Aprendiendo - Aldo Calcagni (1)

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Aprendiendo Aldo Calcagni González Marzo 2007 The Newfield Network

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Aprendiendo Aldo Calcagni González Marzo 2007

The Newfield Network

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Aprendiendo

Maestro, ¿qué hacía antes de iluminarse? Acarreaba agua y cortaba leña.

¿Y cuando comenzó el sendero del Zen? Allí, el acarrear agua y cortar leña ya no significaban nada.

Y ahora, ya iluminado, ¿qué hace? ¡Acarrear agua y cortar leña!

Caminos y senderos. Si está leyendo este trabajo es por que ya iniciaste el sendero del aprendiz. Ya sabes que éste no es igual al camino del aprendizaje. El aprendizaje es el camino de la adquisición de información, del desarrollo de habilidades y competencias específicas. Aprendizaje tiene que ver con alguien que te enseña, un profesor, o alguien que te prepara en una habilidad, un entrenador. También tiene que ver con un lugar: la escuela, la universidad, un centro técnico, una organización. Aprendizaje tiene también que ver con un juego de asimetría: hay alguien que sabe y alguien que no sabe. Si estás en el camino del aprendizaje, no te preocupes de mirarlo, confía: alguien más preparado que tú ya diseño el camino que tienes que transitar. Obedece, cumple con los pasos y llegarás, seguro, donde ya todo está dispuesto para ello. Tu camino será claro, no habrá sorpresas ni sobresaltos. Todo está bajo control. Al final, tendrás las

competencias prometidas, visitarás los territorios prometidos, aprenderás aquello que ya sabes que aprenderás, que está en tu plan… ¿Y si eso no fuera suficiente? ¿Si un día te despertaste, y estás justamente allí, en ese extraño lugar donde nunca quisiste estar? ¿Queda algo más que aprender? Preguntas como estas son las que te han llevado al sendero del aprendiz. Es necesario mirar el sendero por donde transitas como aprendiz. Muchos hablan acerca del sendero, tú lo estás viviendo. Pero no sólo por vivirlo puedes aprender de él. Es necesario que, cada cierto tiempo hagas un alto y lo observes. En este trabajo hablaremos de algunos enemigos que allí te esperan. El Relato Hay muchos testimonios del sendero. Sus relatos, una vez que los comienzas a escuchar, los encontrarás en todas partes: en libros antiguos, como el Poema de

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Gilgamesh y la Odisea de Homero; en películas como la Guerra de las Galaxias de G. Lukas, o El Rey León, de Disney…En la poesía de Machado cantada por Joan Manuel Serrat, o en los versos de los místicos, como La subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz; en mitos y leyendas, en textos de psicología, como la obra de C. G. Jung; en libros profanos, en libros sagrados. Hemos elegido un relato para ti; del poeta griego contemporáneo, Konstantínos Kaváfis;

ÍTACA.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias. No has de temer ni a los lestrigones ni a los

cíclopes, ni la cólera del airado Poseidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta si tu pensamiento es elevado, si una

exquisita emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes y el feroz Poseidón no podrán encontrarte si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.

Debes rogar que el viaje sea largo, que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente, a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías: madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

y perfumes placenteros de mil clases. Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino. Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla, rico de cuanto habrás ganado en el camino. No has de esperar que Ítaca te enriquezca: Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido; mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

El sendero del aprendiz. Joseph Campbell, en su bello libro, El poder del mito, señala que en todas las culturas y tradiciones se encuentra el arquetipo del aprendiz (que él llama La aventura del héroe), con descripciones diversas sobre su sendero. El señala que es posible distinguir en todas ellas algunos momentos determinados, que denomina: La Partida, donde encuentra especialmente el momento del Llamado. La Iniciación, donde halla el momento que denomina el Vientre de la ballena, o la Noche obscura del alma, Y el Retorno, o la libertad para vivir. Veamos como se encuentran estos momentos en el poema de Kaváfis. El casi no se detiene en el primer momento, el Llamado. Sencillamente lo supone: “Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca”…El supone que ya sabemos quienes somos, que ya escuchamos el llamado, que lo estamos contestando.

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Sin embargo, muchas veces la vida nos llama y no contestamos ese llamado. No decimos: “Yo no soy ningún Ulises”, “nunca he salido de mi casa… no sé que es Ítaca”… “Estoy bien aquí, por lo menos no estoy tan mal… hay muchos que están peor…” “No he perdido nada que tenga que recuperar”, “¿qué garantía hay que si me meto en esto…?”. Muchas veces no contestamos el llamado pues sabemos lo que ello significa: nos tendremos que enfrentar a nuestros temores más profundos. Muchas veces preferimos una “buena” explicación a enfrentarnos a la posibilidad de un cambio en nuestras vidas. El sendero del aprendiz pasa necesariamente por lo que San Juan de la Cruz llamó “la noche obscura del alma”. O el Libro de Job llama “el vientre de la ballena”. Nuestro poeta lo denomina el encuentro con Cíclopes y Lestrigones, con el feroz Poseidón1. Para enfrentarlos es necesaria también la mano de un guía, que te muestre dónde habitan tales peligros. ¿Dónde se conjuran los monstruos? ¿Dónde habitan? El poeta–guía–maestro nos da una señal: Ellos no podrán encontrarte “si no los llevas ya dentro, en tu alma, si tu alma no los conjura ante ti”. Kaváfis nos da también una pequeña indicación acerca de ese último momento, que Campbell llama el retorno: “Y siendo ya tan viejo, con 1 Cfr. Homero. La Odisea, cap. x ,también cap. xxiii. Allí se relata el encuentro de Odiseo con una tribu de gigantes antropófagos, los Lestrigones. La ira del Dios del mar, Poseidón la enciende Odiseo luego de cegar a su hijo, gigante de un solo ojo, el cíclope Polifemo.

tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas”. Pero, ¿qué sabemos nosotros del retorno a lo mismo, que ya nunca será igual? ¿Cómo será cortar leña y acarrear agua para un maestro ya iluminado? ¿Qué significan las Ítacas para la vida de los mortales? No hablaremos de los consejos del poeta-guía-maestro sobre el viaje… Quedémonos un momento profundizando los enemigos que hallaremos en nuestro viaje, enemigos que hemos denominado “enemigos ontológicos del aprendizaje”. Un pequeño excurso hacia la etimología. Tanto en el camino del aprendizaje como en el sendero del aprendiz nos encontramos con múltiples barreras y obstáculos. Provienen de los más diversos orígenes: están las barreras económicas –como el no poder pagar una maestría en Harvard-, las sociales –tales como no tener acceso a un determinado club social-, barreras biológicas –una determinada enfermedad que me incapacita para practicar cierto deporte-, psicológicas –la depresión que me impide concentrarme-, en algunos lugares de nuestro planeta existen barreras raciales y culturales; en fin una serie de trabas que al parecer determinan o definen las posibilidades concretas de acceder a un espacio de formación, de instrucción, de aprendizaje. No están dedicadas a ellas estas notas.

