¡Aquí nadie se quiebra! Las increíbles historias · Las increíbles historias de los futbolistas...

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¡Aquí nadie se quiebra!

Las increíbles historias de los futbolistas

amputados

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Quién dijo que sin una pierna no se puede meter un gol, o que sin una mano es imposible hacer una atajada soberbia. Aquí, los porteros no tienen una mano y los jugadores de campo carecen de una pierna. Aquí nadie se quiebra, aquí se puede. Porque Alejandro, Joaquín, Ulises, José Manuel y un puñado más de hombres integran un equipo al que no es fácil batir, un escuadrón metálico, un conjunto de cuerpos incompletos: la selección

mexicana de futbolistas amputados. Estudiantes, marineros, empleados, boxeadores, entre otros,

integran un grupo envidiable, entusiasta. Y los propios ugadores lo demuestran, además, de una manera inusual y festiva cuando alguno de ellos anota un gol: alzan sus muletas y sus prótesis y las

revolotean por el aire. Cómo carajos no.

Por Zorayda Gallegos / Enviada [email protected] • @zogallegos Fotografías: Luis Brito / Noroeste

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Mazatlán, Sinaloa.- En este pequeño campo de futbol de la co-lonia El Conchi no hay un zapato que llame más la atención que el de Alejandro Paredes. Apenas son 26 centímetros de color naranja con vivos negros, pero destellan al roce del sol y fun-cionan como un imán para el balón.

Alejandro no demuestra timidez en el terreno: ágil, vue-la literalmente por el campo, a largas trancadas, arrastrando seguridad. La pelota, tatuada con rombos azules, rueda por el pasto y se pega al pie de este joven sinaloense, lo obedece, se somete a su voluntad. Vestido con un short azul de basquetbol, holgado como si fuera hiphopero, y una camiseta blanca de los Raiders, corre, avanza, respira.

Delgado como espiga, se aproxima con inusual velocidad a la portería. Parece volar. El zapato naranja hace curvas en el aire. Toca el piso, luego el balón. Amaga, quiebra, requiebra y de pronto se detiene.

Entonces, gira, amartilla el pie derecho, inclina el cuerpo y dispara. Quién sabe a cuántas revoluciones por minuto viaja ese balón por el aire, pero en este momento, el portero, Joaquín Alberto, clava su mirada en la pelota, tensa los músculos, se contrae y se lanza para detener la bola de cuero que pretende penetrar en su portería.

Difícilmente este hombre de piel morena y piernas fuertes estará pensando en este instante en sus cuatro hijos, pero si éstos lo vieran estirar su cuerpo y su voluntad al máximo, se-guro que estarían orgullosos de su padre por más que el salto sea inútil: su mano izquierda no llega a tiempo y el balón pega en el poste y se mete a la portería.

Pedazo de tiro, genialidad de gol.A los cinco minutos de haber empezado el partido, esta-

llan los gritos para festejar la anotación. Alejandro, hasta hace unos meses repartidor de pizzas, queda paralizado. No deja de ver el balón, cómo rebota en la red, hasta detenerse.

Acaba de meter su primer gol, el primero del partido. Son-ríe tímidamente y sus ojos rasgados se empequeñecen más.

En la tribuna, todos saltan, se ponen de pie, gritan, se pal-mean y se abrazan. No importa de qué equipo haya sido el gol.

Para quienes el futbol significa mucho, muchísimo, como para Alejandro y Joaquín Alberto, el gol se convierte en un ins-tante mágico, de dominio, de supremacía. Víctima y victima-rio, o viceversa.

Todos continúan celebrando: el entrenador gringo, su es-posa y traductora Fabiola, los chicos del equipo contrario que aplauden como si la anotación hubiese sido de ellos; sus com-pañeros, que admiran la agilidad de Alejandro, y hasta uno que otro distraído que apenas vio la jugada.

Están contentos, cómo no. Y los jugadores lo demuestran, además, de una manera inusual y festiva: alzan sus muletas y prótesis y las revolotean por el aire. ¡Gol, cómo carajos no!

.Quién dijo que sin una pierna no se puede meter un gol, o que sin una mano es imposible hacer una atajada soberbia. Aquí nadie se quiebra, aquí se puede. Porque Alejandro, Joaquín y una decena más de hombres integran un equipo al que no es fácil batir, un escuadrón metálico, un conjunto de cuerpos in-completos: la selección mexicana de futbolistas amputados.

