Apuntes Críticos Sobre La Belleza Artística -Arturo Borra

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  • 8/14/2019 Apuntes Crticos Sobre La Belleza Artstica -Arturo Borra

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    Apuntes crticos sobre la belleza artstica -Arturo Borra

    I.La reclusin de lo bello

    Y despus de Auschwitz

    y despus de Hiroshima, cmo no escribir.

    J. A. Valentei

    Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo/

    de lo terrible en un grado que todava podemos

    soportar/ y si lo admiramos tanto es slo porque,

    indiferente/ rehsa aniquilarnos. Todo ngel es

    terrible.J. M. Rilke

    ii

    Desde la antigedad, siguiendo un ensayo de H. Marcuseiii

    , la filosofa signada

    por el idealismo- desconect lo bello, lo bueno y lo verdadero (recluido al

    mundo espiritual) de lo til y lo necesario (remitente al mundo material). Con esta

    separacin dicotmica fundamental, el concepto de belleza histricamente qued ligado

    a la idea de una pura interioridad, contrapuesta a una sensibilidad estigmatizada. Con el

    imperio de la mercanca, en el que los humanos reproducen su existencia material a

    costa de instaurar la miseria de una sociedad de clases, esta trada tiene que trascender la

    vida. Los valores eternos se separan por un abismo de sentido de lo (fijado

    histricamente como) necesario. Tras la separacin ontolgica y gnoseolgica entre

    sentidos y razn, se hace tolerable una reprobable forma de existencia. La praxis

    material queda eximida de tener que responder a estos valores supremos,

    irreconciliables con respecto al mundo corporal.

    Siguiendo esta argumentacin, el idealismo burgus no slo reafirma esta

    dicotoma antigua entre lo espiritual y lo corporal, sino que adems enfatiza la

    obligatoriedad de ocuparse de lo bello, lo bueno y lo verdadero como trada suprema del

    espritu (nfasis ausente en la era pre-moderna). Se abre camino a una despreocupacin

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    filosfica por los procesos materiales de la existencia. Como seres abstractos, todos los

    hombres deben aspirar a estos valores; como sujetos corporales, sin embargo, apenas si

    cabe pensar en el acceso a este mundo elevado por parte de las mayoras sociales,

    ocupadas en reproducir su existencia material. Con ello, se plantea una configuracin

    cultural que Marcuse denomina cultura afirmativa, que encubre los antagonismos

    sociales en una aparente unidad interna: anuncia como deseable la felicidad interior,

    pero en un contexto de servidumbre externa, posibilitando la reafirmacin de lo

    existente. La igualdad abstracta (jurdica, dice tambin el autor, en tanto

    equivalencia formal desmentida por la prctica) tiene como contracara la desigualdad

    social concreta. La realidad histrica es perpetuada por una cultura afirmativa que

    celebra un ideal de felicidad espiritual en un contexto de muerte y miseria material. A la

    vez que anuncia una humanidad universal, consolida la represin de las masasiv

    . En

    suma, dentro de la cultura afirmativa, el mundo anmico-espiritual queda escindido del

    mundo material, planteando al primero como bien universal, valioso en s mismo y

    vinculante u obligatorio, esencialmente superior a la facticidad de las luchas cotidianas

    por la subsistenciav.

    En este marco, se plantea la ambivalencia del arte burgus: por un lado

    quiebra con la resignacin irreflexiva ante lo cotidiano pero a la vez pone estas

    fuerzas como metafsicas. Lo que en ltima instancia importa a nuestros fines es que

    incluso ese tipo de arte muestra que este mundo puede cambiar, dando lugar a una

    existencia venidera de felicidad. Si el arte burgus plantea como metafsico lo

    poltico, una apuesta contraria es precisamente politizar la metafsica -denunciarla por

    eternizar en una condicin abstracta general, una infelicidad histrica, vinculada a la

    penuria y a la esclavitud modernasvi

    . Lo interesante aqu es que todo arte que anuncie

    una promesa de felicidad se hace peligroso en un mundo de privaciones. El verso

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    hace posible lo que en la prosa de la realidad se ha vuelto imposiblevii

    . Lo

    problemtico, sin embargo, no reside tanto en la promesa como en su incumplimiento

    sistemtico en el mundo de la vida cotidiana.

    El alma bella en lo ominoso de la existencia, sublimiza la resignacin, le da

    una falsa dignidad, en tanto tiende a aceptar lo real como fatalidad trgica. En el arte

    burgus retornan las verdades olvidadas por la realidad cotidiana, aunque alejadas del

    presente en cuanto a su realizacin efectiva. La belleza se hace promesa de una felicidad

    como tal legtima-, pero en cuanto desconectada de lo corpreo (o de lo sensible), se

    hace cmplice, por hacer soportable el desasosiego del presente. El arte, al mostrar la

    belleza como algo actual, tranquiliza el anhelo de los rebeldesviii

    . De esta manera, y

    simultneamente, la belleza que muestra otro mundo histrico posible, amenaza con

    aplacar los impulsos polticos transformadores. El problema dentro de este horizonte

    dialctico, por tanto, no es todo sueo de belleza y libertad, sino aquellos que se

    desconectan de una materialidad sangrante, del deterioro de un cuerpo sufriente,

    hacindose cualidades del alma ltimo consuelo ante la desdicha.

    Por un lado, entonces, existen formas de belleza que ocultan el desamparo vital.

    Constituyen modos especficos de olvido ms o menos deliberado- de las condiciones

    del presente, en particular, del sufrimiento humano producido, entre otras cuestiones,

    por una cultura dualista que desconecta elpadecerdel ser social e histrico.

    De ah, sin embargo, no cabe derivar ningn rechazo general a toda forma de

    belleza, en tanto esplendor ontolgico al decir de Heidegger. Ese rechazo unilateral

    conducira a negar la existencia de sentidos diversos de lo bello, como si

    necesariamente condujeran a un aplacamiento del desasosiego ante lo real. De ah que

    la crtica aludida refiere a aquel tipo de belleza que se plantea como consuelo interior en

    una sociedad desgarrada. No faltan legtimas denuncias de lo bello como una forma de

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    una espiritualidad desconectada de las condiciones de vida). Con ello, se mantendra la

    fuerza crtico-revolucionaria del ideal, que en su irrealidad permite mantener las

    aoranzas legtimas del ser humano, as como el deseo de que stas puedan encarnar.

    Esa crtica, por lo dems, no puede sostenerse si se desconecta lo bello de la aspiracin

    a la verdad (por ms provisoria que la consideremos) que supere lo meramente aparente.

    Sin dudas, estas clusulas distan de constituir por s solas un proyecto esttico

    crtico, pero pueden ser apuntes valiosos para tomar en consideracin. Tampoco estn

    exentas de ambigedad. Con respecto a 1), existe una tensin entre la presunta belleza

    actual y la inaccesibilidad de las mayoras a esta experiencia. Cmo podra una belleza

    ser tranquilizadora si, a su vez, no es siquiera asequible para esas mayoras sociales?

    Esta tensin lgica podra resolverse apelando a la condicin circunscripta de la belleza

    actual, recluida en experiencias como la experiencia artstica o la experiencia amorosa

    (tambin modalizada por esta dualidad). De ah que resulte conveniente enfatizar una

    distancia radical, insalvable en el capitalismo, entre vida cotidiana y belleza. El mismo

    Marcuse seala la impudicia de lo bello, en tanto muestra lo que no puede ser

    pblicamente mostrado, negndose a las mayoras. Con respecto a 2), siempre se corre

    el riesgo de invertir simplemente los trminos de la dicotoma espiritualidad/

    materialidad, sin desmontarla como tal, esto es, sin asumir la condicin material de los

    procesos culturalesxi

    . Tampoco sabemos cmo podramos proceder en esta direccin

    potica. No resulta fcil de determinar y quizs sea indeterminable en el texto citado,

    pero la adhesin de Marcuse a algunas vanguardias estticas como el surrealismo

    parecen sealar el camino en el que estaba pensando: la (fallida) fusin entre arte y vida,

    en la que los sueos como va regia del inconsciente, tal como deca Freud-, adquieren

    fuerza revolucionaria en una reescritura de la historia.

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    II.La restitucin de una promesa

    Incluso dentro del crculo de Frankfurt de la primera generacinxii

    , autores como

    Adorno han observado con respecto a la postura marcusiana un cierto nivel de

    indeterminacin con respecto al arte burgus. All donde cabra hacer un anlisis ms

    pormenorizado, el texto de Marcuse se detiene. Tambin podramos observar que, en

    este marco, la totalizacin efectuada por Marcuse omite las luchas y resistencias

    efectivas con respecto a la cultura afirmativa, simplificando el anlisis de los procesos

    sociales. La reinterpretacin de esta perspectiva desde una teora de la hegemona nos

    conducira a hacer reconocibles conflictos sociales especficos, ms o menos

    organizados, que si por un lado no constituyen configuraciones polticas, intelectuales y

    morales alternativas por decirlo en trminos de Gramsci-, tienden a una

    resemantizacin de los discursos dominantes que limitan su efectividad. En otros

    trminos, habra que detenerse no slo en el direccionamiento global que un bloque

    histrico establece, sino en los contrapoderesxiii

    que se constituyen en ese mismo

    movimiento, alterndolo y subvirtindolo. Asimismo, en ese contexto terico cabra

    preguntarse por la relacin entre lo real y configuraciones de condicin utpica (que no

    suprimen sin ms lo bello, sino que lo reconstituyen). Tampoco Marcuse se desprende

    de esta promesa sin ms porque, estrictamente, permitira producir una ruptura con la

    unidimensionalidad de la sociedad de la opulenciaxiv

    . Ms todava, si la cultura

    afirmativa anuncia un mundo de posibilidades correctas, lo decisivo est en la

    imposibilidad estructural del sistema capitalista de cumplir con tales promesas. La

    belleza, de este modo, forma parte de esos valores deseables aunque inaccesibles en las

    condiciones del presente, como no sea de forma efmera.

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    Retengamos sin embargo, algunos componentes de la argumentacin. Marcuse

    enfatiza en su indagacin sobre la relacin entre esttica y cultura, la ambigedad del

    arte burgus, en tanto forma del idealismo que tiende a descontextualizar a los sujetos

    de sus condiciones materiales de vida. Ideales como la armona, la belleza y una

    reconciliada totalidad se tornan problemticos. Pero, no deberamos reconocer

    que la ambivalencia del arte burgus en nuestra formacin social

    contempornea es el riesgo de cualquierarte que enuncia un mundo

    diferente en las condiciones del presente? O el riesgo se genera,

    precisamente, cuando ese mundo diferente es desatado de las

    posibilidades concretas, reducido a una fantstica idealidad? Es

    cmplice todo proyecto de belleza por resultar inviablesu institucin?

    Mero blsamo que refugiado en la interioridad bella y plcida eterniza

    las penurias cotidianas? Ms radicalmente, puede pensarse una utopa

    histrica falta de toda belleza? Cuidarse de una poltica esteticista (una

    sociedad gobernada por la bel leza antes que por la justicia), no implica,

    sin ms, renunciar a toda forma de belleza. O deberamos privarnos

    ahorade lo bello para gozarluego de su presencia?

