Antonio Bolívar reseña Capital Profesional de Hargreaves y Fullan en periiódico Escuela

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Un fantasma recorre Occidente: la banalidad”, podríamos decir paro- diando a Marx ¿Cómo calificarán nuestra sociedad las generaciones futuras cuando analicen lo que ven, escuchan y admiran nuestros jóvenes? No lo sé, pero a nosotros puede darnos muchas de las claves de la educación: el reino despóti- co de la apariencia, de la frivolidad, del pensamiento único que se ha adueñado de los medios de comunicación. ¿Se pue- de entender la compleja realidad social económica y política solo a través de 140 caracteres? ¿Se puede transmitir el pro- yecto de vida en común, solo sostenido a través de sacrificios particulares, si el ejemplo de éxito social es la convivencia de unos supuestos VIP, cuya vida sin inte- rioridad es retransmitida en directo? ¿Se puede conseguir una mejora del peregri- naje social si no sabemos el itinerario, si desconocemos de dónde partimos y hacia dónde vamos? Esta frivolización de la existencia, tan- to personal como colectiva, es incompa- tible con la dignidad y el progreso huma- no tal como lo entendemos en Occidente. No se trata solo de enseñar destrezas y competencias, sino de transmitir los valo- res que dan sentido a los esfuerzos que requiere una vida humana auténtica, no anestesiada por la permanente distracción hacia el exterior. Por ello, cuando más abundan los medios, es cuando no podemos perder de vista los fines. Nunca hemos tenido tantos medios para enseñar como aho- ra. “Cuando el marinero no encuentra la Polar, cualquier viento le es adverso”, decía Séneca y algo similar podemos decir de la educación actual, con gran- des e innumerables medios, pero con una escasez de fines que vuelven inútil cual- quier esfuerzo. Personalmente, me produce vértigo la cantidad de estudios, congresos, webs, blogs y otros muchos recursos que com- piten para atraer mi atención ofreciendo nuevos “crecepelos educativos”. Contras- ta esta inmensa oferta con la permanente insatisfacción educativa que asola a Occi- dente en general y a España en particu- lar. Insatisfacción sí, a pesar de la compla- cencia de las administraciones educativas cuando presentan sus logros a través de la disminución del abandono escolar pre- maturo como indicador máximo del éxi- to escolar. Que no abandonen el sistema puede ser una condición necesaria, pero absolutamente insuficiente del éxito esco- lar y menos aún del logro educativo. Occidente se encuentra permanente insatisfecho con su sistema escolar porque no sabe en el fondo qué es lo que quiere conseguir con la educación. No se trata sólo de la inserción laboral –que no sería poco, pero que depende de factores exter- nos al sistema educativo–, ni del subsidio social mínimo ni del dominio de las nue- vas tecnologías: se trata de algo más, de entender el qué y el para qué de la pro- pia existencia y del proyecto de vida en común que nos ha tocado vivir. En el hipotético caso de la adquisición plena de las siete famosas competencias, la educación occidental fracasará si ins- tala a los jóvenes en la epidermis de la vida, en el interés particular o partidis- ta, en la apariencia efímera, en el aplauso fácil o en la acomodación con la opinión mayoritaria. Esto produciría unos niveles de mediocridad intelectual y una falta de crítica asfixiante. Por mucho que sea una situación mayoritaria, no dejará de ser una existencia humana fallida. Occidente surge cuando más allá de las apariencias, de la comodidad del rei- no de las sombras instalado en la caverna platónica, se inicia la difícil e incompre- sible ascensión a otros mundos verdade- ros y reales donde brillan los ideales. Hoy Occidente se ha instalado en la represen- tación de la realidad, en el pacto con lo fáctico, en el individualismo más infantil: no importa la belleza de la obra de arte o de la naturaleza, sino el selfie. El objeti- vo no es contemplar la obra de arte ni su imagen más fiel, sino mostrar a los demás que estuve allí, mi representación en pri- mer plano… lo demás es secundario. En definitiva: la trivialización de la cultura. Para luchar contra esta peste cultural, necesitamos volver al punto del camino donde perdimos el itinerario y para ello recuperar, entre otras cosas, el silencio. No sería mala práctica ayudar a nues- tros jóvenes a que aprendan a escuchar el silencio, a apagar las múltiples fuentes de sonidos que, como si fuera oxígeno, necesitan para sentirse vivos. El silencio como condición para la reflexión. En ella reside nuestra singula- ridad frente a las máquinas, nuestra capa- cidad de llevar una vida singular distinta, propia e irrepetible. Mis reflexiones, son mías y las puedo compartir o no. La infor- mación es común para todos, y en muchos casos trivial e irrelevante. La reflexión permite interiorizar, digerir la información, transformarla en conocimiento significativo para nuestra vida, por ello se dice que cinco minutos de reflexión enseñan más que muchas horas de lectura o de viajes. Se puede mirar sin ver, se puede ver sin entender. Incluso, posiblemente se puede tener éxito, pero sin reflexión no se puede tener una exis- tencia humana plena. El único modo de luchar contra el tsunami cultural de la tri- vialización, la superficialidad y la banali- dad es recuperar la reflexión como prác- tica