Aquí, los porteros no tienen una mano y los jugadores de campo carecen de una pierna. Con historia y vida distintas, se han encontrado para compartir las victorias que cada uno ha conseguido por su lado.

No importa qué tan gran técnica posean, aquí lo que cuen-ta es mostrar una voluntad y una fuerza que pocos tienen.

Es el caso de Joaquín Alberto, un albañil que perdió un brazo por una descarga eléctrica; o el de José Guadalupe, estudiante de sistemas compu-tacionales, al que le amputaron la pierna luego de caerse del techo de una empresa empacadora.

A su lado, José Manuel, ex marinero en un bar-co atunero cuya pierna fue cercenada por una de las gruesas sogas de la embarcación; le sigue Ale-jandro, arrollado por un auto cuando repartía pi-zzas y hoy es instructor de boxeo y empleado del acuario municipal.

Saúl en un duro defensa. Se electrocutó y aho-ra, a sus 41 años, trabaja limpiando caballerizas. Comparte posición en el campo con Martín, es-tudiante de diseño gráfico. A unos metros de él, Ulisses, ex beisbolista, sobreviviente al cáncer y dedicado estudiante que sueña con el magisterio.

En el medio campo, Miguel, estudiante que perdió su pierna en un accidente automovilístico.

Todos tienen claro que hay que dejar las pró-tesis en los vestidores, que las únicas muletas permitidas son las de metal, de tipo canadiense, que no pueden usarlas para empujar o controlar el balón voluntariamente y que tampoco pueden empujar, dominar o parar el balón con su muñón.

El cuadro lo completan el entrenador, Berc Zo-rian, un estadunidense retirado a quien le dicen El Zorro, y su esposa Fabiola, quien hace las veces de traductora, asistente y porrista.

Ya se han grabado un objetivo: hacer el mejor papel posible en el Mundial de Futbol para Ampu-tados que este año se disputará en Irán.

.Del otro lado de la cancha, el partido continúa. El equipo que va perdiendo se empeña en anotar. Mueve el balón pausadamente, con pases seguros, sin arriesgar. Hasta que la pelota llega a Martín, quien se escapa por el centro de la cancha y em-pieza a avanzar directo a la portería: su cuerpo, menudo, da pasos gigantes, como si anduviera en zancos. Recarga su peso en las muletas, se impulsa y salta, prende el balón en el aire y sale un tirazo. Empata el marcador al minuto 15.

La acción sigue. José Manuel da unos pasos hacia atrás para intentar detener la pelota, pero resbala con el pasto y cae.

–Muy bien senior, control, control –grita El Zorro desde una esquina de la cancha. A un lado de él, Fabiola, la esposa, mazatleca de modos ama-bles, se convierte en su sombra, va de un lado a otro y traduce cada palabra del hombre.

El balón llega a José Guadalupe, de short in-mensamente largo y playera negra. Se acaba de in-tegrar al equipo y hoy es su primer entrenamiento. Se mueve con cautela, pero se desespera, se apre-sura y su tiro sale muy desviado de la portería.

–¡Puta madre! –se lamenta y se lleva las ma-nos a la cabeza.

–¡Don t say bad curses! ¡Don t say bad curses! –lo amonesta El Zorro, que comienza a mover las manos y a caminar hacia donde está José. Parece molesto.

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–No se pueden decir groserías –traduce Fa-biola.

El joven de 19 años se disculpa y más adelante contará que así es él, que perdió su pierna a los 16 años después de 12 operaciones, que duró dos años internado, que nadie sabía qué tenía, que su pierna se adelgazó tanto que perdió la fuerza y no hubo más remedio que amputarla. También platicará que desde los siete años jugaba futbol, que cuando perdió la pierna siguió haciéndolo, sólo que con amigos que tenían completas sus extremidades.

Por eso, cuando escuchó en un noticiero de tele que existía este equipo, no dudó en salir de su ran-cho, enclavado en la sierra de Escuinapa: tomó un autobús a las 6:30 de la mañana para llegar pun-tual al entrenamiento. Pero eso lo contará más ad-elante, porque ahora sigue “cazando” el balón.

Ya se juega el segundo tiempo y Ulisses, short azul y lentes de armadura redonda, recibe un pase de Martín –el jugador más veloz y el más pequeño: tiene 17 años–, controla la bola y sin pensarlo mu-cho dispara.

Anota su primer gol. El joven sonríe y sigue corriendo. Más adelante se detiene, respira pro-fundo y se apoya en las muletas.

Las imágenes de satisfacción que vienen del pasado le llegan. Ve el balón de futbol y recuerda la bola de beisbol. El primer golpe, aquel disparo, su primer homerun. Ulisses no olvida aquel verano de 1999 cuando a los 8 años llegó tomado de la mano de su padre a los campos del Club Deportivo Mu-ralla a entrenarse como beisbolista.

Han pasado 12 años y ya no es aquel niño que obtuvo el título de campeón de bateo en la catego-ría “nuevos valores”, lo que lo llevaría a participar en más de 50 partidos a nivel estatal y nacional. Hoy estudia en la Universidad Pedagógica Nacio-nal, forma parte del coro de la iglesia, toca la gui-tarra, juega billar por las tardes e imparte charlas sobre religión los fines de semana.

.Un domingo de diciembre de 2009 Ulisses co-rría de la primera a la segunda base. Sintió

una punzada en la rodilla. Fue tan breve que la dejó pasar. Festejó sin mayor problema la Navidad y el Año Nuevo, pero en enero de

2010 el dolor aumentó.Creyó que era algo pasajero

y pensó que bastaría con ponerse hielo en la rodilla. Sería cuestión de

semanas para darse cuenta de que no era así: entrenaba cuando el dolor lle-gó al centro de la pierna, perdió fuerza, se dobló y él cayó. Aun así, se mantu-vo sólo con los fomentos de hielo. Para marzo, ya no soportaba las dolencias.

El malestar era tan intenso que los analgésicos no hacían efecto. Una ma-ñana, de plano ya no se pudo levantar de la cama.

Consultó a varios médicos y recibió

distintos diagnósticos: un doctor le dijo que se había roto un ligamento y le colocó una rodillera mecánica. Otro, que un tendón se había desprendido y le prescribió fomentos, poma-das y vitaminas. El tercero, un doctor del ISSSTE, le hizo una revisión de rutina y le compartió su valoración.

–Es un tumor. Habrá que hacer una biopsia para saber si es benigno o maligno.

Los resultados mostraron una malformación en el hueso con elementos malignos. Era osteosarcoma, un tipo de cáncer que afecta el sistema óseo. Había que comenzar con las qui-mioterapias.

Después de las tres primeras quimios, el cáncer persis-tía. Las malas noticias pronto llegaron: no había alternativa, tenían que amputarle la pierna. A los días, un médico les in-fundió nuevas esperanzas, pues aseguró que había forma de evitar la cirugía: se podía colocar una prótesis interna.

Él aceptó y viajó a la Ciudad de México para operarse. El proceso fue traumático: insertaron una varilla de la cadera hasta el tobillo en medio del hueso. Sin embargo, el dolor con-tinuaba y un nuevo estudio mostró que el cáncer había apare-cido en otra parte del fémur. Ahora sí era inevitable: había que amputar la pierna.

La entereza de Ulisses sorprendió a su familia: comenzó a buscar en internet los tipos de prótesis, sus funciones y pre-cios. Un día en que el dolor era insoportable, comentó a su no-via que había tomado una decisión.

–Gaby, me duele mucho el tobillo; si es otro tumor, voy a decirle al doctor que me ampute. Ya no quiero más quimiote-rapias ni más operaciones. Si me amputan el dolor se va a aca-bar, ya no tiene por qué propagarse el cáncer.

Finalmente le cortaron la pierna, pero el cáncer sí se ex-tendió: se movió a sus pulmones. Así, sumó cuatro quimiote-rapias más.

–Tenía seis nódulos en cada pulmón, ahora me quedan sólo dos –cuenta con optimismo.

En total se ha sometido a seis operaciones y 14 quimiotera-pias que lo dejaron sin cabello, y que lo obligan a que un mar-tes, miércoles y jueves de cada mes, se recluya en su cama, sin fuerzas, soportando las náuseas.

–Yo tengo mucha fe y gracias a eso estoy vivo, nunca me he dejado caer –dice Ulisses, de cuyo pasado beisbolista re-volotean los recuerdos por toda la casa: fotografías en las que aparece con su uniforme de juego, gorra y bat.

–Sigo viendo juegos de beisbol y no me doy para abajo. Digo: los disfruté muchos años, ahora los voy a disfrutar vién-dolos –cuenta esta tarde de noviembre de 2011, sentado en la sala de su casa, una construcción pequeña de color crema y pi-lares guindas ubicada en una angosta calle del fraccionamien-to Puesta del Sol, en Mazatlán.

Pero ahora su pasión es el futbol. Revivió en marzo de 2011. Su abuela lo llamó para contarle que había visto en las noticias que buscaban jugadores para un equipo de futbol de amputa-dos. Era el primero en México y apenas había cinco jóvenes.

Ulisses se entusiasmó y fue a platicar con el entrenador. El hombre le enseñó fotos, recortes de periódicos y videos en los que se observaba a hombres en muletas jugando futbol. Él quería ser uno de ellos.

–Lo malo es que él no puede hacer mucho esfuerzo, los doctores le dicen que, por la quimio, tiene que guardar reposo y no agitarse –interrumpe Adriana Espinoza, su madre.

Pero Ulisses argumenta que estar en el equipo representa una gran motivación, por lo que pide que lo dejen descansar cuando se agita o se marea en los entrenamientos.

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Así que no se deja vencer e incluso no pierde oportunidad para reclutar a nuevos jugadores. Hace poco una vecina fue a visitar a su madre y le platicaba la tragedia de su sobrino José Manuel, quien perdió su pierna en un accidente, en el mar.

–Lo amputaron y está muy deprimido –conta-ba la mujer con aflicción real.

Desde el cuarto, escucharon un grito.–¡Ya tenemos otro jugador para el equipo de

futbol!

.Después de recorrer toda la cancha, el entrenador se detiene en una esquina, se avienta aire con su gorra azul, bebe un sorbo de agua y da instruccio-nes. Apenas articula unas cuantas frases en espa-ñol, que completa con palabras en inglés.

–Alejandro, fuerte, fuerte. Ulisses, let s go, let s go –grita y aplaude.

El hombre es Berc Zorian, un ex jugador de futbol conocido que vivió gran parte de su vida en Estados Unidos, pero es de origen armenio. Hace más de un año llegó a Mazatlán en busca de un lu-gar tranquilo para disfrutar su jubilación.

Tiempo después lo alcanzó su amigo Don Ben-net, un estadunidense que ha pasado los últimos 30 años buscando talentos que carezcan de una pierna o un brazo: es el fundador y presidente de la Federación Mundial de Futbol de Amputados.

Un día, mientras conversaban, decidieron armar un equipo de futbol que representara a México. Con 30 años de historia y presencia en 30 países, Bennet se propuso, con ayuda de El Zorro, integrar una selección mexicana que estuviera presente en el mundial de amputados de 2012.

Echaron manos a la obra. En febrero de 2011 imprimieron volantes y carteles que repartieron en tiendas y camiones. No tuvieron mucha suerte. Decidieron acudir a los medios de comunicación. Después de que una nota se transmitió en televi-sión, llegaron los primeros interesados.

Al medio año contaban con seis futbolistas, pero faltaba uno. Pasaron otros dos meses y nue-v a - mente se las ingeniaron para que los

entrevistaran en un canal regional de televisión. Las llamadas co-menzaron a multiplicarse.

Ha pasado una semana des-de entonces y hoy domingo 13 de

noviembre de 2011 no sólo llegó uno, sino ocho jóvenes más: de Es-

cuinapa, Navolato, Culiacán, Con-cordia. Todos quieren un lugar. Pero

ahora se concentran porque el primer entrenamiento formal ya comenzó.

En la cancha Alejandro mete otro gol. Han pasado ocho meses desde que recibió un recado debajo de su puerta

mediante el cual lo invitaban a formar parte del equipo. Él fue el primer juga-dor y tuvo que esperar a que se sumaran más jóvenes.

Así, vio cómo se fueron integrando

Martín, Saúl, Joaquín, Ulisses y José Manuel. Aprendieron desde cero: a perder el miedo, a tocar el balón con la punta del pie, a apoyarse en la muleta para golpear con fuerza, a correr: hacia adelante, hacia atrás, a girar la cadera.

Ahora están en esta cancha que les han prestado para en-trenar, pateando un balón que sale disparado y al que, del otro lado de la cancha, alguien más, también sin pierna, lo detiene con otro golpe.

Acabó el partido. Empate a cinco.

.Al centro del ring se aprecia un bulto de arena cubierto con una lona azul y seis troncos de dos metros de altura, rodeados por tres cuerdas, conseguidos en las embarcaciones de los pesca-dores. Florencio Alejandro Paredes, “el explosivo junior”, tira golpes: gancho, volado y recto.

–¡Pega más duro, Alejandro! –le aconseja desde una esqui-na Felipe, mazatleco de 50 años, cuerpo moreno y rechoncho, que en su juventud fue boxeador y ahora entrena a este joven de 16 años, a quien le ve tamaños para ser una promesa del box.

–¡El primer round es para ver cómo se mueve tu rival: por dónde tira, por dónde le vas a pegar! –grita el hombre, emo-cionado. Enfrente, con los puños enfundados en unos guantes rojos con blanco, Alejandro emite ráfagas de fuerza y precisión en cada round.

Es martes 11 de febrero de 2008 y faltan seis días para que Alejandro dispute su primera pelea profesional luego de dos años de intensos entrenamientos casi diarios: abdominales, sentadillas, pesas, resistencia, manoplas, lagartijas.

El entrenamiento termina y el joven va a casa. Al día si-guiente, llega a la pizzería en donde trabaja como repartidor en moto, la enciende y se apura para entregar un pedido. Apenas había arrancado cuando pasó lo que tres años después recuer-da más o menos así: un automóvil se pasó el alto, escuchó un ruido, gritó y apretó los ojos. Al abrirlos, se encontró tirado a media calle y con la pierna ardiendo.

En el hospital los doctores le comunicaron a su madre que la pierna derecha se encontraba destrozada; lo único que que-daba por hacer era amputar.

Después de tres semanas de convalecencia, lo dieron de alta y volvió a casa. Lo primero que vio al entrar a su cuarto fueron sus guantes en la pared, donde los colgó la tarde que regresó de entrenar. Junto a ellos estaban las vendas y varias fotografías: Alejandro con un short azul, camisa de retaque y unos botines negros.

Se sentó en la cama y aventó las muletas con coraje. Miró con detenimiento su cuerpo. Había un vacío: le faltaba su pier-na. Jamás podría volver a pelear. Por eso lloró: primero en so-llozos, después como niño, sacudido por la impotencia.

Pasado un breve tiempo, Alejandro tomó una determina-ción: no se quedaría a llorar en casa y se dedicaría a enseñar box a niños de escasos recursos. Si él no pudo ser profesional y ganar campeonatos, alguien más lo haría. Fue a visitar a Feli-pe, su antiguo entrenador, y le pidió prestado el local.

El gimnasio abrió sus puertas, llegaron los primeros niños y Alejandro comenzó a recorrer oficinas gubernamentales en busca de apoyos. A las semanas consiguió guantes, manoplas y costales. Además, salió en un breve reporte transmitido en un noticiero. Apenas unos minutos.

Justo en esos minutos, Berc Zorian y su esposa Fabiola veían las noticias. Pasaron una nota sobre Alejandro: sin una pierna, contaba su sueño, su pasado, el gimnasio que montó y su experiencia como jugador de futbol.

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José Manuel Díaz Mora

Alejandro Paredes

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–¡Futbol, futbol! –gritó Zorian, emocionado porque él buscaba hombres amputados y depor-tistas, pero sobre todo con pasión, y Alejandro la transmitía.

El Zorro le gritó a Fabiola: “Ahí está nuestro primer jugador”. Consiguieron sus datos y lo bus-caron. Después de perderse entre las calles del Mazatlán antiguo, dieron con la casa de Alejandro: una construcción de ladrillo pintada de blanco y labrada con piedra azul.

Fabiola tocó, pero nadie abrió. Esperó, habló con los vecinos y antes de irse le escribió un men-saje en un trozo de papel que lanzó por debajo de la puerta: “Nos urge contactarte, buscamos un juga-dor de futbol, este es mi teléfono. Atte: el zorro”.

Ha pasado casi un año desde entonces y esta tarde Alejandro se calza los guantes y golpea el costal. A su alrededor, 11 niños lo observan con atención: afloja las piernas y gira la cadera; su puño impacta el costal: preciso, contundente. Frunce los ojos y respira profunda y brevemente.

Alejandro, de 19 años, estatura baja, cuerpo moreno y brazos ligeramente torneados, es entre-nador de box y futbolista. Esta tarde, en el patio de la casa de su suegra, al fondo de un callejón con poca luz en la colonia Lico Velarde, en las perife-rias de Mazatlán, presume el gimnasio improvisa-do que montó para los niños.

Entre ladrillos, recipìentess para almacenar agua, herramientas de fierro y una bicicleta vie-ja, cuelga el costal de box. Encima de un tambo azul están ordenados los guantes y de un mecate que atraviesa el patio se balancea una caja blan-ca en cuya superficie, en letras mayúsculas, dice: “Gimnasio Esperanza 2”.

Sobre el piso de cemento, los niños trotan. Otros hacen sombra, gritando al unísono: uno-dos. El más experto le tira unos cuantos golpes al costal. Otros corren y brincan la cuerda para ca-lentar. Los más fuertes toman las mancuernas y las hacen girar.

El Gimnasio Esperanza 2 es lo que se ve: un patio amplio y desordenado, con apenas un cos-t a l rojo relleno de aserrín, pero mucho

espacio para saltar y correr. Ale-jandro comenta que ahora posee dos gimnasios, pero el primero fue el “Esperanza 1”, donde él

entrenaba. En esa construcción de 21

metros de largo sobre una calle de la colonia El Estero, ha vuelto a en-

tusiasmarse. Entre las paredes de ladrillo sin enjarrar, con una capa de pintura verde, y sobre el cemento gris y caliente, decenas de niños juegan to-das las tardes a ser boxeadores.

–No importa el tiempo que me lleve, yo sé que ellos serán algo grande –dice el joven entrenador–. Mire a la niña: es muy buena con su derecha. Es cuestión de práctica.

.Después del silbatazo final del partido, los chicos se recuestan en el pasto, se quitan los zapatos de futbol, se soban los mu-ñones. Ven a Fabiola con atención porque El Zorro les quiere comunicar algo.

–Él está muy contento, dice que por fin el equipo está com-pleto, que ahora hay que echarle ganas –habla la mujer, que voltea a ver a su esposo, luego traduce, y vuelve la vista otra vez hacia él.

Toma la palabra Juan Antonio Castellanos, un entrenador estatal de deportistas paralímpicos que se propuso ayudarlos.

–El señor Berc Zorian se irá unos días de vacaciones y yo me quedaré con ustedes; poco a poco iremos haciendo ejerci-cios de calentamiento.

–Aquí está Don Bennett –lo interrumpe Fabiola–, que quiere comentarnos algo.

Bennet, un hombre de 80 años que viaja por todo el mundo integrando equipos de futbol de amputados, comienza a ha-blar en un inglés pausado.

–Es embajador mundial y fundador del futbol de amputa-dos. Hoy el futbol de amputados está presente en 30 países.

Bennett continúa y Fabiola explica cómo es que se ha de-sarrollado este tipo de futbol, les cuenta experiencias de otras partes del mundo, la manera en que podrán ser reconocidos por la federación internacional como representantes de México….

.Un hombre observa el horizonte. Desde esas alturas –15 me-tros arriba– todo se percibe mejor: los atardeceres cobrizos, a veces violetas, el aire que rebota en las olas, los movimientos del barco y, a lo lejos, los aleteos de los peces.

A José Manuel le agrada subir ahí y soñar con ser "técnico". En una embarcación atunera, ese rango permite dirigir a toda la tropa y dormir en un camarote: solo, con una cama amplia, sofá, servibar, televisión y esas comodidades de las que sólo gozan los jefes. Pero sobre todo implica ganar más. Y eso, para él, se traduce en que aumentan las posibilidades de comprar casa propia y montar un negocio de lavandería.

