apocalipsis, ana mireles
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Sea la vida, sea la muerte, sea el presente…
La relación entre la fotografía y la muerte
Por: Ana Mireles
Apocalipsis, el fin de los tiempos,
nuestra propia mortalidad.
Independientemente de las religiones o
creencias que podamos tener, estamos
conscientes de nuestra finitud. Y es
debido a esta consciencia que
construimos una historicidad, término
que engloba un deseo de memoria que
en un sentido derridiano es concebido
por una huella material que testifique.
Nos encontramos en la constante
búsqueda de la trascendencia, la
necesidad de dejar una huella en el
mundo es inherente a nuestra
naturaleza y por ello se ha buscado
desde los inicios del hombre. Los más
privilegiados van dejando un legado
artístico, pero la mayoría lo único que
podía hacer era tener hijos. Sin
embargo, en un mundo sobrepoblado y
sin recursos, la tecnología nos pone a la
mano mecanismos para lograr este
rastro de otras maneras. Es así como el
desarrollo de la ciencia y la mecánica se
enfoca en conseguir objetos que
plasmen la ‘realidad’ de manera
permanente.
La fotografía es uno de estos inventos y
sin duda el que juega un papel
imperante en la ciencia y la industria;
elemento base para los medios de
comunicación; y una de las prácticas
cotidianas que más realizamos. Ningún
otro medio se ha vuelto tan importante
como éste en la construcción de nuestra
identidad, nuestras vidas, nuestra
sociedad y sobre todo de nuestros
imaginarios. Sin embargo, en esta
práctica radica una paradoja que ha
fascinado a los teóricos de la imagen y
es que, la condición de posibilidad
de la fotografía es la muerte de
aquello que ha sido capturado
pues ha dejado de existir como
realidad y comenzado a existir
como huella. La fotografía entonces
¿preserva la vida? o por el contrario,
¿exacerba la muerte?
André Bazin, investigador y crítico de
cine escribe a finales de los años
cincuenta y principios de los sesenta
una colección de cuatro volúmenes
titulada ¿Qué es el cine? Aquí, nos dice
que “La muerte es para el ser el instante
único por excelencia. Por relación a él se
define retroactivamente el tiempo
cualitativo de la vida.” Por ello es tan
importante en nuestra esencia la
concepción de nuestra inmortalidad.
¿Cuántas veces no hemos platicado, ya
sea por películas, series de televisión o
simplemente por conocer a otra
persona, sobre lo que harás si fuera el
último día de tu vida? Si supieramos el
momento exacto de nuestra muerte
aprovecharíamos cada segundo, sobre
todo cuanto más se acerque hacia el
final. De saber que es hoy el último día
haríamos todo eso que deseamos y no
nos habíamos dado el tiempo de
cumplir. ¿Por qué entonces no lo
hacemos? Porque pasamos todo nuestro
tiempo tratando de postergar ese
último respiro.
Y es que el hombre no es que desee
crear a su imagen y semejanza como
dijo la Iglesia en los orígenes de la
fotografía: “Querer fijar reflejos fugaces no
sólo es una imposibilidad, […] sino que ese
querer linda con el sacrilegio. Dios creó al
hombre a su imagen y ninguna máquina
humana puede fijar la imagen de Dios;
debería traicionar de golpe sus propios
principios eternos para permitir que un
francés, en París, lanzara al mundo una
invención tan diabólica.” (Gisèle Freund,
la fotografía como documento social),
pero sí busca parecerse a Dios en algo:
la inmortalidad.
Dejar un legado de nuestra
existencia es quizá más
importante que gozarla ya que
paradógicamente hacemos todo lo que
esté a nuestro alcance por evitar la
muerte, pero al mismo tiempo tratamos
de no pensar en ella. El punto de
inflexión de la vida es la muerte, todas
las religiones constan de una vida
eterna, sin embargo no la vemos como
una continuidad de la que transcurre en
este mundo. La pensamos tan diferente
que la que nos importa es la que
vivimos actualmente, que no tendría
ningún sentido si no se terminara en
algún momento y por ello nos
obsesiona tanto ese final.
Continuando por la misma época y
asociado también con la teoria
cinematográfica, se encuentra Sigfried
Kracauer, un teórico bastante radical
que defiende la objetividad y el registro
de una realidad física. Para él, “Si
fotografiamos es para apegarnos a instantes
de la vida de tal forma que olvidemos que
existe la muerte. La fotografía tendría pues
como misión eclipsar la idea misma de la
muerte.” (Joan Fontcuberta, La cámara
de Pandora).
Tomando la mortalidad como el mayor
miedo que enfrenta el ser humano
podemos entender que todos nuestros
actos estén guiados por él, por nuestra
necesidad de superarlo, sin embargo
como la inmortalidad es algo
inalcanzable se le trata de vencer de
otra manera. En este caso construyendo
medios que nos permitan seguir
viviendo en otra temporalidad, una en
la que no estaremos presentes pero que
coexistiremos con las próximas
generaciones por medio de la memoria,
de las huellas que dejemos para ser
leídas por los otros. De ahí la necesidad
de plasmar la realidad en que nos
encontramos ahora, no importa la
forma, lo significativo es la esencia.
Ahora, cuando hablamos de fotografía,
hablamos de un proceso que puede
repetir de manera mecánica algo que
nunca más podrá repetirse en la
existencia y es por eso que Roland
Barthes en su nota sobre la fotografía
titulada La cámara Lúcida, 1980,
denomina spectrum a una de las
cualidades intrínsecas de la imagen. Y
es que “… esta palabra mantiene a través
de su raíz una relación con
<<espectáculo>> y le añade ese algo
terrible que hay en una fotografía: el
retorno de lo muerto”.
Para él, ser fotografiado implica vivir
una microexperiencia de la muerte,
pues en ese momento el sujeto
deviene objeto. Al atribuirle a la
fotografía esta cualidad de prueba o
evidencia, hacemos creer con ella que lo
que está ahí es algo viviente, y se le
concede un carácter etéreo, que dota de
infinitud. Sin embargo, “deportando ese
real hacia el pasado (<<esto ha sido>>),
la foto sugiere que éste está ya muerto”.
La muerte, como ya hemos dicho, es
una parte esencial de la vida del ser
humano, y si –dice Barthes- ya no está
(o está en menos) en lo religioso, deberá
estar en otra parte: quizás en esa
imagen que produce la Muerte al
querer conservar la vida.” Por lo tanto,
el acto de fotografiar es meramente un
síntoma de nuestro tiempo, una manera
de concebir la mortalidad y negarla.
Algo que también es necesario acotar es
que la fotografía ha cambiado. Con la
llegada y el encumbramiento de los
medios digitales, nuestra percepción de
la realidad misma se ha transformado y
con ello nuestras nociones de
temporalidad, vitalidad, verasidad,
entre otros. Por tanto, las reflexiones
acerca de la práctica han variado
también.
Los autores previamente citados
no conocieron la foto digital, ni
las imágenes generadas por
computadora y por ello no
pudieron entenderla de la misma
manera en que lo hacemos hoy.
Para cubrir este nuevo mundo me
referiré a Joan Fontcuberta, fotógrafo y
teórico catalán. Para él, “…al contrario,
la fotografía se vincula a la vida y no a la
muerte… porque estoy convencido de que
allí donde la fotografía como manifestación
de vida no alcanza, queda la palabra, que
es otra forma eficaz de construirnos”, dice
en su más reciente libro La cámara de
Pandora.
Actualmente las fotos ya no son
recuerdos que queremos guardar, sino
que forman parte de nuestras vivencias.
No podemos ya experimentar un viaje,
una fiesta, una exposición, un paseo por
la ciudad, ni siquiera una comida si no
es a través de una foto que podamos
“postear” en alguna red social para ser
compartida en tiempo real con nuestros
conocidos ausentes. Y desde ésta
perspectiva es muy acertado
considerarlas, como hace el autor, como
exclamaciones de vitalidad. “…en la
cultura analógica la fotografía mata, pero
en la digital la fotografía es ambivalente:
mata tanto como da vida, nos extingue
tanto como nos resucita”.
Nos encontramos en un momento de
transición, esto es indudable, pero los
siglos de tradición aún pesan. Desde los
griegos, fundadores de nuestra
civilización se ha asociado a las
imágenes con la muerte: “Pero por todas
partes ni Hades salió jamás de sus
dominios para reunir a los muertos ni les
dio muerte; no era un agente de la muerte,
sino el señor de las imágenes recordadas”
(Emily Vermeule, La muerte en la
poesía y en el arte de Grecia) y es que
también ellos penetraban en la muerte
enfrentando el pasado.
Más allá de las posturas planteadas por
los teóricos, filósofos, semiólogos y
demás académicos, y que algunas nos
convenzan más que otras, lo cierto es
que a pesar de que vivamos con un dedo
en el botón del obturador y un ojo en la
pantalla o en la mirilla, morimos a cada
instante pues estamos sujetos
inevitablemente a la corrosión del
tiempo y mientras más logremos
plasmar un momento, más evidente
será que es una ficción y que entre más
la tratemos de retener, más se nos
escapará por entre los dedos.
En el Apocalipsis de San Juan el
Señor dice: “Yo soy el Alfa y la
Omega, el principio y el fin, el
primero y el último”, y ahora la
fotografía extrapola esta premisa
y nos dice: yo soy el presente y el
pasado, lo efímero y lo eterno, yo
soy la vida y la muerte.