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RRRR e f l e x i o n e f l e x i o n e f l e x i o n e f l e x i o n e se se se s De Juan AntonioDe Juan AntonioDe Juan AntonioDe Juan Antonio

A N Ó N I M O (S. XXI)

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P R E S E N T A C I Ó N

Este librito es como una carpeta en la que se ha ido guardando

una serie de notas cuyo denominador común es su utilidad para buscar

la felicidad a través del equilibrio interior.

Surgió en plan familiar e íntimo, como ayuda a los nietos del

editor, y solo secundariamente se pensó en Internet, tras suprimir alguna

alusión demasiado personal.

Más de 100 autores han aportado su granito de arena en forma

de una frase o una idea. A todos debe el editor su agradecimiento, y a

todos debe sus disculpas por no haber podido –materialmente- solicitar a

cada uno su valiosísima colaboración. Ellos son los verdaderos autores

anónimos de esta colección altruista de buenos consejos que el “editor”,

se limita a recoger y ordenar un poco, quedando claro que está

prohibida su reproducción total o parcial con fines lucrativos

El Editor

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I N D I C E

Prólogo 7

Vittorio Gassmann 10

Desgracias y catástrofes 11 Einstein 21 Los silencios de Dios 22

La cruz de cada día 25 Clases de cruz 28 Martin Luther King 28

¿Por qué se encarnó? 29 Alegría de vivir 30

Los dias grises 32 S. Jerónimo y otros santos 33 Dudas 35 Cuento de Dostoyewski 36 El problema del bien 37 La Creación 38 El Darwinismo 41

El pecado original 42 Ser cristiano 44 Pilar Miró 46 La muerte 48 La Sábana Santa 51 Ratzinger 52 Juan Pablo II 53 Lignum crucis 54 La cena del Apocalipsis 55 Decadencia de la Iglesia 56 Teología de la Liberación 57

Las 3 Tentaciones 61 Religión y Filosofía 63 Lo básico en genética 64 A un anticlerical 72

Publicidad atea 73 Mi opinión sobre la Iglesia 74 Budismo versus cristianismo 81

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Homilías Dios es Abbá 86 La Redención 88 La Santa Misa 90 Ofensa y castigo 91 Dios justiciero 92 Juez o Padre 95 El Portal de Belem 97 Carta a los niños 98 La vida oculta 99 Amar al enemigo 100 El granero 102 Los últimos y los primeros 102

Juicio Universal 104 Todos los Santos 105 Los viñadores 107 Fariseos y publicanos 108

El Sermón de la Montaña 112 Más Bienaventuranzas 121

Solidaridad 123 El pobre de espíritu 124 Al Cesar lo que es del Cesar 125 El Hijo pródigo 127

Taller de oración

Cómo oraban los Judíos 130 El Dios de los Salmos 133 Salmos históricos 135

Salmos de lamentación 136 Ayudas y consejos 138 Test 140 Elogio del pecador 141 Autoestima 142

Tú vales mucho 143 Miss Sevilla 144

Descalzarse 145 Sentirse amado 145 Tibieza 146

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María 147 La mirada de Dios 147

El Buen Pastor 148 Orar sin miedo 140 Un enfermo engreído 150 Un preoperatorio 151 Madre Kauffman 152 Antoni de Melo 153 Necrológica 154 Agradecimiento 154 Paz interior 155

Oraciones varias Oración de S Fco 162 Id.. de S. Ignacio 162 Tagore 163 Id, de las Benedictinas 163 Acción de gracias 164 Aprender a vivir 164 Id de Unamuno 165 Id. de un hippie 165 El Rector de Lovaina 166 Oración de un abuelo 167

Id. de Pablo Neruda 168 Id de Maimónides 168 Id de Tomás Moro 169 Guías de autoayuda

Decálogo de Juan XXIII 170 Consejos de K. Wilson 171 Clínica La Salud 172 Teresa de Calcuta 172 Boletín Salesiano 173

Para ser feliz 174 Los “Siete Sabios de Grecia” 176 El Dr. López Botet 177 a existencia de Dios 181

Evangelio de San Juan 188 F I N 211

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No solo los hombres. Dios también es mejor de lo que pensamos ( P. Werenfried, el “P. Tocino”).

Prólogo

En la sociedad actual, o por lo menos en nuestra familia, hay mucha dificultad para el diálogo. La televisión (y en el futuro el ordenador, Internet, videojuegos) la hace cada vez más difícil, aunque también influyen la forma de ser de cada uno. Sea como sea, yo creo que nosotros no hemos tenido suficiente conversación

Por otro lado, yo he heredado de mi padre la costumbre de recortar y guardar articulitos de la prensa o revistas. Y, como soy más moderno, con el escáner y el ordenador he podido modificarlos a voluntad, suprimiendo o añadiendo algo (siempre he disfrutado retocándolo todo). Y así ha salido este engendro de Teología Interactiva, que no sé cómo calificar, y que pretende ser el portador de aquellas opiniones mías que debí haber ofrecido a toda la familia, para ser contrastada y debatida en torno al fuego simbólico del hogar (¡ejem!). Y no reflejan cómo soy, sino cómo quisiera ser.

Aquí no hay casi nada mío. A las cosas tomadas por ahí, solo añado este “Prólogo” y...algo más, pero poco.

Lo empiezo con una petición: No lo leáis si no tenéis ganas, es decir, un ratito de sosiego en el que os apetezca hacer un breve paréntesis en vuestras ocupaciones. Pero mientras conservadlo, no molesta en un rincón de la librería. Y, si llegara ese momento, seleccionad el tema, pues en cada estado anímico encaja mejor uno u otro, y aquí encontrareis de todo, desde la más infantil de las jaculatorias, hasta parrafadas de sesudos teólogos, pasando por arrebatos místicos, o simples recortes de prensa. Todo entremezclado. Y lo que en un momento nos parece interesante, en otro nos aburre.

No encontrareis aquí nada nuevo. Afortunadamente todo es archiconocido entre nosotros. Pero si lo releemos lentamente, puede recordarnos que la vida es algo más que “salud, dinero y amor”, algo más que disfrutar y triunfar, algo más que “realizarse”. Es un proyecto con metas personales que alcanzar, amigos a los que querer, hijos a los que educar, gente a la que ayudar. Muchas

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cosas que el ajetreo diario nos hace olvidar, y que de una forma u otra entran en ese término tan anticuado llamado “oración”, nuestro diálogo personalísimo y a veces inconsciente con Dios.

Parto de que, para mí, Dios sí existe. Y también creo que tengo algo en mi interior que, pronto o tarde, se encontrará con Él en el momento más importante de mi existencia. No lo puedo demostrar, pero aunque fuera una simple ilusión, me gusta porque llena de sentido mi vida y me da más alegrías que problemas.

Y no me atormenta, porque ya hace tiempo que abandoné la “Religión del temor”, aquella del “Mira que te mira Dios \ mira que te está mirando \ mira que has de morir \ mira que no sabes cuando”.

A diferencia de las otras religiones que conozco, la nuestra nos ofrece un Dios que es un Padre (“Papá”, puntualizó El) siempre abierto al perdón, y que con su muerte ya ha compensado nuestras faltas. Un padre que me quiere tal como soy y, muy importante, soy como soy porque El me ha condicionado así, me ha colocado en un determinado ambiente cultural y me ha dado unos talentos para ver cómo los administro yo, en mi caminar por una senda -la mía- que es distinta a la de los demás.

Hoy, tanta información “progresista” nos ha llevado a un infantilismo religioso, a un profundo desconocimiento de Dios, como si ya no fuera necesario porque la ciencia –¡y los periodistas!- nos lo explican todo. Le ignoramos y no releemos sus palabras que, mejor o peor transmitidas, sabemos que están en los Evangelios.

Ni nos planteamos siquiera intentar lo único que nos pide, que es tener una actitud sincera de querer cumplir su mandato de Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo. Por extraño que parezca, el que lo logremos o no ya cuenta menos, pues ha prometido perdonarnos setenta veces siete cada día. Lo que vale es querer eso sinceramente. Sin engaños.

Este único precepto, que solo es “amar”, no puede hacer del Cristianismo una desgracia, un lastre en nuestra búsqueda de la felicidad. Y menos cuando estamos convencidos de que “La Buena Nueva” es todo lo contrario: Ser cristiano no es “creer en Dios”, sino creer que somos “hijos de Dios”, de un Dios que es más bueno de lo que creemos, y que se acuerda de que nos ha hecho de barro.

Y, al ser hijos, también somos herederos de su Gloria que, aunque no sabemos lo que es, seguro será algo muy bueno.

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Cierto que nos dice “Sed perfectos como lo es mi Padre”, pero no nos agobia con un listón tan alto, porque aclara que no es perfecto el meticuloso cumplidor de la Ley (como eran todos los fariseos, los únicos que sabían y cumplían su ley), sino el que más ama (como la prostituta que le perfumaba sus pies), o el más misericordioso (como el samaritano que atendió al herido) o el que acepta ser débil (como el publicano del templo), etc. Por eso “el yugo es suave”, porque aunque es difícil cumplir los Mandamientos, es muy facil obtener el perdón.

En realidad, lo único que nos puede entristecer es que nos falle el convencimiento íntimo, la seguridad, de que Dios es amor, que es ese papá que está loco por nosotros, que “nos mece en su regazo” y que está esperándonos. Que creamos que eso es poesía, solo poesía, y no la base de nuestra religión.

Y la pregunta del millón: ¿Qué va a hacer con nosotros? La libertad y la responsabilidad que nos dio para

distinguirnos del chimpancé, le permitirá valorar esa mezcla de cosas buenas y malas que es nuestra vida. El tendrá sus planes, “mis caminos no son vuestros caminos” dijo y, por eso, no sabemos qué entiende Él por “Justicia", pero está claro que nunca nos fallará, porque “aunque una madre abandonara a su hijo, Yo no”.

Sabiendo esto, podemos afrontar la vida con optimismo y agradecer y saborear todos los momentos buenos mientras los tengamos, sabiendo que Dios también “se alegra con nuestras alegrías”, que son las que nos aderezan un camino, algunas veces lleno de dificultades. Siempre “disfrutar agradeciendo o agradecer disfrutando”, tanto monta.

S. Agustín , que además de ser un santo era un sabio, tenía el slogan “Conócete, acéptate, supérate”: Que este librito contribuya a conocernos a fondo, a aceptar sin agobios ni remordimientos nuestras imperfecciones y a luchar sin desmayo para ser cada día un poquito mejores.

En ningún caso he pretendido pontificar, pues un ciego no puede guiar a otro ciego. Yo solo repito aquello que me ha llegado y he podido retener.

Y como la vida es muy larga y lo que cuenta no es empezarla bien sino acabarla bien, yo os animo y me animo a que nos preparemos un final feliz, una verdadera “muerte digna”. (Pero ¡Ya!, sin esperar a las aglomeraciones del último día).

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Artículos varios

Habla Vittorio Gassman

A Vittorio Gassman, el famoso actor italiano, le

preguntaron hace poco si “está buscando algo más”, es

decir, si está embarcado en una búsqueda religiosa.

Su respuesta fue la siguiente: «Envidio a los que

tienen una fe profunda; a mí se me hace difícil dar una

forma humana a Dios. No me puedo imaginar el cuerpo del

Omnipotente. Pero esto no es importante. Lo importante es

que muchas veces mando un saludo al techo. Quizá sea

sólo un gesto, quizá más bien una oración rudimentaria.

Entonces me siento menos fuerte y como dentro de un

saco de fragilidad, pero estoy contento porque me descubro

querido, acompañado. Siempre he sido un egoísta, ahora

no tanto. Confío en que Dios es una persona muy generosa

y creo que, si El no existiese, yo sería de verdad un terrible

monstruo».

Esta dubitativa y, al mismo tiempo, gozosa confesión

de la inquietud religiosa de este actor de cine es muy

representativa de nuestra cultura occidental moderna,

teñida de racionalismo, duda, sospecha y, en todo caso,

pudor o vergüenza ante la experiencia religiosa. Y confirma

que, a pesar de los pesares, perdura en nuestro tiempo una

sed de trascendencia, de ser querido y en definitiva, de

Dios.

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Desgracias y catástrofes

Es tan grande el impacto negativo de la existencia

del mal en el mundo, que prefiero abordarlo de entrada, y

hacerlo en 8 artículos que se complementan, aunque en

parte se repitan.

1.- Ante las desgracias personales, debemos encajarlas

bien para que sean positivas para nosotros. Es lo del velero

y el temporal: Si el barco está bien situado y bien dirigido,

saca provecho de las circunstancias adversas y “no corta el

mar sino vuela”. Pero al que le coge con el mástil

atravesado lo pasa mal y hasta puede llegar a zozobrar.

La “resignación cristiana” no es engañarse a sí

mismo. Se trata solo de que no nos coja con ese mástil

atravesado, que intentemos capear el temporal, teniendo

claro que si a igualdad de dolor, unos sufren más que otros,

es porque a igualdad de barco, unos están mejor

“patroneados” y por eso saben cómo encontrar consuelo.

Son fundamentales dos consejos de psicólogo:

* No suframos por adelantado. Nadie sabe cuando ni

cuanto le tocará sufrir (hay quien muere sin probarlo), y

* No demos tantas vueltas a nuestro dolor. No lo

saboreemos tanto ni nos instalemos resignadamente en él.

Más bien hagamos caso, por una vez, del Eclesiastés, que

nos dijo hace 3.000 años:

“No te abandones a la pena, no te atormentes con la

melancolía. La alegría del corazón es la vida para el

hombre, la alegría es lo que hace durar los días... Alivia tus

cuidados, consuela a tu corazón, expulsa la pena; pues la

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pena ha sido la ruina de muchos y no sirve de nada a

nadie”.

Muchos dolores son inevitables, pero sí podremos

evitar el miedo al dolor, y aceptarlo como propio de la

condición humana, sin más. No lo busquemos, hay que

sacarlo de nuestro pensamiento, para lo que hace falta

empeñarse en querer combatir todas las penas y dolores y,

por supuesto, la habilidad que va dando la práctica.

Cuando estuvimos en Capadocia, sentí no poder

visitar en Konia, la tumba de un sabio, el Sufí Mesnala,

que a este respecto dijo: “Si vuestros pensamientos son

espinas, en vuestra vida solo habrá sufrimiento; pero si son

rosas, viviréis siempre en un verdadero jardín”.

2.- Si intentamos solidarizarnos con los millones de

hermanos que están padeciendo mucho más que nosotros,

puede que descubramos que lo nuestro tiene algo menos

de importancia.

Es lo que buscaba Teresa de Calcuta cuando

rezaba: “Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que

necesite más comida que yo; y cuando sufra, alguien que

necesite más consuelo que yo” (todo es relativo).

.

Y otros 3 consejos (pequeños o grandes, según

cómo queramos valorarlos):

* La solidaridad, como hemos visto, revierte en nosotros

dándonos siempre paz y alegría. Aparta nuestras penas.

* En esta línea, también podemos recordar que Jesucristo,

siendo Dios, quiso encajar una buena dosis de dolor,

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marcándonos con valentía una senda por la que podemos,

si queremos, caminar juntos.

* Y por si fuera poco, todos tenemos muchas cuentas que

saldar: No nos atormentemos por ellas, que están

perdonadas y olvidadas. Pero es bueno que pensemos un

poco en las inconveniencias que nosotros hayamos podido

causar, a veces sin darnos cuenta, a los que nos rodean.

3.- La sociedad del bienestar pretende la insensibilidad a

todo lo molesto. Rehuimos aquello que desazona, inquieta

y cuestiona nuestra despreocupada forma de vivir. (Los

enfermos, fuera de casa, a los hospitales; los ancianos, a

los asilos; los locos, minusválidos o drogadictos, a centros

especializados... y los delincuentes, a la cárcel). ¡Qué

cómodo resulta quitárselos de la vista! Ojos que no ven,

corazón que no siente. Y si no se pueden cerrar los ojos,

una “pastillita” que nos adormezca.

Ya hemos visto que el dolor no es bueno en sí

mismo, pero no es posible la maduración y el crecimiento

sin superar dificultades, sin vencer obstáculos, sin

padecimientos. Poco vale lo que poco cuesta, y no solo en

dinero. El hombre solo se hace persona sufriendo.

Jesús formó parte de la humanidad sufriente y sufrida,

la que no tiene la farmacia ni el médico al lado, la que

padece hambre y necesidad, la que no tiene alivio fácil para

sus muchos males.

Nosotros, los que cerramos los ojos y queremos vivir

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anestesiados, los que nos asustamos ante el dolor propio y

ajeno, tenemos aquí algo en que pensar.

4.- La contemplación de este pobre y querido mundo

nuestro no incita mucho a la esperanza, es verdad: guerras,

odios, hambre... Y poca paz. Es cierto.

Pero un santo dijo: “Que el mundo está mal, lo sabe

usted ya. Lo que no sabe es que por los cuatro costados

está en las manos de Dios”.

Y otro (este fue San Juan de la Cruz) “de Dios tanto

se alcanza, cuanto se espera”. ¿Nos lo creemos?, Y si

alcanzamos tan poco, ¿no será por lo poco que en Él

confiamos?

Dios nos creó y puso en nosotros su esperanza.

Pero no es que se equivocó. El sabía lo que iba a pasar si

daba a un simio libertad e inteligencia y, con todo, se fió.

Confió en nosotros, antes de que nosotros pudiésemos

confiar en El.- Se fió de nosotros. De ti y de mí en concreto.

Y como el padre del Hijo Pródigo, aguarda siempre

nuestro regreso a la vuelta de tantos desamores, porque

puso en nosotros su esperanza.

Pero los hombres hemos querido siempre manipular

a Dios, adaptarlo a nuestro gusto y medida. Y Dios tiene

sus caminos que no son nuestros caminos, y con

frecuencia, desbaratan todos nuestros planes y

expectativas. Esperar en Dios es entregarse a El y ponerse

totalmente en sus manos, que son manos de padre. El sabe

más.

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Lo único que queda en la caja de Pandora, tras

adueñarse del mundo todos los males, es la esperanza. Por

más que cunda el mal en el mundo y parezca que todo está

perdido y sin remedio, los creyentes tenemos siempre la

certeza firme e ilusionada de que Cristo ha resucitado. Él es

y será siempre nuestra inquebrantable esperanza, y la ga-

rantía de que este pobre mundo nuestro está, a pesar de

todo, bien hecho.

5.- Otra forma de enfocar el problema es pensar que Dios,

no es que no supo hacer un mundo mejor, sino que no

quiso. Es decir, que a El le pareció que era esa la forma

apropiada para su plan. A nosotros nos parece que no, que

el mundo está muy mal hecho, pero si creemos que existe

un dios, este además de todopoderoso y de bueno, también

tiene que ser más sabio que nosotros y, por tanto, podría

aplicársele a El el “beneficio de la duda”:

Quizás Él sepa algo que nosotros desconocemos, y

tenga razón.

O quizás que, en cierto sentido, no sea

absolutamente todopoderoso. Me explico:

Cuando creyó que era el momento oportuno, cogió

un chimpancé y lo convirtió en una nueva especie animal: el

“Homo sapiens”, cuya diferencia esencial era que se le

parecía a El porque le había dado inteligencia y libertad. Ya

podía obrar de una manera u otra, podía incluso hacer el

mal, y ya era responsable de sus actos.

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A Dios le pareció asumible el riesgo: Estaba tan

satisfecho de aquel “hombre” recién creado, que prefirió

conservarlo así, porque eso era lo que El quería.

Entonces dio unas reglas de juego que El también

quedó obligado a cumplir, sin pensar nunca en romper la

baraja. Se ató las manos.

Pero sabía lo que iba a venir, y lo quiso. Confió en

nosotros. Y lo asumió todo porque no le gustaba la idea de

un hombre bueno y feliz pero sin libertad ni responsabilidad,

como cualquier otro animal. No era ese su plan ni lo que Él

buscaba para nosotros, aunque nos cueste comprender.

Y visto así, el mal queda como un “efecto colateral”,

odioso pero no deseado, y que está ahí como resultado de

nuestro mal obrar. (Luego volveremos a esto).

Esta misma preocupación por la existencia del mal

en el mundo inquietaba ya, hace 3.000 años, a los

israelitas, que no comprendían cómo permitió Dios que

Caín matara a Abel. Esto puso en boca de un profeta (no sé

cual) una parábola que decía, más o menos: “Había una

vez un rey que celebró un festival, en el cual lucharon a

muerte dos gladiadores. Uno tuvo más suerte y llevaba las

de ganar. El perdedor, angustiado ante su muerte

inminente, increpó al rey preguntándole por qué había

organizado así –tan mal- el torneo, pero los invitados no

aceptaron la protesta y aplaudieron al vencedor por su

destreza”. Ese rey no podía obrar de otra manera.

6.- La experiencia humana demuestra que el que quiere de

verdad sufre y que no hay amor sin sufrimiento

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Según esta teoría el que más ama, que es Dios, será

también el que más sufre, sin comparación posible.

Y...hablar de un Dios que sufre es hacer que el

misterio sea aún “más misterioso” para nosotros. Veamos:

En un mundo tan desquiciado, estas reflexiones sobre

el sufrimiento de Dios, que para algunos quizá no suenen a

nada, para mi son luminosas y consoladoras. Me permiten

hablar del mal en el mundo, pensando que más allá de

tantos horrores e injusticias, hay un Dios que no es un

simple espectador. El “se moja”, está en la calle en primera

fila y sufre con nosotros en cada catástrofe, lo cual me

ayuda a integrar todas las miserias que veo.

Ahora ya no son para mí el problema que

desconcierta a la fe y que aleja a tanta gente de Dios. Sé

que el Dios que entonces sufrió lo indecible, sigue ahora

sufriendo en África, Asia, América Latina...

Y si Dios ha creado así este mundo en el que vivimos,

sabiendo que le iba a hacer sufrir tanto, habrá que pensar

que, aunque no nos lo parezca a nosotros, este mundo está

bien hecho y vale la pena aceptarlo así, con sus penas y

sus glorias. Esto me basta por ahora.

7.- Resumiendo, la realidad es que, cuando releemos

mensajes como los anteriores (que Dios nos dio libertad,

etc y que en consecuencia, el mal es un defecto de la

creación que Dios tolera sin ser responsable de él,…), pues

bien, pero no nos acaban de convencer. Son argumentos

que “Parecen astutas e inútiles acrobacias de teólogos para

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justificar a Dios, las cuales alivian a los que sufren lo

mismo que lo haría una docta conferencia sobre dietética a

un pueblo hambriento” (esto es del “díscolo” Hans Küng).

Tras ellos, seguimos pensando que es un Dios que

siendo omnipotente, hace llorar a los niños, sufrir a los

ancianos y permite sunamis, terremotos, hambrunas,

guerras… y seguimos siempre preguntándonos: ¿Cómo

respetar a un Ser Supremo que juzgó conveniente incluir en

su «plan divino » toda esa infinidad de males?

La creación parece más bien el pecado mortal de

semejante creador. Y su única posibilidad de escapar a esa

acusación es no existir, o sea, que no haya Dios. Caemos

así –como muchísimos- en la tentación de creer que Dios

no existe.

Ya en la Revolución Francesa, las turbas añadían

vociferando: «Y si existiese habría que fusilarlo. No hay que

dejar escapar a Ese Viejo que se complace en hacer llorar

a los niños.» (¡Mon dieu…quelle dèlicatesse!, digo yo ).

Pero –por lo visto- Dios pensó en todo esto y, para

compensar todos los males y para demostrar que su amor

hacia su nuevo simio no era de boquilla, planeó que en su

debido tiempo se encarnaría, viviría como un hombre y se

sometería a sus leyes, aunque estas acabaran llevándole a

una muerte de cruz (la muerte más dolorosa y más

humillante de su época, no lo olvidemos, usada solo para

escarmiento de esclavos).

Estamos ante un Omnipotente que no solo no ha

eliminado la cruz, sino que voluntariamente se ha tendido

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en ella. Que no ha disimulado o ignorado el sufrimiento

humano, sino que ha querido tomarlo sobre sí.

La crucifixión de Dios-Hijo queda así como la única

respuesta al problema del mal. Y ahora sí, ahora Dios

conserva la probabilidad de existir y no quedará

definitivamente ensombrecido y condenado por el

escándalo del mal.

Juan Pablo II decía a este respecto que, si Jesucristo

no hubiera muerto en la cruz, la veracidad de su amor sin

límites al hombre hubiera quedado sin demostrar.

Por supuesto, el eterno crítico podrá objetar que

porqué no eligió otro medio, si es omnipotente. Pero eso es

ya otra pregunta, parecida a ¿Porqué Dios no piensa como

yo?, o ¿Por qué quiso Dios complicarse la vida creando la

raza humana? Partimos de que solo sabemos de la Misa la

mitad, y por tanto debemos darle un voto de confianza.

8.- Merece la pena repasar otra vez el tema (no será la

última) de un Dios que, no solo no suprime el dolor, sino

que sus Evangelios lo ponen en el centro mismo de su

mensaje. El mal ya no es un incidente ni una cuestión

vergonzosa. Allí se anuncia la felicidad de los pobres, de

los perseguidos, de los que sufren, lloran o pasan

hambre… El cristianismo no rehuye el problema del

escándalo de un Dios que no se manifiesta de una manera

evidente y con poderío, sino que anuncia claramente un

Dios «oculto», humilde y humillado hasta el extremo (Él,

que era …”mi Hijo muy amado”…acabó machacado).

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Más aún: Cristo nos pide que busquemos el

significado del dolor: Hemos visto (en el apartado 6), que

todo el que ama sufre, y que el Dios que ya ha demostrado

que nos ama, a la fuerza ha de sufrir con nuestros dolores.

En otras religiones, el que sufre puede ceder a la

tentación de creer que su dios le tiene abandonado. En

cambio, en el cristianismo proclamamos que no estamos

solos, que Dios sufre con nosotros, que el creyente

aplastado por el mal, puede tener la certeza de que su

Dios, doliente como él, está junto a él.

Sólo el Dios que sufre tiene la posibilidad de acudir en

ayuda de los que sufren. Por citar un ejemplo reciente:

¿Dónde estaba Dios ese 11 de Marzo del atentado de

Atocha?... ¡Pues en Madrid!, colgando en la cruz, sufriendo

y aliviando a todos. Nuestro Dios no solo está en la Gloria y

rodeado de su boato, también está con nosotros, al pie del

cañón. Y su frase “hoy estarás conmigo en el Paraíso”, que

hace 2000 años transmitió tanto consuelo a aquel ladrón,

ahora hace lo mismo a cada moribundo, al recordarle que la

vida no es una tragedia que acaba en la muerte, sino una

aventura, un viaje rumbo al cielo, aunque tenga que

hacerse un transbordo para cambiar de via.

Y un último comentario: Si la Pasión de Cristo es el

precio de nuestro rescate, el sufrimiento humano es la

colaboración –por pequeña que sea- del hombre en la obra

salvadora. No es algo totalmente absurdo o inútil, podemos

pensar que no nos está pasando como al animal de labora-

torio, que sufre y muere sin saber por qué ni para qué:

Nuestro dolor sí sirve, aunque no sepamos cuantificarlo.

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(Pero repito que no caigamos en el “dolorismo”: Hay

que combatir a fondo todo dolor, y lo que quede después de

nuestra lucha, hay que aceptarlo, ofrecerlo, sublimarlo o lo

que sea, algo que nos recuerde que tiene un significado,

una utilidad).

Einstein

Hay una anécdota curiosa relacionada con este

tema. Se trata de la juventud de Albert Einstein, genio de

las matemáticas y la astrofísica, inventor de muchas cosas,

entre ellas de la “célula fotoeléctrica”, en la que se basan

las placas fotovoltaicas.

Era un díscolo estudiante de un Instituto alemán.

Un día, el profesor estaba aleccionando debidamente (¿?) a

sus alumnos para que no cayeran en las redes de la

Religión, y explicaba que Dios no podía existir, dada la

presencia del mal en el mundo (era muy original).

Einstein se atrevió a interrumpirle:

- Cree Vd., Sr. Prof., en la existencia del frio?

- Naturalmente que sí. Ahora mismo hace mucho frio.

- Pues no. Lo que Vd. nota es que hay poco calor. El frío,

como tal, no existe. Y añadió: ¿Y en la oscuridad?

- También, por supuesto.

- Pues tampoco existe. Vd. percibe que hay más o menos

luz. ¿Y en el “mal”, existe el mal en el mundo?

- Sin duda. De eso estamos todos convencidos.

- Pues tampoco. Dios solo creó el amor. Es cuando el

hombre se aleja del amor, cuando surge el mal.

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Con esa inteligencia y esa valentía, se comprende

que su paso por los Institutos fuera un calvario para él.

Los silencios de Dios. Dios es Palabra, pero… ¡también es Silencio! Y un

silencio que se parece mucho a una aparente ausencia, ya

percibida como un gran interrogante por los israelitas,

cuando atravesaban el desierto con llantos y privaciones.

Cada uno de nosotros se siente también, en múltiples

ocasiones, solo y abandonado, palpando ese escándalo del

silencio de Dios: Cuando el fracaso de nuestros esfuerzos y

la desgracia nos desgarran, cuando la enfermedad, el

sufrimiento o la muerte surgen entre nosotros, cuando la

tele con tanta frecuencia nos restriega una catástrofe,

etc.… se levanta en nuestro corazón la punzante pregunta:

¿Qué hace Dios en todo esto? ¿Estaba de vacaciones?

Son preguntas insolentes, reflejo de una lucha dramática

que a veces conduce al abandono de la fe, pero que

coinciden con los lamentos de aquel pueblo: (“¿Hay Dios en

alguna parte? ¿Camina con nosotros?”, del Éxodo,17,7).

No se puede censurar ese deseo humano de ver a

Dios intervenir cuando todo se tambalea, pero también hay

que considerar la antigua tentación del hombre de

fabricarse un dios «útil», a la medida de sus sueños, de sus

temores y al servicio de sus inmediatas necesidades.

Así eran todos los dioses concebidos en la antigüedad.

Este aparente silencio nos hiere, pero nos lleva a la

difícil y definitiva pregunta : «¿En qué Dios creo yo?».

Pregunta para cuya respuesta se necesita pensar un poco:

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El dios que nos imaginamos al servicio de nuestros

amores y de nuestros éxitos, siempre dispuesto a hacer el

milagro que necesitamos, resiste mal a la crítica, no sería

un dios sino nuestro comodín.

Pero si lo suprimimos, sólo quedan dos actitudes

posibles: la indiferencia del ateísmo (“todo eso es un

montaje”, Etc,) o la humilde acogida de ese Dios que no

está hecho a la medida de nuestros pensamientos, como el

que vemos en Jesús de Nazaret: Un Dios que se encarna

en una insignificante familia, y muere inocente y crucificado,

resistiendo su última tentación, la que venía de su propio

pueblo que le gritaba: “si eres dios sálvate a ti mismo y te

creeremos”, ante lo que reacciona –sorpresa, sorpresa-

defendiendo a sus propios verdugos: “Perdónalos, no

saben lo que hacen”. Extremadamente misericordioso, casi

demasiado manso.

Ese Dios que se calla no concuerda con las

necesidades espontáneas que el hombre ha buscado

siempre en la religión. Nosotros jamás lo habríamos

inventado así, y por eso no se parece a ninguno de los

otros dioses de entonces. El Dios revelado por Jesucristo

“no sirve” humanamente hablando, porque no resuelve

nuestros problemas.

Sin embargo ese es nuestro Dios, el que se descubre

en el conjunto del Evangelio, lleno de un amor infinito, pero

con grandes enigmas –o “misterios del cristianismo”-- entre

los que figura este silencio ante nuestro dolor.

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El creyente no tendrá respuestas definitivas para

explicar estos silencios, pero presiente su existencia:

Quizás sea su propia manera de respetar nuestra

libertad, de invitarnos a crecer como cuando un padre se

retira para que su hijo aprenda a andar.

O quizá sea que estamos pasando una etapa de

“noviciado”, una travesía del desierto, un tiempo para

corregir nuestro concepto de Dios, que a veces no es el

adecuado. Un tiempo para esa “conversión”.

El hecho es que como Dios sabía que nos costaría

aceptar esto, predicó con el ejemplo y abrazó el dolor, para

poder decirnos: “¡Miradme! …y aunque no comprendáis el

por qué del sufrimiento, limitaos a verme en la cruz. Yo

llegué incluso a pedir mi indulto porque odio el dolor tanto

como vosotros, pero lo asumí porque necesitaba

demostraros mi amor, y que no olvidarais que me encarné

solo porque os quiero de verdad”.

Ya lo sabíamos, como también que, si admitimos la

existencia de Dios, tendremos que aceptar que:

- Él juega con ventaja:.Es más inteligente y sabe más

cosas que nosotros, porque al no tener el concepto del

“tiempo”, lo ve todo simultáneamente, desde nuestro

nacimiento hasta nuestra muerte. Los aciertos y las

meteduras de pata, las consecuencias que van a tener

cada decisión, etc. Así todo es más fácil para Él.

- Y, además, Él va a su bola: Es lo normal. Si se dejó

crucificar para que con él fuéramos al cielo, es lógico que

solo piense en si caminamos o no por donde Él quisiera

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que fuéramos. Eso es lo que le interesa y lo que le mueve,

sendo secundarias muchas de las cosas que a nosotros

nos agobian.

Visto así, los malos trances pueden tener explicación,

y hasta traer cosas buenas. Antes, los soldados decían

que “en las trincheras no hay ateos”, que encaja con

aquello de que solo nos acordamos de Sta. Bárbara cuando

truena o que los sufrimientos son el megáfono con el que

Dios despierta a un mundo sordo y adormilado (C.S.Lewis),

Sea como sea, confiemos siempre en ese Dios y

dejémosle actuar. Que no nos atormenten sus silencios, no

nos quedemos con la oscuridad de la noche, y sepamos

esperar una nueva aurora. Tengamos perspectiva.

Dios SÍ está con nosotros y sufre con nosotros. Nos

ha precedido con su ejemplar fortaleza, y nos ha trazado el

camino. Nosotros también venceremos.

La Cruz de cada dia

No. El cristianismo no es la búsqueda del dolor por el

dolor. Hoy consideramos falsa esa interpretación de la cruz

de Cristo que ha llevado a buscar absurdamente el su-

frimiento, y que ha hecho incapaces a los hombres de

gozar de las alegrías de la vida. Ese no fue el camino de

Jesús. No nos salvaron los sufrimientos –siendo atroces- de

su pasión, sino su encarnación, su presencia entre

nosotros, su prueba de amor al entregar su vida, porque

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asumió totalmente la condición humana, y por eso sus

obras le llevaron –según la justicia humana- a un martirio

que no rehusó. (Se llama “dolorismo” al error de creer que

cuanto más dolor, más salvación).

Cuando Jesús dice “El que quiera venir conmigo que

se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me

siga”, se refería sin duda a otras cosas:

Negarse a sí mismo significa no dar prioridad a la

autorrealización. El que sólo piensa en ella, el que

convierte a sí mismo y a sus intereses en objetivo prioritario

de su vida, perderá el sentido de la vida y su existencia se

volverá vacía. Algo así ya quería decir (con su lenguaje del

Siglo XII) San Bernardo de Claraval: “Es necesario cuidarse

de los peligros de una actividad excesiva, porque las

muchas ocupaciones conducen a menudo a la dureza del

corazón, sufrimiento del espíritu, desperdicio de la

inteligencia y dispersión de la gracia”.

En cambio, aquel que pone su trabajo monótono y

cansado -el que todos comenzamos cada día- con alegría

e ilusión, pensando en los demás, ése encontrará la vida

verdadera.

Y cargar con “su” cruz se refiere a la cruz que nos ha

tocado a cada uno. Encajemos el dolor con dignidad,

aceptándolo como parte de la condición humana, pero nada

de buscarlo para perfeccionarnos. Y asumamos las

exigencias que nos marca la vida, cuya dureza surge,

precisamente, de nuestros amores y afectos familiares: Ahí

está la cruz de Cristo y no en sacrificios que podamos

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imponernos. Esta es “la puerta angosta” por la que hay que

entrar, porque vivir en el amor y para el amor, requiere

sacrificios y renuncias que hay que hacer gozosamente. Y

que no nos quitan la vida, sino que nos la mejoran, la llenan

de sentido: Son las 2 caras de una misma moneda, y por

eso el que no quiera sufrir que no ame, que se encierre en

si mismo, en su egoísmo.

(Esto nos recuerda lo que dicen que la Virgen dijo a

Bernardette: “En esta vida te prometo que te enseñaré a

amar, pero no forzosamente a ser feliz”).

La Madre Teresa decía: “Estamos decididos a

remediar el hambre de Africa e ignoramos nuestras faltas

de amor hacia los que nos rodean, que pueden estar

sufriendo esa gran pobreza.

¿Necesita afecto, comprensión, o simple compañía

alguien de los nuestros? ¿Nos preocupamos realmente de

conocerlos a fondo?”

En cierta ocasión, un grupo le pidió consejo y ella

respondió:

-Sonreíros mutuamente.

Uno de los presentes le preguntó, con cierta ironía, si

era casada.

-Sí, y a veces me resulta muy difícil sonreir a Jesús,

porque es muy exigente conmigo.

Y añade: Siempre cuesta sonreir a los nuestros, pero

es la mejor manera de demostrar nuestra gratitud. Todos

nos podemos ayudar con nuestra sonrisa, que no cuesta

dinero, y forma parte de la difícil “cruz de cada día”.

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Clases de “cruz”:

Unas son “inevitables”, y hay que asumirlas:

Vejez, enfermedad, convivencias, algunas

marginaciones, algunas palabras, algunos silencios…

Otras atrapan, y hay que huir de ellas:

Drogas, dinero, envidia, poder, fama, juego…

Otras son cómicas, y hay que reirlas:

Trabajo más que nadie, sufro más que nadie, doy

más que nadie, callo más que nadie…

Otras son admirables, y hay que alabarlas:

La del que procura que el otro no tenga cruz.

La del que ayuda a otro a llevar su cruz.

La del que sufre, solo porque ama.

Luther King:

Hay momentos bajos, experiencias de cercanía a la

cruz, que intentamos –consciente o inconscientemente-

aparcar para que no nos quiten el humor. Por Ej.:

- Cuando nos preguntamos si nos espera algo más

allá de las inciertas fronteras de la muerte.

- Cuando nos interrogamos si ha tenido sentido vivir

honestamente, si han valido la pena tanto sacrificios.

- Cuando sentimos tan frágiles y quebradizos todos

nuestros amores e ilusiones.

