Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.
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1Símbolos inadvertidos en ‘El almohadón de plumas’
de Horacio Quiroga Patricia G. Montenegro
Cheyney University of Pennsylvania
Al terminar “El almohadón de plumas”, el narrador establece una indiscutible relación entre
Jordán y el insecto monstruoso refiriéndose, aparentemente en un descuido, que más bien resulta
intencional, a la “boca” del insecto, para después corregirse señalando: “su trompa, mejor dicho”.
Con este aparente error, se le proporcionan al lector las herramientas inequívocas para la interpretación
del insecto al cual se le identifica de inmediato con Jordán que, a diferencia del insecto, sí tiene boca.
Como el mismo narrador nos provee las claves para la interpretación del parásito, todo propósito
contrario parecería inútil. Sin embargo, la asociación que se establece entre el parásito y Jordán,
identificando a éste último como único responsable de la muerte de Alicia, no es definitiva. Al
terminar el cuento, en el párrafo final el narrador afirma: “estos parásitos de las aves, diminutos en el
medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes.”1
Cabe preguntarse entonces cuáles son las condiciones que permiten ese desarrollo monstruoso.
Entre la multitud de factores que pueden mencionarse, uno de ellos nos ofrece una explicación
bastante convincente: se trata de una sociedad victoriana que ha perfilado el carácter de Alicia y el de
Jordán creando un conjunto de condiciones apropiadas para el desenlace fatal. Ella, una mujer frágil,
angelical, soñadora, sumamente sensible, dependiente de su esposo, incapaz de expresar su necesidad
afectiva, queda reducida a un objeto de placer. Él, un hombre alto, fuerte, sostén de su hogar,
reservado hasta la mudez, se mantiene duro, egoísta, insensible: ambos, aceptables para los estándares
victorianos: y su mutuo, incuestionable consentimiento a éstos, la otra causa de la muerte de Alicia.
Desde un principio, se presenta una serie de señales que aluden a una mentalidad victoriana
plasmada en el ambiente que rodea a los dos personajes principales: Alicia y Jordán. La casa de los
recién casados no es el hogar acogedor, repleto de colores y sensaciones que puedan despertar la
pasión de un amor romántico. Por el contrario, la descripción de la casa devela rigidez, puritanismo,
frialdad; tanto, que el narrador mismo se refiere a ella como un “palacio encantado”. El únicio color
incluido en la descripción de la casa es el blanco que, por lo general, se asocia con la pureza en la
sociedad occidental. Las directrices de un puritanismo victoriano que exige orden,2 buena conducta,
rectitud y honestidad, aunque, en muchos casos fueran sólo para simular, como en el de Alicia y
2Jordán, cristalizan en una casa donde las apariencias vencidas por su propia inconsistencia,
irónicamente, producen lo contrario: un vampiro y un insecto monstruoso.
Uno de los materiales de construcción a los que se alude en la descripción de la casa es el mármol,
caracterizado por su dureza y por su frialdad. El narrador no se limita a hacer referencia a esta
cualidad una sola vez, sino que reitera el carácter frío de la atmósfera con el uso de un epíteto
exagerado, “glacial,”3 que le añade un tono mórbido al relato, pues el hogar, que debiera ofrecer calor
a sus residentes para fomentar la vida, se insinúa como lo opuesto, un espacio frío, propio de los
muertos, un mausoleo. Otro de los atributos de la casa que la presenta como una tumba de
proporciones inmensas es el abandono. Ninguna tumba está continuamnte cuidada. El cuidado,
sinónimo de amor, como se verá más adelante, ciertamente existe en el hogar de Alicia y Jordán,
aunque sofocado por las convenciones sociales. Con dichos atributos en su descripción, el narrador ha
trazado ya el derrotero de la trama que se va a desarrollar dentro de los límites de esta atmósfera
mortal para Alicia:
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso
-frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba
aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco
en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
(Quiroga 71)
Como al otoño se le asocia con la muerte, esta misma descripción en que la “casa producía una
otoñal impresión”, prefigura el fallecimiento de Alicia. No sorprende entonces que al lugar se le
identifique con un “palacio encantado”, es decir, con un espacio irreal y, por ende, muerto. De ahí
también el frío que proviene no sólo de las paredes, sino de la falta de contacto humano, de la
incomunicación entre Alicia y Jordán. Por otra parte, cuando el narrador crea en el lector la imagen de
un espacio irreal, sienta los precedentes para que al final resulte fantásticamente lógico el desenlace
donde se descubre el insecto monstruoso. Dentro de este espacio fantástico, es posible encontrarse un
monstruo igualmente fantástico. Esta consistencia de elementos fantásticos contribuye, en gran
medida, a mantener la verosimilitud hasta el final del cuento.4
Con respecto a otros estilos literarios, se puede observar un cambio en la selección de elementos:
la rigidez plasmada en el mármol, la pureza del color blanco y la exagerada frialdad del estuco no
3encajan ya en el sensualismo del ambiente romántico ni tampoco en el modernismo. Las
descripciones carecen del oropel preciosista asociado con este último movimiento. Se trata de una
transición al naturalismo con su intento de análisis científico, como ya lo han señalado algunos
críticos5 lo cual deja su huella en Quiroga quien, al desarrollar a su personaje Alicia, establece una
serie de factores, causas, efectos, condiciones sociales y circunstancias de su enfermedad y de su
muerte.