habitual. Como decían los clásicos, una vida que no es reflexionada, no es una autén- tica vida humana. Alguien dijo que el hombre actual se parece a uno que sale de su casa, pierde la llave y ya no sabe cómo entrar en ella: incapaz de penetrar, opta por distraerse, dando vueltas alrede- dor. Educar es ayudar a volver al interior, por mucho que, de momento, nos inco- mode encontrarnos a solas con nosotros mismos. Esta insoportable levedad… U n cúmulo creciente de investigación educativa, desde el movimiento de escuelas eficaces, ha ido evidencian- do que los buenos docentes marcan una diferencia en los aprendizajes de los alum- nos. Pero han sido los informes internacio- nales (como McKinsey) los que han popu- larizado una evidencia obvia: “La calidad del sistema escolar no puede exceder a la calidad de sus profesores”. De ahí la impor- tancia de su formación y selección. Como evidencian diversos informes, los países con los mejores sistemas de educación en el mundo logran atraer a la docencia a los estudiantes que se encuentran en el primer tercio de su promoción de graduados. Unos docentes, con un buen “capital profesional”, pueden conseguir buenos resultados, junto a otras medidas paralelas en las políticas educativas. De ahí la necesidad de articu- lar políticas de formación del profesorado que, de manera efectiva, logren incidir en la calidad. ¿Cómo robustecer la profesión docente? Atraer, retener y desarrollar buenos profe- sores se titulaba el referido informe de la OCDE de 2005. Atraer a los mejores estu- diantes de cada generación a dedicarse a la docencia; de otra parte, mejorar la calidad de las carreras que conducen a la enseñanza y, en tercer lugar, unas políticas de forma- ción continua orientadas al desarrollo pro- fesional de los que se encuentran ejerciendo. Un relevante libro de Hargreaves y Fullan (Capital profesional. Transformar la ense- ñanza en cada escuela) presenta un enfoque nuevo para fortalecer la profesión docente y la mejora de la educación, acompañado de un conjunto coherente de acciones que habría que tomar para poner en práctica y hacer sostenible esta perspectiva. El princi- pal activo para transformar la enseñanza en cada escuela es la profesionalidad docente, que se verá potenciada en un contexto de trabajo en equipo. El “capital profesional” de excelentes docentes, formando una comu- nidad profesional de aprendizaje, es el prin- cipal activo para transformar la enseñanza. Al igual que el capital humano individual, se ve potenciado cuando existe un capital social cooperativo. El “capital profesional” como concepto se compone de “capital humano” (conoci- miento y competencias de la profesión), “capital social” (interacciones y relaciones sociales) y el “capital decisorio” (capaci- dad para hacer juicios por una práctica reflexiva). El capital profesional está en función de estos tres tipos de capital y, si falta alguno, se irá agotando. A su vez, se ve potenciado cuando la escuela cons- truye la capacidad para funcionar como una comunidad profesional de aprendi- zaje, como hemos aprendido tanto de las “organizaciones que aprenden”, como de las llamadas “culturas de colaboración” o “comunidades de práctica”. Por eso, poten- ciar una profesionalidad interactiva, al incrementar el capital social de la escuela, se ha constituido en una vía privilegiada para la mejora escolar. El cambio y la mejora educativa, actual- mente, requieren centrarse en el desarro- llo del capital profesional de los docentes como personas, equipos y como profesión. Construir una visión colectiva y situar los objetivos prácticos, creación de culturas de colaboración, altas expectativas de niveles de consecución y proveer apoyo psicológi- co y material al personal, son otras tantas dimensiones de estas funciones transforma- cionales. En fin, se trata de “reculturizar” las relaciones profesionales interviniendo en la organización escolar, de modo que sea posible acercarse a hacer de la escuela una comunidad profesional. Para transformar las culturas de las escuelas, se han de redise- ñar los lugares de trabajo, alterando los roles y estructuras, que incrementen –conjunta- mente– la profesionalidad del profesorado y el sentimiento de comunidad. Al respec- to tiene su papel clave el liderazgo, siempre que se sitúe bien dentro del conocimiento y planteamiento actual. Sin embargo, en este país, “la formación del profesorado es uno de los grandes pro- blemas pendientes de la democracia espa- ñola”, como dice el colectivo Lorenzo Luzu- riaga en un informe reciente. Continúan pendientes una selección del alumnado que desee dedicarse a la docencia; la formación pedagógica del profesorado de Secundaria no acaba de cuajar; los concursos de acceso aún perviven, sin haber establecido el lla- mado MIR docente; la inducción a la ense- ñanza y el apoyo al profesorado novel prác- ticamente no existe; por último, configurar los centros como un contexto de aprendi- zaje profesional. En fin, proponer una nue- va reforma de la educación, sin decir una palabra sobre la formación del profesorado, predice su propio fracaso, como decía en un célebre libro Sarason. Robustecer la profesión docente 34 ESCUELA Núm. 4.055 (434) 26 de marzo de 2015 CON DISTINTAS VOCES JUAN ANTONIO GóMEZ TRINIDAD Catedrático de Filosofía de Instituto Antonio Bolívar Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada

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Reseña de Antonio Bolívar, Catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada de la obra de A. Hargreaves y M. Fullan, Capital Profesional, Madrid, Morata, (2014), en el periódico Escuela de marzo de 2015.

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“ Un fantasma recorre Occidente: la banalidad”, podríamos decir paro-diando a Marx ¿Cómo calificarán

nuestra sociedad las generaciones futuras cuando analicen lo que ven, escuchan y admiran nuestros jóvenes? No lo sé, pero a nosotros puede darnos muchas de las claves de la educación: el reino despóti-co de la apariencia, de la frivolidad, del pensamiento único que se ha adueñado de los medios de comunicación. ¿Se pue-de entender la compleja realidad social económica y política solo a través de 140 caracteres? ¿Se puede transmitir el pro-yecto de vida en común, solo sostenido a través de sacrificios particulares, si el ejemplo de éxito social es la convivencia de unos supuestos VIP, cuya vida sin inte-rioridad es retransmitida en directo? ¿Se puede conseguir una mejora del peregri-naje social si no sabemos el itinerario, si desconocemos de dónde partimos y hacia dónde vamos?

Esta frivolización de la existencia, tan-to personal como colectiva, es incompa-tible con la dignidad y el progreso huma-no tal como lo entendemos en Occidente.

No se trata solo de enseñar destrezas y competencias, sino de transmitir los valo-res que dan sentido a los esfuerzos que requiere una vida humana auténtica, no anestesiada por la permanente distracción hacia el exterior.

Por ello, cuando más abundan los medios, es cuando no podemos perder de vista los fines. Nunca hemos tenido tantos medios para enseñar como aho-ra. “Cuando el marinero no encuentra la Polar, cualquier viento le es adverso”, decía Séneca y algo similar podemos decir de la educación actual, con gran-des e innumerables medios, pero con una escasez de fines que vuelven inútil cual-quier esfuerzo.

Personalmente, me produce vértigo la cantidad de estudios, congresos, webs, blogs y otros muchos recursos que com-piten para atraer mi atención ofreciendo nuevos “crecepelos educativos”. Contras-ta esta inmensa oferta con la permanente insatisfacción educativa que asola a Occi-dente en general y a España en particu-lar. Insatisfacción sí, a pesar de la compla-cencia de las administraciones educativas cuando presentan sus logros a través de la disminución del abandono escolar pre-maturo como indicador máximo del éxi-to escolar. Que no abandonen el sistema puede ser una condición necesaria, pero absolutamente insuficiente del éxito esco-lar y menos aún del logro educativo.

Occidente se encuentra permanente insatisfecho con su sistema escolar porque no sabe en el fondo qué es lo que quiere conseguir con la educación. No se trata sólo de la inserción laboral –que no sería

poco, pero que depende de factores exter-nos al sistema educativo–, ni del subsidio social mínimo ni del dominio de las nue-vas tecnologías: se trata de algo más, de entender el qué y el para qué de la pro-pia existencia y del proyecto de vida en común que nos ha tocado vivir.

En el hipotético caso de la adquisición plena de las siete famosas competencias, la educación occidental fracasará si ins-tala a los jóvenes en la epidermis de la vida, en el interés particular o partidis-ta, en la apariencia efímera, en el aplauso fácil o en la acomodación con la opinión mayoritaria.

Esto produciría unos niveles de mediocridad intelectual y una falta de crítica asfixiante. Por mucho que sea una situación mayoritaria, no dejará de ser una existencia humana fallida.

Occidente surge cuando más allá de las apariencias, de la comodidad del rei-no de las sombras instalado en la caverna platónica, se inicia la difícil e incompre-sible ascensión a otros mundos verdade-ros y reales donde brillan los ideales. Hoy Occidente se ha instalado en la represen-tación de la realidad, en el pacto con lo fáctico, en el individualismo más infantil: no importa la belleza de la obra de arte o de la naturaleza, sino el selfie. El objeti-vo no es contemplar la obra de arte ni su imagen más fiel, sino mostrar a los demás que estuve allí, mi representación en pri-mer plano… lo demás es secundario. En definitiva: la trivialización de la cultura.

Para luchar contra esta peste cultural, necesitamos volver al punto del camino donde perdimos el itinerario y para ello

recuperar, entre otras cosas, el silencio. No sería mala práctica ayudar a nues-tros jóvenes a que aprendan a escuchar el silencio, a apagar las múltiples fuentes de sonidos que, como si fuera oxígeno, necesitan para sentirse vivos.

El silencio como condición para la reflexión. En ella reside nuestra singula-ridad frente a las máquinas, nuestra capa-cidad de llevar una vida singular distinta, propia e irrepetible. Mis reflexiones, son mías y las puedo compartir o no. La infor-mación es común para todos, y en muchos casos trivial e irrelevante.

La reflexión permite interiorizar, digerir la información, transformarla en conocimiento significativo para nuestra vida, por ello se dice que cinco minutos de reflexión enseñan más que muchas horas de lectura o de viajes. Se puede mirar sin ver, se puede ver sin entender. Incluso, posiblemente se puede tener éxito, pero sin reflexión no se puede tener una exis-tencia humana plena. El único modo de luchar contra el tsunami cultural de la tri-vialización, la superficialidad y la banali-dad es recuperar la reflexión como prác-tica habitual.

Como decían los clásicos, una vida que no es reflexionada, no es una autén-tica vida humana. Alguien dijo que el hombre actual se parece a uno que sale de su casa, pierde la llave y ya no sabe cómo entrar en ella: incapaz de penetrar, opta por distraerse, dando vueltas alrede-dor. Educar es ayudar a volver al interior, por mucho que, de momento, nos inco-mode encontrarnos a solas con nosotros mismos.

Esta insoportable levedad…

U n cúmulo creciente de investigación educativa, desde el movimiento de escuelas eficaces, ha ido evidencian-

do que los buenos docentes marcan una diferencia en los aprendizajes de los alum-nos. Pero han sido los informes internacio-nales (como McKinsey) los que han popu-larizado una evidencia obvia: “La calidad del sistema escolar no puede exceder a la calidad de sus profesores”. De ahí la impor-tancia de su formación y selección. Como evidencian diversos informes, los países con los mejores sistemas de educación en el mundo logran atraer a la docencia a los estudiantes que se encuentran en el primer tercio de su promoción de graduados. Unos docentes, con un buen “capital profesional”, pueden conseguir buenos resultados, junto a otras medidas paralelas en las políticas educativas. De ahí la necesidad de articu-

lar políticas de formación del profesorado que, de manera efectiva, logren incidir en la calidad.