Esos sueños se construyen en la “cofa”, un cuarto de metal de dos metros de largo por dos de ancho, ubicado en la parte más alta del barco atunero “Azteca 1”. Ahí pasa todo el día.

José Manuel es “ayudante de buscador”. El “buscador” y su ayudante están encargados de localizar a una distancia de 10 millas las zonas donde pueda haber una buena cantidad de peces. Por eso, binoculares a la mano, deben estar aten-tos a los movimientos del mar: si a la distancia detectan el sobrevuelo de aves como las tijeretas o los patos bobos, ahí encontrarán atún. Si observan delfines, es muy probable que ahí también.

Una vez que detectan estas áreas, avisan por radio al capi-tán y éste, a la vez, se lo comunica al técnico. Así, envían a los helicópteros que lanzan las redes para la captura.

El futuro para él promete, pero este 2 de septiembre de 2011 algo se ha cruzado en la carrera ascendente de José Manuel. Son las 4:30 de la tarde, baja de la cofa, toma la punta del cabo –una cuerda de 10 centímetros de grosor y 100 metros de largo– y se la entrega al panguero para jalar la embarca-ción.

José Manuel toma la punta del cabo, pero al momento de dársela al panguero, no se da cuenta y mete su pie entre la cuerda enredada. El joven la jala y estrangula la pierna de José Manuel.

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El hombre suelta un grito que recorre toda la embar-cación, uno de sus compañeros llega en su auxilio, intenta sacar su navaja para cortar la cuerda, pero ya es demasiado tarde: parte de la pierna izquierda se ha desprendido.

–En lo que yo le grité, y en lo que él vino, ya me iba vo-lando la pierna. Desde que me agarró el cabo, yo sabía que me la iba a mochar, nomás esperé a que me la cortara –cuen-ta hoy, más de un año después del accidente.

Apenas bastaron tres segundos para que su piel se des-baratara y el hueso se fracturara por completo. Jamás se des-mayó. Tomó entre sus manos lo que quedaba de su pierna y apretó los dientes para contener el dolor.

Inmediatamente llegaron el capitán y el pilotín con los primeros auxilios: tomaron un cinturón y lo usaron como torniquete, apretaron la pierna para contener la hemorragia. Le inyectaron morfina para aliviar el dolor, lo montaron en una camilla y lo subieron al helicóptero.

Se ubicaban a 90 millas de San Carlos, el puerto del mu-nicipio de Comundú, en Baja California Sur. En poco más de una hora llegaron al hospital en Ciudad Constitución. De inmediato lo atendieron y curaron la herida. Cinco días más tarde, un miércoles, lo dieron de alta. Y comenzaron esas in-acabables vueltas al IMSS para que le otorguen la indemni-zación y su pensión.

Semanas más tarde, una tía le comentó que el hijo de una vecina suya jugaba en un equipo de futbol para amputados. Si estaba interesado, podía pasar por él los domingos para ir a los entrenamientos.

José lo pensó y aceptó: podría ser una forma de sobrelle-var la amputación.

.Fabiola continúa traduciendo las palabras de Don Bennet, que camina por el campo con facilidad: lleva una prótesis movible. Finalmente, entre las explicaciones y los anuncios, los sorprende con una noticia.

–En marzo tienen su primer partido contra Estados Unidos.

Es decir: su primer juego será a finales de abril en el estadio Teodoro Mariscal, en Mazatlán, ante cinco mil personas, y contra Estados Unidos.

Nadie dice nada. Los muchachos se miran en-tre sí. La noticia los intimidó. Pero a lo lejos se es-cucha una voz y el silencio se interrumpe.

–¡Eah, eah, ustedes pueden! –grita alguien desde las gradas.

Fabiola les agradece en nombre de su esposo y ellos se levantan. El entrenamiento terminó. Se quitan las muletas que usaron para el partido y se apoyan en sus muletas axilares de aluminio.

José Manuel, con la ayuda de su esposa, se incorpora y se dispone a llevar a pasear a sus dos hijos. José Guadalupe se marcha a la central, to-mará un autobús que lo lleve a Escuinapa. Ulisses regresa con sus padres, y a Alejandro lo espera el entrenamiento de box.

Caminan y van regando murmullos y risas a su paso. El silencio se impone. La cancha se ve más grande, más plana, más verde. ¶

Ulisses Rodríguez Espinoza