Para la caracterización más inclinada a lo científico, las descripciones que pretenden ser más
objetivas y las tramas que proponen nexos de causalidad entre algunos hechos o circunstancias
y observaciones influídas por teorías experimentales, el naturalismo jugó un papel preponderante.
Habiendo establecido las diferencias entre distintas especies y la frecuente supervivencia del más
fuerte en el reino animal, esta doctrina dio origen al evolucionismo que, apoyado en ella, legitimaba el
abuso de los más débiles perpetrado por los más fuertes. Una vez sentadas las bases de una “verdad
científica” y echando mano de la autoridad que les confería el discurso de esta índole, los
evolucionistas justificaron todo tipo de ultrajes: que las fábricas explotaran a los niños, que los
blancos esclavizaran a los negros o que los hombres denigraran a la mujer por considerarla un ser
inferior. Al final, terminaron concibiendo “la sociedad victoriana como la culminación del proceso
evolutivo”.6
Durante el siglo XIX, el naturalismo ejerció una gran influencia sobre la sociedad inglesa; su
importación y la acogida de ésta y otras teorías afines en Argentina (lugar donde vivió Quiroga), se
llevó a cabo gracias a Bartolomé Mitre (presidente del país gaucho), quien para impulsar la economía
y el desarrrollo social de dicha nación, abrió las puertas a la inversión inglesa. Auque en el terreno
literario, el naturalismo hubiera llegado a la Argentina por medio de la influencia de Zolá, a quien
siguió el argentino Eugenio Cambaceres cuya obra tuvo una gran acogida en el país, las relaciones
económicas con Inglaterra dejaron una influencia bastante profunda en las tradiciones familiares
donde prevalecían los patrones sociales de corte victoriano. Quiroga debió observar con una
perspectiva crítica el perjuicio del modelo victoriano familiar en la mujer.7
Es en este marco de evolucionismo, tradiciones victorianas y naturalismo, combinado con
resabios románticos y modernistas,8 donde se desarrollan los personajes de “El almohadón de
plumas”. La caracterización de Alicia como una mujer hipersensible, frágil y vunerable a la que
bastaba acariciar para que se desvaneciera, pertenece aún, como una última pincelada antes de su
desaparición, al estilo romántico: “de pronto, Jordán con honda ternura le pasó muy lento la mano
por la cabeza y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró
4
largamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve caricia de Jordán” (Quiroga
72).
Sin embargo, la secuencia de descripciones que siguen al decaimiento de Alicia están
desprovistas del alambicado sentimentalismo predominante en los relatos románticos y que, en este
caso, el narrador substituye con una observación de tono naturalista en la cual se mezclan términos
que bien podrían formar parte de un historial clínico (síncope, delirio, anemia, alucinaciones). El
enfoque no se encuentra ya en la pasión, en los sentimientos, ni en el paroxismo del dolor de ninguno
de los personajes principales, sino en la enfermedad, en el esfuerzo por establecer las causas de ésta:
interés propio del naturalismo.
A los rasgos anteriores se añade la dependencia de Alicia cuya vida ha pasado de una irrealidad a
otra. Presa de sus sueños, había vivido primero esperando que Jordán le demostrara su cariño: “sin
duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más expansiva e incauta
ternura” (Quiroga 71). Decepcionada, después de tres meses en espera inútil de un Jordán más tierno
y emotivo, sustituye ahora la irrealidad de sus sueños, despierta, con el abandono de sí misma, de todo
pensamiento y de la vida cotidiana a la ilusión de la llegada de su esposo que ella se había forjado en
la imaginación: “y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su
marido” (Quiroga 72).