¿Cómo robustecer la profesión docente? Atraer, retener y desarrollar buenos profe-sores se titulaba el referido informe de la OCDE de 2005. Atraer a los mejores estu-diantes de cada generación a dedicarse a la docencia; de otra parte, mejorar la calidad de las carreras que conducen a la enseñanza y, en tercer lugar, unas políticas de forma-ción continua orientadas al desarrollo pro-fesional de los que se encuentran ejerciendo. Un relevante libro de Hargreaves y Fullan (Capital profesional. Transformar la ense-ñanza en cada escuela) presenta un enfoque nuevo para fortalecer la profesión docente y la mejora de la educación, acompañado de un conjunto coherente de acciones que habría que tomar para poner en práctica y hacer sostenible esta perspectiva. El princi-pal activo para transformar la enseñanza en cada escuela es la profesionalidad docente, que se verá potenciada en un contexto de trabajo en equipo. El “capital profesional” de excelentes docentes, formando una comu-nidad profesional de aprendizaje, es el prin-cipal activo para transformar la enseñanza. Al igual que el capital humano individual, se ve potenciado cuando existe un capital social cooperativo.

El “capital profesional” como concepto se compone de “capital humano” (conoci-miento y competencias de la profesión), “capital social” (interacciones y relaciones sociales) y el “capital decisorio” (capaci-dad para hacer juicios por una práctica reflexiva). El capital profesional está en función de estos tres tipos de capital y, si falta alguno, se irá agotando. A su vez, se ve potenciado cuando la escuela cons-truye la capacidad para funcionar como una comunidad profesional de aprendi-zaje, como hemos aprendido tanto de las “organizaciones que aprenden”, como de las llamadas “culturas de colaboración” o “comunidades de práctica”. Por eso, poten-ciar una profesionalidad interactiva, al incrementar el capital social de la escuela, se ha constituido en una vía privilegiada para la mejora escolar.

El cambio y la mejora educativa, actual-mente, requieren centrarse en el desarro-llo del capital profesional de los docentes como personas, equipos y como profesión. Construir una visión colectiva y situar los objetivos prácticos, creación de culturas de colaboración, altas expectativas de niveles de consecución y proveer apoyo psicológi-co y material al personal, son otras tantas dimensiones de estas funciones transforma-cionales. En fin, se trata de “reculturizar” las

relaciones profesionales interviniendo en la organización escolar, de modo que sea posible acercarse a hacer de la escuela una comunidad profesional. Para transformar las culturas de las escuelas, se han de redise-ñar los lugares de trabajo, alterando los roles y estructuras, que incrementen –conjunta-mente– la profesionalidad del profesorado y el sentimiento de comunidad. Al respec-to tiene su papel clave el liderazgo, siempre que se sitúe bien dentro del conocimiento y planteamiento actual.

Sin embargo, en este país, “la formación del profesorado es uno de los grandes pro-blemas pendientes de la democracia espa-ñola”, como dice el colectivo Lorenzo Luzu-riaga en un informe reciente. Continúan pendientes una selección del alumnado que desee dedicarse a la docencia; la formación pedagógica del profesorado de Secundaria no acaba de cuajar; los concursos de acceso aún perviven, sin haber establecido el lla-mado MIR docente; la inducción a la ense-ñanza y el apoyo al profesorado novel prác-ticamente no existe; por último, configurar los centros como un contexto de aprendi-zaje profesional. En fin, proponer una nue-va reforma de la educación, sin decir una palabra sobre la formación del profesorado, predice su propio fracaso, como decía en un célebre libro Sarason.

Robustecer la profesión docente

34 ESCUELA Núm. 4.055 (434) 26 de marzo de 2015

CON DISTINTAS VOCES

Juan antonio Gómez trinidad

Catedrático de Filosofía de Instituto

Antonio Bolívar

Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada