ALGUNAS LEYES DE LA EVOLUCIÓN

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ALGUNAS LEYES DE LA EVOLUCIÓN El evolucionismo ha influido notablemente en el desarrollo de la psicología moderna. He aquí, esquemáticamente expuestas, algunas leyes de la evolución biológica, cuya relevancia para una comprensión de la mente resulta obvia. A. CARÁCTER IRREVERSIBLE DE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA: La ley llamada de la «irreversibilidad» de los cambios biológicos (ley de Dollo) se refiere al carácter temporal, histórico del proceso evolutivo, en el cual no hay propiamente vuelta atrás y nada se repite. Esta ley se manifiesta en hechos como los siguientes: 1. Si una especie pierde un órgano en el transcurso del tiempo, o no lo recupera o, si lo hace, es de una forma nueva. 2. Los órganos atrofiados, a nivel de especie, no se vuelven a desarrollar. 3. En la evolución de las especies no hay resurrecciones; nunca ha reaparecido un grupo orgánico extinto. B. CARÁCTER PROGRESIVO DE LA EVOLUCIÓN: Considerada en su conjunto, la evolución biológica manifiesta una dirección progresiva; aun cuando a lo largo del camino vayan quedando especies estacionadas u otras se extingan, en el conjunto de la vida se evidencia la aparición ordenada de especies nuevas, de creciente calidad vital o superior jerarquía adaptativa. A esta sucesión de especies, cronológicamente jerarquizables en un orden de creciente calidad, se refiere la llamada ley de la ortogénesis o dirección progresiva del proceso filogenético, esto es, de la evolución de las especies. Hasta ahora, en el transcurso del tiempo la vida asciende irresistiblemente hacia superiores niveles de sustantividad o autonomía funcional frente al medio. C. LA CEREBRACIÓN CRECIENTE: Esa ortogénesis o dirección ascendente de la evolución camina, desde hace más de mil millones de años, de la mano del progresivo perfeccionamiento del sistema nervioso de las especies. La historia del ascenso biológico es, sobre todo en las especies avanzadas, la historia de su cerebración creciente. Unida a esa cerebración progresiva aparece un aumento de calidad de la conducta, hasta llegar al comportamiento del hombre. D. NIVELES DE SUBJETlVACIÓN: La cerebración creciente de las especies va acompañada del ascenso a niveles superiores de subjetivación, esto es, de una superior autonomía funcional y un control específico del medio. Entre las características propias de semejante ascenso comportamental, cabe citar las siguientes: 1. Creciente diversificación y, a la vez, integración de funciones sensoriales y accionales: más receptores y efectores, y más integrados en un sistema nervioso central. 2. Menor independencia de cada función, pero mayor capacidad de sustituir unas funciones por otras y mayor autonomía funcional del organismo como tal. 3. Aparición de la conciencia refleja, del lenguaje y la cultura. José Luis Pinillos. La mente humana. Barcelona, Salvat, 1970. p. 15 LA HUMANIZACIÓN

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ALGUNAS LEYES DE LA EVOLUCIÓN

El evolucionismo ha influido notablemente en el desarrollo de la psicología moderna. He aquí, esquemáticamente expuestas, algunas leyes de la evolución biológica, cuya relevancia para una comprensión de la mente resulta obvia.

A. CARÁCTER IRREVERSIBLE DE LA EVOLUCIÓN BIOLÓGICA: La ley llamada de la «irreversibilidad» de los cambios biológicos (ley de Dollo) se refiere al carácter temporal, histórico del proceso evolutivo, en el cual no hay propiamente vuelta atrás y nada se repite. Esta ley se manifiesta en hechos como los siguientes:1. Si una especie pierde un órgano en el transcurso del tiempo, o no lo recupera o, si lo hace, es de una forma nueva.2. Los órganos atrofiados, a nivel de especie, no se vuelven a desarrollar.3. En la evolución de las especies no hay resurrecciones; nunca ha reaparecido un grupo orgánico extinto.