Con el abandono de sí misma, su dependencia de Jordán y su ensoñación, Alicia ha cavado su
propia tumba; ha muerto antes de morir. A lo largo del cuento, el espacio narrativo dentro del cual
este personaje sucede, se limita a su casa; jamás se la ve salir, visitar o recibir amigos ni relacionarse
con el mundo extrerno, ni siquiera con su familia. Su debilidad comienza con la falta de contacto con
la realidad. En ese aislamiento se inicia su muerte, en su mente, cuando no vive por ideal propio
alguno, sino que gira única y exclusivamente en torno a la presencia de Jordán –otro ser mortal- como
si éste fuera un dios. Esta es la muerte psicológica de la mujer victoriana: estar confinada al ámbito
doméstico, sin voz ni voto, deificando a su esposo. Pero a la vez, al ser idealizada por las clases altas
que la ven como un ser angelical, aunque sea sólo para mantenerala al servicio del hombre, se la eleva
a un plano sobrenatural. En su calidad de ángel, se espera que cultive virtudes de manera absoluta
como la “incorruptibilidad” y la “infabilidad”. No hay que olvidar que la tradición victoriana
gravitaba en derredor de un orden absolutista que para preservar los principios liberales de la
burguesía que la sostenían, debía emitir reglas de la misma naturaleza: absolutas.9 Es interesante
observar que la terminología de los ensayos victorianos incluye una serie de palabras acordes. En su
ensayo, “Sesame and Lilies”, John Ruskin coloca a la mujer en un pedestal y la deifica exigiendo de
ella que se comporte como una diosa pero, al hacerlo, la deshumaniza: “she must be enduringly,
5incorruptibly good; instinctively, wise – wise, not for self development, but for self-
renunciation; wise, not that she may set herself above her husband, but that she never fail from his
side.10 (el subrayado es mío)
No se cuestionan las virtudes en sí, sino el grado exagerado, extremo de tal exigencia: su
excesiva rigidez. ¿Quién puede dudar de la incorruptibilidad si ésta constituye un fundamento esencial
tanto para el matrimonio como para la sociedad? Lo que se pone en tela de juicio es el uso de
términos tan categóricos para decretar que la mujer nunca (never) se aparte del hombre, elevándolo así
a la categoría de dios lo cual augura el malogro del matrimonio que, fundado sobre ideales extremos,
difícilmente puede sostenerse. Los ideales absolutos, sin Dios que es el absoluto, a duras penas
pueden perdurar. De ahí que las relaciones interpersonales basadas en esta manera de pensar estén
condenadas al fracaso, por estar cifradas en la mutua mtificación de los miembros, en el mito del
hombre y la mujer perfectos. El apego absoluto a un ser mortal no puede perdurar, ése es el otro
motivo del fracaso de la relación entre Alicia y Jordán: su irrealidad. No extraña que esta relación se
halle inscrita en un “palacio encantado;” con ello Quiroga logra crear una excelente simetría entre la
irrealidad de los personajes y la de su medio ambiental.
Cuando el narrador dice que Alcia rehusaba pensar en nada hasta que llegaba su esposo, nos
revela el parasitismo de ésta. Sin vida ni ideales propios, girando única y exclusivamente en torno a su
esposo, Alicia quiere extraer de Jordán la vida de la cual carece. Sin embargo, debido a su propio
distanciamiento impuesto por patrones culturales, éste no se presta a dicho juego. Lógicamente, las
repercusiones físicas no se hacen esperar y Alicia empieza a enfermar. La correlación que establece el
autor entre la enfermedad de Alicia y su dependencia de Jordán por medio de la contigüidad textual es
bastante clara: “y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su
marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que arrastró insidiosamente
días y días” (Quiroga 72). Situada dentro de una temática naturalista, esta estructuración le permite a
Quiroga conectar una secuencia de hechos para construir la trama a manera de “estudio científico”
sobre las causas invisibles, pero reales de la enfermedad de Alicia.
El otro miembro de la pareja, Jordán, también se perfila como una figura victoriana, excepto que
no sólo aparece como un hombre de familia respetable, honorable, sino que manifiesta dos extremos.
Por un lado, encarna la aparente solidez de las convenciones e ideales victorianos en su aspecto
exterior al cual difícilmente le podría reprochar algo la sociedad en que vive. El hecho de ser
reservado, duro, imperturbable lo afirma en su posición de hombre venerable que, para las exigencias
victorianas, resulta el perfecto espécimen. Basta echar un vistazo a una descripción histórica de la
época vitctoriana para constatar que varios de los rasgos característicos de Jordán coinciden con ésta:
6
Una gran rigidez moral caracterizó a la sociedad de dicho periodo histórico. La época victoriana
tenía sed de vigor, de corrección, de dignidad y aspiraba a la estabilidad moral humana de
manera que el romanticismo, los sentimientos, las emociones, es decir, las “aventuras”, no
provocaban sino desconfianza y desprecio. El buen burgués soñaba con el orden absoluto, con
una sociedad donde las emociones y los sentimientos debían ocultarse. (Rigamonti)
Se puede observar la “rigidez moral” de Jordán en las imágenes que usa el narrador para aludir a
la atmósfera creada por éste y por sus reacciones ante las expectativas afectivas de Alicia:
“sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más expansiva e incauta
ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre” (Quiroga 71).
En este pasaje, dentro de una caracterización naturalista que intenta ceñirse a tendencias
cientificistas, apenas si se puede percibir la dimensión afectiva de Jordán, quien carece de rasgos
románticos y peor aún, de sentimientos y emociones, como lo subraya la descripción histórica. Este
personaje parece estar deshumanizado ya que ha perdido la capacidad de ser libre y espontáneo para
demostrar su amor lo cual se observa en las expectativas frustradas de Alicia. Y al carecer de ese elan
vital constitutivo e imprescindible a todo ser humano que, no obstante, aflora distorsionado sólo de
noche para extraerle la vida a su mujer, Jordán deja de estar vivo en su tipo particular de dependencia
o parasitismo; de ahí que Quiroga lo haya convertido en símbolo de un vampiro.11
El amor difícilmente puede desarrollarse sobre las premisas cientificistas adoptadas por la
ideología victoriana que sugieren la cantidad de emoción que se debe sentir o aconsejan tener
precaución al demostrar ternura, incluso dentro del matrimonio. Al elegir este léxico que interpreta el
pensamiento de Alicia, Quiroga logra socavar la supuesta validez de normas tan rígidas que despojan a
cualquier matrimonio de una dinámica emocional-afectiva e interpresonal necesarias para florecer y
dar fruto. Precisamente, el efecto que produce en Alicia la actitud indiferente y represiva de su amado
esposo suspende su relación, la aniquila levantando un muro impenetrable que impide entre ambos la
comunicación amorosa.
Al no haber comunicación verbal entre Alicia y Jordán, el diálogo entre ambos, como elemento
narrativo, es escaso, casi nulo, y cuando se llega a dar es breve, tan lacónico como Jordán; sólo existe
durante las alucinaciones de Alicia, por la noche, tiempo en que cobran vida los vampiros. Con todo,
la función de estos diálogos consiste en revelarle al lector la imagen inconsciente que Alicia se ha
formado de su propio esposo: un monstruo. Este es el otro extremo de la personalidad de Jordán: su
monstruosidad que, aunque oculta a los ojos de la sociedad, no deja de tener efectos nocivos y trágicos
7en la vida de Alicia. El carácter veladamente monstruoso de Jordán sienta uno de los
precedentes que refuerzan la figura de Jordán como vampiro. De día permanece oculto a los ojos de la
sociedad que lo rodea cumpliendo con el protocolo y las normas de ésta; tal personalidad se manifiesta
en la presencia de los doctores ante quienes Jordán no despierta ni la menor sospecha. De noche, libre
de las normas, deja aflorar su otro “yo”:
-¡Jordán! ¡Jordán! –clamó rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al
dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo y después de largo rato de
estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola por media hora temblando. (Quiroga 73)
Por el contrario, en el ámbito social, representado por los doctores de Alicia (si se considera la
corta extensión del cuento), el diálogo entre éstos y Jordán es más extenso y excede, en número, a los
de la pareja. Lo mismo sucede con otro personaje secundario, la empleada doméstica. Cuando ésta
descubre el insecto monstruoso al final del relato, el diálogo entre ella y Jordán es más largo. Ello se
podría explicar a la luz del utilitarismo victoriano para el cual tanto los servicios de los médicos como
los de la sirvienta tienen valor económico y primacía sobre la relación de la pareja debido a la utilidad
social que pueden aportar a un mayor número de personas. Irónicamente, la armonía automática tan
predicada por Jeremy Bentham, entre el interés propio, individualista y el interés general, a la larga, no
habría de producir sino lo contrario: una serie de conflictos entre los intereses de distintos grupos
sociales. De la misma manera, estas ideas utilitarias terminan por disolver el matrimonio de Alicia y
Jordán entre quienes el interés propio no alcanza a volverse ni siquiera interés matrimonial, lo cual
también explica la ausencia de diálogo entre ellos. El fracaso de esta teoría puede predecirse desde un
principio pues si los intereses personales no confluyen espontánea y “mágicamente” en la familia, que
es el núcleo de la sociedad, mucho menos habrán de coincidir en ésta los intereses múltiples de
diversos miembros.12
Por lo tanto, la comunicación entre Alicia y Jordán, desprovista de intereses comunes y, por ello,
del fundamento básico para desempeñar una función inscrita dentro de un marco institucional, carece
de significado social. En cambio, su incomunicación exacerbada hasta la muerte, se convierte en una
construcción hiperbólica que invita al lector a cuestionar los efectos negativos de una mentalidad
victoriana cristalizada en el comportamiento rígido y anómalo de la pareja.
8 Es imposible vivir sin comunicación alguna y, como la comunicación verbal entre Alicia
y Jordán permanece escasa y breve, se desarrrolla entre ellos otro medio de contacto, de
entendimiento: el de las señales de un lenguaje no verbal. De este modo, aunque Alicia no reciba
contestaciones verbales por parte de Jordán cuando espera que éste le demuestre su amor, de todas
maneras recibe oscuras “respuestas” determinantes que proceden del lenguaje del cuerpo de su esposo:
“pero el impasible semblanate de su marido la contenía siempre” (Quiroga 71).
En su inconsciente, Alicia codifica el lenguaje evasivo y controlador de Jordán y, frente a la
represión13 de su marido para compartir sus sentimientos y amarla libre y espontáneamente, su alma se
derrumba y termina por enfermarle el cuerpo. Su anemia física fue antes una anemia del espíritu
hambriento de afecto y vida marital profunda. De este modo, a la naturaleza imprecisa y confusa de
las reacciones de Jordán corresponden los desvaríos, no menos oscuros, de Alicia: “pronto Alicia
comenzó a tener alucinaciones confusas, flotantes al principio, y que descendieron luego a ras de
suelo” (Quiroga73). A las deficiencias de comunicación de Jordán corresponde una figura igualmente
deficiente y deforme: un antropoide que es el mismo Jordán verbalmente evasivo, pero visiblemente
presente, “entre las alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los
dedos, que tenía fijos en ella los ojos” (Quiroga 73).
En el texto, no se sabe si los doctores han sido informados acerca de las alucinaciones de Alicia,
lo único que sabemos los lectores es que para ellos la condición de Alicia resulta un misterio absoluto,
indescifrable. Independientemente de que los doctores discutan la enfermedad de Alicia con su
esposo, no consiguen dilucidar sus causas. Su incapacidad final para establecer los motivos de la
dolencia de Alicia y, por consiguiente, para curarla es tan lógica como su origen.
