Año IX, Nº 8, Vol. 1. Lima, marzo de 2016. · Incluye Vol. 1 Hecho en Perú – Piru llaqtapi...

108
a b s e i s r m o t i œ d Año IX, Nº 8, Vol. 1. Lima, marzo de 2016.

Transcript of Año IX, Nº 8, Vol. 1. Lima, marzo de 2016. · Incluye Vol. 1 Hecho en Perú – Piru llaqtapi...

ab seis rm otiœd

Año IX, Nº 8, Vol. 1. Lima, marzo de 2016.

2 PLESIOSAURIO

PLESIOSAURIO 3

PLESIOSAURIO

Primera revista de ficción breve peruana

4 PLESIOSAURIO

PLESIOSAURIO 5

PLESIOSAURIO

Primera revista de ficción breve peruana

Lima - Perú

6 PLESIOSAURIO

PLESIOSAURIO

Primera revista de ficción breve peruana

Año IX, Nº 8, Vol. 2. Lima, marzo de 2016.

Dirección Rony Vásquez Guevara

Comité editorial

Dany D’Oria Rodas Rubén Roque Aroni

Diseño de carátula

Sergio Asrorga

© Plesiosaurio Av. Santa Elvira, Urb. San Elías, Mz. «A», Lote 3, Lima 39

Teléfono: 51-1-5289229 Celular: 997254851 / 996308452

Web: http://revistaplesiosaurio.blogspot.com http://plesiosaurio.wix.com/revistademinificcion#!

E-mail: [email protected] Facebook: www.facebook.com/RevistaPlesiosaurio

© abismoeditores, 2016

Jr. Pablo Risso 351, Lima 30 E-mail: [email protected]

Facebook: www.facebook.com/abismoeditores

ISSN 2071-4114 (impresa) ISSN 2218-4112 (en línea)

Incluye Vol. 1

Hecho en Perú – Piru llaqtapi ruwasqa – Made in Peru

Todos los textos son de pertenencia exclusiva de sus autores.

PLESIOSAURIO 7

EL BOLO ALIMENTICIO

En este número… Los herederos del dinosaurio monterrosiano

8 PLESIOSAURIO

PLESIOSAURIO 9

Los herederos del dinosaurio monterrosiano

Aunque abunda en internet y muchos proclaman su banali-dad, la minificción, el último género narrativo de la literatu-ra, no se detiene. Con más de treinta años de su investiga-ción y prolífica producción, aún sigue siendo materia de de-bate en los claustros universitarios y la comunidad especiali-zada, pues continúa exigiendo proyectos de investigación en busca de un corpus y canon, que permita conocer a los pa-dres y herederos del dinosaurio monterrosiano. En Latinoamérica, uno de sus herederos es Plesiosaurio. Primera revista de ficción breve peruana; por ello, en el presente volumen presentamos, además de estudios sobre la estructu-ra de esta modalidad textual y el panorama de la minificción en Nicaragua, ensayos analíticos sobre la obra brevísima de Eca de Quieroz, Edmundo Valadés, y Alberto Hernández. Asimismo, entregamos a la comunidad literaria las Actas de la Jornada Trinacional de Microficción “Borrando fronteras” (Argentina, Chile y Perú), celebradas en Santiago de Chile (2014), donde se analizaron nuevas propuestas de esta mo-dalidad textual. Afortunadamente, con motivo de su visita a Lima, en-trevistamos a la escritora argentina Ana María Shua y al in-vestigador mexicano Lauro Zavala, quienes además partici-paron de la V Jornada Peruana de Minificción. Sin duda al-guna, sus pasos por nuestro país constituyen un hito en la historiografía de la minificción peruana, acaso un nuevo

10 PLESIOSAURIO

momento o la confirmación del miniboom de esta modali-dad textual en nuestra narrativa. Asimismo, empleando el estilo de las letras del libro Nueva corónica y buen gobierno, pretendemos rendir un mereci-do homenaje al cronista peruano Felipe Huamán Poma de Ayala con motivo de los cuatrocientos años de su muerte. Finalmente, podemos decir con certeza que los herede-ros del dinosaurio monterrosiano aún seguimos vivos y aho-ra en la superficie.

Willkommen in Plesiosaurio N° 8

Rony Vásquez Guevara

Director

PLESIOSAURIO 11

ARMANDO ALANIS

12 PLESIOSAURIO

Armando Alanís Canales (Saltillo – Coahuila – México, 1956). Es mexicano. Estudió Comunicación en su país y Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Ma-drid. Autor del libro de cuentos La mirada de las vacas (1994), del libro de microrrelatos Fosa común (2008), y de las novelas Alma sin dueño (2003), La vitrina mágica (2007) y Las lágrimas del Centauro (2010). Sus microrrelatos han sido incluidos en diversas antologías.

PLESIOSAURIO 13

Aviso –Seré breve –dijo el verdugo, y dejó caer el hacha sobre el cuello del prisionero.

14 PLESIOSAURIO

Juguete de nadie –No soy juguete de nadie –dijo ella, segundos antes de que se le acabara la cuerda. Cuento cruel –No le abras la puerta a nadie –le advirtió al niño su madre, antes de salir de casa esa noche. Y a nadie le abrió. Pero la Muerte era capaz de traspasar las paredes.

PLESIOSAURIO 15

ARNALDO JIMENEZ

16 PLESIOSAURIO

Arnaldo Jiménez (Venezuela, 1963). Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado, entre otros: Zumos (2002), Chisma-rangá (2005), La raíz en las ramas (2007), Tramos de lluvia (2007), El silencio del agua (2007), La honda superficie de los espejos (2007), Cáliz de intemperie (2009), Caballo de escoba (2011) y Orejada (2011). Estas minificciones pertenecen al libro inédi-to Otros pormenores.

PLESIOSAURIO 17

Calle Camaleón

A simple vista es una calle cualquiera, con relieves inespera-dos, brocales a ambos lados y bordados de cemento deve-lando la longitud de su zigzag. Esta calle aumenta en la me-dida en que se camina, jamás termina de manera externa, sólo el caminante decide con su cansancio dónde queda el final. Cuando los paseantes se detienen a descansar y a espe-rar la llegada de un segundo aliento, el cuerpo y el alma se transforman en una continuidad de la calle, se pueden ob-servar en el tórax, en las piernas y brazos, en la cabeza y la espalda, los pormenores de la calle, sus más íntimos detalles de piedras y asfaltos, sus trozos de basuras, cortezas y semi-llas tiradas por los pájaros…Se dice que en esa calle nacieron las primeras estatuas de la humanidad.

18 PLESIOSAURIO

La calle de la infancia

Sólo los niños que por alguna razón no pudieron conseguir nuevas edades, pueden visitar esta calle, elijen sus esquinas favoritas según el juego que más les gustaba. Los columpios evaden los regaños, los papagayos devuelven el valor a pasar por las noches sin tocar la presencia de los padres, las metras tienen el resplandor de los sueños. Cada calle luce un dibujo realizado con tiza, cuando llega un niño o una niña le añade una figura al dibujo que jamás se borrará. Todas las tardes pasea un niño tocando un viejo tambor de hojalata.

