Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Prólogo Este segundo volumen de la Antología de la Poesía Colombiana que incluye la Presidencia de la República en su Biblioteca Familiar es la amplia y abierta exposición de una obra —la mayor parte "en marcha"— que ofrece indicios de las tendencias de nuestro siglo. Es demasiado escasa la muestra de cada autor para que se pueda sacar alguna conclusión en particular, pero la suma de todos los poemas resalta la sensibilidad, la calidad, la evolución y la variedad de nuestra lírica. Hemos prescindido en el libro de la clasificación de los poemas por escuelas ("simulacros didácticos" para Borges), en generaciones y sus "casi siempre dudosas compartimentaciones" (palabras de Cobo Borda) y de señalar procedencias —tanto geográficas como culturales— porque creemos que la trama o la imbricación de las diversas promociones, por su complejidad y ambigüedades, exige una perspectiva confiable, de la cual no disponemos todavía, por lo menos en lo que se refiere a esta segunda mitad de siglo. Sin embargo, para atender a una exigencia periodística y pedagógica —por el carácter de la colección en que se integra—, el encargado del acopio de este tomo a considerado pertinente dar aquí una idea de la conformación de los más centrales movimientos colombianos del siglo XX, con base en sus nóminas y en algunas breves citas de la mayor autoridad. Se trata de una enumeración escueta, y en orden cronológico, que intenta mostrar el oleaje poético en el aparentemente quieto mar de nuestra literatura (1).

* * * Encabalgada en los dos siglos, el XIX y el XX, la Generación del Centenario dio origen por reacción al primer grupo de escritores y artistas de nuestra centuria, denominado Los Nuevos como su efímera revista, que apareció en 1925. Sus integrantes tenían predominantemente ambiciones de cambio político (uno de sus directores fue el después Presidente Alberto Lleras) pero sus poetas ignoraron la conflictiva realidad mundial y la revolución internacional de las vanguardias y después de unos iniciales arrestos parricidas terminaron regresando a la tradición y al escapismo, con la excepción de parte de la obra de León de Greiff y de Luis Vidales, en la que aparecen asomos de los ismos posteriores a la primera guerra mundial. Sin embargo, Los Nuevos, a pesar de las descalificaciones que sufrieron de parte de sus sucesores, son para Armando Romero "el grupo intelectual más importante de Colombia en este siglo hasta el advenimiento de Mito, en la década del 50" (2). Fernando Charry Lara opina que "Los Nuevos, a pesar de lo que proclamaron, fueron conformistas y tardos ante la súbita llamarada que encendían sus compañeros latinoamericanos. A la herejía y a la insolencia opusieron un tono a sordinado... No podría dejarse de reconocer que el revuelo de los años 20 vino a abundar, como su similor y sus joyas falsas, en lo intrascendente y apócrifo. Pero los mejores representantes de Los Nuevos, terminemos poniéndolo de manifiesto, se mostraron ejemplares en la conciencia y en la dignidad de lo literario" (3).

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Fueron ellos: León de Greiff, Rafael Maya, Luis Vidales, José Umaña Bernal, Jorge Zalamea, Juan Lozano y Lozano y, un poco al margen, Germán Pardo García, Alberto Ángel Montoya y Rafael Vásquez. Pero uno de sus más ilustres representantes, Rafael Maya, no duda en decir: "Este grupo, si bien representó un rompimiento político y literario en relación con los centenaritas... permaneció fiel a ciertas escuelas del siglo pasado, como el simbolismo y el parnasianismo franceses, por una parte, y de otro lado a la tendencia clásica, profundamente modificada por lo que hubo en el modernismo de más próximo a esta escuela" (4).

* * * En 1939 aparecen, como una fresca granizada lírica, los libros de Piedra y Cielo, nombre tomado de uno de Juan Ramón Jiménez, el maestro de la generación española de 1927, que tanto influyó en los poetas colombianos de este ciclo. El mecenas-editor, Jorge Rojas, invitó a filas a sus amigos Eduardo Carranza (quien se proclamó "orgulloso capitán de Piedra y Cielo, la generación más importante de la poesía colombiana"), Tomás Vargas Osorio, Arturo Camacho Ramírez, Gerardo Valencia, Carlos Martín y Darío Samper (quien había pertenecido al grupúsculo americanista y terrígeno de Los Bachués). Los piedracielistas, sintonizados con movimientos internacionales del momento, especialmente de España, México, Chile y Venezuela, fueron mirados con recelo por los bardos que los antecedían y recibieron el anatema, entre otros, de Juan Lozano, quien dijo de sus versos que "eran galimatías de confusión de palabras". Carlos Martín, el único sobreviviente del grupo, defiende a sus compañeros después de haberles hecho sus más sentidos epitafios: "Piedra y Cielo es la historia de una hazaña poética emprendida por un grupo de poetas nacidos entre 1908 y 1914 y surgidos a la vida pública del canto de 1935 a 1940. Nutridos de idénticos o semejantes alimentos tradicionales y renovadores, la vocación lírica nos agrupó, en el término de breve tiempo, en forma coincidencial y fervorosa. Bajo signos de responsabilidad y devoción por los valores nacionales del espíritu y la tierra, así como por la fidelidad a un destino poético, se anudó la voluntad, la vigilia y el sueño, de ocho jóvenes cruzados, a la más viva y hermosa raíz del tiempo y de la humana historia: la hazaña de la creación poética. Ella dio alas para que todos ellos sean conocidos en su patria y para que algunos de ellos gocen de un firme prestigio en todo el orbe donde se habla nuestra lengua" (5). El ensayista del grupo de Mito Rafael Gutiérrez Girardot llama "revolución en la tradición" la de Piedra y Cielo, "si se la compara con el desarrollo de la poesía latinoamericana nacida del Modernismo (con César Vallejo, por ejemplo), más bien una reacción. Convirtió a Madrid en la capital de la lírica colombiana y universal... Introdujo una nueva concepción de la literatura en Colombia, pero en el fondo, ésta sólo desplazaba los acentos: de una retórica de ampulosidad acartonada, como la que cultivaba Guillermo Valencia, pasaron a una retórica de primor ingenioso; de un mimetismo de segunda mano, como el de Valencia, pasaron a un mimetismo más accesible, el de lo español" (6).

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Juan Gustavo Cobo nos cuenta cómo se refería el chileno Pablo de Rokha al piedracielismo: "Rokha se sorprende al ver cómo, durante el segundo gobierno de López Pumarejo, muchas figuras intelectuales de la clase media, que adoptan las formas académicas de la versificación caduca y que arrastran aun la marca de la camisa negra del fascio representan una tendencia innovadora. Le asombra, una vez más, comprobar cómo la actitud académica de Piedra y Cielo aparece como revolucionaria" (7). Los pospiedracielistas aparecieron inmediatamente, en una relación con sus predecesores que Armando Romero califica "de alumnos a maestros". Fueron ellos Fernando Charry Lara, Andrés Holguín, Eduardo Mendoza Varela, Daniel Arango, José Constante Bolaño, Jaime Ibáñez, Ovidio Rincón, Helcías Martán Góngora, Meira Del mar, Jaime Tello, Oscar Echeverri Mejía, Saúl Aguirre, Guillermo Payán Archer, Edgar Poe Restrepo, José Nieto... Eduardo Carranza los llamó La Generacioncita con ironía y paternalismo no sólo porque algunos eran sus colaboradores en el suplemento literario de El Tiempo (su propia capilla), sino porque también fueron generosamente acogidos en Generación, el suplemento de El Colombiano de Medellín... Jaime Ibáñez inauguró en 1944 los cuadernos de Cántico, que no sólo dieron a conocer las primeras obras de los principales de estos poetas (Charry y Holguín) sino las de un huidizo y silencioso poeta nariñense (Aurelio Arturo) a quien a veces incluían en su grupo los piedracielistas al lado del caleño Antonio Llanos y del cartagenero Jorge Artel. Daniel Arango, al referirse a sus compañeros y coetáneos, dice: "Este grupo, que oscila entre los 20 y 22 años, constituye por su ardiente vocación y cultura, y la responsabilidad de sus realizaciones, un suceso literario de notoria importancia. Aparecidos inmediatamente después de Piedra y Cielo, estos poetas no participan esencialmente de lo que pudiéramos llamar su climalí rico, pero han asimilado de esa brillantísima nómina las mejores conquistas, presentando no como reacción sino como perfeccionamiento, una equilibrada poesía que ya comienza a tomar perfiles duraderos, poemas augurales" (8). Charry Lara, el gran poeta de esta generación, "es el más interesado en teorizar —dice Armando Romero—. Su aguda inteligencia y facilidad de poder expresarse en bella prosa crítica le facilita el camino a la observación y al análisis. Al defender la línea romántica se comprometía como escritor a desbrozar el camino para posibles cambios futuros, a la vez que se hacía consciente del gran problema existencial que conectaba al hombre con su medio en una época azarosa... Charry, por su capacidad crítica y su altura poética, establece los puntos de unión entre los integrantes de esta generación, a la vez que prepara el camino de apertura que será Mito" (9).

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En realidad, fue Charry quien mejor comprendió a los más jóvenes poetas a fines de la década del 40 (acababan de publicar sus primeros libros Jorge Gaitán Durán, Álvaro Mutis, Rogelio Echavarría), los estimuló y se identificó tanto con ellos que fue asimilado naturalmente a los cuadernícolas, de donde surgió Mito. Cuadernícolas fueron llamados por la revista Semana en 1949 todos los poetas que habían publicado cuadernos (tal vez por los de Cántico), libros o apenas sus poemas sueltos, como era el caso de Fernando Arbeláez, a quien le dio la carátula. Lo peyorativo del mote se reveló en la información que hablaba de la incapacidad de los muchachos para hacer poesía y de su pretendida bohemia. Y se destacó gráficamente a quienes, sólo por eso, fueron considerados los integrantes del grupo Cuadernícola, aunque muchos más lo merecían. Fueron ellos: Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis, Jorge Gaitán Durán, Rogelio Echavarría, Guillermo Payán Archer, Jaime Ibáñez y Maruja Vieira. Gaitán Durán acogió el nombre de cuadernícolas en la Antología de la Nueva Poesía Colombiana que publicó en 1949. Seis años más tarde fundó la revista Mito, a la cual invitó a colaborar a quienes después llamaría "grupo de Mito" la generación subsiguiente. Fue Armando Romero quien primero habló de sus integrantes, como un grupo, en su libro Las palabras están en situación (1985). Entonces afirmó y explicó: "En definitiva, trataremos de verificar la tesis de que los poetas del 40 plantean la ruptura más importante a nivel generacional que se ha dado en la poesía colombiana en este siglo, que sólo será realizado por la generación de Mito... La selección de esta nómina de Mito—por haber colaborado en la revista— (Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Jorge Gaitán Durán, Fernando Arbeláez, Rogelio Echavarría y Eduardo Cote Lamus, en orden cronológico) no es arbitraria ni excluyente en mayor medida. Aquí están todos los que son, los que fueron los integrantes de Mito. Añadir poetas, sin ningún juicio crítico válido, sólo ateniéndose a las proximidades generacionales, como ha hecho Andrés Holguín, es simplemente contribuir a la confusión y a la anarquía, estados casi generales en que la crítica ha mantenido a la poesía en este país por mucho tiempo". (Los poetas a los que se refiere Romero y que Holguín incluye como de Mito sin serlo en su Antología crítica (1974) son: Carlos Obregón, Carlos Castro Saavedra, Julio José Fajardo, Dora Castellanos y Gabriel García Márquez, "que nunca publicaron en Mito o que nunca escribieron un solo verso". Armando Romero, uno de los fundadores del Nadaísmo en Cali, termina así su ensayo: "Sólo Mito, que saltará de esta situación de atraso a la pos vanguardia, afirmará lo encontrado en todo el esfuerzo vanguardista del siglo XX. Y es así, viendo las cosas desde esta perspectiva, como podemos comprender el porqué de la aparición en la década del 60, luego de Mito, del grupo Nadaísta, que postulará una vanguardia con treinta años de atraso, pero que será la ruptura definitiva con todas las tradiciones intelectuales colombianas" (10) . Aquí también Cobo Borda se refiere a las nuevas alternativas: "En un país que la ignoraba, Mito, en los finales de la década del 50 fue la vanguardia, o sea la ruptura. Una vanguardia existencialista. Fue también, y en cierto modo, el punto de partida hacia otra cultura: no servil ni elocuente. Podrían venir luego aventuras

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mucho más radicales, pero esto no sucedió así, al menos entre nosotros. Su último número dedicado al Nadaísmo, muestra hasta qué punto la apertura que iniciaron era consecuente: el Nadaísmo fue, por cierto, la negación de todo lo que Mito había hecho; o mejor aún: su prolongación y contradicción a partir de su vertiente más deletérea: el escándalo y la provocación" (11). Rubén Sierra Mejía, a su vez, se refiere "al papel renovador que jugaron en nuestra literatura los poetas y escritores que se agruparon en torno a la revista Mito. Sus siete años de vida fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida nacional, para considerar que aquella publicación señala el momento en que la cultura colombiana decide instalarse definitivamente en la modernidad...Tienen razón entonces quienes, después de más de treinta años de la desaparición de Mito, insisten en su importancia fundamental para comprender el movimiento posterior de la cultura colombiana"... Y más adelante: "En Mito comenzaron las cosas" cuenta Pedro Gómez Valderrama que le dijo en alguna ocasión Gabriel García Márquez. Las generaciones posteriores —sigue Sierra Mejía— lo hemos sentido así. No podemos negar esa herencia, pues no se comprende el trabajo posterior si no es referido a la generación de Mito". (12) Finalmente —en lo que toca a lo poético en esta alternativa generacional— dice Henry Luque Muñoz en su antología Tambor de la Sombra, que aparece a fines de 1996: "Piedra y Cielo tendía a la levedad, Mito a la afirmación terrestre... En Piedra y Cielo el drama del hombre tiende a ser individual; en Mito entraña un sentido claramente plural. Vemos a esta generación más enraizada en la modernidad, por su agudo sentido de la destrucción; soñar no significa evadirse, sino ahondar en la ruina... En Piedra y Cielo reina cierto hedonismo metafísico y en Mito un nihilismo esperanzado...En los piedracielistas el tema de la muerte pareciera ser más un tema literario, una agreste manera de fijar contrastes; en Mito la conciencia de la muerte es precondición para entender la vida, una proclamación del caos como eje de la realidad, que impone tácitamente la urgencia de rehacer la vida...Con Mito, el poeta dejaba de ser el héroe, a la manera romántica, y empezaba a convertirse en el amanuense puntual y cómplice de sus contemporáneos. Reconocerse en el deterioro y la desintegración es tarea moderna que este movimiento comprendió y aprovechó. Así, el poeta se convertía en tembloroso secretario de la ruina". (13)

* * * El Nadaísmo fue fundado en Medellín en 1958 —año de su escandalosa insurgencia— por Gonzalo Arango y Alberto Escobar Ángel, quienes desertaron, y por Jaime Jaramillo Escobar (X-504), Jotamario (Arbeláez), Amílcar U. (Osorio), Darío Lemos, Eduardo Escobar y Armando Romero. Fue, realmente, el único grupo que como tal se ha constituido —con manifiesto y todo— en Colombia en nuestro siglo. Su influencia se regó "como una plaga" entre la muchachada de los 60 y de la 60, especialmente en capitales departamentales y en Bogotá. No necesitó un medio de divulgación: sus escandalosos desplantes, sus "boutades" y blasfemias, su "terrorismo intelectual" fue "cubierto" —o descubierto— al día y

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minuciosamente por toda la prensa del país. Oscar Collazos diría: "El Nadaísmo alimentó cambios profundos, aunque marginales, en la vida cotidiana del país; fue un revulsivo moral y literario; pero sobre todo, recordó a lectores y críticos que entre el Modernismo finisecular y el grupo de la revista Mito había un vacío literario y de espíritu: la ausencia de radicales propuestas vanguardistas" (14) . También se matricularon en el Nadaísmo en sus comienzos Mario Rivero y Elkin Restrepo, quienes hicieron mutis (con minúscula) por el foro para fundar sus propios foros. Y contemporáneos del Nadaísmo (pero que "estaban en otra cosa" como diría el primero de éstos) fueron José Manuel Arango y Darío Ruiz Gómez, quienes en Medellín fundaron la revista Acuarimántima, entre otras. Y en Bogotá Nicolás Suescún, también entre otros.

* * * El más renombrado núcleo posterior es el de la Generación sin Nombre, así bautizada por el poeta español Jaime Ferrán en su Antología de una Generación sin Nombre (1970) (15). Estos "últimos poetas colombianos" son Elkin Restrepo, William Agudelo, Henry Luque Muñoz, Álvaro Miranda, Augusto Pinilla, David Bonelli (quien también fue nadaísta), Darío Jaramillo Agudelo y Juan Gustavo Cobo Borda. El libro fue dedicado a Aurelio Arturo, como reconocimiento a su maestría, ignorada —o tratada con reticencia— por sus coetáneos, pero ampliamente reconocida por todas las sucesivas generaciones. Los mismos y otros muchachos —hasta nuestros confusos días— son también denominados Generación de Golpe de Dados por el colombianista norteamericano James Alstrum debido a su contemporaneidad y a la incorporación de varios de ellos a la nómina de colaboradores de la revista fundada en 1973 por Mario Rivero. Alstrum dice que "se consagró como rasgo constante de la revista una suerte de intertextualidad cosmopolita que marca también la obra poética de toda esta generación. Si empleamos sus integrantes (Jaime García Maffla, Darío Jaramillo Agudelo, Augusto Pinilla, Giovanni Quessep, Miguel Méndez Camacho, Harold Alvarado Tenorio, María Mercedes Carranza, Juan Manuel Roca, Anabel Torres, Renata Durán y Álvaro Rodríguez) veremos que este coro polifónico enseña que han dejado de existir en Colombia las promociones líricas estéticamente unidas e identificables". Y concluye Alstrum así su capítulo en la primera Historia de la Poesía Colombiana (1991): "En vísperas del siglo XXI, los posnadaístas ya participan plenamente en el diálogo intertextual del mundo. Aunque no constituyen un grupo homogéneo, reflejan circunstancias vitales de su tiempo. Su labor poética ha surgido de la confluencia temática y formal de Mito y el Nadaísmo: abierto cuestionamiento reflexivo sobre su arte en un ambiente universal para dejar de escribir poesía de entrecasa y transformarla en un medio de expresión que exalte paradojalmente sus flaquezas... Entre las diversas voces de poetas nacidos después de 1950, se observa menos desencanto escéptico en comparación con sus antecesores inmediatos, aunque su mayor preocupación temática es todavía la indagación poética. Y se han destacado a consecuencia de la publicación de sus libros (algunos premiados) los nuevos poetas de los ochenta

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como David Jiménez, Samuel Jaramillo, Santiago Mutis Durán, Eugenia Sánchez Nieto, Orietta Lozano, Medardo Arias, Rafael del Castillo y Ramón Cote Baraibar" (16) . A su vez, María Mercedes Carranza aclara, informa y compara: "No resulta muy preciso darles a estas notas (en el Manual de la Literatura Colombiana (1988) el título de poesía posnadaísta, pues si hacemos uso de la cronología, advertiremos que varios de los poetas a los cuales habría que considerar como posnadaístas son mayores en edad que los mismos nadaístas... No se ha dado aún en el terreno de la poesía una ruptura formal con la "escuela" nadaísta. En realidad, la poesía que hacen los escritores no inscritos en el grupo nadaísta durante las décadas de los años 60 y 70 está vinculada de alguna manera con las propuestas del Nadaísmo o continúa las tendencias iniciadas por la generación de los años 50, conocida con el nombre de Mito. En algunos casos, las conquistas de uno y otro grupo son utilizadas indistintamente. Cuando hablo de continuidad con relación al grupo de Mito, tal vez como reacción al predominio de la sensibilidad y de lo sensorial en la poesía colombiana durante algunas décadas por el influjo de los piedracielistas, lleva la poesía a otros terrenos en los que predomina el propósito de escribir una poesía racional, en la que se da importancia a la referencia cultural. Pero también los poetas más interesantes de esta generación, y aquí hablo de Gaitán Durán, Cote Lamus y Rogelio Echavarría, introducen un elemento novedoso en nuestra poesía: el hombre visto a través de un prisma existencial, concediendo mayor interés al hombre concreto, de carne y hueso, al existir concreto que se revela y se comprueba a través de una cotidiana confrontación con las situaciones límite como es, por ejemplo, la muerte. "Frente a otras concepciones de carácter idealista donde el hombre viene a ser la realización de una naturaleza previa y común dentro de un esquema de valores e ideas preestablecidos, la importancia de aquella otra concepción llevada al terreno de nuestra poesía radica en que abre las puertas a una poesía cotidiana, cuyo ejercicio interesará a varios poetas posteriores y cuyos aciertos —valiosísimos, como en el caso de Mario Rivero— serán algunos de los aportes más originales que hará la poesía escrita en las dos últimas décadas" (17) . David Jiménez añade a los nombres mencionados antes los de Mario Jursich, Orlando Gallo, Miguel Iriarte, Héctor Ignacio Rodríguez, Víctor Gaviria, Raúl Gómez Jattin, Helí Ramírez, Jaime Alberto Vélez, Jaime Manrique Ardila, Jorge Mario Echeverri, José Libardo Porras, León Gil, Carlos Vásquez y Luis Fernando Baquero. Y concluye así: "Los caminos de la poesía hoy no pueden se reinó negativos: no dice nada directamente, no es discurso propagandístico, no vende ni sirve a ningún poder, ni proclama ninguna verdad absoluta. Sin embargo, tiene su propia manera de participar en la historia colectiva. Aunque dé la impresión de no someterse para nada a las normas de la cultura como institución social y de crecer por su propio impulso como si obedeciese a leyes naturales —a la respiración o a los instintos del poeta—, no es, sin embargo, culturalmente inocente. Detrás de su apariencia salvaje o excesivamente privada y secreta, se levanta el testimonio más revelador acerca de los conflictos y aspiraciones de una sociedad.

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Precisamente porque el poema sólo puede tratarlos en cuanta experiencia vivida por un individuo, no en cuanto esquema general y abstracto, la poesía traza la línea menos insegura cuando se ha de reconocer la verdad de un sentimiento colectivo o la autenticidad de un comportamiento cultural. Pueden recorrerse todas las demás artes, tanto como las ciencias sociales, los medios de comunicación o incluso la novela: ninguna forma de expresión ha señalado con más certera precisión lo que somos, cómo sentimos y dónde nos duele la realidad a los colombianos" (18).

* * * Lo que más nos preocupa —entre las muchas falencias que pueden imputársele a esta taxonomía— es que poetas tan importantes como los matriculados en grupos quedan marginados por no haber pertenecido a ninguno. Pero están en lo fundamental: en la Antología. La obra está adelante y por encima de este canon nominativo, la defensa de su insularidad o independencia pertenece a distintas instancias. Otros aparecen en varias promociones, a veces sin propiedad o sin buscarlo. Es, para hablar de uno y el más flagrante caso, el de Aurelio Arturo. Siendo anterior a Piedra y Cielo, su primer cuaderno aparece en Cántico, su primer libro con Mito, y hoy sigue siendo, según un filósofo de este grupo, Danilo Cruz Vélez, el poeta colombiano de mayor significación universal después de Silva. Entonces... ¿no es inútil tratar de atrapar a un poeta en las telarañas de la anécdota literaria? * * * Ezra Pound dice que "el valor de crítico no se conoce por sus argumentaciones, sino por la calidad de lo que escoge". Pero ésta no es la antología de un crítico sino la de un poeta ("si es ello ser poeta..."). De manera que, en este caso, el crítico no es el colector, sino el lector. Y hasta aquí la historia. Lo que sigue es la poesía. Rogelio Echavarría 1996

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Siglo xx (De Los Nuevos hasta los más nuevos) 1. Hemos tenido que prescindir de las notas biográficas sobre cada uno de los poetas incluidos en esta antología, debido a los límites fijados para el volumen. Pero el autor las publicará en libro aparte, que aparecerá con el título de "Quién es quién en la poesía colombiana". 2. Armando Romero, Las palabras están en situación (Bogotá: Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, Procultura, y Presidencia de la República, 1985), p.40. 3. Fernando Charry Lara, "Los Nuevos", en Manual de literatura colombiana, tomo II (Bogotá: Procultura y Planeta 1988), p. 85. 4. Rafael Maya, Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana (Bogotá: Editorial Voluntad, 1944), p. 112. 5. Carlos Martín, "Piedra y Cielo: ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos?", en Manual de literatura colombiana, tomo II (Bogotá: Procultura y Planeta 1988), p. 92. 6. Rafael Gutiérrez Girardot, "La Literatura colombiana 1925-1950" en Manual de Historia de Colombia, Tomo III (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1980), p. 522. 7. Juan Gustavo Cobo Borda, Poesía colombiana 1880-1980 (Medellín: Universidad de Antioquia, 1987), p. 94. 8. Daniel Arango, "Poetas posteriores a Piedra y Cielo", Suplemento literario Generación, de El Colombiano, Medellín, 1941. 9. Armando Romero, op. cit.,pp. 55 y 139. 10. Armando Romero, op. cit., p.180. 11. Juan Gustavo Cobo Borda, "Mito", en Manual de literatura colombiana, tomo II (Bogotá: Procultura y Presidencia de la República), p. 157. 12. Rubén Sierra Mejía, "Mito, una generación", en Magazín Dominical de El Espectador (Bogotá: 13 de noviembre de 1994), pp. 15 y 17. 13. Henry Luque Muñoz, Prólogo de Tambor en la Sombra, poesía colombiana del siglo XX (México: Editorial Verde halgo, 1996).

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14. Oscar Collazos, "Nadaísmo", en Historia de la poesía colombiana (Bogotá: Ediciones Casa Silva, 1991), p. 472. 15. Jaime Ferrán, Antología de una generación sin nombre (Madrid: Ediciones Rialp, Colección Adonais, 1970). 16. James Alstrum, "Generación de Golpe de Dados", en Historia de la poesía colombiana (Bogotá: Ediciones Casa Silva, 1991), pp. 514 y525. 17. María Mercedes Carranza, "Poesía posterior al Nadaísmo" en Manual de literatura colombiana, tomo II (Bogotá: Procultura y Planeta, 1988), pp. 240, 248 y 249. 18. David Jiménez, "La nueva poesía, desde 1970" en Gran enciclopedia de Colombia, tomo IV (Bogotá: Círculo de Lectores, 1992), pp. 319y 320. Ernesto Samper Pizano Presidente de la República Jacquin Strouss de Samper Primera Dama de la Nación José Antonio Vargas Lleras Secretario General de la Presidencia de la República Juan Gustavo Cobo Borda Asesor Cultural Presidencia de la República Rafael Lamo Gómez Subdirector Departamento Administrativo de la Presidencia de la República Jaime Jaramillo Uribe Fernando Charry Lara Hernando Valencia Goelkel Consejo Asesor María Teresa Pineda Buenaventura Gerente General Imprenta Nacional de Colombia Nubia Cely Oficina de Contratos

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Magistra Editores Asesoría Editorial Ana Virginia Isaza Diseño de cubierta ISBN 958-18-0149-9 ISBN 958-18-0127-8 OBRA COMPLETA Imprenta Nacional de Colombia Edición e Impresión 1996 ...

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Notas Iniciales En los hogares del país se requiere siempre tener a mano un repertorio básico de textos claves sobre Colombia. Con este objeto la Presidencia de la República inicia la Biblioteca Familiar Colombiana compuesta por treinta títulos. Ensayo, historia, economía, novela y poesía, relatos infantiles, miradas extranjeras sobre el país, humor e ideas. Se busca así brindar una visión renovada de nuestra tradición y proyectar los nuevos caracteres de una sociedad en transformación, como es la colombiana de hoy, dentro del gran énfasis que este gobierno del Salto Social ha puesto en la educación. Una educación para ser más libres, responsables y participativos, donde nuestras visiones se enriquezca al contacto con el mundo. La detallada lectura de un libro bien puede cambiar el destino. Definir una vocación. Abrir un horizonte. Brindar válidos instrumentos críticos para el análisis y transformación de una realidad compleja como la nuestra. También un buen libro puede contribuir a depararnos el simple y gratificante placer de su desinteresada lectura. Que ojalá las páginas de estos 30 volúmenes contribuyan a querer más a Colombia, orgullosos de su capacidad intelectual y de las obras admirables que sus creadores literarios han producido para vernos mejor a nosotros mismos, con mayor tolerancia comprensiva y también para que los hijos de esta Colombia que se supera a sí misma cada día compartan la alegría de leer. Leamos entonces a Colombia para entenderla y sentirla en forma más justa a través de estos 30 títulos.

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Aguirre, Saúl

Las Lavanderas

En barandal de espuma iridiscente el aprendiz de arroyo lleva izada

la luz novicia, blonda y columpiada, entre las ondas de su andar de fuente.

En el cristal del agua transparente se acaba de bañar la madrugada

y se mira, desnuda y azulada, en el cielo al revés de la corriente.

Con pompas de ilusión las lavanderas, bajo el toldo de nubes camineras,

enjuagan en el charco las sonrisas, llenan de sol los rubios terciopelos, devuelven la salud a las camisas

y les lavan el llanto a los pañuelos.

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Laureano Alba (1949-)

Bogotá, Julio/90

Miro las montañas, azules de tanto verdor.

La mañana es sincera en su belleza.

El gorrión ha abandonado su nido para pulsar el viento.

La ciudad se desparrama por las avenidas con olor a ajenjo y remolacha.

Todo es suave y discreto.

Quiero pedir permiso para estar feliz

a pesar de nuestros últimos muertos.

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Harold Alvarado Tenorio (1945- )

El ultraje de los Años

Por julio,

se reunían los despojos de la familia en un ritual que les hacía creer

en ellos mismos.

Compraban,

en la tienda de importados, un mucho de antipasto, aceitunas negras, vino moscatel,

paté de carne de diablo, una botella de brandy y otra de escocés.

El camioncito modelo cincuenta los llevaría hasta el río, con sus piedras como huevos traídos del principio del mundo

y cocinaban un buen sancocho con plátano hartón y amplios trozos de carne en tres telas.

La prole, dos hembras, tres varones. Esperaba la orden de saltar en el agua

y él moría de terror al ver cómo su padre le arrojaba al fondo de los remolinos.

Si eran buenos los tiempos, con el anís había música de cuerda y canciones del país.

Ellas parecían felices.

Ellos también. Era, no obstante, el tiempo de la miseria.

El mundo, afuera, rodaba como cosa vana para poder vivir largos años.

Los que no tenemos dinero ni poder llegados a los cuarenta

debemos vivir en silencio en absoluta soledad.

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Así lo entendieron los antiguos, así lo certifica el presente.

Quien no pudo cambiar su país antes de cumplir la cuarta década

está condenado a pagar su cobardía por el resto de sus días.

Los héroes siempre murieron jóvenes. No te cuentes, entonces, entre ellos.

Y termina tus días haciendo el cínico papel de un hombre sabio.

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Octavio Amórtegui (1901-1990)

Mar Afuera

Pescador, hermano mío: si naufrago en tu ribera, si largo por fin el cabo...

¡no me sepultes en tierra!

Escóndeme en un cayuco de esos que el ostión gangrena,

un cayuco carcomido de los que ya no navegan.

Escóndeme de la aduana

y de sus guardas. Haz cuenta de que soy un contrabando

que le pasa al mar la tierra...

Colócame un caracol, grande, bajo la cabeza; y por si los alcatraces... cúbreme con una vela.

Luego, en la noche, al pescar,

me remolcas mar afuera y me olvidas bajo el cielo

que es una barca que sueña! Antes, con letra de fardo,

le pones, por si lo encuentran: "no hagáis caso de esta barca

que es lo que el viento se lleva". ...

Bajo este silencio azul yo me iré sin tanta pena...

...

¡No se lo digas a nadie pescador, porque me entierran!

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Octavio Amórtegui (1901-1990)

Playa

Hombre que estás contigo a solas sobre la playa, frente al mar,

pensando, en tanto desarbolas tu flotilla crepuscular.

Y soplan en las caracolas las raucas brisas del palmar: ¿De dónde vienen estas olas cantando su mismo cantar?

¿Tras de su malla de reflejos mecen recuerdos de otras vidas y de otro amor, en sus espejos?

¡Tus quejas calla por sabidas, las olas vienen, de muy lejos,

sólo a lamerte las heridas!

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Alberto Ángel Montoya (1902-1970)

Pasión Tardía

Toma la copa y bebe, que mañana no habrá vino en tu copa ni en la mía.

Inútilmente prolongué mi fría indiferencia mentirosa y vana.

Rompe la copa y ríe... Que si un día te hizo llorar mi juventud liviana, en el fervor de mi pasión tardía

te llamo mía, y te apellido hermana.

Qué importa si en ruidosas bacanales

o en los brazos de todas tus rivales burlé tu lloro y angustié tus días,

si hoy al final de haber reído tanto, preso en la red que me tendió tu llanto,

vengo a llorar para que tú sonrías.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Daniel Arango (1920- )

Canto a Heine (fragmento)

No morirás, distante abuelo frío, coronado de niebla.

G. Diego

Porque hay todavía robles que pudieran doblarse, bajo el peso de una paloma muerta,

y todavía puede cualquier pájaro con un trino, mover la primavera;

porque la luz del mundo está al arbitrio del rocío, y la hierba

domina al huracán hasta tornarlo en brisa que se queja;

porque sabiendo que la muerte existe la vida recomienza

y la noche enumera sus silencios en la categoría de la estrella; porque desaparece la dulzura

cuando muere una abeja y puede un llanto detener el día...

porque sólo el poeta con la simple virtud de la mirada

nos revela la esencia, ¡No morirás, distante abuelo frío,

coronado de niebla!

Porque pueden las leyes del reflejo cambiar la mariposa

y ascender la mañana, presintiendo la visión de la rosa;

porque va transformando el aire en música el vuelo de la alondra

y puede el agua devolver el cielo caído entre sus ondas;

porque se opone al puño del invierno la fuerza de una hoja

y su granizo derrotar no puede la rama temblorosa;

porque en una mirada todavía el tiempo se demora

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

21

y el corazón para saberse puro vigila la paloma;

porque la voz sin alcanzar lo eterno nos habla con su idioma,

¡No morirás, distante abuelo frío, coronado de sombra!

Porque el fuego conduce sus cenizas sin enturbiar la llama

y olvidando el horario del estío la fruta se adelanta;

porque en los ciegos mares del sentido como un faro está el alma

y no logra empañar su luz serena la sangre arrebatada;

porque la gracia de una flor gobierna la raíz subterránea

y tu voz, que al olvido va oponiendo su resistencia diáfana,

¡abuelo! nos persigue para siempre y a nuestro lado canta;

porque en tu verso encuentra la belleza lo que en la flor la savia

y es más profunda que la muerte misma su visión encantada,

¡No morirás, distante abuelo frío, dormido bajo un arpa!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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José Manuel Arango (1937- )

Momentos

1

Los carboneros sobre el río Los troncos negros brotan retorciéndose

y avanzan desde las orillas Un insecto de plata raya el agua.

2

Mide un jeme tal vez

ese cuerpo de forma de cuchillo de cuarzo

Toda ella está hecha para prendar: la boca

el ojo vivo La sabaleta: un ágil coletazo.

3

Entonces hay un vuelo

(brusco, rasante) como un tijeretazo sobre el agua

Un Martín pescador Sólo veo su dorso azul oscuro

cuando se va

4

Soy un intruso en este reino de crueldad inocente.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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José Manuel Arango (1937- )

Una Señal

Para Juan José Hoyos

Una señal una flecha tosca un pedazo de tabla

clavada en un palo

se encuentra al borde de la carretera veredal

que se anuda al riñón de la montaña

Antes indicaba el camino

ahora —torcida— apunta al desfiladero

Yo que voy a pie y que no tengo prisa

debo acaso detenerme y enderezarla

Es asunto mío será útil a alguno

Tal vez

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Gonzalo Arango (1931-1976)

Poema a mi Sobrenada

El sobretodo es mi mejor amigo

bebemos vino de consagrar en los viñedos

y nos emborrachamos,

compartimos el amor con las mujeres.

mi sobretodo es sensual y seductor.

en la cárcel era un colchón

en los prostíbulos era un refugio

con las manos hundidas en los bolsillos

que me salvaba del naufragio de los besos baratos.

en el invierno me defendía de la lluvia

y en el verano era una sombra luminosa.

mi sobre todo era una incitación voluptuosa a la pereza,

al calor, al heroísmo, al amor, al invierno.

en los momentos de peligro me hacía pasar por detective

y me daba un aire respetable de gran señor del hampa.

mi cuerpo se pierde en él cuando me persiguen,

en mi buena época del parlamento él hablaba por mí:

silencioso

tímido

elocuente.

ha sido una bella disculpa

para eludir serias responsabilidades históricas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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mi sobretodo es a veces el lecho del amor

en los sitios despoblados de la ciudad

tiene un oculto sabor de pecado prohibido.

mi sobretodo es un gran honor.

tiene más historia que una alfombra mágica.

yo lo consagro como el receptáculo privilegiado

donde algunas mujeres tendieron su columna vertebral

completamente desnudas

de cara al sol o a la noche.

mi sobretodo es testigo de la ternura y el terror.

fue acariciado por manos sofocadas de mujer

y desgarrado por puñales de odio.

mi sobretodo tiene quemaduras de tabaco

y huellas de disparos asesinos

y marcas sospechosas de labios rojos.

yo lo empeño por 8 pesos en los momentos de apuro,

mi sobretodo está saturado de sudor animal

tiene residuos de manchas de sangre y aceite...

sonidos vegetales.

cuando no llueve y hace calor me lo quito

me hundo en la noche oscura y mojada

o me hundo en el día lleno de sol, seco.

mi sobretodo es humano y feo

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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y todos los domingos guarda en sus bolsillos

la angustia de la semana.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Gonzalo Arango (1931-1976)

Revolución

Una mano

más una mano

no son dos manos

Son manos unidas

Une tu mano

a nuestras manos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Fernando Arbeláez (1924-1995)

El Viejo de la Ciudad (1)

Cuesta mucho luchar contra los deseos del corazón:

todo lo que quiere obtener lo compra al precio del alma.

