Antología de Cuentos Latinoamericanos

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  1 Español Proyecto 5 Antología de cuentos cortos latinoamericanos Esc. Sec. Fed. “Emiliano Zapata Alexa Becerra Torres “C” 

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Esta es una antología en la que se presentan cuentos cortos latinoamericanos

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    Espaol

    Proyecto 5

    Antologa de cuentos cortos

    latinoamericanos

    Esc. Sec. Fed. Emiliano Zapata

    Alexa Becerra Torres

    3 C

  • 2

    ndice

    Prlogo 3

    Estado de sitio 4

    Cara al sol 5

    El ramo azul 7

    El otro yo 10

    La migala 11

    Emma Zunz 13

    Maravillas de la voluntad 17

    No oyes ladrar a los perros 19

    La profeca autocumplida 23

    La marioneta de trapo 25

    La historia se repite 27

    Conclusiones 28

  • 3

    Prlogo

    En esta antologa se presenta una recopilacin de cuentos de autores latinoamericanos

    con la finalidad de conocer a ms autores y obras literarias. No se ha limitado a un tema

    o autor, sino que aqu encontraras variados temas de cuentos y autores como Elena

    Poniatowska, Octavio Paz, Gabriel G. Mrquez entre otros.

    Los cuentos presentados no son para un pblico especfico ya que como lo mencione

    antes, tiene temas variados como amor, desamor, aventura, etc. y es perfecto para leer

    uno cada da de la semana para salir de la rutina.

    Espero que esta antologa sea del agrado de todos y disfruten leerla.

  • 4

    ESTADO DE SITIO

    (Cuento)

    Elena Poniatowska (Mxico, 1933)

    Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las

    que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos.

    Ninguno da la menor seal de reconocimiento. Insisto. menme. Aydenme. S, todos.

    Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de

    m, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo

    los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros

    me horadan, me acompaan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres

    atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo

    rostro al que podemos tocar con los labios. menme, vanme, aqu estoy. Alerto todas

    las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: Seor,

    seora, soy yo, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de

    enfrente. Debera gritarles: Su sociedad sin m sera incompleta, nadie camina como

    yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonrer, jams vern a una mujer

    acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su

    hombroseores, seoras, nios, perros, gatos, pobladores del mundo entero,

    cranme, es la verdad, les hago falta.

    Me gustara pensar que me oyen pero s que no es cierto. Nadie me espera. Sin

    embargo, todos los das tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas,

    a ese gran desierto ntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con

    los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensin de chapopote, necesito

    ver mi muerte.

    http://narrativabreve.com/2013/11/cuento-breve-elena-poniatowska-estado-sitio.html

  • 5

    De cara al sol

    Jos ARREOLA

    El amor, madre, a la Patria

    No es el amor ridculo a la tierra,

    Ni a la yerba que pisan nuestras plantas,

    Es el odio invencible a quien la oprime

    Es el rencor eterno a quien la ataca.

    Jos Mart.

    Cabalgars a contra orden en primera lnea. Te llamar el peligro, la osada, los

    deseos, la luz eterna. Caers del caballo, por un golpe extrao, desconocido hasta

    ahora. Quedars boca arriba, de cara al sol. Te sentirs convertido en otros pero

    siendo siempre t. Cuando repares en el sol, cuando sientas sus rayos en el rostro,

    intentars regalarle una sonrisa. Sentirs un breve dolor, un agudo dolor, un sonoro

    dolor, penetrando como rfaga en tu carne. Sabrs que eres t ese mismo que asalta

    el cuartel Moncada; que eres t ese que reprime el grito cuando le arrancan los ojos.

    Te vers viajando a otro pas, en casas de seguridad, buscando armas, haciendo

    preparativos para la libertad. Sentirs el necesario temor cuando desembarcando en tu

    patria los reciban las balas del tirano deshaciendo casi por completo la expedicin,

    ser, apenas, tu sentido de la orientacin el que te salve. El calor y la humead de la

    sierra no te dejarn en paz, las botas estarn pesadas, el fango te llegar hasta el

    pecho. La sed, la maldita sed, te secar la boca pero no te impedir saborear la victoria

    con los tuyos cuando declares que se han ganado el derecho de empezar. Te llenars

    de herosmo los pulmones en Girn. Aunque la disnea te impida respirar y sientas esas

    contracciones en el torso, tus sueos te llevarn hasta Bolivia. Sentirs lo quemante de

    una bala en tu pierna, escupirs a un oficial que querr humillarte, quedars, despus,

    inmvil, como en un sueo, sin sentir pero sintiendo, con tu rostro angelical. Llorars

    cuando la muerte te bese las barbas y el asma. Te ahogara el calor, ni siquiera las

    palmas frescas te aliviarn. Todo es un segundo, todo te parecer una eternidad.

    Acostado, mirando el cielo, descubrirs verdades en l y en las hojas de los rboles.

    Escuchars, a la distancia, la entrada de los tanques en Moneda, los disparos, las

    injurias, el ltimo mensaje de un buen hombre; te llenarn de escupitajos, sers muerto

    nuevamente en el estadio, junto a otros miles. El sudor recorrer tu frente, querrs

    gritar y levantarte, andar en el caballo, cabalgar al infinito, ahogar las penas y la

    angustia, terminar con la tortura, querrs matar para poder vivir. Sers desaparecido, te

    buscarn las abuelas, las Madres de Plaza de Mayo, reirs de tan feliz cuando te

    encuentren. Llorars inexorablemente. La vista se te ir nublando, poco a poco, sin

    oportunidad de nada ms. Se extinguir el aire por ms que intentes aspirarlo. Todos

    los dolores de tu tierra se posarn en tu pecho, en tu pierna, en tus brazos, en tus ojos,

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    en tu angustia, en tu ausencia. Sentirs como las fauces de la bestia en que viviste casi

    se tragan a ese pedazo del mundo, a esa isla hermosa. Sentirs que vuelves a nacer, a

    vivir, a pelear, a ganar, aunque ya casi no respires, aunque la vista se te nuble.

    El calor, la sed, el cansancio, se extinguirn, no tendrs ms dolor, ni nada. Tus

    msculos quedarn relajados debajo del uniforme guerrillero que con tanto ahnco y

    sacrificio te ganaste; quedarn la levita y las antiparras en tu mochila inseparable junto

    a tu confidente diario de campaa. La sangre brotar de ese orificio hecho por la bala,

    regar la tierra, le dar vida. Todo se oscurecer. Caer el fusil acompandote,

    dormir a tu costado izquierdo. Sabrs que el mundo se te acaba. Que la oscuridad te

    ir bebiendo. Que la tierra te reclama para ser semilla. Mirars al infinito, en l

    observars lo que soaste, lo que peleaste. Vers a los tuyos rompiendo las cadenas.

    Escuchars a Venezuela gritando yanquis de mierda; a la indgena Bolivia levantarse,

    llenarse de jbilo y verdad; a Ecuador decidiendo su destino. Tus ojos mirarn a la

    Amrica mestiza siendo ella, libre, independiente, soberana.

    Nadie, Jos, nadie entender porque ahora que la bala te est matando, se te dibuja

    una sonrisa. Nadie, Mart, nadie, entender porque te vas alegre, pese a todo. Nadie,

    Jos, nadie, entender porque te vas sereno, hermoso. Nadie entender que mueres

    para empezar a vivir eternamente con los pobres de la tierra. Nadie entender que te

    vas contento porque desde Dos Ros, a instantes de la muerte, t Jos, t Mart, sabas

    que seramos para siempre libres. Por eso, t, Jos Mart, exhalas, este 19 de mayo de

    1895, el ltimo y contento aliento, de cara al sol como soaste.

    http://www.taringa.net/post/info/9971530/Cuentos-cortos-latinoamericanos.html

  • 7

    "El ramo azul"

    Octavio Paz

    Despert, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recin regados, suba un vapor

    caliente. Una mariposa de alas grisceas revoloteaba encandilada alrededor del foco

    amarillento. Salt de la hamaca y descalzo atraves el cuarto, cuidando no pisar algn

    alacrn salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqu al ventanillo y aspir el

    aire del campo. Se oa la respiracin de la noche, enorme, femenina. Regres al centro

    de la habitacin, vaci el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedec la

    toalla. Me frot el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequ un poco y, tras

    de cerciorarme que ningn bicho estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me

    vest y calc. Baj saltando la escalera pintada de verde. En la puerta del mesn

    tropec con el dueo, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, fumaba

    con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me pregunt:

    -Dnde va seor?

    -A dar una vuelta. Hace mucho calor.

    -Hum, todo est ya cerrado. Y no hay alumbrado aqu. Ms le valiera quedarse.

    Alc los hombros, musit ahora vuelvo y me met en lo oscuro. Al principio no vea

    nada. Camin a tientas por la calle empedrada. Encend un cigarrillo. De pronto sali la

    luna de una nube negra, iluminando un muro blanco, desmoronado a trechos. Me

    detuve, ciego ante tanta blancura. Sopl un poco de viento. Respir el aire de los

    tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e insectos. Los grillos vivaqueaban entre

    las hierbas altas. Alc la cara: arriba tambin haban establecido campamento las

    estrellas. Pens que el universo era un vasto sistema de seales, una conversacin

    entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no

    eran sino pausas y slabas, frases dispersas de aquel dilogo. Cul sera esa palabra

    de la cual yo era una slaba? Quin dice esa palabra y a quin se la dice? Tir el

    cigarrillo sobre la banqueta. Al caer, describi una curva luminosa, arrojando breves

    chispas, como un cometa minsculo.

    Camin largo rato, despacio. Me senta libre, seguro entre los labios que en ese

    momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardn de ojos. Al

    cruzar la calle, sent que alguien se desprenda de una puerta. Me volv, pero no acert

    a distinguir nada. Apret el paso. Unos instantes percib unos huaraches sobre las

    piedras calientes. No quise volverme, aunque senta que la sombra se acercaba cada

    vez ms. Intent correr. No pude. Me detuve en seco, bruscamente. Antes de que

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    pudiese defenderme, sent la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce:

    -No se mueva, seor, o se lo entierro.

    Sin volver la cara pregunte:

    -Qu quieres?

    -Sus ojos seor contest la voz suave, casi apenada.

    -Mis ojos? Para qu te servirn mis ojos? Mira, aqu tengo un poco de dinero. No es

    mucho, pero es algo. Te dar todo lo que tengo, si me dejas. No vayas a matarme.

    -No tenga miedo seor. No lo matar. Nada ms voy a sacarle los ojos.

    -Pero, para qu quieres mis ojos?

    -Es un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules y por aqu hay pocos que

    los tengan.

    Mis ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos.

    -Ay, seor no quiera engaarme. Bien s que los tiene azules.

    -No se le sacan a un cristiano los ojos as. Te dar otra cosa.

    -No se haga el remilgoso, me dijo con dureza. D la vuelta.

    Me volv. Era pequeo y frgil. El sombrero de palma le cubra medio rostro. Sostena

    con el brazo derecho un machete de campo, que brillaba con la luz de la luna.

    -Almbrese la cara.

    Encend y me acerqu la llama al rostro. El resplandor me hizo entrecerrar los ojos. El

    apart mis prpados con mano firme. No poda ver bien. Se alz sobre las puntas de

    los pies y me contempl intensamente.

    La llama me quemaba los dedos. La arroj. Permaneci un instante silencioso.

    -Ya te convenciste? No los tengo azules.

    -Ah, qu maoso es usted! respondi- A ver, encienda otra vez.

    Frot otro fsforo y lo acerqu a mis ojos. Tirndome de la manga, me orden.

    -Arrodllese.

    Mi hinqu. Con una mano me cogi por los cabellos, echndome la cabeza hacia atrs.

    Se inclin sobre m, curioso y tenso, mientras el machete descenda lentamente hasta

    rozar mis prpados. Cerr los ojos.

    -bralos bien orden.

    Abr los ojos. La llamita me quemaba las pestaas. Me solt de improviso.

    -Pues no son azules, seor. Dispense.

    Y despareci.

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    Me acod junto al muro, con la cabeza entre las manos. Luego me incorpor. A

    tropezones, cayendo y levantndome, corr durante una hora por el pueblo desierto.

    Cuando llegu a la plaza, vi al dueo del mesn, sentado an frente a la puerta.

    Entr sin decir palabra.

    Al da siguiente hu de aquel pueblo.

    http://disfrutedelalectura.blogspot.mx/2013/02/el-ramo-azul-octavio-paz.html

  • 10

    EL OTRO YO

    Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009)

    (Cuento)

    Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, lea

    historietas, haca ruido cuando coma, se meta los dedos a la nariz, roncaba en la

    siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tena Otro Yo.

    El Otro Yo usaba cierta poesa en la mirada, se enamoraba de las actrices, menta

    cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba

    mucho su Otro Yo y le haca sentirse incmodo frente a sus amigos. Por otra parte el

    Otro Yo era melanclico, y debido a ello, Armando no poda ser tan vulgar como era su

    deseo.

    Una tarde Armando lleg cansado del trabajo, se quit los zapatos, movi lentamente

    los dedos de los pies y encendi la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho

    se durmi. Cuando despert el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer

    momento, el muchacho no supo que hacer, pero despus se rehizo e insult

    concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la maana siguiente se haba

    suicidado.

    Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero

    enseguida pens que ahora s podra ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo

    reconfort.

    Slo llevaba cinco das de luto, cuando sali la calle con el propsito de lucir su nueva

    y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de

    felicidad e inmediatamente estall en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a

    l, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanz a escuchar

    que comentaban: Pobre Armando. Y pensar que pareca tan fuerte y saludable.

    El muchacho no tuvo ms remedio que dejar de rer y, al mismo tiempo, sinti a la

    altura del esternn un ahogo que se pareca bastante a la nostalgia. Pero no pudo

    sentir autntica melancola, porque toda la melancola se la haba llevado el Otro Yo.

    http://narrativabreve.com/2013/10/cuento-breve-benedetti-otro-yo.html

  • 11

    LA MIGALA

    Juan Jos Arreola

    La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

    El da en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera,

    me di cuenta de que la repulsiva alimaa era lo ms atroz que poda depararme el

    destino. Peor que el desprecio y la conmiseracin brillando de pronto en una clara

    mirada.

    Unos das ms tarde volv para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio

    algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentacin extraa. Entonces

    comprend que tena en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la mxima

    dosis de terror que mi espritu poda soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante,

    cuando de regreso a la casa senta el peso leve y denso de la araa, ese peso del cual

    poda descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si

    fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y

    ponzooso animal que tiraba de m como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba

    el infierno personal que instalara en mi casa para destruir, para anular al otro, el

    descomunal infierno de los hombres.

    La noche memorable en que solt a la migala en mi departamento y la vi correr como

    un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible.

    Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los

    pasos de la araa, que llena la casa con su presencia invisible.

    Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con

    el cuerpo helado, tenso, inmvil, porque el sueo ha creado para m, con precisin, el

    paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de

    entraa. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma intilmente se apresta y

    se perfecciona.

    Hay das en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha

    muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a

    poner frente a ella, al salir del bao, o mientras me desvisto para echarme en la cama.

    A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a or,

    aunque s que son imperceptibles.

    Muchos das encuentro intacto el alimento que he dejado la vspera. Cuando

    desaparece, no s si lo ha devorado la migala o algn otro inocente husped de la

    casa. He llegado a pensar tambin que acaso estoy siendo vctima de una superchera

    y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engaado,

    hacindome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

    Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la

    certeza de mi muerte aplazada. En las horas ms agudas del insomnio, cuando me

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    pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea

    embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene,

    levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible

    compaero.

    Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeo monstruo, recuerdo

    que en otro tiempo yo soaba en Beatriz y en su compaa imposible.

    http://narrativabreve.com/2013/10/cuento-breve-arreola-migala.html

  • 13

    EMMA ZUNZ

    Jorge Luis Borges

    El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fbrica de tejidos Tarbuch y

    Loewenthal, hall en el fondo del zagununa carta, fechada en el Brasil, por la que

    supo que su padre haba muerto. La engaaron, a primera vista, el sello y el sobre;

    luego, la inquiet la letra desconocida. Nueve diez lneas borroneadas queran colmar

    la hoja; Emma ley que el seor Maier haba ingerido por error una fuerte dosis de

    veronal y haba fallecido el tres del corriente en el hospital de Bag. Un compaero de

    pensin de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Ro Grande, que no poda

    saber que se diriga a la hija del muerto.

    Emma dej caer el papel. Su primera impresin fue de malestar en el vientre y en las

    rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de fro, de temor; luego, quiso ya estar en

    el da siguiente. Acto contnuo comprendi que esa voluntad era intil porque la muerte

    de su padre era lo nico que haba sucedido en el mundo, y seguira sucediendo sin fin.

    Recogi el papel y se fue asucuarto. Furtivamente lo guard en un cajn, como si de

    algn modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya haba empezado a vislumbrarlos, tal

    vez; ya era la que sera.

    En la creciente oscuridad, Emma llor hasta el fin de aquel da del suicidio de Manuel

    Maier, que en los antiguos das felices fue Emanuel Zunz. Record veraneos en una

    chacra, cerca de Gualeguay, record (trat de recordar) a su madre, record la casita

    de Lans que les remataron, record los amarillos losanges de una ventana, record el

    auto de prisin, el oprobio, record los annimos con el suelto sobre el desfalco del

    cajero, record (pero eso jams lo olvidaba) que su padre, la ltima noche, le haba

    jurado que el ladrn era Loewenthal. Loewenthal, Aarn Loewenthal, antes gerente de

    la fbrica y ahora uno de los dueos. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie

    se lo haba revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quiz rehua la

    profana incredulidad; quiz crea que el secreto era un vnculo entre ella y el ausente.

    Loewenthal no saba que ella saba; Emma Zunz derivaba de ese hecho nfimo un

    sentimiento de poder.

    No durmi aquella noche, y cuando la primera luz defini el rectngulo de la ventana,

    ya estaba perfecto su plan. Procur que ese da, que le pareci interminable, fuera

    como los otros. Haba en la fbrica rumores de huelga; Emma se declar, como

    siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club

    de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su

    nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la

    revisacin. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discuti a qu cinematgrafo iran

    el domingo a la tarde. Luego, se habl de novios y nadie esper que Emma hablara. En

    abril cumplira diecinueve aos, pero los hombres le inspiraban, an, un temor casi

    patolgico De vuelta, prepar una sopa de tapioca y unas legumbres, comi

    temprano, se acost y se oblig a dormir. As, laborioso y trivial, pas el viernes quince,

    la vspera.

  • 14

    El sbado, la impaciencia la despert. La impaciencia, no la inquietud, y el singular

    alivio de estar en aquel da, por fin. Ya no tena que tramar y que imaginar; dentro de

    algunas horas alcanzara la simplicidad de los hechos. Ley en La Prensa que

    el Nordstjrnan, de Malm, zarpara esa noche del dique 3; llam por telfono a

    Loewenthal, insinu que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre

    la huelga y prometi pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor

    convena a una delatora. Ningn otro hecho memorable ocurri esa maana. Emma

    trabaj hasta las doce y fij con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo

    del domingo. Se acost despus de almorzar y recapitul, cerrados los ojos, el plan

    que haba tramado. Pens que la etapa final sera menos horrible que la primera y que

    le deparara, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se

    levant y corri al cajn de la cmoda. Lo abri; debajo del retrato de Milton Sills,

    donde la haba dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie poda haberla visto;

    la empez a leer y la rompi.

    Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sera difcil y quiz improcedente.

    Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y

    que los agrava tal vez. Cmo hacer verosmil una accin en la que casi no crey

    quien la ejecutaba, cmo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz

    repudia y confunde? Emma viva por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa

    tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos,

    publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero ms razonable es

    conjeturar que al principio err, inadvertida, por la indiferente recova Entr en dos o

    tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres

    del Nordstjrnan. De uno, muy joven, temi que le inspirara alguna ternura y opt por

    otro, quiz ms bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada.

    El hombre la condujo a una puerta y despus a un turbio zagun y despus a una

    escalera tortuosa y despus a un vestbulo (en el que haba una vidriera con losanges

    idnticos a los de la casa en Lans) y despus a un pasillo y despus a una puerta que

    se cerr. Los hechos graves estn fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado

    inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las

    partes que los forman.

    En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones

    inconexas y atroces, pens Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el

    sacrificio? Yo tengo para m que pens una vez y que en ese momento peligr su

    desesperado propsito. Pens (no pudo no pensar) que su padre le haba hecho a su

    madre la cosa horrible que a ella ahora le hacan. Lo pens con dbil asombro y se

    refugi, en seguida, en el vrtigo. El hombre, sueco o finlands, no hablaba espaol;

    fue una herramienta para Emma como sta lo fue para l, pero ella sirvi para el goce y

    l para la justicia. Cuando se qued sola, Emma no abri en seguida los ojos. En la

    mesa de luz estaba el dinero que haba dejado el hombre: Emma se incorpor y lo

    rompi como antes haba roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el

    pan; Emma se arrepinti, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel da El temor

  • 15

    se perdi en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban,

    pero Emma lentamente se levant y procedi a vestirse. En el cuarto no quedaban

    colores vivos; el ltimo crepsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran;

    en la esquina subi a un Lacroze, que iba al oeste. Eligi, conforme a su plan, el

    asiento ms delantero, para que no le vieran la cara. Quiz le confort verificar, en el

    inspido trajn de las calles, que lo acaecido no haba contaminado las cosas. Viaj por

    barrios decrecientes y opacos, vindolos y olvidndolos en el acto, y se ape en una de

    las bocacalles de Warnes. Paradjicamente su fatiga vena a ser una fuerza, pues la

    obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el

    fin.

    Aarn Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos ntimos, un avaro.

    Viva en los altos de la fbrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, tema a

    los ladrones; en el patio de la fbrica haba un gran perro y en el cajn de su escritorio,

    nadie lo ignoraba, un revlver. Haba llorado con decoro, el ao anterior, la inesperada

    muerte de su mujer una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su

    verdadera pasin. Con ntimo bochorno se saba menos apto para ganarlo que para

    conservarlo. Era muy religioso; crea tener con el Seor un pacto secreto, que lo exima

    de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de

    quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe

    confidencial de la obrera Zunz.

    La vio empujar la verja (que l haba entornado a propsito) y cruzar el patio sombro.

    La vio hacer un pequeo rodeo cuando el perro atado ladr. Los labios de Emma se

    atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetan la sentencia que el

    seor Loewenthal oira antes de morir.

    Las cosas no ocurrieron como haba previsto Emma Zunz. Desde la madrugada

    anterior, ella se haba soado muchas veces, dirigiendo el firme revlver, forzando al

    miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrpida estratagema que

    permitira a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser

    un instrumento de la Justicia, ella no quera ser castigada.) Luego, un solo balazo en

    mitad del pecho rubricara la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron as.

    Ante Aarn Loewenthal, ms que la urgencia de vengar a su padre, Emma sinti la de

    castigar el ultraje padecido por ello. No poda no matarlo, despus de esa minuciosa

    deshonra. Tampoco tena tiempo que perder en teatraleras. Sentada, tmida, pidi

    excusas a Loewenthal, invoc (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad,

    pronunci algunos nombres, dio a entender otros y se cort como si la venciera el

    temor. Logr que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando ste,

    incrdulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvi del comedor, Emma ya haba

    sacado del cajn el pesado revlver. Apret el gatillo dos veces. El considerable cuerpo

    se desplom como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se

    rompi, la cara la mir con asombro y clera, la boca de la cara la injuri en espaol y

    en disch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el

  • 16

    patio, el perro encadenado rompi a ladrar, y una efusin de brusca sangre man de

    los labios obscenos y manch la barba y la ropa. Emma inici la acusacin que haba

    preparado (He vengado a mi padre y no me podrn castigar), pero no la acab,

    porque el seor Loewenthal ya haba muerto. No supo nunca si alcanz a comprender.

    Los ladridos tirantes le recordaron que no poda, an, descansar. Desorden el divn,

    desabroch el saco del cadver, le quit los quevedos salpicados y los dej sobre el

    fichero. Luego tom el telfono y repiti lo que tantas veces repetira, con esas y con

    otras palabras:Ha ocurrido una cosa que es increble El seor Loewenthal me hizo

    venir con el pretexto de la huelga Abus de m, lo mat

    La historia era increble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era

    cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio.

    Verdadero tambin era el ultraje que haba padecido; slo eran falsas las

    circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

    http://narrativabreve.com/2013/10/cuento-breve-borges-emma-zunz.html

  • 17

    Maravillas de la voluntad

    Octavio Paz

    A las tres en punto don Pedro llegaba nuestra mesa, saludaba a cada uno de los

    concurrentes, pronunciaba para s unas frases indescifrables y silenciosamente tomaba

    asiento. Peda una taza de caf, encenda un cigarrillo, escuchaba la pltica, beba a

    sorbos su tacita, pagaba a la mesera, tomaba su sombrero, recoga su portafolio, nos

    daba las buenas tardes y se marchaba. Y as todos los das.

    Qu deca don Pedro al sentarse y al levantarse con cara seria y ojos duros? Deca:

    Ojal te mueras.

    Don Pedro repeta muchas veces al da esta frase. Al levantarse, al terminar su tocado

    matinal, al entrar o salir de casa a las ocho, a la una, a las dos y media, a las siete y

    cuarto -, en el caf, en la oficina, antes y despus de cada comida, al acostarse cada

    noche. La repeta entre dientes o en voz alta, a solas o en compaa. A veces slo con

    los ojos. Siempre con toda el alma.

    Nadie saba contra quien diriga aquellas palabras.

    Todos ignoraban el origen de aquel odio. Cuando se quera ahondar en el asunto, don

    Pedro mova la cabeza con desdn y callaba, modesto. Quiz era un odio sin causa, un

    odio puro. Pero aquel sentimiento lo alimentaba, daba seriedad a su vida, majestad a

    sus aos. Vestido de negro, pareca llevar un luto de antemano por su condenado.

    Una tarde don Pedro lleg ms grave que de costumbre. Se sent con lentitud y en el

    centro mismo del silencio que se hizo ante su presencia, dej caer con simplicidad

    estas palabras:

    Ya lo mat.

    A quin y cmo? Algunos sonrieron, queriendo tomar la cosa en broma. La mirada de

    don Pedro los detuvo. Todos nos sentimos incmodos. Era cierto, all se senta el

  • 18

    hueco de la muerte. Lentamente se dispers el grupo. Don Pedro se qued solo, ms

    serio que nunca, un poco lacio, como un astro quemado ya, pero tranquilo, sin

    remordimientos.

    No volvi al da siguiente. Nunca volvi. Muri? Acaso le falt ese odio vivificador. Tal

    vez vive an y ahora odia a otro. Reviso mis acciones. Y te aconsejo que hagas lo

    mismo con las tuyas, no vaya a ser que hayas incurrido en la clera paciente,

    obstinada, de esos pequeos ojos miopes. Has pensado alguna vez cuntos acaso

    muy cercanos a ti te miran con los mismos ojos de don Pedro?

    http://cuentosdelatinoamerica.blogspot.mx/2013/11/maravillas-de-la-voluntad-octavio-

    paz.html

  • 19

    NO OYES LADRAR LOS PERROS

    (Cuento)

    Juan Rulfo (Mxico, 1918-1986)

    -T que vas all arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna seal de algo o si ves alguna luz

    en alguna parte.

    -No se ve nada.

    -Ya debemos estar cerca.

    -S, pero no se oye nada.

    -Mira bien.

    -No se ve nada.

    -Pobre de ti, Ignacio.

    La sombra larga y negra de los hombres sigui movindose de arriba abajo, trepndose

    a las piedras, disminuyendo y creciendo segn avanzaba por la orilla del arroyo. Era una

    sola sombra, tambaleante.

    La luna vena saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.

    -Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. T que llevas las orejas de fuera,

    fjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acurdate que nos dijeron que Tonaya estaba

    detrasito del monte. Y desde qu horas que hemos dejado el monte. Acurdate, Ignacio.

    -S, pero no veo rastro de nada.

    -Me estoy cansando.

    -Bjame.

    El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredn y se recarg all, sin soltar la

    carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quera sentarse, porque

    despus no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que all atrs, horas antes,

    le haban ayudado a echrselo a la espalda. Y as lo haba trado desde entonces.

    -Cmo te sientes?

    -Mal.

  • 20

    Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos pareca dormir. En ratos pareca tener fro.

    Temblaba. Saba cundo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba,

    y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo,

    que traa trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja.

    l apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le

    preguntaba:

    -Te duele mucho?

    -Algo -contestaba l.

    Primero le haba dicho: Apame aqu Djame aqu Vete t solo. Yo te alcanzar

    maana o en cuanto me reponga un poco. Se lo haba dicho como cincuenta veces.

    Ahora ni siquiera eso deca. All estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y

    colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscureca ms su sombra sobre

    la tierra.

    -No veo ya por dnde voy -deca l.

    Pero nadie le contestaba.

    El otro iba all arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre,

    reflejando una luz opaca. Y l ac abajo.

    -Me oste, Ignacio? Te digo que no veo bien.

    Y el otro se quedaba callado.

    Sigui caminando, a tropezones. Encoga el cuerpo y luego se enderezaba para volver

    a tropezar de nuevo.

    -ste no es ningn camino. Nos dijeron que detrs del cerro estaba Tonaya. Ya hemos

    pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningn ruido que nos diga que est cerca.

    Por qu no quieres decirme qu ves, t que vas all arriba, Ignacio?

    -Bjame, padre.

    -Te sientes mal?

    -S.

    -Te llevar a Tonaya a como d lugar. All encontrar quien te cuide. Dicen que all hay

    un doctor. Yo te llevar con l. Te he trado cargando desde hace horas y no te dejar

    tirado aqu para que acaben contigo quienes sean.

  • 21

    Se tambale un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvi a enderezarse.

    -Te llevar a Tonaya.

    -Bjame.

    Su voz se hizo quedita, apenas murmuraba:

    -Quiero acostarme un rato.

    -Durmete all arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.

    La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor,

    se llen de luz. Escondi los ojos para no mirar de frente, ya que no poda agachar la

    cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.