PLESIOSAURIO 19

JAVIER XIMENS

20 PLESIOSAURIO

Javier Jiménez (Ximens) (Talavera de la Reina, 1953). Residente en Madrid. Licenciado en Informática. Jubilado. Ha publicado relatos en De antología, la logia del microrrelato (Ed. Talentura), Despojos del Rec (Ed. Bombín Rojo), y III Microconcurso La Microbiblioteca (Ed. Biblioteca Esteve Palu-zie). También en libros digitales, entre otros en: Grandes mi-crorrelatos de 2011 y Destellos en el cristal (edición de Internacio-nal Microcuentista), y en Viejos amigos (Edición de Pablo Gonz e Internacional Microcuentista), Lectures d'Espagne 2,

Auteurs espagnols du XXI ͤ Siècle (Ed. Lectures de'ailleurs / Tradabordo, Universidad de Poiteirs). Publica «cosas que son verdad y no han pasado» en su blog http://ximens-montesdetoledo.blogspot.com.es/

PLESIOSAURIO 21

Ana ≠ anA A los veinticinco años tuve una hermana gemela. Todo em-pezó una mañana en el cuarto de baño, delante del espejo. Se negó a pintarse los ojos y vestirse con la bata azul. Se pu-so terca. Yo me marché al trabajo en la fábrica de conservas y ella se quedó diciéndome: «No quiero envejecer igual que todos». Desde entonces ha llevado su propia existencia. Da-do que somos gemelas, no hemos necesitado hablarnos para saber cómo nos iba la vida. Supe que viajaba mucho y que de vez en cuando pasaba por casa, pues me encontraba cu-charillas de ciudades de diversos países y alguna postal sin escribir. También la biblioteca se fue llenando de libros de viajes. Ahora, con sesenta y cinco años nos hemos vuelto a espejear en el envejecido cristal. «No has cambiado nada», me dice. «Pues yo a ti no te reconozco».

22 PLESIOSAURIO

Hematófago Siempre me han gustado los murciélagos. En la troje de la casa de mis abuelos en el pueblo habitaban media docena. Creo que por su culpa y mi depravación me aficioné al taba-co. En la hora de la siesta echábamos nuestros pitillos y charlaba con ellos. Al principio no me contestaban, pero en contra de su fama son bastante agradables. Adquirí sus cos-tumbres, me gustaba subirme a un árbol y observar el mun-do colgado del revés. Este hábito no lo he perdido, algunas noches desengancho la bicicleta del techo de la terraza y me cuelgo bocabajo. Veo el cielo a mis pies y la calle sobre mi cabeza. Las luces de las farolas parecen estrellas, y estas charquitos. Cuando hay luna llena echo en falta la capacidad de vo-lar para acompañarlos en sus cacerías, por eso no tengo más remedio que caminar hasta el parque y buscar la víctima.

PLESIOSAURIO 23

JUAN MANUEL MONTES

24 PLESIOSAURIO

Juan Manuel Montes (Mendoza – Argentina, 1984). Es-critor, profesor de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Cuyo, (Mendoza – Argentina). Miembro de Triple-C (La cofradía del cuento corto). Ha publicado en 2008 La soledad de los héroes, y en 2012 Relatos desde liliput. Sus textos aparecen en diversas antologías como: Con la literatura no se juega (2012), Destellos en el cristal (2013), Brevedades: antolo-gía argentina de cuentos re breves (2013), El mundo de papel (2014), Fútbol en breve (2014) y Todo el país en un libro (2014).

PLESIOSAURIO 25

El baile nupcial El loco Juan, alimenta a las palomas de la misma manera que su madre alimentaba a las gallinas. Mueve primero su mano derecha en un cuenco (dejando caer unas pocas miguitas) y repite la escena con su mano izquierda, casi como invitándolas a bailar un minué. De entre todas las que lo rodean, elige una, y el loco Juan se saca el sombrero (y caen más miguitas). La paloma retrocede, pero él, galante, se le acerca y le extiende la mano. La paloma se voltea y toma un pedacito de pan, él encantado de ser correspondido, le sonríe. Ahora, la pareja baila haciendo círculos dentro de una ronda alada, gris y blanca. El baile continúa hasta que se le acaban las miguitas. Luego su paloma lo observa, espera más pan, pero él le muestra las manos vacías. Ella espera ladeándole la cabeza, espera, espera… y sale volando. El loco Juan, piensa, quizá así es el amor. Empleado municipal El robot que atiende los pedidos en la puerta de la municipalidad, siempre llegaba a horario y se retiraba a las cinco en punto. En su trabajo era eficaz y solo se tomaba media hora de descanso para beber despacio sus electrolitos. A pesar de que exteriormente nadie podía diferenciar a los nuevos robots de un ser humano, los demás empleados municipales desconfiaban de él. La nueva actualización de software (pedida expresamente

26 PLESIOSAURIO

por el intendente) hizo que el robot llegara todos los días a horarios aleatorios, y que también se retirara de manera aleatoria. Ahora nadie se da cuenta de que es un robot. Premonición Soy un cadáver, abro mis ojos y observo dos pequeñas piedritas en el suelo. El sol se eleva desde el ocaso y las sombras alargadas se encogen lentamente. Me arrodillo con el torso de mi cuerpo, sostengo un cuchillo sobre mi estómago, dejo de mirarme la herida, me pongo de pie. La mano de Miguel viene hacia el mango del arma, la aferra, saca el filo de mi cuerpo, y se me succiona la sangre. Su brazo derecho se arquea y enfunda el cuchillo detrás de su remera. Retrocede mirándome fijo, mis manos pretenden detenerlo pero el se aleja. El atardecer sigue ascendiendo. Miguel continua, su dedo me señala y luego se encoge y desciende junto a su brazo. La puerta del automóvil está abierta, él se toma desde el techo y se deja caer en el asiento, oculta su bota izquierda milésimas antes de que la puerta se cierre. Una neblina de humo con olor a caucho se precipita hacia las ruedas. El auto hace marcha atrás y dobla por el lado de la fábrica. Lorena vuelve hacia mí desde la lancha, su pelo suspendido en el aire se cae lentamente a medida de que su espalda se acerca, gira el cuello y me mira, su ojo sorbe una lágrima y sus labios se extienden hacia mis labios. Cierro mis párpados y me siento más vivo que nunca.

PLESIOSAURIO 27

LEANDRO HIDALGO

28 PLESIOSAURIO

Leandro Hidalgo (Mendoza - Argentina, 1981). Sociólo-go. Publicó Instantáneas- 100 fotos (2005), Capacho (2010), y Grado –microficciones sobre la Historia Argentina (2014).

PLESIOSAURIO 29

Terroristas de opinión Los terroristas de opinión nos comen de a poco las neuro-nas; dan un zarpazo a cualquier parte y como nos expandi-mos en cualquier parte estamos, beben de la dualidad, son terroristas de las justificaciones, de los valsecitos de estilo. Una tobillera que nos formaran mil manos arrastrando qui-nientos cuerpos, encajar aquí y ahora para si no rotular. Los terroristas de opinión nos estereotipan; paralíticos de libertad, intentan detener este carro. Soy un lidiador: quiero sentir el ruido de una piedra que se movió en el Tun-dukeral desde mi escritorio y no la puedo escuchar. Todo está perpetuo bajo la lámina conglomerada, pero todo se está moviendo bajo mi lámpara natural. Un muñeco de ma-dera y célula me inventé, es Bruce Lee que entrena en mi cabeza. Los terroristas de opinión andan calzados de coloniza-das, desembarcan en mis costas para mutilarme las reservas, las que yo intento siempre transformar para ausentarlas de las redes ordinarias de su fundamentalismo.

30 PLESIOSAURIO

En ruinas Concibo mi literatura como una ciudad devastada, como una que ya no es lo que era, o lo que me creí que pudo haber sido. Y es así porque me he encargado de intervenirla con bombas en vez de administrarla alegremente. Concibo mi literatura como algo que está bajo mi do-minio, yo soy su Estado, su policía, sus ricos y pobres, y su época, y su sistema religioso, hasta que decidamos al fin abandonarnos, ya sin racionalidad ni gobierno, pero con la gloria de no haber sido nunca un agente, un emisario, un mensajero, un vendedor ambulante de sus historias en rui-nas.

PLESIOSAURIO 31

MARIA VERONICA GIBBS MOTABAN

32 PLESIOSAURIO

María Verónica Gibbs Motabán (Bolívar - Venezuela, 1970). Estudió Educación Preescolar en la Universidad Me-tropolitana y ejerce la docencia en esta institución. Fue con-ductora de un Centro de Recursos para el Aprendizaje. Cul-tiva la poesía y la ficción breve en su blog: esenciadeguayabi-ta.blogspot.com y sus @Guashabita en Twitter e Instagram.

PLESIOSAURIO 33

[***] Cae la noche. Ana sube a las ramas del árbol. Silba. Llega un enjambre de luciérnagas. Continúa su lectura. No hay luz que perder. [***] Necesito un traje de asbesto, cada vez que le narro un cuen-to a Pancho -mi dragón-, termino chamuscada. Aún no aprende a taparse la boca cuando ríe.

34 PLESIOSAURIO

[***] Mientras creaba la raza canina cayó dormido. Se derramó y salpicó la tinta. Los dálmatas comenzaron a ladrar. [***] Era una pareja de termitas tan culta y romántica que se fue-ron a vivir a un libro, y comieron poemas para siempre.

PLESIOSAURIO 35

ENRIQUE URBINA JIMENEZ

36 PLESIOSAURIO

Enrique Urbina Jiménez (Ciudad de México, 1993). Cursa la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Textos suyos han sido publica-dos en las revistas electrónicas Penumbria, Scifi Terror, Yerba Fanzine y Fantasía Austral. Ha sido incluido en las antologías Penumbria Año I y Microhorror y La imaginación en México. Twit-ter: @DoctorPeste

PLESIOSAURIO 37

Hasta que la muerte los separe Ella abortó. Él la dejó. Ella lo buscó. Ella lo encontró. Él escapó. Ella lo encontró. Él se escondió. Ella lo encontró. Él se colgó. Él fue sepultado. Ella lo buscó. Ella lo buscó. Ella lo buscó. Ella lo encontró. Ella escarbó. Ella escarbó. Ella abrió el ataúd. Ella lo besó. “Qué crees, mi amor. No perdí al bebé”.

38 PLESIOSAURIO

Velorio — ¿Y esos candados en el ataúd? —Es que el abuelo no se quiere morir. Asalto a la guardería —Pongan las manos donde podamos verlas, abran la boca y no hagan ningún ruido. Los delincuentes trabajaron rápido. En segundos, ya tenían la mercancía en sus bolsas y se fueron sin decir nada. Afortunadamente, no hubo muertos; sin embargo, muchos heridos: las encías de las víctimas no dejaban de sangrar por los dientes extraídos a la fuerza. La crisis ha golpeado hasta al ratón de los dientes y sus trabajadores.

PLESIOSAURIO 39

PEDRO SANCHEZ NEGREIRA

40 PLESIOSAURIO

Pedro Sánchez Negreira (Montevideo - Uruguay, 1966). Reside en La Coruña, España. Sus textos aparecen en De antología. La logia del microrrelato, antologado por Rosana Alonso y Manu Espada y (editorial Talentura) y en las anto-logías digitales Grandes microrrelatos de 2011 y Destellos en el cristal (Internacional Microcuentista) y en LECTURES D'ESPAGNE, une anthologie vivante. AUTEURS ESPAG-NOLS DU XXI SIÈCLE. Sus microrrelatos han sido tradu-cidos al francés y polaco. En diciembre de 2013 publicó Verde como el hielo, su primer libro de microrrelatos, en la Co-lección «Lenguas de Ornitorrinco» de la Editorial Zaera Sil-var.

PLESIOSAURIO 41

Cardiopatías

A Javier Ximens, camarero, maestro, amigo.

Lo traje a vivir con nosotros cuando le dieron el alta del hospi-tal, a pesar de mi vieja promesa de no volver a dirigirle la pala-bra. He de confesar que nunca llegué a perdonarle; pero al-guien tenía que hacerse cargo de él. Ahora se pasa los días sen-tado en su silla de ruedas, oteando la vida desde la ventana, en un escorzo difícil que le da ese aire pensativo del que oye una música que no conoce, y las pocas veces que me mira lo hace con el mismo odio con el que lo hacía cuando me veía en casa y mascullaba no puedo creer que este maricón de mierda sea mi hijo. Yo, aunque no quiero, tengo que hablarle. Al principio sólo le decía lo imprescindible. Palabras simples, órdenes que evitaban el por favor, que lo ayudaran a entender lo que necesi-taba de él al levantarlo o acostarlo, al asearlo o cambiarle de ropa. Me resultaba difícil asimilar el desprecio con que me se-guía mirando. Mantenía el mismo rictus de inquina que tenía la mañana de domingo en que me echó de su casa. Aún puedo oír aquel grito de si vuelves por aquí te mato que se impuso sobre el llanto de mamá. Ahora ya me he acostumbrado a esa mirada hosca y su desprecio no me afecta. Al contrario, le pro-voco contándole mi vida; la que él cree que conoce y —sobre todo— la que no ha conocido. Le confío todos mis secretos, lo que me vi obligado a hacer para salir adelante, para poder estar tal como estoy ahora, y me recreo en los detalles de mis fraca-sos amorosos, que fueron innumerables. Él no lo soporta, se le nota mucho, aunque intente disimularlo. Eso sí, por cómo me mira sé que lo que más odia es ver cómo me besa mi marido

42 PLESIOSAURIO

cuando llega a casa. Por eso, a esas horas, siempre intento estar sentado frente a él, para contemplar esa lágrima solitaria que se le escapa despacio de su ojo izquierdo. [336] Confesión

A Pau, por las letras que nos hechizan.