    En todo caso, si hay formas de bell eza deseables, no sern

    aquellas que se estructuran sobre la base de un ocultamiento de los

    antagonismos sociales. Antes bien, pensamiento crtico como camino

    necesario para toda posible emancipacin-y belleza deberan articularse,

    poniendo en crisis, parafraseando a Marcuse, la irracionalidadde la razn

    capitalista. Habra, pues, que poner la belleza en otra constelacin artstica,

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    comprometida con la verdad esttica, que es en ltima instancia lo que determina el

    valor de una obra de artexv

    .

    Ms en general, en el contexto terico frankfurtiano, el arte es producto de la

    divisin social del trabajo. Algo ms inquietante: el arte como mercanca es posible por

    esos ideales de belleza, armona y totalidad (planteados como universales), que la hacen

    aceptable como producto de consumo cultural y, en particular, de goce esttico. Las

    vanguardias estticas, en este sentido, apuntaron a cuestionar esta pura circunscripcin

    del arte, enfatizando la participacin de lo artstico en la construccin de una sociedad

    especfica, aunque sin renunciar a cierta autonoma crticaxvi. De la puesta en cuestin

    de estos ideales emerge la posibilidad de una produccin esttica crtica, capaz de

    desnaturalizar determinados esquemas de percepcin y cognicin cotidianos. No es la

    genialidad ni la originalidad lo que explica un producto literario, sino la

    apropiacin de unos modos de produccin sociales por parte de unos sujetos formados

    en el proceso de divisin social del trabajo. Una esttica de la negatividad, en vez de

    conciliar los materiales entre s, muestra las operaciones de montaje, apelando a la

    fragmentacin, la dislocacin e incluso a una forma de destotalizacin (y recordemos

    que Adorno insiste, en suMinima Moralia, en que el todo es lo no-verdadero).

    Dicho lo cual, cabe todava preguntarse, desde un horizonte crtico por la belleza

    y tanto ms apremiante cuanto ms ausente o mitigada en las experiencias cotidianas-.

    Hasta donde conozco, esa reflexin para Marcuse aparece inscripta en una indagacin

    ms amplia, como es el caso del vnculo entre sociedad, capitalismo y subjetividad

    (pienso en El hombre unidimensional, en Eros y civilizacin o en el ensayo aqu

    comentado). Quizs por ello Marcuse retorn a la problemtica esttica al final de su

    vida, dndole un tratamiento ms especfico en el artculo El arte como forma de la

    realidadxvii

    y en La dimensin esttica. Crtica de la ortodoxia marxistaxviii

    , sobre el

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    que me detendr a continuacin, por ser aquel en que su posicin aparece

    indudablemente ms elaborada. Sobre esa base, es posible precisar algunas intuiciones

    formuladas.

    Conviene destacar algunos puntos de esta nueva fase de argumentacin. Segn

    esta propuesta esttica, el arte autntico constituira un camino emancipatorio, donde los

    afectos no seran reprimidos por la cultura represiva del capitalismo. El arte aparece

    como resistencia individual ante un orden colectivo injusto. Frente a las relaciones

    dadas, la forma esttica se hace autnoma, subvirtiendo la experiencia normal. La

    condicin revolucionaria del arte puede situarse tanto en trminos tcnicos y estilsticos

    como en un plano de autenticidad y verdad: su fuerza subversiva est encarnada en su

    capacidad para denunciar la realidad establecida, con independencia al sujeto de clase

    que la produzca.

    La literatura se puede llamar con pleno sentido revolucionaria slo en relacin a s misma,

    como contenido convertido en forma. El potencial poltico del arte estriba nicamente en su

    propia dimensin esttica, su relacin con la praxis es inexorablemente indirecta, mediada y

    huidiza

    xix

    .

    Sealemos as que el sentido crtico de la literatura no reside en su inmediatez

    poltica, que reduce su poder de extraamiento. Contra una ortodoxia marxista que

    exige una relacin directa entre arte y poltica, entre literatura y clasexx

    , Marcuse avanza

    en la crtica a la separacin taxativa entre base y superestructura, que devala

    polticamente lo que el autor denomina factores no materiales (sic). Aunque dudemos

    de esa denominacin, tiene razn Marcuse al reclamar al materialismo histrico ms

    consideracin con respecto al papel de la subjetividad, a riesgo de convertirse en

    materialismo vulgar. No hay cambio social radical sin cambio subjetivo; evitar

    sucumbir a la cosificacin del capitalismo es rehabilitar esa subjetividad, irreductible a

    toda idea burguesa. Antes bien, se trata de promover una subjetividad liberadora que

    desborda o trasciende su especfica situacin de clase. La lgica interna de la obra

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    culmina en la irrupcin de otra sensibilidad y otra racionalidad, que desafan las

    instituciones sociales dominantes. Al componente afirmativo de la sublimacin esttica,

    pervive la funcin crtica, mostrando las potencialidades reprimidas del ser humano. No

    se cancela la denuncia, sino que se anuncia una promesa de reconciliacin y esperanza,

    que todava conservan la memoria de las cosas pasadasxxi

    . El contenido convertido en

    forma, cuestiona una conciencia realista y conformista, haciendo de la ficcin la

    verdadera realidad, esto es, el reencuentro del arte con Eros, la permanencia de los

    impulsos vitales contra la represin instintual. As, el imperativo categrico del arte es

    que las cosas deben cambiar; la necesidad de la revolucin, como a priori esttico, no

    exime al arte de su trabajo formal, de su vnculo fundante con categoras artsticas entre

    las que cabe incluir la belleza, la verdad o la autenticidad. Es en esas categoras

    donde una obra encuentra su universalidad concreta, irreductible a la lucha de clases. Si

    la sociedad est presente en el arte de diversas maneras (como materia representada,

    como mbito de posibilidades disponibles de lucha y liberacin, como posicionamiento

    ante la divisin social del trabajo), de ello no se infiere que no pueda pensarse un cierto

    margen de autonoma. En todo caso, los grandes artistas rompen con las servidumbres

    de clase, incluyendo su horizonte ideolgico (que en especficas circunstancias

    histricas puede tornarse reaccionario o regresivo). Lo que determina el carcter

    progresista del arte es la propia obra como totalidad: en su contenido y en su modo de

    expresarlo, que tejen una rebelin subterrnea contra el orden socialxxii

    . Su fuerza

    crtico-emancipatoria exige una especfica trascendencia con respecto a la praxis

    poltica directa. La tesis de la autonoma artstica, pues, aleja a Marcuse de una

    literatura comprometida que renuncia a las categoras estticas -en nombre de una

    inmediatez poltica- y a toda estilizacin (lo cual, en ltima instancia, es una empresa

    artstica que se autodestruye). A travs del individuo, las fuerzas histricas y sociales se

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    hacen visibles: lo justo y equivocado, reaparecen en este orden, y los conflictos sociales

    quedan inmersos en un juego mayor (metasocial) entre individuos y entre individuos

    y naturaleza.

    Por lo dems, en un contexto cultural en el que incluso el proletariado aparece

    integrado en trminos sistmicos se hace ms visible que ninguna clase en particular

    tiene prerrogativas con respecto al dar nueva forma a la verdad del arte. Y si el arte no

    puede cambiar el mundo por s solo, puede contribuir a transformar las consciencias y

    los impulsos de aquellos capaces de cambiarlos. El problema con aquellas posturas que

    reclaman hablar el lenguaje del pueblo es que hoy da ese pueblo ha interiorizado a

    menudo el lenguaje del amo que es exactamente la materia contraria para construir un

    discurso emancipatorio. Contra la imagen idealizada de un sujeto colectivo especfico,

    Marcuse insiste con la afirmacin de que en el capitalismo monopolista el escritor debe

    crear un lugar crtico que, en condiciones concretas (pinsese en el nacionalsocialismo),

    para ser radical, puede exigir enfrentarse al pueblo, discrepar con ste, incluso a

    riesgo de ser tachado de elitista. Contra un arte doctrinario y propagandstico que salta

    las convicciones para persuadir, Marcuse exige un arte que no se disuelve en

    inmediatez, sin por ello perderla de vista, aceptando la tensin entre arte y praxis, la no-

    identidad entre sujeto y objeto, en el que reside todo el potencial radical del arte y su

    fuerza subversiva intraducible. As pues, la trascendencia esttica no remite a

    ningn desentendimiento con respecto a lo real: exige ms bien superar el realismo

    poltico y ocuparse de una individualidad irreductible a su concepto burgus. Rechazar

    al individuo presagia el fascismo: Solidaridad y comunidad no significan la absorcin

    aniquiladora de lo individualxxiii

    .

    Contra los aplogos de una autonoma esttica dada por el estilo o la tcnica,

    Marcuse insiste remarcando su dependencia con respecto los materiales culturales

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    socialmente transmitidos. En ese sentido, el arte participa en lo que es y desde ah

    cuestiona lo existente. No obstante, contra un inmediatismo que pasa por radical,

    Marcuse recuerda que ese material es despojado de su falsa inmediatez para convertirse

    en algo cualitativamente diferente: la creacin de formas, o mejor, lo que llama la

    tirana de la forma en la que ningn elemento debera poder ser sustituido. Aparece

    as una necesidad interna que permitira distinguir entre obras autnticas e

    inautnticas. La destruccin de la forma, en este orden, no conduce necesariamente a

    la banalizacin, tal como pensara B. Brecht, pero s es cierto que hay una relacin

    esencial entre la forma esttica y el efecto de distanciamiento. La expresin carente de

    forma banaliza en tanto suprime la distancia entre discurso establecido y forma esttica.

    Es en esta especfica direccin como el autor reivindica la autonoma esttica, esto es,

    como vehculo de una sublimacin anticonformista e invencin de un mundo ficticio

    que reestructura la conciencia y permite una representacin sensible contraria a la

    sociedad existente. As pues, se trata de una intensificacin de la percepcin que

    permite decir lo indecible. A la vez que denuncia, la transformacin esttica celebra

    todo aquello que se resiste a la injusticia y al terror. A esas operaciones Marcuse las

    denomina mmesis crtica.

    La denuncia no se limita a reconocer el mal; el arte es tambin una promesa de liberacin;

    promesa que constituye asimismo una cualidad de la forma esttica o, con mayor precisin, de lo

    bello como atributo de la forma estticaxxiv

    .

    Es esa visin de un mundo mejor, naciente de la negacin concreta del presente,

    lo que el autor considera la idea reguladora del arte; una visin que resulta verdadera

    incluso tras la derrota. Y si el arte no es alegre como alguna vez expres T. Adorno-,

    si rechaza el happy end, es porque no acepta promesas fciles, porque no acepta la

    felicidad como un instante efmero en archipilagos de dolor, porque contina

    protestando contra una realidad que aniquila la alegra y la posibilidad de una libertad

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    efectiva. Reformulando los trminos, podemos decir que en el contexto del presente, la

    experiencia de felicidad es aquello que resulta si no ilusorio, al menos excepcional, en

    una existencia desdichada, marcada por los antagonismos.

    La obra artstica, pues, en su recuerdo de cosas pasadas, alza la promesa. Ms

    que sucumbir a la realidad que denuncia, debe afirmar un mundo posible, irreductible al

    presente. La renuncia a la forma esttica no suprime la diferencia que media entre la

    esencia y la apariencia, donde se encierra la verdad del arte y que determina su valor

    polticoxxv

    . Privar, por tanto, al arte de su forma esttica es renunciar a aquella

    posibilidad de dar forma a de conformar- otra realidad: el universo de la esperanza.

