. Concretamente, resulta notable la ausencia de nadaque se parezca a un anlisis elaborado de los cambios que se han producidoen las estructuras econmicas y en las relaciones de clase que se esconden traseste desafo. En primer lugar, el liberalismo, como hemos visto, es descritocomo un proyecto poltico, un intento de transformar los teoremas econmi-

    cos neoclsicos en realidad social:

    En nombre de este programa cientfico de conocimiento convertido en programapoltico de accin, se lleva a cabo un inmenso trabajo poltico(desconocido, por-que en apariencia es slo negativo) que pretende crear las condiciones para la rea-lizacin y funcionamiento de la teora; unprograma para la destruccin metdicade los colectivos(ya que la economa poltica neoclsica slo quiere tratar con indi-

    viduos...)41.

    En segundo lugar, se enumeran los grupos cuyos intereses se ven favorecidospor la implantacin de estos programas de trabajo: agentes y corredores debolsa, polticos conservadores y socialdemcratas convertidos a las abdicacio-nes reconfortantes [sic: dmissions] del laissez-fair, altos funcionarios de Ha-cienda. Y, finalmente, son registrados y analizados los efectos de este progra-ma. Uno de los principales temas de Bourdieu es la precariedad como unadimensin fundamental de la experiencia del trabajo a finales del siglo XX. Unavariedad de factores por ejemplo, el desempleo masivo, el crecimiento del tra-bajo temporal y la produccin flexible, la desterritorializacin de la empresa,que est ahora libre de cualquier vinculacin especfica a una regin o a unpas han asegurado que hoy en da haya precariedad en todas partes; la pre-cariedad objetiva sirve de base para una precariedad subjetiva generalizadaque hoy en da afecta, en el corazn de una economa avanzada, a la mayora

    de los trabajadores e incluso a los que todava no han sido tocados directa-mente. Ciertamente esto forma parte de un modo de dominacinde nuevotipo, basado en la institucin de una condicin de precariedad generalizada ypermanente con el objeto que forzar a los trabajadores a la sumisin y a laaceptacin de la explotacin42.

    Teora econmica y economa de las prcticas

    Bourdieu pinta un imponente retrato de algunas de las transformaciones queest sufriendo actualmente el mundo social. Su anlisis de la estructura de laprecariedad que acecha el lugar de trabajo contemporneo contrasta fuerte-

    mente con la conceptualizacin naturalizada y despolitizada que Giddensefecta del riesgo. Aunque, y quiz no debamos sorprendernos por ello, losaspectos de la situacin ms en consonancia con las preocupaciones msduraderas de Bourdieu son los que estn expuestos con ms detalle. As, sudescripcin de los esfuerzos neoliberales para actualizar la economa neoclsi-ca nos recuerda anteriores discusiones sobre el efecto-teora, la supuestacapacidad de las teoras sociales para remodelar la realidad a su semejanza:empiezo a preguntarme cada vez ms si las estructuras sociales de hoy no sonlas estructuras simblicas de ayer y si, por ejemplo, las clases, tal y como seobservan hoy, no son, hasta cierto punto, producto del efecto terico del tra-bajo de Marx. Es ms: el mundo social est cada vez ms inundado de teora

    41 P. Bourdieu, Contre-feux, pp. 109-110.42 Ibid., pp. 110, 95, 96-97, 99.

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    En defensa de la civilizacin

    A pesar de todo, el contraste entre las elites invasoras y la civilizacin que pre-tenden destruir sugiere que esta ltima constituye la normalidad violada por elneoliberalismo. Para esta civilizacin resulta central, como ya hemos visto, el

    compromiso con el servicio pblico y la dependencia de las formas de organi-zacin y accin colectiva. En realidad, es la persistencia de esta civilizacin laque mantiene cohesionado cierto tipo de orden social a pesar de las conse-cuencias destructivas de las polticas neoliberales:

    La transicin hacia el liberalismo tiene lugar de forma imperceptible, como la deri-va de los continentes, y oculta as a la mirada sus efectos ms terribles a largo plazo.Efectos que tambin son disimulados, paradjicamente, por las resistencias que sus-cita, aqu y ahora, por parte de los que defienden el antiguo orden basndose en losrecursos que contena, en los modelos jurdicos o en las prcticas de asistencia ysolidaridad que propona, en los habitusque favoreca (entre las enfermeras, las ins-tituciones de asistencia social, etc.), en suma, en las reservas de capital social queprotegen una parte del orden social actual de la cada en la anomia47.

    Bourdieu prev un giro dialctico en el que las fuerzas que se oponen a las pol-ticas neoliberales, tachadas de conservadoras y de defensoras arcaicas de inte-reses sectoriales por los partidarios del plan de Jupp de reformas de la segu-ridad social que provoc las huelgas de 1995 la lucha en el Reino Unido entreel Nuevo y el Viejo laborismo, evidentemente, ha adoptado formas retricassimilares, pueden convertirse en la base de un nuevo orden social que cons-truya sobre los logros de la vieja civilizacin amenazada. Los adversarios delliberalismo pueden pasar de ser fuerzas de conservacin, a las que resultademasiado fcil tratar como fuerzas conservadoras, a ser fuerzas subversivas:

    As pues, si cabe conservar alguna esperanza razonable, reside en que siguen exis-tiendo en las instituciones estatales, as como en las disposiciones de los agentes(especialmente los ms vinculados a esas instituciones, como la pequea nobleza deEstado), fuerzas que, bajo la apariencia de limitarse a defender, como se les repro-cha inmediatamente, un orden desaparecido y los privilegios correspondientes, tie-nen en realidad que trabajar, para resistir a la prueba, en la invencin y construccinde un orden social que no tenga como ley exclusiva la bsqueda del inters egos-ta y la codicia individual por el beneficio, y que encontrar espacio para colectivosorientados a la bsqueda de fines colectivamente elaborados y aprobados. Entreestos colectivos, asociaciones, sindicatos, partidos, hay que otorgar un lugar espe-

    cial al Estado, Estado nacional o, mejor an, supranacional, es decir, europeo (etapahacia un Estado mundial), capaz de controlar y gravar eficazmente los beneficiosrealizados en los mercados financieros; capaz tambin, y sobre todo, de contrarres-tar la accin destructora que estos ltimos ejercen, organizando con la ayuda de lossindicatos la elaboracin y la defensa del inters pblico...48

    He citado este pasaje con cierta extensin porque es una de las pocas exposicio-nes relativamente detalladas que ofrece Bourdieu acerca de la alternativa a la queda preferencia sobre las polticas neoliberales. En otros lugares propone variasmedidas ms especficas a escala europea: salarios mnimos, medidas contra lacorrupcin, la evasin de impuestos y el ostracismo social, derechos socialescomunes que proporcionen ingresos mnimos a los parados, derecho a vivienda

    47 Ibid., pp. 117-118.48 Ibid., pp. 118-119.

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    y al trabajo, y el desarrollo de unapoltica de inversin comnque sirva al intersgeneral y que sea radicalmente diferente de la maximizacin de beneficios acorto plazo impuesta por los mercados financieros. Estas medidas pretenden:

    [...] romper con el fatalismo del pensamiento neoliberal, desfatalizar mediante la

    politizacin, mediante la sustitucin de la economa naturalizada del neoliberalismopor una economa del bienestar [bonheur] que, basada en las iniciativas y en lavoluntad humanas, incluya en sus clculos los costes del sufrimiento y los beneficiosde la autorrealizacin, ignorados por el culto econmico estricto a la productividad

    y a la rentabilidad49.

    Creo que sera justo decir que este programa, y la visin del orden social queimplica, se podra incluir con facilidad en la corriente principal del pensa-miento socialdemcrata europeo. Concretamente, la concepcin del Estado,como un medio para subordinar el mercado al control pblico, se ha converti-do, evidentemente, en una parte central de la tradicin socialdemcrata desdeKeynes. Aunque haya sido rechazado por el Nuevo Laborismo, el keynesianis-mo ha sido rehabilitado intelectualmente en el Reino Unido, al menos en parte,gracias a los notables esfuerzos de Will Hutton y Larry Elliott, y tuvo un pode-roso defensor en el ruedo europeo en la persona de Oskar Lafontaine durantesu breve mandato como ministro de Economa alemn50.

    Los lmites de la accin estatal

    Pero a pesar de este renacimiento keynesiano, alentado tambin por la reaccinpoltica al colapso econmico asitico y sus consecuencias globales, cualquierproyecto poltico que se conciba sobre la base de una intervencin estatal que

    regule y controle la economa de mercado debe enfrentarse a una serie de dif-ciles cuestiones. Algunas de las ms importantes giran en torno a la viabilidaddel Estado-nacin en una era de globalizacin econmica: concretamente, lamayor movilidad internacional del capital-dinero ha hecho ineficaces las polti-cas keynesianas de gestin de la demanda? Bourdieu reconoce tcitamente ladificultad al hacer de Europa su rea preferida de creacin de proyectos polti-cos: Aunque se pueda luchar contra el Estado-nacin, ser necesario defenderlas funciones universales que desempea y que pueden ser desempeadasigualmente, si no mejor, por un Estado supranacional..., que disfrute de relativaautonoma frente a las fuerzas econmicas internacionales y nacionales, y quesea capaz de desarrollar la dimensin social de las instituciones europeas51.

    Pero esto plantea nuevos problemas, porque la direccin actual de la construc-cin europea, por lo menos desde principios de la dcada de 1980, ha tendidohacia un ulterior atrincheramiento del neoliberalismo, como de hecho recono-ce Bourdieu en sus polmicas con el Bundesbank. Su proyeccin a escala euro-pea del mito francs del Estado republicano, como encarnacin del intersgeneral, tiene poca relacin con la realidad de una Unin Europea desgarradapor conflictos nacionales y tensiones sociales52.