- Cuando nos parece que todo es distinto a lo que

siempre habíamos tenido por cierto.

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Son muchas circunstancias las que nos desconciertan

y nos pueden hundir en un pesimismo, camino de la depre.

Martin Luther King viene en nuestra ayuda:

“El miedo llamó a la puerta. La Fe salió a abrir. No había

nadie”.

La Fe nos lleva a la inquebrantable esperanza en

nuestra resurrección. Hay un “allí”, y esto no es una simple

y vaga esperanza, es lo que nos abre esa puerta y nos

descubre que, tras el miedo, no hay nada grave. Ánimo.

Pero ¿Por qué se encarnó?

Bien. Otra cosa es que, en el fondo el hombre parece

tener miedo a esa cercanía de Dios, y prefiere mantenerle a

distancia, bajo ese halo aparatoso y deslumbrante en que,

a menudo, imagina que acontece todo lo divino. Porque a

veces hablamos del ojo de Dios como algo terrible que

viola nuestra intimidad, que nos espía para descubrir

nuestras infidelidades, que nos resulta agobiante, quizás

porque olvidamos que solo nos manda mensajes de amor,

y nos da libertad para hacerle caso o no.

Cabría preguntarse ¿Cómo nos han educado ante

esa mirada de Dios? (Pero sin echar la culpa a nadie ni

quejarnos, porque también nos dieron mucho positivo).

Nos guste o no, se encarnó, vivió con nosotros, se

empapó de nuestros problemas, predicó el amor hasta la

saciedad y ahora nos toca a nosotros mover ficha y decidir

si le creemos, si nos ha enamorado. Es decir, plantearnos

quién es para nosotros la figura de Jesucristo:

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¿Es esa perla fina que merece la pena venderlo todo

para adquirirla? ¿O es solo una nebulosa heredada, que es

en lo que creen algunos “creyentes no practicantes”?

Sobre la alegría de vivir

En un ambiente desilusionado, debemos tener el

paladar bien sensible para saborear los motivos de alegría

que todos tenemos: No solo -¡ya es mucho!- la firme y

edificante honradez de tantas personas buenas o –lo más

importante- ese sentir a un Dios Padre que nos acompaña.

También el gozo del amor o la valoración de las cosas

sencillas (mi padre contaba que un cura desde el púlpito

decía a este respecto: “¡Qué bien nos encontramos aquí:

como si estuviéramos comiéndonos una paella!”).

Y sobre todo que nunca olvidemos que el Evangelio

sigue siendo una buena noticia, que es como ese vino “que

alegra el corazón del hombre”. La felicidad que nos trae no

es “para la otra vida”, ni solo “para los que se porten bien

en esta”. Es para ahora, ya, porque Dios se alegra

viéndonos disfrutar de las cosas buenas, muchas o pocas -

incluída la paella- que nos de a cada uno.

Escribía M. Descalzo: “La vida pública de Jesús

comienza con una fiesta, las bodas en Caná. Porque el

anuncio de la buena nueva sólo puede empezar con un

estallido de alegría. Cristo no puede presentarse ante los

hombres como un aguafiestas que viene a rebajar el vino

de la alegría humana. El trae un vino mejor, no una tinaja

de aburrimiento“.

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(Y hablando de vinos, S. Pablo recomienda a su querido

Timoteo: “Deja de beber agua sola, toma algo de vino para la digestión

y tus frecuentes dolencias “).

Es importante llegar a conocer nuestra gama

placentera como antídoto contra el ajetreamiento de la vida,

contra el malestar que no conocemos de dónde viene,

contra las incertidumbres, incluso contra ese absurdo pero

frecuente “estrés del cristianismo”.

Ahí radica la victoria sobre ese aprendizaje tan

recortado de la vida, que tantas veces llevamos encima

como un insoportable fardo. ¿Por qué tanta ascética y tan

poca mística? ¿Por qué tanto esfuerzo y tan poco goce?

En definitiva ¿por qué tanta cruz y tan poca resurrección?

Digo algo con todo el corazón, y es que no podemos

amar a Dios desde un contínuo estrés cristiano. Así de

sencillo. Porque el punto de llegada nunca es la sangre del

sepulcro sino el cuerpo rutilante que ya ha abandonado ese

mismo sepulcro. Ese cuerpo resucitado que preparaba los

pescados junto al Tiberíades, para satisfacción, para gozo,

para placer de sus buenos amigos los discípulos.

Este es el camino, ésta es la verdad y ésta es la

vida. Y lo demás son deprimentes planteamientos que

quieren convertir el dolor del mundo y el propio en el mejor

camino de salvación (¡Ya estamos con el “dolorísmo”!).

El P. Tocino nos regaló otra frase:

“Quien no sabe disfrutar se vuelve insoportable”.

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Los días grises

La monotonía no existe, es un invento de nuestra

mente cuando no ponemos ilusión ni valentía a nuestro vivir

diario. Los días nunca son iguales. Aunque hagamos lo

mismo, siempre hay un matiz distinto que tenemos que

descubrir a base de alegría.

Nuestra vida puede ser normal y corriente pero, si

sabemos encontrar la chispa que tiene cada día, nunca

será vulgar. La vida es dura, claro que sí, pero sentirnos

fracasados porque no llegamos adonde ha llegado algún

conocido, es no saber valorar lo positivo de nuestra

existencia. El relieve y lo extraordinario lo tenemos que

poner nosotros con nuestra actitud ante las dificultades y

los sufrimientos de cada día, echándoles imaginación,

optimismo y esperanza. Nos sorprenderemos –seguro-

cada día al comprobar que la felicidad está más cerca de lo

que parece. Solo falta el esfuerzo por buscarla.

Benditos sean esos días aparentemente iguales, si

acertamos en poner alegría, gracia y bien hacer en las

cosas aburridas y monótonas (por supuesto sin engañarnos

manteniendo los pies en el suelo. Y si en algún momento

vemos que la monotonía se nos cuela en el alma, hay que

sacarla fuera, porque en realidad se nos está metiendo en

el alma el desamor por lo que somos y tenemos.

Si, además, tenemos fe - si creemos y confiamos en

Dios- lo veremos todo bajo otro prisma, otra perspectiva

que nos dejará ver que también está Dios en nuestros dias

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grises, pero no nos damos cuenta, porque pasamos de Él.

San Jerónimo... y otros santos.

El “buen cristiano”, el que procura servir a Dios lo

mejor que sabe, debe esforzarse en superar la depresión

originada por la conciencia de sus propias miserias, para

poder encontrar así la paz de su alma en una auténtica

humildad, que nunca desalienta, y en la misericordia divina,

que nunca falla.

Es lástima que este mensaje de gozo espiritual no sea

vivido íntimamente por muchos buenos cristianos, que

pasan sus días deprimidos por la tristeza del recuerdo de

sus pecados e infidelidades, cuando llevan una vida más o

menos buena, teniendo siempre a Dios en su conciencia. Y

así es frecuente encontrarse con una persona mayor

atormentada por la cuenta que tiene que dar en el

inminente juicio de Dios: A su memoria no viene el recuerdo

de sus buenas obras y sacrificios, sino sólo los pequeños

fallos, que ella agiganta como graves pecados y la hacen

creer que ha de presentarse a Dios con las manos vacías.

A tales personas deprimidas por su escrupulosa

conciencia habría que recordarles lo que ocurrió a San

Jerónimo: En la víspera de Navidad, fue a la cueva de

Belén, donde él vivía como ermitaño, y oró así:

“—Señor: hoy vengo a ti con las manos vacías.

¿Qué puedo yo darte?

Y Jesús le pidió algo que el santo nunca había

pensado:

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—Dame tus pecados!”

Parecida es la anécdota atribuída a Sta.

Margarita María. Estando en oración, pregunta a Jesús:

-¿Qué quieres que haga hoy por Ti?

-Nada, respondió Jesús. “Déjame hacer a Mí”.

O esta oración de Marie-Noël:

Señor, si quieres que crea en Ti, dame la fe.

Si quieres que te ame, dame el amor.

Yo no tengo nada, ni puedo nada.

(...) Te doy lo que tengo: Mi debilidad, mi dolor;

y esa ternura que me hace sufrir y Tú conoces bien ...

y este cansancio, esta falta de confianza en mí,

(...) ¡Solo tengo mi esperanza en Ti!

San Francisco de Sales propuso como regla de oro:

“No examines si tu alma agrada a Dios, sino si a tu

alma le agrada Dios. Quien examina lo primero, se rompe la

cabeza con un misterio que no puede descifrar. Quien refle-

xiona sobre lo segundo, puede examinarse a sí mismo, y si

puede decir que sí, también puede despreocuparse de

resolver la primera cuestión...”

O sea, que si a tu alma le agrada Dios, es que ya está

en el buen camino, ya ama a Dios, que es lo que cuenta.

Quizás no puedas tú precisar si “sobre todas las cosas” o

no: Habría que colocar cada cosa en su plano y saber que

se puede amar a Dios a través del amor a las cosas.

Y si a tu alma no le agrada Dios, ya es cuestión de

releer el Evangelio (mejor con las manos y los brazos

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abiertos), o resignarse con aquello del Big-Bang.

Dudas

Todo el que piensa un poco tiene sus dudas que, en

alguna etapa, pueden llegar a perturbarle. La Madre Teresa

escribió al que era su director espiritual: “Me siento perdida.

Dios no me quiere. Dios podría no ser Dios. Podría no

existir”. Son momentos de debilidad que no desmerecen.

Un cuentecito brasileño habla de un hombre que se

había alejado de la Fe. Estaba triste e inquieto, y se

lamenta así al Señor:

-«Mira, le dice, cuando todo iba bien, Tú estabas tan

cerca de mí que hasta veía tus pisadas en la arena junto a

las mías. Pero ahora que estoy mal, Tú estás lejos y sólo

veo las huellas de mis pies».

-Y Dios le responde: «Te equivocas; te equivocas del

todo. Esas pisadas que ves a la orilla del mar no son las

tuyas, sino las mías, pues a ti te llevo en brazos».

Pocos se han librado de estas dudas, entre ellos el

Cardenal Segura (el Primado de España durante muchos

años), del que Ortega y Gasset dijo, en conversación

privada con su discípulo Rafael Pérez Delgado: “Si será

bruto ese Cardenal que jamás ha dudado de la existencia

de Dios”.

Tampoco hay que preocuparse demasiado. En

definitiva, buscar sin prejuicios a Dios es también una forma

de conectar con El. Quizás te lleve en brazos y no lo veas,

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porque a veces Dios, con su infinita sabiduría, parece que

disfruta de jugar al escondite con nosotros. Pero El también

nos busca. (Ver “M. Kaufman”, o “Juan Pablo II”), y acabará

encontrándonos si nos apeamos del burro. pues no exige

ningún conocimiento de Teología. Le basta con que le digas

con sinceridad “Muéstrame, Señor, que estás aquí”.

Solo el que se sitúa en este plano encuentra valor a

las llamadas “pruebas de la existencia de Dios”, porque ya

sabemos que solo le oye quien tiene las manos y los brazos

abiertos.

Un cuento de Dostoyewski

En nuestra oración ante el juez supremo, ¿Somos

abogados defensores de los demás, o sus fiscales

acusadores?

Nunca debemos actuar como si ellos fuesen los

malos y nosotros los buenos, intentando marcar distancias,

cuando sabemos que la maldad más refinada es la de

creerse buenos y pensar en la posibilidad de salvarse por sí

mismo (como el fariseo del templo).

La Biblia nos dice que Moisés, lejos de

desentenderse de la gente malvada de su pueblo,

intercedió con fuerza por ellos ante Dios, replicando con

una y otra vez: “¿Por qué va a encenderse tu ira contra tu

propio pueblo?”

Dostoyevski incluye un cuento muy triste en su

novela Los hermanos Karamazov, que es el contrapunto a

la actitud de Moisés:

«Una campesina malvada que murió sin haber hecho

ninguna obra buena fue arrojada en un estanque de fuego.

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Su ángel de la guarda le recordó a Dios que una vez había

arrancado una cebolla de su jardín para dársela a una

mendiga. Dios quiso darle una última oportunidad y dijo:

“Échale esa cebolla para que se agarre a ella y sácala así

del lago de fuego. Pero si la cebolla se rompe, se quedará

allí eternamente”. El ángel le ofreció la punta de la cebolla y

empezó a tirar de ella suavemente. Entonces todos los

pecadores del lago se agarraron a la mujer para poder salir

también. Pero ella se desembarazaba de todos diciendo:

“Yo sola me salvaré. La cebolla es mía”. Y pateaba a

cuantos intentaban agarrarse a ella. Con la violencia de su

pataleo la cebolla se rompió y la mujer volvió a sumergirse

en el lago. El ángel no pudo sino llorar de pena».

Cuando no hacemos otra cosa que quejamos ante

Dios por lo mal que está el mundo y por el comportamiento

de sus habitantes, todo tan poco de acuerdo con nuestras

ideas... estamos pareciéndonos más a la campesina que a

Moisés, olvidándonos que todos somos culpables. Unos

más que otros, pero todos. Los buenos y los malos.

El “problema” del bien

El biólogo francés Jean Rostand, ateo, nos hace esta

confesión: “El problema no es que haya esa terrible lacra

del mal que siempre nos escandaliza... Al contrario, lo que

me extraña es el bien. Que de vez en cuando aparezca “el

milagro de la ternura”, con frase de Schopenhauer. Es más

bien esto lo que me hace pensar que no todo es molecular.

Esos pequeños relámpagos de bondad, esos rasgos de

ternura son para mí un gran problema. ¿De dónde vienen,

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cómo se forman? “.

Ahora resulta que, si la presencia del mal es el gran

problema para los creyentes, a algunos no creyentes lo

que les quita el sueño es la bondad y el cariño, que

sobrepasan lo que entendemos por “Ciencia” y nos llevan a

un universo mucho más rico que todo lo que se puede ver

y tocar, pero que existe, es real.

Es la respuesta de Benedicto XVI, a un niño de 1ª

Comunión de Colonia, que espontáneamente le dice que no

sabe si hay Dios, porque no lo ve (como Rostand):

-- Y a la electricidad, ¿La ves?, Y un imán ¿Por qué

atrae al hierro por un lado y lo repele por el otro?, Y la

inteligencia, ¿La tocas, la ves?

Pascal dijo prácticamente lo mismo hace 300 años, y

acabó sentenciando: “La principal enfermedad del hombre

es su inquieta curiosidad por las cosas que no puede

saber”. (Mucho antes, Nicodemo no entendía lo que decía

Jesús, y este le añade: “Si os he dicho cosas de la tierra y

no creéis, ¿Cómo creeréis cuando os diga cosas del cielo?,

Juan 3,12).

La Creación

A Juan Oró, astrofísico catalán de la NASA, le

preguntan si la búsqueda sobre el origen de la vida, ¿Sirve

más para creer en la idea de Dios o para darle la espalda?

-La Biblia habla de dos o tres mil años atrás, pero

para nosotros esto no es nada porque quienes estudian el

sistema solar hablan de que éste tiene 5.000 millones de

años y el Universo, de acuerdo con el Big Bang, hace más

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o menos 15.000 millones de años que se formó.

Y ¿antes qué había? Pues - prosigue Oró- Stephen

Hawkíng nos dice que con la explosión empezó todo, el

espacio, el tiempo, la materia... Pero claro, no se hace la

pregunta básica: ¿y de dónde salió lo que explotó?”

Otro sabio, John Maddox, dice que “basta con las

leyes de la Física para explicar el principio de todo”.

Pero sigue estando claro que, cuando solo existía “la

nada”, no había “nada” que pudiera comprimirse o explotar,

ni tampoco ninguna ley física.

Otros muchos sabios sí creen en la intervención

divina, desde Lavoisiere y Pascal, hasta Einstein. Parece

que hay un empate técnico entre sabios creyentes y no

creyentes. Lo último es que Michael Heller gana en 2007, el

gran premio Templeton de astrofísica por su empeño en

demostrar matemáticamente (¿?) la existencia de Dios.

Para él, “Dios es la última causa de las leyes que explican

el origen del Universo”. (Un premio de un millón de dólares,

hace pensar que no estamos ante un iluminado o un

meapilas, sino que algo debe valer el hombre, porque

mucho antes que él ya sabíamos que “no hay reloj sin

relojero ni mundo sin Creador”. Curiosamente, este refrán

ya inquietaba a Voltaire, el jefe del ateísmo de la Francia

del XVIII: “Me turba el universo, y no alcanzo a pensar que

este reloj exista y no haya ningún relojero”. Pero siguió

ateo furibundo, “erre que erre”.

A algunos científicos sí que les choca la “casualidad”

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de que cuando hace más de 3.000 años y en un pueblo

ignorante, alguien escribió sobre la creación del mundo,

habló de un Dios que dijo: “Hágase la luz”, poniendo la

energía que hoy creemos necesaria para que pudiera llegar

el Big-Bang y crearse así la materia. Y es más, todo lo que

luego derivó según la lógica de nuestra ciencia Darwiniana,

todo es concordante con el orden de los 7 dias del Génesis.

¿Cómo sabía tanto aquel pastor? ¿Quién se lo diría?

Esto es muy curioso. Y también que a otros sabios de

hoy les pase esto inadvertido. Son los que, a lo mejor, si

hubieran visto resucitar a Lázaro lo encontrarían natural

(como ocurrió entonces, cuando a pesar de que poco

después Lázaro diera una comida para celebrarlo, hubo

quien negara un milagro tan espectacular y palpable).

Y no hablemos de los discípulos, que después de 3

años de convivir con Jesús y de oirle cosas admirables y

ver sus milagros, no acababan de tener las cosas claras.

Creían que era un mesías político que iba a restablecer el

reino de Israel y solo pensaban en el reparto de cargos,

fechas, etc. Lo interpretaban todo según sus prejuicios.

Y es que tanto entonces como ahora, el hombre solo

ve lo que quiere ver: Hoy creemos –nosotros- en Jesucristo,

pero no practicamos (o poco y mal) y vivimos nuestro

ajetreado dia a dia, tomando solo lo que queremos y como

queremos del Evangelio, pero sin llegar a enamorarnos de

Jesús. Casi como esos sabios que encuentran más

aceptable científicamente, creer que el Universo surgió por

generación espontánea (que la “Nada” explotó ¿?), que por

voluntad de un Ser Supremo...

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El Darwinismo y la Iglesia:

En el catecismo nos enseñaron a leer el Génesis como

una narración histórica: El Paraíso, Adán y Eva, la costilla,

etc. Es un lenguaje simbólico, para cuya interpretación

muchos teólogos no dudan en citar un texto curioso de san

Agustín, relativo a los abusos de la lectura literal del

Génesis (“De genesis ad literam”, año 390).

Dice así: “…hay algo todavía más vergonzoso, más

pernicioso y extremadamente temible, y es que uno que no

es fiel pueda oír a un cristiano hablar de algo que dice se

refiere a las Sagradas Escrituras, cuando lo que anuncia

son locuras, hasta tal punto que el infiel tiene que hacer

esfuerzos para no echarse a reír. Y cuando escucha decir

que eso proviene de las Sagradas Escrituras, ¿cómo podría

fiarse de ellas en lo que respecta a la resurrección de los

muertos, a la esperanza de vida eterna o al reino de los

cielos?”

Lo que aquí evoca san Agustín a propósito de los

orígenes del hombre sigue hoy vigente:

De hecho, la Iglesia acepta que el ser humano

aparezca al término de un largo proceso material y

biológico, en la continuidad de los otros seres vivos que le

preceden (sea el chimpancé u otro simio). En el único

punto en el que mantiene una postura muy firme es en el

carácter único del ser humano, «creado a imagen y

semejanza de Dios». Para la Iglesia, es esencial mantener

que tiene un alma espiritual que ha sido creada

directamente por Dios, insistiendo en el salto ontológico

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que constituye la aparición del ser humano, cuyos signos

característicos: conciencia de sí, conciencia moral,

libertad, experiencia ética o religiosa... son rasgos que

sólo pertenecen al hombre y dependen del hecho de

poseer esta alma espiritual, a través de la cual, es capaz

de establecer una comunión con Dios. Solo el hombre es

persona, y eso no se alcanza por evolución sino por

creación divina.

Por cierto que Darwin, al ver cómo se interpretaba su

teoría, manifestó: “Jamás he negado la existencia de Dios.

Pienso que la teoría de la evolución es totalmente

compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la

existencia de Dios, me parece que es la imposibilidad de

demostrar que el universo inmenso, sublime sobre toda

medida, y el hombre, hayan sido frutos del azar».

El pecado original

No hay manzanas ni serpientes. A Dios no le

molestaba que supieran distinguir el bien del mal, pero el

demonio sí que sugiere al hombre: Tu dirás lo que está

bien, marcarás la Ley, “Serás como Dios”.

Ratzinguer explica así estos simbolismos, aunque sin

ser interpretación inamovible ni dogmática:

En nuestras reflexiones sobre el ser humano aparece

siempre una línea de fractura, una cierta perturbación. La

persona no es la que podría ser. Esta perturbación se nos

manifiesta ya en el Génesis, al comienzo de la Historia, en

lo de la manzana, y a partir de ahí fue tomando cuerpo con

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claridad creciente la idea de que las personas siempre

tienden al mal.

La realidad es que si la libertad es un gran don,

también es un gran riesgo para el hombre: La ilusión de

poseer la clave del conocimiento, de marcar el límite entre

el bien y el mal, de ser dueño de la vida y no tener que

morir, de elevarse a la altura de Dios y no necesitarle, etc.

es una tentación muy fuerte. (Es el “serás como Dios”).

En esta situación, la relación original con Dios se

altera: el alejamiento de Dios provoca el ocultamiento del

hombre, y la confianza se convierte de pronto en miedo a

un Dios que ve demasiado poderoso.

Al no gozar del resplandor de Dios, tampoco

vemos ya a los demás con la luz de dicho resplandor y

nos sentimos desnudos. Desconfiamos. No somos

capaces, colectivamente, de aceptarnos. Se ha generado

así un “transtorno”. Y, ¿Cómo nos afecta a nosotros?

Al nacer entramos ya en un mundo con esta relación

alterada. Existe un entramado histórico de alejamiento

de Dios, y el hombre, teniendo libertad, prefiere el mal,

estando el orgullo en el núcleo de todas sus faltas.

Esta perturbación es un hallazgo de la historia

humana con el que tenemos que contar siempre, y por

eso le llamamos “Pecado Original”.

Pero ¿Qué culpa tenemos nosotros de todo esto?

Por supuesto nosotros, individualmente, no somos

culpables de nada. Hemos caído en un planeta así, y

aquí estamos, rodeados por los 7 pecados capitales que

nos lastran y nos dificultan hacer el bien.

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Lo importante es que necesitamos a alguien que

corrija ese desorden que palpamos a diario, y ese

Alguien no puede ser más que Dios, el ofendido y

también el que quiso crear así al mundo, y el que –por

eso- sale en nuestra ayuda recorriendo el camino opuesto,

bajando en Cristo a la miseria del ser humano y

ofreciéndonos su perdón. Con ello vuelve a abrirnos la

puerta que nos permite retornar a Dios y restablecer la

relación entrañable primitiva.

Por eso sugiere Ratzinguer que no se lea nunca el

Génesis sin pensar al mismo tiempo en la venida de Cristo:

Si hay una tendencia al mal, una barrera infran-

queable a la que llamamos “pecado original”, hay un

remedio: el perdón generoso por la “Redención”.

Ser Cristiano

Ser cristiano no es sólo aceptar la ética que brota del

mensaje de Jesús; es, ante todo y sobre todo, aceptar su

persona; no es sólo creer en contenidos teóricos de fe o de

moral, es la adhesión a una persona a quien confesamos

desde el corazón como el Mesías y el Hijo de Dios. No es

creer que Dios existe, es creer que es nuestro padre.El

teólogo Karl Lehmann (hoy obispo de Rothenburg, donde

estuvimos nosotros) decía: “El hombre moderno sólo será

creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de

adhesión a la persona de Jesucristo“. Ahí surge el verdade-

ro cristianismo que, repito, no es una simple ideología más

o menos aceptable. No es creer que “debe haber algo”, sino

que hay “Alguien” que nos quiere y nos espera Es una

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experiencia personal, una profunda reflexión que lleva al

hombre al convencimiento de que Jesús de Nazaret “tiene

palabras de vida eterna”.

Qué importante es que todos los bautizados den este

paso personal y que pasen del cristianismo rutinario (“Me

bautizaron mis padres”) a la fe adulta: “me fío de

Jesucristo”. Paso fundamental que es hoy más difícil que

nunca, porque el hombre tiene la mente tan “dispersa” en

su mundo consumista que ya pasa de aquellas “Palabras

de vida eterna”.

La Fe, no lo olvidemos, no se hereda. Es un don, pero

hay que pedirla, buscarla, alimentarla y agradecerla.

Un murciano poco conocido, lbn Arabí, teólogo sufí

hispanomusulmán, nos transmitió: “aquél que ha sido

atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no

puede ya curarse“. ¿He hecho y tengo esa experiencia de

Jesús? ¿Me ha contagiado esa bendita enfermedad que se

llama Jesús, de tal forma que ya no me puedo curar de

ella? ¿Quién es para mí la figura de Jesucristo?

Ese Jesús es la perla fina, el tesoro escondido, que

nos obliga a plantearnos cómo lo valoramos, qué lugar

ocupa en nuestra mente y cómo influye en nuestro obrar.

Sí se contagió el Dr Albert Schweitzer, médico

melómano, gran admirador de Bach (era un cotizado

intérprete de sus “Cantatas”) y Premio Nobel en 1956, que

estudió infatigablemente el mensaje de los Evangelios, has-

ta que llegó un día en que sintió que debía abandonar sus

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cosas y seguir a Jesús donde él está, ejerciendo entre los

enfermos y los leprosos del Gabón. “Por fin – dirá-- he lle-

gado a la clara conclusión de que mi vida debe consistir, no

en el saber, no en el arte, sino en ser sencillamente un ser

humano, y en hacerlo todo, por insignificante que parezca,

de acuerdo con el espíritu de Jesús”. Como hombre y

como cristiano, nos ha dejado un espléndido testimonio de

vida. Él murió, pero su hospital del Gabón sigue hoy

funcionando.

Ojalá nos contagiemos todos, en nuestro mundo

egoísta, de esa enfermedad llamada Jesús, contra la que

Schweitzer, como contra la música, no pudo vacunarse.

¿Queremos caminar tras ese Jesús, que no nos

promete la resolución automática de nuestros problemas, ni

nos aporta seguridades ni privilegios, sino que nos invita a

caminar con la cruz de cada día y nos revela –en clave de

enigma- que hay que dar la vida para poder salvarla?

(El hombre de hoy, que ya no entiende de

adivinanzas, tendrá que pararse un poco para pensar qué

es lo que quieren decir estas palabras).

Pilar Miró y la ilusión de vivir:

En la película “Dios te salve, Gary Cooper ”, Pilar

Miro aborda la pregunta ¿Es posible aguantar, vivir con

esperanza, “puesto que no hay Dios”?, que coincide

exactamente con la de Nietsche, formulada después de

haber anunciado gozosamente la muerte de Dios: “¿Cómo

aguanto yo, puesto que no hay Dios”? Es como si el

hombre necesitara algo más, trascender.

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El P. Teilhard de Chiardin, un antropólogo jesuita

embebido en el estudio del origen y el futuro del hombre,

escribía: “Saber que no estamos aprisionados por el

mundo, saber que hay salida, aire, luz, en alguna parte,

más allá de la muerte... De eso tenemos absoluta nece-

sidad si no queremos morir asfixiados”. Esta es la impresión

que deja la película de Pilar Miró: la de personas asfixiadas,

a las que les falta salida, aire, luz, ilusión; como a tantas

personas que tienen de todo, pero que son tan pobres en

esperanza, en sentido de la vida. Es la triste exclamación

de A. Camus en su Calígula: “Los hombres mueren y no

son felices”. O, en boca de Ratzinguer: “De hecho, la

pobreza más honda es la incapacidad de alegrarse, el

hastío de la vida considerada absurda y contradictoria”.

Los cristianos lo tenemos más fácil: San Pablo

predica que la misma fuerza poderosa de Dios, “que

desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y

sentándolo a su derecha en los cielos, actuará también en

nosotros. Porque también nosotros estamos llamados a la

resurrección”.

La muerte ya no es la última palabra: no es ese

pasillo que conduce a un quirófano en el que no sabemos si

algo o Alguien nos espera. La muerte es un camino que nos

lleva a los brazos de Dios. No entramos en la nada,

entramos en “la última realidad”.

Nuestro Julián Marías, también va por ahí: “...La

gente admite con frivolidad increíble que cuando uno se

muere se acaba todo. ¿Cómo se va a acabar? El que crea

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eso es que no ha querido nunca a nadie de verdad. La idea

de que las personas se aniquilan es incomprensible,

monstruosamente inverosímil”.

Clemente de Alejandría decía, que “somos viajeros”,

que seguimos buscando algo que todavía no poseemos.

Nuestra vida es siempre “expectación” y “cuando la

esperanza se apaga en nosotros, nos detenemos, ya no

crecemos, nos anulamos, nos destruimos. Sin esperanza,

dejamos de ser hombres“.

Y dice: “sólo quien tiene fe en una vida futura puede

vivir intensamente la presente”, curiosa frase en el Siglo V

que desmonta el mito del nihilismo cristiano porque,

evidentemente, no se trata de quedar tan absortos con la

esperanza del mundo que nos aguarda, que convirtamos la

religión en ese opio del pueblo, que nos adormece e

insensibiliza ante nuestras diarias responsabilidades.

Hicieron bien los discípulos al dejar de mirar a la

nube, después de la gloriosa Ascensión, y bajar a Jerusa-

lén, a la vida, y empezar a plantearse la difícil y para ellos

enigmática misión –así, como suena- que les había

endosado su amigo Jesús, el de Nazaret.

La muerte:

La Fe nos ayuda a enfocar la vida de otra manera,

porque sabemos que nos espera algo bueno: Dios ha

creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta

creencia da la dimensión auténtica y definitiva a la historia

del hombre, cuya vida de otra forma acaba encerrada en un

sepulcro, sin más.

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No vivimos negando una realidad o enfrentándonos a

ella como hacía Unamuno: “…En una palabra, que no me

da la gana morirme. Y cuando al fin me muera, no me

habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino.

Yo no dimito de la vida, se me destituirá de ella”.

Nosotros intentamos una reconciliación pacífica con

algo que puede no ser tan cruel, porque nuestra comunión

con Cristo en esta vida ya nos prepara para cruzar esa

frontera.

Es la mejor opción y la que puede hacer que,

mientras vivamos estemos vivos y no seamos unos viejos

derrotistas. Que, aunque disminuidos física y psíquica-

mente –con todos los inevitables conflictos y sufrimientos

que esto conlleva-- en nuestro interior haya siempre un

rincón de paz y de serena espera del momento en que no

tengamos más remedio que decir “Has salido con la tuya.

Ahora no me abandones”.

Nuestro futuro está en buenas manos, y por eso

esta espera, aunque muy intrigante, no tiene por qué quitar

la alegría de la hora presente. Vamos a mejor.

Si olvidamos esto y nos fijamos solo en lo negativo

del trance, nos pasará como a Pedro que, caminando sobre

el agua, solo tuvo miedo cuando apartó la vista de Jesús y

se fijó en las olas encrespadas y en el fuerte viento.

El “demonio” nos buscará ahí, querrá sacar tajada

presentándonos la “tentación de la desconfianza en Dios”,

pero Él no nos dejará caer en ella, la peor de todas las

tentaciones, porque “Nadie puede arrancar nada de las

manos de mi Padre” (Jn. 10,29).

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Podemos seguir con nuestro Unamuno que, si en su

búsqueda de Dios tuvo sus altibajos, acabó su vida

diciendo “Solo le pido a Dios que tenga piedad con este

ateo”. Y en su tumba de Salamanca leemos:

“Acógeme Padre Eterno en tu seno, misterioso hogar,

que aquí vengo cansado y deshecho, del duro bregar”.

(Ver también su poesía de la Pág. 124).

Y puestos a las anécdotas, la de otra persona con

grandes dificultades para creer: Cuando Marlen Dietrich, la

reina del glamour del Siglo XX –“la espuma del café”-

estaba en las últimas, un sacerdote intentaba ayudarle y

ella aún tuvo genio para soltarle “Como quiere que le

atienda cuando está esperándome su Jefe”.

También Hazaña, el Presidente del Gobierno más

anticlerical que ha tenido España hasta el 2004, murió

pidiendo la asistencia de un sacerdote, que se le negó.

Lo mismo dicen de García Lorca y de Sandro Pertini.

Son 5 ejemplos –hay muchísimos- de personalidades

públicamente ateas, pero cuyo subconsciente les advertía

que iban a encontrarse con Alguien. Y tenían miedo, porque

no cayeron en que JC no era su juez, sino su abogado

defensor, su amigo, el que vino a salvarles por iniciativa

propia. E incluso a la fuerza, contra su voluntad.

La muerte siempre asusta porque no la conocemos.

Muchos, tanto ateos como cristianos, acusan a la Iglesia de

utilizar el miedo a la muerte para llevar a los hombres ”por

el buen camino”, cuando la realidad es que la Buena Nueva

que trajo el Cristianismo, liberó al hombre de “la esclavitud

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del miedo a la muerte”, que siempre había atemorizado a

todos los pueblos.

Para nosotros, la muerte no puede ser un espanto,

aunque sea el signo más fuerte que todo hombre debe

interpretar, combinando la esperanza con la prudencia.

Juan Pablo II lo dijo mejor: “Nuestra salvación es un

acontecimiento colocado en la encrucijada de dos misterios:

el de la misericordia divina, infinitamente más grande que

nuestros pecados, y el de la libertad, que es un gran don

pero también el gran riesgo del ser humano”. Y en otro

momento añade: “encuentro una gran paz al pensar en el

momento en el que el Señor me llame”. (Como le gustaban

tanto los cánticos, seguro que estaba pensando en el

Salmo ese que dice: “¡Qué alegría cuando me dijeron /

vamos a la casa del Señor! …”).

La Sábana Santa:

Las referencias que tenemos los cristianos sobre la

muerte, giran todas en torno a la realidad de la

Resurrección de Jesucristo: Si El ha resucitado, con El

vamos todos detrás y si no, nos hemos equivocado.

Por esto tiene tanta importancia práctica el tema de

la Sábana Santa, porque si algún día llegara a ser

comprobada científicamente su autenticidad, sería prueba

irrefutable de su Resurrección, lo cual para los no creyentes

es tremendo, porque les obligaría a cambiar el chip de su

cerebro: O se convierten a la fuerza, o quedan obligados a

negar un hecho entonces ya constatable. Es la disyuntiva

en la que han caído muchos de los que la han investigado.

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(El primero célebre fue Ives Delage, catedrático de

Anatomía en la Sorbona, ateo, que en 1902 estuvo a punto

de perder sus cargos, por defender abiertamente su

autenticidad ante la agnóstica, o más bien anticlerical,

Academia de las Ciencias de Paris a la que pertenecía y

que le había encargado un informe, dado el revuelo que en

el mundo científico, había armado la fotografía

sorprendente que hizo Secundo Pía al “Lienzo de Turín”).

Para los creyentes la cosa no es tan grave (de

entrada) porque no nos obliga a ningún cambio. Pero

también tiene gran importancia porque, además de

esbozarnos el auténtico retrato de J.C., nos confirma la

veracidad de todo el relato evangélico de la Pasión, y nos

reafirma en la fe en nuestra propia resurrección (¡casi

nada!): La muerte, por tanto, sí es un viaje a un mundo

mejor, a una “última realidad”.

Cardenal Raztinguer (Retazos en el 2002)

* En la ”Nueva Evangelización” debemos hablar, ante

todo, del Dios que se hace hombre en Cristo: Es el

Emanuel (“Dios con nosotros”), porque por desgracia,

también los cristianos vivimos a menudo como si Dios no

existiera, según el viejo eslogan “Dios no existe; y si existe,

no influye”. Somos creyentes (?), pero pasamos.

* Y del mismo modo, el “Reino de Dios”, no es una

lejana utopía: Es que Dios existe, vive, está presente y

actúa en el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Ese “Dios

con nosotros” no es un simbolismo, ni es un gran arquitecto

que ha construido la gran máquina del mundo y ahora

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estaría fuera, sino que es la realidad más presente y

decisiva, en cada acto de mi vida, y debemos aprender a

ver en ella el paso actual de Dios.

* Siendo todos, en cierto modo, misioneros en nuestro

ambiente, debemos ayudar a encontrar el sentido a la

existencia del hombre, que buscamos siempre.

* Cristianismo no significa moralismo, ni menos aún

represión sexual. La reducción del cristianismo a la simple

moralidad pierde de vista lo esencial del mensaje de Cristo:

Su propuesta de una nueva amistad con Dios.

* Ya como Papa, recuerda: “Los fieles solo esperan

una cosa de los sacerdotes y misioneros: que sean

especialistas en promover el encuentro del hombre con

Dios. No les pide que sean expertos en economía o en

construcción de viviendas. No basta un trozo de pan, quie-

ren alimento espiritual, y en eso sí debemos ser expertos”.

Juan Pablo II (Retazos en el 2002)

* “Solo es viejo quien se queda sin proyectos”.

* “El gusto por la vida no contrarresta ni excluye el

deseo de eternidad. Es más, solo si la medida de nuestra

vida es la eternidad, la vida aquí será de un valor inmenso”.

* “El Padre viene a nosotros rico en misericordia

como en la parábola del hijo pródigo, y quiere encontrarnos

a cada uno cualquiera sea el lugar del que vengamos o el

destino de nuestro itinerario. Dios viene a nuestro

encuentro tanto si lo hemos buscado como si lo hemos

ignorado, e incluso si hemos intentado evitarlo. Se adelanta

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a nuestro encuentro como un padre amoroso y misericor-

dioso, como es el padre del Hijo Pródigo”.

* ”Sed sencillos, porque la sencillez ya es caridad”.

El “Lignum crucis”

El privilegio que tienen Liébana y Caravaca lo tienen

muy pocos lugares: Poder venerar y besar la reliquia de la

Santa Cruz. Son instantes de emoción que muchos

expresan con lágrimas en los ojos (en ese momento, poco

importan a los fieles las dudas sobre su rigor histórico).

Ese leño, esa Cruz, nos recuerda que Dios sabe

amar, que apuesta por nosotros, que su amor es verdadero,

sin excluir a nadie. Y que es sello de su fidelidad.

Al besarla nos convencemos de que la imagen de

un Dios duro y justiciero, que siempre nos ha metido miedo,

no es compatible con la que aparece en Jesús crucificado.

Dios nos ama con los brazos abiertos. Tal y como

somos, con nuestras miserias, aciertos y errores.

A todos. Y siempre.

Nuestra fe quiere vivir y celebrar que esa Cruz no es

signo de fracaso y derrota, sino triunfo del Amor sobre la

muerte, porque el Dios que en ella murió, ha resucitado.

La Cruz no es la meta, sino el camino hacia su resurrec-

ción y hacia la nuestra.

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La cena del Apocalipsis (de la alemana atea que, en España, se

enamoró de la mística del Carmelo. Ver ”Madre Kaufman”,)

«Mira que estoy a la puerta llamando. Si alguno escu-

cha mi voz y me abre entraré en su casa y cenaremos jun-

tos» (Apocalipsis, 3, 20).

Me impresiona considerar esta frase. Contemplar a

Jesús como el que llama continuamente a nuestra puerta.

Podemos pensar que conocerle es un deseo nuestro o una

obligación moral por el hecho de ser bautizados, pero no,

En realidad es Él quien llama a nuestra puerta y nos busca,

y quien desea sentarse a nuestra mesa para cenar con

nosotros, para intimar con nosotros.

La imagen del que está a la puerta y llama es la

imagen de Dios que se ofrece -no se impone- que mendiga

-no exige- acogida. Y no para convencernos de nada, ni

para «vender» su producto, sino para “cenar juntos”.

Y Él espera fuera, como si la puerta no pudiera

abrirse por no tener cerradura. Te busca y te espera, pero

la puerta la has de abrir tú por dentro.

La cena es el remate del día, y también es un

simbolismo. La cena con Jesús puede ser como el

descanso de nuestras fatigas, de nuestras preocupaciones

y angustias, un momento en el que la conversación interior

pueden crear nuevas energías.

En nuestras tertulias ¿estamos atentos a la presencia

de un tercero, de Ese que llama a nuestra puerta para

entrar y cenar?

Él quiere participar porque, por extraño que parezca,

Dios tiene más interés en salvarnos que nosotros mismos.

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Decadencia y futuro de la Iglesia (Rafael Sanus, en El Pais,

21-12-03)

“... ¿Qué hacer ante esta situación?

Cambiar de rumbo y de talante. Hacer del rostro de la

Iglesia una permanente oferta de diálogo y un gozoso

reclamo a la grandísima humanidad del evangelio y al

enorme atractivo de la figura y la obra de Jesucristo.

Y para llevarlo a cabo es necesario tener en cuenta dos

importantísimos requisitos para la evangelización:

1º.- Atenerse, con rigor, a la jerarquía de verdades de que

habla el Concilio Vaticano.

2º.- Respetar escrupulosamente la libertad personal de

pensamiento, de expresión y de conciencia.

* En cuanto a lo primero, el Concilio recuerda que no

todas las verdades de fe tienen la misma categoría e impor-

tancia. Sobre esta cuestión ya decía san Agustín que hay

que mantener en lo esencial, la unidad; en lo opinable, la

libertad, y siempre, la caridad.

Pero la Iglesia ha ido recortando cada vez más el

campo de lo opinable, y así es muy difícil que no acabe

situando en el mismo plano las verdades fundamentales y

las secundarias: La Iglesia tendría que aligerar su bagaje

intelectual e histórico, desprendiéndose de muchas

tradiciones, normas, falsas seguridades, teologías caducas,

excesiva burocratización de sus estructuras, etc.

* Y en cuanto a la libertad, tengamos en cuenta que

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todos los analistas están de acuerdo en que el valor más

apreciado por los hombres y mujeres de hoy es el de la

libertad: Ante las verdades directamente reveladas por Dios

y fielmente custodiadas y transmitidas por la Iglesia no cabe

libertad alguna: Sólo cabe la adhesión plena, razonable,

amorosa y confiada a su palabra, por ser su palabra.

Pero ante las demás, especialmente en el campo

moral; es posible el ejercicio de la libertad personal: No se

trata de relajación de costumbres, sino de racionalidad.

Tengamos en cuenta que cuando la razón y la fe se

oponen, o es porque la razón traspasa sus límites (habría

que verlo), o es porque ejercemos el magisterio con una

notable miopía y una falta de confianza en el Espíritu. Si no

apoyamos esa libertad que pertenece a los fieles, les

estamos manteniendo en un perpetuo infantilismo religioso

y moral. Y nosotros –los Obispos- estaremos abusando de

nuestro magisterio.

...Yo estoy convencido, porque tengo fe, que la Iglesia

superará esta crisis como tantas otras, aunque ésta sea,

quizás, la más grave que ha sufrido en su historia. ...Creo

que esta crisis es un momento de purificación, hacia una

Iglesia más pobre de poder y esplendor, más sencilla y

más cercana a los hombres y al evangelio”...

Teología de la liberación (Card. Ratzinguer, 2002)

….La Teología de la liberación pareció indicar a la

Iglesia una nueva dirección, la que debía tomar para ser de

nuevo incisiva en el mundo. Como los países

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iberoamericanos eran en su mayor parte católicos, no cabía

duda sobre su responsabilidad como instrumento de justicia

social, pero ¿cómo?

Parecía que la única solución nacía del marxismo,

porque era necesario reconocer un hecho constatable:

El pobre está oprimido y pasa hambre.

Pero la radicalidad del pensamiento marxista hacía

difícil, hasta hoy, incluir a Dios en un planteamiento que

arrinconaban el concepto cristiano de Jesucristo,

Ahora la novedad era que el proyecto de reforma del

mundo, que Marx pensó en sentido no sólo ateo sino

antirreligioso, se llenaba –ahora- de entusiasmo religioso, al

ofrecer la imagen de “un tal” Jesús considerado preferente

o exclusivamente, como la imagen de todos los oprimidos, y

llevándonos a una Biblia releída en una nueva clave, y a

una nueva liturgia celebrada como el precumplimiento

simbólico de la revolución y como preparación a la misma.

Pero si reducimos la figura de Jesucristo a la de un

defensor de los pobres y oprimidos, nos olvidamos del

mensaje principal del Evangelio, que es –sin duda- la

encarnación de Dios, el abajamiento de Dios a nuestro

mundo. Y ese es el dios descafeinado al que nos lleva la

teología de la liberación.

Si, al contrario, proclamamos que realmente Dios se

ha hecho hombre y, consecuentemente, Jesucristo es al

mismo tiempo verdadero hombre y verdadero Dios,

entonces -pero solamente entonces- es el Dios que está

presente entre nosotros, el Emmanuel, el que sufre también

ahora las opresiones y el hambre.

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Pero este Dios sigue siendo -y esto ya no mola- el

dueño y señor del Universo, el ser sobrenatural que pone al

hombre límites y criterios, el que juzga y del que depende la

vida y la muerte. Y aquí es donde nos atascamos porque el

hombre quiere ser dueño de la vida y decidir qué acto

sexual debe engendrar, qué embrión sobrevivirá los 9

meses de embarazo, qué embrión debe sacrificarse en

beneficio de otro, qué viejo decrépito debe ya morir

“dignamente”, etc.etc..

El Comunismo puede cumplir lo de amar al prójimo

(aunque hay mucha diferencia entre “amar” y ”luchar por la

igualdad”, entre caridad y filantropía). Pero tal y como

quería Marx, está claramente en contra de algo básico:

amar a Dios y, además, sobre todas las cosas.

Aunque se busque un acercamiento de posturas,

esto es más aparente que real, porque la imagen de Dios

es por ahora radicalmente distinta en ambas doctrinas: El

Jesucristo del Evangelio no puede reducirse a un mero

“agente social”, con todos los respetos hacia estos

luchadores.

Se parte, pues, de un gran desacuerdo ideológico.

Otro tema es la influencia ventajosa que indudable-

mente tendría, sobre la difusión del Evangelio en un

extenso tercer mundo. Pero también aquí tropezamos:

Jesús siempre rechazó la tentación de ser un mesías

del éxito, de apostar por el caballo ganador. Su mensaje no

cuadra con un “cristianismo marxista”, que se aprovechara

de la política, de la fantasía demagógica (traer el bienestar

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y la salvación a una humanidad sin ricos ni pobres), para

extender fácilmente su doctrina. (Volvemos sobre esto en

el articulito siguiente sobre “las 3 Tentaciones”).

Con estas consideraciones, es lógico que el Vaticano

no lo reconociera como un método válido para una nueva

evangelización. No es trigo limpio. El progreso material, con

ser importantísimo y básico para nuestras misiones, no

puede ser –nunca- el centro del mensaje evangélico.

Las Misiones Jesuíticas del Paraguay, las

Franciscanas de Nuevo México, etc. y muchísimas otras en

la actualidad, son claros ejemplos de la inmensa labor

social que puede desarrollarse sin desfigurar ni arriesgar el

Evangelio. Y si millones de católicos no vamos por ese

camino, es culpa nuestra, por olvidarnos de que no se

puede amar a Dios si cerramos los ojos ante el necesitado.

(En 3 sitios repito que es una vergüenza que Gandi nos

digan: “Si los cristianos lo fueran de verdad, no habría

hindúes en la India” o “los cristianos son como las piedras

de los rios: mojadas por fuera pero con el corazón seco”).

Asumamos cada uno de nosotros nuestra respon-

sabilidad, y no caigamos en la tentación de lo fácil.

Pero todo tiene su parte buena: Esta Teología de la

Liberación, aún siendo rechazada en su esencia por el

Vaticano, ha servido como revulsivo para superar nuestra

tendencia a quedarnos instalados cómodamente en una

sinfonía angelical, trasladando a la Divina Providencia la

solución de los problemas. Roma se desmarca, pero

aprecia este aspecto positivo, y no lo olvida.

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Las 3 Tentaciones

En los comentarios de las “Homilías” se dice que Jesús

arrastraba a las masas porque se sentían próximos a El, les

hablaba en un lenguaje llano y sobre cosas de la vida,

rebosando bondad, sabiduría y autoridad. Pero eso no fue

siempre así. En cuanto tocó temas difíciles, la cosa se

complicó y la gente empezó a abandonarle. Cuando dijo que

era el pan de vida eterna, que el que bebiera de su agua

jamás tendría sed, cuando dijo que su carne era verdadera

comida y su sangre verdadera bebida, etc., la gente le

abandonaba en masa. Esta situación dramática la recoge

muy bien el evangelio de San Juan, donde llegamos a oir a

los judíos diciendo “Ahora sí que estamos seguros de que

estás endemoniado”… El pueblo llano no entendía de

teologías.

Esto nos plantea muchos interrogantes. Es lógico que

un misionero que intente explicar los misterios del cristianis-

mo, encuentre estas reacciones entre el público. Pero que

eso le pase a Jesucristo, encarnación de Dios, con sus dotes

extraordinarias, no. Y precisamente cuando empiezan estas

deserciones, disminuyen paradójicamente sus atractivos

milagros. Como si a Jesucristo no le importara demasiado la

dureza de estas enseñanzas.

Los apóstoles tampoco le comprendían. Le querían,

porque lo veían buena persona, y llegaron a creer que era el

Mesías, pero no le entendieron hasta que resucitó y

empezaron a hilar todos los mensajes raros que Jesús había

ido soltando entre milagro y parábola. Solo entonces vieron

que había una relación entre ellos, que querían decir algo

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más y que todos abocaban en una nueva forma de entender

a Dios, muy distinta de la que les habían inculcado los

sacerdotes y los Doctores de la Ley. Que empezaba otra

Teología.

Por eso Ratzinger, en un libro gordo que yo tengo,

pero que me da pereza (“Jesús de Nazaret”), dice:

“¿Qué ha traído realmente Jesús si no ha traído la paz

al mundo ni el bienestar para todos? La respuesta es muy

sencilla: a Dios, ha traído a Dios. Ahora conocemos su rostro

y el camino que debemos seguir… La fe, la esperanza y el

amor. Solamente la dureza de nuestro corazón nos hace

pensar que esto es poco… Sí, el poder de Dios en el mundo

es un poder silencioso....”

Cuando la gente le abandonaba porque no entendía

sus frases sobre el misterio eucarístico, nos es lícito imaginar

que Jesús sintió la tentación buscar el apoyo de un milagro.

¿No van por ahí las tres tentaciones del desierto? Las tres son

parecidas. Se trata, en resumidas cuentas, de hacer aceptar el

mensaje a base de satisfacer las necesidades inmediatas, o

de imponerse por la potencia maravillosa de los prodigios, o

por el poder de la fuerza. Jesús rechazó las tres, pero luego

en cada encrucijada el demonio le sale al encuentro para insi-

nuarle la solución rápida y eficaz, y tendrá que repetir su “No”.

Las tentaciones de Jesús son las de la Iglesia de aquel

tiempo… y las de todos los tiempos. Debe huir siempre de

toda vía rápida, fácil y aparatosa de propagar la fe, y seguir

el método de Jesús para que su mensaje no quede

desvirtuado (como ocurriría, P.Ej., en los casos antes citados

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de la Teología de Liberación o de la Sábana Santa: ¡Qué fácil

sería creer si se demostrara su autenticidad!).

Religión y Filosofía (María Zambrano en “Unamuno y su obra)

“A partir del idealismo alemán, los límites entre

filosofía, religión y poesía, han peligrado. A veces la poesía

ha querido ser filosofía, a veces la filosofía ha sido poesía,

como en Schelling. La filosofía ha querido suplantar a la

religión, como en Hegel, y se ha querido también hacer una

religión filosófica, como en Schleiermacher.

Todo ello es sumamente grave, pues puede suceder

que la filosofía, al pretender tomar el lugar de la religión,

nos deje sin ella y quizás sin filosofía, logrando sólo aquello

del refrán español de El perro del hortelano, que ni come ni

deja comer.

Así ha sido, al menos para gran parte de los

europeos: la Filosofía, al pretender guiar su vida, ha

mantenido al hombre europeo en la más insípida desnutri-

ción, al intentar resolver los enigmas del universo a base de

aceptar como ciertas las hipótesis del científico de moda. Y

ni le ha dado el alimento que necesitaba, el alimento de

creencias, de fe y de esperanza, ni le ha enseñado a vivir

filosóficamente”.

(Se refiere sin duda a S. Hawking, el Rey de la

astronomía moderna, que estudia el origen del universo,

buscándole implicaciones en un campo metafísico-religioso

en el que no es un experto consagrado y, por tanto, sus

opiniones son solo opiniones. En realidad, Hawking no

niega abiertamente la existencia de Dios, puesto que dice

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que Dios puede actuar de modo que nos resulte

inaccesible científicamente (luego puede existir). Pero a

veces se expresa de modo confuso sobre estos temas.

P.Ej., al decir: «La ciencia hace a Dios innecesario», indica

que ya hay un camino para explicarlo todo. Solo nos falta

saber quién creó esa energía que se comprimió en su Big-

Bang (Moisés decía que fue Yahvé, al crear la “Luz”). Lo

que la Ciencia ha descubierto es cómo sucedió todo luego.

Es preferible no mezclar misterios sino sobrevolarlos,

que es lo que propone W. von Braun, el inventor de las

“Bombas Volantes” de Hitler y de las naves espaciales de la

NASA: “Por encima de todo está la gloria de Dios, que creó

el gran universo, que el hombre y la ciencia van

escudriñando e investigando día tras día en profunda

adoración”. ¡Qué sorpresas nos da la vida…!).

Volviendo a Pilar Zambrano, “el hombre europeo

entre filosofías, poesías y tecnologías, se ha ido vaciando

lentamente de religión, se ha ido quedando sin el alimento

de creencias, de fe y de esperanza y por tanto sin bases

firmes en las que sustentarse, “porque las creencias no son

un adorno añadido, sino una realidad esencial, la realidad

más real de nuestra vida” según Ortega. Y su mente se ha

empobrecido, su persona ha regresado culturalmente,

camino de la época de las cavernas”.

Lo básico en genética. (Artículo de divulgación, enviado al Pais, siin éxito)

La clave para definir la postura que cada uno de

nosotros, individualmente, deba adoptar frente a todos los

temas relacionados con la genética (como el aborto, la

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píldora del dia siguiente, la clonación, la fertilización in vitro

o la investigación con células embrionarias), está en saber

cuándo comienza la vida independiente del nuevo ser

recién engendrado, porque:

- Si se retrasara algo (aunque solo sean 2-3 semanas)

después de la fecundación, podríamos hacer lo que

quisiéramos, durante este lapso de tiempo, con el huevo

que resulta de la unión del óvulo con el espermatozoide,

porque aún no sería un nuevo ser, sino solo eso, un simple

“pre-embrión”.

- Pero si es en el instante de la formación del huevo,

tendremos que atenernos a la realidad. Ya no existirán los

“pre-embriones”, todo son embriones hechos y derechos,

ya seres humanos aunque sean pequeños.

De esta disyuntiva depende todo, por lo que merece

la pena que la analicemos un poco.

¿Qué ocurre en el momento de la fecundación? Pues

que –como sabemos de sobra- se forma un nuevo código

genético con el que se va a construir un nuevo ser. Ya no

hay ningún otro momento tan trascendental en los 9 meses

del embarazo. Aquí es donde acaban los cromosomas del

padre y los de la madre, para formarse los del hijo: Un

individuo nuevo con un cuerpo y una personalidad

acreditada por el propio código, impreso en sus

cromosomas como verdadero carnet de identidad desde el

punto de vista biológico: Toda la información que le definirá,

que dictará su desarrollo, está escrita en esa primera

célula. Es más, si esta información no estuviera completa

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desde el principio, quedaría incompleta para siempre,

porque ya nada entra en un huevo fecundado.

Esta afirmación, admitida antes universalmente

(luego veremos cómo y por qué han cambiado las cosas),

tiene una clarísima demostración:

Si juntamos un óvulo y un espermatozoide en un

tubo de ensayo, logramos una fecundación fuera del

claustro materno. Si mantenemos el huevo así conseguido

en un medio adecuado, se reproducen los fenómenos

maravillosos de la formación de un embrión, cuya

independencia de la madre es aquí total.- Es un “Bebé

probeta” como los muchos que hay, y que luego podemos

implantar en el útero de una mujer (la que donó el óvulo u

otra), donde seguirá creciendo hasta nacer un hijo que,

biológicamente es de la mujer que donó el óvulo (lo admite

hasta “la Ley”). No es de la que prestó su matriz, porque

cuando llegó a ella ya estaba completamente definido. No

es un quiste o una verruguita de la madre, ya es un ser

independiente, aunque para desarrollarse necesite que le

alimente alguien.

Todo esto, importantísimo, era lo que se explicaba

antes en todas las universidades.

Ahora, en cambio, muchos profesionales aceptan

la existencia, durante un periodo, del “pre-embrión”.

¿Qué ha pasado, cuál es el descubrimiento científico

que ha cambiado estas ideas? Ninguno. La Ciencia no ha

cambiado, pero la sociedad sí:

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Desde tiempos inmemoriales la mujer ha sido objeto

de violaciones y abusos sin cuento, injustamente

considerados por la sociedad. Ahora la democracia ha

permitido su adecuada divulgación, con lo que poco a poco

todos nos hemos concienciado de la necesidad de buscar,

urgentemente, una solución justa a los problemas

específicos de la mujer.

Sobre esta situación de fondo, real e indiscutible,

actúan unas circunstancias sobreañadidas:

1.- Los políticos necesitan votos, que es lo que les

mantiene en el poder, y todo lo que sea alagar a la mayoría,

da votos. La simple idea de solventar estos problemas ya

cae bien, aunque sea por procedimientos algo dudosos,

pues en una sociedad tan manipulada como la nuestra, la

conciencia siempre es muy acomodaticia y acaba tragando.

2.- La industria farmacéutica ve aquí un verdadero filón sin

explotar y, ante todo, la pela es la pela.

3.- Las compañías de asistencia médica, en general, y los

ginecólogos e investigadores en particular, encuentran aquí

grandes oportunidades de lucimiento y de trabajo bien

retribuido. También miran la peseta.

4.- Sociólogos y periodistas no quieren perder la ocasión

de levantar cabeza en defensa de la mujer, a veces con

demasiada demagogia y a veces con errores, cuyas

posibles consecuencias minimizan.

5.- Las feministas, en defensa de sus legítimos derechos

pero siguiendo una reacción pendular, se salen de madre y

hasta llegan a identificar el embrión con una verruga, que

se puede quitar libremente.

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Seguro que hay alguna más, y hasta es posible que

alguna de estas 5 no tenga demasiada entidad en algún

caso, pero en conjunto creo dan una idea de cómo estaba

la cuestión hace 30 años.

Había que hacer algo, y el pistoletazo de salida lo dio

el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, que en

1972 acordó que el comienzo del embarazo se situaría en

el momento de la implantación en la matriz (que situó

entonces en el 7º día post-fecundación). Era un número

arbitrario y solo con fines estadísticos.

Después, en 1981, la Asociación de Genética

Humana de los EE.UU. dijo –pero sin pruebas, porque era

solo una consideración- que “indicar que a partir de

entonces (el momento de la fecundación) hay un ser

humano o persona, es una postura filosófica o religiosa,

pero no científica”. A partir de aquí el terreno ya está

abonado para que políticos, periodistas, sociólogos y

feministas, apoyados por los intereses económicos de la

industria farmacéutica, hicieran el resto.

Y no pudiendo aportar ninguna prueba científica que

avalara ningún cambio, optaron por lo más elemental:

Adoptarlo y difundirlo como si fuera cierto (hechos

consumados), y cambiar el lenguaje para conseguir la

desorientación general. Y una vez conseguida esta, la

fuerza de los votos hará el resto.

Simplemente se acordó que el “embarazo” comienza

con la implantación y que, en los días anteriores, el embrión

debe llamarse “Preembrión” para evitar prejuzgar nada

(más claro, para confundir).

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El resultado de esta ligerísima manipulación léxica

ha superado todas las previsiones: Ya todo es lógico y fácil

para los autoproclamados “progresistas”:

a.- Aborto: No es ya un problema ético.

b.- DIU y Píldora del día después: Camuflaje perfecto. Ni

siquiera son abortivos: Al impedir la anidación del embrión

en la matriz, no hay comienzo de embarazo (¿?) y , por

tanto, no hay aborto (¡Qué juego de palabras!). La mujer

con escrúpulos queda así tranquila al ser debidamente

desinformada: “Es una forma fácil, legal y ética de prevenir

el embarazo que viene. Pero decídase pronto, porque luego

ya no habrá más remedio que abortar”. Con esta simple

trampa, recomendada por algunas Organizaciones y

gobiernos, se liquidan miles de veces más embriones que

las personas que mueren en una gran catástrofe.

c.- La fecundación in vitro, la clonación y la investigación

con células embrionarias: Lo que se haga con el amasijo de

células durante esos primeros dias, bien hecho está: Los

embriones que sobreviven a las manipulaciones, un éxito.

Los que mueren, a la basura. Y los que ya sobran, al

congelador.

Pero no se trata de parar el progreso, sino de dirigirlo

hacia donde deba ir:

1.- En el aborto hay mucho que hacer, además de mejorar

la legislación de las adopciones. Y si falta imaginación,

potenciar al infinito lo que ya están haciendo algunas ONG

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con buen resultado (pero entendiendo que esto, por su gran

envergadura, es función propia de un Ministerio de Asuntos

Sociales). Como ejemplo, la organización judía EFRAT

para la defensa se la vida desde la concepción, tenía ya en

Dic. Del 2006, 20.000 niños salvados, y entre ellos solo una

madre se arrepintió de haber alumbrado, cuando la

proporción de los traumas psicológicos entre las que

abortan es elevadísimo (Es un contrasentido que el tercer

motivo para autorizarse un aborto sea precisamente el

“daño psicológico”).

2.- Para la anticoncepción hay otros métodos que, buenos

o regulares, no destruyen ningún embrión.

3.- En la fecundación in vitro, aunque sea complicar mucho

el tema, hay que limitarse a hacer los embriones de uno en

uno, hasta que se consiga el implante (y no “en ramillete”).

Y si sobrara alguno, debe sembrarse en su madre biológica

en cuanto se pueda, y no abandonarlo en el corredor de la

muerte que es el congelador (se habrían conseguido 2 hijos

en vez de 1). Sus padres deben saber que corren este

riesgo. Y el equipo ha de garantizar, en todo caso, unos

padres adoptivos para el sobrante. (Por cierto, en el 2006

nace un niño cuyo embrión estuvo 13 años en la nevera).

4.- En cuanto a las células madre, potenciar la investigación

exclusivamente con las procedentes de adultos, con las que

se están obteniendo los mismos resultados y cada vez

mejores. Y las embrionarias, aparcarlas hasta que se

demuestre que la vida no comienza en la fecundación.

Así pues hay alternativas, y hay también una labor

inmensa para los investigadores canalizando el trabajo

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hacia aquellos campos de la genética animal y vegetal que,

sin problemas éticos, pueden salvar infinidad de vidas,

principalmente en el tercer mundo, reportando así un mayor

y más útil progreso.

En la actualidad los médicos abortistas, para

esquivar los problemas éticos, se acogen cómodamente al

supuesto de que no se sabe a ciencia cierta cuándo

comienza la vida, olvidando que un óvulo recién fecundado

y cuidado en una incubadora, llega a ser una persona.

Ningún argumento científico o filosófico anula este hecho

experimental. Y ante la duda –que no la hay- lo correcto

sería abstenerse, dado que se pone en peligro la vida de

millones de embriones cada año.

Otros, más sutiles, dicen que aunque tengan vida

propia y su DNI en el genoma, todavía no tienen el rango

jurídico de “persona” (quizás les falte algún cuño). Por eso

la ministra Aido nos dijo cándidamente que “No son

“humanos”. Quizás verrugas….

Como todos admitimos que no se puede matar a

uno en beneficio de otro, las opiniones de políticos,

periodistas, feministas y por supuesto el clero católico

deben ir, a la fuerza, a lo que diga la Ciencia. Pero los

científicos deben ser conscientes de su responsabilidad, del

gran daño que hacen a la Humanidad, si se dejan llevar por

los buenos deseos o se prostituyeran por intereses políticos

o económicos. La conciencia es demasiado acomodaticia

(siempre lo ha sido) y la tentación, demasiado fuerte.

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A un anticlerical (A un colaborador de EL PAIS. su nombre ya no importa)

Ni tengo la manga tan ancha como Vd., ni aplaudo

su ensañamiento con el clero. No vaya a Misa, si así se

siente más libre, pero déjenos en paz a los que

practicamos.

En nuestro mundo unos son incrédulos, como Vd.:

aceptan que un buen día (cuando lo del Big-Bang), la nada

que era lo único que entonces había, se comprimió, explotó

y unas leyes de física (que tampoco estaban) hicieron que

mezclando materiales de distintos meteoritos y con

paciencia, se llegara al hombre que, visto así, no es más

que un aminoácido evolucionado y enriquecido con lo que

podía atrapar por el cosmos. Lo peor es que su fin es, solo,

reciclarse y pasar a ser una rama de ciprés o algo parecido,

pero siempre poco.

Y otros, creemos que esta fascinante historia del

Universo requiere que, anteriormente, alguien ponga en esa

nada algo que pueda comprimirse, etc. hasta llegar al cenit

de la escala animal. Pero entonces...a este Alguien se le

ocurrió dotar a un simio de libertad y responsabilidad,

convirtiéndolo en “persona”, en un salto que no se debió a

evolución sino a creación específica, y cuyo resultado fue

un ser apto para ser juzgado y premiado, porque para

nosotros, la vida seguirá. Como sea, pero seguirá. Y esto

nos gusta a muchos y nos estimula a ser buenos, aunque

no lo consigamos.

Hay, pues, matices que nos diferencian. Los de este

grupo “sí amamos a Dios”, y no solo “no nos cachondea-

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mos de la santificación de las fiestas”, sino que procuramos

escuchar y atender cada semana su Homilía, como una

lección de repaso. Aquí entra su aludido Rouco Varela y

muchos más. Y somos tantos, que en un referendum de la

U.E., decretaríamos por mayoría la existencia de Dios, con

lo que Vd. sería un ilegal. Con “papeles”, pero sin voz ni

voto en este Gran Teatro del mundo. Y lo pasaría mal.

No sea terco y haga caso a su padre (…), tan

admirado por creyentes y ateos.

Publicidad atea

Hace poco, los ateos de Barcelona (imitando a no sé

qué asociación de Londres) nos sorprendieron con su frase

“Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte”,

colocada en los autobuses urbanos.

En primer lugar, a los creyentes no nos preocupa

eso. Precisamente porque creemos en otra vida, vivimos

mejor y más responsablemente esta. No tememos a Dios,

que ha demostrado ya su amor por nosotros enviando a su

Hijo al mundo para salvarlo.

Viviremos con más o con menos intensidad o acierto

nuestra fe, pero que no nos cuelguen el sanbenito de que

por creer estamos más preocupados o más tristes.

Y en segundo lugar, Cuando el hombre elimina a

Dios de su horizonte, ¿es verdaderamente más feliz y más

libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios

absolutos de sí mismos y únicos dueños de la creación,

¿pueden verdaderamente construir una sociedad donde

reinen la libertad, la justicia y la paz?

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Por lo que vemos, más bien parece que no, que se

extiende el poder arbitrario, los intereses egoístas, la

violencia, la injusticia, la explotación, el pesimismo, las

depresiones y los suicidios.

Esto es lo que nos preocupa. Y, precisamente por

creer en Dios, pensamos que el mundo tiene arreglo.

Mi opinión sobre la Iglesia

Yo soy bastante crítico con la Iglesia y comparto lo

que dice mi amigo Rafael Sanus, el Obispo, en el artículo

anterior. Pero, al igual que él, esta postura no me impide 2

cosas: Someterme totalmente a ella, y agradecer que ella

me ayude a mantener mis creencias religiosas.

Alguien tiene que mandar, y el que manda lo hace

con arreglo a unos criterios que no pueden contentar a

cada uno de los millones de fieles. No puede haber

unanimidad en ninguno de los capítulos que pertenecen a

su “Reglamento de régimen interior”, y que no son verdades

reveladas ni tienen nada que ver con nuestra fe. Son

simples normas que la Iglesia debe seguir modificando,

pero con mucho tiento. Aún nos cuesta admitir que un

obispo pueda ser homosexual, P. Ej., cuando lo importante

es que, siéndolo o no, cumpla con su voto de castidad o se

arrepienta. Si no lo cumple, es un problema suyo y no de la

iglesia. Y lo mismo ocurre con la mujer sacerdote o con los

curas casados. No me gustan, pero son inevitables y los

aceptaré cuando me lleguen.

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Otros capítulos, como los que hacen referencia a la

moral, tampoco son inamovibles ni consubstanciales a

nuestra fe: Son solo guías o ayudas para nuestra

conciencia y su aplicación en cada caso y en cada época

tiene que matizarse. A mí me parece que los responsables

temen el desmadre que, posiblemente, se originaría si

desde un púlpito anunciaran “manga ancha” para todo,

basándose en que el corazón humano solo lo conoce Dios.

La Iglesia prefiere personalizar para, en cada caso, decidir.

La dificultad estriba en que, como los fieles negamos de

hecho la superioridad de un sacerdote para decidir sobre

nosotros, pues ni nos confesamos ni nos acercamos a

preguntarles sobre esas intimidades, y acabamos

quedándonos con los titulares, culpando a la Iglesia de

inmovilista, cuando en algunas ocasiones, es más bien una

mezcla de ignorancia, orgullo, timidez, o desidia por nuestra

parte. En el nuevo catecismo hay mucha letra pequeña.

Por ejemplo, aunque la Iglesia haya servido con muy

poca habilidad su mensaje de castidad a los jóvenes, creo

que el “apareamiento” debe ser siempre expresión del amor

y reservarse, por tanto, a una edad que presupone madurez

afectiva e independencia económica. La erotización actual

del ambiente lo pone difícil para los jóvenes, pero tanto el

preservativo como la masturbación –ambos estimulados en

la “educación sexual” del cole—no son buenos sino malos,

son remedios de emergencia, males menores como ya se

advertía en el viejo eslogan de los cuarteles: “Si no puedes

ser casto, sé cauto”, donde ya se presuponía que lo

mejor, lo único defendible, es eso: la castidad sin tapujos.

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Paradójicamente, el alegre “Póntelo pónselo” ha

traído más pena que gloria, porque los embarazos en

adolescentes y sobre todo la delincuencia sexual, han

aumentado porque lo único que se ha conseguido es

banalizarse el sexo y estimularse la promiscuidad. Si “entre

chico y chica todo es bueno cuando hay acuerdo”, ¿Cómo

frenará el chico si ella cambia de idea? La violación está a

la vista y, si falla ese preservativo (¡que falla!), se asoma el

aborto o la madre soltera. Es muy arriesgado hablar de un

“sexo seguro”.

En cuanto a los abortivos, la Iglesia está y estará a lo

que diga la Ciencia, que es la que manda: Mientras no se

demuestre que la nueva vida empieza a equis dias o

semanas post fecundación, no tiene más remedio que

condenar el DIU y la “píldora del día después”, porque de

momento, son formas de matar. Es una lástima, pero lo que

es en sí malo, no puede ser legalizado, aunque sí

comprendido, despenalizado, etc. Si criticamos a Hitler

porque experimentaba con judíos para beneficio de los

arios, no podemos admitir que muera un embrión en

beneficio de otro. (Ver “Lo básico en genética”).

Otro problema es la rigidez de los “dogmas”: Hay

dogmas y dogmas. En algunos, la Iglesia se guió, en su

día, por la Tradición, influida por la devoción y los buenos

deseos (aunque sean, desde luego, derivados de textos

evangélicos). Otros en cambio sí que son el núcleo

inamovible de nuestra fe, son misterios revelados que,

como tales, no pueden ser comprendidos. Han de ser

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aceptados de buena gana, aunque yo piense que para

seguir el mensaje evangélico, para enamorarse de

Jesucristo y para hacer el bien, que es lo que nos salvará,

no hace falta tanta rigidez, tanta unidad doctrinal ni tanto

empeño en demostrar o en interpretar lo que escapa a

nuestro entendimiento. Jesucristo hablaba para el pueblo

llano, no para los doctores de la Ley, y aunque quería un

solo rebaño y un solo pastor, no consta que quisiera una

uniformidad total en la interpretación de la Ley, porque a

cada uno de nosotros le ha dado unas circunstancias

totalmente distintas. El “Ecumenismo” (la unificación de

todas las Iglesias cristianas), requiere la aceptación humilde

de las diferencias y, además, apreciarlas como un don.

“Hay que mantener en lo esencial, la unidad; en lo

opinable, la libertad, y siempre, la caridad”, decía ya San

Agustin.

Pero aunque está claro que no simpatizo, en general,

con los dogmas, yo los acepto todos sin problema. Los

dogmas suponen una buena dosis de humildad, necesaria.

También pienso que en estos temas, la Iglesia debe seguir

yendo con prudencia máxima, para que no quede

trastocado el Mensaje por criterios individualistas o por

consensos de un momento dado que, con el paso del

tiempo, podrían dar origen a aberraciones como las que

vemos ya en numerosas ramas del Protestantismo.

Algo parecido ocurre con el lenguaje, realmente

anticuado, que usa la Iglesia. P.Ej., el “Dios te salve

María…” con su “Santa María”, se podrían modernizar y

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concretar así: “Maria, guapa, no te olvides de mí”.

(Es lo que yo diría a la Virgen, con máxima devoción).

Pero ¿Cómo actualizar el lenguaje si vivimos en un

mundo en el que cada dia hablamos peor y hasta la Real

Academia de la Lengua parece que disfruta ensuciando?

¿Qué sería de las citas bíblicas, traducidas al lenguaje que

viene? ¿No será mejor conservar la forma de hablar de

nuestros antepasados, valorándola como hacemos con

cualquier otra antigüedad? Bastante hizo dejando el latín,

aunque yo he podido apreciar que cuando uno está en el

extranjero y asiste a una misa en latín, se siente aliviado, y

hasta cree que entiende algo.

En cuanto a que si los fallos de la Iglesia puedan

influir en mi fe, por ahora no, porque esta no se basa en lo

buenos que son los sacerdotes, ni en lo bien que funciona

todo. La Iglesia está en el mundo, vive con el mundo y

pelea con el mundo, con sus dos grandes peligros: El

dinero y el poder. De ambos necesita su base material (su

montaje logístico, dirían hoy), pero de ambos debe huir.

Siempre, en todas las religiones y en cualquier

época, la clase sacerdotal ha escandalizado, porque es

muy difícil mantenerse en el fiel de la balanza y, en

definitiva, el hombre tiende siempre al mal. Querámoslo o

no, es el “pecado original” que ya sabemos cómo se cura.

Lo importante es que necesita y tiene un montaje,

que ciertamente es ahora excesivo, pero no es un montaje.

Y el que solo ve “el montaje”, está enfermo de miopía.

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Por eso Juan Pablo II dijo a los jóvenes de

Einsielden (Suiza): “Tened paciencia con la Iglesia: Es una

comunidad de hombres débiles y con defectos. Y es posible

que esto sea una suerte, pues en una Iglesia en la que solo

hubiera gente perfecta no habría sitio para nosotros”.

Pero además la Iglesia, buena o mala, es necesaria.

No comparto lo de “SÍ al Evangelio pero NO a la Iglesia”.

Lo nuestro no es un sendero solitario –como veremos en el

Budismo- sino solidario en el que, además- se nos recuerda

el Evangelio y se nos administran los sacramentos.

La Iglesia ha de reducir mucho el boato, renovar las

preces y la liturgia, etc, etc., pero lo lógico no es

torpedearla, sino ayudar a que cambie a mejor, porque

la situación actual de la Iglesia es muy delicada:

La familia se tambalea, los colegios –dominados por

la clase política- fallan como educadores. Y ya de adultos,

tanto trabajo, tanta diversión y tanto ajetreo, no dejan

tiempo para “cultivar el espíritu”: Lo único que se capta son

mensajes de la tele o de la prensa, en los que con

frecuencia se crea más confusión, con datos incompletos,

amañados o exagerados, porque lo que interesa es el

sensacionalismo o, lo que es peor, con la excusa de la

“Libertad” ir socavando poco a poco el sentimiento religioso

(es decir, “que la Iglesia no manipule a los ciudadanos, para

poder manipularlos mejor los políticos”). Y lo van

consiguiendo, pues es evidente el éxito de la actual

persecución religiosa, mucho más democrática y eficaz que

la de 1936.

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(Como ejemplo, actualmente sale a la luz una serie larga

de abusos sexuales por parte del clero católico, el cual se

responsabiliza, pide perdón y facilita la acción de la Justicia. La

repercusión en la tele es enorme, como debe ser.

Pero hoy estamos perseguidos en casi toda el Africa

islámica, así como en China e India, con centenares de víctimas

( Nigeria, Feb.2010, 540 cristianos martirizados), y muy pocos lo

saben.

Solo voy a que allí hay materia para lucirse con reportajes

llamativos e impactantes, y a pesar de eso, solo nos hemos

enterado los que hemos buscado noticias en otros medios,

porque la tele es libre, pero dirigida por el amo y el amo sabe lo

que quiere).

La Iglesia tendrá que cambiar mucho, y estoy seguro

de que lo hará con valentía y prudencia. Más o menos,

como ya nos dice Sanus en páginas anteriores:

“¿Qué hacer ante esta situación? Cambiar de rumbo y

de talante. Hacer del rostro de la Iglesia una permanente

oferta de diálogo y un gozoso reclamo a la grandísima

humanidad de el evangelio y al enorme atractivo de la

figura y la obra de J.C”.

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En esta línea, Benedicto XVI recomienda optimismo:

“Al final la fe es sencilla y rica: Creemos que Dios

existe y que Dios cuenta, ¿Pero de qué Dios hablamos?

Un Dios con un rostro, un rostro humano, un Dios que

reconcilia, que vence el odio y da esa fuerza de la paz que

nadie más puede dar. Porque Dios es amor.

Necesitamos dar a entender que esto es, en realidad,

el cristianismo. Por consiguiente, muy sencillo y muy rico”.

Budísmo versus Cristianismo (De mis “Notas sobre la India”).

Vaya por delante que, según la doctrina católica, todas las religiones

pueden tener algo bueno, todas pueden ayudar a encontrar el camino

personal hacia Dios. Pero la salvación del género humano procede

solo de la Redención por Jesucristo, que es de aplicación universal: A

todo el Globo y pensemos lo que pensemos (aunque esté matizada por

el uso que cada uno haga de los denarios recibidos). La Encarnación

de J.C. facilita substancialmente este encuentro, al mostrarnos de

primera mano qué es lo que Dios quiere de nosotros y, por tanto, cuál

es el mejor comino a seguir. Su muerte y su Resurrección corroboran

su enseñanza. Esto es lo que yo creo que dice nuestra Iglesia.

Hay una tendencia actual a resaltar las analogías

entre estas dos religiones, que son muy grandes en lo que

respecta a las normas de conducta moral. Pero la religión,

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más que esto, es sentirse re-ligado a un Ser superior, y

aquí empiezan las diferencias, porque en el Budismo no

hay Dios: La salida del círculo de las reencarnaciones es

una labor personal de cada individuo. Por el contrario,

nosotros creemos que hemos sido creados por Dios y a él

volveremos, sin reencarnaciones. El es nuestro Padre que

nos quiere, nos ama, y nos envía a su Hijo para que,

viviendo con nosotros y sometido a nuestras leyes hasta la

muerte, nos sirva de modelo de amor. Porque todos

nosotros no solo somos iguales, sino hermanos y, por tanto,

además de respetarnos, tenemos que amarnos. El

Decálogo es solo la guía para que se materialice este amor.

Esto es lo más importante, el núcleo. Pero hay otras

muchas diferencias:

El mundo no es algo malo (como dicen ellos) sino

bueno, siempre que consigamos mantener sus negocios o

sus placeres en un plano adecuado, que es justo aquel que

no nos impida asumir las obligaciones derivadas de nuestro

único mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas y al

prójimo como a uno mismo.

Tampoco el cuerpo humano tiene el mismo

significado: Para el Budismo es algo despreciable y

provisional, mientras que para el Cristianismo forma parte

integrante de la persona, que se recompondrá el dia de la

Resurrección (en forma “gloriosa”, no “mortal” como ahora).

Budistas e hinduistas creen que las reencarnaciones

permiten corregir las malas acciones de una manera más

justa que en el Cristianismo, donde una sola vida puede

acarrear un castigo eterno. Pero conociendo la debilidad de

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la naturaleza humana es difícil creer que uno pueda, por

sus propios medios, llegar a purificarse y mejorar su Karma

(como ejemplo, el mismo Buda antes de “iluminarse” había

tenido ya, según dicen, 550 pases o reencarnaciones).

El Cristianismo no cree en esta justicia “tan fría” sino

en la Misericordia de un Dios que baja hasta nosotros y nos

abre la puerta que cerró, no una manzana sino nuestra

inclinación al mal uso de la libertad. Aunque haya un

infierno, este no entra en los planes porque Dios confía en

su Hijo, cuyos méritos superan nuestras faltas, su

misericordia nuestra maldad y su poder el del demonio.

Todos hemos sido redimidos por El. Los budistas también.

Y con su sabiduría, Él sabrá juzgar a cada uno.

Para el Cristianismo, el hombre no es un simio

evolucionado: Entre el chimpancé y el Homo Sapiens hay

un salto cualitativo, fruto de un acto específico de Dios, que

quiso crear un ser distinto, con inteligencia, libertad y

responsabilidad suficiente para ser juzgado. El Budismo

sitúa al hombre en el mismo plano que los otros animales.

Son, pues, dos planteamientos radicalmente distintos

que originan dos religiones diferentes que coinciden solo en

algunas normas de conducta.

Por supuesto, hay que evitar el menosprecio de

otras religiones, que son propias de culturas muy

respetables. Todas tienen semillas buenas, pero nosotros

tenemos sobrados motivos para que no nos deslumbre la

religiosidad oriental.

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Cuando un cristiano, escandalizado por el mal

gobierno de la Iglesia, se entera de que el Budismo permite

ascender por el “Sendero” en solitario, con pocos dogmas y

mucha tolerancia, cree descubrir la fórmula que permite

conservar la independencia, para poder creer unas cosas y

no otras, y seguir así enquistados en nuestro querido

egocentrismo, en nuestro “yo”. Esto, aderezado con el amor

a los animales y al equilibrio de la Naturaleza y con la

búsqueda de la paz interior mediante el alejamiento de las

preocupaciones, hace muy atractivo el cambio.

Pero si se asume con todas sus consecuencias todo

lo relativo al Karma, al Darma y a la Reencarnación, la cosa

ya se complica. Y si preferimos fijarnos solo en lo

fundamental, nada aventaja al Cristianismo, que solo pide

dar gracias a Dios por lo mucho recibido, y procurar tratar a

los demás como nos gustaría que nos trataran.

El propio Gandi, que era Jainista y gran estudioso de

las religiones, dijo que “si los cristianos lo fueran de verdad,

no habría hindúes en la India”, invitándonos así a mejorar

sin cambiar el camino que ya tenemos.

El abate Simón, ”hombre de raras doctrinas” ya dijo

–en La Codorniz”- que el que esté bien no se mueva.

Lo dicho para el Budismo sirve también para una serie

de “religiones” modernas (como son la “Fe de Baha-i” que

abunda en Oriente, o la “Nueva Era” de Occidente) las

cuales, aunque dicen hacer una síntesis de “lo bueno” de

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todas las religiones (??), son esencialmente hinduistas y

basan su éxito –solo- en la captación de cristianos

“apagados”:

Se empieza por un evangelio de paz y amor (como el

nuestro, pero mejor presentado), se sigue con técnicas de

yoga, meditación, acupuntura, etc,, que en sí no tienen

nada de malo, pero que poco a poco se acompañan de

mensajes sobre la conciencia, la energía cósmica, la

conjunción de Marte con Júpiter (que, por cierto, será el año

2146 y es la señal del cambio de la Era Piscis -la del viejo

Cristianismo- a la Era Acuario, la del “Nuevo Orden

Mundial” que viene), etc. etc. Se llega a una filosofía muy

elaborada, que no es más que un budismo modernizado,

que propaga técnicas peligrosas de hipnosis o regresiones.

Lo peor es que con todo esto se persigue una captación

psicológica de la persona, que pasa de ser un verdadero

esclavo de las manipulaciones del líder. Estas

aberraciones, que se pudieron dar en todas las religiones,

son hoy el peligro máximo de estas auténticas sectas,

encargadas de explotar, en beneficio propio, la sed de

trascendencia de todo hombre.

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Homilías

Introducción: Dios es Abbá.

El estilo de Jesús, su lenguaje, son las parábolas.

Una parábola es una narración, con personajes, acción,

desenlace. Pero se caracteriza porque toda la narración,

envía un mensaje. Una parábola es como una metáfora:

explica bien esto la expresión de Jesús: «¿A qué podemos

comparar el Reino de Dios? El Reino de Dios se parece

a...». Es un modo de hablar de Dios por comparaciones,

por metáforas.

Jesús atraía irresistiblemente a la gente, desde luego

porque curaba enfermedades, pero también, yo creo que

sobre todo, porque les hablaba de Dios y le entendían.

Porque hablaba de Dios y resultaba que Dios era

fascinante, precisamente lo que necesitaban. Demasiadas

veces Dios había sido una amenaza. un peso más sobre

las cargas de la vida, Y el Dios del que Jesús hablaba

resultaba un alivio, un remedio, una esperanza. ¡Era tan

fácil entenderle!

Me impresiona mucho pensar que Jesús, el mejor

teólogo de todos los tiempos porque era el que mejor

conocía a Dios, se sentaba a la vera del camino, o la orilla

del mar, y contaba cuentos a la gente: el cuento de los dos

hijos, el cuento de los viñadores, el cuento del rico cruel, el

cuento del banquete, el cuento de las ovejas y las cabras.

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A lo largo de la historia, todos los seres humanos

han imaginado a la divinidad. Y casi siempre, la han

entendido desde la sumisión, desde la admiración o desde

el miedo: Existe «Alguien», uno o muchos, que son

poderosos, que son amos, que pueden dar y quitar, premiar

y castigar, que gobiernan el mundo y a los que hay que

someterse. Se les aplaca en los templos, se suplica su

protección, se obedece a sus sacerdotes... y así, con esas

imágenes, «imaginamos» a Dios.

Israel fue capaz de entender más de Dios. Lo

consideró un aliado, un defensor, siempre y cuando se

cumplieran sus leyes. Llegó hasta a formular el principal

mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu

corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu

ser». Pero no llegó a entender por qué. ¿Por qué amar al

Todopoderoso, al Amo, al que me puede castigar y lo hace

de vez en cuando?

Jesús da la respuesta: Amarás al Señor tu Dios...

porque Él te quiere más que tu madre. Te quiere porque es

tu “Abbá” (“papá”), y esta palabra lo cambia todo.

Ésta es la Buena Noticia. Decir de corazón «Abbá»

es cambiar el mundo, dejar atrás religiones de miedos y

castigos, sentirse de verdad hermano comprometido con

todos... y todo eso, confiado, alegre, entusiasmado porque

todo tiene sentido y valor. Porque la vida se ha iluminado

desde que Jesús nos enseñó el verdadero rostro de Dios, la

palabra definitiva: Abbá.

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Tanto, que cuando decimos en el Credo dogmático

«Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso Creador del

cielo y de la tierra», no matizamos bien porque lo que

queremos decir es:

“Creo que el Dios Todopoderoso, el creador del cielo

y de la tierra … es mi papá”.

Del mismo modo llamar a Dios «Padre», sin más,

puede ser un engaño, un tratamiento de respeto, de

distancia, no del amor confiado de quien se siente querido,

como Jesús mismo se sentía ante sus padres: seguro,

querido y exigido, al calor de su casita de Nazaret.

Nuestra Iglesia sufre un colosal empacho de

ortodoxia y una lamentable carencia de seguimiento de

Jesús. Ya decía Pablo que «los judíos piden milagros y los

griegos, sabiduría». Por ese camino, judío y griego, hemos

convertido la religión en milagrerías, suntuosidades... y

filosofía humana, con el peligro de llevarnos por el camino

del “Reverendísimo Padre”.

La palabra “Abbá”, su profundo significado, tiene una

importancia capital para interpretar todo el Evangelio. Lo

vamos a ver los siguientes capítulos:

A.- Sobre la Redención: En la Antigüedad, los “sacrificios”

eran de muchas clases, pero todos tenían un denominador

común: destruir un bien propio para agradar o aplacar a

Dios. Esto se ha aplicado a veces a Jesús: nosotros

merecemos la muerte por nuestras ofensas a Dios. En vez

de nosotros, muere Jesús inmolándose, y la ira de Dios

queda así aplacada.

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Esto significa que Dios es severamente justo: exige

que se pague por la ofensa. Es más, el Padre cobra por

perdonar. El Padre exige la sangre de su Unigénito para

perdonar a los demás. Todo esto es absurdo.

Este espanto no ha horrorizado a muchos en la

Iglesia a través de los siglos... porque se les había olvidado

que el Padre es “Abbá”, y pensaban en El sólo como la

“Primera Persona” de la lejana Santísima Trinidad. Y

porque interpretaban el Evangelio desde la mentalidad y la

cultura del Viejo Testamento: Como en este hay sacrificios,

tiene que haberlos en aquel. Como en el Antiguo

Testamento se inmolaban corderos, Jesús es el nuevo y

definitivo Cordero.

Pues no. Toda la teoría de aplacar a Dios con

ofrendas de culto desaparece. Los sacrificios sustitutorios

sangrientos se acabaron ya y solo queda de ellos lo que

querían significar: Jesús no muere porque se inmola

sustituyendo a nadie, sino por coherencia con un amor

inmenso, hasta el final.

Siempre nos empeñamos en sacarle punta a la frase

«que no se haga mi voluntad sino la tuya», como si Jesús

se sometiera a regañadientes a la voluntad cruel del Padre.

No es así, al Padre le duele más que a nadie el sufrimiento

de su hijo, pero es Jesús el que decide no escabullirse, no

rehuir la cruz. Asumir sus consecuencias.

Sabía que era necesario ir hasta el final para que

nosotros entendamos lo que es amar. Sabía que el grano

de trigo no da fruto si no se siembra, que sólo enterrado y

muerto puede ser fecundo. Eso es amar.

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Y el Padre es quien, con terrible dolor, «comprende»

que eso es lo que dará vida al mundo. Que el amor es lo

que “nos redime” y no los dolores atroces de la Pasión. Y

que la Crucifixión fue, ante todo, “la prueba del nueve” del

amor de Padre por sus hijos.

B.- La Santa Misa: Todo esto tiene una aplicación

inmediata en la Santa Misa, donde volvemos a ofrecer a

Dios el sacrificio de su Hijo, pero sabiendo que Jesús no

solamente cumple la voluntad de Dios cuando derrama su

sangre en la cruz, sino cuando vive y muere entregado a la

misión que había escogido.

Jesús nos invita a que comamos su cuerpo “en

conmemoración mia”, para que también nosotros nos

sintamos más hermanos y más dispuestos a compartir su

entrega al prójimo. Participamos de su Espíritu, sentimos su

presencia, y unidos a El, le ofrecemos vivir como Él vivió.

Cuando el evangelio de San Juan aborda este tema,

ante el rechazo e incomprensión de sus discípulos (“Este

discurso es bien duro ¿Quién podrá escucharlo?” (6,60),

Jesús nos remite a otro misterio: el de su muerte y

resurrección, que a su vez es el que da la clave del misterio

eucarístico, al disipar malentendidos: “¿Qué será cuando

veáis a este Hombre subir a donde estaba antes?” (6,62),

“El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada” (6,63).

De esta forma, su carne ya no es ni frágil ni corruptible, es

otra carne, gloriosa y llena de Espíritu, que rebasando los límites

del espacio y del tiempo, puede venir a nosotros introducida en

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un pan que ya es, así, la verdadera comida, el “Pan de Vida”

que proclama el evangelio, aunque conserve sus propiedades

físicas: color, sabor, forma, textura..

C.- Ofensa y castigo: En pura lógica, todo pecado es

gravísimo, porque es desobediencia -ofensa- al Señor más

importante. Por tanto, todo pecado deberá ser reparado y

de aquí sale la teoría de que es necesario que Cristo

derrame su sangre (reparación de infinito valor) para que la

ofensa quede reparada.

Pero nada de esto aparece en Jesús. Ante todo,

porque Jesús no piensa en el pecado como ofensa sino

como oscuridad, como enfermedad. Jesús considera a las

personas bajo el prisma de la libertad, y las ve como

enfermos, como ovejas sin pastor, como poseídos por sus

propios demonios, que les roban la libertad (“perdónalos,

porque no saben lo que hacen”).

Y no es justo que a los enfermos, a los endemo-

niados y a los extraviados, se les ponga en manos de un

juez, sino del médico o del sanador que es Dios. Y así, la

palabra «perdón» se queda corta, porque la imagen de un

“Dios-Juez” no tiene nada que ver con Jesús.

Los evangelios están llenos de otras imágenes, que

esta vez no son metáforas sino luminosos comportamientos

de Jesús: Leví, Zaqueo, la pecadora en casa del fariseo, la

mujer adúltera, el buen ladrón. En ellos lo que más llama la

atención es la actitud de Jesús, que intenta por todos los

medios salvar gratuitamente, tomando El la iniciativa. En

Jesús vemos cómo es Dios para con los pecadores. Con

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nosotros, los pecadores. Y siempre en un plano superior al

de la ofensa, el arrepentimiento, la reparación, el perdón,

Etc. que son términos pobres.

Jesús entendió que la palabra «culpa» es muy

desacertada. Es culpable el que puede actuar de otra

manera. Pero yo no puedo dejar de ser miope, ni dejar de

ser envidioso, porque soy débil, nací en el “pecado original”.

Y vio en los endemoniados una imagen espléndida

de las personas dominadas por los demonios de la envidia,

de la lujuria, del miedo, de la codicia... incapaces de

liberarse de ellos. Más que culpables, son “endemoniados”.

Esto nos lleva a preguntarnos hasta dónde llega

nuestra libertad y, por tanto, nuestra responsabilidad. Pero

El, nuestro Abbá, sí lo sabe. Sabe muy bien de qué barro

nos hizo y de qué pie cojeamos. Jesús sabe que al decir

«Abbá», está ofreciendo a los humanos lo que necesitan:

- como, enfermos un médico,

- como endemoniados un libertador

- y como pecadores un padre, el del Hijo Pródigo.

D.- El Dios justiciero: Lo antedicho es inadmisible desde el

punto de vista de la pura justicia: ¿Es que da igual hacer el

bien que el mal, ayudar a las personas que explotarlas?

¿Es que al final todos, explotados y explotadores, estarán

juntos y felices, como si todos hubiesen actuado igual?

Estas preguntas dividen a los cristianos en dos

grandes grupos:

a.- Los que aceptan un Dios Justiciero. Estos parece que

no van a poder creer en Dios, si no hay un infierno lleno de

malvados pagando eternamente sus pecados.

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b.- Los que intentan compaginar eso con su fe en Abbá.

Este último grupo se siente muy desconcertado por

tantas citas de la Biblia y de los evangelios hablando de

llantos y rechinar de dientes para los malos.

Ciertamente, el Evangelio es a veces desconcertan-

te, y obliga a no interpretar al pie de la letra sus frases, sino

a la luz del conjunto del Mensaje de los 4 evangelistas.

Nos movemos entre dos polos, y debemos elegir

entre renunciar a la fraternidad para quedarse con la

justicia, o renunciar a la justicia para quedarse con la

fraternidad.

Pero hay una tercera vía: reconocer que Dios está

más allá de nuestras medidas: justicia y salvación universal

nos parecen contradictorias. ¿Lo son para Abbá? (Cuando

fulmina a los ricos añade que para Dios todo es posible).

No sé cómo se puede compaginar la justicia con la

salvación universal, pero sí sé que creo en el Amor Todo-

poderoso. Y por eso, porque creo en Abbá, espero que en

el banquete final no ha de faltar nadie. ¿Cómo se arreglará

Dios para que esto no sea una injusticia? Pues quizá tenga

algo que ver con la conversión completa del corazón de

todos los hombres, los buenos y los malos.

Hay 2 parábolas significativas: La del Hijo Pródigo,

en la que el mayor (el bueno) protesta, y la de los

Viñadores, donde hacen lo mismo los que habían trabajado

de sol a sol. A todos ellos (que son los que han obrado

correctamente) cabría preguntarles si se consideran tan

buenos como para merecer el paraíso, o necesitan también

-como “los malos”- una conversión de su corazón.

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Pero volvamos a las citas evangélicas: ¿Dijo Jesús

estas cosas con esas palabras? ¿Las dijo como elementos

esenciales del mensaje o como metáforas? ¿Añadieron

estas frases los redactores, convencidos de que era eso lo

que quería decir Jesús?

Solo podemos sugerir dos buenas pistas para su

interpretación:

• Las citas del fuego y de la perdición eterna están todas en

relatos hiperbólicos, como para dar más fuerza dialéctica.

• La actuación de Jesús es, permanentemente, el interés

por la salvación de todos, adelantándose a ofrecer la salud

sin esperar al arrepentimiento.

Y esto despierta en nosotros la esperanza de que

«los elegidos» no sean unos pocos que se salvan de la

catástrofe general, sino en principio todos, porque sin eso

apenas podríamos creer en Abbá, y eso sí que no.

Lo peor que le puede pasar a una madre es que se

le muera un hijo. A las madres se les mueren los hijos

porque no tienen poder para retenerlos en la vida. Pero

creemos en Abbá, y a Abbá no se le mueren los hijos,

porque tiene poder para que esto no suceda “Nadie puede

arrancar nada de las manos de mi Padre” (Juan10,29).

Así llegamos a la misma conclusión de siempre: Se

nos invita a buscar menos cerebro y más corazón, menos

prepotencia y más humildad, menos metafísica y más amor.

En suma, menos certeza de conocimientos y más confianza

en Abbá..

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¿Juez o Padre?

Seguimos con el tema: Ante la escena de un Jesús

glorioso, que llama a los “benditos”, invitándolos a tomar

posesión de su Reino, mientras que rechaza a los

“malditos”, ¿cómo reaccionar?

¿Con el temor propio de quien se enfrenta a un juez

severo, de modo que, aunque en el fondo usted piensa que

tiene las de ganar, no respirará tranquilo hasta escuchar la

sentencia absolutoria?

¿O quizás recuerde las palabras de Jesús a

Nicodemo: Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al

mundo (todo), sino para que el mundo se salve por medio

de él (Juan 3,17)? ¿Tal vez recuerda también aquellas

otras: Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no lo

juzgo: pues no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo

En definitiva, ¿cuál es la imagen más auténtica de

Dios: la de un juez implacable o la de papá?

La Revelación contenida en esas palabras es la que

llevó a Pablo a exclamar: Si Dios está de nuestra parte,

¿Quién estará en contra? El que no reservó a su propio

Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos

va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién será fiscal de

los que Dios eligió? ¿Si Dios absuelve, quién condenará?

Repito aquí, porque viene al caso, a Juan Pablo II:

“Nuestra salvación es un acontecimiento colocado en la

encrucijada de dos misterios: el de la misericordia divina, in-

finitamente más grande que nuestros pecados, y el de la

libertad, que es un gran don pero también el gran riesgo del

ser humano”.

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La fe no es otra cosa sino la confianza del hijo que

sabe cómo es su Padre y se atreve a volver a la casa

paterna, aunque se reconoce pecador.

Pero, obviamente, confiar no es abusar. Supongamos

que usted es padre o madre y tiene un hijo que es una cala-

midad, pero que, cuando mete la pata, cae en la cuenta del

disparate que ha hecho y pide sinceramente perdón, aña-

diendo que nunca lo volverá a hacer. Estoy seguro que le

perdonará, aun sabiendo que probablemente recaerá.

Supongamos ahora que el hijo se haga esta reflexión:

“con papá y mamá da gusto; aunque haga una barbaridad

siempre me perdonan. Esto es una mina. Puedo hacer lo

que quiera. Lo único que necesito es soltar unas lágrimas

de cocodrilo y vuelta a empezar". Yo le pregunto: ¿en este

caso, puede usted perdonarle? Yo diría que no, y no porque

usted no desee con toda el alma hacerlo; sino porque la

actitud de su hijo, burlándose del sentimiento más sagrado

de la paternidad, que es el amor, impide que el perdón que

usted está dispuesto a concederle le llegue a él. Usted

sigue siendo padre o madre, pero él ha dejado de ser hijo.

Sólo cuando vuelva a serlo podrá recibir el perdón. Por eso,

y para evitar estos abusos, San Agustín nos alecciona:

”Maldito el que peca con esperanza de perdón”.

Pero aún en este caso, oímos a Isaías 49, l5: “¿Puede

una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo

de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no le

olvidaré”. Y ahora vuelve la esperanza y la alegría.

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El Portal de Belem

3 consideraciones a recordar:

1.- Nos llega una buena noticia por boca del ángel:

Hay luz, hay salvación para tantos males que nos

esclavizan: Tanto luchar a codazos por sobrevivir en la

competencia de cada día. Tanto soñar, tanto envidiar, tanto

trabajar, tanto temer la enfermedad o la muerte, tanto

querer vivir bien, tanto necesitar que me respeten y que me

quieran,…Sí, no tengáis miedo. No es más fuerte el dinero,

la injusticia, el odio, la violencia. No. Dios es más fuerte

que la noche y, aunque no lo parezca, el mundo es bueno y

está bien hecho.

2.- En Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de

Dios, misterio que no nos cabe en la cabeza. Celebramos

que Dios decide hacerse como nosotros. Los hombres

luchamos por subir, por escalar, por trepar y llegar alto y

lejos. Animamos a los nuestros a sacar buenas notas, a ser

de los primeros, a estar arriba en la calificaciones porque

eso da opción para elegir lo mejor, para asegurarse un

puesto ¡y dinero! (que es lo que importa, aunque no lo

decimos tan claro)... Y Dios nos sorprende eligiendo a la

inversa: descender, hacerse semejante a los hombres,

acampar entre nosotros, ser pobre y predicar que la riqueza

es camino que dificulta la aceptación del Evangelio. Lo de

Dios es así: nos rompe esquemas y nos sumerge en los

misterio de su Amor.

3.- Y también celebramos la presencia de Dios entre

nosotros. No nos es, ahora, más difícil ni más fácil descubrir

a Dios en nuestro mundo, que lo fue a los pastores hace

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2000 años en Belén. Dios está a nuestro lado siempre,

aunque esté “oculto” con apariencias humanas, entre

“pañales humanos”. Tenemos que descubrir a Dios en la

vida de los hombres y mujeres de hoy, lo cual requiere

voluntad y esfuerzo, pues una mirada superficial puede

pasar por alto la presencia de Dios en el corazón de cada

persona, en el corazón de lo que acontece.

Que en el seno de cada familia huyamos del

consumismo galopante y busquemos mantener el

verdadero significado de la Navidad, reflejado en esta

sencilla “Carta”:

Carta de Jesús a los niños: Querido Miguel (o Natalia, o Juan, o Damián):

Nos estamos acercando otra vez a la fecha en que

celebran mi nacimiento. Siempre hacéis una gran fiesta en

mi honor y a mí me gusta que las familias se reúnan y lo

pasen bien y me alegra sobre todo que los niños se

diviertan; pero aún así, creo que la mayor parte no sabe

bien de qué se trata, que apenas sabe por qué motivo se

celebra mi cumpleaños.

Por ejemplo lo que sucedió, el año pasado, al llegar

el día de Navidad. Hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes

creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el

invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!

Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin

hacer ruido. Entré y me quedé en un rincón. ¿Te imaginas

que nadie advirtió mi presencia, ni se dieron cuenta de que

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yo estaba allí? Al final tuve que irme. Caminando por la

calle me sentí solitario y triste.

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería

extraño que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos

decidieran celebrarlo haciéndose regalos unos a otros y no

te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada

año!

¿Quieres saber lo que me gustaría que me

regalarais? muy sencillo: Que me dejarais entrar en

vuestro corazón y que me permitierais estar ahí para

ayudaros cada día en todas las dificultades, para que

podáis palpar el gran amor que siento por todos vosotros...

Porque, no sé si lo sabes, pero hace dos mil años

entregué mi vida para que tus pecados –y los de los

demás- no contaran, demostrando así el gran amor que os

tengo.

Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me

has dejado. En otro sitio escribí: “...mira, yo estoy llamando

a la puerta, si alguien oye mi voz y la abre, entraré en su

casa y cenaremos juntos”.

Solo quiero que confíes en mí, que me quieras y que

me abras la puerta de tu corazón.

Este es el mejor regalo que me puedes hacer.

Gracias. Tu amigo Jesús.

La vida oculta:

Es impresionante pensar que Él, siendo el Hijo de Dios

que se hizo hombre por nosotros, que vino al mundo a

salvarnos, que tenía una misión única y tan importantísima

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a realizar, viviera esos treinta largos años de vida oculta, de

anonimato. Su urgencia en el amor no le llevó a la prisa en

la acción y al activismo, sino que existió esa etapa que se

nos hace menos conocida porque los evangelios apenas

nos dicen que vivía sometido a sus padres, crecía en

sabiduría ante Dios y ante los hombres.

Pero no fueron 30 años perdidos en balde... Jesús

nos habla silenciosamente desde el anonimato de Nazaret

llenando de luz y de sentido nuestras vidas. A nosotros, que

corriendo a veces tras lo «importante» en nuestros temas,

olvidamos lo esencial: que las cosas pequeñas e insignifi-

cantes como son la escucha, el acompañamiento, el estar

al lado de quien nos necesite o las simples normas de

educación.... esas cosas tan banales, son a menudo las

que afectan inmediatamente a la raíz de la vida y las que

ponen ternura y luz en nuestras existencias. Las que atraen

a los que nos rodean.

Jesús empleó 30 años conviviendo con nosotros

para que comprendamos la importancia de estas normas de

buena convivencia, que a veces resultan duras.

Amad a vuestros enemigos

El amor a los enemigos es una de las exigencias más

radicales del Evangelio y un desafío cotidiano para los

cristianos que desean parecerse a su Maestro.

Sin embargo en nuestra sociedad, a la hora de abordar

el tema de la paz, rara vez escuchamos en boca de quienes

se consideran seguidores de Jesucristo, alusión alguna a

este mandato del Señor.

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Al contrario, sorprende oír peticiones como la

reimplantación de la pena de muerte o la cadena perpétua

nacidas no ya de una justicia extremosa, sino de un miedo

o de unos deseos de venganza, que son muchas veces

comprensibles por la magnitud del daño, pero que

deberíamos reconsiderar.

Sabido es que «el ojo por ojo y diente por diente» lo

único que consigue es aumentar el número de tuertos y

desdentados del mundo, cuando no el de cadáveres. Solo

alienta y acrecienta la violencia y siempre se acaba con

más lágrimas.

Jesús en el patíbulo, víctima de la suprema injusticia, se

adelanta a perdonar a sus verdugos, a los culpables de su

cruenta muerte. No espera a que se arrepientan, se

confiesen responsables del daño cometido e imploren

indulgencia. Y como El, a lo largo de la Historia millones

de cristianos martirizados, han pedido piedad a Dios para

quienes los perseguían, torturaban y asesinaban.

Es verdad que no hay verdadera paz sin justicia. Pero

no es menos cierto que sin perdón generoso, por encima

incluso de lo razonable, no es posible la reconciliación

duradera y definitiva. Ni la afrenta ni el daño sufrido se

olvidan, pero ya no duelen tanto.

Y, para entrenarnos en este difícil cambio de

mentalidad, empezar por estos 2 escalones más fáciles

1ª.- Despojémonos ya, ahora, de toda animosidad y de

todo revanchismo o venganza, frente al que nos ofenda en

las cosas leves, en los roces de nuestro dia a dia, cuando el

ofensor no pide disculpa porque, quizás, no se haya dado

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cuenta de lo que ha hecho. El perdón otorgado de esta

manera, sana al que lo concede y al que lo recibe.

Beneficia a todos, ofensor y ofendido, y nos predispone a

perdonar en situaciones más difíciles.

2ª.- No repitamos como papagayos opiniones que son

dudosamente defendibles para un cristiano. Pensar primero

Parábola del granero

Esta parábola es muy sencilla: No se trata que si

tenemos una gran cosecha, la perdamos por no tener un

granero adecuado, ni que Dios quiera aguar la fiesta al

afortunado cosechero. Se trata de que no tenemos que

poner el corazón en ese granero repleto. Cada cosa en su

sitio.

En cualquier momento nos podemos ir al otro barrio,

y todo lo demás, por muy importante que nos parezca y por

mucha seguridad que parezca que nos da, todo lo demás

cuenta menos que tener el pasaporte en regla, por si acaso.

Y una de las conclusiones razonables es no querer más a

la cosecha que al Dios que nos la ha dado.

No queremos pensar en ello, pero lo cierto es que

“el Dios que te concede la mañana, no te promete la tarde”.

Los últimos y los primeros

Yo supongo que “últimos” serán los que menos han

recibido, todos aquellos a los que no se les puede pedir

casi nada, porque no han recibido casi nada. Creo también

que los que menos han recibido son los que no han

conocido a Jesús, toda la multitud inmensa de hijos de Dios

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que han tenido que caminar por la vida sin la luz de la fe.

Estoy convencido de que un solo paso correcto de

cualquiera de ellos es más apreciado que cientos de

kilómetros míos.

Entonces empiezo a preocuparme. Me veo a mí, que

tengo cultura, representado en los sabios doctores, tan

llenos de bienes y de virtudes.

Y revisando el evangelio entero, descubro a un Jesús

empeñado constantemente en hacerme desistir de mi

veneración a “los primeros”. Veo al hijo del carpintero que

elige como discípulos a doce aldeanos sin cualificación, el

que dirige su enseñanza a la gente normal, el que no habla

con difíciles discursos teológicos sino con parábolas toma-

das de la vida corriente, el que en sus historias pone de

“buenos” a los samaritanos, las prostitutas y los publicanos,

y de “malos” a los doctores, los fariseos y los sacerdotes.

Y me pongo a imaginar la gran caravana de los santos

cuando, terminado el Juicio Universal, formemos la

estupenda procesión final hacia el Reino definitivo:

Al frente Jesús, el Primogénito; inmediatamente

después, la muchedumbre de los que no le conocieron en

esta vida y sufrieron todas las calamidades y

crueldades...Luego, todos los que lucharon por la justicia,

los que sufrieron por los demás, los que empeñaron su vida

—y quizá la perdieron— en la lucha por un mundo más

humano. Luego muchos, muchos más (mi esperanza me

empuja a desear que nadie faltará).

Y entre los últimos, por la bondad de mi Padre,

también yo, que soy en esta vida primero en alimentos,

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primero en consumo, primero en tecnología, primero en

cultura, primero en conocimiento de Jesús. Porque también

para mí habrá un sitio allá, donde se hará justicia a los

últimos, porque también para mí hay un sitio en el corazón

salvador de Dios. Eso espero.

Juicio Universal:

Jesús no está diciendo cómo acabará la humanidad,

ni dónde se reunirán todos los humanos ante el trono de

Dios. Jesús ha tomado elementos de las creencias

habituales del pueblo de Israel, que se imaginaban el final

de los tiempos como una gran concentración en el Valle de

Josafat. Pero, como siempre, introduce algunos cambios en

lo que Israel pensaba.

Empieza por dar un vuelco a la idea de bueno y malo.

Bueno es el que ayuda a los demás; malo, el que no les

ayuda. Puede ser que los buenos hayan conocido a Dios o

no le hayan conocido; puede ser que los malos hayan

conocido a Dios o no. Da igual. ¿Han ayudado?, a mi

derecha. ¿No hay ayudado?, a mi izquierda.

Y nosotros, despistados por tanto progreso, dormidos

en nuestro propio bienestar, quizás oigamos, aturdidos,

algo así como. “¿Es que no tenías tele? ¿Es que no te

enteraste de la miseria del Tercer Mundo? ¿Ni de los niños

prostituidos? ¿Ni de que tu vecino estaba en paro o de que

aquel pariente tuyo no podía sacar adelante a sus hijos?

Has sido egoísta y comodón, como el siervo que recibió un

talento y se limitó a enterrarlo, sin trabajar con él para

poder devolverlo con creces.

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El que le ayuda, es de Dios. El que no, no

Y es aquí donde entendemos que lo de Jesús es algo

que no se parece a ninguna de las que llamamos religiones,

que son un conjunto de creencias dogmáticas, unos ritos,

unos preceptos...

Porque su mensaje se resume en dos principios:

*No hay más Dios que el Padre, el que se ve -y tal

como se ve- en el Jesús del Evangelio.

*No hay otra manera de servirle que sirviendo a sus

hijos que andan aún por este mundo.

Todos los santos

Resumiendo, llamamos santos a los que se han

tomado en serio el Reino, como se lo tomó Jesús. A los

que han peleado toda su vida para que se cumpla la

voluntad de Dios, es decir, que todas las personas sepan

que son sus hijos y vivan como tales. Y hay muchos de

esos -la mayor parte desconocidos- que ni ellos mismos

se darán cuenta de que los demás los tenemos por

santos. Empiece usted a recordar personas que están o

han estado en su vida y han sido siempre positivos,

serviciales, sacrificados, sinceros, sencillos, dignos de

confianza... Hay muchos santos en nuestra vida, muchos

más de los que suponemos.

Una cosa interesante que solemos olvidar, es que los

santos son pecadores, es decir, como todos. Santo no es

sinónimo de perfecto. De muchos santos canonizados nos

constan sus defectos, sus caídas, sus errores. Y es que

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no nos elige Dios porque somos perfectos, sino porque...

con todos nuestros defectos le servimos. Los santos se

esforzaron en responder al cariño del Padre, procurando

con toda el alma servir bien, ser cada vez más útiles. Y

solo esto es lo que debemos ver e imitar en ellos.

Otra cosa más interesante aún: nosotros

canonizamos a los que nos parecen santos de entre

nosotros, cristianos bautizados de la Iglesia Católica. Pero

hay muchísimos más. El último domingo de este mes, en

la fiesta de Cristo Rey, leeremos un evangelio maravilloso

en el que se nos dice ni más ni menos en qué consiste el

juicio de Dios, quiénes son de los suyos y quiénes no. Son

de los suyos los que vieron una necesidad y echaron una

mano, como el buen samaritano de la parábola. No son de

los suyos los que vieron una necesidad y dieron un rodeo,

como el sacerdote y el levita.

Así que el sacerdote y el levita, lo mejor de lo mejor

en el pueblo judío, no eran de los suyos, mientras que el

samaritano, extranjero y hereje, sí lo era.

Al comprender esto se nos abre aún más el

horizonte. Innumerables personas de buen corazón que

han echado una mano a sus hijos, a sus maridos y muje-

res, a sus padres, a sus vecinos… son “de los suyos”.

Ahora vemos la tierra entera y toda su historia llena de

santos, de gente que ha hecho la voluntad de Dios sin

saberlo, porque no nos hace santos el mero hecho de

pertenecer a la Iglesia, sino el ayudar a las demás

personas. Así es como surge el elogio:

“Venid, benditos, porque a mí me lo hicisteis”.

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Los viñadores

A usted y a muchas personas se les ha atragantado

siempre esta parábola. Hay dos parábolas de Jesús que

suelen atragantarse: la del administrador infiel, porque

algunos piensan que Jesús está recomendando que

hagamos trampas, y ésta, la de los viñadores de la última

hora, porque el comportamiento del dueño de la viña nos

parece evidentemente injusto. ¿Cómo puede estar bien que

se pague lo mismo a los que han aguantado todo el día en

la viña, sudando y agotándose, que a los que llegaron al

caer el sol y casi ni rompieron a sudar? ¿Qué clase de

justicia tiene Jesús en la cabeza?

La historia, que empezó siendo normal, se iba volvien-

do cada vez menos creíble. No es normal que un amo esté

todo el día mandando obreros a la viña, la gente empezaría

a sorprenderse... pero luego, a la hora de pagar, ¡resulta

que a todos les paga lo mismo! Y ahora sí que la gente se

identifica mucho con los que trabajaron todo el día y

protestaron. Y no les convencería nada la explicación del

amo: “Quedé contigo en un denario, ¿no?... pues ahí lo

tienes. Si quiero darle a este otro un denario, a ti no te hago

injusticia: ¿vas a ser tú envidioso porque yo soy genero-

so?”. Ni los trabajadores de la primera hora, ni la gente que

escuchó a Jesús, ni usted están muy de acuerdo con esta

solución....

Y esto es lo que quería Jesús, exactamente esto: que

la gente se sorprendiera, que usted se sorprenda. Jesús no

está diciendo que esta actuación es justa, no; Jesús sabe

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muy bien lo importante de ser justo en la retribución del

trabajo. Él mismo ha sido un trabajador manual,

posiblemente también a sueldo. Sabe que la hermandad de

los trabajadores se funda en la justicia, en que el vago no

cobre, en que el que trabaje más cobre más... Jesús no es

un ingenuo, sabe de qué habla; Jesús sabe que el dueño

de la viña no ha actuado justamente. Pero quiere

sorprendernos para que entendamos algo más importante

aún:

Jesús no está hablando de los oficios, de los sueldos,

de los obreros. Jesús está hablando de Dios, y de cómo es

el Reino de Dios. En los oficios, en el trabajo, en los

sueldos, la justicia es muy importante. Pero Dios es más,

mucho más que justo: Es como el padre del hijo pródigo,

que no hizo justicia, no exigió restitución, no actuó

sensatamente; se volvió loco de alegría porque había

recuperado al hijo que ya daba por muerto.

Y es que una cosa es tener razón y otra tener

corazón; Lo primero es importante y buenísimo. Ya lo

sabemos. Pero lo malo es no tener corazón y ese sí puede

ser nuestro problema.

Jesús nos habla claramente de un Reino en el que

impera la misericordia, que es infinitamente superior a la

justicia, y donde sí hay corazón. Si no, ¿cómo podríamos

llamar Abba, papá, a Dios?

Fariseos y Publicanos.

Un fariseo es, por definición, un santo. Bien instruido

en la Ley, exacto cumplidor de todos los preceptos. Va más

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allá de lo mandado: si hay que ayunar una vez por semana,

él ayuna dos veces. Si hay que pagar diezmos por las

cosas grandes, él paga también por las pequeñas. Es un

santo, y lo sabe. Es normal que dé gracias por todo eso.

Un publicano es, por definición, un pecador. Está

vendido al poder, vive de exprimir al pueblo para sacar

muchas ganancias del cobro de impuestos. No pocas veces

(casi siempre, diríamos) exige a la gente más de lo justo, y

se queda con el resto. Es un pecador y lo sabe. Es normal

que, si sube al Templo, se quede en la última fila y no

pueda hacer otra cosa que darse golpes de pecho.

Todo esto es normal. Es Jesús el que no es normal.

No es normal mirar con buenos ojos al pecador público y

mostrar poco aprecio por el que es “bueno”. No es normal,

pero es habitual en Jesús. Reprendió públicamente a los

fariseos muchas veces, incluso cuando estaba invitado a

comer en casa de uno de ellos. Los comparó con aquellos

ciegos que no ven porque se niegan a ver. Hasta los insultó

llamándoles raza de víboras y sepulcros blanqueados. Por

el contrario, eligió a un publicano para discípulo íntimo,

como uno de “los Doce”. No tuvo reparo en invitarse a casa

del jefe de los publicanos de Jericó, Zaqueo, y, para colmo

de escándalos, soltó un día aquella frase tremenda: “las

prostitutas y los publicanos os llevan ventaja en el Reino de

Dios” frase que produjo enorme escándalo y aún hoy

suscita nuestras dudas.

Pero Jesús sabe muy bien lo que dice, porque conoce

el corazón humano mejor que nadie. Jesús sabe que el fari-

seo nació en una familia piadosa, mamó la Ley y las

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buenas costumbres, es hereditariamente religioso... Jesús

sabe que el fariseo ha recibido muchísimo de Dios. Jesús

sabe también que el publicano no tiene salida: no puede

dejar su mala profesión, está rechazado por todos... Jesús

sabe que el publicano ha recibido muy poco, está

acorralado por sus pecados.

Y, pensando pensando, Jesús se pregunta qué

mérito tiene el fariseo de ser tan bueno, y qué culpa tiene el

publicano de ser tan malo.

Y se da cuenta de que no es cuestión de méritos y

culpas. Mirando siempre Jesús el fondo del corazón, ve que

el fariseo está satisfecho, y el publicano angustiado. El

fariseo está satisfecho sin razón, y el publicano está

justamente angustiado. Y precisamente por esto, el

publicano está más cerca del Reino: lo del publicano tiene

remedio; lo del fariseo, no.

El error del fariseo es pensar que “sus virtudes” son

méritos propios y espera ser premiado por ellas. Y no es

así. El fariseo es “bueno” porque Dios le ha dado mucho:

sus virtudes se apuntan en la columna del debe, no del

haber. Ha recibido mucho y se espera mucho de él. Se le

aplica muy bien la parábola de los talentos: ha recibido tres,

cinco, diez, talentos: Está contentísimo, cuando debería

estar preocupado por lo que se espera de él.

El error del publicano es que piensa que no tiene

salida. Se cree culpable. Pero Jesús sabe que, más que

culpable, es víctima, es esclavo. Jesús sabe que hay

solución, que reconocerse pecador es un buen punto de

arranque para encontrar a Dios, para entrar en el Reino.

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Por eso acudían a Jesús los enfermos, los

pecadores; porque no los condenaba como culpables sino

que los trataba como a enfermos, necesitados de ayuda,

porque les daba solución para sus males.

Las palabras —y los hechos— de Jesús no se aplican

sólo a su tiempo. Son como modelos de la humanidad

entera. Usted y yo, mirando a lo más íntimo de nuestra

alma, encontramos allí a un fariseo. Estamos agradecidos a

Dios porque somos buenos, porque conocemos a Dios,

porque vamos a misa, porque ni mentimos ni robamos,

porque damos al que lo necesita. Pensamos que todo eso

son nuestros méritos: como el fariseo.

Sería muy importante que, mirando en ese fondo

último de nuestra alma, descubriéramos en él también un

publicano, una persona angustiada por sus pecados, por

sus irremediables pecados que son más fuertes que

nosotros mismos, especialmente el más sutil de todos:

creernos justos ante Dios, creer que tenemos más méritos

que otros, cuando lo que necesitamos es una pasada de

“Conversión”, término muy actual pero algo incómodo.

Si en el fondo de nuestra alma hay un publicano,

podemos acudir a Jesús. El tiene remedio para eso. Si en el

fondo de nuestra alma sólo hay un fariseo, lo tenemos

difícil. Los pecadores encontraron en Jesús su solución.

Los justos, no. (No quisieron “convertirse”).

Y así Jesús, una vez más, lo pone todo al revés, es

decir, en su sitio: me preocupan mis pecados, desde luego,

porque me aprisionan, porque no me dejan ser yo, porque

me estropean y estropean mi mundo... Pero cuento con

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Dios para curarme de ellos, sé que Dios conoce mi barro,

sé que es mi aliado en la guerra que tengo contra mis

propios males. Sin embargo, lo que me preocupa de verdad

son mis cualidades, mis potencias, mi fe, porque eso me lo

ha regalado Dios para algo, eso es lo que Dios ha invertido

en mí, y de eso me pedirá cuentas.

Y otra consideración: cuando Jesús está hablando de

que “os llevan la delantera”, o que “son antes que

vosotros”, nos dice que también nosotros, los fariseos y

“justos” del mundo entero, recibiremos la mirada compasiva

de nuestro Abbá.. Eso espero.

Pero antes que nosotros los que menos recibieron,

los que le necesitaron más.

El Sermón de la Montaña (5 Comentarios sobre “la riqueza”)

“1”.- En su sermón programático, comienza Jesús por

llamar dichosos, contra la estimación general, a los pobres,

y pobres materiales según el Evangelio de Lucas que quita

toda ambigüedad posible al término “pobres” al

contraponerlo al de “ricos”: “Pero ¡ay de vosotros, los ricos,

porque ya tenéis vuestro consuelo!” (Lucas 6, 20.25). Los

pobres son dichosos porque de ellos es el Reino de Dios.

¿Cómo reaccionarían, al enterarse de este absurdo

mensaje, las clases superiores: La acaudalada aristocracia

sacerdotal (saduceos) a base de los diezmos y de las tasas

del Templo; la nobleza laica (“los ancianos”), grandes

terratenientes; los “herodianos” (beneficiados con los

impuestos); los prestamistas, etc.?

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Sin embargo, además de que no hay nada

automático, y menos mágico, en las exigencias y promesas

de Jesús de Nazaret (las simples realidades materiales,

pobreza o riqueza, no constituyen por sí actos humanos),

cuando Jesús promete a los pobres el Reino de Dios no

convierte a éste en el Reino “de los pobres”. El Reino se-

guirá siendo de Dios, ése es su carácter inmutable, aunque

estén más cerca de formar parte de él, los pobres que los

ricos.

Jesús no sacraliza la miseria, como si fuera el nuevo e

insospechado talismán que por su fuerza oculta acerca a

Dios y santifica sin más al pobre. Jesús, en la sociedad de

su tiempo y dada su profesión de carpintero, no fue lo que

se entendía por “pobre”, aunque en alguna ocasión haya

vivido como tal. Lo mismo se puede afirmar de sus más

próximos seguidores, los doce, las mujeres que le acom-

pañan, sus amigos, etc.

Como hombre realista y conocedor del corazón

humano, Jesús debió de experimentar que, si la pobreza

puede en ocasiones acercar a Dios, en no pocos casos es

motivo o excusa para negar su existencia o alejarse de El,

unas veces por un afán de adquirir los bienes necesarios,

pero otras por acrecentarlos insaciablemente.

De semejante manera, las riquezas por si mismas no

son un obstáculo para entrar en el Reino de Dios. No

obstante, dada la condición humana y abiertos los ojos a la

realidad, Jesús no disimula la dificultad extrema de éstos

para aceptar el Reino de Dios o hacerse miembros de él. Al

ver cómo se aleja contrariado aquel joven, buen israelita

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pero muy rico, un dejo de tristeza amarga sus duras

palabras:

“Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los

cielos! Más que para un camello pasar por el ojo de un

aguja”

A nosotros, los que tenemos un cierto nivel

económico y queremos seguir a Jesús, estas frases nos

han producido siempre un escalofrío.

Luego Jesús recalca la dificultad, y remite su solución

a la ayuda de Dios: “Para los hombres es imposible, pero

no para Dios, porque para Dios todo es posible”. El

contexto y el estilo oriental dan a entender que el milagro

consistiría en que el rico se desprendiera de sus riquezas o

de su apego a las mismas, constituidas en valor supremo,

porque ahí está su corazón, y no se puede servir a la vez a

Dios y al dinero.

“2”.- El Evangelio de hoy, es verdaderamente difícil. Ya lo

manifestaron los discípulos que, como dice el texto, “se

quedaron espantados”. Este espanto es lógico:

Para la religiosidad judía, había una fuerte tradición

según la cual la riqueza era un signo del favor de Dios. Los

grandes patriarcas del Antiguo Testamento eran hombres

ricos y el salmo 34 dice que “los que buscan al Señor no

carecen de nada”. Pero esta tradición que relaciona la

riqueza con el favor de Dios no es la única en la Biblia, y ya

Amós había criticado duramente a aquellos que añaden

posesión a posesión...

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Jesús se distancia de esa tradición: el Hijo del hombre

vivió durante 3 años de la hospitalidad de otros. En sus

“malaventuranzas” exclamará: “Ay de vosotros los ricos,

porque ya habéis recibido vuestro consuelo”. Es una línea

que se continúa con su afirmación de que no se puede

servir a Dios y al dinero, con la parábola del Epulón y el

pobre Lázaro, con la del que almacenaba su cosecha en los

graneros, Etc... Y, sin embargo, tampoco ésta es la única

tradición de Jesús: no pide a Lázaro y sus hermanas –sus

amigos- que renuncien a sus bienes, así como tampoco lo

hace con José de Arimatea y Nicodemo; Zaqueo dio a los

pobres la mitad de su hacienda... pero se quedó con la otra

mitad.

La doctrina de Jesús sobre la riqueza es compleja: en

el tema de la riqueza está el Jesús radical y el Jesús

moderado. Está el Jesús para el que la riqueza está

totalmente vinculada con el mal, y el que aconseja un uso

prudente de las posesiones para ayudar a los menos

afortunados. Está el Jesús que dice a algunos que den todo

y el que aconseja a otros compartir lo que tienen. Está el

Jesús que subraya cuán egoísta e impío puede ser el rico y

el que experimenta cuán generosos y temerosos de Dios

pueden ser los que lo usan para el bien. Hay una tensión,

como en otros temas, entre el Jesús radical y el moderado.

¿Qué nos puede decir todo esto a nuestras vidas?

Por una parte, Jesús radical nos debe interpelar

siempre. Para un cristiano, nada, absolutamente nada,

debería estar por encima de Cristo, por encima de su dere-

cho a dominar en su corazón. Y, como decía San Ignacio

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en el mismo inicio de los Ejercicios, “ni mi riqueza, ni mi

salud, ni mi ciencia, ni mi poder ni siquiera mis seres más

queridos o cualesquiera cosa que yo poseo...”. Siempre

existe el peligro de que lo que es mío, pueda convertirse en

el centro de mi vida. Cuando sucede esto, Cristo pasa a

ocupar el segundo lugar; no escuchamos su mandato o su

invitación a dar todo o sólo la mitad. El Jesús radical nos

plantea siempre la pregunta: “¿Qué es lo que gobierna mi

vida... el reino de Dios o mis cosas, mis negocios?”

Por otra parte, el Jesús moderado me dice que todo

lo que poseo es don de Dios y contiene espléndidas

potencialidades cristianas. Porque todo lo que es don de

Dios no está para encerrarlo en nosotros mismos, sino para

acercarnos a los demás. Y no importa cuáles sean nuestros

dones: millones o el pequeño óbolo de la viuda del

Evangelio. Porque Jesús puede decir a alguien: da todo lo

que tienes y sígueme, y a otros: comparte lo que posees,

úsalo para tus hermanos; emplea tu poder para la paz, tu

sabiduría para reconciliar, tu conocimiento para abrir

horizontes, tu misma debilidad para dar fortaleza, tus dotes

artísticas para mejorar o alegrar el mundo, etc.

. La forma de compaginar estas aparentes

incoherencias es aceptar el valor social del dinero, que solo

será una bendición si lo consideramos un adorno –la

guinda- del gran cúmulo de dones recibidos, y lo

administramos con generosidad dando hasta que nos

duela y dando con alegría, sin pensar si será bien

empleado o no. (Es el “Dejaos engañar por los pobres” de

S. Juan de Ribera).

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Dios siempre nos ganará en generosidad, y …

“por cada cosa que demos, El nos dará dos”.

Frank Sinatra nos lo demuestra: Era un cantante

divertido y vividor, nada destacado por su religiosidad, pero

daba siempre mucho dinero a organizaciones caritativas. Y

él decía: “No sé por qué, pero todas las mañanas Dios

parece arrojarme dinero. ¡Todo lo que hago es intentar

devolvérselo! Y me ha funcionado durante años”.

Sin proponérselo vino a confirmar lo que ya decía el

Profeta Malaquías, cuando Dios pide a los israelitas que

aporten el diezmo de sus ganancias (ya quería implantar el

“Impuesto sobre la Renta”), y les añade “Haced la prueba

conmigo… y veréis como os abro las compuertas del cielo,

y derrocho sobre vosotros bendiciones sin cuento”. Es muy

claro: “Haced la prueba…” ¿Qué estamos esperando?

No es fácil aceptar que todo es solamente don de

Dios, y que tenemos que estar atentos para escuchar sus

contínuos avisos. Y además siempre pidiéndole que no nos

deje caer en la tentación de la avaricia, porque la riqueza

nos arrastra al apego al dinero, radicalmente incompatible

con la libertad necesaria para seguir a Jesús.

Jesús dice –para darnos ánimo- que este desprendi-

miento es muy difícil para nosotros, pero no para Dios. Él

es el que riega todos los dias la semilla que ha plantado en

nosotros y se encarga de que la planta crezca. Es el amor

todopoderoso. Pero no nos confiemos, la paciencia de los

jardineros tiene un límite.

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“3”.- Jesús no nos dejó ninguna fórmula universal, ni

científica ni humana, para resolver el problema latente, pero

condenó una distribución de los bienes tan desigual como

injusta. El Cristo del Evangelio defiende a los pobres

Todos sabemos que si fuéramos generosos, habría

para todos y no existiría ese 80 por ciento de personas que

viven por debajo de lo mínima imprescindible. Y también

que el dueño de todos los bienes de la Tierra es Dios. Las

personas somos administradores. Dios quiere que todos

tengan lo necesario para vivir. Sin embargo, ahí tenemos lo

mucho que nos sobra a pocos y lo mucho que les falta a

muchos.

Juan Pablo II decía:

”Sed sencillos, porque la sencillez ya es caridad”.

Seguro que con menos diversiones, ataduras y gastos

podríamos ser más libres y más felices.

(Si solo por estética somos capaces de hacer

dietas,¿Por qué no hacemos un “Dia del Ayuno Voluntario”?

Podríamos juntar este y otros pequeños ahorros en una

“hucha para la solidaridad”, que da un interés del 100x1.

Recordemos que haciendo más pobre nuestra mesa –que

no cambiando pollo por gambas- aprendemos a superar el

egoísmo y a vivir en la órbita del don y del amor).

Y sigue : “Mientras haya pobres y miserias, el cristia-

no que tenga un corazón compasivo hacia los necesitados,

debe conformarse con una vida digna pero sin lujos”.

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“4”.- (Prepárate para temblar)

¿Cómo te puedo llamar Padre, si mis hermanos se

mueren de hambre?

Me lo pregunto, y apenas sé cómo responder. No

puedo aducir ignorancia. Los hambrientos están en

nuestras salas de estar, en la televisión. Queramos o no, no

podemos cerrar los ojos a las patéticas escenas de niños

esqueléticos con madres de fláccidos senos, que se han

convertido ya en parte de nuestra sociedad de consumo.

Señor, sé que los que se mueren de hambre no son

unos pocos infelices; son millones y millones de hombres,

mujeres y niños... Es una escena horrible, es el gigantesco

desarrollo, a escala mundial, de la parábola bíblica del rico

Epulón y del pobre Lázaro...

Frente a esta enorme muchedumbre, palidecen

todos nuestros problemas... Se resquebrajan nuestras

certidumbres cristianas y nuestros valores «civilizados»...

¿Por qué? ¿Hay culpables de esta injusticia? ¿De esta

desigualdad? ¿De este dolor tan grande? Es un crimen, un

montón de crímenes... ¿Quiénes son los culpables? ¿La

sequía? ¿Las estructuras y los mecanismos financieros?

¿Los títeres políticos? ¿Nuestra indiferencia? ¿Mi

egoísmo?

Unos más, otros menos, un poco todos... Unas veces

queriendo, otras sin querer, unas veces sabiendo, otras sin

saber, unas veces viendo, otras sin ver...

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La realidad es que ellos son demasiado pobres, y

nosotros, demasiado ricos... Que ellos no saben qué comer,

y nosotros no sabemos cómo adelgazar... Y Lázaro está en

nuestro portal, en nuestra sala de estar, cubierto de llagas,

esperando unas migajas.

Querido amigo: No se trata de derramar una lágrima,

lo cual es demasiado fácil……se trata de no ser egoísta, de

no aceptar ya ser felices solos,

- Porque no somos cristianos si aceptamos vivir con

caprichos, mientras muchos lo pasan muy mal.

- Porque no somos cristianos, si llamamos a Dios Padre,

pero regateamos el pan al hermano.

“5”.- La tragedia de la pobreza, y de una pobreza

extrema, es tal que contínuamente se presentan al

evangelizador las tremendas preguntas:

¿Cómo anunciar el Evangelio como un mensaje de

vida, en una situación que lleva el sello de la muerte?

¿Cómo hablar de Dios a un pueblo que muere de miseria?

¿Cómo agradecer a Dios el don de la vida desde un

realidad marcada por la muerte? ¿Cómo decir a un pobre

que vive abocado a una muerte prematura: “Dios te ama”, o

más todavía: “Dios te ama preferentemente”?

El misionero no es un experto en agricultura o en

edificación, pero aunque lo que se le pide es que hable de

Dios y levante su espíritu, debe buscar por todos los

medios la ayuda para salir de esa miseria (como el

mallorquín Fray Junípero Serra, que en su éxodo a tierras

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de California solo se llevó un Crucifijo y un arado, y acabó

fundando casi todos los pueblos de por allí).

Más sobre las Bienaventuranzas

Jesús se atreve a hablar de bienaventuranza, de

felicidad. Y le escuchamos quizá con cierto recelo porque

no creemos que se pueda ser feliz así, y porque miramos la

vida de Jesús, una vida pobre, un andar por los caminos

siempre bajo sospecha, desprestigiado y humillado, y una

muerte horrible. No nos apetece decir de él: «éste sí que

fue feliz”.

Pero ¿Lo fue? Pues… “Depende”, diría un gallego.

Nuestra sociedad está organizada como un ciclo

basado en las festividades de la Iglesia. Situémonos por

ejemplo en el mes de Enero:

Ya se fue la Navidad. Tuvimos cuatro semanas de

Adviento para prepararla y probablemente las perdimos.

Celebramos la Navidad con cigalas y turrones, pero segura-

mente no hicimos más oración ni compartimos lo nuestro

con otros más que otras veces. Se fue la oportunidad de

mejorar. Se diría que montamos un alegre guateque en vez

de ascender poco a poco hacia la cumbre.

Y entramos en Cuaresma. Con nuestra estupidez

habitual, la convertimos en tiempo de colores morados y en

cánticos que le piden a Dios «no estés eternamente enoja-

do» y demencias semejantes. Pues no vale para nada,

porque ni el Padre está enojado ni hay por qué vestirse de

luto. Esto es accesorio. Hay que aprovechar la ocasión para

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leer el Evangelio, orar con él, dejarse impactar por Jesús,

cambiar un poco a mejor, desprenderse de lo que nos

limita, liberarse, acercarse a los que necesitan algo de mí,

comprometerse un poco más, perdonar y pedir perdón.

Todo un programa de ascenso en nuestra montaña.

Viene luego la Pascua, la fiesta de las fiestas, el

mensaje de los mensajes: Que la Resurrección de Jesús es

nuestra garantía. Es otra oportunidad que quizá volvamos

a desperdiciar pensando en “la Mona de Pascua” (o sea, en

si vamos a ir esquiar o si será mejor ir a la playa; y poco

más). Y pasará el tiempo y el mensaje.

Acabamos así el año, parecido al anterior y al

siguiente.

Tanto si nos aprovechamos de todas estas

ocasiones como si no, nuestro Padre nos seguirá

esperando hasta que se nos acabe nuestro viaje, y quizá

entonces sí podamos responder a la pegunta de si Jesús

fue feliz: Si lo que importa es llegar a la cumbre, Jesús lo

fue por completo. Pudo decir “Consumatum est”, que quiere

decir “Misión cumplida” y, dentro de sus dolores, pudo estar

contento por haber resistido hasta su última tentación, la de

enviarnos a todos nosotros a paseo.

Cuando visitamos el Castillo de Javier, el guía nos

hizo notar la llamativa e impactante cara de felicidad que

tenía un Cristo antiquísimo que se venera en su capilla y

cuya expresión comprendemos ahora perfectamente (los

que sois esquiadores tendréis ocasión de ver otro Cristo de

la misma escuela románica, en la Iglesia de Artíes). Allí

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vemos que Jesús sí fue feliz, había acabado su camino

habiendo hecho bien su deber, y estaba satisfecho.

Pero ¿Sus ocho Bienaventuranzas, son el camino

adecuado para conseguir nosotros nuestra felicidad?

Pues ya no digo “depende” sino “sin duda”.

Jesús nos da este amplio programa porque no

conoce ricos que no se mueran y acaben perdiéndolo todo.

Ni ricos que no necesiten cada vez más, ni ricos que

compren cariño con su dinero. En suma, que “los ricos

también lloran”.

Jesús antepone el corazón a la ley, y ofrece una

forma nueva de vivir, no basada en acumular sino en un

amor solidario que ayude a vivir en paz, con alegría interior,

y a sobrellevar mejor los problemas de nuestro camino.

Sí, sin duda estas Bienaventuranzas son el camino

adecuado para ser felices aquí, y para tener un final feliz.

Nos propone un cambio radical en la forma de entender y

vivir nuestra vida.

Ayuda solidaria

Relacionada con la riqueza está la virtud de

compartir: «Que cada uno ponga al servicio de los demás

los dones que haya recibido, como buenos administradores

de las diversas gracias de Dios».

La variedad de dones es inmensa. Cada uno tiene el

suyo y, por tanto, tiene su función específica en la

comunidad.

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¿Tu tienes algún título? ¿No has pensado nunca en

poner a disposición de los demás algunas horas a la

semana para enseñar al que no sabe, o al que no tiene

medios para estudiar? ¿Sabes Inglés, o te gustaría enseñar

el castellano elemental a los inmigrantes?

¿Tienes cualidades especiales para consolar?

¿O, tal vez, para llevar una casa, para cocinar, para las

manualidades o para confeccionar con poca cosa ropa útil?

Mira a tu alrededor para ver quien tiene necesidad

de ti, y hacia tu interior, para ver si tienes algo de tiempo

libre que podrías llenar ayudando.

El que ayuda recibe más de lo que da (eso es lo que

se dice, y probar no cuesta nada).

Defensa del “pobre de espíritu”

Los pobres de espíritu tienen el corazón sencillo.

Desprendidos de sí mismos, gozan de una gran

libertad sin ataduras ni esclavitudes. No contabilizan el bien

que hacen, dejan el juicio de su vida al Padre que ve en lo

oculto. Y saben que todo es pura gracia de Dios, que llega

a lo que su esfuerzo no alcanza. Ese reconocimiento de su

pobreza, de su necesidad de Dios, es la raíz misma de su

gozo.

Tratan de no dejarse vencer por los problemas. No

codician ni el tener, ni el poder, ni los primeros puestos. Y

es que no buscan su seguridad en los bienes.

Por eso los pobres de espíritu no sólo creen en Dios,

sino creen a Dios: “No andéis preocupados, porque vuestro

Padre os ama y quiere daros el Reino”.

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Los pobres de espíritu no viven en una infantil ingenui-

dad, ni esperando un maná que les ahorre los esfuerzos de

la lucha por la vida. La Providencia de Dios, en la que se

confían, no les suprime la carga, pero les sostiene para

llevarla. No olvidan aquello de “A Dios rogando, y con el

mazo dando”, pero experimentan en su corazón, desde la

fe, que el Reino de Dios ya está empezando en ellos. Por

eso gozan de una extraña paz que el mundo no puede dar.

Son también limitados e imperfectos, y su debilidad

les hace pecadores, muy pecadores. Quizás más cobardes

y más tibios que otros. Pero confían en Dios. Dudar de la

misericordia de Dios sería para ellos el peor de los males:

“Todo el mal que has hecho es nada en comparación con el

que haces faltando a la confianza en Dios” (Claudio La

Colombière). Su pecado mismo les reafirma en el amor de

Dios. Y su vida es un contínuo padrenuestro.

(No lo olvidemos: Dudar de la misericordia de Dios, es

lo peor que puede ocurrir a un cristiano).

A César lo que es de César:

Los negocios son los negocios. Doy el dos por ciento

a Cáritas y ya no me preocupo de los problemas de nadie,

ya están justificados mis otros gastos, aunque viva como un

príncipe, porque ya he dado a Dios lo que es de Dios.

Media hora a la semana para Dios y el resto para mí.

Dios está en el Templo. Hay espacios sagrados y profanos,

hay tiempos sagrados y profanos...

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Pero... ¡todo es de Dios!. Lo del César también es de

Dios, a Dios hay que dárselo todo. “Todo es vuestro,

disponed de todo a vuestra voluntad”... ¿En qué

quedamos?

Es posible que este domingo alguien diga que lo del

tributo al César nos enseña la obligación de someternos a

los poderes civiles, o que hay que distinguir entre lo

sagrado y lo profano... Pero ¿fue realmente ése el

pensamiento y la práctica de Jesús?

Lo que cuenta el evangelio de este domingo es muy

claro. A Jesús le han puesto una trampa que consiste en

que intentan meter a Jesús en política. ¿Hay que pagar

tributo a Roma? ¿Eres partidario de la revolución contra el

Imperio? Terreno comprometido.

Jesús le da la vuelta al argumento y les echa en cara

su increíble hipocresía: no buscan ni la Palabra ni la

voluntad de Dios. Solo les interesa desprestigiarle.

Jesús pasa por encima de todas las pequeñeces,

incluso por encima de la situación política concreta, porque

lo que Él está predicando es mucho más interior, mucho

más profundo, mucho más salvador que todos los dilemas

de escuela, de política y de teología barata con que quieren

cazarlo sus enemigos. Un poco más adelante, Jesús les

increpará en público, les llamará víboras, corrompidos,

ciegos, malos pastores que engañan al pueblo...

No se pueden sacar de este texto conclusiones acerca

de “qué es de Dios y qué es del César’, porque todo,

incluido el César, es de Dios.

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El dinero es de Dios, la política es de Dios, el tiempo

es de Dios, Y todo eso hay que darlo a Dios. No por lo que

dice este texto, sino por lo que dice el Evangelio entero.

El Hijo Pródigo

Estoy convencido de que el hijo pequeño sabía que

su padre era una buena persona. Después de tantos años

de vivir juntos (tenía que ser ya mayor de edad para poder

hacerse cargo de su parte de la herencia), debería sin duda

conocer el corazón de su padre.

Cuando, allá en tierras lejanas, sin un duro en el

bolsillo, humillado, cuidando cerdos y muerto de hambre,

buscando una salida a su desastre total, pensó en volver a

casa de su padre, se le ocurrieron dos cosas: primera,

inventar un hermoso sermón de arrepentimiento,

convincente y emotivo, para ablandar el corazón de su

padre; segunda, conseguir así que le admitieran como

criado, a ver si podía dormir bajo techado y comer caliente.

Todo muy razonable, desde luego.

Pero su padre no era razonable. Su padre le quería.

Le vio venir de lejos y se conmovió. Y mientras el hijo se

arrancaba con su sermoncito conmovedor, el padre le

ahogaba a besos y gritaba a todos los criados: “jUn baño

caliente, que está el pobre hecho una miseria, y ropa limpia,

y un banquete, un banquete sonado, con músicos, todo!”

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No, su padre no era razonable. El cariño le hacía

cometer tonterías y comportarse como un mal padre de

familia. Ese hijo sinvergüenza acaba de tirar por la ventana

la mitad de la herencia, con el consiguiente menoscabo del

patrimonio familiar. ¿Qué pasará cuando el padre “haga

testamento”? ¿Volverá a dividir la herencia? ¿Cómo le

mirarán los criados? Sin ir más lejos, ¿saldrá mañana al

campo a darles órdenes? Y el escándalo del banquete:

matar para él el ternero cebado para las grandes fiestas...

¡ni que hubiera llegado un príncipe!

El hermano mayor discrepa, y la verdad es que tiene

toda la razón: “ese hijo tuyo que ha dilapidado la herencia

con prostitutas”… El comportamiento del padre es

bochornoso, un mal ejemplo, un desestabilizador familiar y

social. En una palabra, impresentable.

Pues sí, lo correcto es ser a la vez justo y

misericordioso, sin que una cosa perjudique a la otra:

habría sido justo y misericordioso recibir de nuevo al hijo en

casa y que trabajara como criado muchos años hasta pagar

su deuda. Comería con los criados, trabajaría por salario, y

las cosas volverían a su orden. La misericordia puede

poner patas arriba a la justicia, so pena de que todo el

orden social se resquebraje. Y es que cuando se trata de la

herencia familiar, del ejemplo que hay que dar, de las

relaciones sociales que son el fundamento básico de la

sociedad, no se puede dejar que el corazón funcione por

libre.

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Muchas veces me he preguntado, por puro ejercicio

de especulación, cuándo perdonó el padre al hijo y cuándo

se sintió perdonado el hijo. Y he llegado a la conclusión de

que no se puede hablar de perdón:

El hijo pequeño no hizo penitencia. No hubo

reconciliación, porque el padre no estaba enemistado. No

hubo perdón, porque el padre no se movía en el terreno de

la justicia. El Padre no está enfadado, está triste porque su

hijo se le ha ido lejos y lo está pasando mal. El Padre no

pasa factura, no está perdonando porque le han pagado

una deuda. El Padre no es justo, sino misericordioso y

tiene un corazón increíble. Si los criados murmuran, si el

hijo mayor no quiere entrar en casa, es porque no son

como él. ¿Quién se atrevió a describir “El Hijo pródigo”

usando la imagen de un juicio? ¡Qué manera de

empequeñecer al padre! ¡Qué habilidad para estropear la

Buena Noticia!

Nosotros, reflejados en el hijo pródigo, volvemos a

Dios por interés cuando sentimos que se está fatal lejos de

él, y que hemos caído muy bajo. Nos encontramos

entonces con la enorme sorpresa de que el Padre no ha

cambiado nada respecto a nosotros, que nos quiere más

aún que antes, porque le necesitamos más. Volvemos a ser

hijos gratis, sin pagar, sin merecer. Y lloramos de alegría en

el banquete, donde todos celebran que hemos vuelto, que

hemos salido del mundo del temor y de la justicia, atraídos

por la fuerza del cariño de nuestro Padre.

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Y en cuanto al Hijo Mayor, ¿Cuándo despertará del

letargo de su virtud? Tiene mucho camino a recorrer,

mucha “conversión” por delante.

********

Hemos construido nuestra teología, y formulamos

nuestra fe y nuestra piedad desde modelos racionales,

jurídicos, metafísicos… y así nos va. ¿Cuándo

empezaremos a construir nuestra teología desde las

parábolas de Jesús, que para eso las dijo, para que

también nosotros lo entendiéramos? ¿Cuándo dejaremos

de dar tanta importancia a comprender, y nos dedicaremos

un poco más a sentir?

Sentir que Dios me quiere, es la más profunda, la más

válida y la única ortodoxia salvadora.

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Taller de oración

¿Cómo oraban los judíos?

Jesús nació y creció dentro de la espiritualidad judía

de su tiempo. Y así como la oración cristiana tradicional gira

en torno a la petición, la judía consistía –y consiste- en la

bendición: Comienza con el “Bendito seas, Señor, Dios del

universo” y luego concreta el motivo: ...“porque sacas el

pan de la tierra”, o lo que sea, pues se aplica a todo. . (Aún

hoy, el buen judío reza 35 Bendiciones cada dia).

Al recitar todas las bendiciones recomendadas para

cada jornada, el hombre se servía de cada goce como de

una oportunidad para volver su corazón hacia Dios, para

mantener su presencia. Y por contra, el que gozaba de

cualquier cosa de este mundo sin bendecir a Dios, cometía

una especie de sacrilegio. Como si robara aquello que Dios

estaba dispuesto a regalarle por nada.

Ahora hemos cambiado mucho:

Ya no nos ceñimos como ellos a un elaboradísimo

reglamento, que nos diga cómo hacer y cómo no hacer

cada cosa. Preferimos –y más si nos creemos algo cultos y

“formados”-- actuar en conciencia y aplicar en cada caso

los principios derivados del Evangelio. Es lógico, pero para

esto hace falta empaparse antes de él, pues solo así

podremos decidir adecuadamente.

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Decía Tagore: “Cuando estén afinadas, maestro

mío, todas las cuerdas de mi alma, cada vez que tú las

toques cantarán amor”. Traducido al castellano: que

cuando sepamos dar a todo su justo valor, sin egoísmos,

estaremos en condiciones de “Amar a Dios en todas las

cosas, y a todas las cosas en Dios”. Un ejemplo:

En cierta ocasión estaban 2 rabinos charlando de

sus cosas, y uno de ellos le dijo al otro:

- Estoy muy preocupado: Siempre he querido amar a

Dios sobre todas las cosas, pero ahora, que acabo de tener

mi primer nieto, me parece que le quiero más que a Dios.

- ¡Qué tonto eres! Tu nieto y tu exagerado amor de

abuelo, son 2 medios maravillosos para amar a Dios y no

debes rechazarlos sino, al contrario, agradecerlos.

“Todas las cosas creadas por Dios son muy buenas”

y sirven para encauzar nuestro amor hacia El. Todas

nuestras cuerdas cantan amor si están bien afinadas.

Pero volvamos a aquella familia de Nazaret cuya

forma de orar, como la de todo el pueblo, era una referencia

contínua a los salmos.

El que esté bien dotado en los campos de la poesía y

de la música (no es mi caso), podrá disfrutar reviviendo la

forma de orar de aquella época. Los Salmos, como indica la

palabra, más que para rezar están hechos para cantarlos,

para salmodiar (“no hay salmo sin música”),

Jesús se expresaba frecuentemente con frases

tomadas de estos libros que, al ser familiares al pueblo

judío, hacían más comprensible y asimilable su mensaje.

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Y otro tanto puede decirse de María, cuyo Magnificat,

el cántico que entonó en su visita a su prima Isabel y que

refleja su espiritualidad, es en realidad un mosaico de

retazos de salmos que ella, como buena hija de Abraham,

había memorizado, rumiado y aplicado a los aconteci-

mientos de su vida.

La relación entre “oración” y “salmo” era tan estrecha

en aquella cultura, que podríamos decir sin temor a

exagerar, que María muy bien pudiera haber dicho: « Cada

vez que abro la boca para orar me salen espontáneamente

trozos de salmos” (parodiando al poeta romano Ovidio, que

no pudo obedecer a su padre -que le había prohibido que

hiciera poesías- porque «cuanto intentaba decir, me salía

en verso»). Y así le salió a la Virgen su Magnificat.

El Dios de los salmos

Por encima de cualquier otro bien o necesidad, el

salmista busca a Dios porque Dios es el sumo bien, y

buscar su rostro es la obsesión primordial. «Tu rostro

busco, no me escondas tu rostro».

Resulta extraña esta frase en una religión como la

judía, en la que se prohíben todas las imágenes. Los

paganos podían ver el rostro de sus dioses en las estatuas

de sus templos. En Jerusalén, en cambio, no hay estatuas

de Dios y, sin embargo, el fiel acude al templo buscando

ese rostro inimaginable.

Dios puede mostrar su rostro u ocultarlo. Es como el

sol, que unas veces se manifiesta y otras se oculta tras las

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nubes. Cuando todo va mal, el salmista considera que es

porque Dios ha ocultado su rostro («Apenas escondiste tu

rostro, vacilé»).

En cambio hay otras ocasiones en las que el rostro

de Dios brilla, sale el sol, todo se vuelve luminoso y res-

plandeciente. El salmista desea por encima de cualquier

otra cosa que brille sobre él el rostro de Dios. “A la luz de

ese rostro se puede caminar aun en la noche”.

Y junto con la imagen de la luz para nuestros ojos

aparece la imagen del agua para nuestra sed. El deseo de

Dios es tan intenso que encuentra su mejor metáfora en la

sed. «Mi alma tiene sed del Dios vivo»

Para los judíos, este deleitarse en Dios está muy

centrado en el lugar del templo. Pero este gozo de

participar en el templo no viene solo del encuentro con

Dios. Viene del placer de la música, del canto, del

encuentro con toda la comunidad, de los saludos y abrazos

al entrar y al salir de las ceremonias, del descanso

sabático, de la celebración de las fiestas o de las comidas

especiales.

La adoración y la alabanza son en sí mismas una

experiencia emocionante, no un deber fatigoso. Al creyente

se le pide ante todo que se goce en Dios. «Pon tus delicias

en el Señor, y él te dará todo lo que desea tu corazón».

Todo en la liturgia debe contribuir a crear una experiencia

agradable e inolvidable: la belleza del edificio, el perfume

del incienso, el colorido de las flores y, por encima de todo,

la calidad de la música y el canto. El judío piadoso que reza

los salmos es alguien muy sensible «al gozo que produce la

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dulzura del Señor». Tiene un sentido muy fino para captarla

y poder disfrutar de su cercanía de Dios.

Hoy en día, de este tipo de placeres no saben nada

las personas que no han desarrollado un sentido religioso.

Se aburren en la iglesia de la misma manera que otros se

aburren en un concierto o en un museo. Y es una lástima

que nosotros hayamos perdido esta sensibilidad.

Los Salmos históricos

En los “salmos históricos”, fundamentalmente

establecían una comparación de nuestra vida con las

peripecias sufridas por el pueblo judío.

Individualmente, esto nos ayuda a convertir nuestra

historia personal en fuente de oración, leyéndola con las

mismas claves con las que el salmista lee la historia de

Israel. Así podemos recordar los episodios más dramáticos

de nuestra vida, contrastándolos con la larga serie de

caídas y calamidades de Israel, siempre seguidas de

reconciliaciones. Nos enseñan a leerla como lo que es: Una

historia de salvación, en la que combaten nuestra natural

tendencia a desviarnos del plan de Dios, y la perseverancia

del Dios fiel que acaba siempre superando todas nuestras

resistencias.

Recordaremos así nuestras faltas pasadas, pero no

para marearnos con una culpabilidad neurótica, sino para

gozarnos en el perdón recibido y para rectificar nuestras

malas tendencias, siempre latentes.

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Estos salmos, al reconocer la huella del paso de Dios

por los “renglones torcidos” de nuestra existencia, nos

ayudan a confiar en que no hay situación tan desgraciada

en la que el Espíritu de Dios no esté ya aleteando,

reutilizando nuestras basuras, nuestros escombros en la

reconstrucción de un nuevo templo en nosotros.

Tenemos la seguridad de que nuestra historia de

salvación también tendrá un final feliz. Y cuando uno sabe

de antemano que la película acaba bien, no se sufre tanto

al contemplar las escenas más dramáticas, en las que

parece que ya está todo perdido. Por eso se dice que los

Salmos transmiten paz y alegría. (Y pdor eso el Rey David

cantaba sus “mañanitas”).

Los Salmos de lamentación

Generalmente, tendemos a ser demasiado indivi-

dualistas en nuestra oración.

Pero en la medida que nos identificamos con un

pueblo y hacemos nuestras sus crisis y las dificultades por

las que pasa, estas llegan a dolernos como nuestras. El

destino de la comunidad y el nuestro se funden. El orante

ya no es un yo, sino un nosotros.

El pueblo judío tenía establecida la estructura de

estas lamentaciones comunitarias, que ponía en marcha

ante las desgracias que periódicamente sufría y de las que

ya había amplia experiencia en la época de Cristo. Venían

reflejadas en lo que se llama los “Salmos de lamentación” y,

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en general, era un conjunto muy bien estructurado que

constaba siempre de apelación, queja y demanda.

a.- La apelación pone en comunicación al que invoca y al

invocado. Desde el principio el fiel desea encontrarse con

su Dios, y este acercamiento se hace más urgente incluso

que la solución del problema. Por eso lo primero es pedirle

atención. Hay una lista de imperativos: “Muéstrate, álzate,

despierta, acuérdate, inclina tu oído, respóndeme”. Etc.

b.- Una vez establecido el contacto, se formula la queja

dirigida a Dios en forma de pregunta: “¿Por qué?”, “¿Hasta

cuándo?” que expresa desconcierto, ansiedad, impaciencia.

El salmista desahoga ante Dios su sufrimiento. Es la

parte más desarrollada. Contiene descripciones literarias

dramáticas de las pruebas por las que el pueblo ha tenido

que pasar: matanzas, destrucción de ciudades, sufrimiento

del inocente, hambre, profanaciones, impotencia, burlas de

los adversarios.

En ese momento de ausencia de Dios, de silencio de

Dios, viene invariablemente el recuerdo de las maravillas

pasadas que Dios ha realizado, lo cual renueva la confianza

en Dios: «Lo recuerdo y mi alma se expansiona.¡Cómo

caminaba hacia la tienda admirable, hasta la casa de Dios,

en medio de la multitud jubilosa!».

c.- Finalmente viene la petición de liberación en lenguaje

profundamente emotivo. “No entregues a las aves de rapiña

la vida de tu tórtola”, “Piensa en la alianza”, “Ya no

podemos más”, “Redímenos por tu amor”, “Dáte prisa en

socorrerme”. Etc.

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Cuando suframos por los males que padezca la

familia o la sociedad, tales como paro, enfermedades, crisis

de valores, hambrunas, guerras, etc. podemos utilizar estas

técnicas de los judíos, las “lamentaciones comunitarias de

los Salmos”, para poner palabras a nuestra oración, hacer

más fluido el pensamiento y hasta sentirnos algo más

acompañados. Esto nos puede ser útil.

Ayudas y consejos para orar:

1.- Se puede ser un gran “cumplidor” y no haber tenido

experiencia de Dios, Porque no se trata de un voluntarismo

perfeccionista, preocupado por medir y contabilizar una

añorada perfección propia; ni de un “estar en regla” a toda

costa para justificarnos ante nosotros mismos.

Se trata de mirar hacia Dios, más que hacia uno

mismo.

Orar es dejar que El se me acerque, dejarse querer,

pero sin intentar convencerle con argumentos o promesas.

2.- No se puede orar bien desde la ansiedad de querer

ganar la benevolencia de Dios hacia tu miseria, ni

avergonzado de ti mismo.

No te desesperes de ti, ni de tus limitaciones.

No te desprecies: Por ti mismo nunca eres digno de

Dios, pero su amor te hace digno.

3.- No podrás experimentar ese amor si sigues

considerando solamente tu cieno: Alza tu vista, acéptate

radicalmente y no te desprecias.

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De esto sabía mucho el gran pecador San Agustín,

que lo resumía en su frase “Conócete, acéptate, supérate”.

Experimenta ese amor infinito y olvida tus faltas.

4.- Nuestra oración será correcta si nos transforma la

vida cotidiana en sucesivos encuentros con Dios.

Si las ocupaciones, intereses, tensiones, acon-

tecimientos, alegrías, todo lo que pasa o nos pasa, se

convierten en lugares de encuentro de Dios.

Si vivimos con el reconocimiento de su generosidad

en cada situación concreta.

5.- Saborea el regusto que te dejó una oración o una

frase anterior. Y escuchar lo que Dios te quiera decir.

Vive la acción y la vida como un servicio a Dios en los

demás, reorientando continuamente esa intención y

realizándola con alegría y confianza. Y luchando contra el

tedio y el cansancio.

Y empieza por perdonarte a tí mismo, para poder

luego decir confiadamente: “Quiéreme cuando menos te

merezca, porque será cuando más te necesite”.

6.- En cualquier momento, aprovechar las pausas y

soledades inevitables de la vida cotidiana, los “tiempos

muertos”, esperas, trayectos, para encontrarse con el

Señor, sin dejarse atrapar o dominar por la prisa. Mirar

entonces, desde ese silencio y a la luz o con la mirada de

Dios, lo que veo, lo que me pasa o lo que estoy haciendo.

(Por ejemplo: preguntarme lo que Dios quiere de mí en esta

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situación concreta, verle el sentido a lo que me pasa, mirar

“como si yo fuera Jesús” a las personas con las que me

encuentro, etc. etc.).

Test:

1.- ¿Somos creyentes superficiales que no sienten la

necesidad de profundizar y reafirmar la fe, alimentada solo

con el escaso bagaje de unas explicaciones infantiles?

¿Aprovechamos cada Homilía escuchada para

buscar a Cristo y para que nuestra fe sea más personal y

consciente?

¿Ante las incertidumbres, las confrontaciones y

contradicciones del mundo de hoy, buscamos la luz

lealmente?

2.- ¿Nos hemos hecho incapaces de reconocer los

caminos nuevos que abre Cristo para iluminar a la huma-

nidad? ¿Estamos atentos, buscamos, el paso actual de

Cristo por nuestro mundo? ¿O somos como los discípulos

de Emaús, que caminaban con Jesús hablando sobre un tal

Jesús de Nazaret, sin darse cuenta que iban con él?

¿Vives tu cristianismo como confianza radical en

Dios?

¿Al intentar parecerte a Jesús, transmites alegría,

coherencia, generosidad, apertura?

3.- ¿Somos de los que, cuando dicen “hágase Tu

voluntad”, piensan más en camuflar una dejadez de

nuestras obligaciones sociales o familiares?

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¿Nos evadimos ante las llamadas de nuestros

prójimos, en el momento preciso en que tenían necesidad

de nuestro apoyo? ¿Nos abrimos ante los que nos rodean?

¿Damos pie para que se abran a nosotros?

¿Somos de los que no tienen nada que aprender de los

demás?

¿Hacemos un altar al “dios Dinero”?

4.- ¿Estamos llenos de prejuicios y de prevenciones con

respecto a los que no se adhieren a Cristo y a su Iglesia?

¿Hacemos juicios simplistas sobre las causas de su

incredulidad .

¿Te alegras de los éxitos del prójimo, o aceptas su

buena suerte con escondidas reticencias que muestran una

envidia que tú desconocías?

¿Te ha cuestionado alguna vez que en ocasiones

sean los malhechores los que triunfan, mientras que el

hombre honrado es atropellado? ¿Te ha llevado a dudar de

la justicia de Dios? ¿Le ha quitado fuerza a tus ganas de

alabar a Dios?

“Elogio” del pecador

Lo peor es que cuando me niego a presentarme ante

el padre como el pecador que soy, me estoy privando de la

experiencia más maravillosa de todas: Descubrir que Dios

me ama y me acoge como soy, descubrir que soy amado

en mí condición de pecador, que no tengo que hacer

méritos antes. Y que es El quien me devuelve la «gracia»,

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quien –como el padre del Hijo Pródigo- me pone el anillo en

el dedo, las sandalias y la túnica, sin esperar mi sermoncito

de arrepentimiento.

La ternura de Dios sólo se percibe desde la realidad

del pecador. Cuando no quiero mostrar mi pecado a Dios,

me privo de descubrir su ternura, que es precisamente su

amor por lo imperfecto. “Ante Dios puedes ser el pecador

que eres, no necesitas maquillarte”.

En cambio, cuando se ha tenido, como el pródigo, la

experiencia de la ternura de Dios, ¡qué fácil es sentir

ternura por los demás en su condición de pecadores!...Y

¡qué fácil es ya dejar de juzgarles!

Autoestima

La vida es un don con el que nos encontramos sin

haberlo pedido, estamos aquí “por algo” (por amor y para el

amor); y “el aquí y el ahora” es para vivirlo con gratitud

aceptando la aventura de existir con todas sus alegrías y

satisfacciones, y con todos sus riesgos y dificultades,

aceptándose uno a sí mismo tal como es, con sus talentos,

muchos o pocos pero siempre suficientes para amar y ser

amado.

La fe en el “más allá” (mejor en “El, que está más

allá”) nos debe ayudar a vivir más intensamente el “más

acá”, primera etapa de una vida que se transforma y no

termina, y que cobra así el máximo valor para nosotros.

Hay personas «devotas» que fácilmente pueden

ofrecer un «talante» y una imagen triste, sin autoestima, sin

alegría, con sentimientos de inferioridad, sin esperanza...Es

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cierto, pero no es lo propio ni lo deseable de un creyente, y

habría que buscar los motivos.

“No quiero escrúpulos ni melancolías, me basta con

que no pequeis”. (S. Felipe Neri).

Tu vales mucho para Dios

Así es. Cuando, quizás, no te queda salud, trabajo o

dinero... ¿Piensas lo importante que es tu persona en sí?

¿Piensas que nada podrá devaluarla, por ser hijo de Dios?

Recuérdalo: Tú vales mucho para Dios. Ya antes de tu

concepción fue seleccionado un espermatozoide entre

varios millones, para fecundar un óvulo único e irrepetible,

que solo estuvo “disponible” 5-6 dias. Se desperdiciaron

otros miles de combinaciones posibles, que hubieran

engendrado seres quizás más listos o más guapos que tú, y

sin embargo fuiste tú el elegido (ya naces, pues, como un

“campeón”).

Luego, tus padres, tus maestros, tus amigos, han ido

trabajándote y moldeándote, para que con tus aciertos y tus

meteduras de pata, se forje ese ser único y valioso que

eres, al que puede aplicarse lo de Ernest Hemingway (que

“la vida de cada persona –la de todos- contada con

sinceridad, resultaría una gran novela”).

¿Y para qué quiso Dios que fuéramos tan distintos

uno de otro? Pues para que fuéramos aptos, cada uno,

para una función determinada. Unas veces es llamativa y

exitosa, y otras más normal o incluso tan oscura como

puede ser, p.ej., aguantar el día a día de la atención a un

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discapacitado. Pero somos así, como llaves hechas para

una cerradura especial, en la que encajamos y somos útiles

cada uno, donde otros se encallarían. Este tipo de “sutil

trascendencia” es lo que hace que el mundo no sería igual

sin el granito de arena aportado por ti o por mí.

La moraleja es que si Dios nos ha preparado con

tanto cuidado, si Él es el que riega todos los dias la planta y

el arquitecto que construye nuestra casa, seguro que estará

deseando que le preguntemos dónde está esa cerradura

nuestra y cuál es nuestro papel en la vida, la gran pregunta

que quiere hacernos Pili:

Miss Sevilla

Pilar Domínguez es una chica muy guapa. La acaban

de nombrar “Miss Sevilla” y está muy ufana. El periodista

José A. Méndez le hace una entrevista, y en ella hace unas

declaraciones curiosas, que muestran una nueva forma de

entender los concursos de belleza:

“Hace falta que los cristianos venzamos el miedo y

demos testimonio”.

Y un poco más adelante “Con la mejor de mis

intenciones, propongo a todos los lectores que se hagan

esta pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? Quizás les ayude

a encontrar un nuevo y verdadero sentido para su vida”.

(Sabíamos que la belleza es un don del que también hay

que rendir cuentas, pero que nos lo recuerde Pili …).

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Descalzarse y escuchar

Muchas personas van a orar, y no hacen más que

seguir dándole vueltas a sus problemas. Giran estérilmente

en torno a sí mismos, sin que se abran a ninguna

perspectiva nueva.

Necesitan descalzarse y escuchar:

Descalzarse es desprenderse de nuestras preguntas,

de nuestros problemas, de nuestras seguridades e

intuiciones, de todo lo que llena nuestras mentes.

Es...como si Dios nos dijera: “¿Dónde vas de esa manera

por la vida? Ahora olvídate de todo eso, si quieres

escucharme tú a Mí, si quieres que Yo quepa dentro de ti.

Solo el abrirse confiadamente nos facilitará la

escucha de algo nuevo, de algo que no sea el mero eco de

lo que nos decimos a nosotros mismos en nuestras

cavilaciones, unas veces como complaciéndonos, otras

como atormentándonos con nuestros remordimientos, y

otras casi como para ver si Dios dice lo que a mí me

parece que debe decir.

Solo abriendo la ventana nos entrará ese aire fresco

que nos permitirá acercarnos a El. “El viento sopla hacia

donde quiere. Oyes su rumor pero no sabes de dónde viene

ni adónde va” (Juan, 3,7). Es el Espíritu Santo.

Sentirse amado

“Trasládate a alguna escena en que te hayas sentido

profundamente amado... ¿Cómo te fue demostrado ese

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amor? ¿Con palabras? ¿En miradas? ¿En gestos? ¿Un

acto de servicio? ¿Una carta?... Prolonga la escena hasta

que experimentes algo del gozo que sentiste cuando tuvo

lugar aquel acontecimiento...

¿Qué significación tiene un ejercicio como éste?

En primer lugar, rompe la resistencia que muchas

personas oponen a la experiencia del amor y del gozo.

Aumenta su capacidad de aceptar el amor y dar la

bienvenida al gozo cuando llaman a la puerta de sus vidas.

Como consecuencia, aumenta su capacidad de

experimentar a Dios, de abrir sus corazones a su amor y a

las alegrías que la experiencia de Dios produce. Quien no

permite sentirse amado por el hermano al que ve, ¿cómo

permitirá ser amado por Dios a quien no ve?”.

Jesucristo recriminó a Pedro en la Ultima Cena: “Si no

dejas que te lave los pies, no tienes nada conmigo”. Dejar

que nos atiendan y nos ayuden. Más aún, sentirse amado.

Para todo esto hace falta –quizás- un puntito de humildad.

Tibieza o miedo

A veces abandonamos, de hecho, la oración,

Mantenemos unas preces en las que no ponemos el

corazón, y que sirven inconscientemente, para acallar un

difuso descontento. Orar no es, desde luego, un hambre

interior sino algo accesorio, una rutina.

Cabrían 3 preguntas:

¿Te niegas a orar por miedo de encontrarte con

Dios?... Y de ahí tantas sutiles sinrazones para negarlo y

tanta escapatoria para olvidarle.

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¿Te defiendes de Dios por miedo de perder tu

libertad, tu intimidad?

¿O es que quieres manipular a Dios, orientarle,

enmendarle la plana, cambiar sus planes?

Maria .

La vida de María fue un continuo ejercicio de fe. Tras

su entrevista con el ángel, estaban produciéndose en ella

cambios tan radicales, tan extraños y tan increíbles para

aquella vecindad (y para ella misma), que su oración tuvo

que consistir en un sinfín de preguntas a Dios, siempre

pidiéndole explicaciones: ¿cómo? ¿para qué? ¿por qué

yo?. Luego, durante toda la vida de Jesús (tanto la pública

como la privada), María estuvo llena de sorpresas e

incomprensiones,

No es un defecto o algo malo preguntar al Señor por

sus caminos y designios. Es normal, pues Dios es a veces

muy extraño para nosotros. (Ya hemos dicho que Él piensa

de otra manera). Lo importante es aceptar, decir “Hágase”.

Ella lo hizo durante toda su vida.

La mirada de Dios

Un creyente practicante relataba:

“Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el

Señor: Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus

alabanzas, le daba gracias. Pero, ante una imagen de

Jesucristo, siempre tuve la incómoda sensación de que El

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deseaba que le mirara a los ojos... cosa que yo no hacía.

Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que

él me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte.

Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de

reproche por alguna incongruencia entre mi vida y mis

creencias. O que en sus ojos iba a descubrir una exigencia,

que hubiera algo más que El deseara.

Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había

en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a

decir “Te quiero”.

Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y

allí seguía el mismo mensaje: “Te quiero”. (Y lloré. Lloré de

vergüenza, pero también de alegría y satisfacción: Dios me

quería, cosa que ya sabía, pero que allí experimenté

profundamente)”.

El Buen Pastor

El hombre se pregunta si será amado, siendo

simplemente eso: Un ser humano. Si a pesar de aquello

que conoce de sí mismo y que no se atreve ni a recordar,

podrá ser amado.

Aquí viene la revelación luminosa de Jesucristo

como Buen Pastor. En esa tierna imagen que ha cautivado

desde siempre a los pobres pecadores que somos los

cristianos, Jesús nos asegura que podemos confiar en el

amor que conforma su rostro y su figura. Que Él nos

conoce y nos ama y nos amará hasta dar la vida por

nosotros. Libremente se presta a morir para que el hombre,

digno de ser amado, viva y viva para siempre. Éste es el

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mandato que ha recibido de su Padre: Dar la vida por los

suyo para que nadie perezca, “porque no mandó su Hijo al

mundo para condenarlo, sino para que se salve por El”.

Y porque no permitirá que nadie le arrebate ninguna

oveja (Juan,10,29). Tiene poder para ello.

Orar sin miedo

En la religión del temor, la oración se vive

esencialmente como un deber: Es preciso satisfacer las exi-

gencias de Dios; de lo contrario, ya no se podrá subsistir

ante El y su terrible juicio nos alcanzará, tal vez en este

mundo, y en el otro con toda seguridad. La oración emana,

pues, de la ansiosa preocupación de hacerse valer ante

Dios... Orar es conservar crédito ante Dios. ¡Cómo no

apartarse de semejante oración y de semejante Dios! Esa

oración no es un ejercicio de fe, sino de miedo. Esa oración

no intenta acercar a Dios, sino defenderse de El.

Y, sin embargo, “la Buena Noticia” es la convicción

de que se es amado independientemente de lo que se

haga; de que Dios nos amó primero, siendo pecadores.

Es muy importante comprobar que, cuando Dios

habla de sí mismo—en su Palabra, que es Jesús— no

habla de Todopoderoso, de Eterno, de Creador, de todas

esas cosas maravillosas que nosotros nos imaginamos.

Habla de Abbá, de papá cercano.

Nunca nadie se había atrevido a llamar “padre” a Dios,

en ninguna religión. Y menos aun Abba, papá.

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Un enfermo engreido

No sabemos qué enfermedad tenía San Pablo, pero nos

consta que le limitaba mucho e interfería con su agenda de

trabajos.

No se dio fácilmente por vencido: “Tres veces rogué al

Señor que se alejase de mí la enfermedad». Y cada vez

que la enfermedad arruinaba sus planes apostólicos y tenía

que cancelar visitas y compromisos, acudía a Dios

pidiéndole salud.

Y un día el Señor le respondió y le dijo que no se iba a

curar nunca de aquella enfermedad: «Te basta con mi

gracia, porque mi fuerza se muestra perfecta en la

debilidad». Es decir: Tu debilidad no me estorba, sino que

al revés, es preciosa para mí. No siempre lo que te estorba

a ti me estorba también a mí. Sólo cuando experimentes tu

debilidad, serás cauce limpio al poder de mi gracia.

Más o menos, como un poeta contemporáneo:

“ Quiero únicamente el canto de amor de tu corazón,

no necesito tu ciencia o tu talento.

Una sola cosa me importa: Verte vivir amando.

No son tus virtudes las que quiero,

eres tan débil que temo alimenten tu orgullo.

Te podría haber destinado a grandes cosas,

pero te he hecho para el amor

y te amo aunque seas tan poca cosa.

No te preocupes por no tener virtudes, te daré las mías.

Y cuando tengas que sufrir, te daré fortaleza.

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Dame tu amor y te enseñaré a amar

más allá de lo que nunca has soñado.

Pero recuerda: Amame como eres”.

Carta en un preoperatorio (La enferma murió en quirófano)

Jesús, ¿qué tal estás?, ¿qué necesitas de mí? Llegó

la hora. Quisiera aprovechar este tiempo que queda, Estar

consciente. Llega el dolor. He pasado mucho tiempo tan

bien... Quiero vivir contigo este momento.

Han venido ahora a extraerme sangre. ¡Jesús, qué

bueno es tener fe!. Sé que mi enfermedad y mi dolor

pueden ser válidos. Señor, me haré uno contigo en tu Cruz.

No voy a tener otra compañía. Mañana despertaré con

dolor llena de tubos, en la UVI, y no podré ver a los míos

hasta el día siguiente. Sólo te tendré a Ti. Si estoy llena

será más leve y será fructífero.

Por ellos, toma Tú las riendas de mi vida. Sé que

quieres regalarme mucho, aunque venga en un envoltorio

poco apetecible. Creo que viviré para contarlo. Si no, te

doy gracias por la paciencia tan grande que has tenido

conmigo y por tu misericordia, porque me has dado la

oportunidad de nacer a una vida nueva.

Perdóname por cuanto te ofendí. Y si Tú me quieres

viva y aliviada, que conozca lo esencial. Dame fuerza,

dame luz. Que permanezca en Ti, para tener la fuerza y el

amor que necesito.

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Madre Kaufman (Oración improvisada en TVE, entrevistada por

Mercedes Milá.- Ver” Los silencios de Dios”))

“Tú, Dios, eres la verdad que buscamos en nuestras

vidas (Mercedes también). Buscamos la verdad, la alegría,

la libertad.

Tú nos oyes, pero Tú callas. Tú callas ante nuestras

palabras y ante nuestras preguntas, ante la muerte y ante la

vida, ante nuestras luchas. Tú callas y nos es difícil aceptar

esto.

Pero Tú nos has dicho una palabra: Tú nos lo has

dicho todo en Jesús del Evangelio. Y conocemos el

Evangelio, pero no sabemos vivir como vivió Jesús.

Enséñanos a vivir como vivió Jesús”.

En otro sitio, amplía sobre el Evangelio:

“Es bueno leerlo, pero leerlo con los ojos de la fe, y

más con el corazón que con la cabeza. En pequeñas y

continuadas dosis, para que poco a poco vayan

haciéndose familiares y cercanas situaciones concretas de

su vida, en las que se evidencia que

Dios es entrega, abajamiento y servicio a su criatura, para

reconducirla a la categoría de hijo de Dios.

Y después, mejor dejarse subyugar por El.

Que nuestra vida se transforme en una experiencia

de amistad con Jesús, y pueda empaparse de su espíritu,

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en un “ejercicio de dulce y pacífico amor del alma con su

Amado” (como decía S. Juan de la Cruz), atentos a esos

momentos de súbita intimidad, “cenando juntos”.

El evangelio de Jesús no es un libro de moral, es…

una carta de amor para enamorarnos, que nos invita a que

abramos la puerta del corazón, y le dejemos entrar, “para

cenar con nosotros”. ( Ver “La Cena del Apocalipsis”)

Anthony de Melo

De joven yo era un revolucionario, y mi oración

consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para

cambiar el mundo”.

A medida que fui haciéndome adulto, caí en la

cuenta de que me había pasado media vida sin haber

logrado cambiar a una sola alma y transformé mi oración.

Comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a

cuantos entran en contacto conmigo, aunque sólo sea a mi

familia y a mis amigos. Con esto me sobra”

Ahora que soy un viejo y tengo los días contados, he

empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única

oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de

convertirme yo primero”.

Se hubiera orado así desde el principio no habría

malgastado mi vida.

(Como yo: Si este librito me ayuda a mí, ¡Chapeau! Y si a los

demás no les va, ¿A mí qué? (Juan, 21, 22). Ya escucharán otra

llamada mejor que la mía).

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Necrológica

A partir de ahora

en los muchos dias que vienen sin parar, ya no estaré

con este cuerpo junto a vosotros,

me habré ido de vuestro lado.

Solo podreis verme en el recuerdo de una foto

o en el repaso de vuestras memorias,

... pero ya no podremos hablar,

ya no sentireis el timbre de mi voz,

ni vereis la sonrisa que habitaba en mi cuerpo.

Me he ido de vuestro lado

hacia el mundo del sueño y la esperanza.

Allí, al final del túnel que hay que pasar

y gracias a la ayuda de Jesucristo,

en quien siempre he confiado

os estaré esperando, no lo dudeis

para compartir vuestra alegría con la mía,

al final del camino.

Agradecimiento

Una virtud que se va perdiendo en la vida familiar y

social es la gratitud: Nos cuesta reconocer que debemos

algo a alguien.

El individualismo y la mayor autonomía de las

personas en nuestro tiempo ha borrado la sensación de

dependencia (no solo de Dios, sino de todos los demás) y,

en consecuencia, el ser humano se cree totalmente dueño

de su destino y sólo preocupado por su propio bienestar al

que, además, supone que tiene derecho.

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Y el olvido de los deberes que esos mismos

derechos generan con respecto a los demás, da como

resultado un abanico social que oscila entre los

«convencidos» de que no tienen nada que agradecer y los

«despistados», aquellos que nunca agradecen por pura

rutina.

Para la gratitud hace falta una actitud diametralmente

opuesta: la de quien piensa que, empezando por su propia

vida, todo lo que es y tiene es un regalo, primero, de Dios y,

sea o no creyente, de sus padres, familiares, allegados o

amigos.

Cuando se vive la vida como don no cuesta nada dar

las gracias por todo y a todos. Porque, bajo esta

perspectiva, uno siempre es arrendatario y no propietario

de nada. Esa vivencia no nos lleva a ser negligente con lo

que uno administra. Al contrario, mucho más responsables,

pues no se sirve a un amo tiránico sino a un padre que nos

ha confiado lo que es suyo.

Expresemos a menudo nuestra gratitud a las

personas con las que convivimos y trabajamos: El sincero

agradecimiento -no la simple cortesía- acaba por

transmitirnos una alegría interior que cambia a mejor la

perspectiva con que miramos la vida. Haz la prueba.

Paz interior

1º Confianza en Dios

«Dios nos da en la medida en que esperamos de

Él», dice San Juan de la Cruz.. Muchos no creen en la

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Providencia porque nunca la han experimentado, pero no la

han experimentado porque nunca han confiado en ella: Lo

calculan todo, lo prevén todo y tratan de resolverlo todo por

sus propios medios en lugar de contar con un Dios, que

puede que tenga otros planes.

Todos llegamos al mundo marcados por esta

desconfianza. Y nuestra vida espiritual consiste en un largo

proceso para recuperar la confianza que nos permita

decirle: ¡Abba, Papá!

El problema de fondo es que estamos demasiado

apegados a nuestras opiniones sobre lo que es bueno y lo

que es malo, y no confiamos suficientemente en la

Sabiduría y el poder de Dios.

Si tuviéramos más fe, cosas que consideramos

malas, podrían no serlo tanto o, en todo caso, convertirse

en ocasiones maravillosas para amar más, para ser más

pacientes y más humildes, para confiarnos en Sus manos.

Estas llamadas a la confianza nos llevan a aquella

oración, supuesto mensaje de Jesús a una religiosa

contemplativa:

“¿Por qué te confundes y te agitas por los problemas

de la vida? Cuando te abandones en Mí, todo se resolverá

con tranquilidad según mis designios.

Evita las preocupaciones y los pensamientos sobre

lo que pueda suceder después. Te perjudica el querer

resolver las cosas a tu manera. Déjame el cuidado de todas

tus cosas y todo te irá mejor.

Pero no me dirijas una oración agitada, como si

quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. No me

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estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. No

seas como el paciente que pide al médico que le cure, pero

le indica el modo de hacerlo. Tú confía en mí, pero quiero

las manos libres para poder actuar”.

Ni imaginamos siquiera lo que Dios podría hacer con

nosotros si le dejásemos ser Dios, en lugar de buscar –aun

inconscientemente- nuestro protagonismo.

2º Abandono

Dios ama a los que caminan con libertad de espíritu

y no se entretienen demasiado en detalles nimios

Según el Evangelio, no es más perfecto el que se

comporta de un modo irreprochable, sino el que ama más,

que es aquel al que más se ha perdonado.

El que acepta ser débil, pequeño, caer con

frecuencia,.. ése ama más que aquel cuyo afán por su

propia perfección le empuja al desasosiego.

Y no os dejéis abatir o desalentar si os parece que

no hacéis nada, que sois cobardes y tibios. Más bien

pensad: “si no soy capaz de hacer grandes cosas, da igual.

Hago las pequeñas” (el bosque sería aburrido si en él solo

cantaran los pájaros maestros).

Pensad que Jesús ha dicho “Sin mí no podéis hacer

nada”. No ha dicho: no podéis hacer gran cosa, sino «no

podéis hacer nada».

Si pensamos que solo somos colaboradores, ni nos

engreiremos por los éxitos, ni nos deprimirán los fallos.

Hay mucho por hacer. Animo pues y, como decían los

trabajadores de Alcoy en el S. XiX, “¡¡MÁQUINA AVANT!!”.

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3º Escrúpulos

El Señor nos pide únicamente una actitud de

desprendimiento en el corazón, una disposición a darlo

todo, pero no necesariamente lo toma «todo»: nos deja la

posesión sosegada de muchas cosas, siempre que puedan

servir a sus designios y no sean malas en sí mismas.

Sabe también tranquilizarnos ante los escrúpulos

que eventualmente podríamos sentir por disfrutar de

determinadas satisfacciones humanas. Hemos de creer

firmemente que, si Dios nos pide un desprendimiento

efectivo de determinada realidad, nos lo hará comprender

claramente en el instante previsto.

4º Sufrimiento propio

¿Presentas tus lágrimas a Dios en la oración?

¿Tienes conciencia de que Dios las recoge y las guarda en

su “lacrimario”, aquel odre que usaban las antiguas

plañideras, o piensas que se evaporan inútilmente?

Mirar nuestras lágrimas como semillas fecundas que

algún día germinarán y servirán para algo, es una buena

manera de dar sentido a nuestro sufrimiento. Hay un Salmo

que dice: “Al ir iban llorando, llevando la semilla. Al volver

vuelven cantando, trayendo las gavillas”.

5º El sufrimiento ajeno

Una cosa es cierta: Dios ama a nuestros prójimos

infinitamente más y mejor que nosotros. Y desea que

creamos en ese amor, y sepamos también abandonar en

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sus manos a los que amamos.

Si ante una persona que sufre, estamos convencidos

de que Jesús lo sabe y también sufre en ella, y que su

sufrimiento es útil, ¿Cómo desesperarse ante ese dolor?

(«No os aflijáis como esos otros que no tienen esperanza»).

Saber compaginar esa confianza con nuestros

esfuerzos, hará que nuestra ayuda sea mucho más eficaz.

6º Actitud frente a nuestras miserias:

Nuestra confianza en Dios debe llegar hasta creer

que Él es lo bastante bueno y poderoso como para sacar

provecho de todo, incluidas nuestras faltas y nuestras

infidelidades.

Cuando San Agustín cita la frase de San Pablo:

«Todo coopera al bien, en los que aman a Dios», añade:

«Etiam peccata»: ¡incluso los pecados! :

Hemos de abandonar nuestra pretensión de

presentarnos delante del Señor únicamente cuando

estamos limpios y bien peinados, que puede deberse a una

malsana satisfacción con nosotros mismos.

Nuestros pecados pueden convertirse en una fuente

de humildad, y también en un manantial de misericordia

para con el prójimo: Yo, que caigo tan fácilmente ¿puedo

permitirme juzgar a mi hermano?

No nos dediquemos a pensar si Dios nos ha

perdonado o no: eso significa querer preocuparnos en vano

y perder el tiempo. Hay ahí mucho orgullo. Más bien

empecemos por perdonarnos a nosotros mismos que a

veces es más difícil que perdonar a los demás.

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Y aceptemos con humildad nuestras recaídas: A

veces parece que Dios quiere dirigir nuestra barca

demasiado lentamente, pero no nos desanimemos,

estamos en buenas manos. Que la frase del Salmo “Date

prisa en socorrerme” sea expresión de un deseo ferviente,

pero no de una impaciencia.

7º Entrevista a un psicólogo:

- ¿Qué le sugeriría a alguien que está estresado,

triste o abatido?

- Una de las más graves enfermedades del hombre

de hoy es la dispersión mental. Y la mayor calamidad que

puede suceder es no sentimos señores de nosotros mismos

y, en lugar de sentir unidad, coherencia, estabilidad

emocional, sentimos como un montón de pedazos

(entusiasmos, preocupaciones y ansiedades); entonces la

unidad interior queda desintegrada. El fenómeno que expe-

rimenta el hombre de hoy a consecuencia de todo esto se

llama «desasosiego» y, a pesar de que quiera llenar sus

vacíos con toda clase de bienes de la tierra, no puede.

Podrá ver una película, un partido de futbol, o podrá viajar.

Son evasiones, no soluciones.

- ¿Y qué es lo que hay que hacer?

- Los problemas que tienen solución se solucionan

luchando, trabajando y esforzándose. Y los que no la

tienen, en general se mejoran buscando nuestra reconcilia-

ción con todo aquello que nos resulta humanamente

desagradable. ¿Cómo? mediante su aceptación, para que,

aunque no los solucionemos, dejen de ser una fuente de

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amargura y resentimiento, que solo empeora la situación.

No se solucionan, ciertamente, pero se toleran mejor, se

sufre menos y no agravamos la realidad. No estaremos

“hundidos”, sino que los abordaremos desde una posición

de “fortaleza”.

Si en lugar de entrevistar a un psicólogo elegimos a

un confesor, quizás añada que hay que buscar la parte

positiva que hay siempre mirando a Jesús, porque

no hay otra ayuda mejor que la fuerza equilibrante de Dios

en el interior de la persona.

Y esto también cuando, como ocurre con frecuencia,

hay que actuar sobre la raiz del mal: Dios no está por la

labor de ayudar a la gente a vivir engañándose a sí misma,

sino que busca una paz auténtica, sin disimular el problema

de base que a veces puede ser doloroso o muy complicado,

como reestructurar una vida, o abordar una reconciliación

pendiente.

Pero quién sabe: ¡También puede que se limite a

decirte que dejes de preocuparte y de tener miedo!…

Porque cuando apartamos la mirada de Dios (solo El

conoce a fondo cada problema y su final), y nos fijamos en

demasía en las dificultades de un momento dado, pueden

venirnos miedos excesivos que obnubilen nuestra mente y

nos impida tomar la decisión lógica con la debida

perspectiva.

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Oraciones varias

Oración de S. Francisco

Señor, hazme instrumento de tu paz:

Que donde haya odio, yo derrame amor,

donde haya ofensa, yo aporte perdón,

donde haya discordia, yo infunda unión, -

donde haya error, yo difunda la verdad,

donde haya duda, yo comunique la fe,

d. h. desesperación, yo infunda esperanza,

donde haya tinieblas, yo traiga la luz,

donde haya tristeza, yo comunique alegría.

Maestro divino: Concédeme buscar más

consolar que ser consolado,

comprender que ser comprendido,

amar que ser amado.

Porque precisamente al dar, recibimos;

en el olvido de sí, encontramos la comprensión;

al perdonar, somos perdonados

y en la muerte, resucitamos para la vida eterna.

Oración de S. Ignacio

“Tomad, Señor, y recibid

todo mi haber y mi poseer...

...Dadme vuestro amor y gracia

que esto me basta.”

(¿En qué quedamos…?)

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Tagore.

Yo dormía...

...y soñé que la vida era alegría.

Me desperté...

...y vi que la vida era servir

Serví...

...y comprendí que servir era la alegría.

Benedictinas de Alba de Tormes

Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.

Haz de esta casa una morada de tu presencia,

un hogar cálido y dichoso.

Venga la tranquilidad a todos sus miembros,

la serenidad a nuestros nervios,

el control a nuestras lenguas,

la salud a nuestros cuerpos.

Que los hijos sean y se sientan amados,

que se alejen de ellos para siempre

la ingratitud y el egoísmo.

Inunda, Señor, el corazón de los padres

de paciencia y comprensión,

y de una generosidad sin límites.

Danos el pan de cada dia,

y aleja de nuestra casa

el afán de exhibir, brillar y parecer.

Líbranos de las vanidades mundanas

y de las ambiciones que roban la paz.

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Oración de acción de gracias (Parroquia de San José, de

Onteniente)

Gracias, Señor, por nuestros hijos. Por sus ojos, que

te miran limpios mientras se abren a la Vida.

Que se mantengan siempre capaces de ver y de atender.

Gracias Señor, por mis manos que trabajan,

cuando tantas mendigan;

Y por sonreír,

cuando hay tantos que lloran;

Y por ser positivo,

cuando hay tantos que se revuelven en pesadillas.

Y por tener tan poco que pedirte y tanto que

agradecerte,

cuando… ya me has dado hoy, el pan de hoy.

Aprender a vivir

~ Si yo aceptara a todos como son... Sufriría menos

~ Si yo comprendiera que todos cometemos

errores...Sería más humilde.

- Si yo procurara siempre el bienestar de los

otros...Sería más feliz.

~ Si yo tuviera más en cuenta mis defectos...

Sería más comprensivo.

~ Si yo confiara más en Dios y fuera menos

autosuficiente...Aprendería a vivir.

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Miguel de Unamuno

Agranda la puerta, Padre

porque no puedo pasar.

La hiciste para los niños

y yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,

achícame por piedad.

Vuélveme a la edad bendita

en que vivir es soñar.

Oración de un hippie (pero hippie hippie, del año 1980)

Gurú entre flores,

Amor entre espinas,

tres veces caes,

las mismas que Pedro no supo aceptarte.

¿Dónde están los de la boda de Caná?

¿Dónde los que curaste?

¿Dónde los que comieron tus panes y tus peces?

Estamos esperando que nos despierte el canto del gallo

Nosotros sí sabemos lo que hacemos. .

A pesar de todo… perdónanos, Señor.

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Cardenal Daneels (Rector de mi Univ. de Lovaina)

Padre de los cielos:

todos hemos vivido nuestros años de Nazaret, durante los que hemos crecido en edad y sabiduría, disfrutando del dulce calor y del secreto del hogar. A veces brilla sobre nosotros el sol de Galilea, cuando llega el tiempo de las flores y de las abundantes cosechas. Pero más tarde, todos pasamos por el Huerto de los Olivos, por el lugar del dolor y de las duras cruces. Llega la hora de la prueba, en la que se hace tan difícil aceptar tu voluntad. Quédate con nosotros en esa hora de angustia, cuando nuestros amigos duermen y estamos solos. Quédate con nosotros en esos momentos en los que el alma está abatida, esperando la muerte. Envía tu ángel consolador y enséñanos a decir, como Jesús: “Padre, hágase tu voluntad y no la mía”

Porque confío en ti. Porque te quiero.

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Oración de un abuelo

Señor: Mejor que yo sabes que estoy viejo.

Enséñame a envejecer como cristiano.

Líbrame de hacerme charlatán y de pensar que siempre

debo decir algo sobre todos los temas.

Hazme reflexivo, pero no indeciso ni melancólico.

y servicial pero no dominante.

Quítame el orgullo de sentirme indispensable

y haz que sepa alentar el entusiasmo

de los que ahora tienen responsabilidades

Libra mi mente de narrar detalles interminables.

Cierra mi boca acerca de mis muchos achaques

y dolores, siempre en aumento.

Ayúdame a escuchar y a soportar

la narración de las penas de los demás.

Mantenme amable, conformado y alegre,

recordándome que es posible que yo me equivoque.

Ayúdame a ver siempre el lado positivo y gracioso que

pueda tener la vida: Hay muchas cosas bonitas y

divertidas, y no me las quiero perder.

Y sobre todo, un ruego: No me abandones,

quiero vivir con serenidad mis últimos pasos,

en espera de que me mandes ir a Ti.

Ayúdame a envejecer así.

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Pablo Neruda

Queda prohibido levantarse un día sin saber qué hacer

No sonreir a tus problemas, o llorar sin aprender.

No vivir cada día como si fuera un último suspiro.

Queda prohibido no intentar comprender a las personas

Olvidar a toda la gente que te quiere

No tener un momento pera el que te necesita

Queda prohibido no dar gracias a Dios por tu vida

No vivir tu vida con actitud positiva

No sentir que sin ti… este mundo no sería igual.

Maimónides (Médico y filósofo judío de Córdoba, S..XII , que

murió en El Cairo como médico personal del Sultán

Saladino. ¡Menudo carrerón! )

“Oh Dios: Llena mi espíritu de amor por el arte y por

todas las criaturas.

No consientas que la sed de riquezas o el deseo de

gloria influyan en el ejercicio de mi profesión.

Sostén las fuerzas de mi corazón para que siempre

esté dispuesto a servir tanto al pobre como al rico, al amigo

como al enemigo, al bueno como al malvado.

Que mi mente permanezca clara junto al lecho del

enfermo, y no sea distraída por ningún pensamiento

extraño”.

(Oración muy actual, y no solo para los médicos).

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Sto. Tomás Moro (Canciller de Enrique VIII y decapitado

por él en la Torre de Londres)

Dame, Señor, la salud del cuerpo, y el buen humor

necesario para conservarla.

Dame una buena digestión y, naturalmente, algo que

digerir.

Dame un alma serena, que tenga siempre ante los

ojos lo que es bueno y puro, de forma que no me

escandalice ante el pecado, sino que sepa encontrar el

modo de ponerle remedio.

Dame un alma que no conozca el aburrimiento, ni los

suspiros ni los lamentos, y no permitas que me tome

demasiado en serio eso tan avasallador llamado "el yo".

Dame la gracia de entender las bromas a fin de tener

alegría en la vida y hacer partícipes de ella a los demás.

Dame la virtud de ser agradecido. Amén.

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5. - Guías de autoayuda

Decálogo adoptado por Juan XXIII:

1 Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día

sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.

2 Sólo por hoy seré feliz, con la certeza de que he

sido creado para ha felicidad, no sólo en el otro mundo sino

en este también, y no tendré temores

3. Solo por hoy no criticaré a nadie y no pretenderé

mejorar o disciplinar a nadie, sino sólo a mí mismo... y si

me sintiere ofendido en mis sentimientos, procuraré que

nadie se entere.

4 Solo por hoy creeré que Dios se ocupa de mí,

como si nadie más existiera en el mundo; y aunque las

circunstancias indiquen más bien lo contrario.

5. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin

pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.

6 .Sólo por hoy haré una buena acción sin decirlo a

nadie.

7 Sólo por hoy seré cortés, y tendré cuidado de mi

aspecto exterior.

8 Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena

lectura.

9 .Sólo por hoy me haré un programa detallado.

Quizá no lo cumpla del todo, pero lo redactaré. Y me

guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

10 Sólo por hoy haré una cosa que me sea antipática.

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Consejos para el éxito (Kemmons Wilson):

1.-La felicidad no la hace lo mucho que tienes, sino lo

mucho que te gusta lo que tienes.

2.-La actitud mental juega un papel más importante en el

éxito de la persona que la capacidad mental.

3.-Ten confianza en ti mismo. Elimina de tu vocabulario

frases como «no creo que pueda» y sustitúyela por otras

como “sé que puedo”.

4.-El trabajo es la llave maestra que abre todas las

puertas.

5.-Recuerda que hay que subir la escalera del éxito paso

a paso.

6.-Hay dos formas de subir a un roble. Una es plantar

otro árbol y esperar encima a que crezca, y otra, treparlo.

7.-La gente a la que duele trabajar más de lo que le

pagan, nunca asciende.

8.-Las oportunidades vienen con frecuencia. Llaman a la

puerta con tanta frecuencia como tú tengas…

el oído preparado para escuchar,

el ojo listo para ver,

la mano entrenada para atraparlas,

y sobre todo, la cabeza acostumbrada a distinguir entre

lo cierto, lo probable, lo posible y… lo meramente iluso.

11.-Vende tu reloj de muñeca y cómprate un despertador.

12.- Cree en Dios y cumple los Diez Mandamientos.

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Madre Teresa de Calcuta

La vida es una oportunidad, aprovéchala.

La vida es belleza, admírala.

La vida es un deber, cúmplelo.

La vida es un juego, juégalo.

La vida es amor, gózalo.

La vida es tristeza, supérala.

Recomendaciones (Clínica La Salud):

*Si haces el bien, habrá quien se ría de tí o piense que

lo haces por interés.

De todas maneras, haz el bien.

*Si trabajas por superarte, tal vez ganes falsos amigos

y verdaderos enemigos.

De todas maneras, supérate.

*Tal vez lo que hagas hoy será olvidado mañana.

De todas maneras, hazlo bien.

*Si eres persona honesta y sincera, algunos se

aprovecharán de ti.

De todas maneras, sé honesta y sincera.

*Lo que hayas construido en un año, puede destruirse

en una noche.

De todas maneras, construye

*Muchos favores que hagas no te serán

recompensados.

De todas maneras, si puedes, hazlo.

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*Si dices que rezas, te dirán que la oración no cambia

el mundo.

De todas maneras, sigue rezando.

*Si ayudas a alguien, se aprovechará de ti.

De todas maneras, ayúdale

*Una sonrisa no soluciona el mal del mundo.

De todas maneras, sonríe siempre.

Recomendaciones (Boletín Salesiano):

Valorar y reforzar las fuerzas positivas de nuestra

alma. Es decir, descubrir y disfrutar de todo lo bueno que

tenemos.

Asumir después serenamente las partes negativas y

deficitarias de nuestra existencia.

Vivir abiertos hacia el prójimo. Pensar que es

preferible que nos engañen cuatro o cinco veces en la vida,

que pasarse la vida desconfiando de los demás.

Tratar de comprender al otro y aceptarlo como es,

siempre distinto a nosotros.

Tener un gran ideal, algo que centre nuestra

existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras

energías.

Creer descaradamente en el bien. Tener confianza

en que a la larga (y a veces muy a la larga) terminará

siempre por imponerse. Es importante saber esperar.

Preocuparse más por amar que por ser amado.

Tener el alma siempre joven, y por tanto, siempre

abierta a nuevas experiencias.

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Decidir no morirse mientras estemos vivos.

Elegir, si se puede, un trabajo que nos guste. Y se

esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos,

encontrando en él sus aspectos positivos.

Revisar continuamente nuestras escalas de valores.

Evitar que el dinero se apodere de nuestro corazón

Descubrir que la amistad, la belleza de la naturaleza, los

placeres artísticos son valores esenciales (y encima no se

pagan).

Descubrir que Dios es alegre, que una religiosidad

que atenaza o estrecha el alma puede necesitar un

reenfoque. Procurar sonreír con ganas o sin ellas.

Estar seguros de que una persona es capaz de

superar muchos dolores, mucho más de lo que ella misma

sospecha.

Para ser feliz

a.- Ayudar a los demás. Hay dos razones “egoístas”

para ayudar a los demás: en primer lugar, porque esto hace

que nos sintamos buenos, que aumente nuestra auto-

estima. La segunda es porque actuando de forma altruista

aliviamos nuestro estrés, al salir de nuestras preocu-

paciones o relativizarlas. Nuestra felicidad está muy unida a

tratar de conseguir la de los demás.

b.- Reservar un tiempo para las actividades preferidas.

Casi todos conocemos con claridad las actividades que nos

reportan más satisfacción, pero no siempre les buscamos

un tiempo.

c.- Mantenerse en forma. Sin saber con precisión la

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razón, parece fuera de duda que la práctica regular del

ejercicio físico adecuado para cada persona aumenta la

felicidad.

d.- Ser organizado pero, a la vez, flexible. Es muy

importante para experimentar la felicidad el ser organizado,

tanto en el trabajo, como con el tiempo libre. Lo de “No

dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” es esencial y

debe aplicarse a toda tarea, pero admitiendo una

flexibilidad que nos dará gratas sorpresas.

e.- Pensar positivamente. Nuestros pensamientos y

actitudes hacia lo que nos ocurre son más la causa de

nuestra felicidad o infelicidad que los hechos en sí mismos.

La interpretación que hacemos de los hechos juega un

papel fundamental en nuestras emociones y en nuestra

conducta. Además, si uno espera que le van a ocurrir cosas

buenas, le acaban ocurriendo, y también al revés.

(Recuerda al sufí Mesnala, de Konia: : “Si vuestros

pensamientos son espinas, en vuestra vida solo habrá

sufrimiento; pero si son rosas, viviréis siempre en un

verdadero jardín”.

f.- Enjuiciar los acontecimientos con perspectiva.

Muchas cosas que hoy parecen malas, no lo son tanto.

h.- Que el ser cristiano no sea motivo de tristeza:

Cristo ha resucitado y su plan –no el nuestro- es salvarnos

a todos, queramos o no.

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7 Sabios de Grecia, y sus consejos

Tales de Mileto: Si buscas una solución y no la encuentras,

consulta la Historia, que es la máxima sabiduría.

Brías de Prinea: El Deseo es bueno, porque la vida es deseo

pero desear lo imposible es una enfermedad mental.

Pítaco de Mytelene: Toma tus precauciones para evitar lo

malo, pero si a pesar de ellas ocurre, sopórtalo con

ánimo no solo para evitar tu derrumbamiento, sino

para fortalecer a los que sufran contigo este mismo

contratiempo.

Solón de Atenas: Olvídate de lo malo que, en contra de tus

principios, tuviste que prometer.

Cleóbulo de Lindio: Cualquier hombre puede ser tu amigo o

tu enemigo, según cómo te conduzcas con él.

Periandro de Corinto. Aprende a vivir aislado y a meditar

en la soledad.

Chilón de Lacedemonia: Haz bien lo que estés haciendo.

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Pensamientos del Dr, López Botet

Aprende a vivir

Disfruta y utiliza bien cada día. No lo malgastes

lamentando el ayer o angustiándote por el mañana

No os angustiéis por el mañana. Cada día lleva su

afán.

Valora cuanto Dios te ha dado: Vida. Salud. Trabajo.

Esperanza. Y piensa lo que darías por recobrarlo si un día

lo perdieras.

El Señor quiere verte siempre alegre y también

goza viéndote gozar.

Aprende a gozar mirando el cielo, mirando el mar,

oyendo cantar un pájaro, viendo jugar a un niño, mirando el

arco iris en una gota de agua.

Ama

Goza viviendo con los que amas.

Goza de su cariño y ayúdales a vivir, sin intentar

dominarlos, sin intentar poseerlos, sin esperar nada y sin

pedirles nada.

Amor es darse y, sin embargo, todos queremos

poseer.

Ama a tus seres queridos. Pero no los deformes con

la imaginación y con el secreto deseo de encontrar un ser

perfecto que se te dé por entero: Tu sueño y tu quimera se

romperán contra la realidad de sus defectos y de su

egoísmo... iguales a los tuyos.

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Ama y date a los que amas, pero contando con la

ingratitud y el olvido y... cuanto más amor des, más amor

tendrás.

No es fácil amar ni perdonar a los enemigos, pero de

momento puedes comprenderlos, disculparles y olvidarlos.

Tendrás más paz.

Haz oración

Deja en manos de Dios tus inquietudes y tus

temores, y acepta su voluntad.

Ofrécele tus alegrías y tus tristezas, tus triunfos y tus

fracasos, tus ilusiones y tus contrariedades.

Pide algo para ti y mucho para los demás.

Abre tu puerta al Dios vagabundo que llama

pidiéndote cariño y dile que le quieres. Sin pudor.

Trabaja

Haz una cosa tras otra y piensa en lo que estás

haciendo.

No hagas mal lo que haces, angustiándote por lo que

queda sin hacer, pues “hacer bien lo de hoy es preparar

bien el trabajo de mañana”.

Piensa que el éxito no está solo en el resultado.

También cuentan la intención y el esfuerzo.

El fracaso de una vida es la suma de los pequeños

fracasos de cada día. Haz bien lo de ahora.

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179

Descansa

Deja en el trabajo sus inquietudes. Si te llevas tus

problemas a casa, te agotarán y no los resolverás.

Interrumpe los pensamientos fijos.

Evita la sucesión acelerada de pensamientos

innecesarios.

Saborea la compañía de los tuyos. Lee. Oye música.

Contempla cuanto te rodea. Reza. Llena tu imaginación de

cosas bellas.

Ora como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si

todo dependiera de ti.

No te hundas

Imagina lo peor. Acéptalo. Después trata de evitarlo

serenamente:

*Si es inevitable, tendrás que aceptarlo, porque de

nada sirve estrellarte contra un muro.

*Si es evitable, no te desesperes de antemano: Lucha,

ofrece a Dios tus esfuerzos y acepta su voluntad.

Analiza tu problema como si fuera de otro, o hubiera

sucedido hace años.

Repasa tu vida y verás lo exagerado de tus temores y

lo injustificado de tus preocupaciones pasadas.

Los temores y preocupaciones actuales son

igualmente excesivos e igualmente improbables.

Y rechaza también lo que entendemos como

”ansiedad”.

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180

No aceptes la obsesión

-Porque amarga e inutiliza tu vida.

-Exagera causas, consecuencias y riesgos e introduce

premisas erróneas o desproporcionadas.

-No resuelve nada e incapacita para encontrar la

solución, que a menudo es lógica y fácil...

-Te impide gozar de la vida, del arte, de la naturaleza,

de la compañía de tus seres queridos.

Frénala cuando se inicie. Luego se adueña de ti y ya

no puedes interrumpirla... Gira y gira repitiéndose a sí

mismo como un remolino sin fin

Enumera su falta de base y la ineficacia de tus

obsesiones anteriores,

Piensa que el trabajo, en parte latente y silencioso de

tu cerebro, resuelve mejor muchos problemas que el

pensamiento fijo que impide el normal fluir de las ideas y el

descanso de la mente.

Ni el escrúpulo

Es una responsabilidad moral obsesiva, injustificada

o excesiva, que te exige algo que no puedes cumplir o no

tienes por qué cumplir.

A cada concesión responde insaciablemente

aumentando las exigencias y retuerce y sutiliza los

razonamientos. Para combatirlo, no mires a Dios como un

exigidor implacable, sino como un amigo a quien pides

ayuda.

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181

Sobre la existencia de Dios

Nuestra Fe se basa en:

A.- la creencia de que Dios existe, y

B.- que se encarnó en Jesús, personaje histórico que vivió,

fue crucificado y resucitó.

A.- Demostrar la existencia de Dios es algo difícil, porque

Dios se nos esconde, y solo excepcionalmente irrumpe con

fuerza, como le pasó a S. Pablo o, hace muy poco, a André

Frossard (hijo del Jefe del Partido Comunista Francés: Era

ateo por herencia, pero un día Dios se le puso delante, y

“vio a Dios” como él mismo dice. Tuvo que cambiar).

Pero todos los demás lo tenemos algo “complicado”:

- Algunos lo encuentran en el orden y la belleza del mundo.

- Otros, en el origen de la vida o la planificación de la

evolución de las especies.

- O en la creación de la primera energía (el “Hágase la

Luz”), necesaria para que luego viniera un “Big Bang”.

- O en la necesidad de una Justicia Universal, que

compense las injusticias de aquí.

- O en la existencia del amor, la bondad o el cariño,

imposibles de explicar en un mundo de solo moléculas.

Son argumentos “metafísicos”, cuya valoración es

siempre muy subjetiva. Dan suficiente luz, solo, para

desmontar la idea de que la Religión va contra la Ciencia y

que, por tanto, podemos buscar a Dios sin faltar a la Lógica.

Ya es mucho.

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Pero por el camino de pensar, podemos desviarnos y

acabar supeditando esta respuesta a solucionar otro

misterio: El “por qué” y el “para qué” del mal en el mundo,

que si bien está muy relacionado con él, no es

exactamente el mismo (Ya hemos hablado de él).

Para poder aclararnos, no conviene mezclar misterios.

B.- Hablar de Jesús de Nazaret como “Dios Hijo” ya es

otra cosa, porque el cristianismo parte de que Jesús fue un

personaje histórico que vivió, predicó, fue crucificado y

resucitó, y ahí la Historia puede decir algo, basándose en:

1º.- La concordancia de los datos histórico-críticos

sobre Jesús, derivados no solo de los propios Evangelios,

sino también de los datos extracristianos (Textos y

hallazgos arqueológicos)..

2º.- La debilidad de los argumentos de sus detractores

3º- La extraordinaria calidad humana de su mensaje.

Los 2 primeros apartados pueden estudiarse en una

larga lista de trabajos científicos que pueden encontrarse

en las bibliotecas. A los interesados yo recomendaría a 2

autores actuales nada sospechosos: Vittorio Messori,

periodista que realizó, siendo ateo (ahora no lo es), una

recopilación de argumentos que publicó en su “La hipótesis

de Jesús” (prologado por L. L. Radice, del Comité del

Partido Comunista Italiano), y Cesar Vidal, perteneciente a

la Iglesia Evangélica, que es un extraordinario investigador

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de la historia de Israel y autor de múltiples libros sobre

estos temas, como “Jesús el Judío”, completísimo.

(En ambos encontrará abundante bibliografía para consultar).

La principal dificultad es que cada investigador tiende

siempre a ver según el color del cristal con el que mira, es

decir, según los planteamientos filosóficos o religiosos de

los que parte, por lo que sus conclusiones no serán nunca

totalmente imparciales ni definitivas. Solo con estudios, nos

quedaremos sin saber si somos hijos de Dios o solo ese

“paquete postal” que el ginecólogo envía al sepulturero.

Para nuestra desgracia, la Resurrección, que es su

último acto y “Prueba del 9” de su Divinidad, ya tuvo mucho

cuidado en hacerla en la oscuridad de la noche y sin

testigos.

Para más morbo, se dejó olvidada la Sábana Santa,

quizás la única prueba para un futuro y que es, seguro, un

as que Él se guarda en la manga, para que la partida no

decaiga. Puede ser que cuando vea que nuestra cerrazón

materialista sea ya intolerable, la desvele a través de una

prueba científica incontestable. Pero no es su plan, Él

prefiere que nuestra fe se base en la confianza y no en

pruebas: A Tomás le dejó meter sus dedos en el costado,

pero le dolió su incredulidad. Por eso puede que nunca

lleguemos a ver este Plan “B”.

.

El tercer apartado es la calidad del Mensaje

evangélico, que hace que pueda ser considerado como

prueba de su autenticidad, por ser impropia de una época

cuyo nivel cultural nos es muy conocido.

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Nadie, ni un estudioso de textos sagrados, ni un

asceta iluminado, ni menos aún un mago o un ilusionista

embaucador, hubiera sido capaz de parir estas

enseñanzas. Eso es evidente y comúnmente aceptado

(aunque deje, como siempre, la puerta abierta al incrédulo).

Lo recalca Newman, el gran teólogo anglicano que

más tarde se pasó a la Iglesia Católica (llegó a ser

cardenal, y va para santo) que comentaba: “los

innumerables problemas que plantea la fe, quedan

vencidos por la certeza de que un Dios como este -y unas

enseñanzas como estas- no pueden haber sido fruto de

invención humana”.

(No es una idea original suya, pero se la cojo porque

además de ser una voz muy autorizada, es un viejo

conocido mío: Hace 50 años le tomé otra frase como

encabezamiento de mi Tesis Doctoral sobre la Médula

Osea. Era “Ningún hombre haría nada si esperara a poder

hacerlo tan bien que nadie encontrara defectos en su obra”,

verdadero acicate para los que somos entrometidos natos).

Es una doctrina profundamente humana que ha

resistido el paso de 2000 años, y que directa o

indirectamente ha sido el motor de un cambio, lento pero

progresivo, desde la antigua civilización romana –racista y

fascista a tope- hasta la actual del Mundo Occidental, algo

más libre y democrática.

Y ello gracias a unos principios básicos que, aunque

no vamos a desmenuzar aquí, sí los esbozamos

someramente:

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a.- Recalca que todos somos Hijos de Dios y por tanto

hermanos, lo cual nos iguala a todos (incluso a las mujeres,

adelantándose así 2000 años a nuestra Ley de Igualdad).

b.- Advierte que no es la adhesión a una fe la que salva: en

el «reino de Dios» también entrarán, para sorpresa de

muchos, los que nunca han oído hablar de Cristo, o incluso

los que lo han combatido. «No todo el que me llama Señor,

Señor, entrará en el reino de los cielos», sino aquel que

pueda escuchar: “porque cuando tuve hambre me diste de

comer, etc”. Es decir, aquel que haya amado de verdad.

c.- Además de las Bienaventuranzas y de los múltiples

mensajes de cambio social esparcidos por todo el

Evangelio, en un parrafito de Marcos (Cap 7,vers. 14 al 24)

resume el gran vuelco a las costumbres establecidas:

“Escuchadme todos y entendedlo bien: nada de fuera

que entre en el hombre puede hacerlo impuro, mas las

cosas que proceden o salen de él, esas son las que dejan

mancha… Porque de lo interior del corazón es de donde

proceden los malos pensamientos, los adulterios, las

fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las

malicias, los fraudes, las deshonestidades, la envidia, la

mala intención, la blasfemia, la soberbia o la estupidez...

Y de esto es de lo que ha de purificarse”.

Vemos aquí cómo suprime de golpe infinidad de

obligaciones o prohibiciones religiosas que atenazaban al

pueblo judío, y de paso arremete contra los clásicos “7 pe-

cados capitales”, que con un nombre u otro, son y han sido

siempre el cáncer de toda sociedad.

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d.- Propone, por encima de ritos, una forma de vivir

basada en el empeño en servir a los demás. (Es el slogan

del gandiense Fco. de Borja; ”Nacido para servir”). Nada

más antifascista ni más útil y actual para un buen político).

e.- No falta quien llega a afirmar que la ética propuesta por

los evangelios es una terapia psicológica correcta para

lograr la plena realización de la propia personalidad o para

recobrar el equilibrio perdido: Pidieron un dia a Sigmund

Freud que sintetizara su receta para vacunar al hombre

contra los males que le acechan desde lo profundo de sí

mismo. «Lieben und arbeiten», amar y trabajar, fue la

respuesta del fundador del psicoanálisis. Coincide con la

fórmula propuesta por el Nuevo Testamento, que, en el

centro de su mensaje, pone el amor y el trabajo.

Este segundo aspecto es menos conocido, tanto

que la frase de Pablo en su segunda carta a los

Tesalonicenses «El que no quiera trabajar, que no coma»

se atribuye equivocadamente a Lenin.

En cambio el primero, lo de amar, es de sobra

abordado en infinidad de versículos, en los que se llega a la

idea inaudita del amor extendido incluso a los enemigos, a

los descarriados, a los pecadores, etc., idea a la que el

judaísmo nunca llegó.

El amar al enemigo puede que sea una utopía, un

deseo irrealizable, pero marca la tendencia, el camino para

la convivencia social, pues abarca desde el no hablar mal

de la persona que nos da motivo sobrado para ello, hasta el

no pedir una severidad extrema con el delincuente (nuestro

hermano equivocado), el cual debe recibir el castigo justo,

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sin ensañamientos. He aquí solo 2 ejemplos de lo que

significa “ofrecer la segunda mejilla” y, también, de lo que

nos cuesta acabar aplicar -de verdad- el Evangelio.

Todo esto son las normas que derivan de su

predicación, y sientan las bases para una convivencia

pacífica de todos los pueblos creyentes o no. Las que

forjaron el “Mundo Occidental” (aunque no quiera

reconocerlo la Constitución Europea), y las que forzaron al

ateo Guignebert a decir: «Muchos que han abandonado

hace tiempo la metafísica y dogmática del cristianismo

siguen aún la ética del Nazareno, como el más preciado e

inalienable de los tesoros».

Se comprende,pues,que haya quien no nos reproche el

seguir las enseñanzas de Cristo, sino el no seguirlas con

suficiente fidelidad. Para vergüenza nuestra, Gandi decía

que “si los cristianos lo fueran de verdad, en la India no

habría hindúes”, o en otra ocasión, que “los cristianos son

como las piedras del lecho de los ríos: Mojados por fuera,

pero con el corazón seco”.

Más claro, el agua.

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Evangelio de San Juan

El Evangelio de San Juan es el 4º y último. De él se dice que es el más elevado. Ya Orígenes. el filósofo que

puso las bases para la interpretación de la Biblia, lo ensalzó así (¡en el año 230!): “No es atrevido decir que, de todas las Escrituras, los evangelios son las primicias y que, entre los evangelios, la primicia es el evangelio de Juan”....

Pero para los legos en la materia nos resulta difícil de entender a 1ª vista. Hay que leerlo sin prisas y estando predispuesto a “reclinarse en el pecho de Jesús” (¡!), según consejo del propio Orígenes (aludiendo quizás a la posición del apóstol Juan en la “Ultima Cena”). Es decir, predispuestos a dejarse sorprender por unas frases que nos dicen más de lo que aparentan.

El Apóstol no busca la descripción de los milagros y parábolas de Jesús, que ya se habían divulgado por medio de la transmisión oral y por los “Evangelios Sinópticos” que ya circulaban entonces.

Juan quiere otra cosa. Se fija más bien en que, entre parábola y milagro, Jesús va dejando caer mensajes algo encriptados que hacen referencia a la Trinidad, al Espíritu, a su increíble pasión y muerte, etc., a cosas extrañas que el pueblo (incluidos los apóstoles) no comprendió hasta que Jesús, después de su humillante muerte, se les apareció resucitado.

El evangelista Juan vio que todas estas frases extrañas y hasta escandalosas guardaban relación entre sí, tenían una finalidad docente y, por tanto, debían ser conservadas y transmitidas porque ayudan a conocer mejor a ese Dios que “se nos da pero se nos esconde”. Este enfoque teológico es lo que origina el Evangelio de Juan y lo distingue de los sinópticos, en principio mucho más “humanos” y atractivos. Datos biográficos del Apóstol San Juan Para sumergirnos en aquel mundo, bueno será que empecemos por conocer la vida y la personalidad de su autor. Sabemos que era natural de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera norte del lago de Tiberíades. Sus padres eran Zebedeo y Salomé; y su hermano, Santiago el Mayor. Formaban una familia acomodada de pescadores que, al conocer al Señor, no dudan en ponerse a su total disposición. Santiago y Juan, en respuesta a la llamada de Jesús, «dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron» (Marc 1,20). Salomé, la madre, siguió también a Jesús sirviéndole con sus bienes en Galilea y Jerusalén, y acompañándole hasta el Calvario (Marc 15,40). También fue la que pidió a Jesús que, como premio, sus hijos se sentaran junto al Padre en el cielo.

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Los dos hermanos habían estado antes con Juan el Bautista, cuando éste bautizaba junto al río Jordán. Incluso habían llegado a ser discípulos suyos; un día al ver pasar a Jesús, les dijo: «He ahí el Cordero de Dios». Al escuchar esto fueron tras el Señor y pasaron aquel día con Jesús (Jun 1,35-38). Volvieron a su casa en Betsaida, al trabajo de la pesca. Poco después, el Señor, tras haberles preparado desde aquella primera entrevista, les llama definitivamente a formar parte del grupo de los Doce. San Juan no tendría aún veinte años. Desde ese momento San Juan sigue a Cristo para no abandonarle nunca más. Los Evangelios lo mencionan en la lista de los Doce siempre junto con su hermano Santiago, a continuación de San Pedro y, a veces, de San Andrés (Marc 3,17). El amor apasionado de estos dos hermanos al Señor fue el resorte que les hizo reaccionar alguna vez con vehemencia contra los que rechazaban al Maestro. Cuando unos samaritanos no quisieron recibirle, los hijos de Zebedeo —como ocurrió con los mensajeros del Rey Ocozías (2 Re 1,10-13)— proponen a Jesús: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Luc 9,54). Hablaba la fogosidad de su corazón y el no haber entendido aún la misión de Cristo: mostrar a los hombres el amor del Padre. Poco a poco, con la instrucción del Señor, lo entenderán y será precisamente San Juan quien nos deje para siempre constancia de que Dios es Amor (1 Ju 4,8). Pero, en aquellos primeros pasos con Jesús, alguna vez parecen ansiar el triunfo de su Maestro por la via rápida, invocando un castigo del Cielo. Con razón, pues, el Señor «les llamó Boanerges, esto es, 'Hijos del trueno'» (Marc 3,17). El carácter fuerte y la espontaneidad juvenil llevan a San Juan a hacerse portavoz de los discípulos cuando, en una ocasión, no permiten que uno que no iba con ellos utilizara el nombre de Jesús para expulsar demonios (Luc 9,49). Junto con Pedro, los dos hijos del Zebedeo recibieron del Señor particulares detalles de confianza y de amistad. San Juan se cita discretamente a sí mismo en el Evangelio como «el discípulo a quien Jesús amaba». Ello indica que el Señor le tuvo un especíal afecto. San Juan, que conocía a San Pedro antes de que el Señor los llamase —ambos eran pescadores en Betsaida—, mantuvo una relación muy estrecha con el Príncipe de los Apóstoles. A ellos dos confía el Señor la preparación de la Cena Pascual (Luc 22,8) y, la noche de la Pasión, es Juan quien introduce a Pedro en casa del Sumo Sacerdote (Ju 18,16). Y juntos corren al sepulcro la mañana del domingo de Pascua. A San Juan le quedó muy viva la imagen del sepulcro vacío que hizo avivar su fe en la Resurrección de Cristo. Y Juan es el primero en reconocer a Jesús resucitado, cuando se aparece a un grupo de dis-cípulos a la orilla del lago. Lleno de júbilo grita: «¡Es el Señor!» (Ju 21,7). Tras la Ascensión del Señor, San Juan sigue unido a San Pedro. Nos informa de ellos el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que

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se narran los primeros años de la Iglesia. Juntos acuden al Templo para orar, y allí, en la puerta llamada Hermosa, realizan con el poder de Cristo la curación milagrosa de un tullido de nacimiento (Hech 3,1-9). San Pedro predica el Evangelio y ambos acaban en la cárcel. Juntos aparecen también como enviados del Colegio Apostólico para administrar el sacramento de la Confirmación a los bautizados por el diácono Felipe en Samaria (Hech 8,14). Años más tarde, hacia el 50, en el primer Concilio de la Iglesia en Jerusalén, figura San Juan junto con Santiago el Menor y San Pedro como «columnas de la Iglesia» (Gal 2,9). San Juan en Efeso : A partir de este momento las noticias que tenemos de la vida de San Juan nos vienen de la tradición eclesiástica. Noticias fidedignas nos atestiguan que marchó de Palestina a Efeso, donde cuidó de las iglesias del Asia Menor; así lo afirma San Policarpo de Esmirna, que murió el 155 a la edad de ochenta y seis años, y fue discípulo directo de San Juan (Ir. Adv. Haer, II 22,15). Este dato concuerda con el testimonio de Polícrates (obispo de Efeso, muerto hacia el 190), transmitido por Eusebio de Cesarea (Hist. Eccl. III 31,3), quien afirma que Juan pertenecía a una familia sacerdotal judía y murió en Efeso, tradición coherente con el hecho de que en el cuarto Evangelio se mencionen con tanta frecuencia las fiestas de los judíos y que San Juan fuera conocido del Sumo Sacerdote (Ju 18,16). Lo que no puede determinarse con tanta claridad es la fecha de su traslado a Efeso. Ya hemos dicho que hacia el año 50 se encontraba todavía en Jerusalén. Y parece probable que no estuviera aún en Efeso cuando San Pablo escribe la segunda carta a Timoteo, hacia el año 66 ó 67, dándole instrucciones para el gobierno de la iglesia de Efeso (2 Tim 4,12). Todo esto hace pensar que San Juan llegó allí después de la muerte de San Pablo, ocurrida el año 67. De su actividad en Efeso, tenemos testimonios. Él mismo confirma la noticia —que transmiten San Ireneo, Eusebio y otros escritores eclesiásticos— de su destierro en la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis (Apc 1,9). Ocurrió esto bajo el imperio de Domiciano, y más concretamente en el año 14 de su reinado, es decir, el año 95. Tras la muerte de Domiciano, el año 96, Juan vuelve a Efeso donde tiene que enfrentarse no sólo con los enemigos externos que persiguen a la Iglesia, sino incluso con algunos cristianos que han caído en la herejía y se obstinan en ella. San Juan escribe entonces el Evangelio del que nos vamos a ocupar y, además, las tres Cartas en las que, preocupado por la pureza doctrinal, pone en guardia a aquella iglesia contra los que niegan la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo (2 Ju 9). Por otra parte, y seguramente porque los herejes deformaban el verdadero concepto de amor cristiano y lo confundían con otros amores, San Juan expone con toda claridad que somos hijos de Dios, que es Amor, y esto exige vivir

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según sus mandamientos: «Y en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos» (2 Ju 6). También sabemos por la tradición algunos detalles de sus últimos años, que nos confirman su desvelo para que se mantuvieran la pureza de la fe y la fidelidad al mandamiento del amor fraterno. San Jerónimo cuenta que los discípulos le llevaban a las reuniones de los cristianos —pues debido a su ancianidad no podía ir solo— y que constantemente les repetía: «Amaos los unos a los otros». Ante su insistencia, le preguntaron por qué decía siempre lo mismo, y San Juan respondió: «Es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta» (Com. a Gal, III, 6). Murió al comienzo del imperio de Trajano (años 98 al 117), Relación entre la Virgen María y Efeso . Los turistas que actualmente visitan Efeso son acompañados a un bello paraje llamado Maryen Ana, donde hay una capillita paleocristiana, que se atribuye a la vivienda de la Virgen en Efeso, y una fuente con abundantes exvotos, que atestiguan una devoción popular. También allí se explican los 3 motivos por los que creen que la Virgen vivió y murió allí, siempre atendida por S.Juan: a.- S. Juan recibió en el Gólgota el encargo de cuidar a la Virgen, y sabemos que él acabó su vida en Efeso. b.- La gran devoción a la Virgen, que arranca con San Juan y sigue con los Ortodoxos, que hacen –y han hecho siempre- una romería a Maryen Ana, a la que espontáneamente se suma el pueblo islámico, que también homenajea a la Virgen (aunque para ellos Jesús sea solo un profeta). c.- Las revelaciones de la monja alemana Catalina Emerick, muerta en 1824, que sin haber salido nunca de su convento, describió al detalle una ciudad de Efeso entonces inexplorada. Estos sueños llamaron la atención de arqueólogos franceses que iniciaron los trabajos y, animados por los descubrimientos que iban realizando, amplían sus exploraciones a un lugar a 6 Km, (Maryen Ana), donde hallan los restos que corresponderían a la vivienda de la Virgen Son razones respetables, pero pretender que la Virgen vivió en lo que después fue esa capilla, y que bebió en aquellas aguas, es solo devoción popular. La Iglesia cree que la Virgen murió en Jerusalén, en el Monte Sión donde está hoy la Capilla de la Dormición, entre los años 33 y 52 (según fuentes), y fue enterrada al otro lado del Cedrón, en Getsemaní, donde lo recuerda el Santuario de la Asunción. San Juan llegó a Efeso con toda seguridad después del año 67 en que murió San Pablo, y su amor por la Virgen no solo dejó el santuario de Maryen Ana, sino la Basílica de Santa María, hecha en parte con los mármoles del Templo de Artemisa (otros restos, como sus columnas, fueron a enriquecer la Basílica de Santa Sofía de Constantinopla).

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Esta Basílica, cuyas ruinas visitamos nosotros en el crucero de los 25 años de la Promoción de Médicos (año 1980), es donde se celebró el Primer Concilio de Efeso, en el que se concluyó que en J.C. hay 2 Naturalezas (Divina y Humana) y 1 Persona (Divina) y por tanto la Virgen era “Madre de Dios” (en contra de Nestorio, que afirmaba que era madre solo del hombre Jesús). El pueblo de Efeso celebró este dictamen con una procesión festiva en la que se entonó, por primera vez, el “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. (Además, las antiguas fiestas profanas en las que Efeso celebraba en el mes de Mayo el nacimiento de Artemisa, derivaron en nuestro Mes de Mayo, Mes de las Flores, consagrado a la Virgen). La conclusión es que Efeso, y gracias a S. Juan, está muy unido a la Virgen María, aunque esta nunca haya residido allí.

Resumen comentado del Evangelio

(1) Prólogo: EL evangelio de san Juan se abre con un solemne prólogo que nos otorga la clave teológica de toda la obra: El misterio de la encarnación de Jesucristo. (Pero desde el primer versículo: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios” nos muestra su estilo literario, algo dificilillo).

Se inicia (1-3) revelando la preexistencia y actividad creadora de Jesucristo, Hijo Unigénito del Padre (la Palabra, o el Verbo, o el Logos, o la Luz), encarnado para ser revelado al mundo.

Sigue con su revelación y rechazo (4-11): Esa Palabra es fuente de vida, y esa vida no se ha quedado escondida, sino que brilla y se manifiesta: es Luz. Pero a la revelación de la Luz se oponen las tinieblas, es decir, los que rechazan deliberadamente la obra salvadora de Jesucristo. En la historia de la salvación hay un drama desconcertante: La Palabra (que es la salvación) vino al mundo, pero los suyos no la recibieron (11.) Este rechazo a la Luz constituye el fracaso, la tragedia de La humanidad.

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(Los versículos 6-8 rompen La armonía del prólogo. Se trata de un inciso, un comentario clarificador para la primitiva “Comunidad Joanica”: Por muy grande que sea Juan el Bautista para sus seguidores, el evangelista precisa que aquel no es la Luz, sino un testigo de ella, una antorcha al servicio de Jesucristo).

Entra luego en materia, en la revelación y la acogida (12-18): No todos se oponen a la revelación de la luz, hay quienes la

acogen y aceptan; y estos, por su fe en Jesús, reciben la potestad de ser hijos de Dios. La filiación divina es un don de Dios: “estos, que no proceden de la carne ni de la voluntad de varón, sino de Dios”.

EL versículo 14 es la parte central de este prólogo: «La Palabra se hizo carne»: En el hombre Jesús resplandece corporalmente la divinidad. Dios habita en medio de nosotros. El cuerpo de Jesús se ha convertido en tabernáculo de Dios para la humanidad. La presencia divina, ligada antes a la tienda del desierto, después al templo de Jerusalén, habita ahora en la persona de Jesús. En él reside toda la bondad y misericordia de Dios, y éstas son estables y firmes, duran para siempre.

Este resumen del Evangelio de Juan -y de toda la teología cristiana- se leía antes al final de todas las misas, en latín:

ln principio erat Verbum , et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum. Hoc

erat in principio apud Deum. Omnia per ipsum facta sunt: et sine ipso factum est nihll, quod factum est. In ipso vita erat, et vita erat lux hóminum: et lux in ténebris Iucet, et ténebrae eam non comprehendérunt. Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Joánnes. Hic venit in testimónium. ut testimónium perhibéret de lúmnine. ut omnes ceréderent per illum. Non rat iIIe lux, sed ut testimónium perhibéret de lumine. Erat lux vera, qui illúminat omnem hóminem venitem in hunc mundum. In mundo erat, et mundus per ipsum factus est, et mundus eum non cognovit. In propia venit, et suí eum non recepérnnt Quotquot auten receperunt eum, dedit eis potestatem filios Dei fieri, his que credunt in nómine eius: qui non ex sangilnibus, neque ex vonluntáte viri, sed ex Deo nati sunt. Et Verbum caro factum est (genuflexion), et habitávit in nobis et vidimus glóriam eius, glóriam quasi Unigéniti a Patre, plenum grátiae ef veritátis.

(En el Cap.2, Jesús ha sido bautizado en el Jordán,

proclamado Mesías por el Bautista y enaltecido por el Espíritu

Santo. Elegidos los discípulos, van a las bodas en Caná, y luego

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a Jerusalén, donde anuncia la destrucción del Templo y su

incomprensible reconstrucción en 3 dias).

(3) ,- Jesús y Nicodemo .- A continuación, se presenta ante Jesús Nicodemo, un fariseo

relevante y maestro de la Ley, que confía en el Maestro sólo por los signos que ha visto, pero no tiene fe. (Y por miedo, va a verlo por la noche para no llamar la atención).

Jesús le declara que es necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios. Pero Nicodemo no lo puede entender porque lo interpreta de manera biológica y Jesús le intriga con sus explicaciones: “Te aseguro que, si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (5)”, “Lo nacido de la carne, carne es. Y lo nacido del espíritu, espíritu es” (6). “No te sorprendas…El viento sopla hacia donde quiere. Oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu” (8).

Nicodemo sigue sin saber cómo puede ser eso y Jesús le añade “¿Tu eres maestro en Israel y lo ignoras?” (10)

(Lo que ignoraba, o no recordaba, era el anuncio por Ezequiel del destierro a Babilonia, y la forma en que serían liberados: “… y derramaré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de toda inmundicia… y pondré sobre vosotros mi Espíritu y haré que caminéis en mis mandamientos” (Ez., 36, 16-27).- Pues bien, el mismo Yavé que había formulado estas promesas a su pueblo a través de Ezequiel, enviaba ahora a su Hijo anunciando el agua y el espíritu para liberarlos, ahora, del pecado original).

- “Si os he dicho cosas de la tierra y no me creéis ¿Cómo creeréis cuando os diga cosas del cielo? (12). Y añade 2 joyas: a - “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (16) b – y “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgarle, sino para que todos se salven por medio de El” (17).

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Jesús puede hablar de estos misterios porque los conoce. Nadie ha subido al cielo. Sólo Jesús, que estaba en el regazo del Padre, conoce aquellas realidades y ha descendido para revelarlas y manifestar que es el amor del Padre el que ha puesto en marcha toda la historia de la salvación.

(Y como hace en el prólogo, el Evangelista repite aquí un inciso

para referirse a Juan el Bautista, que en respuesta a uno se sus

discípulos, recuerda que él no es el Mesías sino su Precursor, con

estas palabras:

…“Quien se lleva la novia es el novio….Y en esto consiste mi gozo

colmado”. “El debe crecer y yo disminuir”; “Quien viene de arriba está

por encima de todo (29 y 30)“…”El enviado de Dios habla de las cosas

divinas. El Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos, pues Dios

(no da el Espíritu tasado (sic34 y 35)”

4).- Jesús y La samaritana .- La samaritana, al principio, está distante con Jesús: ¿Cómo tú me pides agua a mí? Luego, por sentido práctico, ya le respeta: “Señor”, dame de esa agua viva, para no tener que venir a sacar agua del pozo. Y cuando le descubre su azarosa vida ya le reconoce “Profeta”. Acaba recibiendo la primicia: Ella esperaba, como todos, al Mesías, y “Jesús le dice: -Yo soy, el que habla contigo” (26). Pocas veces habla tan claro, y lo hace a una mujer de raza despreciada, escogiendo a una pecadora, que de este modo se convierte en mensajera de la Buena Noticia ante su pueblo. Poco antes ya le había dicho que ni el monte Garizin (donde adoraban a Yavé los samaritanos) ni Jerusalén (donde lo hacían los judíos), importan nada porque “Llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad” (23). Pero en cualquier sitio, porque es el cuerpo de Jesús lo que se convierte en el verdadero templo, ya no hay otro.

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(5).- El paralítico de Betzeta : Después de curarlo, hace un largo –largísimo- discurso de manifestación de su divinidad: ”Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que él quiere”. “Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos” (22). “Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida”. (24). ”No os maravilléis de esto, porque viene la hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz” (29), “y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida, y los que practicaron el mal para la resurrección del juicio” (30). (6).- Multiplicación de los panes y los peces .- Tras el aparatoso milagro, la gente aclama a Jesús, pero lo hace con una fe inmadura; se queda sólo en la manifestación superficial de las obras que el Maestro realiza. Se fijan solo en el suceso, mientras que Jesús piensa en lo que significa, que es su presentación como pan, el pan de vida. El pueblo se entusiasma, pero en Jesús predomina la decepción porque ellos se conforman con un Rey que reparte pan gratis, y Jesús ofrece mucho más.

Jesús reacciona y da comienzo a un extenso y profundo discurso eucarístico, en el que aparecen encadenados unos versículos muy expresivos y que crearon gran escándalo:

“Trabajad no por un sustento que perece, sino por un sustento que dura y da vida eterna, el que da este Hombre” (27).

“Yo soy el pan de la vida: el que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed” (35).

-”Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último dia” (54), -“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (55), -“Quien come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él” (56).

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Así, y gracias a la eucaristía, el creyente se encuentra unido a Jesucristo; se trata de una compenetración recíproca, de una permanencia mutua. La misma vida divina que va del Padre al Hijo, pasa al creyente que comulga: Jesús es Hijo, y el discípulo llega a ser hijo de Dios por esta compenetración.

(Esta transformación requiere por parte del ser humano una

condición previa: La fe incondicional: “Pero ya os dije que, aunque me habéis visto, no creéis” (35) Y afirma: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» (44), porque la Fe no depende de la iniciativa humana; es ante todo una atrac-ción interior que el Padre suscita, pero que el hombre ha de oír y atender a base de humildad: No es una predestinación arbitraria. Se nos ofrece gratis, pero requiere nuestra colaboración, porque la Fe sin obras es una Fe muerta). Sin la ayuda del Espíritu, sin el don de la fe, toda la vida de Jesús se va convirtiendo en un permanente escándalo, sus palabras tienen un impenetrable velo de incomprensión: - “Este discurso es bien duro ¿Quién podrá escucharlo?” (60).

Ante esta murmuración de sus propios discípulos, Jesús les remite a otro misterio más amplio: el de su muerte y resurrección; pero este misterio da –aunque sea veladamente- la clave de interpretación del misterio eucarístico, disipando el malentendido de los judíos, que piensan en un canibalismo. Jesús habla de su subida al cielo, de su condición de resucitado de la muerte:

- “¿Qué será cuando veáis a este Hombre subir a donde estaba antes?”. (62).

- “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada” (63). De esta forma, su carne ya no es ni frágil ni corruptible, es otra

carne, gloriosa y llena de Espíritu, que rebasando los límites del espacio y del tiempo, puede venir a nosotros introducida en un pan que ya es, así, la verdadera comida, el “Pan de Vida” que proclama el evangelio, aunque conserve sus propiedades físicas: color, sabor, forma, textura. (Esto era la “Transustanciación”).

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Al ver cómo le abandonaban muchos de sus discípulos, Jesús

toma la iniciativa; interpela a los Doce para provocar una confesión decidida. La escena recuerda la confesión de Cesarea, en la que Jesús les pregunta: «Vosotros también queréis marcharos?». Los apóstoles, con Pedro a la cabeza, aunque no comprendían, ya tenían fe.

(7).- Incredulidad y rechazo hacia Jesús .- La actividad de Jesús genera todo tipo de reacciones: El se defiende de haber curado en sábado, y el pueblo se extraña de que predique públicamente sin ser detenido. Sus parientes no creen en él. Para algunos, era un hombre bueno, pero para otros, un mentiroso o un endemoniado. La identidad de Jesús , pedida por sus hermanos, es la cuestión fundamental: “Date a conocer al mundo” (7,4) y más adelante por los judíos “Tú quien eres” (8,25).La enseñanza de Jesús va revelándolo paulatina-mente, hasta culminar con “Antes de que existiera Abrahan existo yo” (8,58), o “El Padre y Yo somos uno” (10,30). Jesús es el Hijo de Dios y, por tanto, lo conoce con familiaridad y puede seguir hablando de la misión que ha recibido de Él, pero lo hace con sus frases intrigantes: “Poco tiempo estaré aún con vosotros; después volveré al que me envió (33). Me buscaréis y no me encontraréis. Adonde yo vaya, vosotros no podéis ir (34)”. En el último día de la Festividad de las Chozas, en el que se recuerda el agua que Moisés hizo brotar de una roca en el desierto, Jesús se pone de pie y proclama en voz alta: - “Quien tenga sed, acuda a mí a beber” (37); Se presenta como la roca de la salvación a la que todo ser humano sediento debe acudir y beber, y adelanta que Él, muriendo por amor, se convierte en fuente permanente del don del Espíritu, como había ya anunciado antes a la Samaritana, a la que intrigó diciéndole:

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”…quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, pues se convertirá dentro de él en manantial de vida eterna (4, 14).

Los fariseos, tenidos por sabios, llaman a Jesús «engañador». No creen en él. Además, dejan caer su opinión sobre el pueblo llano: son «ignorantes y malditos» (mientras ellos eran “buenos”). Pero es significativo que los guardias, enviados para prenderle, regresan sin nada diciendo: «jamás hombre alguno ha hablado como este hombre» (46).

Y cuando Nicodemo (el de antes) intenta convencer a sus compañeros fariseos, esto le replican: “¿También eres tú galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas” (52). Ellos “saben” la Ley y la sobrevaloran de forma indiscriminada.

(8).- Jesús y la mujer adúltera .- A los fariseos no les importa la situación de aquella pobre mujer que iba a ser lapidada. Jesús invita a sus interlocutores —y a los lectores de todos los tiempos—, a pasar de la ley que va a ser ejecutada con frialdad, a la ley que debe ser aplicada responsablemente. Y no solo perdona a la adúltera, sino que insiste en un mensaje fundamental: Todos los seres humanos son, en mayor o menor medida, pecadores. Todos son incapaces de saldar su deuda, que depende del perdón gratuito y generoso de Dios, perdón que Jesús está ofreciendo a todo el que, humildemente, desea recibirlo mediante aquella conversión que predicaba el Bautista: Ni la raza judía, ni siquiera su religión. Solo salva el cambio de vida, el volverse hacia Dios, la “Conversión” que él simbolizaba con su Bautismo en el Jordán. Sigue hablándoles sobre quién es y a qué ha venido: Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis realmente discípulos míos, entenderéis la verdad y la verdad os hará libres”:(32)“. ¿Pero libres de qué? Pues, por lo menos: -- Del remordimiento por las faltas cometidas, pues ofrece un perdón infinito. -- De los falsos precepto y leyes hipócritas (antes más que ahora), que atenazan al hombre.

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-- De la llamada “Esclavitud del miedo a la muerte”, que en todas las culturas había amargado la vida, antes de que Jesús trajera la Buena Nueva, la esperanza del Reino de los Cielos. Pero no le entienden, parten de prejuicios (“porque no sois capaces de escuchar mi palabra” (43). Y así llegamos a un fragmento de diálogo, demostrativo del clima de rechazo: -“¿No tenemos razón al decir que eres samaritano y estás endemoniado? -“No estoy endemoniado sino que honro a mi Padre... Os aseguro que quien cumpla mi palabra no sufrirá jamás la muerte. -Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abrahán murió y lo mismo los profetas, y tú dices que quien cumpla tu palabra no sufrirá jamás la muerte, ¿Por quién te tienes? Y recogieron piedras para lapidarle…” (48 a 59).

(9) Sana a un ciego de nacimiento .- Es la lenta narración de un milagro, cargada de detalles teológicos. Se destaca, por una parte, la actitud sincera de una persona del pueblo, privada de instrucción pero dotada de sentido común; y, por otra, la cerrazón de los maestros del pueblo: “Si este hombre (dijo el enfermo curado) no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada” (33). Y le contestan los fariseos: “Tú naciste lleno de pecado, ¿Y quieres darnos lecciones?” (34).

Todo el capítulo está enmarcado en una gran interrelación entre pecado y ceguera: “Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos” (39). Se refiere a dos tipos de ceguera: La primera, consecuencia de ignorancia y no de pecado, se cura y obtiene la visión, es decir, la fe (los que no veían, ahora ven). La segunda es consecuencia del pecado y permanece para siempre. Es la de los fariseos, que “ven” pero para Jesús se vuelven “ciegos” y no son sanados.

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Aquí su pecado es que son incapaces de entender un mensaje que no cuadra en el sistema teológico en el que han sido educados y en el que fundamentan su verdad y su seguridad. Por eso Intentan negar los milagros. Están tan llenos de su «saber», que son incapaces de “descalzarse y escuchar”, de creer a Jesús.

(10).- El buen pastor .- Jesús, educado como judío piadoso, acepta todos los ritos y preceptos de la Ley de Moisés, pero ha venido a completarla, a dar cumplimiento a sus profecías. Así proclama que la salvación está ligada a El , que era el Mesías esperado. En este sentido, hay aquí versículos muy expresivos: - “…Yo he venido para que (mis ovejas) tengan vida y la tengan en abundancia”, (10).”… El buen pastor da la vida por sus ovejas” (11), no como el asalariado, que al ver al lobo huye. - “Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (14). Y más adelante: “Yo les doy vida eterna y jamás perecerán. Nadie las arrancará de mis manos” (28). ”…Nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre” (29), “El Padre y Yo somos uno” ( 30),- - “Por eso me ama mi Padre, porque doy mi vida, para después recobrarla. Nadie me la quita, la doy voluntariamente” (17), y “Tengo poder para darla y para después recuperarla ”(18).

Lógicamente, al enaltecerse Jesús de esta manera, quita protagonismo a escribas y fariseos, que eran los que dirigían la religiosidad del pueblo judío, pero que ni aceptaban el mensaje de Jesús, ni dejaban que otros lo siguieran. Y como, por otro lado, éste no tenía empacho en insultarlos públicamente como sepulcros blanqueados o raza de víboras, el ambiente iba caldeándose progresivamente:

“Muchos decían: Está endemoniado ¿Por qué le escucháis? Pero otros: “Estas palabras no son de un endemoniado” (20-21).

En la Fiesta de La Dedicación le interpelan: “¿Hasta cuándo nos tendrás en vilo? Si eres el Mesías, dilo claramente” (24),

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-“Os lo digo y no creéis. Las obra que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí” (25). ”Os he hecho ver muchas obras buenas, ¿Por cuál de ellas me apedreáis? -“Por ninguna obra buena sino por la blasfemia, porque siendo hombre te haces Dios” (algo inadmisible para un judío). (11).- La Resurrección de Lázaro se relaciona directamente con “Jesucristo dador de vida” , como su victoria sobre la muerte: -“Yo soy la resurrección y la vida» (25), - y “Quien cree en mí no morirá para siempre“ (26). Jesús venció a la muerte muriendo y resucitando, y estos dos acontecimientos constituyen la obra de la salvación.

Ante el prodigio, surge como siempre una doble reacción: la fe y la incredulidad. La fe abre las puertas a la vida, la incredulidad la cierra. A pesar de lo llamativo y lo espectacular que debió ser la escena, no hubo unanimidad, porque unos pocos no creyeron lo que veían y fueron al Sanedrín a denunciar.

Las autoridades religiosas deciden entonces actuar, temen que la actividad de Jesús, sus evidentes signos prodigiosos, propicie un movimiento de masas de carácter mesiánico que haga peligrar el orden establecido . Temen [a represalia de los romanos. Caifás con su sugerente idea de que es preferible que muera uno por todos, no es sino un instrumento para proclamar inconscientemente que Jesús muere por todos, por todo el pueblo.

(12),- Comida y unción en Betania (1-11).- Asistimos a un banquete (que “los sinópticos” sitúan en casa de Simón el Leproso), y Lázaro estaba allí con sus hermanas, seguro que para celebrar su resurrección. Mientras Marta-Marta se afana preparando y sirviendo la mesa, Maria, como siempre, es la que derrama perfumes sobre Jesús, la que le agasaja y le escucha. Ha escogido “la mejor parte”.

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Judas murmura, y Jesús, aprovecha la ocasión para anunciar otra vez su muerte: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros, pero a mí no me tendréis” (8). Y deja que le unjan como se hacía con el cadáver de toda persona importante. Lázaro va a ser perseguido a muerte por los judíos. Se ataca no sólo al Maestro, sino también a quien es testimonio vivo de su victoria (él fue el primer p erseguido por su fe, aunque el primer mártir sea San Esteban, al que San Pablo ayudó a lapidar).

(12).- Entrada triunfal en Jerusalén. (12-50): Esta escena está descrita de manera parecida a los Textos sinópticos, aunque con más brevedad, porque dejando pendiente esta narración, pasa a referirnos la aparición de “unos griegos” que quieren ver a Jesús. Estanos en la 3ª festividad judía, La Pascua, Y Jesús, aprovecha esta presencia para lanzar otra fuerte “andanada doctrinal”, manifestando: a.- La significación de su muerte, cuya “necesidad” es ilustrada con el ejemplo del grano de trigo que “…si no muere al caer en tierra, queda infecundo, pero si muere produce mucho fruto” (24). -“El que se aferra a la vida la pierde, el que desprecia la Vida De este mundo la conserva para una vida eterna “(25). -“El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté Estará mi servidor” (26). b.- Luego nos da un equivalente a la “Oración en el Huerto”:

-“Ahora mi espíritu está agitado y ¿Qué voy a decir? ¿Que mi Padre me libere de este trance? No, que para esto he llegado hasta aquí” (27).

“Ahora comienza el juicio del mundo, y el príncipe de este mundo (el demonio) va a ser arrojado fuera” y “yo, cuando sea levantado de la tierra (en la Cruz), atraeré a todos hacia mí” (32). c.- Más adelante, Insiste en que su venida al mundo es la llegada de la luz.:

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- “Mientras tenéis luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas. Quien camina a oscuras no sabe adonde va” (35),” - “Yo he venido al mundo como luz, para que quien crea en mí no ande a oscuras” (46).

d,. (Jesús ha realizado tan maravillosos signos que deberían haber conducido a la gente de su pueblo a la fe. Sin embargo, la respuesta ha sido negativa: una repulsa generalizada. Por ello y para evitar nuestro escándalo, el evangelista nos recuerda que así “estaba escrito”, por Isaías, en 6,9s).

e.- Y sigue: - Jesús es el enviado del Padre, está unido al Padre por un vínculo inefable y esencial: “Quien cree en mí, no cree en mí sino en aquel que me envió” (44); “y quien me ve, ve al que me envió” . - “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, pues no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo (47).

- “Porque yo no hablo por mi cuenta: el Padre que me envió me encarga lo que debo decir” (49)”, “y su encargo es la vida eterna” 50

(13) Lava los pies a los discípulos .- El preludio a la pasión

es completamente original respecto a los sinópticos. Omite la eucaristía —quizás porque de alguna manera ésta ya fue tratada en el capítulo (6)— y en su lugar presenta el gesto de Jesús de lavar los pies a los discípulos, que sólo aparece en este evangelio. Destaca:

1.-Singularidad del gesto. El lavatorio de los pies era una tarea propia de esclavos y no de personas libres. Este tipo de gesto algunas veces lo hacían los discípulos a sus maestros en señal de reverencia, pero nunca a la inversa. Aquí no se trata de una extraña ocurrencia, sino de la suprema enseñanza: Jesús es el amor que se hace servidor y esclavo, el amor que se arrodilla, el amor dispuesto a todo en nuestro día a día.

2.- Narración El evangelista describe el lavatorio de los pies de manera solemne, a cámara lenta: Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto, toma la toalla, echa agua en un

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recipiente, se pone a lavar los pies... El lavatorio es una acción simbólica, un gesto profético, un “signo” que Jesús hace con consistencia y profundidad.

3.- Diálogo con Pedro. Pedro no capta el sentido revelador del signo. Con su reacción (“Jamás me lavarás los pies”), no comprende el gesto de Jesús y no ve más que la obra indigna, propia de un esclavo. Jesús justifica la incomprensión de Pedro y remite a un entendimiento posterior: “…más tarde lo entenderás”. Dejar que nos cuiden, dejarnos querer, exige humildad.

4.- Mensaje a la comunidad cristiana: No es admisible que ninguna persona se ponga por encima y oprima a otra en base a supuestos derechos. Si Dios se pone de rodillas ante el ser humano y le lava los pies, ningún ser humano —por grande que sea— tiene derecho a dominar a otro o a despojarlo de su dignidad.

5,- Es un ejemplo a seguir por la Iglesia (todos, jerarquías y fieles):

Sus miembros, imitando a Jesús, deben rebajarse y vivir con sencillez, difícil reto hoy exigible más que nunca. (14) Camino hacia el Padre: Siguen en el cenáculo, Jesús anuncia la traición de Judas Iscariote y, tras marcharse este hace otro repaso, el último, de su misión en el mundo, empezando por el mensaje más importante: - “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” y “En eso conocerán todos que sois mis discípulos” (13, 34 y 35). Ni los rezos ni las ceremonias religiosas. Solo el amor (“Cristo es Amor”), y si hay desamor es que no hay allí ningún cristiano comprometido con el Maestro. A la bravata Pedro responde: “Te aseguro que antes de que cante el gallo me negarás 3 veces” (13, 38). Y continúa: - “No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí” (14,1). - “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, pues voy a prepararos un puesto” (2)

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- “Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy” (3). -“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre si no es por mi” (6). (Tomás le había dicho: “No sabemos adónde vas”). - “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre: ¿Cómo me pides que te enseñe al Padre? (9) (En respuesta a Felipe). - “Os lo aseguro: quien crea en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre” (12), - “Lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre” (13). - “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (23.) .(ver Cap 6, 56). Este “habitaremos” introduce un cambio: si en el Antiguo Testamento el habitar de Dios en medio de su pueblo se sobreentendía como “en el templo”, a partir de ahora será “en el propio individuo”, que queda así convertido en templo vivo de Dios. Se trata de la presencia de la Santísima Trinidad en el corazón del cristiano. Les anuncia al Valedor , la gran ayuda que nos dejará: - “Si me amáis, guardad mis mandamientos; y yo pediré al Padre que os envíe otro Valedor que esté siempre con vosotros” (15), - “No os dejo huérfanos” (18). - “El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije (26). Y completa sobre el Espíritu (ya en el Cap. 16): - “Muchas cosas me quedan por decir, pero no podéis con ellas por ahora” (16, 12), - “Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, él os guiará hasta la verdad plena” (16, 13). (15) La vid verdadera: Esta imagen de la vid no evoca una estampa bucólica del campo, sino que posee connotaciones de rivalidad y enfrentamiento, oponiéndose frontalmente al

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judaísmo, cuyo emblema en el templo era una inmensa vid de oro. Ahora Jesucristo es la vid verdadera en oposición al Antiguo Israel, que es la vid que no ha dado los frutos esperados.

El dueño de la vid es el Padre, que es quien realiza la poda y cuida su vid. La poda tiene una finalidad: que la vid dé fruto abundante. El sarmiento que no dé fruto tiene su suerte echada: será arrancado. Y, en el último tramo de su misión, añade:

- “Quien permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto, pues sin mí no podéis hacer nada” (5), e insiste: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y os sucederá” (7). Y “Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada” (11).

Y repite, por su importancia, “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (12)

- “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (13)

- “Ya no os llamo siervos… A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto oí a mi Padre” (15).y “No me elegisteis vosotros. Os elegí yo y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca,…” (16).

Les advierte que sufrirán : - “Sabed que si el mundo os odia, primero me odió a mi” (18), “Yo os elegí sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”, (19), “Un siervo no es más que su amo. Si a mí me han perseguido, a vosotros también os perseguirán” ( 20).

Y añade: “Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían culpa, pero ahora no tienen excusa para su pecado” (22) (El practicante de cualquier otra religión, podrá seguir con ella, pero el cristiano, que ya ha conocido a Cristo, no tiene excusa). (Cap 16) .- En este capítulo repite y recalca varios temas: a.- La promesa del Valedor (englobada en el Cap 14), b.- El anuncio de persecuciones: “Esto os lo digo para que, cuando llegue el momento, os acordéis que os lo había dicho”, 4.

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c.- Su muerte y resurrección: “Ahora me vuelvo al que me envió, y nadie me pregunta adonde voy” (5.), “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre”, (28), y hace un juego de palabras: “Dentro de poco no me veréis; dentro de otro poco me veréis” (15), que no acaban de asimilar. d.- Y añade palabras de ánimo , en esta última etapa: : - “Vosotros ahora estáis tristes, pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará” (22). “Mirad, llega la hora, ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado, pero yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (32), argumentación que remata con: -“En el mundo pasaréis aflicción, pero tened valor: Yo he vencido al mundo” (33) (y por tanto, vosotros también venceréis), cosa que les cuesta comprender porque estaban todavía esperando un caudillo que liberara a Israel de los romanos, y solo oían anuncios más o menos claros de tribulaciones y muerte.

Él había cumplido su encargo, pero sus palabras resultaban muy oscuras para los judios. El Espíritu quitará el velo de la incomprensión, las hará definitivamente inteligibles. De ahí la continuidad y complementariedad de la obra del Espíritu Santo respecto a la de Jesús, porque es Jesús mismo quien continúa hablando hoy a la Iglesia, pero de una manera nueva e interior, a través de su propio Espíritu. (Así nacen la “Tradición” y el “Magisterio”, como fuentes complementarias a las “Escrituras”). (17).- Oración sacerdotal: . A continuación, Jesús ora en voz alta y ante sus discípulos, lo que se conoce como “la oración sacerdotal”, muy extensa, cuyo resumen podría ser: a.- Jesús ora por su glorificación que es también la gloria del Padre: “Yo te he dado gloria en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer. Ahora tú, Padre, dame gloria junto a ti, la gloria que tenía antes de que hubiera mundo” (4 y 5).

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b.- Jesús ora por sus discípulos: El Dios de la lejanía y del terror se hace definitivamente Padre gracias a la presencia de Jesús, el Hijo. El centro de la oración es la súplica por la santificación de los discípulos: La glorificación de Jesús pasa a través de la santificación de los discípulos. De esta forma, establece la unidad de amor del Padre con el Hijo, y a su vez, del Hijo con los discípulos. c.- Jesús ora por los futuros creyentes:

Jesús extiende la plegaria que va desde el grupo apostólico que ha enviado al mundo hasta aquellos que creerán mediante su misión y su palabra. El Padre envía a Jesús y Jesús envía a sus discípulos para comunicar su acción salvadora al Mundo. d.- Jesús ora por la Iglesia:

Habla de unidad total: El Padre con nosotros, a través del Hijo. “Yo les di la gloria que tú me diste para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el mundo conozca que tu me enviaste

y los amaste como me amaste a mi” (22y 23).

(18 y 19).- Pasión y muerte de Jesús: Es el relato cumbre, pero lo conocemos y lo meditamos en todas las Semana Santa. 20, (1-10).- Resurrección de Jesús: María Magdalena es la primera en ser testigo de la resurrección. Ve la piedra quitada y corre a decírselo a Pedro y al discípulo amado (con dos testigos ya se puede dar testimonio fidedigno). Hay una reacción positiva de ambos. El discípulo amado llega antes al sepulcro, ve los lienzos pero no entra; después de entrar Pedro entra Juan, “que ahora sí vio y creyó”. Vio que el sepulcro estaba vacío y creyó en la resurrección. Este creer hay que entenderlo no en sentido pleno, sino más bien «empezó a creer», tal y como lo da a entender el tiempo del verbo griego original… Este “creer” de Juan ha surgido a la vista del sepulcro vacío, de un «signo» negativo: la ausencia de un

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cadáver. No está fundado en la palabra de Jesús, pues «hasta entonces no habían entendido las Escrituras», en las que se habla repetidas veces de la muerte y de la resurrección. No es un creer pleno: estaba asombrado, descolocado, y no va a anunciarlo a los demás: Pedro y él, confusos, se marchan juntos a casa.

20, (11-18) .- Se aparece a María Magdalena . María, en cambio, permanece junto al sepulcro (11). Frente a

la inconsistencia y cansancio de los discípulos, se destaca la firme perseverancia de esta mujer. María Magdalena es «la mujer fiel». Está loca o enferma de amor; incluso piensa que el hortelano lo ha llevado a alguna parte y desea ir ella personalmente a recogerlo (15). Hay un breve pero intenso diálogo:

-“Maria” (el hortelano, que era Jesús, le llama por su nombre) -“¡Rabbuni!” (que es la forma cariñosa de Rabbí, o maestro)

(17). Es la sorpresa de la enamorada, que cree soñar despierta. -“Suéltame, que todavía no he subido al Padre” (18)

(o quizás “tranquila, que aún voy a estar con vosotros hasta mi Ascensión”). Nadie tuvo un diálogo tan cálido con el Resucitado. Y le manda ir a los discípulos y anunciar su experiencia de fe: que lo ha visto resucitado y que ha hablado con él,

21, (1-14).- Se aparece otras 3 veces: Se aparece 2 veces

más a los discípulos. Primero sin Tomás y luego con él, que realmente nos representa a todos nosotros, que necesitamos pruebas palpables para rendirnos a la evidencia y decir, entre arrepentidos y avergonzados, “Señor mío y Dios mío”. Es cuando Jesús le añade: “Porque has visto has creído. Dichosos los que sin ver crean”.

Y luego junto al lago, donde estaban pescando 7 de ellos. Allí se presenta como compañero y amigo, que sigue de cerca las preocupaciones de sus discípulos, y muestra su actitud de ofrecimiento: “Venid a almorzar” (21). Esta interpretación eucarística sugiere la creación de una plena comunión entre

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Jesús y los discípulos. Comunión que permanece viva después de la resurrección.

Llama la atención esta secuencia: «Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, la red no se rompió» (11). La red, repleta de peces es el símbolo de la Iglesia en la que cabemos todos. En sus redes ya no hay buenos ni malos, ni los peces grandes se comen a los chicos. La red no debe romperse nunca y acogernos a todos.

21 (5- 25).- Misión de Simón Pedro: Después de esta

comida el Señor pregunta 3 veces a Pedro por la sinceridad de su amor. (Poco antes Pedro le había negado 3 veces; ahora Jesús busca y ofrece una reconciliación total).

Y acto seguido hay un curioso desplante de Jesús hacia su “discípulo amado”, como cierre del “4º Evangelio”:

Jesús dice a Pedro: “Sígueme”. Pero Pedro se gira y al ver al predilecto, le dice:

-“Señor, y de este, ¿qué?” A lo que Jesús responde: -“Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú

sígueme” (21, 22). Aquí hay espontaneidad. No sabemos interpretarlo, pero Juan

acusó el coloquio, pues 50 años después aún se acordaba y no dudó de ponerlo en su evangelio, quizás por humildad, para contrarrestar tanta manifestación de la “predilección” de Jesús por él.

Otros lo interpretaron –entonces- como anuncio de que Juan viviría hasta el Juicio Final, lo cual –como los siguientes versículos 24 y 25- probablemente no son de San Juan sino añadidos por sus discípulos de la Escuela Joánica.

F I N

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