    En sntesis, la relevancia poltica del arte reside en su condicin autnoma, en su

    acepcin crtica (esto es, como distanciamiento con respecto a lo existente). No hay

    unidad inmediata entre arte y poltica sino un vnculo en tensin. Al presente le

    contrapone la memoria de lo acaecido, pero tambin de lo otro posible, una esperanza

    que exige su materializacin, no quedarse en mero ideal. Sin embargo, este imperativo

    categrico oculto del arte exige, para su realizacin, algo que excede su mbito: la lucha

    poltica. El recuerdo de la tristeza es tambin reclamo de una felicidad que la vida

    daada ha imposibilitado.

    En esta fase, es fcil prever que la belleza tiene su centralidad en la

    configuracin esttica. La dialctica de lo bello es tensin entre el consuelo y el

    dolor. Contra una ortodoxia que rechaza la categora de belleza por considerarla

    exclusiva a la esttica burguesa, Marcuse insiste en la presencia de esa nocin en

    movimientos artsticos progresistas, como un aspecto de la reconstruccin de la

    naturaleza y la sociedad. La belleza, pues, debe ser posible, ya no como valor de cambio

    sino como aquello que conecta a la dimensin ertica de la existencia.

    Perteneciente al dominio de Eros, la belleza representa el principio del placer. En consecuencia,pues, se alza contra el principio de dominacin que prevalece en la realidad. La obra de arte

    habla un lenguaje liberador, evoca imgenes liberadoras de la subordinacin de la muerte y la

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    destruccin a la voluntad de vivir. Este es el elemento emancipatorio en la afirmacin

    estticaxxvi

    .

    Si la belleza puede constituir un momento progresivo o regresivo segn la

    totalidad en la que es inscripta, de ah se deduce que por s misma no tiene un valor

    nico e invariante: es ambivalente. Es claro entonces que hay una belleza de la

    negatividad, de la otra realidad que la literatura traza. La belleza recuerda lo que puede

    ser incluso contra aquello que nunca se tuvo-, intensificando la rebelin contra lo

    existente, contra un orden represivo que maldice el erotismo. En ese nivel, el rasgo

    sensitivo de la belleza se preserva en la sublimacin esttica. Esa sensualidad tiene

    poder cognitivo y emancipatorio y no es extrao que la crtica a la belleza sea una forma

    encubierta de moralismo o una crtica religiosa a la sensualidad vehiculizada por el arte

    autnomo. Si el arte rescata el conocimiento del concepto abstracto, para remitirlo al

    reino de la sensualidad, con ello reivindica la fuerza sensorial de la belleza que

    mantiene viva la promesa de felicidad. Quizs sea eso lo que Marcuse nos diga con un

    rotundo remate: La autntica utopa est basada en el recuerdoxxvii

    . Es en el recuerdo

    de una belleza diluida en el presente como podemos arribar a la esperanza de otro

    mundo.

    Dicho lo cual, entiendo que estamos en condiciones de sealar algunas

    conclusiones importantes. En primer lugar, tiene razn Jos F. Ivars cuando seala que

    la propuesta revolucionaria de Marcuse es de emancipacin individualistaxxviii contra

    los controles ideolgicos del capitalismo avanzado. Quizs esa sea una de las

    consecuencias fundamentales de las totalizaciones realizadas por este autor, que se

    convierten en aporas cuando no permiten concebir las prcticas resistenciales que se

    dan en el seno del capitalismo. A ese individualismo esttico puede interpretrselo

    como una respuesta de desesperacin ante un diagnstico de generalizacin de la

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    racionalidad tecnolgica, que no slo deja escaso margen a las intervenciones

    histricas de ndole colectivaxxix

    , sino que adems confirma la unidimensionalizacin de

    la existencia. Tambin podra avanzarse contra la nocin de un sujeto instintual

    preconstituido, que la cultura afirmativa vendra a reprimir. Finalmente, podramos

    interrogar el modo en que Marcuse concibe la emancipacin misma, que permitira

    arribar sin ms a una sociedad reconciliada. Avanzar por esos caminos nos lleva, sin

    dudas, a otro horizonte terico. Con todo, en el contexto del presente, sus reflexiones

    aportan elementos valiosos para elaborar una esttica crtica, especialmente, porque

    contribuye a avanzar contra algunas posiciones que, en nombre de un compromiso de

    izquierdas, cuestionan toda belleza como forma de complicidad.

    A pesar de las distancias tericas que pudiramos tener con el autor comentado,

    es indudable su trayectoria en el campo de la teora crtica. Nos permite reivindicar

    cierta forma de belleza como aquella posibilidad que en el mundo del presente resulta

    vedada a las mayoras sociales. Invocar aqu esta teora no constituye un recurso de

    autoridad, sino que ms bien remite a un tejido argumentativo que posibilita tomar

    distancia de todo reclamo de inmediatez, en nombre del cual se pretende diluir la

    especificidad de lo esttico, incluso repudiando la idea misma de belleza. Una vez ms:

    el llamado a la praxis poltica no puede ser invocado de forma vlida para eximirse del

    trabajo de la forma ni mucho menos para lanzar una prohibicin castradora bajo

    pretexto de complicidad burguesa.

    En este sentido, el uso estratgico de las reflexiones de Marcuse efectuadas

    dcadas atrs- permite sealar riesgos y simplificaciones que siguen operando en el

    campo esttico presente. Desde luego, podramos usar otros tericos frankfurtianos para

    mostrar algo anlogo.

  • 8/14/2019 Apuntes Crticos Sobre La Belleza Artstica -Arturo Borra

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    Me conformar, sin embargo, con referirme de forma sumaria al excursus sobre

    Odiseo, efectuado enDialctica del Iluminismo, de Adorno y Horkheimer. La objecin

    histrica que puede formularse a ese excursus (a saber: que la racionalidad instrumental

    moderna no es extrapolable sin ms al mundo antiguo) no impide recuperar esas

    reflexiones desde un ngulo diferente, como metfora de una determinada sociedad de

    clases.

    Repasemos brevemente los argumentos de Adorno y Horkheimer: el astuto

    Odiseo apela a algunos ardides para engaar a los dioses y regresar a su Itaca aorada.

    Escapa de los Cclopes hacindose pasar por nadie, es decir, engaando nominalmente a

    la diosa ciclpea. En su huda por el mar, se hace atar por sus remeros, para resistir sin

    naufragar el bello encanto de las sirenas. Si por un lado logra escuchar su canto

    embelesador, esa escucha no pasa de ser un goce efmero. La felicidad que ese canto

    promete, en ltima instancia, queda excluida: es la renuncia misma que el orden burgus

    instaura, al poner como imperativo el dominio de la naturaleza y, por extensin, del ser

    humano.

    Homero es exponente de esta fusin entre mito e iluminismo: en la aventura de

    su hroe, Odiseo no slo no se entrega a lo desconocido sino que lo nomina para

    establecer un poder racional sobre esta realidad desencantada, sustrada de toda magia.

    El fin de la autoconservacin -llegar a la patria en la que l es propietario- termina

    haciendo imposible el goce. Su extraamiento con respecto a la naturaleza y su intento

    de dominarla implican renunciar a la belleza, comprometida en toda dicha posible,

    como insistieron algunos filsofos como F. Nietzsche.

    Este personaje pico encarnara, en trminos globales, la metfora de la

    separacin entre arte y sociedad burguesa: el canto representa una felicidad perdida;

    escuchar el canto es perderse de la condicin actual. Pero Ulises desea volver para no

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    perder sus privilegios; no quiere renunciar a su posicin de amo y para ello termina

    renunciando a sus emociones-. Amo y esclavos sobreviven. Pero el primero resigna la

    felicidad perdurable a la que podra acceder si se dieran otras condiciones. En el caso de

    los esclavos, ni siquiera pueden acceder a esa felicidad efmera (pues como en la

    narracin queda manifiesto, tienen los odos tapados).

    Burlar la belleza es mantenerse en el rumbo previsto, que es tambin un rumbo

    sacrificial. El amo que domina queda atrapado por las amarras de la dominacin, que

    vuelve contra s. La desigualdad entre el amo y el esclavo es indisimulable, pero ambos

    pierden la belleza, transformada en una cuestin esttica recluida (el arte como esfera

    puramente autnoma y desconectada de la vida) y con ello, una vez ms, se convierte en

    sacrificio de la felicidad: ser un consuelo en la miseria extendida, una isla sublime en un

    continente hundido.

    La astucia de Odiseo es contracara subjetiva de la falsedad objetiva del

    sacrificio. Sobrevive pues, por una racionalidad instrumental que hace de lo emocional

    algo peligroso. Como consecuencia de esta racionalidad del dominio, lo que termina

    excluyndose es la diferencia en su independencia. Dicho lo cual, es evidente que los

    autores no estn planteando una renuncia radical a toda forma de belleza ni mucho

    menos. Antes bien, lo que estos autores cuestionan es la condicin efmera de la belleza

    en este orden social. La apuesta por otra sociedad, entonces, es tambin, apuesta por

    una belleza diferente, por un esplendor que no se apague tras la aventura negada (en

    cuanto incursin en lo desconocido) por un sujeto heroizado como Odiseo, que bien

    podra ser tambin la no-aventura del gentil hombre que admira un Picasso unos

    instantes antes de comercializarlo en una galera de arte y reconvertir su capital cultural

    en capital econmico en la Bolsa.

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    III.El deseo de una escritura

    Las reflexiones efectuadas en estas notas sobre la belleza artstica no pretenden

    ser ms que trazas incompletas (y todas lo son) de una esttica que asume los riesgos de

    la estetizacin, pero sin renegar de su aspiracin a cierta belleza sustrada del mundo

    cotidiano presente. An as, puede contribuir a disipar el equvoco que presupone que

    un arte crtico debe por principio excluir toda experiencia de belleza. En todo caso, esas

    experiencias en cuanto coexistentes con experiencias del sufrimiento-, contribuyen a

    mostrar una distancia radical entre lo real y lo aorado. Esa aoranza incluye la

    legtima aspiracin a la felicidad aunque, en ltima instancia, sea una aspiracin

    siempre diferida-, que supone tambin el acceso a cierta belleza. Por tanto, en

    determinadas constelaciones artsticas, la belleza se convierte en denuncia de lo

    existente, marcado -entre otras cuestiones- por la reclusin de lo bello a los fantsticos

    mundos de las industrias culturales. Ciertamente, en el marco de un horizonte crtico, la

    belleza no es ni debe ser el valor esttico por excelencia: lo ominoso, lo repugnante, lo

    grotesco, lo feo, lo caricaturesco, tambin informan sobre nuestra sociedad de clases.

    Una sociedad deseable no es una sociedad donde gobierna lo bello sino lo justo. Contra

    todo esteticismo poltico, cabe reafirmar con firmeza una poltica de la justicia y la

    igualdad humanas.

    No obstante, una belleza material inactual (no desconectada de un conocimiento

    del presente) puede activar, por retomar la expresin de Marcuse, el anhelo de los

    rebeldes sin por ello tranquilizarlos. Esa aoranza es tan vital como la desesperacin

    presente. Pero mal podra movilizarnos en trminos polticos una esttica que se

    compusiera de forma exclusiva sobre la tristeza del mundo. A esa tristeza bien se la

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    puede iluminar con una promesa estructuralmente irrealizable bajo las condiciones del

    capitalismo globalizado, pero no de toda condicin poltica posible.

    Hacer imaginables esas condiciones diferentes de existencia es producir lo

    artstico como intervencin poltica, como poiesis dispuesta a mostrar la contingencia

    del mundo actual. En esa labor esttico-poltica, sin dudas, la esperanza de belleza

    ocupa un lugar crucial, aunque no exclusivo ni excluyente. Puede que entonces la

    belleza pierda esa condicin predominante de medio de disimulacin y constituya una

    forma especfica de conmocin. Ese mundo porvenir no ser acceso a una transparencia

    final propia de una sociedad reconciliada, sin conflictos, donde el arte se limita a

    reflejar el advenimiento de lo nuevo-, sino asuncin de la autonoma humana, de la

    capacidad del ser humano de reinventarse de forma radical, tal como lo hizo en algunas

    ocasiones histricasxxx

    .

    Pero incluso ms all de aquello que est porvenir, ms que nunca, ante el

    horror, ante la escandalosa naturalizacin del escndalo la masacre, la guerra, el

    hambre, las pandemias, las catstrofes, la marginalidad, las injusticias permanentes y la

    desigualdad absoluta- tambin cabe luchar por recuperar una belleza expropiada, una

    promesa de goce esttico que nace de las fracturas de lo existente y que apunta a

    dislocarlo de forma radical. Tal es uno de los deseos de una escritura potica que parte

    del reconocimiento de que despus de Auschwitz e Hiroshima, aunque quisiramos, no

    podemos no escribir: quizs ms que nunca, necesitamos seguir soando una belleza

    posible.

    Arturo Borra

    i Valente, J.A., Obra potica II, Material memoria, Alianza Literaria, Madrid, 2001, p.234.ii Rilke R. M.,Las elegas de Duino, Hiperin, Madrid, 1999, p. 15.iii

    Tomo aqu las reflexiones realizadas en H. Marcuse, Acerca del carcter afirmativo de la cultura, enCultura y sociedad, Sur, Buenos Aires, 1967.

    iv Al referirse a la cultura afirmativa, dice Marcuse: A la penuria del individuo aislado responde con lahumanidad universal, a la miseria corporal, con la belleza del alma, a la servidumbre extrema, con la

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    libertad interna, al egosmo brutal, con el reino de la virtud del deber. Si en la poca de la lucha

    ascendente de la nueva sociedad, todas estas ideas haban tenido un carcter progresista destinado a

    superar la organizacin actual de la existencia, al estabilizarse el dominio de la burguesa, se colocan, con

    creciente intensidad, al servicio de la represin de las masas insatisfechas y de la mera justificacin de la

    propia superioridad: encubren la atrofia corporal y psquica del individuo (Marcuse, H., op.cit.).v

    Los antiguos, por el desarrollo precario de las fuerzas productivas, no imaginaban la posibilidad de unafelicidad material colectiva. De ah que pensaran que slo en la filosofa los humanos podan encontrar lo

    bello, lo verdadero y lo bueno. Pero la economa capitalista, a la vez que hace factible en trminos

    tcnicos esta aspiracin (la de una felicidad material colectiva, posibilitada por una voluntad poltica),

    despliega una cultura que recluye la felicidad a un logro interno, sin pujar por otras formas de distribucin

    de las mercancas. La sociedad opulenta a la vez que muestra posibilidades ilimitadas de consumo,construye una cultura que obstruye el ideal mismo de igualdad material, por idealizarla -es decir, por

    hacerla abstracta, al situarla en el reino del alma. Tal es, segn el autor, la mala conciencia de la

    burguesa. En suma, la falta de felicidad no es un problema metafsico sino producto de una modo

    especfico de institucin de la sociedad.vi Algo anlogo planteaba Walter Benjamn cuando cuestionaba la estetizacin de lo poltico efectuada

    por el nazismo, a lo que replicaba con una politizacin del arte por parte del comunismo (cf., Benjamn,

    W., La obra de arte en la era de la reproductibilidad tcnica, Madrid, Taurus, 1991). Tambin all

    sostena: Todos los esfuerzos por un esteticismo poltico culminan en un solo punto. Dicho punto es laguerra. La guerra, y slo ella, hace posible dar una meta a movimientos de masas de gran escala,

    conservando a la vez las condiciones heredadas de la propiedad. As es como se formula el estado de la

    cuestin desde la poltica.vii Marcuse, H., op.cit., p.55.viii

    Marcuse, H., op.cit., p.69.ix

    No sera difcil mostrar cmo ciertas poticas actuales -p.e. aquellas que se refugian en cierto lirismo

    romntico e intimista, en la pureza del juego musical perdiendo de vista las correlativas configuraciones

    de sentido o incluso en un pseudomalditismo acadmicamente rentable-, desconectan a los sujetos de sus

    contextos sociales, polticos, econmicos y culturales, culminando en construcciones estticas ms o

    menos inocuas y acrticas. A menudo, estas poticas idealistas -que desconectan poesa y sociedad-constituyen al poeta en una especie de sujeto pico.x

    En un importante texto centrado en la pregunta que antao formulara Lenin con respecto a qu hacer,

    Derrida nos recuerda una vez ms la necesidad poltica de soar. No hay cambio sea revolucionario oreformista- que no se ampare en un sueo, en la posibilidad de imaginar lo porvenir. La diferencia radical

    que media entre Lenin y Derrida es que, mientras para el segundo la distancia entre lo real y lo soado

    resulta insalvable, abriendo a una poltica de la justicia, para el primero tal distancia es susceptible de ser

    suturada, abriendo camino al riesgo totalitario. Puesto que mi intencin no consiste, ni aqu ni en otros

    lugares, en hacer la apologa de Marx o de Lenin, mucho menos del marxismo-leninismo en bloque (es

    fcilmente imaginable que la cosa no me interesa mucho), apenas sito con una palabra el lugar en que