B. CARÁCTER PROGRESIVO DE LA EVOLUCIÓN: Considerada en su conjunto, la evolución biológica manifiesta una dirección progresiva; aun cuando a lo largo del camino vayan quedando especies estacionadas u otras se extingan, en el conjunto de la vida se evidencia la aparición ordenada de especies nuevas, de creciente calidad vital o superior jerarquía adaptativa. A esta sucesión de especies, cronológicamente jerarquizables en un orden de creciente calidad, se refiere la llamada ley de la ortogénesis o dirección progresiva del proceso filogenético, esto es, de la evolución de las especies. Hasta ahora, en el transcurso del tiempo la vida asciende irresistiblemente hacia superiores niveles de sustantividad o autonomía funcional frente al medio.

C. LA CEREBRACIÓN CRECIENTE: Esa ortogénesis o dirección ascendente de la evolución camina, desde hace más de mil millones de años, de la mano del progresivo perfeccionamiento del sistema nervioso de las especies. La historia del ascenso biológico es, sobre todo en las especies avanzadas, la historia de su cerebración creciente. Unida a esa cerebración progresiva aparece un aumento de calidad de la conducta, hasta llegar al comportamiento del hombre.

D. NIVELES DE SUBJETlVACIÓN: La cerebración creciente de las especies va acompañada del ascenso a niveles superiores de subjetivación, esto es, de una superior autonomía funcional y un control específico del medio. Entre las características propias de semejante ascenso comportamental, cabe citar las siguientes:1. Creciente diversificación y, a la vez, integración de funciones sensoriales y accionales: más receptores y efectores, y

más integrados en un sistema nervioso central.2. Menor independencia de cada función, pero mayor capacidad de sustituir unas funciones por otras y mayor autonomía

funcional del organismo como tal.3. Aparición de la conciencia refleja, del lenguaje y la cultura.

José Luis Pinillos. La mente humana. Barcelona, Salvat, 1970. p. 15

LA HUMANIZACIÓN

Una vez concluido el proceso de hominización, es decir, constituido ya el género homo como entidad biológica madura, se inició inmediatamente una actividad que carecía de precedentes en la historia de la vida; a saber: la actividad cultural, la invención de una nueva manera de existir que iba a separar definitivamente al hombre de todas las demás especies y a convertirle, en efecto, en «rey de la creación». Esta actividad específicamente humana, en cuya virtud nos hemos convertido en lo que somos hoy, comenzó siendo muy rudimentaria, apenas distinguible de la actividad adaptativa de los animales superiores. Las diferencias, aparentemente pequeñas en un principio, resultaron, sin embargo, lo suficientemente importantes para producir con el tiempo dos modos de vida tan distintos como el del hombre y el del resto de los animales.

En un principio, la actividad instrumental del hombre fue muy elemental y funcionó al servicio de fines biológicos muy elementales —alimentación, defensa, alojamiento—, pero se diferenció de la de los simios más cercanos en que éstos, capaces, por supuesto, de arrojar piedras, de utilizar un palo como bastón o de convertir una rama en instrumento para robar miel de una colmena, jamás llegaron a trascender los límites de esta actividad instrumental de primer orden. Como ha mostrado no hace mucho Jrustov, un simio es totalmente incapaz de construir instrumentos valiéndose de otros instrumentos, es incapaz de acceder a una actividad instrumental de segundo orden, hazaña que, sin embargo, realizó el primer pitecantropo que astilló una piedra con otra para conseguir artificialmente una potenciación rudimentaria de su mano.

En un principio, no obstante, esta actividad instrumental de segundo orden se hallaba, al parecer, al servicio de fines biológicos muy elementales, semejantes a los perseguidos instintivamente por otras especies; los primeros homínidos se movieron probablemente en una precultura o cuasicultura: la cultura arcaica del homo habilis, en el Paleolítico inferior, es posible que presentara todavía tales características.

El paso siguiente, probablemente unido al desarrollo del lenguaje, consistió en ampliar los fines biológicos, de pura supervivencia, con valores religiosos y artísticos totalmente desconocidos en el mundo animal. El ser humano comenzó a enterrar a sus muertos de acuerdo con normas inventadas por él mismo, empezó a construir adornos para su cuerpo y a decorar sus cuevas con pinturas y símbolos. La humanización había comenzado.

José Luis Pinillos. La mente humana. Barcelona, Salvat, 1970. p. 27