Para la ciencia médica del siglo XIX, la causa sociológica, es decir, la ideología victoriana
encarnada en una serie de hábitos, costumbres, comportamientos individuales y sociales, resulta
invisible. Más aún, si se considera que los mismos médicos practican los principios victorianos que
forman parte de su vida diaria así como de la de los esposos, como pilares del funcionamiento de la
sociedad en que viven, no tan fácilmente pueden detectar en ellos el origen inmediato de la
enfermedad de Alicia. O, si se quiere, la comodidad que ofrecen estas costumbres al facilitar y
garantizar la interacción entre los miembros de una sociedad y su subsistencia raras veces se pone en
duda. El entorno social con sus reglas, principos e instituciones victorianos acolchona, adormece o
sirve de silenciador para todo tipo de rebeldía: los obreros en las fábricas, la mujer en el hogar, para
mencionar sólo algunos casos.
En el cuento, el almohadón representa ese entorno social intangible, pero inexorable en su
sentencia. Así como la comodidad de una serie de costumbres, instituciones y convenciones sociales
9llevadas al extremo le entorpreció a la pareja la capacidad de detectar en el ambiente social la
causa de la destrucción de su matrimonio, a pesar de proporcionarles una comodidad aparentemente
inocua, el almohadón adormece tanto a Alicia y a Jordán que no logran darse cuenta de que ahí se
encierra el agente de la muerte de ella. Quiroga pareciera decirnos: la sociedad con sus objetos,
costumbres y
reglas, instituciones, aunque insospechados o invisibles, es una entidad destructiva. En su estudio de
otro cuento de Quiroga, “Polea loca”, L. Martul Tobío y Kathleen N. March, interpretando el
pensamiento del cuentista y su oposición a la sociedad, nos hacen notar la postura tan radical de éste
que hasta desprecia las ventajas que pueden ofrecer las instituciones sociales:
El ser humano ya no es irremplazable en su particularidad, ahora se reduce a una rueda cuya
incidencia es tan nula para ese mecanismo fantasmagórico llamado sociedad, que este (sic) puede
prescindir de él. Incluso Quiroga acentúa esa visión alucinada del aparato estatal cuando le
niega la existencia de un orden, es una gran máquina que alberga el caos más intenso, el
desorden más frío e irracional.14
Al volverse una mujer absolutamente dependiente, apegándose y deificando a Jordán, Alicia
sucumbe a la “normativa victoriana”. Sólo así se explica que haya sido ella misma quien impidiera
que le quitaran la causa de su enfermedad: “desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más.
Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el
almohadón” (Quiroga74). Su actitud se debe a que tanto la causa inmediata, el insecto, como la
mediatizada –la causa victoriana- son invisibles. Alicia se niega a perder la base de su estabilidad
social, el entorno sobre el cual descansan sus ideas y su conducta, se niega a que le quiten la
comodidad del almohadón de reglas en las cuales se apoya su vida. Ella misma se ha convertido en las
reglas: son su identidad. Deshacerse de ellas, sería desaparecer. Por ello, es muy significativo que su
cabeza descanse sobre el almohadón, pues en la cabeza reside la capacidad de reflexión, ahora,
literalmente atrofiada por la anemia y, en sentido figurado, anulada por las reglas sociales.
El entorno social se puede concebir también como un agente imperceptible comparándolo con la
noche, periodo durante el cual se agravaba la enfermedad de Alicia y momento en que aflora el
vampiro en Jordán. En su carácter de tal, Jordán se apoya en las convenciones sociales y principios
victorianos igual de intangibles que la noche para oprimir y usar a Alicia como objeto sexual, práctica
10que se colige del momento en que ocurren los episodios: “parecía que [a Alicia] únicamente
de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre” (Quiroga 74). De ahí que también se pueda
establecer
una analogía entre la noche y el almohadón: ni uno ni otro despiertan sospechas acerca del mal que se
cierne en ellos, sin embargo, ambos ocultan uno de los agentes de la muerte.
Subrepticiamente, en su papel de vampiro, Jordán actúa desde la ideología victoriana que le
confiere derechos absolutos sobre su mujer para sacarle provecho hasta dejarla sin vida, es decir, sin
sangre. A pesar de todo, el narrador nunca nos habla del grado de conciencia o inconciencia de éste
con respecto a su vampirismo, símbolo de su egoísmo o ceguera, aunque tampoco lo caracteriza en
blanco y negro. Más bien, sucede lo contrario: por un lado, se le delínea como un personaje
indiferente ante la solicitud de afecto de Alicia; severo, rígido y frío. Por el otro, no se puede ignorar
ese gesto de ternura innegable, el intenso amor que apenas asoma en su continua preocupación por
Alicia a lo largo de su enfermedad:
Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un
extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos
entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un
instante en cada extremo a mirar a su mujer. (Quiroga 73)
Habiendo interiorizado el ethos victoriano que propone un modelo de hombre insensible y
deshumanizado, Jordán no logra demostrarle su amor a Alicia, ni siquiera mientras ésta yace en el
lecho de muerte. Tal como el almohadón ha inmobilizado a Alicia mediante el insecto que le extrae la
sangre, la alfombra sofoca la capacidad de expresión de Jordán. En ambos casos, se anula la vida:
Alicia muere literalmente al perder la sangre; Jordán queda sofocado anímicamente al no poder
expresar sus sentimientos, debido a que “la alfombra ahogaba sus pasos”. El almohadón y la
alfombra que les debieran haber proporcionado una mejor y más cómoda forma de vida, irónicamente,
los privan de ella. En consecuencia, se puede establecer una estrecha correlación entre el ethos
victoriano, los objetos de su civilización y la muerte física de Alicia y psicológica de Jordán.
La excepción de la conclusión a la que llega Noé Jitrik sosteniendo que Quiroga no utiliza
símbolos, confima la regla en el caso de “El almohadón…”15 Ya anteriormente se señaló cómo la casa
representa una gran tumba. Pero ahora se puede ver la manera en que el almohadón y la alfombra,
como enseres domésticos, simbolizan una forma de vida cómoda con la cual se está tan familiarizado
11que no se cuestiona su función ni sus beneficios, ni tampoco se imagina que puedan ser
causa de algún mal. Jordán y Alicia han encarnado en grado tan hiperbólico las costumbres
victorianas que al formar
parte integral de su identidad ni siquiera se les ocurrre cuestionarlas. En ambos casos, el del
almohadón y la alfombra, por un lado, y el de las costumbre victorianas, por el otro, los efectos
nocivos de estos elementos pasan inadvertidos, operando veladamente bajo apariencias benéficas.
Cada uno a su manera ha sido víctima y verdugo de dichas costumbres llevadas a tal extremo que
los han despojado de una parte primordial de su dignidad humana; ambos sucumben por falta de
conocimiento de los efectos dañinos de éstas. La dependencia absoluta de Alicia la induce a llevar una
vida de parásito. A la larga, durante su enfermedad, habrá de lograr su deseo absorbiendo toda la
atención de Jordán, su tiempo, su vida. Éste, a su vez, en su papel de vampiro, no puede sobrevivir
sino de noche, extrayéndole la vida a Alicia. Por lo tanto, el insecto monstruoso es una metáfora doble
que simboliza tanto a Jordán como a Alicia. Su parasitismo representa la dependencia de Alicia y el
vampirismo de Jordán; su monstruosidad, el grado grotesco16 y exagerado, casi instintivo, al que
ambos viven los principios victorianos. Los dos se comunican mediante estos principios que,
simbolizados por el almohadón y la alfombra, acolchonan, pero también acaban con sus vidas. Alicia,
por ser la más débil, termina literalmente muerta.
Por tanto, las costumbres sociales o ideología victoriana representadas por el almohadón y la
alfombra es lo que se interpone entre los esposos impidiéndoles vivir: una vida independiente a ella; y
a él, la libertad para demostrar su amor, es decir, la vida que, reprimida, lo induce a volverse vampiro.
Esta “preceptiva victoriana” se erige como una institución más importante que el amor mismo entre
los esposos e, irónicamente, con su rigidez, su represión, su corrección, termina destruyendo aquello
que quería preservar: la familia.
Un comentario más: el fruto del matrimonio son los hijos. El hijo que debieron haber concebido
Jordán y Alicia no fue sino el producto grotesco de una relación anómala: un parásito monstruoso.
NOTAS
1 Horacio Quiroga, Cuentos de amor de locura y de muerte. 3a ed. (México: Grupo Editorial
Tomo, 2002) 76.
12 2 “En el establishment victoriano: el desorden y la rebeldía eran considerados
anarquía, pues constituían una forma de cuestionar el modo en que la burguesía industrial británica
expresaba su visión del mundo, por lo que ésta debía ser reprimida a cualquier costo. Y como toda
sociedad autoritaria, la burguesía industrial británica del siglo XIX vivía angustiada por impedir el
desorden
[………………………………………….]
La familia consituía la base fundamental. El padre era el genio tutelar, pero “terrible, infalible y
despiadado;” la mujer esposa y madre, no tenía ni voz ni voto; se encontraba, al igual que en el resto
del mundo, relegada al trabajo hogareño: debía cuidar de la casa y de los hijos. Era mal
visto que una mujer pretendiera ejercer una profesión universitaria. En las clases elevadas, la
mujer era considerada más angelical que humana”. Analía Rigamonti, “Era victoriana (1819-1901)”
Rincón del vago. 25 mar. 2006 <http://html.rincóndelvago.com/era-victoriana- 1819-1901.html>.
3 También se puede colegir de aquí que, influido por el método científico, Quiroga usara ete tipo
de léxico, pues según Robert M. Sacar: “Quiroga suponía que debía actuar en forma enteramente
objetiva mediante la ‘observación fría’”, “Horacio Quiroga y los fenómenos parapsicológicos”,
Cuadernos Hispanoamericanos 397 (1983): 126. En el análisis de otro de sus cuentos, “Una
bofetada”, César Leante llega a una conclusión similar: “Igualmente, Quiroga va a contar una histoira
muy cruel, casi brutal, y tal vez de ahí que la cuente con aparente suma frialdad, sin acentuar en
ningún momento su dramatismo y distanciándose en lo más posible”. “Un cuento perfecto”,
Cuadernos hispanoamericanos 443 (1987): 90. A su vez, la rigidez misma de la mentalidad
victoriana se puede interpretar como otra forma de frialdad: “Una gran rigidez moral caracterizó a la
soceidad de dicho periodo histórico. La época victoriana tenía sed de vigor, de corrección, de
dignidad y aspiraba a la estabilidad moral humana”, Rigamonti.
4 Refiriéndose a la aparición del insecto al final del cuento, Manuel Antonio Arango concluye: “el
acontecimiento descrito por Quiroga, tanto en los detalles com en su conjunto, se mantiene dentro de
una verosimilitud incontrovertible”. “Lo fantástico en el tema de la muerte en dos cuentos de Horacio
Quiroga: ‘El alomohadón de plumas y ‘La insolación’”, Explicación de textos literarios 8 (1979-80):
187.
5 Específicamente, Veiravé obseva: Como quien concluyera un severo estudio científico y no la
espeluznante historia de este caso, dice en la frase final: “La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”. Esta referencia, llena
13de conciencia naturalista, tiende a ampliar, una vez concluido el impacto oculto en el
descubrimiento de aquella causa realmente monstruosa, los límites imprevisibles del horror. “El
almohadón de
plumas: lo ficticio y lo real”, Aproximaciones a Horacio Quiroga, ed. Angel Flores (Caracas: Monte
Ávila Editores) 210.
6 Peisajovich, Bárbara, “La teoría de la evolución: una prouesta de abordaje a la dimensión social
de la biiología”, Correo del maestro, 116, enero 2006, 15 mar. 2006 <http://www.coreodel
maestro.com/anteriores/206/enero/2nosotros116.htm>.
7 De acuerdo con Constanza V. Meyer, varias mujers argentinas se habían iniciado ya en el siglo
XIX en la tarea de publicar en revistas o novelas para protestar contra su situación en el ámbito
doméstico, participando en otros ambientes que les habían sido vedados, “Cuerpo, sexo y comida: un
triángulo femenino”, Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, ed. Lea Fletcher, 1994, 25 jun.
2006 <www.feminaria.com.ar/colecciones/archivos/008/008.pdf>. Cabe mencionar aquí también la
novela de Eduarda Mansilla, El médico de San Luis que, según Halmfrídur gardardóttir, forma parte
del “lazo entre lo victoriano y lo confesional”, “Literatura argentina de dos épocas: Revisión
histórica que altera el lugar designado a la mujer”, “Revista electrónica discurso 1.2 (2002), 20 jun.
2006 <http://revista.discurso.org/arteiculos/Num2Art_Gardasdottir.htm>.
8 Veiravé nota los siguientes rasgos modernistas: la atmósfera de sombras parnasianas en la que
está envuelta la muerte de Alicia, “rubia, angelical y tímida”, coloca al la protagonista desde su
aparición en un marco de irrealidad y fantasía firmemente trazado”, Aproximaciones, (213).
9 Este absolutismo se reflejó en la condición de semiesclava de la mujer: “so that throughout the
whole of our period the Victorian wife was legally economically entirely at the mercy of her Lord and
Master”, Katharine Moore, Victorian Wifes (New York: St. Martin’s pres, 1974) xxii.
10 The Victorian Age: An anthology of sources and documents, ed. Josephine M. Guy.
(London: Routledge, 1988) 506.
11 Para la interpretación del papel de Jordán como vampiro, ver “Poe en Quiroga”, Margo Clantz,
Aproximaciones, 93-118.
12 Herbert Tingsten, Victoria and the Victorians, trans. David Grey and Eva Leckström Grey
(England: George Alen & Unwin, 1965) 153-167.
14 13 Ambos sexos terminaron siendo influidos por las ideas victoiranas debido al respaldo
que éstas encontraban en la sociedad en general y, de manera muy determinante, en la prensa inglesa:
“both men and women began to behave according to a code of social respectability that entailed
repression in language and actions”. Joan N. Burstyn, Victorian Education and the Ideal of
Womanhod (London: Coom Helm, 1980) 34.
14 “Ejes conceptuales del pensamiento de Horacio Quiroga”, Cuadernos hispanoamericanos,
443 (1987): 82-83. A su vez, Noé Jitrik atribuye la actitud de Quiroga contra la sociedad tanto a su
propio carácter como a la serie de tragedias que éste vivió a lo largo de su vida y que se reflejan en su
obra, “Soledad: Hurañía, desdén y timidez”, Aproximaciones, 3-61.
15 Jitrik sostiene que “Quiroga no se maneja con símbolos para expresar la soledad y el
desencuentro. El gusano de Kafa es un símbolo, lo mismo que el castillo, en cambio ni Rivet, ni Else,
ni Yaguaí lo son. Pero no porque Quiroga no utilice símbolos deja de expresar contenidos similares a
los que hay en aquellos símbolos”, Aproximaciones, 58. 16 Es de sobra conocida la influencia que sobre Quiroga ejerció Edgar A. Poe de quien heredó el
uso de lo grotesco; sin embargo, queda sin resolver la cuestión del motivo por el cual Quiroga crea el
insecto grotesco al final de “El almohadón…” Entre las múltiples explicaciones a tal interrogante, se
puede repetir lo que Paul Barlow en su interpretación del arte del pintor Aubrey Beardsley, asevera:
“for Beardsley the grotesque offered a means to negate the domestic virtues proclaimed in works like
Civilization, to distance himself from Victorian identity”, “Grotesque obscenities: Thomas Woolner’s
Civilization and its discontents”, Victorian Culture and the Idea of the Grotesque, ed. Trodd, Barlow
& Amigoni (Vermont: Ashgate Publishing Company, 1999) 98.
OBRAS CITADAS
Arango, Manuel A. “Lo fantástico en el tema de la muerte en dos cuentos de Horacio quiroga: ‘El
almohadón de plumas’ y “La insolación’”, Explicación de textos literarios 8 (1970-80) 183-90.
Barlow, Paul. “grotesque obscenities: Thomas Woolmer’s Civilization and its discontents”. Victorian
Culture and the Idea of the Grotesque. Ed. Trodd, Colin, Paul barlow, David Amigoni.
Vermont: Ashgate Publishing Company, 1999. 97-113.
Burstyn, Joan N. Victorian Education and the Ideal of Womanhood. London: Coom Helm, 1980.
15Clantz, Margo, “Poe en Quiroga”. Flores, Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas:
Monte Avila Editores, 1976. 93-118.
Flores, Angel. Ed. Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas: Monte Avila Editores, 1976.
Gardardóttir, Halmfrídur. “Literatura argentina de dos épocas: Revisión histórica que altera el lugar
designado a la mujer.” Revista electrónica discurso 1.2 (2202) ) jun. 2006 <http://revista.
discurso.org/articulos/Num2Art_Gardasdottir.htm>.
Guy, Josephine. Ed. The Victorian Age: An anthology of sosurces and documents. London:
Routhledge, 1988. 505-519.
Jitrik, Noé. “Soledad y hurañía, desdén, timidez”. Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas:
Monte Avila Editores, 1976. 37-61.
Leante, César. “Un cuento perfecto”. Cuadernos hispanoamericanos 443 (1987): 89-97.
Meyer, Constanza V. “Cuerpo, sexo y comida: un triángulo femenino”. Ed. Lea Fletcher. 1994.
25 jun. <www.feminaria.com.ar/colecciones/archivos/008/008.pdf>.
Moore, Catharine. Victorian Wives. New York: St. Martin’s Press, 1974.
Peisajovich, Bárbara. “La teoría de la evolución: una propuesta de abordaje a la dimensión
social de la biología”. Correo del maestro 116 (2206) 15 mar. 2006
<http://www.coreodelmaestro.com/anteriores/206/enero/2nosotros116.htm>.
Quiroga, Horacio. Cuentos de amor de locura y de muerte. 3a ed. México: Grupo Editorial Tomo,
2002.
Rigamonti, Analía. “Era Victoriana (1819-1901)”. Rincón del vago (2002) 25 mar. 2006
<http://html.rincón delvago.com/era-victoriana- 1819-1901.html>.
Scari, Roberto. “Horacio Quiroga y los fenómenos parapsicológicos”. Cuadernos hispanoamericanos
397 (1983): 123-132.
Tingsten, Herbert. Victorian and the Victorians. Trans. David Grey and Eva Leckström Garey.
England: George Alen & Unwin, 1965. 153-167.
Veiravé, Alfredo. “”El almohadón de plumas:’ lo ficticio y lo real”. Aproximaciones a Horacio
Quiroga. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976. 209-214.
16
SINOPSIS
Aunque el narrador nos entregue las claves para la interpretación del insecto monstruoso al final
de “El almohadón de plumas”, a él mismo se le escapan detalles importantes en el contenido de éste y
otros símbolos como el almohadón y la alfombra. A la base de la convivencia anómala que se crea en
el matrimonio se encuentra, de manera implícita y como trasfondo cultural, la ideología victoriana
cuyos principios Quiroga lleva al extremo mediante la caracterización exagerada de algunos de los
rasgos de sus personajes y del ambiente para demostrar los efectos nocivos de tales ideas. El resultado
es un insecto monstruoso que simboliza no sólo la actitud de Jordán, sino la de Alicia y, de manera
grotesca, lo que debiera haber sido fruto de la unión conyugal: un hijo.
HORACIO QUIROGA
Quiroga nació en Salto, Uruguay en 1878. En 1897 empezó a publicar en revistas locales y fundó la
Revista de Salto (1899-1990). En 1900 viajó a París donde lo influyó el movimiento simbolista
francés. También lo influyen Edgar Allan Poe, Maupassant, Kipling y Chéjov. En 1903 adopta la
nacionalidad argentina y viaja a la selva lo cual lo transforma radicalmente; tanto esta experiencia
como varias muertes trágicas en su vida, dejan una profunda huella en su obra. En 1909 se casa y
se va a vivir a la selva. Al morir su esposa, regresa a Buenos Aires y en 1917 publica Cuentos de
amor de locura y de muerte que le merece el título del cuentista más destacado de Latinoamércia.
En 1926 aparece Los desterrados, colección de poco éxito. Tras la publicación de Más allá (1935),
Quiroga enferma de cáncer y muere en 1937.