Heráclito de Efeso

Una muralla y otra hasta colgar del cielo

sobre tu corazón la corona que encierra

el doble puerto, los lagos salobres, las calles

confusas con sus túmulos del tiempo, los escombros

donde sólo quedan las inscripciones del invencible

Diocleciano,

la columna del Pompeyo, unas piedras de la Biblioteca,

los muelles con sus lentas cargas de cebolla y algodón.

Cierra los ojos y las cosas se abren para ti

tu corazón mal amado hace brotar relicarios, rostros,

esmaltes, ramos de jacintos, la estatua de basalto

que hizo erigir Ptolomeo Filadelfo y el espejo mágico

de su Faro, el delicado rumor de la colina de los tilos

el sacro precinto que cada día se va corriendo sobre el alma

y, más adentro, las termas deleitosas, las crónicas de Ana

Comnena

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

29

las pequeñas intrigas de las familias imperiales, el estuche

elegante de tu otra Roma con sus reyes silenciosos y tristes.

Te invade el olor metálico de la Ciudad, las ruinas sombrías

de tu vida, los goces fatales de la calle Anastasi

los muchachos destruidos por el sufrimiento y las baratas

complacencias,

los ojos murmurantes que señalan al viejo vicioso buscando

hechizado la presión de una mano en las salas de billar

transfiguradas por las lámparas de petróleo, el súbito

contacto

en las mesas del chaquete o los cuartos de lance

en cuyas puertas las rameras sirias lucen sus juegos

de abalorios.

Vienes del tercer círculo de Riego en donde sólo conocen

tu rostro de niño envejecido, tu habilidad para las lenguas;

de tu vida puntillosa despachando correspondencia;

de los ingleses que te mantienen a distancia, asediado

por la tiranía de una fiebre inmemorial, con toda el alma

concentrada en la piel, en la avidez de ese movimiento

como una planta carnívora, la joya sonámbula

de una mirada cómplice, el lecho voluptuoso

donde el capricho pasajero te entregó tantas veces

el doloroso poema para un efebo muerto,

la oscura resonancia del deseo, el reprochado espejo

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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mudable siempre, la asombrosa imagen inmortal

a cambio de unas pobres monedas. Más tú buscabas

el anverso del instante, la proliferación del espíritu

en los sentidos atentos y esa separación que cada vez se repite

pues el tiempo se cuenta por los cuerpos amados

y las bellas bocas ávidas, y la única libertad

de que gozamos está en los miembros fuertes

dispuestos al placer, los jadeos, las fatigas dichosas,

las memorias espléndidas, la curiosidad exaltada,

la intimidad

que a través del poema nos hace esclavos para siempre.

La premonición del escándalo te lleva de nuevo

a la calle Fuad,

a la Vía Canópica, a la Gran Cornisa, a los alrededores

del Cecil, a la plaza donde Conón arrancó del cielo

la cabellera de Berenice, a la esquina donde Arrió

sufrió su último ataque de epilepsia. Ahora

la herida del sexo se ha vuelto una con tu fantasía,

con las trágicas gemas, la indispensable palabra,

y surge de tu oscuridad el rostro que deslumbra

tu sabia ternura visitada por las glorias de la muerte.

Tú sabes sin embargo, infortunado, que nada es cierto:

los diamantes

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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y las sedas no valen más que un yambo. El aire escéptico

de la ciudad con sus arenas violetas ilumina de repente

tus amores miserables, el culto antiguo de tu raza disoluta

golpeada por la pobreza, la fácil lascivia de las tabernas,

los amigos sospechosos y ardientes. —Aquí yació un tiempo

el cuerpo del gran Alejandro bajo el cristal solitario

en el sótano de una trastienda—. Un viento que viene

del Mareotis

barre el polvo de la difícil inscripción en tu hermosa lengua

muerta y recuerdas al Tracio con su lira enlutada:

"La ironía de los dioses somete los seres inmortales

a las simples miserias de los mortales". Ávidamente

saboreas entonces el orgullo voluptuoso de tu fracaso.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Jota Mario Arbeláez (1940- )

Ronda de la Muerte

No hay día que no traiga como un fatídico cartero

noticias acerca de la muerte de algún amigo de la infancia.

No es que estemos muy viejos ni ha estallado la guerra.

No hay epidemia declarada ni militamos en la mafia.

Unos adquieren cáncer temprano, a otros el corazón se los lleva,

de vez en cuando algún suicidio o un estrellón en la carretera.

Se encuentra uno en los sepelios y los rescata del olvido

condiscípulos ventripotentes ya con tarjeta de abogados.

Y la próxima vez que los ves es en la misma funeraria

con cara de pocos amigos nadando en flores.

Un día de estos yo seré la noticia y los niños de entonces

se conmoverán en sus escritorios por mi desaparición prematura.

Nada tengo contra la muerte. Pero me hubiera gustado vivir

la promesa de un paraíso donde el amor fuera posible sin la espina de su corona.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Javier Arias Ramírez (1924-1986)

Autobiográfica

Mi pie descalzo, mi vestido roto

y en comedor sin mesa un pan escaso;

y mi padre de acero inconmovible

volviéndose de sal en su trabajo

mientras mi madre esperanzada iba

de plegarias llenándome los labios

hasta que un día se murió de angustia

esperanzada siempre en un milagro.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Medardo Arias (1956- )

Ángel de la Guarda

Sé que aún, aquel ángel delgado de pesadísimas alas,

viene en las noches, entra en mi casa, sin tocar,

para medirse mis ropas mientras duermo.

Aquel saco del fondo del closet, le va bien.

También la bufanda para las noches frías, mis zapatos siete leguas.

Tiene la voz de una mujer; sus ojos son, lo sé,

del mismo color de los cuchillos nuevos; se va con la aurora,

dejando plumas en las ventanas y ese olor de pájaro leal.

Hoy, sin embargo, me ha dejado una pesada responsabilidad:

no sé qué haré con su espada de oro en esta ciudad

donde escasean los justos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Jorge Artel (1909-1994)

Velorio del Boga Adolescente

Desde esta noche a las siete están prendidas las espermas: cuatro estrellas temblorosas

que alumbran su sonrisa muerta.

Ya le lavaron la cara, le pusieron la franela

y el pañuelo de cuatro pintas que llevaba los días de fiesta.

Hace recordar un domingo lleno de tambores y décimas.

O una tarde de gallos, o una noche de plazuela.

Hacer pensar en los sábados trémulos de ron y de juerga,

en que tiraba su grito como una atarraya abierta.

Pero está rígido y frío y una corona de besos

ponen en su frente negra.

(Las mujeres lo lloran en el patio, aromando el café con su tristeza. Hasta parece que la brisa tiene

un leve llanto de palmera!)

Murió él boga adolescente de ágil brazo y mano férrea: nadie clavará los arpones

como él, con tanta destreza!

Nadie alegrará con sus voces las turbias horas de la pesca...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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¡Quién cantará el bullerengue! ¡Quién animará el fandango!

¡Quién tocará la gaita en las cumbres de Marbella!

Mañana van a dejarlo bajo cuatro golpes de tierra.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Aurelio Arturo (1906-1974)

Morada al Sur

I

En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce.

Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro. Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo. La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.

(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas, sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos. Una vaca sola, llena de grandes manchas,

revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga, es como el pájaro toche en la rama, "llamita", "manzana de miel".

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla. Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,

con majestad de vacada que rebasa los pastales. Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes,

abiertas a las salas, a los patios, las trojes. Y se duerme en el viejo portal donde el silencio

es un maduro gajo de fragantes nostalgias. Al mediodía la luz fluye de esa naranja,

en el centro del patio que barrieron los criados. (El más viejo de ellos en el suelo sentado,

su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta). No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño

se enredaba en la pulpa de mis encantamientos. Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,

al sur el curvo viento trae franjas de aroma. (Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).

II

Y aquí principia, en este torso de árbol, en este umbral pulido por tantos pasos muertos,

la casa grande entre sus frescos ramos. En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.

En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura. Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos, sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.

* * *

Entre años, entre árboles, circuida por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,

casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas, a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.

En el umbral de roble demoraba, hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito, el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,

demoraba entre el humo lento alumbrado de remembranzas: Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas

del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo asombrosas ramas.

Yo subí a las montañas, también hechas de sueños, yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito

persiste entre las alas de palomas salvajes.

* * * Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:

te hablo de las vastas noches alumbradas por una estrella de menta que enciende toda sangre:

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria que cae eternamente en la sombra, encendida:

te hablo de un bosque extasiado que existe sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa

violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas. Te hablo también: entre maderas, entre resinas,

entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja: pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,

hoja sola en que vibran los vientos que corrieron por los bellos países donde el verde es de todos los colores

los vientos que cantaron por los países de Colombia. Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a los cielos,

que tiemblan temerosos entre alas azules: te hablo de una voz que me es brisa constante,

en mi canción moviendo toda palabra mía, como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente,

toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.

III

En el umbral de roble demoraba, hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,

un viento ya sin fuerza, un viento remansado que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Y yo volvía, volvía por los largos recintos que tardaba quince años en recorrer, volvía.

Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando, temblando temeroso, con un pie en una cámara

hechizada, y el otro a la orilla del valle donde hierve la noche estrellada, la noche que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,

con tanta angustia, un ave que agoniza, cual pudo, mi corazón luchando entre cielos atroces.

IV

Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas. Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran

las abejas doradas de la fiebre, duerme. El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,

y su voz es tan vasta y su voz es tan llena. Y le dices, repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo

de tu aliento saludable, llenas la atmósfera. -Soy el profundo río de los mantos suntuosos.

Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.

* * *

No eran jardines. No eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas de esa tierra protegida por un ala perpetua de palomas.

Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía

con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes. ¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu sangre?

Todos los cedros callan, todos los robles callan. Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,

hay un caballo negro con soles en las ancas, y en cuyo ojo líquido habita una centella.

Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice: "Es el potro más bello en tierras de tu padre".

* * *

En el umbral gastado persiste un viento fiel, repitiendo una sílaba que brilla por instantes. Una hoja fina aún lleva su delgada frescura

de un extremo a otro extremo del año. "Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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V

He escrito un viento, un soplo vivo del viento entre fragancias, entre hierbas

mágicas; he narrado el viento; sólo un poco de viento.

Noche, sombra hasta el fin, entre las secas ramas, entre follajes, nidos rotos —entre años—

rebrillaban las lunas de cáscara de huevo, las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.

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Emilia Ayarza de Herrera (1920-1966)

Testamento

(Fragmento)

Yo me muero —hijo mío— porque el tiempo

ya no me da su dimensión de toro.

Porque la vida y Colombia se me van de entre las manos

como el tacto de la piel del moribundo.

Porque a los sueños les pusieron pasta.

Y enlataron el júbilo y la risa.

Me voy porque hay que medir con metro las ideas.

Hay que poner en fila hasta las lágrimas.

* * *

Me voy porque ahora tienen que pagar impuesto

los árboles sencillos,

los ríos obedientes,

la piedra, las hormigas,

la lluvia consecuente,

el gris intermitente de los asnos,

las luciérnagas por su vientre iluminado,

el sueño mineral de las tortugas

y hasta el clima sexual de las ovejas!

Me voy porque el trapiche renunció

al ladrillo de miel de sus panelas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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La sal a su bruñida casta de marmaja.

Los pueblos al derecho de escribir su nombre.

Los hombres del trópico

ya no viven alrededor de los volcanes de la piña

sino entre la ceniza de los paludismos.

Ya no se les ve crecer el pelo sobre el hombro

a las mazorcas...

ni bailar a las lechugas con su traje de organdí.

Ahora sólo se palpa el almizcle integral de los jornales.

La mínima sangre del labriego.

El tibio cementerio de los ranchos.

El dudoso bolsillo de los clérigos.

El nocturno capital de los burgueses.

Las casas de pellejo de los médicos.

Los edificios de los abogados

construidos con el margen de las viudas.

Ahora las madres bajo su abultado vientre

llevan sólo un cadáver precoz bajo la piel.

El corazón de tus hermanos

ya no es la dulzura en la mitad del pecho.

Se acabaron las diáfanas criaturas,

las gentes con el nombre de cristal.

Las calles no volvieron a cantar en las ventanas.

A los loteros y a los lustrabotas

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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les sellaron con plomo sus asambleas de esquina.

Y en las casas antiguas el abuelo

—a la sombra del brevo familiar—

doblega en silencio su cabeza blanca,

mientras Colombia en el mapa se desnuda

y le muestra a la América sus llagas!

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Luis Iván Bedoya (1947-)

Punto de Partida

Acciona el mecanismo del descenso de los años

graduados por la métrica de su itinerario

nada podrá evitar su llegada al terminal exacto

donde nadie espera para verificar su arribo

consignada en caja de automatismos programados

está su voluntad y están sus sueños

tiene que ser en la ficción de todo comienzo

donde se base siempre el cómputo de las edades.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Luis Iván Bedoya (1947- )

La Luna tan Colonizada

La luna tan colonizada antes por poetas

ha devenido ahora en aeropuerto

de naves como arpas de la exploración

moderna

territorio despojado de versos

caminado por alguien abruptamente

sorprendido por cráteres inermes

ahora son las noches musas sin luna

caja encerrada en otros contextos

a la espera de otra imagen luz en su

agujero negro

¿cómo tejer el nuevo diseño

de los trabajos y los días y las noches?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Horacio Benavides (1949- )

El Gato

El gato que duerme

es otro gato

porque a las once

es sólo sombra

El que a las tres

de la mañana cae

como sombrero lento

es porque ya no ondula

en el agua del desierto

El que a las seis

busca la leche

es porque guardó

su oscuro sobretodo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

47

Horacio Benavides (1949- )

El Cerdo

El cerdo entra en el poema

como una ofensa

pero nadie sabe que

el cerdo también reza

Al final del verano

cuando las golondrinas

arrastran el paracaídas

de la lluvia

el cerdo se sale de sí:

De vueltas salta grita

aplaude al universo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Donaldo Bossa Herazo (1904-1996)

El Jarro

A mi hermano

Desde el Japón remoto, nacido de su arena,

este jarro de loza imponente y pesado,

tal vez de algún modelo de Sajonia copiado,

en viaje fabuloso vino a nuestra alacena.

De profundos aljibes donde la voz resuena,

el agua de los cielos, gozosa, lo ha colmado;

nuestra madre también dentro de él ha endulzado

refrescos de guanábana, tamarindo y avena.

Y Gregoria, Belén, Catalina, María,

con sus manos honradas escanciaron un día

sobre nuestros anhelos toda aquella fragancia...

A su noble estructura he acercado el oído,

escuchando que algo semejante a un latido

resucita en sus ecos el rumor de la infancia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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David Bonelli (1946- )

Segundo Anti-poema

y si miramos el mar y acercamos nuestro oído

a la canción, al sonido de los peces, echando cuerpo a tierra.

y hacemos arena a nuestros pies o preguntamos

por la llegada de los pájaros.

o indagamos con nuestra mano la muerte de los viejos

piratas,

mientras los hongos crecen

rojos sobre la piel, y pensamos en continentes

no descubiertos todavía, en islotes perdidos al otro lado del

pacífico o en el fuego de las batallas.

o por el contrario damos vueltas tomados de la

mano en interminable círculo de espíritus, habitando

extrañísimos lugares con nuestras almas, o

hacemos las veces de hombres cuerdos, aunque imposibles.

o volvemos sobre nosotros y mantenemos nuestro ritmo,

o bien, descubrimos que al ángel le hace falta aire

para su vuelo, entonces es a él al que tendemos nuestra

fuerza.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Piedad Bonnet (1951- )

En Consideración a la Alegría

A qué llorar, me digo,

todo estaba previsto

me muerdo las falanges

los asombros por qué

miro la luna

ajena y sola y sobria en su talante

si desde siempre

desde el nacer, desde el morir, y en cada hora

pacientemente crece el hilo, crece,

y también crece la baba del gusano y la piedra

atravesada aquí,

bebo y saludo

y soy cordial con mi vecino ciego

pues no son tiempos estos dados a patetismos,

ni es elegante

exhibir el dolor.

A qué llorar, me digo:

sería

inoportuno con la muchedumbre

que ríe afuera con su risa de siglos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Álvaro Burgos (1945- )

Regimiento de Retaguardia

A Jorge Isaacs, el guerrero

Tras su fresca muerte

apenas quedó en el piso un breve rastro

que sólo este hombre podría haber reconocido.

Se trataba de una historia solemne,

como cuando se encierra a un obispo en su ataúd,

entre muros de una cripta llamada al silencio.

Ni siquiera una cruz romana, ni el despojo

de una flor de mujer, o lejana remembranza de una tierra

dichosa que los recibiera; apenas un latido de vientos.

* * *

Empezamos a escuchar la historia. El anciano negro

nos lo decía con su voz de metal vacío. Habían caído

en una batalla. Las tropas invasoras de caballería

irrumpieron detrás de la colina cuando ya estaba tomada,

mientras bayonetas y fusiles enemigos consumaban su estrago.

La furia de jóvenes húsares se abatía contra los rostros patriarcales

con esa inclemencia adolescente de quienes miran la muerte

desde la primera juventud. Las heridas de los caídos

eran más grandes de lo necesario.

Entonces supimos la verdad. Resguardado apenas por un aturdido

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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destacamento de infantería, el regimiento de veteranos soportó

el asedio en los parapetos frágiles de la montaña.

Los viejos curtidos fueron arrastrados como hojas

que descuaja un huracán. Tensos, nerviosos músculos

felinos e instantáneos abatieron nobles barbas entrecanas.

Las fulminantes bayonetas, los reflejos de relámpago

cercenaron la lenta parsimonia de algún pistoletazo frustrado.

"Nuestra retaguardia fue doblegada y en aquel momento

percibimos la derrota", evocó el negro memorioso.

Comentó cómo, desde a pie, someter a sable limpio

a su caballería les resultó imposible, "aunque estuvimos

vivos en el campo largamente".

Ya anochecido, cuando la sangre y el humo empezaron asecharse,

hicieron un primer inventario del desastre. Era tan grande

que las tropas enemigas acamparon a tiro de honda,

sobre lechos de hojas secas de roble. Sentían infamante el fuego

de sus hogares. "Nos despreciaban con su cercana presencia".

Un sol limpio en la mañana, no alcanzó a deshacer tanta muerte.

El ejército vencedor, intempestivo, se retiró hacia el sur.

Excavaron entonces algunas tumbas frescas y trazaron

en sus cruces ciertos nombres principales.

Las señales definitorias estuvieron a cargo de este hombre.

* * *

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Hoy, cuando ya esa guerra ha desecado su huella

de abandono, con él tenemos la única posibilidad de saber

en qué recodo de la colina podríamos encontrar

las tumbas de aquellos combatientes del regimiento de

retaguardia,

acaso la de algún abuelo nuestro,

o el sitio donde yace mi padre para siempre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Campo Ricardo Burgos López (1966- )

Coles

Dios deja un pan a la puerta de mi casa todos los días

y una urraca

y un muerto recién desenterrado

y un hombre viejo

y un diablo de mil alas

y un fantasma

y un café con leche

y un nardo

y un ratón

y un disco grande para el que no existe tocadiscos humano

y una mano cercenada

y una mañana de 1815 o 1816

y un espejo azul

Deja a veces Dios mujeres africanas

coles

tarareos

amontona a veces niños frente a mi puerta

álbumes de fotografías movidas

botes de vela

almas a punto de partir hacia el cielo o hacia el infierno

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

55

Apila Dios todos los días cosas y cosas frente a mi puerta

Apila tanto que a veces no puedo salir

y debo quedarme en casa

Tan pronto me deja su regalo diario

se sienta a esperar que le dé las gracias.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Jorge Bustamante (1949- )

De Vilnius a Trakái con Mizhelaities

A Tatiana Gordieiva después de tantos años.

El tren se desliza silencioso

sobre pequeños charcos de nieve diluida.

A lo lejos, cabañitas y dachas

exhalan un humo gris. La mañana es opaca,

la neblina se deshace estrepitosa

al estrellarse contra los carros y los ventanales

una calma extraña nos rodea.

Un hombre sentado al frente

elegante y de bigotes claros

lee un libro de poemas.

Es un libro grande, de pasta azul

y la figura de un hombre en la portada.

Tania se acerca y me susurra al oído:

"Son los poemas de Eduardas Mizhelaities".

Callo. Miramos de nuevo el campo helado.

Al fondo, como un punto que va creciendo,

divisamos el hermoso castillo de Trakái.

El tren comienza a detenerse.

Por primera vez en todo el viaje

el hombre del bigote claro

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

57

alza los ojos y cierra el libro:

de Vilnius a Trakái leyó su Mizhelaities.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Rómulo Bustos (1954- )

Balada del Agua de Cacagual

El agua de Cacagual está llena de árboles

Cuando llueve

el pavorreal que habita el cielo despliega la cola

y abre sus anchos ojos

¿Por qué llorará el pavorreal del cielo?

El agua de Cacagual es verde y lejana

de allá vienen lentas mujeres con cántaros

y pasan frente a la casa

como si llevaran sobre sus cabezas un largo arroyo

pero la madre no va entre ellas

Ella ha recogido durante la noche toda la luna que se vierte enel patio

y ahora ilumina desde el fondo del tinajero

En el agua de Cacagual está el cielo

Hay ceibas que brisan en el agua fresca de Cacagual

Y pájaros que vuelan en su cielo siempre húmedo

Cuando llueve

dos lluvias caen sobre sus aguas

También dos lluvias caen de los ojos de la madre

cuando mira el camino por el que aún dice adiós la espalda delpadre

¿Por qué es amargo el llanto de la madre

si sus ojos son tan dulces como los del pavorreal del cielo?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Luis Fernando Calderón (1947- )

Como un Hilo Subiendo a su Ovillo

Sobre la curva quedaba el manicomio

el capellán despertaba creyendo estar en otro lugar

hacía señales a los niños detrás de la verja.

El pavimento reverberaba como una luz antes de apagarse.

Mi madre cantaba en la cocina

y por entre las lanzas del jardín,

veía al viejo que bajo los árboles

pulsaba las cuerdas invisibles de una guitarra.

Jugando con su sombra los locos vociferaban...

Como un hilo subiendo a su ovillo

recojo la melodía que ya no puedo oír.

Esa extraviada canción,

perdida en los azules de un cielo temprano.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Arturo Camacho Ramírez (1910-1982)

Nada es Mayor

Nada es mayor que tú: sólo la rosa

tiene tu edad suspensa, ilimitada:

eres la primavera deseada,

sin ser la primavera ni la rosa.

Vago espejo de amor donde la rosa

inaugura su forma deseada,

absorta, inmensa, pura, ilimitada,

imagen, sí, pero sin ser la rosa.

Bajo tu piel de nube marinera,

luz girante tu sangre silenciosa

despliega su escarlata arborecida.

Nada es mayor que tú, rosa y no rosa,

primavera sin ser la primavera:

arpegio en la garganta de la vida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Arturo Camacho Ramírez (1910-1982)

Mujeres de otro Día

Estas mujeres fueron bellas;

en las orillas de su alma

anchos paisajes balancearon

su ardor de inéditas distancias.

Eran como tierra sin nombre

en espera de ser llamadas,

llenas de palmeras fragantes

que vibraban al sol como arpas.

La brisa errátil de los trópicos

les despeinaba las miradas

dispersas hacia el horizonte

como un rebaño de cabras.

Su cuerpo tenso como un arco

se erguía sobre la esperanza

lleno del intenso temblor

de la flecha no disparada,

y todas se iban apagando

esperando al que no llegaba.

Estas mujeres fueron bellas,

y había una que yo amaba.

Yo tenía siete años dulces

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

63

como el corazón de la caña.

Senos morenos como nísperos,

ojos de estrella y voz de agua,

ella ardía como una esencia

esperando al que no llegaba;

yo tenía siete años dulces

y aún no tenía sino alma,

y la veía consumirse

mientras mi instinto se alargaba.

Un día yo tuve veinte años,

llenas de fuerzas las entrañas

y corrí loco tras la estrella

de aquel mito de mi infancia;

ya tenía instinto y deseo;

podía ser el que no llegaba.

Llegué cuando ya se caían

como sauces sus miradas,

cuando sus cabellos barrían

las cenizas de la esperanza

que volaban sobre sus ojos

en un lento otoño de lágrimas.

Estas mujeres fueron bellas

y envejecieron como ramas

que se cortan para la hoguera

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

64

que ha de hacer la vida más clara.

Hoy yo tengo veinte años fuertes

como banderas desplegadas,

hoy ya mi instinto y mi deseo

se erigen al sol como lanzas

y, cuando paso, estas mujeres

que fueron bellas en mi infancia,

murmuran resignadamente:

así era el que no llegaba.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Gabriel Jaime Caro (1949- )

Nueva York, Verano...

... Junio veinticinco de mil novecientos

ochenta y nueve a las horas en que

empieza a irse la tarde, con algo de frío

en los rincones flotantes.

Cuando yo quedo impresionado del

dominio de las ardillas gigantes.

En medio de todo esto, el verano es un renegado, con

un paraíso de quinientas orquestas, que no dejan de

tocar todo el día y toda la noche, creando los vuelos

de aves díscolas, en los momentos de velocidad,

de la zamba vuelta mitología.

A caminar por los bosques de maleza, por ejemplo, no

estorban, no molestan. Con algo de frío entre los

rincones flotantes.

Y volviendo al terco laberinto, creado por la extremada

abundancia de las cosas; son soluciones para

la poética, en un mundo descarado de inmigraciones

del no tener. Para un |mundo mejor nada quepueda

importarle más que un mínimo rato de perfección.

Aquí el sol sirve de decoración para una contaminación

de sentimientos que combate la conciencia, sin

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

66

ton ni son. He ahí lo que se verá en este continuo

relampagueo selenita: azul celeste por todas partes.

Azul celeste contra azul celeste.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Eduardo Carranza (1913-1985)

Epístola Mortal

In memoriam Leopoldo Panero

...y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

Quevedo

Miro un retrato: todos están muertos: poetas que adoró mi adolescencia.

Ojeo un álbum familiar y pasan trajes y sombras y perfumes muertos.

(Desangrados de azul yacen mis sueños).

El amigo y la novia ya no existen: la mano de Tomás Vargas Osorio

que narraba este mundo, el otro mundo...

la sonrisa de la Prima Morena que era como una flor que no termina desvanecida en alma y en aroma...

Cae el Diluvio Universal del tiempo. Como una torre se derrumba todo.

..."Las torres que desprecio al aire fueron"...

Voy andando entre ruinas y epitafios por una larga vía de Cipreses

que sombrean suspiros y sepulcros.

Aquí yace mi alma de veinte años con su rosa de fuego entre los dedos.

Aquí están los escombros de un ensueño.

Aquí yace una tarde conocida.

Y una rosa cortada en una mano y una mano cortada en una rosa.

Y una cruz de violetas me señala la tumba de una noche delirante...

Ojeo el "Cromos" de los años treinta:

lánguidas señoritas cuyos pechos salían del "Cantar de los Cantares",

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

68

caballeros que salen del fox-trot, sonreídos, gardenia en el ojal

(y tú, patinadora, ¿a quién sonríes?).

Y esos rostros morenos o dorados que amó un niño precoz perdidamente.

Amigos, mis amigos, mis amigos,

compañeros de viaje y no-me-olvides: Teresa, Alicia, Margarita, Laura,

Rosario, Luz, María, Inés, Elvira... con sus pálidas caras asomadas en las ventanas desaparecidas...

Panero, Souvirón y Carlos Lara, Pablo Neruda y Jorge Zalamea,

Jorge Gaitán y Cote y Julio Borda, Mario Paredes, Mallarino, Alzate... frente a sus copas de vino invisible

en sus asientos desaparecidos: están aquí, no están, pero sí están:

(¡oh margarita gris de los sepulcros!) ...

... "Sólo que el tiempo lo ha borrado todo como una blanca tempestad de arena".

El que primero atravesó el océano volando solo, solo con su arcángel,

y aquel en cuya frente ardía ya el incendio maldito de Hiroshima,

los guerreros que al aire alzan el brazo y la palabra libre como un águila

y aviones y estandartes y legiones pasan cantando, pasan, ya van muertos:

adelante la muerte va a caballo, en un caballo muerto.

La tierra es un redondo cementerio

y el cielo es una losa funeral.

El Nuncio, el Arzobispo, el Santo Padre hacia su muerte caminando van: nadie les grita: ¡detened el paso!

que ya estáis a la orilla: el precipicio que cae sobre el Reino del Espanto y en cada paso vais hacia el ayer

y de un momento a otro cae el cielo

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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hecho trizas sobre vuestras altezas...

Somos arrendatarios de la muerte. (A nuestra espalda, sigilosamente

cuando estamos dormidos, sin avisarnos se urden muchas cosas como incendios, naufragios y batallas

y terremotos de iracundo puño... que de repente borran de este mundo

el rostro del ahora y del ayer, llamase amor o sangre y ojos negros...

Y nadie nos había dicho nada.

Alguien sabe el revés de los tapices, digo, de vuestra vida,

y es el |otro, el fantasma quien lo teje...).

Las niñas de Primera Comunión de cuyas manos vuela una paloma,

las blancas novias que arden en su hoguera, días y bailes, reyes destronados

y coronas caídas en el polvo, la manzana y el cámbulo, el turpial, el tigre, la venada, los pescados,

el rocío, mi sombra, estas palabras: ¡todo murió mañana! ya está muerto.

El polvo es nuestra cara verdadera.

Los Presidentes y los Generales asomados al sueño del poder

sobre un río de espadas y banderas llevados por las manos de los muertos, el agua, el fuego, el viento, la sortija,

los ojos que ofrecían el infinito y eran dueños de nada,

los cabellos, las manos que soñaban... ¡"fueron sino rocío de los prados"!

La Dama Azul, las flores, las guitarras,

el vino loco, la rosa secreta, el dinero como un perro amarillo,

la gloria en su corcel desenfrenado y la sonrisa que ya es ceniza, el actor y las reinas de belleza

con su cetro de polvo, el bachiller, el cura y el doctor recién graduados

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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que sueñan con la mano en la mejilla: muertos están, sí que también las lágrimas:

Todo fue como un vino derramado

en la porosa tierra del olvido. Tanto amor, tanto anhelo, tanto fuego:

dime, oh Dios mío, ¿en cuál mar van a dar?

"¿Los yunques y troqueles de mi alma trabajan para el polvo y para el viento?".

Por el mar, por el aire, por el Llano, por el día, en la noche, a toda hora,

vienen vivos y muertos, todos muertos y desembocan en el corazón

donde un instante salen a las flores, los labios delirantes y las nubes

y siguen tiempo abajo, sangre abajo: ¡somos antepasados de otros muertos!

Todo cae, se esfuma, se despide

y yo mismo me estoy diciendo |adiós y me vuelvo a mirar, me dejo solo, abandonado en este cementerio.

Allá mi corazón está enterrado

como una hazaña luminosa y pura.

Miro en torno, los ojos entornados: todos estamos contra el paredón: sólo esperamos el tiro de gracia:

todos estamos muertos, muertos, muertos: los de ayer, los de hoy, los de mañana...

sembrados ya de trigo o de palmeras, de rosales o simplemente yerba:

nadie nos llora, nadie nos recuerda. Sobre este poema vuela un cuervo. Y lo escribe una mano de ceniza.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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María Mercedes Carranza | (1945- )

Poema de los Hados

Soy hija de Benito Mussolini

y de alguna actriz de los años 40

que cantaba la "Giovinezza".

Hiroshima encendió el cielo

el día de mi nacimiento y a mi cuna

llegaron, Hados implacables,

un hombre con muchas páginas acariciadas

donde yacían versos de amor y de muerte;

la voz furiosa de Pablo Neruda;

bajo su corona de ceniza, Wilde

bello y maldito,

habló del esplendor de la Vida

y de la seducción fatal de la Derrota;

alguien gritó "muera la inteligencia",

pero en ese mismo instante Albert Camus

decía Palabras

que eran de acero y de luz;

la Pasión ardía en la frente de Mishima;

una desconocida, sombra o máscara,

puso en mi corazón el Paraíso Perdido

y un verso: "par délicatesse j’ai perdu ma vie".

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

72

Caía la lluvia triste de Vallejo,

se apagaba en el viento la llama de Porfirio;

en el aire el furor de las balas

que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban

con los cañones de "Casablanca"

y las palabras de su canción melancólica:

"El tiempo pasa,

un beso no es más que un beso..."

Así me fue entregado el mundo.

Esas cosas de horror, música y alma

han cifrado mis días y mis sueños.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

73

Carlos Castro Saavedra (1924-1989)

Epitafio

Aquí yacen, y el polvo los conserva,

una mujer y un hombre que se amaron

y que de beso en beso se acercaron

a la paz que la muerte nos reserva.

Sencillo, como un ciervo y una cierva,

a la tierra profunda se entregaron

y por última vez se desnudaron

para dormir debajo de la hierba.

Ella fue silenciosa, triste, pobre,

y él con su cara de ceniza y cobre

trabajó en las entrañas de las minas.

En esta tumba, caminante amigo,

deja caer un poco de tu trigo

para que no le falten golondrinas. |

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Yirama Castaño (1964- )

Parque Nevado

Comienzo con la paciencia que me concede el corazón de un pájaro.

Desde ayer late en mí un escudo para el tiempo.

Entonces, la muerte es nuestro gran espejo. Acerca su manto a contraluz

y cuando llega la videncia nos quedamos dentro.

Damos pasos largos entre movimientos de cintura y espasmo.

En el deslizar de la cascada el agua corre por las venas. Abrazo de las piedras donde no hay espacio

para las figuras del invento.

El bosque es el único encanto, sigilo y guardián de los silencios.

Recogimos el temblor en nuestros cuerpos. Como talismán tomé el cristal de las batallas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Dora Castellanos (1924- )

Deslumbramiento

Era lirio en el aire y fragancia en el viento; ondas sobre las aguas y temblor en el río;

cuando vi su hermosura, con todo el pensamiento, grabé su amado nombre para llamarlo mío.

Nunca supe la hora ni el exacto momento en que amé su mirada. Sólo sé que tardío

su amor llegó a mi vida con el deslumbramiento de una fruta en invierno, de una flor en estío.

Por menos presentido, todo fue tan hermoso como ver cuando caen nieves en primavera,

lluvias en el verano, lágrimas en el gozo.

Después de haberlo amado que mi alma responda si sabe por qué existen sobre la tierra entera el perfume en el aire y el temblor en la onda.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Jaime León Castaño (1946- )

La Muerte del Deseo

En la nueva era de su triste libertad

cuando ha sido encerrado

el deseo

la libertad estorba

y una señora lenta

trae a tandas la muerte

servida con sus adornos

antiguos.

La muerte del deseo

es un actor

sin más escenas.

Es un tendero

con los estantes vacíos

parado en ese mostrador

de la costumbre

montando guardia,

en esa esquina sin clientes

apoyando la cabeza

sobre el pesado transcurrir

del desconsuelo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

77

Omar Castillo (1958- )

Limaduras del Sol

De noche en el húmedo bosque al borde de la mariposa

del fuego escuchando viejos lamentos.

¿Les darán a los hombres la historia vacía?

¿Les darán a los hombres el olvido del tiempo?

Son esos poemas oscuridad a los ojos. Insuficiente es el secreto del fuego para decir el poema.

Se puede horadar el verso. Obstaculizar la imagen. Dislocarla. Aflojar la cuerda de

sus palabras. Y aun así no llegar al poema.

Las mentes más lúcidas se desesperan. En los viejos parques. En las azoteas. Hombres en ruinas temerosos del lente del siglo. Roban el pan de los dementes.

Húmedos del sueño.

¿Verificar el poema? ¿Estandarizar el poema?

¿Arrinconar el poema? ¿Saturación?

Escoger el lado seco del río o el puente levadizo. La presión delos dedos sobre los propios labios no es para detener las palabras. Cuando se camina presuroso a grandes gritos se hace. Algo es cierto. El cúbito del cadáver del padre no será

chupado. No será. Es suficiente y basta.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Fernando Charry Lara | (1920- )

El Lago By the waters of Leman I sat down and wept.

T. S. Eliot

Erase entre la luz de la mañana

alta y desierta nube de otro tiempo

me mirabas llegar desconocido

aire frío cristal pálido día

Llovía luego un agua verde entre el paisaje

un agua azul y plata por el lago

un agua ronca con sollozo a mares

despedazándose rota en ventanales

Me veías llegar desconocido me veías

amante que perdió su memoria el rostro amado

me veías ráfaga de huracanadas

olas de luz y viento y tempestades

Dejabas penetrado de relámpagos

al extranjero corazón a oscuras

La ciudad que rodea de verdor el lago

cuando a la hora última la tarde

dejabas tu desolación en las esquinas

cuerpo insinuándose al recuerdo

dejabas tus sedosas violetas esparcidas

El mundo extraño apenas prodigando

leves fulgores perlas por el aire

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

79

frágil contra la sombra el muro el árbol

la viuda cabellera de las lunas

de noche tiernas lunas

sobre los pavimentos y las lluvias

Cuando eres tú y a tu lado impalpable

una joven cintura entre dormida

o femenino cráter insospechado ardiendo

ebrio de tristes pasos cuando el eco

por soledades vagas como espejos

como calles por nadie nunca recorridas

que hace más años tú ya presentías

ser el desconocido

de súbito al encuentro

El rugido del viento en las orillas

ecos de ahogados flotan sordamente en insomnio

la oscuridad el cielo inmóvil

las aguas que noche y día son tu pensamiento

lago tal corazón desbordado

bajo la madrugada sollozando

a solas su imagen tan desierta

un momento le creíste

palpitación o llamarada

como tú

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

80

de amor y luz y tiempo ausentes

Contemplar aún su claro pecho irisado

mientras la vastedad del agua amaneciendo

lago era entonces sin furor

invisible al deseo

cuello jazmín apenas

solitario de silenciosa blancura

muslos apenas grises de nácares helados

Alejándose entonces la presencia y el sueño

borrando al alba en cansancio su latir obstinado

llegar por fin a ti la vida en secreto

la vida ahora que asoma entre tus labios

tus mudos labios volviendo a tu vida

aquel desconocido

de siempre a tu encuentro

el cuerpo el pensamiento de ti mismo

aquel

amante que perdió su memoria el rostro amado

huésped del laberinto y la nada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Fernando Charry Lara (1920- )

Llanura de Tuluá

Al borde del camino, los dos cuerpos

uno junto del otro,

desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha, delgadas

formas cálidas

tendidas en la hierba, devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas

aquellos brazos jóvenes,

se piensa:

soñarán entregadas sus dos bocas,

sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento

sino el aire

seco del verano sin movimiento.

Uno junto del otro están caídos,

muertos,

al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras

de languidez

adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

82

frente a las

amenazas y relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,

son cuerpos de mentira, mutilados,

de su suerte ignorantes, de su muerte,

y ahora, ya de cerca contemplados,

ocasión de voraces negras aves.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

83

Hugo Chaparro Valderrama (1961- )

En Memoria de una Torre And may these characters remain / when all is ruin onceagain.

William Butler Yeats

El viento que recorre un monumento

estará allí cuando todo sea ruina de nuevo.

La torre que Will Yeats

restaurara con amor para su esposa,

caerá bajo el peso de un transcurso inclemente.

Pero tal vez, cuando alguien camine entre las rocas,

tambaleándose entre el caos de un vano material,

sentirá que el homenaje permanece,

como el aire, el paisaje o la luz.

Que aquella serena gratitud

con la cual se contemplaran esos bosques

celebra para siempre

el encuentro de unas manos

sus caricias

el reflejo de unos ojos

incluso el suave gesto de ese viento que sopla entre el cabello,

de ese signo que en el tiempo

avanza y gira

y recuerda el aliento de dos seres

que aún conmueven la memoria

por encima de la ruina.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

84

Juan Gustavo Cobo (1948- )

Poder

Si reniegas de él lo acrecientas.

Si murmuras a su espalda

lo inflarás con tu miedo.

Crecerá nutrido con tu bilis negra

y el rencor que a todos envenena.

Con distancia te domina.

Te inhibe con silencio.

Sólo eres mudo tartamudeo

al buscar abyectas formas

para complacerlo.

Fuerte

gracias a lo débil que te ha hecho

—en definitiva, es tu espejo—

tu alma de esclavo

lo ha erigido en dueño.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

85

Juan Gustavo Cobo (1948- )

Apolo y Dafne Me he acostumbrado a amar la sorpresa.

El hilo de una mirada estableciendo un puente silencioso en medio de la algarabía de la gente.

Así los días dejan atrás el rencor indefenso

y su desamparo hiriente entregándonos humor y cariño como prendas.

¿Pero cómo mantener esa dicha, y lograr que subsista,

si sólo eres fiel a las palabras y el voluble carácter no logra llevar a su término

los deberes aceptados?

Ninguna responsabilidad, salvo el canto. Toda la responsabilidad, porque canto.

Pido el mismo rigor del cual reniego

pero también es cierto que el exceso de milagros se torna fácil

y al final sólo nos concede una fiesta atolondrada.

¿Pero cómo decirlo si ensucié mi pensamiento con deseos débiles

y la prisa me vedó el intenso resplandor de lo que es obvio?

¿Si fui descuidado y falaz recobrando con trampas

lo que la frivolidad había degradado?

Quería hablar apenas del bálsamo que alivia todo miedo y del terror que solloza como un animal inerme

a las tres de la mañana. Es tan frágil todo lo nuestro y tan complicadas las cuerdas que nos sostienen que debo controlar en cada línea matiz y peso.

Sólo así conservaré la inocencia. Por ello quería traer aquí tu mano

que marca en la mejilla su piedad inteligente.

Gracias a ella la compulsión se esfuma y vuelve a correr el tiempo.

Escribir es rezar de modo diferente. Las únicas noticias que valen la pena están en los poemas.

Todos los poetas son santos e irán al cielo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

86

Juan Gustavo Cobo (1948- )

Conyugal

Matrimonios que cuentan apenas

los días que faltan para el desenlace

en sus ojos el odio se adormece.

Ahora sólo restan las disputas

acerca del dinero

para edificar la nueva celda.

Todo es igual, en todas partes.

En todas las retortas se cuecen habas.

Niños que no quieren llegar a ser hombres:

chantajean con su cariño.

Hombres que se olvidan de ser niños:

se convierten en una nuez amarga y seca.

Atragantada de ira,

la energía del corazón se disipa en silencio.

Los días prosiguen sin cicatriz apenas.

Ronda una electricidad estéril

sacudiendo el latigazo de sus réplicas.

De esta mugre no brota ningún verso.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

87

Juan Gustavo Cobo (1948- )

Poética

¿Cómo escribir ahora poesía,

por qué no callarnos definitivamente

y dedicarnos a cosas mucho más útiles?

¿Para qué aumentar las dudas,

revivir antiguos conflictos,

imprevistas ternuras;

ese poco de ruido

que lo sobrepasa y anula?

¿Se aclara algo con semejante ovillo?

Nadie la necesita.

Residuo de viejas glorias,

¿a quién acompaña, qué heridas cura?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

88

Eduardo Cote Lamus (1928-1964)

Estoraques (Fragmentos)

El viento que viene y el viento que va

no son nada, en realidad, del tiempo.

El tiempo en otro sitio donde el hombre

capaz de su destino, trazó el aire,

el arma de sus sueños, y la tierra

labró para guardarse de ella.

Esto fue en el terreno de los hombres.

Una ciudad allí cumplió la vida

si en grandeza se quiere más arriba

de los propicios cielos fulgurantes

donde el dominio de los dioses todos

hizo imperios, circunvaló las sienes

de las colinas, encontró las leyes,

convivió con lo humano dando aliento

sin par a la victoria.

Esa colina es hija de los nobles

pensamientos del dios. Y si miramos

desde la cumbre del año más alto

vemos la loba alimentando a Rómulo

y la ciudad que fue surgiendo al mundo

coronada de hazañas y de templos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

89

El Palatino, cierto, es diferente.

Toda la historia cabe en la mirada

y las ruinas así nos lo demuestran.

De modo que podemos ver las piedras

puntualmente ordenadas por Augusto

quien también entendió que los poetas

eran la gloria y prez de su gobierno,

fue amigo de Virgilio, el que hizo cantos

a la reforma agraria:

otra no es la intención de las Geórgicas

en donde están aún los surcos frescos

y los trigos germinan todavía,

y en donde están medidas las cosechas,

la necesaria fuerza para el brazo

que lanza la semilla,

la propiedad, la ley de los viñedos

para que el vino estalle como luz,

embriague como luz aunque su llama

sea roja.

Y por ahí también anduvo Horacio,

dominador de numeroso metro,

que afiló como a un hacha el epigrama

y cultivó palabras como nadie.

El Palatino está dentro del tiempo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

90

Su mole es como un puño alzado al cielo

en su ruina imprecando por los días

antiguos. El tramonto le golpea

su soberbia, y su piel, presa de luz

se incendia cada tarde en el crepúsculo.

Aquí el asunto es muy distinto.

Una que otra columna, cauces solos,

tierra como de sol sin sombra, sombras

como ascuas: los árboles no existen. Sólo sed

y un pueblo que da vueltas a la plaza

para ir al cementerio o hasta el río

sin agua. Del otro lado una muralla

con una cruz, y del otro también, con cruces

donde la muerte sueña con los muertos.

El viento que viene y el viento que va

saben algo de todo esto: el tiempo, no.

El tiempo está en Sumeria, en Babilonia,

en Tebas, en Nínive, en Egipto, en Creta,

en el Partenón, en los museos, en Jenofonte,

en los muros, en las ideas, en la política:

huesos de la civilización.

Aquí hay un reino de tierra y arenisca

maravillosamente sediento.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Ramón Cote (1963- )

Lenguaje

|Mi único cuidado mi lengua en los arenales de Homero.

Odiseas Elytis

Se sentía descansar la tierra.

Los nítidos caminos que surcaban los montes parecían las venas de viejos animales sacrificados.

Ante nuestros ojos los olivos hablaban en griego, el molino de piedra destruido

permanecía murmurando algo en griego.

En la llanura, legiones de grillos celebraban

el verano en griego.

En Marpissa, en lo profundo de la isla de Paros, una higuera nos daba sombra

alargando sus sílabas.

La brisa y las palabras no se diferencian. Un paisaje es una lengua.

Únicamente el movimiento de las manos podrá repetir la suavidad de aquellos ábsides

y la timidez de sus cúpulas azules.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

92

León de Greiff (1895-1976)

Trova de los Navíos, de Odiseo, de Calypso y de la Aventura

Ayer zarparon todos los navíos.

No sobró ni un mal leño para el viaje.

Queda contigo mismo, iluso prófugo

fallido ¡en tu prisión ineludible!

Ayer zarparon todos los navíos.

No sobró ni un mal leño para el viaje.

Así cantó, con versos que acaso un día fueron míos,

uno del equipaje.

Ayer, ayer zarparon

y en la ribera me dejaron.

Ayer, ayer zarparon.

Desde las cofas ni las vergas ni las jarcias no agitaron

pañuelos, pañuelos no agitaron

ni banderolas tremolaron

los que su compañero me llamó.

Ayer, ayer zarparon,

ayer, ayer zarparon todos los navíos:

ése, donde cantaban versos que acaso un día fueron míos,

y los otros.

Ayer, ayer zarparon.

Y quedó en la ribera

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

93

Odiseo fallido. Y la aventura,

en la ribera, prisionera,

con Odiseo y Calypso madura...

¿Y Calypso madura?

¿Dónde andará, que tan lasciva era,

Calypso en cuyos brazos se extinguiera

mi dolor?

¡Y aspirara mi locura

todo el veneno de la primavera

y del otoño, en su melena oscura!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

94

León de Greiff (1895-1976)

Balada de la Fórmula Definitiva y Paradojal

I

Necias disquisiciones de fastidiosa ética:

mi cabeza, la ilusa, anda muy mal de juicio... (¡peor la flaca bolsa, de irónica aritmética...!)

Le pregunté a la esfinge que tengo a mi servicio: —oh ¿cuál será la fórmula, de virtud o de vicio, que rija mis futuros? —y los abstrusos senos

musitaron unánimes, en tono profecticio: ¡todo no vale nada, si el resto vale menos...!

II

Eblís llévese entonces la ilusión que acaricio, me dije, seducido por frase tan sintética;

acudí, sin embargo, a otro dios más propicio: al Buda que reniega la física kinética...

Pendía de sus labios de palidez ascética y presto oí del verbo los indecibles trenos,

la turbia paradoja de recia apologética: ¡todo no vale nada, si el resto vale menos!

III

Pero no satisfecho de esa sentencia herética (tan absurda a las fibras de mi amante edificio), fui tras otras palabras de más suave fonética, que curasen mi trágico padecer adventicio.

Ninguna ¡no, ninguna! dio con el artificio de ese bálsamo amable de perfumes amenos

Todas fueron acordes cantando el epinicio: ¡todo no vale nada, si el resto vale menos!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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León de Greiff (1895-1976)

Canción de Sergio Stepansky

En el recodo de todo camino

la vida me depare el bravo amor:

y un vaso de aguardiente, ajenjo o vino,

de arak o vodka o kirsh, o de ginebra;

un verso libre —audaz como el azor—,

una canción, un perfume calino,

un grifo, un gerifalte, un búho, una culebra...

(¡y el bravo amor, el bravo amor, el bravo amor!)

En el recodo de cada calleja

la vida me depare el raro albur:

—con el tabardo roto, con la cachimba vieja

y el chambergo agorero y el buido reojo,

vagar so la alta noche de en lutecido azur:

murciélago macabro, sortílega corneja,

ambular, divagar, discurrir al ritmo del antojo...

(¡y el raro albur, el raro albur, el raro albur!)

En el recodo de todo sendero

la vida me depare a ésa mujer:

y un horizonte para mi sed de aventurero,

una música honda para surcar sus ondas,

un corto día, un lento amanecer,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

96

un lastrado silencio hosco y austero,

la soledad, de pupilas redondas...

(¡y ésa mujer, ésa mujer, ésa mujer!)

En el recodo de cada vereda

la vida me depare el ebrio azar:

absorto ante el miraje que en mis ojos se enreda

vibre yo —Prometeo de mi tortura pávida—;

ante mis ojos fulvos, fulja el cobre del mar;

¡su canto, en mis oídos mi grito acallar pueda!

y exalte mi delirio su furia fría y ávida...

(¡el ebrio azar, el ebrio azar, el ebrio azar!)

Y en el recodo de todo camino

la vida me depare "un bel morir":

despéineme un balazo del pecho el vello fino,

destrice un tajo acerbo mi sien osada y frágil:

de mi cansancio el terco ir y venir:

la fábrica de ensueños —tesoro de Aladino—,

mi vida turbia y tarda, mi ilusión tensa y ágil...

(¡un bel morir, un bel morir, un bel morir!)

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

97

León de Greiff (1895-1976)

Envío

¿A cuál? ¿A quién?: ¡al cínico señor del Maleficio,

al misterioso búho de alma peripatética!

Singlaremos entonces con rumbo al precipicio,

con rumbo al precipicio y a la nada hipotética,

pero iremos impávidos, ecuánimes, serenos,

diciendo la parábola desdeñosa y estética:

¡todo no vale nada, y el resto vale menos!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

98

León de Greiff (1895-1976)

Señora Muerte

|Para los Amigos Muertos

¡Señora Muerte que se va llevando

todo lo bueno que en nosotros topa!...

Solos —en un rincón— vamos quedando

los demás... ¡gente mísera de tropa!

Los egoístas fatuos y perversos

de alma de trapo y corazón de estopa...;

manufactures de fugaces versos;

poetas de cuadrícula y balanza,

a toda pena, a todo amor adversos...

los que gimen patética romanza;

lacrimosos que exhiben su película;

versistas de salón y contradanza—;

cantores de la "tórrida canícula";

"del polo frío", "del canoso invierno"...

¡líricos de alma exánime y ridícula!

Bardos que prostituyen el eterno

jardín, y que florecen madrigales

de un olor soporífico y externo...

Vates ultra-sensibles y banales

que ningún vaho de verdad anima...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

99

Gramáticos solemnes y letales...

¡Malabaristas de estudiada esgrima!

...Oh tristeza perenne de las cosas

que no tienen sabor, —¡hechas a lima!

...En un rincón quedamos las tediosas

gentes sin emoción, huecas y vanas...

¡Lléguense las nocturnas mariposas

fúnebres, y que lloren las campanas...!

Este fastidio que me está matando...

¿dónde las almas íntimas, hermanas...?

¡Señora Muerte se las va llevando!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

100

Rafael del Castillo | (1962- )

Maneras de Mirar una Piedra

Verla

como si fuera un pedazo de ti mismo

un trozo de tu alma

un amor perdido

y olvidado

con el que

de repente

tropiezas

trastabillas

en medio del camino

entre los transeúntes...

Piedra que ha estado a punto de hacerte —una vez más—morder el polvo

verla

y apartarla con rabia

de tu lado...

Piedra

trozo de ti mismo

que al final de los tiempos

alguien habrá de colocar

piadosamente

sobre el hueso de tu alma...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

101

Meira del Mar | (1921- )

Ángel

Un día como este, como otros, un día desnudo de señales —la rosa en su comarca de perfume, los pinos en el azul—, en vano preguntas por el roce familiar de sus alas

y alma adentro te pierdes buscando la dulzura de sus manos tranquilas, de su tranquila frente.

Dices su nombre, clamas en el vacío, cruzas tu corazón llamándole, y sabes que está solo

tu corazón, y sabes que si vuelves al paso vas a mirar la ausencia

y tienes miedo, miedo de encontrar sus espadas.

Cuántos bosques de frío, cuánta secreta sombra iluminó su lámpara, recuerdas, cuando iba contigo y te llevaba por las oscuras rutas a descubrir el júbilo más allá de tu llanto.

Alguna vez la muerte halló por fin tu casa y te llenó de espinas los ojos y los sueños, de rebeldes palabras la voz, y de amargura el vaso de la antigua dulcedumbre; callado,

el ángel no lloraba por ti, te sostenía contra su pecho claro de amor hasta la hora

en que era tuya el alba del canto nuevamente, y con sus modos puros

levantaba tu rostro a su célico beso.

Que te ha dejado sientes porque te sangra ahora la soledad lo mismo que herida verdadera,

y la angustia te ronda con sus lobos hambrientos y nadie te acompaña si a tu lado no hay nadie.

Perdida estás, perdida, desterrada del tiempo, mientras huyen y tornan los ardientes veranos,

mientras crecen hogueras que no ves, que no tocan tu heredad sollozante.

Y es más hondo el silencio

si en la noche un lejano resplandor atraviesa la celeste comarca.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

102

Oscar Delgado | (1910-1937)

Esquema de Diciembre

Ante los espejos del alba

la aldea gris

se perfuma

con el agua de oro

de las campanas.

Pulveriza

vidrios de frío

el sol nuevo.

Va la neblina

teñida de cantos de pájaros.

El río falsifica

estatuas de nubes.

De extremo a extremo

de la mañana

el trópico cuelga

sus hamacas de colores.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

103

José Luis Díaz Granados (1946- )

Espía

Hay alguien espiando a través de mis cortinas,

por el cerrojo de mi angosta puerta,

detrás de la ventana, detrás del árbol viejo,

sobre el techo, bajo las tablas de mi alcoba

hay alguien que me espía, que devora mis lápices

pero también mis sueños, hay alguien que me quiere

y no me quiere, alguien espiando muerde mi desdicha.

Hace mucho tiempo he venido sintiendo esa presencia

y ya me he ido acostumbrando a su pesada sombra.

Me acompaña a la mesa, me prepara los tintos,

bebe a mi lado, duerme, se desvela,

y desde ahora conoce todos mis secretos.

Alguien que me espía está escribiendo estas líneas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

104

Rogelio Echavarría (1926- )

El Transeúnte (1)

Todas las calles que conozco

son un largo monólogo mío

llenas de gentes como árboles

batidos por oscura batahola.

O si el sol florece en los balcones

y siembra su calor en el polvo movedizo

las gentes que hallo son simples piedras

que no sé por qué viven rodando.

Bajo sus ojos que me miran hostiles

como si yo fuera enemigo de todos

no puedo descubrir una conciencia libre

de criminal o de artista

pero sé que todos luchan solos

por lo que buscan todos juntos.

Son un largo gemido

todas las calles que conozco.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

105

Rogelio Echavarría (1926- )

Ved

Ved al ciego que va voceando su haz de prensa

y a su pequeña hija miserable, engendrada

la misma noche que hoy tiene diez años.

(Todos engendramos nuestros lazarillos).

Vedlo

vendiendo luz a los que pasan

por un valor de cobre de rutina.

De las floristerías sale un olor a muerto,

mas él conoce sólo la tez de los jazmines

que riega la pequeña en su jardín errante;

y el pulso que adivina las piedras del camino

pide, torpe, a los cielos su última moneda.

En esta encrucijada en que se anuda

el tránsito en urbano remolino,

los dedos de la niña tejen el verde paso

y, náufrago en los hombros de los rudos peatones,

el ciego les perdona a los hombres no verlo,

mientras sigue buscando sus pupilas caídas

entre el polvo de estrellas sin distancia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

106

Rogelio Echavarría (1926- )

Polvo

El sol, esta mañana, escancia la humedad de la noche, las mujeres lavan su cuerpo de la sombra del lecho,

tibieza de los sexos y azúcar del amor.

Las calles amanecen entre rotas ventanas. Pasan los que recogen la basura

y llevan al olvido cuanto los hombres tocan.

Si las noches fueran más largas las mujeres se ahorcarían en sus cabellos, llamas oscuras

que multiplican la pesadilla o el espasmo.

Pues esta niña que se asoma al día por el espejo parece recién salida del paraíso.

Si las noches fueran más largas el polvo afirmaría su dominio sobre todas las cosas.

Yo siempre duermo con mi única fiel compañera, que me acaricia el rostro con sus manos de hollín.

El hombre se defiende de la muerte en la noche, y todas las mañanas

debe luchar contra el puñado de ávida ceniza que le adelanta a su sepulcro

la vida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

107

Rogelio Echavarría (1926- )

Vida Corriente

La misma luz del sol el mismo sol y el mismo desayuno

—recuelo tibio y pan duro de recoleta—

el mismo beso y el mismo sombrero.

El periódico y siempre paralela

la calle a lado y lado su lectura

mismas letras igual nomenclatura

marcha del hambre sobre el capitolio

gobierno de los mismos misma guerra

siempre hacia el paredón o hacia el telonio.

Y el carro colectivo y su destino

de alfoz a plaza en alternada meta

a la misma hora con la misma gente

en la esquina de siempre pero siempre

fatal itinerario y rauda suerte

la misma ruta la misma rutina

alguien viene de lejos y aún le queda

alguien apenas entra ya se apea

alguien se baja acá y alguien avanza

alguien de pie adelante atrás sentado

alegre triste distraído humilde

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

108

estrecho holgado libre perseguido

a éste dónde lo he visto qué más vale

uno habla dos replican ella otea

yo en silencio tú sueñas él dormita

soledad recordando compañías

Juan rozagante Pedro deslardado

pobre al trabajo rico a su mercado

un hombre una mujer una familia

viejos al parque niños a la escuela

ruanas y dio res chompas prendedores

ajos y gasolina anís espliego

no se puede fumar apague el fuego

una mano en bolsillo equivocado

calderón calderilla tango roto

tocata en Bach y fuga de Gorgona

y moto con andante moderato

una limosna una canción protesta

el agente y el árbol cuánto falta

déjeme por favor perdón señora

el seguro de muerte en la cabrilla

cómo no te había visto adiós y ciao

de dónde viene aunque subió en la esquina

adónde va aunque vaya aquí conmigo

tan pronto como estamos ya no estamos

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

109

es que la vida es este bus corriendo

que de pronto paró y hemos llegado.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

110

Rogelio Echavarría (1926- )

En la mesa de los jubilados

En la mesa de los jubilados

—en el café siempre a sus horas—

¿de qué hablarán tanto

(cuando hablan... porque a veces

el recuerdo sustituye a la acción imposible

y a la cascada conversación),

de qué ríen, en qué porvenir meditan?

¿En la mesada que no llega o llega demasiado tarde?

¿En la muerte que les sonrió cuando eran soldados

y ahora les hace una mueca civil y sibilina?

En su mesa los pensionados

ahora sólo con un uniforme: el cabello blanco

o la calva brillante de opacos pensamientos,

la vejez y sus inevitables carencias,

la sordidez y la sordera,

la prótesis ya asimilada en el alma

y esa creciente e insaciable avaricia

que sustituye al apetito y a las ilusiones.

En la mesa de los jubilados

—unos dicen adiós y otros hasta luego—

siempre hay un sitio para alguien más,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

111

corren sus sillas para abrir campo al que llega

con la misma estrecha asignación.

Allí está tu puesto —por supuesto—

cuando ya no tengas otro

y cuando en todas partes te digan no, gracias,

por haber cumplido demasiado.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

112

Daniel Echeverri Jaramillo (1908- )

Elegía a la Muerte de una Abeja

Se le ha muerto a la escala musical un sonido,

un galán a la rosa, una gota al panal,

al telar de la brisa se le ha perdido un hilo,

su rubia lanzadera de miel no vuela más.

Cuando la abeja reina esté llamando a lista

habrá un breve silencio en su cortejo real,

pero los fieles cirios, memorando sus alas,

tibias gotas de cera por ella llorarán.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

113

Daniel Echeverri Jaramillo (1908- ) El desertor

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

114

Óscar Echeverri Mejía (1918- )

El Niño

Tallo apenas del hombre, no se atreve

nadie contra tu suave omnipotencia.

Tu débil poderío sin violencia,

a tu menor deseo, el mundo mueve.

Con tu llanto la tierra se conmueve.

Haces de tus caprichos una ciencia.

Todo cambia en tu mágica presencia

si levantas tu mano blanda y leve.

Como un dios diminuto, te recreas

en destruir, pero en el acto creas

a tu arbitrio las cosas nuevamente.

Eres tan frágil como nieve y brisa

mas a la oculta fuerza de tu risa

el mundo se te rinde dulcemente.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

115

Alberto Escobar (1940- )

Cantos a la Manera Elegiaca

(Segundo In memoriam Amílcar Osorio)

Alto en la memoria como un árbol, viene en el viento

—grímpola o símbolo, elisterio adosado a los muros

del alma...

Cuando supe tu muerte, me informé de la vida.

Cuando ignoré tu muerte, hice que en este canto nacieras:

estás vivo aquí porque nada de ti en mí ha muerto.

Como ayer, paces hoy en el tibio país del corazón,

del que siempre fuiste su natural.

Testigo de que no te has ido, el viento de la noche

—el que horada los trémulos bosques de la memoria—,

y testigo la palabra

—la que nombra y designa.

Yo ya sabía de tu muerte:

desde hace tiempo me la venías contando como una

historia larga,

poco a poco, en el devenir quedo de los días.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

116

Eduardo Escobar (1943- )

El Tango de los Hampones

Muchas veces quise ser bueno

pero siempre me convencieron

de la movida

de la bolsa o la vida

que es la moda del siglo que corre

Por eso me preocupo

de tener mi billetera gorda

y del bien sacrosanto de mi panza

Desoigo los consejos de los pobres y buenos

Hay que trampear para poder sobrevivir

tretas y artimañas convienen

y es ventajoso mantener alguna carta oculta

los discursos morales conducen a la ruina

Hay que ir armado también por el buen camino

El mundo se pone cada vez más difícil

Pregúntale a mi pistola

Entre el justo y el pecador

la diferencia está en el muerto

y aunque no hay muerto malo

es preferible estar vivo

El vencedor impone la moral

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

117

Las víctimas no cuentan y se olvidan

Muchas veces quise ser bueno

Pero quién alimentaría mi familia

Es mejor prevenir que tener que lamentar

Y menos peligroso golpear primero

Por hacer bien sin mirar a quién

muchos que ya olvidé tuvieron un mal fin

Es bueno y loable intentar ser honrado

Pero resulta un sinsentido

en este mundo corrompido

La virtud es hermosa no cabe duda

Pero las virtudes del rico son evidentes

Y están bien respaldadas por los bancos

El que cuenta sus morlacos

dispone bien las partes del antiguo problema

de lo bueno y lo malo

Hay que alejarse de la horrible pobreza

Hay que ser duros antes que demasiado puros

Golpea fuerte y no lamentes tu suerte

Si no existiera el bien y el mal

la vida sería como pan con pan

Unete a mi banda No te irá mal Si eres leal

Y sobre todo —te cuidaremos de la policía

Es una porquería.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

118

Rodrigo Escobar Holguín (1945- )

Ausente

En las calles lejanas que hace tanto anduviste

siguen aún las puertas y ventanas que entonces

mirabas. Los que oyeron casualmente tu paso

habitan todavía los muros que se esfuman

ahora, poco a poco, en tu mente, a borrones.

Por las noches, a veces, quienes fueron amigos

tuyos beben y ríen en los bares.

De vez en cuando, ellos te evocan sin quererlo;

las carcajadas quedan convertidas en una

mirada hacia lo oscuro, rara, vaga y distante.

Uno que ya no eres, sombra de ti, se forma

con escombros de imágenes que guardan

en un turbio rincón de la memoria,

incoherentes retazos del que fuiste, trofeos

de las batallas entre amor y olvido.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

119

Germán Espinosa (1938-)

Salmo de los Fracasados

Somos los receptores de toda altanería,

el tremedal sobre el cual se erige cada triunfo.

En nosotros fincan sus pies los vencedores

para, hundiéndolos en nuestra blanda materia, alzar

el temerario vuelo.

Para que fulja su prestigio,

necesitan que soportemos su desprecio, que exultemos

en nuestra humillación.

Para que brille lo demás,

debemos dar la contrafaz opaca: sin nuestra sombra,

la luz sería menos luz.

Nos arrastramos, nos retorcemos contrahechos,

para que Apolo implante su belleza.

Y aquí estamos: oficinistas, mecanógrafas,

astrosos mendigos, barrenderos de calles mustias,

carteros, vendedores de frutas, estibadores infinitos,

poetas ignorados, artistas sin duende,

mozos de restaurantes, actores de reparto,

solteronas transidas de decoro,

disimulando el agujero en la suela, el cuello raído,

cubriendo con sobretodos grises la impresentable chaqueta,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

120

con bufandas mohosas la desvaída corbata.

Sin nosotros, no seríais excepcionales, ¡oh triunfadores!

Sin nosotros, vuestro mundo, victorioso, resultaría

monótono y frío.

Sin nosotros, ¿qué fulgor tendrían el ministro recién

posesionado,

el general de la república

o la dama de sociedad?

Somos el fundamento del triunfo, la materia esencial

de todo esplendor.

Sin nosotros, nada seríais, ¡oh otros!,

¡seríais los nosotros de otros vosotros cualesquiera!

Porque somos la piedra angular de toda grandeza,

la sustancial tristeza en que puede el mundo fundar

su vindicativa alegría.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

121

Matilde Espinosa (1912- )

Mi Sombra

Como si un viento grande agitara sus ramas,

mi sombra es lo mejor que va conmigo.

Es mi segundo juego

lo mismo que el payaso

batiendo su cabeza contra el suelo.

Mi sombra es casi hermosa

en las primeras horas cuando el sol

igual que una joven

alta, delgada y fina nos cautiva.

Mi sombra es una abuela vacilante,

nada tal vez cuando la noche llega.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

122

Matilde Espinosa (1912- )

La Noche sin Aroma

La mesa, el mantel blanco.

El vaso navegante solitario.

El y ella sin palabras.

La noche sin aroma, lejos de su calor,

la chimenea ardiendo, ardiendo,

nostalgia de los pobres

recubriendo su frío con estrellas azules.

El y ella, mundo partido en dos,

ciegas inmensidades

donde palpita solamente una

tenaz condensación de soledades.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

123

John Fitzgerald Torres (1964- )

Historia

El hombre edifica su casa con la ayuda de dios y del diablo

y con la ayuda de dios o del diablo

la amuebla con trozos de muerte

con trozos de su corazón

de sus huesos

El hombre está lleno de terror mientras mira cómo crece

de sus manos la casa

cómo en ella se enciende una luz

cómo germina tras sus muros el silencio de sus hijos

El hombre echa su cabeza a rodar, su sangre

a rodar

compone su casa sin hacer muchas preguntas

—dos o tres, a lo sumo—

Y solo, con espalda con heridas con inventos,

el hombre levanta su casa

con desesperación con dolor con sudores, en la oscuridad,

el hombre construye su casa

... y un día le dejan afuera

afuera,

al pobre hombre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

124

Gabriel Jaime Franco (1956- )

Poemas de Guerra

V

Y es un país el que desciende hacia los tristes hangares de los muertos

desde las altas zonas del crimen A su triste cortejo opongo

una voz quebrada, un cansancio de sueños rotos

desde las dulces praderas de la infancia hasta los días coronados de lutos. Y es mi sueño el que desciende

hacia negativos vocablos desde las altas cimas del amor.

VI

En la noche, y a sí misma cercada por el miedo,

la ciudad desciende al día circundada de esperanzas. Pero preguntad por el cielo

en las tristes mansiones de dolientes, preguntad por el amor

en los sucios hospitales donde un niño parpadea por última vez

bajo una irónica luz de sodio y el llanto de la madre

que enloquece de dolor. No preguntéis tampoco,

en este país de políticos y escombros quién fundará el sueño de la luz

después de las eficaces promesas de las bombas. Todos cruzamos por el día

con un muerto cercano al corazón, mientras la ciudad asciende hacia la noche,

circundada de venganzas.

VIII Nosotros libramos guerras interiores

y nuestros son los muertos, las brisas en salmuera,

los ojos inocentes bajo tierras de minio.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

125

Yo no tengo sino palabras, preguntas,

pero declaro una guerra a mi podrida patria.

Amor: no es nuestro el que desciende por el río, entre muertos y sargazos.

Amor: un país espera ascendiendo entre la greda.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

126

Jorge Gaitán Durán (1924-1962)

Siesta

Voy por tu cuerpo como por el mundo Octavio Paz.

Es la siesta feliz entre los árboles,

traspasa el sol las hojas, todo arde, el tiempo corre entre la luz y el cielo como un furtivo dios deja las cosas.

El mediodía fluye en tu desnudo

como el soplo de estío por el aire.

En tus senos trepidan los veranos.

Sientes pasar la tierra por tu cuerpo como cruza una estrella el firmamento. El mar vuela a lo lejos como un pájaro.

Sobre el polvo invencible en que has dormido

esta sombra ligera marca el peso de un abrazo solar contra el destino.

Somos dos en lo alto de una vida. Somos uno en lo alto del instante.

Tu cuerpo es una luna impenetrable

que el esplendor destruye en esta hora.

Cuando abro tu carne hiero al tiempo, cubro con mi aflicción la dinastía,

basta mi voz para borrar los dioses, me hundo en ti para enfrentar la muerte.

El mediodía es vasto como el mundo.

Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,

danza en el sol de todos los colores, cada sabor es único en mi lengua.

Soy un súbito amor por cada cosa.

Miro, palpo sin fin, cada sentido en un espejo breve en la delicia.

Te miro envuelta en un sudor espeso.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

127

Bebemos vino rojo. Las naranjas dejan su agudo olor entre tus labios. Son los grandes calores del verano.

El fugitivo sol busca tus plantas,

el mundo huye por el firmamento,

llenamos esta nada con las nubes, hemos hurtado al ser cada momento, te desnudé a la par con nuestro duelo.

Sé que voy a morir. Termina el día.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

128

Jorge Gaitán Durán (1924-1962)

Cada Palabra

Cuando la muerte es inminente, la palabra

—cada palabra— se llena de sentido.

La sentimos nacer al fin grávida, indispensable.

Esplende lo que por años había sido nuestra duda:

su fasto, conquista del mundo.

Nombramos la centella que nos mata:

el mundo es una palabra.

No hay tiempo entonces que perder y esta experiencia

última, única nos resarce de toda patria.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

129

Jorge Gaitán Durán(1924-1962)

Si Mañana Despierto

De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera

llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo

que el sufrimiento concede para que digamos la palabra.

He ganado un día, he tenido el tiempo

en mi boca como un vino.

Suelo buscarme

en la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche.

Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes

a quien la dinastía, el poder, la riqueza, el genio,

todo le han dado al cabo, salvo la muerte.

Es un enemigo más temible que Dios,

el sueño que puedo ser si mañana despierto

y sé que vivo.

Más de súbito el alba

me cae entre las manos como una naranja roja.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

130

Jorge Gaitán Durán (1924-1962)

Sé que Estoy Vivo

Sé que estoy vivo en este bello día

acostado contigo. Es el verano.

Acaloradas frutas en tu mano

vierten su espeso olor al mediodía.

Antes de aquí tendernos ni existía

este mundo radiante. ¡Nunca en vano

al deseo arrancamos el humano

amor que a las estrellas desafía!

Hacia el azul del mar corro desnudo.

Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo;

nazco en el esplendor de conocerte.

Siento el sudor ligero de la siesta.

Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta

en que más recordamos a la muerte.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

131

Jorge Gaitán Durán (1924-1962)

No Pudo la Muerte Vencerme

No pudo la muerte vencerme.

Batallé y viví. El cuerpo

infatigable contra el alma,

al blanco vuelo del día.

En las ruinas de Troya escribí:

"Todo es muerte o amor",

y desde entonces no tuve

descanso. Dije en Roma:

"No hay dioses, sólo tiempo",

y desde entonces no tuve

redención. Callé en España,

pues la voz de la ira desafiaba

al olvido con mis tuétanos,

mis humores, mi sangre; y

desde entonces no ha cesado

el incendio.

De reposo

le sirva tierra extranjera

al héroe. Cante fresca hierba

como abeja del polvo por sus

párpados. Yo no me rindo:

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

132

quiero vivir cada día en

guerra, como si fuera el último.

Mi corazón batalla contra el mar.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

133

John Galán Casanova (1970- )

Regreso del Pródigo

Ningún licor

ni siquiera éste que mi padre

gozoso de mi regreso, me brinda

embriaga la ansiedad

que me incitó a partir un día;

el vientre

de las mujeres extranjeras

tampoco la detuvo.

Ahora

que me encuentro limpio

ornado con hermosos atavíos

y mientras los sirvientes

aderezan el lomo de la bestia

degollada en mi honor

resiento

la sonrisa presuntuosa del gentío

orgulloso de mi fracaso

y el gesto hosco de mi hermano

quien no perdona que nuestro padre

me haya perdonado

pero sobre todo

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

134

me tortura el corazón amoroso de mi padre:

cuánto sufrirá mañana

al enterarse que lo abandono de nuevo,

nunca podría comprender

por qué prefiero dejarlo

y largarme a cuidar cerdos

...

Con la minuciosa laboriosidad de una madre,

recorro esta casa.

Me tardo en cada sitio.

Registro cada rincón,

todo me resulta extraño.

Ningún recuerdo le calza a la situación actual de mi alma,

ni la nostalgia,

ni el hastío,

me deparan la posibilidad del pasado.

Si éste es el lugar donde he vivido

me pregunto entonces

en qué lugar habré muerto.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Orlando Gallo (1959- )

El Odio

Frente al espejo

mientras te afeitas

imaginas ese acto

ayer

(entonces también rutina)

en el hombre que hoy enterrarán.

Puedes casi oír

la frase del sujeto gordo en la penumbra,

ver la mano en el gatillo

y los billetes asomados

en el bolsillo de una chaqueta.

(También las imágenes familiares

pasadas por la televisión

donde jugaba confiadamente con sus hijos).

Al salir de casa

no puedes evitar sentir ensangrentadas

las manos con que abrazas a tu hija

por ese odio que se ha despertado en ti

y sobre todo por el deber que tienes ahora de avivarlo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

136

Octavio Gamboa (1923-1990)

El Paisaje

De tanto mirar nubes cambiando de colores

en los atardeceres apacibles del valle,

de tanto ver la luz rosada en el nevado,

lentamente el anciano se convirtió en paisaje.

Se despidió confuso de todos sus amigos,

dejó razones vagas para sus familiares,

quemó cartas que un día olieron a violetas

y se integró al proceso secreto de la tarde.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

137

Eduardo García Aguilar (1953- )

Pena del Extranjero

Ciertos caminos conducen a las ciudades iluminadas.

Después de viajar y viajar sin rumbo preciso

encuentras un recodo y observas destellos

de mil focos, el ajetreo de una ciudad desconocida para ti.

Es más fácil entonces sortear precipicios,

vadear ríos caudalosos,

selvas húmedas en donde te acechan fieras y zancudos.

Cada día que pasa vez más cerca la ciudad de las luces.

Algunos de sus templos se perfilan en el horizonte

y puedes escuchar la música que se interpreta en sus plazas.

Vienes de otro mundo y llegas a uno nuevo.

Mil brazos salen a recibirte en triunfo

y las trompetas resuenan para el extranjero.

Quien llega no podrá volver al sitio de partida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

138

Fernando Garavito (1944- )

Son Neto

Leviatán devorado no es devoto

de Job ni de Jonás. Es una pena:

Jonás hecho papilla de ballena

no columbró jamás tanto alboroto.

No columbró, comida flor de loto,

ser tragado, pasado, ser avena,

para ser escupido, inútil cena

de huesos sin señal de hueso roto.

Yo comido, escarbado, ese es mi sino:

soy un ocho acostado, triturado,

soy viajero de vientre vespertino,

mondadientes sin pan, sal ni salvado.

¿Allegro ma non tropo? Cruel destino.

Simulo ser feliz. Soy desgraciado.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

139

Gustavo Adolfo Garcés (1957- )

El Premio

Tal vez algún día

a un grupo de poetas

jurado de algún concurso

le gusten mis poemas

y me den un premio

lo celebraré

con mi esposa y mi hija

y me emborracharé

con los amigos

los compañeros de oficina

se enterarán

de que escribo poesía

mi padre pensará

que es toda una efemérides

y se tomará unos aguardientes

especialmente sabrosos

Dios mío

no permitas que mi madre

ya se haya ido ese día.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Jaime García Maffla | (1944- )

La Escritura

Para Sara y Guillermo Mojica

Cuando se escribe

ya sin afán de decir cosas,

ya sin deseo de saber más cosas,

ya sin deseo de escribir.

Cuando se escribe lejos

del lugar a donde irá lo escrito,

lejos de las palabras

y lejos de quien ha de leerlas.

Cuando la página no escrita

dice más que las líneas

y lo blanco es lo escrito.

Cuando al azar se escribe.

Cuando se está más cerca

del silencio y las horas,

de los signos del cielo

que de las letras de los libros.

Cuando se escribe algo

sin afán de enseñarlo

aunque escrito para alguien.

Cuando sin escribir se escribe.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

141

Cuando ya no se quiere

escribir ni oír las voces,

ni decir nada,

ni se puede querer lo que se dice.

Entonces las palabras

serán la compañía toda y sola,

serán esa palabra

que hemos de oír de labios del silencio.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

142

Jaime García Maffla (1944- )

Al Poeta Para Juan Manuel Roca

Lo que debes hacer es bellos versos,

dijo en silencio el ángel al poeta.

De tus canciones la fuente secreta

sean: el suave decir que hace los tersos

pliegues de las palabras, los secretos

ecos de voces santas, la discreta

historia de tu alma y la violeta

mirada por tus ojos. Bellos versos

que hablen de antiguos cielos y de horas

amadas y de seres que te amaron

y de vuelos de hadas misteriosas

que a solas pasan cuando a solas lloras

por lo que con la infancia te quitaron.

Lo que debes cantar es bellas cosas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

143

Jorge García Usta (1960- )

No Hay más Cielo que éste

No hay más cielo que éste

ni trapo con qué tocarlo,

bajo él ocurren el hombre y la casa,

el sorbo y el suspiro,

bajo él hay una silla para narrar la gracia

y un caballo para estropear el aire

y un recuerdo para sangrar familias.

Pero hay mucha gente sin nombre

y muchos oficios rencorosos

y mucha tierra rota.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

144

José Luis Garcés González (1950- )

Inventario

Por diversas razones

no nos dimos todo el amor en vida.

Ahora, entre tú y yo,

hay una reja

o unas flores del camino

que se cambian el sol de los domingos.

El centro de mi camisa

palpita con mi culpa,

atosigado de sombras

que ya no tienen retroceso.

¡Ah! ¡Qué amargo beber el vino tardío!

El crepúsculo amenaza

y yo me pregunto:

¿Qué haré con el amor que no usé,

qué pasará con la conversación

que acordamos y nunca comenzamos?

Aunque la muerta seas tú,

el derrotado soy yo.

Y derrotado para siempre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

145

Víctor Gaviria (1955- )

El Poeta Vuelve a su Casa

No sé qué pensar de esto:

debía volver temprano a casa,

porque he tomado la costumbre de escribir por las mañanas,

pero todavía permanezco con ustedes,

el estómago haciendo saltar el último botón de la camisa.

El poeta no debe ser un héroe, lo sé.

A veces me emociono y digo,

con voz distinta y grave,

la palabra misterio, que hace brillar mis ojos

con un deseo resucitado.

El poeta no debe creer en demasiadas cosas,

lo sé...

Luego hablo de hombres purificados,

lanzados desde el puente a un río de aguas oscuras,

hombres que llevan un destino hasta la muerte.

El poeta no debe dar ejemplo, lo sé.

Es conveniente que apenas tenga vocecita.

Que toque la puerta de su madre y nadie abra,

que no haga habitable su apartamento para siempre,

que no tenga gatos ni perros,

que no haga fértil su jardín.

No sé qué pensar de esto.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

146

Eduardo Gómez (1932- )

A una Vieja Servidora

A Anita Espitia

Sus manos labradas por cuchillos de cocina

y su cuerpo gastado y seco por madrugadas y rezos

ha tiempo que han ganado indulgencias para algún cielo.

Su corazón tan sólo tuvo el afecto de los pájaros

y el cuidado de las jaulas, de la estufa y de las flores.

Cuántas veces sollozó a solas por algún amor remoto

en su cuartico de monja sin hábitos ni prebendas.

Esta ternura humilde siempre sirviendo a los otros

esta santa del común que se quedó sin altares ni ofrendas

y que dejó a los suyos para envejecer en casa extraña

ha tiempo que ha ganado indulgencias para algún cielo

pero los cielos son arrogantes y no se dan por enterados.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

147

Francisco Javier Gómez Campillo (1968- )

Templo

Para tus ojos he encendido mis vastas cúpulas

los inmensos vitrales espaciosos

las poderosas columnas de luz de piedras

Como una muchacha me he adornado

Para ti he permanecido solo e inviolado

He preparado y perfumado mi silencio

Para tus ojos he desnudado las vírgenes

que lloran en mis altares de oro

Para ti me he llenado de resplandores

Para tu presencia me he desolado

Llenas están mis ánforas de perfumadas tinieblas

Como una doncella he dispuesto mi desnudez

para que en ella te contemples como eres.

Todas mis lámparas sollozan

Todos mis cirios arden

Pronto sabré de tu rostro.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

148

Raúl Gómez Jattin | (1945- )

El Dios que Adoro

Soy un dios en mi pueblo y mi valle

No porque me adoren Sino porque yo lo hago

Porque me inclino ante quien me regala

unas granadillas o una sonrisa de su heredad

O porque voy donde sus habitantes recios

a mendigar una moneda o una camisa y me la dan

Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán

y lo nombro en mis versos Porque soy solo

Porque dormí siete meses en una mecedora

y cinco en las aceras de una ciudad

Porque a la riqueza miro de perfil

mas no con odio. Porque amo a quien ama

Porque sé cultivar naranjos y vegetales

aún en la canícula. Porque tengo un compadre

a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio

Porque no soy bueno de una manera conocida

Porque no defendí el capital siendo abogado

Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie

que me lava el alma Porque nací en mayo

Porque sé dar una trompada al amigo ladrón

Porque mi madre me abandonó cuando precisamente

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

149

más la necesitaba Porque cuando estoy enfermo

voy al hospital de caridad Porque, sobre todo

respeto sólo al que lo hace conmigo Al que trabaja

cada día un pan amargo y solitario y disputado

como estos versos míos que le robo a la muerte.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

150

Raúl Gómez Jattin (1945- )

Me Defiendo

Antes de devorarle su entraña pensativa

Antes de ofenderlo de gesto y de palabra

Antes de derribarlo

Valorad al loco

Su indiscutible propensión a la poesía

Su árbol que le crece por la boca

con raíces enredadas en el cielo.

Él nos representa ante el mundo

con su sensibilidad dolorosa como un parto.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

151

Raúl Gómez Jattin (1945- )

Conjuro

Los habitantes de mi aldea

dicen que soy un hombre

despreciable y peligroso

Y no andan muy equivocados

Despreciable y peligroso

Eso ha hecho de mí la poesía y el amor

Señores habitantes

Tranquilos

que sólo a mí

suelo hacer daño.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

152

Fernando Herrera Gómez

Russian River

Sobre la verde lentitud del agua,

madurada por el drástico verano,

una hoja amarilla de sauce me revela

que ese sofocado paisaje

que huye y que se queda, es un río.

También sé, por la trucha que salta

a cazar un insecto, que el agua está viva

y que es misteriosa y clara,

y que lejos, muy lejos,

para que esto suceda,

se abrazan los astros.

Desnudo, tendido sobre la arena,

humildemente,

como otro animal cualquiera,

también yo festejo el verano.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

153

Fernando Herrera Gómez

En un Balneario

Es conmovedora

la ingenua arrogancia de estos seres

a quienes la luz esplendente del verano

ha congregado en la playa.

La fatiga de las labores

no es razón suficiente

para que la atribulada especie humana

se agrupe desnuda

en las gastadas orillas de la tierra.

Mandatos poderosos y antiguos

que dictan la sangre y las estrellas

hacen de nosotros

adorables bestias migratorias.

Aquí estamos todos,

ungidos por bálsamos superfluos,

en una frívola actitud que oculta

nuestra obediencia de rebaño.

Hemos descendido desde las borrascosas cumbres del planeta

para beber un poco de la luz sagrada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

154

Óscar de las Hernández

Las Contadas Palabras

Escribe hermano, escribe

para que hagamos un poema,

pero ha de ser escrito con las manos,

con nuestras manos de hombre.

¿Y por qué así un poema, con tan pocas palabras?

Porque todas las cosas deben hacerse así,

como Dios hizo al mundo,

con su fe, con sus ojos y con su voluntad.

Además, conocemos apenas muy contadas palabras,

sabemos dos, o tres o cuatro...

hombre, caballo, alambre, arroz.

Que digan los poetas:

atardecer, crepúsculo, navío;

nosotros no entendemos más que cuatro palabras,

la última es arroz.

Hay que escribir para los hombres,

para el ladrón y para el santo.

Los hombres del mundo dicen sencillamente:

hombre, caballo, alambre, arroz.

Que este poema, hermano,

sea claro a los ojos de los que no comprenden:

atardecer, crepúsculo, navío.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

155

Y es que todos los hombres, iguales a nosotros,

entienden solamente:

hombre, caballo, alambre, arroz.

Desde la humilde esquina de mi casa

mi mano grande dice adiós

y se mueve en el aire para todos.

Decid conmigo, amigos:

hombre, caballo, alambre, arroz.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

156

Andrés Holguín

Soneto a mi Manso

Aún tienen sal las manos de tu dueño. Lope de Vega

Las manos de tu dueño todavía

tienen sal. Vuelve, manso, a mi cabaña

y deja de vagar por tierra extraña

que sin ti la montiña está vacía.

Antes me despertabas cada día.

Creyendo oírlo aún cada mañana,

tu mugir ternezuelo me acompaña;

regresa ya, ven pronto a la alquería.

¿Qué haces, mi manso, lejos de tu fuente,

lejos de tu redil y de tu dueño?

Escapa sin tardanza de esos llanos

donde yerras sin rumbo. Nuevamente

con tu mugir despiértame del sueño

y vuelve a comer sal entre mis manos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

157

Alberto Infancia Hoyos

Infancia

A través de la infancia fuimos tiempo,

doblando días, reclamando mañanas que llegaron

y se nos fueron por entre los sueños.

Pero hoy, que estoy rumiando mis días iniciales

y viajo en mi memoria por su campo,

campo de soledad y de amargura

como zumo de hiel atragantada

en algún corredor de nuestra vida,

que sale al paso a dejar otro sorbo

de algo que fue, que está cuajando olvido,

hoy recuerdo los días de mi infancia

mirados hacia atrás, hacia mi espalda,

hacia la soledad de muchas cosas,

cosas de ayer, del tiempo y de mi sangre.

Miro y remiro lo que fue gastado

tratando de encontrar lo ya perdido

y sólo hallo cenizas de mí mismo.

Hoy yo quiero viajar hacia mi infancia

hacia la antigua luz, el primer gesto,

hacia el primer asombro ante los árboles

y los ojos del niño de la esquina.

Pero hoy que fluye sonámbula mi ruina

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

158

porque en el alma el tiempo apelmazado

costra formó de tanto tiempo encima.

Hoy recuerdo mis días iniciales

que murieron usados a mi modo

quemados en mis labios y mis huesos,

hoy que piden buscarse nuevamente,

sólo encuentro

que hoy recuerdo los días de mi infancia

al fondo, entre un sol sin edad, leve y dorado,

muriendo en los pastales y en las eras...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

159

Gustavo Ibarra Merlano

Conmemoraciones

1

Estoy usado como piedra de lecho.

Los bordes ensombrecidos de la vida.

Yo concilio las expoliaciones del tiempo

desde que te has ido. Estás lejana porque el incendio

es la ausencia del bosque. Mi vida

sobre la herida de tu muerte.

Subsanándote. Estoy como el algodón

en la boca del agonizante. Tú me prestas,

usas mi transcurso, lecho de estrago

navegando por tus aguas. Sólo cuando muera terminará tu muerte.

Rosa oscura de la nada yaces

a orillas del silencio.

2

Estas mismas campanas sonarán

el día de mi muerte. Pensaré entonces:

"Ese día estaba vivo". Bronces entreabiertos

en la vida y en la muerte. Hago gestos.

Los gestos que tendré cuando muera. Inauguro

el silencio venidero. Yo sé los tientos

que me das. Entras poco a poco.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

160

La muerte es una pura insistencia.

De pronto advertimos que estabas allí

como amigo reconocido en una sala.

Y nos miras en la pestilencia de los espejos.

3

Como pájaro herido por la luz

de opuestos puntos cardinales que vienen de cielos distintos

y lo hacen girar movidos por el impulso de sus desemejanzas,

enamorado del espacio simultáneo.

Quién bebió tanta ansia de luz.

Quién fue discernido por opuestas transparencias.

Fulge el arcángel en la indecisión

anulando el vuelo antecedente. Se precisa embriaguez

para anular el peso y herir la distancia.

La luz es la distancia agitada por la transparencia

de tus alas. Todo vuelo es excesivo.

4

Yo vivo pero tú eliges

los días del tiempo. Prometo volver a este día

cuando muera. Te corona

la nada opulenta. Tu cabellera

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

161

materia espesa, perturbad

por la gravedad. Oigo el grito

de los marjales exasperados. Náufrago y ahogado

en tu muerte. Miro los techos salobres de la ciudad. Las tejas

sucias de tiempo y lluvia. Y el sudor de las pasiones vividas en los aposentos. No conoces tus abismos. Pero hay ojos que habitan la tiniebla y te perdonan.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

162

Jaime Ibáñez

El Hospital

Un bálsamo se eleva de sus manos

y la fértil guadaña se detiene,

o mil veces retorna donde tiene

oficios tan funestos, tan oscuros.

No es menester hablar de la pureza

del bisturí que en este campo esgrime

la razón de existir; su forma imprime

a la sangre en alientos y en belleza.

Quedos los pasos y las voces quedas,

blanca la blusa, blanco el pensamiento,

todo con la blancura de la seda.

El hombre entrega al hombre otro momento

de su mísera sangre, sin que pueda

la muerte detener su movimiento.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

163

Miguel Iriarte

Escribe tu Dolor

Cuando un hombre recibe

ciertos desprecios en el sexo

y algo le hace dudar de la sangre de sus hijos.

Cuando nada le importan ni la angustia ni el tiempo

que riegan al descuido cuchillas por su cara.

Cuando no basta su absoluta pobreza

ni los tesoros mal habidos de su herencia

ni su trabajo ejemplar entre los hombres

ni su comprobada inteligencia

para sentar en sus piernas las tres gracias de la noche,

y llevar hasta su boca el cotidiano pan

de la mujer que besa.

Cuando ese hombre...

¡oh Antonio Macareno!

¿para qué te levantas cada día?

Cielo que se derrumba

agua podrida

escopeta mojada

roja es la hoja

¡Escribe tu dolor!

Darío Jaramillo Agudelo

Razones del Ausente

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

164

Si alguien les pregunta por él,

díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa

acaso ya nadie reconozca su rostro; díganle también que no

dejó razones para nadie, que tenía un mensaje secreto,

algo importante qué decirles

pero que lo he olvidado.

Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra

parte del mundo,

díganle que todavía no es feliz,

si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se

fue con el corazón vacío y seco

y díganle que eso no importa ni siquiera para la

lástima o el perdón

y que ni él mismo sufre por eso,

que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en

él mismo, que tantas cosas que vio

apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,

díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios,

en un día de sol, díganle que hubo palabras

que le hicieron creer en el amor y luego supo que el amor

dura lo que dura una palabra.

Díganle que como un globo de aire perforado a tiros, su

alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

165

siquiera está desesperado y díganle que a veces piensa

que esa calma inexorable es su castigo; díganle que ignora

cuál es su pecado y que la culpa que lo arrastra por el mundo

la considera apenas otro dato del problema

y díganle que en ciertas noches de insomnio y aún en otras

en que cree haberlo soñado,

teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que

le queda y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz

y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho

de vino en noches de lluvia

siente cierta alegría pueril por su inocencia y díganle quien

esas ocasiones dichosas habla a solas.

Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas

en sus ojos

y una planta de moras sembrada en su estómago y una

serpiente enroscada en su cuello

y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida

honradamente,

de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas

ceremonias en las que no creerá y díganle que se llevó

consigo algunas supersticiones, tres fetiches,

ciertas complicidades mal entendidas y el recuerdo de dos

o tres rostros

que siempre vuelven a él en la oscuridad y nada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

166

Darío Jaramillo Agudelo

Arte Poética Una: La Palabra

Estamos de acuerdo:

por una vez concedamos que ustedes, los poetas,

tienen la razón; que tienen

toda la razón; sí, las palabras

se gastan, las palabras

envenenan todo lo que tocan.

Digamos que acertaron, que dieron

en el blanco, que cogieron

la cosa por donde era;

digamos que hay palabras metálicas

que si caen desde cierta altura

pueden matar a una persona

y que hay palabras en forma de ceniza

que explotan como pólvora,

y que hay otras palabras que son flores

que se marchitan en un día

—como las de este verso de doble faz,

útil para floreros y promesas—

y que hay otras que se huelen y se tocan y se miran

y palabras detergente

y palabras perfume y que también está la palabra

silencio. Digamos, en fin, que hay palabras

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

167

como la palabra caravana o la palabra

sombra, sin mencionar la conocida

rosa. Pero ya estamos llegando

al límite. Las palabras, son palabras, poeta,

y yo no puedo hacer nada por ustedes.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

168

Samuel Jaramillo (1950- )

El Murmullo del Río

I

Pienso que es mejor que sequen el río para que no se oiga tanto.

Es que su rumor no viene solo sino que arrastra enormes troncos semi sumergidos,

cadáveres silenciosos de criaturas extrañas, el recuerdo oscuro de mi padre

que también batalla entre las espumas del olvido y muchos más despojos de las tierras altas de la infancia

que yo veo pasar flotando lentamente sin comprender del todo.

II

Es mejor que sequen el río porque él corre a través de un territorio

casi borrado por la lluvia. Un territorio que se aleja más y más,

ya casi sin cuerpo y sin peso.

III

La cantinela del río contra las piedras me engaña porque me habla de una tierra

donde no tengo que arrastrar con mi orfandad. Los árboles, el agua, los otros niños,

todos son mi padre y mi madre. Todos me llaman por mi nombre

en ese país verde y mojado.

IV

Cuando agobiado por el quebranto cierro mis ojos endurecidos de hombre,

vuelvo a escuchar el canto suave de ese río que me susurra la palabra destierro.

V

Es por eso que pienso que es mejor que sequen el río, para que no se oiga tanto su murmullo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

169

Jaime Jaramillo Escobar

Teoría

Observo la flor, observo al niño: la eclosión de sus tejidos, nuevos bajo el sol, sus delicados colores:

Dentro de cinco mil millones de años, cuando el

sistema solar haya hecho explosión, con el Dios en su centro,

Toda esta delicada, fina, infinita paciencia de laNaturaleza para formar un pétalo de rosa,

Iniciándolo como lengua de ángel, apenas visible e

impalpable, seda de aire asutilada, coloreada levemente, levemente perfumada,

El pétalo que aparece rosado entre las hojitas verdes y el cielo azul,

verdes de rosa, azul de Dios,

El pétalo con su tersura, con su claro e inocente brillo de alegría, pétalo, pétalo, pétalo, que se entreabre para verla

mañana acariciado

por la frescura del rocío, Pétalo el único, precioso e irrepetible, con una gotita iridiscente temblando en el borde, junto a una espina cariñosa,

acabada de despertar de su sueño de siglos,

El pétalo que resume la continuidad y la renovación y la unidad, la memoria y la gloria del Universo,

Pétalo sagrado, tan frágil y casi inexistente y tan robusto

el primer día de su creación, expresado en candoroso rubor,

El pétalo cabeza de niño, empajarado, pequeño caimán, becerro no nato, dorada cola de lagartija, blando pétalo en el

aire que se aparta para verlo, se acerca para tocarlo, lo protege, lo acoge, le abre dulce espacio, lo envuelve, lo refresca, lo besa, no por nada sino porque sí, porque ese es su gusto, el aire que gusta del perfume de la rosa, el aire inocente como todos los

habitantes de la Tierra.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

170

Dentro de cinco mil millones de años, cuando el sistema solar haya hecho explosión, con el Dios en su centro,

Ya para entonces habrá desaparecido esta delicada, fina,

infinita dedicación de la naturaleza para inventar el pétalo de rosa, el tierno alacrancito impoluto, la escolopendra virgen

bajo el calor árido de la piedra, tocando apenas el rosado pie de un niño que se ha aventurado hasta allí en medio de la inocencia del mundo, mansa y expectante en el aire de las rosas, la casta

escolopendra de patitas de miel.

Todo lo venenoso guarda su veneno inocente e inofensivo, todo lo perjudicial permanece replegado, el mal se queda

en su sitio, ocupado en perfeccionarse, hasta que sea llamado precisamente por el bien, que no puede vivir sin el mal.

Dios el Único, tal como lo inventa la Teología, tendría

que contener a la vez todos los atributos y por lo tanto sería infinitamente bueno e infinitamente malo. Como estos atributos

se anulan recíprocamente, fue necesario atribuir la maldad a un semidiós del mal, quien desde luego podría haber sido al instante aniquilado por Dios Todopoderoso, que, sin embargo se desentendió de hacerlo por algún chantaje que se le ocurrió

a Satanás, y con el enfrentamiento de los poderes del bien y del mal se ha causado más daño, mucho más, que con haber

reconocido desde un principio la inocencia del mundo.

El mundo dice: Soy inocente, y continúa lavándose las manecitas en la Vía Láctea con jabón Pilatos, entibiado por el Sol, mundo sin mácula, todos los días nuevecito y acabado de bañar y de besar por Dios, mundo desprevenido, en el que si

lloramos es para limpiar los ojos.

Los que se sienten culpables derraman su culpa sobre los demás para que les ayuden a llevarla, y como hubo Uno que se atrevió, pretenden que no habrá de faltarles Otro que también

se atreva, y para eso han requerido todo un ejército de lavadores de culpa para que el mundo pueda amanecer cada día perdonado,

planchado y perfumado con lavanda a los ojos de Dios, a quien hasta hoy sólo le hemos dicho mentiras como a buen padre alcahuete, y si no fuera así lo aborreceríamos y nos iríamos

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

171

de la casa, posiblemente a fumar marihuana con Satanás.

Satanás también es inocente porque él no tiene la culpa de ser Satanás, como no la tengo yo de ser Jaime. El simplemente está prestando un servicio, el servicio que le solicitaron, y loja prestado a las mil maravillas, un servicio difícil, ciertamente, de modo que el Todopoderoso le debe estar eternamente

agradecido y al final su justicia divina lo premiará con un lugar muy especial en el súper-cielo, y lo coronará de gloria a su

diestra por los siglos de los siglos, sus cuernecitos enguirnaldados y su cola adornada de rosas porque en el Cielo

nada es imposible como no lo ha sido en la Tierra.

Con san Adolfo Hitler, san Atila, san Nerón y san Presidente Reagan, san Satanás se reirá eternamente de

Centroamérica y de Suramérica y del resto del Tercer Mundo y el Todopoderoso no podrá llamarles la atención porque ya están en el Cielo y si a uno lo regañan también en el Cielo

entonces no sería el Cielo.

Y la rosa no se marchitará en las manos de Satanás y el ángel bailará con la hiena y es esa suprema armonía lo que se llama Cielo, que antes se llamó Paraíso y estaba en la Tierra,

pero lo perdimos por culpa de los hebreos que decidieron ponerse a vender las manzanas sagradas.

Han establecido los psicólogos que nunca se realiza acto

alguno con intención de obrar el mal. Luego el mal no existe.

El exterminio de los judíos se consideraba beneficioso para la humanidad por aquellos que lo intentaron y todavía hay

quienes lo consideran así.

La antigua matanza de los inocentes tuvo el buen propósito de preservar el reino de la tierra contra el reino del cielo, que

descendía amenazante.

La muerte de Cristo fue un acto absolutamente necesario, reconocido así por la misma víctima, que a eso precisamente

había venido, y su única frustración hubiese sido que le negaran la cruz.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

172

Las dos grandes guerras mundiales estuvieron inspiradas en la buena intención de enviar cuarenta y cinco millones

de almas al cielo, el más grande proyecto piadoso que vieron los siglos, ejecutado con pleno éxito.

Y así indefinidamente, para no hablar de los ataques

animales, que eso se comprende por naturaleza.

Y ese perverso pétalo de rosa que no es más que un engaño y un fraude, belleza aparente para esconder lo efímero

y mortal, pétalo solapado, de fingida inocencia, que se hace el santo escondido en la fronda del jardín para decirle a la espina envenenada que me hiera cuando pase ese ingenuo, pérfido

pétalo de rosa, mentiroso y banal, pétalo asesino.

Siquiera que dentro de cinco mil millones de años habrá dejado de existir y volverá la paz al mundo sin su presencia

incómoda y culpable,

Ignominioso pétalo de rosa concebido infamemente para adornar la cola de Satanás.

El uranio, el litio, el cobalto, inocentes estaban en la Tierra,

sin saber nada de sí, pero nosotros los hemos sonsacado, les hemos enseñado malas artes,

Y la bomba explota en su inocencia y aquí se agotan los

argumentos y concluye el poema,

No sin antes decir ¡Oh!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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David Jiménez Panesso (1945- )

Pequeña Oda al Instante Perfecto

Afuera aguardan el deber,

la angustia,

mientras, sentado, alargo los minutos

con un libro en las manos.

No leo o leo muy poco.

Pienso, divago, sueño. No me apresuro.

A veces oigo que me llaman,

suavemente,

sin rigor,

sólo con una pizca de inquietud.

Pierdo el tiempo y no me remuerde.

Justificado por la necesidad

y al abrigo de toda censura

me siento, por fin, libre y solo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

174

Mario Jursich Durán (1964- )

Elegía

Una imagen

la foto

en blanco y negro

muchos

infinitos

años

después

¿Y de qué sirve?

¿Y para qué sirve

en el agua

de los siglos

la

confusa mezcla

de luz

rostros

manos lánguidas

y amor?

(sí: de qué sirve

aquel

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

175

obstinado

irrepetible

silencioso

amor

tantos

increíbles

años

después).

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

176

Jorge Ernesto Leiva (1937- )

Estocolmo

Nuestra casa

queda sobre una roca en Estocolmo,

por sus ventanas entran las canciones

de los marineros ebrios

y un pedazo de mar penetra en nuestro

territorio.

Tengo una mujer

que me sacude el polvo de las camisas

y me perfuma las axilas,

en la fábrica

me alegra la condición de obrero

mi cuello engrasado

y mis brazos oscuros de ferroviario.

Me encanta el color de los cabellos

de la mujer que junto a mí

manipula y aceita una máquina

y me alegra aún más su maternidad.

Nadie suspenderá el movimiento de los cilindros

ni de la rueda que amasa las poleas,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

177

me alegro de todo eso

el horno y la herramienta

la fundición y la convalecencia del acero,

la rigidez del martillo

y el llanto alegre de los tornillos

el espejo de los aluminios

el ruido de la ebullición

y el lenguaje de las canteras,

me alegra, en fin

la adolescencia de las cosas nuevas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

178

Darío Lemos (1942-1987)

Lluvia en la Cárcel

Doris, voy a tragarme la montaña,

voy a beberme la lluvia,

voy a comerme la ciudad. No puedo más.

Ven porque muero de la cintura hacia abajo,

la cabeza está viva para recordarte,

y en esta época de los satélites todavía lloro.

Cae la lluvia sobre la cárcel olorosa a orín

y no tengo nada que me detenga en este viaje definitivo

a la soledad.

Me quedaré aquí si no vienes rápido con tus

pantaloncillos tibios

a salvarme de la pena de muerte.

Ven, reconoce mi rostro de Cristo que condenaron

a un aislamiento;

frío y desolado corro, alcánzame,

duplica los pasos con tus pequeños pies y sube a esta

montaña donde me estoy ahogando.

Ríete en la casa para oírte desde aquí,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

179

sácame los dientes,

miro con tus ojitos chocolates iguales a los míos

que sólo miran los muros de la celda.

Recuerda a tu padre, Boris, y no llores

la tarde que yo muera.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

180

Fernando Linero (1957- )

Mis Hijos Maduran

Mis hijos maduran bajo los helechos.

Ignoran que están en el centro de la tormenta.

Dentro de un ambiente de arroz cocido

en el fondo de la cocina mi mujer pica legumbres.

Ella ignora que está en el centro de la tormenta.

Las espigas que al amanecer puse sobre la mesa

tampoco lo saben.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

181

Fernando Linero (1957- )

Desde la Ventana

Todo el día el sol revoloteó

en los cabellos grasos de los albañiles.

Ahora en los andamios las sombras juguetean

el firmamento resuena

con el cantar de las constelaciones.

Como un general derrotado que a través de la noche

reúne sus huestes dispersas

desde la ventana observo la lumbre de las barcas

veo el fondo de una vida que parece arder

en vano.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

182

Antonio Llanos (1905-1978)

Oh Madre

Brinda arrullo y regazo como el árbol y el ave

a la desolación de mis días aviesos.

La miel de sus palabras desciende hasta mis huesos

con el blando rumor de una lluvia suave.

En su mirar profundo puso Dios con la clave

de la vida, honda urna de castos embelesos.

Se hace pura mi carne al calor de sus besos;

su plegaria es la estrella que dirige mi nave.

Me ha dicho alguna vez que fue triste su infancia,

¡yo nunca le pregunto por las antiguas cosas!,

mas a su voz mi espíritu se llena de fragancia.

Si pienso en su niñez me inunda dulce llanto.

Cuando niña, ¡quién sabe si al mirar unas rosas

su virginal entraña sintió crecer mi canto!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

183

Antonio Llanos (1905-1978)

Elegía con Música de Amor

Yo vengo a interrogaros

dulces cosas amantes

por ella, por mi herida,

por el amor de antes.

Responded a mi llanto

mientras llega la tarde,

decidme su hermosura

corazón suspirante.

Y te pregunto, ahora,

gema viva del aire

en cuyos brazos duerme

el lucero un instante:

si me ha querido un poco

o no ha querido a nadie.

Y te pregunto, flor,

que de estas cosas sabes,

ya que el último pétalo

guarda la dulce clave:

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

184

si puedo hablar de amor,

si puedo interrogarte.

Y te pregunto, luz,

madreperla de ángeles,

hondura en que hacen nido

divinas soledades,

si me buscan sus ojos

cuando el camino parte

hacia el fuego estrellado

que cita a los amantes.

Y te pregunto, tierra,

que mezclarás su sangre

con el vapor del lirio

y el agua azul del aire:

si yo tendré en las mías

las dos suyas fugaces

cuando la noche sea

apagado diamante.

¡Dime, nube de oro,

que yo creo en las tardes!

si en tu lluvia la llevas

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

185

hacia el tranquilo valle

donde suena la flauta

y las bestias pluviales

oyen bajar la vena

del silencio constante.

Coronado de espinas

mi corazón te guarde,

que tuyo he sido, amor,

en espíritu y sangre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

186

Juan Lozano y Lozano (1902-1979)

Farewell

Partir c’est mourir un peu...

Haraucourt

¡Oh indecible dolor, cuando el severo

barco se apresta a abandonar la rada,

y un beso damos en la frente amada,

y no sabemos si será el postrero.