    -Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted

    fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendra si yo lo hubiera dejado tirado all,

    donde lo encontr, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy

    hacindolo. Es ella la que me da nimos, no usted. Comenzando porque a usted no le

    debo ms que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergenzas.

    Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco,

    volva a sudar.

    -Me derrengar, pero llegar con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que

    le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volver a sus malos

    pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de

    usted. Con tal de eso Porque para m usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre

    que usted tiene de m. La parte que a m me tocaba la he maldecido. He dicho: Que se

    le pudra en los riones la sangre que yo le di! Lo dije desde que supe que usted andaba

    trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente Y gente buena. Y si no,

    all est mi compadre Tranquilino. El que lo bautiz a usted. El que le dio su nombre. A

    l tambin le toc la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: se

    no puede ser mi hijo.

    -Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. T que puedes hacerlo desde all arriba, porque

    yo me siento sordo.

    -No veo nada.

    -Peor para ti, Ignacio.

    -Tengo sed.

  • 22

    -Aguntate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de

    haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debas de or si ladran los perros. Haz

    por or.

    -Dame agua.

    -Aqu no hay agua. No hay ms que piedras. Aguntate. Y aunque la hubiera, no te

    bajara a tomar agua. Nadie me ayudara a subirte otra vez y yo solo no puedo.

    -Tengo mucha sed y mucho sueo.

    -Me acuerdo cuando naciste. As eras entonces. Despertabas con hambre y comas para

    volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habas acabado la leche de

    ella. No tenas llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pens que con el tiempo se te fuera

    a subir aquella rabia a la cabeza Pero as fue. Tu madre, que descanse en paz, quera

    que te criaras fuerte. Crea que cuando t crecieras iras a ser su sostn. No te tuvo ms

    que a ti. El otro hijo que iba a tener la mat. Y t la hubieras matado otra vez si ella

    estuviera viva a estas alturas.

    Sinti que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dej de apretar las rodillas y

    comenz a soltar los pies, balancendolos de un lado para otro. Y le pareci que la

    cabeza, all arriba, se sacuda como si sollozara.

    Sobre su cabello sinti que caan gruesas gotas, como de lgrimas.

    -Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, verdad? Pero nunca

    hizo usted nada por ella. Nos pag siempre mal. Parece que, en lugar de cario, le

    hubiramos retacado el cuerpo de maldad. Y ya ve? Ahora lo han herido. Qu pas

    con sus amigos? Los mataron a todos.

    Pero ellos no tenan a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: No tenemos a quin darle

    nuestra lstima. Pero usted, Ignacio?

    All estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresin de

    que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el ltimo

    esfuerzo. Al llegar al primer tejavn se recost sobre el pretil de la acera y solt el cuerpo,

    flojo, como si lo hubieran descoyuntado.

    Destrab difcilmente los dedos con que su hijo haba venido sostenindose de su cuello

    y, al quedar libre, oy cmo por todas partes ladraban los perros.

    -Y t no los oas, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

    http://narrativabreve.com/2013/12/cuento-juan-rulfo-no-oyes-ladrar-perros.html

  • 23

    La profeca autocumplida

    Gabriel G. Mrquez

    Imagnese usted un pueblo muy pequeo donde hay una seora vieja que tiene dos

    hijos, uno de 17 y una hija de 14.

    Est sirvindoles el desayuno y tiene una expresin de preocupacin.

    Los hijos le preguntan qu le pasa y ella les responde:

    "No s pero he amanecido con el presentimiento que algo muy grave va a sucederle a

    este pueblo".

    El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola

    sencillsima, el otro jugador le dice:

    "Te apuesto un peso a que no la haces".

    Todos se ren. l se re. Tira la carambola y no la hace.

    Paga su peso y todos le preguntan qu pas, si era una carambola sencilla

    Y l contesta: "es cierto pero me ha quedado la preocupacin de una cosa que me dijo

    mi madre esta maana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo".

    Todos se ren de l y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde est con

    su mama, o una nieta o en fin, cualquier pariente, feliz con su peso dice y comenta:

    -Le gan este peso a Dmaso en la forma ms sencilla porque es un tonto.

    -Y por qu es un tonto?

    -Porque no pudo hacer una carambola sencillsima estorbado con la idea de que su

    mam amaneci hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

    Y su madre le dice:

    - No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

    Una pariente oye esto y va a comprar carne.

    Ella le dice al carnicero:

    "Deme un kilo de carne" y en el momento que la est cortando, le dice: Mejor crteme

    dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado".

    El carnicero despacha su carne y cuando llega otra seora a comprar un kilo de carne,

    le dice:

    "mejor lleve dos porque hasta aqu llega la gente diciendo que algo muy grave va a

    pasar y se estn preparando y comprando cosas".

    Entonces la vieja responde: "Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos..."

  • 24

    Se lleva los cuatro kilos y para no hacer largo el cuento, dir que el carnicero en media

    hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.

    Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo, est esperando que pase algo.

    Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde.

    Alguien dice:

    -Se ha dado cuenta del calor que est haciendo?

    -Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

    Tanto calor que es pueblo donde los msicos tenan instrumentos remendados con

    brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caan a pedazos.

    -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

    -Pero a las dos de la tarde es cuando hace ms calor.

    -S, pero no tanto calor como ahora.

    Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

    "Hay un pajarito en la plaza".

    Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

    -Pero seores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

    -S, pero nunca a esta hora.

    Llega un momento de tal tensin para los habitantes del pueblo, que todos estn

    desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

    -Yo s soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

    Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la

    calle central donde todo el pueblo lo ve.

    Hasta que todos dicen: "Si este se atreve, pues nosotros tambin nos vamos".

    Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo.

    Se llevan las cosas, los animales, todo.

    Y uno de los ltimos que abandona el pueblo, dice: "Que no venga la desgracia a caer

    sobre lo que queda de nuestra casa", y entonces la incendia y otros incendian tambin

    sus casas.

    Huyen en un tremendo y verdadero pnico, como en un xodo de guerra, y en medio

    de ellos va la seora que tuvo el presagio, le dice a su hijo que est a su lado:

    "Vistes mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?" http://www.taringa.net/post/arte/16120785/4-Cuentos-Cortos-de-Garcia-Marquez.html

  • 25

    La marioneta de trapo

    Gabriel G. Mrquez

    Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara

    un trozo de vida, posiblemente no dira todo lo que pienso, pero, en definitiva, pensara

    todo lo que digo. Dara valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que

    significan.

    Dormira poco y soara ms, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos

    perdemos sesenta segundo de luz. Andara cuando los dems se detienen, despertara

    cuando los dems se duermen, escuchara mientras los dems hablan, y cmo

    disfrutara de un buen helado de chocolate

    Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestira sencillo, me tirara de bruces al sol,

    dejando al descubierto no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

    Dios mo, si yo tuviera un corazn Escribira mi odio sobre el hielo, y esperara a que

    saliera el sol.

    Pintara con un sueo de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una

    cancin de Serrat sera la serenata que le ofrecera a la luna.

    Regara con mis lgrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado

    beso de sus ptalos

    Dios mo si yo tuviera un trozo de vida No dejara pasar un solo da sin decirle a la

    gente que quiero, que la quiero. Convencera a cada mujer de que ella es mi favorita y

    vivira enamorado del amor.

    A los hombres, les probara cun equivocados estn al pensar que dejan de

    enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.

    A un nio le dara alas, pero dejara que l solo aprendiese a volar. A los viejos, a mis

    viejos, les enseara que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.

    Tantas cosas he aprendido de ustedes los hombres He aprendido que todo el mundo

    quiere vivir en la cima de la montaa sin saber que la verdadera felicidad est en la

    forma de subir la escarpada.

    He aprendido que un hombre nicamente tiene derecho a mirar a otro hombre hacia

  • 26

    abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse.

    Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente mucho no

    habrn de servir porque cuando me guarden dentro de esta maleta, infelizmente me

    estar muriendo...

    http://www.taringa.net/post/arte/16120785/4-Cuentos-Cortos-de-Garcia-Marquez.html

  • 27

    La historia se repite

    Gabriel G. Mrquez

    Cuando ramos nios esperbamos ilusionados la Nochebuena.

    Redactbamos una ingenua carta con una enorme lista de "Quiero que me traigas", y

    pasbamos contando los das con un aparato que llambamos "Ya solo faltan".

    Y cada maana nos asombamos a ver cuantos das faltaban para Navidad.

    Pero a medida que se acercaba el da, las horas se nos hacan eternas y pasaban

    llenas de advertencias de "Si no te portas bien".

    Gozbamos las posadas, visitbamos a la familia, bamos de compras, llenbamos de

    focos nuestro pino hasta que, por fin, llegaba la anhelada Nochebuena.

    La casa se llenaba de alegra y, con la mgica aparicin de los regalos, las ilusiones se

    volvan realidad y, por un momento, olvidbamos el verdadero significado de la

    Navidad.

    Hoy nuevamente llega la Nochebuena y la historia se repite con los hijos, que pasan los

    das redactando borradores de tiernas cartas con una imaginacin sin lmites. Piden,

    piden y piden: juguetes, pelotas, muecas, "O lo que me quieras traer".

    Y mientras a los nios la Navidad los llena de ilusin, a los adultos nos llena de

    esperanza y nos permite convivir con la familia regalndonos unos a otros cario y

    buenos deseos, brindando por nuestros xitos, apoyndonos unos a otros,

    apoyndonos en nuestras derrotas y tratando de entendernos.

    Porque la mejor forma de festejar el nacimiento de Jess es llamando al que est

    lejos, olvidando rencores tontos y resentimientos necios... amando y perdonando!

    http://www.taringa.net/post/arte/16120785/4-Cuentos-Cortos-de-Garcia-Marquez.html

  • 28

    Conclusiones

    Con esta antologa logre divertirme y desestresarme un poco con los cuentos, pues son

    muy interesantes y ya que son de diferentes temas y autores y cada uno tiene un toque

    especial que hace que sus obras sean especiales y diferentes a las otras.

    Tambin me sirvi para conocer a ms autores y algunas de sus obras pues a pesar de

    que no son muchas logr recopilar algunas de las ms famosas e interesantes para m

    y me encantaron los resultados.