Alexander, caroline la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

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A C A N T I L A D O Caroline Alexander La guerra que mató a Aquiles ta verdadera historia de la «Ilíada» TRADUCCIÓN DE JOSE MANUEL ALVAREZ-FLOREZ

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A C A N T I L A D O

Caroline AlexanderLa guerra que mató a Aquilest a verdadera historia de la «Ilíada»T R A D U C C I Ó N D E J O S E M A N U E L A L V A R E Z - F L O R E Z

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Durante siglos la litada fue para poetas y pen­sadores objeto de lecturas e interpretaciones, así como un inestimable canto épico del guerre­ro, que preparaba a los jóvenes para una muer­te gloriosa. Sin embargo, Aquiles, el persona­je central de la epopeya homérica, el guerrero por antonomasia, es un héroe inquietante y con­trovertido, acérrimo detractor de Agamenón, el líder de los aqueos, que inició la guerra y permitió que se prolongase durante años sacri­ficando las vidas de soldados y civiles. Este ex­traordinario ensayo, lejos de centrarse en cues­tiones tradicionales tratadas durante siglos por especialistas, pretende mostrar de manera ra­dical aquello que la Ilíada nos revela sobre la guerra, una catástrofe que no sólo aniquila a los mejores guerreros sino que deja a niños huér­fanos, destruye ciudades y arrasa civilizaciones enteras.

Armauirumque
Armauirumque
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Caroline Alexander (Florida, 1956) es doc­tora en Clásicas por la Universidad de Co­lumbia y fundadora del Departamento de Clásicas en la Universidad de Malawi, don­de enseñó entre 1982 ,71985. Ha escrito en The New Yorker, National Geographic y Granta, y es autora de diversos libros.

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CAROLINE ALEX ANDER

LA GUERRA Q U E MATÓ A A Q U IL E S

LA VERDADERA HIS T O R IA DE LA «ILÍADA»

T R A D U C C I Ó N D E L I N G L E S

D E J O S É M A N U E L Á L V A R E Z - F L Ó R E Z

B A R C E L O N A 2 Ο I 5 ¡7 A C A N T I L A D O

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t í t u l o o r i g i n a l The War That K illed Achilles

Publicado por A C A N T I L A D O

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© 2009 by Caroline Alexander © de la traducción, 2015 by José Manuel Alvarez-Flórez

© de esta edición, 2015 by Quaderns Crema, S.A.U.

Derechos exclusivos de edición en lengua castellana: Quaderns Crema, S.A.U.

i s b n : 978-84-16011-43-8 d e p ó s i t o l e g a l : b . 3892-2015

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C O N T E N ID O

Prefacio 9Nota de la edición original 15Nota del traductor de la edición española 15Mapa: Escenario de la guerra troyana 1 6

Las cosas que llevaban 19Cadena de mando 3 6Normas de actuación 60Líneas enemigas 8 7La tierra de mis padres 108Confiamos en Dios 133La muerte de Patroclo 152Sin rehenes 179La muerte de Héctor 207Gloría eterna 227

Agradecimientos 265Notas 267Otras lecturas recomendadas 3 17Indice analítico 325

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Tara Smokey

Ον μεν γάβ ζωοί γε ψιλόν άττάνενΰεν εταίρων βονλάς έζόμευοι βονίεύσομεν

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E s creencia general que la litada se compuso entre el 750 y el 700 a. C. y se ha mantenido desde entonces en circula­ción.1 La razón no es difícil de entender. Además de ser un poema de una belleza monumental y el origen de algunos de los personajes más fascinantes de la literatura, la litada es en primer lugar y ante todo una epopeya bélica; su tema son los guerreros y la guerra. Si elegimos cualquier período de un centenar de años de los últimos cinco mil, podríamos espe­rar, según se ha calculado, que por término medio noventa y cuatro de esos años estén ocupados por conflictos a gran escala en una o más partes del mundo.2 Este hecho perdura­ble y aparentemente inextinguible de la guerra es, en el pa­norama sabio y amplio de la litada, un elemento tan intrín­seco y trágico de la condición humana como nuestra propia mortalidad.

Titulares de todo el mundo mantienen hoy próximo a Ho­mero. Los cadáveres de soldados estadounidenses arrastra­dos por las calles de Mogadiscio por los jeeps de quienes los habían matado evocaron el destino terrible del héroe troya- no Héctor. Una joven viuda estadounidense decía, según in­formaron los medios, que había intentado cerrar la puerta al soldado que apareció en su casa de uniforme, creyendo que así podría impedirle transmitir la noticia sobre la suerte de su marido en Irak, y por tanto podría mantenerse al margen de esa noticia (una pequeña escena doméstica que traía a la me­moria las palabras desgarradoras de la viuda de Héctor, An­drómaca: «Ojalá lo que digo no llegue nunca a mis oídos; sin embargo, temo terriblemente...»). La evocación que hace la litada de los estragos de la guerra está vigente actualmente con la misma fuerza—tal vez ahora en especial— que en la

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Edad Oscura de Homero. Hoy, como en cualquier otro pe­ríodo, su obra maestra es una epopeya de nuestro tiempo.

La época clásica de la Grecia antigua conocía bien la lita­da, y los acontecimientos que rodeaban la guerra de Troya proporcionaron temas a los grandes trágicos. Platón citó y criticó a Homero, Aristóteles hizo comentarios sobre él, y se dice que su discípulo más famoso, Alejandro Magno, dormía con un ejemplar de la Ilíada anotado por su maestro debajo de la almohada. Es aún más revelador el hecho de que, se­gún se cuenta, cuando ese mismo conquistador del mundo conocido llegó ante lo que quedaba de Troya, lamentó que, a diferencia del héroe Aquiles, él, Alejandro, no contase con ningún Homero que glorificase sus hazañas.

El que dio a conocer a Homero en Roma fue un tal Livio Andrónico, que en el siglo m a. C. compuso versiones en la­tín o imitaciones (en vez de traducciones fieles) de la Odi­sea, la secuela homérica de la Ilíada, así como de las obras de los dramaturgos atenienses. Estableció, además, y tal vez eso fuese lo más importante, un programa de estudio del idioma y de las letras griegas, en el que ocupaban un lugar de honor los poemas épicos de Homero. La épica de Homero siguió ocupando luego, de forma permanente, un lugar importante en la educación de la élite romana, y sus obras serían de he­cho la base de los estudios griegos en las escuelas del imperio. Se dice que el joven Octavio, el futuro emperador Augusto, citó unos versos de la Ilíada al enterarse de la muerte de su tío César: «Muy pronto he de morir, estoy seguro; pues cuando mataron a mi compañero yo no estaba a su lado».3 Horacio y Plinio conocían a Homero, Cicerón le criticó, y la imitación épica de Virgilio bordea a veces el plagio.

Cuando el Imperio romano se extinguió en el siglo v i d. C., el conocimiento del griego, floreciente en Bizancio (el Im­perio de Oriente), casi desapareció en Occidente. La propia Ilíada se olvidó, y en su lugar florecieron historias sobre la guerra de Troya que, junto con gestas románticas sobre Ale­

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jandro Magno, formaron el material «clásico» más popular de la Edad Media. Las fuentes primarías de estas versiones posthoméricas de la «materia de Troya», como vino a llamar­se ese cuerpo literario, fueron las obras en prosa de Dictis de Creta y Dares de Frigia, escritas en latín y fechadas en los siglos n i y v o v i d. C., respectivamente; existía la creencia fantástica de que habían sido los dos testigos presenciales de la gran guerra de Troya. En esas versiones latinas, Aquiles, el complejo héroe de la litada de Homero, despojado de sus discursos característicos, pasó a convertirse en un personaje de acción brutal, aunque heroico y valeroso. Esta visión del héroe se endureció en manos de los escritores medievales; así, el Roman de Trote se esfuerza, en 30 000 octosílabos, en procurar que Aquiles resulte inferior en todos los sentidos, incluso en proezas marciales, al noble héroe troyano Héctor. Estos toques interpretativos perdurarían a lo largo de los si­glos, hasta llegar incluso a la época actual.4

En Inglaterra, en época tan tardía como el período isabeli- no, seguía prácticamente sin conocerse el griego, y la prime­ra traducción de una parte sustancial de la litada (diez can­tos) al idioma inglés se hizo a través de un texto francés; la publicó en 1581 Arthur Hall, miembro del Parlamento has­ta que cayó en desgracia por, amén de otros delitos, «diver­sos discursos procaces» y deudas. Su traducción coquetea con el ripio:

Mirad quién está allí, dirán al verla entonces los que pasan, la esposa de aquel valiente Héctor que tanta fama logró alcanzar en el combate, cuando los griegos asediaron la grande y poderosa ciudad de Troya y la asolaron.

Luego, entre 1598 y 1611, apareció la traducción de la Ilia­da que George Chapman hizo directamente del griego, jun­to con otros textos (y traducciones latinas), a lo que siguió cinco años después su traducción de la Odisea. Fue esta últi­ma la que, doscientos años más tarde, leyó Keats, que no sa­

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bía griego, y conmemoró en su inolvidable soneto «Tras aso­marse al Homero de Chapman»:

Por los países del oro mucho he viajado, y en torno a muchas islas de Occidente de bardos fieles a Apolo he navegado, y hay visiones de grandes reinos en mi mente;

Mucho me habían hablado de una región excelsa que regía como suya Homero, de honda frente; pero no había podido aspirar su pureza serena hasta no oír de Chapman la voz alta y potente:

me sentí entonces como el que escruta el firmamento cuando un planeta nuevo aparece en su lente; o como cuando el Pacífico contemplaba en silencio

en Darién, desde un alto, Cortés, seguro y fuerte mientras sus hombres se miraban llenos de desconcierto y se entregaban a locas conjeturas de toda especie.

Se había roto el hielo, y «desde finales del siglo x v i casi no ha habido una generación del mundo de habla inglesa que no haya producido sus “Homeros”».5

Pero al mismo tiempo que el conocimiento de Homero se difundía a través de traducciones al inglés, y también a tra­vés del conocimiento del original griego, fue modificándose no sólo la visión del héroe principal de la litada, Aquiles, sino también la interpretación del sentido de la epopeya. Aquiles, además de la deformación a que le habían sometido las trovas medievales, había sufrido un menoscabo aún mayor desde la época de la Inglaterra augusta del siglo x v m por el ascen­diente que había adquirido otra epopeya antigua: la Eneida de Virgilio, que relataba las hazañas y la suerte del héroe ro­mano,- del pius Aeneas·, Eneas el piadoso, el virtuoso, el dili­gente, vinculado al destino imperial de su patria. En contras­

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te con este parangón de fascismo, Aquiles, que afirmaba su personalidad en la acción inicial de la litada menosprecian­do públicamente la competencia de su comandante en jefe y en realidad la propia justificación de la guerra, se considera­ba un modelo heroico sumamente indeseable.6

Así pues, mientras la poesía y la visión trágica de la lita­da se ensalzaban mucho, tendía a pasarse por alto su men­saje desafiante. Siglos atrás, los dramaturgos e historiado­res de la época clásica habían considerado con toda natu­ralidad la guerra de Troya una catástrofe. Estrabón escribió a principios del siglo i a. C., en lo que puede considerarse un resumen de la visión que tenían los antiguos de la gue­rra de Troya:

Porque sucedió que, a causa de la duración de la campaña, los griegos de la época, y también los bárbaros, perdieron al mismo tiempo lo que tenían en su patria y lo que habían adquirido en la guerra y así, después de la destrucción de Troya, no sólo los vence­dores echaron mano de la piratería por su pobreza, sino aún más los vencidos que sobrevivieron a la guerra.7

Pero luego, en épocas posteriores se recurrió a las bata­llas heroicas de la Ilíada y a las grandes palabras de los hé­roes para adoctrinar a los jóvenes varones de la nación sobre la conveniencia de morir por la patria. El peligroso ejemplo del desafío despectivo de Aquiles a su inepto comandante en jefe se desactivó mediante la manida agudeza de que el bri­llante Aquiles estaba «enfurruñado en su tienda».

La erudición homérica se remonta a la aurora de la erudi­ción literaria, a la obra de Teógenes de Regio, escrita hacia el 525 a. C., y en la mayoría de las universidades de Occidente —y en algunas no occidentales— continúa hasta hoy. Ha ha­bido miles de libros, artículos y conferencias sobre esa epo­peya, un número incalculable, y una masa de erudición tam-

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bíén incalculable ha examinado y analizado la Ilíada desde casi cualquier ángulo de enfoque concebible.

Este libro no trata de muchas de las cosas que han ocupa­do a esa erudición, aunque toque inevitablemente los mis­mos temas. No es un examen de la transmisión del texto ho­mérico ni de lo que Homero ha significado para cada perío­do del pasado. No es un análisis del trasfondo lingüístico de la épica, y no trata de la tradición oral que subyace al poe­ma; tampoco de las expresiones formularias ni de si «Home­ro» debería aludir a un individuo o a una tradición. No trata de la Grecia de la Edad del Bronce ni de la historicidad de la guerra de Troya. Este libro trata de lo que trata la litada·, tra­ta de lo que la Ilíada dice de la guerra.

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N O T A DE LA E D I C I Ó N O R I G I N A L

La traducción inglesa utilizada a lo largo de este libro, con una ex­cepción, es la de Richmond Lattimore, cuya Ilíada, que marcó un hito, publicó en 19 51 la University of Chicago Press. La traducción de Lattimore fue la que me introdujo en la Ilíada a los catorce años y me indujo a aprender griego, y mi estimación de su dicción clara pero con un tono y una gravitas épica no han hecho más que au­mentar a lo largo de los años. Agradezco mucho a la University of Chicago Press que me haya permitido incluir las citas de esa obra.

El noveno capítulo de este libro, «La muerte de Héctor», es tra­ducción de la propia autora del Canto XXII de la Ilíada. No he hecho la traducción por considerar que se podía mejorar la obra de Lattimore, sino porque ese libro es demasiado perfecto para frag­mentarlo en citas y comentarios, y me parecía una impertinencia copiar un capítulo entero de la obra de otro autor.

NOTA DEL TRADUCTOR DE LA ED IC IÓ N ESPAÑ O LA

El traductor se ha atendido en general al texto inglés de Lattimore y de la autora en su versión de las citas de la Ilíada, pero ha re­currido también a las traducciones al castellano de Emilio Cres­po Güemes (Madrid, Editorial Gredos, 1991) y de Óscar Martínez García (Madrid, Alianza Editorial, 2010), y también de las Obras Completas de Homero de Luis Segalá y Estalella (Barcelona, Mon­taner y Simón Editores, s. a.).

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E s la epopeya de las epopeyas, la más celebrada y perdura­ble de todas las historias de guerra. Digamos, en un escueto resumen, que la antigua leyenda de la guerra de Troya cuenta los diez años de asedio de la ciudad asiática de Troya (o Ilion) por una coalición de fuerzas griegas con el objetivo de resca­tar a Helena, aristócrata griega famosa por su belleza, ala que un príncipe troyano, Paris, se había llevado a Troya. La gue­rra la ganaron los griegos (o aqueos, como se los conocía), que consiguieron finalmente acceder a la ciudad fortificada ocultando a sus mejores hombres en el vientre de un gigan­tesco caballo de madera que supuestamente era una ofrenda al dios Poseidón. Después de que los engañados troyanos in­trodujeran el caballo dentro de sus murallas, los aqueos ocul­tos en él salieron de noche y saquearon la ciudad, la incen­diaron y mataron o esclavizaron a los troyanos.

Esta historia de guerra, tan celebrada y estimada, conme­mora en realidad una guerra que no modificó ninguna fron­tera, no ganó ningún territorio y no sirvió a ninguna causa. Se fecha con cautela hacia el 1250 a. C. La inmortalizó la lita­da, un poema épico atribuido a Homero y compuesto unos cinco siglos más tarde, en torno a 750-700 a. C. La litada de Homero es la única razón de que se recuerde hoy aque­lla guerra inútil.

Generaciones de aedos o rapsodas habían transmitido la leyenda de la guerra a lo largo de siglos a través del peligro­so abismo que separa la Edad del Bronce de la época de Ho­mero. Muchos délos episodios que evocaban estos aedos ol­vidados en sus poemas, hoy perdidos, fueron ignorados o rechazados por la litada. La epopeya de Homero no cuenta acontecimientos aparentemente tan esenciales como el rap-

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to de Helena, por ejemplo, ni cómo se reunió y zarpó la flota griega, las primeras hostilidades de la guerra, el caballo de Troya o el saqueo y el incendio de la ciudad.

En vez de eso, la Ilíada de Homero describe en sus 15693 versos los acontecimientos de un período de unas dos sema­nas del décimo y último año de una guerra que se había con­vertido en un asedio sin salida. De manera que los aconte­cimientos dramáticos que definen el poema son la denuncia pública que hace el gran guerrero aqueo Aquiles de su co­mandante en jefe como un cobarde mercenario sin princi­pios; la retirada de Aquiles de la guerra; y su proclamación de que ninguna guerra ni galardón que otorgue podría valer tanto como su propia vida. La Ilíada de Homero no conclu­ye con un triunfo marcial, sino con la aceptación desgarra­dora por parte de Aquiles de que perderá en realidad la vida en una guerra totalmente inútil.

En la época de Homero, resultaban visibles para cualquier viajero las ruinas de lo que habían sido en tiempos las sólidas murallas de Troya, que dominaban el Helesponto, que era como se llamaba entonces el estrecho de los Dardanelos; la descripción detallada que en la Ilíada se da déla Tróade, la re­gión que rodeaba Troya, parece indicar que el poeta conocía personalmente el territorio. Así pues, la guerra era real, no mí­tica, para Homero y su público. Los principados griegos im­portantes que según el poema participan en la guerra también existieron. Sus ruinas eran visibles para cualquier viajero.

El conocimiento de Troya y de la época de Troya ha ido revelándolo la arqueología. Pero la guerra de Troya en con­creto, la terrible conflagración que desarraigó naciones en­teras, sigue siendo misteriosa. Independientemente de cual­quier hecho que pueda salir a la luz, la descripción inequívo­ca que hace el poema de lo que aquella guerra significó real­mente permanece inalterable. Homero, profundizando en su

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ya antigua historia, había captado una verdad feroz y perdu­rable. Contada por él, la vieja historia de aquel conflicto bé­lico concreto de la Edad del Bronce se convirtió en una am­plia y sublime evocación de la devastación que supone cual­quier guerra de cualquier época.

El «divino Homero», según los antiguos griegos, era un poe­ta profesional de Jonia, una región de asentamientos griegos de la costa oeste de Anatolia (la actual Turquía) e islas ad­yacentes. Aparte de esta plausible tradición, su identidad se pierde en el pasado mítico; de acuerdo con un testimonio, por ejemplo, su padre fue el río Meles y su madre una ninfa.1

Los propios orígenes de la litada son también oscuros. Ciertos rasgos poéticos (como un complejo sistema de frases métricamente útiles y un uso notorio de la repetición de pa­sajes y palabras) indican que hay una larga tradición de na­rrativa oral tras ella. Las alusiones que hace a nombres geo­gráficos de lugar y a tipos de armamento y a otros utensilios que se pueden correlacionar con hallazgos de la arqueología moderna—unido a testimonios lingüísticos— indican que al­gunos de sus elementos se remontan a la Edad del Bronce. Esas reliquias históricas estaban fundidas con temas, lengua­je y personajes tomados de otras tradiciones, siendo fuen­tes particularmente ricas el folclore, la poesía y la mitología de Oriente Medio y de Oriente Próximo. Algunos elemen­tos son incluso de origen pregriego. El nombre de Helena, por ejemplo, se puede remontar al indoeuropeo *Sweléná, déla raíz *swel, ‘sol’ , ‘resplandor solar’, ‘ardor’, ‘brasa’. Su prototipo era una Hija del Sol, siendo el rapto de la Donce­lla del Sol motivo recurrente de un viejo mito indoeuropeo.2

Ciertos rasgos de la litada nos permiten vislumbrar si no la historia real, sí al menos el carácter de la tradición épica de la Edad del Bronce. El héroe Áyax, por ejemplo, con su des­comunal escudo distintivo y su enorme estatura, pertenece

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a la Edad del Bronce, lo mismo que la fácil comunión entre dioses y hombres, los símiles que comparan a hombres con leones y los hérpes que tienen la misma talla que los dioses. Sobre todo, podemos inferir que la tradición anterior canta­ba la batalla y la muerte en el combate.3

La trayectoria de la epopeya se puede rastrear en la histo­ria de los pueblos extintos: los griegos de la Edad del Bron­ce—conocidos por Homero como «aqueos» y por los his­toriadores modernos como micénicos, por su asentamiento principal—y los troyanos, un pueblo de la Anatolia occiden­tal relacionado con los hititas.

Los micénicos llegaron al poder en la Grecia continen­tal en el siglo v il a. C., y aunque la gran península meridio­nal denominada el Peloponeso era la principal región de sus fortalezas, eran marineros, piratas y guerreros además de co­merciantes, y a mediados del siglo x v a. C. habían alcanzado la supremacía política y cultural en todo el Egeo. Piezas de oro y otros objetos valiosos desenterrados de sus tumbas re­velan que eran un pueblo rico. Parte de esa riqueza procedía del comercio legítimo, pero alusiones fragmentarias a piratas micénicos en los registros de los hititas contemporáneos in­dican que había bandas de individuos, y puede que ejércitos organizados, que recorrían la costa de Anatolia con propó­sitos de saqueo: es posible que la acción dramática de la épi­ca anterior se basase en esas actividades de piratería.4 Desde luego, los temas decididamente militaristas del arte micéni­co, con sus reproducciones de asedios, guerreros en marcha y flotas que se hacen a la mar, parecen indicar claramente que los micénicos eran un pueblo belicoso.5

Su riqueza y su poder alcanzaron el punto culminante a fi­nales del siglo X I V y a lo largo del siglo x m a. C., un perío­do conocido como «palacial» debido a los grandes comple­jos palatinos que se construyeron entonces. Asentados a me­

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nudo en alturas estratégicas y rodeados de grandes y sólidas murallas de fortificación, los palacios funcionaron no sólo como fortalezas defensivas, sino también como cuarteles ge­nerales de una burocracia feudal refinada. Archivos de do­cumentos hallados en algunos de los emplazamientos, escri­tos sobre tablillas de barro cocido en una temprana forma de griego utilizando una escritura de ideogramas silábicos de­nominada «lineal b » , contienen listas aparentemente inter­minables (de tributos, tasas, mercancías, almacenes y equi­pamiento militar), indicio al mismo tiempo de la riqueza, la organización, el carácter militar y el crudo materialismo del orden imperante.6 Entre esos montones de tablillas de la es­critura lineal b no se ha hallado ninguno de los documentos diplomáticos característicos de otras sociedades de la Edad del Bronce de Oriente Medio o Próximo; ni tratados o car­tas entre embajadas o soberanos, ninguna reseña histórica de escaramuzas o batallas; ni poemas, ni oraciones, ni epopeyas fragmentarias..., nada más que las cuidadosas y codiciosas listas de posesiones:

Kokalos pagó la siguiente cantidad de aceite de oliva a Eumedes: 648 litros de aceite.

Un escabel con un hombre y un caballo y un pulpo y un grifo taraceados en marfil.

Un escabel taraceado con cabezas de leones y surcos de marfil.Un par de ruedas, con llantas de bronce, no aptas para el uso.Veintiuna mujeres de Cnidos con sus doce niñas y diez niños

cautivos.Mujeres de Mileto.

Y también:

To-ro-ja: mujeres de Troya.7

Cómo mujeres de Troya acabaron en el inventario de un palacio micénico es algo que no podemos saber por una es­cueta anotación, pero la explicación más plausible es que,

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como las mujeres de Cnidos y Mileto (y Lemnos, Quíos y otros asentamientos nombrados de Anatolia o de las islas del Egeo), eran, en el lenguaje de las tablillas, «mujeres tomadas como botín», o cautivas, destinadas a servir como «tejedo­ras», trabajadoras textiles, «aguadoras del baño» y proba­blemente en los lechos de sus amos.8 Una carta escrita hacia el 1250 a. C., el período calculado de la guerra, por el rey hi­tita Hattusili I I I a un rey micénico anónimo, sobre el trans­porte y reasentamiento de unos siete mil anatolios en el terri­torio de los micénicos (tras haberlos capturado y persuadi­do), indica la escala de la intromisión de estos últimos.9 Unos cuantos documentos hititas y la anotación de la escritura li­neal B , junto con una abundante alfarería micénica descu­bierta en la propia Troya, son prueba de que en el curso de sus viajes (de comercio, piratería o colonización a lo largo de la costa anatolia) se había establecido un contacto signifi­cativo entre la gente de Micenas y los habitantes de Troya.10

La propia Troya, situada en la entrada del Helesponto (los actuales Dardanelos), tenía una historia más antigua que la de cualquiera de los palacios micénicos. El primer asenta­miento troyano, muy pequeño, había sido construido hacia el 2900 a. C., encaramado en una colina baja sobre una lla­nura cenagosa y quizá palúdica que estaba delimitada por dos ríos, el Simoente y el Escamandro.11 Siete importantes niveles de asentamientos fueron superponiéndose allí en­tre la fecha de fundación y su abandono casi dos mil años más tarde, en el 1050 a. C.12 De esos siete niveles, el deno­minado Troya VI (fechado del 1700 al 1250 a. C.) abarcó el período de dominación micénica de Grecia. Construida en ocho fases diferenciadas, sobre las cenizas de sus predece- soras, Troya VI se edificó con una pericia y un estilo cierta­mente novedosos, lo que sugiere que se había instalado en el antiguo emplazamiento gente nueva; se sabe que los luvi- tas, un pueblo indoeuropeo emparentado con los podero­sos hititas, se asentaron durante ese período en el noroes­

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te de Anatolia y son los más probables candidatos para esos nuevos troyanos.13

En la colina se reconstruyó y restauró la ciudadela pala­cial, con vistosas murallas defensivas en suave declive cons­truidas con bloques de piedra caliza de cuidadoso acabado. Esas murallas de piedra, de unos cinco metros de altura, esta­ban coronadas por una superestructura de adobe, de manera que se elevaban desde la base de piedra hasta la cima de ado­be unos diez metros de altura; había torres estratégicas que reforzaban las defensas, y rampas de piedra que conducían a portones de entrada y salida de la ciudad. Estos detalles per­durarían en la tradición épica, pues la Ilíada habla de los am­plios accesos y portones de Troya, de sus torres y de sus fuer­tes murallas. Debajo de la ciudadela, una ciudad más baja al­bergaba una población de aproximadamente seis mil almas.14

Así pues, en la época de apogeo del poder de Micenas, en los siglos X I V y X I I I a. C., Troya era un asentamiento consi­derable, dominado por una ciudadela palacial y estratégica­mente situado en la entrada de los Dardanelos, que contro­laban a su vez el acceso al mar de Mármara y, más allá, al mar Negro.15 Su influencia se extendía no sólo por toda la Tróa­de, sino que llegaba hasta islas tan alejadas como Lesbos, en el Egeo oriental, donde los restos arqueológicos, prin­cipalmente de cerámica (pero también la presencia de plo­mo en objetos de cobre), evidencian que desde al menos el 3000 a.C. esos isleños habían compartido cultura material con los troyanos.16

Sin embargo, a pesar de todo esto, Troya no fue nunca más que un poder local. El gran reino hitita que regía Asia Menor desde su capital, Hattusa (la actual Bogazkóy, en la Turquía central), era el que controlaba la situación, y documentos de barro de los abundantes archivos hititas muestran que Tro­ya era sólo uno de sus Estados vasallos.'7 Los archivos hiti­tas, investigados en busca de pruebas de la Troya «real» y de la guerra de Troya desde que fueron descifrados por prime-

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ra vez, han aportado claves seductoras, que descubrimien­tos de años recientes han hecho aún más sustanciales. Una alusión a la «Ahhiyawa», regida por un gran rey al otro lado del mar, por ejemplo, suele considerarse generalmente ahora que alude a los aqueos, el nombre utilizado más comúnmente en la litada para los micénicos.18 Asimismo, se ha confirmado que el hitita «Wilusa» es el homérico Ilios; o, más apropia­damente, con la restauración de su antigua letra original que sonaba como w, la digamma: «Wilios».’9 Resulta particular­mente intrigante la alusión que se hace en una carta de ha­cía el 1250 a. C. del rey hitita Hattusili I I I a un rey de Ahhi­yawa al que no se nombra: «En cuanto a ese asunto de Wilusa por el que estuvimos enemistados...».20 Así que esto prueba que, al menos en una ocasión, un rey micénico se había visto involucrado en hostilidades a causa de Ilios.

Aún no se han encontrado documentos en ninguno de los niveles de Troya; un único sello de piedra desenterrado en Troya VI, grabado en lengua luvita, sigue siendo la única evi­dencia escrita.21 Sólo podemos hacer conjeturas sobre cómo sobrevivió Troya, cómo amasó riquezas suficientes para po­der construir sus impresionantes murallas. El gran número de piezas de husos desenterradas por los excavadores se ha interpretado como prueba de la prolongada existencia de una industria textil, mientras que los huesos de caballo ha­llados en Troya V I pueden testimoniar la cría de éstos: en la litada, la Troya de Homero es «famosa por sus caballos».22 Particularmente sugerente, sin embargo, es el pequeño ce­menterio de finales de la Edad del Bronce descubierto cerca del puerto occidental de Troya, en el que aproximadamente un cuarto de las cremaciones y enterramientos diversos con­tenían objetos micénicos; segregado de Troya, parece haber sido una zona de enterramiento destinada a marineros o a mercaderes extranjeros.23 Al mismo tiempo, son muy escasas las pruebas de contacto micénico más allá del Helesponto y del Bosforo, lo cual indica que la mayor parte del comercio

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no se aventuraba más allá, sino que se detenía en Troya. No podemos saber, sin embargo, si esto se debía a que los tro­yanos controlaban activamente el estrecho y exigían el pago de un arancel, como se haría en épocas posteriores, o sim­plemente a la dificultad de navegar en los barcos sin quilla de la Edad del Bronce contra una corriente y un viento fir­mes y constantes.24

En la mitología y la épica griegas, la guerra entre griegos y troyanos tuvo como causa directa el hecho de que Paris, un hijo del rey Príamo de Troya, visitó al rey griego Menelao de Esparta y raptó, o sedujo (había diferencia de opiniones ya en la Antigüedad), a la esposa del rey, Helena, llevándose ade­más muchas riquezas. No hay motivo alguno por el que esta tradición no pudiese reflejar alguna verdad histórica. Dado que las listas de inventarios de la escritura lineal B indican claramente que se capturaban mujeres en incursiones micé- nicas a lo largo de la costa anatolia, es posible también que se hiciesen incursiones en la otra dirección. La unión en el mito de la Helena griega con el Paris asiático podría reflejar asimismo el recuerdo impreciso de un matrimonio política­mente acordado (tal vez indeseado) entre un príncipe hitita y su novia griega.15 Por otra parte, la causa de la «guerra de Troya» puede haber sido simplemente una búsqueda fría y calculada de botín, con una serie de incursiones romántica­mente fundidas en la única gran guerra de la Edad del Bron­ce. Los primeros relatos épicos y mitológicos aluden, signi­ficativamente, a los saqueos de Troya por los griegos a lo lar­go de dos generaciones sucesivas, además de— cosa intrigan­te—una campaña fallida en la región acaudillada por Agame­nón, el rey de Micenas. 26

La última de las fases de Troya V I (Troya VIh) terminó en el 1 25o a. C ., debido a lo que parece ser una combinación de desastre natural y fuego enemigo. La población, muy men­

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guada tanto en número como en condición, permaneció en el lugar, atestando la ciudadela en tiempos palacial con lo que parecería haber sido una acumulación de pequeños edi­ficios de viviendas: o bien la élite rectora estaba acomodan­do sorprendentemente a aquellos nuevos habitantes, o bien sus miembros habían huido, dejando su palacio a gente más humilde.

Si Troya VIh cayó en manos de los invasores micénicos, éstos no dispusieron de mucho tiempo para saborear su vic­toria. A pesar de la solidez de sus propias grandes ciudade- las y de la vigilancia que proporcionaban sus atalayas, y pese a sus previsoras reservas de pertrechos y mercancías, los mi­cénicos no podrían hacer frente al desastre cataclísmico que acabó con su civilización, espectacular y bruscamente, ha­cia el 1200 a. C., más o menos una generación después de la caída de Troya. Se han propuesto diversas razones para ex­plicar ese colapso: desastre natural, agitación interna, per­turbación del comercio, agresores extranjeros. La opinión de los escritores de la Antigüedad de fechas posteriores era que la propia guerra de Troya había dejado al mundo grie­go vulnerable a ese desastre. Esa opinión se refleja también en la Odisea, la segunda epopeya posterior atribuida tam­bién a Homero: cuando el héroe Odiseo regresa después de la guerra a su tierra natal, descubre que su patrimonio ha sido saqueado por usurpadores durante su ausencia: «El ejército tardó mucho en regresar de Troya, y este hecho por sí solo provocó muchos cambios. Había luchas de facciones en casi todas las ciudades, y los que se vieron empujados al destierro fundaron ciudades nuevas», escribió Tucídides en el siglo v a. C.27

Hubo también, como en Troya, algunas poblaciones micé- nicas locales que intentaron reconstruir los emplazamientos devastados, regresando a los escombros de lo que habían

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sido sus hogares en busca de lo que quedase de los almace­nes y santuarios y de las murallas dañadas de las ciudadelas; pero lo mismo que en el caso de los desastres modernos, los que contaban con medios para mudarse a otro lugar lo hicie­ron. Aunque los micénicos compartiesen la misma cultura, la misma religión y el mismo idioma en toda Grecia, se dife­renciaban entre ellos por características regionales y, al hun­dirse su mundo, eligieron rutas de escape diferentes. Los que habían vivido en Beocia, en la Grecia central, y en la agreste Tesalia, en el extremo norte del mundo micénico, se despla­zaron hacia el este, hacia la isla de Lesbos, tal vez incorporán­dose a pequeños asentamientos de parientes que se habían establecido allí previamente, antes o durante la época de la guerra de Troya. Significativamente, a lo largo delaI/zW¿zhay esparcidas alusiones de pasada a incursiones de saqueo en la Tróade y en las islas del este del Egeo: «He destruido desde mis naves doce ciudades | de hombres, y once más por tierra a lo largo de la pródiga Tróade», dice el héroe griego Aqui­les, en un pasaje en que recuerda sin duda sus conquistas de poblaciones de la región.28 Excavaciones efectuadas en Les­bos muestran que la cultura indígena era una prolongación de la de la Tróade: por casualidad o por una ironía del desti­no, pues, los micénicos se habían asentado entre unas gentes culturalmente afines a los troyanos.29 Griegos posteriores, basándose en datos fragmentarios de su historia postmicé- nica, llamaron a estos colonos «eolios», de Eolo, un hijo de Helén, héroe epónimo de los helenos, o griegos, un término que es utilizado hoy por los historiadores.

Los inmigrantes micénicos habían dejado atrás su tierra, sus ciudades y las tumbas de sus antepasados. Habían lleva­do con ellos sin dtida como refugiados todo lo que eran ca­paces de transportar de sus vidas anteriores (oro y artículos valiosos, si era factible transportarlos, las ropas que vestían, utensilios domésticos), o así cabe suponer, porque eso ha­cen todos los refugiados, hasta la época actual. Pero había

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muchas cosas que no podían preservar, y posesiones valiosas que se evaporaron al desintegrarse su civilización: la escri­tura, por ejemplo, se esfumó y no habría de reaparecer hasta casi quinientos años después.

De todas las cosas que se llevaron los refugiados de su mundo destruido, las más significativas eran también las me­nos tangibles: los dioses que adoraban, el idioma que habla­ban, las historias que contaban. Allí, en la región de Lesbos, los recuerdos del mundo micénico perdido se transmitieron a las generaciones siguientes en narraciones y poemas: his­torias de grandes ciudades, ricas en oro; evocaciones, a me­nudo confusas, de batallas y de tipos de armaduras. Sus poe­mas cantaban las hazañas de guerreros que combatían como leones y se comunicaban con los dioses, de héroes favoritos, como el gran Embaucador, cuyas astutas artimañas siempre conseguían engañar a sus enemigos, y un obstinado gigante que luchaba tras un escudo que le cubría como una mura­lla (héroes que el mundo conocería más tarde como «Odi­seo» y «Áyax»).30

Junto con estos elementos comunes, los refugiados se lle­varon también tradiciones que eran específicas de Tesalia. En determinado momento, irrumpió en la narrativa en evo­lución sobre los guerreros y la guerra un personaje nuevo y electrizante, un héroe semidivino indeleblemente asociado con la lejana y agreste Tesalia, que se llamaba «Aquiles». La vieja tradición marcial adoptó también un conflicto especí­fico, que se estructuró en torno al asedio de una ciudad real cuyas ruinas estaban entonces a un solo día de navegación, en el Helesponto, en la Anatolia occidental: Tamisa en el idioma de los hititas, Trota en griego, es decir, Troya.31

Es de suponer que los aliados troyanos entre los que ha­bían pasado a asentarse los micénicos poseyesen historias propias sobre la ciudad, sobre sus habitantes, su desdicha y su destrucción; frases y palabras anatolias esparcidas por la litada son prueba de contacto entre los colonizadores y los

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habitantes locales.31 Con las ruinas de sus propias ciudades dejadas atrás y las ruinas de otra a un día de navegación, los poetas eolios familiarizados con la vieja narrativa épica po­drían haber llegado a ver, desde su nuevo punto ventajoso de observación, que la vieja historia de la destrucción de Troya estaba inextricablemente ligada a su propia historia.

La poesía épica, en evolución aún, tardaría siglos en alcan­zar su plenitud, y todavía tendría que superar más etapas crí­ticas. Es posible que a finales del siglo x a. C., o principios del IX, poetas que se expresaban en griego jónico absorbie­sen la epopeya eolia.33 Los jonios, refinados e innovadores, reforzaron esa vieja poesía épica eolia con tradiciones para­lelas y la hicieron propia. La Ilíada que tenemos hoy, pese a su veta discernible de eolismos bien incorporados, está com­puesta en griego jónico, y la tradición antigua sostenía que Homero era un poeta de Jonia.34

Tal fue, pues, la mezcla de elementos que los poetas épi­cos fueron transmitiendo a lo largo de los cinco siglos que si­guieron al hundimiento de la civilización micénica, ese perío­do de la historia de Grecia que unos han denominado «Edad Oscura» y otros «Edad del Hierro»: la época en que vivió Homero. Durante este período poco conocido disminuyó la población, y también la cultura material. Pero a pesar de toda su pobreza relativa, parece que vida y sociedad no sólo se mantuvieron en pie sino que acabaron prosperando, por­que cuando la «Edad Oscura» concluyó, apareció un paisaje humano nuevo y vibrante. Las ciudades-Estado habían sus­tituido a los asentamientos palaciales de tipo feudal de los tiempos micénicos, las expediciones al extranjero habían te­nido como consecuencia la colonización de nuevos territo­rios a través de asentamientos griegos, se había restablecido la escritura utilizando un alfabeto adaptado del fenicio... y se había compuesto la Ilíada de Homero.

Es muy poco lo que se sabe sobre cómo la Ilíada recibió su forma final. ¿Fue dictada? ¿Fue escrita? ¿Quién la interpre­

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taba? La recitación del poema completo tenía que durar días, un entretenimiento adecuado quizá para esporádicas festivi­dades, aunque parece más probable que la epopeya se inter­pretase en episodios. La Odisea nos proporciona retratos de dos cantores profesionales, pertenecientes ambos a las cor­tes de familias nobles, que interpretaban «piezas»35 breves; uno de estos cantores, Demódoco, es ciego, hecho que ins­piró la tradición de que el propio Homero era un aedo cie­go.36 Las reuniones pequeñas, aristocráticas y predominan­temente masculinas (pero en modo alguno de modo exclusi­vo) para las que recitaban los poetas de la Odisea son mode­los plausibles de los auditorios de la Ilíada?7

Cuando se inicia la Ilíada, los ejércitos aqueo y troyano están atrapados en un callejón sin salida tras una década de hosti­lidades. La inmensa flota de navios que han llegado de todas partes del mundo griego está varada en la arena frente a la ciudad fortificada de Troya, con cuerdas y cascos de madera pudriéndose por la falta de uso; y, como el poema deja muy claro, las tropas anhelan desesperadamente volver a casa.

En el primero de sus 15693 versos la Ilíada explica el en­frentamiento del héroe Aquiles con su inepto comandante en jefe, Agamenón, rey de la rica Micenas. Tras ese enfrenta­miento, Aquiles abandona furioso junto con sus hombres la causa común y amenaza con regresar a su hogar de Tesalia. Estos acontecimientos ocurren en el Canto I (por temprana convención, o puede que por decisión del propio Homero, la Ilíada está dividida en veinticuatro cantos o «libros»),38 y Aquiles permanece retirado hasta el X V III; la mayor parte de la acción de la epopeya se desarrolla, pues, con su héroe principal ausente. Cuando el héroe troyano Héctor mata a Patroclo, el compañero más íntimo de Aquiles, éste vuelve al combate con el único propósito de vengarle, y lo hace en un memorable enfrentamiento que acaba con la muerte de

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Héctor. Después de que Aquiles entierra a Patroclo con to­dos los honores, el padre de Héctor, Príamo, rey de Troya, acude de noche al campamento griego para pedir el cadáver de su hijo muerto. Aquiles cede y se lo entrega, y es enterra­do por los troyanos. El poema termina con el funeral de Héc­tor. Esta epopeya ha sido llamada, desde tiempos antiguos, la lliada (la primera mención de su título la hace Heródoto),39 «el poema de Ilios», siendo Ilios e Ilion los nombres alterna­tivos de Troya. Curiosamente, no hay ningún relato, ni en la épica ni en la mitología griegas, de la caída de ninguna de las ciudades griegas; todo el patetismo emotivo se hallaba de­positado en la pérdida del asentamiento asiático de Troya.

Aunque el poema de Homero contaba los acontecimien­tos de un período muy breve de diez años de guerra, la leyen­da completa contenía toda una red dispersa de subtramas y un amplio elenco de personajes tanto principales como se­cundarios. La historia completa de la guerra la explicaban otras seis epopeyas, conocidas colectivamente como los poe­mas de la guerra de Troya o Ciclo Epico. Compuestos en fe­chas diversas, y considerablemente posteriores todos ellos a la litada, hacían uso también como ella de muchas tradicio­nes comunes más antiguas. La propia litada muestra una cla­ra conciencia de estas otras narraciones, tal vez rivales, ha­ciendo alusión a acontecimientos y personajes distintivos de ellas. Los lugares donde lo hace merecen siempre estudio de­tenido, pues pueden revelar elementos tradicionales que la litada adaptó o rechazó: puntos de encuentro, en otras pa­labras, donde nuestra litada efectuó elecciones transforma­doras deliberadas. Las epopeyas del ciclo hace mucho que se perdieron, sólo sobreviven toscos esbozos de ellas y unos cuantos versos dispersos, siendo la fuente primaria un com­pendio de «conocimientos literarios útiles» supuestamente escrito por un filósofo llamado Proclo en el siglo V d. C. Por estos resúmenes sabemos que la epopeya la Cipríada expli­caba, por ejemplo, los orígenes del conflicto bélico, mientras

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que la Etiópida narraba la muerte y el funeral de Aquiles, el héroe más grande de la guerra. Otras epopeyas glosaban la toma de Troya por los griegos, su destrucción y el regreso de los vencedores a sus hogares.40

Dada la amplia gama de temas disponibles, resulta sor­prendente la selección que se hace en la Ilíada del pequeñí­simo fragmento del último período importante de esa gue­rra que todo lo abarca (una disputa entre un guerrero y su comandante en jefe durante el callejón sin salida del asedio). Es indudable que tras esa elección subyace un poema épi­co mucho más antiguo construido sobre el tema familiar de la cólera, la venganza y el regreso de un guerrero desairado. La estructura elegida por la Ilíada, tal cual es, centra la aten­ción necesariamente en Aquiles. Y al hacerlo antepone a la formación de las flotas o a la caída de ciudades la tragedia del mejor guerrero de Troya, que, como el poema deja me­ridianamente claro, morirá en una guerra que para él care­ce de sentido.41

Dentro de la Ilíada hay muchas pruebas que indican que Aquiles era originariamente un héroe popular con dotes y rasgos mágicos que lo hacían invulnerable, y que se lo incor­poró a la épica en una fecha relativamente tardía. En la Ilia­da ostenta los rasgos indelebles de sus orígenes populares previos pero ha sido despojado de todos los poderes mági­camente protectores. El Aquiles de Homero, hijo de la dio­sa Tetis y del héroe Peleo, es completamente mortal, y de he­cho uno de los firmes polos en torno al cual gira la epopeya es justamente su mortalidad.

Aquiles es el vehículo de la grandeza de la Ilíada. Son sus discursos los que precipitan los acontecimientos decisivos, sus interrogatorios contundentes los que dan al poema su po­deroso significado: «Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos, | a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada [...]; vinimos, oh, gran desver­gonzado, por tu causa, por hacerte un favor», dice furioso a

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su comandante en jefe, Agamenón, en el ardor de la disputa que pone en marcha la epopeya.

Néstor, el anciano consejero de los aqueos, intentando contenerle, dice: «Hijo de Peleo, no te atrevas a comparar­te con el rey, | pues nunca es igual que las demás la porción de honor | de aquel que empuña el cetro, al que Zeus otor­ga majestad».

Aquiles, sin hacer caso al viejo Néstor y hablando direc­tamente a Agamenón, responde: «Pusilánime, en verdad, y cobarde se me podría llamar si accediese a cumplir todas las órdenes que tú quieras darme. | Puedes mandar a otros que hagan esas cosas, pero no me des más órdenes a mí, | pues no tengo ninguna intención de obedecerte».42

Así pues, la Ilíada, bebiendo de su larga tradición, utilizó héroes y acontecimientos de la épica convencional para de­safiar la visión heroica de la guerra. ¿Está justificado alguna vez el combatiente para desafiar a su comandante? ¿Debe sa­crificar su vida por la causa de otro? ¿Cómo se puede permi­tir que se inicie una guerra catastrófica... y por qué no se le puede poner fin si todas las partes lo desean? ¿Traiciona un hombre a su familia cuando da su vida por la patria? ¿Ven los dioses con buenos ojos la carnicería que la guerra causa? ¿Queda compensada la muerte de un guerrero por la glo­ria que alcance? Estas son las cuestiones que se plantean en la Ilíada. Éstas son también las que plantea la guerra actual.Y tanto en la vida como en la épica nadie las ha contestado mejor que Homero.

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Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles, el hijo de Peleo, que tanta devastación y tantas aflicciones causó a los aqueos, precipitando al Hades las almas fuertes de multitud de ellos, y convirtiendo sus cuerpos en festín delicado de perros y de aves, cumpliéndose así la voluntad de Zeus desde que por primera vez se enfrentaron el hijo de Atreo, señor de hombres, y el fulgurante

Aquiles.Ilíada, i, 1-7

E n el décimo año de la guerra de Troya, los dos ejércitos, el aqueo y el troyano, están atrapados en lo que se ha conver­tido en un prolongado punto muerto. Los aqueos, en lugar de saquear la propia Troya, se han dedicado a saquear otras ciudades y poblaciones de la región, tanto en incursiones a pie como desde el mar, a la vieja manera micénica.

Sucede entonces que llega la víctima de una reciente incur­sión para suplicar a los saqueadores. Crises es un sacerdote del dios Apolo, y entre el botín de guerra que los aqueos se llevaron figuraba su hija, Criseida. El viejo sacerdote ha via­jado, con gran valor, hasta el campamento aqueo, exhibien­do el áureo cetro de su sacerdocio y «portando rescates sin cuento» para suplicar a los aqueos, y en especial «a los dos hijos de Atreo, caudillos de huestes», Menelao y Agamenón, que acepten un rescate.

Crises resulta en su breve aparición un personaje entra­ñable, algo que evidencia la reacción del ejército aqueo, que apoya su petición a gritos. Acceder a esa humilde y respe­tuosa petición del sacerdote aportará innumerables bienes como rescate, el apoyo de los aqueos y la buena voluntad, sin duda, de Apolo, el dios al que sirve Crises. Hay, sin embargo,

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en la extensa Tróade un individuo para el que este acto fran­co de compasión y también de beneficio propio resulta ina­ceptable, y ese individuo es el comandante en jefe del ejérci­to aqueo, que casualmente es también la persona a la que se ha asignado, al dividir lo obtenido en el saqueo, a la hija del sacerdote:

Pero esto no satisfizo al hijo de Atreo, Agamenón,que le expulsó de allí con amenazas de una forma ofensiva:«Que nunca vuelva a verte, anciano, cerca de las cóncavas naves, vete ya sin demora y no vuelvas a presentarte aquí, pensando que el temor que infunden tu cetro y las cintas del dios te van a

proteger.¡No pienso devolverla! Ha de caer sobre ella la vejez en mí casa de Argos, lejos de su patria, sirviendo en el telar y como compañera mía en el lecho. Así que vete ya, no provoques mi cólera si quieres regresar sano y salvo».

Así es como hace su aparición en la Ilíada Agamenón, hijo de Atreo y rey de Micenas, el más rico de todos los Estados de la coalición, de una forma que se ha considerado ofensiva a lo largo de los siglos. Aristarco, comentarista de la Antigüe­dad, escribió en el siglo il d. C. que le habría gustado borrar sus palabras debido a que era «impropio que Agamenón di­jese tales cosas», mientras que un comentarista moderno las considera «típicas de Agamenón en su aspecto más repug­nante».1 La consecuencia inmediata de ese rechazo arrogante del sacerdote por parte de Agamenón es que enfurece a Febo Apolo, el dios de la curación, el arquero que tira desde lejos, y que resulta que es también el que trae la peste: Esminteo, «cazador de ratones», es el epíteto por el que el sacerdote Crises se dirige a Apolo (de sminthos, ‘ratón’, el que trae la peste, en misio, uno de los idiomas de la Tróade).2

Apolo oye, desde la cumbre del Olimpo, la oración de su agraviado sacerdote y, enfurecido, baja desde allí, con las fle­chas resonando en el carcaj. Apunta primero a los animales

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del ejército, las mulas y los perros, y luego lanza sus flechas contra los aqueos:

Ardían sin tregua las piras funerarias por todas partes. El ejército entero,

de extremo a extremo, recibió las flechas del dios durante nueve días,

pero el décimo Aquiles convocó una asamblea en su tienda.

A partir de ésta su primera actuación, Aquiles se convierte en el héroe del ejército aqueo y en el de la epopeya. Hijo de Peleo, rey de Tesalia, y de una diosa inmortal, no es un igual en rango a Agamenón. Pero se hace cargo de la crisis con un aplomo lleno de autoridad, dando muestras de poseer la ca­pacidad de mando de la que su comandante en jefe carece.

Pide ante los reunidos que «algún adivino, algún profeta, o incluso un intérprete de sueños [...] nos diga por qué Febo Apolo está tan furioso». En respuesta, se levanta con temor Calcante, «que era el mejor augur», algo que todo buen ejér­cito lleva. Sabe que sus palabras provocarán la cólera de Aga­menón, y sólo accede a hablar después de que Aquiles le dé personalmente garantías de que no tendrá nada que temer.

La cólera de Apolo, y la peste, proclama Calcante, conti­nuarán asediándolos mientras no se devuelva a Criseida a su padre, «sin precio, sin rescate». Agamenón reacciona ante esta declaración, que equivale a un reproche público, de forma inmediata e impropia. Insulta a Calcante, pero accede agria­mente a entregar su presa..., aunque sólo si recibe otra como compensación. Es una vez más Aquiles el que toma la inicia­tiva, interviniendo para razonar con su comandante en jefe:

Hijo de Atreo, el más glorioso y más codicioso de todos los hombres,

¿cómo van a darte ahora a ti una presa los generosos aqueos?¿Es que acaso hay disponible una gran reserva de ellas?

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Todo lo que tomamos en las ciudades conquistadas estádistribuido;

no es justo pedir a la gente que devuelva lo que ya se le ha dado. Devuelve, pues, por el momento, esa muchacha al dios; ya los

aqueoste resarciremos con tres y cuatro veces su valor, si alguna vez Zeus deja que conquistemos la ciudad de Troya, de sólidas murallas.

«¿Qué pretendes? ¿Conservar tú tu presa y que yo me quede aquí sentado | sin ninguna? ¿Me ordenas acaso que devuelva a la muchacha?», responde el aterrado y ofendido Agamenón. Y, en un arrebato de ira, lanza a Aquiles la ame­naza que les perseguirá a él y a todo el ejército aqueo duran­te el resto del poema: «O los aqueos me dan generosos una nueva presa..., o si no... yo mismo tomaré la tuya, o la de Áyax, o la de Odiseo». Y así es como Agamenón provoca la cólera de Aquiles.

«Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles, el hijo de Peleo». La cólera de Aquiles es el motor que impulsa la epopeya. Pero cómo surge esa cólera— el hecho de que el causante de ella sea Agamenón en vez de cualquier otro de sus compañeros— es un hecho de singular importancia.

Los resúmenes de los poemas perdidos del Ciclo Tro­yano indican que las disputas entre héroes aliados eran un tema favorito de la epopeya antigua.3 En la perdida Cipria- da, por ejemplo, «Aquiles riñe con Agamenón por haber re­cibido con retraso la invitación» a un banquete. En la Etió- pida, «surge una disputa entre Odiseo y Áyax por las armas de Aquiles», que debían entregarse después de su muerte al mejor de los aqueos.4 Por último, la Odisea relata con cier­ta extensión una disputa entre Aquiles y Odiseo. Este últi­mo ejemplo es particularmente digno de consideración, pues canta la historia un aedo como Homero:

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Pero una vez satisfecho el deseo de comer y beber, la música impulsó al aedo a cantar los famosos hechos de esa empresa cuya fama se eleva hasta el ancho cielo, la disputa entre Odiseo y Aquiles, el hijo de Peleo, cómo con airadas palabras se enfrentaron los dos, en un banquete festivo en honor de los dioses...

Odisea, 8, 72 ss.

Dado que Aquiles aparece como protagonista en la ma­yoría de las disputas heroicas citadas, es evidente que era un personaje que atraía a éris, o la ‘disputa’: «Siempre es cara la disputa a tu corazón», le dice Agamenón en el ardor del en­frentamiento, una clara alusión a una fama más general. El público de la época de Homero, por tanto, no tenía necesa­riamente por qué haber considerado los primeros versos de la litada totalmente explicativos, dado que la «cólera» o «ira» del hijo de Peleo podría haber aludido a una cualquiera de varias narraciones épicas posibles.

La tradición épica, pues, parece haber brindado numero­sas posibilidades para activar la cólera, dramáticamente ne­cesaria, de Aquiles. El hecho de que la litada rechazase tra­diciones sobre una disputa entre Aquiles y un compañero de armas y eligiese en vez de eso enfrentarle a su comandante en jefe establece inmediatamente un área de enfrentamiento más peligrosa e interesante. La éris es en este caso más que una «disputa», y no sólo porque Aquiles sea culpable de in­subordinación. Lo que a Homero le interesa son los temas de autoridad y caudillaje por una parte y de deber y destino individual por otra, temas que el propio Aquiles sitúa rápi­damente en primer plano:

Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos, a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada.No me han robado nunca ganado ni caballos,nunca en Ftía, tierra de suelo generoso y grandes hombres,

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me destruyeron la cosecha, que hay mucha distancia entre nosotros,

pues nos separan las oscuras montañas y el resonante mar; vinimos, oh, gran desvergonzado, por tu causa, por hacerte

un favor.

Es un gran discurso desafiante, notable además por el he­cho de que se produce en el inicio mismo de la epopeya. Lo que Aquiles está desafiando es el presupuesto indiscutible del servicio militar: el combatiente individual somete su li­bertad, su destino, su propia vida a una causa en la que pue­de no tener ningún interés personal. Ese discurso tiene su equivalente en los tiempos modernos, en la famosa negativa de Muhammad Ali a combatir en Vietnam:

Yo no tengo ningún conflicto con el Vietcong. [...] El Vietcong nunca me llamó negro. [...] No estoy dispuesto a recorrer 1 6 ooo ki­lómetros para ayudar a matar, asesinar y quemar a otra gente sólo por mantener el dominio de los esclavistas blancos sobre la gente de piel oscura.

Las palabras de Alí, como las de Aquiles, son particular­mente peligrosas porque uno puede suponer que está dicien­do en voz alta lo que otros menos carismáticos habían pen­sado mucho antes.

El intercambio crítico, con toda la marea de elocuencia de Aquiles, es el siguiente:

Vinimos, oh, gran desvergonzado, por tu causa, por hacerte un favor,

por defender tu honra, ojos de perro, y la de tu hermano Menelao.

Tú ya olvidaste eso o jamás te ha importado, y amenazas con despojarme de una parte del botín que tanto esfuerzo

me costó

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ganar, que los hijos de los aqueos me asignaron.Cuando los aqueos conquistan una bien edificada ciudadela

troyananunca tengo yo un botín que se equipare al tuyo.Siempre me corresponde a mí la mayor parte del penoso

combate;pero cuando se distribuye el botín, tu parte siempre es la mayor y con cualquier cosa de escaso valor vuelvo yo a mis naves exhausto por la lucha. Es preferible regresar a Ftía, volver a casa en las cóncavas naves que seguir aquí deshonrado luchando sólo para que aumenten tus riquezas.

«Huye, pues», es la respuesta de Agamenón, e impruden­temente repite, y confirma, su amenaza anterior de despo­jar a Aquiles de su parte del botín, una cautiva llamada Bri­seida: «[...] para que aprendas de una vez hasta qué punto | soy más grande que tú, y que nadie debe osar | compararse conmigo y enfrentarse a mí».

A Aquiles el instinto le mueve a desenvainar la espada y ma­tar al rey; le detiene, con la mano ya en la empuñadura, la sú­bita intervención de la diosa Atenea, visible sólo para él, que le ofrece palabras de simpatía pero le aconseja que detenga su mano. Considérese la aparición de Atenea literal o meta­fórica (la sobria reflexión hecha por una diosa célebre por su sabiduría), Aquiles se muestra receptivo y deja la espada.

Es difícil determinar la importancia exacta de la rebelión de Aquiles, dada la vaguedad de la litada sobre la naturaleza y la base del poder de Agamenón. En otra leyenda, que rela­ta con detalle Hesíodo, poeta épico posterior a Homero, la coalición de fuerzas aqueas fue consecuencia de un voto he­cho años atrás por cada uno de los muchos pretendientes de Helena al padre de ésta: todos ellos prometieron que, inde­pendientemente de con quién se casase, todos los demás se unirían para acudir en su ayuda si alguna vez era necesario.

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Todos los héroes importantes de Troya parecen haber hecho esa promesa... salvo Aquiles, que era demasiado joven para ser un pretendiente (aunque, según Hesíodo, «ni el belico­so Menelao ni ningún otro hombre de este mundo le habría derrotado conquistando a Helena, si el rápido Aquiles la hu­biese encontrado siendo ella aún virgen»).5 La lliada no hace mención alguna de este pacto legendario. En consecuencia, Agamenón parece ser comandante en jefe no sólo porque es el soberano del reino más rico de la coalición, sino porque es hermano de Menelao, marido de Helena, por cuya causa combate la coalición. Reyes menores como Aquiles, Diome­des y Odiseo han acudido, pues, con sus tropas a Troya vo­luntariamente, no como vasallos obligados con el Gran Rey.

El peso de la autoridad de Agamenón lo expone sin la me­nor ambigüedad Néstor, rey de Pilos, el anciano asesor jefe del ejército aqueo, famoso por su longevidad: «En ese perío­do habían perecido dos generaciones de hombres mortales [...] y él era rey durante la tercera». Sus declaraciones le retratan, inconfundiblemente, como alguien aferrado a su propio pasado; sus muchos recuerdos de guerra datan, como si dijésemos, de la Primera Guerra Mundial, y estamos en Vietnam. Con el propósito de aplacar a Aquiles y al rey de Micenas, Néstor interviene en la disputa, recordando a am­bos que en sus tiempos él trató «con hombres mejores de lo que sois vosotros, y ni una sola vez me menospreciaron». Tras una narración larga y divagatoria de sus antiguas haza­ñas combatiendo y destruyendo «a los hombres bestias», los centauros, que vivían en las montañas, Néstor ofrece su con­sejo a Agamenón («gran hombre como eres»), y le aconseja que devuelva a la muchacha. A Aquiles le dedica una re­primenda:

No te atrevas, hijo de Peleo, a compararte con el rey, pues nunca es igual que las demás la porción de honor de aquel que empuña el cetro, al que Zeus otorga majestad.

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Aunque seas el más fuerte y la madre que te engendró inmortal, él es más grande porque manda sobre más de los que mandas tú.

Néstor es el portavoz del statu quo, de la creencia consa­grada por la tradición de que poder institucional equivale a autoridad indiscutible. Tanto él como Agamenón perciben el peligro con el que el propio Aquiles aún no sabe que los amenaza. Instintivamente, Aquiles se ha hecho con el con­trol de la asamblea; ha ofrecido con todo aplomo protec­ción absoluta a Calcante; con la afirmación de sentido común de que debería devolverse a Criseida está distribuyendo en realidad botín de guerra, que es prerrogativa de los reyes; y al manifestar su preocupación por los hombres que están bajo el mando de Agamenón ha asumido, de nuevo instinti­vamente, la responsabilidad de un auténtico caudillo. Si Aga­menón se sometiese al requerimiento de Aquiles y devolvie­se su presa, cedería el último vestigio de la autoridad cere­monial que ostenta.

Cuando la éris de los dos hombres pasa de mala a incon­trolable, Aquiles empuña el cetro de la asamblea, símbolo de autoridad regia, y lanza otra valoración ofensiva de su co­mandante:

Tú, odre de vino, de ojos de perro y corazón de ciervo,nunca has tenido valor para salir armado con los tuyos al combate,ni para participar en una escaramuza con los más esforzados.No lo haces porque tú en esas cosas ves la muerte.Prefieres mucho más recorrer el gran campamento de los aqueos y apoderarte del botín de cualquiera que te contradiga, rey que devoras a los tuyos, porque son pusilánimes; si no, éste sería tu último ultraje. Pero oye lo que voy a decirte, y hago un gran juramento sobre ello: por el cetro que empuño, que nunca tendrá ramas ni hojas, después de haber dejado atrás el cortado tocón en las montañas, y nunca más florecerá, porque el bronce afilado lo despojó de corteza y follaje, y ahora los aqueos lo llevan en la mano cuando administran

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la justicia de Zeus. Ésta es la gran promesa que hago ante ti: los hijos de los aqueos no tardarán en echar de menos a Aquiles.

Y tras decir esto, «arrojó al suelo el cetro» de la asamblea; este objeto reverenciado y potente no es para él más que un trozo de madera despojado de follaje.6 Su acción compendia nítidamente la crisis de mando: si los ornamentos tradiciona­les de la autoridad simplemente no se reconocen, la jefatura de la hueste está vacante: «Pusilánime en verdad y cobarde se me podría llamar | si accediese a cumplir todas las órdenes que tú quieras darme. | Di esas cosas a otros, pero a mí | ya no me des más órdenes, porque no tengo intención de obe­decerte», dice Aquiles, hacia el final de este enfrentamiento.

El altercado se interrumpe cuando Aquiles se va a sus tien­das con sus compañeros; al retirarse de la guerra, retira tam­bién de ella a sus dos mil quinientos camaradas mirmidones que navegaron hasta allí con él.7 Se envía una delegación diri­gida por Odiseo, proverbialmente conocido por su facilidad de palabra y su diplomacia, para devolver a Criseida a su pa­dre y para hacer ofrendas expiatorias y «hecatombes sin ta­cha» dedicadas a Apolo; se cree que una hecatombe era el sa­crificio de «un centenar de reses» (en griego, hekaton bous), una matanza sobrecogedora, aunque el término parece ha­berse convertido con el tiempo en una expresión común que quería decir algo así como «un número respetable».8 Mien­tras esa delegación va a hacer su tarea, Agamenón, cumplien­do su amenaza, envía a sus heraldos a la tienda de Aquiles para que le arrebaten a Briseida, botín legítimo de éste.

Los heraldos se ponen en marcha «contra su voluntad, por la playa al borde de la estéril | mar salada». Cuando lle­gan al campamento de Aquiles, que se asienta firme al final de la larga hilera de navios alineados en la playa, y es por ello la posición más expuesta, «se quedan los dos aterrados y te­merosos de él, esperando | en silencio, sin atreverse a pro­nunciar palabra». Pero Aquiles los recibe amablemente y

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los heraldos vuelven obedientes con Briseida, que «fue con ellos, muy en contra de su voluntad», a la tienda de Agame­nón. Aunque Briseida es todavía un cero a la izquierda en este punto, su resistencia sugiere calladamente una tierna re­lación con su captor.

Una vez que la pequeña delegación ha partido, Aquiles abandona su altivez y, bajando hasta el mar, llama llorando a su madre, la ninfa marina Tetis:

«Puesto que me alumbraste, madre, para ser un hombre con una corta vida, que Zeus, que desde el Olimpo lanza el trueno, deje mi honor a salvo al menos».

Tetis, al oír a su hijo, se eleva como niebla del mar y acu­de a sentarse a su lado, y él le relata lloroso todo lo sucedi­do: la peste, la disputa, la pérdida de Briseida y con ello su deshonor. Luego pide a Tetis que haga por él lo que condi­cionará por sí solo el resto de la epopeya: suplicar a Zeus, el hijo de Cronos, que le otorgue un favor, recordando al rey de los dioses que ella le salvó en otro tiempo de la destrucción:

[...] aquella vez que todos los demás olímpicos querían encadenarle,

Hera y Poseidon y Palas Atenea. Entonces tú, diosa, fuiste y le liberaste de los grilletes, convocando rauda a la criatura de las cien manos al alto Olimpo, esa criatura que los dioses llaman Briáreo, pero todos los hombres Egeón, pues no en vano era mucho más fuerte que su padre, y exultante de gloria se sentó junto al Crónida, y el resto de los dioses benditos asustados renunciaron a

encadenarle.Siéntate a su lado y abraza sus rodillas y recuérdale esas cosas

ahora,mira a ver si está dispuesto a ayudar a los troyanos a hacer retroceder a los aqueos hasta las naves y el borde del agua, matándolos, de manera que todos vean cómo es su rey,

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y que el hijo de Atreo, Agamenón, el de muchos dominios, deba reconocer su locura, que no honró como debía al que es el mejor de los aqueos.

Es una petición extraña y en último término feroz: «hacer retroceder a los aqueos hasta las naves y el borde del agua, | matándolos» es el resumen de la petición asesina de Aqui­les. Sus alusiones a acontecimientos oscuros del pasado olím­pico descorren brevemente la elegante cortina que oculta el mundo homérico, permitiéndonos tener un atisbo del turbio reino de la mitología y el folclore del que la litada se nutrió. Como era de esperar, Homero elimina a esas criaturas inve­rosímiles y estrambóticas como los monstruos de cien ma­nos, pero aquí parece que esta criatura (Briáreo) estaba de­masiado estrechamente asociada a Tetis y a su papel como salvadora de Zeus para eliminarla.9 Y, de hecho, podemos ver que el gran ascendiente de Tetis sobre Zeus, el Rey del Cielo, se debe no sólo a haberle rescatado de los dioses rebeldes, sino especialmente a un solo detalle sumergido en la extraña historia de Briáreo: «era mucho más fuerte que su padre».

En el mundo heroico de la litada, el atributo de ser supe­rior a su propio padre es muy peligroso, está asociado so­bre todo con la usurpación. Zeus, el rey de los dioses, llegó al poder derrocando a su padre, Cronos..., igual que Cro­nos había derrocado antes al suyo. Entre los dioses, un hijo más fuerte que su padre puede, por tanto, desbaratar el or­den cósmico, y normalmente lo hace.10

Entre los hombres, constituye un principio básico del có­digo heroico el que la generación más joven sea inferior a la de los mayores, o a la generación de sus padres. La autoridad del anciano Néstor entre los aqueos se basa exclusivamente en el hecho, que él nunca se cansa de proclamar, de que perte­nece ala época de los héroes antiguos: «Yo luché a brazo par­tido, pero contra hombres tales que ninguno | de los morta­les que viven hoy sobre la Tierra podría enfrentarse a ellos».

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En la sociedad heroica, a un héroe se le engatusa, intimida o persuade haciéndole recordar las hazañas ilustres de su pa­dre. El respeto al principio de que los padres de antaño son más grandes que los héroes de hoy es parte de la argamasa moral que mantiene unida la sociedad heroica.11

Pero el pleno significado monstruoso de Briáreo no re­side sólo en que es, anómala y peligrosamente, más grande que su padre, sino en que se le evoque precisamente en esta coyuntura de la epopeya, en el propio discurso de Aquiles. La Ilíada, como hemos visto, es el producto de una tradición larga y diversa, que surge y se define a lo largo de siglos en medio de otras tradiciones unas veces rivales y otras comple­mentarias. Las audiencias de la época del propio Homero, que conocían estas historias, habrían identificado las alusio­nes de la litada·, de hecho, hay veces en que son lo suficien­temente explícitas para indicarnos que se está jugando deli­beradamente con la familiaridad del público con ese mate­rial épico más amplio. Pero es frecuente que, como en este caso, la alusión sea oscura y esté sintetizada en una frase re­veladora sumergida en una narración más amplia. A los lec­tores modernos, que desconocen las tradiciones perdidas, podría orientarles respecto a esas alusiones sutiles una fuen­te exterior (una escena en la pintura de un ánfora, por ejem­plo, o un pasaje de otro poema) que hiciese más explícito el mito sumergido. Por tanto, esos puntos de la litada en que se alude a un mito desconocido merecen un estudio atento, y tal es el caso de la apasionada evocación que hace Aquiles de cómo Tetis rescató a Zeus con la ayuda de un ser que era más fuerte que su padre.

Por la poesía posterior se sabe que la madre de Aquiles, la divina Tetis, padecía un destino único: alumbrar un hijo más fuerte que su padre, fuese quien fuese ese padre. La prueba más explícita la aporta el poeta Píndaro, de quien—aunque escribió unos dos siglos y medio después de la litada—puede demostrarse que se basó en tradiciones muy antiguas, inclu­

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so preiliádicas. El tema del poema en cuestión es el matrimo­nio de Peleo y Tetis, un tema recurrente de la poesía y el arte:

Esto recordó la asamblea de los benditos, cuando Zeus y el glorioso Poseidón querían casarse con Tetis, deseaban los dos que fuese su bella desposada.El amor los tenía apresados.Pero la sabiduría inmortal de los dioses no permitiría el matrimonio tras escuchar a los oráculos.En medio de ellos, dijo Temis, la del sabio consejo,que era el destino de la diosa marinatener por hijo a un príncipemás fuerte que su padre,que blandiese en su mano un arma diferentemás potente que el rayoo el monstruoso tridente,si se casaba con Zeus o entre sus hermanos.«Pon fin a esto. Que tenga una boda mortal y que el hijo perezca en la guerra...».

Istmica, 8, 29-4o11

Parece, pues, que a la diosa marina menor Tetis la pre­tendían dos de los dioses más poderosos del orden cósmico (Zeus y Poseidón) y que, cuando se reveló su destino a esos pretendientes, el ardor de éstos se convirtió en miedo y se dispuso rápidamente que se casara con un mortal, Peleo. Su vástago no sería así el dios más poderoso del universo, el se­ñor del cielo, sino que sería, en vez de eso, «el mejor de los aqueos», un mortal destinado a morir. Se evitaba así una cri­sis cósmica, pero el precio, para eterna aflicción de Tetis, se­ría la muerte segura y prematura de su efímero hijo Aquiles.13

A cambio de muerte, honor: éste parece haber sido el tra­to. Si Aquiles era deshonrado por Agamenón, se transgre­

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día el acuerdo y lo perdía todo. Esta pequeña escena entre la madre afligida y su lloroso hijo es, en realidad, una de las más poderosas de la epopeya, y es el punto a partir del cual se desarrollará toda la acción subsiguiente. Se hace patente también la gran trascendencia que tiene el hecho de que la litada elija centrarse en lo que al principio había parecido ser el período menos significativo de la larga guerra de Troya. En los pocos días que abarca la narración, no se conquistará ninguna ciudad y la guerra no llegará a su fin. Pero la rebe­lión que se había producido en el cielo se producirá en la tie­rra. Aquiles afirmará su derecho de nacimiento, no como el señor del cielo sino como el mejor de los aqueos. Más fuerte que todos los de la generación de su padre, los hombres le­gendarios de antaño, actuará también fuera del ámbito del código ético convencional de su sociedad.

Es de nuevo con el telón de fondo de esa historia cargada de emoción como acude Tetis al Olimpo a formular su súpli­ca. Encuentra a Zeus, su antiguo pretendiente, sentado apar­te de los otros dioses, y va directamente a él, ocupando un lugar a su lado, «abrazando con la mano izquierda | sus ro­dillas, y cogiéndole por la barbilla con la mano derecha» (la postura del suplicante). Lo que le pide es sorprendentemen­te breve, sólo ocho versos:

Padre Zeus, si alguna vez antes con palabras o acciones te favorecí entre los inmortales, otorga ahora lo que te pido. Honra a mi hijo de vida más breve que los demás mortales. Agamenón, señor de hombres, le ha deshonrado, le ha quitado su parte del botín y la retiene.Zeus del buen consejo, señor del Olimpo, hónrale tú.Llena de fuerza a los troyanos hasta que los aqueos respeten el derecho de mi hijo y le colmen de honores.

La respuesta inicial de Zeus es un lúgubre silencio, y Te­tis, aferrándose a sus rodillas, tiene que suplicar de nuevo:

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Inclina tu cabeza y prométeme que harás lo que te pido, o que no lo harás, porque tú no tienes nada que temer, y así sabré hasta qué punto soy la más deshonrada de todas las deidades.

La renuencia de Zeus no se debe, en realidad, a lo desme­surado de la petición ni al número de vidas humanas que en­traña, sino a que le hará entrar en una trayectoria de colisión con su esposa (y hermana), la diosa Hera, defensora incan­sable de los aqueos, que odia patológica e inveteradamen­te a los troyanos. Pero accede a la petición de Tetis a rega­ñadientes, inclinando la cabeza. Tetis, otorgada su petición, desciende del Olimpo al mar de un salto, dejando a Zeus ma­nejar a Hera que, inmediatamente, como él había temido, le habla en tono beligerante, acusándolo de traición:

Zeus el que agrupa las nubes le contestó diciendo:«Ay, señora mía, siempre sospechando de mí, siempre acosándome. Así sólo conseguirás alejarte aún más de mi corazón, peor para ti.Si es verdad lo que dices, es que así lo deseo.Ve pues y siéntate en silencio, haz lo que te digo, ya que ninguno de los dioses que hay en el Olimpo se atreverá a ayudarte si sobre ti descargo mis manos invencibles». Eso dijo, y la diosa Hera de ojos de vaca se asustó.

En otros pasajes Zeus amenazará del mismo modo a otros dioses; lo importante de la escena con Hera no es que sea un marido abusivo, sino que no hay ninguna instancia que pue­da poner coto a su poder. Subraya este punto la conversación que sostienen inmediatamente Hera y su hijo Hefesto, el he­rrero cojo de los dioses. Este, previniendo a su madre de que no debe sembrar discordia en el Olimpo «por favorecer a los mortales», le recuerda también una ocasión anterior en que él había intentado intervenir defendiéndola y Zeus le había lanzado fuera del Olimpo: «A lo largo de todo el día estuve cayendo sin poder evitarlo y, hacia el ocaso, | cuando aterri-

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cé en Lemnos, ya apenas quedaba vida en mí». Zeus, como declara Hefesto, «es demasiado fuerte para que alguien le pueda hacer frente».

La amenaza de Zeus a Hera al final de este Canto I recuer­da la de Agamenón a Crises del principio, lo mismo que el temor de Hera recuerda el de Calcante. La pequeña esce­na del Olimpo ensombrece irónicamente la exhibición pre­suntuosa de poder de Agamenón abajo en la Tierra, y es un recordatorio de la magnitud invulnerable del poder verda­dero: la autoridad de Zeus es tal que las fuerzas agrupadas de todos los demás dioses no pueden competir con ella, eso es lo que significa ser el señor del cielo. El Canto I concluye pacíficamente en el Olimpo. Los dioses reanudan su ban­quete, y cuando se pone el sol Zeus se acuesta con Hera a su lado.

Zeus pondera durante la noche la promesa que le ha hecho a Tetis. ¿Cuál es el mejor medio de hacer sentir a los aqueos la ausencia de Aquiles? ¿Cuál es el mejor medio de inclinar el curso del combate en contra de los aqueos y en favor de los troyanos? La estrategia que acaba ideando es de un cinismo sobrecogedor: el medio más directo de destruir un gran ejér­cito, decide, es enviar un sueño ilusorio de victoria a su cau­dillo. En consecuencia, Zeus envía al «pérfido Sueño» al le­cho de Agamenón, quien le susurra al rey al oído que Troya va a caer en sus manos. Homero dice de Agamenón, en un raro comentario marginal: «Pensó que aquel mismo día iba a apoderarse de la ciudad de Príamo; | nada sabía el muy ne­cio de todo lo que Zeus tenía previsto hacer».14

Agamenón, aliviado por Sueño, despierta y se pone la tú­nica, «bella y nueva», toma la espada tachonada con clavos de plata» (en griego, xiphos arguroëlon, una auténtica reli­quia tanto del lenguaje micénico como del equipamiento),1’ y también «el cetro imperecedero de sus padres», del que de­

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pende su condición, y va a ver a los heraldos para convocar una asamblea.

Mientras van acudiendo las tropas, Agamenón celebra un consejo preliminar con los príncipes y comparte con ellos la espléndida visión de su sueño. El pérfido Sueño se le había presentado significativamente con la apariencia de su ase­sor de más confianza, un Néstor quizá demasiado anciano. La reacción de éste ante la descripción que hace Agamenón de esa aparición trascendental (¡Troya caerá ese mismo día! ) resulta curiosa: «Si hubiese sido cualquier otro aqueo quien contase ese sueño | lo habríamos considerado una mentira y no le habríamos hecho ningún caso», dice con diplomáti­ca cautela. Agamenón, tras relatar fielmente el sueño, añade un giro que lo complica todo. En un determinado momen­to en que las cosas parecen desarrollarse con rapidez, idea su propio y asombroso plan consistente en poner a prueba a sus hombres, una estratagema improvisada que parece ha­ber soñado solo:

Pero primero, pues es el modo adecuado, los pondré a prueba con palabras, hablándoles incluso de huir en sus naves de muchos

bancos.Vosotros, mientras, id de un lado a otro ordenándoles que se

detengan.

Los miles de soldados acuden al lugar de la asamblea; son tantos que la tierra gime bajo sus pies. Allí Agamenón, apo­yado en el cetro de su padre, se dirige a aquella gran hueste en uno de los episodios más extraños de la Ilíada. Ha tenido un sueño, les explica, y pasa a relatar exactamente lo contra­rio de lo que le ha sido transmitido en realidad en dicho sue­ño. Su conclusión es que lo único que se puede hacer es re­gresar a casa:

Nueve años ya del poderoso Zeus han transcurrido, y la madera de nuestras naves está podrida y el cordaje deshecho,

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y muy lejos de aquí nuestras esposas e hijos inocentes nos esperan sentados en las casas, mientras seguimos sin que coronemos la tarea que vinimos a hacer.Así pues, obrad como yo os digo, desistamos todos de una vez; volvamos a la tierra querida de nuestros padres, corramos

a las navesporque ya no tomaremos nunca Troya la de las anchas calles.

Nunca se explica lo que esperaba conseguir Agamenón con esta prueba suya; es de suponer que pretendía que el ejército se levantase como un solo hombre y proclamase que no huiría jamás, que había que tomar Troya, que el éxito es­taba justo al alcance de la mano.16 De cualquier modo, el re­sultado concreto de su discurso es desastroso:

Toda la asamblea se agitó, y los hombres se lanzaron en tromba hacia las naves, y se levantó bajo sus pies el polvo y se elevó

en el cielo,y todos se gritaban animándose a empujar las naves y arrastrarlas hasta el brillante mar. Despejando los canales de las quillas, elevaban sus gritos al cielo porque volvían a casa.

En el punto culminante de la crisis, surge otro crítico sin pelos en la lengua: Tersites, patizambo y jorobado, del que se decía que era «el más feo de los hombres que habían acudido frente a las murallas de Ilion». «Resultaba aborrecible en es­pecial para Aquiles, y para Odiseo. | Siempre estaba lanzan­do sus pullas contra ellos, pero entonces | empezó también a lanzar sus insultos contra Agamenón».’7 Entre los persona­jes importantes que hablan, Tersites es el único que no tiene ningún patronímico, ningún nombre que le identifique por su padre («hijo de Atreo», «hijo de Peleo»), una ausencia in­dicativa de su impropiedad, por no decir de su origen humil­de. Es posible que se trate de un personaje inventado con el único propósito de que actúe como perro de presa; su nom­

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bre, Tersites, deriva de thersos, término eolio que significa ‘temerario’, ‘audaz’, muy adecuado aquí teniendo en cuenta su enfrentamiento con Agamenón:'8

No es justo que tú, nuestro caudillo,arrojes la deshonra sobre los hijos de los aqueos.Pobres necios, miserables, mujeres, no hombres, aqueas y no

aqueos,volvamos a casa en nuestras naves y dejemos aquí solo en Troya a este hombre devorando el botín para que sepa si de algo vale nuestra ayuda. Ha deshonrado a Aquiles, un hombre mucho mejor que él. Le ha quitado su parte y la retiene.

La deserción en masa por la que aboga Tersites consigue evitarla Odiseo, que se encara con el hombrecillo, amenazan­do con despojarle de su ropa y enviarle «aullando de vuelta a las veloces naves», y luego le pega con el cetro real, que ha arrebatado de las manos impotentes de Agamenón. «Asus­tado, acusando el dolor y mirando desvalido en torno suyo», Tersites se enjuga las lágrimas, mientras la hueste «se reía de él, feliz», divertida. Y gracias a este chivo expiatorio se res­taura el orden. Odiseo refuerza la moral de la tropa con un discurso largo y elocuente, recordando un augurio anterior, de diez años atrás, que prometía el triunfo final. Néstor inter­viene con palabras de tono bravucón, urgiendo, entre otras cosas, a que los aqueos no vuelvan a casa hasta que cada uno de ellos «se haya acostado con la esposa de un troyano» para vengar a Helena. Finalmente reaparece Agamenón, pesaroso y agitado, y sin añadir ni una sola palabra o acción para aca­bar con el desastre que ha provocado:

Zeus que porta la égida, el hijo de Cronos, me aflige enredándome en disputas y riñas inútiles.Aquiles y yo nos hemos enfrentado por una muchacha con airadas palabras, y yo fui el primero que se enfureció.

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Si pudiésemos de algún modo alcanzar un acuerdo, no tardaría un instante en llegar la ruina a los troyanos. Volved ya, coged comida, y preparémonos para la batalla.

Así concluye la prueba a la que Agamenón somete a su ejército. El hecho de que se tratara sólo de una prueba es algo que no explica a sus desconcertados soldados, y el episodio sigue manteniéndose extrañamente inconcluso. Se han pro­puesto a lo largo de los años numerosas sutiles teorías para explicar el propósito y el efecto del asombroso acto de es­tupidez que constituye la prueba a la que Agamenón some­te a su ejército: un ejemplo de ellas es que Agamenón «sabia­mente..., al reducir las reservas de honor de sus soldados, aumenta su necesidad de combatir».19 Pero la explicación más directa es que, por absurda y desastrosa que sea la prue­ba, guarda absoluta coherencia con las descripciones cuida­dosamente trazadas que hace la lliada de Agamenón en ac­ción. Su torpe manejo de Crises provocó en primer lugar la peste catastrófica, y su orgullo imprudente la retirada luego de su combatiente más valioso. En opinión de Zeus, Agame­nón y sus ilusas actuaciones eran el instrumento más eficaz para inclinar el curso de la guerra contra su propio ejército. De hecho, todo lo que dice y hace Agamenón en estos pri­meros episodios importantes que enmarcan el desarrollo de la epopeya resulta desastroso. La escena de la prueba es sólo otro ejemplo (más contundente y sin otras instancias que lo compliquen) de la incapacidad de Agamenón para el mando. ¿No se trata precisamente de eso?20

El mundo político que el poema se propone evocar es, por supuesto, la Grecia micénica de la Edad del Bronce, en la que gobernantes fuertes controlaban bases de riqueza y po­der centralizadas desde ciudadelas palaciales como Micenas; pero el final de la tradición poética, en la época de Homero, ocurrió en las postrimerías del siglo v m a. C., en el umbral de una época de cambio social extraordinario que incluyó la

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creación de cíudades-Estado regidas por ciudadanos y de co­lonias en el exterior creadas por clanes e individuos empren­dedores. Tenían que estar ya en el aire, en la última fase de la evolución de la litada, cuestiones relacionadas con la na­turaleza de la autoridad y el poder, de los derechos y debe­res individuales.21 Los hombres que se sentían constreñidos, como Aquiles, por la autoridad irracional de otros de menor talla pero que estaban por encima de ellos, o agitadores re­sentidos como Tersites, habrían sido candidatos preferentes a levantar sus tiendas y a poner en marcha una colonia pro­pia en otra parte.

No hay modo de saber lo que le parecía este retrato de un rey tradicional que es indigno del mando a un auditorio de la época de Homero, pero es improbable que no tuviese re­cuerdos de una analogía de la vida real que lo colorease, pues lo de advertir que un dirigente regalo del cielo quizá no esté a la altura de su tarea es algo que está presente a lo largo de los siglos en muchos pueblos, hasta llegar a la época actual; es indudable que la última oleada de soldados ingleses que se dirigieron sumisamente a luchar en el Somme habían ad­vertido ya que la autoridad del rey y de la patria no se corres­pondía con la perspicacia militar. La conciencia elocuente de que la autoridad superior puede ser inferior a la del soldado individual que está a sus órdenes es el principio de una peli­grosa sabiduría. El desprecio que Aquiles muestra por Aga­menón se expresa con las palabras del héroe noble; el de Ter­sites, con las palabras del pueblo, de los hombres de las trin­cheras. Ambos puntos de vista coinciden peligrosamente.

Detrás de la narración directa de los acontecimientos, des­de la primera aparición de Agamenón al final de su fallida prueba (la tercera crisis que crea) resuena el anuncio de una tormenta política que se acerca. La ineptitud evidente del rey, un agitador estridente pero elocuente en la persona de Tersites, un ejército desmoralizado y un guerrero carismáti- co cuya fuerza y destreza sobresalientes van acompañadas de

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una mentalidad no convencional, independiente y peligrosa: en la agrupación de estos elementos desarticulados acecha el espectro de un golpe de Estado.

Que Agamenón está amenazado por Aquiles es algo mani­fiesto desde sus primeras reacciones al enfrentamiento. Pero lo que el rey no sabe es que la usurpación que teme se ha pro­ducido ya en realidad: Aquiles controla el destino del ejér­cito y continuará haciéndolo, presente o ausente, lo mismo que controla la epopeya. En su rebelión han convergido dos potentes líneas temáticas, una histórica, la otra mítica: la va­loración histórica del deber indiscutible de un individuo ha­cia su rey y la actuación del destino intrínsecamente subver­sivo de Aquiles.

Utilizando la pieza obligada de éris entre héroes, la Ilíada muestra deliberadamente las consecuencias de una jefatu­ra no probada; el género de línea narrativa prosaica que se apunta en los resúmenes de las disputas de las otras epope­yas perdidas que se quedaron en el camino se ha elevado así a alturas cósmicas. Al iniciarse la Ilíada, el hijo de Tetis, que era casi señor del cielo, está recibiendo órdenes de un rey ine­ficaz. Agamenón, para quien rango y poder, autoridad y ho­nor se corresponden con una valoración cuidadosa de botín y riquezas, quizá no tenga idea de la escala monstruosa de la autoridad, el honor y el poder reales y absolutos. Arreba­tando a otro una parte del botín que le ha sido asignada ha roto las reglas que, si hubiese sido lo suficientemente inteli­gente para percibirlas, le habrían otorgado su estatus y ha­brían sido lo único que mantuviese a raya la fuerza terrible de Aquiles. Agamenón suplica al final de su desastrosa prue­ba, ofreciendo al mismo tiempo un sacrificio:

«Poderosísimo y glorioso Zeus, que habitas en el cielo entre la niebla oscura

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no permitas que el sol descienda y desaparezca en la oscuridad hasta que haya echado abajo ardiendo el castillo de Príamo sin que ilumine sus pórticos con las llamas de la destrucción...». Así dijo, pero nada de esto le otorgaría el hijo de Cronos, que aceptó las víctimas, pero amontonó sobre él a cambio

pesadumbres.