Sé que con lo que voy a decir desvelaré el que fue tal vez el único misterio que nunca se esclareció en el pueblo, pero su-pongo que ahora ya no importa. Recordarán que fue en una tarde de setiembre, ese mes que siempre llega demasiado pron-to. El cielo estaba cargadito de nubes que amenazaban tormen-ta y él llegó a su casa antes de lo previsto. Que conste que no estoy arrepentido, aunque lo sintiera por Rebeca. Pensar que llegaron a sospechar de ella. La pobre nunca se recuperó; vivió el resto de su vida encerrada, para acabar muriendo con tiña y chupándose el dedo, siendo una vieja decrépita. También lo sentí por la madre, claro. Tras la explosión con la que lo maté, no entendí hacia dónde iba el reguero de sangre que salía de su oído derecho. Dicen que la vieja estaba a punto de partir trein-ta y seis huevos para el pan cuando aquel hilo rojo apareció en la cocina, a sus pies. Con la sorpresa soltó un «Ave María Purí-sima» y siguió el rastro de sangre hasta su fuente. Yo no la vi llegar a la casa porque ya había huido. Ustedes pensarán lo que quieran, pero él se lo merecía. Por eso lo maté. Por ladrón y por aprovechado. Me dio igual que fuera el hermano del coro-nel, al que siempre aprecié y respeté. Ese José Arcadio era un hijo de puta. [236]

PLESIOSAURIO 43

TANNIA GARCIA

44 PLESIOSAURIO

Tannia García (Maracay – Venezuela, 1986). Escritora, docente y promotor cultural. Licenciada en educación con mención lengua y literatura por la Universidad de Carabobo. Diplomado en Narrativas Contemporáneas por CIAP-UCAB/ICREA. Relatos suyos han sido publicados en revis-tas y medios nacionales e internacionales y ha participado en diversos eventos culturales y literarios. Ha participado en la Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo FILUC en los años 2013, 2014 y 2015. Actualmente se desempeña co-mo docente en la Escuela de Arte de la Universidad Arturo Michelena en el área de Lenguaje y Comunicación, Literatura e investigación. Es parte del comité editorial de la revista Zona Tórrida UC y directora de la Fundación Teófilo Tortolero.

PLESIOSAURIO 45

[El cadáver fue encontrado] El cadáver fue encontrado en la calle Suipacha a primeras horas de la mañana por unos colegiales. Era un hombre jo-ven, unos treinta años. Gracias a los vecinos supe que vivía alquilado hace poco tiempo en ese edificio. Dicen que fue suicidio, porque fue encontrada una carta dirigida a una se-ñora en París de nombre Andrée, que creo es la dueña del departamento en cuestión. Por otra parte, nadie supo acla-rarme que hacían allí los once conejos que acompañaban al cuerpo.

46 PLESIOSAURIO

[Un viejo pez espada] Un viejo pez espada salió en busca de nuevas mareas. En el camino, no por falta de pericia, sino por una desgastada vis-ta, mordió un anzuelo. Sin ánimos de rendirse, arrastró du-rante días y noches a la pequeña embarcación desde donde un hombre viejo luchaba por no dejarlo ir. El pez, cansado de aquella batalla, le propuso al hombre intercambiar cuer-pos para que de esa manera ambos tuviesen la oportunidad de darle un último vuelco a la vejez. El hombre hambriento, exhausto y animoso por la experiencia, aceptó. Una vez he-cha la permuta, el viejo en el cuerpo de pez nadó, hizo pirue-tas, aspiró el oxígeno del agua salada y fue feliz, sin darse cuenta de que la herida se desgarraba a cada giro y sacudida. El pez en el cuerpo del hombre, observó flotando en el agua la que fue su forma, decidió amarrarla al bote y emprender el camino a tierra. Al llegar, todos observaban el enorme cuer-po del pez del que apenas quedaban pocos tajos de carne a causa de los peligros del viaje. El pez hombre reconoció, por la memoria del cuerpo, cuál era la casa del viejo. Subió hasta la maltrecha choza y se echó a morir con una sonrisa, sa-biendo que había ganado el respeto de sus depredadores.

PLESIOSAURIO 47

JAVIER PUCHE

48 PLESIOSAURIO

Javier Puche (Málaga, 1974). Vive en Madrid. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de piano clásico. Ha traba-jado como crítico musical, corrector de estilo y guionista de televisión. Imparte clases en la Escuela Contemporánea de Humanidades (www.ech.es). Sus ficciones han obtenido di-versos premios y figuran en antologías como Por favor, sea breve 2 (Páginas de Espuma, 2009), Velas al viento (Cuadernos del Vigía, 2010) o Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012). Man-tiene el blog literario Puerta Falsa (puerta-falsa.blogspot.com). Es autor del libro Seísmos (Thule, 2011).

PLESIOSAURIO 49

Tenemos que hablar –Tenemos que hablar. Eso dijo ella con pesadumbre. Algo aturdido, me senté en el sofá donde solíamos ignorarnos. Pero esta vez no en-cendimos la tele. Apenas recuerdo lo que finalmente habla-mos (mi memoria tiende a suprimir las catástrofes). El caso es que ahora vivo lejos de ella, en las afueras, entregado a una existencia gélida y crepuscular. Fantasmagórica, para ser exactos. Al principio, achaqué mis visiones nocturnas a la año-ranza (no en vano, aquellas fugaces mujeres del pasillo pare-cían vestir como ella). Luego, a la vertiginosa desnutrición (únicamente me alimentaba de pan seco y agua corriente). Por último, comprendí con pavor que los fantasmas no pro-cedían de mi tristeza, sino del más allá. Lo supe por el modo en que me abrazaban. Eran almas en pena, dolientes criatu-ras sin tiempo, espectros quejumbrosos que paulatinamente invadían mi nueva casa en las afueras. Lo peor del asunto (y por eso estoy bajo la cama) es que ahora hay veinte o treinta reunidos en el salón, esperándome en absoluto silencio. Pu-de verlos hace un rato, justo antes de huir despavorido, cuando el señor del sombrero me cogió del brazo y me dijo con voz de ultratumba: –Tenemos que hablar.

50 PLESIOSAURIO

La memoria de cristal Tras el Apocalipsis, un radar enviado desde Júpiter para con-firmar la extinción del hombre, desciende con lentitud hacia las profundidades del Océano Pacífico, donde algo parece latir. Y es que abajo del todo, en mitad de un silencio vaga-mente iluminado por criaturas abisales, el único espejo que la gran explosión no ha logrado romper emite en orden cro-nológico, antes de apagarse para siempre, todas las imágenes que componen su memoria de cristal, demorándose en aqué-llas donde aparece la mujer que lo tuvo en su alcoba hasta el fin, una joven risueña que ya no existe, aficionada a bailar desnuda ante él ciertas noches de verano, cuando todo era posible todavía en este rincón de la galaxia. El inmortal Tras una larga búsqueda, capturaron finalmente al inmortal, que fue sometido sin dilación a toda suerte de experimentos clínicos. En la rueda de prensa, los médicos dictaminaron perplejos que nada lo distinguía fisiológicamente del hombre común, salvo su temporalidad incesante. Hoy ocupa una tenebrosa celda del zoológico municipal. Y hordas de visi-tantes intentan matarlo cada día con inexplicable saña. Pero el inmortal persiste. Dicen que por las noches llora muy despacio en un rincón.

PLESIOSAURIO 51

RICARDO ALBERTO BUGARIN

52 PLESIOSAURIO

Ricardo Alberto Bugarín (General Alvear - Mendoza - Argentina, 1962). Escritor, investigador y promotor cultu-ral. Publicó Bagaje (poesías, 1981) y Bonsai en compota (micro-ficciones, 2014). Integra la Antología Trinacional de Micro-ficciones Borrando Fronteras (Macedonia, 2014).

PLESIOSAURIO 53

Feliz cumpleaños Se venía destejiendo. Yo la vi desde lejos y noté que algo le sucedía. Avanzaba con rapidez pero observé que iba dejando como una extraña estela detrás de sí. Al llegar a mí y abra-zarme ya era un montón de lanitas enruladas. Igualmente le agradecí tanto esfuerzo y una sonrisa silenciosa fue su última presencia.

54 PLESIOSAURIO

Lámpara Vi que el termómetro subía y que una especie de humito comenzó a salirle por detrás de la cabeza. Le ofrecí agua y me hizo señas que no. Le ofrecí ventilar la habitación y me hizo igual seña. Le sugerí llamar a alguien y dijo no. Cuando comenzó a reverdecer de transpiración volví a insistir con la necesidad de solicitar auxilio y se negó. Finalmente la desen-chufé y la dejé ahí, aferrada a sus decisiones.

PLESIOSAURIO 55

CESAR KLAUER

56 PLESIOSAURIO

César Klauer (Lima – Perú, 1960). Licenciado en educa-ción y profesor de la Universidad Peruana de Ciencias Apli-cadas (UPC). Es autor de un libro de cuentos Pura suerte (Al-tazor, 2009). Además, sus crónicas de la vida de los años 70 en su barrio de Magdalena han aparecido en La Revista de Magdalena. Sus crónicas gastronómicas y de viajes han sido traducidas al inglés y publicadas en Living in Peru (http://www.livinginperu/). Ha cultivado, además, la litera-tura infantil: El perro Patitas, El gigante del Viento y El delfín de arena, publicados por Ediciones Altazor. Su primer libro de microrrelatos se titula La eternidad del instante (2012).

PLESIOSAURIO 57

Capullo de crisálida En un bar sin nombre, tuve una conversación sobre la muerte con un personaje brumoso salido de la nada. Tenía la mirada llena de cicatrices y en su voz flotaban los restos de un naufragio. Sentí que habitaba en una realidad donde todo era vérti-go, que lo que teníamos para intercambiar era tiempo, donde las palabras iban y venían como bofetadas. Poco a poco nos deslizamos en los efluvios vaporosos del alcohol. Caímos en su torrente y no supimos cómo salir. En eso, los sonidos del ambiente fueron apartándose: sólo quedó su voz descascarada en medio de un silencio sin re-mordimiento. Entonces se detuvo y me observó con extrañeza. Se dio cuenta que no sabía quién era yo. Ni él. Lo vi salir con la alegría consumida y diluirse en el plie-gue sin fin de la noche. Su rostro era el de quien ha extravia-do algo y no sabe dónde empezar a buscarlo. Quedé pensativo, aferrado a un vaso húmedo, como si la vida estuviera por comenzar otra vez. Mientras tanto, las mariposas del llanto asomaban y la realidad iba envolviéndome como el capullo de una crisálida.

58 PLESIOSAURIO

La nieve del verano La pereza me empuja de vuelta a la cama, pero la venzo. Estoico, me levanto. Me estiro. Bostezo. La mano de Sharon se agita bajo la frazada: What´s the time, darling? Suspiro. Me pongo de pie. Es una suerte que este departamento tenga vista hacia el parque, así puedo abrir las persianas y admirar el primer día del verano. What time is it, darling?, su mano me ha cogido del pantalón del pijama, me jala. It´s eight, dear. Eight. La misma hora, pienso. La carretera estará vacía, toda para mí y mi tabla amarrada al techo del carro. La sensación del calor del verano me alcanza. Alucina-do, escucho con claridad los graznidos de los pelícanos, ga-viotas, piqueros. El rumor del mar. Siento la arena hundirse bajo los pasos que me llevan a la ventana. Sonrío. El verano. Las olas. El sol acariciándome.

Abro la persiana. Frente a mí aparece la helada plani-cie nevada. Suspiro. Aprieto los labios. Miro el reloj: A esta hora la carretera sería mía. Y Sharon, sentada en el borde de la cama: Has it snowed again, darling? Sí, Sharon. Otra vez ha nevado en verano.

PLESIOSAURIO 59

PAULO CESAR VERDIN PADILLA

60 PLESIOSAURIO

Paulo César Verdín Padilla (México). Licenciado en Le-tras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Maestro en Literatura Mexicana por la misma casa de estudios. Ha participado en diversas publicaciones de textos literarios breves: Poquito porque es bendito. Antología de microcuentos y cuen-tos breves (2013) y Minificcionario de amor, locura y muerte (2013). Ha sido profesor en el área de Lengua y Literatura en diver-sas universidades. Actualmente vive en México y es coordi-nador de la editorial Effictio Editores. Twitter: @PauloVerdin

PLESIOSAURIO 61

–Me quiere... no me quiere… me quiere… Al desprender la última hoja, descubrió con gran tristeza, que no era cierto lo que decían sobre el trébol de cuatro ho-jas.

62 PLESIOSAURIO

¿? Se encontraron como dos cisnes de interrogación, nadando en una pregunta sin respuesta.

PLESIOSAURIO 63

GERSON VANEGAS RENGIFO

64 PLESIOSAURIO

Gerson Vanegas Rengifo (Bogotá, Colombia). Soy pro-fesional en Estudios Literarios. Vivo en Bogotá desde el 2003, y utilizo bus o camino para recorrerla. He participado en varios talleres y concursos de escritura creativa, además de eventos académicos relacionados con la literatura y la gestión cultural. Actualmente me desempeño como investi-gador en proyectos culturales sobre el libro y la creación literaria, y soy colaborador habitual de varias publicaciones literarias en México, España y Colombia.

PLESIOSAURIO 65

FUTBOLOGÍA

El héroe solitario

Despertó, y vio como sus compañeros corrían aún detrás de la pelota. No escuchó las palabras que su defensa centro le dirigía. De repente todas las miradas se posaron sobre él. Las del equipo rival, las de su equipo, las del equipo arbitral, las de los aficionados en el estadio, las de millones en el mundo entero. Se palpó la frente en busca de alguna anormalidad, pero no encontró nada; los guantes, el uniforme que tenía puesto, nada. Incluso la grama seguía siendo verde. Una fría sensación empezó a recorrer su cuerpo. El cielo se nubló y sólo observaba, apacible, infinidad de rostros tristes con ro-pas oscuras que marchaban uno tras otro a través de un vi-drio. Al fin no estaré solo, se dijo para sí. La contemplación

Un centro al área. Intento de despeje. El esfuerzo no alcan-za: autogol. Cae, y una mano se acerca. Le ayuda a levantar-se. Ambos, fantasma y desdichado, se miran sin pronunciar palabra. Sin saberlo, el desdichado acaba de firmar lo inevi-table. Su propia partida.

66 PLESIOSAURIO

Un ángel llora en plena llanura californiana. Su edén ha llegado a su fin. Es un espectador más en el verano abrasa-dor de Pasadena.

Todos los despertares posibles

Fue en cuestión de segundos. Casi sin fuerzas, el díez logra recibir el balón, controlar-lo, y durante unos instantes, en todos los idiomas, por todos los canales de televisión y los transistores, es el hombre más nombrado dentro y fuera de la cancha. Parece caminar por entre un bosque de camisetas y piernas ya conocido por él, hasta que con su pie menos hábil la presta con firmeza a una sombra rojinegra que corre, sin aparente dirección, a su derecha. Arriba, todos aguardaban el ansiado final. El estallido de la red que por unos días resucitó a todo un país. Una infinita ternura (tortura) El hijo dilecto de las multitudes, el Ícaro del gol, se queja ante el árbitro de un posible agarrón en el área. Ante el pitazo final, el silencio recorre las tribunas como si fuera una novedad. Aires de revancha, que dicen.

PLESIOSAURIO 67

JUAN PABLO GOÑI CAPURRO

68 PLESIOSAURIO

Juan Pablo Goñi Capurro (Olavarría - Argentina, 1966). Publicó la novela La puerta de Sierras Bayas (Pukiyari Editores, USA), el libro de relatos Alejandra y la colección de poesía Amores, utopías y turbulencias. Obtuvo varios premios y publicó obras en revistas y antologías en Argentina, España, Ecua-dor, México y Estados Unidos. Actor y dramaturgo, en el año 2012 estrenó su obra Por la Patria mi General y en 2013 sus obras breves La pierna de la discordia y La Escena del Cri-men.

PLESIOSAURIO 69

En manos de profesionales Los argumentos la vencieron, se colocó su pulóver celeste de la suerte y partió a la cita. Quisieron acompañarla; se ne-gó, debía librarse sola de esa fobia infantil. Pese a su deci-sión, el pánico le hubiera ganado la batalla de no haberse vuelto tan intenso el dolor. El temor aumentó cuando quedó a solas en la sala de espera, última chance de escapar. Repasó los argumentos de las amigas, de su esposo, de su madre; habían jurado que nada malo podía pasarle entre las paredes del consultorio, el dentista no podía causarle más dolor que el que ya sentía. Asintió en la silla, como si los tuviera en-frente. La puerta se abrió, salió una mujer mayor tomándose la boca y el hombre en casaca blanca la invitó a pasar. Senta-da, con la boca abierta, vio la mano que se acercaba con un objeto plateado y cerró los ojos. Incapaz de dominarse, gritó al contacto leve del utensilio con sus dientes, se empujó ha-cia adelante y su cabeza dio contra la lámpara del sillón. Cayó desmayada y en el camino al piso su cabeza volvió a chocar, esta vez con el macizo compresor. La secretaria halló al odontólogo inmóvil en su silla, contemplando el cuerpo inerte de la joven. Luego lo vio acercar la pinza a la boca de la muchacha, buscando la muela enferma. Cuando le preguntó qué hacía, el dentista le explicó que si no quitaba la muela, no podía facturar la extracción.

70 PLESIOSAURIO

Sin huellas Halló todo en orden en la sala; sus fotos de boda sobre la repisa, la caja de música donde guardaban el dinero menudo en el ángulo en que la dejara, la botella de whisky intacta sobre la mesa ratona. Aguzó su oídos. Silencio. Aliviado, se tendió sobre el sillón, buscando el sentido del dato falso que le hiciera retornar sin aviso. Tantas horas y tanta tensión, hicieron efecto casi de inmediato. Sueño relajado y profun-do. Quizá fueron sus ronquidos los que despertaron a los amantes que dormían desnudos en la cama matrimonial, previniéndolos. En el elevador, la mujer expresó: “Te dije que si no le tocabas el whisky, jamás se daría cuenta”. Su amante se des-pidió sin confesar que hubiera preferido un buen trago.

PLESIOSAURIO 71

MAIKEL RAMIREZ

72 PLESIOSAURIO

Maikel Ramírez (Venezuela, 1976). Profesor de la Uni-versidad Simón Bolívar. Magíster en Literatura Latinoameri-cana. Ha publicado artículos en revistas académicas en las áreas de la metáfora y metonimia conceptuales. Es colabora-dor de prensa y revistas digitales con artículos de literatura, cine, lenguaje, música y arte. Obtuvo el tercer lugar del con-curso de cuentos para jóvenes escritores de la Policlínica Metropolitana (2013).

PLESIOSAURIO 73

Adiós, zombi, adiós Cuando por la televisión informaron sobre la propagación del virus zombi, mi hermana y yo no pudimos sino maldecir nuestra mala suerte. Escopeta en mano, salimos al patio para encarar nuestro infortunio con determinación y, me temo, que hasta con aires de nostalgia. No tuvimos que es-perar un largo rato para ver su cabeza abriéndose paso entre la sábila que forraba aquella parte de nuestro jardín. Fui yo el primero en apuntar hacia su cráneo, luego lo hizo mi her-mana. Fue duro, sobre todo por el método, pero tuvimos que asesinar nuevamente a papá.

74 PLESIOSAURIO

Europa Frente a nosotros, el soberbio contorno de Júpiter, y a nues-tros pies, una maciza placa de hielo que penetraríamos, se-gún nuestros cálculos, en una semana. Nuestra misión había aterrizado sobre la superficie de Europa cargada de opti-mismo ante la posibilidad de encontrar nuevas formas de vida agazapada debajo de aquella capa congelada. Por mi parte, el entusiasmo, o la ansiedad, tomaba la forma de ins-peccionar constantemente el funcionamiento de nuestros sumergibles, cuya capacidad para resistir la presión de aque-llas profundidades remotas precisaba la perfección. Descen-dimos al cabo del tiempo estimado. Interesará saber que allí yacían esqueletos que, de acuerdo a su estructura ósea, po-dían ser agrupados en pares. Interesará saber, sobre todo, que aquellos organismos flotaban esparcidos dentro de una desconcertante y colosal arca de madera.

PLESIOSAURIO 75

ESTEFANIA PAEZ JIMENEZ

76 PLESIOSAURIO

Estefanía Páez Jiménez (Santiago del Estero – Argenti-na, 1994). Es autora de Los filos de la culpa (2012). Estudiante de Derecho en la Universidad Católica de Santiago del Este-ro.

PLESIOSAURIO 77

A sangre fría Después de haber estado espiándola por una eternidad, al fin la tengo cerca. Creo ya ha notado mi presencia, pero prefiere actuar cautelosa, como si no lo hubiera hecho. Me agazapo detrás de ella, y de un momento a otro, ya es mía, ¡es mía! Su sangre corre deliciosamente. Soy un insaciable mosquito feliz.

78 PLESIOSAURIO

Feliz, feliz… Cuando salí del trabajo y estaba a punto de subirme al auto-móvil, alguien me golpeó. Luego de eso, me desmayé. Des-perté cuando mi secuestrador, que hablaba por teléfono, decía que me había golpeado por error, pero que seguramen-te ya estaría despierto cuando llegáramos a las siete, a mi fiesta sorpresa de cumpleaños.

PLESIOSAURIO 79

LEOPOLDO JOSE ROSALES FLORES

80 PLESIOSAURIO

Leopoldo José Rosales Flores (Barcelona – Anzoátegui - Venezuela, 1992). Estudiante universitario en la carrera de Higiene y Seguridad Industrial. Posee un enorme interés en contribuir en el género fantástico, caminando constante al lugar donde se encuentran los grandes y no tan grandes creadores del universo ficticio.

PLESIOSAURIO 81

El inútil Los honorables caballeros hablaban mezquinos a sus oídos, las manos ocultaban sus modulaciones mientras la audiencia esperaba eufórica en el balcón clavando sus miradas de des-precios sobre mis hombros. Hubiera sido preferible llamar a descanso, a torturar sus almas en la forma como discutían mi final. Una foto de mi amo, en uno de sus peores días, colgaba del bastidor improvisado, evidencia propuesta por los acusantes, quienes en círculo se alegraban de su victoria. Ya no podía hacer nada, la fatalidad se avecinaba sin más que sentarme a esperar. Defenderme, ya era tarde, al parecer alguien había desconectado el sistema de sonido y mis ma-nos no lograban hacer señas pues el electroimán las neutrali-zaba eficientemente. Todos guardaron silencio cuando los honorables caballeros miraron al frente en señal de decisión. Los acusantes calentaban sus piernas para celebrar. -Culpable-. El fuerte golpeteo del mallete reclamando orden averió mis circuitos, ya todo había terminado. Ahora me encuentro en el asteroide BAS74, lugar en dónde están todos los que no cumplen con las necesidades humanas.

82 PLESIOSAURIO

La nueva era La población descendió drásticamente, las radiaciones cola-terales producto de las bombas novatomicas detonadas en el Atlántico y en el norte Índico, llevó a la mutación de toda la cadena biológica. Los animales comenzaron a evolucionar más rápido que la humanidad, adquiriendo una inteligencia superior y cambios morfológicos que le permitieron enfren-tarse a la hegemonía del hombre despojándolo de sus terri-torios. Estos, liderados por las aves, se agruparon en mana-das de distintas razas que abarcaban todos los continentes a excepción de los polos, a donde de manera secreta han lo-grado amontonarse lo que resta de la desahuciada humani-dad. Millones de años de estudios científicos no habían per-mitido al hombre descubrir el sentido de la vida, mas sin embargo, este tiempo logró convencerlo de la existencia del riesgo y el peligro de la extinción. Se perdió la comunicación con los humanos marcianos y extrasolares y estos no poseen aun los recursos necesarios para realizar una misión de res-cate. Todo está perdido. La cuarta generación de esta era de terror, está ya por acabar, diariamente los líderes visitan nuestras pequeñas aldeas en busca de alguna mujer embara-zada ya que en los laboratorios se han llenado de experimen-tos con inútiles conclusiones. La esperanza parece estar per-dida, pero hace 40 días y 40 noches que no ha parado de llover.

PLESIOSAURIO 83

SERGIO ASTORGA

84 PLESIOSAURIO

Sergio Astorga (Tezontle - Ciudad de México - Méxi-co). Actualmente reside en Porto (Portugal). Estudió Licen-ciatura en Comunicación Gráfica en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Impartió el taller de Dibujo durante doce años en la UNAM, y estudió Letras Hispánicas e Iberoame-ricanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en suplementos culturales y en revistas tanto tex-tos como dibujos. Exposiciones pictóricas múltiples. Ha publicado un libro de poemas llamado Temporal. Gestiona el blog Antojos: http://astorgaser.blogspot.pt/

PLESIOSAURIO 85

Esperanza Lúbrica Ramírez Las sábanas aún calientes, encajaban en su recuerdo vagas y tentadoras horas carnales. De púrpura, sus visones se dilata-ban como los pechos que se abren como flores al sentirse cortejados. Contradictoria, se mordía los labios durante ho-ras y sus ojos verdes quedaban en luto. Quebradiza, comen-zó a tener el hábito insalubre de hablar sola tratando de apa-gar su lengua pródiga. Tóxica, no conseguía apartarse de la hoguera íntima de su cuerpo barca. A veces, son eternos funerales estos diluvios. Se excitan las lágrimas sólo al pensar en el minuto gélido que envuelve las futuras esquinas de la cama. A veces, el edén tiene una puerta púdica de miedo que alude a los atardeceres de la microficción sentada al piano.

86 PLESIOSAURIO

Emplazado No sabía dónde poner la cara. Perdido en medio del mundo y con la muchedumbre queriendo que sea lo que había sido su padre y toda su descendencia. Tropezaba con triste len-gua y todo lleno de pena no sabía dónde poner la cara, ni el cuerpo, ni eso que aprendió de pequeño. Fue a la escuela como todos sin tener luz que le guiara ni frente para entender el Eros y el Tánatos. Engentado, como nube quieta vivía en pleno anonima-to. Se llamaba Diego, y fue bautizado como manda la prosa-pia. El viejo mundo siempre ha mugido y nadie ha entendi-do nada, le dijo su tío con su capirote rojo. Diego, con sus dos ojos de intenso negros, no sabía si sus instintos de alegría eran los blancos inútiles de su inocencia o eran la insensatez de verse preso en las mismas letras que describen al mundo. Noble de carácter, sigue batallando, embistiendo como buen hombre, ese trapo de esperanza, aunque lo único cierto sea el brillo del engaño.

PLESIOSAURIO 87

EDUARDO E VARDE

88 PLESIOSAURIO

Eduardo E. Vardé (Buenos Aires, 1984). Como se dice en nuestros pagos, es un artista bárbaro. Especialista en breve-dades. Fue premiado en varios certámenes literarios de Ibe-roamérica, publicó “La cultura del amor” (2009, Macedonia Ediciones) y “Dos veces breve” (2013, DVB Ediciones) – Material declarado de interés cultural y legislativo por la Provincia de Buenos Aires. Además participó en varias antologías de Ar-gentina, Chile, México y España. Todos los miércoles com-parte un cuento en su página de Facebook: Eduardo E. Var-dé – Autor. Ingresando en http://www.eduardovarde. blogspot.com pueden conocer más y descargar su libro Dos Veces Breve de forma gratuita.

PLESIOSAURIO 89

I

La cuenta

Este es mi cautiverio y no te vas a meter. La cuenta la llevo como se me parece que los métodos que estoy usando para canta. Ya no rayo las paredes, ahora me marco a mí mismo. No te das escribir él seguro, segurísimo, los utilizó en algún otro momento de cuenta porque son más de tres mil marcas que van aumentando la historia. No por eso voy a tirarme en la cama a día a día. Aunque no parezca normal, nadie se en-tera porque las disimulo con resignarme por no poder aprender y/o simplemente alabarle arrugas.

II

Ana Ana está sola en la cama de un hospital. Los médicos saben que le queda poco tiempo, pero no lo dicen. Ella duerme, es lo único que se la ve hacer. En un callejón de una ciudad hay un perro meando contra la pared, de las sombras salen dos tipos, hablando de algo, no interesa de qué, pero es de noche y llovizna. Llevan dos pa-quetes, prenden un pucho, se ríen y abandonan el callejón. Bajo el toldo, en la vereda de enfrente, una prostituta se es-conde apenas los ve. Las luces de neón de los hotelsuchos

90 PLESIOSAURIO

prenden y apagan, algunas entran en corto y explotan. A lo lejos, donde la calle se termina, hay una luz blanca. A medida que se acercan toma forma de una cruz hecha con lampari-tas. Ilumina sobre el techo del hospital público. En la puerta no hay nadie, los tipos entran, cruzan los pasillos, tampoco hay nadie, llegan a la puerta de terapia intensiva, golpean, silencio, cruzan miradas, nadie abre, asienten y entran, en la cama 17 hay una mujer despierta. Los médicos no lo dicen pero saben que le queda poco tiempo. Los tipos se acercan y le entregan el paquete, ella agradece. Ana duerme. Está sola en la cama de un hospital y parece que nunca sabrán que sueña con dos tipos.

III

Oirogerg

Se despertó y descubrió que tenía dos enormes piernas dán-dole equilibrio. Se desperezó y estiró, y descubrió que tenía dos largos brazos y cinco dedos en cada mano. Caminó, pa-só por un espejo y descubrió de pies a cabeza su nuevo cuerpo. La cucaracha supo ahí que existen formas peores.

IV

Finales

Estos son mis finales; si no les gustan, tengo otros.

PLESIOSAURIO 91

LEONARDO DOLENGIEWICH

92 PLESIOSAURIO

Leonardo Dolengiewich (Mendoza - Argentina, 1986) Es-critor y estudiante de Psicología. Participó en las IV Jornadas Nacionales de Minificción (Mendoza, 2011) y en la Jornada Trinacional de Microficción: Argentina, Chile y Perú (San-tiago, Chile, 2014). Sus microficciones han sido publicadas en antologías, revistas literarias y sitios web de Argentina, Chile, Perú, México y España. Su primer libro se titula La buena cocina.

PLESIOSAURIO 93

Interés leonino En su primer día al frente del Ministerio de Educación, el Tuerto López se sienta frente al escritorio, cierra el ojo y hace un repaso de su carrera laboral. Se detiene especialmen-te en el primer año de docencia en escuelas primarias, en sus alumnos de aquel momento, en la afición de estos últimos por las hondas, en la puntería que tuvo uno de ellos para atinarle al rostro del docente inexperto. Cuando concluye el racconto, abre el ojo, enciende su computadora y redacta la Ordenanza 35, que impone para todas las escuelas de la pro-vincia la cría obligatoria de cuervos.

94 PLESIOSAURIO

Homenaje comprometido Estamos aplaudiendo hace diez minutos. No podemos pa-rar, estamos obligados. Tenemos las palmas rojas pero se-guimos. Ya van treinta minutos. Algunos están lastimados. Mas sabemos que el castigo a la desobediencia podría ser severo. Una hora. A todos nos sangran las manos. El agasa-jado toma el micrófono. Dice que no exageremos, que se nota. Seguimos aplaudiendo. Hable con ella Mamá me explica que esos ruidos que escucho por las no-ches son las almas de mis abuelos, que me protegen. Papá, en cambio, me dice que debe ser el viento. Cuando le comento lo que dice mamá, papá se enoja y me grita que no puede ser, que mi madre no podría decirme eso. Yo no entiendo cómo puede estar tan seguro, si hace años que no habla con ella. Desde que la enterramos, mamá sólo me visita a mí.

PLESIOSAURIO 95

LAURA SANCHEZ ABAD

96 PLESIOSAURIO

Laura Sánchez Abad (España, 1977) Traductora y correc-tora de día, escritora de noche. Es coautora del libro Bárbara, Celia, Mariona y otros cuentos de Barcelona (2014). Sus relatos y microrrelatos también se han publicado en antologías como Habitación 201 (2014), Relatos para Malala (2013) o Cuentamí-nate (2012) y en las revistas literarias Antes todo esto era campo y Acrocorinto. Ganadora del IX Certamen de Narrativa Breve de Canal Literatura y finalista semanal de Relatos en Cadena. Es codirectora del colectivo literario Gilles de Rai.

PLESIOSAURIO 97

Al fin, un lunes productivo No creo que pueda pedirse mucho más para ser un lunes por la tarde. A mediodía dije: «Manos a la obra». Y para la una ya tenía al ser humano extinguido. También al resto de criaturas terrestres, por eso de no alterar el orden. A las dos, los fondos marinos estaban arrasados y las aves, aniquiladas. Lloré. Pero a las tres, puntuales, implosionaron todos los cuerpos celestes. Fue precioso. A las cuatro, las aguas inundaban de nuevo su espacio original. Sobre las cinco he hecho desaparecer el cielo. Y justo a las seis, ¡plop!, he apagado la última luz para dar paso a las tinieblas. Yo diría... que me he ganado una buena siesta.

98 PLESIOSAURIO

La vida es juego La muñeca cierra el ojo que le queda, cuenta hasta dos y empieza a buscar a tientas a los demás. No tarda en toparse con el camión de bomberos y sus cuatro ruedas rotas. Des-pués con el dinosaurio, que sigue tumbado panza arriba. Al paracaidista lo encuentra en el rincón de siempre, enredado con el mástil del barco pirata, en cuya bodega se amontona toda la tripulación. Cuando la muñeca comprueba con su ojo que allí no hay nadie más, rápidamente vuelve a cerrarlo y sigue jugan-do, con prisa. Debe encontrar a los niños escondidos, antes de que se le mueran las pilas.

PLESIOSAURIO 99

LUIS REYNALDO PEREZ

100 PLESIOSAURIO

Luis Reynaldo Pérez (Santo Domingo - República Dominicana, 1980). Poeta y editor. Textos suyos han sido publicados en antologías y revistas nacionales e internaciona-les. Dirige Luna Insomne Editores y la revista literaria El Viaje. Ha publicado los poemarios Poemas para ser leídos bajo la lluvia, Temblor de luna, Toda la luz, Urbania y Dolor que maúlla; y el libro para niños Lunario. Textos suyos han sido traduci-dos al japonés y al francés. Ha recibido, entre otros, los si-guientes premios: Premio Funglode de Poesía y I Concurso Nacional de Haikú.

PLESIOSAURIO 101

Nada será como antes Gretel se desnuda y cumple su fantasía de untarse la piel de chocolate. Desde el vano de la puerta Hansel la mira. Ella le guiña un ojo y pícara le pide que se acerque. Él se relame los labios y con paso decidido camina hacia ella. Afuera, la luna sonrojada se cubre el rostro de nubes.

102 PLESIOSAURIO

Reina de corazones Con el pasar de los años la reina se va debilitando. Solo un corazón lozano podría ayudarla a recuperar la juventud per-dida. Por eso ahora da la orden de que busquen a la tal Ali-cia. De su aversión a comer carne cruda ya se encargará ella.

PLESIOSAURIO 103

PLESIOSAURIO

Primera revista de ficción breve peruana

Nº 8

se terminó de editar, en los talleres gráficos

de abismoeditores, el 07 de marzo de 2016,

Jr. Pablo Risso 351, Lima 30.

104 PLESIOSAURIO