Año de los tiros ángela

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Ejercicios sobre nuestra cultura del pueblo

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El 4 de febrero de 1888 los agricultores, mineros y vecinos de la cuenca minera se congregaron en la plaza del antiguo pueblo de Riotinto, en las faldas de las cortas, para protestar por los efectos de los humos sulfurosos que producían las teleras, aquellas calcinaciones de mineral al aire libre que eliminaban toda forma de vida vegetal y afectaba a la salud de las personas y animales.

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La Compañía y las autoridades locales se asustaron ante la avalancha de gente y pidieron ayuda al gobernador civil de huelva, quien se presentó en la localidad con soldados del regimiento de Pavía dispuesto a reprimir la pacífica manifestación. Hubo cientos de muertos, que se hicieron desaparecer enterrándolos en los escoriales, en profundas galerias y hasta en el mar.

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Maximiliano Tornet estaba negociando con la alcaldía de Riotinto el fin de las teleras cuando el salón del Ayuntamiento sonaron las descargas de fusilería. Tornet salió al balcón y vió la masacre, huyó y nunca jamás se supo de él. El alcalde de Riotinto, capataz empleado de La Compañía, contestaba que aunque lo9s humos no son agradables y ocasionaban algún perjuicio a la agricultura del destrito, el Ayuntamiento no tenía autoridad para decir nada y la posible solución debía ser tomada por el Gobierno.

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La compañía amenazó con despedir a 1300 obreros si se prohibían las calcinaciones, lo que no ocurrió hasta 1907, poco antes de la llegada de Walter Browning. El fue quien contrató al agrónomo danés Kai Hase para reforestar toda la zona, iniciando la silvicultura extensiva en Huelva. La empresa no estaba dispuesta a terminar con las teleras y alegaba que por sus “circunstancias especialísimas no se puede poner en duda el derecho adquirido”. Ni más ni menos recordaba que las minas no son una concesión o un arrendamiento y se remite al contrato de compra-venta por el que se adueñó de las tierras, lo que -según ella- legalizaba la calcinización.

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La compañía amenazó con despedir a 1300 obreros si se prohibían las calcinaciones, lo que no ocurrió hasta 1907, poco antes de la llegada de Walter Browning. El fue quien contrató al agrónomo danés Kai Hase para reforestar toda la zona, iniciando la silvicultura extensiva en Huelva. La empresa no estaba dispuesta a terminar con las teleras y alegaba que por sus “circunstancias especialísimas no se puede poner en duda el derecho adquirido”. Ni más ni menos recordaba que las minas no son una concesión o un arrendamiento y se remite al contrato de compra-venta por el que se adueñó de las tierras, lo que -según ella- legalizaba la calcinización.