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Nos centraremos en determinadas barreras que llamamos “ontológicas”. Te invitamos a seguir por un momento los derroteros de esta palabra, que hemos elegido para señalar este particular dominio; ellos sólo son un ejemplo de que los senderos tal vez no los transitan sólo los seres humanos, sino también las palabras, las lenguas, las culturas… La palabra “Ontología” es la traducción de un término griego, que está formada por dos palabras: logos y ontos. Logos –término de difícil traducción, se encuentra en conceptos como Psico-logía, la ciencia o el estudio del alma; antropo-logía, el estudio de los seres humanos; socio-logía, es estudio de las sociedades, etc. Significa aproximadamente “estudio”, “ciencia”, pero también puede significar “razón”, “sentido”, “discurso”, “hilo conductor”, etc. Nosotros queremos acentuar su sentido de la experiencia vivida que se sabe, y se articula. En su sentido tradicional, Ontología es la ciencia o el estudio del ontos. Ontos proviene de un sustantivo griego To ón. Este se forma como una sustantivación de un participio de presente, un modo verbal que existe en griego clásico, pero que no existe en castellano (ni en latín). En castellano tenemos un participio de pasado, por ejemplo, del verbo “cantar”, “cantado”, con el cual construimos las formas complejas de los verbos en pasado: “he cantado”, “había cantado”, etc. Aunque no tenemos un participio de presente, en castellano contamos con una forma parecida: el gerundio: “cantando”. Esto se parece en algo al significado

que escuchaba un griego cuando oía un participio de presente. Los griegos podían, como nosotros, sustantivar –es decir, construir sustantivos a partir de ciertos modos verbales; por ejemplo: del verbo “cantar”, del participio pasado “cantado” se forma el sustantivo: “Lo cantado”. Para ello utilizamos una forma de artículo neutro: “lo”. Pues bien: los griegos toman el participio de presente del verbo ser (einai) y lo sustantivan, agregándole un artículo neutro (que en castellano propiamente no tenemos) convirtiéndolo en el to ón. Los latinos, que no tenían tampoco el modo del participio de presente en su gramática, inventan una palabra para el to ón: de su verbo ser, esse, derivan la palabra ens. Los traductores españoles hacen lo mismo: inventan una palabra para traducir el ens latino, el to ón griego: el ente. Así, lo que querían que escucháramos los traductores bajo el palabra “el ente” es algo así como “lo cantando” (un sustantivo creado a partir del gerundio de “cantar”, cosa que no se puede hacer en castellano, y un artículo neutro, que tampoco tenemos), que significaría “lo que está siendo cantado en este momento, en cuanto está siendo cantado…”. En el caso del ente sería más exacto traducirlo por algo así como “lo siendo”: “lo que está siendo en este momento, en cuanto está siendo”. Pues bien, para nosotros “Ontología” tendrá un sentido preciso: La experiencia vivida que se reconoce, que se autocomprende,

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y se articula de algún modo sobre lo que está siendo, en tanto está siendo de esta u otra manera. Demos un paso más. Heidegger, en su genial libro Ser y Tiempo, señala que, podemos distinguir diversos modos de ser; por ejemplo, el modo de ser de los seres naturales, que se diferencia del modo de ser de las obras de arte, que a su vez es distinto del modo de ser de los objetos técnicos, etc. Dentro de ellos, hay uno especial, el modo de ser de los seres humanos, para el cual Heidegger inventa un neologismo: Dasein, y que nosotros denominamos habitar. Dentro de estos modos de ser, Heidegger encuentra una preeminencia de este modo de ser sobre los otros, en tanto que este modo –que es cada vez el nuestro– comprende lo que es estar siendo. Es decir, nuestro modo de ser no solo se limita a ser de cierta manera, sino que, además comprende, se preocupa por qué significa ser. Este es el origen de coaching ontológico. Así, ¿por qué usamos en adjetivo “ontológico” para referirnos a estos enemigos del aprendizaje? Pues nos referiremos en particular a aquellas barreras que aparecen por el modo de ser que estamos siendo como seres humanos; no tanto por nuestra condición biológica, sociológica, psicológica, etc. Enemigos ontológicos del aprendizaje. Lo siguiente no es una lista ordenada de estas barreras; son más bien la acumulación de ciertas señales para

que, cuando aparezcan en tu camino, las reconozcas… 1. Incapacidad de admitir que no

sé. ¿Te recuerdas aquella ocasión que, muerto de vergüenza, tuviste que confesar delante de todos en la clase que no sabías? Quizás ese día prometiste que nunca más te pasaría; quizás ese fue el impulso para llegar a donde estás ahora, el impulso a estudiar, a esforzarte… Y fue también el origen de algo más. Cuando aprendemos, aprendemos no sólo lo que aprendemos; junto a ello aprendemos la luz poderosa de la nueva distinción, su poder…y muchas cosas más: el contexto en que lo aprendimos, su espacio emocional, etc. Y así, ese territorio de aprendizaje queda ya está habitado de cierta manera. Estamos en el estado de ya sé. De lo que se trata después es adaptar las nuevas informaciones al mapa inicial que ya conozco. ¿Y qué pasa cuando me enfrento a algo nuevo? Lo veo desde lo que ya conozco. Así, propiamente nunca me encuentro con algo nuevo, sino sólo con adiciones, apéndices, notas a pié de pagina de lo ya conocido. Martín Heidegger lo dice con estas palabras: “habitamos en la luz de la verdad”. ¿Quiere decir que no podemos aprender algo nuevo, algo auténticamente nuevo? Nuestro modo de ser es que no estamos preparados para ver lo nuevo como nuevo; así, tanto individualmente como colectivamente los seres

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humanos somos “conservadores”. Ello nos lleva muchas veces a perder oportunidades: Desde el famoso caso de la IBM que rechaza la fotocopiadora, con lo cual se genera una tremenda oportunidad, que posteriormente se llamó Xerox; hasta la dificultad de no poder aprender dos idiomas maternos… Hay una manera de enfrentar este enemigo: la declaración de ignorancia. El camino del aprendizaje comienza con esta declaración, explicita o implícita: con ella se abre tanto el camino del aprendizaje como el sendero del aprendiz. Estamos un paso adelante del ingenuo supuesto de que no hay nada que aprender. La ignorancia no es (como usualmente se supone) lo opuesto del aprendizaje. La ignorancia es el umbral del aprendizaje. Sólo podemos hacer el juicio de ignorancia cuando reconocemos que hay algo que aprender. La ignorancia es una condición para aprender. 2. La ceguera Uno de los enemigos ontológicos del aprendizaje más notables se debe al hecho que, normalmente, no sabemos que no sabemos. No sólo no estamos preparados para la novedad –ver lo nuevo desde la perspectiva de lo nuevo– sino que ni siquiera percibimos los “hoyos negros“de nuestra percepción. La gente que no conoce algo no vive como si tuviera un vacío que está esperando ser llenado. Actuamos, organizamos nuestras vidas y nos damos un sentido a nosotros mismos y al mundo a partir de las distinciones, historias y competencias

que poseemos. No de las que no tenemos. Normalmente, no tenemos la más mínima idea de la existencia de vastos dominios del conocimiento que puedan existir y estar disponibles para otros. Ciertamente, no tenemos idea de aquellos dominios del conocimiento que actualmente están siendo inventados. Estar en el aprender tiene un saludable momento de escepticismo. Un momento en el que estamos dispuestos a cuestionar nuestros conocimientos, a liberarnos de nuestros supuestos actuales y a abrirnos a la posibilidad de que pudiera existir algo nuevo que aprender. Sin este momento de duda, el aprendizaje no puede ocurrir. Cabe aquí proponer una pequeña distinción entre distintas cegueras: Podemos constatar cegueras perceptivas: mis actuales órganos o instrumentos de percepción no me permiten acceder a la experiencia de ese fenómeno: hasta hace poco no teníamos instrumentos para captar la existencia de los supuestos neutrinos, que la Física de partículas predecía; como hoy no tenemos instrumentos para captar la partícula de la gravedad, el gravitón. Hay también una ceguera cognitiva: no puedo concebir, dado mi paradigma conceptual que exista cierto fenómeno: como físico no puedo creer en la existencia de los ángeles y los demonios, etc. Y habrá cegueras culturales, epocales, etc. Apuntemos que la ceguera no es, en sí misma, un enemigo ontológico del aprendizaje. Ella es un fenómeno

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ontológico: sencillamente todos tenemos espacios de ceguera en nuestra forma de existencia. El enemigo está en no contemplar en nuestro espacio de comprensión este momento de ceguera. En no concebir que puede que lo que percibo, comprendo, creo, etc. no sea todo lo que existe. Y que, por tanto, descalifique cuando, desde otra manera de habitar el mundo, surja alguien que me reporte de una experiencia que no está a mi alcance. Así, el fenómeno se trasforma en algo más que la mera ceguera y su ignorancia. Se transforma en arrogancia. Creer que el mundo que habito es todo el mundo. Veremos más de cerca el fenómeno de la arrogancia, que tendrá dentro de las emociones, una preponderancia particular como enemigo del aprendizaje.

3. “No puedo aprender dado quién soy”

El gran tema de los juicios. Ahora orientados hacia mi mismo, impidiéndome la posibilidad de aprender. “Nací así, sin esa capacidad” “Soy malo para los idiomas” “Soy malo para las matemáticas”… En algún dominio soy algo así como “genéticamente incompetente”… O “socialmente”, o emocionalmente… En fin: dado quien soy, dado mi historia, dado mi personalidad, dado mi genero, mi edad, mi… mi…” Las barreras del aprendizaje se instalan como dominios en los que “no se puede aprender”: “¿Cómo se podría aprender a tener éxito en la

vida? ¿Cómo se puede aprender la seducción o el liderazgo? ¿Cómo se puede aprender a ser divertido, liviano, buen coach?”. ¿Cómo no aprender en esos dominios? ¿Cómo que aprender a aprender en todos los dominios de la existencia? 4. “Querer tenerlo todo claro todo

el tiempo” Hay quienes han desarrollado una especial ansiedad por tener todo claro permanentemente. Cualquier momento de confusión, de duda, de preguntas, es evitado a toda costa. No han aprendido emocionalmente a vivir las incertidumbres y oscuridades del camino. Como resultado se alejan de las preguntas, se atrincheran en sus respuestas e impiden comenzar sus procesos de aprendizaje. No admiten que para llegar a saber pasamos por el no saber y que para llegar a la luz hay trechos de oscuridad. Quienes son presas de este enemigo harán cualquier cosa por evitar declarar sus quiebres, pretenderán que todo está bien hasta que el edificio entero se venga abajo. Esto surge de una errónea interpretación del fenómeno humano del aprender. Lo confunden con una incorporación de información en un adminículo técnico: cargar la memoria o seguir las instrucciones de un programa de computador puede tener claridad en cada uno de los pasos. Estos son lineales y consecutivos. Nada de esto sucede con los seres humanos: desde bebés, aprendemos en saltos, en verdaderas explosiones,

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cuando aprendemos a hablar, a caminar, a andar en bicicleta, cuando aprendemos competencias sociales, etc. Hay momentos de repetición, de obscuridad, de retroceso, y hay momentos de avance gigantesco, de salto; y hay momentos fundamentales –que llamamos estar en la planicie– en que, aparentemente no avanzamos nada, y sin embargo estamos en lo profundo del aprender. Pues bien, no es extraño que quienes vivan queriendo tener todo claro todo el tiempo vivan momentos de depresión y que tengan dificultades de escuchar algo nuevo. 5. “No tengo tiempo” (o no

asignarle prioridad al aprendizaje)

Si existe un enemigo del aprendizaje especial de nuestro tiempo, es éste. Soy víctima de la vorágine cotidiana. El ritmo del mundo me deja sin tiempo. El mundo no me deja aprender. ¿Qué me roba el tiempo? ¿Quién me llena la agenda de cosas urgentes? ¿Dónde queda la tranquilidad, la serenidad, el ocio, el tiempo para la meditación, la reflexión? Es curioso que no nos planteemos el tema del tiempo como un espacio de aprendizaje en la asignación de prioridades. Un espacio que quede bajo nuestro poder, nuestra responsabilidad. Mas, una vez admitido como un tema de diseño, un aprendizaje de nuestra elección, “aparece el tiempo”, comenzamos a tener tiempo para los caminos y senderos del aprendizaje.

Mencionemos al menos dos tendencias sociales obvias de esta época, a la base de este enemigo: una es el “trabajolismo”, con el alto prestigio social que conlleva el estar muy ocupado. La otra es la adicción a “la entretención”. ¿Cuál es el impacto de la TV en esto? ¿Dónde está nuestra incapacidad para verlo? ¿Cómo pasó que lo que era, según Aristóteles, el máximo placer para los seres humanos, las actividades de aprendizaje, no se consideran entretenidas en nuestra cultura, sino son más bien obligaciones a que nos sometemos cuando las fuerzas externas son muy intensas? 6. La gravedad La gravedad es una actitud que alguna gente asume cuando cree que sabe. O lo que es casi lo mismo, cuando cree que el saber que posee le otorga un estatus ontológico especial… ¿Los síntomas? La voz se hace engolada, la mirada muestra un cierto desprecio por el ignorante, las palabras son rebuscadamente difíciles y si es posible, se citan autores cada pocas frases. La risa está ausente. El dicho preferido de los graves es “la risa abunda en la boca del tonto”. Las interpretaciones sencillas sobre cualquier asunto son despreciables precisamente por eso, por sencillas. El conocimiento es asunto que no admite la emoción de la alegría. Han confundido su gravedad con la seriedad, olvidándose que en la seriedad hay lugar para la risa, sobre todo para la saludable capacidad de reírnos de nosotros mismos.

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Quienes viven en la gravedad tienen, por supuesto, dificultades para admitir que no saben. Con su actitud generan serias dificultades para que otros aprendan: representan un modelo no muy atractivo de lo que nos ocurre cuando aprendemos. Quienes viven en la gravedad usan lo que saben como adorno o ropaje, sin poder ponerlo al servicio de otros. Confunden su ser con lo que saben. Alrededor de ellos la mejor política es… alejarse; ¡a riesgo de morir de aburrimiento! 7. La trivialidad Este es uno de los enemigos más brutales del aprendizaje por las consecuencias sociales que produce. Así como el grave “pretende” seriedad sin conseguirla, quien vive en la trivialidad no puede, por su parte, hacer nada seriamente. Su manera preferida de ocultarse es riéndose de los demás mientras se defiende a toda costa de la posibilidad de reírse de sí mismo. Confunde la liviandad con la mofa, generando a su alrededor una atmósfera de intimidación por el ridículo, que hace que quienes lo rodean eviten expresarse sincera y libremente. Este personaje es mortal en términos de los espacios organizacionales, en donde, con el disfraz de “buena persona” o “simpático”, evita ser confrontado. Para él todo aquel que trabaje con entusiasmo ha sido “embaucado”, todo el que exprese pasión por algo es un “crédulo” que ha sido engañado. Cualquiera que exprese intenciones de innovar, es un “chupa medias” o un “mala onda”.

Cuando la trivialidad se transforma en la emocionalidad predominante en una cultura, los resultados serán mediocres. Quienes participaron en ella se miden con los estándares más bajos y el resultado es una buena dosis de sufrimiento disfrazado de “buena onda”. 8. Confundir aprender con adquirir

información Hay quienes tienen muy poca información y una gran sabiduría. Otros, por el contrario, mucha información y poca sabiduría. Tener información no es sinónimo de sabiduría. Sabiduría tiene que ver con el arte de vivir. Un buen ejemplo de la diferencia es el caso de saber andar en bicicleta o manejar el bisturí. Podemos tener toda la información que queramos sobre esas acciones, pero ello no significa saber andar en bicicleta u operar un paciente. Simplemente significa saber “hablar” acerca de esas acciones. No negamos que en muchos casos tener información es un crítico elemento del saber, sin embargo, si esa información no se traduce en capacidad de acción, quiere decir que la información no es más que la mera capacidad de repetir ciertas afirmaciones y nada más. Un elemento importante del saber es la capacidad de juzgar la información, de evaluarla en distintos contextos y dominios, de proyectarla hacia el futuro.

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Hay quienes limitan sus posibilidades de aprender poniendo todo su esfuerzo en el aspecto meramente informativo del proceso de aprendizaje con prescindencia de los demás. 9. Confundir aprender con tener

opinión Como un correlato del anterior, proponemos observar este enemigo del aprendizaje. La opinión es una forma del juicio, que nos permite, en ciertos contextos, especialmente sociales, fluir, movernos, nadar. Normalmente las opiniones tienen una importante dosis de “impunidad”: sencillamente las opiniones no me comprometen, puedo cambiarlas sin alterar mi identidad pública ni privada… Por el hecho de declararlas “opiniones”, cambiarlas casi no tiene costos. No tienen ningún compromiso con mi actuar. El enemigo aquí no es tener opiniones. Incluso cuando ellas se trasforman en el centro de la conversación –por ejemplo en los programas de farándula, centrados justamente en meras opiniones–. El enemigo aparece cuando confundimos el saber con la opinión. En el mismo programa de TV, faradulizamos todos los temas: invitamos y damos crédito al experto junto al artista que “solo opina”… Una variante especial de este enemigo es cuando “exigimos nuestro derecho a decir nuestra opinión”… 10. El olvido del cuerpo

Para lograr el nivel de transparencia que acompaña los niveles más altos de competencia, el aprendizaje debe ser corporalizado. Todo aprendizaje involucra una alteración del cuerpo del aprendiz para desempeñar las acciones del nuevo dominio. Producir la transparencia necesaria de la práctica. Las nuevas acciones deben realizarse recurrentemente hasta que el cuerpo pueda producirlas naturalmente, sin reflexión. El aprendizaje tiene lugar en el cuerpo del aprendiz. Por cierto, para que se produzca esta alteración corporal, el sistema nervioso del aprendiz debe modificarse de un modo u otro. Sin embargo, cuando hablamos de la corporalización no sólo estamos refiriéndonos a cambios particulares del sistema nervioso. Estamos apuntando a un dominio conductual. Simplemente estamos diciendo que el cuerpo del aprendiz debe ser capaz de desempeñar acciones que no era capaz de realizar antes. Cualquier cosa que hagamos, la hacemos con nuestro cuerpo. Cuando se reconoce esto, nos alejamos del supuesto que el aprendizaje es un proceso que sólo tiene lugar en la mente. 11. Ausencia del contexto

emocional adecuado Si entendemos los estados emocionales como predisposiciones para la acción, no nos extrañará encontrar que algunos de ellos nos predisponen a aprender y otros no. Nuestra negligencia a crear contextos emocionales adecuados al aprendizaje, que se da por ejemplo cuando centramos nuestra atención

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sólo en sus aspectos informativos o ideológicos, lo frenan y hasta lo impiden. No creemos que sea sorpresa para nadie que una atmósfera de respeto y cariño es más fructífera en términos de aprender que otra de indiferencia o miedo. Podemos decir por todo esto “que el contexto enseña más que el texto”. Un simple descubrimiento en un ambiente de apoyo es más aprendizaje que una obra de arte conocida a través de la imposición y el apremio. Postulamos que las emociones constituyen un aspecto fundamental de todo proceso de aprendizaje. Para ello deben ser consideradas y diseñadas como parte de ese proceso. La disposición al aprendizaje no es una función de la veracidad de lo que enseñamos, sino de la apertura emocional que podemos producir en el alumno. La persuasión es sólo una forma de seducción y la experiencia de captar algo como verdadero es básicamente una experiencia emocional. Los procesos intelectuales operan bajo cimientos emocionales. Sin embargo, existen algunas emociones particulares que están directamente conectadas con el proceso de aprendizaje. Hablaremos de algunas de ellas en estos apuntes. Detengámonos en una pequeña síntesis, que nos permitan visualizar como estos enemigos de aprendizaje se concatenan, ahora desde la perspectiva de la emocionalidad. Decíamos que, para que ocurra aprendizaje, debemos abrirnos a la

posibilidad de que haya algo por aprender. El aprendizaje requiere apertura a lo nuevo y una disposición a cuestionar lo que conocemos. Estas son predisposiciones emocionales para aprender. Sin ellas el aprendizaje no puede ocurrir. Los seres humanos siempre están en un proceso de dar sentido a sus vidas y al mundo que los rodea. Usualmente, decíamos, no nos referimos a lo que no conocemos como a algo que no conocemos. Hacemos precisamente lo contrario. Construimos una coherencia basada en lo que ya creemos que es así, es decir, en la disposición emocional que ello es así. El proceso de aprendizaje, a menudo, toma la forma de una lucha emocional contra nuestras propias coherencias pasadas. Encontramos muchas cosas que conspiran contra nuestras coherencias. Usualmente las consideramos una desgracia: cuando no somos capaces de lograr lo que esperamos, cuando enfrentamos quiebres en el flujo transparente de la vida, podemos cuestionar nuestras coherencias y certezas desde la pérdida, el temor, la angustia, el sinsentido.... Somos ciegos a que las acciones que nos llevan a declarar quiebres son grandes facilitadoras de aprendizaje. Mientras más severo sea el quiebre, mejor podrá ser nuestra disposición a abrirnos a algo nuevo y cuestionar nuestras creencias. No es sorprendente darse cuenta que, tanto las personas como las organizaciones que han sido severamente derrotada demuestra una mayor apertura al aprendizaje futuro. La experiencia de países tales

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como Japón y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial habla por sí sola. La emoción del éxito genera seguridad y la seguridad produce ceguera. Esta ceguera toma la forma emocional que ya distinguíamos con la palabra “arrogancia”. La arrogancia es una emoción que puede ser lingüísticamente reconstruida de la siguiente manera: “Conozco todo lo que está ahí para ser conocido y nada a mi alrededor representa para mí una posibilidad de aprender algo nuevo”. Cuando estamos en la arrogancia simplemente no estamos disponibles para el aprendizaje. El aprendizaje no puede ocurrir. Para que el aprendizaje suceda, primero debemos actuar para producir un cambio emocional, debemos sacudir el estado de ánimo de arrogancia existente. Al cuestionar nuestra arrogancia, generamos un estado de ánimo de disposición al aprendizaje. Esta disposición nos permite acceder a lo nuevo como nuevo. 12. No dar autoridad a otro a que

me enseñe Dijimos que un primer paso en el proceso del aprendizaje es reconocer que no sabemos. A esto lo llamamos nuestra declaración de ignorancia. Un segundo paso es encontrar a alguien de quien podamos aprender, alguien que nos pueda enseñar. A esto lo llamamos nuestra declaración de maestro. Advirtamos que no hemos dicho que este segundo paso implique “encontrar” un maestro, sino

“declarar” uno. Por cierto, para ser capaces de declarar que alguien puede ser nuestro maestro, debemos encontrar a una persona que sepa. Pero el que una persona sepa no la convierte en maestro. El hacer de alguien un maestro involucra otros aspectos importantes. Cuando declaramos a alguien como nuestro maestro, le otorgamos confianza y autoridad. Examinemos brevemente la segunda distinción. La autoridad es una forma de poder. Al darle a alguien autoridad sobre nosotros, estamos haciendo dos cosas diferentes. Por un lado, reconocemos que esta persona, comparada con nosotros tiene una mayor capacidad de generar acción en algún dominio determinado. De esto se trata, precisamente, el poder. Es un juicio acerca de la capacidad diferencial de alguien para la acción. Cuando esa capacidad de acción se basa en las competencias propias, podemos hablar de conocimiento. Este es el fundamento de nuestro postulado, que el conocimiento es poder. En nuestra cultura experimentamos dificultades para aceptar que otro sabe. Esa aceptación está ligada a dos emociones: el respeto y la admiración. Sin embargo nos encontramos con otra actitud (que en Chile, por ejemplo incluso tiene un nombre: “el chaqueteo”) que básicamente consiste en negar méritos al otro para no salir tan mal parados cuando nos comparamos con él. El tema de la confianza nos lleva a un enemigo particular del aprendizaje, al

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que queremos dedicarle especial atención. 13. La desconfianza Por otra parte (además de reconocer que alguien sabe lo que no sabemos), cuando concedemos autoridad estamos diciendo implícitamente que estamos dispuestos a someternos a la dirección de esta persona, a sus instrucciones y a aceptar sus exigencias. Este es un punto crucial. Esto nos lleva al tema de la confianza. Aprender es introducirse en lo desconocido. Es introducirse en un dominio de acción en que aceptamos no ser competentes. La única forma de llegar donde no sabemos es confiando en el maestro y dejándonos guiar por él. Muchos pasos de este trayecto pueden parecernos extraños, sí fuéramos capaces de anticiparlos sin la asesoría del maestro, no lo necesitaríamos. A menudo no le encontramos sentido a muchas instrucciones. Pero su falta de sentido proviene, precisamente, del hecho que no sabemos. Sólo podemos aprender confiando en el maestro mientras recorremos este camino desconocido –diciéndonos-, “ya que el maestro sabe y yo no, también debe saber qué es lo que debo hacer para llegar a saber”. Mirada desde otro ángulo, la desconfianza es un enorme gasto de energía. Consiste en estar constantemente “pidiendo por abajo” como dicen en los juegos de dados. Quien desconfía está constantemente preguntándose sobre los motivos

reales de quien enseña, “la agenda escondida”, lo que le dificulta escuchar lo que se está diciendo. Lamentablemente, las distinciones entre confianza e ingenuidad y entre desconfianza y prudencia son, por lo general, ignoradas. Ahora bien, volvamos a otro aspectos del poderoso enemigo del aprendizaje que estábamos analizando, el no autorizar a otro a que nos enseñe. Por ejemplo, estamos más dispuestos a otorgar autoridad a las personas o las instituciones que juzgamos están por “encima” nuestro. Así, será más fácil otorgar nuestro juicio de confianza a la NASA que mi vecino. Confiar en mis “pares” es otro punto interesante, pues depende del juicio de competencia que yo tenga… ¡de mi mismo! Como decía Gaucho Marx, “No podría pertenecer a un club que aceptaran a gente como yo”. Pues bien, si pertenezco a tal club en cualquier domino, los pares miembros de tal club no contarán con mi confianza. Otro asunto es atrevernos a confiar en aquellos que consideramos “inferiores” a nosotros. “Si son doctor en conducta adolescente, ¿cómo aceptar el consejo del taxista sobre un problema con mi hija?”. “¿Cómo podría enseñarnos algo de medicina a Occidente culturas primitivas como las de los indígenas del Amazonas?” “¿Cómo podría enseñarnos algo del sentido de la vida unos ancianos que no saben usar ni Internet?” Nuestra mirada se acorta, nuestra experiencia vital se achica… Nos quedamos cada vez con menos maestros…

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Por último, nuestra época ha desarrollado un formidable enemigo, al no dar autoridad a el gran Otro a que nos enseñe. Nos referimos a dar voz de maestro al Mundo. El sol ya no nos enseña lo que es el sacrificio: no es más el gran ser que en su auto inmolación da la vida a todo ser sobre la Tierra, las montañas ya no nos enseñan vivir la permanencia; ni los árboles son nuestros maestros en la aceptación ni la lluvia maestra de justicia. El mundo ya no nos habla, los animales ya no nos hablan… Estamos cada vez con menos maestros a quienes agradecer y admirar. 14. “YO te diré como debes

enseñarme” ¿Conoces la historia de aquel ignorante entretenido en cuestionar los métodos de su maestro? 15. “No tengo nada que aprender

de mi” ¿Y la de aquel que siempre tropezaba con la misma piedra, pues era incapaz de escuchar su maestro interior? 16. Creer que, por que se sabe algo

se tiene la verdad O, nuevamente, confundir saber con tener la verdad. Pareciera que en nuestro actual modelo de aprendizaje, el único fundamento válido del saber es la verdad. ¿Qué sucede si mi saber tiene como fuente la intuición, es decir, un saber que no sabe como sabe? ¿Y si la fuente de

mi saber fuese la belleza, la armonía? ¿Qué tal si saber tiene más que ver con la sabiduría, con el arte de vivir, con el arte de habitar quiebres y trasparencias, con el sentido? Quizá Maquiavelo nos hizo un flaco favor al mostrarnos que el saber en la política se relaciona con el poder, cómo lograrlo y conservarlo, no con la verdad… 17. Inhabilidad de des-aprender Quienes han tenido éxito alguna vez corren riesgo de ser atrapados por este enemigo: “¿Si funcionó bien así antes, por qué no va funcionar bien ahora?” Persistirán por tanto en acciones que fueron eficaces en otros tiempos aunque los tiempos presentes simplemente exijan otras. Esto le ocurrió a la industria automovilística de los Estados Unidos en los años setenta cuando enfrentó la crisis del petróleo y la competencia del automóvil pequeño fabricado en Japón. ¡Le tomó ocho años cambiar su concepto de “automóvil ideal!”. Hoy están atrapados con los automóviles híbridos… La forma habitual en que surge esta incapacidad es, a través de una nostalgia de aquellos tiempos en que lo hacíamos como realmente se debe hacer. Esta nostalgia, que en algunos casos es legítima, es indiscriminada, no considera los cambios, no quiere aceptar la nueva situación. Normalmente, detrás de ella se esconde un gran miedo a aprender, o mejor dicho, a las

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incapacidades a hacerlo que creemos tener. 18. Haberle perdido el amor a las

preguntas.

Un primer aspecto de este enemigo es nuestra adicción a las respuestas. El nuestro sistema educacional tradicional nos han premiado, felicitado, congratulado, aplaudido por nuestras respuestas, jamás por nuestras preguntas. Hace tanto, tanto tiempo que no escuchamos las preguntas. “Las preguntas son para responderlas… Otra cosa es pérdida de tiempo”… Observa esto: en algunas culturas (como la chilena) no hacemos preguntas, sino que decimos “pero….” Escuchar la pregunta es dejarle el tiempo para que haga su trabajo en el alma. A. Einstein decía: “Toda mi vida he intentado comprender qué es la luz. Hoy, cualquier pillete de segundo año de Física cree que tiene la respuesta.” Las grandes preguntas guían nuestro espíritu, iluminan los senderos del aprendiz. No son hechas para ser respondidas, sino para enamorarse de ellas, para cultivarlas, para habitar, como seres humanos en el medio de su misterio.

– o ◊ o –

¿Cuándo poner fin a esta enumeración? Podemos continuar con nuestra lista. Te invitamos al juego de seguir descubriendo enemigos ontológicos del aprendizaje desde tu propia experiencia. Por ejemplo:

– o ◊ o – 19. Creer que tu acción es

irrelevante. ¿Te has despertado en aquellos días en que sientes que los problemas del mundo son mucho mayores que tus fuerzas, que no importa lo que hagas, no lograrás estar a su altura? Parece que, la mejor manera de levantarse es sencillamente convencerse que “no importa, total, soy sólo uno más…” ¿Cuándo comienza la acción relevante? Efectivamente, mirado desde una óptica newtoniana, desde el pensamiento lineal, las posibilidades que por ejemplo, un simple ser humano pesque todos los peces de todos los océanos de la Tierra es virtualmente imposible. Más aún, seis mil millones de seres humanos que vivieran en sus orillas, pescando para su propio sustento diario tampoco lo lograrían. En esa confianza supusimos que los recursos pesqueros eran virtualmente infinitos, que no importaba cuantos pescáramos… Hoy sabemos que, con nuestra actual capacidad tecnológica, las compañías pesqueras que existe hoy podría, en

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pocos meses, pescar todos los peces de todos los mares… “Está bien”, podría decir nuestro posible interlocutor, “pero, ¿no es una fantasía pensar que haya personas tan ciegas, que no midan las consecuencias de una acción tan irracional? De todos modos, sería imposible que todas las pesqueras del mundo se pusiesen de acuerdo para logra tal objetivo”. Sin embargo, el principio de ‘la acción individual es irrelevante’ permite justamente que este acuerdo se pueda generar. “Yo sólo pesco todo lo que yo más pueda, y eso no es mucho (en comparación con todos los peces…)”. Mi acción, en comparación con el “todo” es muy pequeña. Pues bien, si todas las compañías hacen lo mismo es justamente eso es lo que se producirá… Miremos el origen de esta barrera. De algún modo, en el pensamiento de la metafísica tradicional se basaba en la tesis que el mundo está allí, antes que yo, y estará también allí cuando yo ya no esté (cosa un poco difícil de imaginar: un mundo donde yo ya no esté; pero eso es otro tema…). En otras palabras, hay una relación de un objeto (mejor: de la suma de todos los objetos) que es el mundo, en el cual yo, el sujeto, participo durante cierto tiempo en ciertos intercambios determinados. También hay otros seres como yo, otros sujetos, con los cuales estoy también en algunas relaciones determinadas: Padre – hijo; señor feudal – siervo, amo – esclavo, esposo – esposa, jefe –empleado, y todo tipo de relaciones que podemos entablar

históricamente. La ética tradicional se basa en fundar estas relaciones en el derecho, la justicia, la reciprocidad, la igualdad, etc. Ya que el mundo era tan grande, la ética de la modernidad logra ver la importancia de reglar temas como la propiedad, el uso de los recursos. Desde esta perspectiva, ellos están sencillamente allí: el petróleo bajo el suelo, el oro en la montaña, los peces en el mar. En un principio, serán del que los descubra, del que pueda explotarlos… Luego serán de la nación, etc. Lo que quiero recalcar en este punto es que, así como no hay algo así como una propiedad de cada uno de nosotros de estos supuestos “bienes universales” –“yo no soy dueño, como ser humano, de un pedazo del Amazonas”–, tampoco la modernidad inventa lo que podemos llamar como una responsabilidad global por el mundo. Desde nuestra perspectiva –que denominamos la ontología del coaching– surge una nueva mirada. Basados en los avances del pensamiento en la física, las matemáticas, etc. sabemos que el pensamiento lineal es sólo una forma simplificada de comprender las redes de lo que llamamos el Universo, o específicamente, la Tierra. Ella es un conjunto de procesos interrelacionados de equilibrios y mutuas influencias, que gracias al pensamiento sistémico hoy empezamos a reconocer. Lo que era una extraña hipótesis –Gaia– se convierte hoy, en la perspectiva del Informe sobre el Calentamiento Global del Planeta, en la tesis más ajustada a los datos que actualmente poseemos.

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El pensamiento no lineal –ejemplificado en el “efecto mariposa: el aleteo de una pequeña mariposa en la ciudad de Brasilia, dada una confluencia de factores que amplifiquen y potencien su efecto, puede producir un huracán en Tokio–, la teoría del caos, y otros desarrollos contemporáneos describen una nueva relación de responsabilidad con la Tierra. Pero ello no describe sólo la relación con la Tierra: Te invitamos a ahondar qué podría significar para nuestras instituciones, organizaciones y a nosotros como individuos esta nueva dimensión ética de nuestro actuar. Estamos convencidos que ella se encuentra en el corazón de la práctica del coaching. 20. Haber perdido los sueños Los sueños no son igual a la ensoñación. Los sueños no son igual a la evasión. Los sueños son la visión de lo posible que todavía no es real. Los sueños están cargados de utopías, pero no son la misma materia que las utopías: la materia de la utopía es la irrealidad, el no lugar, el u-topos. EL confundir las utopías con los sueños ha sido una constante en la modernidad: En el capitalismo, la utopía trascendental se llama el mercado, el será el que logre la justicia, la igualdad, la riqueza… En el socialismo, la utopía se llama la planificación central. Ella será la que traiga la justicia, la igualdad, la riqueza… Ambas son, desde esta perspectiva, iguales. Ambos son una ilusión. Ambos están en un espacio donde lo más importante es una

institución trascendental, sobre los seres humanos, más allá de ellos; el dios trascendente de la época medieval se trasmuta en estas instituciones utópicas, infinitas, misteriosas y más allá de una racionalidad humana, que nos llevarán a lugar perfecto. Pero la modernidad nos ha enseñado que ambas utopías se trasforman rápidamente en un altar al que hay que sacrificarle los seres humanos concretos a esta idea, al ideal. Esto no es el sueño. El sueño es el hábitat de los seres humanos; así como el océano es el hábitat de los peces, y las cumbres lo es del cóndor. Es el espacio que nos constituye. Es el lugar desde donde surge el mundo de lo real. Otro modo reducido de los sueños son las planificaciones. Los sueños exigen, para que hagan su trabajo, una extraña doble negación: por una parte, negarles justamente ese carácter de utópicos, de imposibles. Ellos pueden convertirse en realidades. Por otra, desde su luz como sueños, que iluminen lo concreto e inmóvil de la realidad, para que, justamente desde esa luz, quede negada lo inamovible de la realidad. Es decir, negar que la realidad tenga ese carácter de inmutabilidad. Con un ejemplo: una mesa con la pata coja es… ¡perfecta!: a la mesa “no le falta nada”; soy yo el que me “molesta” que la mesa cojee, si no existiese una instancia para soñar con un mundo donde las mesas no cojearan, la mesa seguiría así, eternamente… En palabras de J.P. Sastre, somos los seres

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humanos que traemos la nada a la realidad. Pero todo esto es todavía insuficiente. Necesitamos un motor para los sueños. Un principio movilizador. Por mucho tiempo hemos pensado que tal principio es la voluntad. Los filósofos griegos, especialmente Aristóteles sostiene la idea de que la voluntad es una parte de la inteligencia: Hay una parte de ella que ve los fines, otra que los desea. La modernidad llevó al extremo del voluntarismo la acción de la voluntad: parecía que todo lo que deseara, por el hecho de hacerlo, se convertiría en realidad… Desde Oriente pervive una antigua tradición. Desde China, India o Japón llega la interpretación de este motor con el nombre de intencionalidad. El Buda dirá: “Pon tu mente donde pongas tu intención”. Incluso sostienen que tal intención es una verdadera fuerza que se moviliza: el Chi (o Qi, Ki, etc.). Desde esta tradición, surgen prácticas que enseñan a movilizar este Chi: el Tai chi, el Aikido, Chi Kung, etc. la diferencia entre esta energía que se moviliza, el Chi, y la voluntad es que, para Oriente esta no es una energía individual, no es una facultad; es una energía universal con la cual me alineo, alineo mi acción. De esta tradición surge uno de los más hermosos libros de sabiduría de la Humanidad: el I Ching, el libro de las trasformaciones o de los cambios, que enseña los caminos de la energía cuando esta fluye ordenadamente, en los tiempos adecuados. Surge incluso una medicina, a partir de esta interpretación.

Así, los sueños se convierten en realidades en tanto que pongo en movimiento una cierta energía –¿individual o trascendente?– que genera, entonces una tensión. Lo concreto de la realidad desaparece: Los hombres podemos imaginar que las cosas podrían ser de otra manera. Los hombres nos convertimos en hombres: comenzamos a volar… 21. No detenerte a afilar el hacha ¿Conoces la historia de aquel joven leñador que, pleno de energía, desafía a un anciano a quién podría cortar más árboles? El anciano se negó, hasta que decidió que ese era el momento de enseñar algo más importante a todos los jóvenes leñadores. Así mientras trascurría la competencia, el joven observaba que, cada vez que miraba al anciano, lo encontraba encorvado. “Está agotado, descansando, ya no da más….” –pensaba. Al final de la competencia el anciano leñador había cortado más del doble que el joven. “¿Cómo es posible, si siempre que te veía estabas descansando?” “No estaba descansando –respondió el viejo- me había detenido a afilar el hacha”. ¿Cuántas veces creemos que, desde el esfuerzo es de donde surge el aprendizaje? Parece que el profundo comprender viene de un lugar tranquilo y profundo del alma. 22. Nunca estoy donde estoy.

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¿Dónde estoy, cuando no estoy donde estoy? Este juego de palabras señala a un fenómeno central en los seres humanos. No sólo habitamos en el espacio, ni siquiera en el tiempo, como aquello que miden los relojes. Los seres humanos tenemos la posibilidad de habitar el pasado y el futuro. También podemos habitar el presente. Y podemos habitar el presente desde el pasado; Y podemos habitar el presente desde el futuro; Incluso podemos estar en el presente, en el aquí y el ahora. Muchas dimensiones del ser humano trascurren sólo en una dimensión del habitar; otras en múltiples, algunas es irrelevante la temporalidad en que habitas. Ejemplos de la primero, es el recuerdo nostálgico, que habitamos en un presente desde el pasado. Para el visionar necesitamos parece estar en el presente abierto al futuro. Comer o bañarse parece que se puede hacer desde muchas presencias distintas… ¿Dónde he de estar para aprender? Parece que solamente el aprender se abre en el aquí y ahora, en el estar presente presente, abierto. ¿Será así? Lo que parece seguro es que si no estoy en el instante en que estoy, el aprendizaje como posibilidad de cierra. 23. Vivir en la escasez Sucede que, a veces, los hombres vivimos en mundos de escasez. El Universo no nos provee de lo necesario para subsistir. Otras, el

Universo se encarga de mostrarnos su lado generoso: es una primavera, la madre Tierra provee a todos sus hijos. A veces los hombres se encargan de hacer del mundo un lugar peligroso, difícil de habitar… Guerras, hambres, infortunios. Otras, los hombres actúan con justicia, son acogedores con el débil. ¿Podría ser que el mundo, la madre Tierra siempre proveyera, que somos nosotros que traemos la escasez al mundo? ¿Qué surgiera de nuestra avaricia, de nuestra inseguridad, de nuestro deseo de asegurar nuestra vida? Desde todas las religiones y tradiciones espirituales nos llega el mismo mensaje: Los lirios del campo, los pájaros son cuidados por el Padre… Otro tema es el aprendizaje que hicimos en la modernidad de darle valor a las cosas en tanto que escasas. ¿Cómo vivir en un mundo donde hay abundancia de información, de música, de libros en Internet, y seguir produciendo valor por la escasez? 24. Disfrazar el gran miedo ¿Cómo disfrazas tus emociones? ¿Cómo disfrazas tu gran Miedo? Ha veces, llamo al gran Miedo “prudencia”, otras “realidad”, otras “no querer herir”…

Otras, lo llamo “verdad”, “respeto”, “paciencia”…

Otras, “religión”, “ideología”, “pensamiento”…

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¿Cómo escondes tú tu gran Miedo? Algunas veces lo llamo “honradez”, “valores”, “certeza”…

Otras, “amor”, “lealtad”, “fidelidad”… Otras, “justicia”, “bien”… Incluso lo he llamado “Dios”…

– o ◊ o – Ahora sigo con mi propia lista…. 25. No reconocer tu virtud 26. Creer que eres suficiente 27. Tenerle miedo al poder 28. La adicción - a lo novedoso - al éxito. - a las respuestas - a la entretención - ¿Cuáles otras tienes tu?