El rey no puede saber del todo que está superado jerárqui­camente, que en el cielo no se escuchan sus oraciones sino las de Aquiles. El honor que éste busca será ya absoluto, como piden los dioses. «Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles, el hijo de Peleo» son las palabras del poema. Aquiles pondrá de rodillas a su rey y a los camaradas mortales que no le siguieron.

Al retrato deliberado y meticuloso de la ineptitud de Aga­menón que traza la epopeya se yuxtaponen las palabras más significativamente dañinas de Aquiles:

Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos, a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada [...]; vinimos, oh, gran desvergonzado, por tu causa, por hacerte

un favor,por defender tu honor, ojos de perro, y el de tu hermano Menelao.

Como tenía que saber cualquier audiencia familiarizada con la historia de la guerra de Troya, esta acusación (que Aquiles y los aqueos están allí únicamente por Agamenón y por su hermano) es totalmente cierta. Así, desde las prime­ras escenas de la lliada, Homero ha establecido sin ambigüe­dades que el desmoralizado ejército aqueo combate bajo una jefatura deficiente por una causa discutible y que quiere re­gresar a casa. Es, como mínimo, una forma notable de iniciar una gran epopeya bélica.

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Cuando Agamenón termina su sacrificio y sus oraciones a Zeus, Néstor le recuerda su deber, instándole a convocar a los aqueos para el combate. Mientras se envía a buscar a los he­raldos, y con sus gritos y proclamaciones van éstos reunien­do las tropas, Atenea, la diosa guerrera, «a la que no alcan­zan la vejez y la muerte», recorre la gran multitud, portando la égida e instando a marchar al combate:

[...] Infundiendo fuerza en el corazón de cada hombre para que se entregaran al combate sin pausa y no cejaran en

la lucha.Y así el combate se hizo para ellos más dulce que volver en las cóncavas naves a su amada tierra patria.Igual que el incendio voraz abrasa a lo lejos un bosque en las cimas de un monte y brilla el fuego en la distancia, así avanzaban ellos, y el fulgor deslumbrante del bronce se elevaba en el aire y llegaba hasta el cielo.Lo mismo que las innumerables razas de aladas aves, de gansos, de grullas o de cisnes de esbelto cuello revolotean de un lado a otro junto a los cauces del Caistro, en los prados de Asia, orgullosas del poder de sus alas, y se posan luego en clamoroso enjambre inundando los prados, así afluía aquella multitud de tribus de las naves y tiendas a la llanura del Escamandro y atronaba pavorosamente la tierra bajo sus pies y bajo los cascos de sus caballos.Tomaron posición en los prados floridos del Escamandro, miles de ellos, igual que hojas y flores en la estación florida.1

La misma gran hueste que, provocada por la prueba de Agamenón, se había levantado como un solo hombre para huir a las naves y regresar a casa se prepara ahora para la ac­ción. El cambio de actitud lo provocaron en parte las pala-

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bras estimulantes de Odiseo y Néstor, pero sobre todo la sombra siniestra de la gran égida de Atenea. La égida, como la propia diosa, es invisible para los hombres, sus poderes que inspiran terror se transmiten a ellos de algún modo mís­tico. En las esculturas y en el arte pintado se presenta la égi­da como un manto corto de piel de cabra (aigeios), con bor­des festoneados de serpientes, que se lleva sobre los hombros o colgado del brazo. En otra parte de la Ilíada se la describe como «la terrible égida decorada con borlas, | a cuyo alrede­dor pende Terror como una guirnalda | y donde están Odio y Brío en el Combate y Matanza que hiela el corazón | y en la que se asienta la cabeza de la Gorgona, torva y gigantes­ca, I que inspira pánico y horror». Asociada con Zeus, con su belicosa hija Atenea y con Apolo, todos los cuales pare­cen tener una propia, la égida se utiliza para provocar un te­rror directo o, en el caso de Zeus, temibles nubes de tormen­ta.2 Este es, pues, el objeto que asegura que para los aqueos la batalla resulte «más dulce que el regreso [...] a su amada tierra patria». El descenso de Atenea al campo de batalla y la sombra de su égida aterradora (lo mismo que los discursos estimulantes de Néstor y Odiseo) son parte del plan de Zeus para cumplir la promesa hecha a Tetis. La hueste aquea debe alinearse de nuevo y ha de infundirse ánimo para el comba­te a los soldados con el fin de que puedan morir a manos de sus enemigos y devolver el honor a Aquiles con sus nume­rosas bajas.

La hueste tumultuosa avanza llena de seguridad y de cla­morosa soberbia, con sus armas de bronce que parecen ar­der, hacia la trampa de Zeus. El torrente de símiles extraor­dinarios tomados del mundo natural, como sucede a menu­do en la litada, es de doble filo, subrayando al mismo tiempo el espectáculo en sí de un gran ejército en marcha y el pate­tismo intrínseco de que se encamine a la muerte. La eviden­cia lingüística demuestra que los símiles de la Ilíada son en general «tardíos», es decir, que se introdujeron hacia el final

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de la tradición poética.3 Rebajan a menudo las escenas béli­cas que tan vividamente evocan con la súbita llamarada de una visión del mundo de la paz; aquí la imagen apocalíptica de fuego ardiendo en las cumbres de la montaña deja paso rápidamente a la de un prado lleno de aves migratorias, una escena de vida desbordante y clamorosa:

Decidm e ahora, oh vosotras, musas, que tenéis el hogar en el O lim po.

Porque sois diosas y estáis allí y conocéis todas las cosas, mientras que a nosotros sólo nos llegan rum ores y nada sabem os. ¿Q uiénes de ésos eran pues los príncipes y señores de los dáñaos? A los demás, los de la m ultitud, no les daré voz, no les daré

nom bres ,4ni aunque tuviese diez lenguas y diez bocas, ni aunque tuviese una voz que nunca se quebrase y un corazón de bronce en

el pecho,a menos que las musas de O lim pia, hijas de Zeus, el que porta

la égida,m e hiciesen recordar a todos ellos, todos los que llegaron ante

Ilion.

Esta segunda invocación, mucho más extensa que la que anuncia la propia litada, irrumpe bruscamente en el mayes- tático flujo de imágenes. Su propósito es introducir una lar­ga lista de 226 versos en la que se nombra a cada uno de los veintinueve contingentes que componen el ejército aqueo. «El Catálogo de las Naves», que es como se denomina, ha sido diversamente interpretado como auténtica superviven­cia de la era micénica y como un pseudodocumento poste­rior a Homero; varios manuscritos medievales omiten total­mente la lista o la colocan al final de la epopeya, como una especie de apéndice.5

M andaban a los beocios Leito y Penéleo, con A rcesilao , Protoenor y Clonio.

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L o s que vivían en H iria, y en la rocosa A ulide y en la agreste E te o n o ...

De los ciento setenta y cinco lugares nombrados, un núme­ro significativo de ellos pueden identificarse como pertene­cientes principalmente al micénico tardío (en torno a 1250- 1200 a. C.), lo que refuerza la tesis de que el Catálogo es una reliquia superviviente de la Edad del Bronce.6 Por otra par­te, formas lingüísticas tardías (la palabra crítica, muy repe­tida, para «nave» es un caso patente),7 junto con ciertas ex­centricidades geográficas, como la omisión de nombres de lugar importantes de la Edad del Bronce, indican también que mientras que el contenido principal del Catálogo data posiblemente délos tiempos micénicos, la lista como compo­sición no; es decir, no se trata de una auténtica lista de com­batientes de finales de la Edad del Bronce.8 Su preludio ex­trañamente matizado («Porque sois diosas y estáis allí y cono­céis todas las cosas, [ mientras que a nosotros sólo nos llegan rumores y nada sabemos») tal vez indique el hecho de que el origen de la lista no estaba claro ni siquiera para el poeta.9

Según todas las tradiciones supervivientes de la guerra de Troya, la armada aquea partió rumbo a Troya desde Áulide, en Beocia, que es, significativamente, donde el Catálogo inicia el recorrido. Así que el propósito poético original seguramen­te era describir la reunión de fuerzas para la campaña troyana. Como muchos otros acontecimientos favoritos de la guerra de Troya, eso quedaba fuera de los límites del marco tempo­ral elegido en la Ilíada, por lo que la convocatoria había sido reubicada aquí de forma oportunista, de diferente guisa.10

Por tedioso que pueda resultar para las audiencias moder­nas, el Catálogo, con su lista solemne de lugares que llevaban mucho tiempo desiertos, era sin duda alguna cálidamente re­cibido por audiencias que conocían esos nombres de la tra­dición popular y familiar, un rasgo anticipado, tal vez, de re­presentaciones que relacionaban la gesta con los tiempos de

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antaño (y algo que a un cantor profesional de historias no le convenía omitir).11 Sorprendente es también el que se discul­pe por no ser capaz de citar los nombres de «la multitud», de la tropa (tal vez un indicio de que esta pieza recibió su forma final en una etapa tardía, cuando el interés favorable del pú­blico por una gran empresa militar se extendía más allá de las altas esferas de los reyes y llegaba hasta los miembros de la tropa).12 Reubicado aquí, como un preludio de la primera acción específicamente marcial de la lliada, el Catálogo evo­ca majestuosamente el enorme y variado ejército y el elevado coste de la empresa en contingente humano:

Los que habitaban en la A rcad ia al pie del escarpado C ilene junto a la tum ba de E p ito , hom bres que luchan cuerpo a cuerpo; los de O rcóm eno, de los grandes rebaños, de Féneo, de R ipa, Estratia y la ventosa Enispa; y los de Tegea, y de la deleitosa M antinea, los de Estín falo y de P a rras ia ...

Se citan mil ciento ochenta y seis naves, bajo el mando de cuarenta y cuatro caudillos. Con una tripulación media es­timada de cincuenta hombres por nave, la fuerza aquea era como mínimo de unos sesenta mil hombres. Junto con una lista más abreviada de aliados troyanos, que destacaba los muchos idiomas que entre ellos se hablaban, el Catálogo evo­ca el carácter épico de esta guerra todopoderosa; todos los dioses del cielo estarán involucrados en ella, y muchas, mu­chísimas naciones de hombres. No se trataba, afirma la Ilia­da, de una campaña en un lugar remoto entre gentes insigni­ficantes; era la guerra de las guerras:

Dim e, pues, musa, de entre los hom bres y los caballos, que fueron con los hijos de A treo, cuál de todos ellos era el m ejor y más valiente. Entre las m onturas, las yeguas de Eum elo eran con m ucho las m ejores...

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La lista de caballos que la invocación parece prometer concluye bruscamente, haciéndonos pensar que tal vez hu­biese en tiempos un Catálogo de Caballos; hay testimonios en otras culturas de canciones tradicionales que celebran a los animales domésticos.13 Tal como nos ha llegado, a la bre­ve cita de las dos yeguas perfectamente aparejadas la sigue torpemente la noticia de que «entre los hombres fue el mejor con mucho Áyax Telamonio | mientras Aquiles persistió en su cólera», lo que a su vez conduce por asociación al comen­tario de que los propios caballos de Aquiles están ahora tan ociosos como él: «descansaban junto a sus arneses | pastan­do el trébol y el perejil que crece en los lugares húmedos, | mientras los carros de sus señores descansaban cubiertos en las tiendas»; es una imagen agradable. Un comentarista de la Antigüedad dice que este perejil de marisma (selinon) es di­ferente del perejil que crece en las rocas, una indicación de lo meticulosamente que han sido examinadas y sondeadas las obras de Homero desde la Antigüedad.'4 La «lista» de caba­llos, recortada y torpemente emplazada como está, unida a su secuela, desvía la atención de las naves que han sido tan detalladamente catalogadas y la dirige hacia la llanura de los troyanos «domadores de caballos» (hippodamos), donde se desarrollará una parte tan grande de la acción de la Ilíada.

La llanura troyana y su entorno son un paisaje que los co­mentaristas, del pasado y del presente, consideran que cono­cían de primera mano los poetas de la tradición épica, por no decir el propio Homero. Estrabón, a principios del si­glo i a. C., proclamaba a Homero «el primer geógrafo» ba­sándose en sus descripciones de la Tróade, que el propio Es- trabón había recorrido (de un modo un tanto errático; una autoridad local le indujo a situar equivocadamente el em­plazamiento de Troya).15 «Desde Lesbos [...] y lo que el mar contiene en sus límites, | y Frigia más allá y el inmenso He- lesponto» es la caracterización que hace Aquiles del territo­rio de los troyanos. Es posible que «el inmenso Helesponto»

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aludiera no sólo a lo que es en realidad el angosto estrecho moderno de los Dar dáñelos, sino a todo el mar del entorno: hasta Tracia al norte y desde la llanura troyana hacia el sur.lS Mientras el Helesponto, o los Dardanelos, constituyela fron­tera noroeste, tierra adentro el monte Ida ancla la esquina sureste de la Tróade. Estos y otros hitos, como los volumi­nosos perfiles de las islas de Ténedos y Lesbos y, en un día muy bueno, Samotracia en la azul lejanía, son todos ellos tal como los describe la litada. Al pie de la ciudad real de Troya y en su entorno se extiende la llanura aluvial de los ríos Es­camandro y Simoente, bordeados de juncos. Mientras la vi­sión que la litada tiene de la geografía de Grecia es nebulo­sa, a pesar de la seguridad que se muestra en el Catálogo de las Naves, tanto en la visión panorámica como en el detalle revelador, es indudable su familiaridad con la «tierra de Tro­ya» y del norte de la Tróade en particular.

Así que para acelerar el nuevo enfrentamiento de los ejér­citos, Iris, la mensajera de los dioses, es enviada desde el Olimpo «con el oscuro mensaje de Zeus, el que porta la égi­da», a los troyanos. Los encuentra en asamblea, «reunidos en una plaza, los ancianos y los jóvenes» y, adoptando la apa­riencia de uno de los muchos hijos del rey Príamo de Troya, anuncia que los aqueos se han puesto en marcha y urge al hé­roe troyano Héctor a disponer las tropas:

«En m uchas batallas de los hom bres participé en mis tiem pos, pero jamás vi hueste com parable, tan num erosa.Son como las hojas o los granos de arena de la playa y avanzan por la llanura dispuestos a tom ar la ciudad.H éctor, a ti sobre todo te encom iendo que hagas lo que digo: en toda la gran ciudad de Príam o hay m uchos com batientes, pero son hom bres de naciones diversas, no hablan la misma

lengua;deja que cada caudillo dé órdenes a los suyos tras disponerlos en orden de com bate».A sí dijo la diosa, y H éctor tuvo m uy en cuenta sus palabras.

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Se disolvió la asam blea; corrieron todos a por sus armas se abrieron las puertas y salió por ellas todo el ejército, los de a pie y de a caballo, y se elevó en el aire el griterío.

Y conocemos así al enemigo. Los troyanos y sus muchos aliados extranjeros salen a la llanura, y se agrupan cerca de la ciudad, junto a «la colina de la maleza».17

«Héctor, a ti sobre todo te encomiendo que hagas lo que digo»: las palabras de la mensajera de Zeus sirven como la mejor introducción posible al héroe troyano que será el an­tagonista principal de Aquiles.18 Su nombre es griego, al me­nos tan viejo como las tablillas de la escritura lineal b, donde aparece como e-ko-to, derivado de echein, ‘sujetar’ , ‘mante­ner unido’, ‘detener’, ‘resistir’ .'9 Aunque es su hermano París el responsable de la guerra y su padre Príamo quien gobier­na a los troyanos, Héctor es quien lleva el peso principal de la guerra: «a ti sobre todo» es como Iris le saluda.

El nombre griego de Héctor y el hecho de que no apa­rezca en ninguna historia más que en la litada ha llevado a especular que el personaje fue una brillante invención de Homero. Pero de defensor heroico es un papel tradi­cional y absolutamente necesario en la historia de una ciu­dad sitiada. Además, Príamo, de acuerdo con su condición de rey asiático, tiene, con sus muchas concubinas, numero­sos hijos: «Cincuenta eran mis hijos, cuando llegaron aquí los hijos de los aqueos. | Diecinueve me nacieron del vien­tre de una sola madre, | y otras mujeres alumbraron a los de­más en mi palacio», dice Príamo más tarde en la epopeya. La existencia de tantos príncipes guerreros brinda posibili­dades dramáticas, pues ya hay opciones, y hasta quizá nece­sidad, de que asuman papeles opuestos. «He tenido los más nobles de los hijos de Troya», proclama Príamo, pero tam­bién «los indignos, los mentirosos, los danzarines, los que sólo destacan en los coros y los que roban a su propio pue­blo corderos y cabritos». El motivo de los dos hermanos, uno

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brillante y uno oscuro (como Abel y Caín), es también un motivo común en el folclore y en la mitología.20 Tal vez el hogar de Príamo, de carácter tradicional y extenso, propor­cionase al mismo tiempo la inspiración y la flexibilidad para ampliar los diferentes papeles de sus muchos hijos. «Dijiste una vez | que sin compañeros y sin gente tú no podrías po­seer esta ciudad | solo, únicamente con tus hermanos y los maridos de tus hermanas», le recuerda un aliado troyano a Héctor, y su diálogo sugiere que tal vez hubiese una tradi­ción más antigua en la que los hijos de Príamo formasen una banda de hermanos combatientes. Así que es probable que esto no fuese una invención homérica, sino un brillante de­sarrollo homérico.21

Apostado en la «colina de la maleza», rodeado por los me­jores y más valerosos combatientes, Héctor es presentado ofi­cialmente como caudillo de los troyanos con el epíteto que con mayor frecuencia le describirá: koruthaiolos, de korus, ‘casco’, y aiolos, ‘la idea de luz brillante que pasa de refilón sobre algo que se mueve deprisa’;22 en las tablillas de la es­critura lineal b , «Aiolos» es el nombre de lo que debemos suponer que era un buey al que se mira con afecto. «El cas­co reluciente» da una buena idea del epíteto de Héctor, evo­cando el juego de la luz en movimiento sobre su emplumado casco de bronce brillante. Es de suponer que muchos guerre­ros tenían cascos de bronce en Troya, pero este término, uti­lizado repetidamente (treinta y ocho veces), para referirse a Héctor, no está asociado a ningún otro hombre.23

Con los aqueos alentados por Atenea y los troyanos im­pulsados por un mensaje directo de Zeus, los dos ejércitos avanzan a través de la llanura para encontrarse; los troyanos «con clamor y griterío, como aves silvestres», los aqueos en silencio, con mortífero y renovado brío. De pronto, Paris se destaca de las filas, vestido con elegante atuendo bélico: lleva una piel de leopardo sobre los hombros, y va armado con un arco, una espada y dos jabalinas, que blande hacia los aqueos,

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desafiando a combatir al mejor de ellos. Menelao, al ver al hombre que le robó a su esposa, se dispone a aceptar el reto, y el valor de Paris flaquea al verle y, como «un hombre que se encuentra con una serpiente en una garganta del monte», retrocede y se refugia en las filas de los troyanos:

P ero le vio H éctor y le reprendió con palabras injuriosas: « ¡M iserab le Paris, el más apuesto, el m ujeriego, el seductor! O jalá no te contaras entre los nacidos o hubieses m uerto célibe. Te aseguro que yo así lo quisiera; sería m ucho m ejor que tenerte con nosotros para vergüenza nuestra, y que seamos para todos objeto de burla.Seguro que los aqueos de larga cabellera se ríen por haber

pensado

al ver tu gallarda apostura que eras un bravo campeón, y no hay en tu pecho ni valor ni fuerza.¿Cóm o, siendo así, reuniste rem eros para que te ayudarany surcaste los m ares en veloces navios,y te relacionaste con extranjeros y trajistede un país remoto una bella mujer,esposa y cuñada de aguerridos lanceros belicosos,y con ella la desgracia a tu padre y a la ciudad y a todos,y la vergüenza para ti y la alegría para el enemigo.¿ Y no vas a enfrentarte ahora al esforzado M enelao?Sabrías así quién es el hom bre al que has arrebatado su bella

esposa,no te valdría de nada la cítara, ni los favores de A frodita, ni tam poco tus bucles, cuando rodaras por el polvo, ni toda tu herm osura. Pero , ay, los troyanos son cobardes, porque si no lo fueran estarías ya hace mucho cubierto por un manto de piedras voladoras por todos los males que nos has causado».

Paris es el único héroe de la Ilíada que tiene dos nombres: el griego «Alejandro», que es el predominante en la epope­ya (un nombre antiguo que aparece en tablillas de la escritu­ra lineal b ) , y «Paris», que, como «Príamo», probablemente

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procede del Asia Menor pregriega: en textos hititas aparece, sugerentemente, un «Alaksandu» de Wilusa.14

El enfrentamiento de París y Menelao entre la polvareda del combate inminente es, como toda una serie de aconteci­mientos del canto III, más propio de las primeras semanas de la guerra que del décimo año. Pero ciertas escenas iconográ­ficas, como el enfrentamiento entre los dos protagonistas con una enemistad más personal (el marido engañado y el amante entrometido), son necesarias para completar la historia des­de un punto de vista emotivo, por no decir lógico. Además, el que se introduzca a Paris de este modo, su cobardía— que contrasta directamente con el intrépido valor a la antigua de Menelao cuando sale de las filas al encuentro del joven em­baucador—·, es particularmente eficaz y conduce de forma natural a una de las realidades de esta guerra que se presen­tan más resueltamente: el odio y el desprecio que su propio pueblo siente hacia Paris.

«Miserable Paris..., ojalá no te contaras entre los nacidos», dice su hermano Héctor. El menosprecio del troyano respon­sable de la guerra es algo previsible, lógicamente, en una epo­peya griega representada ante audiencias mayoritariamente griegas. Sorprende, sin embargo, la vehemencia de ese me­nosprecio, así como el hecho de que proceda de su herma­no. En toda la epopeya, ningún troyano intenta jamás discul­par o atenuar el delito de Paris o la carga injusta e insopor­table que le ha echado encima al pueblo de Troya: «[...] ay, los troyanos son cobardes, | porque si no lo fueran estarías ya hace mucho | cubierto por un manto de piedras voladoras | por todos los males que nos has causado», como dice Héc­tor; en otras palabras, Paris debería haber sido lapidado. L i­gada por ligaduras tribales y familiares de lealtad inconmo­vible aunque resentida, toda Troya está inmersa en una gue­rra que se libra por lo que se reconoce universalmente que es una causa injusta y odiosa.

La reacción de Paris ante la reprimenda despectiva de su

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hermano es absolutamente característica de su reacción a las diversas reprimendas ofensivas que recibe a lo largo de la epopeya. De una forma rápida, casi afable, reconoce la ve­racidad de las palabras de Héctor («tus reproches son jus­tos, no te excedes en ellos»), sólo pone reparos a que su her­mano se burle de su belleza y de que se enamore del bello sexo: «No me reproches a mí los dulces favores de la áurea Afrodita. | Nunca hay que rechazar los dones de los dioses». Paris jamás despliega la energía de una defensa, y muestra en vez de eso una lánguida aceptación de que él es sólo como le han hecho los dioses y hace sólo lo que mandan los dioses. El que los dioses inicien y dirijan todos los acontecimientos humanos es, en realidad, una idea que la epopeya respalda. Paris es antiheroico, pero no por su creencia religiosa en la actuación divina, sino por su aquiescencia pasiva ante ella; como ya se verá, el heroísmo se alcanza enfrentándose esfor­zadamente a un destino inexorable.

Paris ofrece aquí a su hermano, lánguidamente, uno de sus intermitentes actos de valor; como no tiene vergüenza, tampoco tiene a veces miedo, de nuevo por el principio de que sólo los dioses determinarán en cualquier caso el resul­tado. Su propuesta es que él y Menelao se enfrenten en un duelo, en un combate singular, por «Helena y todas sus po­sesiones»:

«Q ue aquel de nosotros que pruebe que es más fuerte se lleve a la m ujer y sus posesiones en justicia.Pero el resto, tras juraros paz y amistad, viviréis unos en Troya, de feraces campos, y volverán los otros a su patria, A rgos, pastizal de caballos, y a Acaya, la tierra de las bellas m ujeres».

Héctor «se sintió feliz» al oír la propuesta de su hermano (esa fantasía de todos los combatientes de que los individuos personalmente responsables de la guerra sean los que real­mente luchen en ella). Adentrándose en la peligrosa tierra

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de nadie de entre los ejércitos que avanzan, «forzó a retroce­der a los batallones troyanos blandiendo | la lanza asida por el asta y logrando así que todos se sentaran». Gradualmente los aqueos fueron dándose cuenta de que intentaba hablar, y Agamenón les gritó que se callaran todos.

En el silencio que sigue, Héctor proclama la oferta de Pa­ris. La reacción de los aqueos ante la perspectiva de un duelo entre el joven Paris y Menelao, más viejo, es ambigua: «Todos ellos guardaron silencio». Esto podía ser simplemente por­que se quedaron atónitos ante aquella evolución inesperada de los acontecimientos, podría ser reflejo de varias tenues insinuaciones que hay en la epopeya en el sentido de que el valeroso Menelao tal vez no merezca figurar entre la élite de los guerreros; el silencio es quizá un síntoma de la alarma ins­tintiva que invade a los aqueos por su culpa. Pero él acepta sin vacilar el desafío, se levanta para hablar, e insiste en que, sea él o Paris quien resulte muerto, «el resto de vosotros os juréis amistad».

A sí habló, y troyanos y aqueos se regocijaron, acariciando la esperanza

de liberarse ya por fin de todas las desdichas de la guerra.

Menelao, que no confía en la palabra de los jóvenes frívo­los, exige que se convoque al propio Príamo para que efec­túe un juramento que santifique los términos del duelo. Los hombres de ambos ejércitos, mientras esperan a que llegue el anciano rey, alinean sus carros y desmontan, se despojan de las armas y se acomodan en el campo, «quedando así muy poco espacio entre ellos». La epopeya los deja en esa espe­ra y traslada la acción espectacularmente de la llanura a una cámara del complejo palacial que hay tras las murallas de Troya, un santuario interior apartado del mundo del polvo y los combates. Allí sentada ante su telar está Helena de Tro­ya, por la que se baten ambos ejércitos y por la que dentro

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de poco van a luchar los dos hombres que la reclaman como suya. Iris, la incansable mensajera de Zeus, una vez más con apariencia de mortal, en este caso de Laódice, «la más be­lla de todas las hijas de Príamo», lleva un mensaje a Helena:

L a halló en la cámara, donde estaba tejiendo una gran tela, un doble manto p legado de color carm esí,25 en el que bordaba los num erosos com bates entre los troyanos, dom adores

de caballos,y los aqueos de broncínea arm adura, combates que habían librado por su causa, y le habló así: «Ven conm igo, m uchacha querida, a contem plar el hecho asom broso de que los troyanos, dom adores de caballos, y los aqueos de arm adura de bronce, que hace un m om ento se disponían a desatar la dolorosa guerra en la llanura y cuyo único deseo era luchar hasta la m uerte, están ahora sentados en silencio porque la lucha ha terminado; se apoyan en los escudos, con las altas lanzas hincadas en el suelo. Pero el aguerrido M enelao y A lejandro com batirán con largas lanzas para disputarse tu posesión.Y amada esposa del hom bre que te gane habrás de ser llamada».

En otras partes de la lliada se dice que los guerreros «te­jen» discursos y consejos, complots y planes; ese tejer mas­culino, al poner en marcha determinados acontecimientos, conforma la realidad.215 Las mujeres de Troya tejen sólo la re­presentación de los acontecimientos. La suavidad de toda la imaginería de esta escena (la cámara tranquila donde Llelena teje la historia de su propia vida y la serena transmisión de la noticia anonadante de Iris) sitúa el mundo doméstico de Tro­ya y sus mujeres a una distancia casi surrealista de todo lo que sucede fuera, en la llanura. Porque en ese momento, dentro de aquellas paredes, hasta la propia guerra parece pacífica, con los soldados juntos, desarmados, sentados en una pasi­vidad antinatural. El distanciamiento de este mundo interior del hilar y tejer, del rasgar y romper que constituye el traba­jo de la guerra es casi un síntoma de su impotencia.27 Hele­

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na, en aquel mismo instante en que está apaciblemente sen­tada allí tejiendo su propia historia, ignora por completo el hecho de que su historia se está modificando una vez más: su destino se teje de nuevo, como si dijésemos, por la improvi­sada oferta de Paris y la aceptación de Menelao. Las hues­tes de dos ejércitos completos—miles de hombres— conocen los términos de su destino antes que ella. «Y amada esposa del hombre que te gane habrás de ser llamada», dice la gentil Iris, y hay en su categórica naturalidad un timbre siniestro.

El mensaje de la diosa, con la mención del nombre de Me­nelao, conmueve a Helena:

D ejó la diosa al hablar así en su corazón un dulce anhelo de su m arido del pasado, y de su ciudad y de sus padres.E inm ediatam ente, envolviéndose en una prenda de lino

deslum brante, salió de su alcoba, derram ando una leve lágrima.

Helena, que se dirige a la torre que domina las puertas Es- ceas (una de las dos entradas a la ciudad que se nombran y el más fatídico de todos los lugares de ella), pasa ante Pría­mo y los ancianos de Troya, hombres demasiado viejos para combatir, que permanecen de puertas adentro con las mu­jeres y los niños:

[ . . . ] éstos, cuando vieron a H elena cam inar por la torre acercándose,

pronunciaron en callados m urm ullos estas aladas palabras:«N o deben avergonzarse en verdad troyanos y aqueos de buenas

grebaspor haber padecido largo tiem po por una m ujer com o ésta.E s terrible cóm o se asem eja su rostro al de las diosas inmortales. D e todos m odos, aunque sea así, que se vaya en las naves, y no nos cause ya más pesares a nosotros y a nuestros hijos».

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La belleza intemporal de Helena se evoca no por algún atributo físico (su cabello, sus rasgos, sus ojos), sino por la reacción délos que más deberían odiarla. «Es terrible [ainös] cómo se asemeja su rostro al de las diosas inmortales»; la pa­labra ainös tiene el mismo doble filo que su traducción lite­ral: ‘en extremo grado’, ‘fuertemente’, pero también ‘en tal grado que causa temor’, ‘ temible’.28 Esta palabra acusadora y la conclusión de los hombres («De todos modos, [...] que se vaya en las naves») establecen con elocuencia la precaria existencia de Helena en la ciudad enemiga de su pueblo.

El único hombre que se aproxima a ella con una calidez incondicional es el propio Príamo, que la llama para que se una a él y mire «a su marido del pasado» y la interroga so­bre la identidad de uno de los guerreros aqueos que, dada su espléndida apariencia señorial, «podría ser un rey». La res­puesta de Helena, en las primeras palabras que pronuncia en la epopeya, es divagatoria, y comienza reveladoramente con una descripción devastadora de sí misma:

H elena, la resplandeciente entre las m ujeres, contestó diciéndole: «A ti, amado padre, siem pre te he tem ido y respetado; y ojalá hubiese preferido la amarga m uerte a venir hasta aquí siguiendo a tu hijo, abandonando mi alcoba, a mis parientes, a m i hija crecida y la estim ación de las m uchachas de m i edad. P ero no sucedió de ese m odo: y ahora estoy cansada de llorar.E sto te diré contestando la pregunta que me hiciste.E se hom bre es Agam enón, el hijo de A treo, es muy poderoso, y es al mismo tiempo un buen rey y un diestro lancero ,25 y fue cuñado mío, de mí, cara de perra, en otros tiempos.¿Pero sucedió eso en realidad alguna vez?».

El destino que Héctor desea a Paris es el destino que He­lena pide para ella: «Ojalá hubiese preferido la amarga muer­te». Otras tradiciones caracterizaban la huida de Helena con Paris como una violación y un rapto; era en esa vena como Néstor pedía a los aqueos que dejasen a un lado los pensa-

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mientos de la patria y pensasen en «vengar el ansia de esca­par de Helena y sus lamentaciones».30 Otra tradición soste­nía que Helena nunca llegó a ir a Troya, que pasó la guerra en Egipto, mientras los hombres combatían sin saberlo por una nube fantasmal con su apariencia.31 La lliada, dejando a un lado el pensamiento voluntarista de Néstor, retrata a He­lena coherente, aunque cariñosamente, como la arrepentida agente de su propia decisión desastrosa. «¿Pero sucedió eso en realidad alguna vez?» son sus dubitativas palabras.

La pregunta de Príamo sobre la identidad del regio gue­rrero desconocido que resulta ser Agamenón señala el inicio de una larga escena que se denomina convencionalmente la Teichoskopia, Otear desde la muralla’ . Desde las almenas de la ciudad, con la bella Helena a su lado, el viejo rey con­templa el despliegue de guerreros reunidos abajo y, señalan­do un héroe tras otro, pregunta quién es cada cual. Sus pre­guntas y las respuestas de Helena brindan la posibilidad de hacer una serie de vividos bosquejos de personajes. Eviden­temente, es inverosímil que Príamo, en ese décimo año de la guerra, pudiese ignorar la identidad de Agamenón, el hijo de Atreo, señor de hombres y comandante en jefe de los aqueos. Toda la secuencia, lo mismo que el Catálogo de las Naves, ha sido reubicada aquí procedente de una narración anterior del principio de la guerra, para que sirva como preludio dra­mático de la primera escena de combate real:

Luego el anciano le preguntó de nuevo, al ver a O diseo:«Dim e tam bién quién es aquél, niña querida; qué hom bre puede

ser ése,es más bajo en verdad, una cabeza, que A gam enón, hijo de

A treo,pero más ancho, al parecer, en el pecho y los hom bros».

La identificación por parte de Helena de Odiseo, hijo de Laertes, un hombre educado «para conocer toda clase de

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tretas y astutos consejos», la complementa inesperadamente Anténor, consejero de Príamo, que está también allí:

Anténor, el buen consejero, le contestó así:«M uy cierto es lo que has dicho, señora mía, no hay falsedad

en ello.Una vez, tiem po atrás, vino aquí el brillante O diseo con el belicoso M enelao, y su em bajada fue p or causa tuya.A los dos les di yo acogida cordial en m i casa y conocí el carácter de am bos, y sus consejos íntimos.Y cuando se presentaron ante los troyanos reunidos,y aunque de pie era M enelao el más grande por sus anchos

hom bros,O diseo era el más señorial de los dos cuando estaban sentados.Y ante todo cuando los dos hilvanaban para nosotros discursos y consejos, M enelao hablaba, sí, deprisa, con pocas palabras, pero extrem adam ente claras, pues no era amigo de hablar muchoni desperdiciaba sus palabras aunque no fuese más que

un joven.Pero cuando el otro se ponía de pie, el ingenioso O diseo, se quedaba inm óvil, con la m irada baja, los ojos fijos en el suelo, sin hacer ningún m ovim iento ni adelante ni atrás con el cetro, sujetándolo firme delante, com o si fuera un pobre ignorante.M as cuando dejaba salir de su pecho aquella gran voz y em pezaban a llegar sus palabras que caían com o la nieve

en el invierno,entonces ningún otro m ortal podía enfrentarse a él. Entonces dejábam os ya de considerar su apariencia exterior».

En medio de muchas cosas más, la caracterización, justa­mente famosa, que hace Anténor de uno de los héroes más perdurables de toda la mitología, deja caer una alusión ca­sual a lo que había sido evidentemente un intento por ambas partes de evitar la guerra. «Su embajada fue por causa tuya», dice de pasada a Helena. El que los troyanos hablen de Odi­seo con clara admiración, e incluso aprobatoriamente de Me-

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nelao, sugiere la posibilidad de un desenlace optimista; ¿qué fue mal entonces?, se pregunta uno.32

Este civilizado intermedio se ve interrumpido por la apa­rición del heraldo Ideo convocando a Príamo para que rubri­que el juramento y pueda empezar el combate singular por Helena. Príamo parte «temblando» y hace su aparición en el campo de batalla de manera impresionante, caminando en­tre los dos ejércitos. El juramento que ambas partes hacen de respetar el resultado del duelo se realiza en una ceremonia solemne, con oraciones, libaciones y sacrificios. Agamenón, tras cortar la lana de la cabeza de los corderos del sacrificio, dirige una oración a Zeus:

Si sucediera que A lejandro m atase a M enelao,le dejaremos quedarse con H elena y con todas sus posesiones,y nosotros nos irem os en nuestras raudas naves.P ero si el rubio M enelao mata a A lejandro,los troyanos deberán devolver a H elena con todas sus

posesiones,y pagar además a los argivos una com pensación adecuada, que se recuerde en el futuro y sirva como ejemplo.P ero si Príam o y los hijos de Príam o se niegan a pagarm e la com pensación después de que A lejandro haya caído, yo seguiré entonces luchando aquí por ella, seguiré com batiendo hasta que obtenga por fin la victoria .33

Hechos los juramentos, Príamo vuelve a montar rápida­mente en su carro y regresa a Troya porque, como él dice, «no puedo mirar con estos ojos | el espectáculo de mi hijo queri­do combatiendo». Mientras los caudillos y los príncipes ha­cen los últimos preparativos para el duelo, la tropa murmu­ra una sorprendente y ambigua oración propia:

Padre Zeus, glorioso y excelso, que desde el Ida nos contem plas; el hom bre responsable de que sucediera lo que a am bas partes les ha sucedido, haz que m uera y descienda a la casa de H ades.

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Y que para el resto de nosotros se cum plan la amistad y la fe prom etidas.

Sorprendentemente, ningún hombre de Troya reza para que su propio bando gane. Aqueos y troyanos se muestran indiferentes al desenlace... siempre que ponga fin a la guerra.

El duelo en sí llega y se va en un centelleo relativo de sólo cuarenta versos. Paris arroja su lanza, que va a dar en el escu­do de Menelao; Menelao arroja la suya, que da en el de Paris. Luego asesta un golpe en el casco de éste con su espada ta­chonada de plata, que se le hace pedazos y le cae de la mano. Desesperado, abandona su apostura marcial e inicia una vul­gar pelea asiendo a Paris por el casco y arrastrándole hacia los aqueos, con el resultado de que el barbiquejo oprime el blando cuello del troyano. Menelao habría «ganado gloria eterna» si no hubiese intervenido Afrodita, la diosa protec­tora de Paris. Invisible para los espectadores mortales, rom­pe el barbiquejo para liberarle, y luego se lo lleva, envuelto en densa niebla, y le deja caer en la cama de su propia alco­ba.34 A continuación busca a Helena y la encuentra en la to­rre con otras mujeres. Disfrazándose como una vieja carda­dora a la que Helena había conocido en Esparta, la diosa le tira de la túnica y le dice:

Ven conmigo: A lejandro envía a por ti para que vayas a casa con él. A hora está en su alcoba, tendido sobre el ornado lecho, deslum brante en su atuendo y en su propia belleza; nadie diría que viene de com batir contra un hom bre; dirías más bien que se prepara para el baile, o que esté descansando después

de bailar.

Helena, mirándola más atentamente, reconoce «el dulce cuello redondeado de la diosa», y en un centelleo de cólera le lanza un asombroso desafío:

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Ve tú misma y siéntate a su lado, abandona la condición divina, que tus pies no vuelvan a pisar el camino que lleva al O lim po, quédate con él para siempre, y sufre por él, y cuídale hasta que te haga su esposa o te convierta en su esclava.Y o no. Y o no iré con él. Sería dem asiado vergonzoso.N o serviré en su lecho, porque entonces las mujeres troyanas se reirían todas de mí, y ya tengo el corazón repleto de aflicciones.

Ningún otro personaje de la litada se enfrenta tan direc­tamente a una de las deidades que juegan con sus vidas. He­lena, con su instinto de mujer, ve a través de todas las cosas, no sólo del débil disfraz de Afrodita, sino de sus motivacio­nes más secretas. La descripción que la diosa hace de Paris, con su discordante insistencia en su belleza y en su lecho, es transparente para Helena: la propia diosa del deseo desea a Paris y está ofreciéndoselo a Helena en lugar suyo como una alcahueta.

Los orígenes de Helena en la mitología griega son extra­ños. La historia más conocida cuenta la violación de su ma­dre Leda por Zeus disfrazado de cisne: el fruto de esta cópula es un huevo, del que surge Helena; en otras versiones su ma­dre es, sugerentemente, Némesis, con la que cohabita tam­bién Zeus forzándola con «áspera compulsión».35 La Ilíada reconoce a menudo a Helena como «descendiente de Zeus», pero no menciona el papel exacto de éste en su paternidad. Una reconstrucción indoeuropea de su nombre, *Swelenä, de una raíz asociada con lo ardiente y con el brillo del sol, sugiere que era la resplandeciente Hija del Sol.3í En la mito­logía griega posterior y en el culto hay relaciones intrigantes de ella con árboles, pájaros y huevos, lo que sugiere una dio­sa de la fertilidad que perdió con el tiempo su divinidad, re­teniendo sin embargo sus atributos esenciales.37 Los oríge­nes de Afrodita se encuentran en Istar-Astarté, la reina del cielo y prostituta divina fenicia, cuyo culto llegó a Grecia a través de la isla de Chipre (o Cipros); «Cipris» es uno de los

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epítetos íliádicos de Afrodita.38 La esclavitud de Helena a la lujuria y el deseo, ya se tomen metafóricamente o como una servidumbre literal impuesta por el hechizo de Afrodita, se utiliza en la litada para conseguir uno de sus personajes más complejos y convincentes.39

La respuesta de Afrodita al desafío de Helena es un ata­que furioso:

D esdichada m uchacha, no me encolerices, no sea que te abandone,

que llegue a odiarte tan terriblem ente como ahora te amo,y que te rodee de un odio im placable, atrapada entre los dos

bandos,

dáñaos y troyanos por igual, y perezcas en una m uerte vil.

La propia Helena sabe que si no resulta ya deseable no tie­ne posibilidad alguna de sobrevivir, ni tras las murallas de Troya ni fuera de ellas. Sometiéndose furiosa y humillada a Afrodita, la sigue hasta la alcoba de Paris, donde la propia diosa, con amenazadora solicitud, coloca una silla para ella al lado del lecho de Paris. «Así que volviste de la lucha lle­no de oprobio. Ojalá hubieses muerto allí, | abatido por ese hombre más fuerte que antes fue mi marido», dice Helena a su señor. «No oprimas más, señora, mi corazón con amar­gos reproches», responde despreocupadamente Paris y, dis­traído por el deseo, arrastra a Helena a su cama. La entrega de Helena a Paris por Afrodita está inspirada sin duda en la historia de la primera seducción fatídica, cuando Paris llegó a Esparta, otra escena más que pertenece a la primera fase de la guerra pero que se reubica aquí para conseguir un efec­to dramático.40

Mientras, en la llanura de Troya, Menelao, aún lleno de fu­ria, busca a Paris, al que tenía en sus manos y que de pron­to se ha esfumado.

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P ero ninguno de los troyanos ni de sus fam osos com pañeros podía indicar ya al belicoso M enelao dónde estaba A lejandro. N inguno le habría ocultado por amor, si le hubiese visto, pues todos le odiaban com o se odia a la funesta muerte.

¿Quien ganó en el duelo? Aunque ningún hombre resul­tó muerto de acuerdo con los términos del voto solemne, la victoria, como proclama Agamenón ante todos los reunidos, se la adjudica claramente Menelao. Pero lo heterodoxo de la situación plantea un dilema, no sólo en la Tierra sino en el Olimpo, donde los dioses están reunidos en consejo y Zeus considera lo que debe hacerse a continuación:

Pensem os, pues, cuál es el m ejor m odo de resolver esta cuestión,si conviene reavivar la funesta guerra y la terrible lucha,o si es m ejor prom over el am or y que se hagan amigos entre ellos.Si eso llegase a parecem os a todos nosotros dulce y grato,la ciudad de Príam o podría seguir siendo un lugarpara vivir los hom bres y M enelao podría llevarse a la argiva

H elena.

En ese momento parece haberse esfumado de la mente de Zeus la promesa que hizo a Tetis y Aquiles; si hay que echar de menos a Aquiles y si sus compañeros aqueos le han de hon­rar por ello es indudable que debe reanudarse la guerra. Es­tos fallos de memoria de la litada suelen atribuirse mayorita- riamente a los azares de una larga composición oral tradicio­nal. Puede ser también que sus audiencias antiguas perdona­sen esos lapsos y que el valor dramático contase más que la coherencia. Lo cierto es que, por el momento, aqueos y tro­yanos se hallan en una encrucijada; se plantea la posibilidad de que se puedan ir todos a casa.

Pero la sugerencia de Zeus de que todo el asunto se resuel­va sin derramamiento de sangre la echa perversamente aba­jo Hera, cuyo apetito por esta guerra nunca flaquea. Evoca colérica «los sudores que yo he derramado en mis esfuerzos

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y mis caballos agotados, | reuniendo a mi gente y llevando el mal a Príamo y a sus hijos». La respuesta de Zeus es la de un marido muy harto: a regañadientes, en contra de su propia in­clinación, cede. Su discurso a Hera y la respuesta de ella con­tienen parte del mensaje más trágico de la epopeya:

Zeus, el que agrupa las nubes, profundam ente atribulado, le contestó:

« ¡D esd ich ada! D im e cuáles pueden ser todos esos grandes males que te han hecho Príam o y sus hijos para que estés tan furiosa, siem pre dispuesta a destruir la bien edificada fortaleza de Ilion.Si pudieses atravesar las puertas y las altas m urallas y devorar

crudosa Príam o y a los hijos de Príam o y a los demás troyanos, entonces, sólo entonces, podrías calm ar por fin tu cólera.A sí que haz com o desees. N o dejes que esta disputa siga siendo entre tú y yo m otivo de am argura para ambos.Y guarda en tu pensam iento esta otra cosa que te digo: siem pre que yo tam bién esté deseoso de dejar destruir una ciudad, según me plazca, una que habiten hom bres que a ti te sean caros, no debes interponerte en el camino de m i cólera, sino dejarme

hacerlo,ya que accedí a otorgarte esto en contra de los deseos de mi

corazón.Pues de todas las ciudades que hay bajo el sol y el cielo estrellado habitadas por hom bres que viven en la Tierra, nunca ha habido una más próxim a a m i corazón que la sagrada Uión y Príam o y los troyanos de recias lanzas de fresno.N unca ha estado allí mi altar sin justo sacrificio,sin libación y sin el humo de la grasa, tal como corresponde».Entonces H era, la diosa de ojos de novilla, respondió:«D e todas las ciudades hay tres que son las más caras a mi

corazón:A rgos, Esparta y M icenas, la de las anchas calles. Todas ellas, si alguna vez resultan odiosas a tu corazón, destrúyelas.N o me enfrentaré a ti por ellas, ni te haré reproche alguno».

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Una vez se ha llegado a este acuerdo, los acontecimientos se suceden rápidamente: se dan órdenes a Atenea «de encen­der de nuevo la horrible guerra entre aqueos y troyanos» y hacerlo de modo que los troyanos resulten los responsables. Ella desciende a la tierra como una estrella fugaz en un res­plandor de luz, y luego, adoptando la apariencia de un hom­bre, se introduce entre los troyanos. Su presa es el troyano Pándaro, hijo de Licaón. Se desliza a su lado y describe con «aladas palabras» la gloria y la gratitud que ganará entre los suyos, los regalos que recibirá de Paris, si alcanza con una flecha a Menelao: «Así habló Atenea, y sedujo su necio cora­zón». Pándaro lanza la flecha, pero la propia Atenea, fiel a su papel de agente doble, la desvía de su objetivo. Desviada ha­cia la hebilla del cintLirón de Menelao, la flecha sólo le roza inofensivamente la piel, haciendo brotar sangre.

«Hermano querido, fue tu muerte lo que he sellado con los juramentos de amistad, | al ponerte al frente de los aqueos para luchar contra los troyanos», se lamenta aterrado Aga­menón al ver la sangre de su hermano. En su amorosa solici­tud, resulta ésta, quizá, la actitud suya que más simpatías des­pierta de toda la epopeya. Vacilando entre el remordimiento y la cólera, Agamenón clama por que el pueblo troyano pa­gue una gran pena por esa ofensa, «con sus propias cabezas y con sus mujeres y con sus hijos». La maquinaria de guerra vuelve a ponerse en marcha; cuando los troyanos se aproxi­man, Agamenón agrupa y distribuye sus tropas: «Los aqueos vuelven a empuñar las armas y a pensar en la lucha».41 Poco después muere el primer hombre de la epopeya, un troya- no llamado Equépolo, que cae abatido por Antíloco. Y así se viene abajo la tregua, con todo lo que prometía, y la gue­rra sigue. Habrá unas cuantas muestras futuras de amistad entre guerreros individuales y un intento más solemne de poner fin a la contienda, obra de una asamblea de troyanos que desean desesperadamente salvar su ciudad, pero tam­bién eso será inútil.

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El orgulloso redoble de tambor representado por el ma­jestuoso despliegue de hombres y naciones del Catálogo de las Naves desaparece aquí (desaparece específicamente con el acuerdo al que han llegado Zeus y Hera). Zeus sacrificará a los troyanos, a los que ama más que a ningún otro pueblo, y Hera sacrificará las ciudades aqueas que más estima para poder satisfacer su odio. Los dos dioses han llegado a un en­tendimiento que destrozará sus propios corazones. Las víc­timas ignorantes e involuntarias de este pacto son toda esa gran hueste, los miles de vidas que desfilan con tanta pompa y majestad en ambos catálogos. «Atrida dichoso, bendecido por la fortuna y el destino, | son muchos los que están bajo tu mando, esos hijos de los aqueos», había exclamado Príamo, maravillado de admiración, al contemplar desde las almenas de su ciudad condenada el resplandeciente ejército aqueo.

Para el público de Homero la conversación del Olimpo debía de tener un efecto especial devastador. Las ciudades nombradas por Hera como las que más estimaba («Argos, Es­parta y Micenas, la de las anchas calles») habían sido las su­yas.42 Como las poblaciones griegas descendientes délos refu­giados de aquellas ciudades perdidas habrían reconocido, el pacto contraproducente entre los dioses constituía una amar­ga parábola: el precio de la guerra contra Troya era su propia derrota. Tradiciones posteriores expondrían esta convicción con más detalle, pero nunca con elocuencia más devastadora.

«Padre Zeus, glorioso y excelso, que desde el Ida nos con­templas [...] que para el resto de nosotros se cúmplanla amis­tad y la fe prometidas»; «[...] y troyanos y aqueos se regocija­ron, acariciando la esperanza | de liberarse ya por fin de todas las desdichas de la guerra». La litada, en escenas largas y deli­beradas, expone el odio con que por ambas partes se libra la guerra. Lugros, poludakrus, dusëlegês, ainos (‘siniestra’, ‘que trae muchas lágrimas’, ‘que trae mucha aflicción’, ‘atroz’): ésos son los epítetos que aplica la litada a la guerra.43 Anterior­mente explica, con vivido y dramático detalle, que los aqueos

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están dispuestos a huir de vuelta a su patria. Nadie quiere es­tar allí; todo el mundo lamenta que haya empezado alguna vez la guerra. Todo el mundo quiere buscar una salida. La guerra parece haber adquirido un impulso autónomo que, como la epopeya subraya, acabará en destrucción mutua.

[ ... ] pues aquel día m uchos aqueos y troyanosquedaron tendidos de bruces en el polvo unos al lado de los otros.

Estas son las últimas punzantes palabras del Canto IV de la Ilíada, que resumen la reanudación de la lucha en un día en el que podría haber llegado la paz. Haciéndonos eco de la desesperación perpleja de Helena, podríamos decir tam­bién: «¿Pero sucedió eso en realidad alguna vez?».

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A llí se elevaban juntos el clamor y los gritos de triunfo de los que m ataban y los que m orían, y corría por

la tierra la sangre.

Ilíada , 4 , 450-451

L a mayor parte de la Ilíada, una epopeya de la guerra, se cen­tra en el matar y el morir, y se reseña la muerte de unos dos­cientos cincuenta guerreros, la mayoría con imaginativo e im­placable detalle: «Meriones le persiguió yle alcanzó, | y le cla­vó la lanza en la nalga derecha y la punta entró recta, | y pa­sando por debajo del hueso penetró en la vejiga. [...] Cayó, chillando, de rodillas, y la muerte le rodeó como una niebla». «Luego mató a Astínoo y a Hiperión, pastor de hombres, | al­canzó a uno con la lanza rematada de bronce sobre la tetilla | y tajó al otro con su gran espada en la clavícula, | junto al hom­bro, desgajándoselo del cuello y de la espalda». «Habló así y arrojó la lanza; y Palas Atenea la guió | hasta la nariz, junto al ojo, y penetró a través de los blancos dientes | y prosiguió a través de la base de la lengua el incansable bronce, | de mane­ra que salió por debajo de la mandíbula la punta de la lanza».

Narradas, en realidad, en el calor del combate, las rápidas y gráficas descripciones de las heridas y de la muerte están dotadas de detalles suficientemente realistas para hacer que hasta las escenas más inverosímiles resulten creíbles; como ha asegurado una autoridad médica, Homero «sabía dónde estaban los órganos importantes, aunque no sabía cuál era su función».1 Pero lo que sabía bastaba para evocar convin­centemente en el público civil la carnicería del campo de ba­talla. Y sobre todo, pese a las imposibilidades anatómicas, esas muertes pretendían claramente ser realistas.

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Aún más importante: las muertes pretendían también cla­ramente ser patéticas, y en este punto la litada se aparta de la saga heroica convencional. Luchar, combatir, herir, cau­sar la muerte no son simplemente los tropos centrales de la narración heroica, sino que son en términos generales aque­llo de lo que la narración heroica trata, como pueden ates­tiguar los ejemplos siguientes, bastante característicos y to­mados más bien al azar:

Los cuarenta guerreros se lanzaron al com bate, com enzó la lucha contra los paganos.Fue com o una inundación, estaban cubiertos de sangre.Lanzaban gritos.B landían las picas.Toda la superficie de la tierra estaba ensangrentada...

Epopeya de Manas

O también:

Intentaba tirar cada uno de ellos al otro de la silla, hasta que los ocho cascos de sus caballos se m ezclaron.P ero ninguno conseguía salir victorioso.D esenvainaron las espadas centelleantes, siete y ocho veces se hirieron uno a otro con ellas sobre las vejigas,pero ninguno conseguía salir victorioso.Se aprestaron a descargar golpes en los cinturones, a asestarse mutuam ente golpes detrás y d elan te...

DzhangariadazEn claro contraste con estos desganados enfrentamientos

impersonales, la «poesía de combate» de la litada, como se la ha llamado, se esfuerza por personalizar las muertes he­roicas. Los guerreros que mueren en la litada son en su ma-

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yoría oscuros combatientes de los que no se ha hecho men­ción previa alguna en la epopeya, pero a los que se evoca (se les da vida) con algún pequeño detalle personal en el mo­mento en que los matan: «Meriones a su vez mató a Fereclo Harmónida, el herrero, | que sabía hacer con sus manos to­das las cosas intrincadas.. «Meges a su vez mató a Pedeo, el hijo de Anténor, | a quien, aunque bastardo, había criado la bella Teano | con el mismo esmero que a sus propios hi­jos, para placer de su marido...». «Diomedes, poderoso en el grito de guerra, | abatió a Axilo Teutránida, ciudadano de la bien fortificada Arisbe, | hombre rico en hacienda y amigo de todos, pues tenía | la casa al borde del camino y a todos los que llegaban acogía».

El vencedor puede realizar la acción, pero la atención emo­tiva del público se desvía hacia el enemigo caído. Esta cuali­dad personalizadora asegura que la mayoría de las muertes de la litada se aprecien (puede que sólo fugazmente) como la­mentables. Aunque alcanzar la gloria en la contienda es el ob­jetivo del héroe convencional de la poesía de combate, en la litada usurpa su puesto en la gloria la compasión por ese ser humano, con una historia vital y familiar, que ha perecido. Mueren en total tres veces más troyanos que aqueos en esta epopeya griega, de manera que resulta densa la descripción de guerreros enemigos que mueren patéticamente. Este ele­mento notable merece destacarse: sutilmente, pero con una coherencia infatigable, la litada garantiza que el enemigo re­sulte humanizado y que las muertes de los enemigos troyanos se describan como hechos lamentables. La litada insiste en mantener muy visible el precio de la gloria.

Los guerreros heridos de la litada tienden también a mo­rir. No hay ejemplos de un héroe mortalmente herido que siga luchando sobreponiéndose a la debilidad de su carne; ningún dios repone la extremidad cortada de un héroe ni restaura milagrosamente un cráneo destrozado. Tampoco se nos muestran nunca las heridas perdurables de la guerra,

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los soldados amputados que sobrevivían a un ataque heroi­co al coste de una extremidad, un ojo u otra invalidez. Esto puede ser simplemente un reflejo de las realidades médi­cas de la Edad Oscura de Homero, en que es indudable que los soldados heridos tendían en realidad a morir. La inevi- tabilidad de la muerte después de una herida puede tal vez ser una verdad heroica y no poética, pero en cualquier caso la mortalidad del guerrero homérico nunca queda compro­metida.3

En unos cuantos casos excepcionales, la intervención di­vina libra mágicamente de una muerte segura a ciertos gue­rreros escogidos, como, por ejemplo, Paris cuando su dio­sa protectora Afrodita le saca de su combate con Menelao. Los casos más notables de estas intervenciones salvadoras se refieren por ejemplo al troyano Eneas, al que salva tam­bién Afrodita, su madre divina, en el Canto V, de las manos de Diomedes, el hijo de Tideo y uno de los héroes aqueos más importantes:

[...] el hijo de Tideo cogió con una manouna piedra inmensa, ni siquiera entre dos podrían alzarla,tal como son ahora los hom bres, pero él solo la alzó sin esfuerzo,la lanzó y alcanzó en la cadera a Eneas, en el lugar donde el m uslogira encajado en ella, ese lugar que los hom bres llam an cotila.Se la destrozó y rom pió los tendones a ambos lados de ella, y la áspera p iedra le abrió la piel, de m odo que el guerrero, cayendo sobre una rodilla, se quedó apoyado en el suelo con la mano sin fuerza y una capa de negra noche cubriéndole

los ojos.A sí que en ese lugar podría haber perecido Eneas, señor

de hom bres,si no hubiese acudido rauda a ayudarle A frodita, la hija de Zeus.

El hecho de que Eneas sea hijo de Afrodita y un padre mortal, Anquises, lo afirma enfáticamente el propio Eneas más tarde en la epopeya, cuando explica a Aquiles con ex­

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haustivo detalle su genealogía, como un semidiós que se jac­ta ante otro. Pero más importante que el nacimiento semi- divino de Eneas es la profecía extraordinaria de que es ob­jeto, según la cual será «el superviviente» de la casa de Pría­mo cuando perezca Ilion. Sus descendientes, dice la antigua profecía, heredarán la Tróade; fue precisamente por respe­to a esta tradición por lo que los romanos reclamaron al tro-

, yano Eneas como su fundador, una tradición que ha recibi­do recientemente nuevos apoyos en vista de los hallazgos de A D N que indican que los etruscos, los primeros que gober­naron Roma, eran de origen anatolio.4

A Eneas se le salva cuatro veces en total de una muerte cierta en la Ilíada, mucho más que a ningún otro héroe. Se le libra por dos veces en el Canto V de Diomedes y otras dos en el Canto X X de Aquiles.5 Si, como parece, la tradición de su supervivencia estaba ya bien establecida, debería conside­rarse quizá que la epopeya se entregaba con estos salvamen­tos tan numerosos a una manipulación juguetona de las ex­pectativas de su público: Eneas, el legendario superviviente, parece estar condenado («[Eneas], cayendo sobre una rodi­lla, se quedó apoyado en el suelo | con la mano sin fuerza y una capa de negra noche cubriéndole los ojos»), y el terri­ble oscurecimiento de la vista es una de las descripciones de la muerte más frecuentes en la litada. Pero en el último mo­mento la epopeya da marcha atrás y aparece Afrodita para proteger a su predestinado hijo, y el público puede sonreír aliviado, y tal vez divertido.15

Los pocos semidioses que son, como Eneas, objeto de sal­vación milagrosa lo son sólo por la intervención directa de una divinidad protectora, no por algún ingrediente especial de su propia naturaleza semidivina. La carne de los semidio­ses es totalmente vulnerable, la sangre es la misma sangre de los mortales, el dolor de la herida el de los mortales ordina­rios, igual que lo inevitable de la muerte. Nada de lo que han heredado de sus padres divinos es en sí mismo protector; lo

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que les salva es la retirada material del peligro del campo de batalla. La vulnerabilidad vividamente evocada de semidio- ses como Eneas se reflejará también en la naturaleza y en las limitaciones del semidiós más sobresaliente de la epopeya: Aquiles.

El arrebato sangriento de Diomedes es el rasgo más im­portante del primer gran combate de la epopeya, y recorre infatigable el Canto V: ese canto pertenece a Diomedes. Es su aristeia, o exhibición de destreza (del verbo aristeúein, ‘ser el mejor o el más valiente’). Hijo del héroe Tideo, uno de los an­tiguos héroes de la generación anterior a la de Troya y miem­bro de los legendarios siete que atacaron Tebas, Diomedes está firmemente emplazado dentro del grupo selecto de hé­roes de la tradición épica. Las hazañas de su padre, Tideo, las recuerdan a menudo en la lliada tanto los dioses como los hombres, y el que Atenea ayude a Diomedes se dice que se debe al afecto que profesa a su padre: «Yo fui quien le ayudó porque estaba a su lado [...] ahora estoy también a tu lado y velaré siempre por ti, | y te impulsaré a combatir seguro a los troyanos», dice la diosa a su protegido. En la tradición po­pular anterior, Diomedes parece haber sido en principio un héroe tribal, o incluso un dios, asociado con Etolia, al nor­te del golfo de Corinto; pero en la lliada es el rey de Argos.7 Incrustados en la historia de su familia hay una serie de inci­dentes reveladores que indican que la matanza espectacular a la que se entrega entre las filas enemigas en el Libro V puede ser la ampliación de una brutalidad heredada. Un tío abue­lo suyo fue «Agrios», que significa ‘feroz’, ‘salvaje’, mien­tras que su padre estuvo a punto de obtener de los dioses el don de la inmortalidad pero perdió esa oportunidad por un acto de salvajismo extraño: «Tideo, el hijo de Oineo, fue he­rido en la guerra tebana por Melanipo, hijo de Astaco, An- fiarao mató a Melanipo y se llevó su cabeza, que Tideo abrió por la mitad devorando los sesos en un arrebato. Cuando Atenea, que iba a proporcionar a Tideo la inmortalidad, vio

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aquel horror se apartó de él», relata un antiguo escoliasta, o comentarista, de la Ilíada.8

Los cultos que honraban a Diomedes por todo el mundo griego están inevitablemente asociados con los caballos, una asociación que respalda la Ilíada, y en un caso al menos con el sacrificio humano.9 Aunque proceda de estas tradiciones antiguas e inquietantes, el Diomedes de la Ilíada ha sido con­siderablemente refinado, y aunque sigue siendo un guerrero valeroso y eficaz, es también gracioso y habla bien, tanto en el campo de batalla como fuera de él. Es un elemento esen­cial en la historia más amplia del asedio y la toma de Troya que tiene lugar fuera del marco de la Ilíada.

Cuando Diomedes consigue abrir una brecha a través de las líneas enemigas, se entromete por dos veces (notable­mente) en el reino divino. Su reacción cuando Afrodita, «la dama de Cipros», salva a su hijo Eneas muestra una peligro­sa falta de respeto; blande la espada contra ella y la hiere en la mano, haciendo brotar el ich or «que corre por las venas de las divinidades benditas» en vez de sangre. Afrodita se retira al Olimpo chillando, mientras Diomedes le grita una advertencia:

A bandona, hija de Zeus, la lucha y el terror.¿Acaso no te basta con extraviar a las m ujeres?Pero, si aun así te atrae la lucha, creo que a partir de ahora tem blarás con sólo oír a alguien hablar de ella.

La visión sombría que Diomedes tiene de la diosa del amor y del deseo la comparten humorísticamente las deidades más belicosas Atenea y Hera, que se mofan burlonas del lacrimo­so regreso al Olimpo de Afrodita. Zeus, sonriendo indulgen­te a Atenea, regaña suavemente a Afrodita por apartarse del dormitorio y entrometerse en el campo de batalla. Le toca a su madre, Dione, confortar a la atribulada diosa y curar su herida. Tomando a su hija del brazo, «limpia [...] el icor, de

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manera que el brazo | quedó de nuevo intacto y los fuertes dolores cesaron».

En el segundo ataque de Diomedes a un dios desempe­ña un papel determinante la propia Atenea. Tras haber ob­tenido permiso de Zeus para interferir en el combate, ella y Hera, lanzando un grito de guerra estremecedor, descienden del Olimpo a la tierra en su carro divino. Tras dejar caballos y carro en la llanura troyana, avanzan las dos «con paso rápido como palomas temblorosas, en su afán de ayudar a los hom­bres de Argos»; esta imagen de divinidades sedientas de san­gre temblando de excitación mientras caminan melindrosas hacia su presa es indescriptiblemente siniestra. Atenea, en cuanto llega, se coloca inmediatamente al lado de Diomedes y le dirige para que arremeta contra Ares, el propio dios de la guerra, que apoya a los troyanos y está sembrando el caos en el campo de batalla. Echando a un lado al ayudante de Dio­medes, la diosa se instala junto a él en el carro, haciéndolo crujir bajo su peso olímpico, y empuñando la fusta y las rien­das va derecha hacia Ares. La respuesta del dios de la guerra es asestar una lanzada a Diomedes, pero Atenea la desvía sin problema y es Diomedes quien «arremete | con la lanza de bronce; y Palas Atenea, dirigiéndola, | la clava en el extremo más bajo del ijar, por el extremo del ceñidor de la ventrera». Aullando de dolor y derramando icor inmortal, Ares, como antes Afrodita, se abre camino rápidamente hasta el Olimpo para quejarse a voz en grito a Zeus, aunque en este caso se en­frenta a un menosprecio lacerante. «No te sientes a mi lado a quejarte, mentiroso de dos caras. | Eres para mí el más de­testable de todos los dioses del Olimpo», dice Zeus. Sin em­bargo, resulta impropio que Ares, un inmortal, permanezca herido y, a petición de Zeus, Peón, dios de la curación (cu­yos rasgos asumiría más tarde Apolo), le administra hierbas medicinales y el dios de la guerra se cura.10

La notable acumulación de la variedad de heridas y salva­ciones de estas primeras escenas largas de combate déla Ilía-

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da ayuda a establecer los parámetros del conflicto mortal en el campo de batalla heroico. Están los personajes menores que viven para morir a manos de un héroe de más talla; están aquellos a los que los dioses eligen para salvarlos, por el mo­mento al menos, de una muerte segura; están los semidioses que son salvados y curados por intervención divina. Y luego están los propios dioses, que, como los mortales que les en­tretienen, se lanzan briosamente a la refriega, causan y sufren heridas, sangran, sienten dolor e incluso miedo. La notable aristeia de Diomedes muestra que no sólo los dioses sino tam­bién los hombres pueden hacer que brote el icor divino; a la inversa, un toque divino puede curar por igual heridas mor­tales e inmortales. Esta difuminación esporádica de los lími­tes entre las esferas divina y humana sirve para resaltar más que oscurecer las diferencias esenciales e irrefutables entre dioses y hombres. A pesar de todas las variedades de heridas y de formas de herir, sigue en pie un hecho singular y desta­cado, como Apolo le recuerda a Diomedes: «Nunca es igual la estirpe de los dioses que son inmortales | y la de los hom­bres que andan sobre la tierra». Los dioses pueden jugar a la guerra, pero los héroes mortales (curados o heridos, resca­tados o abandonados) deben acabar muriendo.

Muerte: la litada siempre tiene presente que la guerra trata de hombres que matan o que son matados. Ningún guerre­ro, sea héroe u oscuro miembro de la tropa, muere felizmen­te o bien en toda la epopeya. Ninguna recompensa aguar­da al soldado valiente; ningún cielo le recibirá. Las palabras y frases de la Ilíada para el proceso de la muerte dejan cla­ro que se trata de algo nefasto: la noche negra cubre al gue­rrero moribundo, se apodera de él la odiosa oscuridad; se le arrebata la dulce vida y su alma desciende al Hades lamen­tando su destino." Una y otra vez, implacablemente, la lita­da remacha este hecho: la muerte de cualquier guerrero es trágica y está llena de horror. La muerte es deplorable, in­cluso en la guerra.

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La aristeia de Diomedes desborda los límites del Canto V, prosiguiendo en el Canto VI, donde su éxito parcial sirve para inspirar la fiebre del combate a los demás aqueos. En medio de la oleada de matanzas que sigue, Menelao captu­ra vivo a un guerrero troyano, Adresto. El cautivo, de rodi­llas ante Menelao, suplica por su vida a cambio de un resca­te que pagará su padre. Cuando Menelao, conmovido, está a punto de perdonarle la vida, llega su hermano Agamenón «a la carrera» para disuadirle:

«H erm ano querido, oh, M enelao, ¿tan tiernam ente te preocupaesta gente? ¿A caso recibes de ellos tú en tu casaun buen tratam iento? N o, no dejes que uno solo se librede m orir a nuestras m anos; ni el niño que la m adreaún lleva en el vientre, n i siquiera él, que todos los habitantesde Ilion perezcan, que desaparezcan por com pleto y que nadie

les llore».D e este m odo habló el héroe e inclinó el corazón de su herm ano porque pedía justicia .11 M enelao apartó con la m ano a A dresto y el poderoso Agam enón le asestó una lanzada en el costado, y cayó de espaldas y el A trida apoyó en él un pie y le arrancó la lanza de fresno que le había clavado.N éstor convocó a grandes voces a los hom bres de Argos:«O h, estim ados guerreros dáñaos, servidores de A res, no dejéis que ninguno se quede atrás pensando en el botín, para vo lver a las naves con todos los despojos que pueda recoger; ahora m atemos hom bres, ya podrem os después despojar sin problem a sus cadáveres por toda la llanura».

Puede que no tenga nada de sorprendente que Agame­nón deba rechazar una oferta de rescate; ni que su actuación haya de recibir el respaldo entusiasta del celoso Néstor. La sugerencia de éste, de que se obtendrá botín despojando a los cadáveres, en vez de acordar un rescate, es un poderoso recordatorio de que la guerra de Troya tiene como objetivo principal la adquisición de posesiones. Las condiciones del

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duelo de Menelao con Paris eran que, si Menelao ganaba, los troyanos devolverían no sólo a Helena sino «a Helena y todas sus posesiones». No hay hasta ese momento ninguna prueba en la epopeya de que los héroes luchen por algo tan insustancial como la gloria.

El ataque de Diomedes, ayudado por Atenea, parece con­tradecir la promesa que Zeus hizo a Tetis de honrar a Aqui­les («hacer retroceder a los aqueos hasta las naves y el bor­de del agua, | matándolos»). Con los troyanos ya a punto de ser derrotados, el príncipe troyano Héleno insta a su herma­no Héctor a actuar de un modo que tendrá consecuencias trascendentales en la epopeya: Héctor volverá a la ciudad y dará instrucciones a su madre Hécuba y a las otras mujeres de que hagan una ofrenda a la estatua de Atenea, a la que se rinde culto en Troya, prometiendo ricos dones a la diosa «si se apiada de la ciudad y de las mujeres troyanas y de sus hi­jos inocentes».

Héctor se dirige obediente a la ciudad con el escudo (una reliquia micénica, a juzgar por su descripción) a la espalda: «la oscura tira de cuero que bordeaba el gran escudo abollo­nado le golpeaba en los tobillos y en el cuello».13 Si la escena siguiente entre Héctor y las mujeres de Troya era tan famosa en la época de Homero como ha llegado a serlo hoy, el largo intermedio que hay entre su partida y su llegada, que retra­sa la escena que se espera, puede haber sido una táctica para aumentar la expectación del público. La cuestión es que, al irse Héctor, emergen como caídos del cielo Glauco, «vásta- go de Hipóloco», y Diomedes para enfrentarse en el espacio que separa los dos ejércitos.

«¿Quién eres tú entre los mortales, buen amigo?», inquie­re Diomedes, añadiendo de modo nada convincente que si es «alguno de los inmortales que ha bajado del cielo lumino­so, I has de saber que yo no lucharé contra un dios del cielo».

«Intrépido hijo de Tideo, ¿por qué preguntas cuál es mi linaje?», responde Glauco.

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Com o el linaje de las hojas, así es el de los hom bres.E l viento las esparce por el suelo, pero de nuevo brotan del árbol revivido cuando llega la estación florida.Así, m ientras una generación de hom bres m uere otra nace. Pero si deseas conocer todo eso y conocer mi genealogía, has de saber que es harto conocida. H ay una ciudad, Efira, en un rincón de A rgos, pastizal de cab allo s...

Los famosos versos iniciales del discurso de Glauco son una de las deudas más evidentes de la Ilíada con la literatu­ra oriental, y un ejemplo cercano puede hallarse en el L i­bro de los Salmos, por elegir un ejemplo de la Biblia hebrea: «Los días del hombre son como la hierba, como las flores del campo; así florece. Pero sopla el viento sobre ella y no que­da nada».14 (Por otra parte, palabras similares del posterior Eclesiástico probablemente estén inspiradas por Homero: «Como las hojas verdes de un árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así es la generación de la carne y la sangre: unos mueren y otros nacen»).15

La historia de los antepasados de Glauco constituye una larga y tensa digresión. En su centro figura la saga de Belero- fonte «el intachable», al que se acusaba falsamente de inten­tar seducir a la esposa de un rival político, Preto, que en rea­lidad se le había insinuado y a la que había rechazado. Preto, que se resiste a matarle directamente, decide en vez de eso en­viarle a Licia, en el suroeste del Asia Menor, portando «sím­bolos asesinos, que él grabó en una tableta plegable, lo suficien­te para destruir la vida». Belerofonte recibe instrucciones de mostrar la tableta al suegro de Preto. Esos «símbolos asesi­nos» son la única alusión de la Ilíada a la escritura y se consi­dera que se refieren a algún recuerdo de la escritura pictográ­fica lineal B o ala cuneiforme hitita. Una tableta de madera plegable como la que describe Glauco se ha descubierto en los restos del naufragio de un barco de la Edad del Bronce, fe­chado hacia el siglo x iv a. C., junto a la costa sur de Turquía.10

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El objeto de esta digresión es revelar que el antepasado de Glauco emigró de Grecia a Licia, la tierra de un aliado tro­yano, y que en esta complicada historia Diomedes, que ha estado parado pacientemente allí en el campo de batalla es­cuchando, comprende que él y el enemigo que tiene enfren­te descienden de hombres que habían sido huéspedes, hom­bres que habían honrado las leyes sagradas de la hospitalidad

. con los extraños. «Alborozado», Diomedes clava su lanza en el suelo y tiende su mano en gesto de amistad: «Ahora veo que eres un huésped de mi casa desde los lejanos tiempos de nuestros padres. [...] Evitemos cada uno de nosotros la lan­za del otro, incluso en la lucha cuerpo a cuerpo».

En otra parte de la epopeya, un intercambio de genealo­gías entre héroes afirma jactanciosos derechos además de la identidad. Aquí, sin embargo, cumple la función antiheroi­ca de sugerir que si un héroe explica su biografía con la su­ficiente extensión, puede hallarse una historia común. Una de las poquísimas cosas que podemos afirmar con seguridad sobre las poblaciones de la Edad Oscura y sobre los públi­cos de la época de Homero es el hecho de que sus antepasa­dos habían viajado de una tierra a otra y de una gente a otra. El hospedaje (un concepto siempre relevante en la cultura griega) se habría forjado sin duda a lo largo del camino y se habría conservado en la extensa memoria familiar. Esta fun­ción de las recitaciones genealógicas aún persiste hoy. Ayaan Hirsi Ali explica, en su evocación de la llegada a la mayoría de edad en Somalia, que «los niños somalíes deben memori- zar su estirpe. [...] Siempre que un somalí se encuentra con un desconocido, le preguntan: “ ¿Tú quién eres?” . Y se re­montan en sus linajes respectivos hasta que encuentran un antepasado común».17

El intermedio entre Glauco y Diomedes concluye y, brus­camente, la litada nos lleva otra vez con Héctor, que está a las puertas mismas de Troya. Inmediatamente le rodean las mujeres troyanas, preguntando «por sus hijos, por sus her­

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manos y vecinos, | sus maridos, y él las exhortaba a que im­plorasen a los inmortales, | pues había para muchas llanto y aflicción».

La llegada de Héctor señala la segunda vez que la litada se abre al mundo civil que hay tras las murallas de Troya. La pri­mera ocasión sirvió principalmente para introducir a Hele­na, y en esa escena, durante el intermedio optimista que pre­cedió al duelo entre Paris y Menelao que se proponía poner fin a la guerra, hubo una sensación de algo cercano a la paz: Príamo y Helena habían contemplado desde las murallas de Troya a los hombres de los dos ejércitos sentados en la hier­ba, las armas amontonadas a su lado. Ahora Troya está de nuevo en guerra, y desde las murallas donde Helena obser­vaba cómo sus dos maridos se preparaban para el combate, las mujeres desesperadas de la ciudad se han visto forzadas a contemplar la devastación que aflige a sus hombres, «pues había para muchas llanto y aflicción», pese a sus ruegos a to­dos los dioses del cielo.

Héctor, apartándose de ellas, entra en el palacio de Pría­mo, con sus claustros de piedra pulida y sus estancias (cin­cuenta en total para sus muchos hijos y doce para sus hijas, donde, en punzante comparación con Paris y Helena, cada hijo duerme «al lado de la mujer con la que se ha casado», y cada yerno al lado «de su honesta esposa»). En la maravillo­sa calma de estos claustros de piedra pulida, Héctor se en­cuentra con su madre, Hécuba, y una de sus hermanas, la encantadora Laódice, Resistiéndose a sus peticiones de que haga un descanso, Héctor encomienda a su madre la misión de hacer una ofrenda a Atenea, repitiendo la orden que le ha dado Héleno. Mientras tanto, él buscará a Paris y le arrastra­rá, de nuevo, al combate:

Encam ínate pues al tem plo de Atenea, la expoliadora, m ientras yo voy en busca de París, a llam arle, si es que escucha lo que yo le diga. O jalá en este m om ento pudiera abrirse

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bajo sus pies la tierra. Pero el O lím pico le deja vivir, para granpesar

de los troyanos y del animoso Príam o, y de todos sus hijos.O jalá pudiese verle descender a la casa del dios de la muerte, pues podría decir entonces que mi corazón se ha librado de su

triste aflicción».

Lo mismo que el diálogo de Glauco con Diomedes proba­ba que la amistad no era sólo posible con los aliados, la rela­ción de Héctor con Paris prueba que el odio no queda limi­tado a los enemigos. Cuando Héctor se va, las mujeres eligen un ornado peplo y, con llorosa súplica, una de ellas deposita en las rodillas de la estatua de Atenea la ofrenda, imploran­do que se apiade de «la ciudad de Troya y de las esposas tro- yanas y de sus hijos inocentes. | Pero pese a su súplica, Palas Atenea apartó la cara de ella».

Héctor encuentra a su hermano Paris en la alcoba, «ocu­pado con su espléndida armadura», mientras Helena está sentada con sus mujeres; parece que es así como Paris y He­lena suelen pasarlos días. «¡Desdichado! [...] La gente está muriendo alrededor de la ciudad y alrededor de las altas murallas | en el duro combate; y es por tu causa por lo que arde | en torno a la ciudad el clamor de la guerra», le repro­cha Héctor. Dócil, casi alegremente, como acostumbra, Pa­ris confiesa que Helena había estado justo en aquel momen­to «convenciéndome para que acudiera a la lucha».18 La pro­pia Helena, apartándose de sus mujeres, se dirige a Héctor «con palabras cariñosas» y fustigándose también como sue­le a sí misma.

Este segundo encuentro con Helena y Paris repite básica­mente muchos de los elementos del primero. Entonces como ahora su relación queda definida con la máxima intensidad por el desprecio de Helena hacia su marido troyano y hacia sí misma. Pero la repetición es estratégica. La triste y amarga unión entre estos dos causantes de la guerra se incluye aquí

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con el fin de encuadrar del mejor modo posible una de las escenas más memorables de la Ilíada·. el encuentro de Héc­tor con su esposa, Andrómaca, y con su hijo.

Se recordará que Héctor había regresado a Troya sólo para pedir a su madre y a las troyanas que implorasen a Atenea. Ahora, espontáneamente, decide buscar a su esposa. Al no encontrarla en casa, pregunta a la despensera por su parade­ro y ésta le dice que, al oír que los troyanos estaban retroce­diendo, Andrómaca se había ido a las murallas «como una mujer enloquecida, y acompañada por un aya que llevaba al niño». Héctor, pensando que ha pasado cerca de su esposa y no la ha visto, vuelve sobre sus pasos y se acerca a las puertas Esceas, «por las que saldría a la llanura». De pronto apare­ce Andrómaca, que corre a su encuentro (unos cuantos pa­sos más y Héctor habría cruzado las puertas y no se habría producido una de las escenas más célebres de la literatura).

Llegó allí hasta él, y a su lado iba una sirvienta que llevaba al niño en brazos, un niño que aún era muy pequeño, el hijo de H éctor, el adm irado, bello como una estrella

relum brante,al que él llam aba Escam andrio, pero todos los demás llam aban A stianacte, señor de la ciudad, pues H éctor era la salvación de

Ilio n .Sonreía en silencio m irando a su hijo, pero ella,Andróm aca, se colocó llorando a su lado y le apretó la mano, le llam ó por su nom bre, le dijo:«Ay, querido, tu gran fuerza será tam bién tu muerte, y no tendrás piedad alguna para tu hijito, ni para mí, pobre

desdichada,que pronto habré de ser tu viuda; porque ya los aqueos, agrupándose todos, se arrojarán sobre ti y te matarán; y para m í sería m ucho m ejor que me tragase la tierra, pues cuando te haya perdido no tendré más consuelo ya que el

dolordespués de que tú hayas cum plido tu destino».

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Andrómaca es ya una víctima de la guerra. Aquiles había matado también a sus siete hermanos y a su padre, Eetión; su madre, capturada por Aquiles y liberada a cambio de un rescate, había muerto poco después, quizá de pena:

«A sí que, H éctor, tu eres para mí mi padre, y m i honrada m adre,

y eres mi herm ano y eres adem ás mi joven m arido.A sí que com padécete de mi, quédate aquí en la m uralla, no debes dejar huérfano a tu hijo, viuda a tu esposa, haz retroceder a tu gente hasta la higuera, allí donde la ciudad está más expuesta al ataque y es más accesible la m u ralla ...» . Entonces el gallardo H éctor de yelmo relum brante le contestó: «Todas esas cosas están tam bién en m i pensam iento, m ujer; pero me sentiría profundam ente avergonzado ante los troyanos y las troyanas de largos mantos si como un cobarde eludiese

la lucha;y m i propio ánimo no me dejaría, porque he aprendido a ser valiente y a luchar siem pre en prim era línea, ganando para m í gran gloria, y para m i padre.Pues mi corazón sabe m uy bien esto, y tam bién m i mente: llegará un día en que la sagrada Ilion perecerá, y Príam o, y el pueblo de Príam o, el de la recia lanza de fresno. Pero lo que me atribula no es que caiga tanto dolor sobre

los troyanosni siquiera sobre Príam o, el rey, ni sobre H écuba, ni pienso tam poco en mis herm anos, que todos ellos pese

a su valorcaerán en el polvo a manos de hom bres que los odian;lo que me atribula es pensar en ti,cuando unos aqueos de arm adura de broncete lleven llorando, poniendo fin a tus días de libertad;y debas trabajar en A rgos en el telar de otra,y acarrear agua desde la fuente M eseide o la H iperea,contra tu voluntad, pero obligada por una im periosa necesidad;y algún día al verte llorar un hom bre dirá de ti:“ É sa es la esposa de H éctor, que era el más valiente de todos los troyanos, dom adores de caballos,

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en los tiem pos en que luchaban por Ilio n ” .A sí dirá alguno de ti; y sentirás renovarse el dolor, privada ya del hom bre que podía librarte de la esclavitud.Pero ojalá esté m uerto y me oculte la tierra antes de oírte llorar y de saber por ello que te llevan cautiva».Y tras decir esto, el glorioso H éctor tendió los brazos hacia

su hijo,que se encogió en el regazo de la nodriza, de esbelto talle,llorando, asustado por el aspecto de su padre,aterrado ante el brillo del bronce y la cim era de crin de caballo,que veía ondear en lo alto del yelm o. Rom pieron a reír entoncessu amado padre, y su honrada m adre, y el glorioso H éctorse quitó el casco y lo dejó con todo su brillo en el suelo.Luego, cogió a su hijo querido en brazos y lo besó.

Héctor, con el niño en brazos, implora en alta voz a Zeus que su hijo crezca y sea grande y llegue a reinar en Ilion, que los troyanos digan de él: «Es mucho mejor que su padre». Andrómaca sonríe a través de las lágrimas al escuchar la ora­ción de su marido, y Héctor, compadeciéndose de ella, le aca­ricia la mano y se va.

«Héctor del casco relumbrante»: eso no era, en realidad, un atributo heroico. También es antiheroica la única oración de Héctor, esa en la que pide que se diga de su hijo que «es mucho mejor que su padre», una inversión instintiva del dic­tado convencional de que los hijos eran inferiores a la gene­ración heroica que les precedía. Hay muchas cosas inverti­das en esta escena. Es Andrómaca aquí, con su súplica inge­nua y patética, la que da directrices militares, rogando a su marido que se quede «aquí en la muralla [...] haz retroceder a tu gente hasta la higuera, allí donde la ciudad | está más ex­puesta al ataque»: el comentarista helenístico Aristarco que­ría eliminar estas líneas alegando que «esas palabras no son adecuadas en Andrómaca, ya que pretende dar instrucciones militares a Héctor».15 Por otra parte, Héctor, el guerrero, se desarma para coger a su hijo y besarle.

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Las acciones que inmortalizan a Héctor en mayor grado, aquí y más adelante, son enfáticamente antiheroicas, y los co­mentaristas han denunciado con acritud a lo largo de los si­glos la discrepancia entre su reputación sobresaliente como guerrero y sus modestos logros (e incluso sus flaquezas) en el campo de batalla, en comparación con otros héroes; pero son precisamente esas incoherencias las que le convierten

, en uno de los personajes más creíbles y más entrañables de la litada. Tal vez no guerrero por naturaleza («he aprendi­do a ser valiente»), marido y padre, soporta la carga que ha caído injustamente sobre él y lucha, forzado por el ho­nor y el deber, en una guerra que odia y por una causa que repudia.20

La angustiada identificación de los héroes aqueos que hace Andrómaca desde las murallas evoca la identificación nostálgica que hace Helena de sus antiguos parientes desde esa misma muralla en su conversación con Príamo. Homero deja claro que ambas mujeres ganarán amarga fama en tiem­pos futuros: «Los hombres del futuro harán canciones sobre nosotros», dice Helena amargamente de sí misma y de Pa­ris en determinado momento, durante la visita que les hace Héctor. «“Ésa es la esposa de Héctor, que era el más valiente de todos los troyanos, domadores de caballos, en los tiem­pos en que luchaban por Ilion” . Así dirá alguno de ti», dice Héctor a Andrómaca.

El destino posterior de Andrómaca y Astianacte se cuenta en una de las epopeyas del Ciclo Troyano, la Pequeña Ilíada, atribuida al poeta Lesques de Lesbos, que relataba aconteci­mientos posteriores a la caída de Troya: «Pero el hijo glorio­so del magnánimo Aquiles condujo a la esposa de Héctor a las cóncavas naves; a su hijo le arrebató del regazo de su no­driza de hermosos cabellos y, cogiéndole por un pie, le tiró desde las almenas y se apoderaron de él en su caída la muer­te roja y el destino implacable...», dice un testimonio anti­guo de esa epopeya perdida.21 El destino de Astianacte se

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considera que había estado ya bien definido en el mito pre- homérico. Pinturas en piezas de cerámica que se remontan a finales del siglo v in a. C. nos muestran su muerte, y en el siglo v i a. C. se había convertido en un motivo popular, jun­to con otros acontecimientos del terrible período que sigue a la caída de Troya.22 Es probable, pues, que las audiencias de la época de Homero escuchasen la escena de sus padres con conocimiento previo de que Andrómaca acabaría escla­vizada y Astianacte muerto. A pesar de sus terribles escenas de heridas y de muerte en el campo de batalla, la lliada nos indica que hay destinos (el de Andrómaca) que pueden ser peores que la muerte.23

En términos estructurales, la escena entre Héctor y An­drómaca es totalmente irrelevante para la lliada. No hace avanzar la historia épica de ningún modo sustantivo, y tam­poco añade absolutamente nada al hilo narrativo principal, que es la historia de la cólera y el distanciamiento de Aquiles y sus consecuencias. Se trata, en puridad, de una digresión tan disparatada como el encuentro de Glauco y Diomedes.Y forma parte, sin embargo, de ese puñado de escenas sin las que la litada no podría haber sido la lliada. Proyecta tras ella una sombra sobre acontecimientos que ya han ocurrido y también sobre todo lo que va a ocurrir. La arenga de Néstor a los aqueos del Canto II, instándolos a que ninguno de ellos vuelva a su patria hasta que «se haya acostado con la esposa de un troyano» lo expone con toda su brutalidad. Las peque­ñas biografías concentradas que acompañan patéticamente a cada hombre que cae abatido pasan a hacerse de pronto más vividas. Hasta las célebres palabras de Glauco («así, mien­tras una generación de hombres muere otra nace») adquie­ren una importancia nueva y trágica.

Agamenón insta a Menelao, que estaba dispuesto a per­donar la vida a un suplicante: «No, no dejes que uno solo de ellos se libre de la súbita | muerte a nuestras manos; ni el niño que la madre aún lleva | en el vientre, ni siquiera él». Esa es­

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cena singular ante las puertas Esceas hace imposible contem­plar con una pizca siquiera de alegría el espectáculo de las torres de Príamo ardiendo. Dicho con palabras simples, los troyanos no son ya el enemigo de esta epopeya griega. Y si los troyanos no son el enemigo, entonces ¿quién lo es?

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Armauirumque
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H acia al atardecer del tercer día, los aqueos, tras la crema­ción de sus muertos de los combates de días anteriores, se embarcan en una tarea de súbita urgencia. Al lado de los restos de su pira funeraria consumida construyen un fuer­te «con murallas torreadas, que sirva para defenderse ellos y defender las naves», rodeado por un foso hondo y ancho, lleno de estacas puntiagudas.

La construcción de este fuerte se emprende sin discusión ni preludio, y aunque no está claro lo que les impulsa a adop­tar esta precaución, marca un giro lento pero inexorable en la suerte de los griegos y en el desarrollo de la epopeya. Un poco antes, Zeus se había dirigido a una asamblea de los olímpi­cos y con un lenguaje duro y amenazador había prohibido a todos ellos intervenir en la guerra: a partir de entonces, los dos ejércitos mortales se enfrentarán sólo con sus propias fuerzas. Y los troyanos, aunque inferiores en número, «for­zados por la necesidad, por sus esposas y sus hijos», lleva­rán la mejor parte. Así, por fin, Zeus emprende una acción decisiva para cumplir la promesa hecha a Tetis, y los aqueos no podrán, por mucho que se esfuercen, ganar sin Aquiles.

Lentamente, en una serie de combates que libran héroes individuales, el curso de la guerra pasa a ser favorable a los troyanos. Al caer la noche los griegos retroceden precipita­damente, empujados hasta sus naves. Héctor, «en terreno despejado, donde había un espacio en que no estorbaban los cadáveres», da impaciente a sus hombres órdenes para la noche y para el amanecer del día siguiente, que les traerá sin duda el triunfo. Sucumbiendo al gozo embriagador de la vic­toria inminente, este héroe, el más cuidadoso de todos, pres­cinde de su reserva y grita con peligrosa exaltación:

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O jalá fuese tan ciertoque soy inm ortal y que no envejeceré jamás y que seré venerado como Atenea y A polo como lo es que este día que llega será el de la perdición de los argivos.

Pero en lo alto del Olimpo, donde los dioses han estado observando este giro en el curso de la guerra, Zeus ha pro­clamado ya lo que sabe que será el desenlace inevitable délos acontecimientos siguientes: Héctor se impondrá en el com­bate hasta la hora en que «salga de junto a las naves el hijo de Peleo, el de los pies ligeros», había afirmado el padre de dio­ses y hombres, «en ese día en el que lucharán junto a las po­pas de las naves varadas, | acosados allí defendiendo al caído Patroclo. | Eso será lo que ha de suceder». El resto de la epo­peya está salpicado del mismo modo por resúmenes claros y directos de los acontecimientos que aguardan, garantizán­dose con ello que la audiencia sienta el peso de las tragedias inminentes. A pesar de lo que, en su inocencia, los aqueos o los troyanos pudiesen creer, la audiencia ya sabe lo que sabe Zeus: Patroclo, el camarada de Aquiles, morirá, Aquiles «sal­drá» de su retiro y Héctor ya no podrá seguir luchando.

Ajeno al hecho de que opera condicionado por resultados que el destino tiene ya decididos, Héctor ordena a sus hom­bres que permanezcan en vela toda la noche, temeroso de que el aterrado enemigo pueda huir en sus naves al amparo de la oscuridad. Cuando se acomodan para su larga vigilia, la multitud de sus hogueras en toda la extensión de la oscura llanura es como una imagen reflejada de las estrellas del cie­lo nocturno sobre Ilion.

Mientras los troyanos pasan la noche con ánimo optimis­ta, «el pánico, acompañado de frío terror», se apodera de los aqueos, y el más afectado de todos ellos es el hijo de Atreo, Agamenón. Convoca urgentemente una asamblea y se dirige con lágrimas en los ojos a sus hombres. Admite, con hondos

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gemidos, que Zeus le ha engañado: no hay ninguna victoria que se pueda divisar en el horizonte para los aqueos. Luego expone su solución: deberían «volver en las naves a la tierra amada de nuestros padres». Sigue a esta propuesta un silen­cio asombrado, que rompe al final Diomedes. Desplegando una contención admirable, disiente de su comandante, con­cluyendo sus comentarios con una punzante observación: «El hijo del taimado Cronos te ha dado | dones de dos mo­dos: con el cetro te honró por encima de todos, | pero no te dio un corazón, que es el más grande de todos los poderes».

De acuerdo con una pauta que se repite en la epopeya, los aqueos son convocados una vez más en un momento de cri­sis, y reprenden públicamente a su rey. Néstor da un paso al frente de nuevo, reprendiendo a su vez cautamente a Dio­medes, y sugiriendo además que Agamenón debe convocar a todos los príncipes a un consejo de urgencia: «Esta es la no­che que traerá a nuestro ejército el desastre o la salvación», concluye agriamente.

Se establecen puestos de vigilancia y los príncipes acuden a la tienda de Agamenón, donde, lejos de la tropa, Néstor habla con más franqueza. Las cosas han ido mal desde el día en que Agamenón le quitó Briseida a Aquiles por la fuerza; hay que aplacar a Aquiles: «así que | pensemos cómo pode­mos lograr eso y persuadirle | con palabras de súplica y con regalos amistosos».

La reacción de Agamenón a las palabras de Néstor es la aquiescencia sin matices y el alivio; se ve conducido a un te­rreno que le es familiar. «Regalos», por supuesto, a Aquiles se le podrá convencer con regalos. Y enumera, con una ve­hemencia casi abyecta, el tesoro personal que está dispues­to a entregar: siete trípodes jamás tocados por el fuego, diez talentos de oro,1 caballos que alcanzaron el triunfo en la ca­rrera, siete mujeres de Lesbos «que sobresalen por su belleza

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entre la raza de las mujeres», y Briseida, la «presa» que pro­vocó la costosa disputa con su mejor guerrero y a cuyo lecho jura no haber accedido. Todo esto, así como futuras presas del saqueo aún por llegar y, como coronación de su oferta, una de sus tres hijas por esposa, la que Aquiles prefiera, jun­to con una dote deslumbrante.

«Todo eso estoy dispuesto a darle. Y que se someta a mí, porque soy rey y tengo mayor rango», dice por último Aga­menón, y luego demuestra que la prueba por la que ha pasa­do no ha producido ningún cambio real en su carácter.

La embajada que va a continuación a ver a Aquiles (el re­lato sobre la pequeña delegación de hombres escogidos para transmitir la oferta de regalos de Agamenón) es una de las es­cenas más notables e innovadoras de la litada. Diremos, re­sumiendo, que los delegados cuidadosamente elegidos (Odi­seo y Áyax, conducidos por un personaje previamente no mencionado llamado Fénix) recorren la playa hasta la tien­da de Aquiles, llevando en sus diplomáticas manos el desti­no de todo el ejército aqueo.

En el campamento de los mirmidones, la delegación se encuentra bruscamente con Aquiles, que está «deleitando su corazón con una lira, de claro sonido, | espléndida y cui­dadosamente trabajada, con un clavijero de plata arriba» y que procedía del botín conseguido durante el saqueo de la ciudad de Andrómaca. Aquiles estaba deleitando su cora­zón con esa lira (aeide d ’ara klea andren), «cantando la fama de los hombres». Klea es el plural de kleos, que significa ‘ru­mor’, ‘informe’, ‘noticia’ . Los informes sobre un héroe cons­tituyen su renombre, su fama y su gloria. El deseo de conse­guir kleos impulsa al héroe a luchar en vez de huir, porque sabe que la noticia de sus acciones le sobrevivirá. Los gran­des héroes (los «hombres de antaño») son el tema de can­ciones que conmemoran sus hazañas. Sin embargo, Aquiles, el héroe de la litada, se encuentra, después de una ausencia considerable, desempeñando contento el papel de un rapso­

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da, un cantor de las gloriosas hazañas de otros hombres, no el autor de las suyas propias.2

Sólo está con él su amigo más íntimo, Patroclo, el hijo de Menecio. Al entrar la embajada, los dos se ponen de pie sor­prendidos y Aquiles les brinda una recepción inesperada­mente graciosa y alentadora: «Bienvenidos. Amigos sois los que llegáis y me satisface vuestra llegada, | porque a pesar de mi cólera sois para mí los más queridos de todos los aqueos».

Aquiles ordena que se dé de comer a los recién llegados y Patroclo se encarga de ello. El momento parece propicio. Ayax mira a Fénix y asiente, y Odiseo empieza a hablar, expo­niendo con su elocuencia legendaria los términos de la ofer­ta de Agamenón. Dorados tesoros, caballos, mujeres, inclu­so «siete ciudadelas bien fortificadas» del reino del propio Agamenón... Odiseo recita fielmente la lista, junto con una oferta propia, privada y estratégica:

Pero si hay en tu corazón dem asiado odio contra el A trida y contra sus regalos, apiádate al menos de los demás aqueos que están abatidos en el campamento, y que te honrarán com o

a un dios.

Pero Aquiles no se conmueve y rechaza de inmediato en un feroz discurso todas las ofertas de reconciliación. La em­bajada encalla y, para horror de sus viejos camaradas, parece que los aqueos tienen el desastre asegurado.

¿Qué quiere Aquiles? El héroe airado que se aparta délos su­yos es tema habitual tanto del cuento popular como de la épi­ca, un tema que presupone, sin embargo, el apaciguamiento final del héroe y su regreso. Así que el hecho de que la emba­jada no consiga apaciguar a Aquiles representa una ruptura sorprendente y dramática con la tradición. Además, Aquiles no sólo rechaza la embajada, sino que va más allá, como ve­remos, desafiando la premisa misma de la forma heroica de

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vida, es decir, la forma heroica de guerra que exalta tradicio­nalmente la epopeya. Los numerosos elementos innovadores de la embajada sugieren que esta escena se incorporó tarde en el proceso evolutivo del poema y que es obra de su último poeta..., de Homero.3 Desde luego es en ella donde la Ilia­da proclama más abiertamente que está emprendiendo algo nuevo y no se limita a contar otra kleos andrön, las historias de antaño. Aquiles es algo intrínseco a la visión de la lliada y de sus personajes; es, en realidad, el catalizador de la au­daz nueva dirección de la epopeya.

Ateniéndonos a una simple genealogía, Aquiles es, por supuesto, el hijo de una diosa, la ninfa marina Tetis, y de un mortal, Peleo. En la sociedad heroica todos los guerreros es­tán definidos por su origen; Aquiles es Pélida, hijo de Peleo, cuya biografía y trayectoria pueden extraerse de la colección habitual de fragmentos de epopeyas perdidas, alusiones con­tenidas en otros poemas, así como de compilaciones tradi­cionales de genealogías y de mitología hechas por escritores posteriores de la Antigüedad.4

Por estas fuentes diversas sabemos que Peleo era hijo de Eaco, el rey de la isla de Egina, en la costa del Atica. Tras ma­tar a su hermanastro (las versiones varían respecto a si fue un accidente o no), Peleo huyó al norte, consiguiendo la protec­ción del rey de Yolco, en Tesalia.5 Así que al hijo de Eaco, Pe­leo, sólo se le asocia con esa región fronteriza del norte, espe­cíficamente con el monte Pelión y con su pequeño reino, Ftía, donde reina sobre los mirmidones.6 La tradición cuenta tam­bién que cuando el rey de la importante ciudad tesalia de Y o l­

co y su esposa fueron injustos con Peleo, éste, «solo, sin nin­gún ejército, tomó Yolco»; es la única hazaña decididamente marcial que se le atribuye.7 Peleo también hace apariciones honorables en una serie de gestas heroicas: figura entre los argonautas, con Jasón, por ejemplo (otra historia de oríge­nes tesalios), y tiene una participación importante en la caza del jabalí de Calidón, historia que relata el intento de nume­

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rosos héroes de cazar al jabalí monstruoso que había enviado una diosa vengativa para devastar las tierras de esa ciudad.

En torno a Peleo se agrupan diversos temas, de los que los más coherentes y sorprendentes son los de asesinato y puri­ficación, destierro y santuario. Ya hemos visto que él mismo llegó como exiliado a Tesalia, donde fue purificado del ase­sinato de su hermanastro. Más tarde mató accidentalmente a un compañero en la caza del jabalí de Calidón y fue de nue­vo purificado. A su reino, como relata la Ilíada, llegan otros desterrados, a los que acoge y purifica, siendo el más impor­tante de ellos Patroclo, el hijo de Menecio, el amigo más ín­timo de Aquiles (y, en algunas versiones, su primo): Patroclo recuerda a Aquiles, más tarde, en la epopeya:

Igual que nosotros crecim os juntos en tu casacuando M enecio me llevó a tu casa desde O punte,debido a un fatídico hom icidio, a que maté al hijo de Anfidam ante.Y o aún era pequeño, sólo un niño, lo hice sin intención,porque me enfurecí jugando a los dados.A llí el diestro jinete Peleo me acogió en su casa, y me prodigó todos los cuidados y me nom bró escudero tuyo.

Peleo recibió también a otro guerrero mirmidón, oscuro por lo demás, llamado Epeigeo y, más significativamente, a Fénix, un viejo criado fiel y el tercer miembro de la emba­jada enviada a Aquiles. Fénix, tras haber estado a punto de matar a su padre, que había lanzado sobre él la maldición de que nunca tuviese hijos propios, había huido a Ftía, y Pe­leo le había acogido y «me otorgó su cariño, | queriéndome como un padre quiere a un hijo, | que es su hijo único criado entre sus muchas posesiones».

Peleo mantiene pues una relación bastante similar con hombres atribulados a la que Tetis mantiene con dioses atri­bulados en la Ilíada, pues se le atribuye haber salvado a Dio- niso, Hefesto y por supuesto, lo más famoso, a Zeus. Es im­portante tener en cuenta, sin embargo, que Peleo está alber­

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gando forajidos y que la concentración de tantos fugitivos de la justicia en la agreste frontera de Tesalia resulta sorpren­dente y sugestiva.8

De qué modo obtuvo Peleo la mano de la inmortal Tetis es algo que se describe en tradiciones diversas, no del todo incompatibles, la más famosa de las cuales es la que cuenta que le dijeron «que la cogiera y la sujetara firmemente a pe­sar de que cambiase de forma», por citar la vivida descrip­ción que hace Apolodoro (en el siglo il a. C.): «Esperó su oportunidad y se apoderó de ella, y aunque ella se convir­tió primero en fuego, luego en agua y luego en un animal, él no la soltó hasta que vio que había vuelto a su primera for­ma».9 El tema de un mortal que conquista a un hada o a al­guna doncella sobrenatural reteniéndola a través de sus for­mas cambiantes está muy extendido en los cuentos de ha­das y en el folclore. Esos matrimonios místicos suelen rom­perse cuando la doncella acaba abandonando el mundo de los hombres y regresando al de los suyos, ya se trate de cis­nes o focas o, en el caso de Tetis, deidades del mar.10 Aun­que la Ilíada da por sobreentendido que Peleo y Tetis vivie­ron juntos en el pasado, está claro que ahora están separa­dos, él solo en Ftía y Tetis con sus hermanas y su padre, Ne­reo, «el viejo del mar».

En otras versiones de este matrimonio desigual, Tetis no es capturada, sino que se casa por una orden de Zeus. Nor­malmente esto lo provoca el hecho de que descubre el desti­no especial de Tetis de alumbrar un hijo que será más grande que su padre; como hemos visto, ésta es la tradición a la que alude la l i t a d a El desdichado desenlace de esa unión for­zada queda meridianamente claro en ella: «Tuve que sopor­tar un matrimonio mortal muy en contra de mi voluntad», se lamenta Tetis, y su intensa pesadumbre por el matrimonio y el hijo mortal que el matrimonio produjo es su rasgo más ca­racterístico en la epopeya.12

¿Por qué, si era necesario casar a esta desventurada diosa

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con un mortal, eligieron los dioses de entre todos los hom­bres a Peleo? De acuerdo con una tradición, Zeus, en su pa­pel de defensor de los derechos de hospitalidad, le eligió para recompensarle por resistirse a las proposiciones ilícitas de la lujuriosa esposa de su anfitrión.13 La rectitud de Peleo queda subrayada aún más por su linaje: de su padre, Éaco, se decía que era el más sabio de los mortales, que emitía sus juicios incluso entre los dioses, y en tradición posterior apa­rece en el mundo subterráneo como uno de los tres jueces de los muertos.14

Peleo, prescindiendo de esta recompensa específica por su rectitud, parece haber sido, según una tradición anterior, famoso por gozar del amor excepcional y las bendiciones de los dioses. En la litada se habla de ese amor en dos ocasio­nes: en una, Hera alude a él como «el que es caro a los cora­zones de los inmortales», y en otra Aquiles recuerda los mu­chos «regalos resplandecientes» que los dioses hicieron a su padre. Hesíodo hace alusión, extensa y sorprendentemen­te, a la buena suerte de Peleo, y uno sospecha, considerando esto, que en tiempos debió ser modelo y ejemplo de las ben­diciones divinas: «Vino a Ftía, madre de corderos, | trayendo mucha riqueza de la espaciosa Yolco, | Peleo, hijo de Éaco, estimado por los dioses inmortales. | Atónitos quedaron to­dos los que vieron cómo había saqueado | la bien edificada ciudad y cómo había contraído un grato matrimonio, | y to­dos decían esto: “El tres veces bendito hijo de Éaco y cuatro veces feliz Peleo”».15

Pero mientras un nexo de tradición habla de la buena suer­te de Peleo, en la litada se le recuerda de manera más memo­rable como un solitario digno de lástima, «en el umbral de la triste vejez», y ésa es también la visión patética que el propio Aquiles tiene de su famoso padre. La notoria desconexión entre la anterior buena suerte legendaria de Peleo y el aban­dono posterior sugiere que las caracterizaciones preservadas tanto en la Ilíada como en otras tradiciones son mutuamente

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incompletas y que alguna otra historia, ya perdida, le incluía en un relato de héroes cuya fabulosa prosperidad se conver­tía en fabulosa adversidad.16

Hay un contraste notorio entre el triste final del famoso matrimonio de Peleo y la tradición de su boda y de su novia divina, uno de los temas favoritos del arte temprano y la li­teratura.17 La Cipríada da una versión de la boda en la que explica que «los dioses se reunieron en el Pelión para feste­jar y llevar regalos a Peleo» y, como Hera comenta en la lita­da, «todos vosotros fuisteis, vosotros los dioses, a la boda». Pero estas celebraciones gozosas son el origen de mucha tra­gedia y aflicción, pues, como refiere también la Cipríada, es entonces cuando Zeus «consulta [... ] sobre la guerra de Tro­ya. Cuando los dioses festejaban la boda de Peleo, aparece Discordia, que, ofendida por no haber sido invitada, provo­ca una disputa entre Atenea, Hera y Afrodita sobre quién es más bella».18 Esta rivalidad condujo al famoso concurso de belleza de las diosas, para el que fue elegido juez, inexplica­blemente, el príncipe troyano Paris; su recompensa por otor­gar la corona a Afrodita fue Helena, la esposa del griego Me­nelao, y este acontecimiento fue, como Zeus había planeado, la causa de la guerra de Troya.

Diversas tradiciones describen las tácticas desesperadas que utilizó Tetis para librar a su vástago mortal de su mortal destino. Una obra perdida que se atribuye a Hesíodo contaba cómo «Tetis arrojaba los hijos que tenía con Peleo en un cal­dero de agua porque quería descubrir si eran mortales [...].Y después de que muchos hubiesen perecido, Peleo se eno­jó mucho e impidió que Aquiles fuese arrojado al caldero». En otras versiones, Tetis introduce de noche secretamente al joven Aquiles en una hoguera para templarle; cuando Pe­leo interviene, se rompe el hechizo.19 La historia mejor cono­cida cuenta cómo Tetis sumergió a Aquiles en el río Estigia para hacerle inmortal pero, como lo tenía sostenido por el talón para hacerlo, dejó su «talón de Aquiles» vulnerable.20

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El tema de templar a un niño para hacerlo invulnerable o inmortal pertenece, como tantos de los temas relacionados con Peleo y su familia, al mundo del folclore o del cuento de hadas, más que a la epopeya heroica. La mitología griega ex­plica dos casos similares más de esta «magia» materna: la dio­sa Deméter intenta hacer inmortal a un protegido utilizan­do el fuego; y Meleagro, uno de los héroes que participan en la caza del jabalí de Calidón, es templado del mismo modo por el fuego pero acaba matándole su madre, que quema un día el trozo de madera que representa la vida de su hijo.21 Es significativo el hecho de que en la escena de la embajada se evoque a Meleagro, por extenso y detalladamente, como un ejemplo para Aquiles.

Mientras otras tradiciones hablan de múltiples vástagos (aunque destruidos) de Peleo y Tetis, la litada sólo conoce uno: su único hijo, Aquiles, totalmente mortal.12 Su nombre tal vez aparezca en las tablillas de escritura lineal B como a- ki-re-u, en un contexto que sugiere un nombre común,23 pero las tentativas de determinar el significado han llegado a dife­rentes conclusiones. Sus componentes (achos laos) han sido interpretados como ‘pesar/dolor para la gente’ o ‘miedo para los combatientes’; hay sólidas correspondencias que apoyan esta última opción en idiomas célticos y germánicos.24

En la litada, los epítetos asociados con más frecuencia a Aquiles entre sus compañeros son «resplandeciente, divi­no» y «de ágiles pies» o «de pies ligeros»; el epíteto utiliza­do por Tetis, sin embargo, es minunthadiós, ‘efímero’, ‘que dura poco tiempo’, ‘en personas, de corta vida’:25 «¿Por qué te crié, sabiendo en realidad que tu vida ha de ser corta, de escasa duración?»; «Ahora honra a mi hijo de corta vida por encima de todos los demás mortales». Tetis vuelve obsesiva­mente, una y otra vez, a este hecho inexorable que ninguna oración modificará. Puede negociar con Zeus por el honor de su hijo, pero no por su vida. Para la madre inmortal, la fama de su hijo, sus proezas, sus hazañas legendarias, de nada va-

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len ante el hecho de que sabe que tendrá que soportar verle morir; es una diosa inmortal, y sabe que su dolor será eterno. El lamento de Tetis es uno de los temas más coherentes de la Ilíada. Ya hace acto de presencia por primera vez envuelta en una niebla de lágrimas y luego, en cada nueva aparición, parece postrada, paralizada de dolor por el acontecimiento que sabe que debe producirse.

Es sorprendente que en esta epopeya dedicada a un mun­do heroico, definido fundamentalmente por la dinámica pa­dre-hijo, la voz de Peleo apenas se oiga, y que tampoco se haga ni una alusión de pasada a los hechos heroicos que le atribuyen otras tradiciones. A diferencia de lo que sucede con Néstor, el héroe más notorio como anciano de la Ilíada, en ella no aparece Peleo recordándonos una y otra vez los triunfos de su juventud. El único recuerdo que alguien pa­rece tener de él en el poema es el de cuando se despidió de Aquiles al partir éste para Troya.í6 Pero aunque Peleo haya sido digamos que excluido de la Ilíada, es evidente que Aqui­les tiene vínculos emotivos con su padre mortal y no con su omnipresente madre divina: el punto culminante de toda la litada es un hecho que depende de este vínculo filial. La na­turaleza de la relación de Aquiles con su madre resulta ense­guida evidente, desde el momento del Canto I en que se reti­ra a la costa solitaria a suplicarle llorando un favor: al ser di­vina, ella es al mismo tiempo mágicamente ubicua, y sale del mar siempre que él la llama, y tiene acceso a valiosos recur­sos, como el oído de Zeus. La relación de Aquiles con su pa­dre, sin embargo, sólo se revela sutilmente en el curso de la epopeya; pero donde las claves de su estima afloran por pri­mera vez es en la escena de la embajada.

Peleo, bien porque estaba «enojado» por el asesinato de sus otros hijos o porque creía que su único hijo se beneficia­ría de una educación especial, aunque excéntrica, aparece en todas las tradiciones conocidas entregando al joven Aquiles al honrado centauro Quirón, para que le eduque en medio

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de los animales salvajes del monte Pelión. Aunque la litada suprime, como es de esperar, este tipo de historias invero­símiles y peregrinas, permite la presencia de esa tradición. Se menciona en ella señaladamente la tutela que ha ejercido Quirón sobre Aquiles: en plena batalla, se apelará a su ami­go Patroclo para que auxilie a un guerrero herido con su arte médica, «que dicen que has aprendido de Aquiles, | al que se lo enseñó Quirón, el más honrado de los centauros».27 Un poema perdido atribuido (erróneamente) a Hesíodo, titula­do Preceptos de Quirón, estaba dedicado alas enseñanzas que este buen centauro impartió a Aquiles, lo que muestra la po­pularidad y la fuerza de esta tradición concreta; sin embargo, a juzgar por los fragmentos, lamentablemente escasos, que han sobrevivido, esas enseñanzas parecen haber sido de esca­sa entidad («Siempre que vayas a casa, haz un hermoso sacri­ficio a los dioses eternos...»).28 Lo que aflora de todo esto es el hecho de que a Aquiles, que es en Troya el más eficaz en el arte de matar, es también el más experto en el arte de curar.29

También es decididamente antiheroica la razón por la que Aquiles va a Troya. Hesíodo cuenta que los otros aqueos ha­bían ido allí porque habían sido pretendientes de Helena y habían prometido a su padre acudir en su ayuda si algu­na vez la raptaban; Homero no hace referencia directa a esa promesa, pero el hecho de que la causa que les una sea Hele­na es, desde luego, algo sobre lo que no hay ambigüedad al­guna en la litada. Sin embargo, Aquiles era demasiado joven para haber sido uno de los pretendientes. También en este aspecto, de importancia decisiva, difiere de sus camaradas.30 ¿Por qué, pues, si Aquiles y su familia no tenían ningún inte­rés personal en la guerra están en Troya él y su considerable contingente de mirmidones?

Según una temprana tradición, Tetis sabía que Aquiles es­taba destinado a morir en Troya (en el folclore suelen atri­buirse poderes proféticos a las criaturas del mar).3' Disfraza por ello a su hijo de muchacha y le oculta en la isla de Esciros,

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en medio de las muchas mujeres de la corte del rey Licome- des. Un resultado imprevisto de esta historia es que el joven Aquiles deja embarazada a una de esas mujeres, Deidamia, que da más tarde a luz un hijo suyo; la litada hace una breve alusión a este hijo criado en Esciros.32 Narraciones posterio­res recogen la historia: Odiseo y Diomedes llegan a Esciros a buscar al joven que está destinado a ser el héroe más grande

, de la guerra. Entre las bellas telas que los dos llevan como re­galo hay ocultas varias armas, y cuando una de las «mucha­chas» las coge, sin hacer caso de las telas, ellos saben que han encontrado a su hombre.33 El hecho de que Aquiles no fue­se identificable inmediatamente como un joven pretende ser un tributo a su asombrosa belleza. Otras trivialidades aqui- leanas: su nombre entre las mujeres era «Pirro», que se su­pone una alusión a su cabello de un rojo dorado (depurrhós, ‘del color de la llama’), aunque la erudición moderna, tras sobrios y considerables estudios, ha proclamado que el hijo de Peleo aún no tenía dieciocho años cuando fue a Troya.34

¿Pero adonde nos lleva toda esta información? ¿Qué im­portancia tiene todo esto para el Aquiles de la litada y, con­cretamente, para la escena de la embajada del Canto IX? En primer lugar, nos explica que los orígenes de Aquiles no sólo están en la periferia del mundo griego, en la remota Tesalia, sino también fuera de la tradición épica. A diferencia de un héroe como Diomedes, cuyo padre, Tideo, tenía una posi­ción bien establecida en narraciones épicas como la guerra de Tebas, Aquiles y sus padres proceden del mundo del fol­clore, sus historias están incorporadas en relatos de aconte­cimientos mágicos y sobrenaturales, y no en narraciones de­dicadas a hazañas guerreras heroicas. Esto, a su vez, expli­ca en parte la sorprendente ausencia de Peleo en la Ilíada-, pese a ser un gran héroe, no pertenece en realidad a esa tra­dición, no comparte esas costumbres heroicas, y la comuni­dad de héroes de la Ilíada sólo le conoce como el padre de Aquiles. Lo que esto viene a demostrar es que Aquiles, tal

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como corresponde a su destino único, es más grande que su progenitor; es, de todos los héroes de Troya, el único que de­fine a su padre.

Se ha dicho que los héroes del folclore «tienden a distin­guirse como trotamundos solitarios, como gente de lejos o de ninguna parte».35 El que Aquiles se diferencie del resto de los aqueos, su inherente aislamiento, es otro atributo del legado de sus padres.36 Pero lo más conmovedor, y lo más útil para la visión de Homero, es que el héroe de esta epopeya bélica no es en el fondo una figura militar. Conocida su condición vul­nerable y antinaturalmente definido por su mortalidad, edu­cado para conocer las artes de la curación, un personaje no del mundo de los hombres sino del de los animales salvajes de las montañas, Aquiles no pertenece al medio de los gue­rreros de Troya. No cruza el mar de oscuridad vinosa por la causa común, ni va en busca de gloria. El va a Troya porque le engañaron para que fuera.

Así pues, da la impresión de que este héroe popular tesa- lio, singular, con sus artes mágicas y su nacimiento místico, ha sido arrancado de su medio folclórico y reasentado en la historia, aún en formación, del asedio y el saqueo de Troya: su inclusión sugiere que era ya una figura carismática antes de que se le incorporase a la épica. Lo más probable es que su incorporación se produjese en una etapa relativamente tardía. Es, por ejemplo, el único de los héroes importantes de la Ilíada que muere antes de que caiga la ciudad, lo que indica que su papel no era un elemento básico de la historia global del asedio y la conquista. Su caracterización singular revela también una serie de rasgos claramente tardíos: en la litada nadie habla de un modo tan peculiar como Aquiles, y nadie utiliza con más frecuencia símiles que pertenecen ge­neralmente a etapas más tardías de la épica.37

Un gran poeta podría apreciar posibilidades emocionan­tes en los antecedentes míticos de Aquiles: era un guerrero sin par con una vida que no se relacionaba con la guerra, un

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solitario y un marginado que no podía ver en la empresa mi­litar colectiva nada que se relacionase con él, el más patéti­camente mortal de todos los héroes entregados al azar dia­rio de la guerra. Era un héroe que poseía el carácter y la talla necesarios para pensar y hablar como individuo, para distan­ciarse y desafiar las convenciones heroicas. En la mortalidad de Aquiles, tan señalada, se hallan los orígenes de algo po-

..tencialmente más grande incluso que la épica; y ese algo era la tragedia.

Sobre todo, Aquiles proporcionó a Homero, el último poeta de la tradición, los medios por los que se podría con­ducir convincentemente a la épica en una nueva dirección. A través de Aquiles, la vieja historia de la guerra de Troya no culminaría como una epopeya, ensalzando la gloria mili­tar, sino como un retrato sombrío de su coste, incluso para su héroe más grande y más glorificado. Y es en la escena de la embajada donde Homero da mayor rienda suelta a su hé­roe; así que, sin perder de vista estos complejos anteceden­tes, volvamos a ella.

El rechazo de la oferta de Agamenón por parte de Aqui­les es inmediato, decisivo y sin ambigüedades: «sin conside­ración por vosotros he de dar mi respuesta; para que no ven­gáis I uno tras otro y os sentéis a mi lado y me habléis con pa­labras suaves. | Pues detesto a ese hombre, que oculta una cosa I en el fondo de su corazón y dice otra, | tanto como de­testo las puertas del Hades», le dice al portavoz de la emba­jada, Odiseo.

Aquiles despliega ante sus compañeros con furiosa autori­dad la historia sombría de su vida de guerrero. Aunque es un gran héroe, al que los aqueos adoran como a un dios, como le dirán varios de ellos, no hay alegría en su existencia y su tarea bélica es ingrata; con la vida siempre en peligro, ha pasado «muchas noches insomnes, | y muchos días sangrientos con­sumí en el combate, luchando con guerreros para quitarles sus esposas». Y mientras, Agamenón, que se limita a esperar

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junto a sus naves, ha ido amontonando el botín que le lleva­ron otros hombres como Aquiles; y encima, ahora se ha apo­derado de esa muchacha cara a su corazón: «¿Por qué han de luchar los argivos contra los troyanos? | ¿Y por qué razón el hijo de Atreo reunió a esta gente y la condujo hasta aquí? | ¿No fue por Helena la de hermoso cabello? | ¿Son los hijos de Atreo los únicos entre los mortales que aman a sus espo­sas?». Tres días de navegación le llevarán a Ftía, su patria. Allí vive el anciano Peleo, en medio de todas sus posesiones, y es allí, a Ftía, adonde Aquiles regresará con Peleo. Esa es la súbita perspectiva con la que se comparan los resplande­cientes regalos de Agamenón y todo el honor que implican, y que resultan escandalosa e irrevocablemente insuficientes:

«Sus regalos me resultan odiosos. Carecen de valor para mí. [ . . .] N o hay para m í nada que pueda tener el valor de la vida, ni siquiera todas las posesiones que según decían se encerraban en la bien construida Ilion cuando había paz, antes de la llegada de los hijos de los aqueos. [ . . .]Se pueden conseguir com o botín posesiones, ganado y corderos cebados y trípodes, y caballos de rojas cabezas, pero la vida de un hom bre nunca puede volver, no se la puede, ay, capturar de nuevo por la fuerza, una vez que ha cruzado el cerco de los dientes.M i m adre Tetis, la diosa de los argénteos pies, me dice que hay dos clases de destino que me van llevando hacia el día de la muerte. Si me quedo aquí y lucho al pie de la ciudad de los troyanos, nunca volveré a la tierra patria, pero mi gloria será eterna; y si regreso a casa, a mi querida tierra patria, no brillará mi gloria, pero tendré una larga vida y mi final en la m uerte no llegará tan rápido.Y éste sería el consejo que les daría tam bién a otros: zarpad de vuelta a casa, porque no veréis aún el final de Uión, la inexpugnable, porque ha extendido su mano firm e sobre ella Zeus, el de pobladas cejas, y eso ha hecho más audaces a los troyanos.

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Volved pues adonde están los caudillos aqueos,y com unicadles este mensaje, pues tal esel privilegio de los príncipes: que considerenen su pensam iento algún otro plan que sea m ejory que les salve a todos ellos y a sus cóncavas naves,porque éste que idearon no resultará,pues la razón de mi cólera no es lo que pensaban.Q ue Fén ix se quede con nosotros y que duerma aquí,

' así mañana podrá venir en nuestras naves, si lo desea, hasta la amada tierra patria, aunque no utilizaré la fuerza para retenerle».A sí habló y se quedaron todos en silencio, asom brados ante sus palabras.

La vida es más valiosa que la gloria; ésta es la verdad anti­heroica que pone al descubierto el guerrero más grande de la guerra de Troya. Más extraordinaria que la subversión que hace la lliada de una línea narrativa convencional (el regreso previsto y triunfal de un héroe cargado de botín) es ese en­frentamiento tan deliberado a los presupuestos básicos de su propia tradición. Que la gloria, el honor y la fama son más importantes que la vida es una convención heroica tan an­tigua que se puede rastrear con seguridad hasta la tradición indoeuropea; y un elemento integrante de esa visión heroica es la creencia de que la gloria (kleos) se alcanza a través de la poesía heroica, en otras palabras, a través de la épica.38 Pero Aquiles, con su lenguaje inconcebible, secuestra a la lliada, llevándola a un terreno nuevo y emocionante.39

La magnitud de las palabras de Aquiles la resalta dramá­ticamente la reacción del anciano Fénix, el tercer miembro de la embajada, que «rompió a llorar» y se lanza a hacer un discurso largo y divagatorio, en que mezcla la emoción per­sonal con una historia heroica que tiene moraleja. «¿Cómo voy a quedarme, hijo mío querido, solo en este lugar si te vas tú?». Empieza, y dirigiéndose como «hijo mío querido» a quien es el más temible asesino de hombres, indica su posi­

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ción de viejo criado que ha servido mucho tiempo a la fami­lia, enviado a Troya por el propio Peleo como guardián del joven Aquiles. Se recordará que Fénix había ido en princi­pio a Ftía muchos años antes, tras huir de su propio país en el que casi había matado a su padre. Se le encomienda allí el cuidado del único hijo de Peleo, y se convierte en niñero y mentor de Aquiles:

[ .. .] Y o te hice todo lo que eres ahora, y te quise de todo corazón, porque con ningún otro querías ir al banquete ni probar bocado en tu casa, hasta que yo te había sentado en mis rodillas y cortado en trocitos la carne, y te daba todo lo que querías, vino para beber, y cuántas veces me m ojaste la túnica cuando lo escupías en las tribulaciones de la infancia.Cuánto sufrí por ti, y cuántos problem as me causaste, porque pensaba siem pre que los dioses nunca me dejarían tener un hijo propio; así que fue a ti, A quiles, semejante a los dioses, a quien convertí en mi hijo, el que algún día pudiese protegerm e de la dura aflicción.Y por eso te ruego que aplaques tu cólera.

La larga evocación que hace Fénix de la infancia de Aqui­les es en sí misma notoriamente antiheroica. La épica como género tiene «dificultades para tratar las pautas de la infancia y la juventud» de sus héroes, porque ese material es intrínse­camente inadecuado para las historias heroicas.40 El remedio habitual es atribuir al joven héroe precoces hazañas infanti­les; el niño Heracles, por ejemplo, estrangula serpientes en su cuna. Las hazañas del joven Aquiles mientras se hallaba bajo la tutela de Quirón en las montañas, donde habría ma­tado animales salvajes y superado en la carrera al ciervo, po­drían haber proporcionado sin duda el material preciso.41 En vez de eso, Homero sustituye deliberadamente las historias de hazañas por los recuerdos de un niñero de cómo el peque­ño Aquiles le escupía encima el vino que le daba.

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Fénix parece haber sido inventado por Homero para esa escena.42 Sirve, en términos generales, como una figura pater­na en lugar del siempre ausente Peleo, con el tipo de reminis­cencias que se esperan en un padre. Así que Fénix (y Home­ro, que le ha creado decididamente) humanizan a Aquiles en el momento preciso en que el gran guerrero parece más im­placable; el joven semidiós fue en tiempos un niño totalmente

-humano, y ni siquiera Tetis, cuya preocupación por la muer­te de Aquiles parece eclipsar todos los demás aspectos de su relación maternal, proporciona detalles tan memorables y conmovedores de él tal como era antes de que fuese a Troya.

Este preludio naturalista contrasta discordantemente con la larga historia discursiva que Fénix relata a continuación, una parábola sobre un héroe de antaño que, como Aquiles, estaba enfurecido con los suyos y que, como él también, re­chazó los regalos apaciguadores. Es una historia centrada «en los antiguos tiempos, en las hazañas que oímos contar | de los grandes hombres cuando la cólera violenta caía sobre ellos. I Los héroes aceptaban regalos; escuchaban y se deja­ban persuadir».

En la parábola de Fénix, el héroe Meleagro mata a su tío materno, incurriendo por ello en la maldición de su madre. Meleagro, enfurecido por la actitud de ésta, se mantiene re­sueltamente dentro de su ciudad, Calidón, que está sitiada por el enemigo. Llegan una serie de delegaciones a suplicar­le que salga a defender la ciudad: personajes principales, sa­cerdotes, sus padres, hasta esa madre que le había ofendido, y sus camaradas, sin que valga de nada. Por último, intervie­ne con éxito su esposa, Cleopatra, y Meleagro se incorpora al combate y consigue que la suerte cambie de signo. Pero cuando regresa a última hora del día no recibe los regalos que le habían ofrecido las delegaciones:

Escucha, pues; aparta esa idea de tu pensamiento;no dejes que el espíritu que hay dentro de ti

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te vuelva de ese m odo, amigo mío. Sería peor acudir a defender las naves cuando estén ardiendo.E s m ejor que aceptes los regalos prom etidos.Los aqueos te honrarán como honrarían a un inmortal.Pero si volvieses sin regalos al com bate en que los hom bres

perecentu honor no sería ya tan grande, aunque hicieses retroceder

al enemigo.

La larga parábola de Fénix, pese a toda su extensión y su viveza, es un esfuerzo torpe. Su advertencia culminante con­tra la potencial pérdida de regalos parece algo inútil, tenien­do en cuenta el propio rechazo enfático e inflexible de Aqui­les a cualquier consideración sobre ellos. De hecho, la pará­bola no tiene ningún sentido, pues más tarde en la epopeya Aquiles será colmado de regalos honoríficos, que se le entre­gan de la manera más pública y gratificante posible. De he­cho, el significado de este intermedio con Fénix y su largo discurso parece ser precisamente que él y el discurso son inapropiados para las circunstancias de Aquiles, que no es, pese a toda la emoción de Fénix, su «propio hijo», el que «al­gún día pudiese protegerme de la dura aflicción». El padre de Aquiles es Peleo, no Fénix, y el deber filial de cuidar de su verdadero padre en la vejez pesa mucho, como veremos, en el corazón de Aquiles. Los tiernos recuerdos de Fénix y su extensa súplica mutilan implacablemente en todos los sentidos los hitos más definitorios de la trágica vida de Aqui­les. Fénix, tras huir de su odiado padre, acude a Peleo, que «me dio su cariño, | queriéndome como un padre quiere a un hijo I que es su hijo único criado entre sus muchas pose­siones»; pero el que es hijo único es Aquiles, y acaba de pro­clamar que le gustaría volver con su padre para gozar de esas muchas posesiones. Peleo era uno de los héroes de la caza del jabalí de Calidón (figura entre sus hazañas más cono­cidas), pero en la versión que ofrece Fénix de la historia de Meleagro y de la cacería no se le menciona (parece que no

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siempre los hechos heroicos permiten ganar gloria perdu­rable).43

En su larga perorata discursiva, en su insistencia «en los an­tiguos tiempos, en las hazañas que oímos contar | de los gran­des hombres», Fénix se parece sobre todo a Néstor. Apegado al pasado, invocando fielmente las viejas tradiciones, pese a toda su pasión y sus lágrimas, no dedica una sola sílaba a la afirmación más sorprendente de Aquiles, la de que la gue­rra no vale lo que vale su vida. El discurso que hasta enton­ces no ha pronunciado ningún guerrero (un discurso que niega en realidad el código heroico) no recibe más respues­ta en ese diálogo que una apelación convencional a los hé­roes de antaño. Tal vez con otro héroe, quizá en otra epope­ya, esa táctica secular hubiera resultado persuasiva, pero se trata de Aquiles, y de la litada, y ésta es tal vez la proclama­ción de Homero de que los viejos valores heroicos envueltos en su prolijidad informe ya no son relevantes. Aquiles, con su rechazo directo de los regalos convencionales, las apela­ciones convencionales y, sobre todo, el código heroico con­vencional, se ha adentrado en un territorio nuevo, donde ya no tienen fuerza las historias que conmovían a los hombres famosos {kléa andrön) de antaño.

Entre los muchos rasgos peculiares del lenguaje de Aqui­les están sus palabras únicas, su uso de símiles sorprenden­tes, de palabras e invectivas violentas, y su «tendencia a in­vocar lugares lejanos»:44

Y o, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos,

a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada. N o me han robado nunca ganado ni caballos, nunca en Ftía, tierra de suelo generoso y grandes hom bres, me destruyeron la cosecha, que hay m ucha distancia entre

nosotros,pues nos separan las oscuras montañas y el resonante m ar;

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M añana, tras ofrecer sacrificios a Zeus y a todos los dioses, cargaré bien mis naves y nos adentrarem os rem ando en el agua

salada,y verás, si te place y si verlo despierta tu interés, cómo mis naves surcan al alba el H elesponto rico en peces y a mis hom bres rem ando con buen ánimo. Si el glorioso que bate la tierra nos otorgase una travesía favorable, podríam os llegar a la generosa Ftía en tres días.

Ese lugar lejano que Aquiles evoca tan repetidamente es su propio hogar, Ftía; Ftía, que se relaciona con phthió, ‘consumir­se, deteriorarse, disminuir, menguar’;45 Ftía, tierra de suelo generoso y de grandes hombres, es también la Tierra Devas­tada, y es allí donde languidece su padre heroico, con su kleos,o gloria, consumida ya, si hemos de juzgar por su ausencia de la Ilíada. Ftía es donde Aquiles decide ya enterrarse durante el resto de lo que espera que sea una vida larga y mediocre.46

La elección entre dos destinos (morir en Troya y ganar glo­ria eterna o vivir una vida larga en la Tierra Devastada, don­de la gloria se marchita) es, a juzgar por el material que se ha conservado, algo también exclusivo de la embajada. No hay ningún otro testimonio, ni siquiera en la propia Ilíada, de que Aquiles tenga conciencia de esa profecía, y da la im­presión de que podría ser otro rasgo inventado por Homero para esta notable escena. La profecía sirve para asegurar que su audiencia (si es que no Fénix y los miembros de la embaja­da) no pase por alto la decisión considerada y apasionada de este guerrero reacio ya a serlo. Aunque Aquiles siga estando furioso contra Agamenón, no es ya la cólera lo que le lleva a regresar a casa, sino la decisión de vivir.

«Fénix, padre mío, anciano e ilustre, ese honor es algo | que yo no necesito. Creo que estoy honrado ya por decisión de Zeus», es la respuesta de Aquiles a la estridente peti­ción de Fénix de que acepte regalos:

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«Estos hom bres llevarán el mensaje; tu quédate y duerm e aquí en un blando lecho, y decidirem os mañana, cuando salga

la aurora,si volvem os a casa o seguim os aquí». E so dijo,y haciendo una seña silenciosa a Patroclo con las cejas,le indicó que preparara una cama lim pia a Fén ix,para que los otros decidieran ya abandonar la tienda y regresar.

Odiseo y Áyax captan la indirecta y sólo falta que este últi­mo, el menos elocuente de la delegación, se haga cargo de la despedida con las francas palabras de un soldado: «Es cruel y no recuerda el amistoso afecto | con que le honrábamos junto alas naves, | mucho más que a los otros. ¡Despiadado!», dice Áyax, dirigiéndose ostensiblemente a Odiseo.

Y es a Aquiles el compañero de armas, al camarada, a quien las francas palabras de Áyax conmueven fatalmente; más aún: Homero puede desafiar e interpretar innovadora- mente su tradición, pero resultaría inaceptable que desbara­tase toda la historia, pues su héroe legendario no puede sim­plemente dejar Troya. «Hijo de Telamón, semilla de Zeus, Áyax, caudillo de hombres: | todo lo que tú has dicho parece cosa de mi propia mente», empieza a decir Aquiles y, sin con­sideración alguna a las elevadas palabras que acaba de pro­nunciar sobre la vida y la muerte, vuelve al tema tradicional, su cólera contra Agamenón. Y ofrece un compromiso vaga ­mente formulado:

Volved pues a él, y llevadle este mensaje:que sólo volveré a pensar en la sangrienta luchacuando el hijo del prudente Príam o,el brillante Héctor, recorra todo el camino hasta las navesde los m irm idones y hasta sus tiendas.

Significativamente, cuando la delegación derrotada regre­sa al campamento aqueo, Odiseo, al informar a Agamenón

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y a sus nerviosos camaradas, no hace mención alguna de la posición final de Aquiles, explicando en vez de eso sólo que les ha dicho que regresa a su patria; es como si Homero es­tuviese decidido a resaltar, sin ambigüedades e inolvidable­mente, que ésa era la primera elección de Aquiles: «Y él mis­mo ha amenazado con que mañana, al despuntar la aurora, | arrastrará hasta el agua sus naves de firmes bancadas movi­das por remos. | Dijo que su consejo a los demás era que zar­pasen también y regresasen».

Los estudiosos han debatido durante siglos sobre la escena de la embajada y sobre qué era exactamente lo que en reali­dad quería Aquiles. ¿Debería haber aceptado los regalos, o había hecho bien al rechazarlos? Dado que el que no acceda a dejarse apaciguar señala el principio de su tragedia, la con­clusión habitual es que tomó la decisión equivocada y apren­derá la lección. Pero el propósito de la escena de la embajada era establecer que Aquiles tenía tres opciones, no dos, y es la tercera la que le partirá el corazón. El trágico error de Aqui­les no consistió en aceptar o rechazar los regalos de Agame­nón; su trágico error fue no encaminarse hacia donde siem­pre parecían tender sus pensamientos: hacia Ftía, al otro lado del mar; hacia Peleo, su padre; hacia casa.

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Zeus, el padre de dioses y hombres, sentado en espléndido aislamiento en un pico del monte Ida que domina la llanura de

' Troya, «se recrea en el orgullo de su fuerza [...] contemplan­do el resplandor del bronce y a los hombres que matan y a los que son matados». Los dioses han estado hasta ahora afano­samente involucrados en las actividades del campo de bata­lla, pero la epopeya retrocede para mostrar una perspectiva divina más estremecedora: la guerra como puro espectáculo.

Ha despuntado la aurora del día vigésimo quinto de la litada, el más largo de la epopeya. No llegará la noche hasta bien entrado el Canto X V III, y la narración intermedia abar­ca la lucha más sangrienta, más incesante y más trascenden­te en realidad de la epopeya.1 La norma rigurosa que Zeus impuso a los otros dioses en el Canto V III de no intervenir en la lucha aún sigue en vigor: «y cualquiera que vea yo que intenta contra la voluntad de los dioses | unirse a los troya- nos o a los dáñaos y ayudarles | volverá fustigado y humilla­do al Olimpo». Sin interferencia divina (y con Aquiles reti­rado en su tienda, donde la embajada le dejó), el curso de la guerra sigue inclinándose a favor de los troyanos, tal como se propone Zeus.

Un torrente de símiles extraídos del campo de acción más amplio de la vida transmite las dimensiones de la matanza en el universo de la batalla que lo abarca ya todo. Aqueos y tro­yanos se cuadran «como dos hileras de segadores que, frente a frente, | avanzan por el campo de trigo o de cebada | de un hombre bendecido por la prosperidad». Las líneas aqueas, aunque fuertemente presionadas, aguantan firmes «tan bien alineadas como los platillos que una viuda cuidadosa sostie­ne por el astil | para pesar la lana equitativamente, trabajan-

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do para ganar | un mísero salario con el que mantener a sus hijos». Las infinitas formas de herir y de morir van desfilan­do con detalle implacable. El corazón de un guerrero atra­vesado por una lanza «jadeaba aún y palpitaba agitando el extremo del asta». Un guerrero caído, con una flecha clava­da en la vejiga, en manos de sus compañeros, «entregó con un resuello la vida y quedó luego | quieto como un gusano tendido en el suelo».

Actuaciones sobresalientes de los héroes aqueos más im­portantes salpican la larga descripción de las incidencias del combate y aportan tensión dramática, retrasando la llega­da inevitable de Héctor y de los troyanos hasta las naves aqueas, de acuerdo conlo que tiene previsto Zeus. La aristeia más sorprendente corresponde a Agamenón, en su momen­to más belicoso de la epopeya. Después de armarse, coge su espléndido escudo con sus diez círculos de bronce, tachona­do de cobalto oscuro y de pálido estaño, en el medio del cual está «el rostro de la Gorgona con su mirada espeluznante que petrifica | e, inscrito en ella, Miedo, y Espanto».

Esta escena de Agamenón armándose, una de las cuatro complejas escenas de este género que contiene la epopeya, es el preludio de lo que constituye una de las series de matan­zas más desagradables de la guerra: «Agamenón le clavó en la frente la aguzada lanza, | que no detuvo el casco de duro bronce, pues lo atravesó | y también el hueso, quebrándole los sesos»; «así como un león se apodera de las crías inocentes | de la cierva que huye, y las despedaza sin esfuerzo | con sus fuertes dientes tras haber invadido su guarida, | y les arranca el blando corazón [...] no hubo ningún troyano que pudiera salvar a aquellos dos de la muerte»; «apeóse de un salto Hi- póloco y, ya en tierra, | le cercenó con la espada Agamenón los brazos de los hombros | y lo lanzó rodando por el suelo como un madero | entre los combatientes».

Los troyanos no tardan en resultar derrotados y en huir ha­cia su ciudad, mientras Agamenón «les seguía sin dar tregua,

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gritando, el hijo de Aireo, sus manos invencibles manchadas de suciedad sangrienta». Esto, más que un retrato, de estilo grandioso, de un guerrero poseído por la furia del combate parece el de un hombre trastornado. Por último, pone fin a su arrebato sanguinario una herida que recibe en el brazo, cu­yos efectos se describen en términos significativamente an­tiheroicos: el dolor cae sobre el hijo de Atreo lo mismo que

·■ «el intenso dolor que atenaza a la mujer cuando da a luz, | ese padecimiento que los espíritus del parto causan».

Uno a uno, los mejores guerreros aqueos se retiran maltre­chos y renqueantes del campo de batalla, y es entonces cuan­do brillan los guerreros troyanos. El punto álgido, dramáti­co y emocionante de esta larga secuencia es la llegada triun­fal de los troyanos hasta las puertas mismas del campamento aqueo. Al pie de las altas paredes de la empalizada que prote­ge las naves aqueas varadas, Héctor, a la cabeza de un grupo de troyanos, alza una piedra enorme y la tira contra las puer­tas. Las puertas crujen, se astillan y ceden ante el impacto, y Héctor irrumpe «con rostro sombrío como la súbita noche» brillando «con el resplandor espectral del bronce [...]; y con fuego centelleando en la mirada».

Zeus no es el único dios que está observando el espectáculo. Desde su propio mirador en una cima arbolada de la isla de Samotracia, Poseidón observa con lástima la difícil situación de los aqueos. Poseidón (el hermano más joven de Zeus, se­ñor del mar y el que bate la tierra) es un enemigo implacable de los troyanos y está irritado, igual que los otros inmorta­les, por la orden de su hermano de mantenerse al margen de la lucha. Pero desde Samotracia se divisa el monte Ida, don­de está Zeus cómodamente instalado, y Poseidón puede no sólo ver toda la llanura de Troya desde su punto de observa­ción favorable sino también el momento estratégico en que Zeus desvía la atención hacia otra parte.

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Aprovechando ese momento, en un desafío impulsivo, Po­seidon baja de la montaña con tres pasos largos; el cuarto le lleva hasta su morada áurea y resplandeciente de las profun­didades del mar, donde dispone de «sus veloces caballos de cascos de bronce y patas voladoras, | de largas crines de refle­jos dorados». Al conducirlos a través de las olas, «los anima­les del mar ascendían de sus moradas profundas | y le acom­pañaban jugando en su camino y reconocían su jefatura, | y el mar se abría ante él, alegre. Los caballos movían las alas de­licadamente I y el eje de bronce no se mojaba». Cuando Po­seidon llega al campo de batalla, disfrazado, recorre las filas de los desmoralizados aqueos, animándoles. La acción del Canto X II I está dedicada principalmente al breve respiro que obtienen los aqueos con Poseidon de su parte.

Cerniéndose por encima de las muchas imágenes memo­rables (del dios del mar en toda su gloria majestuosa, relum­brante y arrolladora, délos aqueos que gimen agotados, de los mutilados y los moribundos) está este momento único trans- figurador en que Zeus aparta la vista de la llanura de Troya y

[ . . .] volviendo a otra parte sus brillantes ojos, m iró a lo lejos, a la tierra de los jinetes tracios y de los m isios, que luchan cuerpo a cuerpo, y de los orgullosos hipom olgos, bebedores de leche; y de los abios, los más justos de todos los hom bres.Y ya no volvió a posar sus brillantes ojos en la tierra de T ro ya ...

A Zeus le aburren los acontecimientos de la llamara troya- na. Ha desviado la atención de allí; hay otros mortales a los que observar, los misios, por ejemplo, que al parecer son tam­bién guerreros, o los hipomolgos, escitas nómadas «ordeña­dores de yeguas».2 Lo que había mantenido inicialmente su atención había sido su interés vigilante en que los otros dioses permaneciesen al margen del conflicto y en que Héctor llega­se a las naves; pero una vez que esos acontecimientos se han producido, como él cree, su atención simplemente divaga.

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La lliada, siendo como es una epopeya, narra por defi­nición «las hazañas de personajes legendarios o heroicos»; es decir, las acciones y acontecimientos humanos, y el peso emotivo del poema recae sobre sus héroes inmortales y sus pocas, pero potentes, heroínas. Pero en la lliada no hay nin­guna acción tras la cual no haya un estímulo divino. La epo­peya se inicia con el «plan de Zeus» de enfrentar a Aquiles y

> a Agamenón, y siguen rápidamente otras iniciativas divinas: la peste que envía Apolo, el sueño engañoso que Zeus envía a Agamenón y la crisis a la que han llegado ahora los aqueos, con Héctor y los troyanos a sus puertas, de acuerdo con la estrategia de Zeus para cumplir la promesa que le ha hecho a Tetis. Así que es posible reducir toda la historia de la lita­da a una serie de acciones divinas.3

Además, la lliada no es sólo la historia definitiva de la ico­nográfica guerra de Troya, sino también el texto religioso bá­sico más importante de la antigua Grecia. «Homero y Hesío­do son los poetas que compusieron teogonias y describieron para los griegos a los dioses, dándoles todos sus poderes, ofi­cios y títulos apropiados», escribió Heródoto en su obra His­torias, a mediados del siglo v a. C.4 Mientras la Teogonia (li­teralmente, ‘las generaciones de los dioses’) de Hesíodo es una lista poética de deidades, que incluye a las muchas cria­turas extravagantes de la Edad Oscura anterior a la ascen­sión de Zeus, el panteón de Homero incluía personajes con­vincentemente plasmados. Los retratos de las divinidades olímpicas de la litada, lo bastante convincentes para sobrevi­vir milenios de costumbres religiosas y artísticas cambiantes, proceden de fuentes diversas, de Grecia y de fuera de ella, así como del talento de Homero para la caracterización. Los nombres de Zeus, Hera, Poseidon, Ares y Dioniso aparecen en las tablillas de la escritura lineal b entre una lista de dei­dades que reciben ofrendas de miel, aceite de oliva, perfu­me, vasijas de oro, vino, cereales, animales y esclavos: «para Zeus»; «para el santuario de Poséidon»; «para el santuario

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de Zeus»; «para Zeus, Hera, Drimio el hijo de Zeus...». Este último hijo de Zeus, desconocido por lo demás, es eliminado por las generaciones siguientes, junto con la Gran Señora, la Madre Divina, y el culto a los vientos, todos ellos perdidos también. No se sabe si los nombres familiares que aparecen en las tablillas corresponden a las deidades de Homero. Las tablillas aluden a una práctica de «hacer la cama» en una ce­remonia dedicada a Poseidón, por ejemplo, que parece en­trañar algún tipo de matrimonio, de rito de fertilidad, difí­cil de relacionar con el Poseidón que aparece en la epopeya como señor del mar y de los terremotos.5

El epíteto de la Ilíada para la esposa y hermana de Zeus, Hera (boöpis, literalmente ‘ojos de vaca’, ‘ojos de buey o de toro’, traducido a veces menos literalmente como ‘de ojos grandes, oscuros y dulces ’), puede proceder de una tradición indoeuropea que asociaba al Dios del Cielo con vacas y to­ros: en la mitología griega concretamente, Zeus copula con varias parejas mientras él o ellas tienen forma bovina.6 Los orígenes de Ares, dios de la guerra, están claramente graba­dos en su nombre: aré, aros, ‘ruina’, ‘destrucción’ .7 A pesar del carácter central de la guerra tanto en el mito como en la historia, los santuarios y centros de culto de Ares eran raros en Grecia. «No te sientes a mi lado y te pongas a gemir, men­tiroso de dos caras. Eres para mí el más detestable de todos los dioses que hay en el Olimpo», son las palabras sombrías de Zeus a su hijo al final del Canto V. Rechazado en el cielo lo mismo que en la Tierra, no se le atribuye en la Ilíada ni un solo acto de dignidad; hasta es humillado por la diosa Ate­nea en los enfrentamientos físicos en los que, como dios de la guerra, debería haber salido vencedor.

El prototipo de Atenea tal vez se halle en imágenes micé- nicas de diosas con casco y escudo, y diosas guerreras, como Istar y Anat, se encuentran también en el Oriente Próximo.8 Tradicional protectora de héroes a los que favorece y espe­cialmente de ciudades, es belicosa, pero raras veces feroz;9

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el que venza a Ares, en el Canto V, es prueba del desprecio que siente hacia ese matón verdaderamente brutal. Es tam­bién la diosa del trabajo manual y de la artesanía, tanto de los hombres como de las mujeres, y el que sea patrona de tareas domésticas como tejer es una prueba más de su afinidad bá­sica con el medio civilizado; Atenea es sobre todo una ami­ga de la humanidad. En la poesía de Hesíodo, nace ya adul­ta de la frente de Zeus, con ojos de búho y armada.10 De to­dos los muchos hijos de Zeus es la que está más próxima a él, distinguida por su métis, ‘habilidad en el consejo’ , ‘astucia’, ‘sagacidad’. Es glaukopis, ‘de ojos claros’, como el búho que parece sabio y capaz de discernirlo todo.11

La estirpe del padre de los dioses y de los hombres es, na­turalmente, la más segura de entre las de los dioses: es Zeus pater (‘Zeus padre’), Diespiter en indoeuropeo, y se convierte más tarde en el latino Júpiter.11 Su nombre significa «el Bri­llante» y está emparentado en diversos idiomas europeos con palabras que significan ‘día’ y ‘cielo’;13 es el Dios del Cielo Brillante, y se apropia más tarde los atributos de un dios de la tormenta, análogo al del tiempo meteorológico hitita.'4 A lo largo de la litada resuenan ecos de su carácter original. «Pa­dre del relámpago brillante, rodeado de niebla oscura», dice Atenea dirigiéndose a él. Se sienta en las cimas más altas, cer­ca del cielo; es «Zeus que se deleita en el trueno» y «Zeus que agrupa las nubes». Estos epítetos y asociaciones son muy an­tiguos ; Zeus el que agrupa las nubes puede haber heredado el epíteto ugarítico de Baal, el que «agrupa las nubes o cabalga en las nubes».15 Dios del cielo, es el dios que todo lo ve des­de lo alto, que sabe todo lo que hacen los hombres allá abajo.

Las deidades individuales de la litada se caracterizan no sólo por sus atributos únicos (poder, sabiduría, arte militar), sino también por sus personalidades bien dibujadas. Atenea puede «representar» la sabiduría, pero no hay nada abstrac­to en su convincente caracterización. El rango contradicto­rio de atributos asignados a ella (el arte militar y el de tejer)

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sobrevive intacto en siglos posteriores por lo bien que operan esos atributos dentro de la vivida personalidad creada por Homero. Caracterizados en términos totalmente humanos, los olímpicos participan de los placeres, problemas y obje­tivos del hombre. Pueden ser heridos, reprendidos, castiga­dos, burlados; son amorosos, indulgentes, mezquinos y en­vidiosos; son exactamente iguales que el hombre (sólo que las consecuencias de sus acciones nunca son mortales). So­brevivirán a sus penalidades porque, a diferencia de los mor­tales, todos ellos son athanatos kai agiros, es decir, ‘no mue­ren ni envejecen’.

La tradición épica ungió al Olimpo, un pico de 2900 me­tros de altura de una remota cordillera macedonia, como la morada de los dioses. Allí, por encima del mundo de los hom­bres, viven apaciblemente vidas de opulencia y comodidad en sus espléndidas mansiones construidas por Hefesto. Sin embargo, como deja claro la litada, a pesar de los atractivos de su morada por encima de las nubes, los dioses no pueden apartarse del mundo de los hombres. Esto no se debe sólo a que los mortales les proporcionan las sabrosas ofrendas y los sacrificios que tan gratificantes les resultan, sino a que las vidas y los hechos humanos ejercen sobre ellos una fasci­nación infinita. La guerra de Troya proporciona a los dioses emoción y estímulo. Da la impresión de que no se cansan ja­más de observarla, de discutir sobre ella y de participar en ella; esa guerra es el mejor espectáculo con el que cuentan.

Las acciones de los dioses se combinan engañosamente con las de los hombres de una forma perfecta. Cuando Hera y Atenea descienden para luchar ayudando a los aqueos, y Apolo y Ares a los troyanos, por ejemplo, los dioses están to­talmente integrados en las filas de los mortales. Acuden como aliados, y lo único que les diferencia de las diversas gentes que se han reunido para luchar en Troya es el tipo de ayuda (in­conmensurablemente mayor) que pueden prestar. Sus aspira­ciones, y hasta su orgullo y su cólera, concuerdan con los de

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sus camaradas mortales. Es el compartir así el carácter emo­tivo y moral, tanto como los disfraces humanos físicos que suelen asumir, lo que permite a los dioses de la litada infiltrar­se y disfrutar de la compañía y la confianza de los mortales.

No se ha conservado ninguna clase de testimonio que nos diga si a un público de la época de Homero le escandalizaba0 le divertía una descripción tan irreverente de la divinidad; la supervivencia de la propia litada puede considerarse, en cierto modo, una demostración de que el público a cierto ni­vel «aprobaba». Pero algunos públicos posteriores, no. Tres siglos y medio después de Homero, Platón prohibió, como es bien sabido, las obras de éste en su república ideal, basándo­se en que las vergonzosas «historias sobre dioses guerreando, peleándose o conspirando unos contra otros» eran un mate­rial inadecuado para la formación de los jóvenes como ciu­dadanos justos.1" Pero otros, percibiendo que el carácter de los dioses homéricos templaba el del hombre homérico, fue­ron más generosos.

Longino escribió en su tratado De lo sublime, del siglo1 d. C.: «Encuentro que Homero, dando noticia de las heri­das de los dioses, sus disensiones, venganzas, lágrimas, ca­denas y pasiones de toda suerte, hizo cuanto pudo para con­vertir en dioses a los hombres del sitio troyano, y a los dio­ses, en hombre».17

De todas las travesuras que hacen los dioses en la litada, po­cas son tan picaras, memorables y en última instancia des­concertantes como las que se describen en la larga escena del Canto X IV tradicionalmente conocida como Dios apate, «el engaño de Zeus».18 La escena empieza cuando Hera observa que Poseidón, sin que Zeus se dé cuenta, porque se ha dis­traído, ha conseguido introducirse entre los aqueos. Hera, que apoya la ayuda de Poseidón a éstos, decide contribuir con un plan propio para «embaucar a Zeus»:

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Y fue esto lo que le pareció lo más aconsejable, engalanarse seductoram ente y encam inarse al Ida, y tal vez Zeus pudiera sentir así deseos de acostarse con ella y amarla, y ella pudiese derram ar dulce y cálido sueño sobre sus párpados y bloquear sus agudos sentidos.Fue sin perder un instante a la habitación que le había construido su amado hijo H efesto y cerró bien con la tranca secreta los batientes de la puerta que ningún otro de los dioses era capaz de abrir, y tras hacer eso lavó con ambrosía su seductora p iel y la ungió luego con un aceite de oliva am brosiaco, suave y dotado de una fragancia tal que sólo con agitarlo en la casa de Zeus, de suelo dorado, se difundió su aroma por el cielo y la Tierra.Tras ungir así su cuerpo delicado, peinó sus cabellos, y trenzó en su inm ortal cabeza con sus propias manos sus bucles am brosiacos, bellos y delicados, luego se echó sobre los hom bros un delicioso manto que le había hecho Atenea con esm ero, lleno de im ágenes

bordadas,se lo prendió en el pecho con un broche de oroy se rodeó la cintura con un ceñidor del que colgabanun centenar de borlas, y de los lóbulos de sus orejascuidadosam ente perforados prendió unos pendientescon tres colgantes como m oras cada uno de ellos,bellos y rutilantes, y, excelsa entre las diosas,se cubrió la cabeza con un velo nuevo y lum inoso com o la luz

del sol.Se ató luego en los nítidos pies unas bellas sandalias.19

Hera se está armando para la batalla como un héroe mor­tal, y sus preparativos detallados de la cabeza a los pies, in- virtiendo la forma heroica habitual de empezar por pies, su­gieren una especie de escena jocosa de armarse: «Primero se puso en las piernas las bellas grebas [...]. Sobre su cabeza poderosa se colocó el bien forjado casco».

Armada como un guerrero, se dispone a vencer a un ad­versario odiado, su marido. Y como un general que prepa­

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ra su estrategia, busca aliados. Para que su plan tenga éxito, necesita al mismo tiempo el atractivo encanto de Afrodita y la complicidad de Sueño. Y les cuenta a ambas deidades una historia, «con propósito falso y mentiroso»: les dice que ne­cesita su ayuda para apaciguar la discordia que ha surgido en­tre los dioses del mar Océano y su esposa, Tetis.20 De Afrodi­ta consigue que le preste su hechizo, aparentemente un amu­leto, en el que «están presentes todas sus seducciones y en­cantamientos, I el amor y el deseo carnal y los murmullos ca­riñosos I que hasta a los más sensatos roban el corazón». De Sueño, al que soborna prometiéndole matrimonio con una de las Gracias, obtiene la promesa de que descenderá sobre Zeus después de que ella le haya seducido.

Con su ataque ya meticulosamente preparado, Hera pasa despreocupadamente junto a su señor, que está sentado solo en el alto Ida. «Zeus, el que agrupa las nubes, la vio, | y al ver- la su deseo envolvió como una niebla su cerrado corazón» y, según lo previsto, le pide que se acueste con él. Contestán­dole de nuevo «con un falso propósito mentiroso», Hera le dice que no puede hacerlo en los picos del Ida, al aire libre, donde «todo se puede ver».

Entonces Zeus, el que agrupa las nubes, le contestó:«H era, no temas que algún m ortal o algún diosnos vea, pues la nube dorada que pondré alrededorno lo perm itirá. N i siquiera H elios podrá vem os a través de ella,aunque sea su luz la que tiene más aguda visión».Tras decir esto, abrazó el hijo de Cronos a su esposa.Y allí, bajo ellos, la divina tierra hizo brotar hierba lozana y fresca, trébol cubierto de rocío, azafrán y jacintotan m ullidos y espesos que mantenían el duro suelo alejado

de ellos.A llí yacieron juntos m ientras una m aravillosa nube dorada de la que caía rocío resplandeciente los cubría.Y luego se durm ió tranquilo allí, en el p ico de G árgaro, el padre abrazado a su esposa y rendido por la pasión y el sueño.

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La longitud de esta secuencia y el elegante ritmo con el que se despliega sugieren que era una pieza clásica, famosa indu­dablemente en su época; una de sus bromas es el uso utilita­rio que hace Zeus de su sello característico de agrupador de nubes. Historias similares sobre las artimañas de los dioses se encuentran en Hesíodo y en los Himnos homéricos, mien­tras que en la Odisea el poeta Demódoco canta una larga his­toria «sobre los amores de Ares y de Afrodita, la de la dulce corona», que son atrapados en adulterio.11

El Engaño, como pieza de puro entretenimiento, cum­ple la función dramática de romper lo que de otro modo ha­bría sido una narración de batalla larga y agotadora. La es­cena comienza mientras se está desarrollando una lucha fe­roz, y cuando Zeus despierta y abre los ojos ve a Héctor, al que casi había matado una piedra que le había lanzado Áyax, «tendido en la llanura, sus compañeros sentados | a su alre­dedor, el corazón aturdido y respirando entrecortadamen­te, I vomitando sangre», con la matanza presente por todas partes. Mientras Zeus dormía, Poséidon ha hecho mucho daño a los troyanos. En apariencia, pues, el Engaño es sim­plemente un intermedio divertido dentro de una secuencia larga y lúgubre.

Pero es su propia función como un intermedio lo que re­sulta más desconcertante. Los hombres luchan por sus vidas, sufren heridas mutiladoras y mueren... y Zeus, el padre, dis­traído, no les hace ningún caso.

De mayor interés que la naturaleza de los dioses per se es la naturaleza de su relación con los hombres. Los olímpicos de la lliada lo saben todo sobre los mortales a los que mi­ran desde arriba; el propio Zeus es euruopa, ‘el que ve lejos’ , una herencia directa de sus orígenes como el Dios del Cie­lo Brillante que todo lo ve, desde cuyo ventajoso punto de observación todos los acontecimientos de la Tierra quedan

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al descubierto.“ Raras veces indolente, normalmente celosa y dogmática, la familia de Zeus se inmiscuye agresivamente en el mundo de los mortales. Los olímpicos, disfrazados, se mueven, hablan y actúan libremente entre los hombres, par­ticipando de la experiencia humana. No hay nada sobre los hombres y las mujeres de Troya que los dioses no sepan, has­ta tienen conocimiento previo de sus destinos individuales.

En contraste, pese al flujo ininterrumpido de actividad di­vina que tamborilea a lo largo de sus vidas, las heroínas y los héroes homéricos saben muy poco sobre sus dioses. Pocos podrían afirmar que saben cómo es un dios, pues la mayoría de los encuentros se producen con la deidad disfrazada. Hay excepciones: es famoso el hecho de que Helena reconoce a Afrodita, pese a que está disfrazada como una antigua sir­vienta, por «el dulce cuello redondeado de la diosa y sus pe­chos atractivos y sus ojos llenos de resplandor». Asimismo, el disfraz de Poseidón como el vidente Calcante queda al des­cubierto por las huellas de sus pisadas: «Este no es Calcante, el augur de los dioses, porque cuando se iba | me di cuenta claramente de la forma de sus pies, la forma de las piernas | por detrás. Alos dioses, aunque sean dioses, seles reconoce», dice Áyax, el hijo de Oileo, a Áyax Telamonio.

Sin embargo, en términos generales, los hombres de Troya luchan en una especie de niebla de ignorancia existencial, sin saber nunca dónde están los dioses o quiénes son o qué ac­tividades y planes divinos ya en marcha pueden afectar a sus propias acciones. Tampoco saben lo que deben hacer para que sean aceptadas sus súplicas y oraciones. Unos cuantos incidentes, muy pocos, parecen sugerir que Zeus, al menos, castiga a los malvados, lo que, de ser cierto, proporcionaría una mínima orientación para conseguir su favor y evitar su cólera. Menelao, por ejemplo, despotrica contra los troyanos por llevarse a Helena: «perros malditos, no había en vuestros corazones temor alguno | a la dura cólera del tonante Zeus, | dios de la hospitalidad, que destruirá algún día por completo

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vuestra excelsa ciudad». Pero, en una consideración más de­tenida, está claro, en este caso y en otros parecidos, que Zeus sólo debe repartir castigos en su condición de patrón de una institución específica: él es Zeus Horkios, ‘Zeus que respal­da los juramentos’, o Zeus Xenios, el dios de la amistad hos­pitalaria.23 Así pues, su lealtad es en realidad hacia sí mismo en sus aspectos de culto particulares, no hacia un principio general de justicia.

Si no hay principios claros que rijan la actitud de los dioses, ¿cómo pueden los mortales sondear su voluntad divina? Los videntes, los intérpretes de augurios y sueños como Calcan­te, proporcionan a veces una guía aclarando los deseos de un dios concreto, como hace Calcante con tanta eficacia al prin­cipio de la epopeya, adivinando la causa de la peste de Apo­lo. Pero la litada se esfuerza también por demostrar que los augurios pueden ser problemáticos, como se ve en un diálogo crítico y largo entre Héctor y el prudente Polidamante. Cuan­do los dos están al borde del foso defensivo de los aqueos, de­liberando sobre si cruzarlo o no, aparece sobre ellos un águi­la inmensa, que lleva «una serpiente gigantesca, color san­gre, viva aún y respirando». Este ser monstruoso se retuerce de pronto hacia arriba, así que el águila lo suelta, y cae clara­mente en el campo de batalla. Polidamante, volviéndose ha­cia su hermano Héctor, le previene de que no se aventure a lanzarse contra los aqueos en vista de ese maligno portento:

Respondió el gallardo H éctor, de relum brante casco, m irándole som brío:

«¡Polidam ante! N o me place lo que propones, podías haberlo pensado mejor.

Si de verdad hablas en serio, los mismos dioses te han hecho perder el juicio;

pues me aconsejas que, olvidando las prom esas que Zeus tonante me hizo y ratificó luego, obedezca a las aves que extienden

sus a las...E l m ejor augurio es éste: luchar para defender a la patria».

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El incidente contiene una ironía trágica y amenazadora. Antes, Zeus había enviado en realidad a su mensajera perso­nal, Iris, para comunicarle a Héctor que «Zeus te garantiza poder | para matar hombres, y abrirte camino hacia las naves de firmes bancos, | hasta que se ponga el sol y llegue la ben­dita oscuridad». Está lejos de terminar el día cuando la ser­piente ponzoñosa cae con un ruido sordo a los pies de los troyanos. Se trata de un augurio que hay que tener en cuen­ta, es evidente, aunque por otra parte las directrices de Héc­tor proceden de Zeus. Sin embargo, como la audiencia de la epopeya sabe, es Polidamante, no el piadoso y confiado Héc­tor, «amado por Zeus», quien interpreta correctamente la si­tuación; el engaño de Héctor le destruirá.

La perspectiva dual de dioses y hombres es un rasgo dis­tintivo de la epopeya homérica y la base de gran parte del patetismo de la lliada. A veces esto se desarrolla como una especie de drama de pantalla dividida, como en el Engaño, desplegando acciones que se producen simultáneamente en el Olimpo y en la Tierra. A veces esta perspectiva épica tiene una función más oscura, desvelando la ignorancia básica en la que deben actuar hasta los mortales más heroicos. Cuan­do Héctor bate las puertas de la empalizada aquea, cree te­ner la victoria al alcance de la mano (después de largos años de sufrimiento y esfuerzos, la salvación parece estar a su al­cance; su ciudad está ya salvada, puede volver a su hogar, a su esposa y a su hijo), pero nosotros, la audiencia de la epo­peya, sabemos lo que sabe Zeus: que la gloria de Héctor es transitoria, es en realidad sólo un medio para lograr un fin, un fin que es el de defender el honor de Aquiles, el enemigo de Héctor. Agamenón es inspirado de modo similar por un sueño que le asegura que Troya va a caer en sus manos; pero nosotros, el público, sabemos lo que sabe Zeus, que se trata de un sueño engañoso enviado por el padre de los dioses y los hombres para atraer a los aqueos a una trampa, en la que muchos morirán.

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Mas trágica que estos episodios de engaño directo es la aceptación omnipresente, atrincherada y fatalista, por parte de los hombres, de que los dioses son arteros: «Esta vez Me­nelao me ha alcanzado con la ayuda de Atenea; en otra oca­sión le alcanzaré yo a él. También nosotros tenemos dioses de nuestra parte», dice lánguidamente Paris tras su duelo incon­cluso con Menelao. «Zeus, hijo de Cronos, me ha enredado en una amarga ofuscación. Es cruel: me prometió y me garan­tizó I que podría saquear la bien amurallada Ilion y regresar a casa. | Ahora ha tramado un engaño vil», se queja Agame­nón poco antes de que despache la Embajada a Aquiles. Lo más terrible de todo es el hecho de que Héctor comprenda claramente cuál va a ser el resultado del que habrá de ser su último combate: «Atenea me ha engañado».

Aunque puedan disponer de este sombrío conocimiento, hombres y mujeres, héroes y ciudadanos no cuentan más que con el débil recurso de rogar a los dioses y seguir. Que los dioses tienen poder para salvarles queda claro no por las po­cas salvaciones milagrosas (como las de Paris y Eneas), sino más bien por aquellos casos en que podría haberse produ­cido la muerte pero no se produce, porque se impide; como cuando, en el día más largo de la Ilíada, Zeus mira abajo y se da cuenta de que su propio hijo, Sarpedón de Licia, nacido de una mortal, será abatido en breve: «Ay de mí. Vacila en mi pecho el corazón entre dos propósitos, sacarle | de la dolo- rosa batalla | y depositarle aún vivo en el rico país de Licia | o dejarle perecer a manos del hijo de Menecío», suspira diri­giéndose a Hera. Hera le dice entonces, furiosa:

A ugusto Crónida, ¿qué es lo que has dicho?¿A caso quieres librar a ese hom bre m ortal, condenado por su destino a la funesta m uerte?H azlo, pues, pero no todos los dioses lo aprobarem os.Y fija en tu pensam iento esta otra cosa:si envías a Sarpedón vivo a su palacio,algún otro dios querrá sacar tam bién a un hijo suyo

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del duro com bate, pues alrededor de la gran ciudad de Príam o hay m uchos hijos de los inmortales com batiendo.

Zeus es reprendido de este modo en más de una ocasión. Lamentablemente, siempre cede y el acontecimiento debati­do sigue su fatídico curso. Aquí, como en otras partes, que­da sobrentendido que Zeus es más fuerte que el Hado y que podría cambiar incluso los desenlaces predestinados, si de­cidiese hacerlo; sin embargo, mantener la paz entre sus pa­res inmortales en el Olimpo pesa más que su interés por los transitorios mortales de abajo en la Tierra. Tal como lo expre­sa con la máxima franqueza Apolo, el dios menos bien dis­puesto hacia los humanos, él no combatirá contra otro dios «por causa de mortales insignificantes, que son como son las hojas, que nacen y crecen con el calor de la vida y se alimen­tan de lo que da la tierra, pero luego se apagan y mueren».

Así pues, en la llanura de Troya, como en cualquier cam­po de batalla, proliferan las oraciones de hombres condena­dos y aterrados y de sus mujeres, que no saben si un dios está cerca, o incluso escuchando: «[...] ten piedad | de la ciudad de Troya y de las esposas troyanas y de sus hijos inocentes», rezan las mujeres de Troya, pero Palas Atenea aparta la cara; «Zeus y vosotros los demás inmortales, haced que este mu­chacho, que es hijo mío, | pueda ser como yo soy», reza Héc­tor a Zeus, pero la audiencia de Homero sabe que a su hijito lo matarán. Algunas de las oraciones inútiles más desgarra­doras no han llegado aún.

Los dioses, aunque no han sido convocados ni solicitados, llenan la llanura de Troya, emocionados por el gran juego de la guerra mortal, pugnando por unir, salvar o amenazar a los héroes que combaten. Su presencia en la epopeya suele ser un paréntesis; pero lo que inspira su presencia se halla sin duda en la historia tanto como en la poesía, es un reflejo de la necesidad muy real que tiene el combatiente de creer que no está abandonado en el campo de batalla, pese a todas las

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pruebas de que lo está. Lo poderosa que puede ser esta ne­cesidad lo ejemplifica una historia extraordinaria que ocu­rrió al principio mismo de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Las fuerzas británicas, machacadas por intensos días de combate artillero, habían soportado además una penosa marcha forzada de treinta y seis horas hacia el sur de la po­blación belga de Mons. Se cernían sobre el campo de bata­lla unas titánicas nubes de tormenta, iluminadas por bam­boleantes reflectores. La caballería alemana, que estaba ya a punto de darles alcance, aminoró el paso en espera de la lle­gada de su artillería.

El soldado John Ewings, de los Fusileros Reales de Innis- killing, recordaba:

Estábam os, pues, rodeados por los alemanes y preparándonos para el último asalto. N o nos quedaba más que una bala en el fusil. M e puse de rodillas y preparé el m ío para volarm e los sesos. Y bueno, tiem blo, todos mis nervios tiem blan sólo de pensarlo. M e puse de rodillas y alcé la vista hacía el cielo, bueno, como se hace cuando uno va a rezar .. . , y hubo lo que nos pareció como un trueno. Y m iré hacia arriba y las nubes se abrieron. [ . . .] A quella gran nube se abrió [ . . .] y apareció aquel hom bre con una espada llam eante .24

El Angel de Mons acabaría siendo recordado por muchos soldados de diversas formas: como San Jorge, como uno más de una hilera de arqueros angélicos, como los arqueros de Agincourt que volvían a luchar por sus compatriotas, como una caballería espectral cargando desde las nubes. Pero mi­nuciosos trabajos de investigación no han sido capaces de descubrir una sola descripción contemporánea del fenóme­no. Los testimonios como el del soldado Ewings aparecie­ron todos después del hecho, alimentados por el poder de sugestión y la angustiosa necesidad de creer que fuerzas to­dopoderosas intervenían en el aterrador campo de batalla. La historia del Ángel de Mons acabó rastreándose hasta una breve obra de ficción disfrazada de periodismo titulada Los

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arqueros, escrita por un tal Arthur Machen. Pero esto quizá sea desviarse un poco. Lo que importa es que el mito fue ab­sorbido y multiplicado con una avidez desesperada por un número incalculable de británicos, militares e incluso civi­les, a los que el temprano horror de la guerra había inducido a mirar más allá de la Iglesia anglicana.

El antídoto de esta fantasía voluntarista de que el solda­ndo nunca está en realidad solo se puede encontrar en unos cuantos macabros versos de la misma época. «Epitafio para un ejército de mercenarios», de A. E. Housman, conmemora a los miembros de la tropa que hicieron su tarea en un uni­verso en el que podía esperarse que las oraciones no fuesen atendidas:

Estos, cuando los cielos se caían,Cuando crujió la tierra en sus cimientos,Cum plieron como buenos m ercenarios,Cobraron la soldada y ahora han muerto.

Pendía el firm am ento de sus hom bros;Aguantaron, y aguantan los cimientos;L o que D ios desertó, lo defendieron,Y salvaron al orbe por un sueldo.2S

A pesar de las contadas liberaciones milagrosas de la llía- da, sus guerreros luchan en general por sus vidas en una lla­nura sombría que, como ellos saben y aceptan, los dioses bien pueden abandonar. Su heroísmo, como el de todos los soldados, está forjado por estos dos hechos gemelos: su co­nocimiento y su lucha.

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A l campamento aqueo, asediado ahora por Héctor y los tro­yanos, regresan los heridos del campo de batalla. En la popa de una de sus naves está Aquiles que, como Zeus, «contem­plaba los funestos efectos del combate y la deplorable hui­da». Parece que no ha regresado aún a Ftía. A pesar del cú­mulo de acontecimientos que han sucedido en la tierra y en el cielo desde su última aparición, y de la multitud de vigorosos héroes que han muerto, sólo hace dos semanas que Aquiles se retiró con sus hombres de la guerra. Pero, desde el eleva­do punto de observación privilegiado de su nave varada, pa­rece haber estado observándolo todo atentamente.

Incrustado entre los tumultuosos acontecimientos y muer­tes de este día, el más largo de la guerra de Troya, que empie­za en el Canto X I y acaba con el Canto X V III, está el episo­dio en torno al cual gira la Ilíada, y que fue categóricamente predicho por Zeus a Hera ya en el Canto VIII:

Y el im petuoso H éctor no dejará de pelearhasta que se levante junto a las naves el Pélida,el de los pies ligeros, cuando com batan junto a las popasde las varadas naves en un estrecho espaciop or el cadáver de Patroclo. A sí lo decretó el h a d o ...

La secuencia ampliada que culminará con la muerte de Patroclo aparece fragmentada en varios segmentos muy se­parados. Comienza, sin embargo, con Aquiles en el puesto de observación de la popa de su nave, desde donde ve a los soldados que regresan, incluido un guerrero al que no reco­noce. Llama pues a su compañero de armas, Patroclo, y le envía a enterarse de lo que ha pasado. Patroclo «le oyó des-

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de el interior de la tienda y salió, | como el dios de la guerra, y ése fue el principio de su mal»,

Obedeciendo a Aquiles, parte en su misión en el Canto XI; no volverá con Aquiles hasta el Canto X V I. Entre la mar­cha y el regreso, Patroclo se ve detenido por dos grupos, y durante esas demoras la narración épica retrocede hasta la batalla en marcha. La interferencia desafiante de Poseidón

-■en el combate, el Engaño de Zeus, la ruptura de las líneas aqueas, el retroceso troyano cuando Zeus duerme...: todo ello ocurre mientras Patroclo pierde el tiempo en las tiendas de sus compañeros. A una audiencia superficial se le podría perdonar que perdiese el rastro de la misión de Patroclo, y del propio Patroclo, en medio de esos otros episodios dra­máticos. Este riesgo se salva en parte por las diversas profe­cías que implacablemente predicen el curso de los aconteci­mientos que conducirán a la muerte inminente de Patroclo; y la audiencia ha sido advertida de que ése es «el principio de su mal».

Apresurándose en su misión investigadora por el campa­mento aqueo, Patroclo llega primero a la tienda de Néstor, donde es recibido cordialmente y donde se le ofrece hospi­talidad. «No puedo sentarme, anciano [...]. Respetable y te­mible es quien me envía a preguntar | quién era ese guerrero que trajisteis herido; pero ya lo sé, | pues estoy viendo a Ma­caón, pastor de hombres. | Vuelvo, pues, como mensajero a Aquiles, a dar la noticia», dice.

La respuesta de Néstor es sarcástica: «¿Cómo es que aho­ra se compadece tanto Aquiles de los hijos de los aqueos?», pregunta, y hace una lista de los héroes que han sido heridos. «Mientras tanto, Aquiles, | pese a su bravura, no se preocu­pa por los dáñaos ni se compadece de ellos. | ¿Es que va a es­perar hasta que las veloces naves que hay al borde del agua | sean quemadas con fuego implacable...?». Como suele su­ceder, el desvalimiento inspira al anciano Néstor recuerdos de proezas juveniles del pasado. Sigue una larga digresión

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en que se habla del reparto de los despojos de una incursión de hace mucho tiempo que le había proporcionado a él, al joven Néstor, mucha gloria. Luego, bruscamente, el anciano pone punto final a su evocación y pasa a dirigirse a Patroclo:

A sí era yo entre los hom bres, si es que no ha sido todo un sueño. Pero A quiles disfrutará de su valor en soledad, aunque creo que llorará m ucho, dem asiado tarde, cuando el ejército perezca. O h, m uchacho querido, no debió ser eso lo que M enecio te dijo el día que desde Ftía te envió con Agam enón.

Años atrás Néstor había ido a Ftía con Ulises a «reclutar combatientes» para la guerra que se iniciaba por entonces al otro lado del mar, en Troya. Los dos reclutadores habían encontrado a Peleo en su patio haciendo un sacrificio, con Aquiles, Patroclo y el padre de Patroclo, Menecio; y cuan­do los dos padres se habían despedido de sus hijos, les ha­bían dado consejos a cada uno de ellos. Peleo había instado a Aquiles «a ser siempre el mejor en el combate y a destacar sobre todos los demás», y Menecio le había dicho a Patro­clo que «dijese palabras sólidas» a su compañero más joven y más fuerte, para «aconsejarle bien y señalarle el camino».

«Eso fue lo que te dijo el anciano y lo has olvidado. Pero ahora | incluso podrías hablarle al prudente Aquiles, se le po­dría convencer», le amonesta Néstor. En el caso de que Pa­troclo no pueda persuadir a Aquiles a que ceda, Néstor su­giere una fatídica alternativa:

D eja que te envíe a ti, al menos, y al resto de los m irm idones contigo, y que podáis ser una luz para los dáñaos.Y que te deje su espléndida arm adura para el com bate, y tal vez los troyanos puedan pensar que eres él, y cejar en su ataque, y los atribulados hijos de los aqueos puedan tom ar aliento de nuevo tras la dura prueba.

Ante esta directriz solemne, Patroclo no contesta, pero las palabras de Néstor «agitaron el sentimiento» en su pecho.

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Sale de allí y se dirige sin demora a las naves con Aquiles, pero se ha de detener de nuevo, esta vez por la aparición de un compañero herido, Eurípilo, que, goteando sudor y sangre, llega renqueante del combate. «Los aqueos, ilustre Patroclo, | ya no son capaces de defenderse», contesta con franqueza Eu­rípilo a las preguntas de Patroclo sobre cómo les va en la lu­cha, y pide por su parte a Patroclo que atienda su herida con

' medicinas «buenas, que dicen que te ha enseñado Aquiles, | al que instruyó Quirón, el más honrado de los centauros».

Patroclo, aunque deseoso de volver con Aquiles, se siente movido por la piedad que le inspira su amigo y, rodeándole con un brazo, le ayuda a llegar a su tienda. Y allí se queda, a lo largo de todos los Cantos X II y X II I y del Engaño de Zeus del Canto XIV, que tiene como consecuencia que Poseidón intervenga en favor de los aqueos.

Cuando Zeus despierta del sueño envuelto en la nube, ve a los troyanos huyendo en desbandada y se da cuenta inmedia­tamente de que ha sido engañado. « ¡ Traidora I, fue tu perver­so designio, tu engaño, Hera, | lo que apartó al divino Héc­tor del combate», reprende a Hera, que yace a su lado. Tras amenazarla con castigos como azotarla o colgarla del cielo con yunques en los pies, Zeus formula una directriz inexora­ble: Héctor volverá al combate, fortificado por Apolo, y los aqueos retrocederán presas del pánico. Aquiles enviará a Pa­troclo a combatir y el glorioso Héctor lo matará, y finalmen­te los aqueos tomarán Ilion.

Al recuperar Zeus el poder, vuelve a cambiar el curso del combate en favor de los troyanos, que hacen retroceder de nuevo a los aqueos hasta las naves; y es así, con los aqueos hu­yendo en desbandada, como la narración vuelve a Patroclo. Este decide, en la tienda de Eurípilo, «ir a toda prisa a ver a Aquiles e instarle a incorporarse al combate. | Tal vez con ayuda de una deidad pudiese mover su ánimo con mis rue­gos, I pues la persuasión de un amigo es un fuerte estímulo». Es evidente que las palabras de Néstor han tenido su efecto.

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Poco después, Patroclo, al que la lealtad y la piedad han he­cho demorarse, vuelve por fin a la tienda de Aquiles. Y ése es en realidad el principio de su infortunio.

¿Quién es Patroclo? En la lliada está totalmente definido por su relación con Aquiles; es el therapön, ‘camarada’ , ‘com­pañero de armas’, ‘seguidor’ , ‘criado’ o ‘secuaz’ de Aquiles. Un therapön sirve a su regio señor recibiendo a los huéspedes y escanciando el vino, ayudando en los sacrificios, actuando como mensajero suyo ante otros caudillos, conduciendo un carro y combatiendo al lado de su comandante; los epítetos de Patroclo, hippeus, ‘que combate desde un carro’, e hip- pokeleuthos, ‘que conduce los caballos’, reflejan este último deber.1 Por eso Patroclo ayudó en la recepción de la emba­jada, se ocupó de acomodar a Fénix y, a petición de Aqui­les, fue a enterarse de las noticias sobre Macaón y su herida. Un therapön es alguien no pariente de estatus noble pero de­pendiente de su señor, «un escudero, no un sirviente», como se molestaba en subrayar un viejo diccionario, temeroso de que uno pudiese imaginar que Patroclo no era un caballero.1 Igual de importante es el hecho de que sea también su phi­los hetairos, su propio, su querido, su amado compañero.3

Aunque esencial para la acción dramática de la Iliada, Pa­troclo tiene fuera de ella una presencia notablemente esca­sa, lo que parece indicar que Homero desarrolló el personaje principalmente para el papel específico que tiene en esta epo­peya. Un comentarista antiguo nos informa de que «Hesíodo dice que Menecio, el padre de Patroclo, era hermano de Pe­leo, así que eran los dos primos hermanos».4 En la lliada no se hace mención alguna de la relación familiar, y todo se centra más bien en la relación entre los dos hombres como compa­ñeros de armas. Patroclo entra en la vida de Aquiles en la Ilia­da cuando huye con su padre a Ftía desde Opunte, en Locris, en la Grecia centrooriental, después de una fechoría infantil (mata accidentalmente a un compañero de juegos).5 Aparte de este accidente, nada se dice de la vida (o de la existencia)

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de Patroclo antes de su inclusión en la órbita de Aquiles, ni en la Ilíada ni en ninguna otra tradición.

El nombre de Patroclo, que en la Ilíada se halla más próxi­mo a Aquiles que el resto de sus compañeros, evoca sospe­chosamente el nombre de la persona más próxima a Melea­gro, que ocupa un lugar muy destacado en la parábola tan digresiva que utilizaba Fénix en la escena de la embajada. Se

• recordará que en aquel paradigma divagatorio Meleagro, al que Fénix pretendía poner como ejemplo a Aquiles, se vio finalmente movido a unirse a sus compañeros en el combate por las súplicas de su esposa, Cleopatra. Cleo-patra, Patro- cleo (ambos nombres significan ‘renombre del padre’) / y es posible que la vieja historia popular de Meleagro inspirase a Homero tanto el nombre del amigo más íntimo de Aqui­les como el papel que representa de mediador entre el héroe enfurecido y su comunidad. Pronto se verán las implicacio­nes de esta similitud.

Las aventuras de héroes emparejados o inseparables son un tema favorito del mito y la leyenda. En la mitología grie­ga, por citar un ejemplo, encontramos a Teseo, que mata al Minotauro, íntimamente emparejado en una serie de haza­ñas con Pirítoo de Tesalia.7 Un paralelismo más antiguo y sorprendente, apreciado hace mucho, es el que existe con la epopeya acadia de Gilgamesh, que se remonta como mínimo al 1700 a. C. El núcleo emotivo de esta saga de las hazañas de Gilgamesh, rey de Uruk (en la actual Irak), es su estrecha amistad con el hombre salvaje Enkidu, cuya muerte lleva al afligido Gilgamesh hasta los límites de la existencia mortal.8

Aquiles y Patroclo no realizan hazañas heroicas juntos. En realidad, el therapón de Aquiles no tiene ninguna vida apar­te, y no realiza más hazaña que la grandiosa misión final en la que morirá. Homero trabajó de firme para garantizar que este perfil de un personaje cuyo papel sencillo y único es tan transparente estuviese investido de tanta humanidad como su arte poético fuese capaz de condensar en un breve espa-

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cio: la muerte de Patroclo debe simplemente ser patética, debe transmitir emoción, porque si no falla todo el grandio­so plan de la Ilíada. En consecuencia, ni los hombres ni los dioses rinden demasiado tributo al personaje del therapön condenado de Aquiles; Patroclo «era gentil y sabía ser ama­ble con todos los hombres», según su compañero. El propio Zeus califica a Patroclo de «fuerte y gentil».

Entretanto Patroclo llegó donde el pastor de hom bres, A quiles, y derram ó cálidas lágrim as como fuente profunda que vierte sus aguas som brías por la pared de una escarpada roca.Y cuando lo vio el divino A quiles de los pies ligeros, se com padeció de él y le dijo estas aladas palabras:«¿P o r qué lloras, Patroclo, com o una pobre niña que corre tras su m adre y le pide que la coja en brazos, le tira del vestido y la detiene a pesar de sus prisas, y la mira con ojos llorosos hasta que ella la coge en brazos?Com o ella, oh, Patroclo, derram as tiernas lágrimas.¿Tienes acaso alguna noticia para m í o para los m irm idones?¿Te enteraste tú solo de nuevas de Ftía?¿D e que M enecio, hijo de Actor, aún sigue vivoy de que tam bién Peleo E ácida aún vive entre los m irm idones,porque es la muerte de uno de ellos lo que más nos podría afligir?¿O lloras quizá por los argivos, porque perecenjunto a las huecas naves, por razón de su propia arrogancia?H abla, no me ocultes lo que piensas, que los dos lo sepamos».

Patroclo, «con un hondo suspiro», contesta enumerando a los héroes que han resultado heridos; luego, tachando a Aquiles de cruel, le hace la petición que le había hecho Nés­tor: enviarle a él con los mirmidones disfrazado con su ar­madura:

A sí habló suplicando con su gran inocencia; porque era su propia muerte

y destrucción maligna lo que le estaba pidiendo.

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Patroclo, pese a sus buenas intenciones, ha echado a per­der su misión. Se había hecho eco, fielmente, de la última par­te del discurso de Néstor..., pero había olvidado la cuestión principal: Néstor pretendía que Patroclo persuadiese & Aqui­les de que volviese al combate. Sólo si esa petición fracasa­ba debía pedir permiso para regresar a la lucha él, Patroclo, con la armadura de Aquiles. Este fallo representa la segun­da clave que Patroclo olvida. Anteriormente, en el episodio de la embajada, la oscura parábola de Meleagro que había explicado Fénix brindaba una clara lección: la petición he­cha por la persona más próxima al héroe enfurecido (llama­da, además, significativamente, Cleo-patra) podría inducirle a volver al combate. Aquiles desechó furioso la parábola sin considerarla; pero también lo hizo, más fatídicamente, Pa­troclo, que, como la litada se esfuerza en señalar, estaba allí también, viendo y oyendo. En la embajada, Patroclo no cap­tó la insinuación; ahora se hace eco de las insinuaciones de Néstor, pero se inclina por la equivocada.

«Profundamente atribulado», Aquiles contesta a Patro­clo, con una breve defensa de su cólera contra Agamenón. No obstante, rápidamente y sin discusión, accede a la peti­ción de Patroclo. Le da instrucciones de que se ponga sobre los hombros su «gloriosa armadura» y le traspasa el mando de los mirmidones dándole estas firmes órdenes finales:

E n cuanto los hayas alejado [a los troyanos] de las naves, vuelve atrás;

y aunque el tonante esposo de H era pueda otorgarte ganar gloria,no debes luchar sin m í contra los belicosos troyanos,eso iría en m enoscabo de mi honor. Y tam poco debes,en el orgullo y la furia del com bate, seguir hasta Ilionm atando enemigos; no sea que algún dios del O lim popueda aplastarte. A polo, el que hiere de lejos,estima m ucho a los troyanos. D ebes vo lver junto a las navesen cuanto hayas hecho llegar la luz de la salvación,y dejar que los otros sigan com batiendo en la llanura.

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Padre Zeus, Atenea, A polo: ojalá ninguno de los troyanos ni de los argivos escape a la muerte, y nosotros dos nos librem os de ella,para que podam os derribar las almenas sagradas de Troya.

Nadie habla como Aquiles. Esa increíble visión (la ani­quilación del enemigo y del aliado por igual, con la supervi­vencia sólo de los dos compañeros) revela no sólo la estrecha relación de Aquiles con Patroclo, sino también lo absoluta­mente disociado que cree estar de todo lo relacionado con la guerra. Manifiesta también dentro de sus órdenes firmes, tres veces repetidas, sus miedos más profundos: que su pro­pio honor sufra menoscabo y que Patroclo no regrese vivo junto a él. Mientras ellos hablan, al fragor del combate se ha alzado en torno a Ayax, que había estado defendiendo vale­rosamente las naves casi solo. Por último, bajo una andana­da de lanzas, este solitario y robusto guerrero se retira. Los troyanos lanzan tizones ardiendo a la nave de Aquiles y las llamas se extienden sobre ella:

Aquiles se dio sendas palm adas en los m uslos y llam ó a Patroclo: «Adelante, ilustre Patroclo, hábil jinete.Veo que el fuego abrasador bram a ya sobre nuestros navios.N o deben llegar a nuestras naves para que podam os escapar

en ellas.Ponte la arm adura; rápido; yo m ismo reuniré a los nuestros».

Los acontecimientos han tomado un sesgo desconcertan­te: Patroclo había ido con el propósito de persuadir a Aqui­les para que se incorporara de nuevo al combate, pero aho­ra es Aquiles el que le pide a él que lo haga. El se encargará de convocar a los mirmidones. Aquiles había prometido no regresar a la lucha «mientras no llegue el momento en que el combate, con todo su fragor, alcance hasta mis propias na­ves». Ahora la lucha y las llamas han llegado hasta allí, no hay

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duda; si Patroclo no se hubiese ofrecido, ¿no podría haber salido a combatir él mismo?

Mientras Aquiles convoca a sus hombres, los legendarios mirmidones, Patroclo se arma con las armas prestadas. La es­cena se ajusta a las otras tres grandes escenas de armarse que hay en la epopeya, que son respectivamente la de Paris, la de Agamenón y, la más espléndida de todas—y aún por llegar— , la de Aquiles. Juntas, las cuatro escenas muestran de qué ma­nera piezas escénicas tradicionales como la de armarse se pueden adaptar y personalizar en este caso para cada héroe.9 Primero, Patroclo se pone las grebas con sus tobilleras de pla­ta, luego la coraza, «con el centelleo del cielo estrellado del Eácida de los pies ligeros», luego la espada y el gran escudo:

Sobre su cabeza poderosa colocó el bien forjado casco,con el penacho de crin de caballo ondeando terrible en la cimera.A sió dos poderosas lanzas que podía b landir con la mano,pero no cogió la lanza del im pecable Eácida,inmensa, pesada, gruesa, que ningún otro de todos los aqueospodía manejar, que sólo A quiles sabía blandir;la lanza de fresno de las cum bres del Peliónque Q uirón le había llevado a su padrepara sem brar la muerte entre los combatientes.

Patroclo puede vestirse, de la cabeza a los pies, con la ar­madura de Aquiles, pero no puede blandir su lanza. Utili­zada aquí elocuentemente para indicar cuán fuera de su ele­mento Patroclo se halla, la lanza es uno de los tres notables regalos hechos a Peleo que éste a su vez regaló a su hijo. La Cipríada relata cómo «en la boda de Peleo y Tetis los dioses se reunieron en el Pelión para el banquete y llevaron regalos para Peleo, y Quirón cortó un buen fresno y se lo dio para hacer una lanza. Dicen que esa lanza la planeó Atenea y la construyó Hefesto».10 Los otros regalos fueron un par de ca­ballos, Janto y Balio, nacidos de la yegua Podarga y el viento del oeste, «caballos veloces e inmortales que habían dado los

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dioses como regalos divinos a Peleo»; y la armadura, descrita como ambrota, ‘armadura para no morir’, ‘armadura inven­cible’ ,11 que «los dioses dieron a Peleo, glorioso presente, el día que condujeron a Tetis al lecho de un mortal».

En el folclore y en la epopeya los regalos de hadas y pode­res superiores a un príncipe mortal suelen ser mágicos. Una lanza mágica volvería a su dueño después de haberla lanza­do; los caballos mágicos le sacarían sano y salvo del campo de batalla; y una armadura mágica haría invulnerable al héroe.11 Homero, como es característico en él, ha eliminado toda esa protección estrafalaria; los héroes que luchan en Troya no cuentan con sortilegios ni poderes que les permitan escapar a la muerte.13 No obstante, como pronto veremos, restos de los atributos originales de cada uno de los regalos divinos de Peleo son discernibles en la Ilíada, aunque transformados y utilizados por Homero para conseguir un efecto trágico.

A instancias de Patroclo, Automedón, auriga de Aquiles, apareja los caballos inmortales:

Jan to y Balio, que corren con la velocidad del viento, caballos que la procelosa Podarga concibió una vez de Céfiro, cuando pacía en el prado junto a la corriente del O céano.E n los arneses supletorios puso al im pecable Pédasoque A quiles había obtenido en el saqueo de la ciudad de Eetión.M ortal como era, corría al lado de los caballos inmortales.Y A quiles, entretanto, fue a buscar a los m irm idonesy los dispuso armados en orden de com bate a lo largo de

las tiendas.Y ellos, com o lobos que arrancan con los dientes carne cruda, en cuyos corazones la furia del com bate es incansable,que han abatido un ciervo de gran cornamenta en las montañas y lo van devorando, hasta que de la boca de todos ellos gotea la sangre, y entonces van todos en m anada a beber de un arroyo en el que corre un agua oscura, y lamen con sus delgadas lenguas el negro borde de la superficie y eructan la sangre coagulada; en el corazón de cada uno de ellos

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hay un ánimo im pávido, pero sus vientres están llenos y gruñen; así se congregaban en torno al bravo escudero del Eácida de los pies ligeros los jefes de los m irm idones y sus consejeros, y entre ellos destacaba el belicoso A quiles,que urgía a los com batientes de potentes escudos, y a los caballos.

Se han utilizado muchas imágenes para transmitir los es­tragos y la carnicería de la guerra. Pero por lo que se refiere al puro atractivo estremecedor, pocos pueden igualar esta des­cripción de cómo se agrupan para dirigirse al campo de ba­talla los mirmidones, con un ansia lobuna de combate, los ca­ballos inmortales tras ellos. «Cincuenta eran las veloces na­ves en las que había conducido a sus hombres a Troya | Aqui­les, caro a Zeus, y había cincuenta hombres en cada una». Los orígenes de los mirmidones son oscuros y la explicación habitual de su nombre es sumamente insatisfactoria. Según Hesíodo, Eaco, abuelo de Aquiles e hijo mortal de Zeus, se encontró con que era el único humano en la desolada isla de Egina; solitario, imploró a su padre que le proporcionase compañía y Zeus transformó a las hormigas (murmékes) de la isla en humanos, que se convirtieron en los mirmidones.14 Escritores posteriores teorizaron que se llamaban así por sus hábitos hormiguescos, como por ejemplo vivir en cuevas y excavar el suelo.15 Los intentos de relacionar la explicación con la tribu guerrera de Aquiles siguen siendo notoriamen­te poco convincentes; las hormigas son industriosas y tienen una organización social ejemplar, son feroces y rapaces y lu­chan «en bloque»; la montaña central definitoria de Egina es cónica y parece un hormiguero, etcétera."5 Es difícil no ver esas explicaciones como una caprichosa etimología popular ante un nombre viejo y misterioso. En el apócrifo Hechos de Andrés (que data del siglo m d. C.), hay una «ciudad de los caníbales», que se identifica como Mirmidón; es posible que este relato se nutra de alguna tradición perdida más an­tigua y primitiva.'7

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En la litada los mirmidones son simplemente los dos mil quinientos hombres de Ftía bajo el mando de Aquiles. Se les diferencia claramente de los ftianos normales: durante la ausencia de Aquiles, encontramos a «los ftianos» luchan­do junto con los locrios y los epeos, intentando impedir que Héctor llegue a las naves, y poco después se nombra a un tal «Medonte» como jefe suyo. Las fronteras del reino de Peleo y Aquiles no están nunca rigurosamente trazadas; Ftía es sin duda una zona grande, que es posible que incluya varias tri­bus.18 Esta reveladora imprecisión indica que los mirmido­nes, más que por la geografía (una pequeña región de Ftía, por ejemplo), se definen por su estatus y su función. Son una guardia de élite, una especie de Delta Force actual. La compa­ración con los lobos resulta también significativa; en la cultu­ra indoeuropea está bien atestiguada la banda guerrera, una fraternidad de «jóvenes de pies sueltos», solteros y que no se han asentado, que «viven en los márgenes de la sociedad y siguen a su caudillo adonde les lleve, generalmente en corre­rías y expediciones de saqueo» y que «adoptan consciente­mente una identidad lobuna».19 Los mirmidones están agru­pados en torno a Aquiles; no son leales a ningún otro jefe y a ninguna otra causa, desde luego no a Agamenón, como se deduce claramente de la arenga que les dirige Patroclo antes de que se encaminen al combate:

M irm idones, com pañeros del hijo de Peleo, A quiles, sed hom bres ahora, amigos queridos, recordad vuestro valor

furioso;debem os honrar al hijo de Peleo, que es con m ucho el m ejor de los argivos que hay junto a las naves, lo mismo que nosotros, sus soldados, somos los m ejores en el com bate cuerpo a cuerpo, y que el A trida Agam enón, el de grandes dom inios, deba

reconocer asísu desatino al no querer honrar al m ejor de los aqueos.

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Una vez reunidos los mirmidones, Aquiles se retira a su tienda y de un baúl de compleja ornamentación saca una copa; «ningún otro hombre había bebido el brillante vino de ella , ni tampoco Aquiles | hacía libaciones con ella para otro dios que no fuera el padre Zeus». Esta copa ritual está guar­dada junto a las ropas que su afanosa madre había preparado para él cuando se fue a la guerra, sus «túnicas y mantos que abrigan a un hombre del viento». De pie en el campamento, fuera de su tienda, Aquiles alza la copa llena y reza a Zeus:

«Com o una vez que te im ploré tiempo atrás y escuchaste mi súplica

y me honraste y castigaste con rigor a los aqueos, dígnate concederm e de nuevo el deseo que te pido.Porque yo, como ves, me he quedado aquí donde están las naves, pero he enviado a mi com pañero y a muchos m irm idones con él

a luchar.Perm ite que se cubra de gloria, oh, Zeus de las pobladas cejas. In funde valor en su corazón, para que hasta H éctor descubra que tam bién nuestro escudero sabe com batir por

su cuenta,que no sólo están dotadas de furia invencible sus manos cuando yo le acom paño en el arduo trabajo del dios de la guerra. Pero perm ite que en cuanto haya hecho alejarse de las naves el com bate y su algarabía, vuelva conm igo ileso, con toda su arm adura y con los com pañeros que luchan

de cercaa su lado». E so im ploró, y Zeus el que aconseja bien le escuchó.Y le otorgó una petición y le denegó otra.E l que Patroclo rechazase el asalto a las naves se lo concedió, pero no quiso dejarle volver del com bate sano y salvo.

La aparición de Patroclo a la cabeza de los mirmidones, cuando «caen agrupados sobre los troyanos», tiene el efec­to deseado; el pánico se apodera inmediatamente de éstos y «cada uno buscaba un medio de escapar a la abrupta muer­te». Mientras los troyanos huyen, Patroclo y sus hombres

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apagan el fuego en torno a las naves. El Canto X V I es la aris- teia de Patroclo. No sólo él y los mirmidones siembran el caos entre los aterrados troyanos, sino que su sola aparición, tal como Néstor había esperado, estimula a los exhaustos y acosados aqueos, que, reagrupándose, caen sobre los troya- nos «lo mismo que los lobos cuando siembran la destrucción entre los corderos». En determinado momento que la epo­peya no señala, Patroclo es reconocido, pese a la armadura prestada; durante un breve período, pues, no se echa de me­nos a Aquiles. Patroclo matará un total de cincuenta y cua­tro troyanos, una lista de bajas que compite impresionante­mente con, por ejemplo, los veinte de la deslumbrante aris- teia de Diomedes.20 Patroclo no tardará en enfrentarse con la que será su víctima más ilustre, Sarpedón, hijo de Zeus (y con ello se acercará más a su propio destino).

«¡Ay de mí! Que esté predestinado que el más querido de los hombres, Sarpedón, | deba caer abatido por el hijo de Me- necio, Patroclo», suspira Zeus, observando la escena; y (como ya se citó en el capítulo anterior) se plantea si debe salvar a su hijo del destino, sacándolo del campo de batalla y depo­sitándolo en su tierra natal (la fantasía desesperada de más de un combatiente) o dejarle morir. «¿Qué es lo que has di­cho? I Piensa que entonces algún otro dios querrá | sacar tam­bién a un hijo suyo del duro combate, | pues alrededor de la gran ciudad de Príamo hay | muchos hijos de los inmor­tales combatiendo», es la respuesta insensible de Hera. La réplica de Hera y el sometimiento de Zeus ponen fin a cual­quier esperanza de salvación para Sarpedón y también, por extensión, para Aquiles, el más destacado de todos los hi­jos de los inmortales que hay al pie de la ciudad de Príamo. Hera continúa:

«Pero si te es tan estim ado, y tu corazón llora por él, deja que caiga derribado en la lucha im placable a manos de Patroclo, el hijo de M enecio; y luego,

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cuando el alma y el tiem po de la vida le hayan dejado, m anda a M uerte y al indoloro Sueño que se lo lleven y que le depositen en la ancha Licia, donde sus hermanos y sus com patriotas le brindarán el entierro debido con tumba y lápida.Pues ése es el privilegio de los que han perecido».A sí dijo, y no la desobedeció el padre de los dioses y los hom bres; pero lloró lágrimas de sangre que cayeron a tierra, por su hijo amado, al que Patroclo estaba a punto de matar, al pie de la generosa Troya, lejos de la tierra de sus padres.

Avanzan los dos y Patroclo arroja su lanza, con la que atra­viesa al therapön de Sarpedón; Sarpedón, por su parte, arro­ja la suya a Patroclo y yerra, «pero la lanza se clavó en el lado derecho de la cruz de Pédaso, | el caballo, que entregó la vida con un grito y se desplomó» (Pédaso, aunque mortal, galo­paba al lado de los caballos inmortales). Todo lo que sucede presagia ya el destino de Patroclo.

Cuando finalmente Sarpedón resulta alcanzado, cae «como cae un roble o un álamo, o un alto pino que en los montañas los carpinteros han talado para madera con hachas afiladas» con la que hacer navios como los que navegaron hasta Troya. Sarpedón, moribundo, «furioso», «llamó a gritos a su queri­do compañero» suplicándole que consiga que su cadáver no sea deshonrado, y que no le arrebaten la armadura; el suyo es el primero de los tres discursos de agonía de la epopeya. Su compañero Glauco le oye y, rezando a Apolo para que le dé fuerzas, agrupa a los demás y se inicia la batalla por el c a ­

dáver y la armadura de Sarpedón.

Y así, como un enjambre, se congregaron alrededor del muerto,y ni un instante apartó Zeus el fulgor de sus ojosdel incesante enfrentamiento, y con espíritu reflexivocavilaba sobre la muerte de Patroclo,si era ya el momento, en aquel com bate encarnizado,si allí, sobre el divino Sarpedón, debería el glorioso H éctor

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matarle con el bronce ya y quitarle la armadura de los hom bros, o si debía alim entar el fu ror de la lucha con más muertes.

Zeus decide entre las dos estrategias: permitirá a Patroclo un ataque triunfal más y, como había sugerido Hera, da ins­trucciones a Apolo para que ayude a Sueño y Muerte a tras­ladar el cadáver de Sarpedón a casa.11 El cuerpo es retirado y los restos mortales de Sarpedón desaparecen. El y su com­pañero y pariente Glauco son los más destacados de los mu­chos aliados de los troyanos, y la muerte de Sarpedón es su baja más significativa. Esos dos guerreros juntos han dado a la epopeya algunos de sus momentos más reflexivos, como el discurso de Glauco sobre las generaciones de los hom­bres del Canto VI. En el Canto X II, hacia el principio de ese día, el más largo, había sido Sarpedón quien había dirigido a Glauco la explicación sencilla de lo que tiempos futuros adoptarían como definitorio de la justificación razonada de la guerra para el guerrero homérico:

A m igo, si tú y yo, huyendo de esta batalla,fuésem os capaces de vivir eternam ente, inm ortales, sin edad,ni yo seguiría luchando en prim era líneani te instaría a luchar a ti donde los hom bres ganan gloria.Pero ahora, viendo que los espíritus de los m uertos nos rodean

a miles,ningún hom bre puede hacerse a un lado ni escapar de ellos, sigamos y ganemos gloria o dém osela a otros .22

En suma, la muerte de Sarpedón es un hito importante en la epopeya. Se trata de un personaje plenamente conseguido, y se le echará de menos. El compañero leal afligido, al que deja atrás, la extraordinaria atención que recibe de Zeus y la lucha por el cadáver y la armadura son motivos que se repe­tirán todos en breve a medida que la litada avance implaca­ble hacia su trágico punto culminante.23

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Inmediatamente después del delicado traslado del cuerpo de Sarpedón, la acción vuelve sin transición a Patroclo. Su ataque ha sido un éxito completo; los troyanos han retroce­dido y las naves están salvadas. De acuerdo con las órdenes de Aquiles, debería volver al campamento aqueo; pero, «en­loquecido» por una furia ciega, brama de cólera: «¿Quién fue el primero al que mataste, quién fue el último, Patroclo, cuando los dioses te llamaron a la muerte?».

A las puertas mismas de Troya, intenta escalar las escar­padas murallas; lo intenta por tres veces, y por tres veces es rechazado por el guardián amenazador de la ciudad, Apo­lo, que le grita desde las almenas «con la voz del peligro: | “Apártate, ilustre Patroclo, no ha decidido el destino | que la ciudad de los orgullosos troyanos caiga ante tu lanza, | ni siquiera a manos de Aquiles, muy superior a ti”».

Se otorga a Patroclo una última victoria sobre el herma­nastro y auriga de Héctor; pero cuando se oculta el sol, su destino le reclama con la súbita, inmensa y aterradora apa­rición de Apolo:

[ . . .] entonces apareció ante ti, Patroclo, el final de la vida,pues Febo

te salió al encuentro en la contienda encarnizada peligrosam ente. N o le vio Patroclo mientras avanzaba entre los com batientes, y envuelto en una densa niebla se lanzó hacia él, le llegó por detrás, se colocó a su espalda, y le golpeó en ella con la palm a de la mano, y en los anchos hom bros, y le giraron los ojos en las órbitas.Luego Febo A polo le arrebató de la cabeza el yelmo que tenía cuatro cuernos y fue rodando resonante bajo las patas de los caballos, y las crines del penacho se m ancharon de polvo y de sangre. H asta entonces no habían perm itido los dioses que a aquel gran yelmo con penacho de crines lo m ancillase el polvo; pues protegía la cabeza y la frente gentil de un hom bre divino, A quiles; pero entonces Zeus

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se lo dio a H éctor para que se lo pusiera en la cabeza.H éctor, cuya propia m uerte estaba tam bién próxim a.Y se le hizo pedazos en las manos toda la lanzainmensa, grande, pesada, de larga som bra, revestida de bronce; y cayó de sus hom bros al suelo el ribeteado escudo con su correa y sus borlas. Y el soberano A polo, hijo de Zeus, le soltó la coraza. Y se apoderó entonces de él una ofuscación que le nubló el juicio, y su cuerpo

resplandeciente quedó exánim e, y cuando estaba así, paralizado, un dárdano,

por detrás,desde muy cerca, le arrojó una punzante lanza y se la clavó entre los hom bros: se trataba de E uforbo , hijo

de Panto,que sobrepasaba a todos los hom bres de su propia edad arrojando la lanza y m anejando el carro de guerra y por sus pies

veloces.H abía derribado ya a veinte hom bres la prim era vez que había salido con su carro cuando aún era un aprendiz en el combate.E l fue el prim ero que te alcanzó con una lanza, oh, jinete Patroclo, pero no llegó a derribarte, retrocedió de nuevo, arrancando la lanza de tu cuerpo, y se perdió en la m ultitud, incapaz de enfrentarse a Patroclo, ni aun desarm ado como

estaba,en un com bate cuerpo a cuerpo. Entonces Patroclo, quebrado por la herida de la lanza y por el golpe del dios, intentó eludir la m uerte buscando am paro entre sus com pañeros. Pero H éctor vio que el esforzado Patroclo intentaba alejarse y, al darse cuenta de que estaba herido, fue a por él sorteando las filas de los com batientes y le clavó la lanza en el vientre, atravesándolo con el bronce de parte a parte.Y Patroclo cayó con estruendo, para horror de todos los aqueos.

De las muchas muertes que registra la lliada, ninguna otra se parece a la de Patroclo. En ningún otro caso se explota tan­to la patética vulnerabilidad de un mortal como en la feroz malevolencia del golpe de Apolo y el acoso del herido cuan­

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do intenta eludirla muerte refugiándose entre sus compañe­ros. El horror de esta escena extraordinaria se refuerza por­que resuenan, sumergidas en ella, dos tradiciones dispares. Una se relaciona con la armadura mágica que llevaban los predecesores folclóricos de Aquiles, cuya función de cuen­to de hadas había sido sin duda alguna hacer invulnerable al usuario. Tal como ya se ha dicho, Homero reprimió rigu­rosamente cualquier insinuación de que la armadura, rega­lo de los dioses a Peleo, tuviese propiedades sobrenaturales, pero permitió que aflorase aquí un aspecto de ese antiguo motivo, provocando con ello un efecto electrizante: Patro­clo debe ser despojado de la armadura para que se le pueda matar. Por eso el golpe brutal de Apolo le retira de la cabe­za el casco y le quita de encima la coraza.24 A Patroclo se le mata, se le sacrifica, se le desnuda.

«Elegir una víctima, adornarla y conducirla hacia los ene­migos para que ellos la maten» en tiempo de crisis: en eso consistía el antiguo rito de sustitución.25 Patroclo ha sido transformado en chivo expiatorio, un sustituto ritual de su rey, con cuya armadura distintiva— y en cuyo lugar—se le conduce a la muerte; Patroclo se ha convertido en el alter ego literal de Aquiles, su segundo yo.2(5 El golpe demoledor que Apolo le asesta, la lanza clavada entre los omoplatos y la lan­zada mortal del final... recuerdan más las acciones de la ma­tanza ritual que las de una batalla.

Abatido por el más malévolo de los dioses y a continuación por dos mortales oportunistas, Patroclo, moribundo, debe soportar la jactancia huera de Héctor. Este, exaltado, ima­gina (muy erróneamente, como sabemos) que Aquiles debe de haber dado instrucciones a Patroclo de que vuelva con su túnica ensangrentada: «Algo así debió decirte y sedujo con ello tu necio corazón». El pobre Héctor es incapaz de darse cuenta de lo mal que interpreta los acontecimientos que se están produciendo:

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Y entonces, m oribundo, tú contestaste, oh, jinete Patroclo:«Esta es para ti la hora de las grandes palabras, Héctor.Tuya es la victoria. Te la otorgan el hijo de Cronos, Zeus,y A polo, que me dejaron indefenso,porque ellos mismos me quitaron las armas de los hom bros.A unque veinte como tú hubiesen venido contra mi,todos ellos habrían sido abatidos por mi lanza y habrían perecido.N o, me ha m atado el destino fatal, con el hijo de Leto,y de los hom bres, E u forbo ; tú sólo eres el tercero que me mata.Y guarda en tu corazón esta otra cosa que te digo.Tam poco tú vivirás m ucho, porque ya la muertey el destino poderoso se ciernen a tu lado,esperando que caigas a manos de Aquiles, el nieto de Éaco».E so dijo, y cuando acabó de decirlo cayó sobre él la muerte, y el alma voló libre de sus m iem bros y descendió al H ades lam entando su destino y dejando atrás la juventud y la fuerza viril.

Todo lo que Héctor cree es falso, mientras que todo lo que dice Patroclo con su último aliento es verdadero. Pese a toda su destreza, Héctor es un soldado ordinario, que no está al tanto de profecías, ciego a su propio destino. Eufóri­co, ebrio de triunfo, se permite acariciar un imposible: que tal vez Aquiles caiga también ante él.

Igual que troyanos y aqueos se congregaban alrededor del caído Sarpedón, disputándose su cadáver y el premio de su armadura, convergen ahora los dos bandos para luchar por Patroclo. Menelao avanza hacia allí y se planta a su lado, «como sobre un ternero recién nacido la vaca madre que no ha tenido antes ninguna cría». Ese será el mejor momento de Menelao en la epopeya, aunque pronto, enfrentado con la presión implacable de las filas de los troyanos, se vea forzado a una retirada temporal. Seguro entre sus propios compañe­ros, mira a su alrededor con fiereza buscando a Áyax: «Aquí, Áyax, debemos defender al caído Patroclo | para poder llevar a Aquiles su cadáver | que está desnudo; Héctor el del yel­mo resplandeciente le ha quitado las armas». Está en juego

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el credo intemporal de «no dejar ningún hombre atrás». Se trata de algo muy importante, pues Héctor, el del yelmo res­plandeciente, el amoroso padre de familia y patriota cumpli­dor, tras haber despojado a Patroclo del resto de la armadu­ra, «lo arrastró, con el propósito de cortarle la cabeza | y se­pararla de los hombros con el bronce afilado, | para llevarse el cuerpo y dárselo a los perros de Troya».17

Áyax, siempre de fiar, se une a Menelao para volver adon­de estaba Patroclo, y mientras los dos héroes emprenden una segunda defensa encarnizada del cadáver, Héctor se re­tira brevemente para poder ponerse la armadura de Aqui­les. En todo el Canto X V II, durante el resto de ese largo día, prosiguen los fieros combates en torno al cadáver de Patro­clo, que pronto queda oscurecido por una niebla mágica. Su muerte pone en marcha oleadas de aflicción, que afectan a dioses y hombres; hasta los caballos inmortales de Aquiles, que están parados en el margen de la refriega, son víctimas de la conmoción:

[ . . .] inm óviles como la estela que se coloca sobre la tumba de un hom bre m uerto o de una mujer, estaban allí ellos paralizados en su puesto, aparejados al carro de bello contorno, con las cabezas inclinadas hacía el suelo, y derram ando cálidas lágrim as que caían en tierra desde debajo de los párpados de los afligidos animales, que añoraban a su auriga, m ientras sus brillantes crines se m anchaban de polvo colgando a ambos lados del yugo bajo la alm ohadilla.2'

Mientras el día se aproxima por fin al ocaso, Antíloco, otro compañero íntimo de Aquiles, es enviado a comunicar­le a éste la terrible noticia. En medio del estruendo y la con­fusión y la nube de polvo que envuelve a los que se afanan combatiendo, la caída de Patroclo ha pasado desapercibida para algunos, entre ellos Antíloco. Ahora también él se ente-

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ra de la trágica noticia; también él, como los caballos inmor­tales, se queda paralizado de dolor: «Se quedó inmóvil largo rato sin decir palabra, silencioso, | los ojos llenos de lágrimas, y encerrada dentro de él su voz cantarína».

Las ondas de choque de esta muerte reverberan a través de los cielos y de la llanura, desde Zeus hasta los caballos de Aquiles y a Antíloco. La audiencia contiene el aliento mien­tras Antíloco lleva la noticia hasta las naves. Simultáneamen­te, haciendo un gigantesco esfuerzo, Menelao y Meriones de Creta se echan el cadáver de Patroclo a los hombros y, cu­biertos por el gran Áyax y su compañero, intentan una lenta y peligrosa retirada.

En las naves, donde ha estado manteniendo una vigilan­cia expectante, Aquiles tiene una premonición, «pensando en el fondo de su corazón precisamente lo que había suce­dido», y se da cuenta de que los aqueos están retrocediendo una vez más desordenadamente. Mientras sus temores au­mentan, aparece Antíloco y le comunica la terrible noticia: «la nube negra de la aflicción se cerró sobre Aquiles. Apretó con ambas manos la triste tierra y la derramó sobre su cabe­za y sobre su rostro, manchando sus bellos rasgos».

Mientras él yace tirado en el polvo, Tetis, desde las pro­fundidades del mar, le oye llorar. Sabiendo lo que esto anun­cia, ella «lloró también». Desde los profundos recovecos del mar acuden a su lado en sombría multitud sus herma­nas las Nereidas, las hijas de Nereo, el viejo del mar. Llenan­do la «plateada cueva» donde Nereo habita, se golpean el pechos y gimen, haciéndose eco en sus trenos de los de las doncellas de Aquiles y Patroclo. Tetis dice quejumbrosa a sus hermanas:

¡O ídm e! Ay de mí, desdichada, m adre infeliz del m ejor de los hijos,

porque di a luz a uno sin ningún defecto, poderoso,que destacaba entre los héroes; y creció com o un joven árbol,

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y yo lo alimenté, como un árbol que se convierte en orgullo del huerto.

L e envié lejos con las curvadas naves a la tierra de Ilion a com batir a los troyanos; pero nunca volveré a recibirle, no regresará ya a su país ni a casa de Peleo.

Tan profundo y conmovedor es el dolor de Tetis que uno podría pasar por alto el hecho de que está llorando al hom­bre equivocado; el que ha muerto es Patroclo, no Aquiles.

La lliada de Homero descríbelos acontecimientos que su­cedieron en muy pocos días del último año de la guerra de Troya; estos acontecimientos no abarcan lo que fue sin duda uno de los momentos más trascendentales de todo el ciclo de la guerra: la muerte de Aquiles. Que la lliada conocía el cuerpo de tradición que explicaba la muerte de Aquiles es evidente, sin embargo, por sus notorios paralelismos con las escenas clave de las otras epopeyas. En la Etiópida, Aquiles se venga del aliado troyano Menón por la muerte de su ínti­mo amigo Antíloco, cuyo papel recuerda el de Patroclo en la lliada. Luego, después de matar a Menón, Aquiles pone en fuga a los troyanos y los persigue hasta el interior de la ciu­dad, pero París y Apolo lo matan. En las puertas Esceas, Ale­jandro y Apolo le lanzan una flecha que le alcanza en el tobi­llo. Alrededor de su cadáver se desencadena una feroz bata­lla en la que Áyax mata a Glauco. El se encarga de que la ar­madura de Aquiles se lleve a las naves; en cuanto al cadáver, se hace cargo de él y lo lleva también hacia las naves, mien­tras Odiseo mantiene a raya a los troyanos.

Luego entierran a Antíloco y disponen el cadáver de Aqui­les. Llega Tetis con las musas y con sus hermanas y llora a su hijo/9

Un equivalente revelador de la escena iliádica de Tetis lloran­do a Patroclo se produce también hacia el final de la segun­

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da epopeya de Homero, la Odisea. Allí el fantasma de Aga­menón le dice al fantasma de Aquiles que cuando él, Aquiles, murió, «tu madre, al oír la noticia, salió del mar, con las mu­chachas I marinas inmortales. Y se elevó un luctuoso y divino clamor | y se extendió por el piélago inmenso» (24, 47-49).

Así que a una audiencia del la época de Homero, conoce­dora de la tradición épica más amplia, el relato de la Ilíada so­bre la muerte de Patroclo le habría evocado directamente la muerte de su alter ego, Aquiles. Sobre todo, la extensa escena de la muerte de Patroclo, con sus ecos de las muertes tradi­cionales de Antíloco y de Aquiles (y la muerte de Sarpedón, a su vez, con su anuncio premonitorio del destino de Patro­clo), garantizaba sobradamente que la audiencia de la Ilíada disfrutase con la sutil evocación de uno de los episodios más famosos, y posiblemente más populares, del ciclo de la gue­rra de Troya.30 Como cada muerte presagia la siguiente, se intensifica la sensación de una fatalidad terrible e inminen­te. La embajada del Canto IX es memorable por la proclama­ción apasionada de Aquiles de que nada de cuanto el mun­do ofrece es más valioso que la vida. Ahora la litada ha lle­gado al punto en el que la muerte de Aquiles se predice con la misma seguridad que se predijo la de Patroclo. A Aquiles, que ha sopesado el valor de su cólera y su honor con el de su existencia, le han tendido una emboscada el remordimiento y el amor, e independientemente de que la litada cubra o no el acontecimiento, es indudable que morirá pronto. Tetis llo­ra porque ese hecho trágico es ya como si hubiese sucedido.

Estos ecos de fondo se hacen explícitos cuando Tetis acu­de a consolar a su hijo. Saliendo del mar con sus afligidas her­manas, llega a la tienda de Aquiles. Llorando, acuna la cabe­za del héroe entre sus brazos y le recuerda que todas las co­sas que él imploró a Zeus «ya se han cumplido». El replica:

« [ . . . ] ha de haber en tu corazón un dolor inmensopor la m uerte de tu hijo, porque nunca podrás vo lver a recibirle,

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verle regresar a su país; porque el espíritu interiorya no le im pulsa a seguir viviendo y a estar entre los hom bres,salvo a condición de que H éctor sea antes abatidop or mi lanza, p ierda la vida y pague el preciop or el despojo de Patroclo, el hijo de M enecio».L uego Tetis le habló a su vez, derram ando lágrimas;«Entonces debo perderte pronto, hijo m ío, por lo que dices, pues está decretado que tu muerte llegue poco después de la

de H éctor».A quiles, el de los pies ligeros, le contestó profundam ente

atribulado:«M uy pronto he de morir, estoy seguro;pues cuando m ataron a mi com pañero yo no estaba a su lado.Y, lejos de la tierra de sus padres, ha perecido,sin contar con mi fuerza en el com bate para defenderle» .31

La Patrokleia y los acontecimientos que la siguen inme­diatamente reflejan parte de la estructuración narrativa más magistral y refinada de la litada. Sarpedón y Glauco, Antílo­co y Aquiles; armadura inmortal que no puede salvar al hom­bre que la lleva; caballos divinos veloces capaces de desafiar en la carrera al Céfiro que se quedan inmovilizados de aflic­ción, y la muerte estridente del caballo mortal que se atrevió a correr con ellos; antiguo ritual del sacrificio y ecos del Gil- gamesh·, una madre afligida cuyo hijo aún vive... : todos estos motivos y temas ensombrecen dramáticamente las últimas horas y la muerte de Patroclo. Las resonancias estratificadas de la muerte del therapön presagian el acontecimiento que la audiencia de la litada no verá nunca: la muerte de Aquiles.

La creación de Patroclo introdujo uno de los personajes memorables de la epopeya y forjó también un vínculo moral entre dos antiguos temas: una historia de cólera heroica, en la que se propicia al héroe enfurecido para que regrese a su comunidad, y una historia de retribución, en la que se venga la muerte del compañero del héroe. La innovación de Ho­mero fue relacionar inexorablemente la una con la otra. La

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cólera de Aquiles nunca se aplacará; la borrará más bien el sentimiento de culpa del superviviente.32

Philos\ hetairos (‘camarada’, ‘compañero’ , ‘colega’) «mi propio», «mi mejor», «mi amado compañero». Los térmi­nos que definen la relación entre Patroclo y Aquiles no tie­nen una contrapartida auténtica en el mundo civil, pertene­cen a la terminología perdurable de la guerra. «Es una in­timidad que nunca tuviste antes. Es más íntima que con tu padre y tu madre, más íntima que con tu hermano o tu her­mana», fue como describió un veterano de la guerra de Viet­nam su relación con un compañero de armas.33 Hoy «la pér­dida de un compañero», junto con «el miedo a la muerte», se identifican como unas de las causas primarias habituales del trauma de guerra. En el Centro Médico del Ejército Walter Reed, un soldado afligido que había vuelto de Irak «cami­na por el campus hacia el hospital con las botas de combate ensangrentadas de un amigo al que vio morir desangrado».34

La armadura mágica y los caballos que sacan al héroe del peligro: Homero comprendió que esto era material desecha- ble. La creación del alter ego de Aquiles, su segundo yo sacri­ficial, permitió a Homero desencadenar las emociones que siempre recuerdan con más autenticidad la guerra. En las úl­timas líneas de su relato magistral de la Gran Guerra, John Keegan ofrece un resumen que es absolutamente veraz:

Los hom bres que establecen en las trincheras una intim idad forjan vínculos de dependencia mutua y de sacrificio abnegado más fuer­tes que ninguna de las amistades que se hacen en la paz y en tiempos mejores. Este es el m isterio básico de la Prim era G uerra M undial. Si pudiésem os entender sus amores, lo mismo que sus odios, esta­ríamos más cerca de entender el m isterio de la vida hum ana .35

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A hora iré a acabar con H éctor, el asesinode una vida querida; luego aceptaré m i propia muerte,cuando Zeus y los otros inm ortales deseen traerla.

Ilíada, 1 8,114-116

Aquiles comunica su firme propósito a su afligida madre y ésta acepta su decisión y hace un último intento de eludir al destino. Tal como todas las tradiciones la caracterizan fue­ra de la litada, obsesionada siempre por proteger a su hijo (intentando hacerle invulnerable o inmortal, disfrazándo­le como una mujer entre mujeres), Tetis se entrega ahora a una última estrategia desesperada para impedir la muer­te a la que sabe muy bien que está condenado. Nueva arma­dura, armadura divina, armadura hecha por Hefesto, el he­rrero de los dioses: en esto deposita Tetis su fe desesperada. La armadura de Aquiles (el regalo divino a Peleo) se halla ahora sobre los hombros de Héctor, y Aquiles no tiene nin­guna armadura propia:1 «No te adentres aún en el fragor de Ares, I espera hasta que tus ojos me vean volver a ti. | Pues volveré al amanecer en cuanto salga el sol | con una arma­dura espléndida para ti del divino Hefesto», implora Tetis a su hijo.

Aquiles consiente, y Tetis vuela al Olimpo. Durante el lar­go intermedio hasta que vuelva a aparecer, Aquiles perma­nece en el campamento aqueo. Entretanto, pese a los valien­tes esfuerzos de Áyax y Menelao, aún prosigue la batalla por el cadáver de Patroclo en la llanura troyana. Héctor está a punto de cambiar la situación arrastrando el cadáver, pero de pronto Hera toma el asunto en sus manos y, «secretamen-

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te, sin que Zeus y los demás dioses se enteren», envía a Iris con instrucciones para Aquiles.

«Levántate, hijo de Peleo, el más terrible de todos los hombres», le dice Iris a modo de saludo a Aquiles y le ofre­ce un pavoroso relato de los acontecimientos del campo de batalla: los troyanos están intentando arrastrar el cadáver de Patroclo al interior de la ciudad y Héctor «se apresta a cortar la cabeza del suave cuello y a clavarla en agudas es­tacas».

«Divina Iris, ¿qué dios te envió a mí con ese mensaje?», replica fríamente Aquiles. Su reacción es un toque pequeño pero poderoso; ningún otro mortal se dirigiría de un modo tan desafiante a un mensajero de Zeus. Al enterarse de que a Iris la ha enviado Hera, Aquiles se vuelve práctico; los tro­yanos tienen su armadura, así que poco puede hacer él. «Sí, ya sabemos también que ellos tienen tu gloriosa armadura. | Pero ve hasta el foso y muéstrate tal como estás a los troya- nos», responde Iris.

Y tras decir esto, Iris, la de veloces pies, se fue de su lado; pero A quiles, el amado de Zeus, se levantó y Atenea le echó sobre los hom bros poderosos la ondulante égida; y luego, excelsa entre las diosas, le rodeó la cabeza con una nube dorada e hizo brotar de ella una llama cuya luz se veía desde m uy lejos. Com o cuando se va elevando

el humoen el aire, a lo lejos, sobre una ciudad de una isla, que los enemigos asedian y durante el día entero se entregan todos a la odiosa ocupación de Ares com batiendo por su ciudad, pero cuando el sol se va encienden, uno tras otro, fuegos de aviso para que se vea bien su luz y los hom bres de las islas cercanas la puedan divisar, por si quieren acudir en sus naves para ayudar a rechazar

al enem igo;así, de la cabeza de A quiles se alzaba aquella luz en el aire claro.

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Mientras el fuego juega alrededor de su cabeza, Aquiles llora ruidosamente y Atenea llora con él con una voz que es como «el clamor de la trompeta que tocan los despiadados atacantes que asedian una ciudad». Los troyanos se retiran aterrados y los aqueos son por fin capaces de recuperar el desgarrado cuerpo de Patroclo. Fuego y destrucción de ciu­dades: las imágenes que acompañan el regreso de Aquiles se-

' ñalan un nuevo y fatídico umbral de la guerra. El final está ya a la vista: de la ausencia de Aquiles y del propio Aquiles, de Héctor y, con su muerte, de Ilion.2 El coste que la guerra ha tenido hasta entonces para Troya, su estado de fragilidad, se pone al descubierto inesperadamente cuando los acongo­jados troyanos debaten entre ellos cómo afrontar la nove­dad catastrófica que representa el regreso de Aquiles. ¿De­ben mantenerse en la llanura? ¿O deben retirarse hasta «las grandes murallas y las puertas» de su ciudad, como propone el prudente Polidamante? Pero Héctor responde despecti­vamente a esta última propuesta:

¿E s que no estáis hartos ya de perm anecer encerrados en las torres?

H ubo un tiem po en que los mortales hablaban de la ciudad de Príam o

como un lugar con m ucho oro y m ucho bronce. Pero ahora los preciados tesoros que había en nuestras casas se han

esfum ado, y se han vendido m uchas posesiones.

Así pues, cuando caiga Troya, los victoriosos aqueos ga­narán poco por sus diez años de esfuerzos. Mientras, Héc­tor, que se ha vuelto peligrosamente confiado, tal vez por el hecho de que lleva la desacostumbrada armadura divi­na de Aquiles, se muestra intolerante con cualquier estrate­gia de seguridad. En vez de eso, por orden suya los troyanos pasarán otra noche en la llanura, junto a su campamento, y

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se armarán al amanecer. Luego continúa con unas palabras que habrán de perseguirle obsesivamente:

Si es cierto que el brillante A quiles se ha puesto en pie al lado de sus naves, peor para él si lo intenta, porque yo por mi parte no huiré ante él en la batalla luctuosa, sino que aguantaré a pie firme, para ver si es capaz de alcanzar la m áxim a gloria o si la puedo alcanzar yo.

Mientras los troyanos se preparan para la noche, Aquiles supervisa la llegada del cadáver de Patroclo, que es delicada­mente lavado con agua caliente y ungido con aceite de oliva y cuyas profundas heridas se llenan de ungüentos; luego se ex­tiende sobre él como sudario una fina sábana.3 «No te sepul­taré hasta que traiga aquí la armadura y la cabeza de Héctor. | Degollaré a doce gloriosos hijos de los troyanos | ante tu ar­diente pira, para mostrar mi cólera por tu muerte», promete Aquiles al compañero muerto.

A lo largo de la noche de este día, el más largo y desastro­so, los mirmidones lloran a Patroclo. Y mientras ellos están llorándole, Tetis llega al Olimpo y a la casa de Hefesto, «in­consumible, estrellada» y toda ella de bronce resplandecien­te. El propio dios está en su fragua, trabajando en veinte trí­podes, todos ellos provistos de ruedas de oro, «de manera que por su propio movimiento pudiesen llegar rodando a la reunión de los inmortales». Se conocen trípodes con ruedas de Chipre de los siglos ix y v m a. C.;4 tal vez en su época esa innovación de vanguardia inspirase una confusa especu­lación sobre la artesanía y la tecnología divinas.

A Tetis la reciben el herrero cojo y su esposa, Caris, una de las bellas Gracias, y lo hacen con una cordialidad excepcio­nal: «Ella me salvó, cuando yo sufría tanto | en la época de mi gran caída por la voluntad | de mi propia descarada ma­dre, que quería ocultarme, por ser cojo», recuerda Hefesto de Tetis dirigiéndose a su esposa.5 Arrojado del Olimpo por

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Hera, su madre, que se avergonzaba de su cojera, Hefesto había caído en el mar donde Eurínome, la hija de Océano, y Tetis le habían recogido. «Con ellas trabajé nueve años como herrero, y forjé muchas cosas intrincadas», dice Hefesto, y recuerda los collares y las copas y los broches y otras barati­jas que ideó para ellas, «trabajando allí en el fondo de la cue­va, I con la corriente de Océano siempre alrededor, con su espuma y su rumor».6

Aunque el nombre de Hefesto aparece en las inscripciones de la escritura lineal B , poco se puede espigar sobre sus orí­genes o sobre cómo ingresó en el panteón olímpico. La his­toria de su rescate y protección por Tetis recuerda una aso­ciación indoeuropea bien atestiguada entre una deidad del fuego y los espíritus nutricios del agua, que evoca quizá la fosforescencia, la fiera luz que parece arder en el mar.7 El es­tatus de alguien que trabaja con los metales en las épocas que denominamos «del Bronce» y «del Hierro» tenía sin duda alguna que ser elevado, y por todo el Mediterráneo oriental hay pruebas de cultos e incluso reinados que se asocian con el herrero.8 Son también intrigantes los muchos ejemplos de mitos en que un herrero es el que nutre (el que forja) a un jo­ven dios o héroe, y algunas narraciones épicas desde el Ti­bet al Cáucaso y desde allí hasta Irlanda hablan del herrero que garantiza la seguridad de un joven héroe, protegiéndole y sirviéndole como guardián.9 Y es en calidad de protector de los jóvenes héroes como Tetis acude a Hefesto, buscando la armadura divina que proteja a su hijo.

«Así que he de hacer todo lo posible por recompensar a Tetis la de hermosos cabellos por salvarme la vida», declara Hefesto a su esposa y, apartando los fuelles del fuego, hace conmovedores esfuerzos por adecentarse para su visitante femenina: «Se limpió la frente con una esponja, y ambas ma­nos, y su enorme cuello y el velludo pecho, y se puso una tú­nica, y tomando un grueso bastón en la mano se dirigió co­jeando a la puerta». «Te honramos y te amamos», le dice a

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Tetis, cogiéndola de la mano, y escucha amablemente su llo­rosa súplica:

H efesto, ¿hay entre todas las diosas del O lim po una que haya soportado tantos dolorosos pesares como Zeus, hijo de Cronos, me ha asignado a mí?Fui la única de todas las hermanas del marque entregó a un m ortal, a Peleo, hijo de Eaco,y hube de soportar un m atrim onio m ortal contra m i voluntad.Y ahora él, quebrado por la triste vejez, yace en su palacio.Pero yo tengo, sin em bargo, otros problem as.Pues me dio un hijo al que alum bré y criépreclaro entre los héroes; creció como retoño, y yo lo alimentéhasta convertirlo en el árbol que es orgullo del huerto.L e envié lejos con las curvadas naves a la tierra de Ilion a com batir a los troyanos; pero nunca volveré a recibirle, no regresará ya a su país y a casa de Peleo.Por eso vine ahora para ponerm e a tus rodillas;para ver si estabas dispuesto a darmepara este hijo mío de corta vida un escudo y un cascoy dos hermosas grebas con argénteos broches para los tobillosy una coraza. Todo lo que tenía lo perdió con su fiel com pañerocuando lo m ataron los troyanos. A hora m i hijo yacetendido en tierra con el corazón desgarrado.

La luctuosa súplica de Tetis es la perenne oración de todas las madres aterradas cuyos hijos deben ir a la guerra. Tanto si organizan ventas de dulces caseros para recaudar dinero con que comprar un chaleco antibalas de placas cerámicas para sus hijos que están en Irak10 como si suplican, directamente al herrero de los dioses, el objetivo es el mismo: una armadu­ra mágica que proteja a mi hijo.

Es sabido que Hefesto ha hecho armaduras para otros héroes. En la Ilíada, Diomedes lleva una envidiada «coraza que con mucho trabajo le forjó Hefesto», por ejemplo, y en la Btiópida, Menón, que es reflejo de Aquiles en tantos as­pectos importantes, aparece «con una armadura hecha por

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Hefesto»." Además, tampoco es ésta la primera ocasión en la litada en que un dios suplica un favor a otro. La súplica divina más significativa la hizo también Tetis, por supues­to, cuando rogó a Zeus que defendiera el honor de su hijo; para obtener ese favor, se había visto obligada a recordar­le, enérgicamente, el servicio que le había hecho en el pasa­do y la deuda que tenía con ella. Hera también pidió favores a otros dioses para preparar su seducción de Zeus; con una mentira, consiguió de Afrodita que le prestase su seductor cinturón, y luego, mediante el soborno, que Sueño prome­tiese ayudarla también en su plan. Pero en este otro caso, en la petición de Tetis a Hefesto, éste la satisface gustosamente y por amor. Recibe a Tetis con gran ternura, y su evocación espontánea de la ayuda que ella le prestó en otros tiempos es sincera e incluso nostálgica. Esa breve evocación retrospec­tiva de las circunstancias que vincularon al herrero cojo con Tetis es uno de los toques maestros de Homero. La reacción amorosa y compasiva del herrero ante la desnudez del dolor de Tetis garantiza que pondrá en la tarea no sólo su destreza sino también su corazón. La armadura de Aquiles en la lita­da será excepcional, sobrepasará todos los ejemplos, será tal que «los hombres se maravillarán al verla»; representará no sólo la habilidad técnica del herrero divino, sino también su esfuerzo supremo y sublime.

D espués de oírla, el fam oso herrero de los fuertes brazos le contestó:

«N o temas. Q ue esos pensam ientos no conturben tu mente. Ojalá fuese tan capaz de apartarlo de la m uerte y su aflicción en ese m om ento en que su duro destino llegue a él como de forjarle una arm adura tan excelente que los hom bres se m aravillarán al verla».

«Ojalá fuese tan capaz de apartarlo de la muerte...». He­festo sabe, lo mismo que Tetis, que eso no es posible. El he­rrero de los dioses puede hacer trípodes con ruedas mági-

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cas, una casa de bronce para cada olímpico, puertas del cielo «que se mueven solas», incluso ayudantes de oro «que pare­cen jóvenes doncellas vivientes», dotadas de habla y de inte­ligencia: todas estas maravillas puede hacerlas, pero no pue­de proteger al hijo de Tetis de la muerte a la que está pre­destinado.

Hefesto, de nuevo en su forja, con veinte fuelles autopro­pulsados, funde bronce, estaño, oro y plata y comienza su trabajo con el yunque y el martillo. La primera pieza de ar­mamento que hace es el escudo de Aquiles. «Inmenso y pe­sado», está compuesto de cinco capas superpuestas de metal y tiene una «orla triple» para darle mayor solidez:

[ . . .] y añadió sobre él m uchos prim ores valiéndose de su destreza y m aestría. G rab ó sobre él la tierra y el cielo y el agua del mar, y tam bién el sol incansable y la luna llena y todas las constelaciones que adornan los cielos. [ . . .]Forjó tam bién en él dos ciudades de hom bres mortales en toda su belleza. Y había en una bodas y fiestas.L levaban a las novias por la ciudad desde sus aposentos

de solterascon antorchas encendidas y entonando los cantos nupciales. [ . . .] Pero alrededor de la otra ciudad había dos ejércitos de hom bres

arm adosresplandecientes en su atuendo de guerra.L a opinión estaba dividida sobre si asaltar la ciudad y saquearla o com partir entre ambos bandos la propiedad y las posesiones que la bella fortaleza guardaba encerradas. [ .. .]E hizo sobre ella un m ullido cam po, el orgullo de las tierras

de cultivo,amplio y triplem ente arado, con muchos labradores trabajando

en élque hacían girar sus arados y los aplicaban en todas direcciones.

[...IL a tierra se oscurecía tras ellos y parecía com o tierra arada, pero era oro. A sí de m aravilloso era el escudo que había forjado.

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Para las audiencias de la Edad del Hierro de los tiempos de Homero, la descripción del escudo de Aquiles debía dis­frutarse como una brillante pieza de virtuosismo que conju­raba maravillas de tecnología moderna y arte; la técnica de Hefesto es, después de todo, la del herrero o forjador.11 Pero para audiencias posteriores, el atractivo del escudo proce­de más de la vida que del arte: raros atisbos de vidas vividas

' hace casi tres mil años. Los ancianos sentados en bancos de piedra pulida para resolver una disputa; esos ricos campos tres veces labrados; pastores que tocan la flauta mientras ob­servan vigilantes sus ovejas y su «ganado de lento paso»..., todo ese desfile de vida de la Edad del Hierro ha sido pre­servado intacto.13

Es evidente que las descripciones de una ornamentada ar­madura eran piezas clásicas populares en la épica. E l escudo de Heracles de Hesíodo, fechado hacia el 600 a. C.,14 es un extenso fragmento épico dominado por la descripción de ese escudo de héroe: «En el centro estaba Miedo, hecho a imagen del espanto indecible, mirando hacia atrás con ojos ardientes como fuego [...]. Encima ardían Tumulto y Carnicería y Ma­tanza [...] y más arriba el hado fatídico arrastraba hombres cogidos por los pies en medio del combate, asiendo uno que estaba vivo aunque recién herido, otro que ni siquiera estaba herido, otro que ya había muerto».15 Monstruos, dioses, te­rrores personificados son los motivos predominantes, junto con temas manifiestamente tomados de Homero: de acuer­do con un indignado editor de la obra, había en ella una «de­pendencia servil de los modelos homéricos».16 En este caso, el modelo homérico no era el escudo de Aquiles, sino el escudo de Agamenón, que, como se recordará, estaba adornado con Miedo y Terror y con el «rostro de vacuos ojos de Gorgona».17

Este escudo que hace Hefesto lo utilizará en la guerra el más formidable matador de hombres de todos los héroes mortales, «el más terrible de todos los hombres», como se lla­ma a Aquiles incluso entre los dioses; lo llevará además en la

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aristeia más trascendental y significativa de la epopeya. Pese a todo eso, Hefesto elimina los motivos más predeciblemen­te asociados a la guerra y proporciona a la lliada sus imáge­nes de paz más memorables. Hombres segando seguidos por niños que recogen las espigas cortadas; un viñedo con uvas negras en racimos y muchachos y muchachas que las llevan en cestos trenzados; un joven que canta acompañado de una lira; ganado y corrales; leones acechando a los rebaños; y «un gran prado en un deleitoso valle en el que brillan trémulos rebaños de ovejas»; hombres y doncellas de largas y claras vestiduras bailando...; en suma, el escudo que Hefesto forja para Aquiles contiene todo lo que hay en la vida.

«Ojalá fuese tan capaz de apartarle de la muerte y su aflic­ción»; del inspirado martillo de Hefesto emergen todas aque­llas cosas que él sabe que no puede darle a Aquiles. El nue­vo escudo de éste, como sus otros regalos divinos (la arma­dura, la lanza y los caballos que heredó de su padre), sirven de nuevo para resaltar su mortalidad más que para proteger­le. El nuevo escudo que Aquiles llevará en la guerra resalta la enormidad de todo lo que va a perder (que es todo lo que hay en la vida).

Tetis entrega la armadura a su hijo al amanecer, posándola ante él, ruidosamente, en el suelo, donde su brillo aterrador hace apartar la vista a los mirmidones: «Sólo Aquiles mira­ba, y mientras miraba se endureció aún más la cólera en él | y sus ojos relumbraban terribles bajo los párpados, como lla­maradas».

Aquiles recorre con sus manos la obra inmortal de He­festo y «su corazón se satisface contemplándola»; luego sale para comunicar oficialmente que se incorpora a su ejército y a la guerra. Mientras recorre la playa lanza su gran grito, y de naves y tiendas salen aqueos de toda condición a recibir­le, intendentes y pilotos además de guerreros, algunos heri­dos y apoyándose en sus lanzas; «y llegó por último el señor de hombres, Agamenón».

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La acción de la epopeya ha vuelto al lugar en que empezó, una asamblea en el campamento aqueo, en medio de una cri­sis que se ha llevado muchas vidas, y con Aquiles asumiendo de hecho el mando del ejército. Su modo de pasar por alto su cólera es elocuente, franco y escueto:

«H ijo de A treo, ¿fue después de todo lo m ejor para ambos,• para ti y para mí, el que, para gran dolor de nuestros corazones, nos enfrentáram os con odio m ortífero p or una m uchacha?O jalá Artem is la hubiese m atado al lado de las naves de

un flechazo aquel día en que yo destruí L irneso y la tomé.Porque en ese caso no habrían m ordido el polvo tantos aqueos a manos del enemigo m ientras la cólera me m antuvo apartado. Fue bueno para los troyanos y para

H éctor,pero pienso que los aqueos tardarán en olvidar esta disputa nuestra. A un así, dejaremos que todo esto sea una cosa del pasado, aunque nos duela, dobleguem os la cólera que sentimos dentro de nosotros.Y o ya estoy acallando la mía. N o seguiré escuchándola. ¡D ispongam os las cosas! Q ue los aqueos de larga cabellera se encaminen sin demora al com bate, para que yo pueda arrem eter contra los troyanos, y descubrir si aún quieren dorm ir al lado de las naves.Creo más bien que se alegrarán de descansar donde están, los que salgan con vida de la furia de nuestras lanzas».A sí dijo, y los aqueos de buenas grebas se sintieron com placidos al

oírley al ver cómo el magnánimo hijo de Peleo había silenciado

su cólera.

El regreso de Aquiles, el que acallase su ira, es uno de los momentos más dramáticos de la Ilíada, la culminación del tema de la cólera con que había empezado la epopeya; es tam­bién el cumplimiento de una pauta común a muchos mitos: el héroe que se aparta de su comunidad, la devastación que

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sigue a ello y su regreso. La paradigmática historia de Melea­gro que explicaba Fénix es un ejemplo obvio de esta pauta, como también lo es, en cierta medida, la Odisea, que está de­dicada a la historia de un héroe solitario que soporta adver­sidades desgarradoras para conseguir regresar a su patria.18

Pero para Aquiles son más significativos los mitos e histo­rias que describen la cólera y la retirada no de un héroe sino de un dios. El Himno a Deméter homérico cuenta la historia del dolor y la cólera de la diosa Deméter por la pérdida de su hija, Perséfone, raptada y transportada al mundo subte­rráneo. Deméter, llena de dolor y de amargura, se retira del mundo; como es la diosa de los cereales y de la cosecha, su marcha priva a la humanidad de sus dones y se extiende por la Tierra un terrible invierno de devastación. Finalmente los dioses, preocupados, hacen que Perséfone vuelva, Deméter se apacigua y regresa a la Tierra, trayendo consigo la prima­vera y las cosechas.19

La palabra utilizada para describirla cólera cósmica, viru­lenta, de Deméter es mértis, que es también la primera pala­bra del texto griego de la lliada. Estudios detenidos del uso de este término, en Homero y en otros lugares, han condu­cido a unas conclusiones tentadoras. Ménis se puede definir como ‘una cólera perdurable, justificada por un deseo de justa venganza, dicho sobre todo de los dioses, de los héroes muertos, pero también de los humanos, padres o suplican­tes, y particularmente de Aquiles en la lliada’ .10

Ménis es, pues, una palabra cargada, más solemne y poten­te que sus homologas más mundanas, cholos, o kotos, ‘cóle­ra’, ‘rencor’ .2' Ménis «es una noción peligrosa, que uno debe temer; una noción sacra, numinosa».22 En la lliada, sólo se utiliza para los dioses y para Aquiles. Este último, como De­méter, hace sentir su cólera con la retirada de sus considera­bles dotes. «Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles el hijo de Peleo y sus estragos». Los estragos llegan no por lo que él hace, sino por lo que no hace.

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Como sucede a menudo con Aquiles, el trueno lejano del destino que casi tuvo y el dios que casi fue resuenan por de­trás de sus palabras y sus acciones. Esta palabra (esta ménis) que Aquiles «acalla» ante la asamblea, la renuncia a esa có­lera (cólera divina, cólera cósmica), es sin duda un aconte­cimiento trascendental. Si en la muerte de Patroclo pueden apreciarse elementos sacrificiales, ahora puede verse que el ■sacrificio fue eficaz; la muerte de Patroclo rompió el viru­lento hechizo de la cólera y ha hecho volver al héroe a su co­munidad.

Frente a este telón de fondo profundo y consecuente, Aga­menón hace su ya casi irrelevante aparición. Habla ala asam­blea «desde el lugar donde estaba sentado, y sin levantarse en medio de ellos», y en sus confusas primeras palabras parece que tiene que gritar reclamando atención por encima del rui­do que hace una multitud indiferente: «Bueno es escuchar al que habla, no está bien | interrumpirle. Porque resulta duro para él, por muy capaz que sea. | ¿Cómo entre los murmullos de tantos va a poder alguien hablar | o escuchar?».

A diferencia de la franca y directa declaración de Aquiles de un error mutuo, Agamenón debe hacer confusa su res­puesta; sabe que su propia gente le ha culpado a él por el tra­tamiento de que ha hecho objeto a Aquiles (esto él lo acep­ta), aunque sus acciones no fueron cosa suya: «pues yo no soy responsable, | lo es Zeus, y el destino. [...] ¿Qué podía hacer yo? Es la divinidad la que a todo da cumplimiento. | La hija mayor de Zeus es Engaño».

Sigue una larga historia, que nos ilustra sobre el hecho de que incluso Zeus es presa àaAtë o Engaño.13 Luego, brusca, cómicamente, Agamenón concluye:

A sí, yo en el momento [ . . . ] no pude olvidar a Engaño, cóm o fui engañado prim ero. Pero puesto que fui engañado y Zeus me

ofuscó el juicio,estoy dispuesto a hacer bien las cosas y a dar regalos abundantes.

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«Hijo de Atreo, gloriosísimo rey de hombres, Agamenón, | los regalos son tuyos y puedes darlos si quieres, y como sea adecuado, | o guardarlos. Pero ahora recuperemos sin per­der un instante el furor del combate», dice Aquiles, y la se­rie de epítetos majestuosos de Agamenón nunca ha resulta­do más irónica.

Esto es lo que se merecen las riquezas por las que Aga­menón define su autoridad. Su oferta también desmiente el paradigma admonitorio de Fénix en la embajada; allí, como se recordará, a través de un ejemplo moral dirigido a Aqui­les, Fénix había esbozado el destino de Meleagro, un héroe antiguo que, habiendo rechazado primero todas las ofertas de reconciliación, acabó viéndose forzado a reincorporarse al combate sin regalos y sin honor.14 Pese a la actitud desde­ñosa de Aquiles con los regalos, o con cualquier comentario sobre ellos, Agamenón insiste en esa transacción, de manera que el prestigioso desfile de riquezas, catalogadas dos veces antes en la embajada, se expone ahora diligentemente ante la asamblea. Llegando como llegan pisándole los talones a la armadura divina de Aquiles, los muchos calderos y talentos de oro no deslumbran ya como podrían haberlo hecho an­tes. Luego Agamenón se levanta, y ante todo el ejército hace el juramento solemne, santificado con un sacrificio, de que «nunca puse la mano sobre la joven Briseida | con el propó­sito de acostarme con ella o por cualquier otra razón, | sino que permaneció intacta en mi tienda»; con lo que se comple­ta el acobardamiento de Agamenón ante su ejército.

Briseida, a la que se vio por última vez cuando la sacaron contra su voluntad de la tienda de Aquiles, hace ahora una sorprendente reaparición. Al ver el cadáver destrozado de Patroclo, grita y se araña la cara llorándole:

Patroclo, el más caro a mi corazón en su desdicha,vivo te dejé aquí cuando abandoné la tienda,pero ahora vuelvo, y me encuentro, señor de hom bres,

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con que estás muerto. A sí, sin descanso, es com o se suceden los males en mi vida. A l m arido con que mi padre y mi honrada

m adreme desposaron, hube de verle ante mi ciudad abatido por el agudo bronce, y los tres hermanos que conm igo mi m adre había engendrado, y a los que tanto amaba, perecieron todos tam bién en un solo día. Y sin em bargo, tú no me dejaste cuando el veloz A quiles mató a m i m arido

' y saqueó la ciudad del divino M inete, me consolaste, dijiste que me harías la legítim a esposa del divino A quiles, que me llevarías en las naves de vuelta a Ftía y form alizarías mi m atrim onio entre los m irm idones.P o r eso lloraré tu m uerte sin cesar. T ú siempre fuiste bueno.

Ésta es la última vez que veremos a Briseida, la causa ino­cente de tanta destrucción. Los estragos que su rapto desen­cadena constituyen también una pauta, como la peste insti­gada por el rapto de Criseida al principio de la litada y la pro­pia guerra de Troya, provocada por el rapto de Helena. El discurso de Briseida recuerda, en su recitación de la pérdida de todos los parientes que la protegían, el de Andrómaca a Héctor. Ahora el destino de Briseida, privada de sus adalides y entre hombres extraños, presagia el de la esposa de Héctor.

Aquiles, desde el momento en que pronunció su discurso de reconciliación, sólo piensa en la guerra e insta a una ac­ción inmediata. Esto provoca un largo intermedio lleno de nimiedades y muy criticado, que introduce Odiseo, sobre los peligros de luchar con el estómago vacío. Más tarde, el mis­mo Odiseo vuelve a insistir con cierta extensión en el asun­to. Es posible que haya alguna broma oculta relacionada con la preocupación por el estómago de ese héroe siempre prác­tico. Las necesidades de ese género en el caso de Aquiles las satisface Atenea, que vierte «delicada ambrosía y néctar» en su pecho, para que no le falten las fuerzas. Estas complejas y nerviosas explicaciones sobre la comida y, en menor medida, las preocupaciones anteriores sobre el estado del cadáver de

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Patroclo, que Tetis ha prometido preservar, evocan a un co­rrector de estilo duro de oído lidiando con todos los detalles erróneos: ¿Cómo mantuvieron sus fuerzas los demás hom­bres? Explícalo, por favor. Y lo de las moscas en el cadáver de Patroclo, ¿qué? A lo largo de los siglos se han dado diver­sas sesudas explicaciones para justificar esta rara sección en la que Homero «da una cabezada», pero es justo decir que la mayoría de los lectores podrían pasar sin ella: «Han pasado ya más de 180 versos desde que el almuerzo acaparó los fo­cos, y no se ha conseguido nada», como resaltó secamente un comentarista.25

Pero lo que Aquiles ha estado pidiendo llega al fin, y mien­tras los aqueos, estimulados de nuevo, se agrupan en me­dio del resplandor de los escudos y los cascos de bronce, Aquiles, con el corazón lleno de «un dolor insoportable» y de «furia contra los troyanos», se arma para el combate. De las cuatro escenas de armarse de la Ilíada, temáticamente si­milares pero psicológicamente distintas, ésta es la última y la más espléndida; como escribe un comentarista: «Paris se arma por vergüenza, Agamenón por seguridad, Patroclo por lealtad y amistad, pero Aquiles se arma llevado por la cóle­ra y el dolor»:16

[ . . .] luego cogió el gran escudo, inmenso y pesado, en el que la luz brillaba lejos, com o desde la luna.E igual que cuando los navegantes ven brillar en el m ar el destello de un fuego encendido, en lo alto, en un monte, en un establo

desolado,igual que cuando los m arineros son arrastrados contra su voluntad por los vientos de la tormenta por el mar, rico en peces, lejos de sus seres queridos, así se elevaba en el aire el resplandor del bello y prim oroso

escudode A quiles. Luego cogió el yelmo y se lo asentó, inmenso,

en la cabeza,y el yelmo con su crestón de crin relucía com o una estrella,

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p or los áureos bordes que había puesto H efesto en todo él.Y el divino A quiles se tanteó a sí mismo en su arm adura, para ver si le ajustaba bien, y si sus gloriosos m iem bros se m ovían bien

con ella,y la arm adura era como unas alas que hiciesen elevarse en el aire al pastor de hom bres. Luego buscó la lanza de su padre, inmensa, pesada, gruesa, que ningún otro aqueo podía blandir, sólo Aquiles era capaz hacerlo, el asta era de un fresno del Pelión,

'regalo de Q uirón a su padre, para que sem brara la muerte en el combate.

Aquiles, montando en su carro aliado del auriga, grita, re­gañando a sus caballos inmortales: «Procurad traer de vuelta de otro modo a vuestro auriga», dice sarcásticamente, y «no le dejéis allí tirado, como a Patroclo». Aquiles no estaba pre­sente para ser testigo del dolor silencioso e impenetrable de los caballos ante la muerte de Patroclo. Como hemos visto, Homero elimina los elementos mágicos y fantásticos de otras tradiciones, y nunca más escrupulosamente que en su pre­sentación de Aquiles. Pero ahora sucede uno de los aconte­cimientos más descaradamente estrambóticos de la epopeya: Hera dota de voz a Janto, de manera que el caballo pueda ha­blar, y una vez más los dones divinos de Peleo a su hijo sirven como obsesivo recordatorio del coste para él de esta guerra:

Y desde debajo del yugo respondió el caballo de relucientes patas, Jan to , y al hablar inclinó la cabeza, de tal modoque la crin cayó de la alm ohadilla y barrió el suelo a lo largo

del yugo;la diosa de los blancos brazos, H era, había puesto voz en él:«Aún volverem os contigo sano y salvo esta vez, vigoroso Aquiles. P ero el día de tu m uerte está cerca, aunque no es nuestra la culpa, sino de un gran dios y del destino poderoso. Pues no fue por nuestra lentitud ni por descuido nuestro p or lo que los troyanos arrebataron la arm adura a Patroclo, sino que fue ese dios excelso, el hijo de Leto , la de hermosos

cabellos,

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el que le mató allí, entre los campeones, y le dio a H éctor la gloria. Porque nosotros podríam os correr como el soplo del céfiro, que dicen que es la más ligera de todas las cosas; pero para ti el destino decreta que mueras a manos de un dios y de un

m ortal» .27

En el Olimpo, Zeus convoca su propia asamblea para tra­tar de los sucesos trascendentales de la llanura de Troya, sucesos que representan la culminación de sus planes. «Yo pienso en esos hombres aunque estén muriendo», confiesa a los otros inmortales. Aquiles, si se le deja a su propio arbi­trio y poder, acabará con los troyanos; en consecuencia, Zeus anuncia que revoca su orden de que los dioses se manten­gan al margen de la guerra. «Descended, dondequiera que queráis hacerlo, entre los aqueos y los troyanos, y prestad ayuda a uno de los dos bandos», les insta, y luego describe la pericia de Aquiles en el más peligroso de todos los térmi­nos posibles: «Temo que hasta pueda echar abajo la muralla en contra del destino».

Este notable pronunciamiento de Zeus promete un giro emocionante de los acontecimientos; señala sin duda el co­mienzo de la tan esperada aristeia de Aquiles, «un hombre como el dios asesino de la guerra». Pero en vez de eso Ho­mero da otra cabezada y la orden de Zeus a los dioses de que se mezclen con los combatientes se convierte en el pretexto para una bufonada divina. Aidoneo, señor de los muertos, salta de su trono y lanza gritos estridentes, temeroso de que se desate literalmente el infierno. Poseidon y Apolo se dispo­nen a enfrentarse con Atenea y el dios de la guerra Enialio, lo mismo que Hera con Artemis. Deidades menos belicosas hacen apariciones improcedentes, como por ejemplo Leto, la madre de Apolo y Artemis; el «generoso Hermes», el dios de las fronteras y mensajero de los dioses; y el cojo Hefesto.

Tampoco la primera actuación del propio Aquiles satis­face las expectativas dramáticas creadas por el largo y tras-

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cendental preludio. Ciertamente, el hijo de Peleo se lanza, la boca abierta llena de espuma, como un león furioso y des­lumbrante, contra Eneas, uno de los héroes más significati­vos de Troya. Pero este primer enfrentamiento del regreso de Aquiles (su primera actuación marcial en la epopeya) amena­za con ser sólo una batalla verbal. Aquiles saluda a su enemi­go con palabras alegres y burlonas, lo que no se compagina

' con la cólera sombría y el dolor que siente: «¿Acaso te con­dujo al combate la esperanza que albergas en tu corazón | de llegar a ser señor de los troyanos, domadores de caballos, | y con el mismo honor que Príamo? Aunque me matases, | Pría­mo no te otorgará por ello ese honor. El tiene hijos». Los dos héroes se enzarzan en una especie de airada disputa, de duelo poético,18 en que se ridiculizan mutuamente, con alusiones a las genealogías respectivas y a su habilidad para el insulto; es posible que con este enfrentamiento torpemente empla­zado se haga una alusión conocida a una tradición dedica­da a las hazañas de Eneas y a la cólera de éste contra su rey.29 Los dos héroes se aproximan finalmente para intercambiar golpes reales. Protegiéndose tras el escudo, mientras la larga lanza de fresno del Pelión silba sobre su cabeza, Eneas acaba siendo rescatado y conducido a lugar seguro por Poseidon.3“

Pasan, por tanto, muchos versos antes de que Aquiles se lance al tipo de matanza habitual que caracteriza la forma épica de guerra. Guadañando a través de los troyanos, mata a un hermano de Héctor, Polidoro, y se encuentra de pron­to frente al propio Héctor, «el hombre que ha espoleado mi cólera más que ningún otro». Pero el enfrentamiento que si­gue, tan esperado, entre los dos héroes que compiten en la epopeya sorprende también por lo decepcionante. «Hijo de Peleo, no esperes asustarme con palabras | como si fuese un niño. Yo soy también muy diestro en el vituperio y el insul­to», replica Héctor al desafío de Aquiles. Durante un mo­mento desconcertante, planea la posibilidad de que se repita el tipo de guerra verbal de Aquiles con Eneas. Sin embargo,

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Aquiles arroja su lanza, y sigue a ello un breve intercambio, y una vez más intervienen los dioses para trasladar a su ene­migo a lugar seguro; en esta ocasión, es Apolo el que se lleva a Héctor envuelto en una espesa niebla.

La tortuosa acción que se desarrolla desde la entrega de la armadura por Tetis a Aquiles no ha hecho avanzar la narra­ción ni ha elevado las expectativas dramáticas. Sólo podemos suponer que con la tosca diversión proporcionada por la bu­fonada divina y las inteligentes alusiones a otras historias épi­cas las audiencias antiguas no tuviesen la sensación de que se disipaba la tensión dramática (y esta consideración es en sí misma iluminadora). Pese a los resúmenes que poseemos de las epopeyas perdidas del Ciclo Troyano, y a las muchas alusiones esparcidas en la literatura posterior, sabemos muy poco sobre cómo esas otras tradiciones contaban sus histo­rias. Pero la comparación con epopeyas de otras épocas y otras culturas sugiere que pueden haberse parecido mucho a esos intermedios que acompañan a la aristeia de Aquiles. Aunque divagatorios, esos pasajes «antihoméricos» son úti­les para las audiencias modernas como recordatorio de que los elementos de la narración tradicional de la lliada no ga­rantizan por sí solos grandeza.

La lliada no recupera su tono elevado y su gravitas hasta el final del Canto X X , en que la aristeia de Aquiles se des­plegará en serio. Ya no hay nada divertido en sus enfrenta­mientos con el enemigo en cuanto se lanza a través de la lla­nura troyana, «como cuando el fuego inhumano barre con su furia», abriendo una brecha a través de las fuerzas enemi­gas, con el carro cubierto hasta el eje de sangre y su tiro in­mortal de caballos pisoteando muertos. Hasta sus manos es­tán «salpicadas de inmundicia sangrienta» mientras empuja a los aterrados troyanos a las aguas del río Escamandro (lla­mado también Janto), saltando tras ellos para que ninguno pueda escapar.

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Cuando sus manos se cansaron de matar, eligió doce jóvenes vivos del río para su venganza por la m uerte de Patroclo, el hijo de M enecio.A éstos, paralizados por el m iedo como cervatillos, los sacó

del agua.

Cumplirá con ellos su voto de «degollar a doce gloriosos •hijos de los troyanos» ante la pira funeraria de Patroclo, y es aquí, junto al río bordeado de tamariscos, donde Aquiles se encuentra con un troyano llamado Licaón que salía huyen­do del agua.

Licaón es hijo de Príamo y de una concubina suya, y por decreto del avieso destino éste es su segundo encuentro con Aquiles, que le había capturado en una incursión nocturna durante alguna etapa anterior de la guerra. En aquella oca­sión, Aquiles le había perdonado la vida y le había vendido en Lemnos, donde finalmente había sido liberado por un amigo de la familia. Ahora, cuando Aquiles se dispone a ma­tarlo, Licaón corre bajo la lanza alzada, la coge por el asta de fresno del Pelión con una mano y abraza suplicante las ro­dillas de Aquiles con la otra, pidiéndole que le perdone de nuevo la vida a cambio de un rescate:

A sí se dirigió a él el glorioso hijo de Príam o, rogando suplicante, pero éste oyó a su vez la voz im placable:«Pob re necio, no me hables ya de rescate, no lo propongas.Antes de que Patroclo llegase al día predestinado,mi corazón se sentía inclinado a perdonar la vida a los troyanos,y atrapé a m uchos vivos y me desprendí de ellos.P ero ahora ya no hay ninguno que pueda escapar a la muerte, si los dioses lo ponen en mis manos delante de Ilion, ni uno solo de los troyanos y m enos aún los hijos de Príam o.A sí que, amigo m ío, vas a m orir también».

Sepultado en el patetismo de la muerte de Licaón hay un hecho revelador: antes de la muerte de Patroclo, el corazón

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de Aquiles «se sentía inclinado a perdonar». Las acciones de Aquiles (y su carácter) en los primeros días de la guerra son algo que se ha mantenido más o menos oscuro, al quedar fue­ra del marco temporal elegido por la lliada. Sin embargo, se pueden vislumbrar atisbos, pequeños pero suficientes, del tipo de hombre que era por otros incidentes de la epopeya, y esos incidentes tienden a respaldar su afirmación de que aho­ra es un hombre distinto. La marcha de Briseida de su tienda es uno de esos ejemplos, porque, aunque fuese una cautiva, se va «en contra de su deseo», y luego está el testimonio de Andrómaca, a cuyo padre Aquiles mató, «pero no le despo­jó de la armadura porque su corazón respetó al muerto». No parece que la sed de sangre dominase a Aquiles en el ardor de esos primeros combates. El autorretrato que ofrece tan­to en su enfrentamiento con Agamenón del Canto I como en la embajada del Canto IX es el de un hombre cansado que participa en el trabajo agotador de la guerra, que desempeña diestramente pero sin mucho afán: «Siempre me correspon­de a mí la mayor parte del penoso combate». Así que cuan­do Aquiles le dice a Licaón que «mi corazón se inclinaba a perdonar la vida a los troyanos», no se trata de una pirueta retórica para hacer más patética su muerte. Aquiles, el gue­rrero, fue en tiempos galante y caballeroso; desde la muerte de Patroclo, es un hombre diferente, un asesino.

El doctor Jonathan Shay, en su estudio del trauma de guerra en veteranos estadounidenses de la de Vietnam, se sorpren­dió mucho al comprobar con qué viveza y realismo se aseme­jaban las descripciones de la actuación de Aquiles y de su es­tado anímico después de la muerte de Patroclo a las de los ve­teranos que estaban a su cuidado como psiquiatra. Esto era especialmente sorprendente en el fenómeno, provocado por algún incidente (injusticia, traición, pérdida de un amigo), del llamado estado de berserker, la locura causada por el fre­nesí del combate. Como recordaba un veterano:

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Simplemente me volví loco. L o saqué del arrozal y lo cosí a cuchilla­das. Cuando acabé con él, parecía una muñeca de trapo con la que hubiese estado jugando un perro. [ . . .] Perd í toda piedad. Sentí un cam bio drástico después de eso. [ . . .] N o podía hacer daño su­ficiente. [ . . .] Cuantos más mataba, mejor me sentía. Eso hacía que parte del dolor se fuese, c a d a v e z q u e p e r d í a s u n a m i g o

e r a c o m o s i s e f u e s e u n a p a r t e d e t i . Cogía a uno de ellos para com pensar lo que ellos me habían hecho a mí. Me hice muy duro, frío, despiadado. Perdí toda piedad? 1

El trauma de guerra descompone el carácter.32 La dimen­sión cósmica de la aristeia iracunda y furiosa de Aquiles se evoca con los impresionantes símiles que se agrupan en torno a él desde su regreso: alrededor de su cabeza arde un fuego como los fuegos de señales de una ciudad asediada; sus ojos relampaguean «como llamas»; su escudo refulge como fue­go a través del agua, como la luz de la luna; su yelmo brilla como una estrella. Estas imágenes elementales configuran el combate elemental de Aquiles con uno de los pocos enemi­gos que le pueden amenazar: el río Escamandro, una fuerza de la naturaleza. Con sus aguas remolineantes atascadas por los cadáveres de los hombres que Aquiles ha matado, Esca­mandro alza su voz en tono de protesta y en realidad como una súplica: «Oh, Aquiles, tu fuerza supera la de todos los hombres, | pero también la crueldad de tus acciones. Mi gra­ta corriente está atascada de cadáveres, | no puedo encontrar un canal para llevar mis aguas al luminoso mar | porque me lo impiden los cuerpos de los que tú matas tan brutalmen­te. I Déjame tranquilo de una vez, soberano de hombres, haz que cese esta confusión».

La respuesta despectiva de Aquiles (que no dejará de ma­tar hasta que Héctor «me haya matado a mí o le haya mata­do yo a él») empuja al Escamandro a una acción hostil, echa hacia atrás sus aguas y se lanza sobre Aquiles en una peligro­sa oleada. Aquiles, saliendo como puede del agua, empren-

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de una indigna huida por la llanura, con el río persiguién­dole feroz, fuera ya de su cauce. Este largo episodio es otro de los intermedios no heroicos que paralizan la aristeia de Aquiles. Su tono fabuloso y exótico, tan poco característico de Homero, hace pensar que hay un mito más antiguo tras este episodio, un mito en que el héroe combatía realmente contra los poderes de la naturaleza y contra monstruos, como en arquetipos del Oriente Próximo en que un héroe comba­te contra la Inundación.”

Finalmente Hera llama a su hijo cojo pidiendo ayuda, y Hefesto hace una espectacular e inesperada aparición como Fuego puro, agostando la llanura, secando la tierra y que­mando los numerosos cadáveres:

Luego dirigió hacia el río su llam a refulgente.A rdieron los olm os, los sauces y los tam ariscos, ardió el trébol y ardieron los juncos y las juncias, todas las plantas que crecen abundantes en las orillas de la grata corriente del río.

Hefesto, asolando el género de paisaje tranquilo que tan amorosamente evocó en el escudo de Aquiles, hace que su participación en el destino de éste trace el círculo completo. No puede impedir la muerte del hijo de Tetis, pero puede cumplir con el papel épico tradicional del herrero de prote­ger a los jóvenes héroes. Esta escena rápida y sorprendente es también la única descripción que se hace en la Ilíada del daño físico que sufre la llanura de Troya, y conjuga inquie­tantemente imágenes intemporales de tácticas de tierra que­mada que los ejércitos invasores infligen al territorio de sus enemigos.

La salvaje arremetida de Aquiles por la llanura hace correr hacia Troya ante él a los troyanos. Simultáneamente, los dio­ses terminan sus propios combates y, bruscamente, tras un brevísimo preludio, regresan al Olimpo. Príamo, que obser­va desde las almenas de su ciudad condenada, se lamenta en

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voz alta y pide a los que guardan las puertas de la ciudad que las abran a su ejército, que huye en desbandada. Un guerre­ro, Agenor, se mantiene firme, inspirado por Apolo, el úni­co dios que no ha regresado al Olimpo sino que se mantiene cerca de los troyanos, «apoyado allí en un roble y envuelto en una espesa niebla». Agenor, sobrenaturalmente estimula­do, desafía a Aquiles:

D ebes haber albergado en tu corazón la esperanza, oh, divinoAquiles,

de que en este día arrasarías la ciudad de los altivos troyanos. ¡Insensato! A ún se habrán de padecer num erosos pesares por ella, som os m uchos los que estamos dentro, y bravos combatientes, y por nuestros amados padres, nuestras esposas y nuestros hijos lucharem os defendiendo Ilion,

Pero esto no es verdad, los combatientes han huido; todo el mundo ha huido. Hasta los dioses. Instantes después, Age- ñor ha hecho lo mismo, arrebatado por Apolo «en una densa niebla», alejándose del combate y del alcance de Aquiles. El propio Apolo adopta la apariencia de Agenor y con ese dis­fraz incita a Aquiles a darle caza, apartándole de las murallas de Troya y permitiendo que los aterrados troyanos corran a refugiarse en la ciudad.

El intermedio de la fútil persecución, festivo en aparien­cia, conduce a Aquiles directamente frente a su implacable y malévolo enemigo. Ningún dios le odia tanto como Apo­lo.34 Calificado de «el más griego» de los dioses, el Apolo de la época clásica posterior encarnaba la perfección física del varón joven y la racionalidad fría y el distanciamiento sere­no del alma cultivada. En la litada, los rasgos que más tarde le definirán íntimamente son discernibles pero no necesaria­mente destacados.35 El dios que envía la peste devastadora en el Canto I es también el que puede eliminarla (el que puede loigon amumein, ‘proteger de la destrucción’), un preludio de su posterior atributo como curador. Es el «dios lejano», el

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que está retirado, a una cierta distancia del hombre, hacia el cual manifiesta desdén. Prefiere vivir entre los hiperbóreos, habitantes misteriosos del Lejano Norte, lejos del mundo im­puro e imperfecto del hombre.36 Para completar sus virtudes civilizadas, Apolo es el dios de la música, asociado especial­mente con la lira. Hera hace alusión a esta habilidad cuando le recuerda que, en la boda de los padres de Aquiles, «tam­bién tú participaste en el festín y pulsaste tu lira, oh, amigo de los malos, siempre desleal».37

Los rasgos que definen a Apolo (que trae y se lleva la des­trucción, sus poderes de curación, su distanciamiento y su retiro, su belleza juvenil, su maestría con la lira) tienen un sorprendente paralelismo en la Ilíada·. ésos son también los rasgos que definen a Aquiles, el héroe más bello de la guerra de Troya, cuya cólera ha traído una pestífera destrucción, al que Quirón ha enseñado el arte de curar y al que la embaja­da encuentra en su tienda «deleitando su corazón con una lira».38 Que hay un paralelismo tanto en sus acciones como en sus atributos queda claro en los versos iniciales de la Ilia­da, que predicen cómo ambos, dios y hombre, dirigen su có­lera divina hacia la misma persona, Agamenón.39 Sobrevive una tradición de un proemio alternativo de la Ilíada que ha­cía esto aún más explícito:

Cantad para mí ahora, musas, que tenéis vuestras moradas enel Olimpo,

cómo la cólera [ménis] y la furia se apoderaron del hijo de Peleo, y del divino hijo de Leto; pues enfurecido con el rey.. ,4°

Estas sorprendentes similitudes son de una importancia profunda y trágica. En el mito, «los dioses tienen a menudo un doble mortal que casi podría confundirse con ellos salvo por el hecho de que están sometidos a la muerte, y de que los mata además el propio dios».41 Hace mucho que Aquiles sabe que Apolo lo matará, lo mismo que mató a Patroclo. Su madre

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le ha dicho que «bajo las almenas de los troyanos de brillan­te armadura yo sería destruido por las flechas voladoras de Apolo»; otro rasgo que Aquiles comparte con Apolo, en cier­to grado, a través de su madre divina, es el don de profecía.42

Ahora, mientras Aquiles da caza a Apolo, la llanura de Tro­ya pertenece a ellos dos, el héroe y el ángel sombrío que tan de cerca le acecha.43 Una vez que los troyanos en fuga están seguros tras la protección de las murallas de la ciudad, Apo­lo revela bruscamente su disfraz en un triunfo burlón: «¿Por qué, hijo de Peleo, me persigues, con esos pies ligeros?».

«Me has engañado, tú, el más pérfido de todos los dio­ses», replica Aquiles, y mientras Apolo se esfuma camino del Olimpo, Aquiles se vuelve a las murallas de Troya. De pron­to la llanura se ha vaciado de las clamorosas multitudes. Los aqueos están cerca de las murallas de Troya, pero como una presencia silenciosa e intrascendente. El gran panorama del combate se ha minimizado hasta convertirse en un punto duro y pequeño, y sólo hay dos personas visibles en la llanu­ra; en realidad, hay sólo dos en todo el cosmos: Aquiles, y en algún lugar, aún no enfocado, solo y muy pequeño, Héctor.

El punto de vista narrativo cambia bruscamente a Héctor y al torbellino interior de su alma. Cuando Aquiles se apro­xima a las puertas Esceas, implacable e invencible, el héroe troyano comprende, como nunca ha comprendido antes, que hay una alternativa a mantener la posición a toda costa. Se apaga su brillo; «el temblor se apoderó de Héctor», y corre, perseguido por el héroe de los pies más ligeros.

Pocos pasajes puede haber en toda la literatura que evo­quen con una veracidad tan fiera la complejidad del valor de un soldado. El carácter de Héctor, como el de Aquiles, se ha esfumado. «He aprendido a ser valiente», le había dicho Héc­tor a Andrómaca, durante el intermedio en que estuvieron juntos, que ahora parece de un tiempo muy lejano. Por fin, ayudado engañosamente por Atenea, hace uso una vez más de ese conocimiento aprendido y antinatural, y se tranquiliza.

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«El valor es una cualidad moral; no es un don casual de la naturaleza, como una aptitud para juegos o deportes. Es una elección fría entre dos alternativas», escribió lord Mo­ran en 1945, en su análisis clásico sobre el tema, haciendo uso de su recuerdo de la conducta que había observado (y trata­do médicamente) en las trincheras de una guerra anterior.44 La elección de Héctor y sus trágicas consecuencias ocupan la totalidad del Canto X X II (que se reproduce íntegramente a continuación). Y cuando por fin decide mantenerse firme, comienza el enfrentamiento entre dos hombres nobles que cuando se inició la litada sólo habían querido vivir.

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Armauirumque
Armauirumque
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Y aquellos que habían huido aterrados como cervatillosa la ciudad se enjugaron el sudor, bebieron saciando la sed, se recostaron en las espléndidas murallas. Pero los aqueos se iban acercando a ellas con los escudos sobre los hombros; y allí el destino funesto hizo quedarse solo a Héctor, resistiendo firme ante las puertas Esceas de Ilion.

Entonces Febo Apolo le dijo al Pélida:«¿Por qué, hijo de Peleo, me persigues, con esos pies ligeros, tú un mortal y yo un dios inmortal? No debes saber aún que soy divino, tu furor por alcanzarme te impide darte

cuenta.¿Y no te interesan los aterrados troyanos a los que hiciste

huiry que ahora están a cubierto en la ciudad, mientras tú venías detrás de mí, extraviado? Nunca me matarás; yo no estoy marcado por el destino».Y Aquiles, el de los pies ligeros, muy alterado, contestó: «Me has engañado, tú, el más pérfido de todos los dioses, tú, que golpeas desde lejos, apartándome de las murallas

de la ciudad;de otro modo, muchos habrían mordido el polvo antes

de llegar a Ilion.Salvándolos me has robado una gran gloria, alegremente, porque no tenías por qué tener miedo a la venganza.¡Te aseguro que me vengaría, si tuviese poder para

hacerlo!».Tras decir esto se dirigió hacia la ciudad, decidido a realizar grandes hazañas. Igual que el caballo ganador que con

su carro

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recorre sin esfuerzo la llanura, con esa misma rapidez movía Aquiles los pies y las rodillas.El anciano Príamo fue el primero que le vio correr brillando como estrella, por la llanura, como esa estrella que llega al final del estío y cuyo brillo claro se despliega en la oscuridad lechosa de la noche en el cielo estrellado (la que llaman el perro de Orion; y pese a su brillo sin par constituye un presagio funesto, pues trae a los míseros mortales un gran calor febril), así brillaba la coraza de bronce alrededor de Aquiles

mientras corría.Clamó el anciano y se aporreó la cabeza, con grandes

gritos, implorando y llamando a su amado hijo; pues éste continuaba firme ante las puertas, decidido a enfrentarse a Aquiles.El anciano le llamaba lastimeramente, alzando los brazos: «Héctor, hazlo por mí, no esperes a ese hombre solo, sin aliados, no sea que encuentres tu destino, abatido por el Pélida; porque es mucho más fuerte y es implacable; ojalá fuese tan querido por los dioses como lo es por mí, porque entonces no tardarían los perros

y los buitresen devorarlo postrado y dejaría mi corazón el amargo

dolor.Ese es el hombre que me ha arrebatado numerosos hijos, hijos valientes, matándolos, o vendiéndolos fuera, por

las islas.Ahora incluso hay dos, Licaón y Polidoro, a los que no puedo ver en la ciudad de los acobardados

troyanos,hijos que me dio Laótoe la hija de Altes, una reina entre

las mujeres.Si están vivos en alguna parte entre el ejército, entonces los rescataré con oro o bronce; que aún tengo dentro en

el palacio,

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pues el ilustre anciano Altes dotó espléndidamente a su hija. Pero sí han muerto ya y están en la casa de Hades, será un dolor grande para mí, un gran dolor para su madre, pues son hijos nuestros, pero para los demás será un dolor menos duradero que si murieses también tú, a manos

de Aquiles.Ven tras las murallas, hijo mío, para que puedas salvar a los

hombresy mujeres de Troya; no hagas un regalo de gloria al hijo

de Peleo,que te arrebatará la vida. Y ten piedad de mí también, desdichado pero cuerdo aún, nacido para un destino fatal, al que en el umbral de la vejez el padre Zeus, hijo de

Cronos,reservará una suerte aciaga, porque veré a mis hijos

muertos,a mis hijas raptadas, mis estancias asoladas y niños

inocentesestrellados por el suelo en el terror de la contienda; mis nueras arrastradas por manos perversas de aqueos, y a mí mismo, el último de todos, en mis propias puertas, me devorarán mis propios perros, después de que algún

hombrecon el bronce afilado arrebate de mi cuerpo el espíritu; los perros que yo crié en mi casa y alimenté en mi mesa como guardianes de mis puertas, esos mismos, enloquecidos tras beber mi sangre, se tumbarán en el

pórticode mi casa. Es decoroso para un joven yacer en el suelo abatido por el bronce afilado; cuanto se vea de él bello será a pesar de la muerte. Pero cuando los perros profanan la cabeza blanca y la blanca barba y las partes pudendas de un anciano muerto, no hay nada que sea más lastimoso para los desdichados

mortales».

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Así habló el anciano, y se mesaba el blanco cabello con las manos,

arrancándoselo de la cabeza. Pero el corazón de Héctor no se dejaba persuadir. Su madre, por su parte, clamaba, derramando lágrimas, y apartando la túnica desnudó con una mano el pecho y se dirigió a él llorando con aladas palabras: «Héctor, hijo mío, que esto te

conmuevay te compadezcas de mí, que en tu niñez te daba el pecho para que no lloraras, recuerda aquellos tiempos, hijo

querido, defiéndete de ese hombre terrible desde detrás de las murallas;

no te enfrentes a él, hijo obstinado. Si él te derriba, es seguro que nunca te lloraré en tu lecho de muerte, mi retoño querido, al que engendré, ni tampoco tu

honorable esposa; sino que lejos de nosotros, junto a las naves de los aqueos, te comerán los perros corredores». Así lloraban los dos dirigiéndose a su amado hijo, suplicando insistentes.Pero el corazón de Héctor no se dejaba persuadir, esperaba al formidable Aquiles, que estaba cada vez más

cerca.Como la serpiente que en el monte acecha al caminante y a

la que,tras ingerir hierbas ponzoñosas, le invade una cólera feroz, y le lanza miradas penetrantes, enroscada junto a su cubil, así Héctor, aún dominado por la furia, seguía sin entrar en

la ciudad,con el escudo relumbrante apoyado en el contrafuerte; preocupado, habló así a su animoso espíritu:«¡Ay de mí! Si ahora cruzo las puertas y las murallas, Polidamante será el primero en reprochármelo, él me pedía que condujese a los troyanos a la ciudad aquella noche funesta en que volvió el divino Aquiles al

combate,

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pero yo no me dejé convencer. Habría sido mucho mejor hacerlo.

Ahora, como he destruido a los míos con mi imprudencia, temo a los troyanos y las troyanas de hermosas túnicas, y que algún otro hombre, más indigno que yo, diga: “Héctor, confiando en su fuerza, destruyó a los suyos” .Eso dirán. Sería mucho mejor, pues, para mí enfrentarme a Aquiles, y matarle y regresar a casa o morir con honor a sus manos, ante mi ciudad.Pero ¿y si dejo a un lado mi tachonado escudo y mi sólido yelmo, apoyo la lanza en la muralla y, avanzando solo, me acerco al noble Aquiles y prometo darle a Helena y todas las posesiones con ella? Darles todas aquellas cosas (cuanto Alejandro trajo a Troya en sus huecas naves, que fue el origen de nuestra contienda) a los hijos de Atreo para que se las lleven; y además, dividir todo el resto con los aqueos, cuanto hay en esta

ciudad,y hacer tras ello una promesa solemne ante el Consejo

troyanode no ocultar nada, de dividirlo todo por igual, todas las riquezas que esta ciudad querida guarda.Mas ¿por qué mi espíritu me dice estas cosas?Podría salir a su encuentro y que él no se apiadase de mí, que ni siquiera me respetase, sino que me matase indefenso, como si fuese una mujer, pues me habría

desprendidode las armas. No es posible hablar con él como al píe de

una peñao de una encina lo hacen en el campo los muchachos, como hablan entre ellos una muchacha y un muchacho; no, es mejor enfrentarse a él lo antes posible; veremos a quién dan gloria los olímpicos».Eso pensaba Héctor mientras esperaba y se acercaba Aquiles, semejante al Dios de la Guerra,

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el guerrero del oscilante yelmo, sosteniendo la lanza de fresno pellada

sobre el hombro derecho, aterrador. El bronce brillaba en torno a él

como la llamarada de un fuego abrasador o como el sol naciente.

Y se apoderó de Héctor un temblor al mirarle; y ya no pudo soportar más seguir allí defendiendo su

posición,dejó atrás las puertas, corrió lleno de espanto. El hijo de

Peleocargó tras él, confiando en la rapidez de sus pies; igual que un halcón de la montaña, la más ligera de todas

las cosasque tienen alas, se lanza en raudo vuelo tras una aterrada

paloma,que bajo él huye esquivándolo, y con agudos graznidos carga contra ella una y otra vez y su espíritu le conduce a

atraparla,así corría tras él Aquiles, voraz, y Héctor huía bajo las murallas de Troya, moviendo sus veloces rodillas. Tras pasar la atalaya y el cabrahigo torcido por el viento, siempre lejos de las murallas, siguiendo el camino de

carros,llegaron a los dos manantiales de clara corriente, que son las fuentes de las remolineantes aguas del

Escamandro.En uno corre agua caliente, envuelta en vaporoso humo que sale de ella como de un fuego ardiente.El otro corre, incluso en el verano, frío como granizo, o agua de nieve, o el hielo que se forma en el agua.Cerca de ellos están los amplios lavaderos de pulida piedra donde sus ropas lustrosas las esposas troyanas y sus bellas hijas lavaban antes, cuando había paz, antes de que llegaran los hijos de los aqueos.

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Por allí corrían, uno huyendo, el otro detrás persiguiéndole. Sobresaliente era el que delante huía, pero lo era mucho más aún el que le perseguía veloz, y no era por un animal sagrado ni por la piel de un toro por lo que contendían (los premios de las carreras de los

hombres),corrían por la vida de Héctor, domador de caballos.Lo mismo que los solípedos potros ganadores giran en torno al poste de la meta (un premio grande

aguarda,un trípode, o una mujer, en los juegos que se celebran por un hombre muerto), así por tres veces alrededor de la ciudad de Príamo corrieron ellos con raudos

píes,y todos los dioses miraban. Y el padre de hombres y dioses les empezó a decir a todos ellos: «Ay, es un hombre al que

quieroel que mis ojos ven perseguido alrededor de la muralla; mi corazón se apena por Héctor, que quemó para mí tantos muslos de buey consagrado unas veces en la cima

del Idade los muchos valles y otras en lo alto de la ciudadela de

Troya.Y sin embargo, ahora el divino Aquiles con sus rápidos pies le persigue alrededor de la ciudad de Príamo.Ea, pues, dioses, considerad el asunto y celebrad consejo si hemos de salvarle de la muerte o si, pese a su nobleza, debe perecer a manos del Pélida Aquiles».Entonces la diosa de los glaucos ojos, Atenea, le contestó: «Oh, padre del relumbrante rayo y de las negras nubes, ¿qué has dicho? A ese hombre que es mortal, consignado hace mucho al destino, quieres librar de la prevista aflicción de la muerte?Hazlo; pero no todos los otros dioses lo aprobarán».En respuesta, Zeus el que agrupa las nubes le dijo:

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«Cálmate, Trítogenia, hija mía querida. No estoy resuelto a eso

y quiero ser solícito contigo. Obra de acuerdo con lo que desees,

no te contengas más». Así instó a Atenea, que, deseosa de actuar

aun antes que hablase él, descendió de las cumbres del Olimpo.

El rápido Aquiles continuaba persiguiendo implacable al aterrado Héctor. Como cuando un perro en el monte persigue a un cervatillo al que ha espantado de su madriguera a través de valles y cuestas, y, aunque temeroso y

acobardadose oculte en la espesura, el perro corre tras él, siguiendo el

rastro,hasta que lo encuentra, así no podía Héctor eludir a Aquiles el de los pies ligeros. Cada vez que intentaba correr hacia las puertas Dardanias, bajo la bien construida torre, con la esperanza de que los de arriba pudiesen defenderle disparando sus flechas, Aquiles le obligaba, adelantándose, a retroceder hacia la llanura mientras él corría junto a la

muralla.Lo mismo que en un sueño no es uno capaz de perseguir al que huye, ni es el otro capaz de escapar ni él de perseguir, así Aquiles no conseguía pese a la ligereza de sus pies

alcanzarle,ni él conseguía escapar. ¿Cómo podría entonces Héctor haber eludido la muerte que el hado le tenía destinada si Apolo no se hubiese unido a él, por vez postrera y última, y hubiese enaltecido su ánimo y agilizado sus rodillas?Y el divino Aquiles hacía señas con la cabeza a sus hombres de que no arrojasen a Héctor sus agudas lanzas, pues no quería que alguno acertase a herirle y alcanzase

una gloria

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que era sólo suya. Pero cuando por cuarta vez llegaron a los manantiales, Zeus el padre equilibró su balanza dorada y puso en ella dos hados de dolorosa muerte, el de Aquiles y el de Héctor, domador de caballos; la alzó, sosteniéndola por el medio y el día asignado a Héctor descendió, camino del Hades, y Febo Apolo lo abandonó.

Entonces la diosa de los glaucos ojos, Atenea, se acercó al hijo de Peleo y le habló con aladas palabras: «Ahora espero, ilustre Aquiles, caro a Zeus, que los dos podamos dar gloria a las naves aqueas, tras abatir a Héctor, por incansable que pueda ser en el combate; pues ya no puede escapar de nosotros, aunque Apolo, el que hiere de lejos, se esfuerce en arrastrarse y retorcerse a los pies del padre Zeus, que porta la égida. Pero detente ahora y toma aliento, mientras yo me acerco a Héctor y le convenzo para que luche de

hombre a hombre».Así habló Atenea, y Aquiles obedeció y se regocijó en su

corazón,y aguardó apoyado en su lanza de fresno de broncínea

punta.Ella lo dejó y se acercó al divino Héctor y, adoptando la apariencia de Deífobo, le dijo estas aladas palabras: «Hermano mío querido, el rápido Aquiles te acosa duramente, persiguiéndote alrededor de la ciudad de Príamo con sus rápidos pies. Pero ven, aguantemos firme y rechacemos el ataque». Entonces Héctor, el del yelmo

relumbrante,le respondió diciendo: «Deífobo, ya antes eras con mucho mi hermano más querido de todos los hijos que tuvieron Hécuba y Príamo. Ahora pienso honrarte aún más en mi

corazón...porque te atreviste por mí, al verme con tus propios ojos,

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a dejar las murallas tras las que siguen todos los demás». Entonces la diosa de los glaucos ojos le dijo:«Hermano mío querido, nuestro padre y nuestra señora

madreme imploraron, me suplicaron uno tras otro, y también los que estaban con ellos, que siguiera allí, tan grande es el temor que tienen todos; pero sentía mi corazón torturado de dolor impotente.Así que ahora avancemos los dos, luchemos con vigor, no demos descanso a nuestras lanzas, y veremos si Aquiles nos mata a los dos, sí lleva nuestras armas ensangrentadas a sus cóncavas naves, o si cae abatido por tu lanza». Así habló Atenea, y lo condujo astutamente hacia delante.Pero cuando, en su avance, estuvieron cerca ya uno de otro, el que primero habló fue el gran Héctor, del casco

relumbrante:«Ya no huiré más ante ti, hijo de Peleo, como huí antes por tres veces alrededor de la gran ciudad

de Príamoporque entonces no podía hacer frente a tu ataque.Pero ahora he cobrado ánimos y me mantendré firme.Te mataré o me matarás. Pero escucha, hagamos un

juramentoa nuestros dioses, pues ellos serán los mejores testigos y protectores de nuestros acuerdos. No te deshonraré, pese a tu crueldad, si Zeus me otorga ser el superviviente y quitarte la vida.Cuando te haya despojado de tu espléndida armadura,

Aquiles,entregaré tu cuerpo a los aqueos; y tú harás lo mismo».Pero Aquiles, el de los pies ligeros, mirándole con cejas

enarcadas, dijo:«Héctor, tú has hecho cosas imperdonables; no propongas

acuerdos.

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Lo mismo que no hay pactos leales entre hombres y leones, ni establecen acuerdos lobos y corderos, sino que piensan continuamente en hacerse daño

mutuamente, así no es posible que seamos amigos tú y yo, ni que entre nosotros haya promesas ni juramentos hasta que uno de los dos caiga y sacie con su sangre al dios de la guerra, el que porta el escudo.Haz acopio de toda tu destreza. Te va a hacer mucha falta ser lancero y guerrero valiente. No podrás ya escapar, pronto te quebrará con mi lanza Palas Atenea.Pagarás todos juntos los dolores que causaste a mis

compañeros,y por aquellos a los que mataste, blandiendo furioso la

lanza».Así dijo, y alzando su lanza de larga sombra, la echó a volar. Pero el divino Héctor no la perdió de vista mientras iba

hacia él,y la esquivó, se agachó y la lanza de bronce le pasó por

encimay se clavó en la tierra; Palas Atenea la arrancó, sin embargo, de la tierra y se la devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor de huestes, lo advirtiera. Y se dirigió al ilustre

Aquiles:«¡Fallaste! Así que nada, divino Aquiles, te reveló Zeus de

mi destino,sólo creiste que lo hacía, y te convertiste en un vano

hablador,un manipulador de palabras. Pensaste que al temerte olvidaría mi valor y mis fuerzas. Pero ya no me clavarás tu lanza en la espalda mientras huyo, tendrás que atravesarme el pecho con ella mientras voy

hacia ti,si el dios te lo concede. Ahora te toca a ti esquivar mi lanza de punta de bronce; ojalá toda ella se clave en tu carne.

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Esta guerra sería más soportable para los troyanos con tu muerte. Pues tú eres su mayor calamidad».Eso dijo, y blandiendo su lanza de larga sombra la echó

a volary fue a dar en el centro del escudo del hijo de Peleo; no erró

el blanco,pero el escudo la despidió y cayó lejos. Y Héctor se

enfurecióal ver que su veloz lanzamiento había sido en vano; y se detuvo, abatido, pues no tenía otra lanza de asta de

fresno.Alzando su gran voz, llamó a Deífobo, el del escudo

ceniciento,y le pidió su larga lanza; pero Deífobo no estaba allí a su

lado.Y Héctor comprendió en el fondo de su corazón y dijo en

voz alta:«No hay duda. Ya los dioses me llaman a la muerte.Pensé que el guerrero Deífobo estaba a mi lado, pero está detrás de las murallas y Atenea me ha engañado. La odiosa muerte está muy cerca de mí; ya no está lejos, no hay escapatoria. Y durante un tiempo esto ha sido grato para Zeus y para el hijo de Zeus que hiere de lejos, que tan de buen grado me protegía antes.Pero ahora me ha atrapado el destino.No querría morir sin luchar y sin gloria,sino haciendo algo grande para que hasta los hombresque han de venir después sepan de ello».Y tras decir esto, empuñó la tajante espada que colgaba, fuerte e inmensa, en su costado,y se encogió y saltó luego como el águila que vuela en el

cielo,que se precipita a través de las nubes bajas hacia la llanura para atrapar un manso cordero o una liebre asustada; así arremetió Héctor blandiendo su cortante espada.

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Pero Aquiles cargó contra él, animado por una pasión' ciega. Delante del pecho sostenía su escudo protector, bella e intrincadamente forjado, y movía el brillante yelmo de cuatro bollones, alrededor del cual brillaban espléndidas las crines de oro que Hefesto había colocado en la cimera. Igual que se mueve una estrella entre todas las otras en la lechosa negrura de la noche, Héspero, la estrella vespertina que destaca como la más bella del cielo, así brillaba la luz de la punta de la afilada lanza que Aquiles en la mano derecha blandía, dispuesto a causar mucho daño a Héctor, examinando su bella carne, para ver en qué parte podría clavársela mejor.La armadura de bronce protegía su cuerpo, la bella armadura de la que había despojado a Patroclo después de haberle quitado la vida; pero en el punto donde la clavícula separa el cuello de los

hombros, allí se veía la garganta, que es el sitio por el que más deprisa sale el alma; y allí apuntó el divino Aquiles con su lanza cuando Héctor avanzaba hacia él,y el aguzado bronce atravesó de lado a lado el blando cuello. Pero a pesar de todo la lanza de fresno no le cortó la tráquea, así que pudo hablar y responderle. Cayó en el polvo y el

divino Aquiles se jactó de su triunfo diciendo: «Héctor, seguro que cuando despojabas a Patroclo creiste que estabas a salvo y ni siquiera pensabas en mí porque estaba ausente, pobre necio. Aún quedaba yo como gran vengador suyo detrás, junto a las huecas naves, y te he doblado las rodillas. A ti los perros y las aves te despedazarán ignominiosamente; y a Patroclo los aqueos le honrarán con ritos funerarios». Entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban,Héctor el del yelmo relumbrante le habló diciendo:«Por tu alma, por tus rodillas, por tus padres,

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no dejes que los perros me devoren junto a los barcos de los aqueos,

acepta el bronce y el oro abundantes que te darán mi padre y mi honrada madre; entrégame a los míos, para que los troyanos y las esposas troyanas den a mi

cadáversu porción del fuego». Entonces Aquiles, el de los pies

ligeros,lo miró y dijo enarcando las cejas:«No me supliques invocando mis rodillas y a mis padres,

perro.Ojalá el furor y el coraje me empujasen a cortar tu carne y a comérmela cruda, por las cosas que has hecho; así que no hay nadie que pueda apartar a los perros de tu cabeza, ni aunque me trajeran aquí y me pesaran diez y veinte veces el rescate y prometieran más, arinque Príamo Dardánida quisiese darme tu peso en oro, de ninguna manera tu honrada madre podrá llorar sobre las andas funerarias al hijo que

engendró,sino que los perros y las aves de rapiña te comerán entero». Entonces Héctor, el del casco resplandeciente,

moribundo, dijo:«Te conozco bien y adivino mi suerte; no te convenceré.El alma que tienes en el pecho debe ser de hierro.Mas ten cuidado, no vaya a convertirme en causa de cólera contra ti del dios, en el día señalado en que Paris y Febo

Apolote destruyan, por muy gran guerrero que seas, en las

puertas Esceas».Pero mientras hablaba le envolvió la muerte en su manto, y escapó de sus miembros el alma y partió hacia el Hades, lamentando su sino, porque abandonaba un cuerpo de varón joven y fuerte.El divino Aquiles se dirigió a él, aunque ya estaba muerto:

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«Muere. Yo moriré también en el momento en que Zeus y los otros dioses inmortales deseen que lo haga».Así habló, y arrancó del cadáver su lanza de bronce, y, dejándola a un lado, desprendió la armadura

ensangrentada de los hombros de Héctor. Y los otros hijos de los aqueos corrieron hasta allí y lo rodearon, admirados todos

·' de la apostura y la belleza de Héctor, y no hubo un solo hombre que pasase a su lado que no le hiciese al menos una herida.Y algunos decían: «Vaya, vaya; este Héctorya no es tan fiero como cuando incendiaba nuestras naves con el ardiente fuego». Eso decían, y lo herían con sus

armas.Pero cuando el divino Aquiles de los pies ligeros lo hubo

despojadode todas sus armas, puesto en medio de los aqueos, pronunció estas aladas palabras:«Amigos, caudillos y consejeros de los aqueos; ya que los dioses me otorgaron abatir a este hombre que causó tanto daño, más que el resto de los troyanos

juntos,vamos, exploremos sin dejar las armas alrededor de la

ciudadpara comprobar qué es lo que se proponen los troyanos, lo que tienen pensado, abandonar su ciudad ahora que él está

muerto,o resistir, aunque Héctor ya no esté con ellos.Pero ¿por qué me dice mi espíritu estas cosas?Allí junto a las naves yace un hombre muerto, al que no se ha llorado ni enterrado aún, Patroclo, al que jamás olvidaré mientras permanezca entre los vivos y aún me sostengan las rodillas.Y aunque los hombres olviden a los muertos en el Hades, yo recordaré a mi amigo querido incluso allí.

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Pero ahora, aqueos, volvamos, entonando un canto de triunfo,

a nuestra hueca nave y llevémosle allí.Hemos alcanzado la gloria; hemos matado al divino

Héctor,al que todos los troyanos adoraban como si fuera un dios». Dijo esto, y luego decidió hacer algo terrible con el divino

Héctor:le horadó por delante el tendón en ambos pies, entre el tobillo y el talón, y paso por allí unas tiras de cuero y ató el otro extremo de ellas al carro, de modo que el

cadáverarrastrase por el suelo la cabeza. Recogiendo su gloriosa

armadura,montó luego en el carro y fustigó a los dos caballos que estaban deseosos de partir. Una gran polvareda

levantabael cadáver, esparcido el cabello de un negro azulado, y se arrastraba en el polvo la cabeza, antes tan hermosa; Zeus se lo entregó así a sus enemigos para que lo mancillaran en su tierra patria.Pronto quedó toda la cabeza cubierta de polvo; y su madre se mesaba los cabellos y desprendiéndose de su brillante

veloy arrojándolo lejos, prorrumpió en amargos sollozos contemplando a su hijo. Su amado padre lloraba

lastimeramente, y alrededor de ellos y por toda la ciudad la gente gemía y se

lamentaba.Parecía como si toda la excelsa Ilion, desde su punto más

elevado,fuese consumida por el fuego. Con dificultad contenía la

genteal viejo Príamo, que intentaba salir en su dolorpor las puertas Dardanias y, revolcándose en el estiércol,

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suplicaba, llamándolos a todos por el nombre: «Dejadme, amigos,

no os preocupéis por mí, dejadme salir de la ciudade ir hasta las naves de los aqueos. Hablaré allícon ese hombre implacable y violento,tal vez respete mi edad y le den lástima mis muchos años.También es viejo como yo su padre, Peleo,

■ que lo engendró y lo crió para ser la destrucción de los troyanos,

pues me ha infligido más dolor que ningún otro hombre por los muchos hijos míos en la flor de la vida a los que ha

matado;pero, pese a todo mi dolor, no me afligieron tanto todos

ellos como éste, que es el trago más amargo y me acompañará al Hades: Héctor. Ojalá hubiera podido morir en mis brazos.Nos habríamos saciado así de llorar y gemir, su madre, mujer desventurada, la que lo alumbró, y yo».Así se lamentaba, y todos los demás se lamentaban también. Hécuba inició con las troyanas su lamento fúnebre:«Hijo mío, no soy nada. ¿Para qué he de vivir ya, sufriendo

sin consuelo,cuando tú estás muerto? Tú que eras para mí la noche

y el día,y el baluarte de toda la ciudad, una bendición para todos, para troyanos y troyanas, para toda la comunidad, que solía recibirte como a un dios.Pues tú eras para ellos, realmente, su gloria, cuando estabas vivo; pero ya la muerte y el destino te han alcanzado». Así dijo, llorando. Y la esposa de Héctor no sabía nada. Pues no había llegado hasta ella un mensajero veraz que le comunicara que su marido se había quedado fuera de las murallas, y ella estaba tejiendo en su telar al fondo de su casa de alto techo una capa de dos pliegues de púrpura que bordaba

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con muchos adornos intrincados.Llamó a las sirvientas de hermoso cabelloque había en la casa para que pusieranun gran trípode al fuego, de modo que hubieseun baño caliente para Héctor cuando volviese del combate;pobre desdichada, no sabía lo lejos de todos los bañosque Atenea, la de los glaucos ojos, le había hecho perecera manos de Aquiles. Entonces oyó desde la torrelos llantos y lamentos, y le temblaron las piernasy le cayó la lanzadera al suelo,y llamó a sus doncellas de hermosos cabellos:«Venid, vosotras dos, seguidme; veré lo que ha pasado. Oigo la voz de la digna madre de Héctor, me salta el corazón en el pecho y me llega a la boca, siento los miembros rígidos; algo malo acecha a los hijos

de Príamo.Ojalá no oiga nunca lo que voy a decir,pero temo mucho que el divino Aquiles haya impedidoa mi valiente Héctor llegar a la ciudad,y le haya empujado solo hacia la llanurapara poder privarle de aquel furor funestoque lo poseía, porque nunca se mantenía alineadocon los demás sino que se adelantaba siempre,como el más valeroso de todos».Y tras decir esto, corrió como una loca,con el corazón palpitando y con las dos doncellas

corriendo a su lado.Pero cuando llegó a la torre y vio la multitud de gente que

allí había,se apoyó en la pared, miró alrededor y vio cómo lo llevaban a rastras lejos de la ciudad los rápidos

corceles.Lo arrastraban indiferentes hacia las huecas naves de los

aqueos.Y cayó sobre sus ojos la noche oscura,

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se desplomó hacia atrás exhalando el espíritu; lejos de su cabeza lanzó los vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la cinta trenzada y el velo que la áurea Afrodita le había dado aquel día en que Héctor el del yelmo relumbrante la condujo fuera de la casa de Eetión, cuando le dio incontables regalos para su dote.Afanosas alrededor de ella estaban las hermanas y las esposas de los hermanos de su marido, que la sostenían, pues estaba exánime, como al borde mismo de la muerte.Pero cuando recuperó por fin el aliento y las fuerzas, habló a las mujeres troyanas entre sollozos lastimeros:«Ay, Héctor, desdichada de mí, nacimos ambos con el

mismo destino, tú en Troya, en la casa de Príamo, y yo en Tebas, bajo el

boscoso Placo,en la casa de Eetión, que me crió de niña, desventurado él, de aciaga suerte yo, ojalá no me hubiese engendrado.Ahora tú vas a la casa de Hades, en las profundidades de la

tierra,dejándome a mí viuda en la tuya, abandonada a un triste

duelo.El hijo no es más que un niño todavía, al que los dos, tú y yo, infortunados engendramos; tú, Héctor, ahora que has

muerto,no podrás prestarle ya ninguna ayuda, y tampoco él a ti. Porque aunque escapase a esta guerra de los aqueos que tantas lágrimas ha causado, no habrá ya para él más que fatigas y pesares. Otros hombres le robarán su

tierra;la orfandad aparta a un niño por completo de todos sus

amigos;pasa a andar cabizbajo, las mejillas manchadas de lágrimas. Se aproxima en su necesidad a los compañeros de su padre;

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le tira de la capa a uno, de la túnica a otro; compadeciéndose de él, uno le ofrece una pequeña copa y le humedece los labios, pero no llega a humedecerle el

paladar.En cambio, un niño bendecido por contar con un padre

y una madre le echará del banquete, a golpes, insultándole:“Fuera de aquí, tu padre no come con nosotros” .Y entonces el niño va llorando junto a su madre viuda, Astianacte antes solía comer sólo tuétano y la rica grasa de cordero en las rodillas de su padre, y luego, cuando el sueño lo rendía y dejaba sus juegos

infantiles,dormía en blanda cama en los brazos de la nodriza, el corazón lleno de alegres pensamientos.Ahora habrá de sufrir mucho, echará de menos a su querido padre muerto. Astianacte, el pequeño amo de

la ciudad,como le llamaban los troyanos, porque sólo tú defendías

sus puertasy sus largas murallas. Ahora, al lado de las cóncavas naves, lejos de tus padres, te devorarán serpenteantes los móviles

gusanoscuando los perros ya hayan dado cuenta de tu desnudo

cuerpo;y aún hay ropas esperando en tu casa,bellamente tejidas, hermosas, hechas por manos de mujeres.Ahora las quemaré todas en un ardiente fuego,pues de nada te sirven, no estás envuelto en ellas,las quemaré en tu honor ante troyanos y troyanas».Así dijo, llorando, y también lloraban con ella las demás

mujeres.

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Aquiles ha matado a Héctor. Ha ganado la batalla trascen­dental de esta gran epopeya, de la misma manera que ha ga­nado en su enfrentamiento con Agamenón. Su cólera era el tema dramático de la Ilíada, y esa cólera ha sido ya excluida y «silenciada». De acuerdo con todas las convenciones, es in­dudable que la Ilíada terminará aquí, con el regreso triunfal de su héroe ya vindicado. Pero la litada no es una epopeya convencional, y en el mismo momento del mayor triunfo mi­litar de su héroe, Homero desvía la atención de Aquiles a las dos bajas más importantes de la historia, Patroclo y Héctor: es hacia las consecuencias de sus muertes, sobre todo para el vencedor, hacia donde pasa a dirigirse inexorablemente toda la acción de la Ilíada.

En el campamento aqueo Aquiles ha tirado el cadáver de Héctor «con la cara en el polvo» al lado de las andas fune­rarias de Patroclo. Los otros aqueos han vuelto a sus naves, pero los mirmidones, bajo la dirección de Aquiles, desfilan alrededor del cadáver de Patroclo, llorando. El propio Aqui­les orquesta un sacrificio espléndido, y bueyes, corderos, cer­dos y cabras baladoras son sacrificados para el banquete fú­nebre, y su sangre «corrió y fue recogida en copas» como ofrenda a Patroclo, un gesto posiblemente calculado para devolverle la vida y el color.1 Aquiles, sucio aún de la sangre y la mugre del combate, se niega a lavarse hasta que se haya efectuado la cremación de Patroclo, y da orden de que «al amanecer» se organicen equipos de trabajo que corten leña para la pira funeraria. Finalmente, agotado por el cansancio y el dolor, se queda dormido a la orilla del mar, bañado por el rumor de las olas:

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Y se le apareció el fantasm a del infeliz Patroclotal cual era en todo, en la estatura y en sus bellos ojos, en la voz, y llevaba sobre su cuerpo la misma ropa que Patroclo había usado. E l fantasm a se acercó a él y se paró junto a su cabeza y le dijo: «D uerm es, A quiles; me has olvidado; no te despreocupabas de mí cuando vivía, sólo en la muerte. Sepúltam e lo antes posible, déjame cruzar las puertas del H ades.Las almas, las imágenes de los m uertos, me mantienen a raya, no me dejarán cruzar el río y m ezclarm e con ellas, y he de seguir vagando com o hago ahora por la casa de H ades, la de las grandes puertas. A pelo a ti afligido, socórrem e; después de que me proporciones los ritos fúnebres y la crem ación no volveré más de la muerte.Y a no nos sentaremos más tú y yo, vivos,como amigos queridos para hacer planes,porque el destino amargo que se me asignó cuando nacíha abierto las quijadas para atraparm e.Y tú, A quiles, sem ejante a los dioses, tienes tam bién el tuyo; que te maten al pie de las m urallas de los ricos troyanos».

El espectro de Patroclo hace una última petición: que sus huesos y sus cenizas sean colocados con los de Aquiles, cuan­do también él muera. Aquiles, en su sueño, responde a Patro­clo implorándole que se quede, «aunque sea sólo un poco» (pero el espíritu se desvanece, yendo «bajo tierra, como va­por, con un tenue grito»), Aquiles se despierta sobresaltado y se pregunta en voz alta: «Hasta en la casa de Hades queda algo, un alma y una imagen, pero la vida ya no alienta en ella».

En la litada, el acto de morir se describe con todo detalle, lo mismo que el tratamiento del cadáver, el acto del duelo y el estado de ánimo y la actuación de los que tienen que llo­rar al difunto. Pero el destino del propio guerrero muerto, su «esencia» en contraposición con su cadáver, sólo se trata di­rectamente aquí, con la aparición de la psyché y el eidölon, es decir, su alma y su imagen.2 Históricamente, la práctica grie­ga de la adoración cultual de los héroes mantenía podero-

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sámente la identidad de éstos después de la muerte, a través de la creencia por parte de los adoradores de que los muer­tos tenían poder para ayudar a los vivos; pero aunque el cul­to a los héroes se difundió de forma generalizada al final de la Edad del Hierro de Homero, no hay en la lliada ninguna prueba de esa práctica.3

Más concretamente, en el caso de sus dos héroes muertos de mayor importancia, la lliada elimina firmemente cualquier insinuación de que la muerte sea un estado que pueda de al­gún modo mitigarse o de que el héroe conserve algún tipo de capacidades después de la muerte. Una vez que el alma, la fuerza vital, escapa, el cuerpo inanimado se convierte en materia, que, aunque manejada tiernamente, lavada, ungida y cubierta con un sudario, se pudre (salvo algún caso raro de intervención divina) y cría moscas. El alma se va, descien­de «hacia las tinieblas y la oscuridad», y aunque se quemen junto con el cadáver posesiones y regalos, éstos son sólo tri­butos al guerrero muerto, no objetos que éste tenga capaci­dad alguna para utilizar en su «viaje» a la próxima existen­cia. En la Odisea, la terrible impotencia y carencia de ser de los muertos se hacen explícitos; sólo nos enteramos de que «las imágenes de los muertos» rondan por la lejana orilla del río del mundo subterráneo (que no se nombra, presumible­mente el Estigia) y de que para liberarlos del todo hace falta el entierro o la cremación.4 Así que Patroclo ya no existe; sólo parpadea brevemente su eidölon, su imagen, atrapada entre recuerdos de su vida en la tierra y la necesidad urgente de lle­gar al mundo gris que ahora le llama. Las sencillas palabras de la imagen espectral de Patroclo aseguran que la audiencia comprenda que, independientemente de lo que pueda decir­se o hacerse después en su memoria, la muerte no le aporta al «propio» guerrero ninguna clase de recompensa o gloria.

El funeral de Patroclo se efectúa con bárbaro esplendor, dirigido por una guardia de honor de mirmidones, montados en sus carros y armados con todas sus armas, a los que sigue

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«una nube de soldados de a pie, miles de ellos». En medio de este majestuoso desfile, los hetairoi (los compañeros) llevan el cuerpo de Patroclo, cubierto por sus cabellos, que ellos se han cortado como acto de duelo. En el lugar de la pira, Aqui­les se corta también el pelo, «que se había dejado crecer para dárselo al río Esperqueo», en Ftía, cumpliendo un voto que había hecho Peleo para conmemorar el regreso a casa de su hijo; Peleo había vivido, al parecer, aguardando expectante el regreso final de su hijo, mientras Tetis había vivido expec­tante pensando en su muerte inminente.

Alrededor de la pira, de unos doce metros cuadrados, es­tán colocados los cuerpos sacrificados de gordos corderos y bueyes de lento paso, en el burbujeo de cuya grasa está en­vuelto el cuerpo de Patroclo, lo mejor para que prendan las llamas. Cuatro caballos y los perros que habían pertenecido a Patroclo son conducidos junto a la pira y sacrificados, y se prende fuego a todo; luego Aquiles «degolló también a doce nobles hijos de los altivos troyanos | con el bronce, y crueles eran los pensamientos de su corazón contra ellos». Cuando el cuerpo de Patroclo queda consumido y se apaga el fuego con vino, sus compañeros recogen los huesos de entre las ce­nizas, «llorando, y los depositan en una urna dorada con una doble capa de grasa, que llevan a su tienda y cubren | con un fino velo; trazaron luego un círculo para la tumba y pusieron los cimientos | alrededor de la pira funeraria, y amontona­ron después la tierra suelta sobre ella | formando el túmulo».5

El suntuoso funeral de Patroclo se corresponde con en­tierros heroicos de los que nos da testimonio la literatura de diferentes culturas y diferentes épocas: islandesa, teutónica, anglosajona, vikinga, védica, además de la épica griega; todas comparten una pauta de enterramiento similar. Se efectúa la cremación del héroe, normalmente con sus armas, en una pira;e se sacrifican muchos animales; las ceremonias funera­rias tienen lugar durante un período largo, de varios días; los restos se entierran en un túmulo o montículo de tierra. Esa

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correspondencia en el detalle sugiere que el origen de estos motivos quizá no fuera una tradición poética, sino la forma real de enterramiento.7

El registro arqueológico respalda esa idea, y contamos con numerosos homólogos históricos del funeral de Patroclo tan­to en los reinos hítitas de la Edad del Bronce como en la Gre­cia de la Edad del Hierro (aunque no en la Grecia de la Edad del Bronce, donde el método de los micénicos era la inhu­mación en tumbas o sepulturas). En la tumba recientemente descubierta de un militar micénico fechada en el 1200 a. C. (aproximadamente en la época que se postula para la gue­rra de Troya), junto a los restos óseos encogidos en una posi­ción fetal se había colocado una espada, una punta de lanza y un cuchillo, significativo recordatorio de que no todos los entierros de la edad heroica eran heroicos.8

Durante muchos años se creyó que el equivalente más próximo a los ritos que Homero describe debía encontrar­se entre los hititas, que quemaban en piras a su reyes, apaga­ban las brasas con vino y recogían los huesos, que sumergían luego en aceite y envolvían en una tela de lino.9 Pero en 1980 el espectacular descubrimiento de un enterramiento de la Edad del Hierro en una colina de la población de Lefkan- di, en la isla griega de Eubea, reveló que en Grecia se habían realizado entierros heroicos en fechas mucho más próximas a la época de Homero. Bajo los restos de un edificio monu­mental, de unos 45 metros de largo por unos 13 de ancho, construido sobre los restos chamuscados de una gran pira, había un ánfora de bronce que contenía los huesos de un va­rón de entre treinta y cuarenta y cinco años de edad envuel­tos en una fina tela de lino que, sorprendentemente, se había conservado intacta desde la época del sepelio, poco después del 1000 a. C. Había enterrados con el «héroe» cuatro ca­ballos y una mujer ricamente adornada de oro, que posible­mente hubiese sido sacrificada, junto con efectos personales que incluían una espada, una navaja y una punta de flecha

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de hierro10 (el heroön lo destruyó ilegalmente una excavado­ra del propietario del terreno, que quería hacerse un chalet allí antes de que los arqueólogos pudiesen hacer un examen detenido de él).11

Una vez concluido el majestuoso funeral de Patroclo, de­positados los huesos en la urna y construido el túmulo, los aqueos se dispusieron a volver a sus tiendas pero Aquiles les detuvo. Les hizo sentarse en asamblea y les dio instruccio­nes para que sacasen una serie de tesoros de sus naves: trí­podes, ganado, hierro y mujeres. Serán los premios de las competiciones atléticas que se celebrarán en honor de Pa­troclo: carrera de carros, carrera a pie, pugilato, lanzamien­to de peso, combate cuerpo a cuerpo con armadura, tiro con arco, con lanza. Estos juegos habían sido evocados en la lita­da muy recientemente: cuando Héctor huía corriendo perse­guido por Aquiles, ambos corrían no por los «premios en las carreras de los hombres, sino por la vida de Héctor».

Los juegos atléticos se celebraban, igual que los ritos fune­rarios de Patroclo, en los funerales y en las festividades reli­giosas, tal como atestigua el registro histórico.12 El pugilato y el levantamiento de peso figuraban entre las competiciones que se celebraban en las festividades religiosas hititas, por ejemplo, aunque sólo tuviesen un papel secundario dentro de la gama más amplia de procesiones, sacrificios y ceremo­nias.13 Por otra parte, los juegos atléticos y otras competicio­nes eran elementos básicos del ritual fúnebre y religioso de la Edad del Hierro griega;'4 se trata, al fin y al cabo, de la épo­ca de las primeras Olimpiadas, cuya fecha de fundación tra­dicional es el 776 a. C. No está del todo claro cómo se creía que estas competiciones honraban a los muertos, pero pare­ce ser que no poseían ninguna significación ritual más pro­funda que el tributo rendido con el espectáculo y el esfuer­zo de una actuación sobresaliente (una idea eminentemente griega). Por otra parte, sí están claros los beneficios para la comunidad afligida. Es indudable que las representaciones

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ritualizadas pseudomilitares de este género, acompañadas de vítores para animar a los participantes, y las estimulantes «ceremonias de entrega del premio» servían para restable­cer una sensación de normalidad e incluso de optimismo.15

La larga pieza correspondiente, que ocupa la mayor parte del Canto X X III y que describe los juegos funerarios en ho­nor de Patroclo, nos proporciona el único atisbo de los hé­roes aqueos fuera de servicio y «a sus anchas». En las com­peticiones individuales hay humor, entusiasmo y a veces pe­ligro, como en el combate cuerpo a cuerpo entre Diomedes y Áyax, que por un instante estremecedor parece que pudie­se terminar con uno de ellos muerto. Se otorga un puesto de honor a la primera competición, la más emocionante, la ca­rrera de carros, en la que participan cinco héroes; las accio­nes de los espectadores serán en realidad tan significativas como las de los participantes por lo que revelan tanto sobre el carácter de Aquiles como sobre la cólera de los héroes.

De los cinco que compiten el que tiene el perfil más bajo es Eumelo, hijo de Admeto, al que sólo se le ha mencionado antes en dos ocasiones en la epopeya, y muy atrás ya, en el Canto II: una, como caudillo de un importante contingente de Tesalia, y otra, significativamente, como el propietario de unas yeguas que son «las mejores con diferencia», «rápidas en los movimientos como pájaros, del mismo pelaje las dos y de la misma edad y similar alzada». Eumelo, aunque no des­taque en la litada, tiene una familia con fuertes vínculos con otras historias míticas, y es indudable que no era un desco­nocido para la audiencia de la época de Homero.1,5 En cierta medida, su reintroducción aquí, miles de versos después de su primera y fugaz mención, es prueba elocuente de la eficaz integración del amplio material de la epopeya.

El segundo participante es Diomedes, con los caballos que ganó en su enfrentamiento con Eneas; como sucede a menu­do con Diomedes, sus acciones están impregnadas de un tu­fillo a ladrón de caballos consumado. El tercero es Menelao,

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con «Eta, la yegua de Agamenón, y su propia Podargo», un diestro resumen de su confianza característica en su poderoso hermano. El cuarto es Antiloco, que soporta una larga suce­sión de consejos de su verboso padre, Néstor, que, sintetiza­dos en sus elementos esenciales, equivalen a decir: «Querido hijo, conduce juiciosamente y con mucho cuidado». El quin­to es Meriones, que a pesar de que no se le caracteriza nunca del todo tiene un perfil notable en la epopeya; con Idomeneo, rey de Creta, del que es escudero, Meriones parece ser una vieja reliquia minoica atrapada en la tradición micénica.17

Empieza la carrera y los caballos parten de donde están las naves hacia el lugar donde deben dar la vuelta, un tocón seco con dos piedras blancas apoyadas en él, descrito por Néstor como «la señal de la tumba de alguien que murió hace mu­cho o que los hombres que vivieron antes de nuestra época instalaron como poste indicador para las carreras». ¿Se tra­ta de la señal de una tumba o es un poste indicador? Dado el contexto (una carrera junto a la misma tumba de Patroclo), la ambigüedad resulta significativa, un lúgubre recordatorio de que, a pesar de lo que se induce a creer a los héroes, el re­cuerdo de los muertos no dura eternamente.

Pronto Eumelo se coloca el primero, pero al carro se le rompe el yugo, lo cual le lanza fuera de él dando vueltas. An- tíloco, sin hacer el menor caso de los fatigosos consejos de su padre, emprende una carrera temeraria, gritando a sus ca­ballos que adelanten a la yegua de Menelao, «porque si no Eta, que es hembra, | se burlará de vosotros». Sus arriesga­das tácticas asustan al cuidadoso Menelao, que pierde el con­trol y se desvía a un lado. «¡Maldito seas! Los aqueos men­timos cuando dijimos que tenías buen sentido», grita el ru­bio hijo de Atreo.

La asamblea aquea que sigue la carrera se esfuerza impa­ciente por ver quién va el primero cuando aparecen los ca­ballos tras el polvo en el último trecho. Estalla una acalorada discusión entre Ayax, el hijo de Oileo, e Idomeneo:

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«Á yax, fam oso en el insulto, pero estúpido en todo lo demás, eres el peor de los argivos con esa obstinada m entalidad tu ya...» . A sí habló, y el veloz A yax, hijo de O ileo, iba a levantarse, furioso tam bién, para intercam biar con él duras palabras.Y la disputa entre ellos habría ido así aún más lejos, si no se hubiese levantado el propio A quiles para intervenir: «Basta ya, Á yax e Idom eneo, abandonad de una vez esa discusión agria y funesta. Resulta im propia.Si otros actuasen así, tam bién vosotros os enfadaríais.Sentaos de nuevo con los demás y estad atentos a los caballos».

Eris (la discordia) entre héroes era, se recordará, un tema favorito de la epopeya. Estas discusiones, vistas con frialdad, despojadas de la dignidad de sus nobles contextos épicos, son casi siempre mezquinas. En la Ciprtada, «Aquiles discu­te con Agamenón porque recibió una invitación tardía» a un banquete; en la Etiópida, «se inicia una discusión entre Odi- seo y Áyax por las armas de Aquiles»; la Odisea nos habla de una discusión entre Aquiles y Odiseo en «un banquete fes­tivo en honor de los dioses», por no mencionar que la pro­pia acción dramática de la litada surge de la «disputa» entre Aquiles y Agamenón.

Ahora, en los juegos funerarios, proliferan disputas inci­pientes. No sólo se enfrentan en las gradas Áyax e Idomeneo, sino que Menelao está furioso con Antíloco por su forma te­meraria de conducir, y, en una escena larga e ilustrativa, Aqui­les provoca momentáneamente la cólera de Antíloco, que ha­bía llegado el segundo, al proponer que se haga una nueva distribución de los premios para compensar a Eumelo por la mala suerte de que el yugo del carro se le hubiese roto; a causa de este accidente, «el mejor de todos» llegó el último, explica Aquiles, y propone otorgar a Eumelo un segundo premio ho­norífico. Ante esta propuesta, Antíloco se levanta para decir:

A quiles, me enfadaré m ucho contigo si haces lo que has dicho,lo de que me vas a quitar el prem io [ . . .] .

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Si lo lamentas por él y te es tan querido, hay oro abundante en tu tienda, y hay bronce y ganado, y mujeres y caballos de sólidas pezuñas.

La redistribución de premios propuesta y la reacción in­dignada de Antíloco reflejan significativamente los temas de la catastrófica disputa entre Aquiles y Agamenón del princi­pio de la litada. Significativo es también el contraste entre la reacción de Agamenón ante la clara oposición a su criterio y autoridad y la de Aquiles ahora:

A sí habló [Antíloco], pero el divino Aquiles de los pies ligeros sonrió, inclinándose en su favor porque era su com pañero

querido,y le contestó dirigiéndose a él con estas aladas palabras: «Antíloco, si prefieres que dé alguna otra cosa de m i tienda como un regalo especial a Eum elo, lo haré en honor tuyo» .18

Esta ocasión, la única de la Ilíada en que el furioso Aqui­les sonríe, sirve como agridulce recordatorio de la diferencia que un verdadero caudillaje podría haber significado para los acontecimientos de la litada. La actitud de Agamenón en el Canto I, aferrándose con pánico a su trofeo, e incluso la «autoridad» discursiva de Néstor, palidecen aliado del abso­luto control de sí mismo instintivo de Aquiles y los peligros de la ocasión. Al ser anfitrión de los juegos en honor de Pa­troclo, Aquiles no compite, y sin embargo los domina com­pletamente con su gallarda seguridad. Esto resulta visible so­bre todo en su manejo del propio Agamenón, que hace una sola y breve aparición en los juegos como rival de Meriones en la última de las competiciones, el lanzamiento de jabali­na. Dirigiéndose a él antes de que se inicie siquiera la com­petición, Aquiles dice:

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«H ijo de A treo, sabem os cuánto sobrepasas tú a todos los demás, que eres m uy superior en fuerzas entre todos los que empuñan

lanzas,

así que toma el prem io y llévalo a tus cóncavas naves;pero déjanos darle la lanza al héroe M eriones;si es que estás de acuerdo con ello, pues yo así te lo propongo».

Previendo fríamente la posibilidad de que el hijo de Atreo pudiese perder en la competición y provocar otra disputa más para salvar la cara, Aquiles interviene prudentemente: «Así dijo, y no le desobedeció Agamenón, señor de hom­bres». El breve discurso de Aquiles, una obra maestra de la diplomacia, revela al gran caudillo que los aqueos nunca tu­vieron.19

Los juegos funerarios en honor de Patroclo sirven como una especie de epílogo a la historia aquea de la lliada. Los héroes, esforzándose vigorosamente en las pacíficas compe­ticiones, se mantienen cómicamente fieles a sus personali­dades heroicas del campo de batalla, y será en esos retratos afectuosos y clarividentes donde veamos por última vez a la mayoría de ellos en esta epopeya. Con la conclusión de los juegos, «todos se dispersaron para irse», y Aquiles se queda, como si dijésemos, solo en escena.

Rompiendo a llorar de nuevo, recuerda a Patroclo, «todos los hechos en los que había participado hasta el final con él y las fatigas y sufrimientos que habían padecido, los comba­tes con los hombres, la ardua travesía surcando las negras olas». Los grandes hechos de Patroclo no se traducen nun­ca en canto épico {klea andren), pero sobreviven como re­miniscencias privadas de un amigo íntimo. Después de cada noche insomne, Aquiles se levanta al amanecer y repite lú­gubremente la única actividad que cree que aliviará su do­lor: «Tras uncirlos veloces caballos al carro, | ataba a Héctor atrás para arrastrarle ¡ y hacerle dar tres vueltas alrededor de la tumba del difunto hijo de Menecio».

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El de Patroclo no era el único cadáver insepulto. El cuer­po maltratado de Héctor había yacido boca abajo en el polvo desde el día de su muerte, y Aquiles no da muestra de ceder en su voto de que nunca se le dará sepultura. La quejumbro­sa súplica del espectro de Patroclo de que le hiciese su «rito de cremación», sin el que no puede pasar al otro mundo, ser­vía como recordatorio indirecto de que las acciones de Aqui­les maltrataban la psyché de Héctor, además de su cuerpo:

A sí A quiles, asentado en su furia, ultrajaba al gran Héctor. Los dioses benditos, cuando lo m iraban desde arriba, se sentían llenos de com pasión.

Entre los dioses que lo miraban, se rechaza un plan para enviar a Hermes a que le robe a Aquiles el cadáver de Héc­tor en virtud una poderosa alianza de Hera y Atenea, «que aún sentían | el mismo odio que al principio por la sagrada Ilion [...] a causa del engaño de Paris, | que había ofendido a las diosas cuando acudieron a su aprisco, | y él se inclinó por la que suministraba la lujuria que llevaba al desastre». Es­tos pocos versos son la única alusión clara de la litada al lla­mado Juicio de París, que ungió a Afrodita como la más be­lla de las diosas por encima de Hera y Atenea; la recompen­sa de Paris (y el soborno) por su juicio fue la mujer más be­lla del mundo, Helena, más tarde de Troya.20 Este juicio fue, por supuesto, la causa de la guerra. En la tierra había cesado la cólera de Aquiles y se habían desactivado nuevas disputas, pero en el Olimpo los dioses no pueden dejar a un lado vie­jos agravios. Esta evocación de la «disputa» divina original, lejana ya pero vigente aún, conduce en un momento crítico, cuando la atención se desvía del funeral de Patroclo y de los aqueos, a la cuestión no resuelta del cadáver de Héctor, al dolor de los troyanos y al destino de Troya.

Apolo, en un arrebato, reprende a los dioses por desdeñar a Héctor, que cuando estaba vivo los había honrado con sus

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sacrificios, e incluso más por su apoyo al «maldito Aquiles», que ha «destruido la piedad», que no tiene vergüenza algu­na, y que «deshonra con su furia a la callada tierra». Entre la indignación de Apolo y el frío odio de Hera, Zeus intervie­ne benignamente con un plan; llamará a Tetis, «para poder comunicarle una sagaz propuesta, que Aquiles reciba | rega­los de Príamo y le entregue a cambio el cadáver de Héctor». El desarrollo de este plan, esquemáticamente descrito por Zeus, determina la acción dramática del resto de la litada.

A través de Iris, la mensajera, se transmiten los mandatos de Zeus, primero a Tetis, que, envuelta en una aciaga capa oscura («no hay ninguna prenda de ropa más oscura que ella»), acude a su convocatoria. «Has venido al Olimpo, di­vina Tetis, pese a tu desconsuelo, | con un dolor imborrable en tu corazón. Yo lo sé muy bien», la saluda Zeus, gentilmen­te. Los dioses están furiosos con Aquiles, pero, como Zeus le explica, «yo aún otorgo a Aquiles ese honor que le corres­ponde, para poder conservar | tu aprecio y respeto en el fu­turo». Zeus siempre tiene presente su deuda con Tetis, aun­que ha llegado el momento en que debe retirar su promesa de velar por el honor de su hijo. Aquiles ha sido honrado ya. Es hora de seguir.

El mandato de Zeus se telegrafía rápidamente a todas las partes interesadas. Tetis se traslada sin demora del Olimpo al lado de Aquiles y le explica el plan de Zeus. «Quie sea así», responde bruscamente Aquiles, sin demora también. Zeus envía a Iris a ver a Príamo, para «decirle | que vaya a rescatar a su querido hijo, que baje hasta las naves de los aqueos | lle­vando regalos para Aquiles que puedan aplacar su cólera». Como Aquiles ha demostrado ser totalmente inmune al apa­ciguamiento mediante regalos, la estrategia de Zeus resulta extraña. Pero es una estrategia basada en un conocimiento profundo del héroe. Como Zeus le explica a Iris, Aquiles «no es un hombre necio ni descuidado, y tampoco es malvado, | sino que se mostrará compasivo con el que acuda a él como

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un suplicante». El plan de Zeus, pues, concuerda con la idio­sincrasia básica de Aquiles, la que mostraba antes de la muer­te de Patroclo. El primer impulso instintivo de Priamo tras la muerte de su hijo había sido, a su vez, ir a las naves de los aqueos y, allí, «rogar a ese hombre implacable de violentas acciones». Así que las directrices de Zeus, más que suminis­trar el guión que deben representar Aquiles y Príamo, pro­porciona a los dos hombres afligidos los medios para supe­rar su dolor de acuerdo con cada uno de sus propios tempe­ramentos casi olvidados.

Cuando llega Iris a comunicar a Príamo el mensaje de Zeus, le encuentra sentado en el patio del palacio rodeado de sus restantes hijos; «y entre ellos el anciano, | sentado y ta­pado, cubierto con su manto. Había mucho estiércol | en su cabeza y en su cuello, pues había estado revolcándose en él | y lo había recogido con las manos y se había untado con él». Hasta aquí Príamo había aparecido en la epopeya como un viejo guerrero encantador, que conversaba afectuosamente con Helena mientras contemplaban los dos la llanura desde las almenas de Troya, o que acudía, con cierta pompa, a ofi­ciar en los ritos relacionados con el duelo entre París y Me­nelao. Pero ahora, con la atención plenamente desviada ha­cia Troya, como lo ha estado sólo una vez antes en la litada, Príamo aflora como uno de los personajes más convincentes y más difíciles de olvidar de entre los muchos que nos ofre­ce la epopeya.

Es ya, como Aquiles, indiferente a su propio destino: «Para mí, antes de que mis ojos contemplen | cómo esta ciu­dad es destruida y sus habitantes perecen, | lo que deseo es ir lo antes posible a la morada del dios de la muerte». Enfure­cido, fustiga a los troyanos que le rodean, y sobre todo a sus hijos supervivientes, a los que un destino indecente ha per­mitido vivir mientras sus mejores hijos han muerto: «Fuera de aquí, hijos malvados, sois una desgracia para mí. | Ojalá os hubiesen matado a todos vosotros al lado I de las veloces

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naves en lugar de a Héctor». A su lado, Hécuba, su esposa, enloquecida de dolor, clama contra Aquiles: «Ay, si pudiese hincar los dientes en medio de su hígado y devorarlo crudo. | Así me vengaría yo de lo que le hizo a mi hijo».

Hasta ese momento, la epopeya había estado centrada en el espectáculo del dolor cósmico e inextinguible de Aquiles (y, en realidad, en el dolor divino e inmortal de Tetis), con el que parecía no haber nada comparable en la Tierra. Pero allí en Troya, en el patio de la ciudad condenada, el dolor de la gente ordinaria (el viejo y abatido rey y su anciana espo­sa) rivaliza directamente con el dolor heroico y descomunal de Aquiles. Príamo, heroico en su dolor, es heroico también en su patética misión. El cadáver de Patroclo se rescató del campo de batalla a través de la lucha encarnizada de todo el ejército aqueo; Príamo intentará conseguir el cuerpo de su hijo mediante abyecta diplomacia y con sólo un acompañan­te, el heraldo Ideo.

Confiando en la palabra y el presagio de Zeus, y en contra de los deseos estridentes de su esposa, Príamo parte en su carro, seguido por una carreta tirada por muías que condu­ce Ideo. En el carro, cuidadosamente elegido en el almacén, «fragante | y de cedro», que guarda su menguante riqueza, va el rescate, que consiste en «doce peplos de una hermosu­ra insuperable | y doce mantos de un solo pliegue, además de numerosas mantas, | muchas grandes capas blancas y el mis­mo número de túnicas», junto con trípodes, calderos y talen­tos de oro. La Troya VI histórica era un centro textil, como lo demuestran los miles de piezas de husos descubiertas allí por los arqueólogos, y es posible que un recuerdo de este hecho lo refleje el que destaquen tanto en el rescate la ropa y la tela.11

Es de noche cuando Príamo sale de la ciudad, «y todos los miembros de su familia le seguían, | con muchos lamentos, como si se encaminase a la muerte». Después de haber cru­zado la ciudad, ya en «la tierra llana», los otros se vuelven y Príamo e Ideo se lanzan a cruzar la llanura.

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Y Zeus, el de las anchas cejas, no dejó de advertir la aparición de los dos en el llano. V io al anciano y le dio lástima, y habló dirigiéndose a su amado hijo H erm es:«H erm es, dado que tú eres entre todos los dioses el más estim ado como acom pañante de los hom bres, y prestas oídos a quien

quieres,ve ahora y guía a Príam o para que llegue hasta las huecas naves de los aqueos, que ninguno de los dáñaos le vea, que nadie advierta su presencia hasta que llegue donde está el hijo de Peleo».

Hermes, hijo de Zeus y déla esquiva ninfa Maya, es un dios «hábil y astuto, un ladrón, un cuatrero, un inspirador de sue­ños, un vigilante nocturno que acecha en las puertas», como canta el himno dedicado a él.22 En la litada, su epíteto más común es argeiphontës, término oscuro traducido normal­mente como ‘matador de Argos’, el vaquero encargado de vigilar a uno de los muchos amores de Zeus, la pobre lo, a la que una Hera furiosa había convertido en una vaca.23 Hermes es el dios de la suerte (la palabra griega para indicar ‘golpe de suerte’ es hermaion) y el dios de la «ganancia alegre y sin escrúpulos», en expresión de un estudioso;24 buena suerte para el ladrón que consigue que no le descubran, mala suer­te para el hombre en cuya casa roban de noche.

Pero la identificación más antigua de Hermes es con los límites. Una herma es el montón de piedras (como el cairn céltico) que podía haber al lado de un camino, al que los que pasan añaden más piedras, señalando, como si dijésemos, su paso. Los pedestales de piedra con un falo surgiendo de ellos, todo coronado con la cabeza del dios, eran conocidos duran­te toda la época clásica simplemente como hermes, potentes señales de límites cuyo simbolismo se puede rastrear hasta en la exhibición fálica territorial no humana. «Como dios de los límites y de la transgresión de ellos, es por tanto el pa­trón de vaqueros, ladrones, tumbas», y también de heraldos como Ideo.25 El límite más trascendental que se puede cru­

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zar es, por supuesto, el que separa a los vivos de los muertos, y es como unpsychopompos, ‘guía délas almas’, como apare­ce Hermes memorablemente en la Odisea, guiando las almas de los muertos al Hades:

[ . . .] y H erm es,el bondadoso sanador, las guiaba p or lúgubres senderos.Tras él fueron hasta la corriente de O céano y la cruzaron y pasaron la Roca B lanca, y las puertas de H elios y el país de los sueños, y llegaron por fin al prado de asfódelos.A llí es el lugar donde m oran las almas, las im ágenes de los

m uertos.

Odisea, x x i v , 9-14

Aunque parezca extraño, después de esta impresionante aparición en la Odisea, Hermes sólo es presentado durante siglos con muy poca frecuencia como guía de las almas, tan­to en el arte como en la literatura. Es posible que el papel de psychopompos no fuese un atributo «auténtico», sino que se lo inventase Homero para la Odisea, inspirado por los pa­peles bien establecidos del dios como aventurero nocturno y mensajero. En cualquier caso, un esbozo déla inspiración se puede apreciar en la lliada, en el viaje místico y como del otro mundo del viejo Príamo. Pese a los lamentos de los su­yos que le lloran «como si se encaminase a la muerte», Pría­mo viaja a través de la noche para recuperar el cadáver de su hijo; y es junto al río, justo después de pasar la «gran tumba de lio», cuando surge de la oscuridad Hermes, el que guía al Hades.2Í

Ambos hombres se sienten aterrados al verlo, e Ideo insta a Príamo a huir. Pero Hermes, «con la apariencia de un joven, de noble aspecto, con ese primer bozo que corresponde al período más encantador de la juventud», coge a Príamo de la mano y le habla. Fingiendo ser uno de los mirmidones y un ayudante de Aquiles, disipa uno de los temores de Príamo: el cadáver de Héctor está intacto e impoluto.

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«Me pareces un padre querido», dice Hermes, y en su ama­ble y respetuoso tratamiento del asustado anciano parece el más humano de todos los dioses de la Ilíada. Hermes coge las riendas y monta en el carro al lado de Príamo, y con la carreta arrastrándose tras ellos, guía a la pequeña delegación a tra­vés de la llanura hasta las fortificaciones aqueas, donde, pro­vocando el sueño en los centinelas que se preparan ya para la cena, cruza la fosa defensiva, llegando «a la alta tienda | que los mirmidones habían construido para su rey». Hecha con grandes troncos de pino y techada con hierba de los prados, está cerrada por una sólida puerta. Esta puerta daba al patio interior y se cerraba con un solo travesaño, «y hacían falta tres aqueos para encajarlo en su sitio y otros tres para abrir el cierre de aquella gran puerta, aunque Aquiles podía cerrarla él solo». Hermes la abre para Príamo, y cuando el anciano y su carro ya están seguros dentro, se descubre como un dios, da un último consejo y desaparece.

Las grandes escenas de la Ilíada están cuidadosamente anunciadas y sutilmente preparadas, pero una vez en el um­bral de ellas, no hay ninguna demora. De pronto, Príamo está delante de Aquiles.

[ .. . ] [Príam o] lo encontródentro, y sus com pañeros estaban sentados aparte, y sólo dos, el héroe Autom edonte y Á lcim o, vástago de Ares, trajinaban a su

lado.H abía acabado en aquel m om ento de com er y beber, y aún tenía puesta la mesa al lado.

«Ya no nos sentaremos más tú y yo, vivos, | como amigos queridos para hacer planes», se había lamentado el espectro de Patroclo a Aquiles, y el momento de sentarse aparte ha­bría sido sin duda aquél, terminada la cena, y con los otros compañeros ocupados. Príamo había llegado a Aquiles en el momento psicológicamente más propicio. Se inclina ante sus rodillas silenciosamente y toma y besa sus «peligrosas y ho-

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filicidas» manos. Y, mientras Aquiles le mira asombrado, le habla «con las palabras de un suplicante»:

«A quiles, sem ejante a los dioses, recuerda a tu padre, alguien que es de mi misma edad y que estará en el um bral de la dolorosa

vejez.Y si los que habitan cerca le agobian y le afligen, no hay nadie que le libre de la ruina y de la destrucción Pero seguro que cuando oye noticias tuyas y sabe que aún estás

vivo,su corazón se alegra y conserva la esperanza diaria de que verá a su amado hijo regresar de la Tróade.Conm igo, sin em bargo, el destino fue aciago. H e tenido los hijos más nobles de Troya, pero ya no me queda ninguno

de ellos.D iecinueve me nacieron del vientre de una sola madre, y otras m ujeres engendraron a los demás en mi palacio; y a la m ayoría de ellos el violento A res les hizo doblar las rodillas, pero me quedaba uno que era el guardián de mi ciudad y de mi

pueblo,a ese uno lo mataste tú hace unos días cuando com batía defendiendo su patria,H éctor; por él vengo ahora hasta las naves de los aqueos para que me lo des, y te traigo innum erables regalos a cambio. H onra, pues, a los dioses, A quiles, y apiádate de mí recordando a tu padre, aunque m i caso es aún más doloroso; he pasado por lo que ningún otro m ortal de este m undo ha

pasado;puse mis labios en las manos del hom bre que ha m atado a mis

hijos».A sí habló, e inspiró en el otro un hondo pesar p or su propio

padre.A carició la mano del anciano y le apartó con suavidad, y los dos recordaron, Príam o sentado en cuclillas a los pies de

A quiles,y lloraron juntos, él por la m uerte de H éctor y A quiles por su

propio padre,y tam bién por Patroclo. Y sus lam entos recorrían la estancia.

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Hermes, antes de despedirse de Príamo, le había dado un último consejo: suplicar al Pélida «en nombre de su padre, en nombre de su madre, la del hermoso cabello, y de su hijo». En realidad, Príamo sólo evoca al padre de Aquiles, y de hecho la sombra de Peleo se proyecta poderosamente sobre este ca­pítulo final de la litada. Príamo entra en la tienda de Aquiles como «uno que ha matado a un hombre en su propio país y llega al país de otros», es decir, como Peleo, que según la tra­dición llegó a Tesalia y a Ftía como exiliado suplicante des­pués de matar a su hermanastro. Y es recibiendo a Príamo como Aquiles emula más a su padre; mientras otras tradicio­nes parecen haber cantado las hazañas heroicas de Peleo, la litada sólo le conoce como el padre de Aquiles y el que aco­gió a la asombrosa corriente de otros desterrados suplican­tes que se encaminaron a Ftía, como Fénix, Patroclo y el os­curo Epigeo.27

Aquiles es Pélida, Peleión (‘hijo de Peleo’), pero también Eácida, «de la estirpe de Éaco», al ser Éaco el padre del pro­pio Peleo: «El divino Éaco, el mejor de los hombres de la tie­rra. Él logró lo que para los dioses era justo», según Pínda­ro, para el que Éaco era también «el primero en dar la mano y en el consejo».28 Fue por su buen juicio y su justo consejo por lo que tradiciones posteriores atestiguan que Éaco tuvo un estatus especial en el Hades, y Platón le nombra como uno de los tres jueces de los muertos.29 El viaje simbólico de Príamo hasta la tierra los muertos, pues, concluye aquí, en la casa de Aquiles Eácida que, como el padre de su padre, tie­ne poder para emitir juicio sobre el destino de los difuntos, en este caso el destino del cadáver de Héctor y, por asocia­ción, la psyché de éste.30

Y es hablando con Peleo como Aquiles intenta consolar a Príamo. «Esto es lo que los dioses tramaron para los des­dichados mortales, | que viviéramos en el infortunio», dice, y luego se embarca en un ejemplo propio sobre el destino de Peleo; Peleo, bendecido con brillantes dones de los pro­

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píos dioses, rico, señor de los mirmidones y con una espo­sa inmortal:

P ero hasta sobre él el dios amontonó tam bién desdichas.N inguna generación de hijos fuertes le nació en su palacio, sino un solo hijo destinado a una vida breve, y que ni siquiera puede cuidarle cuando se hace viejo, porque

estoy aquí

lejos de m i patria, en Troya, donde a tus hijos y a ti sólo traje dolor.

El rescate de Héctor se efectúa sin dilación, pero acom­pañado de pequeños incidentes que muestran la coherencia del carácter de Aquiles. Cuando Príamo insiste en el rescate con un fervor un tanto excesivo, llamea brevemente su cóle­ra: «Ya tenía yo el propósito | de darte a Héctor», le advierte, añadiendo que «no se me escapa | que algún dios te condu­jo hasta las veloces naves de los aqueos». Sus compañeros, al retirar el rescate de la carreta, dejan capas y una túnica para cubrir el cadáver, y Aquiles ordena que sus doncellas lo laven antes de que lo vea Príamo. El tacto que muestra, más que para ahorrar sufrimientos a Príamo, es para evitar que brote la cólera paternal latente de éste al ver a su hijo, lo que, a su vez, haría sin duda que «en el hondo corazón de Aquiles se agitase la cólera». Como en su elegante previsión de la posi­ble derrota de Agamenón en los juegos funerarios, Aquiles muestra aquí un profundo conocimiento de la disposición del alma de los hombres, incluida la propia.

Después de que el cadáver de Héctor ha sido lavado, un­gido y vestido decentemente, es el propio Aquiles quien lo coloca en un lecho y, junto con sus compañeros, lo lleva al carro. Luego vuelve a la tienda e informa a Príamo: «Se te devuelve a tu hijo, anciano, tal como pediste». Aún el hués­ped respetuoso insta a Príamo a unirse a él en una comida, ofreciendo un ejemplo inesperado de leyendas antiguas para ilustrar la necesidad de comer: hasta Níobe «se acordó de co-

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mer», dice Aquiles, y cuenta con cierta extension la historia infame de la muerte de los doce hijos de Níobe a manos de los hijos de Leto.31 Se ha escrito mucho sobre este incidente, que resulta curioso en muchos aspectos. En primer lugar, el uso de algo tan convencional como un ejemplo tradicional, o «viejo cliché», para validar su opinión es sumamente im­propio de Aquiles, que dice en general con toda franqueza lo que quiere decir, exponiendo lo que él sabe y siente: ha­bría sido más propio de él haber aconsejado a Príamo comer «como yo mismo he comido pese a estar agobiado por el do­lor», o algo parecido. Lo que señala (que Níobe comió) no figura en ninguna versión conocida de este mito bien atesti­guado, y es casi seguro una adaptación homérica. Y si eso (el comer) no era consustancial a la tradición sino algo añadido, ¿por qué habría elegido Aquiles esa historia en concreto?32

Lo esencial de la tragedia de Níobe, tal como la refieren los poetas desde Homero hasta los líricos y los trágicos, es que Níobe, una mortal, se comparó con la diosa Leto, con­siderándose superior a ella, ufanándose de tener doce hijos y Leto sólo dos, Apolo y Artemis. En venganza por ese or­gullo desmedido frente a su madre, los hijos de Leto mata­ron a los hijos de Níobe, Apolo a los varones y Artemis a las mujeres. Y además, esos hijos no murieron dulcemente, sino que durante «nueve largos días yacieron muertos sin que na­die acudiese | a enterrarlos, pues el hijo de Cronos convirtió a las gentes en piedras». La propia Níobe fue convertida en piedra y llora aún, petrificada, en la pared rocosa del mon­te Sípilo, en Lidia, sobre la que corre un agua que es como lágrimas.33

La explicación habitual de que Aquiles eligiese ese ejemplo es que Príamo, como Níobe, perdió muchos hijos, uno de los cuales también lleva insepulto muchos días. Pero el ejemplo tiene sentido también para Aquiles. Níobe, tanto por el exce­sivo orgullo que le inspiran sus vástagos como por su eterno lamentarse por sus muertes brutales y prematuras, evoca so­

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bre todo a Tetis.34 El agente de las muertes intempestivas de los hijos de ambas madres es Apolo. Hemos de preguntamos si acechando tras la malevolencia, por lo demás inexplicable, de Apolo hacia Aquiles hay una tradición de que Tetis hubie­se cantado las alabanzas de su amado hijo con demasiado ar­dor. El paradigma resulta conmovedor en labios de Aquiles, pues es como un recordatorio más de su propia muerte que

' se acerca rápidamente.Como hizo en el caso de la embajada, Aquiles prepara aho­

ra la cena para su invitado, y Príamo y él comen mirándose uno a otro por encima de la mesa con mutuo asombro. Pría­mo se maravilla de «la apostura y la belleza» del joven gue­rrero que «visto así, frente a frente, se parecía a los dioses». Aquiles se asombra de lo valiente que parece Príamo, «y le oye hablar». Este último es un comentario seductor preña­do de sentido. ¿De qué, se pregunta uno, podría haberle ha­blado Príamo?

Terminada la cena, Aquiles le prepara en el porche de su tienda un lecho a Príamo; es el segundo anciano visitante que duerme allí, el primero había sido Fénix, tras la embaja­da fallida. Es quizá recordando esa embajada como Aquiles deja caer otra invectiva contra Agamenón. «Duerme fuera, anciano querido», dice, sarcástico, comentando que si uno de los aqueos llega durante la noche, «iría derecho a contár­selo a Agamenón, pastor de huestes, y eso retrasaría el res­cate del cadáver».

Antes de que los dos hombres se separen, Aquiles plantea a Príamo una última cuestión, práctica y generosa: ¿cuantos días necesitará para el funeral de Héctor? La respuesta de Príamo mientras cuenta cuidadosamente con dedos temblo­rosos, pensando en voz alta, los demás deberes agobiantes que exigen las honras fúnebres de su hijo constituye un úl­timo toque magistral de la caracterización del viejo rey, aba­tido pero obligado a ocuparse hasta el final de ese terrible asunto. Hay que reunir leña para la pira, le explica a Aqui-

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les, añadiendo sin ironía ni cólera, «porque ya sabes, claro, lo asediados que estamos en la ciudad»:

«N ueve días le tendríam os en nuestro palacio para llorarle, y al décimo le enterraríam os y se celebraría al banquete, y al día siguiente erigiríam os una tumba sobre sus restos, y al doceavo día reanudaríam os la lucha; si hubiese que hacerlo».Y el divino A quiles de los pies ligeros contestó:«Pues todo eso, anciano Príam o, se hará tal como pides.Y o detendré nuestro ataque durante el tiem po que me indicas». A sí dijo, y cogió al anciano rey por la m ano derecha, por la

muñeca,para que no pudiese albergar m iedo alguno en su corazón.

Príamo y Aquiles se encuentran en el ocaso mismo de sus vidas. Su extinción es segura, y no habrá ninguna recompen­sa por portarse bien, y sin embargo, frente al hado implaca­ble y a un universo indiferente, ambos afirman los ideales más elevados de su humanidad. En esta tregua que Aquiles otorga a Príamo, como en todo alto el fuego, flota del espec­tro de una triste oportunidad.

«Desde aproximadamente la hora del té de ayer hasta aho­ra no creo que se haya disparado un solo tiro, ni desde un lado ni desde el otro», escribió un soldado británico anóni­mo el día de Navidad de 1914, registrando la suspensión casi surrealista de las hostilidades al principio de la Gran Guerra que vino a conocerse como la Tregua de Navidad. Por enci­ma de las líneas de las trincheras, soldados británicos y ale­manes cantaron espontáneamente villancicos, encendieron velas y jugaron partidos de fútbol improvisados y espontá­neos en la tierra de nadie. «Apenas podemos creer que haya­mos estado disparando contra ellos durante la última semana o las dos últimas. [...] Resulta todo tan extraño».35

«Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos | a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada», proclamaba Aquiles apasionadamente en el

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inicio mismo de la litada. Después de diez años de guerra, la muerte de Patroclo convirtió el conflicto en algo personal. Pero entregando a Héctor, Aquiles entrega también la única brizna de animosidad real que ha albergado contra el ene­migo. Si él hubiese sido el comandante en jefe de la alianza aquea, ¿qué dirección habrían tomado las cosas a partir de aquí? Tal vez un brusco reagrupamiento de las tropas y el len- 'to éxodo del regreso a Grecia y a Ftía; pero lo cierto es que lo último que sabemos del héroe de la litada es que está dur­miendo «al fondo de su bien construida tienda, | con Brisei- da la de hermosas mejillas acostada a su lado». Después de la extravagancia del derramamiento de sangre y la angustia, las cosas vuelven más o menos adonde estaban cuando se ini­ció la épica disputa.

El carácter cobarde de Agamenón y la codicia que apun­tala la riqueza micénica en oro son tan bien conocidos por los dioses como por Aquiles. Hermes, introduciéndose en los sueños de Príamo, reaparece con un aviso, urgiendo al ancia­no a dejar el campamento antes de que amanezca. Por muy rico que fuese el rescate que Príamo haya pagado por Héc­tor, dice Hermes, sus restantes hijos de Troya «tendrían que dar un rescate tres veces mayor | por ti, que estás vivo, si te reconociese Agamenón, el hijo de Atreo».

Hermes pone enseguida en marcha a Príamo y a Ideo ca­mino de Troya, despidiéndose finalmente de ellos en el río Janto, cuando «la aurora, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra». En una brillante pincelada de ritmo dramáti­co, Homero hace súbitamente un corte y traslada la acción a Troya, donde Casandra, hermana de Héctor, ve desde lo alto de la Ciudadela cómo el pequeño equipo regresa lentamente y grita a la ciudad dormida:

Venid, hom bres y m ujeres de Troya; m irad a Héctor.Venid, si os alegrabais antes cuando regresaba vivo del combate.

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En las puertas de la ciudad la gente rodea llorosa el lecho de Héctor. Una a una, las tres mujeres más importantes de su vida se acercan para llorarle: Andrómaca, su madre Hécuba y Helena. El rey Príamo convoca al pueblo y da órdenes para el funeral, diciendo a los hombres que no deben temer una em­boscada si se alejan mucho de la ciudad en busca de leña para la pira, ya que «Aquiles | me prometió, cuando se despidió de mí junto a las negras naves, | que hasta el amanecer del doceavo día nadie nos haría daño». Confiando en la palabra de Aqui­les (y en su autoridad para respaldarla), los troyanos celebran el funeral durante todos esos días. De nuevo la pira, el vino relumbrante y las cenizas humedecidas, de nuevo la recolec­ción de huesos, envueltos esta vez en telas púrpura y coloca­dos en un cofre dorado; y luego los últimos versos de la litada·.

Y una vez levantado el túm ulo se fueron, y más tardese reunieron, como debe hacerse, para celebrar un glorioso

banqueteen el palacio del rey Príam o, de la estirpe de Zeus.A sí celebraron el funeral de H éctor, dom ador de caballos.

Hay quien sostiene que a la epopeya la limita su género; te­mas no heroicos, como las vidas de las mujeres y los niños, no pueden incluirse dentro de su ámbito, y allí donde la epope­ya ha de detenerse, se origina, por ejemplo, la tragedia. Pero ninguna obra de la literatura posterior, sea del género que sea, ha hecho nunca más vivida y trágicamente inequívoco el destino de la totalidad de un pueblo. En la escena final de la epopeya se hace notoria la significación de su título: la litada relata el destino de la ciudad de Ilion, que pronto va a extin­guirse. A través de los discursos de Andrómaca y de Príamo, Homero conjúralas destrucciones individuales que acompa­ñarán a la catastrófica caída de Troya: la guerra de Troya re­presenta la guerra total.

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Las ruinas de la ciudad eran aún visibles en tiempos de Homero, a mediados del siglo v m a. C., y es posible que es­tuviesen mínimamente habitadas por «okupas» locales. En torno al 700 a.C. (con Homero probablemente aún vivo), griegos eolios emigraron desde la cercana isla de Lesbos y es­tablecieron una colonia en medio de las ruinas. Los griegos recién llegados, una vez asentados en Troya, tal vez acrecen-

' tasen sus propias tradiciones de la guerra con novedosas his­torias locales.36 Es particularmente seductor a este respecto un fragmento de luvita, el idioma de los troyanos, incorpo­rado a un texto ritual hitita del siglo x m a. C.:

ahha-ta-ta alati amienta wilusati.[Cuando ellos vinieron de la inexpugnable W ilu sa ...] ,37

Un epíteto homérico frecuente para Ilion (Wilios) es ai- peiné, aipus, ‘inexpugnable’, ‘inaccesible’. ¿Era posible—y por qué no habría de serlo— que hubiese habido una epope­ya troyana sobre la guerra?

Con el paso de los siglos, fueron apareciendo y desapa­reciendo nuevas generaciones de colonizadores, así como okupas y conquistadores, que dejaron niveles de ocupación en el ya legendario emplazamiento. Un viajero que pasó por allí en el siglo π a. C. recordaba que «cuando siendo un mu­chacho visitó la ciudad [...] la halló tan abandonada que los edificios ni siquiera tenían techumbre de tejas».38 Aun así, la mística de la vieja Troya (la Troya de Homero) pervivió a lo largo de todos esos siglos y, según el escritor Filóstrato, del siglo in d. C., el lugar estaba embrujado por los espectros de los héroes muertos.39

Los destinos de estos héroes y de las pocas heroínas de la lliada habrían de ser material de leyendas posteriores. Poetas del ciclo épico irrumpieron sin la menor consideración en la estructura temporal elegida por la litada para relatar impla­cablemente todo el resto de la guerra con sus acontecimien­

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tos completos. A Arctino de Mileto (de hacia el 650 a. C.) según una leyenda no confirmada discípulo de Homero, se le atribuye la secuela inmediata de la Ilíada, la Etiópida. Un antiguo comentario sobre el último verso de la Ilíada recoge también lo que pueden haber sido los primeros versos tran- sicionales perdidos de la Etiópida·.

A sí fue com o hicieron el funeral de Héctor. Y llegó una amazona, una hija del m agnánim o A res, el m atador de h om bres. ..40

En esta secuela, Aquiles se enamora de la reina de las ama­zonas, Pentesilea, una aliada de los troyanos, en el preci­so momento en que la mata. El mismo encuentra la muer­te cuando una flecha lanzada por Paris, pero aparentemente guiada por Apolo, le alcanza en el tobillo. Esta herida mortal inverosímil debe reflejar sin duda la tradición popular de que Aquiles era invulnerable en todo su cuerpo salvo en los pies.41

La caída de Troya fue también tema de dos epopeyas pos­teriores del ciclo troyano, la Pequeña Ilíada y el Ilias Persis, o El saco de Ilion, que relatan ambas la estratagema del caba­llo de Troya; es posible que el «caballo» refleje un recuerdo de máquinas de asedio asirías de la Edad del Bronce, arietes sobre los que había un espacio en forma de caja dentro del cual iban protegidos los atacantes que intentaban tomar la ciudad.42 Ese famoso señuelo fue construido por un tal Epeo con madera del monte Ida,43 y— según un agradable recuer­do que reseña un escoliasta— «Arctino dice que tenía 30 me­tros de largo y 15 de ancho y que la cola y las articulaciones podían moverse».44 Proclo cuenta en su resumen de El saco de Ilion lo siguiente:

L o s troyanos recelan del asunto del caballo, y discuten alrededor de él lo que deben hacer. [ . . .] U nos quieren tirarlo por un acan­tilado y otros prenderle fuego, pero otros dicen que es un objeto sagrado dedicado a Atenea y al final prevalece su opinión. Pasan a

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festejar y celebrar el haberse librado de la guerra. [ . . .] Sinón en­trega sus teas a los aqueos, después de entrar en la ciudad con un pretexto. E llos vuelven de Ténedos en las naves y, con los hom bres del caballo de m adera, caen sobre el enemigo. [ . . .] M atan a muchos y se apoderan de la ciudad .45

Las secuelas de la guerra de Troya, cómo siguió rigiendo 'las vidas de sus supervivientes, se convirtió en un tema po­deroso para poetas posteriores y para otros escritores. A tra­vés de ellos sabemos que a Paris le mató el héroe griego Fi- loctetes, que anteriormente había sido abandonado por sus compañeros en una isla cercana; Filoctetes era, como Paris, un famoso arquero.46 A Príamo le mató en su patio Neoptó­lemo, el hijo de Aquiles, cuyo nombre significa ‘nueva gue­rra’ . A Casandra, la hija de Príamo, la violó ante un altar de Atenea Ayax locrio, el menor, y luego se la llevó Agamenón como botín a Micenas, donde encontró la muerte a manos de Clitemnestra, la esposa de Agamenón. A otra de las hi­jas de Príamo, Polixena, la degollaron ante la tumba de Aqui­les. Hécuba, la esposa de Príamo, fue convertida en perro, y su tumba pasó a ser un hito para los marineros, conocido como Cinossema, ‘la tumba de la perra’. Se han propuesto diversas explicaciones para hacer inteligible el destino pecu­liar, y peculiarmente malévolo, de Hécuba (que la mataron a pedradas como a un perro, que aullaba de dolor como un perro), pero la razón principal parece haber sido hacer in­deleble la profunda humillación a la que se había visto arras­trada por la derrota y la esclavitud.47 Andrómaca, a quien la muerte de Héctor le llegó cuando estaba en el telar tejiendo mientras su propio destino se destejía, fue también esclavi­zada como llevaba mucho tiempo temiendo, entregada como trofeo al hijo de Aquiles, al que según algunas versiones dio un hijo; al que había tenido con Héctor, Astianacte, le mata­ron arrojándole desde las murallas de Troya.48

Otras epopeyas y la poesía posterior nos cuentan los diver­

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sos destinos de los veteranos aqueos. Nostoi (Regresos) fue la última entrega del Ciclo Epico. La Odisea de Homero cuen­ta, por supuesto, el nostos más famoso de todos, el de Odi- seo, al que se retrata como el máximo superviviente, con gran capacidad de resistencia, lleno de recursos y «de muchas tre­tas». Admirable como el héroe de su propia epopeya, el in­genioso Odiseo suele ser retratado en otras partes como un timador mendaz y manipulador y, en una tradición, como el asesino de Astianacte.49 Es especialmente notorio el papel de Odiseo en el suicidio de Áyax, el único guerrero aqueo de la lliada de cierta talla que lucha sin padrinazgo divino. Des­pués de la muerte de Aquiles, la valiosa armadura de éste debe ser para el mejor del resto de los aqueos, condición por la que compiten sólo dos hombres: Odiseo y Áyax. Aunque es criterio general que Áyax es el mejor guerrero después de Aquiles, Odiseo le derrota con la connivencia de Atenea, ganando por votación de la asamblea de los aqueos.50 En un arrebato de locura de inspiración divina, Áyax intentar ma­tar a Odiseo y cuando despierta de su locura, humillado, se quita la vida, víctima de otra «disputa» épica más. El propio Odiseo, tras diez años más de vagabundeo, llegará por fin a su reino isleño, Itaca, donde su fiel esposa le ha estado espe­rando durante veinte largos años.

Diomedes soporta también un dilatado regreso a casa, pero le espera una esposa infiel. Continuará su viaje hacia el oeste, y acabará estableciéndose en Italia.51 A Agamenón le espera un regreso a casa sangriento a manos de su esposa, Cli- temnestra, que lo asesina en el baño el mismo día que llega de vuelta a Micenas. El otro hijo de Atreo, Menelao, y su arre­pentida esposa, Helena, vivirán felizmente en Esparta tras su regreso a casa. La Odisea explica una visita que les hace el hijo de Odiseo, que los encuentra convertidos en una hogare­ña pareja de edad madura que intercambia cariñosos recuer­dos de acontecimientos trascendentales del pasado: «Sentaos aquí ahora en el palacio y comed y escuchadme y disfrutad»,

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dice Helena, y se lanza a evocar cómo Odiseo entró disfra­zado en Troya a espiar. «Si, esposa mía. Todo esto que dijis­te es justo y atinado», dice Menelao indulgente cuando ya ha terminado, y recuerda a su vez cómo ella, «movida por algún espíritu divino», casi había desbaratado la emboscada griega diciendo los nombres de los guerreros ocultos dentro del ca­ballo de Troya, imitando la voz de la esposa de cada uno de 'ellos.52 A Néstor, que había regresado también a la tranquili­dad y el sosiego de su palacio de Pilos, la guerra de Troya le proporcionó una gran historia más de campañas del pasado, «en aquel país», alrededor de la ciudad de Príamo, donde «perecieron todos los mejores de los nuestros».53

Los héroes aqueos más destacados de la litada son trata­dos, reveladoramente y sin ambigüedades, como malvados en las obras de escritores posteriores. Agamenón, Menelao y Odiseo hacen múltiples apariciones en las obras de Esqui­lo, Sófocles y Eurípides como intimidadores, falsarios y tira­nos implacables; Helena, aparte de la tragicomedia de Eurí­pides que lleva su nombre, suele ser maldecida, sobre todo por otros personajes femeninos, como una simple puta. Sor­prendentemente, la estirpe de Peleo es la única que mantie­ne en general su nobleza épica. Esto se cumple no sólo en el caso del renuente guerrero Aquiles y del propio Peleo, sino también, inesperadamente, de Neoptólemo, el hijo de Aqui­les, que estaba claro que tenía las manos manchadas de san­gre. «En Troya no le consideraban un cobarde», dice en una defensa acalorada del joven héroe nada menos que Andró- maca, en la tragedia de Eurípides que lleva su nombre. «Hará lo que le corresponde hacer ahora, hazañas dignas de Peleo y de su padre Aquiles».54 En cuanto al propio Peleo, diver­sas tradiciones cuentan que fue expulsado de Ftía por un rey vecino. Su destino, pues, fue el que Príamo había evocado en su súplica a Aquiles: «Y si los que habitan cerca le ago­bian y le afligen, no hay nadie que le libre de la ruina y de la destrucción».

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Estrabón, que escribía a principios del siglo i a. C. resu­mió las consecuencias de largo alcance de la desastrosa gue­rra de Troya tal como la juzgó la historia posterior: «Porque sucedió que, a causa de la duración de la campaña, los grie­gos de la época, y también los bárbaros, perdieron al mismo tiempo lo que tenían en su patria y lo que habían adquirido en la guerra; y así, después de la destrucción de Troya, no sólo los vencedores recurrieron por su pobreza a la piratería, sino aún más los vencidos que sobrevivieron a la guerra».”

El hecho de que con el paso de los siglos esa misma lita­da— cuyo mensaje habían captado tan claramente los histo­riadores y poetas de la Antigüedad—llegase a considerarse una epopeya marcial glorificadora de la guerra es una de las grandes ironías de la historia de la literatura. Parte de esa sorprendente transformación puede atribuirse sin duda a los lugares donde más se leía la Ilíada·. las instituciones de enseñanza de élite cuyo programa de estudios clásicos esta­ba básicamente dedicado a inculcar a los futuros varones de la nación el deseo de «morir dignamente» por la patria y el rey. Ciertas destacadas escenas favoritas, sacadas de contex­to, vinieron a definir toda la epopeya: por ejemplo, la nega­tiva rotunda de Héctor a hacer caso al augurio que le pre­viene («Hay un augurio mejor: luchar en defensa de la pa­tria»), o su valerosa resolución («no morir sin luchar y sin gloria»). Se eludió así hábilmente la insistencia de Homero en pintar la guerra como una catástrofe absurda que destruía todo cuanto tocaba.

Es el propio Homero el que con más vigor evoca cómo la guerra de Troya obsesionaba en el recuerdo a los veteranos que habían sobrevivido a ella. En la Odisea, su protagonis­ta, Odiseo, hacia el final de los diez años que dura su viaje de regreso a casa tras la caída de Troya, se detiene en la cor­te del rey de los feacios. Antes de revelar su identidad a sus anfitriones pide a Demódoco, el aedo de la corte, que cante:

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[ . . .] cántanoslo del caballo de m adera, que hizo E p eo con ayuda de Atenea, una trampa del gran O diseo, que lo llevó hasta la ciudadela, y que estaba lleno de hom bres, que fueron los que saquearon

Ilion.Odisea, 8, 492-495

El aedo cumple, canta cómo los griegos tendieron su em­boscada y «salieron del caballo y saquearon la ciudad». Al oír esta historia, para asombro de sus anfitriones feacios, y tal vez para el suyo propio, Odiseo se desmorona inespera­damente, abrumado por los recuerdos:

Igual que llora una mujer, abrazando el cuerpo de su querido esposo, que cayó luchando por su ciudad y por los

suyos,que ve que se m uere, que deja de alentar y abrazándole grita y gime, m ientras los hom bres que hay tras ella le pegan con el asta de la lanza en la espalda, en los hom bros, y la obligan a levantarse y la conducen a la esclavitud, al duro

trabajoy al sufrim iento, m ientras sus mejillas se m architan con patético

llanto.A sí eran tam bién las dolorosas lágrimas que O diseo derramaba.

Odisea, 8,523-532

Estas son, pues, las últimas palabras de Homero sobre la legendaria guerra de Troya.

Entre los restos hallados en el enterramiento heroico de Lef- kandi figura un colgante de oro en forma de disco que ha­bía adornado en tiempos a la mujer enterrada con el héroe. Elaboradamente engastado y con una decoración granular, estaba en el cuello del esqueleto femenino, y tenía rotas y

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esparcidas las cuentas de oro y de cerámica que lo mante­nían afianzado.s6 Se descubrió, una vez examinada esta pie­za de joyería, que era casi 700 años más antigua que el en­terramiento. Se trataba de una vieja reliquia babilónica que había ido transmitiéndose a lo largo de veinte generaciones y que en algún momento, y por la razón que fuese, había ido a parar a Grecia.

Esta pequeña reliquia es un recordatorio material de la tenacidad con que se pueden retener cosas de valor, incluso a través de períodos turbulentos y de migraciones. Así fue como los restos esparcidos de historia micénica acabaron en la litada de Homero: el enorme escudo de Áyax, las espadas tachonadas de plata, las sólidas murallas de Troya y la rique­za en oro de Micenas, que correspondían a tiempos muy an­teriores, se preservaron y se transmitieron en historias fieles.

Pero además de las reminiscencias de la gloria micénica se transmitieron también recuerdos de épocas más recien­tes y más dolorosas. La litada habla despreocupadamente de desterrados suplicantes que habían huido de sus hogares después de matar a hombres de elevada posición, de la venta de los cautivos como esclavos, del saqueo de ciudades, de las amenazas de usurpación..., todo lo cual aporta turbios atis­bos del período de agitación en el que su tradición se forjó.57 Es a esos recuerdos concretos a los que debemos las imáge­nes más evocadoras e inquietantes de la litada. Las predic­ciones de Príamo de que vivirá para ver «a niños inocentes estrellados contra el suelo en el ardor del combate» y de que su propio cuerpo será despedazado por sus perros, revelan­do lamentablemente sus partes pudendas de anciano...: la especificidad escalofriante de estas escenas surge, sin duda, no de la invención poética, sino de la memoria histórica. La matanza y la esclavitud de los pueblos conquistados son lu­gares comunes de la guerra, como los tratados rotos y los co­mandantes ineptos, pero también se pueden encontrar equi­valentes históricos de los acontecimientos menos genéricos

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más característicos de la Ilíada. La embajada de Príamo a Aquiles para pedirle el cadáver de su hijo, por ejemplo, hace pensar en un texto hitita que nos habla también de una ma­dre que ruega por su hijo: «Habría marchado sin duda con­tra él y le habría destruido por completo, pero él envió a su madre a mi encuentro». Mursili II nos dice en un documento escrito a finales del siglo x iv a. C.: «Y como una mujer vino

' a mi encuentro y se inclinó ante mis rodillas, cedí a ella».58«Al principio de su historia los griegos pasaron por sus

propios fuegos del infierno. Conocieron (lo que Roma como un todo no conoció) la otra cara de la gloria y lo que signifi­caba en el fondo», escribió el gran estudioso Gilbert Murray sobre el largo y difícil período migratorio que siguió a la caí­da del mundo micénico.59

Kleos (‘gloria’, ‘fama’ , ‘renombre’) es algo que figura en el corazón de la epopeya. La idea de que la muerte valerosa queda compensada por la gloria es muy antigua, está amplia­mente atestiguada en la poesía indoeuropea y en otras. Sal­vaguardar esa fama y otorgarla es privilegio de poetas como Homero: la gloria de Aquiles es eterna porque es el héroe de la Ilíada.60 Esta útil creencia seguiría cultivándose en épo­cas futuras, igual que en las épocas antiguas del pasado. No hace falta alejarse de los Dardanelos, del «Helesponto» de Homero, para ver, frente a la propia llanura de Troya, ce­menterios de guerra que recuerdan a los miles de soldados que murieron en la campaña criminalmente mal dirigida de Gallipoli en 1 91 5, con esa misma idea. «Su nombre vive eter­namente. Su gloria no se olvidará», dicen las apretadas lápi­das de Gallipoli.

Fue a esa vieja idea a la que Homero se enfrentó, a través de Aquiles, quien dice a los miembros de la embajada:

H ay dos clases de destino que me van llevando hacia el día de la muerte. Si me quedo aquí y lucho al pie de la ciudad de los troyanos,

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nunca volveré a la tierra patria, pero mi gloria será eterna; y si regreso a casa, a m i querida tierra patria, no brillará mi gloria, pero tendré una larga vida y mi final en la m uerte no llegará tan rápido.Y éste sería el consejo que les daría tam bién a otros: zarpad de vuelta a casa.

La vida es más valiosa incluso que la gloria. Aquiles nunca vacila en este juicio. No es por la gloria, al fin y al cabo, por lo que sacrifica su vida, sino por Patroclo.61 El juicio de Aqui­les se reitera significativamente y se subraya de nuevo en la continuación de la litada, la Odisea. En una escena emotiva de la parte central de esa epopeya, Odiseo desciende al H a­des, donde se encuentra con las sombras de las almas de hé­roes de la guerra de Troya. Mientras la Etiópida cuenta cómo «Tetis arrebata a su hijo de la pira y lo traslada a la Isla Blan­ca»,62 una especie de pequeño paraíso para héroes, Home­ro se esfuerza por resaltar, de nuevo, que Aquiles no puede eludir su destino totalmente mortal.

«Hijo de Laertes y semilla de Zeus, habilidoso Odiseo; ¿como pudiste | soportar descender hasta aquí, hasta la mo­rada de Hades, donde habitan los muertos insensibles, | me­ras imitaciones de los mortales que han perecido?», dice el espectro de Aquiles a su antiguo compañero.

Con una reverencia cuidadosa, contesta Odiseo:

«H ijo de Peleo, el más grande con m ucho de los aqueos, Aquiles: no ha habido antes ningún hom bre más bendecido que tú, ni lo habrá jamás. Antes, cuando estabas vivo, los argivos te

honrábam oslo mismo que a los dioses, y ahora en este lugar tienes gran autoridad sobre los muertos. N o te aflijas, ni siquiera en la muerte, Aquiles». A sí hablé, y él por su parte me respondió diciendo:«O h, divino O diseo, no intentes nunca consolarm e de haber

muerto.

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G L O R I A E T E R N A

Preferiría seguir em pujando un arado para otro,ser alguien al que no se ha asignado siquiera una parcelay que no tiene apenas para vivir,a ser un rey entre todos los m uertos que han perecido».

O disea n, 473 y ss.Ä3

¿Qué habría pasado si Aquiles hubiese seguido su primer impulso y hubiese vuelto a Ftía y alcanzado allí la vejez? Tal vez habría estado midiendo con pasos inquietos las salas del palacio de su padre; tal vez, como veteranos desilusionados de guerras posteriores, se habría ido a los bosques y las mon­tañas de su infancia, rodeado por su inescrutable banda de hermanos, los mirmidones. Pero no siguió ese impulso, y la conclusión de la litada deja claro que Aquiles morirá en una guerra que no tiene absolutamente ningún sentido para él.

Así quedó fijada finalmente la tradición marcial de siglos que heredó Homero. Las emocionantes y sangrientas bata­llas, los discursos heroicos y el orgullo de la aristeia de un guerrero: todo se ha conservado fielmente, junto con los dra­máticos perfiles de la vieja historia. La lliada se mantiene siempre fiel a sus tradiciones.

Pero también se mantiene siempre fiel a su tema, que es la guerra. Homero, honrando la nobleza del sacrificio y el va­lor de un soldado, concluye sin embargo resueltamente su epopeya con una secuencia de funerales, duelo inconsolable y vidas destrozadas. La guerra desnuda ante nosotros la tra­gedia de la mortalidad. El héroe, aunque gane la gloria, no tendrá ninguna recompensa por su muerte.

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A G R A D E C I M I E N T O S

M i prim era deuda de gratitud, y la más obvia, es con la University o f Chicago Press por perm itirm e generosam ente incluir grandes sec­ciones de la traducción que hizo de la Ilíada R ichm ond Lattim ore; me resulta difícil im aginar este libro sin ese texto.

H ay toda una serie de personas que me han proporcionado, a lo largo de los años, experiencias o intuiciones m em orables que fo r­m an parte de este libro. Jen n y Law rence me proporcionó m i prim er viaje a Troya a cargo de la revista Natural History. Asim ism o, un en­cargo de National Geographic trajo consigo una serie de reuniones con especialistas muy destacados en la materia; recuerdo en parti­cular una tarde en Cam bridge con el difunto Jo h n Chadw ick, figura relevante en el descifram iento y el estudio de la escritura lineal b ;

una deliciosa com ida en Atenas con el doctor Spyros Iakovidis, director de campo de excavaciones en M icenas; y una jornada inol­vidable, desde el amanecer hasta cerca del ocaso, con el difunto M anfred Korfm ann, director de las nuevas excavaciones de Troya.

Tuve la inm ensa buena suerte de estudiar bajo la dirección de dos notables especialistas hom éricos m ientras trabajaba en mi doctorado en la U niversidad de Colum bia. C reo que pertenezco a un pequeño subgrupo de doctorandos que disfrutaron realmente escribiendo su tesis, gracias en buena parte a la bondad, la aten­ción y la perspicacia de mi supervisora, Laura Slatkin, quien con­tinuó asesorándom e en m uchas obras ajenas a la cultura clásica que escribí m ucho después de abandonar Colum bia. L a amplitud y la profundidad que la experiencia de R ichard Jan ko aportaba a cualquier tema ya eran legendarias cuando yo estaba en Colum bia, y quiero agradecerle aquí el tiem po que dedicó generosam ente a leer m i m anuscrito, pese a su exigente program a de trabajo. Sus co­m entarios fueron indefectiblem ente valiosos y m ejoraron el libro.

H ubo una serie de conferencias que sirvieron para poner a prue­ba este libro, y agradezco cada una de ellas (doy las gracias también a Jen n y Law rence, que fue quien tuvo la idea de celebrar las p ri­meras). H ago extensiva además mi gratitud a la N ew Y ork Society

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A G R A D E C I M I E N T O S

Library, la Century Association, el Reading G ro u p de la difunta señora A stor y a je a n Strouse, directora del D orothy and Lew is B. Cullm an Center for Scholars and W riters de la B iblioteca Pública de N ew York. L a m ayoría de esas conferencias contaron con la ventaja de las emocionantes lecturas de la litada a cargo del actor Sim on Prebble, al que agradezco que influyese tanto en su éxito.

Tam bién he de dar gracias especiales a mi editora en V iking, W endy W olf, por su habilidad para orientarm e a través de mi p ro ­p ia erudición; fue asimismo ella quien me animó a escribir este libro, ayudada y secundada por m i agente, Anthony Sheil, así que, al final del viaje, reconozco mi deuda con ambos. Tam bién debo m ostrar m i agradecim iento en V iking a B ruce G iffo rd s y a Carla Bolte, por su excelente labor en las exigentes tareas del diseño y la producción editorial, respectivam ente.

M ás cerca ya de casa, me gustaría dar las gracias a Lau ra Rollison, Jo y ce Bruce, G ary M cC oo l y al personal de la Lam son Library, Plym outh State University, por la ayuda incalculable que me p res­taron para que pudiese obtener los m uchos y rem otos libros y artículos que este libro requería. Tam bién me gustaría agradecer a Belinda y Jo h n Knight y a L ind a B aker Folsom su apoyo infalible en el frente doméstico.

Finalm ente, doy las gracias a mi herm ana Joann a A lexander y a mi m adre, Elizabeth Kirby, por escuchar mis pensam ientos iliá- dicos a lo largo de los años, y a m i cuñado, Ron H askins, por sus ideas perspicaces, fruto de su experiencia de com bate, así com o a G eorge Butler por recordarm e, repetidam ente, que he sacado más provecho que H om ero de su historia.

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N O T A S

1 La tentativa más rigurosa y detallada de fechar la lliada mediante el análisis estadístico de la incidencia de rasgos lingüísticos clave en los poe­mas homéricos respecto a otra poesía antigua es la de Richard Janko, Hom­er, Hesiod and the Hymns, (Cambridge, 1982, y proporciona como marco cronológico los años 750-725 a. C. Esta fecha de mediados a finales del si­glo V I I I a. C. goza de amplia aceptación. Para argumentos en favor de una fecha posterior, hacia 670-660 a. C., véase M. L. West, «The Date of the lliad», Museum Helveticum, 52 (1995), pp. 203-219.

2 Tomado de Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, O x­ford, 2004, p. 98.

3 Apiano, 3, 2.13, tomado de Katherine Callen King, Achilles: Para­digms o f the War Hero from Homer to the Middle Ages, Berkeley y Los A n­geles, 1987, p. 118.

4 E l seguimiento de la lliada, y sobre todo de Aquiles, hasta la Edad Media se ha tomado libremente de la obra de King antes citada.

5 George Steiner, «Homer in English translation», en Robert Fowler, ed., The Cambridge Companion to Homer, Cambridge, 2007, p. 3 65.

6 Para la historia de la traducción de los poemas de Homero al inglés, véase Simeon Underwood, English Translators o f Homer: From George Chapman to Christopher Logue, Plymouth (Reino Unido), 1998.

7 Estrabón, Geografía, i, 3.2, tomado de Horace Leonard Jam es, trad., Strabo·. Geography, vol. 1, Cambridge (Mass.), 1917, p. 179.

PREF ACI O

L A S C O S A S Q U E L L E V A B A N

1 The Contest o f Homer and Hesiod, en M. L. West, ed. y trad., Home­ric Hymns. Homeric Apocrypha. Lives o f Homer, Cambridge (Mass.), 2003, pp. 319 y ss.

2 M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, O xford, 2007, pp. 229 y ss.

3 Tomo estas características de M. L. West, «The Rise o f the Greek Epic » ,journal o f Hellenic Studies, 108 (1988), p. 158.

4 Carol G . Thomas y Craig Conant, The Trojan War, Westport (Con­necticut), 2005, p. 41.

5 «Existe una evidente falta de información secundaria disponible so­

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bre el ejército micénico. Se trata de una omisión notoria en el estudio de la guerra antigua, dado el carácter tan militarista de la cultura micénica». Nicolas Grguric, The Mycenaeam c. 1650-1100B.C., Botley, Oxford, 2005, p. 6; es probable que este breve «texto escolar» ilustrado ofrezca la infor­mación más amplia disponible sobre el ejército y el arte militar micénicos.

6 Aunque hay numerosos estudios sumamente especializados sobre as­pectos específicos del mundo micénico, el resumen más accesible es Cit­ies o f Legend: The Mycenaean World, de K. A. y Diana Wardle, Londres, 1997. Mycenaean Citadels c. 1350-1200B.C., de Nie Fields, Botley, Oxford, 2004, es una guía moderna bien ilustrada de los grandes yacimientos mi­cénicos. John Chadwick relata de forma apasionante la historia de las ta­blillas de lineal B en The Decipherment o f LinearB, Cambridge, 1990. Des­pués de que Michael Ventris descifrara el código, él y Chadwick fueron los principales responsables de hacer accesible al mundo el contenido de las tablillas; en cuanto a los documentos, véase M. Ventris y J. Chadwick, Do­cuments in Mycenaean Greek, 2.a ed., Cambridge, 1973.

7 John Chadwick, The Decipherment o f Linear B, pp. 159 y ss. El pate­tismo y las implicaciones históricas del asedio troyano se analizan en Mi­chael Wood, In Search o f the Trojan War, ed. rev., Londres, 2005, pp. 182 y ss.

8 John Chadwick describe las diferentes categorías del trabajo femeni­no en «The Women of Pylos», J.-P. Olivier y Th. G. Palaima, eds., Texts, Tablets and Scribes: Studies in Mycenaean Epigraphy and Economy, Sala­manca, 1988, pp. 43-96.

9 Sobre la intromisión micénica en Anatolia, véase Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, Oxford, 2004, p. 259; la deportación de los habitantes anatolios se analiza en la p. 102.

10 Véase un resumen de las pruebas de contactos entre micénicos e hiti- tas en Wolf-Dietrich Niemeier, «Mycenaeans and Hittites in War in West­ern Asia Minor», en Robert Laffineur, ed., Potemos: Le contexte guerrier en Egée à l'Age du Bronze, Lieja, 1999, pp. 141-155; y Wood, pp. 182 y ss.

“ Manfred Korfmann describe la topografía de Troya en «Troy: Topog­raphy and Navigation», en Machteld J. Mellink, ed., Troy and the Trojan War, Bryn Mawr (Pennsylvania), 1986, pp. 1-16. Sobre la probabilidad de malaria en Troya y la sanidad en general, véase J. Lawrence Angel, «The Physical Identity of the Trojans», en Mellink, pp. 63-76, especialmente p. 67; figs. 24-26. Los restos óseos troyanos de todas las épocas son esca­sos: cuarenta y cinco muestras de Troya V ia V llb , restos en su mayor parte de cremaciones. El índice de mortalidad niño-muchacho-adulto se calcula en 6-2-10, «posiblemente mejor que en la Grecia contemporánea» (p. 68).

12 Tras un período de casi dos siglos, se construyeron niveles adiciona­les desde el 800 a. C. (aprox.) hasta la época romana.

13 Para una guía de Troya, véase Nie Fields, Troy c. i/oo-i2foB.C.,Bot-

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ley, Oxford, 2004. La revista Studia Troica ha publicado desde 1991 los ex­celentes y detallados informes de campo sobre la excavación en curso rea­lizada bajo los auspicios de la Universidad de Tubinga y dirigida por Man­fred Korfmann hasta su muerte prematura en 2005. Wood (pp. 46 y ss.), aporta el mejor informe sobre la historia de la excavación desde Heinrich Schliemann. H. Craig Melchert, ed., The Luwians, Leiden, 2003, contiene una colección de ensayos sobre la cultura y la historia luvitas.

14 La extensión y la importancia de Troya V I se convirtieron en tema de un debate inesperadamente acalorado que habría resultado divertido si no hubiese sido tan injurioso. En pocas palabras: Frank Kolb, colega de M anfred Korfmann, director de las nuevas excavaciones de Troya, asegu­ró que las reconstrucciones de Korfmann sobre la escala y la importancia de la ciudad eran «fragmentos de fantasía». El espectáculo de la batalla entre catedráticos de la Edad del Bronce atrajo a los desconcertados y d i­vertidos medios de comunicación al congreso que se celebró en 2002 en Tubinga. ¡Es asombroso que un yacimiento arqueológico de más de 3200 años de antigüedad despierte tales pasiones! El debate tuvo un resultado feliz: especialistas en historia anatolia efectuaron un análisis riguroso de todas las pruebas existentes hasta la fecha relacionadas con la arqueología y la historia del yacimiento. Su valoración, favorable a Korfmann, es un re­sumen conciso del registro arqueológico. Véase D. F. Easton, J . D. H aw k­ins, A. G . Sherratt y E. S. Sherratt, «Troy in Recent Perspective», Anato­lian Studies, 52 (2002), pp. 75-109. Frank Kolb expone su hipótesis en «Troy VI: A Trading Center and Commercial City?», American Journal o f Archaeology, ιο8 (2004), pp. 577-614.

15 Manfred Korfmann, «Troia: A Residential and Trading City at the Dardanelles», en R. Laffineur y W. D. Niemeier, eds., Politeia: Society and State in the Aegean Bronze Age, vol. 1, Lieja, 1995, pp. 173-183; laminas x x m - x x x i n .

16 Véase Kyriacos Lambrianides y Nigel Spencer, «Unpublished M ate­rial from the Deutsches Archäologisches Institut and the British School at Athens and Its Contribution to a Better Understanding of the Early Bronze Age Settlement Pattern on Lesbos», Annual o f the British School at Athens, 92 (1997), pp. 73-107; y Nigel Spencer, «Early Lesbos between East and West: A “ G rey A rea” o f Aegean Archaeology», Annual ofthe British School at Athens, 90 (1995), pp. 269-306, especialmente 273 y ss.

17 Más concretamente, Wilusa era uno de los cuatro reinos de Anatolia occidental denominados «territorios de Arzawa» en los archivos. Trevor Bryce, The Trojans and Their Neighbours, Abingdon, Oxon, 2006, pp. 107 y ss. Bryce y Michel Wood, In Search o f the Trojan War, pp. 214 y ss., anali­zan el carácter de la relación de Troya con el imperio hitita y su estatus en Anatolia.

18 Véase Trevor R. Bryce, «Ahhiyawans andMycenaeans— an Anatolian

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Viewpoint», Oxford Journal o f Archaeology, 8, n.° 3 (1989), pp. 297-310.19 La primera forma griega delitos habría sido Wilios, utilizando la «di­

gamma» con un sonido aproximado de w, una letra que figura en la lineal B

y que aún «se percibe» en los poemas homéricos, sobre todo por ciertas anomalías métricas que se resuelven reintroduciendo la letra perdida. En tiempos, había sido común a todos los dialectos griegos, y desapareció de cada uno en épocas distintas. La confirmación del entorno hitita geográ­fico y político se consiguió en fecha relativamente reciente con la traduc­ción de una inscripción clave monumental de una pared rocosa muy ero­sionada; véase J . D. Hawkins, «Karabel, Tarkondemos and the Land of Mira: N ew Evidence on the Hittite Em pire Period in Western Anatolia», 'Würzburger Jahrbücher für die Altertumswissenschaft, 23 (1998), pp. 7-14; y J . D. Hawkins, «Tarkasnawa King o f Mira: «Tarkondemos», Bogazköy Sealings and Karabel», Anatolian Studies, 48 (1998), pp. 1-31.

20 Véase el texto fragmentado completo de esta carta en John Garstang y O. R. Gurney, The Geography o f the Hittite Empire, Londres, 1959, pp. 111- 114; la referenda a Wilusa figura en I V, 7-10, p. 113.

21 Sobre el sello, véase J. David Hawkins y Donald F. Easton, «A Hier­oglyphic Seal from Troia», Studia Troica, 6 (1996), pp. in -118 .

22 Véase testimonio del comercio de Troya en Bryce, The Trojans and Their Neighbours, pp. 122 y ss.

23 Manfred Korfmann, «BejikTepe: New Evidence for the Period of the Trojan Sixth and Seventh Settlements», en Mellink, pp. 17-28 y figs. 14-23.

24 Para las escasas pruebas de presencia micénica en la región del mar Negro y un examen de los diversos obstáculos para la penetración micéni­ca, véase Marta Guzowska, «The Trojan Connection or Mycenaeans, Pen- teconters, and the Black Sea», en Karlene Jones-Bley y D. G. Zdanovich, eds., Complex Societies o f Central Eurasia from the 3rd to the ist Millenni­um B.C., vol. 2, Washington, D.C., 2004, pp. 504-517; Korfmann indica que, todavía en 1908, el Black Sea Pilot del Almirantazgo británico afirma­ba que el fuerte viento contrario que sopla en los Dardanelos «dura tanto a veces que no es extraño ver2000300 b arc0s [...] esperando viento fa­vorable y duradero»; Korfmann, «Troy: Topography and Navigation», 7. Benjamin W. Labaree sostiene en «How the Greeks Sailed into the Black Sea», American Journal o f Archaeology, 6 1,1 (1957), pp. 29-33, que los na­vegantes expertos podrían haber aprovechado las variaciones mensuales de los vientos cambiantes del sur tanto en el Bosforo como en el mar Negro.

25 Richard Janko expone esta posibilidad en «G o away and rule» (rese­ña de Troy and Homer: Towards a Solution o f an Old Mystery, de Joachim Latacz), Times Literary Supplement (15 de abril de 2005), pp. 6-7.

16 En la Iliada ( 5,628-6 51) se alude al primer saqueo de Troya por Hera­cles; véase P. B. S. Andrews, «The Falls of Troy in Greek Tradition», Greece &Rom e, 2.“ serie, vol. 12, n.° 1 (abril de 1965), pp. 28-37; Andrews sugiere

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P Á G I N A S 26-29que el motivo de la guerra de Troya fue una incursión para robar caballos. Sobre la expedición fallida a Troya, en la que los griegos desembarcaron por error cerca de otra ciudad, véase Cipríada, argumento 7; Estrabón cen­sura la correría: Estrabón, Geografía, 1, 1.17. E l suceso ofrece un curioso paralelismo con textos hititas: L . A. Gindin y V. L . Tsymbursky, «The A n ­cient Greek Version of the Historical Event Reflected in a Hittite Text», Vestnik Drevnejlstorii, 176 (1986), pp. 81-87 (resumen en inglés del ruso, p. 87). Rhys Carpenter sostiene que las dos tentativas aqueas contra Troya representan dos tradiciones: «una escuela (¿hemos de llamarla eólica?) que vincula a Troya y su río con Teutrania, en Pérgamo, por encima del [río] Caicos, y la otra (¿hemos de llamarla jónica?) al Helesponto, en Ilion, con la orilla del Escamandro»; Rhys Carpenter, Folk Tale, Fiction, and Saga in the Homeric Epics, Berkeley y Los Angeles, 1958, pp. 57 y ss. La historia del primer desembarco erróneo es el tema del fragmento de un poema de Ar- quíloco descubierto hace poco: «Los hijos y los hermanos de los inmorta­les a quienes Agamenón llevaba a la sagrada Ilion a hacer la guerra embar­caron alegremente en sus veloces naves. E n esa ocasión, llegaron a aque­lla costa porque se habían extraviado. Atacaron la hermosa ciudad de Teu- tra, y allí, bufando de furia al par de sus caballos, experimentaron un gran desánimo, pues creían que estaban atacando la ciudad de Troya la de altas puertas, aunque en realidad estaban pisando la tierra de Misia producto­ra de trigo ...» (P. Oxy, L X I X 4708, trad. D. Obbink). Pueden verse la tra­ducción y las imágenes de este nuevo y emocionante descubrimiento papi- rológico en www.papyrology.ox.ac.uk/POxy/monster/demo/Pagei.html.

27 Tucídides, i, 11-12, en History o f the Peloponnesian War, trad. Rex Warner, ed. rev., Nueva York, 1972, p. 42.28 Ilíada, 9, 328-329. Sobre las tradiciones relacionadas con estas otras incursiones y su sublimación en la Ilíada panhelénica, véase Gregory Nagy, The Best o f the Achaeans: Concepts o f the Hero in Archaic Greek Poetry, Baltimore, 1979, pp. 140 y ss. En cuanto a las numerosas asociaciones de Lesbos en particular con la tradición de la guerra de Troya, véase Em ily L . Shields, «Lesbos in the Trojan War», Classical Journal, 13 (1917-1918), pp. 670-681.

29 Sobre el final del mundo micénico y la Edad Oscura que siguió, véa­se Carol G . Thomas y Craig Conant, Citadel to City-State: The Transforma­tion o f Greece: 1200-700 B.C.E., Indiana University Press, Bloomington e Indianápolis, 1999; y Robin Osborne, Greece in theMaking: 1200-479B.C., Londres, 1996. Un estudio clásico sobre las pruebas arqueológicas de es­te período de la gran transición es V. R. d’A. Desborough, The Last My- cenaeans and their Successors: An Archaeological Survey c. 1200-1000B.C., Oxford, 1966. Para la Edad Oscura, véase The Greek Dark Ages, también de V. R. d’A. Desborough, Nueva York, i9 72 ;yA . M. Snodgrass, TheDark Age o f Greece: An Archaeological Survey o f the Eleventh to Eighth Centu-

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ries B.C., ed. rev., Edimburgo, 2000. Para la Beocia micénica, véase John M. Fossey, Topography andPopulation o f Ancient Boeotia, vol. i, Chicago, 1988, especialmente pp. 424 y ss.; para Tesalia, Bryan Feuer, The Northern Mycenaean Border in Thessaly, Oxford, 1983. También Desborough ana­liza la migración de los tesalios en The Greek Dark Ages, pp. 87 y ss. Las pruebas de la llegada de los micénicos a Lesbos y su aparente coexistencia con la población lesbia se analiza en Spencer, «Early Lesbos between East and West», pp. 269-306, especialmente pp. 275-276.

30 Sobre la evolución de la épica y la etapa eólica, véase West, «The Rise of the Greek Epie», pp. 151-172; y Paul Wathelet, «Les phases dialectales de l ’épopée grecque et l ’apport de l ’éolien», Eikasmos, 14(2003), p p .9-26. Richard Janko expone de forma sucinta y clara esta compleja historia lin­güística en The «Iliad»: A Commentary, Volume IV: Books 13-16, Cambrid­ge, 1992, pp. 15 y ss. («The Aeolic Phase of the Epic Tradition»).

31 Sobre la importancia del entorno de Troya, véase, por ejemplo, Bryce, The Trojans and Their Neighbours, p. 189.

32 Para fraseología anatolia en la Ilíada, véase, por ejemplo, Emile Ben- veniste, Indo-European Language and Society, trad. Elizabeth Palmer, Cor­al Gables (Florida), 1973, pp. 371 y ss., sóbrela palabra eolio-frigia para «la gente» del rey en Homero; y Jaan Puhvel, «An Anatolian Turn of Phrase in thellliad», American Journal o f Philology, 109 (i988),pp. 591-593. Cu­riosamente, a pesar de las oleadas migratorias que siguieron produciéndo­se durante varias generaciones, el registro arqueológico Índica que los mi­cénicos recién llegados no desplazaron la cultura lesbia nativa, por lo que cabe suponer que los inmigrantes usurpadores no fueron totalmente into­lerantes con las costumbres anatolias. La relación entre los habitantas na­tivos de Lesbos y los colonizadores eolios en la época arcaica, pero con im­plicaciones en la edad del Bronce tardía/Edad Oscura, se analiza también en Nigel Spencer, «Multi-dimensional Group Definition in the Landscape of Rural Greece», Nigel Spencer, ed., Time, Tradition and Society in Greek Archaeology: Bridging the «Great Divide», Londres-Nueva York, 1995.

33 Los contactos entre Lesbos y la Eubea jónica, la isla estrecha y alarga­da situada frente a la Grecia continental, convierte a ésta en lugar apropia­do para esa transferencia, una probabilidad corroborada por ciertos ele­mentos de la Ilíada·. West, «The Rise of the Greek Epie», pp. 166 y ss. So­bre pruebas convincentes de la difusión eubea de la épica homérica, véase Thomas y Conant, The Trojan War, pp. 65 y ss.

34 Transferencias similares entre lenguas de culturas distintas se descri­ben en West, «The Rise of the Greek Epie», pp. 171-172.

3 5 Para los poetas homéricos: Demódoco, en la corte de los feacios, apa­rece en Odisea, 8, 43 y ss., 8, 254 y ss. y 8, 486 y ss.; Femio, en Itaca, en 1, 153 y ss. y 22, 330 y ss.

36 También perpetúa esta tradición el «homérico» «Himno a Apolo de

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P Á G I N A S 29-34Delos»: «Acordaos de mí en el futuro si alguna vez viene aquí algún sufri­do forastero y pregunta: “ ¡ Oh, doncellas, ¿cuál es vuestro cantor preferido y el que más os complace?” . Respondedle entonces todas al unísono: “Es un hombre ciego y vive en la rocosa Quíos: todos sus cantos siguen siendo supremos”», (w. 166 y ss.); en West, Homeric Hymns, p. 85.

37 Véase, no obstante, Andrew Dalby, «The Iliad, the Odyssey, and Their Audiences», Classical Quarterly, 45 (1995), pp. 269-279, que sostie­ne que las audiencias eran más humildes.

38 Sobre la división en libros, véase Nicholas Richardson, The «lliad»: A Commentary, Volume VI: Books 21-24, Cambridge, 1996, pp. 20-21; en cuanto a la hipótesis de que el propio poeta hizo las divisiones, véase Bru­ce Heiden, «The Placement of «Book Divisions» in the Iliad», Journal o f Hellenic Studies, 118 (1998), pp. 68-81.

39 Herodoto, Historia, 2 ,116 .40 La principal fuente de nuestro conocimiento sobre los poemas épi­

cos perdidos es la Crestomatía de Proclo, o «compendio de conocimiento útil», reproducida en M. L. West, ed. y trad., Greek Epic Fragments: From the Seventh to theFifth Century, Cambridge (Mass.), 2003. La distribución de los temas de estas epopeyas indica que los poemas se compusieron cui­dadosamente en torno a los poemas homéricos; es decir, se remiten a H o­mero. Véase un estudio de las posibles fechas y autoría de los poemas so­bre la guerra de Troya y lo que puede espigarse de los poemas perdidos en West, ibid., pp. 12 y ss. La relación de los poemas perdidos con los poemas de Homero se analiza en Jonathan S. Burgess, The Tradition o f the Trojan War in Homer and the Epic Cycle, Baltimore, 2001. Malcolm Davies aporta una sucinta visión general del ciclo en The GreekEpicCycle, Londres, 2003.

41 Las semillas de la trágica visión homérica de la guerra parecen ha­ber sido algo inherente al cuerpo más amplio de la tradición épica. En la perdida Cipríada, por ejemplo, se decía que el plan de Zeus era «liberar a la tierra nutricia del peso de la humanidad avivando el gran conflicto de la guerra de Troya para aligerar la carga a través de la muerte». Cypria, frag­mento i, en West, Greek Epic Fragments, pp. 81-8 2; véase también Hesio­do, Catalogue o f Women orEHOIAI, w . 11, 3 y ss., en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: Volume 2, The Shield. Catalogue o f Women. Other Fragments, Cambridge (Mass.), 2007, fragmento 155 (continuado), 223. La misma Ilia­da parece aludir a esta tradición; sobre las resonancias entre la Cipríada y el proemio de la litada, véase G. S. Kirk, The Iliad: A Commentary, Volu­me I: Books 1-4, Cambridge, 1985, subentrada v. 5, p. 53; y R. Scodel, «The Achaean Wall and the Myth of Destruction», Harvard Studies in Classi- calPhilology, 86 (1982), pp. 33-50; y también J. Marks, «The Junction Be­tween the Kypria and the Iliad», Phoenix, 56 (1-2) (2002), pp. 1-24. Los antecedentes orientales del «mito de la destrucción» se analizan también en M. L. West, The East Face o f Helicon: West Asiatic Elements in Greek

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Poetry an d M y th , Oxford, 1997, pp. 48oyss.;y Walter Burkert, T he O rien ­talizing R evo lu tio n , trad. Margaret E. Pinder y Walter Burkert, Cambridge (Mass.), 1992, pp. 100 y ss. La aplicación de este mito a la historia de la guerra de Troya «ha de remontarse a la época en que se hizo evidente que la guerra de Troya, aunque acabase con una victoria, era el principio del fin de la era micénica»: T. B. L. Webster, From M ycenae to H om er, Nueva York, 1964, p. 181. Ruth Scodelha analizado recientemente las pruebas de que tanto el ciclo épico de la guerra de Troya como la Ilíada la considera­ban inútil y destructiva, en «Stupid, Pointless Wars», Transactions o f the A m erican P h ilo lo g ica l A ssociation, 138 (2008), pp. 219-23 5.

42 Ilia d , i, 152 y ss.; 1, 277 y ss.; 1, 293 y ss.

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1 G . S. K irk, The Iliad: A Commentary, Volume I: Books 1-4, Cam brid­ge, 1983, subentrada vv. 29-31 , p. 36, cita a Aristarco y es el comentarista moderno.

2 Ibid., subentrada v. 39, p. 57; el escoliasta es Apolonio el Sofista. Para A polo Esminteo, véase Simon Pulleyn, Homer: «litad» I, O xford, 2 0 0 0 , subentrada v. 39, pp. 1 34 y ss.

3 Sobre el ciclo, véase «Las cosas que llevaban», nota 41. Sobre el tema épico de neikos, o ‘disputa’ , entre héroes, véase Gregory Nagy, Between the Achaeans: Concepts o f the Hero in Archaic Greek Poetry, Baltimore, 1979, pp. 22 y ss.

4 Las citas son, respectivamente, Cypria, argumento 9, p. -jj-,Aithiopis, argumento i, p. n i ; y Aithiopis, argumento 4, p. 1 1 3 ; todas en M. L. West, ed. y trad., Greek Fine Fragments: From the Seventh to the Fifth Century B.C., Cambridge (Mass.), 2003.

5 Hesíodo, Catalogue o f Women or EHOIAI, en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: Volume 2, TheShield. Catalogue o f Women. OtherFragments, Cambridge (Mass.), 2 0 0 7 , fragmento 155 (continuación), pp. 231-232; tam­bién cuenta la historia Estesícoro, en David A, Campbell, Greek Lyric III: Stesichorus, Ibycus, Simonides, and Others, Cambridge (Mass.), 200 1 , frag­mento 190, p. 91.

6 Sobre el cetro, véase Kirk, subentrada vv. 234-239, pp. 7 7 y ss.7 «Cincuenta eran las veloces naves en que Aquiles, | caro a Zeus, llevó

a sus hombres a Troya, y en cada una | iban en las bancadas cincuenta, que eran sus compañeros de armas» (Ilíada, 1 6 , 1 6 8 - 1 7 0 ) . E l argumento 1 2 de la Cipríada hace alusión al «plan de Zeus para librar a los troyanos hacien­do que Aquiles abandonara la alianza griega»; West, Greek EpicFragments, p. 81. Esto indica un motivo dramático muy distinto de la ausencia de A qui­les, en el que no hay disputa, ni cólera, ni intervención de Tetis.

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8 Sobre el significado más probable de «hecatombe», véase Kirk, su­bentrada v. 65, p. 6o.

9 Sobre la reticencia de Homero, véase Jasper Griffin, «The Epic Cy­cle and the Uniqueness o í Hornet», Journal o f Hellenic Studies, 97 (1977), PP· 39"53· Briareo figura con otros dos monstruos hermanos en la Teo­gonia («Genealogía de los dioses») de Hesíodo, como aliado esencial de Zeus en su lucha contra los titanes por la supremacía; véase, por ejemplo, Theogony, 149, en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: Volume 1, Theogo- ny. Works andDays. Testimonia, Cambridge (Mass.), 2006, p. 15. Otra tra­dición, conservada en un fragmento de un poema épico desaparecido, ti­tulado Titanomaquia («La batalla de los titanes», de Eumelo), dice que Ai- gaion (Egeón) «luchó al lado de los titanes» contra Zeus. West, Greek Epic Fragments, pp. 225-226.

10 Cronos, padre de Zeus en la mitología griega, sabiendo que uno de sus hijos estaba destinado a destronarle, fue devorándolos a todos, salvo a Zeus, a quien su esposa sustituyó por una piedra envuelta en pañales para engañarle. Cronos fue inducido después a devolver a sus hijos, que, guia­dos por Zeus, le destronaron. También él había accedido al poder destro­nando y castrando a su padre Urano; H esíodo relata toda la historia en su Teogonia (véase en Most, Hesiod: Theogony, pp. 39 y ss.). E l canto hitita de Kum arbi relata algunos temas similares de engaño y castración de un dios primordial; véase M. L. West, The East Face o f Helicon: West Asiatic Elements in Greek Poetry and Myth, O xford, 1997, pp. 277 y ss.

11 Sobre la función en la sociedad heroica de los hombres de antaño, en particular del padre de un héroe, véase Bruce Karl Braswell, «Mytho­logical Innovation in the Iliad», Classical Quarterly, nueva serie, 21, n.° 1 (i97o),pp .i6-26 ;y Caroline Alexander, «Appeals to Tradition in the Iliad, with Particular Reference to Achilles», tesis doctoral, Columbia Universi­ty, 1991.

12 The Odes o f Pindar, trad. C. N. Bowra, Londres, 1969, pp. 52-53.13 Laura M. Slatkin expone y analiza conmovedoramente las implica­

ciones de este mito transformador en su trascendental obra The Power o f Thetis: Allusion and Interpretation in the «Iliad», Berkeley y Los Ange­les, 1991. En cuanto a la validez de recurrir a una referencia tan tardía co­mo Píndaro como prueba de una tradición iliádica, véase la nota 26 de las pp. 76-77. El destino de Tetis es también un elemento dramático impor­tante en Prometeo encadenado de Esquilo, w . 907 y ss.

14 Se producen ensueños ilusorios parecidos en muchas aventuras mi­litares; véase el informe de un comandante de la Infantería de Marina es­tadounidense del Destacamento Tarawa sobre el hecho de que, al aproxi­marse a Nasiriya, al sur de Irak, en marzo de 2003, los soldados habían lle­gado a creer que los defensores de la ciudad depondrían las armas y «co­locarían flores en los cañones de nuestros fusiles, alzarían a sus niños para

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que los besáramos y nos entregarían las llaves déla ciudad». Tim Pritchard, «When Iraq Went Wrong», The New York Times, 5 de diciembre de 2006.

15 Xiphos=qi-si-pe-e en las tablillas de lineal b ; véase Kirk, subentrada w. 2.45, p. 118.

16 La puesta a prueba del ejército es un motivo presente en la literatura y la mitología del Oriente Próximo antiguo, donde opera como medio pa­ra descartar a los cobardes antes de entrar en combate. Véase, por ejem­plo, West, The East Face o f Helicon, pp. 207-208.

17 Tersites protagonizó otra disputa épica con Aquiles; según la Etió- pida\ «Aquiles mata a Tersites, tras haber sido injuriado y ofendido por su supuesto amor» a la reina de las amazonas (Etiópida, argumento 1), y el pa­saje iliádico es sin duda una alusión al arraigado odio épico entre los dos hombres. En cuanto a Tersites como contraimagen de Aquiles— el peor (aischistos) aqueo frente al mejor— , véase Nagy, pp. 259 y ss.

18 Sobre el origen de Tersites, véase P. Chantraine, «À propos de Ther­sites», L’Antiquité Classique, 32 (1963), pp. 18-27.

'9 Jam es F. M cGlew, «Royal Power and the Achaean Assembly at Iliad 2.84-393», Classical Antiquity, 8, n.° 2 (octubre de 1989), p. 290.

20 «La jefatura de Agamenón es tan desastrosa y sus desatinos a menu­do tan evidentes que ha parecido innecesario investigar más sobre el pro­pósito de Homero». Dean C. Hammer, « “Who Shall Readily Obey? ” : Au­thority andPolitics in the Iliad», Phoenix, 51,1 (1997), p. 4.

11 Sobre pautas de cambio de jefatura en el siglo v in a. C., véase, por ejemplo, Carol G. Thomas y Craig Conant, Citadel to City-State: The Trans­formation o f Greece, 1200-700B.C.E., Indiana University Press, Blooming­ton, 1999, pp. 132 y ss.

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1 «La vega asiática del Caistro», donde se congregan las aves silvestres, puede identificarse con la llanura aluvial del río que aún lleva ese nombre (Kaÿstro) y que desemboca al lado de Éfeso, en la costa egea de Turquía. J . V. Luce, Celebrating Homer’s Landscapes: Troy and Ithaca Revisited, Yale University Press, New Haven (Connecticut), 1998, pp. 15 y ss.

1 Sobre las diversas exposiciones de la égida y su relación con el dios del trueno, véase Richard Janko, The «lliad»: A Commentary, Volume IV: Books 13-16, Cambridge, 1992, subentrada w . 308-311, pp. 260-261.

3 Sobre los símiles homéricos, véase William C. Scott, The Oral Na­ture o f the Homeric Simile, Leiden, 1974. Menos técnico y más accesible esG . P. Shipp, Studies in the Language o f Homer, 2.“ ed., Cambridge, 1972.Y también Carroll Moulton, Similes in the Homeric Poems, Gotinga, 1977, especialmente pp. 27 y ss., sobre la cascada de imágenes del Libro II.

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4 Este verso, la traducción del 2488, sustituye la traducción de Latti- more, que dice (con el verso anterior): «¿Quiénes, pues, de ésos fueron los caudillos y señores de los dáñaos? | En cuanto a la multitud, no los mencio­naré, no les daré nombre». La enmienda aclara la ambigüedad de que «la muchedumbre» (pléthus) no se refiere a «la multitud de caudillos», sino a «la multidud», las masas, es decir, la tropa. Sobre esta aclaración y sus im­plicaciones, véase Bruce Heiden, «Common People and Leaders in Iliad Book 2: The Invocation of the Muses and the Catalogue of Ships», Trans­actions o f the American Philological Association, 138 (2008), pp. 127-154.

s En cuanto a la diversidad de opiniones de los especialistas, véaseA. Giovannini, Etude historique sur les origines du catalogue des vaisseaux, Berna, 1900, que cree que el Catálogo data del siglo v i l a. C. aproxima­damente; y R. Hope Simpson y J. F. Lazenby, The Catalogue o f Ships in Homer’s «Iliad», Oxford, 1970, cuya equilibrada exposición de las prue­bas arqueológicas les induce a postular un origen micénico del registro de topónimos, revisado después por la tradición. De igual modo, Mark W. E d ­wards, «The Structure of Homeric Catalogues», Transactions o f the Ame­rican Philological Association, n o (1980), pp. 81-105, sostiene que aunque la lista de topónimos es micénica, los elementos descriptivos aplicados a ellos no lo son. G. S. Kirk hace un estudio de las propuestas eruditas y del Catálogo sucinto pero detallado en The «lliad»: A Commentary, Volume I: Books 1-4, Cambridge, 1985, pp. 168-240.

6 Las tablillas de lineal B halladas recientemente en Tebas confirman la existencia de un lugar antes ilocalizable (Eleân), que se nombra en el Ca­tálogo: «los que poseían Eleón, Hila y Peteón» (litada, 2, 500). Para los nombres reseñados en las tablillas tebanas y la región que describen, véa­se Louis Godart y Anna Sacconi, «La géographie des états mycéniens», Comptes rendus de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres (1999), 2, pp. 527-546; para las poblaciones individuales, véase E. Visser, Homers Ka­talog der Schiffe, Stuttgart y Leipzig, 1997, pp. 201-266.

7 Hay una lista de formas tardías en Shipp, 235 y ss. Sobre el uso en el Catálogo de la forma jónica tardía nées para «nave», véase Kirk, p. 171.

8 Otros documentos de la Edad del Bronce aluden a la posibilidad de esa lista de la tripulación. La tablilla de lineal B #53 Ani2 de Pilos da «una lista del número de remeros que tenían que proporcionar diversas ciuda­des para una expedición a Pleurón»: e-re-ta pe-re-u-ro-na-de i-jo-te (para el griego eretai Pleuronade tontes), ‘remeros para ir a Pleurón’»; se enume­ran treinta hombres, una lista que sugiere la dotación de un barco. Véase M. Ventris y J. Chadwick, Doccuments in Myceaean Greek, 2.“ ed., Cam­bridge, 1973, pp. 183-184; también figura en Kirk, p. 239.

9 El Catálogo está estructurado en tres recorridos o circuitos: Grecia central y meridional; Creta, Rodas y las islas del Dodecaneso; y, con menor precisión, Grecia septentrional y Tesalia. Listas que recuerdan el Catálo-

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go sobreviven en registros y documentos de otras regiones del mundo de la Edad del Bronce. Un poema que conmemora las hazañas de Ramsés II en la batalla de Kadesh (que libraron egipcios e hititas hacia el 1275 a. C.) contiene, por ejemplo, una lista no de naves sino de carros:

Ordenó entonces que acudieran muchos jefes,cada uno con sus carros,provistos de sus armas de guerra:el jefe de Arzawa y el de Masa,el jefe de Irun y el de Luka,el de Dardani y el de Carquemish,el jefe de Karkisha, el de Jaleb,los hermanos del de Katti todos juntos,con un total de mil carros que se incorporaron al combate.

La cita procede de Miriam Lichtheim, AncientBgyptian "Literature: A Book o f Readings, Berkeley, 1976, vol. 2: The New Kingdom, pp. 66-67. «Darda­ni» seguramente alude a los dárdanos, uno de los nombres que da Home­ro a los troyanos: véase Trevor Bryce, The Trojans and Their Neighbours, Abingdon, Oxon, 2006, p. 136.

El registro histórico griego ha preservado listas de tributos y listas de lugares de celebraciones religiosas de la época clásica y posteriores que in­dican que la función prosaica original del Catálogo tal vez fuera la de ser­vir para elaborar un censo. Giovannini (pp. 53 y ss.) analiza estas listas re­ligiosas y políticas a partir del siglo V a. C., deteniéndose, en particular, en los viajes realizados por los enviados a ciudades cuya importancia religio­sa les confería la condición de «receptoras de enviados sagrados». Así que existen diversas razones conocidas por las que tal vez se hubiera elaborado una compilación de topónimos en la Edad del Bronce tardía. Considera­do con suficiente veneración para que se salvaguardase durante siglos, es­te sumario panhelénico de geografía política micénica se habría adaptado luego a la forma poética, embellecido con epítetos impresionantes pero a menudo con seguridad genéricos— «la bien edificada», «la de los grandes viñedos», «la sagrada»— , y dándoles un nostálgico puesto regio en la épi­ca panhelénica en formación.

10 La importancia que da el Catálogo a los diversos contingentes no co­rresponde a su relevancia en la litada·, los beodos, que reciben una de las notas más generosas del Catálogo, apenas se mencionan en otras partes del poema, por ejemplo, mientras que las notas de los contingentes mirmido­nes y de los isleños de Salamina, guiados respectivamente por héroes im­portantísimos en él como Aquiles y Áyax, reciben escasa atención. Se ha especulado sobre un posible origen beocio, o una influencia beoda, por­que la «poesía de catálogo» era uno de los géneros preferidos en Beocia. El

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poeta beocio Hesíodo era célebre por poemas que son esencialmente largas listas poéticas: de las generaciones de los dioses (Teogonia), de las genea­logías mitológicas (Ehoiai o Catálogo de las mujeres), de los movimientos de los astros (Astronomía), de las labores agrícolas (Los trabajos y los días).

11 «Para el público oyente, [el Catálogo] sería la parte más impresio­nante, que demostraba la suprema técnica del cantor y daba información de suma importancia»: Minna Skafte Jensen, The Homeric Question and the Oral-Formulaic Theory, Copenhague, 1980, p. 79.

12 Véase Heiden, pp. 127-154.13 Véase, por ejemplo, Ruth Finnegan, Oral Literature in Africa, Oxford

University Press, 1970, pp. 122-123.14 Los escolios (Ab) se citan en el comentario de Kirk, subentrada

v. 776, pp. 241-242.15 Estrabón, Geografía, 1 , 1.11, en Horace Leonard Jones, trad., Strabo:

Geography, vol. 1, Cambridge (Mass.), 19 17, p. 179; su error en el emplaza­miento de Troya figura en 13, i, 34-36.

16 Un comentarista ha sugerido que tal vez el Helesponto fuese «ilimi­tado» (apeirön) sencillamente porque se desconocían sus límites: Luce, 44. Véase un examen del paisaje de la Tróade en Luce, pp. 21 y ss., y p. 236, nota 10.

17 Sobre la colina de la maleza o, de forma más prosaica, la «colina del zarzal», como la denomina G. S. Kirk, «los dioses inmortales la llaman tum­ba de la muy saltadora o brincadora Mirina». Un escolio indica que Miri- na era una amazona, pero este testimonio aislado resulta poco convincen­te. «Saltar— danzar o brincar como especula Kirk— sugiere algún acto ri­tual» (Kirk, subentrada vv. 813-814, p. 247). Se dice que la Cipríada incluía un catálogo de aliados de los troyanos: Cypria, argumento 12, ed. y trad, de M. L. West, Greek Epic Fragments: From the Seventh to the Fifth CenturyB.C., Cambridge (Mass.), 2003, p. 81. No hay medio de saber lo extenso que era, pero el breve catálogo de la lliada sigue aquí. El hecho de que se den nombres griegos a casi todos los caudillos demuestra que la lista no procede de ningún documento histórico desaparecido, sino que se creó para la epopeya. El libro de referencia más asequible del catálogo troya- no, en cuanto al catálogo de las naves, es Kirk, 248 y ss. Sobre el hecho de que pueda hacerse eco de alianzas de Anatolia occidental en la Edad del Bronce, véase Michael Wood, In Search o f the Trojan War, ed. rev., Lon­dres, 2005, pp. 278-279.

18 El nombre de Héctor aparece por primera vez en la litada en 1, 242, significativamente en las palabras de Aquiles: «Entonces, aunque te afli­jas, I nada podrás hacer cuando gran número de ellos, ante el homicida Héctor, I caigan y mueran».

19 Sobre el origen micénico del nombre de Héctor, véase Paul Wathe- let, Dictionnaire des Troyens de l’lliade, vol. i, Lieja, 1988, pp. 497 y ss.

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20 Sobre el tema de los hermanos desigualmente emparejados, véase K. Reinhardt, «The Judgement of Paris», en G. M. Wright yP. V. Jones, trads., Homer: German Scholarship in Translation, Oxford, 1997, pp. 184 y ss. Es sorprendente que el importante papel de Héctor haya desplazado en la Ilíada al de su hermano Paris, que, desde el punto de vista dramático, y no digamos ya desde el moral, tendría que ser el defensor de la ciudad que ha puesto en peligro; y lo mismo sucede con Agamenón, que despla­za a su hermano Menelao, que debiera ser también, por razones dramáti­cas y morales, el caudillo del ejército reclutado para rescatar a su esposa Helena.

21 Un análisis conciso de los argumentos a favor y en contra de la inven­ción homérica de Héctor se expone en Jonathan S. Burgess, The Tradition o f the Trojan War in Homer and the Epic Cycle, Baltimore, 2001, pp. 64 y ss. John A. Scott expuso primero la teoría en «Paris and Hector in Tradition and in Homer», Classical Philology, 8, 2 (1913), pp. 160-171; y fue enérgica­mente refutada por Frederick M. Combellack— al parecer, todavía indig­nado por un artículo escrito treinta años antes— , «Homer and Héctor», American Journal o f Philology, 6 5,3 (1944), pp. 209-243.

22 Aiolos, definido en Richard John Cunlíffe, ^4 Lexicon o f the Homeric Oialect, Norman (Oklahoma), 1963, p. 12.

23 El término se aplica también una vez a Ares, dios de la guerra, en 20, 38. Véase un análisis del término en Kirk, subentrada v. 816, pp. 250-251.

24 Sobre «Paris/Alejandro», véase Wathelet, pp. 8 14y ss.; y sobre «Pría­mo», ibid., pp. 909-910. Paris suele ser el nombre preferido para los tro- yanos, Alejandro para los griegos. Irene J . F. de Jong sugiere en «Paris/ Alexandras in the Iliad», Mnemosyne, 40 (i987), pp. 124-128, que «man­teniendo el nombre “troyano” ‘Paris’ , Homero tal vez quisiese introdu­cir un elemento “ realista” en la representación de los troyanos como ha­blantes de una lengua extranjera». Un tratado de hacia el 1300 a. C. entre el rey hitita Muwatali II y Alaksandu de Wilusa obliga a éste, a sus hijos y a sus nietos después de él a un juramento de lealtad, convirtiendo así a Wilusa en Estado vasallo del rey hitita. Se plantea entonces la cuestión de por qué el soberano de la anatolia Wúusa-Wilios-Ilios tenía nombre grie­go. En el mismo tratado se insinúa una razón posible, pues en él el rey hi­tita estipula que, a la muerte de Alaksandu, el tratado seguirá obligando a su heredero: «Al hijo tuyo que designes para el trono [sea de] tu espo­sa o de tu concubina». En otras palabras, el hijo adoptado de una concu­bina extranjera podía ser el legítimo soberano de Wilusa. Sobre el trata­do, véase Gary Beckman, Hittite Diplomatie Texts, 2.“ ed., Atlanta, 1999, sección 5, 8 8. Se ha sugerido que el peculiarísimo lenguaje de esta cláusu­la se haya adaptado a una circunstancia específica, como la posibilidad de que el propio Alaksandu fuese hijo de una concubina extranjera o adopta­do: véase Joachim Latacz, Troy and Homer: Towards a Solution o f an Old

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Mystery, Oxford, 2004, pp. 117-118. Así que, irónicamente, mientras que la epopeya quizá haya retenido el nombre asiático exótico «Paris» preci­samente porque sugería un detalle realista, es el más familiar «Alejandro» el que evoca a un príncipe histórico de Troya.

25 Modificación de «una plegada túnica roja», según la traducción de Lattimore.

26 El verbo tejer es huphainein. Ejemplos del uso «masculino» figuran en Ilíada, 3, 212; 6,187; 7,324.

27 Hay muchos estudios sobre el mundo doméstico de las mujeres tro­yanas. Véase, por ejemplo, Maria C. Pantelia, «Spinning and Weaving: Ideas of Domestic Order in Homer», American Journal o f Philology, 114,4 (invierno de 1993), pp. 493-501. Véase un estudio sobre el papel de las mujeres como hilanderas, tejedoras y otras artesanas expertas, según se desprende de los documentos de lineal b , en Jon-Christian Billigmeier y Judy A. Turner, «The Socio-Economic Roles of Women in Mycenaean Greece: A Brief Survey from the Evidence of the Linear B Tablets», en Helene P. Foley, eà.,Reflections ofWomen in Antiquity, Nueva York, 1981, pp. 1-18.

28 Sobre ainös, véase Cunlíffe, p. 12; y Kirk, subentrada v. 158, p. 285.29 «Al mismo tiempo un buen rey y un diestro lancero»: este verso era

un lema favorito de Alejandro Magno.30 Es interesante considerar lo que la ley hitita decía sobre la situación

de Helena:(1) Si un hombre toma a una mujer en las montañas (y la viola), el hom­

bre es culpable y ha de morir. Pero sí la toma en la casa de ella, la culpable es la mujer y ha de morir. Si el marido de la mujer los sorprende (en el ac­to) y los mata, no comete delito (artículo 197).

(2) Si él [el marido] los lleva a la puerta del palacio [«■ decir, al tribu­nal reaï\ y declara: «Mi esposa no morirá», puede salvarle la vida a ella, pero ha de salvar también al amante. Entonces él puede cubrirla con un velo (artículo 198).

Tomado de Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, Oxford, 2002, pp. 127-128.

31 Hay una célebre evocación del eidolon o fantasma de LIelena en un poema perdido del poeta Estesícoro (s. v i a. C.), de quien se decía que se había quedado ciego antes por difamarla. Sobre testimonios del poema perdido, véase David A. Campbell, Greek Lyric III: Stesichorus, Ibycus, Si­monides, and Others, Cambridge (Mass.), 2001, fragmentos 19 2-193, pp. 93 y ss. Heródoto afirma que le habían contado lo de la estancia de Helena en Egipto cuando él estuvo allí (Historia, 2 ,116-120). Desde luego, en la Odi­sea Helena tiene una relación estrecha con Egipto, visitase o no alguna vez el país (Odisea, 4, 219 y ss.). Según Otto Skutsch, en «Helen, Her Name and Nature», Journal o f Hellenic Studies, 10 7 (1987), pp. 188-193, «en He-

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lena se fusionan dos figuras mitológicas», la diosa de la fertilidad y el fenó­meno del fuego de San Telmo, destructor de naves.

31 La lliada alude más adelante (n, 138 y ss.) al hecho de que el troyano Antímaco propusiera matar a Menelao «allí mismo» durante su embajada, aunque al parecer había sido una voz solitaria en la asamblea troyana.

33 Véase un estudio de las similitudes entre los acuerdos homéricos tal como se sellan aquí entre aqueos y troyanos con un juramento, y los for­matos de tratados de Oriente Próximo, en Peter Karavites, Promise-Giv- ing and Treaty-Making: Homer and the Near East, Leiden, 1992; y en Jaan Puhvel, Homer and Hittite , Innsbruck, 1991, pp. 9 y ss.

34 El rescate de un héroe por una deidad en momentos críticos es tema tradicional en muchas culturas; véase, por ejemplo, M. L. West, The East Face o f Helicon: West AsiaticElements in Greek Poetry and Myth, Oxford, 1997, PP· 99 y ss. West describe lo que parece una escena de rescate divi­no representada en un cuenco de plata ciprio que data del 700 a. C. apro­ximadamente, basada evidentemente en una historia fenicia. Otros conje­turan que el nexo Afrodita-Paris-Helena refleja el arquetipo indoeuropeo de la Diosa de la Aurora y sus amantes mortales; véase Ann Suter, «Aph­rodite/Paris/Helen: A Vedic Myth in the Iliad», Transactions o f the Amer­ican Philological Association, 1 17 (1987), pp. 51-58; y Deborah Dickmann Boedeker, Aphrodite's Entry into Greek Epic, Leiden, 1974.

35 Cipríada, fragmento 10, en West, Greek Epic Fragments, pp. 89 y ss. Sobre las muchas versiones del linaje y el nacimiento de Helena, véase Tim­othy Gantz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sources, vol. i, Baltimore, 1993, pp. 318 y ss.

36 M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, pp. 229 y ss.

37 Linda Lee Clader analiza el presunto origen griego preépico de He­lena en Helen: The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradi­tion, Leiden, 1976; véase también Skutsch, pp. 188-193.

38 Sobre Afrodita, véase Walter Burkert, Greek Religion: Archaic and Classical, trad. John Raffan, Cambridge (Mass.), 1985, pp. 152 y ss.

39 Compárese con la descripción que hace el poeta lírico Alceo (a co­mienzos del siglo v i a. C.) de la seducción de Helena por París:

[Paris]sobrecogió el corazón de la argiva Helena,lo hizo agitarse en su pecho, y ella subió a la nave, loca por aquel visitante troyano traidor a su anfitrión, y le siguió por el mar,

dejando atrás a su preciosa hija, dejando el suntuoso lecho de su esposo,

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pues [Cipris/Afrodita] había extraviado con la lujuria a la hija de Zeus y Leda.

Tomado de Anne Pippin Burnett, trad., Three Archaic Poets: Archilochus, Alcaeus, Sappho, Cambridge (Mass.), 1983, p. 186.

40 Sobre la seducción, véase M. W. Edwards, Homer: Poet o f the «Iliad», Baltimore, 1987, pp. 196-197.

41 «Vuelven a empuñar las armas y a pensar en la lucha» (4, 222): Mnë- santo de charmés-, charmes es una palabra polémica, que algunos comenta­ristas remiten a la raíz '"char-, ‘gozo’ , significando así ‘el gozo del comba­te’ , ‘el entusiasmo por la lucha’ , como, por ejemplo en Georg Autenrieth, A Homeric Dictionary, Robert P. Keep, trad., Piscataway (Nueva Jersey), 2002, pp. 328-329. Sin embargo, la noción de «gozo» en el combate es tan ajena a la Ilíada que casi todos los traductores y estudiosos remiten el término al «sentido primitivo de la raíz *gar- (el griego *char-), y lo expli­can como el ‘brillo’ , la ‘llama ardiente’ de la batalla». Véase Walter Leaf y M. A. Bayfield, The «lliad» o f Homer, vol. i, Londres, 1971, subentrada v. 222, pp. 346-347. Así, «combate, batalla; ánimo, esfuerzo, ardor parala lucha; el arte de la guerra, guerra, combate», en Cunliffe, p. 418,

42 Kirk (subentrada vv. 51-53, p. 336) afirma que Argos «estuvo habi­tada siempre desde la Edad del Bronce, e incluso parece haberse librado de daños mayores a finales del l h i i i b » (hacia 1200 a. C.), pero es una ob­jeción engañosa. Las pruebas arqueológicas demuestran que una serie de centros micénicos anteriormente importantes como Tirinto, Atenas y Ar­gos se mantuvieron con poblaciones más reducidas, pero también esos cen­tros desaparecieron hacia finales del siglo x i l y principios delxi a. C.; véa­se, por ejemplo, Carol G. Thomas y Craig Conant, Citadel to City-State: The Transformation o f Greece, 1200-700 B.C.E., Indiana University Press, Bloomington, 1999, pp. 1-31. Teniendo en cuenta el colapso general de to­dos los centros importantes de la Argólida y otros lugares del continente, la existencia de pequeñas poblaciones tenaces en las ruinas de un solo asenta­miento no habría mitigado mucho la creencia de generaciones posteriores de que habían perdido su mundo.

43 La lista de epítetos figura en Walter Leaf, The Iliad, vol. i, Londres, 1900, subentrada v. 222, p. 170.

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1 Véase Wolf-Hartmut Friedrich, Wounding and Death in the «Iliad»: Homeric Techniques o f Description, Gabriele Wright y Peter Jones, trads., Londres, 2003, especialmente el Apéndice del doctor K. B. Saunders cita­do en el texto, pp. 16 1 y ss.

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I Tanto la Epopeya de Manas kazaka como la kalmuka Dzhangariada se citan en C. M. Bowra, Heroic Poetry, Londres, 1961, pp. 57-58; tomado de Manas: KirgizkiiEpos, Moscú, 1946, p. 335, y d^Dzhangariada: Geroiches- kaya Poema Kalmykov, S. A. Kozín, ed., Moscú, 1944, p. 219.

3 Seth L. Schein, The Mortal Hero: An Introduction to Homer's «lliad», Berkeley y Los Angeles, 1984, pp. 72 y ss., describe de forma elocuente la insistencia de la Iliada en la mortalidad de sus héroes. Sobre heridas de guerra y su tratamiento en la Edad del Bronce, véase Robert Arnott, «War Wounds and Their Treatment in the Aegean Bronze Age», en Robert Laf- fineur, ed., Polemos: Le contexte guerrier en Egée à l’Âge du Bronze, Lieja, 1999, pp. 499-507.

4 Sobre el origen y ei destino de Eneas, véase Timothy Gan tz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sources, vol. 2, Baltimore, 1993, pp. 713 y ss. Otras fuentes de la genealogía de Eneas son el «Himno homérico a Afrodita», w . 196-198; y la Teogonia de Hesiodo, 1008-1010. Su tradición heroica se repasa en el último capítulo de este libro, «Gloria eterna»; véa­se la nota 48. Los recientes descubrimientos de a d n se describen en John Hooper, «Etruscan Mystery Solved», Guardian, 18 de junio de 2007, p. 23.

5 Los cuatro ejemplos de rescate divino de Eneas figuran en 5, 311 y ss. (por Afrodita), 5,445 y ss. (por Apolo), 20, 92-93. (relato de un rescate an­terior, por Zeus) y 20, 318 y ss. (porPoseidón, que lo justifica aludiendo al destino de Eneas).

6 James V. Morrison analiza las implicaciones de estas «casi muertes»,o partes en que parece que la lliada amenaza con trastocar un elemento na­rrativo tradicional, en «Alternatives to the Epic Tradition: Homer’s Chal­lenges in the Iliad», Transactions o f the American Philological Association, 122 (1992), pp. 61-71.

7 La soberanía de Diomedes sobre Argos embrolla la geografía heroi­ca, como si pareciera estar invadiendo territorio micénico de Agamenón. Sobre los problemas planteados por la geografía del reino de Diomedes, véase G. S. Kirk, The «lliad»: A Commentary, Volume I: Books 1-4, Cam­bridge, 1985, pp. 180-181.

s Tebaida, argumento 9, en M. L. West, ed. y trad., Greek Epic Fragments: From the Seventh to the Fifth Century B.C., Cambridge (Mass.), pp. 51 y ss.

9 Sobre el antiguo origen tribal de Diomedes, véase Gilbert Murray, The Rise o f the Greek Epic: Being a Course o f Lectures Delivered at Harvard University, Oxford, 1924, pp. 215 y ss.

10 Paiéon sólo aparece en el Libro V de la lliada: en los textos de lineal B

de Cnosos aparece un «Pajawone». Véase G. S. Kirk, The «lliad»: A Com­mentary, Volume II: Books 5-8, Cambridge, 1990, subentrada vv. 398-402, pp. 102 y ss.; también Walter Burkert, Greek Religion: Archaic and Classi­cal, trad. John Raffan, Cambridge (Mass.), 1985, p. 43.

II La terminología de la muerte la tomamos de Jasper Griffin, Homer

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on Life and Death, Oxford, 1983, p. g 1, el estudio más elocuente y conmo­vedor sobre la muerte en ambas epopeyas de Homero.

12 La frase aisima pareipôn, traducida aquí como «porque pedía justi­cia» (Ilíada, 6, 62), es más ambigua en griego. Aisima tiene varios significa­dos, desde ‘lo justo o correcto’ hasta ‘lo que decreta el destino’ . Véase, por ejemplo, Richard John Cunliffe, A Lexicon o f the Homeric Dialect, Univer­sity of Oklahoma Press, Norman, 1963, p. 14.

13 Del escudo, «es raro que un héroe corriera cinco kilómetros a tra­vés de territorio controlado por los troyanos, llevando un peso tan gran­de y, además, en la posición precisa para que le despellejara los tobillos».H. L. Lorimer, Homer and theMonuments, Londres, 1950, p. 184. El escu­do de Héctor representa el recuerdo poético de una pieza auténtica de ar­madura micénica que, sin embargo, no se usó nunca de la forma descrita.

14 Salmos, 103,15-16.15 Eclesiástico o Sirac, 14:18; véanse éste y otros elementos orientales de

la historia de Belorofonte en M. L. West, The East Face o f Helicon: West Asiatic Elements in Greek Poetry and Myth, Oxford, 1997, pp. 364 y ss.

16 Sobre los símbolos y el conocimiento de la escritura hítita en la Edad del Bronce griega, véase Trevor R. Bryce, «Anatolian Scribes in Mycenaean Greece», Historia, 48, n.° 3 (1999), pp. 257-264, especialmente pp. 261- 262. Sobre el naufragio y su contenido, véase George F. Bass, «Oldest Known Shipwreck Reveals Splendors of the Bronze Age», National Geo­graphic (diciembre de 1987), pp. 693-733. Sobre la tablilla y otros restos del naufragio hay una exposición y un análisis excelentes, de fecha más re­ciente, en Cemal Pulak, «The Uluburun Shipwreck and Late Bronze Age Trade», en Joan Aruz, Kim Benze y Jean M. Evans, eds., Beyond Babylon: Art, Trade, and Diplomacy in the Second Millennium B.C., Nueva York y New Haven, 2008, pp. 288-385. Sóbrela historia de Belerofonte y algunas implicaciones de ella en la epopeya, véase Murray, pp. 175-176. Véase tam­bién el detallado comentario de Kirk sobre los muchos aspectos oscuros de la historia en The «Iliad», vol. 2, subentrada vv. 152-211, pp. 177 y ss.

17 Ayaan Hirsi Ali, Infidel, Nueva York, 2007, pp. 4,135. La recitación del linaje del clan de su abuela la salvó más tarde de un asalto a punta de cuchillo al quedar demostrado que era «hermana» de su asaltante.

18 Algunos expertos interpretan la ausencia característica de Paris del campo de batalla como vestigio de una tradición de la «cólera de París», similar a la de Aquiles. Véase Johannes Th. Kakridis, Homeric Researches, Lund, 1949, pp. 43 y ss.; y Leslie Collins, «The Wrath of Paris: Ethical Vo­cabulary and Ethical Type in the Iliad», American Journal o f Philology, 108 (1987), pp. 220-232.

I? Kirk cita a Aristarco (Arn/A) en The «Iliad», vol. 2, subentrada w. 433-439, p. 217.

10 S. Farron, «The Character of Hector in the Iliad·», Acta classica, 21

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(1978), pp. 39-57, hace un breve estudio de las opiniones eruditas sobre Héctor y expone la teoría de que Homero subraya deliberadamente la de­bilidad militar de Héctor para que resulte un personaje entrañable.

11 Little Iliad, West, Greek Epic Fragments, fragmento 29, pp. 139 y ss.22 Sobre Astianacte en la épica y el arte tempranos, véase Jonathan

S. Burgess, The Tradition o f the Trojan War in Homer and the Epic Cycle, Baltimore, 2001, pp. 65 y ss., y Apéndice C, p. 186. En cuanto ala teoría de que la muerte de Astianacte puede reflejar la práctica en el Oriente Próxi­mo del sacrificio de niños en los asedios, véase Sarah P. Morris, «The Sacri­fice of Astyanax: Near Eastern Contributions to the Siege of Troy», en JaneB. Carter y Sarah P. Morris, eds., The Ages 0 /Homer: A Tribute to Emily Townsend Vermeide, University of Texas Press, Austin, 1995, pp. 221-245; el capítulo aporta también ejemplos conmovedores de poesía del Oriente Próximo en que se lamenta la caída de las ciudades.

23 Esta cruda realidad la reconocieron incluso comentaristas antiguos que destacaron la «violencia impúdica» de que eran víctimas las mujeres cautivas. Immanuel Bekker, Scholia in Homeri Iliadem, Berlín, 1825, su- bentrada v. 22, 62, p. 589.

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1 Sobre el valor de diez bueyes según los especialistas, véase W. Ridge­way, Journal o f Hellenic Studies, 8 (1873), p. 133.

2 Sobre la lira en sí, véase Bryan Hainsworth, The «Iliad»: A Commen­tary, Volume III: Books 9-12, Cambridge, 1993, subentrada vv. 186-187, pp. 87-88.

3 Para pruebas internas de que «el episodio de la embajada se cuen­ta entre los últimos episodios e ideas que se incorporan a la Illa da», véase ibid., subentrada v. 609, pp. 289-290 y ss. Sobre la respuesta competitiva de un poeta como Homero a su tradición en general, véase James V. Morri­son, «Alternatives to the Epic Tradition: Homer’s Challenges in the Iliad», Transactions o f the American Philological Association, 122 (1992), pp. 61-71.

4 Para fuentes relacionadas con la vida y la trayectoria de Peleo, véase Timothy Gantz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sour­ces, vol. i, Baltimore, 1993, pp. 222 y ss.; y para su matrimonio con Tetis, ibid., pp. 228 y ss.

5 E l asesinato de Foco por su hermanastro Peleo se atestigua en frag­mentos á&l&Alcmeónida, una epopeya perdida, fechada de forma insegu­ra en el siglo v i a. C.: «Allí el divino Telamón le asestó un golpe [a Foco] en la cabeza con un disco en forma de rueda y Peleo alzó rápidamente el brazo sobre la cabeza y le golpeó en medio de la espalda con un hacha de bronce». Alcmeonis, x, en M. L. West, ed. y trad., Greek Epic Fragments:

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From the Seventh to the Fifth Centuries B.C., Cambridge (Mass.), 2003, p. 59. Píndaro alude vagamente a la historia en Nemeas, 5, 7 y ss., trad.C. M. Bowra, The Odes o f Pindar, Londres, 1969. Otra tradición (Apolo- doro, La Biblioteca, 3,13 ,1-3) describe a Peleo como asesino involuntario de su primer suegro, Euritión, en el curso de la legendaria Cacería del Ja ­balí de Calidón. En este relato, después de haber sido recibido y purifica­do del asesinato de Foco por Euritión en Ftía, Peleo se casa con la hija de éste y tiene con ella una hija, Polidora. Aunque la fuente es tardía—Apo- lodoro escribió en el siglo π a. C.— , la Ilíada también alude indirectamen­te a la tradición, citando a «la hija de Peleo, la bella Polidora» (16, 175).

6 Sobre el extraordinario número de hijos desterrados por sus padres que luego fueron reyes en el exilio, véase Margalit Finkelberg, «Royal Suc­cession in Heroic Greece», Classical Quarterly, nueva serie, 41, 2 (1991), pp. 303-316.

7 Píndaro, Nemeas, 3, 33 y ss. Sobre las consecuencias históricas y míti­cas del saqueo de Yolco, véase M. L. West, «The Rise of the Greek Epie», journal o f Hellenic Studies, 108 (1988), pp. 151-172, especialmente p. r6o.

8 Las posibles implicaciones de la corte de proscritos de Peleo se anali­zan en el capítulo «Caído». Sólo podemos hacer conjeturas sobre cuál era el tratamiento aprobado de los desterrados en la Grecia de la Edad del Bron­ce y del Hierro. Por otra parte, el testimonio anatolio de la Edad del Bronce es claro: «Si algún súbdito del rey de Ugarit o algún ciudadano de Ugarit,o un sirviente de un súbdito del rey de Ugarit se marcha y entra en el terri­torio de los hapiru [bandas semiautónomas de filibusteros] de Mi Majes­tad, yo, Gran Rey, no lo aceptaré, sino que lo devolveré al rey de Ugarit». «Edict of Hattusili III of Hatti concerning Fugitives of Ugarit», en Gary Beckman, Hittite Diplomatic Texts, 2.“ ed., Atlanta, 1999,33, p. 178.

9 La Biblioteca, 3,13,5 , en J. G. Frazer, trad., Apollodorus. The Library, vol. 2, Cambridge (Mass.), 1976, p. 67. E l relato de Apolodoro, aunque tardío, se cita por su viveza. La cerámica cretense atestigua la captura de Tetis por Peleo ya a mediados del siglo Vil a. C.; Gantz, vol. 1, p. 229. La primera referencia literaria figura en Píndaro, Nemeas, 3,33-36 y 4, 62-65.

10 Véase, por ejemplo, el apéndice X en Frazer, pp. 383-388.“ Algunos relatos atribuyen la decisión de Zeus a otras causas. La epo­

peya Ciprtada perdida decía que «Tetis rehuyó la unión con Zeus para com­placer a Hera, y que el dios se irritó y juró que haría que viviera con un mor­tal». West, Greek Epic Fragments, Cypria, fragmento 2, p. 83. En la Iliada, sin embargo, Hera se refiere a Tetis como una «a la que yo misma | cuidé y crié y se la entregué como esposa a su marido | Peleo, alguien muy estima­do por los inmortales» (24, 59-61), y sus palabras dan a entender que fue un trato amoroso y no punitivo.

12 Un fragmento de Alceo (escrito en el siglo v i a. C.) respalda la exis­tencia de la tradición de una unión más dichosa: «y el amor de Peleo y

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la mejor hija de Nereo floreció; y al cabo de un año, ella tuvo un hijo, el más hermoso semidiós»; Alceo 42, en David A. Campbell, Greek Lyric I: Sappho. Alcaeus, Cambridge (Mass.), 1982, fragmento 42, pp. 257 y ss.

13 También Píndaro:

[...] Y él [Peleo] rechazó enseguida sus abrazos.Temía la cólera de su padre, Dios de los Huéspedes, pero Zeus, el que agrupa las nubes, rey de los Inmortales, se fijó en ello y prometió desde el cielo que pronto tendría por esposauna doncella marina de las Nereidas, áureas hilanderas.

Tomado de Nemean, 5, 33 y ss., en Bowra, The Odes o f Findar, pp. 39-40.14 Píndaro se refiere a la rectitud de Eaco en ïtsmica, 8, 25 y ss. Véase

su papel como juez de los muertos en Platón, Gorgias, 52.4a·15 Hesiodo, Catálogo de las mujeres, 58 y ss., en Glenn W. Most, ed. y

trad ,,Hesiod\Volitme 2, The Shield. Catalogue o f Women. OtherTragments, Cambridge (Mass.), 2007, fragmento 152, pp. 217 y ss.

16 Véase, por ejemplo, T. B. L. Webster, From Mycenae to Homer, Nue­va York, 1964, p. 186, que postula que «aún es posible ver, tras el relato de Licurgo sobre Diomedes, el de Belerofonte sobre Glauco y el de Peleo so­bre Aquiles, un poema más breve en el que probablemente se enumerase a los tres héroes con otros, como ejemplos de prosperidad que se convirtió en adversidad».

Los notables paralelismos entre Tetis y Eos, la diosa del amanecer, apor­tan un elemento aclaratorio adicional a la imagen que nos da la lliada de Peleo como un hombre definido por una triste ancianidad. Los estudios lingüísticos y temáticos han demostrado que ambas diosas (junto con Afro­dita) presentan atributos del prototipo de Diosa de la Aurora indoeuro­pea. Reduciendo esa comparación a sus elementos más simples, tanto Te­tis como Eos se asocian al mar, ambas se unen a mortales y ambas tienen hijos mortales que luchan en Troya (sobre los paralelismos entre Tetis y Eos, véase Laura M. Slatkin, The Power ofThetis: Allusion and Interpre­tation in the «Iliad» [Berkeley y Los Angeles, 1991], pp. 21 y ss. y 40-41); los rasgos y el origen indoeuropeo de la Diosa de la Aurora se investigan en Deborah Dickmann Boedeker, Aphrodite’s Entry into Greek Epic (Lei­den, 1974). Según la tradición griega, Eos se enamoró del mortal Titono e imploró a Zeus que le concediera la inmortalidad; Zeus la complació; pe­ro ella se olvidó de pedir para él también la eterna juventud (en la lliada, se menciona a Titono como hermano de Príamo e hijo de Laomedonte de Troya); lliada, 20, 237. (Véase lista de fuentes antiguas de esta leyenda en Gantz, vol. 1, pp. 3 6 y ss.). La primera cita, «El himno a Afrodita», que da­ta del siglo VI a.C., relata que mientras Titono era joven, «se deleitaba con

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Aurora la del dorado trono, la que nace temprano, y habitaban junto a las aguas del Océano en los confines de la tierra; pero, en cuanto aparecieron los primeros cabellos grises dispersos en su hermosa cabeza y en su noble mentón, dejó Aurora de acercarse a su lecho». «Hymn to Aphrodite», 5, 225 y ss., en M. L. West, ed. y trad., Homeric Hymns. Homeric Apocrypha. Lives o f Homer, Cambridge (Mass.), 2003, p. 177. E l paradigma de Eos que comparte Tetis podría explicar la sorprendente ausencia en la Iliada de Tetis del lecho y el hogar de Peleo, así como la descripción de la Ilia­da de este héroe antes vigoroso que se hallaba perpetuamente «en el um-

'bral de la triste vejez». La juventud de Peleo ha pasado, y su esposa eter­namente joven le ha abandonado a su decadente mortalidad.

17 Gantz, vol. i, pp. 229-230, sobre testimonios tanto literarios como artísticos.

18 Cipriada, fragmento 4,85, y argumento 1,69, respectivamente; en West, Greek Epic Fragments. Las palabras de Hera figuran en la Iliada, 24, 61 -62.

19 Most, Hesiod: The Shield, fragmento 237, p. 309. La quema por el fuego se describe de forma confusa en Licofrón, Alexandra, pp. 177-179.

20 La tradición de que Aquiles había sido sumergido por su madre en la Estigia sujeto por el talón sólo se atestigua directamente en las obras del escritor romano Estado (siglo 1 d. C .)·, Estacío, Aquileida, 1,133^34,1,268- 270, y i, 480-481, pero véase nota 41 del capítulo «Gloria eterna».

21 Véase la historia de Deméter en «Hymn to Demeter», w . 231 y ss., en West, Homeric Hymns. Homeric Apocrypha. Lives o f Homer, pp. 51 y ss. En cuanto a la historia de Meleagro, véase Baquílides, 5,136 y ss., en Da­vid A. Campbell, Greek Lyric IV: Bacchylides, Corinna, and Others, Cam­bridge (Mass.), 2006, p. 149. En un estudio de los ritos hititas de apaci­guamiento divino, Calvin Watkins demuestra que el fuego y las brasas se asocian con la cólera divina y que tras la historia de Meleagro pueden apre­ciarse estos elementos ceremoniales. Si esto fuese cierto, estaría relaciona­do también con los intentos de aplacar la cólera de Aquiles: Calvin Wat­kins, «L’Anatolie et la Grèce: Résonances culturelles, linguistiques et poé­tiques», Academie des Inscriptions et Belles-Lettres, Comptes rendus des séances, 3 (2000), pp. 1143-1158; véase especialmente pp. 1146 y ss.

22 De Peleo perse, la Iliada conoce dos descendientes, su hijo Aquiles y una hija, Polidora: «Un batallón lo mandaba Menestio de brillante arma­dura, I hijo de Esperqueo, río nutrido por el cielo, | y lo había alumbrado la bella Polidora, hija de Peleo, | que se había unido a un dios, el infatigable Esperqueo, | pero había nacido como hijo de Boro, hijo de Perieres, | que se había casado con ella» (16,173-178). La compleja exposición de las cir­cunstancias familiares— es decir, unión divina y matrimonio humano por mor de las apariencias— también indica otras tradiciones perdidas sobre ella. Un comentarista antiguo identifica a Polidora como hija de otro Pe­leo, no el hijo de Eaco, aunque la referencia a Esperqueo, el importante río

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del reino de Peleo, lo desmiente. Autores posteriores sostuvieron que era hija de la unión de Peleo no con Tetis sino con una esposa anterior: Poli- dora «seguramente es fruto del primer matrimonio de Peleo, que Homero suprime a favor de su unión con Tetis; [Aquiles] ha de seguir siendo pa­ra él una figura aislada». Richard Janko, The «Iliad»: A Commentary, Vol­ume IV: Books 13-16, Cambridge, 1992, subentrada vv. 173-178, p. 341.

23 M. Ventris y J. Chadwick, Documents in Mycenaean Greek, 2.“ ed., Cambridge, 1973, pp. 10 1,103-104 .

24 Ambas interpretaciones se exponen en L. R. Palmer, The Interpreta­tion ofMycenaean Texts, Oxford, 19 6 3 ^ . 79; y son ampliadas por Gregory Nagy, «The Name of Achilles: Etymology and Epie», en Studies in Greek, Italic and Indo-European Linguistics, Anna Morpurgo Davies y Wolfgang Meld, eds., Innsbruck, 1976, pp. 209-237^ en Gary B. Holland, «The N a­me of Achilles: A Revised Etymology», Glotta, 71 (1993), pp. 17-2.7.

25 Richard John Cunliffe, A Lexicon o f the Homeric Dialect, University of Oklahoma Press, Norman, 1963, p. 271.

26 Otros consideran la oscura presencia de Peleo, evocada sólo como re­cordatorio del día que los aqueos se congregan para la guerra, como prueba de que «Peleo emerge como una especie de conciencia colectiva que incita a los aqueos a cumplir sus ideales guerreros», en Kevin Crotty, The Poet­ics o f Supplication: Homer’s «Iliad» and «Odyssey», Ithaca (Nueva York), 1994, p. 28.

27 En la lliada se da más adelante una extensa descripción de la gran lanza de Aquiles hecha de un fresno del monte Pellón, «la lanza de fresno de las cumbres del Pellón | que Quirón le había llevado a su padre | para sembrarla muerte en el combate» (16,143-144). Según la Cipriada, Quirón llevó a Peleo esa lanza como regalo de boda. Véase fragmento 4 de Cypria, en West, Greek Epic Fragments, p. 8 5.

28 «The Precepts of Chiron», fragmento 218, en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: The Shield. Catalogue o f Women. Other Fragments, Cam­bridge (Mass.), 2007, p. 297.

29 Hace ya mucho que se han establecido comparaciones entre la epo­peya acadia de Gilgamesh (hacia el 1700 a. C.) y la lliada, que comparten ciertos temas de carácter general, una pareja de amigos heroicos y la evo­cación de las diversas y trágicas estrategias del héroe para eludir la mor­talidad. En estas comparaciones, suele considerarse que Aquiles, ehjiéroe de la lliada, es el homólogo de Gilgamesh, el héroe de la epopeya aca'dia. En realidad, la educación natural y extrafiamente inocente de Aquiles en las montañas recuerda más bien a Enkidu, el camarada de Gilgamesh.

30 Sobre los pretendientes de Helena y la promesa hecha a su padre, véa­se Catalogue o f Women orEHOIAl, en Most, fragmento 155 (continuación), pp. 231 y ss.; y también Estesícoro, fragmento 190, en David A. Camp­bell, Greek Lyric III: Stesichorus, Ibycus, Simonides, and Others, Cambridge

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(Mass.), 2001, fragmento 190, p. 91. La Cipríada relata cómo preparó Te­tis el encuentro entre Aquiles y Helena en una primera etapa de la guerra; véase argumento 11, en West, Greek Epic Fragments, p. 79.

31 Emily Vermeule, Aspects o f Death in Early Greek Art and Poetry, Berkeley, 1979, pp. 190-191. El padre de Tetis, Nereo, es célebre por su don profético.

32 La litada menciona al hijo de Aquiles en 19, 326-327.33 Fragmento 19, en West, Greek Epic Fragments, pp. 97 y ss-34 Aquiles «vixdum exuta pueritia» (pueritia, ‘puericia’ o ‘pubertad’,

que suele terminar a los diecisiete años). J . van Leeuwen, Commentationes Homericae, Leiden, 19 11, p. 112.

35 Khys Carpenter, Folk Tale, Fiction, Saga in the Homeric Epics, Berke­ley y Los Angeles, 1958, p. 72; y Peleo en general, pp. 71 y ss.

36 Curiosamente, en la Etiópida, Aquiles no se retira de la guerra por una disputa con Agamenón, sino porque había matado a Tersites en un arrebato de cólera y tuvo que huir de Troya para ser purificado en Lesbos; Etiópida, fragmento 1. Véase West, Greek Epic Fragments, p. n i . Por una u otra razón, Aquiles está, pues, característicamente ausente en la epope­ya. La historia de Tersites también recuerda la sorprendente relación de Peleo con el asesinato y la purificación.

37 Véase también un resumen de rasgos distintivos tardíos en la carac­terización de Aquiles en M. L. West, «Greek Poetry 2 o o o -7 00 B .c .», Clas­sical Quarterly, nueva serie, 23 (1973), n.° 2, pp. 179-192.

38 M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, pp. 402 y ss.

39 Homero «se enfrentó a la épica tradicional con su obra novedo­sa, que aportaba una concepción completa y esencialmente distinta de la poesía épica»: Alfred Heubeck, «Homeric Studies Today», en BernardC. Fenik, ed., Homer: Tradition and Invention, Leiden, 1978, p. 13.

40 Tomado de Dale S. Sinos, Achilles, Patroklos and the Meaning o f «Philos», Innsbruck, 1980, pp. 19-20.

41 Sobre las proezas infantiles de Heracles, véase, por ejemplo, Pín­daro, Nemeas, 1, 35-36; y Gantz, vol. 1, pp. 377 y ss. Las proezas del joven Aquiles se describen en Píndaro, Nemeas, 3, 45 y ss.

42 En cuanto a la idea bastante generalizada de que Fénix fue una inven­ción homérica, véase, por ejemplo, Frederick E. Brenk, S. J., «Dear Child: The Speech of Phoinix and the Tragedy of Achilleus in the Ninth Book of the lliad», Eranos, 84 (1986), pp. 77-86, especialmente p. 82; Bruce Karl Braswell, «Mythological Innovation in the Iliad», Classical Quarterly, nue­va serie, 21, i (1971), pp. 16-26, especialmente pp. 22 y ss. Sobre la reela­boración de la historia de Meleagro por Fénix, véase Lowell Edmunds, «Myth in Homer», en Ian Morris y Barry Powell, eds., A New Companion to Homer, Leiden, 1997, pp. 425 y ss.

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43 La parábola de Fénix es también de una falta de tacto brutal. Ya he­mos mencionado a Meleagro de pasada una vez; es el héroe legendario que, como sin duda sabía la audiencia de Homero, compartía ciertas circuns­tancias aciagas con Aquiles. En la conocida historia que Fénix no cuen­ta, la madre de Meleagro guardaba un tizón o leño al que estaba vincula­da mágicamente la vida de su hijo; e, indignada con él, lo arrojó al fuego y Meleagro murió (véase nota 21 de este capítulo). La historia de Melea­gro es una variación del mismo tema que el intento de la madre de Aquiles de hacer inmortales a los hijos de Peleo poniéndolos en el fuego (un acto que en realidad los mataba). En suma, la historia de Fénix sirve para refor­zar la idea predominante entonces en la mente de Aquiles: su mortalidad. Los paralelismos entre la historia de Ja cólera de Aquiles y la historia an­terior de la cólera de Meleagro se analizan en la obra clásica de Johannes Th. Kakridis, Homerie Researches, Lund, 1949, pp. 18 y ss.

44 Véase Jasper Griffin, «Homeric Words and Speakers», Journal o f Hellenic Studies, 106 (1986) pp. 36-57; la cita figura en la p. 53.

45 Sobre fthiô, véase Gregory Nag y, The Best ofthe Achaeans: Concepts o f the Hero in Archaic Greek Poetry, Baltimore, 1979, pp. 18 5 y ss.

46 Para el reino geográfico de Peleo y Aquiles, véase R. Hope Simpson y J. F. Lazenby, «The Kingdom of Peleus and Achilles», Antiquity, 33 (1959), pp. 102-105.

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1 A la embajada del Libro IX sigue el Libro X, denominado por conven­ción «la Dolonea» y considerado en general, incluso en la Antigüedad, un añadido a la litada no iliádico (aunque seguramente homérico) muy hábil. El tema es una misión encubierta y nocturna de Odiseo y Diomedes al cam­pamento troyano para obtener información sobre la disposición del ene­migo, en la que interceptan en el camino a un espía troyano, Dolón, que se proponía hacer lo mismo en el campamento griego. La emboscada noctur­na, las «armas del miedo» que llevan los dos griegos, el asesinato a sangre fría de Dolón (al que engañaron haciéndole creer que se salvaría si coope­raba con ellos) y la matanza subsiguiente de aliados de los troyanos recién llegados al mando del rey Reso (cuyos fabulosos caballos se lleva Diomedes al campamento aqueo) configuran una secuencia de acontecimientos que no tiene nada de heroica, más característica de la Odisea que de la litada. Se ha escrito mucho sobre el episodio; véase, por ejemplo, Georg Danek, Stu­dien zur Oolonie, Viena, 1988; y Bernard Fenik, «litadX» and the «Reso»: The Myth, Bruselas, 1964. Sóbrela semejanza de la aventura con ciertos ri­tos guerreros e iniciáticos, véase Olga Merck Davidson, «Dolon and Reso in the Iliad», Quaderni Urbinati di Cultura Classica, 30 (1979), pp. 61-66; y

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sobre el episodio como eco del papel de Odiseo en el saqueo de Troya, véa­se Adele J. Haft, «“The City-Sacker Odysseus” in Iliad 2 and 10», Transac­tions o f the American Philological Association, 120 (1990), pp. 37-56.

2 Para la identificación de las tribus, véase Richard Janlco, The «Iliad»: A Commentary, Volume IV: Books 13-16, Cambridge, 1992, subentrada vv. 4-7, pp. 42-43.

3 Como hizo Mary Lefkowitz, Greek Gods, Human Lives, New Haven (Conn.), 2003, pp. 53 y ss.

4 Histories, 2,53, Aubrey de Sélincourt, trad., Herodotus: The Histories, Londres, 2003, p. 117.

s Para la prueba de las tablillas de lineal B, véase Walter Burkert, Greek Religion: Archaic and Classical, trad. John Raffan, Cambridge (Mass.), 1985, pp. 43 y ss. Sobre las ofrendas a Poseidón, véase John Chadwick, The Mycenaean World, Cambridge, 1976, pp. 96 y ss.

6 Sobre Hera y su asociación con las vacas, por medio de Zeus, véa­se M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, pp. 184- 185; también Simon Pulleyn, Homer: «Iliad» I, Oxford, 2000, subentrada v. 551, p. 260.

7 West, Indo-European Poetry and Myth, p. 136.8 Burkert, p. 140; sobre paralelismos con la diosa de la guerra Anat se­

mítica occidental/ugarítica, véase Bruce Louden, The «Iliad»: Structure, Myth, and Meaning, Baltimore, 2006, pp. 245-285.

9 El que Atenea desuelle a un hombre llamado Palas, que en algunas tradiciones es su padre, y que se ponga su piel es un raro testimonio de su carácter más sombrío: Burkert, p. 140, y nota 21 en p. 404, para cita de fuentes (oscuras).

10 El nacimiento de Atenea figura en la Teogonia de Hesíodo, 886 y ss. Véase en Glenn W. Most, ed. y trad, Hesiod: Theogony. Works and Days. Testimonia, Cambridge (Mass.), 2006, pp. 75 y ss.; «Himno homérico a Ate­nea» (Himnos, 28), en West, pp. 4 y ss.; y en Olímpicas (7, 35 y ss.) de Pín­daro. Véase C. M. Bowra, trad., The Odes o f Pindar, Londres, 1969, p. 165.

11 Sigue sin aclararse «Tritogenia», otro epíteto común de Atenea. Véa­se un análisis de aclaraciones propuestas en G. S. Kirk, The «Iliad»: A Com­mentary, Volume I: Books 1-4, Cambridge, 1985, subentradas vv. 513-516, p. 394·

12 Burkert, Greek Religion, p. 17.13 West, Indo-European Poetry and Myth, pp. 166 y ss.14 Sobre la tensión entre el carácter original de Zeus y las supuestas fun­

ciones de un dios de la tormenta, véase M. L. West, The East Face o f Helicón: WestAsiaticElementsin GreekPoetry andMyth, Oxford, 1997, pp. ii4yss.

15 Sobre el origen ugarita, véase Janko, subentrada vv. 292-293, p. 198; y M. L. West, «The Rise of the Greek Epic», Journal o f Hellenic Studies, 108 (1988), p. 170.

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16 Platón, La República, 378b, 7 y ss.; trad. C. D. C. Reeve, Indianapo­lis, 200 4, pp. 58 y ss.

17 «Longinus», On the Sublime, 9,7, ed. y trad, de Stephen Halliwell, Aris­totle «Poetics»·, W. H. Fyfe, trad. rev. por Donald Russell, Longinus «On the Sublime»·, Doreen C. Innés, ed. y trad., basada en W. Rhys Roberts, Deme­trius «On Style», Cambridge (Mass.), 1999, p. 189. [Traducción en español: De lo sublime, trad. Eduardo Gil Bera, Barcelona, Acantilado, 2014, p. 22].

18 Dios es el genitivo, o posesivo, del nombre «Zeus» (es decir, ‘de Zeus’).19 E l atavío de Hera, como la armadura délos héroes homéricos, se ins­

pira en estilos de diferentes épocas. Su vestido parecería ser el peplo, una especie de pieza de tela con pliegues, que se sujetaba con broches, de fe­cha postmicénica. Sus pendientes de racimo de moras tienen un homólo­go en hallazgos de una tumba del principios de la Edad Oscura; no existen pruebas de que los micénicos de la Edad del Bronce llevasen pendientes. Por otra parte, su ceñidor, o cinturón ornado, se parece a la faja bordeada de oro con treinta y cinco colgantes de oro descubierta en la tumba de una princesa micénica. Los detalles de las galas de Hera se examinan en Janko, subentrada w . 180-185, pp. 176 y ss.

20 La evocación por Hera de Océano y Tethus/Tethys es una alusión a una teogonia en la que «Océano y Tetis son los padres primigenios, no simplemente los padres de todas las aguas», teogonia cuyo origen puede rastrearse hasta la epopeya babilónica de la creación; Janko, subentrada w. 200-207, PP· tSo y ss.

21 Otros ejemplos de engaños divinos aparecen, por ejemplo, en Hesio­do, Teogonia, 53 5 y ss., en que se cuenta el de Prometeo a Zeus; y en el «Him­no a Hermes», que relata las muchas ingeniosas proezas del dios recién na­cido. Para el canto de Demódoco, véase Odisea, 8, 266 y ss. La seducción del mortal Anquises por Afrodita, que se relata en el Himno homérico a és­ta, guarda sin duda muchas semejanzas con la seducción de Zeus por Hera.

22 RaffaelePettazzoni, The All-Knowing God: Researches into Early Re­ligion Culture, trad. H. J. Rose, Londres, 19 56, pp. 14 5-15 2; y Jasper Griffin, «The Divine Audience and the Religion of the Iliad», Classical Quarterly,\ 28, i (1978), pp. 1-22.

23 Véase, por ejemplo, Odysseus Tsagarakis, Nature and Background of Major Concepts o f Divine Power in Homer, Amsterdam, 1977, pp. 19 y ss.

24 Tomado de David Clarke, The Angel ofMons: Phantom Soldiers and Ghostly Guardians, Chichester, 2005; la cita figura en la p. 52 y se basa en el relato del soldado John Ewings, del Segundo Batallón de Fusileros Rea­les de Inniskilling, entonces un soldado de treinta y cinco años del conda­do de Tyrone, que rememoró los hechos a los 1 0 1 años en una entrevista para la BBC realizada en 1 98 0 (citada en el libro de Clarke como una en­trevista de Helen Madden, BB C, Irlanda del Norte, 22 de mayo de 1980).

25 Versión española de Francisco Rico en: http://poemasemanal.tumblr.

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P Á G I N A S 141-156com/post/29699306582/epitafio-para-un-ejercito-de-mercenarios. Hugh MacDiarmid rebatió el poema en «Otro epitafio sobre un ejército de mer­cenarios»:

Es un maldito embuste decir que estos mercenarios algo digno de orgullecer a nadie salvaron o supieron.Fueron asesinos profesionales, aceptaron sus salarios manchados de sangre, y sus riesgos impíos, y murieron.Y a pesar de todos los de su clase, con dificultad, aquí y allá alguna que otra cosa digna en este mundo aún perdurará.

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1 La lista de deberes y la caracterización del therapön siguen las de P. A. L. Greenhalgh, «The Homeric Therapon and Opaon and Their His­torical Implications», Bulletin o f the Institute o f Classical Studies o f the University o f London, 29 (1982), pp. 81-90. La lista figura en la p. 82.

1 Georg Autenrieth, A Homeric Dictionary, trad. Robert P. Keep, Pis- cataway (New Jersey), 2002, p. 150.

3 E l término hetairos (‘compañero’ o ‘compañero de armas’) puede re­ferirse a «una íntima camaradería entre iguales o a una relación parecida a la de caballero y escudero para la mera participación común en la guerra», Richard John Cunlíffe, A Lexicon oftheHomericDialect, Norman (Oklaho­ma), 1963, p. 164; véase también P. Chantraine, Dictionnaire étymologique de la langue grecque, vol. 1, Paris, 1968, pp. 380-381. Al parecer, también puede aludir a relaciones institucionalizadas más formales, tal como se da a entender en una escena (22,492 y ss.), cuando Andrómaca imagina a As- tianacte huérfano entre «los compañeros [hetairoi] de su padre» y que «un niño que tiene padres lo echa del banquete a golpes, insultándole: “Fue­ra de aquí, tu padre no come con nosotros”». Los hetairoi mirmidones de Aquiles forman colectivamente una «banda» leal vinculada a su rey, del que Patroclo, como hetairos individual, es también amigo y compañero; véase George John Stagakis, «Therapontes Hetairoi, in the Iliad, as Symbols of the Political Structure of the Homeric State», Historia, 15 (1966), pp. 408-419.

4 Hesíodo, Catálogo de las mujeres, o Ehoiai, fragmento 147, en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: The Shield. Catalogue o f Women. Other Frag­ments, Cambridge (Mass.), 2007, pp. 213 y ss. La Cipríada menciona a Pa­troclo en relación con su captura de un troyano llamado Licaón (West, Cypria, fragmento 79); este mismo Licaón aparece con Aquiles al final de la Ilíada en una célebre y patética escena. Así que estas dos referencias — ampliaciones ambas de personajes e incidentes de la Ilíada— son todolo que puede espigarse de la tradición épica sobre Patroclo con que conta-

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mos hoy. Por otra parte, se le presenta incidentalmente en la lliada (Can­to I), no con su nombre, sino como el «hijo de Menecio», lo cual se ha con­siderado prueba de que el personaje ya era conocido por las audiencias de la epopeya. Si es así, ¿lo era porque ocupaba un lugar en la tradición épi­ca más amplia o porque la versión homérica de la guerra troyana ya había hecho célebre al hijo de Menecio? Para la tesis de que su personaje no fue meramente ampliado sino creado por Homero, véase, por ejemplo, Hart- mut Erbse, «Ilias und “Patroklie”», Hermes, in (1983), pp. 1-15. Janko, en cambio, señala que Patroclo lleva algunos «epítetos antiguos» (por ejem­plo, hippeus, ‘que lucha desde un carro’, e hippokeleuthos, ‘conductor de caballos’); Richard Janko, The «Iliad»: A Commentary, Volume IV: Books 13-16, Cambridge, 1992, subentrada v. 20, pp. 317-318; asimismo, sobre la antigüedad de la frase «la fuerza de aquellos», que incluye a Patroclo, véase G. S. Kirk, The «Iliad»; A Commentary, Volume I: Books 1-4, Cambridge, 1985, subentrada w . 658-660, p. 226.

5 Los datos sobre el origen de Patroclo se han tomado d ei8 ,325-326y 23,85-87.

6 Sobre lo que inspiró el nombre de Patroclo, véase Hartmut Erbse, «Achilleus, Patroklos, and Meleagros», en Jens Holzhausen, ed., (ψυκή -Seele-) Anima: Festschrift für Karin A lt Zum jM a i 1998, Stuttgart, 1998, pp. 1-6.

7 La camaradería heroica se analiza en C. M. Bowra, Heroic Poetry, Londres, 1961, pp. 65 y ss. Sobre Pirítoo y Teseo, véase Timothy Gantz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sources, vol. 1, Baltimo­re, 1993, pp. 277 y ss.

8 Véase una concisa exposición de la compleja historia y las diferentes versiones de la epopeya en la introducción a la traducción de Stephen Mit­chell, Gilgamesh, Nueva York, 2004.

9 Sobre la tradicicón y la pauta de esas escenas, véase Bernard Fenik, Typ­ical Battle Scenes in the «Iliad», Wiesbaden, 1968, p. 191; para un resumen de la función estructural de las escenas típicas, Matthew Clark, «Formulas, Metre and Type-Scenes», en Robert Fowler, ed., The Cambridge Compan­ion to Homer, Cambridge, 2004, pp. 117-138, especialmente pp. 134 y ss.

10 Cypria, fragmento 4, en M. L. West, ed. y trad., Greek EpicFragments: From the Seventh to the Fifth Century B.C., Cambridge (Mass.), 2003, p. 85.

11 M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, p. 157, nota 126; las citas de la lliada figuran en 16, 866-867 y 84-85. Para los regalos a Peleo, véase W. R. Patón, «The Armour of Achilles», Classical Review, 26 (1912), pp. 1-4; y Janko, pp. 310 y ss.

11 Para esos ejemplos de saga heroica «chamanista», véase Bowra, pp. 6 y ss.

13 «En la lliada sería absurdo un guerrero inmortal; todo hombre ha de afrontar la muerte, y no puede permitirse que ninguna armadura mágica

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P Á G I N A S 156-168lo exima de tan horrible perspectiva»: Jasper Griffin, Homer on Life and Death, Oxford, 1983, p. 167.

14 Hesíodo, Catálogo de las mujeres, fragmento 145, en Most, p. 213. El testimonio que cita la version de Hesíodo no da el nombre de la isla, pero es razonable pensar que se trata de Egina; véase, por ejemplo, Gantz, vol. i, p. 220. En otra parte del corpus hesiódico el retazo de un fragmento cita a un mirmidón como padre de Actor, que en la Iliada lo es a su vez de Mene- cío, padre de Patroclo (fragmento 10 [continuación]), 61. Véase también Apolodoro, La biblioteca, 1, 7, 3; y Gantz, vol. 1, pp. 168, 222.

15 Teágenes, fragmento 17, en Felix Jacoby, Die Fragmente der Griechis­chen Historiker, Leiden, 1998, 4, p. 511.

16 Las asociaciones se analizan en Jeffrey S. Carnes, «The Aiginetan G e­nesis of the Myrmidons: A Note on Nemean, 3 ,13-16», Classical World, 84 (1990-1991), pp. 41-44.

17 Véase Dennis R. MacDonald, «Andrew and the Ant People», The Second Century, 8 (1991), pp. 43-49; puede también que el nombre de los hombres de Aquiles, tan famosos por su salvajismo, inspirara el nombre de la ciudad caníbal.

18 Sobre los mirmidones como distintos de los ftíos, véase Janko, su­bentrada vv. 685-688, p. 133.

19 Cita de West, Indo-European Poetry andMyth, pp. 448 y 450 respecti­vamente. Las sociedades guerreras asociadas con lobos y con actos feroces están bien documentadas en la Grecia antigua, sobre todo en Arcadia. En esas sociedades secretas los iniciados tenían que pasar ordalías realizando actos considerados tabús como el canibalismo; un ejemplo notorio es el de «los hombres leopardo» de África, que se cubrían con pieles de leopardo para matar y comer gente. Véase, por ejemplo, Walter Burkert, Homo Ne­cans, trad. Peter Bing (Berkeley y Los Angeles, 1983), pp. 83 y ss. [existe version en español: Homo Necans, traducción de Marc Jiménez Buzzi, Bar­celona, Acantilado, 2014]. Sobre el lobo como modelo del proscrito al mar­gen de la sociedad y como ejemplo del ideal guerrero, véase Mary R. Ger- stein, «Germanie Warg·. The Outlaw as Werwolf», en Gerald James Lar- son, C. Scott Littleton y Jaan Puhvel, eds., Myth in Indo-European Antiq­uity, Berkeley, 1974, pp. 131-156. En la epopeya homérica, un héroe se ve dominado a veces por la «furia lobuna»; Bruce Lincoln, Death, War, and Sacrifice: Studies in Ideology and Practice, Chicago, 1991, pp. 131-137.

20 Las cifras figuran en C. B. Armstrong, «The Casualty Lists in the Tro­jan War», Greece and Rome, serie 2 (1969), pp. 30-3X; el inventario de Pa­troclo incluye veintisiete víctimas nombradas y un grupo de nueve hom­bres en cada cada uno de los tres ataques.

21 El extraordinario traslado de Sarpedón muerto, y en particular la an­terior consideración de Héra de que «tumba y lápida» son «el privilegio de los que han perecido», han sugerido a algunos estudiosos que aquí se alude

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al estatus de Sarpedón como héroe de culto; véase Gregory Nagy, «On the Death of Sarpedon», en Carl A. Rubino y Cynthia W. Shelmerdine, eds., Approaches to Homer, Austin (Texas), 1983, pp. 189-217.

22 «La pareja de guerreros comparte algunos de los momentos más du­ros y filosóficos del poema»: Carroll Moulton, «The Speech of Glaukos in Iliad77», Hermes, 109 (1981), pp. 1-8.

23 Sobre la idea de que Glauco y Sarpedón reflejan también aspectos de Aquiles y presagian su regreso, véase ibid.

24 Jasper Griffin, «The Epic Cycle and the Uniqueness of Homer», Journal o f Hellenic Studies, 97 (1977), pp. 39-53, especialmente 40; véase también Janko, subentrada w . 777-867, pp. 408 y ss. sobre el despojo de la armadura como tema del folclore.

25 Walter Burkert,StructureandHistory in GreekMythology andRitual, Berkeley y Los Ángeles, 1982, p. 60; véase también Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, Oxford, 2004, pp. 203 y ss.

26 Ya hemos visto que el significado de therapñn, el término griego que denomina la relación de Patroclo con Aquiles es ‘compañero de armas’ , ‘hombre de confianza’ o ‘servidor’ ; no obstante, algunos estudiosos sos­tienen que no es una palabra de origen griego, sino una adaptación de la Edad del Bronce del término hitita *tarpan-, que significa ‘sustituto ritual’ . El estudio básico del término hitita es obra de Nadia Van Brock, «Substi­tution rituelle», Revue Hittite et Asianique, 65 (1959), pp. 117-146, espe­cialmente pp. 125-126; para las posibles implicaciones del barbarismo grie­go en el contexto épico más amplio, véase Gregory Nagy, The Best o f the Achaeans: Concepts o f the Hero in Archaic Greek Poetry, Baltimore, 1979, pp. 292-293; y también Dale S. Sinos, Achilles, Patroklos and the Meaning o f «Philos», Innsbruck, 1980, pp. 29 y ss.

27 Charles Segal analiza la intensificación de las amenazas de mutila­ción que sigue a la muerte de Patroclo en el Libro X X , en The Theme o f the Mutilation o f the Corpse in the «Iliad», Leiden, 1971, pp. 18 y ss.

28 Esta impresionante imagen de los caballos paralizados por el dolor evoca imágenes familiares aunque anacrónicas de la serena quietud de las estelas de la época clásica; hay equivalentes en la cerámica de la Edad del Hierro usadas como indicadores de tumbas e incluso en erosionadas este­las de las tumbas de fosa en Micenas que muestran un caballo y un carro; Mark W. Edwards, The «litad»: A Commentary, Volume V: Books 17-20, Cambridge, 1991, subentrada vv. 434-436, p. 166.

25 Aithiopis, en West, Greek Epic Fragments, argumento 3-4, p. 113. Los numerosos paralelismos entre Aquiles y Menón y sus madres Tetis y Eos, son analizados por Laura M. Slatkin, «The Wrath of Thetis», Transactions o f the American Philological Association, 116 (1986), pp. 1-24.

30 En cuanto a las formas en que la muerte de Patroclo se corresponde con la de Aquiles, véase Jonathan S. Burgess, The Tradition o f the Trojan

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P A G I N A S 168-177War in Homer and the Epic Cycle, Baltimore, 2001, pp. 74 y ss.; y para la extensa bibliografía sobre este tema, véase su nota 98, p. 219.

31 La desmesura del dolor de Aquiles propició queien épocas posterio­res se especulase con la posibilidad que él y Patroclo Hubieran sido aman­tes. Al parecer, esta idea era elemento básico de una trilogía perdida de Esquilo (Mirmidones, Nereidas, Frigios) y representaba la tendencia del si­glo V a. C. e incluso posterior de enfocar con una visión homosexual an­tiguos mitos establecidos, tendencia que reflejaba las costumbres sociales del período. Se convirtió así a Heracles en amante de su compañero de ar­mas; al rey Minos, de Teseo; a un sobrino de Dédalo, en el de Radamanto, uno de los jueces de los muertos; y así sucesivamente. La obra clásica sobre el tema es K. J . Dover, Greek Homosexuality, ed. rev., Cambridge (Mass.),1989. Una tradición de finales del siglo v a. C. inventó una pasión de Aqui­les por Troilo, uno de los hijos de Príamo, que, según autores tan tem­pranos como Ibico, era famoso por su «hermosa figura»; Ibico, fragmen­to 282, 41-46, en David A. Campbell, Greek LyricIII: Stesichorus, Ibycus, Simonides, and Others, Cambridge (Mass.), 2001, pp. 224-225. La tradi­ción del ciclo nada dice, y es significativo, sobre esta pasión, y sólo cuenta que Aquiles tiende una emboscada a Troilo en el santuario de Apolo y lo mata; West, Greek Epic Fragments, argumento 11, p. 79. Para la evolución de la historia de Aquiles y Troilo, véase Gantz, vol. 2, pp. 597 y ss.

En la época moderna, los profesores y la erudición han insistido tradi­cionalmente en destacar el hecho de que Briseida, la mujer arrebatada a Aquiles en el Canto I, era su geras, su ‘botín de guerra’ , lo cual implicaba que el que la perdiera sólo significaba perder honra, una insistencia que quizá sea legado de la cultura homoerótica en la que tanto se insistía en la enseñanza de lenguas clásicas y de la Iliada (principalmente en los colegios privados británicos: al apuesto y atractivo Aquiles no le gustaban las mu­jeres, en realidad, ¡sólo estaba enfadado porque había perdido su trofeo!). El Aquiles de Homero, sin embargo, es ante todo extraordinariamente ex­perto en expresar los propios sentimientos, y en la embajada dice: «¿So­mos los hijos de Atreo los únicos entre los mortales | que aman a sus mu­jeres? Porque cualquiera que sea un hombre bueno y cuidadoso | ama a la suya y se preocupa por ella, así como yo ahora | amaba a ésta de todo cora­zón, aunque fuese mi lanza la que la ganó» (9,340 y ss.).

La descripción de Aquiles y de Patroclo en la Iliada es despreocupada­mente heterosexual. Al final de la embajada, cuando los embajadores de Agamenón se han marchado, «Aquiles se acostó al fondo de la bien cons­truida tienda, | con una mujer a su lado, a la que había tomado de Les­bos, I hija de Forbante, Diomeda, la de la hermosa tez. | En el otro rincón se acostó Patroclo; con él también | había una muchacha, Ifis, la del bello ceñidor, que el divino Aquiles | le había dado cuando había tomado la es­carpada Esciro» (9, 663 y ss.).

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El carácter de la relación entre Aquiles y Patroclo desempeñó un papel insólito en un pleito emprendido a mediados del siglo I v a. C. por el orador Esquines contra un tal Timarco, destacado político de Atenas que le había acusado de traición. Con la esperanza de desacreditar a Timarco antes del juicio por traición, Esquines atacó su moralidad acusándole de pederas­tía. Como podría haberse presentado la misma acusación contra Esquines, el orador se esfuerza por diferenciar entre sus impulsos y los del deman­dante: «La distinción que yo establezco es ésta: estar enamorado de aque­llos que son bellos y castos es la experiencia de un alma generosa y buena»; Aeschines, Contra Timarchus, 137, en C. D. Adams, trad., The Speeches o f Aeschines, Cambridge (Mass.), 1958, p. in . Como ejemplo de ese amor, Esquines citaba la relación entre Aquiles y Patroclo; su cita es de sumo in­terés porque es la más extensa de Homero con la que contamos de un au­tor de la Antigüedad.

32 Janko (p. 310) expone la idea de que la inesperada concesión que ha­ce Aquiles de prestar su armadura «es el eje que une las dos mitades del poema». Véase también Erbse, «Ilias und “Patroklie”», pp. 1-15.

33 Jonathan Shay, Achilles in Vietnam: Combat Trauma and the Undoing o f Character, Nueva York, 1995, p. 40.

34 Esther Schrader describe el incidente del Walter Reed en «These Un­seen Wounds Cut Deep», Los Angeles Times, 14 de noviembre de 2004.

35 John Keegan, The First World War, Nueva York, 2000, pp. 426 y ss.

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1 Un asunto espinoso que preocupa a estudiosos de tendencia más li­teral es el de que si Patroclo había podido llevar la armadura de Aquiles, ¿por qué no podía Aquiles llevar ahora la de Patroclo? ¿Tal vez Patroclo no tuviese armadura y no fuese en realidad «compañero de armas» sino «sir­viente»? Véase John Scott, «Achilles and the Armour of Patroklos», Clas- sical]ournal, 13 (1917-1918), pp. 682-686. Sobre el criterio de un hombre de armas de mediados del siglo x x , para el que la avidez por despojar a los guerreros caídos de su armadura se corresponde con la táctica moder­na de las «batallas de recuperación» para conseguir armamento valioso, véase en general Sir John Hackett, «Reflections upon Epic Warfare», Pro­ceedings o f the Classical Association, 68 (1971), pp. 13-37.

2 La llama alrededor de la cabeza de Aquiles y su grito asesino tienen equivalentes en otros mitos indoeuropeos. Véase Julian Baldick, Homel­and the Europeans: Comparing Mythologies, Londres, 1994, pp. 84-8 5.

3 La intensidad de esta escena de baño se acentúa por su representación de escenas épicas habituales de hospitalidad y agasajo: «Luego de que las doncellas les hubiesen lavado y ungido con aceite, | y puesto capas y tú­

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P Á G I N A S 177-184nicas de grueso vellón...» (Odisea, 4. 49 s.). Sobre ese baño, véase Alfred Heubeck, Stephanie West y J. B. Hainsworth, A Commentary on Homer’s «Odyssey», vol. i, Oxford, 1990, subentrada w. 3, 464 y ss., p. 189.

4 H. L. Lorimer, Homer and the Monuments, Londres, 1950, p. 73.5 A los lectores tal vez les guste saber que la opinion médica moder­

na es que el defecto de Hefesto se debe al «pie equinovaro bilateral», una «anomalía congénita»; Christos S. Bartsocas, «Hephaestus and Club­foot», Journal o f the History o f Medicine and Allied Sciences, 27 (1972), pp. 450-451.

6 Éste es el segundo lanzamiento catastrófico de Hefesto a la tierra de que se da noticia en la lliada, siendo el primero el que se mencionó en el Libro I, cuando el herrero le recuerda a Hera cómo^eus le había arrojado desde el Olimpo por haber intentado librarla a ella del castigo a que la ha­bía sometido (1,586 y ss). Es posible que estas dos caídas sean «dobletes» una de otra, tratándose una de ellas de una tradición temprana «genuina» y siendo la otra una innovación tardía inspirada por la primera. Parece más probable que la auténtica sea la segunda, en buena medida por el empare­jamiento mítico muy antiguo del fuego y el agua nutricia, y porque el dis­gusto de Hera por la cojera de su hijo se relata en otra parte: «Mi hijo se ha convertido en un alfeñique entre los dioses, Hefesto de las piernas marchi­tas, al que yo misma alumbré. Lo agarré y lo arrojé al ancho mar». «Hymn to Apollo», vv. 316 y ss., en M. L. West, ed. y trad., Homeric Hymns. Ho­meric Apocrypha. Lives o f Homer, Cambridge (Mass.), 2003, p. 95.

7 Se dan otros ejemplos indoeuropeos de unión del fuego y el agua en M. E. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, p. 270 y ss.

8 Véase, por ejemplo, Walter Burkert, Greek Religion: Archaic and Classical, trad. John Raffan, Cambridge (Mass.), 1985, p. 167.

9 Dean A. Miller analiza el papel del herrero como guardián en The Epic Hero, Baltimore, 2000, pp. 260 y ss., especialmente pp. 266y ss. Según ca­si todas las versiones, Hefesto no tiene ningún hijo propio; véase Timothy Gantz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sources, vol. 1, Baltimore, 1993, pp. 77-78. Es característico que el herrero de la epopeya y la leyenda no tenga hijos (Miller, p. 268), un hecho que puede estar re­lacionado con el carácter sagrado, tabú, de su arte, que tal vez lo excluye­ra del matrimonio. En 1984, la autora presenció una fundición de hierro tradicional sumamente ritualizada en Malawi, en África Centroriental, en la que el lugar de la fundición y toda la zona inmediata que lo rodeaba era tabú riguroso para las mujeres; se exceptuó a la autora como mazungu, o «persona blanca» sin género.

10 En cuanto a las muchas historias de los medios informando de fami­lias que compraban equipo de protección corporal para sus hijos y mari­dos en Irak, véase, por ejemplo, Associated Press, «Soldiers in Iraq Still Buying Their Own Body Armor», USA Today, 26 de marzo de 2004.

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11 Aithiopis, argumento 2, en M. L. West, ed. y trad., Greek Epic Frag­ments: From the Seventh to the Fifth Century B.C., Cambridge (Mass.), 2003, p. n i. Testimonios de pinturas de vasijas de fecha tan temprana co­mo mediados del siglo v i a. C. y poesía posterior indican que en algunas tradiciones las armas que Aquiles llevó desde Ftía a Troya no eran regalos de su padre, sino otra armadura completa hecha por Hefesto que le había dado Tetis. Véase, por ejemplo, lfigenia en Aulide de Eurípides, 1070 y ss. Las diferentes tradiciones se analizan en K. Friis Johansen, The «Iliad» in Early Greek Art, Copenhague, 1967, pp. 107 y ss.

12 Las tentativas modernas de reconstruir el escudo de Aquiles han fra­casado en los detalles prácticos. El escudo heroico habitual estaba com­puesto de capas, o placas, de cuero de vaca duro, tensado sobre una es­tructura. Las «cinco capas que componían el escudo» de Aquiles, sin em­bargo, eran de metal: «el dios que arrastra los pies había hecho en él cinco placas, | dos de bronce exteriores y dos interiores de estaño, | y entre ellas la única de oro» (20, 270 y ss.). Como, en realidad, sólo el bronce puede soportar el impacto de una lanza de punta de bronce, que traspasaría el blando estaño y el oro, la construcción del escudo parece deber más a la poesía que a los hechos. Por otra parte, el detalle y la seguridad con que se describen las escenas decorativas del escudo sugieren que Homero pensa­ba en modelos de artesanía de metal auténticos y no míticos. Ambas «eda­des de Homero» (la Edad del Bronce micénica y la Edad del Hierro del si­glo v in a. C.) proporcionan ejemplos de artesanía metálica decorativa que evocan el escudo. Las tumbas de Micenas han aportado espectaculares re­liquias metálicas de la Edad del Bronce tardía, incluyendo diademas, pe­tos y cajas ornamentales de oro batido; dagas de bronce con incrustaciones de escenas de caza en plata y oro sobre niel negro azulado; y un complejo esmaltado. Pueden verse fotografías de estos célebres objetos en muchos libros sobre arte griego; véase, por ejemplo, Sp. Marinatos y M. Hirmer, Crete and Mycenae, Nueva York, 1961, láminas x x x v - x x x v m , pp. 95-98. El bronce, sin embargo, se trabaja en frío, no en una forja en caliente con martillo y tenazas, y en este aspecto esencial Hefesto recuerda más al que forja el hierro. Para posibles modelos déla Edad del Hierro, véase más adelante nota 17. Es probable que restos (y recuerdos de restos) de la Edad del Bronce micénica informen la descripción que hace Homero del arte de Hefesto, mientras que las técnicas de la Edad del Bronce que produjeron ese arte fuesen desconocidas: D. H. F. Gray, «Metalworking in Homer», Journal o f Hellenic Studies, 74 (1954), pp. 1-15. Para una visión general de las técnicas que se reflejan en la descripción de la construcción del escudo, véase Mark W. Edwards, The «Iliad»: A Commentary, Volume V: Books 17- 20, Cambridge, 1991, pp. 201 y ss.

13 Ciertos detalles sobre las comunidades pre-polis del siglo V I H a. C. como la reunión en la plaza del mercado y el desarrollo agrícola, resul­

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tan particularmente sugerentes. Véase, por ejemplo, Dean C. Hammer, « “Who Shall Readily Obey? ” : Authority and Politics in the Iliad», Phoenix, 51, i (1997), pp. 1-24, especialmente p. 15; y Gregory Nagy, «The Shield of Achilles», en Susan Langdon, ed., New Light on a Dark Age: Exploring the Culture o f Geometric Greece, Columbia (Missouri), 1997, pp. 194-208.

14 Para el fechado delÆp/j·, véase Richard Janko, «The Shield of Hera­cles and the Legend of Cycnus», Classical Quarterly, 36 ,1 (1986), pp. 38-59.

15 Hesiod, The Shield, pp. 144 y ss., en Glenn W. Most, ed. y trad., Hesiod: The Shield. Catalogue o f Women. Other Fragments, Cambridge (Mass.), 2007, pp. 13 y ss.

16 Hugh G. Evelyn-W hite, Hesiod, the Homeric Hymns and Homerica, Cambridge (Mass.), 1982, p. x x iv .

17 Es significativo que el peto de Agamenón, con sus serpientes de co­balto y otras imágenes terroríficas, se lo hubiese dado como «regalo de huésped» el rey de Kypros (Chipre) (11, 33 y ss.), y se han encontrado es­cudos y grandes cuencos circulares decorados con grabados y repujados que datan délos siglos v in y v i l a. C., propédentes de Chipre y Creta. Dis­puestas en bandas circulares, las escenas de caza, de ataques de leones a toros, vida pastoril e incluso del asedio de una ciudad sugieren una narra­tiva pictórica como la del escudo de Aquiles. Véase Glenn Markoe, Phoe­nician Bronze and Silver Bowls from Cyprus and the Mediterranean, Berke­ley y Los Ángeles, 1984, pp. 51 y ss.; y Jan Paul Crielaard, «Homer, History and Archaeology: Some Remarks on the Date of the Homeric World», en Jan Paul Crielaard, ed., Homeric Questions: Essays in Philology, Ancient History and Archaeology, Including the Papers o f a Conference Organized by the Netherlands Institute at Athens (15 de mayo de 1993), Amsterdam, 1995, pp. 201-288, especialmente pp. 218 y ss.

18 Aunque hay acuerdo general en que los elementos que constituyen el viaje heroico arquetípico, desde la retirada al regreso (un viaje a un lugar misterioso, pruebas o peligros que deben superarse, una muerte simbólica y un retorno heroico), son manifiestos en el «viaje» de Aquiles, desde la re­tirada y el aislamiento a la reintegración a su comunidad, habría que resaltar que hace falta una reordenación imaginativa y una explicación justificadora para que Aquiles encaje en el arquetipo: el que Patroclo sea el compañero de su viaje solitario, el que su prueba o peligro (combatir con el río Escaman- dro) siga a su regreso en vez de precederlo, etcétera. Pero véase William R. Nethercut, «The Epic Journey o f Achilles», Ramus, 5 (1976), pp. 1-17.

19 «To Demeter», en West, Homeric Hymns, w . 302 y ss., pp. 57 y ss. Para un análisis de esta pauta, véase Mary Louise Lord , «Withdrawal and Return: An Epic Story Pattern in the Hom eric Hymn to Demeter and in the Hom eric Poems», Classical Journal, 6 2 (1967), pp. 241-248. Algunos textos hititas preservan historias míticas de una «deidad que desaparece», en que se explica la marcha de un dios (a menudo porque se encoleriza)

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y las consecuencias desastrosas de su ausencia para la humanidad; Har­ry A. Hoffner Jr. y Gary M. Beckman, eds., Hittite Myths, 2.“ ed., Atlan­ta, 1998, pp. 14 y ss.

20 P. Chantraine, Dictionnaire étymologique de la langue grecque, vol. 3, Paris, 1974, pp. 696-697.

21 P. Considine, «Some Homeric Terms for Anger», Acta Classica, 9 (1966), pp. 15-25, sostiene que la mênis «es un término épico solemne para designar cualquier cólera, divina y humana» (p. 21), una lectura más pobre que la de Watkins (véase nota siguiente).

22 Calvert Watkins, «On μήνις,» Indo-European Studies, 3 (i977), pp. 686-722; la cita corresponde a pp. 694-695.

23 Esta historia divagatoria cuenta cómo engañó Hera a Zeus hacién­dole jurar que un hijo nacido ese día «de la sangre de tu generación» sería «señor de todos los que viviesen a su alrededor» (19 ,105 y ss). Hera pro­vocó luego un parto prematuro en una mujer retrasando el nacimiento de Heracles; así fue como el tiránico e indigno Euristeo vino a ser señor del héroe Heracles. Esta historia divagatoria introduce «el tema de un héroe superior al servicio de un rey inferior», tan decisivo en la litada. Véase Olga Merck Davidson, «Indo-European Dimensions of Herakles in Iliad, 19.9 5- 133», Arethusa, 13 (1980), pp. 197-202, especialmente p. 200.

24 Denys Page considera correctamente que «la parábola de Melea­gro pierde todo el color y el significado si se dirige a un hombre al que no se aplica, un hombre que recibirá la plena compensación en realidad». Denys L. Page, History and the Homeric «Iliad», Berkeley y Los Ángeles, ! 9 5 9 > PP· 311-313; para Page, la desconexión entre el paradigma de Fénix y las circunstancias concretas de Aquiles es, extrañamente, una prueba de múltiples autores trabajando en la Ilíada, en vez de una forma de resaltar lo poco que las historias de los hombres de antaño se aplican al divino Aqui­les (y también a su revelación, en el período de la embajada, de que la vida es más valiosa que todos los trofeos).

25 Ibid., p. 314.26 Jam es I. Armstrong, «The Arm ing M otif in the Iliad», American Jour­

nal o f Philology 79, 4 (1958), pp. 337-354; la cita figura en la p. 350.27 Las Erinias, «las Furias», enmudecieron a Janto, y este detalle por lo

demás oscuro sugiere la fusión de diferentes tradiciones relativas a H era y los caballos, y un hijo profético de las Erinias; véase Sarah Iles Johnston, «Xanthus, H era and the Erinyes (Iliad, 19.400-418)», Transactions o f the American Philological Association, 122 (1992), pp. 85-98.

28 En inglés existe un término para designar esos duelos poéticos: flyting o «fitting», que, según el Oxford English Dictionary, significa ‘invec­tiva poética; en principio, una especie de desafío practicado por los poetas escoceses del siglo x v i , en el que dos personas se zaherían con diatribas de versos ofensivos’ ; véase un buen ejemplo épico en Beowulf (499-606).

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29 Sobre el encuentro de las dos tradiciones, véase Gregory Nagy, The Best o f the Achaeam: Concepts o f the Hero in Archaic Greek Poetry, Balti­more, 1979, pp. 265 y ss.

30 Una teoría popular sostiene que la preeminencia otorgada a Eneas en este momento clave de la epopeya (y también en el «Himno a Afrodita») demuestra que el Libro X X y el Himno «se compusieron para una corte de príncipes bárbaros de la Tróade que se creían descendientes de Eneas»; Pe­ter M. Smith, «Aineiadai as Patrons of Iliad X X and the Homeric “Hymn to Aphrodite”», Harvard Studies in Classical Philology, 85 (1981), pp. 17- 58. Smith refuta esta teoría con una detenida revisión de las fuentes anti­guas que relatan la historia de Eneas después de la caída de Troya. Pero su análisis no aclara la afirmación de Poseidón en la litada de que «está pre­destinado que él [Eneas] sea el superviviente» (litada, 20, 302)

31 Jonathan Shay, Achilles in Vietnam: Combat Trauma and the Undoing o f Character, Nueva York, 1995, pp. 77-78. En conflictos más recientes, la matanza perpetrada por los infantes de marina estadounidenses en la po­blación de Haditha, en el río Eufrates, en la que perecieron veinticuatro civiles iraquíes, la desencadenó la muerte de un cabo de la unidad; véase, por ejemplo, Ellen Knickmeyer, «In Haditha, Memories of a Massacre», Wash ington Post, 2 7 de m ayo de 2 o o 6.

32 Que desde la muerte de Patroclo ha cambiado todo, incluso Aquiles, queda subrayado por un simple estribillo que recorre los parlamentos de Aquiles desde el momento en que se entera de la muerte de su amigo has­ta el entierro: nun de, ‘pero ahora’ (es decir, a diferencia de todo el tiem­po anterior); Samuel Eliot Basset, «Achilles’ Treatment of Hector’s Body», Transactions o f the American Philological Association, 6 4 (1933), pp. 41-65, especialmente pp. 58-59.

33 «Cuando faltan enemigos humanos, el hombre heroico lucha con­tra las fuerzas naturales o contra monstruos»; C. M. Bowra cita ejemplos de esos combates, desde Gilgamesh a Beowulf, en HeroicPoetry, Londres, 1961, 49. Sobre arquetipos del Oriente Próximo, véase Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, Oxford, 2004, pp. 216-217.

34 Todas las pruebas indican el origen oriental de Apolo y su llegada tardía al Olimpo griego; su nombre (como el de Afrodita) no aparece en las tablillas de la lineal b . El nombre sugestivo de -appaliuna (el texto está roto), que algunos estudiosos interpretan como una alusión a Apolo, figu­ra al final de una larga lista de testigos divinos invocados para solemnizar un tratado de finales del siglo X I V a. C. entre el rey hitita y Alaksandu de Wilusa; véase «Treaty 13, Between Muwattalli II of Hatti and Alaksandu of Wilusa», en Gary Beckman, Hittite Diplomatic Texts, 2.“ ed., Atlanta,1-999, Ρ· 92· La posible alusión a «Apolo» del tratado se analiza en Trevor Bryce, The Trojans and their Neighbours, Abingdon, Oxon, 2006, p. 119. Es más cauto Manfred Hutter, «Aspects of Luwian Religion», en H. Craig

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Melchert, ed., The Luwians, Leiden, 2003, p. 267: «Aún está por ver si el nombre fragmentario del dios Appaliunas es idéntico al Apolo conocido de fuentes griegas. Es posible, pero de momento no existe ningún argumento real que demuestre este punto ni que convierta a este dios en una deidad luvita». Pero si la asociación de los nombres fuese válida, probaría que un Apolo anatolio figuraba entre los guardianes de la Troya histórica, lo cual justificaría en cierta medida su malevolencia hacia Aquiles en la litada.

35 Sobre el origen y el carácter de Apolo, véase un análisis general en Burkert, Greek Religion, pp. 51-52 y 143 y ss.

30 La referencia más antigua a los hiperbóreos es un esbozo en pro­sa de un poema perdido de Alceo (c. 600) del retórico Himerio, del si­glo IV d. C., que describe el viaje de Apolo al Norte en un carro tirado por cisnes; véase Himerius, Orations, 4 8 ,10-11, en David A. Campbell, Greek Lyric I: Sappho. Alcaeus, Cambridge (Mass.), 1982; Alcaeus, 307(c), 355. Sobre la retirada de Apolo a la naturaleza, véase Walter F. Otto, The Ho­meric Gods, Moses Hadas, trad., Boston, 1954, pp. 62 y ss.

37 En el himno homérico «A Apolo (Delio)» (vv. 13 o y ss.) y en el «H im ­no a Hermes» (vv. 499 y ss) se da una explicación poética de la relación de Apolo con la lira. Pero las palabras de Hera parecen referirse a una tradi­ción que se menciona en un fragmento de una tragedia perdida de Esqui­lo, en la que una Tetis desolada recuerda cómo en su boda Apolo, a pe­sar de que sabía la corta vida que el destino tenía reservada trágicamente a Aquiles, había cantado hipócritamente que «sería bendecida con un hijo | que viviría una larga vida, sin conocer el sufrimiento», y clama así, en este fragmento:

Y, tras decir todo eso,cantó un peán alabando mi buena suerte que alegró mi corazón.Y pensé que la boca de Apolo no podía mentir, rica como era en el don profético.Pero quien eso cantó, el que estaba en el banquete,el que dijo esas cosas, fue el que mató a mi hijo.

D e la traducción (al inglés) de Jennifer R. M arch, «Peleus and Achilles in the Catalogue o f Women», Proceedings o f the X V III International Congress ofPapyrology, Atenas, 25-31 de mayo de 1986 (Atenas, 1988), pp. 345-352. E l fragmento figura en Stephan Radt, ed., Tragicorum Graecorum Fragmen­ta, vol. 3. Aeschylus, Gotinga, 1985, fragmento 350, pp. 416 y ss.; también Platón cita esos versos en la República (2, 383b). En cuanto a la idea deque el fragmento de Esquilo contradice la descripción de Tetis en la Ilia­da como una madre obsesionada por el conocimiento previo de la tempra­na muerte de su hijo, véase Jonathan S. Burgess, «Untrustworthy Apollo and the Destiny of Achilles: Iliad, 24.55-63», Harvard Studies in Classical

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Philology, 102 (2004), pp. 21-40; sin embargo, esta interpretación no tie­ne en cuenta el profundo sentimiento de traición que pesa sobre Tetis a lo largo de la epopeya, ni el hecho de que, aunque en realidad pudiese haber sabido de la temprana muerte de su hijo durante todos los días de su v i­da, Apolo cantó su profecía antes de que su hijo hubiese sido concebido.

38 Ambos comparten también una relación con los lobos oscura y que, en general, se pasa por alto. Para las numerosas asociaciones de Apolo con los lobos, véase Daniel E. Gershenson Apollo the Wolf-god, McLean (Vir­ginia), 19 91. La relación de Aquiles llega a través de su abuelo Eaco; para fuentes de esa tradición oscura, véase Gantz, vol. 1, p. 227.

39 Robert J . Rabel, «Apollo as a Model for Achilles in the Iliad», Amer­ican Journal o f Philology in , 4, pp>429-440. El uso de la misma dicción para describir la habilidad de Apolo y de Aquiles (y de Zeus y Tetis) pa­ra desplegar o ahuyentar la destrucción se examina en Laura M. Slatkin, «The Wrath of Thetis», Transactions o f the American Philological Associa­tion, 116 (1986), 124, especialmente pp. 15-16.

40 E l proemio se analiza en G. S. Kirk, The «Iliad»: A Commentary, Vol­ume I:Books 1-4, Cambridge, 1985, pp. 52-53.

41 Burkert, Greek Religion, p. 202. Se han dado una serie de explicacio­nes de la hostilidad entre los dos; el antagonismo ritual se analiza en Nagy, The Best o f the Achaeans, pp. 61 y ss. y 289 y ss. La posibilidad de que la causa de la cólera fuese que Aquiles había matado al troyano Troilo en un santuario de Apolo se plantea en Malcolm Davies, «The Judgement of Pa­ris and BzW Book X X IV » , Journal o f Hellenic Studies, 10 1 (1981), pp. 56- 62, especialmente p. 60.

42 Otras predicciones de su muerte, concretamente a manos de Apolo, se hacen en 19, 416-417 por Janto (que se refiere a los autores como «un dios y un mortal») y en 22, 359-360 por Héctor. E n una tradición, Apolo es también el que mata a M eleagro, héroe del paradigma infinitamente ca­rente de tacto de Fénix; véase Hesíodo, Catalogue o f Women or ΈΗ OI AI, en Most, fragmento 22 ,10 y ss., p. 75.

43 La persecución que emprende Aquiles bajo las murallas de Troya guarda estrecho paralelismo con las circunstancias de su propia muerte: «Aquiles ahuyenta a los troyanos y los persigue hasta el interior de la ciu­dad, pero Paris y A polo lo matan», reseña el escueto sumario de la perdi­da Etiópida·, West, Greek Epic Fragments, argumento 3, p. 113.

44 Lord Moran, The Anatomy o f Courage, Londres, 2007, p. 67.

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1 Walter Burkert, Greek Religion: Archaic and Classical, John Raffan, trad., Cambridge (Mass.), 1985, p. 60.

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2 Indirectamente se evoca con palabras de bello patetismo que descri­ben el momento en que la muerte desciende tanto sobre Patroclo como sobre Héctor, cuando «el alma voló de sus miembros y partió hacia el H a­des, I lamentando su destino, abandonando la condición humana y todo su vigor juvenil» (i6, 855 y ss. y 22, 362). Estos versos son también dignos de atención por contener un notable arcaísmo: tal como está, la frase lipous’ androtëta kai hêbën (‘dejando la condición humana y su vigor juvenil’) no tiene el número de sílabas preciso ni se ajusta al metro del hexámetro, pe­ro se elaboró para la forma micénica, o tal vez incluso anterior, *anrtäta,lo que sugiere que había poetas que cantaban a los guerreros que morían desde época muy antigua. Véase Richard Janko, The «Iliad»: A Commen­tary, Volume IV: Books 13-16, Cambridge, 1992, subentrada w . 855-858, pp. 420-421.

3 La arqueología demuestra que al final de la Edad Oscura el culto al héroe se extendió por toda Grecia, en las ciudades-Estado que surgían. Las numerosas descripciones posteriores de la literatura que ha llegado a noso­tros indican que esos cultos heroicos tenían un carácter esencialmente cró­nico, o se relacionaba con las regiones infernales (con ritos que entrañaban el sacrificio de animales negros y libaciones de sangre, que se efectuaban al oscurecer alrededor de un fuego bajo). A veces, los héroes a los que se adoraba con los cultos eran invenciones de una época posterior, pragmá­ticamente calculados para ajustarse a una necesidad o un lugar determi­nados, o se reverenciaba a personajes históricos a los que se otorgaba es­te honor final; pero los cultos más comunes eran los de héroes nombrados en la epopeya. Sobre la aparición del culto al héroe al final de la Edad del Hierro, véase Peter G. Calligas, «Hero-cult in Early Iron Age Greece», en Robin Hägg, Nanno Marinatos y Gullög C. Nordquist, eds., Early Greek CultVractice, Estocolmo, 1988, pp. 229-234; Calligas cree que la aparición contemporánea del culto al héroe y de la epopeya tal vez indique desarro­llos paralelos y no sea casual. A. Mazarakis Ainian analiza las complejida­des de los diferentes cultos mediante el registro arqueológico en «Reflec­tions on Hero Cults in Early Iron Age Greece», en Robin Hagg, ed., A n­cient Greek Hero Cult, Estocolmo, 1999, pp. 9-36, donde se considera que la epopeya es la fuerza conformadora. Para el argumento de que los cultos al héroe surgieron por influencia de la epopeya pero también se relaciona­ban con prácticas de enterramiento locales, véase J. N. Coldstream, «Hero- Cults in the Age of Homer», Journal o f Hellenic Studies, 96(1976), pp. 8-17. Para un análisis de los diferentes tipos de esos cultos, véase Lewis Richard Farnell, Greek Hero Cults and Ideas o f Immortality, Oxford, 19 21; en las pp. 403 y ss. se da una lista de los cultos mencionados en fuentes antiguas. Un examen de las pruebas de las ofrendas de sangre en los cultos al héroe sugiere que se hacían como ampliación y modificación del thysia, o sacri­ficio de una ofrenda quemada: «En esos casos, la sangre podría represen-

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tar una alusión tanto a la sphagia [matanza sacrificial] del campo de bata­lla como al hecho de que el héroe había muerto como consecuencia de la guerra y adquiría así su estatus heroico»; G. Ekro\h, «Offerings of Blood in Greek Hero-cults», en V. Pirenne-Delforge y E. Suárez déla Torre, eds., Héros et héroïnes dans les myths et les cultes grecs: actes du Colloque organi­sé à l’Université de Valladolid du 26au 2p mai 1999 (Lieja, 2000), Kernos, suplemento 10, pp. 263-280; el pasaje citado figura en la p. 279. Tal como se indicó, algunos estudiosos han visto pruebas rituales del culto en la des­cripción de la muerte de Sarpedón y el traslado de su cadáver a su patria (16, 456-457); véase nota 22 del capítulo «Caído».

4 E l Estigia es el único río del Hades que se nombra en la litada (2, 7 5 5; 8, 369; 14, 271 y 15,37). La Odisea, sin embargo, ofrece un cuadro más cla­ro de la geografía de las regiones infernales:

Allí el Piriflegetonte y el Cocito, que es un ramal del agua del Estige, desembocan en el Aqueronte.Hay una peña, y allí confluyen esos dos ríos atronadores.

Odisea, 10,513-515

s E l entierro de los restos de Patroclo se analiza detenidamente, con un esbozo hipotético sobre la situación de la tumba sobre la pira, en Angeliki Petropoulou, «The Interment of Patroklos (Iliad, 2}.2$2-2$7)», American Journal o f Philology, 109 (1988), pp. 482-495·

6 Pero no se quema ninguna armadura con Patroclo; véase nota 1 del capítulo «Sin rehenes».

7 M. L. West, Indo-European Poetry and Myth, Oxford, 2007, pp. 496- 497; West señala que seguramente los indoeuropeos «no practicaban la cre­mación, que aparece primero entre los hititas y se extiende a Grecia y a la Europa septentrional a partir del siglo x i i i a. C.». La cita figura en la p. 49 8.

8 «Rare Mycenaean Grave Unearthed», Friends o f Troy Newsletter, di­ciembre de 2007, p. 2.

9 Trevor Bryce, The Trojans and Their Neighbours, Abingdon, Oxon, 2006, pp. 22-23.; y Trevor Bryce, Life and Society in the Hittite World, Oxford, 2002, pp. 176 y ss.

10 Para el enterramiento heroico de Lefkandi, véase Mervyn Popham, E. Touloupa y L. H. Sackett, «The Hero of Lefkandi», Antiquity, 56 (1982), pp. 169-174 y láminas x x i l - x x v . Los enterramientos y los obje­tos hallados en las tumbas se describen con más detalle en M. R. Popham, P. G. Calligas y L. H. Sackett, eds., Lefkandi 11: The ProtogeometricBuild­ing at Toumba, Part 2: The Excavation, Architecture and Finds, Oxford, 1993, especialmente pp. 19 y ss., y láminas 15-22. Las pruebas de sacrificio de animales domésticos, tal vez en la pira de su dueño, son anteriores a H o­

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mero; véase, por ejemplo, el notable enterramiento de caballo delHeládico Medio tardío descrito en Evangelia Protonotariou-Deilaki, «The Tumu­li of Mycenae and Dendra», en Robin Hagg y Gullög C. Nordquist, eds., Celebrations o f Death and Divinity in the Bronze Age Argolid, Estocolmo,1990, pp. 85-102. Hay ejemplos de túmulos de la Edad del Hierro cons­truidos sobre piras en Nicholas Richardson, The Iliad: A Commentary, Vol­ume VI:Books 21-24> Cambridge, 1996, subentrada vv. 20-48, pp. 198-199; y cremaciones, subentrada v. 254, pp. 199-200. Dennis D. Hughes subra­ya, en Human Sacrifice in Ancient Greece, Londres, 1991, p. 66, el hecho de que, a pesar de las coincidencias arqueológicas con elementos indivi­duales del entierro de Patroclo, no se haya descubierto aún «ninguna se­pultura que contenga todos los elementos o se aproxíme en mucho a su escala».

11 Esta atrocidad tuvo amplia cobertura mediática; véase, por ejemplo, «Greek Antiquities: Victims of Demand for Housing», New York Times,2 de octubre de 1980, p. A12.

12 Las prácticas mícénicas son de nuevo las menos seguras: es proba­ble que las estelas o marcadores de tumbas del siglo X V I a. C. encontradas en Micenas, en las que aparece un guerrero en un carro tirado por un es­forzado caballo, conmemoren certámenes atléticos en honor de los difun­tos; también podrían ser escenas militares o de cacería; Emily Vermeule, Greece in the Bronze Age, Chicago, 1964, pp. 90 y ss. Se describe otra po­sible prueba de certámenes de la Edad del Bronce de carrera a pie, pugi­lato y carrera de carros en Eva Rystead, «Mycenaean Runners-including Apobatai», en E. B. French y K. A. Wardle, eds., Problems in Greek Pre­history, Bristol, 1988, pp. 437-442.

'3 Charles Carter, «Athletic Contests in Hittite Religious Festivals», Journal o f Eastern Studies, 47, 3 (julio de 1988), pp. 185-187.

14 Muchas de estas competiciones festivas eran corales o poéticas. En Los trabajos y los dias, un almanaque en verso de un austero agricultor, Hesíodo relata que había surcado el mar para asistir «a los juegos del vale­roso Anfidamante; los hijos de ese hombre magnánimo habían anunciado y establecido muchos premios, y declaro que conseguí allí la victoria con un himno y me llevé un trípode de dos asas». Véase Works and Days, pp. 654-6 5 5, en Glenn W, Most, ed. y trad., Hesiod: Volume 1, Theogony. Works and Days. Testimonia, Cambridge (Mass.), 2006, p. 141.

15 Sobre la función social de los juegos atléticos, véase, por ejemplo, Jam es M. Redfield, Nature and Culture in the «Iliad»: The Tragedy o f Hec­tor, Chicago, 1975, p. 210.

16 Cuando un rayo fulminó a Asclepio, hijo de Apolo, éste se vengó ma­tando a los cíclopes hijos de Zeus, que habían forjado el rayo. Como casti­go por este crimen, Apolo fue condenado a servir un año a un mortal, y fue el padre de Eumelo, Admeto, el que se convirtió en su patrón, respetado y

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P Á G I N A S 232-242bondadoso. Los caballos que conduce Eumelo son un regalo de Apolo a su padre; litada, 2,763 y ss.; véase también Timothy Gantz, Early Greek Myth: A Guide to Literary and Artistic Sources, vol. 1, Baltimore, 1993, p. 92.

17 Para asociaciones minoicas de Meriones, véase T. B .L . Webster, From Mycenae to Homer, Nueva York, 1964, pp. 104-105 y 117-118 .

18 En la Etiópida, secuela inmediata de la Iliada, Antíloco cumple el pa­pel de Patroclo en esta última, siendo el compañero más íntimo de Aquiles, que venga su muerte. Algunos estudiosos creen que el hecho de que Aqui­les sonría a Antíloco aquí es indicio de ese futuro papel; véase M. M. Wil- cock, «The Funeral Games of Patroclus», Bulletin o f the Institute o f Clas­sical Studies o f the University o f London, 20 (1971), pp. 1-11.

15 Las implicaciones políticas de los juegos atléticos se analizan muy acertadamente en Dean C. Hammer, « “Who Shall Readily Obey?” A u­thority and Politics in the Iliad», Phoenix, 51, 2 (1997), pp. 1-24, especial­mente pp. 13 y ss.

20 La autenticidad de los versos 20-30, que se incluyen en este pasaje, ha sido ardorosamente discutida desde la Antigüedad debido tanto a ca­racterísticas lingüísticas como al sentido (es decir, ¿aprobarían los dioses el robo de un cadáver? Atenea y Hera no deberían participar en un con­curso de belleza con Afrodita, etcétera). Para un resumen de las tesis a fa ­vor y en contra de su inclusión, véase Richardson, subentrada w . 23-30, pp. 276 y ss., cuya conclusión es que «probablemente sea justo decir que el pasaje como un todo debería considerarse parte del poema original».

21 Bryce, The Trojans and Their Neighbours, p. 124.22 «To Hermes», en M. L. West, ed. y trad., Homeric Hymns. Homer­

ic Apocrypha. Lives o f Homer, Loeb Classical Library 496, Cambridge (Mass.), 2003, vv. 13-15, p. 115.

23 E l término «se traduce habitualmente como “matador de Argos” », aunque esto significaría una formación lingüística insólita (argei- en vez de arg°-)i y debemos aceptar la posibilidad de que el mito se generase por el epíteto (que no se entendiese ya)», Gantz, vol. 1, p. 109. Se ofrecen varias lecturas alternativas: para «matador de perros», al ser los perros guardia­nes el enemigo del ladrón nocturno, véase West, Hesiod: Works and Days, O xford, 1980, pp. 368-369; y para «dragón» o «matador de serpientes», véase S. Davis, «Argeiphontes in H om er-The Dragon-Slayer», Greece & Rome, 22, 64 (febrero de 1953), pp. 33-38.

24 Walter F. Otto, The Homeric Gods: The Spiritual Significance o f the Greek Religion, Boston, 1964, p. 109.

25 Burkert, Greek Religion, p. 158. Sobre Hermes como el dios de fron­teras y límites y el que los rompe, véase ibid., pp. 156 y ss.; sobre el origen de los hermas y su «ritual animal», véase Walter Burkert, Structure and His­tory in Greek Mythology and Ritual, Berkeley y Los Ángeles, 19 8 2, pp. 39 y ss.

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26 Para el viaje de Príamo al Hades, véase, por ejemplo, Cedric H. Whit­man, Homer and the Heroic Tradition, Nueva York, 1965, pp. 217-218. El tono «odiseico» del Libro X X IV se analiza en Richardson, pp. 21 y ss.

27 Bruce Heiden analiza el pasaje en «The Simile o f the Fugitive H om i­cide, Iliad 24.480-84: Analogy, Foiling, and Allusion», American Journal o f Philology, 119 (1998), pp. x-io.

28 Isthmian 8.21-24 y Nemean 8.7-8, respectivamente, en C. M. Bowra, trad., The Odes o f Pindar, Londres, 1969, pp. 52, 215.

25 Platon, Gorgias 524a, donde Éaco es el juez de los muertos de Euro­pa, mientras los otros son de los muertos asiáticos; también otras fuentes en Gantz, vol. 1, pp. 220-221.

3 0 Una anomalía lingüística pone de relieve la relación de Aquiles con su distinguido abuelo. Se dan instrucciones a Príamo de que acuda «al hijo de Peleo», una frase que en griego se expresa con una sola palabra, Pêleïônade. Homero emplea -de para indicar la dirección de algo sin ningún otro nom­bre personal, pero tiene como paralelo la frase común A'idosde·, ‘a la mora­da de Hades’ ; véase Richardson, subentrada v. 338, p. 308. La asociación de Aquiles con Ftía («la Tierra Devastada»), su aparición en las regiones infernales en la Odisea y los notables elementos ctónicos de su papel en el último libro de la Ilíada han inducido a algunos estudiosos a suponer que fue en tiempos un dios de los muertos; véase Hildebrecht Hommel, Der Gott Achilleus, Heidelberg, 1980, especialmente pp. 25 y ss.

31 E l número de hijos de Níobe varía; diferentes citas de la Antigüe­dad informan diversamente que H esíodo cantó a «diez hijos y diez hi­jas» o «nueve y diez»; H esiod, Catalogue o f Women or EHOIAI, en Glenn W. Most, Hesiod: Volume 2, The Shield. Catalogue o f Women. Other Frag­ments, Cambridge (Mass.), 2007, fragmentos 126 y 127, respectivamente, p. 19 5. En cuanto a la posibilidad de que la contradicción entre Hom ero y Hesíodo indique dos tradiciones, véase Edm ond Liénard, «Les Niobides», Latomus, 2 (1938), pp. 20-29. Las numerosas fuentes de la historia figuran en Gantz, vol. 2, pp. 536 y ss.

32 Bruce Karl Braswell, «Mythological Innovation in the Iliad», Classi­cal Quarterly, nueva serie, 21, i (1971), pp. 16-26.

33 Véase un minucioso análisis del paradigma en Richardson, subentra­da vv. 596-632, pp. 339 y ss.

34 Convertir «a la gente» en piedra es un detalle inspirado sin duda por la petrificación de la propia Níobe, pero es interesante que hubiese una tradición de que Tetis hiciese que un lobo se convirtiera en piedra por devorar ganado de Peleo; en otra versión, la litificación la causó la espo­sa de Éaco, Psámate, que era hija de Nereo igual que Tetis; véase Gantz, vol. i, p. 227.

35 E l extracto de la carta se cita en Lawrence Van Gelder, «Singer Buys Rare W orld War I Letter», The New York Times (9 de noviembre de 2006),

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que informa de la compra de la carta anónima por el cantante irlandés Chris de Burgh. Véase también Malcolm Brown y Shirley Seaton, Christ­mas Truce: The "Western Front, December 1914, Londres, 2001.

}6 La posibilidad de que Troya siguiese habitada desde su toma hasta la época de Hom ero y sus implicaciones «narrativas» se plantean en Michael Wood, In Search O f the Trojan War, ed. rev., Londres, 2005, pp. 298-299.

37 Calvert Watkins, «The Language of the Trojans», enM achteldJ. Mel- link, ed., Troy and the Trojan War, Bryn M awr (Pennsylvania), 19 8 6, pp. 4 5 -62 (para la cita, véase pp. 58-59).

38 Estrabón, Geografía, 13,1.27, en Horace Leonard Jones, trad., Strabo: Geography, vol. 6, Cambridge (Mass.), 1929, p. 53. E l viajero era Demetrio de Escepsis, de cuya obra perdida sobre unos sesenta versos del catálogo troyano se decía que llenaba sesenta libros.

39 Filóstrato, Vida de Apolonio, 4 ,11-13.40 Aithiopis, fragmento 1, en M. L . West, ed. y trad., Greek Epic Frag­

ments: From the Seventh to the Fifth Century B.C., Cam bridge (Mass.), 2003, p. 115.

41 Pero ¿qué parte del pie? Lo más frecuente es mencionar el tobillo de Aquiles, aunque algunos autores posteriores señalan la planta del pie. Esto último concuerda con el hecho de que Paris hiera a Diomedes en la planta del pie en el Libro X I (11, 369 y ss.), lo que suele considerarse un doblete de la herida que más tarde infligirá a Aquiles; véase Bryan Hains - worth, The «Iliad»: A Commentary, Volume III: Books 9-12, Cambridge, 1993, subentrada vv. 369-383, p. 267. Sobre el lugar exacto y la causa de la muerte de Aquiles, véase Gantz, vol. 2, pp. 625 y ss. E l talón de Aquiles se menciona sólo en la obra del poeta Estacio (siglo I d. d.),Achileida, 1, 133-134 ;!, 268-270 y i, 480-481.

42 Para la maquinaria de asedio del Oriente Próximo, véase Sarah P. Morris, «The Sacrifice of Astyanax: Near Eastern Contributions to the Siege of Troy», en Jane B. Carter y Sarah P. Morris, eds., The Ages o f Hom­er: A Tribute to Emily Townsend Vermeule, Austin (Texas), 1995, pp. 227 y ss.

43 Little Iliad, argumento 4, en West, Greek Epic Fragments, p. 123.44 Sack o f Ilion, fragmento i, ibid., p. 147.45 Ibid., argumentos 1 y 2, p. 145.46 El regreso de Filoctetes fue un tema de tragedia favorito; sólo ha so­

brevivido la obra de Sófocles con su nombre por título. Según otras tra- dicionas, una primera esposa de Paris desempeña un papel en su muerte; véase Gantz, vol. 2, pp. 63 5 y ss.

47 Sobre el destino de Hécuba, véase H. J . Rose, A Handbook o f Greek Mythology, Londres, 2000, pp. 235 y ss. La degradación de Hécuba es el tema de la terrible tragedia de Eurípides en la que el amo que se le asigna es Odiseo.

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48 «Algunos escritores clásicos y posteriores reseñaron la creencia pro­pia y de otros de que él [ Astianacte] sobrevivió a la caída de Troya y de que, a menudo en compañía de Ascanio, hijo de Eneas, fundó una o más ciu­dades en la Tróade»: Peter M. Smith, «Aineiadai as Patrons oí litad XX», Harvard Studies in Classical Philology, 85 (1981), pp. 17-58, especialmente pp. 5 3 yss.

49 «Odiseo mata a Astianacte, Neoptólemo recibe a Andrómaca como parte del botín y se divide el resto. [...] Luego incendian la ciudad y sacri­fican a Polixena en la tumba de Aquiles»; Sack o f Ilion, argumento 4, en West, Greek Epic Fragments, p. 147. En La pequeña Iliada es Neoptólemo quien mata a Astianacte. Véanse las páginas 105-106 de esta obra.

50 Tanto Píndaro (Nemeas, 8, 23 y ss.) como elÁyax de Sófocles tratan cómo pierde humillantemente y muere Áyax. La litada declara que Áyax era «con mucho el mejor [...] mientras Aquiles seguía con su cólera», (2, 278-279; pero cuando en el Libro I I I Helena identifica para Príamo a los personajes aqueos importantes, su indiferencia desdeñosa hacia Ayax («Ese es el gigantesco Áyax, muralla de los aqueos, | y más allá de él está Idomeneo», 3, 229-230) parece deliberadamente ofensiva.

51 Los detalles del viaje de Diomedes hacia el oeste son vagos y confu­sos, lo mismo que la tradición de que en Italia sus hombres fueron transfor­mados en pájaros. Véanse las diversas versiones y fuentes en Gantz. vol. 2, pp. 699-700; y también Irad Malkin, The Returns o f Odysseus: Coloniza­tion and Ethnicity, Berkeley y Los Ángeles, 1998, pp. 234 y ss.

52 Odisea, 4, 238 y ss.53 Odisea, 3 ,103 y ss.54 Eurípides, Andromache, pp. 341 y ss., en David Grene y Richmond

Lattimore, eds. y trads., Euripides III, Chicago, 1958, p. 87.55 Estrabón, Geografía, i, 3.2.56 Para la fecha del colgante, véase Irene S. Lemos, The Protogeometric

Aegean. The Archeology o f the Late Eleventh and Tenth Centuries B.C., Oxford, 20 o 2, pp. 1 31 -13 2. La significación de la cualidad exótica y la anti­güedad de los objetos encontrados en el enterramiento de Lefkandi se ana­lizan en Jan Paul Crielaard, «Basileis at Sea: Elites and External Contacts in the Euboean Gulf Region from the End of the Bronze Age to the Be­ginning of the Iron Age», en Sigrid Deger-Jalkotzy e Irene S. Lemos, eds., Ancient Greece: From the Mycenaean Palaces to the Age o f Homer, Edim­burgo, 2006, pp. 271-297, especialmente pp. 286-287.

57 Véase lone Mylonas Shear, Kingship in the Mycenaean World and Its Reflection in the Oral Tradition, Filadelfia, 2004, p. 82.

58 Tomado de Bryce, Life and Society in the Hittite World, p. 9 9; y tam­bién p. 31 sobre el carácter de la clemencia regia.

59 G ilbert Murray, The Rise o f the Greek Epic: Being a Course o f Lec­tures Delivered at Harvard University, O xford (Mass.), 1924, p. 92.

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P Á G I N A S 255-26360 La trascendencia de la muerte mediante la fama poética es un tema

vasto y complejo. Véase una obra decisiva sobre el papel de la epopeya grie­ga en la inmortalización de héroes muertos: Gregory Nagy, The Best o f the Achaeans: Concepts ofthe Hero in Archaic Greek Poetry, Baltimore, 1979, es­pecialmente pp. 174 y ss. Y también la sucinta revisión del material indoeu­ropeo, con un enfoque menos formulario, en West, Indo-European Poetry and Myth, pp. 3 9 6 y ss. y 403 y ss. Se desafía la premisa de que kleos aphthiton es, en realidad, una supervivencia formularia de la poesía heroica indoeu-

ropea en Margalit Finkelberg, «Is Κ Λ Ε Ο Σ Α Φ Θ Ι Τ Ο Ν a H oW ric Formu­la?», Classical Quarterly, 3 6, 1 (19 8 6), pp. 1 -5. Aunque Anthony T. Edwards, « κ λ έ ο ς α φ θ ι τ ο ν and Oral Theory», Classical Quarterly, 38 (1988), pp. 25-30, está de acuerdo en que esta frase clave no representa una formula ho­mérica, tal como se entiende normalmente el término, sugiere también que la teoría oral de la poética, como se redefine cada vez más, indica que el es­tatus formulario ni prueba ni refuta la antigüedad de una frase.

61 Se ha atribuido erróneamente a Aquiles desde la antigüedad una de­cisión en favor de la gloria; véase Bruno Snell, Scenes from Greek Drama, Berkeley y Los Ángeles, 1964, pp. 1-22.

61 Aithiopis, argumento 4, en West, Greek Epic Fragments, p. 113. La tradición de que a los héroes elegidos les aguarda un destino grato después de la muerte se halla también en la Odisea, donde se dice de Menelao:

[...] no es voluntad de los diosesque tú mueras y vayas a tener tu final en Argos, pastizal de caballos,sino que los inmortales te conducirán al Campo Elíseo,y a los confines de la tierra, donde está Radamanto, de hermosa cabellera,y donde se hace más grata la vida a los mortales,pues allí no hay nieve, no hay allí mucho invierno, allíno llueve nunca, sino que la corriente del Océano envía siempre brisasde Céfiro que sopla ligero para refrescar a los mortales.Eso porque Helena es tuya y tú eres por ello yerno de Zeus.

Odisea, 4, 561 y ss.

Resulta significativo y coherente que la epopeya homérica eliminase, a sa­biendas, como si dijésemos, este final más feliz de Aquiles.

63 Hay en esta breve escena una gran densidad de referencias a la no­table ascendencia de Aquiles. La alusión de Odiseo a la autoridad excep­cional de éste en las «regiones infernales» evoca la autoridad excepcional otorgada a su antepasado, Éaco, por ejemplo (véase nota 30). Es también sorprendente el diálogo entre Aquiles y Odiseo sobre Peleo, que aún vi­ve; a la conmovedora petición de Aquiles de que Odiseo le diga «todo lo que has oído sobre el gran Peleo, | si aún mantiene su rango entre los mir­

315

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« G L O R I A E T E R N A »

midones | o si se le menosprecia ya en la Hélade y en Ftía», Odiseo con­testa simplemente: «No tengo ninguna noticia que darte del gran Peleo». El sorprendente silencio de la Ilíada sobre las hazañas de Peleo se traslada también a la Odisea. La tradición que llevó a Aquiles, digamos, hasta Tro­ya era la de los refugiados tesalios. ¿Acaso la preocupación a menudo ex­presada por lo que sucede en la lejana Ftía, y por el destino de sus viejos soberanos, junto con el triste anhelo de regresar a la patria de Aquiles, re­fleja la nostalgia que sentían esos desterrados inmigrantes por el país que nunca volverían a ver? «Los hombres de las Migraciones habían dejado atrás las tumbas de sus padres. Los espectros a los que deberían haber ali­mentado y cuidado esperaban desvalidos en las antiguas tierras», Murray, The Rise o f the Greek Epic, p. 71.

316

Armauirumque
Armauirumque
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O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

A unque de las notas por capítulos puede entresacarse una b ib lio­grafía detallada, proponem os la que figura a continuación como guía para obras sobre los temas principales que son fácilm ente asequibles y accesibles al lector general.

T E X T O S

a l l e n , T. W. y D . B . M onro, eds., Homeri Opera, 2 vols., O xford University Press, O xford , 19 20 ; reim presión, 19 76 .

w e s t , M . L ., ed., Homeri Ilias, Stuttgart y Leipzig, 19 9 8 -20 0 0 .

C O M E N T A R I O S

E l com entario más extenso, m inucioso y práctico es la colección de seis tom os publicada por Cam bridge U niversity Press, cuya ed i­ción dirigió el difunto G . S. K irk . A unque el com entario verso por verso sea técnico, los ensayos sobre temas generales («The G ods in H om er», «Typical M otifs and Them es») son claros y amenos. Los diferentes volúm enes son:

k i r k , G . S., The «Iliad»: A Commentary, Volume 1: Books 1-4, Cam bridge, 1985.

—, The Iliad: A Commentary, Volume I I : Books 5- 8, Cam bridge, 1990 .

H A I N S w o r t h , Bryan, The «Iliad»: A Commentary, Volume I I I :

Books ç-12, Cam bridge, 1993.JA N K O , Richard, The «Iliad»: A Commentary, Volume I V : Books

13-16, Cam bridge, 1992. e d w a r d s , M ark W., The «Iliad»: A Commentary, Volume V .-Books

17-20, Cam bridge, 19 9 1.

317

Page 315: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

r i c h a r d s o n , N icholas, The «lliad»: A Commentary, Volume VI:

Books 21-24, Cam bridge, 1993.

Tam bién son valiosos estos com entarios de un solo libro:

g r i f f i n , Jasper, Homer: «Iliad» I X , O xford University Press,

O xford , 1995.P U L L E Y N , Simon, Homer: «lliad» I , O xford University Press,

O xford , 2000.

O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

T R A D U C C I O N E S

L A T T I M O R E , Richm ond, The «lliad» of Homer, Chicago, 19 6 1: la version inglesa más fiel al texto de H om ero, tanto en sentido literal com o en gravitas épica. Todas las traducciones de este libro (excepto « L a m uerte de H éctor», que es de la autora) corresponden a la versión de Lattim ore.

f a g l e s , Robert, The «lliad», N ueva York, 1990 : versión coloquial y m oderna, que muchos lectores consideran la más comprensible.

u n d e r w o o d , Simeon, English Translators of Homer: From George Chapman to Christopher Logue, Plym outh, Reino Unido, 1998, ofrece un análisis sucinto (79 páginas) de las traducciones más im portantes y de las sensibilidades cambiantes.

P O E S Í A G R I E G A A N T I G U A C I T A D A E N E S T A O B R A

Ciclo épico

W E S T , M. L ., ed. y trad., Greek Epic Fragments: From the Seventh to the Fifth Century B. C. , Loeb Classical Library, 4 9 7 , Cam bridge (M assachusetts), 2003; véase tam bién M alcolm D avies, The Greek Epic Cycle, z.a ed., Lon dres, 20 0 3, un resumen (91 p á­ginas) de los m uchos temas relacionados con esos poem as per­didos.

318

Page 316: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

Hesíodo

M O S T , G lenn W., ed. y trad., Hesiod: Volume i, Theogony. Works and Days. Testimonia, L oeb C lassical Library, 57, Cam bridge (Massachusetts), 2006 ; y Hesiod: Volume 2, The Shield. Catalogue of Women. Other fragments, L oeb Classical L ibrary, 503, Cam bridge (M assachusetts), 20 0 7.

Homero

The Odyssey: traducciones de R ichm ond Lattim ore, N ueva York, 19 6 7 (usada en esta obra), y Robert Fagles, N ueva York, 1996.

Himnos homéricos

W E S T , M . L ., ed. y trad., HomericHymns. Homeric Apocrypha. Lives of Homer, Loeb Classical Library, 496, Cam bridge (M assachu­setts), 2003.

Pindaro

B O W R A , C. M ., trad., The Odes of Pindar, Londres, 19 69 .

E D A D D E B R O N C E Y G U E R R A D E T R O Y A

Grecia y Micenas

C H A D W I C K , Joh n , The Mycenaean World, Cam bridge, 19 76 .

—, The Decipherment of Linear B, Cam bridge, 19 90 . f i e l d s , N ie, Mycenaean CitadelsC . 1 3 5 0 - 1 2 0 0 B . C . , Botley, O xford ,

2004.w a r d l e , Diana y K . A. W ardle, Cities of Legend: The Mycenaean

World, Londres, 19 9 7 .

Anatolia y Troya

b r y c e , Trevor, Life and Society in the Hittite World, O xford , 2002.

319

Page 317: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

—, The Trojans and Their Neighbours, A bingdon, O xon, 2 0 0 6 .f i e l d s , N ie, Troy c. 1700-1250 B.C., Botley, O xfo rd , 2004.MELCHERT, H . Craig, ed., The Luwians, Leiden, 2003.Studia Troica: publicación interdisciplinar dedicada a Troya y la

Tróade a través de sus m uchas fases históricas. Incluye el in ­form e anual de las excavaciones en Troya. Pueden solicitarse ejem plares al portal Pro ject Troia W eb: w ww.uni-tuebingen.de/ troia/eng/sttroica.htm l.

Guerra de Troya

CONANT, C raig y Carol G . Thom as, The Trojan War, W estport (Connecticut), 2005.

k i r k , G . S., «H istory and Fiction in the Iliad», en The «Iliad»: A Commentary, Volume II: Books 5-8, Cam bridge University Press, Cam bridge, 19 9 0 , pp. 36-50.

LATACZ, Joachim , Troy and Homer: Towards a Solution of an Old Mystery, traducido del alemán por K evin W indle y Rosh Ireland,', O xford , 2004 . [Existe traducción en español: Troya y Homero: hacia la resolución de un enigma, trad. E d uard o G il B era, B ar­celona, Destino, 20 0 3].

w o o d , M ichael, In Search of the Trojan War, edición revisada, Lon dres, 2005. [Existe traducción en español: En busca de la guerra de Troya, trad. Silvia Furió , Barcelona, Crítica, 2 0 13 ]. Un resumen excelente, apasionante y bien escrito, que recorre las fuentes m icénicas e hititas, los hallazgos arqueológicos m oder­nos y la historia del descubrim iento de los prim eros yacimientos.

ÉPOCA OSCURA

CONANT, Craig y Carol G. Thom as, Citadel to City-State: The Transformation of Greece, 1200-700 B.C.E., Indiana U niversity

Press, Bloom ington e Indianápolis, 1999.F i n l e y , M oses I., The World of Odysseus, edición revisada, N ueva

York, 19 82. [Existe traducción en español: El mundo de Odiseo, trad. M ateo H ernández, M adrid , f c e , 19 80 ].

m o r r i s , Ian, ed., The Dark Ages of Greece, Edim burgo, 2009.

320

Page 318: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

OSBORNE, Robín, «H om er’s Society», en Robert Fowler, ed., The Cambridge Companion to Homer, Cam bridge University Press, Cam bridge, τοογ, pp. 20 6 -2 19 .

SNODGRASS, Anthony M , The Dark Age of Greece: An Archaeolo­gical Survey oftheEleventh to theEighth Centuries B.C., edición revisada, Edim burgo, 2 0 0 0 ; resumen detallado y forzosam ente técnico de las pruebas arqueológicas.

POESÍA ORAL Y TRANSMISIÓN DE LOS POEMAS HOMÉRICOS

N ingún aspecto de la erudición hom érica es más polém ico y con­trovertido que el denom inado problem a hom érico, que abarca, en realidad, diversos interrogantes básicos sobre la autoría y la técnica de com posición de la litada y la Odisea·. ¿Fue H om ero un poeta individual o es ese nom bre un térm ino equívoco para una larga tradición poética que pasó por muchas manos anónimas? ¿C on cuánta fidelidad o con cuántas innovaciones se transmitió esta tradición? ¿Cuándo y cóm o se fijó definitivamente? E n otras palabras, ¿escribía H om ero? ¿D ictaba a un escriba? ¿Se fijó d e­finitivam ente el texto de la lliada p or escrito siglos después de «H om ero»? ¿Com puso la lliada y la Odisea el mismo poeta?

Si bien m uchas de estas preguntas ya se plantearon en la A nti­güedad, la erudición m oderna se fecha con seguridad en la obra de M ilm an Parry, cuyo análisis m etódico de la función y de la eco­nom ía del lenguaje form ulario de la poesía hom érica dem ostró a ciencia cierta la deuda de los poemas épicos con la técnica de com ­posición oral tradicional. E l trabajo posterior de Parry, en colabo­ración con su colega A lbert B . Lord , acerca de los guslaris (bardos o poetas profesionales) de la poesía heroica serbocroata en lo que entonces era Yugoslavia, parecía respaldar su obra lingüística an­terior. E l legado de Parry es más asequible en una colección de sus artículos (en un solo volum en): The Making of Homeric Verse: The Collected Papers of Milman Parry, A dam Parry, ed., O xford , 19 97; debido al carácter forzosam ente técnico de su obra, tal vez a los lectores no especializados esos estudios decisivos les resulten más com plejos y oscuros que gratificantes. Para el lector general, es

321

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O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

más adecuado el resumen de A lbert B . L o rd cuya referencia figura

a continuación.L a tesis de Parry, aceptada en su momento com o prueba defini­

tiva de la oralidad estricta de los propios poem as hom éricos (como opuesta a la de su indiscutible pero aún enigm ática deuda con la poesía oral tradicional), ha pasado a ser objeto de un análisis crí­tico más detenido; han tenido especial im portancia en ese análisis los conocim ientos no de especialistas en lengua y cultura clásicas sino de investigadores con amplia experiencia en las tradiciones orales vivas. Entre las cuestiones planteadas figura la de hasta qué punto las conclusiones sobre la dicción hom érica son aplicables a las tradiciones orales de nuestra época, la idoneidad de los guslaris sem ianalfabetos que actúan en los cafés urbanos com o m odelo de un poeta de la E d ad O scura como H om ero y el inmenso y evidente abism o entre los relatos serbocroatas y los m onum entales poem as épicos de H om ero. Tam bién tiene hoy m ayor interés el significado de la litada como com posición de «final de una tradición». Estas cuestiones se plantean de form a especialm ente fecunda en los en­sayos de la colección editada por Stolz y Shannon.

L a siguiente lista de obras, m uchas de las cuales se contradicen entre sí, estim ulará nuevas ideas en vez de procurar respuestas d e­

finitivas a la im portante aunque irresoluble «cuestión hom érica»:

f o w l e r , Robert, «The H om eric Q uestion», en R obert Fowler, ed., The Cambridge Companion to Homer, Cam bridge, 2004 , pp. 220-232 .

j a n k o , R ichard, «The O rigins and Evolution o f the E p ic D iction» y «The Text and Transm ission o f the Iliad·», en The «Iliad»: A Commentary, VolumeIV: Books 13-16, Cam bridge, 1992, pp. 8-19 y 20-38, respectivamente.

J e n s e n , M inna Skafte, The Homeric Question and the Oral- Formulaic Theory, Copenhague, 1980 .

k i r k , G . S., The Songs of Homer, Cam bridge, 19 6 2 . [Existe traduc­ción en español: Los poemas de Homero, trad. Eduardo Prieto, Barcelona, Paidós, 1985].

l o r d , A lbert B ., The Singer of Tales, Cam bridge (M ass.), 19 8 1. N A G Y , Gregory, Homeric Questions, U niversity o f Texas Press,

Austin, 1996 .

322

Page 320: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

O T R A S L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

p o w e l l , Barry B ., «H om er and W riting», en Ian M orris y Barry

Powell, eds.,/1 New Companion to Homer, Leiden, 1997, pp. 3-32. —, Homer and the Origin of the Greek Alphabet, Cam bridge, 1994. s t o l z , Benjam in A. y R ichard S. Shannon, eds., Oral Literature

and the Formula, A nn A rbor, 19 7 6 ; véase especialm ente Ruth Finnegan, «W hat Is O ral L iterature Anyw ay? Comm ents in the L ight o f Som e A frican and O ther Com parative M aterial», pp. 12 7 y ss.

e n s a y o s c r í t i c o s

Com o se indica en el apartado N otas, hay m uchas form as posibles de enfocar la Ilíada. E l Cambridge Commentary en seis volúm e­nes contiene, como ya hemos dicho, valiosos ensayos sobre temas específicos im portantes para los estudios hom éricos. L as obras siguientes ofrecen interpretaciones especialm ente perspicaces, y a m enudo conm ovedoras, de los que se podrían considerar temas definitorios de la epopeya.

g r i f f i n , Jasper, Homer on Life and Death, O xford , 1983. k i n g , Katherine Callen, Achilles: Paradigms of the War Hero from

Homer to the Middle Ages, Berkeley y Los Angeles, 19 87 . n a g y , Gregory, The Best of the Achaeans: Concepts of the Hero in

Archaic Greek Poetry, Baltim ore, 19 79 . r e d f i b l d , Jam es M ., Nature and Culture in the «Iliad»: The Tragedy

of Hector, Chicago, 1975. [Existe traducción en español: La Ilia­da, naturaleza y cultura, trads. A ntonio J . Desm onts y Elisenda Ju libert, M adrid, G redos, 2 0 12 ] .

s c h e i n , Seth L ., The Mortal Hero: An Introduction to Homer’s «Iliad», Berkeley y Los Angeles, 1984.

s h a y , Jon athan , Achilles in Vietnam: Combat Trauma and the Undoing of Character, N ueva York, 1995.

S L A T K I N , LamaM.,ThePower of Thetis: Allusion andlnterpretation in the «Iliad», Berkeley y L os Angeles, 19 9 1.

w e i l , Simone, «The Iliad, or the Poem o f Force», trad, de M ary M cCarthy, en Christopher Benfey, ed., War and the «Iliad», N ueva Y ork , 2005, pp. 1-37.

323

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Í N D I C E A N A L Í T I C O

Abel y Caín 68acadia, epopeya 157, 290 η. 29 Actor 29711.14 Admeto 310 n. 16 ADN 91, 284 η. 4 Adresto 96-97Africa, «hombres leopardo» de

297 n. 19 Afrodita 79-81,90-94,225,

288 n. 16, 305 n. 34 Eneas rescatado por 90-91,93,

284 n. 5enfrentamiento de Helena con

79-81engaños divinos de 143-144,

185, 294 n. 21 herida 92-94 juicio de Paris y 117,238 origen de 80-81, 282 n. 38 Paris deseado por 80-81 Paris arrebatado por 79,80,

148, 282η. 34 reconocimiento por Helena de

79-81,145 Agamenón, rey de Micenas 36-46,

52-60, 72 ,10 6 ,131-132,188, 251,284 η. 7asambleas convocadas por 52-

54,109-110 ataque de Tersites a 54-55, 57 autoridad de 43-45,52,58,192,

236Briseida confiscada por 45-46,

no-in , 192-193, 200, 299 n. 31 cadáver de Héctor y 249 campaña fallida en la región de

27, 270-27111. 26

cetro de 52-53, 55, nocomo comandante en jefe 13,43,

56-59Criseida como botín de guerra

de 37-39,44-45 Crises amenazado por 37,52 disputas de Aquiles con 12-13,

20-21,32-35,38-46,56,137,159-160, 200, 227,-228,291 n. 36

enfrentamiento de Diomedes con 109-110

epítetos de 192 en los juegos funerarios 237-

238, 247 escudo de 134,187 espectro de 176 herida de 134-135 identificación por Helena de

75-77impulso de matarle de Aquiles

42inadecuado para el mando 55-

56, 276 n. 20 motivo de pareja de hermanos y

280 η. 20 ofrece regalos a Aquiles 110-

112,123-124,130-132,191- 192

operación de armarse de 134,160-161,194

pillaje de 124pone a prueba a los aqueos 53-

54,60primera aparición de 3 7 regreso a su patria 256-258 rescate rechazado por 96-97

325

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Í N D I C E A N A L Í T I C O

reunión urgente de príncipes convocados por no

sacrificio por 58,60,78 sueño engañoso enviado a 52-53,

56,137,147 Agénor 203 Ahhiyawa 26 Aidoneo 196Alaksandu de Wilusa 70, 280 n. 24,

305η. 34 Alceo 282η. 39, 287-288 n. 12,

306 n. 36 Álcimo 244 Alcmeonis 286 η. 5 Alejandro Magno 10-11, 281 n. 29 Alejandro:

uso del nombre 69, 280-281 n. 24 véase también Paris

Alemania 150,250 alfarería 24-25 Ali, Ayaan Hírsi 99,285 η. 17 Ali, Muhammad 41 alma (fuerza vital) 220, 229, 243 Altes 208-209 amigos huéspedes 99,143 Anat 138, 293 n. 8 Anatolia (actual Turquía)

16 (mapa), 21-22, 24 alianzas de la Edad del Bronce

en 279 n. 17 exiliados fugitivos en 287 n. 8 intromisión micénica en 24,

268 n. 9 luvitas en 24micénicos en la costa de 22,24,

27origen etrusco 91

Andrómaca 9 ,10 2 -10 6 ,193, 200, 295η. 3muerte de Héctor y 223-226,

252, 255 directrices militares dadas por

104

sobre Neoptólemo 257 destino tras la guerra 106, 257,

314η. 49 Anfiarao 92 Anfidamante 310 n. 14 Ángel de Mons 150 Anquises 90, 294η. 21 An ténor 77Antíloco 84,173-177,311 η. 18

en juegos funerarios 234-237 Antímaco 282 η. 32 Apolo 94,140,149,155,159-160,

196, 203-205, 284η. 5 Agénor y 203Aquiles odiado por 203,238-

239> 3o5-306 n. 34, 307 n. 41

ayuda a Héctor 197-198, 215 Crises como sacerdote de 36-37 como guardián de Troya 169,

203-205,306n. 34 égida de 61 hijos de Níobe y 248 matrimonio de Tetis y 204,

306 n. 37 muerte de Aquiles y 175,221,

249, 306-307 n. 37 ,307 η. 43 muerte de Patroclo y 169-172,

204muerte de Sarpedón y 167-168 ofrendas propiciatorias a 45 origen de 306-307^ 34 peste enviada por 38,137,146,

193, 203 virtudes civilizadas de 204

Apolodoro 115, 287 n. 5, 287 n. 9 aqueos 36-67,75-79,82-85,108-

136 ,14 0 - 14 1,152-174,179-206, 207-223, 227-242 Agamenón pone a prueba a los

53-54, 60,Ahhiyawa como 26 asambleas de los 38-39,53-54,

326

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Í N D I C E A N A L Í T I C O

108-109, 189, 191-192, 232,234, 256

campamento de los 179,189 Catálogo de las Naves y 62-66,

277-278 n. 9 control del destino de los aqueos

por Aquiles 58,109,111 destino de los, después de la

guerra 255-257 fortificaciones de los 108,135,

147, 244 guerra ganada por 19 Hera como defensora de 51,140-

144, 238-239 identificación por Helena de 75-

76,105, 314 n. 50 incursiones de los 3 6 magnitud de las fuerzas de 64 nombres empleados para los 15,

26Poseidón inspira a los 135-137,

141,155Recepción de Crises por los 3 6-

37soporte moral de 55, 60-61, 76,

106-107,135-137,155,166 uso del término 15,22 zarpan de Áulide 63 Zeus inclina la suerte en el

combate contra los 51-53,56 véase también Micenas, micénicos, mundo micénico; aqueos concretos

Aquiles 10-13,38-50,55-59,108- 132,152-166,171-178,179-206, 207-224, 227-233, 235-241, 243-258, 261-263, 288 n. 16,3x2 n. 30acceso a la épica en etapa tardía

de 122, 291 n. 37 aparece como héroe 29 aparición de Atenea a 42 Apolo perseguido por 203-207

Apolo comparado con 204-205,307 n. 38, n. 39

aristeia de 188,196-202 armadura de, véase armadura de

Aquiles artes curativas y 120,122,155,

204autoridad de 123 batalla del río Escaman dio

de 201-202, 303 n. 18 belleza de 121, 204, 249 regalos de Agamenón a 110-112,

123-125,132,191-192 caballos de 64-65,161-163,173,

188,195,198 caudillaje de 38,44-45,188,

236-237, 251 cólera de 36, 39, 59, 65,106,

112 ,123-124 ,130-131,159,176- 178,182,189-191,194,197, 204, 227, 238-239, 247,289 n. 21, 291 n. 36, 291-292 η. 43,307η. 41

como héroe popular 34-35,121-122

como solitario y marginado 12 2-123

convergencia temática histórico- mítica 58

copa ritual de 165 degradación como héroe 11-13 despojado de Briseida 45-46,

n i, 299 n. 31 disputa de Odiseo con 39,235 disputas de Agamenón con 12,

20-21,32-35, 38-45,56,137,159, 200, 227, 235-236, 291η. 36

dolor de 173-174,194-195,237,241, 245, 299 n. 31

embajada a, véase embajada a Aquiles

encuentro de Príamo con 243-250, 257, 260

327

Page 324: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

Eneas rescatado de 91 Enkidu comparado con

290 n. 29en el Hades 262,315-316 n. 63 epítetos aplicados a 118 espectro de 176, 262 espectro de Patroclo y 228-229 especulaciones homosexuales

sobre 299 η. 32 familia de Andrómaca y 102,

200genealogía de Eneas relacionada

con 90-91 Héctor y, véanse subentradas en

HéctorHelena y 43,120,124, 290 n. 30 hijo de 121; véase también

Neoptólemo honor de 46, 49-50,58-59, 61,

97,118 ,124-125 ,128 ,13 1,14 7 , 160,176,185, 215, 239, 299 n. 31

infancia de 119-120,126-127 Iris como mensajera y 180 juegos funerarios y 232-233,235-

236lanza de 290 n. 27 llama alrededor de la cabeza de

180-181, 300 n. 2 mata a Tersites 276 n. 17,

291 n. 36 mirmidones acaudillados

por 163-164, 278 11.10 mortalidad de 34,117-118,122-

123,187-188, 204, 254 muerte de 34-35,39,49,118-121,

123-124,127,134,174-178,179,181,185-186,188, 220, 228, 249, 254-255, 261-263, 299 n. 31,306 n. 37,307 n. 42, η. 43,313 η. 41

operación de armarse de 161, 194

orígenes familiares de 34,38, 48-50,112 -119 ,121

Patroclo como chivo expiatorio por 171

Patroclo usa armadura de 154, 158-162, 300 n. i

primogenitura de 49 reina de las amazonas y 254,

279 n. 17 relación de Patroclo con 112,

114 ,155-157,1 5g-160,177-178,298 n. 26, 299-300 n. 31, 303 n. 18

retirada del combate de 20,32, 45,52,56,112-113 ,133,152,181,274 n. 7, 291 n. 36, 303 n. 18

se corta el pelo 230 servicio militar puesto en

entredicho por 41 significado del nombre 118,

290 n. 24 símiles usados por 122,129 Tersites odiado por 54 Tetis llamada por 46-47,49-50,

120Tetis oculta a 120-121,179 Tetis templa a 117-118 tocando la lira 111,204 tragedia de 123,128,132 trauma bélico y 200-201 túmulo de 20 (mapa) uso del nombre 15 vuelta al combate de 32,109,

18 1,188-190 ,197,298η .24, 303 n. 18

Arcadia 297 η. 19 Arctino de M ileto 254 Ares 137-140,144,179-180,245,

280 n. 23origen de 137-138 rechazo de Zeus 138 herido 94

argeiphontës 242,311η. 23

3 x8

Page 325: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

Argóllela 28 3 11.4 2Argos 16 (mapa), 83, 85, 283 n. 42Aristarco 3 7 ,10 4Aristeia 92 ,263

de Aquiles 18 7 -18 8 ,19 6 ,19 8 , 201-202

de Agamenón 134 de Diomedes 92, 9 5 ,16 6 de Patroclo 166

Aristóteles 10 Armadura 184-185,229

cremación y 232, 309 η. 6 de Héctor 221 mágica 16 1-162 de Patroclo 300 η. 1 despojar de 16 7 - 16 8 ,17 1 ,17 3 ,

17 7 , 200, 216 , 219 , 221,298 η. 24, 300 η. i

armadura de Aquiles 17 5 ,17 7 -17 8 , 179 -18 8 ,19 2 , 216-129 disputa Odiseo-Ayax por 30,

235, 256Héctor se apodera de la 172-173,

17 9 ,18 1 , 221 Hefesto forja 179 ,18 3 -18 5 ,18 8 ,

218-219, 302 η · 11 Patroclo usa 154 ,15 9 -16 2 ,19 5 ,

300 n. iarmarse, escenas de 134 ,16 1- 16 2 ,

194arqueología 2 0 -2 1,2 3 1,30 8 -3 0 9 0 .

3, 310 n. 10del mundo micénico 2 7 1η . 29,

283 n. 42 en Lesbos 25, 272 η. 32 en Troya 20, 241, 268 n. i i , 269-

269 η. 13, 269 η. 14 Arquíloco 2 7 0 -2 7 10 .2 6 Ártemis 196, 248 Asclepio 310 -311 n. 16 asesinato y purificación, tema

de 114 , 286-287n. 5, 291 n. 36 Astianacte 10 4 -10 6 ,2 5 5 ,2 9 5 0 .3

destino después déla guerra 105, 2-55, 3 1 4 «· 48

mejor que su padre 104,255 muerte de 105 ,255 ,286 0 .22 muerte de Héctor 226

Astíiloo 87Atenas 2830 .42 ,29 9-3000 .31 Atenea 4 2 ,14 0 ,139 -14 0 ,14 2 ,16 1

Aquiles alimentado por 193 ayuda a Diomedes 9 2-9 4, 9 7 égida de 61en herida de Ares 93-94 epítetos de 138-139 interviene en la guerra 42,60,

68, 83-84, 87,139-140,148, 16 0 ,18 0 -18 1,196, 205, 213- 218, 224, 238, 259

Juicio de Paris y 117 ,238 nacimiento de 139, 293 η. 10 ofrendas de mujeres troyanas a

97, Ι Ο Ο - Ι Ο Ι

prototipo de 138 se burla de Afrodita 93

Atridas 96,135audieocia de Homero 59, 99,109,

174 ,17 6 , 291-292n. 43 alusiones recooocidas por 48 bosquejo de la divinidad y 141 carnicería en el campo de batalla

y 87,89 casi muertes imposibles y 91,

284η. 6 Catálogo de las Naves y 63,

279 n. i i

descripción de 32,2.7311.37 deslices de memoria de la lliada

y 82escudo de Aquiles y 187 Eumelo cooocido por 233 expectativas de 91, 97 menosprecio de Paris y 70 moderna 198 muerte y 229

329

Page 326: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

pacto Zeus-Hera y 82 rey indigno del mando y 57 versos iniciales y 40

augurios 146-148, 258 serpiente como 147

Aulide 63Automedón 162,244 Autoridad 40,57-58

cetro de la asamblea y 44-45 de Agamenón 43-45,52,58,192,

236de Néstor 47,236 de Zeus 5 2

Axilo 89Áyax (hijo de Oileo) 145, 234-235,

2-55, 314η· 50 Áyax, Telamonio 21,30,145,179,

233, 278 n. 10cadáver de Patroclo y 172-175,

179disputa de Odiseo con 39,235,

256en la embajada a Aquiles 111 ,13 1 Héctor herido por 144 naves defendidas por 160 suicidio de 256

Baal 139babilónica, epopeya de la creación

294 n. 20 Balio 161-162 baño 182, 224,300-301 n. 3 Belerofonte 98, 285 n. 15, n. 16 belleza, disputa de diosas

sobre 117 Beocia, beocios 16 (mapa), 29, 62-

63, 278 n. 10 berserker, estado de 200 Biblia 98 Bizancio 10 Boro 289 n. 22 Bosforo 26-27 botín de guerra 58, 299 η. 31

Criseida como 36,38,44-45 distribución de 44

Briáreo 46-48, 275 η. 9 Briseida 251

confiscación de Agamenón 45- 46, no-in , 192-193, 200,299 n. 31

muerte de Patroclo y 192-193

caballo de Troya 20, 254, 257, 259 caballos 26, 64-65,110,136, 270-

271 n. 26cultos a Diomedes y 9 3 del rey Reso 292-293 n. 1 divinos 93-94,136,161-163,

167,173-174 ,177-178 ,195,198

dolor de 174 ,177,195, 298 n. 28 entierro de 231,309-310 n. 10 en juegos funerarios 231,

310 n .12 Hera y 195,304 n. 27 Pédaso 162,167

Calcante 38,44,52,145-146 Calidón 128caníbales, canibalismo 163,

297 n. 19 canto de Kumarbi 275n.ro cantores, profesionales 32,64 Caris 182carros 94, 229, 277-278 n. 9,

310 n .12carrera de 232-233 de Aquiles 162-163,173,195,

198, 222 de Príamo 241, 244, 247 divinos 94

Casandra 251,255 casco/yelmo:

de Aquiles 16 1,169 ,184,194 de H éctor 68,104 de París 79de Patroclo 169,171-173

330

Page 327: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

catálogo de las naves 62-66,76, 84-85, 277 n. 5, n. 6, 277-278 n. 9importancia de contingentes en

278-279 n. 10 catálogo troyano 279 n. 17 caudillaje 40, 44-46,58

de Agamenón 57,59, 276 n. 20 de Aquiles 38,44-45,189,236-

237, 251 de Héctor 68

caza del jabalí de Calidón 113-114, 118,128, 286-287 n. 5

Céfiro 162,177cementerios 16 (mapa), 26, 261 cetro de la asamblea 274 n. 6

Aquiles toma el 44-45 uso por Agamenón de 52-53, no uso por Odiseo de 5 5

Chapman, George 11-12 Chipre (Cyprus) 80,182, 303 η. 17 Cicerón 10 cíclopes 3io-3iin. 16 Cinossema 255cinturón, de H era 142, 294 n. 19 C ipríada (epopeya) 33-34, 39, 273

n. 41, 287 n. i i

catálogo de aliados de los troyanos en 279 n. 17

disputa de Aquiles y Agamenón en 235

Patroclo en 295 η. 4 relación de Aquiles y Troilo en

299 n. 31 ciudades-Estado 31,57,30811.3 Cleopatra 127,157 Clitemnestra 255-256 colina de la maleza 67-68, 279

n. 17colonización 30-31,57 comercio, de micénicos 22, 26-28 comida 193-194, 247, 249 compasión, en litada 76,89

competiciones atléticas, véase juegos funerarios

concubinas 67,199,2800.24 cremación 229-231309 n. 5, n. 6,

n. 7Creta 16 (mapa), 234, 277-278 n. 9,

303 n. 17 Crisei4a 36-38,44-45,193

regreso de 45 Crises 36-37, 52,56

amenaza de Agamenón a 37,52 Cronos, derrocamiento por Zeus de

47, 275 n. 10 curación 120,122,155,203-204

dáñaos 62,81,96,133,153-154,242, 277 n. 4

Dardanelos, véase Helesponto dárdanos 170, 277-278 n. 9

véase tam bién Troya, troyanos Dares de Frigia 11 deber 40,57-58,60,105 Dédalo, sobrino de 299 η. 31 Deidamia 121 Deífobo 215,218 Deméter 118,190, 289 n. 21 Demetrio de Escepsis 313 η. 38 Demódoco 32,144, 258, 272η. 35,

294 n. 21 destierro, de hijos por sus padres

287 n. 6 destierro y tema de asilo 114 destino individual 40,58 Dictis de Creta 11 Diomeda 299 η. 31 Diomedes, rey de Argos 43, 89-

101, 284n. 7, 288 n. 16 Afrodita atacada por 93-94 Agamenón enfrentado a iio -in Aquiles comparado con 121 aristeia de 92-93, 95-96,166 armadura de 184 ayuda de Atenea a 92-94,97

331

Page 328: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

cultos de 9 3 Eneas rescatado de 91 enDolonea 292 η .! en Esciros 120-121 en juegos funerarios 233-234 genealogía de 92 intermedio de Glauco con 97-

ioo, 106 misión nocturna a campamento

troyano 292 η. i Paris hiere a 313 η. 41 regreso a casa aplazado 256,

314η. 5i Dione 93 Díoniso 114 ,137 D ios apaté, véase Engaño de Zeus diosa de la Aurora indoeuro­

pea 282n. 34, 288-289 n. 16 dioses y diosas 13 3-151

carácter de la relación de los mortales con 144-150

cólera y retirada 190, 303 η. 19 disfraces 79-80,136,145,203,

205engaños 140-149, 294 η. 2i guerra de Troya como

espectáculo de 133-135,140, 144-150

naturaleza 137-143véase tam bién intervención divina; rescate divino; dioses y

diosas específicos disputa de diosas sobre la más

bella, véase Juicio de Paris disputas entre héroes 39-40,58,

235-238, 256, 274η. 3; véanse tam bién las disputas específicas

Dolón 292 η .!Dolonea 292 η .!Doncella del Sol, rapto de 21 Drimios 138duelo París-Menelao 70-73,77-79,

96-97

ganador del 82intervención de Afrodita en 79,

90-91,148, 282η. 34 juramento y 72,78,82

duelos poéticos 197,304η. 28 D zhangariada 88

Eaco 113 ,116 ,16 3 ,172 , 246, 288 n. 14, 312 n. 29,315-316 n. 63

Eclesiástico 98 Edad del Bronce 19-27,56,

272n. 32, 2 7 9 η .17, 283 n. 42, 298 n. 26Catálogo de las Naves y 63,277-

278 n. 9 competiciones atléticas en

310 n . 12 condición del metalúrgico en 183 funerales en 231 metalurgia de 302 n. 12 tratamiento de heridas de guerra

en 284 n. 3 trato de exiliados fugitivos en

287 n. 8 Edad del Hierro, véase Edad

Oscura (del Hierro)Edad Media 11-12,65 Edad Oscura (del Hierro) 3 1,9 0 ,

99, 272 n. 32, 294 η. 19, 298 n. 28 culto al héroe y 229 condición del herrero en 183 escenas de la vida de 187 funerales y enterramientos de la

230-233,309-310 n. 10 metalurgia de la 302 η. 12

Eetión 103,162, 225 Egeo (mar) 16 (mapa), 22, 24-25 égida 60-61, 276 n. 2 Egina 163, 297 n. 14 Egipto, egipcios:

en la batalla de Kadesh 277- 278 n. 9

Helena en 76, 281η. 31

3 3 2

Page 329: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

ejército, prueba del 276 η. 16 porAgamenón 53-58,60

E l escudo de H eracles (Hesíodo) 187

Eleón 277 n. 6embajada a Aquiles 111-114,118-

119,121-125,130-133,148, 200,204, 249, 261elementos innovadores 113,

286η. 3Meleagro evocado en 118,157-

159,192, 304η. 24 miembros de 111-112 recepción de Patroclo 112,156-

157Embaucador, Odiseo como el 30 Eneas 12, 233

Aquiles se enfrenta a él al rein­corporarse al combate 197

origen y destino de 90-92,284η. 4

rescate divino de 90-92, 284η. 5 E n eid a (Virgilio) 12 Engaño de Zeus 141-144,147,153,

155.191 Enialío 196 Enkidu 156, 290 η. 29 enterramientos 230, 308 n. 3

en Lefkandi 231, 259-260, 309- 310 n. 10 ,3 14 n. 56 véase tam bién funerales; tumbas

eolia 31Eolios 253, 272 n. 32

evolución de la epopeya y 29,31,272 n. 30

uso del término 29 Eos 288-289 n. 16, 298 n. 30 Epeo 254, 259 epeos 164 Epigeo 246«Epitafio para un ejército de

mercenarios» (Housman) 151

época arcaica 272 n. 32 época clásica griega, conocimiento

delal/zW aen 10 epopeya: /

culto al héroe y 308-509 n. 3 evolución de la 31-33, 272 n. 30 limitaciones del género 252 nueva orientación homérica

122-123,129-132, 290-291 n. 30 origen de Aquiles fuera de la

tradición de 122-123 véase tam bién p or título de las

epopeyas específicas

E popeya de M anas 88 Equépolo 84 Erinias 304 η. 27 Escamandro, río (Janto) 17

(mapa), 24, 66,198, 212, 251 combate de Aquiles con 201,

303 n. 18Escamandro, vega del 60, 276 n. 1 Esciros 120-121 escritura 31, 98, 285 n. 16 escudos 170, 260

de Aquiles 184,186-188,194, 202, 218, 302 η. 12, 303 η. 17

de Agamenón 134,187,303 η. 17 de H éctor 97, 285 η. 13

Esparta 16 (mapa), 27, 81, 256 acuerdo Zeus-Hera y 83,85

Esperqueo 230, 289 η. 22 Esquilo 257, 299 η. 31, 306 η. 36 Esquines 299-3ο ο η ·3 Ι Estacio 289 η. 20,313 η. 41 Estesícoro 28111.31 Estígia 117, 229, 289 η. 20,309 η. 4 Estrabón 13, 65, 258, 270-271 η. 26 estudios griegos, programa romano

de 10 Eta 234E tiópida (epopeya) 34, 39,175, 262,

291 n. 36A ntílocoen 311η. 18

333

Page 330: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

armadura de Menón en 175 disputa Odiseo-Ayax en 235 primeros versos transicionales

perdidos 254 Etolia 92etruscos 9 1 ,2 8 4 11 .4 Eubea 2 7 2 11.3 3 Euforbo 17 0 ,17 2 Eumelo 2 3 3 -2 3 6 ,3 10 0 .16 Eurínome 183 Eurípides 2 5 7 ,3 13 11 .4 7 Eurípilo 155 Euristeo 30 4 11.2 3 Euritión 286-28711.5 Ewings, John 150, 29 4η . 24

fama in , 1 18 ,12 5 , 261 feacios 258-259 fenicios 31, 80, 282 n. 34 Fénix 1 1 1 - 1 12 , 1 14 ,12 5 - 13 1 ,2 4 6 ,

249como invención homérica 127,

2 9 2 n. 43 historia de Meleagro de 127-128,

15 6 -15 9 ,19 0 ,19 2 , 2 9 2η . 43, 30 4 η . 2 4 ,30 7 η . 42

Fereclo 89fertilidad, diosa de, en origen

Helena 80, 28 1-282n. 31 Filoctetes 255, 313 η. 46 Filóstrato 253 Foco 286-2870. 5 folclore 16 2 ,17 1

Aquiles y 3 4 ,1 18 ,12 0 - 12 2 criaturas marinas y 120

fronteras, identificación de Hermes con 242

Ftía 16 (mapa), 1 13 - 1 16 ,12 6 ,15 2 , 158, 230, 315-316 n. 63 Aquiles piensa en 12 4 ,13 0 ,13 2 ,

263como Tierra Devastada 130,

3 12 η . 30

corte de proscritos de Peleo 113-115 , 286-287 n. 5

fronteras de 164 huida de Patroclo a 1 13 ,15 6 , 246 Néstor en 154 Peleo expulsado de 257

fuego de San Telmo 2 8 1-2 8 2 0 .3 1 fuego, antorchas 226, 289 n. 21

alrededor de las naves aqueas 16 0 ,16 6 , 221

alrededor de la cabeza de Aquiles 18 0 - 18 1 ,300 n. 2

en la cremación de Patroclo 230 en la leyenda de Meleagro 118,

2 9 2η . 43 en la operación de templar a los

niños 118 Hefesto como 202

funerales 33-34 ,229-232,249 ,263,309 n. 5, n. 7, 309-310 n. 10, 310 n. 12

Gallipoli, campaña de 261 genealogías, intercambio de 91,

99, 285 n. 17 Gilgamesh, epopeya de 15 7 ,17 7 ,

290 n. 29, 296 n. 8 Glauco 9 7 -9 9 ,10 1,10 6 ,16 7 -16 8 ,

17 7 , 288 n. 16, 298 n. 23 muerte de 175 muerte de Sarpedón y 16 7

gloria 8 9 ,9 7 ,1 1 1 ,15 9 ,2 6 0 de Aquiles 12 3 - 12 5 ,13 0 ,2 6 1-

2 6 3 ,3 15 n. 61 de Héctor 147 de Peleo 129 la otra cara de la 261

Gorgona 6 1,18 7 gozo del combate 283 η. 41 Gran Bretaña 15 0-151 griegos de la Edad del Bronce,

véase aqueos; dáñaos; Micenas, micénicos, mundo micénico

334

Page 331: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

guerra de Troya:acontecimientos fuera del marco

d c l& I lía d a y 19 -2 0 ,6 3 ,7 6 , 92-93

Aquiles se retira de 20 ,32 ,4 5 ,5 2 ,5 6 ,1 12 - 1 1 3 ,1 3 3 , 1 5 2 ,181,274 n. 7, 291 n. 36 ,30 3 n. 18

ausencias de Paris de 79-80,90, 10 0 -10 1, 285 n. 18

boda Peleo-Tetis y 117 causas de 27, 33, 6 6 -7 1,117 , 238,

270-271 n. 26 como espectáculo de los dioses

133-137, i 39-i4°. i 44-i5°> 196-197

como guerra total 252 consecuencias de 254-257 consecuencias deJ^rgo alcance

de 12-14 , 28, 258, 260 datación de 19 esbozo argumentai de 19-20 final de 78 ,8 4-8 5,100 indiferencia al resultado de 78 historias del Imperio de Occi­

dente sobre 10 intervención divina en, véase

intervención divina; rescate divino

Lesbos y 29-30, 271-272 n. 28 odio a 85,105reincorporación de Aquiles 832,

10 9 ,18 1,188-190 significado de 20 -2 1,35 ,26 3 posibilidad de epopeya troyana

sobre 253 realidad de 20 recuerdos de refugiados y 3 o véanse tam bién tem as específicos

guerra de Vietnam 4 1 ,4 3 ,17 8 ,2 0 0 guerreros, guerra:

Aquiles rechaza 2 0 ,129 Atenea y 138-140 esencia de 228, 308 η. 2

lobos como ideal para 297 η. 19 madres de 184muerte de, véase muerte y agonía predominio duradero de 9 rechazo de la visión heroica de

3 5 ,112 -113 «tejen» discursos 73

véase tam bién guerra de Troya; guerreros específicos

Hades (Regiones Infernales) 190, 221, 228, 308 n. 2 Eaco en 246en O disea 243, 262, 309 n. 4,

3 12 η . 30 Hermes en 243viaje simbólico de Príamo al 243,

246, 312 η. 30 Haditha, violencia de la infantería

de marina estadounidense en305 η. 3i

Hall, Arthur 11hapiru (bandas semiautónomas de

piratas) 287 η. 8 Hattusa (actual Bogazkoy) 25 Hattusili III, rey hitita 24 ,26 hecatombes 45, 275 n. 8 Hechos de Andrés 163 Héctor i i , 6 6 -72 ,10 8 -10 9 ,147_I49,

15 2 ,15 5 ,16 9 -17 3 ,17 9 -18 2 ,18 9 , 205-206, 207-226, 227, 30 7η . 42 acciones antiheroicas de 104-

105, 285-286 n. 20 Aquiles lo arrastra muerto 222,

224, 227, 237 Aquiles niega el entierro a 220,

227-228 ayuda de Apolo a 19 8 ,214 -2 15 augurio ignorado por 146 ,258 auriga de 173 caudillaje de 68 como defensor heroico 67,

280 n. 20

335

Page 332: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

como personaje entrañable 105, 285-286n. 20

discusión de Polidamante con 146-147

enfrentamiento de Aquiles con, tras el regreso 19 7

enfrentamiento con Aquiles 3 2- 33,152, 201, 207-222, 227, 232

encuentro de Andrómaca con 102-106,193,205

epíteto de 68 escudo de 97, 285 η. 13 etimología del nombre de 67,

279 n. 18 falsas creencias de 17 2 funeral de 33,249-252 gloria de 147 herido 144huida de 205-206,212-215 llega a las naves 134-136,164 mata a Patroclo 32-33,109,155,

167-168,170-174,176 mensaje de Iris a 66-67,147 motivo de hermanos emparejados

y 280 η. 2o muerte de 9,15,32-33,109,170,

177,181, 207-226, 227, 237- 252, 255

Paris denigrado por 69-71,75 posible invención homérica de

67, 280 n. 21 primera mención en la Iliada de

279 n. 18 regreso a Troya de 97,100-106 ruegos de sus padres a 208-210 se apodera de la armadura de

Aquiles 172-173,179,181-182, 219

Hécuba 97,100,103, 209-210, 215 destino de, tras la guerra 255,

313 n. 47 muerte de Héctor y 223,241,

252

Hefesto 51-52,161,182-188,302 η. 12armadura de Aquiles 179,184-

188,197, 219, 302 n. ii caídas de 51-52,182-183, 301 n. 6 casas construidas por 140,142,

185-186 cojera 183, 301η. 6 intervención en la guerra 196,

202Tetis salva a 114,182-183,185

Helén 29Helena 19-20,71-82,257

autocaracterización de 75-76, 101

belleza de 75duelo por, véase duelo Paris-

Menelao en Egipto 76, 281η. 31 etimología del nombre 21, 80 fantasma de 76, 281 n. 31 guerreros aqueos identificados

por 75-77,105, 314η. 50 Iris acude como mensajera a 73-

74juicio de Paris y 117,238 ley hitita y 281 n. 30 muerte de H éctor y 252 origen de 80, 282 n. 35, n. 37 pacto de pretendientes de 42-

43.120posesiones de 27 ,7 1,78 ,9 7 ,2 11 rapto o seducción de 19-20,27,

75-76, 81,193, 211 se dirige a Héctor 101 se enfrenta a Afrodita 79-80,145 teje 73-74venganza por 55, 76,124,

280 n. 20 vida después de la guerra 256

Héleno 97,100 helenos 29Helesponto (Dardanelos), 16-17

336

Page 333: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

(mapa), 20, 24, 26, 30, 261 corriente y viento en 27,

270 n. 24 inmenso 65-66, 279 n. 16

Helios 143Hera 4 6 ,5 1-5 2 ,137 -138 ,2 4 2 ,

30 4 η . 23caballos y 19 5 ,3 0 4 0 .2 7 ciudades aqueas sacrificadas por

83-85en el Engaño de Zeus 14 1-143,

155,185Hefesto arrojado del Olimpo por

183, 30 1 n. 6 intervención en la guerra 140-

14 3 ,15 9 ,17 9 - 18 0 ,19 6 , 202, 238-239

juicio de Paris y 117 ,238-239 matrimonio de Tetis y 115 -117 ,

204, 2 8 7η . i i , 30 6 η . 37 muerte de Sarpedón y 14 8 ,16 6 ,

168, 297 η. 2 i pacto de Zeus con 83-85 se burla de Afrodita 93 vacas asociadas con 138, 293 η. 6

Heracles 126 , 270 n. 26, 291 n. 41,299 n. 31, 3 0 4 n. 23

heridas, herir 120 ,134 -135 ,152 -153 ,

155,158de Afrodita 93 de Agamenón 134-135 de Aquiles 254 de Ares 9 4 de Diomedes 313 η. 41 de Héctor 144 de Patroclo 170 -17 2 muerte por 89-90, 284η. 3

hermanos emparejados, motivo de 67-68, 280 n. 20

Hermes 196, 238, 242-244,294 n. 21con Príamo 242-244, 246, 251

Heródoto 33 ,13 7 , 281 n. 31

héroes emparejados o inseparables, tema de 157

héroes:adoración cultual de 229,308-

3 09 n - 3 cólera y retirada de 112 disputas entre, véase disputas

entre héroes herrero como proveedor y

guardián de 183, 202,301 n. 9 peculiaridad de Aquiles respecto

a la tradición 121-12 7 Peleo fuera de la tradición de 12 1 rescate de 79 ,28 2 0 .34 superioridad de padres y 47 tema de la retirada y retomo de

189-190, 303 n. 18 véase también por nombres

herrero, condición del 182-184 Hesíodo 42-43,116 -117 ,120 ,

275 η. 9el nacimiento de Atenea en 139 engaño divino en 144, 294η. 2i en juegos atléticos 310 η. 14 poesía catalogal de 278-279 n. 10 sobre el escudo de Heracles 187 sobre el origen de los mirmido -

nes 163, 297 n. 14 sobre Menecio 156 sobre Níobe 312 η. 31 Teogonia 137

hetairos 156 ,178 , 230, 295η. 3 Hija del Sol 21, 80 Himerio 306 η. 36 Himnos homéricos 144,190 ,293

n. 10, 294η. 2i, 305 n. 30 hiperbóreos 2 0 4 ,306 η. 36 Hiperión 87 Hipóloco 97,134 hipomolgos 136 hititas 22-27, 30, 298 n. 26,

305η. 34 Ahhiyawa y 26

337

Page 334: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

Alaksandu de Wilusa en textos 70

apaciguamiento divino en289 n. 21

canto de Kumarbi 275 n. 10 contacto micénico con 268 η. 10 cremación y 231-232, 309 n. 7 dios del tiempo meteorológico

139en batalla de Kadesh 277-

278 n. 9 escritura cuneiforme 9 8 festividades religiosas 232 historias de «deidad que desa­

parece» 303 η. 19 ley, situación de Helena

y 281 n. 30 luvita en texto ritual de 253 misión de padres suplicantes y

260-261 relación de los troyanos con 22,

25, 269 n. 17 Wilusa como Estado vasallo de

280η. 24 «hombres leopardos» 297 η. 19 Homero 130-131,156

como aedo ciego 32,272-273 n. 36

elementos innovadores de la embajada y 113, 286 η. 3

elimina extravagancias 47-48, 162,195, 275 n. 9

encauza la épica en nueva dirección 123,129-131,291 n. 39

Fénix como invención de 127,292 n. 43

Héctor como supuesta invención de 67, 280 η. 21

Hesíodo toma prestado de 187 origen de 19-21 Patroclo desarrollado por 156-

157, 295-296^ 4

«primer geógrafo» 6 5 prohibición de sus obras por

Platón 141 teogonia de 137

homosexualidad 299 η. 31 honor 56,105,125,211

de Agamenón 58-59,118 de Aquiles, véase Aquiles,

honor de Horacio 10 hormigas 163Housman, A. E. («Epitafio a un

ejército de mercenarios») 151

Ibico 299 η. 31 icor 93-95Ida, monte 66,133,135,143, 254 Ideo 78, 241-243, 251 Idomeneo 234-235,314η. 50 Ifis 299-300 η. 31 litada (Homero):

acontecimientos fuera de sus límites temporales 63-64, 76-77, 81-82, 92-93

como texto religioso 137 datacíón 9,19decisiones transformadoras y

33-34difusión 9-12, 273 n. 40 episodios ignorados o

rechazados 19 estructura 32-33, 273 n. 38 forma final 31-32 fraseología anatolia en 30-31,

272 n. 32 grandeza 34 lapsus de memoria 8 2 línea argumentai 32-33 origen 21-22primera alusión conocida 9 significado 34símiles del mundo natural 61,

276 n. i

338

Page 335: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

traducción al inglés de Lattimore 15, 277 n. 4

transformada en epopeya marcial y glorificadora de la guerra 258

visión heroica de la guerra puesta en entredicho por34-3 5véase también por temas específicos

Ilias Persis (El saco de Ilion) 254 Ilion, véase Troya, troyanos Ilios 26, 33, 270 n. 19 Imperio romano 261

conocimiento de Homero en el 10

división de 10 Eneas como fundador de 91

impotencia, de Helena 73-74 indoeuropeo:

Swelénâ 21,80 Zeus en 139

infantes de marina, Estados Unidos 275η. 14, 305η. 3ΐ

Inglaterra 11-12inmortalidad 92-93,117-119,142,

288 n. 16 intervención divina 49-53,71,82-

85,147,159,179-180,196-198, 202-205, 212-218, 229 cadáver de Héctor 237-239,243,

246-247 de Atenea, véase Atenea,

intervención en la guerra de de Hefesto 196,202 de Hermes 238,242-244,246,

251peste de Apolo como 37-38,137,

146, 203 Patroclo herido y 169-172 sueño engañoso de Agamenón

por 52-53,137,147 veto de Zeus a 108,133,135-137

y Agénor 203 Zeus revoca el veto a 196

lo 242Irak, guerra de 9,178, 275 n. 14,

305 n. 31 Iris:

lleva mensaje a Aquiles 180 lleva mensaje a Héctor 66-67,

147lleva mensaje a Helena 73-74 lleva mensaje a Príamo 239-240 lleva mensaje a Tetis 239

Isla Blanca 262islas del Dodecaneso 277-278 n. 9 isleños de Salamina 278 n. 10 Istar 138 Istar-Astarté 80

Janto (caballo) 161-162,195,304n. 27

Janto (río), véase río Escamandro Jasón y los argonautas 113 Jonia, jonios 21, 31, 272 n. 33 joyas 142, 259-260, 294 n. 19,

314η. 56 juegos funerarios 232-237,247,

310 n. 12, n. 14implicaciones políticas de 237,

3 1 1n. 19 Juegos Olímpicos 232 juicio de Paris 117,238 juramento:

combate Aquiles-Héctor y 216- 217

de Agamenón 192 de pretendientes de Helena 42-

43,120, 290-291 n. 30 respaldo de Zeus a 147 términos del duelo y 72-73,78-

79,82

Kadesh, batalla de 277-278 n. 9 Keats,John 11-12

339

Page 336: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

Keegan, John 178 kleos (rumor, informe, noticia) n i Kolb, Frank 269 n. 14 Korfmann, Manfred 265,

268 n. i i , 268-269 n. 13, n. 14, 270 n. 24

koruthaíolos, uso del término 6 8

lanzas 16 7,169-170de Aquiles 16 1-162,188 ,195,

198-199, 212, 217, 219, 221, 290 n. 27

de Héctor 217-218 Laódice 73 ,10 0 Laomedonte 288 η. 16 Laótoe 208 latín 10-11Lattimore, Richmond 15, 265,

277η. 4 Leda 80Lefkandi 16 (mapa)

enterramientos en 231,259-260, 309-310 n. 10 ,3 14 n. 56

Lemnos 199león, comparaciones metafóricas

con 134,197 Lesbos 16 (mapa), 25, 65-66, 253

Aquiles purificado en 291 n. 3 6 asociaciones de la Guerra de

Troya con 29, 271η. 28 contactos de Eubea con 272 n. 33 llegada micénicos a 29-30 mujeres de n o -in , 299 n. 31

Lesques 105 Leto 195-196,248 Licaón 199-200, 208, 295 n. 4 Licia 98-99 Licomedes, rey 121 Licurgo 288 η. 16 lineal B, escritura 23-24,98 lineal B, tablillas 268 n. 6, 277 n. 6,

305η. 34 Alólos 68

Alejandro en 69-70 Aquiles en 118 deidades en 137 Héctor en 67listas de inventario en 23-24,27 trabajo de las mujeres en

281 n. 27 lira n i, 204, 286 n. 2,306 n. 37 Livio Andrónico 10 llanura troyana 66-68, 81, 94,102,

i 33_i 36, 14 9 ,15 1,19 6 ,19 8 , 202- 205Aquiles persigue a Héctor por

214batalla por el cadáver de

Patroclo en 174-175,179-182, conocimiento por poetas épicos

de 65descripción de daño físico a 202 mapa de 16-17Príamo cruza la 241-242, 244

lobos, comparaciones con 163-166,217, 297η. 19, 307η. 38, 3i2n. 34

Locris 156 locrios 164 Longino 141Los trabajos y los días (Hesiodo)

310 η. 14 luvita, idioma 26,253 luvitas 24, 268-269 n. 13, 305-

306 n. 34

Macaón 152,156 MacDiarmid, Hugh («Otro

epitafio para un ejército de mercenarios») 295 η. 25

Machen, Arthur 151 madres, de guerreros 184 malaria 24-25, 268 n. 11 Malawi, fundición de hierro en

301 n. 9máquinas de asedio asirías 254,

313 n. 42

340

Page 337: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

mar Negro 25 ,270 11.24 Mármara, mar de 25 Maya 242 «Medonte» 164 Meges 89 Melanipo 92Meleagro 127-128 ,157 ,159 ,19 0 ,

192, 289 n. 21, 304 n. 24 Apolo como dios que mata a

307 η. 42 el fuego en la leyenda de

292η. 43 Menecio 114 ,14 8 ,154 ,156 ,158 ,

297 n. 14 Menelao, rey de Esparta 27, 36,

4 3 > 6 9 -7 4 ) I0<5, 117 Adirasto capturado por 96 Antímaco aboga por matar a

282η. 32 cadáver de Patroclo y 172-174,

179caracterización de Anténor de 77 duelo de Paris con, véase duelo

Paris-Menelao enfrentamiento en campo de

batalla de París con 69-70 en juegos funerarios 233-235 evocación de castigo de Zeus 145 motivo de hermanos emparejados

y 280 n. 20 vida de Helena después de la

guerra con 257 Menestio 289 η. 22 mënis (cólera) 190-191, 304 η. 2ΐ Menón 175,184, 298 η. 30 Meriones 87, 8 9 ,17 4 ,3 11 η. 17

en juegos funerarios 234,236-237

Micenas, micénicos, mundo micénico 16 (mapa), 22-32,56, 29 4 η. 19, 298 η. 28 arqueología de 271-272 η. 29,

283 η. 42

cementerio de Troya para 26 ciudadelas palaciales de 23-25,

28-29, 31,56 como refugiados 29-30,85,

272η. 32 diferencias regionales de 29 diosas guerreras de 138 ejército de 22, 267-268 n. 5 en la región del mar Negro

270 n. 24 expediciones de saqueo de 22,

36inventarios de 23, 25-28 nombres de lugar en el Catálogo

de las Naves y 63,277- 278 n. 9, 278 n. 10

pacto Zeus-Hera y 8 5 pérdida de 27-31,83,85,261,

271-272 n. 29, 283 n. 42 recuerdos de 3 o riqueza de 22-23,251,260 regreso de Agamenón a 255-256 tumbas de 26, 231, 298 n. 28,

30 2 n. 12, 310 n. 12 Minos, rey 299 η. 31 Mirmidón (ciudad de caníbales)

163mirmidones 1 1 1- 1 14 ,120 ,154 ,158-

166, 243-244, 247, 263, 295 n. 3, 315-316 n. 63Aquilescongregaa 160-162 distintos a los ftianos 164,

297 n. 18 duelo de 182en el Catálogo de las Naves

278 n. 10 estatus y función de 164 funeral de Patroclo y 227,229 origen de 163-164, 297 n. 16 Patroclo recibe el mando de 154,

159retirada de 45

misios 136

341

Page 338: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

mito y tradición indoeuro­peas 300η. 2asociaciones fuego-agua en 183,

301 n. 7 convenciones heroicas y 125 cremación y 309η. 7 Dios del Cielo en 138-139 Diosa de la Aurora y sus amantes

mortales en 282 n. 34,288 n. 16

rapto de la Doncella del Sol 21 Mogadiscio, cadáveres de soldados

estadounidenses arrastrados en 9 Mons 150 Moran, lord 206 Muerte 167-168muerte y agonía 8 7-1 o 8,13 4 ,15 2,

227-232de aqueos y troyanos 89 de heridos 89-90, 284η. 3 destinos peores que 106 en la Ilíada y en las gestas

heroicas convencionales 8 8 fronteras y 242 magia y 162mutilación después de 172-173,

298 n. 27 rescate divino de 79-80,90-95,

147-149, 284η. ? rescate en vez de 9 6 terminología para 95-96,284-

285 n. ix trascendencia de 261,315 n. 60 y oscurecimiento de la visión 91

véase también por nombres específicos

mujeres:como botín o como cautivas 23-

24,27,36-37,43-44,255 como regalos n o -in concubinas 67,199, 280 n. 24 deEscíros 12 1 entierro de 231-232,259

trabajo de 24, 73-74, 268 n. 8, 281 n. 27

troyanas, véase mujeres troyanas violación de 75, 80, 255, 281 n. 30 viudas 9, 225-226

mujeres troyanas 73-74,99-106,145, 208-209, 223-226, 281 n. 27 en inventarios micénicós 23 ofrenda a Atenea de 97,100-103

multitud 60, 62, 64, 277 n. 4 Murray, Gilbert 261 M ursilill 261Muwattalli II, rey hitita 280 η. 24 Myrina 279 η. 17

narración oral 21 Nasiriya 275 η. 14 naturaleza, mundo natural:

luchas contra 201-202,303 n. 18, 30511.33

símiles tomados de 61-62,276 n. i

naufragios 98, 285 n. 16 naves 27,29 ,53-54,108-110 ,163-

164, 281-282 n. 31 Aquiles en 152 Ayax defiende las 160 fuego alrededor 160,165-166,

221llegada de Héctor a 134-136,164 Príamo baja hasta 239-240 salvación de 169

véase también Catálogo de las Naves

Némesis 80Neoptólemo 255-257, 3 14 n. 49 Nereidas 174Nereo 115 ,174 ,28 7-28 8 0 .12 ,

2 9 1n. 31 Néstor, rey de Pilos 60-61,119,

166, 257apoyo moral de 55, 60-61, 76,

106

342

Page 339: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

autoridad de 47, 23 6 como de larga vida 43 Diomedes amonestado por 11 o enfrentamiento de Patroclo con

153-155,158-159en juegos funerarios 234 Fénix comparado con 128-129 intervención en disputa de

Aquiles-Agamenón de 34-35,

43-44sobre el sueño de Agamenón 53 sobre saqueo 9 6

niños:sacrificio de 286 η. 22 templara 117-118

Níobe 247-248,3x2n. 31 nombres de lugar, en Catálogo de

las Naves 62-63, 277 n. 5, 277- 278 n. 9

Nostoi (Regresos) (épica) 256

Océano 143Octavio (más tarde emperador

romano Augusto) 10 Odisea (Homero) 28, 256

corte feacia en 258-259 disputas entre héroes en 39-40 engaño divino en 144,294

n. 21traducción inglesa de 11-12 el Hades en 229,309 η. 4,

3X2n. 30315-316 n. 63 Hermes en 243 imitaciones o versiones latinas

de 10impotencia y no ser de los

muertos en 229 Menelao en 315 η. 62 retratos de cantores profesionales

3iOdiseo 28,30 ,29-40 ,43,175,193,

256-257apoyo moral de 55,61

compite con Ayax 39-40,235,256, 314 η. 50

caracterización de, por Anténor76-77

descenso al Hades de 262,315- 316 η. 63

disputas de 39-40,235,256 en Dolonea 292-2930.1 en Esciros 121 enFtía 154en juegos funerarios 314η. 50 en la embajada a Aquiles 111-112,

123 ,13 1identificación por Helena de 76-

77misión nocturna al campamento

troyano de 292-293^ 1 relación de Tersites con 54-55 recuerdos de guerra de 257-258

ofrendas 45 ,137 ,140 , 227, 293 n. 5 de sangre 308 n. 3

Olimpo, monte 37,50-52,66,82- 85,108-109, 9 ,1 9^, 214como morada de los dioses 140 Hefesto arrojado desde 51-52,

182,301 n. 6 mantenimiento de la paz en 149 regreso de los dioses a 93-94,

133, 202-203, 205 visitas de Tetis a 50-52,179,182,

238, 239 Opunte 156Oriente Próximo 2 1,23 ,20 2

diosas guerreras en 138 formatos de tratado en 282 η. 33 motivo de puesta a prueba del

ejército en 276 n. 16 origen de Apolo en 305-3060.34 sacrificio de niños en 286 η. 22

«Otro epitafio para un ejército de mercenarios» (MacDiarmid) 295η. 25

343

Page 340: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

padres:función historias sobre 47-48,

275 n. i i

hijos desterrados por 287 η. 6 superioridad respecto a 47-49,

10 4 ,1 14 - 1 16 ,121-122 Palas 293 n. 9 Pándaro 84 Paris 67-72,77-81

ausencias del campo de batalla de 79, 9 0 ,100-101, 285η. 18

cómo se arma 16 1,19 4 deseado por Afrodita 80 desprecio de Helena a 8 1,10 1 dos nombres de 69-70, 280-

281 n .24 duelo de Menelao con, véase

duelo Paris-Menelao encuentro en el campo de batalla

con Menelao 68-70 en Esparta 27,81 Helena otorgada a 117 ,238 juez en concurso de belleza 117 ,

238menosprecio de Héctor hacia

69-7h75-76 motivo de hermanos emparejados

y 280 n. 20 muerte de 255muerte de Aquiles y 175,220,

254,307 η. 43,313 η. 4ΐ rapto o seducción de Helena 19-

20, 27, 75-76, 81,193, 211,292 η. 39

rescatado por Afrodita 79,90- 91,148, 282 n. 34

Patroclo 152-178,179-182 Aquiles y, véase Aquiles Antíloco comparado con

3 1 1 n. 18 armadura de 300 η. 1 arte medicinal de 120,155 cómo se arma 160-16 2 ,19 4-19 5

desarrollo por Homero de 156, 295-296n. 4

destierro de 114 ,156 ,24 6 encuentro de Néstor con 153-

i 5 5 > 1 5 8 - 1 5 9

epítetos de 156 espectro de 227-229,238,244 funeral de 32-33,219,229-232,

238, 309-310 n. 10 infortunio de 156,158 juegos funerarios por, véase

juegos funerarios lucha por el cadáver de 172-174,

179-182, 241 muerte de 32-33,109,152-158,

16 7 -17 7 ,19 1-19 5,198-200, 204, 219, 221, 227, 251, 262, 298-299 n. 30, 299 n. 31,308 n. 2

muerte de Sarpedón y 166-169 número de troyanos matados

por 166, 297 n. 20 significado del nombre de 157

paz, escudo de Aquiles y 188, 202 Pédaso 16 2 ,16 7 Pedeo 89pederastía 299-300^ 31 Peleo 34 ,38 ,132 ,158 ,223,246 ,

257, 312 n. 34biografía y carrera de 113-119 ,12 1 Fénix como sustituto de 126-128 matrimonios de 4 9 ,115-117,

185-186, 204, 286 n. 4, 286- 287 n. 5, 287 n. i i , 289- 290 n. 22, n. 27

Menecio como hermano de 156 presencia en la sombra de 119,

290 n. 26, 315-316 n. 63 regalos de boda de 16 1,188,

195, 290 n. 27 regreso de Aquiles y 230 suerte después de la guerra de

257

3 4 4

Page 341: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

temas en torno a 114-115,286- 287η. 5, 291 n. 36

vejez de 124, 128,130, 288 n. 16 vínculos filiales de Aquiles con

119 ,12 4 ,12 8 ,13 2 Pélida 113, 152, 207-208, 213, 246 Pellón, monte 1 13 ,1 17 ,12 0 ,16 1 ,

290 n. 27 pelo, corte de 230 Peloponeso 16 (mapa), 22 pendientes 142, 294 η. 19 Pentesilea (reina dejas Amazonas)

254 \Peón 94Pequeña Ilíada (atribuida a

Lesques) 105,254 perejil 65perros, imagen de 214,219-220,

255, 260 Perséfone 190 petrificación 248, 312 n. 34 Pilos 16 (mapa), 257, 277 n. 8 Píndaro 48-49, 246, 286-287 n. 5,

288 n. 13 pinturas de vasijas 106, 302 η. n Pirítoo de Tesalia 157 Platón 10 ,14 1, 246, 288 n. 14 Pleurón, lista de remeros para

277 n. 8 Podarga 161-162 Podargo 234 poder 56-58poderes proféticos, profecía 120,

130,153, 205, 291 n. 31 poemas de la guerra de Troya del

Ciclo Epico 33,39,197-198, 253-256, 273-274n. 41

poesía de catálogo 278-27911.10 Polidamante 146 -147 ,18 1,2 10 Polidora 286-287 n. 5, 289-

290 n. 22 Polidoro 197, 208 Polixena 255,314 η. 29

Poseidon 19, 46, 49 Eneas rescatado por 197,

244η. 5 «hacer la cama» y 13 8 intervención en la guerra de

135-137. 144-145, 153, 155, 196- 197

ofrendase 293η. 5 posesiones 96-97,124,229

deHelena 2 7 ,7 1 ,7 8 ,9 7 ,2 11 en listas de inventarios 23-24, 27

Preceptos de Quirón (poema) 120 premios:

en juegos funerarios 232,235- 237,310 n. 14véase también botín de guerra

Preto 98Príamo, rey de Troya 27, 67-68,

74-78, 83, 85,10 0 -10 1,103, 202, 239-252, 257, 288η. i6 cadáver de Héctor recuperado

por 33,222,239-252,261 duelo Paris-Menelao y 72, 77-

78, 240hijas de 100,208-209,251,255 hijos de 66-68,100,199,208-

209, 215, 224,239-241, 245, 251 honor de 197 implora a Héctor 208-209 Iris enviada como mensajera a

239-240 muerte de 255 muerte de Héctor y 220,222 origen del nombre de 69-70 predicciones de 260 pregunta identidad de guerreros

aqueos 75-76,314 n. 50 vejez de 208,250 viaje simbólico al Hades de 243,

246-247,312 n. 26 Primera Guerra Mundial 150-151,

178, 294 n. 24 batalla de Mons en 150

345

Page 342: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

campaña de Gallipoli en 261 Tregua de Navidad en 250

Proclo 33, 254 Prometeo 2 9 4 0 .2 1 proscritos:

en la corte de Peleo 114-115,287 n. 8

lobos como modelo para297 n. 19

Psámate 3 12 0 .34 psycopompós 243

Quirón 1x9-120 ,126 ,155 ,204 lanza de Peleo, obsequio de 161,

290 n. 27

Radamanto 299 η. 31 Ramsés II 277-278 n. 9 recitación:

de genealogías 9 9 ,28 50 .17 de la lliada 3 2

refugiados micénicos 29-30,85, 2 7 2 n. 32

regalos 229a Peleo 16 1-16 2 ,17 1,18 8 ,19 5 ,

2 9 6 n. xi oferta de Agamenón 110-112,

123-12 5 ,132 ,191-192 véase también rescate

regiones infernales, véase Hades remeros, lista de 277 n. 8 rescate 96 ,103 ,19 9 ,208

por cadáver de Héctor 220, 238-239, 241, 247, 249, 251

rescate divino 95-96 deAgénor 203 de Eneas 90-93,148,197,

284η. 5 de Héctor 197-198 deParis 79, 90,148, 282 n. 34 pintura en cuenco ciprio 282

n. 34 Reso, rey 292 n. 1

riqueza 26,56 ,58 ,192, 241 de los micénicos 22, 251, 260

Rodas 277 n. 9 Roman de Troie 11

sacrificio 45 ,140 ,19 0-19 1,227 ,231-232, 237-238 a Zeus 56,58, 78 cultos de héroes y 308-3090.3 de oiños 286 0. 22 de aoimales domésticos 309-

310 0 .10 humanos 93

Salmos, Libro de los 98 Samotracia 66,135 saqueo 22,96-97,124 Sarpedóo de Licia 148,166-169,

172 ,176 -177 , 297-298 0. 21, 308- 309 n. 3

sedes de festividades religiosas, listas de 277-278 0. 9

semidioses:rescate divioo de 90-95,284

0. 5vukierabilidad de los 91-92

serpientes, imagen metafórica de 126 ,146 -147210

Shay, Jonathan 200 símiles 133 ,20 1

del mundo natural 60, 276 η. 1 uso por Aquiles de 122 ,129

Simoente, río 17 (mapa), 24, 66 Sípilo, mo0te 248 «Sobre la primera lectura del

Homero de Chapmao» (Keats)11-12

De lo sublime (Longioo) 141 Sófocles 257, 313 n. 46 Somalia 99Sueño 143,167-168,185 sueños 146, 251

sueño de Aquiles cou Patroclo 227-228

346

Page 343: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

sueño engañoso de Agamenón 51-53,137,147

Sweléna 21, 80

tablillas:lineal B, véase lineal B, tablillas plegables 98, 285 η. 16

tácticas de tierra quemada 202 talón (tobillo) de Aquiles 117 , 254 Tamva, destacamento 275 n. 14 Teano 89Tebas 9 2 ,12 1, 225^-277 n. 6 tecnología bélica Teichoskopía (Otear desde la

muralla) 76 ,10 0 -10 1,3 14 n. 50

tejer:Andrómacay 223,255 Atenea y 139 Helena y 73-74masculino frente a femenino 73-

74Telamón 286 η. 5 Ténedos 66 Teógenes de Regio 13 Teogonia (Hesíodo) 137 teogonias 137, 294 η. 20 Tersites 54-55,57

aboga por deserción en masa 5 5 Aquiles mata a 276 η. 17,

291 n. 36 etimología del nombre 54-55 origen de 54-55, 276 n. 18

Tesalia 16 (mapa), 29-30,32,121, 233, 277-278 n. 9 Peleo en 113-115

Teseo 157, 299 n. 31 Tetis 34 ,46-51,113-120 ,127 ,202,

241, 290-291 n. 30 Aquiles acude a 46-47,49-50,

120armadura de Aquiles y 179,183-

185,188,198, 302 n. i i

Briáreo y 46-47 destino de 48-49, 275 n. 13 cadáver de Patroclo preservado

por 193-194 cambios de forma de 115 captura por Peleo 115, 287 η. 9 como salvadora de dioses 46-47,

115,182-184 Eos comparado con 288-

289 n. 16, 298 n. 29 hijos templados por 117-118 lamentos de 119 ,174 -177 ,179 ,

184-185, 241 matrimonio de 48-49,115,117-

118 ,16 1, 204, 287 n. i i , 289-290 n. 22, 30 6 n. 36

muerte de Aquiles y 120-121,179 ,230 26 2

Níobe comparada con 248-249, 312η . 34

súplica a Hefesto 183-184 visitas al Olimpo de 50-51,179,

182, 239 Zeus y, véanse subentradas bajo

ZeusTetis (nereida) 143, 294 n. 20 therapón (camarada, seguidor,

sirviente, escudero) 167,295 η . ! origen no griego del

término 298 η. 26 Patroclo como 156-158,177,

298 n. 26 Tideo 90-92,121 Timarco 299-300 n. 31 Tirinto 283 n. 42 titanes, batalla de Zeus con los

275 η. 9 Titono 288 n. 16 Tracia 66traducción inglesa 11-12 tragedia, de Aquiles 123 ,128 ,132 tratados:

hitita-Wilusa 280 n. 24, 305η. 34

3 4 7

Page 344: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

Oriente Próximo, acuerdos homéricos comparados con 282 n. 33

trauma de guerra 178,200-201 Tregua de Navidad 250 tributos, listas de 277-278 n. 9 trípodes 182,185,213 Tróade 16 (mapa), 25, 37,305 n. 30

descendientes Eneas, herencia délos 90-91

descripción de 20,65 Lesbos y 29

Troilo 299 n. 31, 307 n. 41 Troya V I 24,26-28,241

extensión y significación de 269 n. 14

Troya, troyanos 23-34, 66-86,108- 109 ,133-135 ,140 ,152-155 ,1 5 9 -

160 ,165-173,179-184,189 ,195-205, 207-226, 238-241 aliados de 67-68,168, 279 n. 17,

292 n. i alfarería micénica en 24 ancianos de 74 Apolo como guardián de 169,

202-205, 305-306 n. 34 asamblea de 66, 84 asedio de 19-20, 93,122 caballos de 26caída de 28-29 ,34 ,9 1,102 ,106 ,

181-182, 252, 254,305 n. 30,313 n. 36

ciudadela palacial en 25,28,72- 74, 81-82,100

como potencia local 25-26 consecuencias de la caída

de 105-106, 254-255 daño de Poseidon a 144 destrucción de 13,31,34,257-258 Dolonea y 292 n. 1 excavación de 268-269 n. 13, 269

n. 14funeral de Héctor en 252-253

historia del asentamiento de 24-2 5 . 253

huida en desbandada del ejército hacia 202-206,3070 .43

industria textil de 26,241 mapa de 16-17muerte de Sarpedón y 166-169,

17 2 ,17 6 muerte de 89,9 6-97; véase

también por nombres específicos

murallas de 25-26, 76, 81,100-101, 205, 260, 314 n. 50

nave de Aquiles atacada por 160 odio de Hera a 51,82-83 Odiseo espía en 257 otros nombres utilizados para

277-278 n. 9 puertas Dardanias de 214 ,222 puertas Esceas de 7 4 ,10 2 ,10 7 ,

175, 205, 207, 220 regreso de Héctor a 9 7 ,1 o 0-112 riqueza de 26-27 ruinas de 20,251-253 sacrificios a Zeus de 83-85 saqueo de 19 -20 ,27 ,122 ,270-

271 n. 26, 292-293 n. i topografía de 23-25 Zeus favorece en la batalla a 52,

133-134véanse también troyanos especí­

ficosTubinga, Universidad de 268-269

n. 13, n. 14 Tucídides 28 tumbas 255

micénicas 22, 29, 298 n. 28, 302 n. 12, 310 n. 12

Turquía, véase Anatolia

Ugarit 287 η. 8 Zeus y 139, 293 n. 15

Urano 275 η. 10

348

Page 345: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

Í N D I C E A N A L Í T I C O

vacas 242, 312 n. 34Hera asociada con 138,293 η .6

valor 205-206,217,224 videntes 145-146 violación 75, 8o, 255, 281 n. 30 Virgilio 10 ,12 viudas 9, 225-226

Walter Reed Army Medical Center 178

Wilusa 26, 70, 253, 269 η. 17, 280 η. 24

Yolco 16 (mapa) rey de 113saqueo por Peleo 113 ,116 , 287

n. 7

Zeus 46-53,82-85,108-110,114- 119 ,124 ,133-149 ,159-160, 163-172,180 ,196 , 239-242,273 n. 41Afrodita regañada por 93 Briáreoy 46-47, 275 η. 9 cadáver de Héctor y 239, castigo de 145-146,301 n. 6,3x0

n. 16combate Aquiles-Héctor y 213-

218, 221-222 como dios de la tormenta 139 Cronos derrocado por 47, 275

n. 10desprecio a Ares de 94 égida de 60, 27611. 2 Eneas rescatado por 284 η. 5 engañador 19 1,30 4 n. 23

Engaño de 14 1-144 ,147 ,153,

155.191formas bovinas y 138 Hefesto arrojado del Olimpo

por 51-52, 301 n. 6 Helena descendiente de 80 intervención divina permitida

por 196 intervención divina prohibida

por 108 ,133,135-137 Leda violada por 80 matrimonio de Tetis y 115 ,287

n. i i

mensaje a troyanos de 66-68 muerte de Sarpedón y 148,166-

169nacimiento de Atenea y 138-139 omnividente 144 oración de Aquiles a 165,176-

177oración de Héctor a 104 origen de los mirmidones y 163-

164pacto de Hera con 83-85 petición de Tetis en favor de

Aquiles a 46-47,49-52 promesa a Tetis de 50-52,108, recuperación del poder por 155 sacrificio de Agamenón a 58-59,

60significado del nombre de 139 sueño engañoso enviado por

52-53,56,137,147 Tetis como salvadora de 46-48,

114Tetis perseguida por 49

Page 346: Alexander, caroline   la guerra que mató a aquiles. la verdadera historia de la ilíada

E S T A E D I C I Ó N , P R I M E R A ,

D E « L A G U E R R A Q U E M A T Ó A A Q U I L E S » , D E

C A R O L I N E A L E X A N D E R , S E T E R M I N Ó D E

I M P R I M I R E N C A P E L L A D E S E N

E L M E S D E M A R Z O

D E L A Ñ O