Antídoto contra la corrupción

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Arzobispado de Arequipa Domingo 19 de febrero de 2017 LA COLUMNA De Mons. Javier Del Río Alba ANTÍDOTO CONTRA LA CORRUPCIÓN Dos noticias están dando mucho que hablar en estos días. Una es el altísimo nivel de corrupción que ha quedado al descubierto en algunas empresas privadas y funcionarios públicos a raíz del llamado caso Lava Jato, que involucra sobornos por decenas de millones de dólares. La otra es el informe publicado por el Sodalicio de Vida Cristiana, según el cual su fundador y algunos otros de sus miembros abusaron de menores de edad y de jóvenes, incluso en materia sexual. Son dos formas distintas de corrupción, que naturalmente han causado escándalo y rechazo unánime. Tolerancia cero es la exigencia que brota espontáneamente de la ciudadanía al encontrarse con la triste realidad de que la corrupción no es un monopolio de cierto sector. Se puede dar, y por lo visto se da, tanto en el sector privado como en el público e incluso en la Iglesia, como el mismo Papa Francisco lo ha denunciado en varias ocasiones. Ante esta realidad, han surgido diversas propuestas e iniciativas. Respecto a la corrupción en el sector público, alimentada por empresas del sector privado, se insiste en la necesidad de fortalecer a las instituciones democráticas, especialmente el Poder Judicial y el Ministerio Público, revisar la ley de partidos políticos, declarar la muerte civil de los corruptos, etc. Ante la corrupción de miembros de la Iglesia, especialmente sacerdotes y consagrados que abusan de menores, la Conferencia Episcopal Peruana y varias entidades eclesiásticas han elaborado protocolos de actuación para sancionar a los culpables y evitar que se continúe haciendo ese daño. El mismo Sodalicio de Vida Cristiana ha hecho públicas las medidas que ha comenzado a tomar para resarcir a las víctimas y procurar que en el futuro no se repitan los actos que ahora se le imputan. Es cierto que todas esas iniciativas son válidas, pero hay algo fundamental sin lo cual la corrupción no va a desaparecer por más esfuerzos que hagamos, normas que promulguemos y cárceles que llenemos. Me refiero a la necesidad de que tomemos conciencia de la raíz de la cual brota la corrupción. Sólo si somos conscientes de eso podremos afrontar el mal en su mismo origen. Y nadie mejor para darnos la respuesta que el mismo Jesucristo, cuando en el evangelio nos dice que no es lo de fuera lo que hace daño al hombre sino lo que le sale de dentro, “porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15,19). Si no se cambia el corazón del hombre, podremos cambiar estructuras, mejorar procesos y fortalecer instituciones, pero la corrupción seguirá anidando en él. Por eso, cambiar el corazón del hombre debe ser la principal tarea de toda la sociedad y eso sólo se conseguirá si volvemos a darle carta de ciudadanía a Dios y no seguimos confinándolo a la esfera de lo privado; porque Dios es el único capaz de transformar el corazón del hombre y hacer de nosotros, pecadores, grandes santos. + Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa

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Arzobispado de Arequipa

Domingo 19 de

febrerode 2017

LA COLUMNADe Mons. Javier Del Río Alba

ANTÍDOTO CONTRA LA CORRUPCIÓN

Dos noticias están dando mucho que hablar en estos días. Una es el altísimo nivel de corrupción que ha quedado al descubierto en algunas empresas privadas y funcionarios públicos a raíz del llamado caso Lava Jato, que involucra sobornos por decenas de millones de dólares. La otra es el informe publicado por el Sodalicio de Vida Cristiana, según el cual su fundador y algunos otros de sus miembros abusaron de menores de edad y de jóvenes, incluso en materia sexual. Son dos formas distintas de corrupción, que naturalmente han causado escándalo y rechazo unánime. Tolerancia cero es la exigencia que brota espontáneamente de la ciudadanía al encontrarse con la triste realidad de que la corrupción no es un monopolio de cierto sector. Se puede dar, y por lo visto se da, tanto en el sector privado como en el público e incluso en la Iglesia, como el mismo Papa Francisco lo ha denunciado en varias ocasiones.

Ante esta realidad, han surgido diversas propuestas e iniciativas. Respecto a la corrupción en el sector público, alimentada por empresas del sector privado, se insiste en la necesidad de fortalecer a las instituciones democráticas, especialmente el Poder Judicial y el Ministerio Público, revisar la ley de partidos políticos, declarar la muerte civil de los corruptos, etc. Ante la corrupción de miembros de la Iglesia, especialmente sacerdotes y consagrados que abusan de menores, la Conferencia Episcopal Peruana y varias entidades eclesiásticas han elaborado protocolos de actuación para sancionar a los culpables y evitar que se continúe haciendo ese

daño. El mismo Sodalicio de Vida Cristiana ha hecho públicas las medidas que ha comenzado a tomar para resarcir a las víctimas y procurar que en el futuro no se repitan los actos que ahora se le imputan.

Es cierto que todas esas iniciativas son válidas, pero hay algo fundamental sin lo cual la corrupción no va a desaparecer por más esfuerzos que hagamos, normas que promulguemos y cárceles que llenemos. Me refiero a la necesidad de que tomemos conciencia de la raíz de la cual brota la corrupción. Sólo si somos conscientes de eso podremos afrontar el mal en su mismo origen. Y nadie mejor para darnos la respuesta que el mismo Jesucristo, cuando en el evangelio nos dice que no es lo de fuera lo que hace daño al hombre sino lo que le sale de dentro, “porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15,19). Si no se cambia el corazón del hombre, podremos cambiar estructuras, mejorar procesos y fortalecer instituciones, pero la corrupción seguirá anidando en él. Por eso, cambiar el corazón del hombre debe ser la principal tarea de toda la sociedad y eso sólo se conseguirá si volvemos a darle carta de ciudadanía a Dios y no seguimos confinándolo a la esfera de lo privado; porque Dios es el único capaz de transformar el corazón del hombre y hacer de nosotros, pecadores, grandes santos.

+ Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa