Antonio Velasco Piña - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    A la memoria de mi hermano MiguelA Gaby mi esposa

    A Carlos Miguel mi hijo.

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    "...oquipan oquimatian mochiuh in tlacatl catea

    initoca Tlacayelleltzin Cihuacohuatl in

    cemanahuac tepehuan".

    "...y esto ocurri en la poca del seor

    Tlacalel; el Cihuacatl, el Conquistador delUniverso".

    Crnica Mexicyotl, de Fernando Alvarado Tezozmoc.

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    Captulo I

    EL EMBLEMA SAGRADO DE QUETZALCOATL

    Tlacalel recorri lentamente con la mirada el fascinante espectculo que se ofreca

    ante su vista: En el amplio patio interior del templo principal de Chololan, al pie de lagigantesca y antiqusima pirmide, estaba celebrndose la ceremonia de iniciacin

    de los nuevos sacerdotes de Quetzalcatl. La luz de ms de un centenar de

    antorchas, en las que ardan aromticas esencias, iluminaba el recinto con

    cambiantes tonalidades. Una doble hilera de sacerdotes, alineados en ambos

    costados del patio, entonaban con rtmico acento antiguos himnos sagrados.

    Centeotl, el anciano sumo sacerdote, oficiaba la ceremonia ostentando sobre su

    pecho" el mximo smbolo de la jerarqua religiosa: el Emblema Sagrado de

    Quetzalcatl. En el centro del patio, dentro de un enorme crculo de pintura blanca,

    se encontraba el pequeo grupo de jvenes entre los cuales estaba el, propio

    Tlacalelque recibiran en aquella ocasin el alto honor de entrar a formar parte

    del denominado sacerdocio blanco, consagrado al culto de Quetzalcatl. Para los

    jvenes que en medio del complicado ceremonial iban siendo ungidos por el sumo

    sacerdote, aquel acto constitua la culminacin de una meta largamente soada, y

    lograda a travs de varios aos de incesantes esfuerzos. De entre varios miles de

    adolescentes que en todas las comunidades nhuatl aspiraban a ser admitidos en eltemplo de Chololan, se escoga cada cinco aos a cincuenta y dos candidatos. El

    criterio selectivo resultaba riguroso en extremo; no slo era necesario poseer una

    conducta ejemplar desde la infancia y contar con amplias recomendaciones de los

    principales sacerdotes de la comunidad donde habitaban, sino que adems, debansalir airosos de las difciles pruebas que los sacerdotes de Quetzalcatl imponan

    para valorar la capacidad de los aspirantes. La extrema dureza de los sistemas de

    enseanza utilizados en el templo de Chololan, motivaba una considerable desercin

    a lo largo de los cinco aos del noviciado, por lo que rara vez lograban ingresar como

    nuevos miembros de la Hermandad Blanca ms de media docena de jvenes. Una

    vez investidos con la prestigiada dignidad de sacerdotes de Quetzalcatl, los as

    ungidos regresaban a sus lugares de origen, donde muy pronto ocupaban puestos

    relevantes, ya fuera como jefes militares y dirigentes eclesisticos, o incluso como

    reyes de los mltiples y pequeos seoros en que haba quedado fragmentado el

    mundo nhuatl tras la desaparicin, ocurrida varios siglos atrs, del poderoso

    Imperio Tolteca.

    Diversas circunstancias singularizaban al grupo de novicios que en aquella ocasin

    estaban siendo ordenados como sacerdotes de Quetzalcatl. Una de ellas era la de

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    que por vez primera figuraban en dicho grupo dos jvenes aztecas: Tlacalel y

    Moctezuma, hijos de Huitzilhuitl que fuera segundo rey de los tenochcas y

    hermanos de Chimalpopoca, quien gobernaba bajo difciles condiciones al pueblo

    azteca, pues ste se hallaba sujeto a un vasallaje cada vez ms oprobioso por parte

    del Reino de Azcapotzalco. Otro de los motivos que singularizaba a la nueva

    generacin de sacerdotes, era el hecho de que formaba parte de ella

    Nezahualcyotl, el desdichado prncipe de Texcoco, quien a raz del asesinato de su

    padre y de la conquista de su reino por los tecpanecas, se haba visto obligado a vivir

    siempre en constante fuga, acosado en todas partes por asesinos a sueldo, deseosos

    de cobrar la cuantiosa recompensa ofrecida a cambio de su vida. La admisin en el

    templo de Chololan, tanto de los jvenes aztecas como del prncipe Nezahualcyotl,

    haba producido desde el primer momento un profundo disgusto en Maxtla, eldesptico rey de Azcapotzalco, sin embargo, el monarca tecpaneca se haba cuidado

    muy bien de no hacer nada que pusiera de manifiesto sus sentimientos. Centeotl, el

    sumo sacerdote poseedor del Emblema Sagrado de Quetzalcatl, era ya un anciano

    de ms de noventa aos cuya muerte no poda estar lejana; el sacerdote que le

    segua en jerarqua dentro de la Hermandad Blanca era Mazatzin, un tecpaneca

    incondicional de Maxtla. Si, como era lo ms probable, al percatarse Centeotl de que

    su fin estaba prximo, entregaba a Mazatzin el Emblema Sagrado, Maxtla vera

    aumentar el prestigio de su Reino hasta un grado jams imaginado, lo que le

    facilitara enormemente la conquista de nuevos pueblos y territorios. As pues, a

    pesar del odio que profesaba a Nezahualcyotl y de la posibilidad de que el honor de

    contar con miembros dentro de la Hermandad Blanca pudiese envanecer a los

    aztecas y despertar en ellos peligrosos sentimientos de rebelda, el monarca

    tecpaneca se guard muy bien de cometer cualquier acto que pudiese disminuir las

    probabilidades de que Mazatzin se convirtiese en depositario del Emblema Sagrado.

    La ceremonia de admisin de los nuevos sacerdotes haba concluido. Tras formularlas ltimas palabras rituales, Centeotl se dirigi hacia el enorme incensario que arda

    al pie del altar central, en donde figuraba una impresionante representacin de

    Quetzalcatl en piedra basltica; todos los concurrentes supusieron que Centeotl iba

    a extinguir las llamas del brasero para dar as por concluida la ceremonia, pero en

    lugar de ello, al llegar frente al incensario el sacerdote arroj en l una nueva

    porcin de resinas, producindose con esto una fuerte llamarada que ilumin

    vivamente el recinto. Enmarcado en el resplandor de las llamas, Centeotl se dio

    media vuelta quedando de frente ante todos los participantes, despus, con un

    movimiento repentino y en medio del asombro general, se quit del cuello la fina

    cadena de oro de la cual penda el Emblema Sagrado de Quetzalcatl. El hecho de

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    despojarse en una ceremonia del smbolo de su poder, slo poda significar una

    cosa: Centeotl juzgaba llegado el momento de transmitir a un sucesor la pesada

    responsabilidad de ser el depositario humano de todos los secretos y conocimientos

    acumulados al travs de milenios por la larga serie de civilizaciones que haban

    existido desde los orgenes de la humanidad. Una paralizante expectacin dominaba

    a todos los que contemplaban el trascendental suceso y todos se formulaban una

    misma pregunta: Quin sera el nuevo poseedor del mximo smbolo sagrado? Los

    orgenes del Emblema Sagrado de Quetzalcatl se perdan en el pasado ms remoto.

    Segn los informes proporcionados por las antiguas tradiciones, existi mucho

    tiempo atrs un Primer Imperio Tolteca, cuya capital, la maravillosa e imponente

    ciudad de Tollan1, haba constituido a lo largo de incontables siglos el mximo centro

    cultural del gnero humano. Durante todo este perodo, los gobernantes toltecashaban ostentado sobre su pecho, como smbolo de la legitimidad de su poder, un

    pequeo caracol marino que le fuera entregado al primer Emperador por el propio

    Quetzalcatl, venerada Deidad tutelar del Imperio.

    Al sobrevenir primero la decadencia y posteriormente la aniquilacin y desaparicin

    del Imperio, la unidad poltica que agrupaba a la gran diversidad de pueblos que lo

    habitaban tambin haba quedado destruida, dividindose stos en pequeos

    seoros que vivan en medio de luchas incesantes, sin que prosperasen ni el saber ni

    las artes. Escondida en alguna regin montaosa, una mstica orden sacerdotal la

    Hermandad Blanca de Quetzalcatl haba logrado preservar durante todos esos

    largos aos de oscurantismo, tanto el Emblema Sagrado, como una buena parte de

    los antiguos conocimientos. Ms tarde y teniendo como capital a la bella ciudad de

    Tula, se haba constituido un Segundo Imperio Tolteca, el que aunque no posea el

    grandioso esplendor que caracterizara al primero, logr importantes realizaciones,

    como el unificar bajo un solo mando a un vasto conjunto de poblacionesheterogneas y el promover en ellas un renacimiento cultural basado en una

    elevada espiritualidad. Complacidos por lo que ocurra, los guardianes del Emblema

    Sagrado haban hecho entrega de su preciado depsito a Mixcoamazatzin, forjador

    del Segundo Imperio y, a partir de entonces, los Emperadores Toltecas ostentaron

    nuevamente, como smbolo mximo de su autoridad, el pequeo caracol marino.

    Toda obra humana es perecedera, y finalmente, el Segundo Imperio corri la misma

    suerte que el primero. Minado por luchas intestinas y por incesantes oleadas de

    pueblos brbaros provenientes del norte, el Imperio comenz a desintegrarse y el

    Emperador Ce Acatl Topiltzin Quetzalcatl se vio obligado a huir al sur acompaado

    1Teotihuacan.

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    fuerzas de la naturaleza que pareca emanar de las pupilas de Centeotl, pero

    despus, repentinamente, todo su ser comenz a verse sacudido por un temblor

    incontrolable, mientras se reflejaban en su rostro, como en el ms claro espejo,

    sentimientos que de seguro haba logrado mantener siempre ocultos en lo ms

    profundo del alma: una anhelante expresin de ambiciosa codicia contraa sus

    facciones, los labios se movan en una splica desesperada que no alcanzaba a ser

    articulada en palabras y las manos se extendieron en un intento de apoderarse del

    emblema, pero sus dedos slo llegaron a tocar la cadena, pues en ese instante las

    fuerzas le abandonaron y cay al suelo, en donde permaneci sollozando como un

    nio. Imperturbable ante el evidente fracaso del sacerdote que le segua en rango,

    Centeotl dio dos pasos y qued frente a Cuauhtexpetlatzin, el tercer sacerdote

    dentro de la jerarqua de la Hermandad Blanca. Cuauhtexpetlatzin era el msquerido de los sacerdotes de Chololan. Su espritu bondadoso y comprensivo era

    bien conocido no slo por sus compaeros y por los novicios, en cuya formacin

    pona siempre un particular empeo, sino por todos los habitantes de la comarca,

    que acudan ante l en gran nmero, en busca de consejo y de ayuda. Un brusco

    estremecimiento sacudi a Cuauhtexpetlatzin al ver frente a s a Centeotl

    sosteniendo a cercana distancia de su cuello el caracol sagrado; cayendo de rodillas,

    suplic angustiado que no se le hiciese depositario de semejante honor, pues se

    consideraba indigno de ello. Dando media vuelta, Centeotl se alej de la fila de

    sacerdotes y se dirigi en lnea recta hacia el crculo blanco donde se encontraba el

    grupo de jvenes a los que haba ungido momentos antes. Un murmullo de asombro

    brot de los labios de la mayor parte de los presentes. Aquello no poda significar

    otra cosa, sino que el sumo sacerdote juzgaba que entre los sacerdotes recin

    ordenados haba uno merecedor de convertirse en su heredero. En medio de una

    expectacin que creca a cada instante, Centeotl traspuso el crculo de pintura

    blanca y se detuvo frente a Nezahualcyotl. La mirada del sumo sacerdote seguasiendo una hoguera de poder irresistible; sus manos, fuertemente apretadas a la

    cadena de la que penda el venerado emblema, parecan las garras de una fiera

    sujetando a su presa. Tlacalel pens que si l se encontrara en el lugar de Centeotl,

    no vacilara un instante en escoger a Nezahualcyotl como la persona ms adecuada

    para sucederle en el cargo. La inteligencia superior del prncipe texcocano, as como

    su profunda sabidura y elevada espiritualidad, hacan de l un ser verdaderamente

    excepcional, merecedor incluso de convertirse en el depositario del legendario

    emblema.

    Las manos de Centeotl se movan ya en un ademn tendiente a colocar sobre el

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    cuello del prncipe la cadena de oro, cuando ste, tras reflejar en su rostro un sbito

    desconcierto, dio un paso atrs indicando as su rechazo ante la elevada dignidad

    que estaba por conferrsele. Tal pareca que en el ltimo instante, y como resultado

    de un temor incontrolable surgido en lo ms profundo de su ser, Nezahualcyotl

    haba llegado a la conclusin de que la tarea a la cual tena consagrada la existencia

    liberar a su pueblo y reconquistar el trono perdido era ya en s misma una

    misin suficientemente difcil y llena de peligros, y que el aadir a esta carga an

    mayores responsabilidades, constitua una labor superior a sus fuerzas.

    Manteniendo una actitud de impersonal indiferencia, como si actuase en

    representacin de fuerzas que le trascendieran como individuo y de las cuales fuese

    tan slo un instrumento, Centeotl desvi la mirada del prncipe de Texcoco y

    avanzando dos pasos qued frente a Moctezuma. Una sonrisa de regocijo estuvo apunto de aflorar en el rostro de Tlacalel. Nada poda producirle mayor alegra que

    la probabilidad de que su hermano quedase investido con la alta jerarqua de Sumo

    Sacerdote de la Hermandad Blanca, sin embargo, no alcanzaba a vislumbrar la

    posibilidad de que el carcter de Moctezuma pudiese compaginarse con las

    funciones propias de semejante cargo. Moctezuma era la encarnacin misma del

    espritu guerrero. Un apasionado amor al combate y relevantes cualidades de

    estratego nato, constituan los principales rasgos de su personalidad. Moctezuma

    contempl con asombro la imponente figura de refulgente mirada que tena ante s

    y en cuyas manos se balanceaba la cadena de la que penda el Emblema Sagrado.

    Haciendo un esfuerzo sobrehumano trat de permanecer sereno, pero un

    sentimiento hasta entonces desconocido por su espritu rompi en un instante toda

    resistencia consciente y se adue por completo de su voluntad. Siguiendo el

    ejemplo de Nezahualcyotl, Moctezuma dio un paso atrs. El ms valiente de los

    guerreros aztecas, acababa de conocer el miedo. En las facciones generalmente

    inescrutables de Centeotl, pareci dibujarse una mueca de complacencia, como si encontra de lo que pudiese suponerse, el viejo sacerdote se encontrase preparado de

    antemano para presenciar todo lo que ocurra en aquellos momentos

    trascendentales. Centeotl dio un paso hacia la derecha y qued frente a Tlacalel,

    sus miradas se cruzaron y los dos rostros permanecieron en muda contemplacin

    durante un largo rato, despus el sumo sacerdote, muy lentamente, fue

    extendiendo las manos, hasta dejar colocado en el cuello del joven azteca la fina

    cadena de oro con su preciado pendiente.

    Con la misma tranquila naturalidad con que poda llevarse el ms sencillo adorno,

    Tlacalel portaba ahora sobre su pecho el Emblema Sagrado de Quetzalcatl.

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    Captulo II

    CONMOCIN EN EL VALLE

    El cambio de depositario del Emblema Sagrado de Quetzalcatl dio origen a toda

    una serie de acontecimientos importantes que afectaron radicalmente a las diversas

    comunidades que habitaban en el Valle del Anhuac. Al da siguiente de aqul en

    que tuviera lugar la transmisin del venerado smbolo, fue hallado, colgado de una

    cuerda atada al techo de su propia habitacin, el cadver de Mazatzin. La frustracin

    derivada de no lograr alcanzar el objetivo al cual consagrara toda su existencia,

    haba resultado intolerable para el ambicioso sacerdote tecpaneca. Antes de

    ahorcarse en un ltimo gesto de lealtad hacia su monarca Mazatzin haba

    enviado un mensaje a Maxtla, informndole con detalle de los recientes sucesosocurridos en el santuario de la Hermandad Blanca. El enviado de Mazatzin no era el

    nico mensajero que, portando idnticas noticias, se alejaba de la ciudad de

    Chololan. Guiado por esa intuicin que caracteriza a los autnticos guerreros y

    que les permite presentir la existencia de algn posible peligro antes de que ste

    comience a manifestarse Moctezuma se haba percatado de que el alto honor

    conferido a su hermano entraaba tambin una grave amenaza para el pueblo

    azteca, pues el disgusto que este suceso producira a los tecpanecas poda muy bien

    impulsarles a tomar represalias en contra de los tenochcas.

    As que, aprovechando los lazos de amistad que le unan con varios de los jefes

    militares de Chololan, el guerrero azteca se apresur a enviar un mensajero a

    Tenochttlan, que informara a Chimalpopoca del inesperado acontecimiento que

    haba convertido a Tlacalel en el Heredero de Quetzalcatl y lo previniera sobre la

    posibilidad de alguna reaccin violenta por parte de los tecpanecas. Cubierto de

    polvo y desfallecido a causa de la agotadora caminata, el mensajero de Mazatzinatraves la ciudad de Azcapotzalco y penetr en el ostentoso y recin construido

    palacio de Maxtla. En cuanto tuvo conocimiento de su presencia, el monarca acudi

    personalmente a escucharle. Al conocer lo sucedido en la ceremonia de transmisin

    del Emblema Sagrado, la furia de Maxtla se desbord en forma incontenible: orden

    dar muerte al portador de tan malas nuevas, azot a sus numerosas esposas y

    mand destruir todas las bellas obras de fina cermica de Chololan que adornaban

    el palacio. Una vez ligeramente desahogada su ira, Maxtla convoc a una reunin de

    sus principales consejeros, para determinar el castigo que habra de imponerse a los

    aztecas, pues deseaba aprovechar la ocasin para dejar sentado un claro precedente

    de lo que poda esperar a cualquiera que, voluntaria o involuntariamente, actuase

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    en contra de los intereses tecpanecas. Al inicio de la reunin, Maxtla se mostr

    inclinado a adoptar el castigo ms drstico: la destruccin total del pueblo azteca.

    Los consejeros del monarca, haciendo gala de una gran prudencia que les permita

    no aparecer en ningn momento como abiertamente contrarios a la voluntad de su

    colrico gobernante, le hicieron ver que esa decisin resultara contraproducente

    para los propios intereses tecpanecas: los aztecas pagaban importantes y crecientes

    tributos y, por otra parte, su empleo como soldados mercenarios estaba rindiendo

    magnficos frutos, pues los tenochcas haban demostrado poseer admirables

    cualidades como combatientes. Despus de una larga deliberacin, uno de los

    consejeros encontr la que pareca ms adecuada solucin al problema, pues

    permitira a un mismo tiempo darle el debido escarmiento a los tenochcas y

    conservar intacta su capacidad productiva, que tan buenas ganancias venareportando para Azcapotzalco. Se trataba de dar muerte al monarca azteca ante la

    vista de todo su pueblo. El mensajero enviado por Moctezuma, remando

    vigorosamente, cruz el enorme lago en cuyo interior mediante increble y

    sobrehumana proeza los aztecas edificaran su capital. Saltando a tierra, el

    mensajero recorri a toda prisa la ciudad, detenindose ante la modesta

    construccin que constitua la sede del gobierno azteca. La noticia de que su

    hermano Tlacalel era ahora el depositario del Emblema Sagrado constituy para

    Chimalpopoca una agradable y desconcertante sorpresa. Despus de ordenar que

    colmaran al mensajero de valiosos presentes, mand llamar a las principales

    personalidades de su gobierno para comunicarles la inesperada noticia. Los

    tenochcas convocados por el Soberano manifestaron al unsono su asombro y

    alegra. Tozcuecuetzin, supremo sacerdote del pueblo azteca, sufri de una emocin

    tan grande que perdi momentneamente el conocimiento; al recuperarlo, alz los

    brazos al cielo y, con el rostro baado en lgrimas, bendijo a los dioses con grandes

    voces, agradecindoles que le hubiesen permitido vivir hasta aquel venturosoinstante, cuya dicha borraba todos los sufrimientos de su larga existencia. La reunin

    de los gobernantes tenochcas concluy con la decisin unnime de participar

    inmediatamente a todo el pueblo el feliz acontecimiento, as como de organizar una

    gran fiesta para celebrarlo. Abstrado en los preparativos del festejo y embargado

    por la intensa emocin que lo dominaba, Chimalpopoca no tom en cuenta las

    advertencias de Moctezuma respecto a una posible represalia tecpaneca,

    atribuyndolas a un exceso de suspicacia, muy propia del carcter receloso de su

    hermano. La mayor parte de los integrantes del pueblo azteca posean nicamente

    una nocin vaga y un tanto deformadarespecto a lo que en verdad significaba

    la posesin del Emblema Sagrado de Quetzalcatl; sin embargo, en cuanto se tuvo

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    conocimiento de que un miembro de la comunidad tenochca haba alcanzado tan

    alta distincin, se produjo un estallido de regocijo popular como jams se haba visto

    en toda la historia del pequeo Reino. Hileras de canoas adornadas con flores

    llegaban sin cesar a Tenochttlan, provenientes de los mltiples sembrados en tierra

    firme que posean los pobladores de origen azteca en las riberas del lago. Las

    construcciones de la capital, incluso las ms modestas, fueron bellamente

    engalanadas con tejidos de flores de los ms variados diseos y sus habitantes

    rivalizaban en poner de manifiesto su alegra. Todo era bullicio, msica y canciones.

    Se celebraron el mismo da dos solemnes actos religiosos. Uno en el Teocalli Mayor,

    situado en el centro de la ciudad, y otro en el templo que le segua en importancia,

    ubicado frente al mercado del barrio de Tlatelolco. Al concluir la primera de las

    ceremonias, Tozcuecuetzin habl largamente ante la nutrida concurrencia, en unesfuerzo por tratar de explicar, con lenguaje sencillo y popular, la gran trascendencia

    de lo ocurrido en Chololan y el inconmensurable privilegio que de ello se derivaba

    para el pueblo tenochca. En medio de la desbordante alegra que se haba

    posesionado de Tenochttlan, una joven azteca era al mismo tiempo el ser ms feliz

    y el ms desdichado de todos los mortales: Citlalmina, la prometida de Tlacalel.

    Citlalmina era uno de esos raros ejemplares en los que la naturaleza parece volcar al

    mismo tiempo todas las cualidades que puede poseer un ser humano, hacindolo

    excepcional. La resplandeciente belleza de la prometida de Tlacalel era conocida no

    slo entre los aztecas, sino incluso entre los nobles tecpanecas, varios de los cuales

    haban hecho tentadoras ofertas de matrimonio siempre rechazadas a los

    padres de la joven. Las facciones armoniosas de Citlalmina posean una exquisita

    delicadeza y un encanto misterioso e indescriptible. Sus grandes ojos negros

    relampagueaban de continuo en miradas cargadas de entusiasta energa y toda su

    figura tena una gracia encantadora e incomparable, que se manifestaba en cada

    uno de sus actos. Pese a que los atributos fsicos de Citlalmina eran tan relevantes,constituan algo secundario al ser comparados con los rasgos distintivos de su

    carismtica personalidad. Una voluntad firme y poderosa, unida a una inteligencia

    superior y a una gran nobleza de espritu, haban hecho de ella la representante ms

    destacada del movimiento de inconformidad que, en contra del vasallaje que

    padeca el Reino Tenochca, comenzaba a surgir entre la juventud azteca. Ni Tlacalel

    ni Citlalmina recordaban el momento en que sus vidas se haban cruzado. Las casas

    de los padres de ambos eran vecinas, y siendo an nios, surgi entre ellos una

    mutua atraccin y una slida camaradera infantil. Al llegar la pubertad, estos

    sentimientos fueron trocndose en un amor que creca da con da; muy pronto los

    dos se convirtieron en una especie de pareja modelo de la juventud tenochca. La

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    profunda y permanente comunin espiritual en que vivan, produca en todos la

    enigmtica sensacin de que trataban con un solo ser, que por algn incomprensible

    motivo haba nacido dividido en dos cuerpos. Cuando Tlacalel march a Chololan

    como aspirante a sacerdote de la Hermandad Blanca, Citlalmina no vio en ello sino

    una simple separacin transitoria, pues el hecho de formar parte de esta orden

    sacerdotal representaba una honrosa distincin, que comnmente no requera de la

    renuncia de sus miembros a la vida matrimonial; sin embargo, el caso del Portador

    del Emblema Sagrado de Quetzalcatl era muy distinto, ya que constitua un cargo

    que por su altsima responsabilidad exiga de quien lo ejerca una entrega total y

    absoluta. Sublimando la dolorosa frustracin de ver deshechos sus proyectos

    matrimoniales, Citlalmina enfrent los acontecimientos con un regocijo generoso y

    sincero. El inesperado honor conferido a Tlacalel le enorgulleca como algo propio;y ante la trascendencia que este suceso tena para todo el pueblo azteca, sus

    sentimientos personales quedaron voluntariamente relegados a un segundo

    trmino. El festejo popular se encontraba en su apogeo, cuando arribaron a

    Tenochttlan varias canoas transportando a un centenar de guerreros provenientes

    de Azcapotzalco. Su llegada no ocasion alarma alguna en la capital azteca, ni

    siquiera sorpresa; sus moradores estaban acostumbrados a la continua presencia de

    soldados del poderoso ejrcito tecpaneca. Ingenuamente, una buena parte del

    pueblo pens que los recin llegados constituan una delegacin enviada por Maxtla,

    que portaba una felicitacin al gobierno tenochca con motivo del venturoso

    acontecimiento que todos celebraban. Cruzando los canales de la ciudad y

    marchando a travs de sus congestionadas calles, los tecpanecas llegaron ante el

    edificio donde se encontraba Chimalpopoca, que en unin de los principales

    personajes del Reino, estaba por concluir un banquete. Mientras el resto de los

    guerreros permanecan aguardando en la calle, el capitn que los conduca, con

    algunos de sus mejores arqueros, penetr al interior del edificio y anunci susdeseos de transmitir al rey tenochca un mensaje del mandatario de Azcapotzalco. Al

    enterarse de la presencia de los enviados de Maxtla, Chimalpopoca orden que

    fuesen conducidos a un saln cercano, en el cual se celebraban las audiencias

    pblicas. Al terminar de comer, el monarca azteca, acompaado nicamente de un

    ayudante, se dirigi al encuentro de los tecpanecas. Mientras se aproximaba al saln

    de audiencias, Chimalpopoca record las advertencias de Moctezuma y un funesto

    presentimiento cruz por su espritu, pero lo desech al instante, pensando que era

    imposible que un pequeo puado de soldados, rodeados como se encontraban de

    todo el pueblo azteca, se atreviera a perpetrar una agresin en su contra. En cuanto

    el capitn tecpaneca vio aproximarse a Chimalpopoca orden a sus guerreros

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    disponer los arcos para el ataque. La actitud que asuman ante su presencia los

    soldados de Azcapotzalco hizo comprender a Chimalpopoca la suerte que le

    esperaba. Reflexionando con la celeridad que alcanza la mente en los momentos de

    peligro, el monarca sopes las probabilidades que tendra de sobrevivir si dando

    media vuelta emprenda una veloz huida; pero desech enseguida tal pensamiento

    ante la sola idea de recibir las flechas por la espalda y morir de forma tan

    ignominiosa. Asumiendo una actitud a la vez digna y despectiva, Chimalpopoca

    aguard erguido frente a sus verdugos el fin de su destino. El capitn tecpaneca dio

    una nueva orden y las flechas salieron disparadas de los arcos de los soldados. El

    ayudante de Chimalpopoca profiri un alarido y trat de cubrir con su cuerpo el del

    rey azteca, lo que logr slo parcialmente, pues recibi la mayor parte de los

    proyectiles desplomndose en medio de terribles gemidos, mientras queChimalpopoca permaneca en pie, al parecer insensible a las heridas de los dardos

    que atravesaban sus brazos. Una segunda andanada de flechas dio de lleno en el

    cuerpo del monarca, hacindole caer por tierra, siempre en silencio.

    Los gritos del ayudante de Chimalpopoca atrajeron la curiosidad de varios sirvientes,

    que al entrar en la habitacin y contemplar horrorizados lo ocurrido, salieron

    corriendo en todas direcciones, dando grandes voces de alarma. Actuando con una

    sorprendente serenidad y sangre fra, los tecpanecas salieron del edificio con toda

    calma, cruzndose a su paso con innumerables personas que acudan presurosas y

    desconcertadas a tratar de averiguar lo que pasaba. Ya en el exterior, el capitn y los

    arqueros se unieron a sus compaeros y huyeron hacia el lugar donde dejaran sus

    canoas. En el edificio que albergaba al gobierno tenochca se cre una pavorosa

    confusin; los esfuerzos de aqullos que trataban de restablecer el orden e iniciar la

    persecucin de los tecpanecas resultaban intiles, pues se vean entorpecidos por

    los centenares de personas que sin cesar acudan al edificio y, que no pudiendo darcrdito a lo que escuchaban, deseaban corroborar por sus propios ojos la muerte de

    Chimalpopoca. Una vez cumplido su propsito, trataban de lanzarse a la calle en

    persecucin de los asesinos, pero se vean a su vez obstaculizados por los nuevos

    recin llegados, cuyo nmero siempre creciente nulificaba tocios los intentos de una

    accin coordinada. Los soldados tecpanecas se encontraban ya sobre sus lanchas,

    cuando comenzaron a escucharse gritos airados en su contra y algunas flechas

    cruzaron los aires para luego caer en el agua sin lograr alcanzarlos. Siempre en

    medio del ms completo desorden, varios grupos de enfurecidos aztecas, muchos de

    ellos an sin armas, abordaron canoas y se lanzaron en persecucin de los

    tecpanecas. Aqullos que lograron darles alcance fueron recibidos por certeras

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    Captulo III

    LA REBELIN JUVENIL

    Acompaado de dos jvenes tenochcas Moctezuma recorra, con presuroso andar,

    el ltimo trecho del camino central que comunicaba a la ciudad de Chololan con las

    riberas del lago que albergaba la capital azteca. Los cansados caminantes se

    encontraban ya prximos al inmenso espejo de agua, cuando se cruzaron con un

    grupo de campesinos que vivan en un pequeo poblado situado en las

    proximidades del lago, quienes los enteraron de los trgicos sucesos ocurridos en

    Tenochttlan el da anterior. Sus informantes haban estado presentes en la ciudad

    durante los festejos organizados para celebrar la designacin de Tlacalel como

    Portador del Emblema Sagrado, y por lo tanto, haban sido testigos del violentoacontecimiento que dio fin a la alegre celebracin. Al escuchar el relato de los

    hechos, Moctezuma comprendi al instante la trascendencia del dao inferido a

    todo el pueblo azteca con el asesinato de Chimalpopoca, pues no slo se le privaba

    inesperadamente de su legtimo gobernante, sino lo que era mucho ms grave, se le

    haca objeto de una intolerable humillacin que pona de manifiesto su incapacidad

    para defenderse del ataque sorpresivo de un insignificante nmero de agresores.

    Nada bueno poda esperarse de semejante debilidad, que de seguro impulsara a

    Maxtla a exigir de los aztecas condiciones de vasallaje an ms severas que las que

    haban venido soportando. Caminando en medio de un opresivo silencio, los jvenes

    recorrieron la escasa distancia que les separaba del embarcadero ms prximo; al

    llegar a ste, Moctezuma rompi su silencio para afirmar en tono lacnico:

    No retornar a Tenochttlan; si el rey fue muerto por nuestros enemigos, ello significa que de

    seguro antes perecieron defendindolo todos los hombres de la ciudad y al no haber ya quien la

    resguarde, preciso es que alguien vele por ella.

    Despus de pronunciar estas palabras, coloc una flecha en su arco y adopt la

    posicin del arquero que espera la prxima aparicin del enemigo.

    Sus acompaantes se miraron, sorprendidos ante la inesperada conducta del

    guerrero; despus, temerosos de contradecirle y provocar su clera, optaron por

    abordar una canoa. Muy pronto se alejaron remando con todas sus fuerzas,

    deseosos de llegar a la ciudad antes del anochecer. En la orilla del lago slo qued

    Moctezuma, esperando la llegada de un adversario al cual hacer frente. Las palabras

    pronunciadas por Moctezuma en las cuales se contena una clara acusacin a

    todos los hombres de Tenochttlan por no haber sabido defender a su monarca se

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    explanada frente al Templo Mayor, las jvenes se dispersaron con objeto de

    abastecerse en sus casas del armamento necesario y de invitar a sus familiares y

    amigas a colaborar en aquel naciente movimiento de juvenil insurgencia femenina.

    Muy pronto la actitud de las jvenes tenochcas produjo las ms variadas reacciones

    en toda la ciudad. Aun cuando en muchas casas los padres lograron oponerse a los

    propsitos de sus hijas utilizando incluso la violencia, la conducta adoptada por

    las mujeres desencaden de inmediato una reaccin de los hombres jvenes que

    habitaban la capital, los cuales se lanzaron a las calles y, reunidos en grupos cada vez

    ms numerosos, discutieron acaloradamente, bajo la luz de las antorchas, los

    recientes sucesos. Los improvisados oradores expresaban los sentimientos que los

    dominaban planteando preguntas, procedimiento muy generalizado en la oratoria

    nhuatl:

    Qu es esto que contemplan nuestros ojos? Hasta dnde ha llegado la degradacin de los

    tenochcas? Vamos a permitir que sean las mujeres las que tengan que encargarse de la defensa de la

    ciudad, mientras nosotros preparamos la comida y cuidamos a los nios? Somos acaso tan cobardes

    que tendremos que vivir temblando, escondidos bajo las faldas de nuestras hermanas:

    Cada vez ms enardecidos por las preguntas hirientes que sobre su propia conducta

    se formulaban, los diferentes grupos de jvenes fueron coincidiendo en una misma

    conclusin: era necesario armarse y acudir ante Moctezuma para organizar deinmediato, bajo su direccin, la adecuada defensa de la ciudad. Al igual que sus

    hermanas, los varones se dieron cita en la Plaza Mayor, que se iba poblando

    rpidamente de jvenes de ambos sexos, armados de un heterogneo arsenal y

    posedos de un belicoso e incontenible entusiasmo. Sus cantos de guerra,

    incesantemente repetidos, parecan cimbrar a la ciudad entera. Los integrantes del

    Consejo del Reino organismo de facultades vagas e indeterminadas, pero al fin y al

    cabo la nica autoridad importante que exista en esos momentos a causa del

    reciente asesinato del monarca no podan permanecer inactivos ante los

    desbordados cauces de la actuacin juvenil. Presionados por los acontecimientos,

    sus miembros se reunieron apresuradamente y comenzaron a deliberar. Al enterarse

    de que estaba celebrndose una reunin de los integrantes del Consejo del Reino,

    surgi entre los jvenes la esperanza de que tal vez las propias autoridades se haran

    cargo de dirigir las labores tendientes a dotar a la ciudad de apropiados sistemas de

    defensa. As pues, decidieron esperar a que concluyera la reunin del Consejo, antes

    de lanzarse a la bsqueda de Moctezuma. Las esperanzas juveniles carecan enrealidad de todo fundamento. El Consejo estaba constituido en su gran mayora

    por individuos acostumbrados a utilizar su posicin dentro del gobierno para la

    obtencin de privilegios y el acrecentamiento de sus muy particulares intereses, y

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    con tal de preservar su ventajosa situacin, estaban dispuestos a soportar cualquier

    incremento de las formas de vasallaje que les sujetaban a los tecpanecas, pues en

    ltima instancia, siempre encontraran la manera de eludirlas transfirindolas

    directamente sobre las espaldas del pueblo. Por otra parte, la conducta adoptada

    esa noche por la juventud tenochca haba suscitado en los representantes de la

    autoridad profundos sentimientos de alarma y disgusto, convencindolos de que

    deba precederse, cuanto antes, a atacar a todos aqullos que desobedeciesen la

    orden de desalojar las calles y retornar tranquilamente a sus hogares. Las represivas

    intenciones del Consejo tropezaron con la resistencia de uno de sus miembros:

    Tozcuecuetzin, el sumo sacerdote tenochca cuyo proceder se rega comnmente por

    un criterio en extremo rigorista y autoritario, se opuso terminantemente a que se

    adoptase la decisin de disolver por la fuerza a la creciente multitud de jvenes quevociferaban en la Plaza Mayor. Al parecer la inexplicable actitud de Tozcuecuetzin

    era resultado de la profunda impresin que haba dejado en l la reciente

    designacin de Tlacalel como Portador del Emblema Sagrado. El anciano sacerdote

    consideraba ser el nico de entre los aztecas que en verdad se haba percatado de

    los alcances que tena aquella designacin. A su juicio, el hecho de que se hubiese

    roto la tradicin de escoger para este cargo a un alto dignatario de la Hermandad

    Blanca (otorgndolo en cambio a un joven prcticamente desconocido,

    perteneciente a un pueblo dbil y oprimido) slo poda ser comprendido sobre la

    base de que el Supremo Dirigente de dicha Hermandad hubiese encontrado en

    Tlacalel atributos suficientes para llevar a cabo la anhelada restauracin del

    Imperio. De ser as conclua el sacerdote resultaba evidente que a partir de

    aquel instante no exista ya ninguna otra autoridad legtima sobre la tierra sino la de

    Tlacalel, el cual deba ser reconocido por todos como Emperador y Heredero de

    Quetzalcatl.

    Aun cuando los razonamientos de Tozcuecuetzin resultaban confusos e

    incomprensibles para los restantes miembros del Consejo, stos no se atrevieron a

    contradecir abiertamente al respetado sacerdote y, por lo tanto, se vieron

    imposibilitados para llevar adelante sus propsitos de castigar drsticamente a la

    alborotada juventud tenochca. La reunin del Consejo concluy sin que se llegase a

    ningn acuerdo, como no fuese el de volverse a reunir al da siguiente para

    continuar deliberando. En cuanto la muchedumbre de jvenes que se hallaba

    congregada en la Plaza Mayor tuvo conocimiento de que los integrantes del Consejono haban adoptado ninguna determinacin, decidi no esperar ms y como un solo

    y gigantesco ser, comenz a marchar entre cantos y gritos de guerra en direccin a

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    los desembarcaderos. Los ramos de flores todava frescos que lucan las canoas,

    adornadas con motivo de la festividad popular organizada el da anterior, fueron

    arrojados al agua y en su lugar se colocaron escudos y estandartes guerreros. Sobre

    la negra superficie de las aguas resplandecan las luces de innumerables antorchas,

    portadas por jvenes que desde sus canoas miraban ansiosamente el horizonte,

    intentando descubrir en las orillas del lago la silueta del recin surgido caudillo, el

    valeroso Moctezuma.

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    Captulo IV

    EL FLECHADOR DEL CIELO

    Las primeras luces del amanecer comenzaban a reflejarse en las aguas del lago,

    cuando Citlalmina, desde la lancha que la conduca, avist en la cercana ribera lamusculosa figura de Moctezuma. El guerrero haba permanecido toda la noche

    montando su solitaria guardia, con el arco tenso y listo a lanzar sus flechas, slo

    cambiando de vez en cuando el arma de un brazo a otro para evitar el cansancio. La

    figura del arquero azteca, apuntando su saeta a las ltimas estrellas que brillaban en

    el firmamento, constitua la representacin misma del espritu guerrero y su gesto

    aparentemente absurdo, de hacer frente a un enemigo en esos momentos

    inexistente, era todo un smbolo que pona de manifiesto la indomable voluntad que

    animaba a la juventud tenochca, firmemente decidida a no tolerar por ms tiempo

    la opresin de su pueblo.

    Al contemplar la retadora imagen de Moctezuma, Citlalmina y las jvenes que la

    acompaaban guardaron un respetuoso silencio. Despus, condensando el

    pensamiento y los sentimientos de cuantos presenciaban la escena, Citlalmina

    exclam:

    Ilhuicamina!,1roto el silencio, las acompaantes de Citlalmina profirieron vtores en

    favor de Moctezuma y llamaron con grandes voces a los ocupantes de las canoas

    ms prximas. En pocos instantes el lugar se vio pletrico de jvenes, que posedos

    de un desbordante entusiasmo acudan presurosos a ponerse bajo las rdenes de

    Moctezuma. El guerrero abandon su esttica posicin y comenz a concertar una

    serie de medidas, tendientes a lograr el establecimiento de un slido sistema de

    defensa en torno a la capital azteca. La primera disposicin de Moctezuma fue que

    se procediese a concentrar, en unos cuantos embarcaderos, todas las canoas que seencontraban en el lago. De acuerdo con una antigua costumbre que tena por objeto

    facilitar al mximo la movilizacin de personas y mercancas en la regin del

    Anhuac, la mayor parte de las canoas que transitaban por el lago no eran de

    propiedad personal, sino que pertenecan en forma comunal a las distintas

    poblaciones asentadas junto a las aguas, cuyos moradores contaban entre susObligaciones la de construir y mantener en buen estado un determinado nmero de

    lanchas, las cuales se hallaban diseminadas en los sitios ms diversos, destinadaspara el uso comn de viajeros y mercaderes. Esta situacin haba contribuido

    1El Flechador del Cielo!

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    enormemente a facilitar la ejecucin del sorpresivo ataque que costara la vida a

    Chimalpopoca y mientras subsistiese, continuara nulificando la natural ventaja

    defensiva que daba a Tenochttlan el hecho de estar rodeada de agua por los cuatro

    costados. En segundo lugar, Moctezuma orden que se diese e1 comienzo a la

    construccin de slidas fortificaciones en torno a cada uno de los sitios

    seleccionados como embarcaderos. Finalmente, dispuso el establecimiento de un

    sistema permanente de vigilancia en derredor de la ciudad, realizado por jvenes

    fuertemente armados a bordo de veloces canoas. Una vez convencido de haber

    sentado las bases de una organizacin que terminara por dotar a la capital azteca de

    efectivas defensas, Moctezuma reuni por la tarde a varios de los jvenes que

    consideraba ms capacitados para el mando militar y tras de exhortarlos a seguir

    adelante en la realizacin de las tareas que les encomendara, les particip sudecisin de retornar a la ciudad y presentarse a las autoridades. Todos sus amigos

    aconsejaron reiteradamente a Moctezuma que no fuese a Tenochttlan, ya que se

    expona a ser juzgado como instigador de un movimiento de rebelin y a sufrir por

    ello la muerte como castigo; sin embargo, el guerrero insisti en acudir de inmediato

    ante las autoridades, pues deseaba presionarlas para que terminasen por

    desenmascararse, exhibindose como lo que en realidad eran: las encargadas de

    mantener subyugado al pueblo tenochca al vasallaje tecpaneca. Solo y desarmado,

    Moctezuma abord una canoa y se alej remando en direccin a la ciudad. En

    Tenochttlan continuaba imperando la ms completa confusin. La segunda reunin

    del Consejo del Reino haba tenido que celebrarse sin contar con la presencia de

    Tozcuecuetzin. El sumo sacerdote tenochca confirm a travs de un mensajero el

    criterio expuesto el da anterior: el Consejo no posea ya ninguna autoridad, pues

    sta se hallaba concentrada en Tlacalel, y por tanto, cualquier resolucin que

    adoptasen sus miembros careca de validez.

    La ausencia de Tozcuecuetzin en las deliberaciones del Consejo permiti a sus

    integrantes la posibilidad de lograr una rpida unanimidad en la adopcin de

    decisiones, pues todos ellos se hallaban dominados por el temor de las represalias

    tecpanecas que podran derivarse a consecuencia de la actitud de rebelda asumida

    por la juventud azteca. Sin detenerse a meditar en los nobles propsitos que

    impulsaban a los jvenes, las autoridades acordaron reprimir a quienes calificaban

    de simples revoltosos. Los caracoles de guerra sonaron por toda la ciudad

    convocando al pueblo. Una vez que ste se hubo congregado en la Plaza Central,Cuetlaxtlan, el mejor orador del Consejo, propuso se empuasen las armas para dar

    con ellas un adecuado escarmiento "al insignificante puado de vanidosos y

    engredos jovenzuelos, que olvidando el respeto debido a sus padres y la obediencia

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    hablando, pues de hacerlo, concluira por ganarse a todo el pueblo para su causa. As

    pues, interrumpi al guerrero increpndole con frases que ponan de manifiesto sus

    ocultos temores.

    Engredo rebelde! Cmo os atrevis a erigiros en juez? Habis introducido la discordia en el Reino,

    enfrentado a los hijos contra sus padres y provocado la clera de nuestros poderosos protectores. Qu

    pretendis con semejantes locuras? Buscis acaso la destruccin de todos nosotros, con vuestros actos

    de insensata soberbia?

    Imperturbable ante las acusaciones de que era objeto, Moctezuma se limit a

    responder lacnicamente:

    Slo deseo, nicamente ambiciono resguardar a nuestro Reino de los ataques de sus enemigos; mas si

    esto es un delito me declaro culpable y entrar a la crcel; pido, tan slo, que ruando los tecpanecas

    inicien la destruccin de Tenochttlan, se me permita, al menos, morir combatiendo en esta ciudad cuya

    construccin ordenaron los dioses y que nosotros no hemos sabido defender.

    Sin detenerse a esperar la resolucin que respecto de su persona pudiesen adoptar

    las autoridades, Moctezuma descendi de las escalinatas y encaminse en direccin

    a la pequea construccin que se utilizaba para mantener recluidos a los reos. Una

    gran mayora del pueblo, conmovida por la evidente sinceridad contenida en las

    palabras del guerrero, lo acompa hasta la entrada de la prisin, vitorendoloincesantemente. En la plaza permanecieron los miembros del Consejo con un

    reducido nmero de sus partidarios, as como Tozcuecuetzin y los sacerdotes,

    rodeados estos ltimos de una considerable cantidad de gente, que repeta una y

    otra vez con fuertes gritos: Tlacalel Emperador! Una furiosa tormenta que se

    desat intempestivamente sobre la ciudad oblig a todos a dispersarse y puso

    trmino a la tumultuosa reunin. La situacin en que se encontraban los miembros

    del Consejo del Reino (con su autoridad puesta en tela de juicio por el sacerdocio y

    por una abrumadora mayora del pueblo) comenzaba a tornarse insostenible, razn

    por la cual, sus integrantes decidieron llevar a cabo una astuta maniobra que les

    permitiese nulificar la creciente oposicin en su contra y entronizar a Cuetlaxtlan

    como nuevo monarca: acordaron la incorporacin al Consejo de Tlacalel y

    Moctezuma. El propsito de los integrantes del Consejo de adoptar una resolucin

    que al parecer resultaba contraria a sus intereses, no era sino el de lograr neutralizar

    la fuerza que estaba adquiriendo el movimiento de rebelda juvenil, mediante el

    ingreso al gobierno de las dos personalidades varoniles ms destacadas de lajuventud azteca. Al ser informado en la prisin de la inesperada resolucin del

    Consejo, Moctezuma rechaz el nombramiento que se le ofreca, manifestando que

    no se hallaba dispuesto a perder el tiempo prestando atencin a ninguna otra

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    Captulo V

    LA ELECCIN DE UN REY

    La milenaria pirmide de Chololan, baada por los ltimos resplandores del

    atardecer, pareca una gigantesca escalera de piedra destinada a servir de slido

    puente entre el cielo y la tierra. Centeotl, el sacerdote que durante tantos aos y en

    las ms adversas condiciones rigiera los destinos de la Hermandad Blanca, yaca

    gravemente enfermo. Cumplida su misin, la poderosa energa que le caracterizara

    pareca haberle abandonado y los rasgos de la muerte comenzaban a dibujarse

    ntidamente en su rostro. Con voz de tenue y apagado acento, el anciano solicit la

    presencia de su sucesor. Tlacalel acudi de inmediato al llamado del enfermo.

    Recuperando momentneamente un asomo de su vigor perdido, Centeotl explic aljoven azteca, con palabras saturadas de profunda esperanza, los motivos por los

    cuales le haba escogido como depositario del preciado emblema. La larga y

    angustiosa espera haba concluido, afirm Centeotl con segura conviccin, Tlacalel

    era el hombre predestinado que aguardaban los pueblos para dar comienzo a una

    nueva etapa de superacin espiritual. Su labor, por tanto, no sera la de un mero

    guardin del saber sagrado, deba reunificar a todos los habitantes de la tierra en un

    grandioso Imperio, destinado a dotar a los seres humanos de los antiguos poderes

    que les permitan coadyuvar con los dioses en la obra de sostener y engrandecer al

    Universo entero. Una vez pronunciadas tan categricas aseveraciones, Centeotl

    perdi hasta el ltimo resto de sus cansadas fuerzas, adquiriendo rpidamente todo

    el aspecto de los agonizantes. A la medianoche, en ese preciso instante en que las

    sombras han alcanzado el mximo predominio y se ven obligadas a iniciar un lento

    retroceso, el corazn del sacerdote dej de palpitar. Al da siguiente, cuando

    Tlacalel se dispona a dirigirse a Teotihuacan (con objeto de efectuar el entierro de

    Centeotl y llevar a cabo el retiro a que estaba obligado antes de iniciar susactividades) fue informado de la llegada de los mensajeros provenientes de

    Tenochttlan. Tlacalel escuch con atencin el relato de los trascendentales

    acontecimientos que haban tenido lugar en la capital azteca, as como las

    contradictorias proposiciones que le hacan los integrantes del Consejo del Reino y el

    anciano Tozcuecuetzin. Despus, sin pronunciar palabra alguna, se encamin al

    cercano sitio donde le fuera conferido su alto cargo (el bello patio bordeado por

    construcciones de simtricos contornos situado al pie de la pirmide) y a solas con

    su propia responsabilidad, reflexion detenidamente sobre las cuestiones que le

    haban sido planteadas. El Portador del Emblema Sagrado comprendi de inmediato

    el grave error de apreciacin en que estaba incurriendo el Consejo al pretender

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    entronizar a Cuetlaxtlan. La valiente actitud asumida por la juventud azteca

    entraaba un reto al podero tecpaneca que Maxtla jams perdonara. La guerra

    entre ambos pueblos constitua un hecho inevitable. Y en semejantes circunstancias,

    la designacin de un monarca que hasta el ltimo instante intentara evadir la dura

    realidad que le tocara en suerte afrontar, slo podra acarrear fatales consecuencias

    para los tenochcas. La proposicin de Tozcuecuetzin, en el sentido de que Tlacalel

    asumiese personalmente la direccin del gobierno tenochca, implicaba, al menos,

    evidentes ventajas: ninguno de los habitantes del Reino incluyendo a los

    integrantes del Consejo que se mostraban ms serviles a los dictados de la tirana

    tecpaneca osara desafiar abiertamente a la autoridad del Heredero de

    Quetzalcatl; todo el pueblo se unira en forma entusiasta en torno suyo,

    desapareciendo al instante las distintas facciones en que se haba escindido lasociedad azteca. Sin embargo, Tlacalel desech de inmediato la posibilidad de

    erigirse Emperador. No slo porque estimaba que resultara absurdo ostentar este

    cargo sin la previa existencia de un autntico Imperio, sino tambin a causa de su

    particular interpretacin de los acontecimientos que haban precedido al desplome

    del Segundo Imperio Tolteca. A su juicio, la centralizacin en una sola persona de las

    funciones de Emperador y Sumo Sacerdote de la Hermandad Blanca haba resultado

    igualmente perjudicial para ambas dignidades. Con su atencin centrada en la gran

    variedad y complejidad de los problemas derivados de la administracin de tan

    vastos dominios, los Emperadores Toltecas haban terminado por desatender las

    obligaciones inherentes a sus funciones de Portadores del Emblema Sagrado. El

    relato de los ltimos aos del gobierno de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcatl, dividido

    internamente entre su preocupacin por los graves conflictos que presagiaban el

    desmoronamiento del Imperio y su afn de continuar la tarea de lograr una

    autntica superacin espiritual de la humanidad, constitua el mejor ejemplo de la

    dificultad que representaba, en la prctica, tratar de realizar ambas funciones.

    Tlacalel no deseaba incurrir en el mismo error cometido por su afamado antecesor

    y si bien estaba firmemente decidido a llevar a cabo la restauracin del Imperio,

    juzgaba que sera mucho ms conveniente que fuese otra persona y no l quien

    ostentase el cargo de Emperador, para as poder dedicar lo mejor de su esfuerzo a

    las labores propias de su sacerdocio.

    Dejando para el futuro todo lo tocante a la cuestin de la posible designacin de unEmperador, Tlacalel se concret a tratar de resolver el problema de encontrar a la

    persona que en aquellas circunstancias pudiese resultar ms apropiada para

    desempear el cargo de rey de los aztecas. Mientras repasaba mentalmente las

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    cualidades y defectos de las principales personalidades tenochcas, acudi a la

    memoria de Tlacalel la figura de Itzcatl1, quien gozaba de una bien ganada fama

    de hombre sabio y prudente. Su carcter amable y reservado enemigo de toda

    ostentacinle haba granjeado innumerables amigos, tanto entre el pueblo como

    entre los integrantes de las clases dirigentes. Itzcatl no era dado a entrometerse en

    asuntos ajenos, pero cuando las partes de algn conflicto acudan de comn acuerdo

    en su busca, lograba en casi todos los casos avenir a los contendientes mediante

    soluciones que entraaban siempre un profundo sentido de justicia. Entre ms lo

    pensaba, ms se afirmaba en Tlacalel la conviccin de que Itzcatl era la persona

    indicada para restablecer la concordia en el agitado pueblo azteca. A causa de la

    reconocida prudencia del hijo de Acamapichtli, los miembros del Consejo no podran

    acusarle de estar propiciando un conflicto que en verdad pudiese ser evitado, peroasimismo y como resultado de esa misma prudencia resultaba fcil prever que

    Itzcatl no cometera la torpeza de dejar a la ciudad sin salvaguardia, sino que sabra

    encontrar la forma de mantener la organizacin defensiva surgida bajo la direccin

    de Moctezuma.

    En la respuesta que enviaba a Tozcuecuetzin, Tlacalel agradeca al viejo sacerdote

    sus espontneas manifestaciones de lealtad. Le informaba, asimismo, que no

    pensaba ejercer sus derechos para ocupar en lo personal el cargo de Emperador,sino dejar esta cuestin pendiente para el futuro, y por ltimo, le peda que

    procediese cuanto antes a coronar a Itzcatl como nuevo rey de los aztecas. Al

    trmino de cada uno de sus mensajes, Tlacalel formulaba la promesa de retornar a

    Tenochttlan en cuanto terminase su retiro en Teotihuacan, la antigua y sagrada

    capital del Primer Imperio Tolteca.

    1Itzcatl era hijo de Acamapichtli que haba sido el primer monarca aztecay de una mujer de muy modesta condicin pero famosa porsu astucia y belleza.

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    Captulo VI

    PROYECTANDO UN IMPERIO

    El entierro del pequeo envoltorio conteniendo los calcinados restos de Centeotl

    haba concluido. Con excepcin de Tlacalel y de dos modestos sirvientes, nadie ms

    haba acompaado los despojos del poderoso sacerdote en su recorrido de Chololan

    a Teotihuacan, como tampoco nadie haba visto a las tres solitarias figuras excavar

    una fosa junto a uno de los numerosos montculos existentes en las cercanas de las

    derruidas e imponentes pirmides. De acuerdo con la tradicin, la trascendental

    importancia del cargo de Sumo Sacerdote de la Hermandad Blanca superaba con

    mucho a la siempre transitoria figura humana que lo ocupaba. Era el cargo y no la

    persona el merecedor del mximo respeto. Las personas moran, pero el cargo

    subsista inalterable a lo largo del tiempo. Esta distincin entre el cargo y la persona

    se haca particularmente evidente en el momento de la muerte del Portador del

    Emblema Sagrado: no se guardaba luto por l, ni siquiera se celebraba alguna

    ceremonia especial con motivo de sus funerales. El nuevo Sumo Sacerdote

    preparaba personalmente la hoguera donde se efectuaba la cremacin del cadver

    de su antecesor y posteriormente, acompaado de los sirvientes estrictamente

    indispensables para el transporte de los restos, conduca stos hasta el lugar donde

    se hallaban las ruinas de la primera metrpoli imperial de los toltecas y ah, sin

    mediar mayores formalidades, proceda a darles sepultura. Cumplida su ltima

    obligacin con su predecesor, Tlacalel, ayudado por la pareja de sirvientes que le

    acompaaba, se dio a la tarea de construir dos improvisados albergues bajo la

    sombra de la mayor de las pirmides. El primero de aquellos refugios estaba

    destinado a servir de morada al Portador del Emblema Sagrado. El segundo lo

    ocuparan sus sirvientes, los cuales tenan la obligacin de suministrarle la escasa

    racin de alimentos que habra de requerir mientras durase su retiro. Rodeado por

    vestigios que denotaban la existencia de un grandioso pasado, Tlacalel dio

    comienzo a la difcil tarea de proyectar los cimientos sobre los cuales deba

    estructurarse el Imperio que pensaba forjar, as como los medios de que habra devalerse para lograr que la humanidad renovase su impulso hacia una siempre mayor

    elevacin espiritual. Durante los largos das de incesante meditacin transcurridos

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    entre las ruinas de la abandonada Teotihuacan, el Portador del Emblema Sagrado

    fue repasando mentalmente, una y otra vez, los conceptos fundamentales de la

    Cultura Nhuatl, con objeto de fundar sobre stos sus futuras actividades. Segn los

    antiguos conocimientos, exista por encima y ms all de todo lo manifestado, un

    Principio Supremo, un Dios primordial, increado y nico. Pero esta deidad o energa

    suma, aun cuando es el cimiento mismo del Cosmos, resulta por su misma

    superioridad incognoscible en su verdadera esencia. Ahora bien, al comenzar a

    manifestarse en los distintos planos de la existencia, el Principio Supremo se expresa

    siempre, ante la humana observacin, como una dualidad. Esto es, como una lucha

    de fuerzas aparentemente antagnicas que a travs de su perenne oposicin danorigen a todos los seres. Los dioses y las plantas, al igual que los astros y los

    hombres, son productos de esta interminable contienda creadora que abarca al

    Universo entero. Poder captar el ritmo conforme el cual van predominando

    alternativamente las diferentes energas contenidas en todas las cosas constitua

    uno de los objetivos fundamentales de la sabidura de los antiguos. Para lograrlo, se

    haban valido de una paciente y metdica observacin de los astros, hasta llegar a

    precisar, con minuciosa exactitud, las diferentes influencias que los cuerpos celestes

    ejercen sobre la tierra, adquiriendo asimismo suficientes conocimientos para poder

    aprovechar adecuadamente estas influencias. Estar en posibilidad de conocer y

    aprovechar los influjos celestes representaba un elevado logro, pero no era el ms

    alto de los conquistados por los sabios de antao, los cuales haban alcanzado el

    mximo ideal al que ser alguno pudiese aspirar: colaborar conscientemente al

    armnico funcionamiento del Universo. Devolver a la humana naturaleza su olvidadamisin de coadyuvar al engrandecimiento del Universo representaba el principal

    propsito al que Tlacalel pensaba encaminar su empeo, y mientras meditaba

    sobre los medios de que habra de valerse para ello, su atencin se vio atrada por

    los rojizos rayos de luz del amanecer, que al proyectarse sobre los costados de la

    pirmide mayor, parecan resaltar an ms las prodigiosas dimensiones de la

    milenaria construccin. Sbitamente, una idea que entraaba una empresa de

    colosal magnitud cruz por el cerebro de Tlacalel: ya que el sol era la fuente central

    de donde dimana la energa que permite la vida, si se lograba contribuir a su

    sustentacin e incrementar su desarrollo ello se traducira en un generalizado

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    beneficio para todos los seres que pueblan la tierra. Desde tiempos remotos,

    aqullos que se haban dedicado a observar con detenimiento el proceso que tiene

    lugar en los seres vivientes a lo largo de su existencia, haban llegado a la conclusin

    de que los seres humanos, en el instante de ocurrir su muerte, generaban una cierta

    cantidad de energa que era de inmediato absorbida por la luna y utilizada por sta

    para proseguir su crecimiento. Con base en ello, Tlacalel concluy que si en un

    determinado momento el nmero de personas que moran era en extremo

    abundante, la luna se vera incapacitada para aprovechar este exceso de energa, la

    cual pasara a ser absorbida por el sol, pues ste, en virtud de sus proporciones,

    resultara ser el nico cuerpo celeste capaz de utilizar la sobreabundancia de energaintempestivamente generada desde la tierra. Resultaba evidente que tan ambicioso

    proyecto colaborar al mantenimiento y engrandecimiento del sol slo podra

    llevarse a cabo tras la previa unificacin de la humanidad en un Imperio que

    nicamente reconociese como fronteras los cuatro confines del mundo: los dos

    mares insondables cuyas aguas flanqueaban la tierra, los calcinantes y lejanos

    desiertos del norte y las impenetrables selvas situadas ms all de las regiones

    habitadas por los mayas. Una vez fijados los objetivos fundamentales del Imperio

    cuya creacin proyectaba, Tlacalel resolvi dar por concluido su retiro y retornar a

    Tenochttlan. As pues, orden a uno de los sirvientes que le acompaaban se

    encaminase de inmediato rumbo a la capital azteca, con la misin de informar a las

    autoridades tenochcas de la fecha en que habra de arribar a la ciudad el Heredero

    de Quetzalcatl.

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    Captulo VII

    DOS HOMBRES BUSCAN UNA CANOA

    La elevacin de Itzcatl a la dignidad real, propuesta por Tlacalel, se llev a cabo sin

    que se produjese en su contra una franca oposicin de los integrantes del Consejo

    del Reino, pues stos, temerosos de contradecir abiertamente la determinacin del

    Portador del Emblema Sagrado y desatar con ello una revuelta popular de

    imprevisibles consecuencias, optaron por aceptar la designacin del nuevo

    gobernante, sin cejar por ello en su empeo de procurar congraciarse a toda costa

    con los tecpanecas. La sencilla pero emotiva ceremonia de coronacin, presidida por

    Tozcuecuetzin, suscit en la poblacin azteca generalizados sentimientos de

    optimismo y confianza. Todos deseaban ver en el ascenso de Itzcatl el feliz presagio

    de una pronta restauracin de la concordia interior y de la desaparicin del grave

    conflicto externo que les amenazaba. Sin embargo, los ms conscientes de entre los

    tenochcas, se percataban claramente de que ello no era posible y que ambos

    peligros continuaban latentes y oscurecan el porvenir del Reino. A los pocos das de

    celebrada la coronacin, una embajada proveniente de Azcapotzalco solicit

    permiso para arribar a Tenochttlan. Sus integrantes afirmaban venir en son de paz y

    ser portadores de un mensaje de salutacin para el nuevo monarca. Itzcatl dio

    rdenes para que se permitiese a los embajadores llegar a la ciudad, ya que los

    jvenes tenochcas que custodiaban el lago les haban impedido cruzarlo,

    disponiendo, asimismo, se les rindiesen los honores y atenciones acostumbrados.

    Los embajadores comenzaron por expresar ante Itzcatl el saludo que le enviaba

    Maxtla con motivo de su reciente entronizacin, pero acto seguido, cambiaron de

    tono para transmitirle las duras exigencias acordadas por el soberano de

    Azcapotzalco: todos los jvenes que haban secundado a Moctezuma deban ser

    considerados como rebeldes, siendo obligacin de las autoridades tenochcas

    reducirlos por la fuerza, para luego entregarlos maniatados a los tecpanecas, los

    cuales les aplicaran el castigo que estimasen pertinente. Finalmente, Maxtla

    decretaba un considerable aumento en los tributos ya de por s elevadosquedeban pagar los aztecas. Al conocerse las pretensiones tecpanecas, renacieron de

    inmediato las diferencias de criterio entre los dirigentes tenochcas. Tozcuecuetzin

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    las calific de inadmisibles y otro tanto hizo Moctezuma a quien Itzcatl haba

    liberado el mismo da de su ascenso al poderpero en cambio, los miembros del

    Consejo del Reino vieron en el cumplimiento de dichas pretensiones la ltima

    posibilidad de lograr preservar la paz, e iniciaron una campaa de rumores

    tendientes a convencer al pueblo de que las condiciones impuestas por Maxtla no

    eran tan severas como pudiera esperarse, y que los nicos obstculos que impedan

    lograr un acuerdo con sus poderosos vecinos provenan del orgullo de Moctezuma y

    de la senilidad de Tozcuecuetzin.

    Corresponda a Itzcatl decir la ltima palabra, pero ste haba resuelto no tomar

    ninguna determinacin sobre tan importante cuestin hasta no conocer la opinin

    de Tlacalel. As pues, se limit a responder con evasivas a los requerimientos de los

    embajadores. Percatndose de la inutilidad de sus esfuerzos para determinar cul

    sera la conducta que asumira en lo futuro el gobierno azteca, los emisarios de

    Maxtla dieron por concluida su misin en la corte de Itzcatl y anunciaron su

    prximo regreso a Azcapotzalco. Las elegantes canoas que transportaban a los

    funcionarios tecpanecas se cruzaron en su viaje de retorno con una modestaembarcacin tripulada por un solitario individuo. Ninguno de los orgullosos

    personajes prest mayor atencin a la figura de aquel sujeto, cuyo humilde atuendo

    revelaba su condicin de sirviente. En cuanto hubo llegado a Tenochttlan, el

    cansado viajero se present ante las autoridades para darles a conocer el mensaje

    del cual era portador: el informe que desde Teotihuacan enviaba Tlacalel respecto

    de la fecha en que proyectaba llegar a la capital azteca. A travs de la nica abertura

    que haca las veces de ventana en su pauprrima choza, la anciana Izquixchitl

    contemplaba con nimo entristecido las cercanas aguas del lago. Una completa y

    anormal quietud prevaleca en el ambiente. No PC escuchaba voz alguna ni se vea

    una sola figura humana en las restantes casas que integraban la aldea donde

    moraba Izquixchitl. Todos los habitantes del pequeo poblado se haban marchado

    muy de maana rumbo a Tenochttlan, a participar en la recepcin que se haba

    organizado en honor del primer azteca que alcanzaba el ms alto privilegio a que

    poda aspirar hombre alguno sobre la tierra: portar sobre el pecho el Emblema

    Sagrado de Quetzalcatl. Al recordar que ninguno de sus vecinos se haba ofrecido

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    para llevarla a la ciudad a presenciar los festejos, un amargo resentimiento hizo

    brotar gruesas lgrimas de los cansados ojos de la anciana. Jams Izquixchitl haba

    sentido tan cruelmente el peso de su invalidez como en aquellos instantes, en que

    de buena gana habra dado lo que le restaba de vida a cambio de poder estar

    presente en Tenochttlan, asistiendo con todo el pueblo azteca a la recepcin que se

    haba preparado a Tlacalel. La existencia de Izquixchitl se hallaba marcada por un

    trgico destino. Siendo an muy pequea haba perdido a sus padres y a la mayor

    parte de su familia a resultas de la grave epidemia de una misteriosa enfermedad

    que asolara, aos atrs, las tierras de Anhuac. Felizmente casada con el hombre a

    quien amaba (un pescador de muy modesta condicin, poseedor de un carcter enextremo bondadoso), su matrimonio se haba visto tan slo ensombrecido por la

    carencia de anhelados vstagos. Cuando ya en edad madura Izquixehitl sinti al fin

    los primeros sntomas del embarazo, tuvo por cierto que estaba prximo el da en

    que habra de completarse su dicha. Pero el alumbramiento tuvo fatales

    consecuencias, produciendo la muerte del hijo tan largamente esperado y

    ocasionando en la madre una extraa dolencia que paraliz casi todo su organismo,

    preservando tan slo su capacidad de raciocinio y sus funciones vegetativas. Los

    constantes cuidados que prodigaba a Izquixchitl su devoto esposo, unidos al lento

    transcurrir del tiempo, fueron devolviendo a la enferma algunas de sus perdidas

    facultades: recuper el habla, as como el movimiento en la mitad superior de su

    cuerpo. Todos los das, tras de concluir sus cotidianas faenas, el esposo de

    Izquixehitl acomodaba a sta en una amplia y slida canoa que personalmente

    haba construido para el transporte de la invlida y efectuaba con ella largos paseospor alguno de los bellos parajes del lago. Mientras la balsa se mova pausadamente a

    travs de las aguas, la pareja acostumbraba entonar con alegre acento antiguas

    canciones. Al morir su esposo, Izquixehitl se vio reducida a subsistir gracias a la

    caridad de los habitantes de la aldea. Nadie volvi ya a pasear a la anciana por las

    riberas del lago y sta tuvo que resignarse a contemplar el mismo paisaje a travs de

    la angosta ventana de su choza. La pesada canoa en que efectuara antao sus gratos

    recorridos lustres fue llevada al interior de su habitacin y su contemplacin llenaba

    de recuerdos el lento transcurrir de sus solitarios das. Cuando los juveniles y

    entusiastas seguidores de Moctezuma se dieron a la tarea de establecer un sistema

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    defensivo en torno a la capital azteca, comenzaron por concentrar en unos cuantos

    embarcaderos, debidamente fortificados, las canoas dispersas por las distintas

    orillas del lago. Los encargados de llevar a cabo esta concentracin, tras previa

    inspeccin de la aldea donde habitaba Izquixehitl, decidieron que un poblado tan

    pequeo no ameritaba la construccin de obras de defensa, y por tanto, resolvieron

    trasladar a otro sitio las escasas lanchas existentes en aquel lugar.

    Al percatarse que intentaban despojarla de su querida canoa, Izquixchitl se haba

    aferrado a ella, implorando lastimeramente le permitiesen conservarla. Conmovidos

    por las splicas de la anciana, los jvenes que tenan a su cargo efectuar la requisa

    de lanchas haban terminado por acceder a sus ruegos, contentndose con ocultar

    ingeniosamente la canoa, convirtindola en una especie de aparente refuerzo del

    endeble techo de la choza.

    Ante la imposibilidad de asistir a Tenochttlan a contemplar la llegada del Portador

    del Emblema Sagrado, Izquixchitl trat de compensar, mediante un esfuerzo de su

    imaginacin, la incapacidad fsica que la mantena inmovilizada. En su gil mente fue

    trazando una completa representacin de todo lo que supona deba estar

    ocurriendo en aquellos instantes en la capital del Reino: centenares de sirvientes,

    ricamente vestidos, precedan al Heredero de Quetzalcatl anunciando su

    proximidad con rtmico toque de tambores y atabales. A continuacin, veinte altivos

    guerreros marchaban sosteniendo con fornidos brazos una ancha plataforma

    elaborada con maderas preciosas. Sobre la plataforma, en un sitial bellamente

    adornado con incrustaciones de oro y jade, luca imponente la figura de Tlecalel,

    ataviado con lujosos y vistosos ropajes. Pendiente de su cuello y sostenido por una

    gruesa cadena de oro, portaba el reverenciado emblema que ostentaran en el

    pasado los poderosos Emperadores Toltecas: el enorme caracol marino de

    Quetzalcatl. Izquixchitl haba odo decir que Tlacalel era un hombre joven, pero

    ella se negaba terminantemente a conceder la menor validez a semejante absurdo.

    Sin duda alguna el Heredero de Quetzalcatl era un anciano de larga cabellerablanca y de rostro hiertico, desprovisto de toda pasin y emocin humanas, con la

    vista perdida en el infinito, atento slo a las voces superiores de los dioses. La sbita

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    aparicin de dos figuras humanas que avanzaban directamente hacia la aldea vino a

    interrumpir bruscamente las ensoaciones de la anciana. La presencia de extraos

    en aquella maana resultaba del todo inusitada, pues de seguro ya toda la gente de

    los alrededores se encontraba en esos momentos en Tenochttlan, participando en

    la recepcin a Tlacalel. Un sentimiento de temor sobrecogi el nimo de

    Izquixchitl, quien supuso que muy bien poda tratarse de ladrones deseosos de

    aprovechar la ausencia de los moradores de la aldea para saquear las casas.

    Bajo el creciente impulso del miedo y la curiosidad, Izquixchitl trat de dilucidar, a

    travs de un atento examen, la clase de personas que podran ser aquellos dos

    sujetos que se aproximaban. A juzgar por el vestido y la actitud de uno de los recin

    llegados, la anciana no tuvo mayor dificultad para concluir que deba tratarse de

    algn modesto sirviente de un centro religioso. Sin embargo, a pesar de su profundo

    sentido de observacin desarrollado a travs de largos aos de obligada inmovilidad,

    le result imposible emitir juicio alguno sobre la otra persona. El sujeto que atraa la

    atencin de Izquixchitl era un joven de no ms de veintitrs aos, de estatura

    ordinaria y de recia figura y bien proporcionados miembros. Su atuendo, sencillo enextremo, constaba tan slo de un maxtlatl y de un tilmatli

    1.No era por tanto su

    indumentaria, idntica a la de cualquier campesino, la que desconcertaba a la

    invlida, sino la poderosa y extraa energa que pareca emanar de aquel individuo

    en cada uno de sus firmes y elsticos movimientos. Aparentemente los dos recin

    llegados conocan de antemano que Izquixchitl era en esos momentos la nica

    habitante presente en la aldea, pues sin vacilacin alguna se encaminaron hacia su

    desvencijada choza. Al llegar frente al umbral de la vivienda, una voz de firme y

    modulado acento solicit autorizacin para penetrar al interior.

    Sin superar an los cautelosos temores que le dominaban, Izquixchitl otorg el

    permiso que se le peda. Al instante, los dos desconocidos se introdujeron en la

    habitacin y la anciana pudo contemplar, a escasa distancia de su propio rostro, las

    facciones del joven y enigmtico visitante: su firme mandbula de barbillavigorosamente redondeada, su amplia y despejada frente, sus labios de expresin a

    1El Maxtlatl era un lienzo de algodn enrollado en torno a la cintura y el tilmatli una manta que colgaba de los hombros.

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    un mismo tiempo severa y amable, y resaltando de entre todos aquellos singulares

    rasgos, los ojos, negros y profundos, en los que se pona de manifiesto una voluntad

    indomable y una incontrastable energa, que pareca gritar su ansia por

    transformarse de inmediato en acciones de fuerza avasalladora. Apartando la vista

    de aquella irresistible mirada, Izquixchitl observ que el desconocido portaba sobre

    el pecho la mitad de un pequeo caracol marino pendiente de una delgada cadena

    de oro. Al contemplar aquel objeto, la invlida se sinti sacudida en el fondo mismo

    de su ser, percatndose repentinamente de la identidad del personaje que se

    hallaba frente a ella: Tlacalel, el Heredero de Quetzalcatl.

    Izquixchitl profiri un ahogado grito de asombro y trat de arrastrarse hasta lospies del joven azteca, con la evidente intencin de besarlos respetuosamente.

    Mediante rpido y afectuoso ademn, Tlacalel impidi los propsitos de la anciana.

    Esbozando una amable sonrisa, el Portador del Emblema Sagrado tom asiento al

    lado de la invlida e inici con sta una amena conversacin, relatndole un lejano

    acontecimiento de su niez: tras de una infructuosa y agotadora maana dedicada a

    tratar de cazar patos silvestres con su pequeo arco, un pescador que observaba la

    inutilidad de sus esfuerzos le haba enseado la forma de preparar trampas paraatrapar a estas aves, aconsejndole que en lugar de perseguirlas aguardase con

    paciencia a que los animales cayesen en la trampa. Una vez comprobada la eficacia

    del sistema propuesto por el pescador, Tlacalel haba continuado durante sus aos

    infantiles entrevistndose con frecuencia con aquel hombre, aprendiendo, a travs

    de sus sabios consejos, incontables secretos sobre la forma de proceder que

    caracterizaba a los numerosos seres que vivan en el lago: desde los lirios acuticos

    hasta las distintas especies de peces que veloces cruzaban sus aguas. Para

    Izquixchitl no constituy mayor problema adivinar que el pescador de aqul relatono era otro sino su extinto esposo: solamente l haba sido capaz de poseer en tan

    alto grado ese profundo conocimiento de las cosas de la naturaleza y ese bondadoso

    espritu siempre dispuesto a proporcionar ayuda a los dems, caractersticas

    claramente sobresalientes en el pescador de aquella historia. Cuando el propio

    Portador del Emblema Sagrado confirm sus suposiciones, dos lgrimas resbalaron

    por el agrietado rostro de la anciana. Dando por concluidas las aoranzas, Tlacalel

    expres con toda franqueza el motivo de su presencia: necesitaba una canoa para

    llegar a Tenochttlan, y aun cuando estaba al tanto de la requisa y concentracin de

    lanchas llevada a cabo por rdenes de Moctezuma, supona que esta disposicin no

    haba surtido efecto en lo concerniente a la canoa propiedad de Izquixchitl, pues

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    conociendo la generosa condicin de sentimientos que animaba a los jvenes que

    haban efectuado esta tarea, daba por seguro que no habran sido capaces de

    despojarla de un objeto que para ella era tan preciado. Izquixchitl manifest de

    inmediato su consentimiento a lo que se le solicitaba, sin embargo, no dej de

    expresar la extraeza que le produca aquella peticin. La capital del Reino esperaba

    presa de emocin la llegada del primer azteca a quien se haba confiado la custodia

    del Caracol Sagrado. Por qu escoga Tlacalel una forma casi subrepticia para

    retornar a su ciudad? En el embarcadero central le aguardaba, de seguro, una

    numerosa escolta con la misin de conducirle a travs del lago. Una expresin de

    dureza cubri la faz de Tlacalel mientras responda a la pregunta de la anciana:

    ningn motivo, y mucho menos un simple festejo, constitua causa suficiente para

    que los aztecas descuidasen la vigilancia que deban mantener siempre en torno desu ciudad. Si buscaba llegar a Tenochttlan sin ser visto, era precisamente para

    comprobar la efectividad de las defensas que la protegan.

    Tras de bajar de su hbil escondrijo la pesada canoa, Tlacalel y su acompaante la

    condujeron con todo cuidado hasta las cercanas aguas del lago y subiendo en ella,

    comenzaron a remar con vigoroso esfuerzo.

    Dominada an por la intensa impresin que dejara en ella la inesperada visita delPortador del Emblema Sagrado, Izquixchitl contempl alejarse lentamente la canoa

    en direccin a la capital azteca.

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    Captulo VIII

    PUEBLO DE TENOCH, HABLA TLACALEL!

    Los luminosos rayos del sol se reflejaban con perfecta claridad en las tranquilas

    aguas del lago. Con excepcin de la lancha en que viajaban Tlacalel y su sirviente,ningn observador habra alcanzado a contemplar una sola embarcacin en aquel

    inmenso espejo de agua. Todo pareca indicar que ante el atractivo de participar en

    una alegre recepcin, los aztecas haban descuidado una vez ms la vigilancia de su

    ciudad capital. Repentinamente, surgidas de entre un tupido conjunto de lirios y

    juncos, tres rpidas canoas comenzaron a maniobrar con la clara intencin de cerrar

    el paso a la embarcacin de Tlacalel. Las canoas eran tripuladas por jvenes

    guerreros tenochcas fuertemente armados que hacan sonar insistentemente sus

    caracoles de guerra. Sin atender a las voces que les ordenaban detenerse, Tlacalel y

    su acompaante continuaron avanzando, muy pronto una andanada de flechas pas

    silbando sobre sus cabezas, obligndolos a cambiar de decisin. En breves instantes

    las tres veloces canoas rodearon la lenta embarcacin. Una expresin de

    indescriptible asombro reflejse en los juveniles semblantes al reconocer a Tlacalel

    y percatarse de que acababan de lanzar sus flechas nada menos que al Sumo

    Sacerdote de Quetzalcatl. La cordial sonrisa contenida en el rostro del Portador del

    Emblema Sagrado disip de inmediato el temeroso asombro de los guerreros. Conamables frases Tlacalel elogi su conducta:

    Nos congratulamos, nos alegramos. He aqu que la ciudad de Huitzilopchtli no est ya ms a

    merced de sus enemigos. Ahora est prevenida, ahora est alerta. Ya llega el da en que seremos

    nosotros, ya llega el da en que viviremos.

    Tras de dialogar brevemente con los vigilantes defensores de la capital, Tlacalel

    prosigui su interrumpido viaje. Dos de las canoas que le interceptaron retornaron a

    su escondrijo entre los juncos, mientras la otra daba escolta a su embarcacin. Muy

    pronto Tlacalel termin de corroborar la eficaz organizacin defensiva existente en

    derredor de Tenochttlan: estratgicamente distribuidas en diferentes lugares del

    lago, y casi siempre ocultas en los sitios en que la vegetacin acutica adquira

    caractersticas de mayor concentracin, numerosas embarcaciones tripuladas por

    bien pertrechados guerreros mantenan una incesante vigilancia que eliminaba

    cualquier posibilidad de un ataque por sorpresa contra la ciudad. Rodeada de una

    creciente escolta de canoas, conducidas por entusiastas jvenes que hacan sonarsin cesar sus caracoles y tambores de guerra, la embarcacin que transportaba a

    Tlacalel se iba aproximando cada vez ms a Tenochttlan. En la capital azteca el

    nerviosismo y la expectacin crecan a cada instante. Desde muy temprano las calles

  • 8/12/2019 Antonio Velasco Pia - Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas

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    y canales de la ciudad se hallaban abarrotados por una multitud que aguardaba

    impaciente la llegada del Heredero de Quetzalcatl. Al transcurrir buena parte de la

    maana sin que el Portador del Caracol Sagrado hiciera su aparicin, comenzaron a

    circular los ms alarmantes rumores, segn los cuales, los tecpanecas haban

    apresado a Tlacalel y pretendan utilizarlo como rehn para obligar al pueblo azteca

    a pagar tributos an ms onerosos. En medio del creciente temor, nicamente

    Moctezuma mantena un confiado optimismo que procuraba transmitir a los dems,

    repitiendo sin cesar que su hermano era amigo de actuar siempre en forma

    imprevista y que de seguro se haba apartado de las rutas ms transitadas, en donde

    le aguardaban escoltas enviadas en su bsqueda, e intentara llegar sin ser visto,

    para as poder verificar por s mismo la efectividad de los sistemas de defensa con

    que contaba la ciudad. No pas mucho tiempo sin que las sospechas de Moctezumafueran confirmadas por los hechos. Una de las embarcaciones que escoltaban a

    Tlacalel se adelant a las dems para llevar a la ciudad la tan esperada noticia: el

    Portador del Emblema Sagrado se encontraba ya en el lago y se diriga en lnea recta

    al embarcadero central de Tenochttlan. Un grito de contenido jbilo brot en

    incontables gargantas, al tiempo que idnticas preguntas cruzaban por la mente de

    todos los presentes: En qu forma deba manifestarse el profundo respeto de que

    era merecedor el Sumo Sacerdote de Quetzalcatl? Llegaba Tlacalel para erigirse

    como Emperador? Era partidario de la colaboracin con los tecpanecas o intentara

    sacudir el yugo que oprima al pueblo azteca? La ruidosa algaraba con que los

    acompaantes de Tlacalel anunciaban su avance muy pronto lleg a los odos de

    los inquietos tenochc