    49 Ibid., pp. 74-76.50 Vase W. Hutton, The State Were In, Londres 1995, L. Elliott y D. Atkinson, The Age ofInsecurity, Verso, Londres 1998, y O. Lafontaine, The Future of German Social Democracy,

    NLR227, enero-febrero de 1998.51 P. Bourdieu, Contre-feux, p. 47.52Vase A. Callinicos, Contradictions of European Monetary Union, Economic and PoliticalWeekly, 29 de agosto de 1998.

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    A pesar de todo, Bourdieu insiste en que defender el Estado, particularmenteen su aspecto social, es de gran inters para los dominados. Esto se justificaaduciendo que:

    El Estado es una realidad ambigua. Uno no puede contentarse con decir que es un

    instrumento de los dominadores. Sin duda alguna, el Estado no es completamenteneutral, ni completamente independiente de los dominadores, pero tiene una auto-noma que es mayor en la medida en que es ms antiguo, ms fuerte, en tanto queha registrado en sus estructuras las conquistas sociales ms importantes, etc. Es ellugar de los conflictos (por ejemplo, entre los ministerios de Economa y los minis-terios encargados del gasto responsables de los problemas sociales)53.

    Esta concepcin del Estado como sede de conflictos potencialmente autnomanos recuerda pasmosamente el ltimo libro de Nicos Poulantzas, State, Power,Socialism54. Como Poulantzas, Bourdieu tiene que enfrentarse a la cuestin desi el Estado est limitado estructuralmente en su receptividad a presiones pro- venientes de abajo55. Este es un problema de particular importancia en unmomento en el que los partidos socialdemcratas gobiernan la mayor parte dela UE, habiendo sido llevados al poder en los dos casos ms importantes, Alemania y Francia, por la reaccin popular ante el neoliberalismo. Comoseala el propio Bourdieu, estos gobiernos son especialmente vulnerables alos mercados financieros, que desconfan de sus programas polticos56.Ciertamente las crisis financieras han sido la roca contra la que han estrelladomuchos programas socialdemcratas, como mostraron las experiencias de losgobiernos britnicos laboristas de 1931, 1947-1949, 1964-1967 y 1974-1976,mucho antes de que tuviera lugar la mayor integracin de los mercados mone-tarios de los ltimos veinte aos.

    La resistencia que puede provocar un gobierno de izquierdas ciertamente hasido ilustrada por el xito reciente de la campaa de las grandes empresas ale-manas, los bancos centrales europeos y los medios de comunicacin britni-cos, para obligar a Lafontaine a dejar su puesto. Sin embargo, como tambinconfirma la experiencia de muchos ministros socialdemcratas, esa resistenciatiene lugar dentro del propio Estado, especialmente entre sus capas superiores.Con esto nos enfrentamos a la clsica cuestin a la que ha tenido que enfren-tarse el movimiento obrero internacional durante el ltimo siglo, a saber, es elEstado parlamentario liberal un instrumento de transformacin social en el quese pueda confiar?

    Nuevos movimientos en terreno viejo

    A estos problemas de poltica y estrategia se pueden aadir cuestiones tericas.La economa poltica del bienestar de Bourdieu intenta considerar explcita-mente las dimensiones de la existencia humana, en particular las experienciasde sufrimiento y autorrealizacin, que no tienen cabida en los clculos de laeconoma poltica neoclsica. Pero cmo deben ser sopesadas estas experien-cias en relacin con los clculos de prdidas y ganancias monetarias privile-giados por la economa de mercado? Las polmicas sin tregua que lleva a cabo

    53 P. Bourdieu, Contre-feux, pp. 46, 39.54 Ed. cast.: Estado, poder y socialismo, Siglo XXI, Madrid, 1979.55Vase C. Barker, A New Reformism?, International Socialism, segunda serie, 4, 1979.56 P. Bourdieu, Contre-feux, pp. 44-45.

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    Bourdieu contra las tendencias cuantificadoras de la economa poltica neoli-beral ponen en evidencia que no cree que ninguna mtrica pueda ser utiliza-da en esta consideracin. Si lo cuantitativo y lo cualitativo son inconmensura-bles, cmo pueden ser articulados lo pblico y lo privado, el Estado y elmercado, en una economa poltica del bienestar? Y hasta qu punto, si es

    que ello es posible, esta economa poltica implica un movimiento en la direc-cin de una economa planificada?

    Bourdieu, por lo tanto, tiene que enfrentarse a las mismas cuestiones que,como vimos antes, Giddens no consigui solucionar satisfactoriamente.Evidentemente se trata de cuestiones amplias y difciles que han sido muy airea-das en los ltimos aos, por ejemplo, en la controversia sobre el socialismo demercado. En defensa de Bourdieu se podra ciertamente alegar que apenassera razonable esperar que abordara temas tan complejos e incluso a vecesdesconcertantes, en lo que al fin y al cabo no es ms que una coleccin deescritos sueltos y no un tratado terico. Es esta una respuesta perfectamente

    justa, pero de todos modos hay dos buenas razones para formular estas pre-guntas. En primer lugar, hacer referencia a estos temas sirve para resaltar quela trayectoria poltica de Bourdieu le ha llevado al terreno de los debates clsi-cos sobre estrategia y teora socialista. Al situarse en una oposicin tan pbli-ca y sistemtica a la ortodoxia del libre mercado se ha adentrado, de hecho, enun campo en el que las preguntas que he planteado pueden serle hechas leg-timamente. Si no es capaz de resolverlas con eficacia, el desafo que ha plan-teado al neoliberalismo quedar gravemente debilitado.

    En segundo lugar, la postura que ha adoptado Bourdieu durante los ltimosaos, que ocupa una posicin al margen de las principales tradiciones de la

    teora social, supone en este caso ms un obstculo que una ayuda.Concretamente, ha rechazado con desdn cualquier intento de ubicarlo conrespecto a los debates entre el marxismo y la tradicin sociolgica clsica. As,cuando se le pregunt: se siente usted marxista cuando habla de capitalsimblico, o ms bien weberiano? respondi: nunca he pensado en esos tr-minos57. Por otro lado, es evidente que se ha mostrado particularmente preo-cupado por distanciarse del marxismo, al que califica como la tradicin mseconomicista que conocemos58.

    El problema de esta postura es que Bourdieu se ha embarcado ahora en lo queresulta tentador calificar como crtica de la economa poltica. Y esto ya se ha

    hecho antes. Por lo tanto, sus ataques al neoliberalismo por naturalizar las rela-ciones econmicas y por presentarlas como acciones humanas autnomas nosrecuerdan inevitablemente la teora marxista del fetichismo de la mercanca.Bourdieu, sin embargo, trata el marxismo y el neoliberalismo como ejemplosdel mismo fatalismo economicistabasado en la fetichizacin de las fuerzasproductivas59. Incluso si uno adopta una visin cruda de las tensiones deter-ministas del materialismo histrico, utilizar esta valoracin para desdear todoel corpus marxista y, en particular, la teora sobre el modo de produccin capi-talista es, simplemente, insostenible. Hacerlo permite a Bourdieu aparentar

    57 P. Bourdieu, In Other Words, p. 27.58 P. Bourdieu y T. Eagleton, Doxaand Common Life, NLR 191, enero-febrero de 1992,p. 114. [Vase NLR0, ed. cast., enero de 2000, pp. 211-231.]59 P. Bourdieu, A Reasoned Utopia, p. 126.

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    una posicin de radical novedad terica y poltica. Pero, sean cuales sean losfrutos que esta postura le haya dado en sus escritos sociolgicos, su efecto esahora el de privarle, en la lucha en la que se ha embarcado, de un capital inte-lectual precioso se siente uno inclinado a decir esencial.

    Las figuras del intelectual

    Estas crticas no pretenden desmerecer el impacto, enteramente bienvenido yen gran medida beneficioso, del nuevo activismo de Bourdieu. Esta postura,que contrasta con la trayectoria de Giddens, invita a la reflexin sobre las dife-rentes figuras del intelectual y sobre las formas de participacin (o aparenteno-participacin) poltica que conllevan. La figura sartreana del intelectualcomprometido polticamente ha sido desechada en su totalidad durante losltimos aos, particularmente como resultado del repudio a gran escala delmarxismo en la vida cultural francesa que, a principios de la dcada de 1980,como dijo Perry Anderson, haba convertido a Pars en la capital de la reaccin

    intelectual europea60.

    Fue en este clima en el que Foucault anunci la muerte del intelectual univer-sal que hablaba y al que se le reconoca el derecho a hablar por su capacidadde dominio sobre la verdad y la justicia. Era escuchado, o pretenda hacerseescuchar, como portavoz de lo universal. Estaba siendo sustituido por el inte-lectual especfico, cuyo compromiso poltico provena de su particular habili-dad con el aparato moderno de poder-conocimiento. As, magistrados y psi-quiatras, mdicos y trabajadores sociales, tcnicos de laboratorio y socilogoshan conquistado el derecho a participar, tanto dentro de su campo especficocomo por medio del intercambio y del apoyo mutuo, en un proceso global de

    politizacin de los intelectuales61. La irona est en que Foucault se convirtiprecisamente en el tipo de intelectual universal cuyo canto del cisne habaentonado, aunque las causas polticas a las que prest su prestigio se desplaza-ron gradualmente desde las causas de izquierdas amadas por la Cause du peu-

    pleultramaosta en la estela de 1968, pasando por los movimientos de luchacontra las prisiones a mediados de la dcada de 1970, hasta, en los ltimos aosantes de su muerte en 1984, los islamistas iranes y los huelguistas polacos62.

    Qu figuras alternativas de vida intelectual puede ofrecer la cultura anglosajo-na? El declive de los intelectuales pblicos, que eran capaces de discutir asun-tos de gran importancia en un lenguaje accesible a un pblico no-especializa-

    do, y el hecho de que el mundo acadmico, increblemente expandido, estdominado por oscuros dialectos tcnicos que contribuyen a segregarlo de lasociedad en general, han sido ya ampliamente comentados63. El difunto IsaiahBerlin represent un raro caso de intelectual pblico que sobrevivi hasta la

    60 Anderson, In the Tracks of Historical Materialism, p. 32. Tony Judt, Past Imperfect, Berkeley,1992, es un ejemplo especialmente despreciable de esta tendencia general. Judt considera que lacultura poltica de izquierdas de Pars de la dcada de 1950 es deficiente respecto del liberalismoprevaleciente en la ciudad en la dcada de 1980, sin mostrar la ms mnima conciencia reflexiva deque su propio punto de vista, lo que llama la perspectiva privilegiada de los ltimos aos del siglo(p. 2), tambin ser superado por la historia.61 M. Foucault, Power/Knowledge, Brighton, 1980, pp. 126-127.

    62 Vanse las actividades recogidas, por ejemplo, en la parte III de D. Eribon, MichelFoucault, Cambridge, MA 1991. [Ed. cast.: Michel Foucault, Anagrama, Barcelona, 1992.]63 Vase especialmente R. Jacoby, The Last Intellectuals, Nueva York, 1987.64 M. Ignatieff, Isaiah Berlin, Londres, 1998. Esta valoracin del papel pblico de Berlin no

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    dcada de 1990. Pero su funcin fue la de alentar, ms que la de desafiar, al sis-tema o, ms bien, como ni siquiera su bigrafo oficial es capaz de ocultar, lade dedicarse a un proceso de mutuo aliento entre los descendientes de rabinosshtetly una clase alta inglesa filistea y antisemtica, que le acept por ofreceruna confirmacin culta y elocuente de lo que de todos modos ya saba: que sus

    valores eran los mejores del mercado64

    .

    Una figura contempornea de mucha mayor influencia es la del intelectualdiseador de polticas, procedente del nordeste de Estados Unidos, bien cono-cido en Washington al menos desde las Administraciones de Kennedy yJonhson de la dcada de 1960, pero ahora tambin un inquilino perfectamen-te adaptado en el gobierno britnico, que se ha beneficiado de la revolucinde Thatcher y de su continuacin en Blair. Se trata de una figura demasiadoreconocible: es el colaborador de la prensa dedicada a proporcionar tedio cen-trista de altos vuelos (nos vienen a la cabeza Foreign AffairsyPospects), de loscentros de investigacin terica que infestan los debates polticos contem-

    porneos y de los seminarios y conferencias en los que el espectro de desa-cuerdo va desde aquellos que quieren mantener inalterada una estructura real-mente injusta a los que quieren hacerla an ms injusta. Una manera deresumir la posicin actual de Giddens sera decir que corre el peligro de con-vertirse en uno de esos intelectuales de la poltica.

    La invencin de Zola

    En contraste, Bourdieu simplemente no tiene tiempo para intelectuales de estetipo. En The Rules of Art(1992) ofrece un anlisis especfico del intelectual uni-versal clsico, argumentando que esta figura se hizo posible gracias al desarrollo

    de la literatura como campo de produccin autnomo, particularmente comoresultado de la actividad crtica y ejemplar de Flaubert y Baudelaire durante elSegundo Imperio. Fue Zola, sin embargo, quien represent el papel decisivo enla invencin del intelectual. Por medio de su intervencin en el caso Dreyfus,

    [...] constituy, como una eleccin deliberada y legtima, la postura de independen-cia y de dignidad propia de un hombre de letras, al poner su particular tipo de auto-ridad al servicio de causas polticas. Para conseguirlo, Zola necesitaba producir unanueva figura, inventando para el artista una misin de subversin proftica, insepa-rablemente intelectual y poltica65.

    Lo especfico de este tipo de intervencin en la vida pblica es que no suponela subordinacin de lo cultural a lo poltico, sino por el contrario la conquistade una total independencia para lo cultural: paradjicamente, es la autonomadel campo intelectual la que permite el acto inaugural de un escritor que, ennombre de normas pertenecientes al campo literario, interviene en el campopoltico, constituyndose as como intelectual66. Los logros de Zola comonovelista, ms tarde lo seran los de Sartre como escritor y filsofo y los deFoucault como historiador filosfico, son los que le confieren autoridad paraintervenir, ms all del campo literario, en la poltica.

    pretende disminuir su importancia como historiador intelectual.65 P. Bourdieu, The Rules of Art, pp. 130, 129.66 Ibid., p. 130.67 Ibid., p. 340. Como ponen de manifiesto tanto las citas precedentes como esta ltima, duran-

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    La conclusin de The Rules of Artdeja claro que Bourdieu est ofreciendo allalgo ms que una explicacin histrica o sociolgica de una forma particular deconexin entre la vida intelectual y la pblica. Aqu generaliza su explicacin:

    Los intelectuales son figuras bidimensionales que existen y subsisten, si y slo si

    estn investidas de una autoridad especfica, conferida por el mundo intelectualautnomo (independiente del poder econmico, poltico o religioso) cuyas reglasespecficas respetan, y si y slo si comprometen esta autoridad especfica en luchaspolticas. Lejos de existir, como suele pensarse, una antinomia entre la bsqueda deautonoma (que caracteriza al arte, la ciencia o la literatura que llamamos puras) yla bsqueda de eficacia poltica, es precisamente el incremento de esa autonoma (y,por lo tanto, entre otras cosas, su libertad para criticar los poderes imperantes) loque hace que los intelectuales pueden aumentar la eficacia de una accin polticacuyos fines y medios tienen su origen en la lgica especfica de los campos de pro-duccin cultural67.

    Pero la autonoma de los universos de produccin cultural se ve ahora ame-

    nazada por la creciente compenetracin entre arte y dinero. Este peligro nosacerca a las preocupaciones de los ms recientes escritos polticos deBourdieu. La respuesta por la que aboga supone la rehabilitacin de la figuradel intelectual universal, en este caso para preservar la autonoma de la pro-duccin cultural de la que, normalmente, deriva su autoridad. Se requiere unaRealpolitikde la razn, un corporativismo de lo universal, en el que los inte-lectuales salgan en defensa del campo cultural mismo: los productores inte-lectuales no encontrarn un lugar propio en el mundo social, a no ser quesacrifiquen de una vez para siempre el mito del intelectual orgnico (sin caeren el mito complementario del mandarn alejado de todo) y acepten colaborar enla labor de defensa de sus propios intereses68.

    Autonoma y prctica

    De hecho, las intervenciones polticas recientes de Bourdieu se ajustan muchoms al esquema del modelo Sartre-Zola que al del corporativismo de lo univer-sal propuesto en The Rules of Art. La conservacin de toda una civilizacin, msque la mera autonoma de los campos de produccin cultural, es lo que preocu-pa a Bourdieu en Contre-feux. La feroz controversia provocada en los medios decomunicacin por sus intervenciones polticas ciertamente han incluido acusa-ciones por parte de sus crticos de que Bourdieu y sus colaboradores estn inten-tando rehabilitar una concepcin del intelectual ya desacreditada, incluso esta-linista, junto a una acusacin ms recndita de terrorismo sociolgico69.

    te el curso de su argumentacin, Bourdieu generaliza del caso de la literatura, en la que se cen-tra la primera parte de The Rules of Art, que es ms histrica y emprica, a la concepcin de cam-pos de produccin cultural que incluyen tanto las ciencias como las artes entendidas en sentidoamplio. No toma en consideracin los obstculos a una generalizacin de este tipo, que surgen,por ejemplo, del hecho de que los criterios de xito y fracaso, incluso si son especficos de loscampos particulares, estn gobernados en las ciencias por una regla tcita de verdad de la que,se podra decir, precisamente ha pretendido escapar la autonomizacin modernista del arte.68 Ibid., pp. 344, 348.69 Vanse, por ejemplo, los intercambios sobre los que se informa en Broud et al., LeMouvement social, pp. 44-47, y Le Magazine littraire, octubre de 1998, para un dossier de tex-

    tos muy crticos. Grard Mauger, en un ensayo interesante, aunque algo hagiogrfico, hace undetallado examen de la concepcin de Bourdieu del intelectual. Intenta distanciar a Bourdieude Sartre y, en cambio, subrayar la continuidad entre Bourdieu y Foucault. As, la apelacina un corporativismo de lo universal est dirigida a intelectuales especficos: artistas, escri-

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    A pesar de las resonancias especficamente francesas del anlisis de Bourdieu, sepuede pensar en sus contrapartidas anglosajonas. De este modo, resulta imposi-ble separar la crtica detallada e incansable del imperialismo estadounidense deNoam Chomsky, de la autoridad que le confiere su reconstruccin fundamentalde la teora lingstica. El radicalismo poltico ha sido una caracterstica constan-

    te de la carrera de Chomsky; se nos ofrece un llamativo contraste en la transfor-macin de Harold Pinter, el poeta del silencio y la crueldad sutil, en un luchadorcomprometido contra la confabulacin occidental en la violacin de los dere-chos humanos en el mundo. Pero aunque al modelo de intelectual de Bourdieuno le falten referentes, no deja de ser problemtico en otros aspectos.

    La dificultad crtica surge de la vieja cuestin de la relacin entre teora y prc-tica. Hasta qu punto los anlisis tericos de los intelectuales son susceptiblesde ser examinados crticamente en relacin con sus consecuencias en la prc-tica poltica? Y cmo se puede exigir que el propio intelectual rinda cuentasde sus intervenciones pblicas? En la explicacin de Bourdieu, los dos domi-

    nios vida intelectual y pblica se encuentran slo en la persona misma delintelectual. El rigor de la crtica pertenece al dominio del campo autnomo dela produccin cultural. Son los logros en este campo los que justifican la aten-cin en la esfera pblica: por lo tanto, la autoridadpolticadel intelectual deri-va de su autoridad extrapoltica, mbito en el que su audiencia poltica no tienederecho a seguirle a no ser que se trate de sujetos adecuadamente cualificados.

    Evidentemente esto resulta insatisfactorio. Sin duda, se tiene que estar bien ver-sado en los secretos de la teora lingstica para desafiar la teora de la gramticatransformacional de Chomsky. Pero sus argumentos y sus intervenciones polti-cas son susceptibles de ser criticados por todo aquel capaz de involucrarse en la

    esfera pblica: un grupo en principio coextensivo a la totalidad de la poblacinadulta. Bourdieu no parece concebir un dominio en el que se encuentren la vidaintelectual y la vida pblica para tematizar cuestiones especficas de lo poltico,un dominio en el que el discurso poltico posea su propia racionalidad.

    En su propia prctica, Bourdieu ha intentado desarrollar la concepcin del inte-lectual colectivo. En diciembre de 1995, fund, junto a colaboradores ms jve-nes, el grupo Raisons dagir, que ha llevado a cabo un ambicioso programa deinvestigacin y de publicacin militante. Sin embargo, Raisons dagirreproducela separacin entre lo intelectual y lo poltico presente en los textos ms tericosde Bourdieu. Por un lado, combate lo que Bourdieu llama la troika neoliberal

    Blair-Jospin-Schrder70. Por otro, Christophe Charle aboga en nombre deRaisons dagirpor una doble opcin a favor de un planteamiento razonado queno excluya el compromiso con los valores y a favor de la autonoma crtica71. De

    tores y acadmicos reconocidos en su propio campo que intervienen en el campo poltico ennombre de las habilidades y valores asociados a su trabajo, Lengagement sociologique,Critique, nm. 589-590, 1995, p. 8. Pero si, segn Bourdieu, la autoridad pblica de los inte-lectuales proviene de su posicin dentro de sus campos culturales autnomos, ellos intervie-nen polticamente en nombre de una forma particular de universalismo tico y cientfico quepuede servir como fundamento, no slo de una especie de magisterio moral, sino tambin deuna movilizacin colectiva que luche por promover estos valores, P. Bourdieu, The Rules ofArt, p. 342. Este pasaje, citado por Mauger, deja claro que Bourdieu sigue viendo a los inte-

    lectuales como, en palabras de Foucault, portavoces de lo universal.70 P. Bourdieu, Pour une gauche de gauche, Le Monde, 8 de abril de 1998.71 C. Charle, Aprendre lire, rsponses quelques critiques, Le Monde, 8 de mayo de 1998.72 G. Mauger, Ce qui chappe aux procureurs de Pierre Bourdieu, Le Monde, 26 de junio de 1998.

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    modo parecido, Gerard Mauger argumenta a favor de un colectivo intelectualautnomo, que se esfuerce por resistirse a los intentos de instrumentalizacin,libre en sus alianzas y en sus crticas... Nuestra lucha por la autonoma... no tratatanto de mantener nuestras manos limpias como de mantenerlas libres72.

    Despolitizacin de lo social?

    Dos crticos favorables sealan que esta insistencia de Bourdieu y sus colabo-radores en la idea del intelectual autnomo puede contribuir a despolitizar losmovimientos sociales:

    Los intelectuales libres y los activistas puros de los movimientos sociales..., que des-confan tanto de la dimensin poltica de las luchas sociales, quiz puedan llegar aentender que as contribuyen por omisin a la aceptacin resignada de la descom-posicin social-liberal de la izquierda. Al autolimitarse a una labor de grupos de pre-sin, de hecho se inclinan ante la divisin del trabajo, legitimando paradjicamentelos partidos dominantes (los nicos interlocuteurs valables) y concedindoles elmonopolio de la representacin poltica. No puede, a la larga, beneficiarse la extre-ma derecha de esta impotente retirada de la accin poltica?73.

    Este desdn por la poltica puede reflejar el pesimismo subyacente que con-forma la sociologa de Bourdieu. Los campos sociales estn para l constitui-dos por la infatigable lucha por recursos materiales y simblicos escasos:

    Cada estado del mundo social no es, por lo tanto, ms que un equilibrio temporal,un momento de la dinmica por medio de la cual se rompe o se restaura constante-mente el ajuste entre las distribuciones y las clasificaciones incorporadas o institu-cionalizadas. La lucha, que es el principio mismo de la distribucin, es inextricable-

    mente una lucha por apropiarse de bienes escasos y una lucha para imponer elmodo legtimo de percibir las relaciones de poder que se manifiestan en la distribu-cin, una representacin que, por medio de su propia eficacia, puede ayudar a per-petuar o a subvertir estas relaciones de poder74.

    Sin embargo, cualquier subversin de la forma prevaleciente de dominacinnicamente producir una nueva forma si es capaz de imponer con xito suautorrepresentacin. En el marxismo, la capacidad de resistencia, como unacapacidad de conciencia, fue sobreestimada... cuando vemos con nuestrospropios ojos a la gente que vive en condiciones de pobreza tal y como ocurraentre el proletariado local, los trabajadores de las fbricas, cuando yo era un

    joven estudiante, resulta evidente que tienden a aceptar mucho ms de lo quehabramos podido creer75. Con las masas encerradas de este modo en la doxa,el intelectual se convierte en el sustento indispensable de la crtica76.

    73 D. Bensad y P. Corcuff, Le Diable et le Bourdieu, Libration, 21 de octubre de 1998.74 P. Bourdieu, The Logic of Practice, p. 141. Una crtica ulterior de la teora social de Bourdieupuede ser encontrada en Callinicos, Social Theory, Cambridge, 1999, pp. 287-295, y en Autourde Pierre Bourdieu, un nmero especial de Actuel Marx, 20, 1996.75 P. Bourdieu y T. Eagleton, Doxa, p. 114.76 El libro ms reciente de P. Bourdieu, La Domination masculine, Pars, 1998 [ed. cast.: Ladominacin masculina, Anagrama, Barcelona, 1999], presenta una cierta inflexin de esta

    posicin. En este ensayo intenta, de modo muy controvertido, justificar su interpretacin dela opresin de la mujer como un ejemplo de dominacin simblica apelando al universalis-mo, que, notablemente por medio del derecho a acceder a la totalidad de los objetos, es unode los fundamentos de la repblica de las ciencias (p. 123, n. 4). Al mismo tiempo, sin embar-

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    Se trata de una concepcin muy tradicional del intelectual radical, ejemplifica-da en la primera Escuela de Frankfurt. Pero hay ms tipos de intelectuales.Bourdieu y sus colaboradores rechazan la concepcin de Gramsci, del partidosocialista revolucionario como el intelectual orgnico de la clase obrera. Sinduda, hay mucho que debatir en esta idea. En un aspecto crucial es, sin embar-

    go, superior a la de Bourdieu. Para Gramsci, teora y prctica estn envueltasen un constante dilogo, en el que la prctica intelectual, ms que perteneceral dominio exclusivo de la produccin cultural, est, por medio de su integra-cin en actividades polticas ms amplias, continuamente puesta a prueba y,por lo tanto, examinada y revisada crticamente. En este examen, la organiza-cin poltica, como dijo Lukcs, es la forma de mediacin entre teora y prc-tica, el lugar donde el terico se somete a examen pblico y colectivo, y dondela actividad prctica est subordinada a la crtica racional77.

    La prctica del movimiento socialista internacional durante el siglo XX, tanto ensus formas estalinistas como socialdemcratas, evidentemente ha estado muy

    alejada de este modelo de organizacin de partido que ofrecan los marxistashegelianos de la dcada de 1920. Con independencia de cmo expliquemosestecontraste entre teora y prctica, la apelacin aqu a Gramsci y a Lukcssirve, al menos, para subrayar un punto al que se hizo referencia antes: el com-promiso de Bourdieu con la lucha contra el neoliberalismo le ha llevado alterreno de los debates socialistas clsicos entre teora y estrategia.

    La vieja cuestin

    Ciertamente, a pesar de las diferencias existentes entre las actuales interven-ciones polticas de Bourdieu y Giddens, resulta llamativo que ambos tengan

    que enfrentarse a un conjunto notablemente parecido de cuestiones, que con-ciernen, tericamente, a la relacin entre mercado y planificacin y, poltica-mente, a los lmites estructurales impuestos por el capital incluso a las activi-dades de los Estados democrtico-liberales. Esto sugiere que el problema alque se enfrenta la socialdemocracia no es tanto el de cmo renovarla o rein-ventarla, sino el dilema que le ha perseguido desde sus orgenes: hasta qupunto pueden las estructuras del capitalismo tolerar una mejora continuada dela posicin relativa de la mayora trabajadora?

    La espectacular cada de Lafontaine nos ha hecho recordar con dureza los lmi-tes de esta tolerancia. Como lo expres The Finantial Times, los lderes de la

    industria alemana han reclamado su cabellera78. La izquierda puede respondera esto, como a anteriores reveses, siguiendo uno de estos dos caminos. El pri-mero consiste en adaptarse al orden existente, buscando mejoras marginalesexageradas con la retrica del autoengao. Este es, esencialmente, el camino

    go, Bourdieu argumenta que el anlisis de la homosexualidad puede llevar a unapoltica(oa una utopa) de la sexualidadque pretende diferenciar radicalmente entre la relacin sexualy la relacin de poder (p. 131) y que el movimiento para la liberacin de gays y lesbianasdebera estar a la vanguardia... de los movimientos polticos y cientficos subversivos(p. 134). Esta afirmacin, que parece indicar una visin ms optimista de las posibilidades decambiar al menos algunas de las relaciones de dominacin, pone en juego temas demasiadocomplejos y amplios para que puedan ser tratados aqu.77 G. Lukcs, History and Class Consciousness, Londres, 1971, p. 299. [Ed. cast.: Historia yconciencia de clase, Orbis, Barcelona, 1985.]78 The Finantial Times, 13 de marzo de 1999.79 W. Hutton, The Last Days of Oskar, The Observer, 14 de marzo de 1999.

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