    Lenin, a su vez, sutura sea la pregunta qu hacer?, sea esta posibilidad radical de distincin sin la que

    no hay ni pregunta qu hacer?, ni sueo, ni justicia, ni relacin con lo que viene en cuanto relacin

    con el otro; y esta sutura o esta saturacin condena a la fatalidad totalizante y totalitaria tanto a los

    revolucionarismos de izquierda cuanto a los de derecha. Pues Lenin mide el desfase con el metro de la

    realizacin, es la palabra que l emplea, mediante el cumplimiento adecuado de lo que l llama el

    contacto entre el sueo y la vida. El telos de esta adecuacin suturante -de la que trat de mostrar de qu

    manera cerraba igualmente la filosofa o la ontologa de Marx- clausura el porvenir de lo que viene.Prohbe pensar lo que, en la justicia, supone siempre inadecuacin incalculable, disyuncin, interrupcin,trascendencia infinita (Derrida, J., Qu hacer de la pregunta Qu hacer??, en El tiempo de una

    tesis. Desconstruccin e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997.xi

    Un desarrollo terico sobre el materialismo cultural puede consultarse en Williams, R., Marxismo y

    literatura, Pennsula, Barcelona, 1980.xii Dentro de la primera generacin de intelectuales de esta heterognea lnea terica no exenta de

    debates internos ms o menos persistentes-, tambin suelen situarse a autores como Pollock, Horkheimer,

    Benjamin, Reich, Fromm y Marcuse. Estos dos ltimos autores, por diferencias interpretativas con

    respecto a algunos autores como Freud y Heidegger, terminaron distancindose de este crculo.xiii

    La nocin de poder ha sido reformulada de forma radical por M. Foucault, cuestionando las

    interpretaciones ms comunes del poder como aparato de estado o como fuerza puramente represiva.

    El desarrollo terico alternativo de esta categora puede consultarse en Foucault, M., Historia de la

    sexualidad, Tomo I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997, especialmente, el captulo El mtodo. Del mismo

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    autor, cf., Vigilar y Castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 1989, as como Tecnologas del yo, Paids,

    Barcelona, 1990.xiv Remito aqu aEl hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona, 1968.xv

    En su Teora esttica (Orbis, Barcelona, 1983), Adorno nos dice: En la aparicin de algo inexistente,

    como si existiera, es donde encuentra su piedra de escndalo la cuestin sobre la verdad del arte. Por su

    misma forma est prometiendo lo que no existe y formulando objetivamente la exigencia, por precariaque sea, de que eso, por el hecho de aparecer, tiene que ser posible (p. 114). El deseo de belleza no es

    sino el deseo del cumplimiento de lo prometido, pero todo arte flota sin garantas de cumplir su promesa

    objetiva. Cualquier teora del arte tiene que ser tambin su crtica. (...) El crdito de las obras de arte se

    torna en prstamo de una cierta praxis que todava no ha comenzado y de la que nadie sabra decir si

    honra su propio cambio (p.116).xvi No pretendo con estas lneas abordar la problemtica de las vanguardias artsticas, sino referirme

    especficamente a aquellos ideales que stas pusieron en cuestin, pese a su reinclusin posterior como

    mercancas culturales legitimadas socialmente a partir, paradjicamente, de su rtulo de vanguardias.xvii

    Dicho artculo fue publicado en la revista New Left Review 74 (Julio-agosto de 1972), pp. 51-58.xviii Marcuse, H.,La dimensin esttica. Crtica a la ortodoxia marxista. Biblioteca nueva, 2007, Madrid.xix

    Marcuse, H., op. cit., p. 55.xx Contra aquellos que presuponen la validez de ciertas enunciaciones por su remisin a un sujeto de clase

    privilegiado, Marcuse responde: El hecho de que una obra artstica represente con veracidad los interesesy opiniones del proletariado o de la burguesa no la convierte, sin embargo, en una autntica obra

    maestra (Marcuse, H., op. cit., p. 68).xxi Marcuse, H., op. cit., p. 64.xxii Marcuse, H., op. cit., p. 71.xxiii

    Marcuse, H., op. cit., p. 84-85.xxiv Marcuse, H., op. cit., p. 91.xxv Marcuse, H., op. cit., p. 95.xxvi

    Marcuse, H., op. cit., p. 103.xxvii

    Marcuse, H., op. cit., p. 110.xxviii Marcuse, H., op. cit., p. 12.xxix El frenazo de los movimientos polticos revolucionarios ante los mltiples reformismos en las

    primeras dcadas del S. XX, indudablemente, repercuti de forma notoria en la produccin marcusiana,

    contribuyendo a situar el arte autntico -producto de una cultura del alma- como uno de los pocosresquicios crtico-utpicos ante ese estado de cosas, posibilitando el libre desarrollo del individuo. Al

    respecto, seala Jos F. Ivars: El individualismo de las soluciones se corresponde con el pesimismo de

    las concesiones, y a un nivel ms profundo con la sintomtica desconfianza marcusiana hacia losproyectos organizativos de cuo obrerista, al margen de sus tenaces recurrencias a la consciencia

    revolucionaria (op. cit., p. 23).xxx

    Para una reflexin al respecto, cf., Castoriadis, C., El mundo fragmentado, Altamira, Buenos Aires,

    1993. Tal como argumenta este filsofo, no hay ninguna instancia extra-social (o algn Mesas) que

    garantice cambio alguno. Slo la humanidad puede auto-transformarse: ni la Historia, ni la Naturaleza, ni

    la Razn, ni Dios constituyen fundamentos de lo social que permitan prefigurar un destino colectivo o unaascensin histrica.