Pensar que por el húmedo sendero

que se abre, nos persigue una mirada,

y sin embargo a nuestros ojos nada

se ofrece, sino el mar, cielo, y acero.

Y la amenaza de olvidar, y un loco

temor, y la canción que nos advierte

que partir es morir, morir un poco.

¡Ah! ¡Si fuera morir! En la partida

se agrega al desgarrarse de la muerte

otro dolor, el de quedar con vida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

187

Orietta Lozano (1956- )

Este Triste Animal...

A este triste animal que me soporta

le duele el vuelo de mi espíritu,

la sagacidad de mi garganta

que huye de la soga,

la escueta salud de mis microbios,

el juego lúgubre de mi carne.

La recolecta está hecha,

la oreja de Van Gogh, para un poema

de agua y de dolor,

un rayo de sol para mi ombligo.

Todos me dieron la palabra

plena de sutiles formas,

todos me dieron el ayuno pleno de sus bocas,

ahora, mis brazos fatigados

recogen las flores funerarias

esparcidas en mi alcoba.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

188

Henry Luque Muñoz (1944- )

Carta a Satán

|Ella debe ir como una sonámbula... Vinicius de Moraes

Te escribo a tu mansión de tinieblas

para contarte lo mucho que sufro sin ella.

Por consejo de tu azufrado pensamiento

la busqué y la hice mía

en un lecho, no de jazmines

sino de estrellas reventadas.

—Hasta los símbolos del cielo fueron cómplices,

azules cómplices de esa locura—.

Tú que hiciste florecer en mi mano

una rosa ensangrentada

para que la pusiera yo por donde cruza su huella,

sabrás cómo devolvérmela,

pues ella se ha ido

y cuando partió ni siquiera miró hacia atrás

para ver cómo me convertía en estatua de ceniza.

Cierra con tu asombroso tenedor

los párpados de los que pasan por su lado.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

189

Que nadie la contemple

como no sean los ojos,

los terribles ojos de mi ausencia.

Haz que cuando se enfrente a los espejos

no vea su rostro sino el mío;

pon una lágrima de fuego en su mirada

para que sienta una gota del mar de lava que me azota.

Pero no la dejes sufrir, Señor:

si tropieza en el camino

tiéndele tu invisible capa roja

para que caiga no en el infierno del desvelo

sino abrasada en mi delirio.

Hechízala metiendo en su bolso un ruiseñor

que en cada pluma lleve grabado

el verso mío para su corazón escrito.

Entra en puntas de pie a los pasillos de su sueño,

píntale los muros del color de mi zozobra,

y si escapa,

muéstrale mi cabeza cercenada

en un plato de olvido.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

190

Viértele en el jugo del amanecer

tus imponderables sales maléficas,

de tal modo que odie para siempre

el sabor de su lejanía.

Señor: ella debe estar leyendo ahora

un libro para vaciarme de su pensamiento,

arrancárselo de sus uñas con tu satánica suavidad;

haz que el silencio

le susurre mi nombre a su oído

y que su saliva le recuerde mis besos.

Pues sin amparo y sin estrella me refugié en su lengua,

su desquiciada lengua

en la que escribí con sangre.

Ella habrá roto mi fotografía en mil pedazos,

reúnelos, Señor,

y arma una luna que se asome a su quebranto.

En ella germinan ligeros decaimientos,

es entonces cuando tu aliento de abismo

puede alcanzar las cumbres:

que si hay candela en su garganta,

sienta que una ráfaga de abandono

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

191

sube desde el corazón

a poner explosiones de tos en su vida;

que si un vértigo atraviesa sus entrañas

sienta que es el niño huérfano

que esconden mis desvelos.

Yo sé que tardíamente conciliar el sueño,

transfórmame en la luz de su lámpara,

en el agua que pasa por su cuerpo

cuando se levanta.

Y deja que apoye mi desamparo

en el filo de sus dientes,

que yo sea las palabras

que entran y salen por su boca.

Señor de las Tinieblas: déjala orar,

déjala que se hinque de rodillas

bajo el cielo,

no la martirices en ese instante

furtivamente pecaminoso,

pues nuestro amor es tan grande

que desde la eternidad vendrán los bienaventurados

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

192

a aprender cómo se ama con loca ceguera

en este infierno de ausencia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

193

Luis Fernando Macías (1957- )

La Muerte de mi Abuela

El recuerdo más lejano es una noche fría,

con su abrigo de lana

la mujer que nos llevaba de la mano

era mi madre.

Caía el llanto sobre los negros

vestidos de mis tías.

En la amplia habitación

lejos de mí

las vigas del alto techo emboñigado parecían

largos hilos donde pendían

los rayos de la opaca luz.

En la cama

iluminado apenas

un redondo rostro de ojos cerrados.

Sobre la sábana

el estirado cuerpo

dos largas trenzas de cabello blanco

ondulaban el amanecer ya quietas.

Alguien sollozando

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

194

guardaba el rostro en un pañuelo

mientras me decía:

murió su abuela.

Entonces comprendí que aquello era importante

y lloré para que mi madre me cargara

pero aun en sus brazos tenía miedo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

195

Gonzalo Mallarino Flórez | (1958- )

Los Párpados Cerrados

Yo te recuerdo primera,

en un jardín verdadero

donde corre una quebrada.

(Y tus párpados cerrados

como abundantes arañas

sobre las mejillas blancas)

No era el jardín que he leído

ni tampoco el que he soñado,

era el tuyo, el verdadero,

el del rosal en la boca,

el de la boca besada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

196

Jaime Manrique Ardila (1949- )

Los Lobos

Los lobos andan en parejas.

Azules en la noche, sus cuerpos

se extienden entre las sombras.

Son sólo dos lobos

pintados en el Museo de Ciencias Naturales

y yo siento gratitud al vidrio

que me resguarda de sus furias.

Los lobos son altos como yo,

aún más altos, y están colocados

al lado de las marmotas y de los conejos.

Los lobos se mueven en un paisaje nocturno,

y la nieve cubre los bosques

y el cielo está empapado de estrellas.

Hay algo que yo quiero preguntarles a los lobos,

y sin embargo no me atrevo.

Los lobos son todos dientes y furia.

Hay un vidrio que nos separa

y, de quererlo, ellos podrían devorarme

en un instante.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

197

Yo también he andado en parejas

a través de una noche oscura.

Este es un rincón oscuro del Museo.

Este es el rincón de las confesiones y de los desvaríos.

Este es el rincón de los lobos.

Esta es la trampa letal al que anda sin guía.

El amor también es un lobo,

es un andar por un bosque oscuro,

es una noche peligrosa con promesas de estrellas.

Es tan sólo un vidrio que nos separa.

Es tan sólo un momento de indecisión

para romper el vidrio y tocar al lobo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

198

Rafael Maya (1897-1980)

Capitán de Veinte Años

Capitán de veinte años,

recién salido del gimnasio

donde la línea de las barras y de las cuerdas

impone sobre el alboroto de los árboles

su limpia geometría al aire libre.

Capitán de veinte años,

virgen como el acero,

y ágil como el viento que mide el campo

pisando sobre los tallos donde se columpia la luz.

Llévame en tu nave ligera,

en la menuda armazón de lienzo y de mimbres

que posa sobre la tierra dando saltos

como las garzas cuando huyen a lo largo del río.

Llévame en tu nave ligera,

¡oh, Capitán!

Vástago de una raza nacida

de las cenizas del mundo, y del cadáver

de todos los dioses sacrificados por el hombre.

Tu alma florece en la pulpa de tus labios

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

199

roja y carnal como el sexo de la nueva alegría.

Tu conciencia es un tejido orgánico

labrado con tu sangre como el pétalo de las flores.

Tienes la fe en el músculo,

y transportas las montañas con un solo grito salvaje.

Capitán de veinte años

llévame en tu nave ligera.

Imberbe Noé de la edad de hierro,

fabricaste tu barca no con maderas incorruptibles,

sino con un poco de aire y de fuego,

y la echaste al espacio, confiado

en el equilibrio de todas las fuerzas sagradas.

Y he aquí que tu nave se mece

del mismo hilo que sostiene los astros.

Desnudo estás de tus vestiduras mortales,

¡oh, Capitán!

Cubre tu cuerpo de ártico ropaje

que destila aceite como la piel de las bestias marinas

y —símbolo de tu fidelidad a las alturas—

del sordo casquete que te oprime la cabeza

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

200

se desprenden dos orejas de galgo.

Capitán de veinte años,

llévame en tu nave ligera.

Como se remontan los pájaros

con el solo equipaje de sus plumas, y llevando una hoja

con la última rama en que se posaron,

así vas a las rutas aéreas

con tu cuerpo alargado en el ímpetu del arranque,

y un último reflejo del verdor terrestre

en tus ojos estrangulados ya por la furia del viento

que te arrebata en su torbellino como a los dioses.

¡Oh, Capitán!

Ni el flanco de las naves

pintadas con los colores de la esperanza o de la ira

por los alegres obreros del agua;

ni las caderas de una mujer ejercitada en el salto

mejor que en las lides del amor antiguo;

ni los ijares de los felinos en celo;

ni la curva de los horizontes celestes,

nada iguala a tu divina máquina provista

de su múltiple corazón resonante,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

201

ávido de la gloria del cielo

y conquistador impetuoso de las zonas azules.

Capitán de veinte años,

llévame en tu nave ligera.

Volaremos por la mañana

como las primeras voces de los hombres.

Mi corazón, prisionero de la tierra

igual que las raíces de los árboles,

batirá sobre mi vida con más fragor que tu hélice,

¡Oh, Capitán!,

recibiendo las convulsiones metálicas de tu nave flotante

como recibió las primeras palabras de amor,

en la noche extinta,

bajo la vibración de los luceros románticos

o en la bermeja alegría de los soles que maduran la hierba.

Sí volaremos por la mañana

purificados en la luz que renueva la conciencia del mundo,

y sólo una nubecilla del mísero polvo originario

dará testimonio de nuestro rapto celeste,

ante los caminos de la tierra

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

202

y ante las montañas distantes.

Y habremos entrado en la vorágine azul, en el éter

que nos traspasará como la luz a las nubes.

Y ya no habrá ni tiempo ni límite

para nuestra alegría, y todas las cosas

serán conocidas en su unidad desde el reino del sol.

Y tal vez... (oh Capitán, sólo mi madre, sólo ella,

pudo entrever esta esperanza bajo la fidelidad de la lumbre

que aclaraba conjuntamente sus manos y mi sueño)

tal vez caigamos en el mar como la luz de todas las tardes,

roto el último cielo que alcanzó la hélice divina,

conocido el último espacio a donde penetró la audacia de fuego,

violado con el ruido de las alas mecánicas

el cósmico silencio en que se mueven las formas

que son puras, bienaventuradas y eternas.

Capitán de veinte años,

llévame en tu nave ligera.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

203

Rafael Maya (1897-1980)

La Espina

De todo cuanto he sido:

del hombre universal que he ambicionado

realizar, vanamente, prolongando

hacia los cuatro lados de la vida

todas las ramas de mi ser, y, a veces,

dando, en sólo una flor, toda la fuerza,

y toda la virtud en un perfume.

De todo cuanto he sido:

del rey ilusionado

—corona de papel, cetro de caña—

que he fingido encarnar, entre las gentes,

sin otro reino que la dura piedra

donde he puesto los pies, ni otro ejercicio

que el callado y constante de las lágrimas;

del mendigo azaroso

que otras veces he sido, recatando

entre guiñapos, la perfecta gloria

de haber robado mi caudal de estrellas

en alta noche y en cualquier arroyo;

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

204

De todo cuanto he sido:

del constructor de nubes,

del fabricante de palacios de humo

que en el desierto alzó torres y cúpulas,

y ha llenado la selva de balcones;

del que sacó las bestias mitológicas

de la dorada cárcel de la fábula

para hacerlas danzar en el tablado;

del bufón y del príncipe

que he sabido llevar, bajo mi capa,

para sorpresa del pesado vulgo;

De todo cuanto he sido:

del viajero que lleva los caminos

y ríos de la tierra, paralelos

al curso de sus venas, y del manso

observador de los tizones rojos

que calientan la cara del invierno,

y descongelan, en el libro amigo

la perezosa flor de la metáfora.

De todo cuanto he sido:

del ambiguo flautista

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

205

que amenizó los inmortales diálogos

de otro tiempo, y del músico ruidoso

que restalla sus cobres en la plaza

para que se encabriten los corceles;

del cantor gemebundo

que hace pasar la luna por las cuerdas

de su instrumento, en el perdido barrio,

y del loco que grita

su razón contra el cielo, y se golpea

imaginariamente con los astros;

de todo cuanto he sido

no conservo ni el hábito ni el cetro,

ni el anillo, ni el látigo,

ni la canción siquiera,

ni ese ligero rastro de ceniza

que deja todo ser, si arde o si muere,

ni una letra perdida en una página,

ni una palabra en el espacio errante,

ni un grito entre la noche. ¡Nada! ¡Nada!

De todo cuanto he sido

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

206

me queda únicamente,

larga, inflexible y empapada en sangre,

esta bárbara espina,

única realidad que sustentaba

la apariencia de todos mis disfraces.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

207

Hernando Rivera Jaramillo (1915-1974)

Adivinanza

No se encontró su nombre

entre los muertos.

Pero murió en el campo

—se estaba desangrando,

herida, malherida,

hasta los huesos—

¡la bandera!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

208

Hernando Rivera Jaramillo (1915-1974)

El Recuerdo

Quizás no fuiste nunca tal como te recuerdo.

Porque he ido quitando cosas de ti, como hojas secas,

y diciendo cantares en las horas tristes en que te pienso.

Es mejor el recuerdo, más justo que la vida y minucioso y bueno.

Por el sendero tu pie he visto pasar lento.

En el agua te escucho, claridad de tu acento,

y en el paisaje, sólo de ti, completo y lleno de tu ausencia, te escucho y te miro y te siento

como en aquel temblor de tu traje de enero.

¡Qué palabra el recuerdo! ¡Nombre de tantas cosas!

Niño de un aposento que pregunta y que toca las cosas que se fueron y aquí te aspira, rosa; y te escucha, silencio;

y te mira, distancia azul, día de enero.

Y juega con su anillo y se ahoga en su espejo

como un niño.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

209

José Umaña Bernal (1899-1992)

Ahora

Ahora, cuando el día se viste de ceniza, cuando el otoño logra ya su fruto perfecto, cuando se muere el rojo estío de las rosas, cuando los crisantemos inauguran su reino.

Ahora, cuando el vino madura entre la sombra y las manzanas logran su plenitud exacta,

cuando la niebla tiende su manto de violeta y el ruiseñor de octubre se despierta en el alba.

Ahora, cuando la tarde se queda en los cristales, temblando, como una mariposa perdida; ahora, en esta luz que se filtra en el aire, y esta niebla sin luz, dulcísima y sombría.

Ahora es el momento para que el huésped llegue y que en el viento suene la llamada del ángel,

ahora es el instante de inclinar la cabeza y decir las palabras que no ha de escuchar nadie.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

210

José Umaña Bernal

La Confesión

El verdugo en traje de sastre me persigue con hilo y aguja por el canalón de la hospedería, pero

yo huyo sobre los hombros del primer botones que cruza la puerta batiente del hotel.

El verdugo presta sus manos y galones a la tropa del crimen de requisa en todos los rincones del

país, pero yo consigo refugiarme entre los brazos abiertos de un busto de mujer.

El verdugo opta por seguirme la pista entre las

ruedas rumorosas de la bicicleta dominical, pero yo escapo doblado como hoja en blanco en el

sobre de una carta de amor.

El verdugo finalmente abre mis cartas, se instala en mi guardarropa, se disfraza de mi vecino,

anota mis pensamientos, permanece bajo mi ducha, duerme al lado de mi mujer.

El verdugo pasa su brazo armado por mi cintura,

ata a mis pies su bala de cañón, disloca mis extremidades en el potro de tortura, y hace que

cante la negra letra de la delación: Ya basta, lo confieso todo: el verdugo soy yo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

211

Carlos Martín (1914- )

Armando Inútilmente las Palabras

La vida en horas el jornal me paga;

monedas hoy que en ilusiones sumo

y que el ayer va convirtiendo en humo

sobre el mañana que engañoso halaga.

Presuroso me abrazo a sombra vaga

y en lucha diaria y en cuidado sumo,

en amores y penas me consumo,

sabedor de que todo al fin naufraga.

Y sabiendo que el corto viaje encierra

tanta miseria en mundo tan pequeño,

con palabras de amor armado en guerra

me defiendo del tiempo en vano empeño

como quien se despeña hacia la tierra

del alto muro de su propio ensueño.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

212

Mario Ribero (1935- )

Balada de las Cosas Perdidas Para Giovanni Quessep

I

Lo primero que se perdió fue la infancia, la infancia que corría con su pie ligerísimo,

la infancia agreste la camada de tórtolas en aquel sauce viejo,

el verano mordido en las guayabas, una cocina blanca

y ese cuarto cerrado, "tal como estaba cuando... y en donde, la incansable ceniza del tiempo

caía con ala lenta, mota a mota... ¿Sigues estando allí, y ahora

casa que ayer fue tutelar, fue nuestra? Yo despertaba y veía a la madre

prender candela con manos agrietadas, por la intemperie diaria, amasar la blancura de la harina

cuando el desayuno estaba servido nos llamaba, Yo, lentamente, me levantaba y me vestía...

Sollozos... labios cerrados... el llanto en los rincones

la pupila asombrada, huyendo de algo adulto ese disco de luz que parecía venir de alguien o algo..

¡Oh pureza! ¡Pureza tantas cosas he debido perder, de marcha, siempre

donde se abría el camino.. Pero de la infancia ¿qué diré de la infancia

Te vas desdibujando, te imprecisas, te azulas...

II

Y hubo la pérdida del primer amor Postigo desaparecido

desde donde el amor y el miedo miraban con mil ojos. Charlábamos bajo los balcones

sencilla abertura por donde derramaban la fragancia, el olor, el respirar amado

del ser que cada tarde se entregaba y cedía... Eran los 18 años

la memoria levantó los lazos bohemios de la bufanda..

Bancos de parque

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

213

tus nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo.. ¡Oh deseos! Embelesos nocturnos..

¡Cuántas noches que no pude dormir, a fuerza de saciarm con ese ensueño que reemplazaba al sueño

Dolor, amor, remordimiento, destinos, años nuestros ¡la misma nota vibra, en distintos acentos!

Tu corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.

Juntos en una sola sombra, mi voz, tu paso, las ansias y los cuerpos,

la sed desconocida... Tú no dirás "Fue él", yo no diré "Fue ella".

Telón de olvido cubre nuestro mutuo temblor. Tu nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,

te leo dulce versos... Estoy mirándome en esos profundos ojos negros,

¡Mi abandonada! Eres otra vez mía. Vuelvo a pensar en ti, y te vuelvo a olvidar.

Te entierro con la tierra de mi sueño perdido, mientras que continúo mi ingrato camino de pasar...

III

Y también se perdieron los amigos, ahora en silencio todos, en la muerte, en la vida,

Rafael Ramírez, prestamista, Noel Morales, el más tierno, Carlos Emilio, el de la voz-de-oro,

Atilano, con una mesa de billar al fondo, y Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,

que fue el primero en sucumbir, partir... ¡Oh compañeros! ¡Oh perdidos! ya no crecen conmigo

desfilan todos con sus pasos coronados de polvo, montan como una guardia de tristeza,

los rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,

mientras yo continúo mi aislado camino de pasar...

IV

Polvo oscuro del tiempo, que cae y cubre adentro de nosotros y en torno.

¡Tiempo! ¡Tiempo! tú eres el segador. Hoy cada uno cargado con su propia existencia,

cómo volver a ser lo que éramos entonces, los otros, ahora que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas

veces la muerte,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

214

el sombrío estampido, la tolvanera que alzó el aroma amargo,

el golpe de ola negra, el manotón pirata de la vida... ¡LA VIDA!

V

Un día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas? transitando perdidos, por el triste camino que va

del no sabemos hasta el no imaginamos,

¡cuántas cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos! Esos actos que pudieron anular nuestros actos, el instante que arruinaba la obra lenta de meses,

los misterios, el llanto... La adolescencia inquieta,

o con el mínimo de cobardía que le fue permitido a mis débiles fuerzas.

El día con un vaho nuestro, como una copa llena, la sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,

no vienen a decirnos, aquí estamos, ¡nos tienes! En todo ya morimos,

el sol de los venados ya se disuelve en negro...

VI

Como si solamente fuera verdad la lejanía, verdadero El olvido, alzo la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:

amigos que me esperan, mujeres que reaniman, violetas... Las pesadas corolas de los ceibos...

los acentos de un arpa, el belfo del caballo, con su aliento,

como flor de algodón entre la niebla... El arco iris, el mar, el grito del sinsonte...

Un olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de "Balcanes" el glú-glú de una fuente.

Y también algo más... algo más... algo de imponderable... y que despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,

algo que ardía en la punta extrema más pura de mi vida, algo como un secreto que no encuentro,

algo que no existía en ninguna parte, que no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje,

ni el verso...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

215

VII

Mi hombro viudo se encorva y se arropa con frío mi hombro caminante

proyecta una sola sombra en la cuesta que desciende... En vano acecho el desertado flanco,

el costado vacío. Ese paso que resuena en la sombra largamente es el mío, es el pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve

más que este caer de muros, de nombres... y de polvo...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

216

Olga Elena Mattei (1933- )

Beber Agua

Animalito arisco,

felino

salvaje:

no pretendí

domesticarte.

Sólo quería que supieras

que junto a mí hallarías

una fuente

siempre

abierta.

Yo no estaba planeando

atarte a ella.

Es lástima que huyas,

que te encabrites

y me hieras.

Volcán en erupción,

no podrás vivir de lava:

todo ser vivo

necesita

beber agua.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

217

Juan Manuel Roca (1946- )

Canción del que Fabrícalos Espejos

Fabrico espejos:

al horror agrego más horror,

más belleza a la belleza.

Llevo por la calle la luna de azogue:

el cielo se refleja en el espejo

y los tejados bailan

como un cuadro de Chagall.

Cuando el espejo entre en otra casa

borrará los rostros conocidos,

pues los espejos no narran su pasado,

no delatan antiguos moradores.

Algunos construyen cárceles,

barrotes para jaulas.

Yo fabrico espejos:

al horror agrego más horror,

más belleza a la belleza.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

218

Juan Manuel Roca (1946- )

Biblioteca de Ciegos

Absortos, en sus mesas de caoba,

algunos ciegos recorren como a un piano

los libros, blancos libros que describen

las flores Braille de remoto perfume,

la noche táctil que acaricia sus dedos,

las crines de un potro entre los juncos.

Un desbande de palabras entra por las manos

y hace un dulce viaje hasta el oído.

Inclinados sobre la nieve de papel

como oyendo galopar el silencio

o casi asomados al asombro, acarician la palabra

como un instrumento musical.

Cae la tarde del otro lado del espejo

y en la silenciosa biblioteca

los pasos de la noche traen rumores de leyenda,

rumores que llegan hasta orillas del libro.

De regreso del asombro

aún vibran palabras en sus dedos memoriosos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

219

Juan Manuel Roca (1946- )

Epigrama del Poder

Con corona de nieve bajo el sol

cruzan los reyes.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

220

Juan Manuel Roca (1946- )

Una Carta rumbo a Gales

Me pregunta usted dulce señora qué veo en estos días a este lado del mar.

Me habitan las calles de este país para usted desconocido,

estas calles donde pasear es hacer un largo viaje por la llaga,

donde ir a limpia luz es llenarse los ojos de vendas y murmullos.

Me pregunta

qué siento en estos días a este lado del mar. Un al fileteo en el cuerpo, la luz de un freno comió

que llega serena a entibiar las más profundas heridas

nacidas de un poblado de días incoloros.

¿Y el sol? El sol, un viejo drogo que ha lamido esas heridas.

Porque sabe usted, dulce señora, es este país una confusión de calles y de heridas.

La entero a usted:

aquí hay palmeras cantoras pero también hay hombres torturados.

Aquí hay cielos absolutamente desnudos y mujeres encorvadas al pedal de la Singer

que hubieran podido llegar en su loco pedaleo hasta Java y Burdeos,

hasta el Nepal y su pueblito de Gales,

donde supongo que bebía sombras su querido Dylan Thomas. Las mujeres de este país son capaces

de coserle un botón al viento, de vestirlo de organista.

Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo,

no sospecha usted lo que es un país como un viejo animal conservado

en los más variados alcoholes, no sospecha usted lo que es vivir

entre lunas de ayer, muertos y despojos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

221

Jorge Zalamea (1905-1969)

Canto del Pobre

Cerca del río Dochurs vive un anciano. Todo cuanto tiene es una choza de paja.

Mientras pasan los días más se duele de las grises barbas que tiemblan bajo sus mejillas.

El hombre que le ayudaba concluyó por marcharse. Y ahora lo acompaña una doncella descalza.

Sin el vuelo en saeta de las golondrinas, la choza tiene el silencio de una cosa abandonada.

"No me importan los trajes cien veces remendados, pero a veces quisiera embriagarme para escapar de la angustia.

Aunque mi hucha de arroz está vacía, y a despecho de toda pobreza, suelo ser alegre.

¿No puedo, acaso, mirar de frente al río? Aunque pobre me orgullezco de una honesta vida.

Crisantemos, pinos, bambúes y ciruelos —regalos de mi padre— sólo yo los aprecio, pues

nadie que cuide de ellos está próximo.

¡Qué puro y simple vivir es este! A menudo sólo tengo una sopa de hierbas silvestres.

Y no tomo mucho de ella. Me contento con apaciguar hambre y sed.

¿Qué debo hacer si cae la lluvia de la primavera? Labrar unas brazas de tierra.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

222

¿Cuál es mi alegría cuando sopla el viento del Oeste? Ir de pesca, cantando alegres canciones.

Cuando joven, ¿cómo serví de funcionario? Era auténtico como el acero y puro como el oro.

Por ello me llamó el mundo, hombre de piedad filial y hombre de fraternidad.

Pero lamento no haber realizado mis ambiciones para con la nación y mis padres.

No habiendo rendido servicio a la nación, miro ahora hacia Seúl y sollozo.

No habiendo cumplido mis deberes de hijo, con los años que pasan aumenta la nostalgia de mis padres.

Es la pálida luna que cuelga del cielo.

Si salgo de mi retiro al bosque,

oigo el grito de las grullas y el gañir de las bestias.

Y me detengo, inclinado contra una roca, para mirar la nube que, luminosa, flota sobre mí.

Con que estén verdes las colinas y claros ríos, la alegría será mía por doquiera que camine.

Ahora es mediodía y, sin embargo, cerrada está la puerta, y en el patio no hay un cachorro que ladre.

Pueden no entenderme los otros, pero vivo feliz sin nada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

223

¡Ah! ¡la incertidumbre de la riqueza y la gloria!

¿Por qué asirme a la felicidad del mundo?

En una ventana a través de la cual sopla la brisa fría, cultivo mi honestidad mientras avanzan los años.

Por humilde y pobre que sea este vivir, es suficiente para un viejo campesino como yo.

El único deseo que profundamente guardo en mi corazón, es el de vivir recta y honradamente hasta el fin".

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

224

Giovanni Quessep (1939- )

Carta Imaginaria

(De Ulises a Nausica)

Vivo en un reino milenario. El cielo

pasa sobre las torres como un agua

llena de cantos. Puedo ver la luna

que rodea a los pájaros, la piedra

donde alguien escribió que todo es vano,

que el hilo de las túnicas se pierde

y no retorna nunca. Tamarindos

había que en sus hojas anunciaban

un dolor y una música a las reinas

que venían del agua más profunda.

Y había la mañana, el mediodía,

los jardines de piedra, el cactus negro.

Tengo aún en mis manos una rama

plateada por la muerte, y una historia

que habla de los que fueron. Las murallas

de la ciudad recuerdan todavía

una nave que estuvo en otra orilla

anclada por el peso de mis viajes

entre sombras, lotófagos, demonios.

Si supieras, Nausica, cómo ha sido

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

225

mi vida desde entonces: nada grata

para quien vio la flor de los granados

y la esparció en su lecho y su memoria,

mientras cantaba el ciego al que ofrecieron

una silla de cedro y una fábula.

Tú me guiaste a la ciudad, desnudo,

sólo cubierto por el mar de arena

y por hojas de luz de su hondo prado

para contar mi gloria, mi infortunio.

Te seguí, como dios que me creía,

soñando con mi isla venturosa

donde había dejado tres colores

y un patio y una vid y a mis amigos.

Pero la reina no esperó mi nave,

la soñó bajo el agua deseada,

y soñó mi esqueleto deslumbrado

por nácares y peces y penumbras

donde cae la tarde y la madera

no es sino puente de un jardín en sombra.

En su sueño me vi, rey abatido

por la espada que guardo aún oculta

para el rey extranjero. Soñé entonces

que moriría lejos de mi patria,

que no volvería a ver en los espejos

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

226

las calles de mi Itaca y el vuelo

que prepara mi arco en esa dicha

perfecta de las olas y las piedras.

Vivo en un reino milenario, es cierto,

sólo un mar de jazmines me rodea,

salgo a los bosques cuando el cielo teje

la medianoche, solo y en silencio

con mi vida; el destino no me deja

lanzar mi flecha, como yo quisiera,

al corazón del jabalí y la luna:

nunca doy en el blanco, y sólo puedo

pensar en ti, Nausica. Los feacios

jamás supieron ver en el relato

de Demódoco, el ciego, que tuvieron

en su sala de sándalo al más pobre

y más desencantado navegante.

Yo no escuché la historia de mis viajes,

pues veía en tus ojos otra historia,

y esa noche soñé con un vestido

que adoraban tus manos, y una espada.

De lo demás, Neusica, no quisiera

acordarme: la nave hecha pedazos,

los marineros muertos y un fantasma

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

227

vagando entre los pinos de la isla.

Los pinos de la isla eran tan bellos,

y ya no tengo cerca ni su sombra.

Itaca fue un jardín, y hoy sólo escucho

cantar a las serpientes; ramas duras,

endrinos y no almendros, y la piedra

donde alguien escribió que todo es vano.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

228

Armando Rodríguez Ballesteros (1956- )

Casino

Por entre el humo azul

la ruleta se roba todas las miradas

Es curioso cómo cada vez que se apaga

ese loco girar

se escucha más de un corazón

queriendo huir del pecho

Alguien lanza un improperio

otro se lleva las manos al rostro

y parece a punto de sollozar

Entre el olor a fiebre y a cigarro

sólo el impasible croupier

parece tener corazón de hielo

—Esta vez nueve rojo, gana la casa

Esta vez alguno ha perdido su casa

Había una vida puesta en el 6 verde

Qué se le va a hacer

A esta hora resulta aún más curioso

el bostezo del impasible croupier

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

229

Montserrat Ordóñez (1941- )

Cenicienta

You can hear their dreams. Dylan Thomas

Se levanta al borde del abismo

su casa la medida del tiempo.

Lo ve dormido

cuerpo perfecto si no se nubla

si no se eriza y

se le cierran las cicatrices devoradoras.

Baila y ayuna.

Sus zapatillas de oro y cristal

han recogido alquitrán y sangre

trampas y odios

pies amputados residuos tóxicos.

Ahora calzada

sorda y zurda

ella es el sueño

regalada vendida

ya no se mueve en su estrecha piel

su pie el destino de un rumbo falso.

Empieza por el principio

corre sin aire al bosque de leche

algo de loba y algo de esclava

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

230

abracadabra escupe la maga

ratas y pájaros la reconocen

sopla lentejas en la ceniza

quema los suecos las zapatillas

cambia de pie

se estira húmeda

pisa y se va.

El tiempo pasa. Escucha. El tiempo pasa.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

231

Carlos Obregón (1929-1963)

Claustro

Se recorre el silencio en cada cosa,

mano ardiente en la sombra, fuente pura.

El río apenas suena entre la fronda,

el agua breve en un hablar callado,

las hojas pardas y el verano huido.

Lento se pliega el día como un ave

cuando el salmo talar enciende cada

cirio y en el lenguaje de los ritos,

las cisternas guardan el eco casto

del viento y de los siglos. La ribera

de la voz fue despojada de todo

vestigio de fogatas y bajeles.

El tiempo gime quebrado en los arcos,

tiempo de claustro y oración de ojiva.

Entre pilares y espigas doradas,

las diminutas manos de la lluvia

trazan y cantan la canción transida

que arrulla la rosa y baña el recuerdo.

Exilio fue la voz desde las torres:

sólo queda este espacio que es ausencia,

floración impalpable de cenizas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

232

Luis Vidales (1900-1990)

Coro de los Obreros Dormidos

Oíamos a los roncadores a compás de la noche:

"Pensad cuánto hemos trabajado en la tierra.

Haced memoria memoriosos.

Pensad cuánto hemos trabajado en la tierra.

No preguntéis el desde cuándo.

La hoja del orégano sea lengua que lo cuente.

Pensad cuánto hemos trabajado en la tierra.

En los mataderos las entrañas palpitantes

de esos viejos parientes nuestros

la vaca, la ballena, el viento, el caballo, lo digan.

Pensad cuánto hemos trabajado en la tierra.

¿Dónde nuestra jubilación, ¡eh! cielo duro?".

Oímos a los roncadores a compás de la noche.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

233

Luis Vidales (1900-1990)

Informe sobre la Claridad

El día se adelgaza y profundiza. No le puedes asir en el aire tan fino.

Ya más sólido lo verás en la rosa y si alzas la vista hasta el almendro

puedes tomarlo, íntegro, en tu mano. Satélite es la manzana de la aurora.

Verde verás la hoja en el naranjo hasta que el tiempo sea flor.

Y ya, de la preñada noche surge el día con una nueva forma, otro color.

Bajo el pinar el sol del medio día edifica su cosmos en el suelo.

Lentejuelas se toman con los ojos y por el interior del hombre o su reverso

pasa una sosegada Vía Láctea.

Entonces días viejos llegan al recuerdo tan pálidos que el sol es luna en ellos.

Y allí Musset de sauce acongojado suelta el faldón de su levita verde

sobre el agua, y aquí el día vigente ya quiere ser ayer y hasta se siente

el lamento del siglo o se colige el adiós de los días por el río.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

234

Luis Vidales (1900-1990)

Le Doy mi Voto de Confianza al Día

Aunque el cielo incurable se empeora; aunque el tiempo persiste en su agonía, y aunque no hay esperanza de mejora,

le doy mi voto de confianza al día.

Aunque vemos sin pausa ni demora crecer la universal enfermería,

y mi respiro expiro hora por hora, le doy mi voto de confianza al día.

Aunque se van los ríos y no vienen; aunque el guadual insiste en que se ha ido,

le doy mi voto de confianza al día.

Y aunque los siglos desde ahora tienen todo su porvenir comprometido,

le doy mi voto de confianza al día.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

235

Luis Vidales (1900-1990)

Súper-ciencia

Por medio de los microscopios

los microbios

observan a los sabios.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

236

Samuel Serrano | (1963- )

Cuando Cese la Tormenta

Cuando cese la tormenta y barra el viento

la osatura de las nubes,

verás que en la borrasca las plantas

se arrollaron sobre sí,

para sobrevivir, empollaron pájaros en su seno;

cuando vuele el primero, habrá sorpresa,

ya se te habrá olvidado que los pájaros son

frutas emplumadas de música;

cuando bese la flor, habrá sorpresa,

ya se te habrá olvidado que las flores

son panales alcorzados de labios.

Nadie sabe cuánto dura una tormenta, pero

evocada,

nos sorprende su efímera existencia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

237

Alberto Mosquera (1901-1966)

Del Atardecer y del Viento

En la paz de este día,

hoy es la cordillera casi un telar salvaje

donde mi fantasía,

como una lanzadera,

trama y urde un paisaje de azul melancolía.

El sol, descolorido, ictérico y simpático,

padece, inadvertido, algún trastorno hepático.

Y su amarilla anemia,

platónica y sencilla,

acierta con la tónica

de cualquier neurastenia.

Y las nubes, jamonas,

viejas y solteronas,

tejiendo con paisajes

—cual si fueran bolillos—

macilentos celajes,

inflando los carrillos,

soplan sobre la tierra

la rosa de los vientos.

En estas horas pávidas,

en las costas doradas,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

238

son los barcos de vela,

con las lonas hinchadas,

como mujeres grávidas y solas...

Y sobre el mar se aduna el ritmo

de las olas y el vaivén de la cuna.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

239

Alberto Mosquera (1901-1966)

De un Amor sin Interrogantes

El amor es ciego... José J. Alves Pacheco

Mujer:

me importa

poca cosa

tu oscuro

y tu liviano

ayer

—¡tan turbio y tan humano...! —

así

cual no interesa

a la actual mariposa

el ayer del gusano.

Conozco

tus excesos

y con eso me basta.

Sé que fuiste

una loca

que vendiste,

en pública subasta,

el almacén

de besos

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

240

de tu boca.

Y sé de tu indecoro

cuando al mejor

postor,

de cada día,

que ostentara el derroche

de su oro,

tu cuerpo concedía

una noche

de amor.

No

lamento

que vendiendo

el instante

y el momento,

filmara, en ti,

la vida

una ridícula

película,

trágica,

chaplinesca,

sin héroe ni argumento.

Tal vez

por eso,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

241

acaso

por la falta de trama

y de matices,

mi paso

loco

y cuerdo,

por tu cama,

nos dejó en el recuerdo

cicatrices.

Si

en mi lúbrico empeño,

entre tus labios,

mi compleja

pasión,

dejó besos

o agravios,

también como la abeja

sembró en ellos

el polen del ensueño.

Y en ti nació

mi fe,

como te digo,

cuando en la mesa

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

242

absurda

del café,

el uno,

el otro

amigo,

me filiaban detalles de tu ombligo.

Más te ama

mi equilibrio

con exceso

pues, sin tener,

me diste

fuego de tus pavesas!

Por lo que tú ya fuiste...

Y porque ya regresas...

Y porque

así

es lo triste...!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

243

Álvaro Rodríguez Torres (1948- )

Desde las Cercanías y las Distancias

More distant than stars and nearer than eye.

T.S.E.

I

Llueve, y una lluvia de tormenta acompaña el silencio que nadie escucha

y lento y precipitado huye en el alma: lo invisible es tiempo y don, aquí,

en el oscuro relámpago de lo visible.

II

En febrero el año es más corto y la luz joven e intensa;

acaso la de un sol que nada tuviera que ver con los años.

III

Nada equivoca el sentimiento: su vigilia, aquella de la sangre;

su tiempo, tan cerca siempre del corazón hasta convertirse en su latido.

IV

Más allá de las imágenes el mundo se desvanece.

Mirar es verdad: la mirada celebra un mundo

que en su desamparo se acoge a los ojos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

244

José Libardo Porras (1959- )

Desertor

El comandante dio la orden

y todos,

menos uno,

acataron sin reproches sus designios.

¡Ya nadie puede llamarme desertor!

Un ejército,

al que falta apenas

un soldado,

yace en el campo de batalla.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

245

José Libardo Porras (1959- )

Santidad

Ni en pascua asisto al templo: hace

mucho algo se rompió en mí.

Pero ayer entré, de paso.

Una presencia lo llenaba todo.

Cantos, ornamentos, luz blanca,

cuánta solemnidad. Dios

sabrá perdonarme: apenas escuché

tu voz entre las del coro y sólo

vi santidad

en tu rostro y en tus pechos que, bajo la blusa,

se adivinaban frescos como cuando eras colegiala.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

246

Alberto Vélez (1957- )

Después del Abrazo

Después del abrazo

el mundo cae sobre nosotros.

No moriremos, sin embargo:

nos salva la música.

La de Mozart,

y esa otra aún más bella

de la sangre.

En mi oído tu pecho

es un caracol de sangre.

Oigo el mundo

y me sorprende tanta belleza

como guarda.

¿Dónde estábamos antes de este

instante

antes de que la sangre fuera música?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

247

Alberto Vélez (1957- )

El Remordido

Vivo la más inútil guerra con la palabra. Siempre

soy el mediocre vencedor, el violador remordido por

la pena. A mí me parieron en noche de aquelarre.

Quedé marcado con el imposible recuerdo de la

magia. Alguna vez supe El Poema y entré en la

maravillosa casa de la fiesta, ahora, vanamente,

busco recuperar la vida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

248

Manuel Hernández

La Nostalgia

Nadie quiere parir nostalgias y mucho

menos bautizarlas.

Las mujeres saben de sus madres

lo necesario y no encauzan el cariño

hacia esa fuente,

por temor a la nostalgia.

Los hombres temen a la mujer y a la

nostalgia y se ven tan desvalidos

en las fiestas, en las pistas

de baile, aun, en el congreso,

por temor a la nostalgia.

Las mujeres se van sin hombres

quedando como dormidas por

la tarde,

por lo mismo.

Los hombres frecuentan muchachas

que no comprenden sino a muchachos

por temor a la palabra.

Los niños fingen sueño y hambre

y risa y juego

por temor a la quietud de la

Manuel Hernández

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

249

nostalgia.

El mundo se incinera cada

día cremando la nostalgia

de la nostalgia,

si incendiamos las naves

dónde nos quedamos?

en el aire?

ya no más transportados por

los genios

en sus bellos tapices.

Quedaremos en una ventana

nostálgicos, abajo no habrá

calle,

arriba no habrá techo,

atrás no habrá casa

no habrá mujer que cante

ni niño que llore,

entraremos al mundo

de HAM y CLOVE,

de Nagg y Nell,

por temor a la

nostalgia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

250

Jorge Eliécer Ruiz (1931- )

Duelo

Un irrisorio destino me somete

a sucesivos tratos con la muerte.

Establecido desde la eternidad

hay un duelo en mi corazón...

No puedo mirar un niño

sin poner odio en su mirada.

Y allá adentro corre un agua pura

que no ven los míos, los cercanos, los próximos...

Agua oculta que un día se empozará

y perderá su brillo,

ponzoñosa charca de podredumbre.

¡Cuán dividido estoy!

Y no obstante, puedo amar con un odio feroz

la bendecida mano que se vuelve hacia mí.

Cruel destino que marchita mis horas

como el crepúsculo

a la fugaz adormidera.

¿A dónde voy?

Solo la muerte sabe

que espero inconsolable

su dura mano de frío,

premio de mi agonía.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

251

Edgar Poe Restrepo (1919-1942)

El Caballero de la Mano al Pecho

La mirada asaz dulce, soñadora, con crepúsculos dentro y noches brunas;

barba de acantilado, tibias dunas; la frente amplia de mar, inquisidora.

Con un místico sello, pecadora quizás, la boca amarga de aceitunas;

lívida faz bañada por las lunas de un silencio de llanto que atesora.

No sabría cuál daga más zahiere, y cuál más dulce daga si se muere

de franca herida, o por amor deshecho.

Si la del cinto, de color aciano, o la de cinco filos de su mano

que cuajó ese dolor sobre tu pecho.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

252

Germán Pardo García (1902-1991)

El Festín

Un negro; y un mantel blanco en la mesa recién servida. El hombre, in manumisa,

nada puede tocar. Así lo quiso su piel oscura, su pelambre espeso.

¡Qué hermosa la dulcísima frambuesa y el pan qué nutrido, y cómo el guiso

sahúma el culinario paraíso cubierto de uvas, de alcaparra y fresa!

Y él está allí, con hambre en esa casa; con sed en las lagunas de ese huerto; con frío en los rescoldos de esa brasa.

Invitado a un festín del que es lo yerto; la seca miel que la amargura tasa,

y el comensal de un trágico desierto.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

253

Germán Pardo García (1902-1991)

Ignorancia

¡Cuánta sabiduría congelada

como en invierno las palomas muertas!

¡Cuánto libro, y las cátedras desiertas!

¡Y qué desolación en la mirada!

¡Y crecieron los números y nada

pudimos definir! Las diurnas puertas

de la penetración siguen abiertas,

pero la noche del dolor cerrada.

Y todo lo sabemos y partimos

la esfera en dos y en sus mitades vimos

crecer la claridad conturbadora.

Mas ignoramos ¡y callar nos daña!

por qué en la inmensidad de la montaña

la codorniz cuando atardece llora.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

254

Germán Pardo García (1902-1991)

Único Dueño

Unos pocos centímetros apenas.

Los tengo calibrados y medidos.

¡Ahí dormirán mis ojos, los oídos,

la carne magra, sus vulgares penas!

¡Ya he probado el sabor de esas arenas,

por conocer desde antes sus sentidos:

huelen a orín, a fémures podridos,

a cáncer de nocturnas azucenas!

¡Yo seré propietario de este oscuro

rincón de cal y sólido diseño!

¡Pero nadie vendrá frente a este muro

a codiciar dormir con este sueño,

o a estremecer el socavón seguro

y despertar al rencoroso dueño!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

255

William Ospina (1954- )

El Mongol

Nunca supimos cuándo la desesperante blancura se

había convertido en otro imperio.

El idioma del lobo era el mismo, y no le repugnó nuestra

carne;

Pero todo hombre sabe que a través de cada nuevo pinar

es Otro el que envía sus rayos.

Que son las angustias de la tierra las que determinan

los nombres del cielo.

¿Descubridor de un mundo? Un fugitivo perseguido

por las uñas del viento,

amoratado por el odio del sol, escribiendo blancas

palabras en el aire translúcido,

luchando sólo por evitar que la blanda tierra bajo mis pies

se enardeciera en tumba.

Muerte es el nombre azul del amanecer, allá donde

los días flotan con muros de cuarzo,

muerte es el nombre de los dientes amarillos del lobo,

muerte es el nombre de la luna salpicada de escarcha

y de sangre

cuando el guerrero cae a medianoche sobre la sorda estepa.

Hasta el amor cerca del fuego tenía un olor de frescas

entrañas de morsa,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

256

y el niño recién nacido bajo el cielo de pieles tenía olor

de pez,

y en la tarde teñida de salmones veíamos aparecer

los miles de ojos de coyotes del cielo.

Oh noche en que los demonios aún no tienen nombre,

oh estanques de labios de hielo donde se refleja un gris

sin pájaros,

oh la punta dentada del arpón codiciando la carne

de los rojos planetas.

Allí donde el día está amurallado de hielo,

allí donde el ansia de amor no es más que frío en los labios,

allí donde las nubes de pelaje de oso se sumergen

en la tiniebla,

estuvo un día mi corazón anudando los vientos,

estuvo mi carne sosteniendo las enormes montañas.

Los viejos están llorando junto a los grandes lagos azules,

los niños pintan de rojo tibio los vegetales cuernos del alce

y la luna es un pez inmóvil que acaba de morir en el cielo,

y los delgados aullidos remotos llegan a través

de la crepitación de la hoguera,

y ese largo camino blanco que nunca más desandaremos

tiene el color de los colmillos que no se han manchado

en tres días.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

257

William Ospina (1954- )

En las Mesetas del Vaupés

Qué son las canoas sino los árboles cansados

de estar quietos.

Qué son los postes de colores sino los árboles hundiendo

sus raíces en el cielo.

Qué son los puentes colgantes sino los árboles jugando

con el vértigo.

Qué son las alegres fogatas sino los árboles contando

su último secreto.

Follaje de las ondas que va quedando atrás

con el golpe del remo,

follaje de sonidos que en torno de los postes enardece

al guerrero,

follaje de invisibles caminos que comienza en el confín

del puente,

Follaje de humareda que ascienden en desorden entre

las titilantes orquídeas.

Con granadillo hice el bastón para espantar a los malos

espíritus.

Con la madera del caobo hice las cuentas de un collar

para tu pecho oscuro.

Con fruto seco del tekiba hice la copa en la que

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

258

le ofreciste el agua.

Con la madera del laurel hice esta flecha.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

259

Maruja Vieira (1922- )

El Nombre de Antes

No es fácil escribir el nombre de antes.

Es como volver a un traje antiguo, unas flores, un libro,

un espejo, amarillos por los años.

Con aquel otro nombre era como tener entre las manos

toda la luz del aire.

Ahora vuelvo a mi nombre de antes. Mi nombre de ceniza,

el que anduvo conmigo por el tiempo

y por las soledades.

Ahora estoy frente a mí, frente a mi nombre, con la fría y terrible sensación de regreso

que conocen los náufragos.

Pero escucho una risa y unos alegres pasos. Todo no se ha perdido.

Aquí estoy otra vez, frente a la vida, con el nombre de antes.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

260

Tomás Vargas Osorio (1908-1941)

El Poeta Sueña a su Patria

Yo te sueño señora de tus mares y de tus ríos,

dueña de mil barcos de quillas rápidas y seguras.

Yo te sueño más alta que tus montañas

donde conviven el jaguar y la orquídea.

Yo te sueño de hierro trepidante, presta la zarpa rauda,

mas también inclinada a la ternura

por no olvidar la abeja de tus bosques.

Te sueño en la alta mar atlántica a donde llegan

tus negros ríos de petróleo,

en la alta mar del sur, de fabulosas islas...

Te sueño sobre la ola amazónica

que lleva las más graciosas maderas del mundo

perfumada por el café y la canela.

Todo está en ti; el hierro y la miel,

el plomo y el oro. Tienes carbón para mover un universo

mecánico y para encender el vientre de mil ciudades.

Llegará un día en que la música inocente

de tus ríos y tus florestas

calle bajo el himno matinal de las hélices

y la dura sinfonía de los telares.

Llegará un día en que la blanca marea de los rebaños

ascienda alegremente cubriendo tus colinas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

261

Una patria de hierro,

pero que no entristezca los ojos de los niños;

una patria de hierro,

pero que tenga la dulzura de una naranja al mediodía.

Una patria, en fin, donde se sienta el orgullo y la alegría

de ser hombre y de vivir.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

262

Ovidio Rincón (1915-1996)

El Regreso a la Aldea

¡Oh azul colina mía! Si cuando muero estás,

azul como esta tarde de violeta y convólvulo

que me lleven a ti. De tu amor restaré

en los ojos cerrados, el color del crepúsculo.

Fluiré de la vida como el agua del cántaro,

delgadamente ido, sin sorpresa ni ausencia,

y tal vez alguien diga frente al hueco de sombra:

es como la ventana de una novia inmutable.

Nada más. Lo restante, necesario y preciso

para morir en paz con todos y conmigo.

Que reintegre a tu azul de adormideras trémulas

y me claven en ti como el grano de trigo.

Por un momento están mis ojos en la tarde,

en la voz de la madre que ruega y que solloza.

He de llegar al término, sin saber, como el río,

como un viento que vuelve su perfume a la rosa.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

263

Jorge Rojas (1911-1995)

El Salmo de los Arboles

Si quieres acercarte más a mi corazón

rodea tu casa de árboles.

Y sentirás el júbilo de la flor incipiente

mientras menos lograda más lejos de la muerte.

Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho

cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.

El grillo que devana su pequeña madeja

de soledad y extiende su música en la hierba.

Y verá tu pupila la aventura del vuelo,

la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.

Planta delgados álamos, donde sus sombras midan

el césped silencioso y el agua cantarina,

y el quieto surtidor verde de los saúces

para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

264

El huso de los pinos donde la sombra crece

que hile la blandura de los atardeceres.

Y cuando esté maduro el silencio del bosque

pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.

Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas

con la misma dulzura con que se toca un arpa.

Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma

te entregue la delicia de las futuras pomas.

Y las redondas bayas —madurez y deseo—

pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.

Y decoren de plata sus hojas las acacias

como si amaneciera la luna entre las ramas.

Que la flor del magnolio, al alto mediodía,

un loto te recuerde bajo la luz tranquila.

Y la savia palpite si grabas en los robles

el contorno perfecto de nuestros corazones.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

265

El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde

a tus manos la ausente materia de mis sienes.

Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque

como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.

Despertarán entonces al vaivén de las ramas

más pájaros que cantos caben en la mañana.

Y la luz será lira sostenida en el aire,

iniciación del alba, límite de la tarde.

Acércate al rumor del viento entre los árboles,

amada, y sentirás el rumor de mi sangre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

266

Jorge Rojas (1911-1995)

El Agua

Beso sin labio, novia en tu desvelo

esperando una boca que te beba;

y niña aún si un cántaro te lleva

arrullada en los brazos bajo el cielo.

Llueve, y el mundo goza de tu vuelo;

danza la espiga, ábrese la gleba

y es más dulce cantar cuando se prueba

tu líquido que sabe a nuestro suelo.

Saltando entre los juncos extraviada

en busca de la sed, corza ligera,

has quedado en mi mano aprisionada.

No importa que quien te haga prisionera

te dé su forma, corre alborozada

persiguiendo tu forma verdadera.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

267

Jorge Rojas (1911-1995)

Lección del Mundo

Este es el cielo de azulada altura

y este el lucero y esta la mañana

y esta la rosa y esta la manzana

y esta la madre para la ternura.

Y esta la abeja para la dulzura

y este el cordero de la tibia lana

y estos: la nieve de blancura vana

y el surtidor de líquida hermosura.

Y esta la espiga que nos da la harina

y esta la luz para la mariposa

y esta la tarde donde el ave trina.

Te pongo en posesión de cada cosa

callándote tal vez que está la espina

más cerca del dolor que de la rosa.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

268

Fernando Mejía Mejía (1929-1986)

El Sol

Yo amo el sol humilde de mis primeros años.

El sol de mi niñez era un sol aniñado.

Un sol que descendía a beber en el pozo,

y cargaba de mieles doradas los manzanos.

Era un sol fraternal con pupilas de aire.

Un sol que acariciaba el vuelo de los pájaros.

Era un sol bondadoso que besaba mi piel

y andaba con mi sombra. Era un sol franciscano.

Un sol que retozaba en todos los racimos,

y se bañaba luego en el agua del cántaro.

Era un sol obediente que sólo se asomaba

cuando lo requerían las criaturas del campo.

Era un sol que poblaba de lumbre las espigas

y hacía florecer los rosales del patio.

Sol tranquilo y risueño que corría por la grama

y que iban paciendo, gozosos, los ganados.

El sol que sale ahora es húmedo y violento.

Es un sol de ceniza, quemante y desolado...

Para que mis potencias recobren la alegría

soñaré con el sol de mis primeros años.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

269

Anabel Torres (1948- )

El Sótano de los Descuentos

Un hombre come solo en una cafetería

y se desafuera.

Una mujer comiendo sola en el mismo sitio,

parece rumiar entre gangas

contenta pero cautelosa.

Ella cree

que sí ha de ocurrir el milagro, que coma despacio,

que lo espere.

La pena, pues, la verdadera pena

comienza casi como ostentación.

El dolor al principio es joven y brioso.

Los descuentos aún no inciden en ella.

Comienza a utilizarlos sin todavía percibirlos.

No le hablan aún de lo que es carecer,

de lo que es siempre tener que buscar rebajas

en el sótano de los descuentos,

de lo que es descender

al pozo infinito

de la pobreza de quedarse sola.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

270

Guillermo Payán Archer | (1921-1993)

El Tiempo, el Enemigo

Sólo hasta ayer supimos que el tiempo era el testigo

de nuestro gran amor y que, frío y lejano,

sin saberlo, nos iba llevando de su mano.

Pero nunca supimos que era nuestro enemigo.

Desde la eternidad, medía una por una

nuestras ensoñaciones y atisbaba la hora

de nuestras esperanzas, marcándonos la aurora

de cada despertar y el fin de cada luna.

Nuestro sino era andar, amar, arder, vivir,

sin sospechar que un día íbamos a morir.

Y fieles al designio de la carne y el gozo

de la vida, olvidamos las canas y el osario

y la arruga en el rostro y el tedio y el reposo...

¡Tú y yo y el tiempo y siempre un reloj sin horario!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

271

Gustavo Tatis Guerra (1961- )

En esta Casa va a Nacer...

En esta casa va a nacer un niño

la madre, la muchacha del verano

que recogía astromelias para su cabello

está inaugurando su alegría de pañales

su ámbito de esperanzas azules y rosadas

porque va a llegar alguien

que no conocíamos

un ahijado del sol y del milagro

que va a hacer más grande la casa

más grande el corazón y el alborozo

y más bella

la razón de estar vivos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

272

Gustavo Tatis Guerra (1961- )

Dios

¿Qué ciudadano desamparado eres

luz de los siglos

tú que contemplas

la película del horror

de la historia

y te escondes en la azotea

del cielo

a llorar

por la tragedia?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

273

Gloria Posada (1967- )

Enemigo

El guerrero sabe que el odio da más certezas

que el amor

Pide una tregua y cambia de arma

porque la espada más hermosa es su cuerpo

En el encuentro dice a la mujer ofrendarle su sangre

Ella se entrega para que haga aún más profunda

su herida

Oh Gloria que no tiene reino Tu enemigo es Sabio

en Venganzas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

274

Hernando Socarrás (1945- )

Es un Repetido Licor

Aunque nadie cierre los ojos,

cada vez que un vino de piedra aparece roto

sobre el cuello del bebedor,

se culpa de infortunada belleza

a la lavandera

nocturna;

a la enamorada

de aguas descalzas

que se embriaga en los arrecifes.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

275

Hernando Socarras (1945- )

En Interiores

Escandaloso párpado y sombra

cuando cae tendido

mientras el revés del labio

no alcanza a ser palabra.

Vaho por donde retiro mi refugio.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

276

Hernando Socarrás (1945- )

Eréctico

Cavar en el enjambre de tu eco

cuando aún húmeda,

entreabierta

suenas a mar

contra mi cuerpo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

277

Hernando Socarrás (1945- )

Navío la Sombra. Sólo la Sombra

Navío la sombra invertida del mar

o sobre el espectro

de la huella dejada libremente

por arenas ahogadas,

navego ciego.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

278

Héctor Fabio Varela (1917- )

Exilio

Con un pie en la feliz escalerilla

del avión, entre ruido de motores,

te digo adiós, amor de mis amores,

y me voy como en una pesadilla.

Suena el ámbito inmenso. Ya la quilla

de la nave, tajante de fulgores,

divide en dos los vientos tronadores,

con majestad unánime y sencilla.

Quede mi corazón anclado en tierra,

cautivo de tu pálido semblante,

que un tesoro de paz y dicha encierra.

Exiliado en el aire el cuerpo ausente,

sentirá con memoria suspirante

que sólo vive cuando estás presente.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

279

Miguel Silva (1962- )

Fin de Siglo

Vengo desde lejos.

Vengo de medir la noche,

su pulso taquicárdico,

el terror que duerme oculto entre sus ojos.

Yo me siento ante el abismo de este siglo

a mirar cómo la noche despica sus botellas

para robarles el sueño a los guardianes.

Como una herramienta desgastada

el tiempo llena los bolsillos de estrellas

venenosas.

Todo el siglo se consume, viento entre las

manos.

Ante mí desgarra sus ojeras, rompe sus vestidos.

Ven.

Es nuestro el tiempo, todo el tiempo.

Ven conmigo.

Ven conmigo a despertarlos.

Vamos a sembrar el día,

la semilla de la risa en nuestros campos

destrozados.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

280

Edmundo Perry (1945- )

Grupo de Trabajo

Somos viejos

cada vez que nos nombramos

y no hay ningún jefe

entre nosotros,

nos gustan nuestras cacerías

y nuestras prohibiciones

y sólo en el fondo

somos involuntarios,

por eso nos han llamado

con alguna frecuencia

para poner en orden

las leyendas

que cierta gente va dejando

sin terminar, porque

se muere joven

o porque cuando tropieza

con sus sueños

ambos se caen.

Llámenos, utilícenos;

estamos en las páginas

amarillas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

281

Armando Romero (1944- )

Haz de Ascetas (1)

Qué tanta cruz y tanto signo

en la iconostasis de la iglesia de la Transfiguración

en Pantocrátoras.

Todo aquel que hizo piltrafas del cuerpo para engordar

el alma,

camina por estos cielos frescos pintados por Panselinos:

San Antonio de Memfis, padre de los padres del desierto,

sirvió a Dios hundiéndose en la oscura vida de las

cavernas;

San Pacomio, modelador de eremitas a imagen y semejanza

de los monjes que son ahora y para siempre;

San Macario el Grande, estigmatizado, 60 años

en el desierto,

padre de la danza macabra;

San Pablo de Tebas, cien años interno en una cueva hasta que

San Antonio lo enterró en el desierto ayudado

por dos leones;

San Moisés el Negro, rufián convertido a Dios y monje

Del desierto;

San Onofrio, cuyas barbas tocaron el suelo de esta tierra y

lo enredaron para siempre en la profundidad

de su caverna;

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

282

San Simeón el Estilita, encaramado para siempre

en una pilastra

de cinco metros, en el pie izquierdo un año, en el derecho

el otro. Una soga hundida en la carne podrida de su cuerpo,

y de ella se desprendían los gusanos: "Comed lo que Dios

os ha dado", les decía con su bendición;

San Daniel, a su lado, como sombra del que no tiene sombra.

La larga fila de eremitas y anacoretas

—San Nilo, San Efraín, San Moisés, San Pedro el Athonita,

San Pablo de Xeropotamou—

se pierde en la oscuridad y en los años borrosos

de la iconostasis,

pero allí está con humildad y soberbia

todo aquel que hizo infierno de la vida a tormento,

para ganar un cielo dulce como higos maduros,

una eternidad de boca abierta frente a Dios.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

283

Armando Romero (1944- )

Incrédulo

Qué vamos a creer que ellos creen que Dios se pasea

por el nártex llamando a los catecúmenos;

Qué vamos a creer que ellos afirman haber vivido todo

el hueco inmenso del Monte Santo;

Qué vamos a saber que ellos aseguran haberle dado palo

duro a los iconoclastas, a los heresiarcas;

Qué vamos a pensar que ellos vinieron del otro lado del

mar y en lo hondo de los riscos se quedaron;

Qué vamos a recordar que ellos saben el nombre secreto

de los evangelios;

Qué vamos a decir si los vemos en la noche perdidos en

sus hábitos;

Qué vamos a intuir que a diario domestican los

milagros;

Qué vamos a meditar si nada nos encuentra entre sus

pensamientos;

Qué vamos a hacer si al preguntar por la biblioteca

nos miran como ladrones;

Qué vamos a decir,

¿que somos otros monjes entre los monjes?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

284

Armando Romero (1944- )

Los Monasterios

Trepados en la montaña,

desafiando el abismo,

los monasterios imponen su soberbia

arquitectura contra el cielo.

Llaman a Dios a gritos entre las rocas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

285

Armando Romero (1944- )

Pálidos Monjes

Pálidos monjes vuelven a martillar.

Pasan clavos. Plantan travesaños,

prontos al serrucho,

prendiendo tejas y techos al monasterio.

El sol arde por la media luna de sus mejillas

y saca a relucir el negro en negro de sus barbas.

Infatigables constructores de lo construido

vuelven a edificar lo deificado por los años

y la destrucción.

De incendios, plagas, turcos, piratas, ladrones,

abandono, insectos, olvido, es la marca sobre

las ruinas.

Indomables levantan torres y cúpulas

con tablas y tablones que ocultarán de la voracidad

de los elementos el halo sagrado de íconos y

reliquias.

De la noche del tiempo al día de los orígenes

nidifican entre peñascos.

Pálidos monjes a la tarea inmensa entre siglos

parten en astillas el azul que recortan por el cielo,

y es allá arriba donde estarán más alto que lo alto

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

286

que dijo Dios a construir.

Pálidos monjes soberbios.

Pálidos monjes que a dos manos detienen el tiempo.

Pálidos monjes que develan otra cara a la derrota.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

287

Antonio Zibara (1944- )

Herencia de las Piedras

Percibimos en las piedras una noche

de vocablos y sílabas,

un antiguo pentagrama dibujado

por la hierba o extasiado

por el aire.

Casi siempre se burlan de los hombres,

de sus apresurados pasos,

sin embargo,

viven orgullosas de propiciar

un rostro en las tormentas,

de ser la espuma y el soporte

de templos y pirámides.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

288

Antonio Zibara (1944- )

El Mar de la Ciudad

Siento una parte del mar en esta calle

con espinas,

pero por más que me esfuerzo,

no veo la playa.

A mi lado caminan hombres con rostros

fantasmas y vestigios del aire.

¿Sentirán el mismo dolor que yo,

a medida que avanzan?

Mientras tanto,

alguien percibe el espesor inmenso

del cielo y algunos insectos

con mirada tristísima.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

289

Antonio Zibara (1944- )

Esmerada Blancura

Una vez lavada la colgó en el

alambre

y mantuvo el embeleso de su tersa

blancura,

planchó las mangas y el cuello

con pausas de ternura,

al final la desterró

a una gaveta oscura y de silencios.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

290

Antonio Zibara (1944- )

Larga Fatiga

A Armando Romero

Aquel hombre se extasía en un

plato

con tortuosas raíces

y pausadas semillas,

duerme cobijado por el vaho

de las piedras,

a lo mejor se trata de un espectro

que repasa las calles de esta ciudad

con larga fatiga,

de un príncipe en harapos que deja

estelas de ceniza.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

291

Antonio Zibara (1944- )

Un lugar Determinado

Esta noche ha decidido bajar a ese

agujero

para tener una charla con los muertos,

soñar una parte de su cuerpo entre

cipreses,

el aire detenido en sus rodillas

como un trazo sediento de la hierba.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

292

Fernando Rendón (1951- )

Historia

He descrito a un ciego el sol. Y me ha hablado

de su tierra incógnita.

También he visto a un oscuro alfarero moldear

y quebrar a su antojo la masa obediente.

Yo me ocupo impaciente en dislocar la tortuosa

coherencia de estos días.

Y no me quedaré a vuestra carnicería, —

¿a vuestros guías, quién los guía?—,

no me gusta su mar de sangre que quiere

eternidad.

Para los sordos canto: en saber partir reside el

secreto del impulso.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

293

Fernando Rendón (1951- )

Cita de Mascarones

Los bufos.

Los impostores con las manos en las viandas, ante la aurora

peligrosa.

Los que señalan el arte en el agua que no corre.

Los alquimistas de célebres venenos.

Los que encuentran bello el crimen.

Los que se andan por las ramas negando el esplendor

del fruto.

Los neutrales en estas latitudes de pocos.

Los que escupen sobre los toscos rostros

de la población imaginaria.

Los que no combatirán su muerte.

Los insomnes centinelas de ensoñaciones ajenas.

Los que ejercen la propiedad privada sobre la palabra viento.

Los enguantados ladrones de metáforas.

Los que "no se cansan jamás de ver militares".

Los que temen rasgar velos y abrir puertas.

Los farsantes del amor.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

294

Laura Victoria (1908- )

Intima

Fue tan tibia la felpa de las sombras

que sin querer callamos,

y nos bebimos como vino añejo

la frase que tembló sobre los labios.

A pesar de no amarnos, en silencio,

se troncharon las manos,

sin saber si acunábamos un sueño

o era el sopor de algún amor lejano.

Y también, sin saber por qué misterio

nuestras bocas ajenas se juntaron,

y en las pupilas húmedas de ausencia

la tarde lila se quedó temblando.

Después en la maraña del reproche

nos perdimos hablando,

y en la roca del alma se hizo sangre

la fruta mentirosa de los labios...

Tal vez el viento de otras soledades

nos sorprenda llorando

y entonces nacerá como eco roto

la frase que callamos...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

295

Darío Samper (1913-1984)

Jinetes Van

Jinetes van camino de la noche —¡Oh, noche y venta de lejana estrella!— La palmera hacia el cielo en escalones. Jinetes van con su canción de espuelas.

Noche cerrada. Calle. Plaza. Río. Sombras que van bordando las paredes.

"Adiós paloma" dice la guitarra gavilanes de luna van y vienen.

Jinetes van, camino de la noche, un lucero ilumina su camino.

El pecho del caballo —dulce herida— la flor de su reflejo le ha partido.

La plaza solitaria sin el árbol sin la ventana a la guitarra abierta. Ya sin su voz que el viento detenía

y sin el golpe de su cabellera.

Sólo el río que ató con su dulzura al pie de su camino a la montaña, sintió sombra de luna y de jinete

galopando, en el fondo de su entraña.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

296

José Umaña Bernal (1899-1992)

Diálogo

¿Cuándo vino el otoño?

¿Fue cuando el ruiseñor calló en la noche,

bajo los pinos, al llegar el alba?

¿Cuando al recinto tibio de las rosas

bajó la tarde trémula su llama?

¿Cuando el temblor de las primeras hojas

cayó, como un crepúsculo, en el agua?

¿Cuando el mar devolvió sobre la costa

su carga de canciones y de barcas?

¿Cuándo vino el otoño?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

297

José Umaña Bernal (1899-1992)

Otoño Amigo

Otoño, dulce amigo de las cosas

y del agua, sin sombra de tormenta,

otoño en las palabras, que no saben

si son de amor o de olvidada ausencia.

Otoño, que se inclina sobre el día

o mueve el viento entre los pinos viejos;

otoño que regresa por el bosque

de un largo viaje por caminos lentos.

Otoño, suave otoño, que no sabe

ya sino recordar sombras perdidas;

otoño amigo, consejero raudo

de silencio, de olvido y de sonrisas.

Que tu voz sea, en el umbral oscuro

de este septiembre pensativo y manso,

tranquilo anuncio de silencios lentos,

de altas vigilias y olvidados cantos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

298

Omar Ortiz Forero (1950- )

La Casa

Allí, en el anaquel, entre el libro de cocina

y "Los cien mejores poemas de amor", guardadla foto

del que no retornó.

El mago que se hizo a la mar en una colcha de retazos,

aferrado a su oración contra todo conjuro.

Sobre el polvo de los muebles está la huella de su mano.

El indicio de su partida y el vacío

que no pudieron llenar tus fiestas de libélulas

y alcaravanes.

En el silencio de la casa,

tus pasos de suprema dictadora de la ternura

anuncian la llegada de un nuevo verano.

Fuego fatuo. —Brillo de luz entre dos oscuridades—,

me digo, y la madera acepta en su canto

la absoluta levedad

de tu mirada, que en el último instante

sabe que los niños que juegan en el patio

son el árbol y el viento que lo cubre, las flores

de la abuela y los nietos que despides con el beso

anterior al naufragio. Es áspero el salitre y los adioses

que nunca fueron del agrado del pañuelo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

299

Omar Ortiz Forero (1950- )

El Barrio

Mi ciudad es atravesada por un río.

Por su cauce vemos pasar: basuras, cadáveres,

y de vez en cuando, agua.

Hay también un parque, samanes, ceibas, chiminangos,

viejas casas de barro y una mulata que fríe empanadas

cantando y cantando cómo fue cabalgada por

mi general Bolívar.

Palo bonito. Allí descansan los muertos,

y sueñan las muchachas que saben bailar el currulao.

No es el mejor sitio del mundo,

pero su luz, a las cuatro de la tarde,

alucina pintores, fotógrafos, retratistas

y demás hacedores de postales.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

300

Héctor Rojas Herazo (1921- )

La Casa entre los Robles

A un ruido vago, a una sorpresa en los armarios,

la casa era más nuestra, buscaba nuestro aliento

como el susto de un niño.

Por sobre los objetos era un tibio rumor, una espina, una

mano,

cruzando las alcobas y encendiendo su lumbre furtiva en los

rincones.

El sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el

pozo

y el día con su firme venablo sobre el patio.

Más allá las campanas, el humo de los cerros

y en un dulce y liviano confín, entre la brisa,

el pájaro y el agua levemente cantando.

Todos allí presentes, hermano con hermana,

mi padre y la cosecha,

el vaho de las bestias y el rumor de los frutos.

Adentro, el sacrificio filial de la madera

sostenía la techumbre.

Una lluvia invisible mojaba nuestros pasos

de tiempo rumoroso, de fuerza, de autoridad y límite.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

301

Pasaba el aire suavemente, buscaba sombras, voces que

derramar,

respiraba en los lechos, dejaba entre los rostros su ceniza

dorada.

Era entonces el día de hojas, de potente zumbido,

el día para el cántaro, la miel y la faena.

Como un don de reposo llegaba a nuestro cuerpo

la noche con su carga de remotas espigas.

Nuestro pan de anhelado resplandor,

nuestro asombro

y las lámparas derramando sus ángeles sin prisa en los

espejos.

Como un hombre que anhelara su parte,

su sitio en nuestra mesa,

el viento dulcemente flotaba en los manteles.

La quietud de los muebles, las voces, los caminos,

eran todo el silencio de la noche en el mundo.

Llenando de inaudible presencia las paredes,

habitando las venas de pie frente a las cosas.

Buscaban nuestras manos un calor circundante

e indagaban los ojos otra piel impalpable.

Algo de Dios, entonces, llegaba a las ventanas

algo que hacía más honda la brisa entre los árboles.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

302

Héctor Rojas Herazo (1921- )

Estampa de Año Nuevo

Miras el tiempo atrás, miras tu sangre,

tus derrotadas horas, tu sonido,

malhayando un tal vez y un no me importa.

Fundido con el mar, la muerte, el sueño,

purgas en lo que fuiste, quieres pena,

regresas al aroma de un miércoles, al sigilo

de tus desnudos pies en una alcoba.

Recordando un recuerdo, te preguntas

por lo que pudo ser y lo que ha sido.

Lo que eres, lo que tu sed y tu suplicio afirma.

Y encuentras tu carcomido sol, tú mismo luto,

tu misma piel ajada,

tu idéntica manera de verte en un espejo

con el tiempo lamiendo tus espaldas.

Pruebas la eternidad:

el ancho, el filo de un rencoroso diente.

Es entonces cuando te vuelves sin saber

y escuchas, cuando abrazas y ríes,

cuando dices con amable terror,

de labios para afuera o para adentro:

"Te felicito, amigo, te mereces

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

303

el año, la agonía que has ganado".

Y con tu voz sacudes la ceniza

que la muerte ha dejado en sus cabellos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

304

Héctor Rojas Herazo (1921- )

Las Ulceras de Adán

La bárbara inocencia,

los ojos indecisos y las manos,

el horror de vagar sin un delito.

Y él se golpeaba el pecho, se decía,

yo suspiro otra cosa, yo quisiera,

mientras Dios, en el viento, respiraba.

Lo inventó una mañana

(en esto consistió el privilegio)

y olfateó su terror, sus crímenes, su sueño.

Entonces conoció la alegría de no ser inocente.

Y se apiadó de Dios

y lo hospedó en sus úlceras sin cielo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

305

Guillermo Martínez González (1952- )

La Creciente

Cuando crecía el río era como un rey lluvioso

entre las hojas de plátano y batracios negros

celebraban la muerte en las orillas.

Era la fiesta de los leñadores y lanzadores de

lazos en las barandas del puente. La algarabía

de los gitanos en los mercados de la Ceiba y

los Helechos.

Niños tristes deambulaban en las aguas. Espantados

gallos se detenían en los techos flotantes.

Nadie sabía qué había despertado aquel tumulto

de hojas y animales perdidos. Aquel grito de piedras

y de náufragos en el lodo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

306

Guillermo Martínez González (1952- )

Los Muertos

Amanecían en las calles con la cara de espanto

alterada por las moscas.

O bajaban al pueblo en el lomo de las mulas

guindados como animales de sacrificio.

O flotaban en la hierba y el río con el treno

inflamado bajo la luz de la luna:

En aquel tiempo la violencia se paseaba con su

tambor de medianoche por las aldeas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

307

Rafael Urrea (1969- )

La Estrategia del Ángel

Si observan detenidamente lo advertirán:

el siglo se está acabando,

tiene el rostro teñido de malva pálida,

escuálido y con ojeras

y una corte famélica de clarines que lo anuncian:

¡el siglo se está acabando!

Ya caen todas sus barricadas,

no puede disimular el ronquido de esa muerte

violenta que lo ronda.

¡Y hay que aprovechar!

¡Oigan todos ustedes!

legiones de mercenarios:

estrategas, cabalistas, abominadores, nauseantes,

moradores de la soledad, esperadores y tramadores,

autistas del tiempo, invernadores,

¡vástagos de la época!

Esta es mi orden:

no admitan capitulaciones

¡la victoria o nada!

¡Hay que asesinar el siglo!

porque sí y porque no más,

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

308

¡hay que asesinar el siglo, hermanos!

¡hay que aprovechar

que tiene la moral muy abajo!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

309

Francisco Javier Zuluaga (1923- )

La Fuga del Amor

Presta para el amor, desnuda toda, luciente virgen como el agua oscura,

por el lejano mar de nácar sube la mentirosa luna de septiembre.

Tu pelo, como fina lluvia de oro, a la luz del otoño, gota a gota,

moja tu suave piel de terciopelo, desvanecida en lumbre y alabastro.

De pronto te pareces al amor y a veces te pareces al olvido,

de pronto de pareces a las rosas y a veces te pareces a la muerte.

Así eres taciturna en el crepúsculo de este otoño gris, solo y desvalido,

que llama dulcemente a nuestros cuerpos y a la fiesta del vino y del reposo.

Junto a la luz del astro de la lámpara, tu cuerpo liberado de las sedas,

se dispone a la gloria de la entrega bajo el rumor del viento y de las hojas.

El corazón a tientas se recobra de la perdida gracia de tus muslos

y del claro verano de tus senos.

Esta ausencia con su color de nube

resbala como el agua en el vacío y dejo de tu imagen su perfume.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

310

Robinson Quintero Ossa (1959- )

La Obra de sus Manos

Vengan

los invito a ver los canteros de mi madre

las plantas que adornan su balcón

Helechos colgantes

cuernos de buey

pequeños naranjos

novios veraneras:

la obra de sus manos

El más desprevenido

el más fugaz

vuelve la mirada

Todos

pasen a ver el jardín

donde ella riega la alegría

Si los detiene el amor

el demasiado trajín

entiendo

Pero si es lo oscuro

el infortunio

pasen pronto

no dejen de ver el balcón donde más se demora la mañana.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

311

Gerardo Valencia | (1911-1994)

Las Cuatro Estaciones

Alguien me dijo que vendría con los erguidos tulipanes:

pero el viento barrió las flores y nunca se llegó el día.

Otro dijo que llegaría con las rosas a los rosales:

pero los pétalos cayeron y nunca se llegó el día.

Tal vez, me dije, llegaría ya con los árboles desnudos:

pero las hojas se secaron y nunca se llegó el día.

Y nunca se llegó el día y ya las flores se borraron

en una blanca sinfonía, y yo la espero todavía.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

312

Helcías Martán Góngora (1920-1984)

Loa del Currulao

Me hacía guiños tu fugaz cintura,

negra, negrura de la negrería.

Era en Buenaventura

y una salvaje melodía

trenzaba mi amargura

y destrenzaba tu alegría.

En la noche, la Vía

Láctea de tu perfecta dentadura

al sonreírme tú, resplandecía.

Te ibas, corza herida,

perseguida gacela,

dejando en pos la estela

de la marimba ardiente

y los roncos tambores.

Con tu vestido de colores

y tu blanco pañuelo

eras alas de un vuelo,

pétalo en la corriente.

Crecía tu cadera,

curva de sombra plena.

En tu cuerpo bailaba una palmera

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

313

esta danza morena

hecha de gozo y pena.

La enamorada esfera

vibrátil de tus senos,

era una ronda de constelaciones.

Todo era curvo, menos

la desgarrada voz de las canciones.

Ardías con el fuego

de los hondos ancestros abismales

y era tu cuerpo un ruego

apasionado... Los rituales

tambores iniciaron su agonía.

Era en Buenaventura y todavía

en la noche, en la Vía

Láctea de tu perfecta dentadura

al sonreírme tú, resplandecía!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

314

Helcías Martán Góngora (1920-1984)

El Rey Pelé

Cuando el pontífice Pelé

su rito oficia ante las gradas

se encienden todas las miradas

y el grito se pone de pie.

Soltad pañuelos y bandadas

para el amo del balompié

y dad fe del negro, dad fe

con las voces emancipadas.

La tierra, la luna y el sol

prestan su forma a cada gol

que trama su ingenio sutil.

Bebe en la Copa Jules Rimet

y el mundo, en palo de Brasil,

talla el trono del rey Pelé.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

315

Luis Zalamea (1921- )

Los Muertos Míos

|Los muertos más antiguos se ocupan en cavar. Van hacia abajo. Pesan. No logran flotar como los jóvenes.

Heberto Padilla

Nunca quise pesar los muertos míos,

saber si cavan en efecto hacia el vacío,

o si en cambio flotan sobre el infinito.

Sería como medir la eternidad,

entrever el cielo por las rendijas de los astros,

lanzarse sin alas a lo desconocido.

Si pudiera pesar los muertos míos,

mi madre en su blancura transparente

sería tan sólo una pluma leve entre raíces.

Y el peso de jinete de mi padre guerrero

rasgaría de la tierra sus entrañas más duras,

cabalgando, cavando, chalaneando hacia abajo.

También hacia los fondos,

cual volcanes cuajados,

descenderían los cuerpos de todos mis hermanos.

Más que hermanos, leyendas.

Más que leyendas, sueños.

¿Y las formas rebeldes de todos mis suicidas?

¿Flotarían como jóvenes salpicados de tierra?

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

316

¿O quedarían suspensos, como náufragos cósmicos?

Yo quisiera, Heberto, poder pesar mis muertos.

Mas no tengo balanza

que los capte y sopese.

Sólo mi propia medida diaria

de soledad y angustia

de muerto que aún vive,

que ni cava ni flota,

de cuerpo que aún se mueve

sin consuelo ni rumbo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

317

Ciro Mendía (1892-1979)

Mejor Así

Así quería verme, abandonado,

sin quién caliente para mí una sopa,

sin quién remiende mi raída ropa

ni coja las goteras del tejado.

No hay quien me sirva un tiro ni una copa,

no hay quien me haga mi lecho desolado,

estoy hace diez días levantado

y no ha vuelto ya más la antigua tropa.

Así quería verme, pobre, viejo,

de púas erizado el entrecejo

y la mirada llena de pistolas.

Sólo me hablan los libros, los retratos,

y sin embargo tengo buenos ratos,

cuando me veo con el diablo a solas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

318

Ciro Mendía (1892-1979)

Antes de Caer el Telón

Muy bien, queridos, en morir consiento,

me les entrego ya de pies y manos,

preparen la madera y los gusanos,

que está finando aquí mi último aliento.

Se terminó esta farsa y este cuento,

yo les deseo permanezcan sanos.

Va a caer el telón... ¿Decís, hermanos,

que deje blanca para el gran momento?

Nada de misas ni de plañideras,

ni músicas, ni mármoles, ni ceras,

yo me niego a dejar —rotundo, ufano—

para tales minucias mis dineros.

Me entierran en el hueco más cercano,

o los apesto gratis, caballeros.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

319

Ciro Mendía (1892-1979)

Cambio de Escena

Yo vivía al derecho y buenamente,

era dueño y señor de mi pobreza,

pero nunca faltaron en mi mesa

el pan ni la botella de aguardiente.

Yo era el amigo de la buena gente,

yo no dejaba entrar a la tristeza

en mi sangre y reía con largueza

y era ingenioso y casi inteligente.

Me divertía con sabrosas ganas

y al aire echaba canas, tantas canas,

que invadió la calvicie mi cabeza.

Pero un día la muerte —actriz notable—

abrió otra vez mi puerta respetable

y la velada convirtió en tragedia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

320

Ciro Mendía (1892-1979)

Discurso del Homenaje

En el mar de mi vida, un oleaje

cortó mi nave con su doble filo

y un dolor negro con su viejo estilo

ha malogrado mi terrestre viaje.

Para poder venir a este homenaje

tuve que alzar mi corazón en vilo;

saqué mi alma de su helado asilo

y hasta mi casa con amor la traje.

Y al corazón le dije: —Viejo, vamos

a agradecer honores. Y aquí estamos

en esta noche grata pero yerma.

Mas sabed que mi alma azul no vino,

porque del goce ya olvidó el camino,

y porque estaba demasiado enferma...

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

321

Ciro Mendía (1892-1979)

En Casa

Yo soñaba en mi casa, viejo, oscuro,

entre libros y lágrimas y penas,

y aspiraba a quitarme las cadenas

y huir, saltando por el alto muro.

Ya mi razón se iba del seguro,

mis manos no eran ya las manos buenas

que de heridas con sal se alzaban llenas

y a un milímetro estaba del cianuro.

Entró una sombra azul, qué bien lucía,

y dijo en baja voz —¿Decirme quiere

si vive aquí el cantor Ciro Mendía?

Yo que al piano ensayaba un miserere,

le dije sin creer lo que veía:

—No, señor, aquí muere.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

322

Ciro Mendía (1892-1979)

En los Funerales de un Amigo

Qué exequias más hermosas, qué gentío,

cuántas flores y sombras, cuánta pena,

con su mutis quedó sola la escena,

cuántas hojas caídas sin rocío.

Qué silencio en las voces, y qué frío

por el amigo muerto. Gime llena

de angustia el alma por el alma buena,

cómo me dueles, compañero mío.

La amistad y el amor están presentes,

la pluma y el talento están de luto,

nieblas hay en los ojos, en las frentes.

Y pienso al ver el fúnebre ajetreo

que por razones de mi ceño hirsuto

no irá a mi entierro nadie, ni yo, creo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

323

Ciro Mendía (1892-1979)

Nada de Misereres

Yo no quiero morir, morir me asusta

y la muerte se me hace muy pesada,

me cae gorda la desnarigada,

pues no sabe de amor, ni a nadie gusta.

Me molesta y fastidia con su fusta

y con perdón, no sirve para nada,

es una pobre hembra fracasada,

y es aguafiestas y además injusta.

Yo no quiero morirme ni de broma,

me gusta más la pera que el fibroma,

más la luz que los largos apagones.

Me gusta más la risa que el lumbago,

por un responso que me den un trago

y el cielo se lo dejo a los gorriones.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

324

Ciro Mendía (1892-1979)

Sacándole el Cuerpo

Permita el moribundo me retire

que a la muerte le tengo mucho miedo,

nunca en sus mañas viejas yo me enredo

y ni siquiera admito que me mire.

Mas yo quiero saber si cuando estire

mi ilustre pata —si es que hacerlo puedo—

y cuando quede por completo quedo,

mi modo de morirme se me admire.

Como homenaje póstumo quisiera

que amigos ebrios a mi cabecera

celebraran mi último suspiro.

No soy rey —ni de copas— te lo advierto,

pero qué grato oír después de muerto:

¡Ciro Mendía ha muerto! ¡Viva Ciro!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

325

Nicolás Suescún (1937- )

Memoria Colectiva

Es una música

una presencia

son los recuerdos

que uno tras otro

se amontonan

son los muertos que vuelven

son paisajes y casas

habitaciones en penumbra

llanuras bajo la luna

lagunas entre montañas

y muchos hombres mujeres y niños

que van entre una y otra

devotos del agua y las alturas

es una multitud

son los muertos de cada uno

en paseos en el campo

o caminando por las calles

es una música

un color

un matiz de ese color

apagado

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

326

enfermizo

decadente

es el pasado que te ahoga cada noche

que a veces te tapa el sol

que va creciendo con los días

tu caudal de mentiras

una presencia

una música

un color desteñido

una puerta que cruje

una ventana que se cierra

un susurro en la oscuridad

en una casa que ya no existe.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

327

Darío Ruiz Gómez (1935- )

Mira hacia el Lado que te Hace Falta...

Mira hacia el lado que te hace falta. Hacia la

esquina donde quisiste encontrar la mujer de

tus sueños. Mira hacia el esquema donde ibas a

hacer del mundo el lugar consagrado y una nueva

casa del símbolo. Mira hacia la parte de la página

que deberías llenar con tu tristeza pero no has

llenado. O porque nadie en realidad te ha interesado:

o porque tal vez la palabra ya no despierta en tu

imaginación aquellos locos horizontes con que

sobrellevabas la expectativa de estos pobres días.

Pero no dejes de escuchar aquellas voces que

ignoraste: savia de viejos personajes de provincia.

Filósofos de esquina, niños elegidos por el aura

de las leyendas: Y desde los cuales podrás comprender

que nada en realidad es importante a la vida

fuera de la vida misma. Y que a la postre sólo

cuenta la visión de la muda muchacha que aún sin

que ella misma lo sepa ha sido tu verdadero

y único amor. O el vocablo que entre los guijarros

de la acequia encontraste intacto para definir

todo fulgor toda luz vacilante y todo teorema.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

328

Darío Ruiz Gómez (1935- )

Aquel Dios...

El dios que se anunciaba en el anhelo. El dios

que había presentido en la humedad del monte

en la mañana de lluvia: los minúsculos cristales

irisando corimbos y tallos. El dios que pareció

estar en la penumbra vinosa del hotel pueblerino

junto a los labios de la muchacha dormida. El dios

que estuvo en el jardín donde una anciana asperjaba

estrellas. El dios que movía —y no la fuerza del

arroyo desbocado— la florecilla silvestre. Aquel

cuyas lágrimas bordean el tallo del árbol abatido

para que la mañana no olvide los colores del bosque

perdido. El mismo dios que debajo de la piedra

oscura posó su pie para que el agua reposara.

El dios que junto al fuego campesino habló en

los ojos de Virgilio y en el ronco treno del

páramo dejó escuchar la fábula olvidada. Este

dios que en el áspero aguardiente de los días

dejó la luna para ser la soledad y la ventura

del corazón perplejo y extrañado. Aquel dios que

en la mañana del burdel dejó sobre la almohada

de la vieja prostituta el único presente de amor

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

329

que la recuerda. Aquel dios que se anunció en la

floración de las violetas y fue dejando en los

rincones de la casa, aromas, quedos soles,

la letra invisible de su despedida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

330

Amílcar Osorio (1940-1985)

Morada

Para su casa ha estudiado los vientos

—que no los haya de amor

para que no los haya de pena:

que no los haya de pasión

para que nos los haya de las soledades.

¡Ah! los vientos de las soledades.

Por las cuatro puertas

ha tocado su trompeta

para renunciar al sonido de las aves,

a las proposiciones del paisaje,

a la voluptuosidad de la luz,

y se ha encerrado en su silva íntima

a tocar su flauta solo.

¡Ah! y ha cernido un azor en los pórticos

para guardar su dominio.

¡Ah! los vientos de la pena.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

331

Oscar Torres Duque (1963- )

Norma Jean

Para esa otra Marilyn

sólo el miedo vendrá esta noche a visitarte

el único amante

al fin que no exige fidelidad

y que te hará evocar a los otros

con paciencia

nada queda de toda esplendidez

la alegría también es una actriz en tus tacones

te asomas a una ventana

como un político

—es el piano de Elton que te aclama—

pero esta vez verás sólo tu rostro

pulimentado atrozmente

por el insomnio

alcohol y barbitúricos

te asomarás de su mano

—el miedo—

a contemplarte:

gafas oscuras silencio y pepas

cuando ellos son una forma

de enfrentar la imagen

que de ti salió y no lleva tu nombre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

332

David Mejía Velilla (1935- )

Nueve Estancias del Lejano Amor I

Yo escribo de mi amor lejano, por quien la muerte espero y amo.

Todas las tardes de mi amor escribo. Y amando, esperando voy y vivo.

II

Cuando al pasar por el camino me veáis, sabed que por mirar lejano no os miro. Porque así voy, la estrella buscando,

buscando a veces el camino, a veces llorando.

III

Un pobre soy, que de mi amor no me visto. Que lejano está y estoy.

Que de mi amor fallo.

IV

Falto de identidad con él, aún hacia él camino.

Y espero lo que no sé explicar. Y miro.

Lejano miro.

V

Y bien conozco sin conocer. Y espero, a tientas ayer y hoy.

Dudando. Pero fijo.

VI

Vestido de muerte voy, que de mi amor aún no me visto.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

333

VII

Largo trecho, no sé cuánto de largo, pero bello es: hermoso, espinado,

piedra y piedra, tropiezo. Pero por nada cambio tanto caer y sangrar.

VIII

Si al pasar veis que tuerzo, enderezadme. Si el camino tal vez pierdo, encaminadme.

Comprenderéis, que puede ser, que acaso duermo. Y si hondo me queréis, por favor, despertadme.

IX

Que mi lejano amor espera.

Y de todos modos, alguna tarde he de llegar. No me detengáis, estrellas.

Ni una gota de mi muerte os derrame antes.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

334

Jorge Montoya Toro (1921-1989)

Nuevo Soneto a Cristo

Aquí estoy, mi Señor. Soy la pavesa

que queda del incendio de la llama.

Soy el adolorido porque ama.

El que busca tu aliento de tibieza.

En Ti mi soledad muere. Y empieza

la plenitud que tu bondad derrama.

Dame la paz que el corazón reclama.

Entrégame tu lumbre de pureza.

Si prenda pides de verdad, te entrego

mi corazón, de amor crucificado

en el crisol divino de tu fuego.

Soy pavesa, lo sé. Rescoldo helado.

Me abrumaba tu luz, y anduve ciego.

Me rescató el raudal de tu costado.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

335

Ana Milena Puerta (1961- )

Oración de los Insaciables

Recuerdo haber dicho

que detesto los rompecabezas,

el tiempo que muere

mientras se arman,

y una vez concluidos

mirarlos

—tristemente—

como quien sabe que sus días

se escapan por una ventana

y no puede detenerlos.

Por eso pido

que la vida me llegue completa,

que se me vierta el mundo,

que la luz me acose,

que tenga las manos tan llenas

y que su peso sea tan grande

que no pueda soportarlo.

Amén.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

336

Santiago Mutis (1951- )

Paolo Uccello

Un navío portugués

¡antiguo artificio humano!

le teme al lugar en donde los vientos

despiertan sombras

y en una nueva floración ¡celeste!

naufraga la estrella Polar.

"Uccello, amigo mío, mi quimera".

Naves antiguas bajo el silencio del cielo

buscan el límite de la estrella

en donde están el nombre y las murallas de una ciudad.

Paolo, Uccello,

ahí vienen los navegantes

por la palma del mundo, "llena de luna":

la luz rayada por la roja noche del hombre.

En su armadura

un hombre viaja por el fuego y los sueños

con los ojos abiertos.

La luna-luciérnaga

deja una estela que canta el agua

y crece en cada fruta y se oculta

en el deseo

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

337

que deslumbra como una piedra solar

desangrándose

en la leyenda que un pájaro cuenta -muriendo-

lo que ha oído cantar a los astros:

La batalla es la constelación

en donde Dios lee nuestro nombre,

criaturas por cuya sangre corren luz

y distancias.

Paolo, Uccello,

desde que te fuiste

el mundo es una madeja

que se deshace hacia una gota de sangre.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

338

Miguel Méndez Camacho (1942- )

Para Asumir la Soledad

En los aeropuertos donde nadie te espera

ni despide

ondea tu sonrisa

y responde a las manos que saludan.

Y al subir o bajar la escalerilla

el rito del brazo levantado

hacia la bandería

de los pañuelos que se agitan.

No olvides la variante

de las pequeñas tiendas de turismo:

pregunta por el perfume

de la muchacha que te hubiera esperado

si tuvieras alguna.

O el licor favorito de tu amigo

que no puede beber

porque la muerte no se lo permite.

Duty free significa simplemente

libre de explicaciones

para asumir la soledad.

Y cuando los altoparlantes anuncien

que el viaje continúa

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

339

vuelve y levanta el brazo

hacia la muchedumbre

que es posible que quienes te saludan

sean también solitarios que no tienen

ni visitas ni ausencias.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

340

Carlos Medellín (1928-1985)

Para Sembrar Colores

Al preparar la tierra

en su cuerpo anhelante

no produzcas dolor

en sus entrañas,

ábrela simplemente

sin herirla,

aliméntala

con jugos minerales,

toma en tu propia mano

la semilla

para que la revuelvas

con tu sangre,

deposítala envuelta

en melodías,

cúbrela con tu aliento

como un padre,

y, por último

riégala

en la mañana

y en la tarde

con el agua que brota

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

341

de la montaña madre

sin permitir jamás

que la toquen las lágrimas.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

342

Augusto Pinilla (1946- )

Poema Filosófico

Siempre creí que fue

en conversaciones con Sócrates

o en paseos con Hölderlin

por las ruinas de soles sin olvido

donde surgió el oráculo

de que puede pensar lo más profundo

quien ama lo más vital,

pero ahí está tu trenza

que hace más imposible

la existencia de la muerte

y nada diré de tu mirada

perdida en la pradera de la juventud,

nada de tu color,

sólo tu paso

extrañamente superior a la vida

idéntico a la belleza.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

343

Carmelina Soto (1916-1994)

Pretéritas

Hacia atrás en los siglos, mis abuelas tranquilas amables, amorosas, lejanas y señeras.

Las pardas cabelleras al cuello recogidas. Las pardas cabelleras...

Mujeres que rindieron sus cabezas maduras —trigal auri-moreno cuando el otoño llega—.

(Alguna va en mi sangre repitiendo su infancia, rencorosa y callada como una niña ciega).

¿Y de dónde venían? Oh montaña de Antioquia por ellas abonada para el gusto del trigo.

Por montañas de Antioquia su oración y su canto. Sus sombras capitales para siempre conmigo.

Suaves niñas lejanas, hacia atrás, mis abuelas. El cordón de mi sangre gira en sus huecas manos

como inocente lino... retorcido en la rueca del tiempo.

(Patios hay con claveles y patios hay lejanos como en las rojas tierras de Castilla).

¡Júbilo de mi sangre! (Mis manos inocentes

jugaron con las flores de sedosa mantilla). Retrocedo en el tiempo centurias para verlas por detrás de mis hombros en adorables filas. Mujeres silenciosas, saludadoras, austeras,

entre linos y espliegos para siempre tranquilas. Por detrás de mis años, sus ojos de violeta

escrutan mi destino.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

344

Manuel Mejía Vallejo (1923- )

Prácticas para el Olvido

(fragmentos)

Que ya no más podré verte

si no abandono mis vicios...

Cambiaré todos mis juicios

por el vicio de quererte.

Siete amores que habían sido

los metí en un solo amor;

hoy los ocho, sin rencor,

los metí en un solo olvido.

Aunque tranquila en el fondo

por lo que va reflejando,

el agua pasa temblando

de ver el cielo tan hondo.

En acertar es mezquina

la condición de los hombres:

quieren voltear, no te asombres,

antes de alcanzar la esquina.

Cien coplas de una sentada

cantaba un día cualquiera;

hoy paso la noche entera

en una sola callada.

Hasta que te conocí

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

345

yo no sabía de penas,

ni sabía de condenas

hasta cuando te perdí.

Corazón, no traigas penas

de tus nuevas compañías;

si no puedo con las mías,

¡qué tal con otras ajenas!

Creo que anoche soñé

con tu cara largo rato;

por no tener tu retrato

cogí el sueño y lo enmarqué.

Con ojos para el olvido

miro tu ventana en cruz:

o no apagaste la luz

o está tu sueño encendido.

Para colmo de mis males

compruebo que, si trasnocho,

con tu amor llegan a ocho

los pecados capitales.

Te haces la desentendida

cuando me sentís llegar,

pero te escucho llorar

los pasos de mi partida.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

346

Álvaro Miranda (1945- )

Simulación de un Reino 2. Día de ver la diosa india sobre la popa llana Tú, diosa de Tamalameque, que en las aguas del Ariguaní, fulges como boscaje desde la toba caliza de las ninfas que transparentan el relincho de las yeguas y que traes entre tus proezas la de distinguir a todas las hormigas según la carga de las hojas, no olvides aclimatar entre tu silencio al tigre que sesga de prontitud la luna sobre el himen caoba de la nao, al tigre que ha rugido en las aguas pantanosas de la victoria regia o en el climaterio que hace rosa el último vino oscuro de las indias viejas. Protégenos de la viruela escarlata, blanquea nuestra piel con la cal que los sepultos traen desde el terror de sus olvidos, e iza entre el rumor de los alcaravanes los lamentos de los que, ají en boca, muerden con rabia la magia de los coronados con tiaras de embrujos entre la luz que picotea el tominejo. Ampáranos de este calor que desaliña la gorguera y se adentra entre los escalofríos de la fiebre como carne encendida en carbón vegetal. Disipa las garras de amaranto, aquellas que rastrillan el orín del tigre en las proximidades del canto de los gallos y llenan de terror los pensamientos que se asan entre las cotas de malla. Aguza entre las herraduras rotas el penúltimo soplo de las forjas, el mismo que ha salitrado el jabón de seda de Don Gonzalo y así, sólo así, Ihilla, permite que el primer burro carguero que ha pisado América, nos reparta con su rebuzno lo ígneo en este infinito que se posa bajo las patas de una ovípara cuerva. Mueve, oh Ihilla, el rocío sobre las hojas de bijao, para que lo eterno salude a la tempestad con ese vaho gris que se derrite, hoja a hoja entre las palmas, sobre la aureola oscura que abriga la corteza del gualanday. Danos la sagrada chorreadura de tu elocuencia, la misma que sirve para sanar la piel herida de las ceibas Danos el bordado delas lianas en las sombras del samán y así, tatuados de noche, se mojen tus ojos en la luz de la luna. Acoge nuestra embarcación como si fuera tronco de balso y que la luz invisible taladre de rayos la mariposa que bordea el cielo. Entonces, Ihilla, el tigre sobre proa podrá soñar imágenes húmedas, esas que mojan de lluvia las viejas maderas, esas que aroman con huevas de sábalo las plumas de los patos. El tigre, Ihilla, es el único que puede tornasolar los sueños bajo nuestras negras cabelleras. Danos por ello el arpón que ha buscado recuerdos de muertos en el vientre carnoso del caimán, porque ahí dubitará por siempre jamás el último adiós del soldado devorado y hará canción en el agua la coraza que ya no tiene lustreo roce de pétalos, sino silencio y habla de agonías.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

347

Mas tú, que eres entre las diosas la más recurrida, pregúntalesa los otros, a los que tejen el cielo con humo de tabaco, dónde nace el infinito, para así saber si es sobre ese marrón de los ojos de las babillas donde las orquídeas se deben transformar en evanescencia de cristales. El tigre, Ihilla, es el anfitrión en la tierra de nadie, el dueño del borde de la copa de un árbol que enhebra soledades. Por eso, diosa, los que tenemos montura y caballo y medimos las distancias por el trino de las aves, sabemos que no hay mayor pesadilla que una ninfa que se agita herida entre las aguas del río. Las montañas que ofrecen al cielo nuestra travesía saben que las lechuzas volverán más púrpura esta oquedad del día que copia la flor de los o Cobos solitarios. Te preguntamos sobre la riada que trasnocha el viaje, te preguntamos Ihilla: ¿Es Qif la isla del ébano, la tierra lunar que alivia las penas del Edén, el lugar donde caen los rayos que desflecan toda esperanza? No olvides, Ihilla, que las mariposas ninfálidas, temerosas del tigre, revolotearán sobre la luna saturada de mansedumbre. Ven, por eso, diosa, danos templanza, ofrécenos de beber "agua de melisa entre los carmelitas", porque así no tendrás que espantar a los dioses que copulan en la punta de la luz.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

348

Álvaro Mutis (1923- )

Tríptico de La Alhambra

Para Santiago Mutis Durán

I

En el Portal

Hace tanto la música ha callado.

Sólo el tiempo

en las paredes, en las leves columnas,

en las inscripciones de los versos

de Iban Zambra

que celebran la hermosura del lugar,

sólo el tiempo

cumple su tarea

con leve,

sordo roce

sin pausa ni destino.

Al fondo,

ajenos a toda mudanza,

el Albaicín

y las pardas colinas de olivares.

Carmen lanza migas de pan

en el estanque

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

349

y los peces acuden en un tropel

de escamas desteñidas por los años.

Inclinada sobre el agua,

sonríe al desorden que ha creado

y su sonrisa,

con la tenue tristeza que la empaña,

suscita la improbable maravilla:

en un presente de exacta plenitud

vuelven los días de Yusuf,

el Nasrí,

en el ámbito intacto de la Alhambra.

II

Un Gorrión entra al Mexuar

Entre un tropel y otro de turistas

la calma ceremoniosa vuelve al Mexuar.

El sol se demora en el piso y un tibio silencio

se expande por el ámbito donde embajadores, visires,

funcionarios, solicitantes, soplones y guerreros

fueron oídos antaño por el Comendador de los Creyentes.

Por una de las ventanas que dan al jardín

entra un gorrión que a saltos se desplaza

con la tranquila seguridad de quien se sabe

dueño sin émulo de los lugares.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

350

Vuelve hacia nosotros la cabeza

y sus ojos —dos rayos de azabache—

nos miran con altanero descuido.

En su agitado paseo por la sala

hay una energía apenas contenida,

un dominio de quien está más allá

de los torpes intrusos que nada saben

de la teoría de reverencias, órdenes, oraciones,

tortuosos amores y ejecuciones sumarias,

que rige en estos parajes en donde la ajena incuria,

propia de la triste familia de los hombres,

ha impuesto hoy su oscuro designio, su voluntad de olvido.

Vuela el gorrión entre el laborioso artesonado

y afirma, en la minuciosa certeza de sus desplazamientos,

su condición de soberano detentador

de los más ocultos y vastos poderes.

Celador sin sosiego de un pasado abolido

nos deja de súbito relegados al mísero presente

de invasores sin rostro, sin norte, sin consigna.

Irrumpe el rebaño de turistas. Se ha roto el encanto.

El gorrión escapa hacia el jardín.

Y he aquí que, por obra de un velado sortilegio

los severos, autoritarios gestos del inquieto centinela

me han traído de pronto la pálida suma

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

351

de encuentros, muertes, olvidos y derogaciones,

el suplicio de máscaras y mezquinas alegrías

que son la vida y su agria ceniza segadora.

Pero también han llegado,

en la dorada plenitud de ese instante,

las fieles señales que, a mi favor,

rescatan cada día el ávido tributo de la tumba:

mi padre que juega billar en el café "Lion D’Or" de Bruselas,

las calles recién lavadas camino del colegio en la mañana,

el olor del mar en el verano de Ostende,

el amigo que murió en mis brazos cuando asistíamos al circo,

la adolescente que me miró distraída mientras

colgaba a secar la ropa al fondo de un patio de naranjos,

las últimas páginas de "Victory" de Joseph Conrad,

las tardes en la hacienda de Coello con su cálida tiniebla

repentina,

el aura de placer y júbilo que despide la palabra Marianao,

la voz de Ernesto enumerando la sucesión de soberanos

sálicos,

la contenida, firme, inmensa voz de Gabriel en una sala

de Estocolmo,

Nicolás señalando las virtudes de la prosa de Taine,

la sonrisa de Carmen ayer en el estanque del Partal;

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

352

éstas y algunas otras dádivas que los años

nos van reservando con terca parsimonia

desfilaron convocadas por la sola maravilla

del gorrión de mirada insolente y gestos de monarca,

dueño y señor en el Mexuar de la Alhambra.

III

En la Alcazaba

El desnudo rigor castrense de estos muros,

tintos de herrumbre y llaga, sin inscripciones

que celebren su historia, mudos

en el adusto olvido de anónimos guerreros,

sólo consigue evocar la rancia rutina

de la guerra, esa muerte sin rostro,

ese cansado trajín de las armas,

las mañanas a la espera de las huestes

africanas, cuya algarabía ensordece

y abre paso a un pánico que pronto

ha de tornarse vértigo de ira sin esclusas

y así hasta cuando llega la noche

sembrada de hogueras, relinchos y susurros

que prometen para el alba un nuevo

y fastidioso trasiego con la sangre

que escurre en el piso como una savia

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

353

lenta, como un torpe y viscoso camino

de infortunio. Y un día un aroma de naranjos,

las voces de mujeres que bajan al río

para lavar sus ropas y bañarse,

el vaho que sube de las cocinas y huele

a cordero, a laurel y a especies capitosas,

el sol en las almenas y el jubiloso restallar

de las insignias, anuncian el fin de la brega

y el retiro de los imprevisibles sitiadores.

Y así un año y otro año

y un siglo y otro siglo,

hasta dejar en estos aposentos,

donde resuena la voz del visitante

en la húmeda penumbra sin memoria,

en estos altos muros oxidados de sangre

y liquen y ajenos también e indescifrables,

esa vaga huella de muchas voces,

de silencios agónicos, de nostalgias

de otras tierras y otros cielos,

que son el pan cotidiano de la guerra,

el único y ciego signo del soldado

que se pierde en el vano servicio de las armas,

pasto del olvido, vocación de la nada.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

354

Alfredo Ocampo Zamorano (1930- )

Tengo una Especial Predilección...

tengo una especial predilección

por las plazas de mercado

me atraen enormemente

es como si fuesen

una mujer campesina en medio de la ciudad

gesticulando con regordetos brazos de queso

hablando con gruesos labios

de moras frescas

sentada jovial sobre un cajón de legumbres

para contarnos de los males de su "yerna"

y de la hermosa yegua de su compadre Juan

tengo una especial predilección

por las galerías donde se expenden los ajos frescos

donde se cuelga la carne apetitosamente

de grandes chuzos de hierro negro

donde aún huelen las frutas al árbol

donde la algarabía

se asemeja al silencio del campo después de la cosecha

tengo una especial predilección

por las plazas de mercado

Donde quiera que estén.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

355

Víctor Paz Otero (1945- )

Textos de la Sombra

(Fragmentos)

Fulgor de una lluvia antigua y triste que cae acariciante sobre el mundo. Suspendida en la mitad de la luz y tatuada por la sombra, la imagen degollada de una mujer desnuda que sangra en mi memoria convoca mis asombros. Atravieso los largos laberintos. Hay un olor plural, promiscuo: sándalo sagrado y fétidos huesos corroídos por el tiempo y por la muerte. Al concluir el viaje y al destruirse el sueño, mis íntimos delirios se enamoran y naufragan en la imagen degollada.

* * *

Ayer, cuando el crepúsculo era tibio como una noche anudada a tu cuerpo, oí la música de mi propio suicidio ascendiendo por un árbol. Todo era perfecto: la luz, la lluvia, las minuciosas hojas, mi garganta sedienta, mi incomprendida espera. Anudé la soga y cuando la muerte turbia me besó en los ojos, volví a ver el esplendor del mundo y resucité gozoso entre tu cuerpo amado.

* * *

Un sapo de ojos gigantescos, de ojos alucinados y deformes, le canta a la oscuridad desde el fondo de un pozo abandonado. El sapo no es un príncipe extraviado en el sapo. El sapo solamente es un sapo triste e insignificante que le canta a la oscuridad desde el fondo del pozo y la oscuridad se enamora de él y hace que la luna baile en sus ojos, que son alucinados y deformes, y están enamorados de la luna por la oscuridad del pozo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

356

Philip Potdevin Segura (1958- )

Tengo Dos Razones

Tengo dos razones para recordarte el saludo matutino

la despedida vespertina

Tengo dos razones para extrañarte el aliento de tu constancia el aroma de tu presencia

Tengo dos razones para llorarte el dolor tan temido

de tu ausencia y olvido

Tengo dos razones para alegrarte los guiños de una nota

los versos de un poema

Tengo dos razones para pensarte la cómplice aquiescencia

la tácita complacencia De un secreto bien guardado

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

357

Elkin Restrepo | (1942- )

Te Entregas...

Te entregas al sueño de ti mismo

terrena ocupación que te pierde en mil formas

y lentamente como si las suyas fueran

también razones familiares

la demencia esa hija extasiada

herencia de tu padre

ese vocablo que cuida un cielo al borde

de tu desasosiego

moldea un paisaje de momentánea

materia redentora

Nada más un aletazo un mensaje

una sinrazón

Suficiente para que a tu testa la corone

ahora

un ramo de jubilosas visiones

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

358

Elkin Restrepo (1942- )

El Amor

Como huésped suntuoso

trastornas las costumbres de mi casa

y haces de la vida un festín

Eres vino que convida al exceso

Vistes al menesteroso

y en sus ojos pones una luz de extravío.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

359

Elkin Restrepo (1942- )

En lo Banal...

En lo banal la verdad construye su gran frase

En el trivial asunto siempre una divinidad

se ofrece

La estela de humo que el avión deja al pasar

constituye también materia de iluminación

La gastada fábula de cada día el relamido

fuego de tus besos

la canción que aprendemos para olvidar

apenas son formas

reunida melodía de lo que no puede

decirse de otro modo

Propio es de la vida

que ella cante y calle a la vez.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

360

Elkin Restrepo (1942- )

Lo que se te Da...

Lo que se te da es forma también de lo

que no obtendrás

Lo que tu mano acepta cierra puertas

Lo que tu júbilo deja a diario por fuera

es casi tu mejor sueño

Por una mujer que amas pierdes

las demás

En el fondo de una luna inabarcable

tu desvelo echa raíces

Para qué desvariar

Sólo si tienes (para ti) la vida que te cupo

en suerte.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

361

Juan Restrepo (1930-)

Sur

¿Qué sangriento grito silencioso eleva el sauce en el bosque?

No puedo entender más que en mis sentidos las grietas que acojo,

más allá soy puerta vacía, recinto que rasga los años.

¿Qué campana es esa que se oye llamando, esos rostros que salen del bajo silencio o aquellos que pasan cubiertos de gritos

tocados por un fuego denso que en negro vestido se apagan?

¿Reconocerías, reconocerías este oscuro eterno jirón de tiniebla,

sangre del sonido, tumbas del color? Cuervos en la frente arrancando al ojo

la viva memoria, túmulos que el viento acerca al oído:

no mueren los muertos, no olvidan los muertos.

Hay un sitio de su dulce reino donde nunca mueren,

lugar de piedad donde nos esperan, comen con nosotros beben con nosotros

y aguardan la inmensa respuesta Un lugar de lodo y pútrida hiedra

donde el joven viaje que de pronto anduvo entre oscuridades, rotos cráneo y pecho,

deja sus orillas, se seca las cuencas, se mira, señala, y no hay tiempo en él, ni espacio vacío, sino todo el tiempo, la ciega balanza fijando su abismo.

¡Ah! Sur, fosa sur. Sur en su lento cortejo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

362

Cierra su ventana de aire la lila, recoge el búho su ojo nocturno,

mi cabeza al tronco de un lecho colgando, mi cabeza lívida

goteando del ojo de un leño.

Edificar, edificar, envejecer sin que la edad haya dado su acuerdo,

trozar los años como a paja vacía, herir,

¿herir? amado coágulo que hiede entre pasión y pensamiento,

puñal triste, garfio huérfano que llora sus enmohecidas entrañas.

Es cierto otro año, regresa la edad. Las casas peinan sus cabellos y entre lo invisible

se escucha la piedra sin agua: Buchenwald, Buchenwald,

en un lento chorro de espanto.

¡A! Sur, fosa sur. No mueren,

no olvidan los muertos.

Siembra corazón, regresa a la fruta al lobo y el cepo.

¡Siembra corazón! el sauce en el bosque no cesa,

oscuras cavernas ahondan la frente de este reino nuestro que llaman Historia.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

363

Juan Restrepo (1930-)

La Durmiente

Duerme, que nadie ocupe ese espacio.

Otras puertas y ventanas plantan allí,

otro techo, otra mañana, otro nombre

que al amanecer no aspira

más que al cielo que le abres.

No estás lejana, sí oculta

en una luz donde nadie

podrá nunca acompañarte.

¿Qué mediodía, qué tarde

puede encerrar la mirada

que por un momento yace?

No hay caja ni tambor negro

para tu luto

ni olvido entre la lágrima.

Sólo el cristal te sostiene,

el ojo que en mí apacienta

pues allí guardada corres,

poniendo a la transparencia

calladamente tu cuerpo.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

364

Eugenia Sánchez Nieto (1953- )

Vigilia

¿Qué sonido es ese que se escucha en la noche?

Serán los muertos que algo olvidaron y tratan de abrir

la puerta.

Será el viento que derribó el bronco árbol

o la joven indefensa que busca un lugar dónde dormir

Tal vez son los anómalos del 401 que no se cansan

de hacer terapia de grupo

Será un animal que trata de hacer de esto un lugar

decente

o será mi quebrantado corazón que no logra dominarse.

¿Qué sonido es ese que se escucha en la noche?

Serán los muertos que derribaron el bronco árbol

en su afán de lograr mejor espacio

Será el viento que busca a su amada y derriba puertas

o la joven anómala que escandaliza la cuadra antes

de dormir

Tal vez son los indefensos del 401 a quienes tantas

veces los visita el miedo

o será el animal que llevo dentro y lucha por salir.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

365

Carlos Héctor Trejos (1969- )

Señor Rimbaud

Le doy la razón,

preferible cazar elefantes

a cazar palabras.

Ir en busca de palabras

es como ir en busca de fantasmas.

Dispararles, es dispararles a sombras

y sucede muchas veces

que la nuestra se atraviesa

y quien recibe todos los impactos

es nuestro propio cuerpo.

África no está lejos,

pastan más lejos los sueños

y de esa larga correría

nada se trae útil, ni un trofeo.

Es más valioso el marfil.

No me volveré a armar

contra los espejos oscuros de la poesía,

no me volveré a enfrentar contra mí mismo.

Preferible, hundirse sobrio

con armas y pieles

en un mal negocio.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

366

Félix Turbay Turbay (1933- )

Reino Incierto

Abusaremos algún día del más fuerte monarca, ya devastados sus ejércitos,

ya hirviente su palacio, carcomida su piel brillante, untada su corona

de un aceite secreto que viene de la muerte.

Anterior a su lumbre, al oro de sus párpados, algún salmo desierto lo estará recordando;

entre viejos bastiones, alguna dinastía de música sangrante; sobre las tempestades,

alguna incierta pena del viento entre los álamos.

Después será posible levantar otro reino hacia el mar, que es la tierra del sueño.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

367

José María Vivas Balcázar (1918-1960)

Único Instante

Así amanece el bosque.

Así amanece.

Y sale a recibirme tu sonrisa,

rosa que nace.

Árbol gigante

como cráter verde

llena la calle.

Y de la noche de las hojas

cae

sobre la mano de la luz

la pluma

de algún ave.

Tú no lo adviertes.

Tú no lo sabes.

Que no lo sepas nunca.

Reclínate en mis hombros

y no hables.

Una sonrisa tuya,

una palabra,

puede hacer volar desde mi mano

toda la poesía del instante.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

368

Rafael Vásquez (1899-1963)

Primavera

¿Qué armoniosas mujeres al rumor de una fútil melodía cantaban? Hondamente, en la diurna luz extrema, sus voces, por la atmósfera útil, desfloraban la undívaga soledad taciturna.

Cuanto más en el ámbar de la tarde ya inútil tus cabellos dorábanse, Primavera, a la urna de tu cuerpo ceñíase, cual un velo inconsútil,

ese azul extraviado de la hora nocturna.

Grave, ¡oh rustical virgen! extinguíase el coro juvenil, entretanto, que en tu núbil decoro

perfumábase entonces todo el ámbito agreste.

¡Más propicio a tu sueño, sobre el éter sonoro, coronado de estrellas el silencio celeste

florecía en la noche como un árbol de oro!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

369

Jaime Alberto Vélez (1950- )

Un Pequeño Vacío

Un ciervo sintió una mañana un pequeño vacío en su pecho. El animal habría permanecido tranquilo

de no ser porque a medida que avanzaba el día lo torturaba con más urgencia la necesidad

de llenar su vacío con algo. Como recurso extremo resolvió consultar al ciervo más viejo

y sabio, pero éste le dijo, agobiado, que tendría que buscar ayuda en otro lugar.

El ciervo, entonces, corrió sin dirección fija durante todo el día, tratando de encontrar ayuda entre los demás animales. Pero fue en el límite

del monte, al ver al cazador agazapado y al sentir el impacto en su pecho, cuando alcanzó a vislumbrar, con una claridad excesiva, lo que

andaba buscando.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

370

Flobert Zapata (1958- )

Reflexiones de una Madre acerca de la Guerra

La debilidad de las mujeres por los héroes es una

de las causas primarias de la guerra.

Sé de mujeres que, involucradas en la guerra, se decidieron

por el virtuoso papel de mártires.

Conozco otras que han deseado la guerra con vehemencia

para que sus oraciones tengan mayor sentido.

Algunas madres que dijeron adiós con orgullo a los hijos que

partieron para la guerra y los vieron regresar sanos y

salvos, se sintieron un poco defraudadas de que

no hubieran tenido el privilegio de una muerte gloriosa

para la patria y honrosa para la familia.

Yo nací y crecí en un país donde no hubo guerras y me quedé

sin saber lo que pensaba mi madre con respecto a mi destino.

Pensándome un poco concluyo que soy una madre anormal:

no me gustan las guerras, no justifico los

sacrificios, abomino los

martirios, me burlo de los heroísmos.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

371

Beatriz Zuluaga (1932- )

Si Preguntan por mí...

Si preguntan por mí...

diles que salí a cobrar la vieja deuda

que no pude esperar que a la vida

se le diera la gana de llegar

a mi puerta.

Diles que salí definitivamente

a dar la cara sin pinturas

y sin trajes el cuerpo.

Si preguntan por mí...

diles que apagué el fuego,

dejé la olla limpia y desnuda la cama,

me cansé de esperar la esperanza

y fui a buscarla.

Diles que no me llamen...

Quité el disco que entretenía en boleros

el beso y el abrazo

la copa estrellé contra el espejo

porque necesitaba convertir

el vino en sangre

ya que jamás se dio el milagro

de convertirse el agua en vino.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Si preguntan por mí...

diles que salí a cobrar la deuda

que tenían conmigo el amor,

el fuego, el pan, la sábana y el vino,

que eché llave a la puerta

y no regreso.

¡Definitivamente diles

que me mudé de casa!

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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BIBLIOGRAFÍA FRANCISCO ALVAREZ DE VELASCO Y ZORRILLA: Rhythmica sacra, moral y laudatoria (1703), edición a cargo de Ernesto Porras Collantes, estudio de Jaime Tello, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1990. JULIO ARBOLEDA: primera edición de sus poemas en Bogotá, 1883; |Poesías, Biblioteca de Autores Colombianos, 12, Bogotá, 1952. ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS: |Poesías, prólogo de Ricardo Becerra, Caracas, 1897; |Cien poesías, Bogotá, 1911; |Traducciones poéticas, París, 1925; |Antología poética, Quito 1932; |Los trofeos de José María de Heredia, Bogotá, 1934; |Tú y yo de Paul Geraldy, Bogotá, 1937, y |Las odas de Horacio, publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, V, Bogotá, 1950. PORFIRIO BARABA-JACOB: |Canciones y elegías, México, 1932; |Rosas negras, Guatemala, 1933; |La canción de la vida profunda y otros poemas, prólogo de J.B. Jaramillo Meza, Manizales, 1937; |El corazón iluminado, Bogotá, 1942; |Poemas intemporales, México, 1944; |Antorchas contra el viento, edición de Daniel Arango, Bogotá, 1944, y |Poemas, recopilación y notas de Fernando Vallejo, Procultura, Bogotá, 1985. JOSÉ EUSEBIO CARO: primera edición de sus poemas en Bogotá,1857; |Poesías completas, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, 1973. MIGUEL ANTONIO CARO: primera edición de poemas suyos, Bogotá, 1866; |Obras poéticas, edición oficial al cuidado de Víctor E. Caro, Bogotá, 1929-1936, 6 vols. JOSÉ JOAQUÍN CASAS: |Recuerdos de fiestas, Bogotá, 1912; |Antología poética, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana,151, Bogotá, 1951, y |Obra selecta, Banco de la República, Bogotá, 1970. GREGORIO CASTAÑEDA ARAGÓN: |Rincones de mar, Barranquilla, 1925; |Mástiles al sol, San José de Costa Rica, 1940; |Islas flotantes, Barranquilla, | 1959. JUAN DE CASTELLANOS: |Elegías de varones ilustres de Indias, prólogo de Miguel Antonio Caro, Biblioteca de la Presidencia de la República, | Bogotá, 1953, 4 vols. EDUARDO CASTILLO: |El árbol que canta, Bogotá, 1928; |Obra poética, edición del Ministerio de Educación al cuidado de Roberto Liévano y Carlos López Narváez, Bogotá, 1965, y |El árbol que canta, selección de poemas y prosas y prólogo de Fernando Charry Lara, Colcultura, Bogotá, 1981.

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FRANCISCA JOSEFA DEL CASTILLO Y GUEVARA: |Obras completas, introducción y notas de Darío Achury Valenzuela, Banco de la República, Bogotá, 1968, 2 vols. LEOPOLDO DE LA ROSA: |Poemas, Barranquilla, 1945. HERNANDO DOMINGUEZ CAMARGO: |Obras, edición a cargo de Rafael Torres Quintero, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1960; |Obras, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1986. DIEGO FALLON: primera edición de poemas suyos en Bogotá. 1882; |Poesías, publicadas por el Departamento del Tolima, Ibagué, 1934. JULIO FLÓREZ: |Obra poética, prólogos de Eduardo Carranza y Rafael Maya, Banco de la República, Bogotá, 1970. Recoge este volumen todos | sus libros, desde |Cardos y lirios (1905) hasta |Oro y ébano (1943), añadiéndose poemas no reunidos antes. GILBERTO GARRIDO: |Llanto, México, 1943; |Ansiedad, México, 1947; |Lumbre, México, 1947; |Romancero, México, 1947; |Poemas, Cali, 1954; |Ilusión, Cali, 1959, y |Anima expuesta, Cali, 1959. ANTONIO GÓMEZ RESTREPO: |Ecos perdidos, prólogo de Rufino José Cuervo, París, 1893; |Poesías, introducción de José J. Ortega Torres, Publicaciones de la Academia Colombiana, I, Bogotá,1910, y |Cantos de Giacomo Leopardi, Roma, 1929. JOAQUÍN GONZÁLEZ CAMARGO: |Poesías, Bogotá, 1889. MAXIMILIANO GRILLO: |Al Illimani y otros poemas, San José de Costa Rica, s.f.; |En espiral, París, 1917. GREGORIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ: primeras ediciones de poemas suyos en 1867 en Nueva York y Medellín; |Obras completas, compiladas por Rafael Montoya y Montoya, ediciones Académicas, Medellín, 1958. JORGE ISAACS: primera edición de poemas suyos en Bogotá, 1864; |Poesías, prólogo de Armando Romero Lozano, Universidad del Valle, Cali, 1967; |Saulo, Canto Primero, prólogo de Fernando Charry Lara, Universidad del Valle, Cali, 1994. VÍCTOR M. LONDOÑO: |Obra literaria, publicada por Cornelio Hispano, Bogotá, 1937; |Poesías, compiladas por Olegario Zárate, Bogotá, 1937. LUIS CARLOS LÓPEZ: |Obra poética, edición crítica de Guillermo Alberto Arévalo, Banco de la República, Bogotá, 1976.Recoge este tomo todos sus libros: |De mi villorrio, Madrid, 1908; |Posturas difíciles, Madrid, 1909; |Varios a varios (publicado

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conjuntamente con Abraham Z. López Penha y Manuel Cervera), Madrid, 1910, y |Por el atajo, prólogo de Emilio Bobadilla y epílogo de Eduardo Castillo. Cartagena, 1920. EPIFANIO MEJÍA: primera edición de poemas suyos en Medellín en1893; |Obras completas, compiladas por Rafael Montoya y Montoya, Ediciones Académicas, Medellín, 1961. LUIS MARÍA MORA: |Arpa de cinco cuerdas, Roma, 1929. RAFAEL NÚÑEZ: primera edición de poemas suyos en 1885 en Bogotá y en 1889 en París; |Poesías, prólogo de Ramón de Zubiría, | Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977. CANDELARIO OBESO: |Cantos populares de mi tierra, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1950. JOSÉ JOAQUÍN ORTIZ: |Poesías, Bogotá, 1880. BELISARIO PEÑA: |Poesías selectas, Bogotá, 1928. RARFAEL POMBO: primera edición de sus poemas en Bogotá, 1916-1917, 2 vols.; |Poesías completas, prólogos de Antonio Gómez Restrepo y Eduardo Carranza, Aguilar, Madrid, 1957. MIGUEL RASCH-ISLA: |A flor de alma, Barranquilla, 1911; |Para leer en la tarde, Bogotá, 1921; |Cuando las hojas caen, Bogotá, 1923; |La visión, Bogotá, 1925; |La manzana del Edén, Bogotá, 1926; |Sonetos (recoge casi toda la obra anterior), Hamburgo, 1940, y |Púrpura y oro (camafeos taurinos), prólogo de Gregorio Marañón, Barcelona,1944. JOSÉ MARÍA RIVAS GROOT: |La naturaleza y Constelaciones, | Bogotá, 1895. JOSÉ EUSTASIO RIVERA: |Tierra de promisión, Bogotá, 1921.Se ha reeditado varias veces. MARTÍN DE SAAVEDRA GUZMÁN: |La arcadia, 1633, y |Ocios de Aganipe, 1634, Imprenta de Lorenzo Valerij, Trani, Italia. JOSÉ ASUNCIÓN SILVA: |Poesías, prólogo de Miguel de Unamuno, Barcelona, 1908. En los últimos años: |Obra completa, prólogo de Eduardo Camacho Guizado, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977; |Poesías, edición crítica de Héctor H. Orjuela, Instituto Caro y Cuervo, Biblioteca Colombiana XVIII, Bogotá, 1979. |José Asunción Silva: |Poesía y prosa, selección y prólogo de Eduardo Camacho Guizado, El Ancora Editores, Bogotá, 1987, y |Obra poética, testimonio de Álvaro Mutis, introducción de María Mercedes Carranza, cronología de Héctor H. Orjuela y edición de Jesús Munárriz, Ediciones Hiperión, Madrid, 1996.

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BRUNO SOLÍS Y VALENZUELA (Fernando Fernández de Valenzuela): |Thesaurus linguae latinae, 1628-1629, códice manuscrito que contiene composiciones de adolescencia y "las primeras poesías latinas de un neogranadino"; |Fúnebre panegírico, Jerez de la Frontera, 1662; |Despedida de un religioso, 1666, y varios poemas en la obra de su hermano Pedro Solís y Valenzuela titulada |El desierto prodigioso y prodigio del desierto, 3 vols., Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977-1985. DIEGO URIBE: |Selva, Bogotá, 1895; |Margarita, París, 1906; |Hielos, París, 1908, y |Cocuyos, Bogotá, 1911. GUILLERMO VALENCIA: |Poesías, Bogotá, 1898; |Ritos, Bogotá, 1899, 2ª edición con prólogo de Baldomero Sanín Cano, Londres, 1914; |Catay, traducciones de poemas chinos desde el siglo VIII, Bogotá, 1929; |La balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde, Popayán, 1932; |Obras poéticas completas, prólogo de Baldomero Sanín Cano, Aguilar, Madrid, 1948, 1952 y1955. LUIS VARGAS TEJADA: |Poesías, prólogo de José Joaquín Ortiz, Bogotá, 1857. FRANCISCO ANTONIO VÉLEZ LADRÓN DE GUEVARA: |Poesías, edición, introducción y notas de Héctor H. Orjuela, Bogotá, 1992. Los poemas de Martín de Saavedra Guzmán y de Francisco Antonio Vélez Ladrón de Guevara se han tomado de la |Antología de la poesía colombiana, poetas coloniales, Editorial Kelly, Bogotá, 1992, de que es autor el distinguido crítico e investigador Héctor. Orjuela. BIBLIOGRAFÍA GENERAL Al publicar el Instituto Caro y Cuervo, en 1961, el libro |Dos ciclos de lirismo colombiano, de Carlos Arturo Caparroso, lo acompañó de interesantes bibliografías reunidas por Rafael Torres Quintero, quien más tarde vino a desempeñarse como Director de ese Instituto. Nos hemos permitido reproducir en este volumen la |Bibliografía general que entre ellas figura, de veras valiosa por la abundante información que al respecto suministra sobre un amplio período de nuestras letras. A más de tres décadas, deberíamos hoy añadirle los títulos de varias antologías, historias de la literatura y monografías que en este último transcurso han aparecido. Sin embargo |, seguros de su utilidad para los estudiosos de la poesía colombiana, la presentamos como original y minuciosamente fue seleccionada:

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1. ANTOLOGÍAS ACADEMIA COLOMBIANA |Poemas de Colombia. Prólogo y epílogo de Félix Restrepo, S. J. Edición y notas de Carlos López Narváez. Medellín, Edit. Bedout, 1959. 623 págs. Alvareda, Ginés y Garfias, Francisco. |Antología de la poesía hispanoamericana. | Colombia. Madrid, Biblioteca Nueva, 1957. 570 págs. Añez, Julio. |Parnaso colombiano |. Colección de poesías escogidas con prefacio de J. Rivas Groot. Bogotá, Camacho Roldán y Tamayo, 1886-1887. 2 vols. Arrázola, Roberto. |Antología poética de Colombia. Selección, prólogo y notas de Roberto Arrázola. Buenos Aires, Edit. Colombia, [1943]. 263págs. Borda, José Joaquín, y Vergara, José María. |La lira granadina. Bogotá, Imp. de El Mosaico, 1860. 199págs. Caballero Calderón, Eduardo. |Los mejores poemas de los mejores poetas colombianos. Selección y notas de E. C. C. Caracas, 1952. 54 págs. Caparroso, Carlos Arturo. |Antología lírica (60 poemas colombianos). Bogotá, Imp. del Departamento, 1935. 158 págs.; |Antología lírica. Cien poemas | colombianos. 4ª ed. Bogotá, Edit., A. B. C., 1951. 297págs. (Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 127). Caro Grau, Francisco. |Parnaso colombiano. Nueva antología esmeradamente seleccionada, Barcelona, Edit. Mauci [1914]. 431 págs.; | 3ª edición, revisada y aumentada, ibíd., 1920; 4ª ed., 1920. Caro, Víctor E. |Sonetos colombianos. | Bogotá, Imp. Instituto Gráfico, 1942. 160 págs. Escobar Uribe, Arturo. |Nuevo Parnaso colombiano. Bogotá, Ediciones Mundial [1954].499 págs.; 2ª ed., ibíd. [1954]. Notas biográficas de Arturo Escobar Uribe. 498 págs.

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García Prada, Carlos. |Antología de líricos colombianos. Introducción, selección y notas de C. G. P. Bogotá, Imp. Nacional, 1936-1937. 2 vols. Holguín, Andrés. |Las mejores poesías colombianas, tomo I. Lima, Editora Latinoamericana, 1959. Isaza, Emiliano. |Antología colombiana. París, Librería e Imp. de la viuda de Ch. Bouret, 1895-1911. 2 vols. Maya, Rafael. |La musa romántica en Colombia (Antología poética).Selección, prólogo y notas de R. M. Bogotá, Ediciones de la Revista "Bolívar", | 1954. 538 págs. (Biblioteca de Autores Colombianos, 89). Menéndez y Pelayo, Marcelino. |Antología de poetas hispanoamericanos publicada por la |Real Academia Española. Madrid, Est. Tip. "Sucesores de Rivadeneira", 1894. Colombia; tomo III, L-LXXXII, 1252 páginas; reimpresión, Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, 1928. Ortega Torres, José J. |Poesía colombiana. Antología. 490 composiciones de 90autores. Bogotá, Edit. de la Litografía Colombia, 1942, 610págs. Ortiz, José Joaquín. |El parnaso granadino. Colección escogida de poesías nacionales. Tomo I, Bogotá, Imp. de Ancízar, 1848. 306 págs. Ory, Eduardo De. |Parnaso colombiano. Prólogo de Antonio Gómez Restrepo. Cádiz, Edit. España y América, 1914. 286 págs. Otero Muñoz, Gustavo. |Antología de poetas colombianos (1800-1930). Bogotá, Cromos, 1930. XVI, 343 págs. Prosistas |y poetas bogotanos. Homenaje del | Ministerio de Educación Nacional a Bogotá, en su cuarto centenario. Bogotá, Edit. Centro, 1938, tomo II. 136 págs. Rivas Groot, José María. |La lira nueva. Selección y prólogo de J. M. R. G. Bogotá, Imp. de Medardo Rivas y Cía., 1886. XXIV, 417 págs. Selección |Samper Ortega de |Literatura colombiana, 3ª ed. Bogotá, Editorial Minerva [1937]. Sección IX, Poesía, vols.81-90:

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81. |Flores de |varia poesía. 317 págs. 82. |Los poetas |del dolor y de la |muerte. Prólogo de Carlos García Prada. 205 págs. 83. |Los poetas |del amor y de la |mujer. Prólogo de Gustavo Otero Muñoz. 284 págs. 84. |Los poetas |de la naturaleza. Prólogo de A. Gómez Restrepo. 306 págs. 85. |Los poetas (ingenios festivos). 266 págs. 86. |Los poetas del amor divino, 154 págs. 87. |Los poetas |de la patria. 200 págs. 88. |Los poetas |(fábulas y cuentos). 162 págs. |89. Las mejores poetisas colombianas. 141 págs. 90. |Los poetas (de otras tierras). 160 págs. De esta |Selección se hizo la 1ª ed. en Bogotá, Edit. Minerva, 1932, y la 2ª bajo el título de |Biblioteca Aldeana de Colombia, en 1936. Tello, Jaime. |Colombia, el hombre y |el paisaje; una antología. Bogotá, Edit. Iqueima, 1955. XVI, 302 págs. Vargas Tamayo, José, S. J. |Las cien mejores poesías líricas colombianas. Bogotá, El Mensajero [1919]. XX, 288 págs.; 2ª ed. Edit. Sáenz de Jubera,1924. XIV, | 415 págs. (páginas selectas de Literatura Española, XIII). Vergara y Vergara, José María. |Colección escogida de artículos en prosa y verso de más de cien literatos. Bogotá, Imp. de I. Borda, 1884. 205 págs.

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II. HISTORIAS DE LA LITERATURA Anderson Imbert, Enrique. |Historia de la literatura hispanoamericana. México, Fondo de Cultura Económica, 2ª ed., revisada y aumentada, 1957. 509págs. Arango Ferrer, Javier, 1897. |La literatura de Colombia. Buenos Aires, Imp. y Casa Editora "Coni", 1940. 158 págs. (Las Literaturas Americanas, III). |— Medio siglo de literatura colombiana, en |Panorama das Literaturas (de 1900 a actualidad). Angola, Edição do Município de Nova Lisboa, 1958, tomo I, págs.329-424. Arias, Juan de Dios, | 1896. |Historia de la literatura colombiana. Para sexto año de bachillerato. 5ª ed. Bogotá, Edit. Iqueima, 1958. 269 págs.(Colección La Salle). Barrera, Isaac, 1884. |Literatura hispanoamericana. Quito, Imp. de la Universidad Central, 1934. 459 págs. Estudia detenidamente algunos escritores colombianos, particularmente los románticos. Bayona Posada, Nicolás, | 1899. |Panorama de la literatura colombiana, | | Bogotá, Ediciones Samper Ortega, 1942,3ª ed. Bogotá, 5ª ed. Bogotá, Librería Colombiana, 1951; 7ª ed.1959. Coester, Alfred Lester. 1874. |The literary history of Spanish America. New York, the Macmillan Co., 1924. XII, 495 págs. —Traducción española de Rómulo Tovar. Madrid, Hernando, 1929. 564 págs. Daireaux, Max, 1883-1956. |Littérature hispanoaméricaine. París, Editions KRA, 1930.314 págs. Gómez Restrepo, Antonio, 1869-1947.

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|Breve reseña de la literatura colombiana, en |Revue Hispanique (París), XLIII, 1918; 2ª ed. |La literatura colombiana. Bogotá, Ediciones Colombia, 1926; 3ª ed. |La literatura colombiana. Estudios críticos de Antonio Gómez Restrepo, Juan Valera, Marcelino Menéndez y Pelayo y Antonio Rubio y Lluch. Bogotá, A. B. C., 1952 (Biblioteca de Autores Colombianos, 7). — |Historia de la literatura colombiana. Bogotá, Imp. Nacional, 1938-1947. 4 vols.; 3ª ed. Bogotá, Edit. Cosmos, 1953-1954. 4 vols.; 4ª ed. Bogotá, Litografía Villegas, 1956-1957(Biblioteca de Autores Colombianos, 66-69). Matos-Hurtado, | Belisario, 1890-1953. |Compendio de la historia de la literatura colombiana. Para el uso de los colegios y de las escuelas superiores de la República. Bogotá, Imp. Marconi, 1925. 234 págs. Menéndez y Pelayo, Marcelino, | 1856-1912. |Historia de la poesía hispanoamericana. Edición ordenada y anotada por Adolfo Bonilla y San Martín y Miguel Artigas. Madrid, Victoriano Suárez, 1917-1933. 2 | vols. Esta historia es la misma |Introducción a la Antología de poetas hispanoamericanos, citada en el lugar correspondiente. En la |Edición Nacional de las Obras de Menéndez |Pelayo | (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Santander, 1958, ocupa los tomos XXVI y XXVII. Núñez Segura, José Arístides, S. J. | 1909. |Literatura colombiana. Medellín, Edit. Bedout, 1952. 495págs. 2ª ed. |Sinopsis de autores |representativos. Medellín, Bedout, 1954; 3ª ed. 1957; 4ª ed. aumentada. Medellín, Bedout, 1959. Sánchez, Luis Alberto, 1900. |Historia de la literatura americana | (desde los orígenes hasta nuestros días). 3ª ed. Santiago, Ediciones Ercilla, 1942. 690 págs. Ruano, Jesús María, 1878-1928. |Resumen histórico-crítico de la literatura colombiana, Bogotá, Edit., Santafé, 1925. XVI, 212 págs.; 2ª ed. Bogotá, Imp. del Corazón de Jesús, 1933 (con ilustraciones); 4ª ed. 1945. Otero Muñoz, Gustavo, 1894-1957.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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|Resumen de historia de la literatura colombiana. Bogotá |, Imp. de la Luz, 1936. 205 págs.; 4ª ed. Con numerosas adiciones y cuidadosamente revisada. Bogotá, Librería Voluntad, 1943. 334 págs.; 6ª ed. Bogotá, 1949. Ortega Torres, José J. 1908. |Historia de la literatura colombiana. Bogotá, Edit. Cromos, 1934; 2ª ed. aumentada. Con prólogos de Antonio Gómez Restrepo y Daniel Samper Ortega. Bogotá, Edit. Cromos, 1935. XL, 1214 págs. Silvio Julio, |seud. De Silvio Julio de Albuquerque Lima, 1895. |Escritores da Colombia e Venezuela. Rio de Janeiro, Federação das Academias de Letras do Brasil, 1942. 210 págs. Sanín Cano, Baldomero, 1861-1957. |Letras colombianas. México, Edit. Fondo de Cultura Económica, 1944. 213 págs. (Colección Tierra firme, 2). Torres-Rioseco, Arturo. |Nueva historia de la gran literatura iberoamericana. Buenos Aires, 1945; 2ª ed. 1951; 3ª ed. Buenos Aires, Emecé Editores, 1960. 337 págs. Unión Panamericana. |Diccionario de la literatura latinoamericana. |Colombia. Washington, Unión Panamericana, 1959, 179págs. Valera, Juan, 1824-1905. |Cartas americanas. Madrid, Imp. Alemana, 1915. 2 vols.(Obras completas, tomos XLI y XLII). Se refiere a Colombia en el 1er | tomo, págs. 163-265. Vega, Fernando de la, 1891. |Literatura colombiana, en Santafé y Bogotá (Bogotá), I, 1923, págs. 123-139. Vergara y Vergara, José María, 1831-1872. |Historia de la literatura en Nueva Granada; parte |primera: desde la conquista hasta la independencia (1538-1820). Bogotá, Imp. de Echeverría Hnos., 1867; 2ª ed., con prólogo y anotaciones de A. Gómez Restrepo. Bogotá, Librería Americana, 1905; 3ª ed., con notas de Antonio Gómez Restrepo y Gustavo Otero

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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Muñoz. Bogotá, Edit. Minerva, 1931 (Obras escogidas de José María Vergara y Vergara, tomos IV y V); 4ª ed., reimpresión de la anterior. Bogotá, Edit. A. B. C., 1958 (Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 48, 49 y 50). | III.MONOGRAFÍAS Blanco Fombona, Rufino, 1874-1944. |El modernismo y los poetas modernistas. Madrid, Edición Mundo Latino, 1929. 364 págs. Bustamante, José Ignacio. |Historia de la poesía en Popayán (1536-1939). Popayán, talleres edits. del departamento, 1939. 431 págs. Carranza, Eduardo, 1913. |Esquema de la poesía colombiana, en |Letras colombianas (Madrid), I, 1, 1953. Grillo, Maximiliano, 1868-1949. |Ensayos y comentarios. 2ª ed. París, Editions" Le livre libre", 1927. 346 págs. Henríquez Ureña, Max. |Breve historia del modernismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1954. 544 págs. Holguín, Andrés, 1918. |La poesía inconclusa y otros ensayos, Bogotá, Edit. Centro, 1947. 178 págs. Laverde Amaya, Isidoro, 1852-1903. |Fisonomías literarias de colombianos. Curação, A. Bethencourt e hijos, Editores, 1890. 341 págs. Maya, Rafael, 1897. |Alabanzas del hombre y de la tierra. Bogotá, Casa Edit. Santafé, 1934, 2 vols. (Biblioteca de los Penúltimos). |—Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana. Bogotá, Edit. Voluntad, 1944. 146 págs.

Antología de la Poesía Colombiana – Tomo II

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— |Estampas de ayer y retratos de hoy. Bogotá, Ediciones de la revista "Bolívar", 1954. 450págs. (Biblioteca de Autores Colombianos, 80); reimpresión, Bogotá, 1959. Mesa Ortiz, Rafael. |Colombianos ilustres (estudios y biografías). Bogotá, Imp. de "La República", 1916-1929. 5 vols. Mora, Luis María. 1869-1936. |Los contertulios de la Gruta Simbólica. Bogotá, Selección Samper Ortega, 1936. — |Los maestros de principios del siglo. Bogotá, 1938. Nieto Caballero, Luis Eduardo, 1888-1957. |Libros colombianos publicados en 1924. Bogotá, Linotipo de "El Espectador", 1925. 329 págs. Ospina, Eduardo, S. J. 1891. |El romanticismo. Estudio de sus caracteres esenciales en la poesía lírica europea y colombiana. Madrid, Edit. Voluntad,1927. 447 págs.; 2ª ed. Bogotá, Edit. A. B. C., 1952. 448 págs. (Biblioteca de Autores Colombianos, 34). Otero Muñoz, Gustavo, 1894-1957. |Semblanzas colombianas. Bogotá, Edit. A. B. C., 1938. 2vols. VIII, 314 y 320 págs. (Biblioteca de Historia Nacional, LV y LVI). Pardo Tovar, Andrés, 1911. |Voces y cantos de América. Bogotá, 1945. Rubio y Lluch, Antonio, 1856-1936. |Estudios hispanoamericanos. Colección de artículos publicados desde 1889 a 1902. Bilbao, Edit. Eléxpuru Hnos., 1923. Samper, José María, 1828-1888. |Selección de estudios. Bogotá, Ediciones de la revista "Bolívar", 1953. 305 págs. (Biblioteca de Autores Colombianos, 38). Torres Caicedo, José María, 1830-1889.

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|Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales poetas y literatos hispanoamericanos. París, | Librería de Guillaumin y Cía., 1863-1868. 3 vols. Vega, Fernando de la, 1891-1952. |Apuntamientos literarios. Cartagena de Indias, Tip. Mogollón, 1924. 251 págs. — |Letrados y políticos. Cartagena, 1926. — |Ensayos literarios e históricos. Bucaramanga, Imp. del departamento, 1932. 196 págs. — |Entre dos siglos. Manizales, Arturo Zapata, 1935.178 págs.