arqueologías críticas

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Arqueologías críticas: El conflicto entre verdad y valor Critical archaeologies. The conflict between “truth” and “value” Víctor M. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense. 28040 Madrid. [email protected] RESUMEN Este trabajo es una aproximación al problema epistemológico fundamental que afecta las arqueologías críticas o radicales (marxista, feminista, postcolonial, etc.): ¿Es su orientación práctica, política, un obs- táculo para alcanzar la objetividad? ¿Deben sentirse sus practicantes relegados como científicos por el rechazo ejercido desde la corriente principal, positivista, de la disciplina? En este artículo se defiende la necesidad de deconstruir el falso apoliticismo de esta última y de revelar su clara contribución al campo ideológico conservador. También se hace una revisión del proceso relativista habido en las arqueologías críticas por la influencia anti-esencialista del movimiento postmoderno. Luego, siguiendo las ideas de Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, se analizan los estrechos paralelos epistemológicos que existen entre cien- cia social y política. Finalmente, se reconoce y defiende el papel que la arqueología y demás ciencias sociales desempeñan en las articulaciones hegemónicas de la sociedad actual. PALABRAS CLAVE: Arqueologías radicales. Ideología. Hegemonía. Epistemología. Postestructuralismo. ABSTRACT This paper presents an approach to the main epistemological problem that affects critical or radical archaeo- logies (marxist, feminist, postcolonial, etc.): Do political orientations impede objectivity? Should their prac- titioners be deemed of inferior ‘scientific quality’, as they are criticized by the positivist, mainstream discipli- ne? First, this paper tries to deconstruct the so-called political neutrality of the positivist current, revealing its link to conservatism. Secondly, the article revises the relativist process in critical archaeologies, as a con- sequence of prevailing anti-essentialist trends in the post-modernist thinking. Following the ideas of Ernesto Laclau and Slavoj Zizek, an examination is made of the close parallels that exist between politics and social scientific activities. Finally, the paper acknowledges the role that archaeology, as the rest of social sciences, plays in the hegemonic articulations of the current world. KEY WORDS: Radical archaeologies. Ideology. Hegemony. Epistemology. Post-structuralism. SUMARIO 1. Introducción: ¿qué crítica? 2. Las arqueologías críticas: problemas epistemológicos. 3. El conflicto entre verdad y valor. 4. El futuro de la ciencia social crítica. Complutum, 2006, Vol. 17: 191-203 ISSN: 1131-6993 191 Recibido: 13-06-2005 Aceptado: 20-09-2005

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  • Arqueologas crticas:El conflicto entre verdad y valor

    Critical archaeologies.The conflict between truth and value

    Vctor M. FERNNDEZ MARTNEZDepartamento de Prehistoria. Universidad Complutense. 28040 Madrid.

    [email protected]

    RESUMEN

    Este trabajo es una aproximacin al problema epistemolgico fundamental que afecta las arqueologascrticas o radicales (marxista, feminista, postcolonial, etc.): Es su orientacin prctica, poltica, un obs-tculo para alcanzar la objetividad? Deben sentirse sus practicantes relegados como cientficos por elrechazo ejercido desde la corriente principal, positivista, de la disciplina? En este artculo se defiende lanecesidad de deconstruir el falso apoliticismo de esta ltima y de revelar su clara contribucin al campoideolgico conservador. Tambin se hace una revisin del proceso relativista habido en las arqueologascrticas por la influencia anti-esencialista del movimiento postmoderno. Luego, siguiendo las ideas deErnesto Laclau y Slavoj Zizek, se analizan los estrechos paralelos epistemolgicos que existen entre cien-cia social y poltica. Finalmente, se reconoce y defiende el papel que la arqueologa y dems cienciassociales desempean en las articulaciones hegemnicas de la sociedad actual.

    PALABRAS CLAVE: Arqueologas radicales. Ideologa. Hegemona. Epistemologa. Postestructuralismo.

    ABSTRACT

    This paper presents an approach to the main epistemological problem that affects critical or radical archaeo-logies (marxist, feminist, postcolonial, etc.): Do political orientations impede objectivity? Should their prac-titioners be deemed of inferior scientific quality, as they are criticized by the positivist, mainstream discipli-ne? First, this paper tries to deconstruct the so-called political neutrality of the positivist current, revealingits link to conservatism. Secondly, the article revises the relativist process in critical archaeologies, as a con-sequence of prevailing anti-essentialist trends in the post-modernist thinking. Following the ideas of ErnestoLaclau and Slavoj Zizek, an examination is made of the close parallels that exist between politics and socialscientific activities. Finally, the paper acknowledges the role that archaeology, as the rest of social sciences,plays in the hegemonic articulations of the current world.

    KEY WORDS: Radical archaeologies. Ideology. Hegemony. Epistemology. Post-structuralism.

    SUMARIO 1. Introduccin: qu crtica? 2. Las arqueologas crticas: problemas epistemolgicos. 3.El conflicto entre verdad y valor. 4. El futuro de la ciencia social crtica.Complutum, 2006, Vol. 17: 191-203 ISSN: 1131-6993191

    Recibido: 13-06-2005Aceptado: 20-09-2005

  • 1. Introduccin: qu crtica?

    Las arqueologas crticas son aquellas aproxi-maciones a la cultura material del pasado que seadscriben conscientemente a la lnea general depensamiento o teora crtica en ciencias sociales.Aunque existen muchas y diversas interpretacionesde este enfoque, todas ellas beben de la vieja fr-mula marxista de la unin entre teora y prcticay tratan de corregir ese error histrico del eurocen-trismo que consisti en la separacin entre la bs-queda de la verdad y la bsqueda de lo bueno y lobello (Wallerstein 2000: 112). La corriente espe-cfica denominada de la Teora Crtica, basadaen los trabajos que socilogos marxistas alemanes(la Escuela de Frankfurt: Adorno, Horkheimer,Benjamin, Marcuse, etc.) llevaron a cabo desde ladcada de 1920, constituye quizs la plasmacinms conocida y productiva de la tendencia. En suconcepcin, lo que diferencia al conocimiento cr-tico, o emancipatorio, del tcnico o prctico, es re-conocer su dependencia del conocimiento anterior,y que ste a su vez est enraizado en su propio con-texto sociocultural. Se trata por tanto de un conoci-miento hermenutica e histricamente auto-cons-ciente (Habermas 1982). Como esta conciencia su-pone tambin descubrir la ocultacin sistemticade la dependencia social del conocimiento por par-te de las instancias dominantes, denunciarla seconvierte en la primera tarea de toda crtica. Sucomponente poltico es asimismo evidente: la Teo-ra Crtica fue y es sobre todo un cuestionamientointelectual del capitalismo.

    Ahora bien, despus de mucho tiempo de crticaterica se nos plantea, adems de la lgica evalua-cin de su eficacia prctica, algo referente a su pro-pia naturaleza: es la crtica un fenmeno perma-nente o slo pasajero mientras se logra la necesariareforma? Dicho de otra manera: debemos seguirtodava desconstruyendo durante mucho tiempo,dada la gran resistencia que muestra el paradigmaconservador, o algn da podremos por fin cons-truir algo nuevo? O ms bien se trata de descons-truir siempre, y en eso consiste precisamente lonuevo? Sobre estos problemas se puede distinguirentre una postura crtica clsica, que mantiene laconexin con el credo positivista (la objetividad esposible, luego la reforma definitiva tambin), tal ycomo se advierte en el marxismo tradicional, y otrams relativista, influida por filsofos postestructu-ralistas como por ejemplo Jacques Derrida, que pro-

    pone que la objetividad es siempre una aparienciaprovisional de la misma. Para la segunda tenden-cia, la ilusin de una verdad estable debe ser evita-da, tanto por razones epistemolgicas, ya que lossignificados se resisten naturalmente a ser fijados,como polticas, por haber sido el positivismo, trascumplir su funcin crtica contra el pensamientoreligioso medieval, el sostn filosfico de los esta-mentos dominantes contemporneos. La alternati-va anterior es paralela a la que existe en el campomarxista entre el concepto de ideologa como fal-sa conciencia y acepciones ms abiertas desarro-lladas en lo que se ha denominado postmarxismo.La primera supone que los aspectos engaosos dela ideologa se deben a su instrumentacin histri-ca por la burguesa y que desaparecern cuando laclase obrera rechace la ilusin que la hace ir encontra de sus intereses e identificarse con la clasedominante, es decir, cuando descubra la verdad.Una segunda y ms interesante nocin de ideologaes la que advierte que la distorsin es algo inherentea ella misma. No se tratara de quitarse los anteo-jos distorsionadores de la ideologa, sino de com-prender que la propia realidad, toda realidad, nopuede reproducirse sin esta llamada mistificacinideolgica (Zizek 1992: 56).

    En el campo de la arqueologa, tenemos que laprdida de la inocencia provocada al descubrirlas condiciones sociales de todo conocimiento apa-reci relativamente tarde, y fue uno de los elemen-tos definitorios de la arqueologa post-procesual enlos ochenta (Kohl 1985). Ese fue tambin el puntode partida del primer grupo de arquelogos queadopt la Teora Crtica como base conceptual, laescuela de la arqueologa crtica o arqueologadel capitalismo, dirigida por Mark Leone (Leone,Potter y Shackel 1987), que vea en el anlisis ideo-lgico la alternativa para el cambio social tras elfracaso de las vas revolucionarias (Leone 2000:765). Al principio, la aceptacin del concepto defalsa conciencia les hizo creer que su crtica ibaa permitir tambin mejorar la propia ciencia, alcan-zando un conocimiento menos contingente, libe-rado de mistificaciones ideolgicas (Leone y otros1987: 284; ver crticas de Blakey y Hodder en Ibd.:292-3, 295-6). Esa actitud positivista inicial fueluego cambiando hacia una concepcin constructi-vista social de la ciencia (Leone 1995: 263), hastallegar a hacer una crtica epistemolgica del capi-talismo, que es denunciando precisamente por sucarcter esencialista y universalizante (Leone 1999:

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  • 13). Claro que ya en sus inicios todava positivistas,desde una posicin conservadora se acusaba a estaarqueologa crtica norteamericana de preferir susideales polticos por encima de su responsabilidadcientfica con la verdad, de caer en el mismo erroren que ya haba incurrido antes la antropologa ra-dical al optar por la liberacin de los oprimidos,en vez de limitarse a sus tareas acadmicas de sim-ple bsqueda de la verdad (Washburn 1987).

    Luego lo tienen difcil las arqueologas crticas.Si entran en el terreno de la poltica, recibirn to-dos los ataques de los seguidores del paradigmapositivista conservador, todava dominante. Peroadems, si una vez dentro se atreven a plantear pro-blemas post-positivistas, los palos les vendrnadems de marxistas y estructuralistas clsicos, queles tacharn de ineficaces abstencionistas o deliran-tes hiper-relativistas. Cada uno de esos reprochesutiliza una lgica contradictoria con la del otro, pe-ro sus efectos parecen sumarse en una invectivacomo sta: los cientficos crticos ni son cientfi-cos ni son crticos. Por un lado, no son cientficosporque no creen en la objetividad, no aceptan lapremisa fundamental de la ciencia, la posibilidadde encontrar la verdad. Por otro, como no creen enla objetividad tampoco pueden ser crticos, puespara criticar algo hay que estar seguro de por quest mal y de que existen alternativas seguras...

    Claro que esa ltima acusacin de ineficacia po-ltica, dirigida a los postmodernos crticos desde laizquierda tradicional (p. ej. Rorty 1999), no parecede recibo. El final de los sujetos y las clases uni-versales ha permitido la aparicin de una polifonade voces, cada una con su identidad discursiva irre-ducible, cuya conjuncin en un sentido emancipa-torio (integrando a movimientos obreros, feminis-tas, nacionalistas, ecologistas, anti-globalizacin,etc.) est conformando una corriente neo-radicalque permite seguir soando con los fines una y otravez renovados del viejo socialismo (Laclau y Mou-ffe 1987; Shantz 2000). El reproche podra estarjustificado, con todo, en lo que se refiere al mbitode actuacin de los representantes intelectuales deestos movimientos, muchas veces recluidos en me-dios universitarios como si se sintieran absurda-mente culpables de la acusacin de polticos queles hacen sus oponentes positivistas, que de estamanera obtienen una victoria ideolgica regalada.De hecho, el que los movimientos postmodernoscrticos hayan tenido su mayor desarrollo en lasuniversidades norteamericanas no ha impedido que

    esta sociedad haya derivado hacia posiciones ultra-conservadoras en los ltimos aos. Tampoco andandescaminados quienes culpan a los escritos del mo-vimiento postmoderno de ser sencillamente ininte-ligibles para muchos de los miembros de los gruposy clases a quienes dicen dirigirse y defender. Perosera ilgico esperar otra cosa de una tendencia quesurgi ligada a los estudios filosficos, lingsticosy literarios, y que basa una gran parte de su fuerzaen crear nuevos mundos discursivos para llegar apensar de una forma diferente (Foucault 2003:12).

    2. Las arqueologas crticas:problemas epistemolgicos

    Pero de qu arqueologas estamos hablando?Es una o son varias? Aunque minoritarias dentrodel amplio panorama profesional, s que existen hoyaproximaciones crticas, a veces llamadas radica-les (Tierney 1997), que incluyen a una gran partede la arqueologa marxista (McGuire 1992) y femi-nista (Gilchrist 1999), y las arqueologas queer(Dowson 2000), multiculturalista (Smith y Wobst2005), postcolonial (Ucko 1995), nacionalista(Kohl y Fawcett 1995; Meskell 1998) y ecologista(Macinnes y Wickham-Jones 1992). Casi todas ellasse identifican en mayor o menor medida con lasteoras post-modernas (postestructuralismo, post-marxismo, arqueologa postprocesual) y estn mscerca de los movimientos antiglobalizacin que dela izquierda clsica, aunque se sigan considerandonaturalmente de izquierda. Segn mi punto de vis-ta, aunque cada una de ellas tenga una perspectivay objeto de estudio concretos, es posible integrar to-das estas aproximaciones en una arqueologa crti-ca total (Fernndez Martnez 2006), puesto que,discursivamente, entre todas ellas se puede estable-cer una cadena de equivalencias metafricas conun sentido global progresista y emancipador (La-clau y Mouffe 1987). Pues bien, lo que se planteaeste trabajo y aspira a comenzar a responder esla siguiente pregunta: Pueden las arqueologas cr-ticas aspirar a la objetividad cientfica? Antes exa-minaremos brevemente cmo se ha formulado lacuestin en las ms importantes de ellas.

    La influencia del marxismo, a pesar de la granproyeccin pblica de las obras de Morgan y En-gels desde finales del siglo XIX, se dej sentir muytarde en la arqueologa occidental, y adems de for-

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  • ma reducida casi a la actividad de un slo investi-gador, aunque influyente, Vere G. Childe. Ya en s-te como en otros de los primeros arquelogos mar-xistas hasta la dcada de 1970, predomin la con-cepcin clsica basada en la determinacin ejerci-da por la esfera econmica sobre todos los demsaspectos de la vida humana, una perspectiva queproporcionaba al marxismo el carcter cientficoque reclamaba desde sus orgenes. Cuando llegaronlas influencias del neomarxismo o marxismo es-tructuralista (p.ej. Godelier 1971), que con su nfa-sis en el mbito ideolgico pareca incluso msapropiado que el anterior para estudiar las socieda-des prehistricas, carentes como es sabido de unaesfera econmica independiente, fueron duramenterechazadas por los que R. McGuire llam marxis-tas de la Segunda Internacional como Pillip Kohlo Bruce Trigger, el cual llegaba a sentirse ms pr-ximo al funcionalismo de la Nueva Arqueologa quea los excesos del marxismo post-procesual (Tri-gger 1993). Ms que un choque de escuelas, lo quese plantea aqu es una cuestin de fondo epistemo-lgica: el marxismo clsico no est dispuesto a re-nunciar a un enfoque objetivista, y ello no slo porconservadurismo metodolgico sino tambin por-que cree que slo as se le aseguran a la accin po-ltica unos fundamentos cientficos irrefutables.

    El marxismo ms economicista se ha concentra-do en definir y analizar la evolucin de los distin-tos modos de produccin (p. ej. Wolf 1987) y, porsupuesto, en desentraar los mecanismos que lle-varon, en pocas y regiones tan diversas, a la divi-sin social y la formacin de los Estados (p. ej. Tri-gger 2003). Por el contrario, y sin desdear en ab-soluto los aspectos ideolgicos de esos fenmenos,las tendencias ms novedosas se han atrevido aescrutar las dialcticas anteriores a esa divisin, lasque existieron en sociedades a las que en principiose supone casi esencialmente igualitarias. Buscaral dbil en esos grupos resulta arduo, y exige ima-ginar algo tan escurridizo como una ideologa des-aparecida hace miles de aos, o apartar el dogmaeconmico para entrar en mecanismos jerrquicosms sutiles como son el gnero y la edad (ver porejemplo Shanks y Tilley 1982). Aparte del espera-ble reproche de ser poco cientficos, los marxistasclsicos echan sal sobre la herida cuando acusan alos nuevos de naturalizar la competencia tpica delas sociedades capitalistas, al suponer que siempreexisti algn tipo de opresin (Trigger 1993: 179).En cierta forma, el dilema economa-ideologa est

    relacionado con la contradiccin que ha existido enel marxismo desde sus propios orgenes, entre laatraccin por la seguridad proporcionada por laciencia y la comprensin del carcter histrico ycontingente de todo conocimiento (Bhaskar 1991).

    Una tensin parecida est tambin presente enel movimiento feminista, desde que Simone deBeauvoir dijo aquello de que no se nace mujer, sehace mujer, reduciendo as una categora natural aproducto social, pasando luego por los estudios degnero y el feminismo de la diferencia, hasta lle-gar hoy a la inestabilidad esencial de sexo y gneroconsiderados como pura representacin ficcionalpor los movimientos queer (Butler 1990). Estaradicalizacin del movimiento ha influido en lasciencias sociales feministas, algunas de cuyas ex-presiones ms recientes incorporan consciente-mente el relativismo postestructuralista sin por ellorenunciar a sus viejos objetivos crticos y emanci-padores (p.ej. Barrett y Phillips 2002).

    Desde un punto de vista epistemolgico, uno delos problemas ms complicados para la arqueolo-ga feminista se plantea por la contradiccin exis-tente entre la gran utilidad, explicativa y poltica,del concepto de patriarcado, que coloca la opre-sin masculina como origen temporal y causa pri-mera de todas las dems, incluyendo la econmica,y la escasez de pruebas para su origen histricoconcreto, y no digamos ya para el clsico e hipot-tico matriarcado anterior (Gamble 1999: 271-2).De la arqueologa feminista casi todos han elogia-do, con todo, sus aspectos reparadores consegui-dos al traer a escena a la mitad de la poblacin lasmujeres, hasta entonces desaparecidas. As se de-muestra que la arqueologa anterior, androcntrica,era simplemente mala ciencia, por incompleta, ycomo ejemplo muy citado en ese sentido se presen-ta la renovacin que supuso de la vieja historiogra-fa monstica medieval la investigacin de RobertaGilchrist (1994) sobre los conventos de monjas in-gleses. Un avance parecido se produjo en casi todaslas dems ciencias, incluidas las fsico-naturales,donde este llamado empiricismo feminista pro-dujo avances generales en muchos campos (algunostan poco esperables como la medicina, donde porejemplo las cardiopatas se consideraban solo mas-culinas hasta hace pocos aos) (Harding 1986).

    Ahora bien, lo que empez con un simple aa-dir mujeres a la frmula acab planteando proble-mas tericos ms amplios hasta llegar a una crticadel sistema cientfico completo. Por un lado, tene-

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  • mos que la perspectiva feminista puede favorecerunos paradigmas sobre otros, y as se advierte quela arqueologa procesual, con su nfasis en los sis-temas de gran escala y largo plazo, es incapaz deadvertir los mecanismos de gnero, que actan msbien en un nivel local y con tiempos cortos (Wylie1991: 34). Por otro, y desde una perspectiva msepistemolgica, la teora del punto de vista, lejosde ver al subjetivismo como una traba para el co-nocimiento social, aplaude la conciencia polticaque provoca como un privilegio epistmico queel feminismo (como el marxismo para comprenderal proletariado) tendra sobre cualquier otro enfo-que para estudiar a las mujeres (Smith 1990). Fi-nalmente, las crticas postmodernas ms radicalesllegan a plantear la inutilidad de intentar reformarla ciencia, puesto que ella es parte del problema,ms que la solucin: por su trayectoria histrica li-gada a los hombres, el conocimiento cientfico esen s mismo androcntrico, y la racionalidad abs-tracta y el inters universal una parte del disfrazque histricamente adopt el discurso masculino(Phillips 2002).

    En un sentido similar se expresa el axioma bsi-co de la teora postcolonial y el multiculturalismo:el legado cartesiano e ilustrado de Occidente fueuna desviacin esencialista impuesta al resto de lasculturas del planeta mediante la violencia, sirvien-do como uno de los soportes tericos (el otro fue,paradjicamente, la religin) de la expansin colo-nial europea de los ltimos siglos. En esta lnea, lospostcoloniales no hacen ms que continuar la tradi-cin que va de Nietzsche a la Escuela de Frankfurtpasando por Heidegger, y que acab plasmada conmayor claridad en el postestructuralismo: fueronFoucault y Derrida quienes primero expresaron cla-ramente que esa racionalidad provena de la hege-mona poltica y dominacin econmica del colo-nialismo, y que su misma estructura era racista eimperialista (Gandhi 1998: 26). Ms que los movi-mientos que vimos antes, es la teora postcolonialla que ha puesto realmente en jaque a nuestro edi-ficio terico: es imposible que la verdad resista elespectculo de dos verdades enfrentadas, la del do-minador y la del dominado, en un escenario de vio-lencia inigualado antes por los otros tipos de opre-sin, de clase y de gnero. Tal vez por ello sea aqudonde el subjetivismo se nos revela como ms ob-jetivo, y tengamos que admitir que una misma ins-titucin, por ejemplo el velo de las mujeres musul-manas, pueda ser al mismo tiempo represiva, en el

    interior del sistema de parentesco, y liberadora, enel exterior y hacia la sociedad cristiana dominante(Rahbari 2000). Igual ocurre con un tema tan sen-sible como el nacionalismo: aunque aceptemos quelas identidades son inestables y estn sujetas alcontinuo juego de la historia, la cultura y el po-der, hay que admitir en ellas un sentimiento autn-tico de verdadero yo colectivo, una ficcin ne-cesaria y un esencialismo estratgico que, si bienson siempre provisionales, juegan un papel crticoy emancipador no desdeable (Hall 1996). Con to-do, muchos han reiterado la crtica ms extendidaa la teora postcolonial: defender identidades esen-ciales desde la postura anti-esencialista del post-modernismo (Gosden 2001: 241-2).

    Es la colusin entre arqueologa y nacionalismolo que tal vez plantea mayores problemas episte-molgicos dentro del repaso general que damos eneste apartado. Esa complicidad es histrica, y enmltiples casos se ha podido observar la estrecharelacin existente entre la arqueologa, como unode los principales mtodos de construir un pasadopara una comunidad nacional que lo necesitaba, yfenmenos polticos como nacionalismo, colonia-lismo o imperialismo (Trigger 1984). Es ms, sepuede decir que sin el nacionalismo nunca habrallegado a existir la arqueologa tal y como la cono-cemos hoy da (Daz-Andreu y Champion 1996: 3).Aunque los europeos tendemos hoy a considerarsuperada la violenta etapa nacionalista del pasadoy existe una extendida desaprobacin de los nue-vos etnonacionalismos (Irlanda, Catalua, Eus-kadi, etc.), conviene no dar carpetazo a ciertos as-pectos interesantes de la relacin entre nacionalis-mo y ciencia. Como ejemplo tenemos la estrecharelacin que existi en Espaa entre la arqueologadominante y el pensamiento conservador/centralis-ta, y como fueron las arqueologas regionalistas lasnicas que plantearon una cierta renovacin criticadurante buena parte del siglo pasado (FernndezMartnez en prensa). Puede que la arqueologaidentitaria est hoy algo apaciguada por la in-fluencia asptica del positivismo, los avancesmetodolgicos y la abundancia de datos, que limi-tan la fantasa permisible a los investigadores (Tri-gger 1995: 275-6), pero desde una perspectiva msglobal que tenga en cuenta la arqueologa de zonastnicamente conflictivas (Fernndez Martnez yGonzlez Ruibal 2001) o la pugna entre diferentesconcepciones del pasado y del patrimonio, porejemplo en el caso de las culturas indias norteame-

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  • ricanas (Watkins 2000), se nos recuerda la rica po-tencialidad de crtica epistemolgica todava pre-sente en la arqueologa postcolonial y nacionalista.

    3. El conflicto entre verdad y valor

    En todas las arqueologas crticas que acabamosde ver, as como en otras disciplinas sociales deorientacin radical, se presenta de forma aguda eldilema entre verdad y valor, por as decir, entredescubrir lo que pas realmente y ayudar a susdefendidos. La disyuntiva recuerda a la de los an-troplogos que, siguiendo sus cdigos de tica pro-fesional ms recientes, colocan los intereses de laspoblaciones que estudian por encima de cualquierotro, incluidos los puramente cientficos (Pels 1999).Sobre esto ocurri un suceso significativo cuandoun juzgado de Canad rechaz el testimonio de dosantroplogos que trabajaban con poblaciones indiasdel Norte, precisamente porque su opinin, al se-guir ese principio de responsabilidad marcado porel cdigo de conducta, y aunque fueran los dos me-jores expertos sobre el tema, se poda considerarcomo subjetiva y partidista, y por lo tanto alejadade las normas de la tica jurdica occidental (Dalyy Mills 1993). El problema no parece tampoco muyalejado del de los abogados defensores en un juicio.En todos los casos, la impresin es que se est pri-mando algo particular por encima de algo uni-versal.

    Al buscar en el pasado las huellas de la explota-cin, la desigualdad o la identidad, parece que losarquelogos crticos ya saben de antemano lo quevan a encontrar y que se limitan a adecuar los datosa sus teoras previas (feministas, marxistas, etc.).El caso del feminismo es quizs donde el problemase muestra ms claramente, y tal vez de ah vengaese temor a ser consideradas nicamente como ac-tivistas polticas y no como cientficas, que pareceafligir a muchas arquelogas feministas (Wylie1991: 41-2; Van Reybrouck 1998: 88-9). El cambiode terminologa reciente, de feminismo a estudiosde gnero, es en parte una respuesta a esas crticas.Se pretende as ser considerado ms objetivo enel anlisis, puesto que ahora ya no se estudia sloa las mujeres sino que interesan ambos gneros.Pero en realidad la mayora de las investigacionesde gnero se limitan al femenino, y ambos trminosse consideran casi sinnimos. Tambin los marxis-tas son mirados con recelo, y no digamos ya los ar-

    quelogos de orientacin identitaria o nacionalista,que llegan a ocultar esta inclinacin terica: porejemplo, hoy prcticamente ningn arquelogo enEspaa reconocera pblicamente que su orienta-cin es nacionalista cataln, gallego o vasco. Todosellos tienen que hacer frente a la presin del mitode la ausencia de valores (myth of value-freedom)en las ciencias sociales, que dice que stas debenser despegadas, objetivas y sobre todo apolticas(Tilley 1989: 110-1). El problema de ese mandatoes que coarta cualquier intento de criticar la socie-dad y por ello mismo supone objetivamente un apo-yo al orden establecido (Ibd.: 111; Marcuse 1970).

    La postura anterior proviene de una concepcinde la ciencia separada de la esfera de la tica, loque es como algo epistemolgicamente distintode lo que debe ser, el hecho frente al valor. Estaposicin fue establecida cannicamente a comien-zos del siglo XX en la obra de Max Weber (1977):ninguna evidencia emprica, por importante o nu-merosa que sea, puede demostrar que tengamos queaceptar un determinado fin como un valor (Gi-ddens 1994: 226-37). Por otro lado, y como expre-sin de la superior tica de la intencin propuestatambin por Weber, la misma bsqueda de la obje-tividad y la verdad por parte de los cientficos, su-perando cualquier condicionamiento prctico y mo-ral, constituye para muchos la moral especfica dela ciencia, de valor comparable al de normas reli-giosas o compromisos polticos (Echeverra 2002).En un cierto sentido, esa postura cientfica implicauna neutralidad moral que la hace aparecer a ve-ces como superior y por encima de los problemasticos (Pluciennik 2001: 1-2). Mientras stos lti-mos se desarrollan en el mundo de las relacionessociales (las obligaciones morales son hacia otrosy se basan en la creencia y la confianza), la bsque-da de la verdad es una tarea esencialmente indivi-dual (el conocimiento proviene de la confrontacinpersonal y libre del yo con la realidad, sobre la ba-se de la duda y la desconfianza) (Shapin 1994). Peroresulta que para ser vlidos, los hallazgos cientfi-cos deben ser luego aceptados por la comunidadinvestigadora y en ltima instancia por la sociedad,de lo que se desprende que la ciencia mantiene unaposicin discursiva similar a la de la tica: respon-sabilidad individual ms juicio social (Pels 1999:104). En un paso ms, tenemos que la relacin deciencia y tica con la poltica se ha convertido casien un lugar comn tras la obra de Michel Foucaulty su afirmacin de que la verdad es siempre un

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  • efecto del poder, y que la voluntad de verdad mo-derna provino de dejar de ver la verdad como unapropiedad del discurso de los poderosos y pasar aadmitirla como una propiedad objetiva de la reali-dad (Foucault 1973: 19-20).

    Luego verdades y valores estn mucho ms in-terrelacionados de lo que los epistemlogos clsi-cos estn dispuestos a admitir. El campo primerodonde se desarrollan esas relaciones no es otro queel paradigma seguido por cada cientfico, el cualtambin determina en gran medida el tipo de datosaceptables para la investigacin. Ocurre que enciencias sociales los paradigmas ms conservadores,es decir, los positivistas (historicismo, funcionalis-mo, evolucionismo, etc., a veces combinados entres), no suelen reconocerse funcionando como tales,lo que entorpece cualquier crtica. Al ser hegem-nicos, esos paradigmas forman parte de la ideologadominante, apareciendo tan imbricados en prcticasdadas por supuestas que resultan casi invisibles,pues una de las claves de la actividad ideolgica esque sus participantes desconocen la esencia de susmecanismos (Zizek 1992: 46-7). Por eso, como yavimos, la primera tarea de los arquelogos crticoses desmontar ese edificio, enseando que detrs delos datos estn las teoras, las cuales, al igual queellos, tambin se eligen y no son algo dado y porello indiscutible; y que, como todas, esas teorasactan en el campo poltico, siendo su opcin cla-ramente conservadora. En un sentido general, tantoel funcionalismo como el evolucionismo son pro-yecciones parciales hacia el pasado de las mismasmetforas que sustentan el sistema capitalistaactual: una sociedad que funciona de forma arm-nica aunque en su interior todos compiten contratodos (Fernndez Martnez 2006: 4.2).

    Para otros paradigmas, como el marxismo y elestructuralismo clsicos, el desvelamiento tericoaparece menos necesario, ya que su posicin crticales obliga a manifestarse ms claramente. Por otrolado, es necesario apreciar su carcter dialctico quelos distingue claramente de los anteriores: tanto laidea de sociedades divididas como la de estructurasmentales opuestas nos proponen una imagen de losgrupos humanos ms acorde con lo que considera-mos el significado de las experiencias sociales his-tricas y presentes. No obstante, ambos tienen encomn con los anteriores su pretensin cientifista,y tambin parten de una idea no realista del obser-vador como neutral e independiente, un sujeto uni-versal sin fisuras que contempla un pasado objetivo

    y tambin universal; en suma, todas ellas son postu-ras que siguen separando hecho y valor (Pluciennik2001: 2).

    Si ciencia y poltica estn relacionadas, podra-mos establecer aquello que ambas tienen en comn?Un intento de relacionar los dos mbitos, desarro-llando el campo postestructuralista en la llamadateora del discurso, se halla en la obra del pensa-dor argentino, afincado en el Reino Unido, ErnestoLaclau. Aunque los miembros de esta tendencia nun-ca diran algo tan absurdo como que las cosas noexisten en la realidad antes de ser nombradas, de loque son acusados con indignante frecuencia, s queafirman algo que es evidente: para el sistema dis-cursivo humano, las cosas slo existen cuando sonnombradas. Siguiendo a Saul Kripke (1985) y Sla-voj Zizek (1992), Laclau otorga una importanciadecisiva al bautismo primigenio que supone elacto de nombrar, pues si el proceso de nominacinde los objetos equivale al acto mismo de constitu-cin de stos, entonces sus rasgos descriptivos se-rn fundamentalmente inestables y estarn abiertosa toda clase de rearticulaciones hegemnicas. Elcarcter esencialmente performativo de la nomina-cin es la precondicin de toda hegemona y todapoltica (Laclau 1992: 16-7). Sus anlisis del cam-po poltico, ampliando el concepto gramsciano dehegemona en el sentido de una lucha terica porocupar el universal que es siempre un signifi-cante vaco por un particular, el correspondien-te a cada grupo o movimiento social concreto quetrata de imponer su hegemona, el cual no puedeconvertirse en poltico sin adquirir efectos univer-salizantes, y por lo tanto ticos (Laclau 1996: 20-35, 2000: 44-59), nos sirven para conectar terica-mente ciencia y poltica. Cualquier intento de apro-piarse del universal, es decir, de suturar la aper-tura y complejidad de lo real, es una actividadpoltica. Ese cierre se procura de varias maneras:por una teora que pretende poseer la verdad yexplicarlo todo, por una perspectiva poltica que semuestra como excluyente representando al conjun-to de la sociedad, etc., pero su origen se sita enalgo tan ligado a la actividad cientfica como es elmismo acto de nombrar y definir las cosas.

    Otro enfoque del problema se puede obtener delas relaciones entre ciencia y experiencia econmi-ca. Alfred Sohn-Rethel, pensador de la Escuela deFrankfort, propuso que el modo de pensar concep-tual surgi ligado al intercambio de mercancas, elcual se sustenta bsicamente en una abstraccin: el

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  • mismo valor de la mercanca, que es algo distintode ella pero que la representa en el comercio, y queno es pensamiento, pero tiene la forma del pensa-miento (Sohn-Rethel 1979, cit. en Zizek 1992: 41-4). El propio Marx advirti que el fetichismo de lasmercancas consiste en creer (o mejor, hacer comosi se creyera) que el valor de uso es una expresindel valor de cambio, es decir, lo particular un ejem-plo de lo abstracto, lo particular una encarnacin delo universal. Esa preeminencia de las ideas sobre lascosas, que Marx consideraba una conexin msti-ca, es decir, alienada, es para Zizek la base de losaspectos de fantasa inconsciente que tiene todaideologa, que consiste en pasar por alto la ilusinque estructura nuestra relacin efectiva y real con larealidad (Zizek 1992: 59-61). De lo anterior se de-duce un cierto componente opresivo del universal,y por lo tanto de la propia ciencia, que ha sido de-nunciado adems por etnocntrico desde perspecti-vas feministas (Butler 1992) y postcoloniales, comoen la obra del socilogo hind Ashis Nandy, quienpropuso que la famosa identificacin foucaultianade verdad y poder no existi siempre sino que co-rresponde histricamente a la segunda fase del co-lonialismo (tras una primera de conquista y pura ra-pia), cuando se colonizaron las mentes desde laposicin superior de la razn civilizada y se convir-ti a los Otros en sujetos de conocimiento, creandolas pertinaces categoras de occidental y oriental,civilizado y primitivo, cientfico y supersticioso,desarrollado y subdesarrollado, etc. (Nandy 1988).

    Luego, epistemolgicamente, existen claros pa-ralelismos entre actividad cientfica y actividad po-ltica. Las arqueologas crticas, como otras disci-plinas del mismo cuo en ciencias sociales y hu-manas, deben asentarse tericamente en ese hechopara construir sus discursos. En poltica, las apro-ximaciones democrticas intentan contrarrestar lavictoria hegemnica de la derecha, que ha conse-guido representar los intereses del conjunto de lasociedad desde sus posiciones particulares, apode-rndose del valor de la universalidad. Todos losconceptos que utiliza tienen por ello un carcteresencial, inamovible: Dios, Raza, Nacin, Derecho,Honor, Libertad, etc. Es interesante observar cmomuchas de estas ideas, procedentes segn los casosde la esfera poltica o religiosa, son representadaspor las fuerzas conservadoras bajo un ropaje cien-tfico. Fue Nicos Poulantzas quien mostr cmo enla ideologa conservadora toda huella de dominiode clase est sistemticamente ausente de su len-

    guaje propio, lo que se consigue sobre todo por-que se presenta a s misma explcitamente comociencia (Poulantzas 1973: 275-8). Por eso no de-bera extraar a nadie que, a la inversa, las aproxi-maciones cientficas crticas tambin se metan enpoltica y lleven a cabo una desconstruccin siste-mtica de la ideologa conservadora, como la reali-zada por las escuelas post-estructuralistas y de losEstudios Culturales. Tampoco sorprende que loscontra-ataques que reciben estas tendencias tengana menudo un componente virulento tan poco cien-tfico, como corresponde a quienes son perfecta-mente conscientes de la importancia poltica de loque hacen.

    Las ciencias crticas intentan conseguir victo-rias hegemnicas progresistas llenando el signifi-cante universal con otros contenidos, que tambinestn relacionados metafricamente entre s comolo estaban los anteriores de la derecha: laicismofrente a confesionalidad, igualdad de gneros y ra-zas frente a androcentrismo y racismo, clase obrerafrente a capital, e incluso nacionalismo perifricoy oprimido histricamente frente a nacionalismomayor y ms poderoso, etc. Es interesante adver-tir que, como consecuencia de ese paralelismo dis-cursivo, las luchas se pueden representar unas aotras, y en ocasiones llegan a suplantarse: por ejem-plo, la lucha nacionalista puede contener al anti-ra-cismo, el feminismo representa a veces a la luchade clases y viceversa, etc. Personalmente, yo estoyde acuerdo con Zizek en que la clase es uno ms delos trminos de la serie de luchas particulares refe-ridas (clase, gnero, raza, etc.), pero al mismo tiem-po es el principio estructurador de la serie comple-ta. La insistencia actual en las opresiones de gne-ro, raza, lengua, etc., podra de alguna manera de-berse a que stas tienen que cargar con el exceden-te no reconocido de la opresin productiva, cuyospeores aspectos han desaparecido aparentementede la escena, pero slo para irse a esas terribles f-bricas del Tercer Mundo (tiendas de sudor, sweat-shops), a miles de kilmetros de distancia de nues-tra asptica sociedad (Zizek 2000: 96-7).

    En ese caso, son los avances en los mbitos noeconmicos (gnero, etnia, lengua, etc.) simplesmetforas del avance en el mbito estructurantede todos ellos, es decir, en el terreno econmico (ladialctica de clase)? Por qu se inquieta hoy tantola Derecha por asuntos tan poco econmicos comoel matrimonio de homosexuales, los cuidados pa-liativos para enfermos terminales o la eutanasia

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  • (el buen morir)? Qu metfora describe mejor labatalla global, una de frentes paralelos, todos ellosimportantes (gnero, nacin, clase, etc.), en los quese puede retroceder en uno pero seguir aguantandoen otros (tesis de Laclau y Mouffe 1987), u otra defortalezas concntricas, donde por ejemplo el g-nero es la primera muralla, la segunda es la nacin,o la religin, y finalmente est el ncleo duro quehay que defender a muerte, con invasiones o guerrassi es necesario, que es la propiedad privada cada vezms desigual e injusta en la que vivimos hoy (Zizek2000)? Al respecto, recuerdo un personaje de Lacolmena, la novela de C.J. Cela, que en Madrid du-rante la II Guerra Mundial, senta que con cada re-troceso o derrota del ejrcito alemn aumentaba elpeligro para el negocio del que era propietaria.

    En lo anteriormente expuesto hay algo disonan-te que es preciso aclarar. Cuando la Izquierda y lasciencias crticas defienden sus intereses, stos sontan parciales como los de sus oponentes conserva-dores. Cul es la diferencia entonces entre unos yotros, si ambos quieren convertir su particular en eluniversal?

    Parece claro que el impulso moral que mueve alos seguidores de las teoras crticas, por encimaincluso de la fascinacin intelectual por su potenciaanaltica y perspectivas de accin, consiste en to-mar partido por los dbiles, los excluidos, los cadavez ms numerosos condenados de la Tierra enla conocida llamada de Frantz Fanon (damns de laTerre) (Fanon 1999). Necesita esta eleccin de al-gn tipo de justificacin terica? Podra pensarseque, una vez demostrado que la defensa de los inte-reses dominantes no sirve al inters general, al con-trario de lo que nos hicieron creer los poderososdurante siglos, respaldar a los subalternos estarajustificado por el simple hecho de que son muchosms y que su inters es realmente general. Este noes slo un argumento cuantitativo, pues constituyela base de la propia democracia, el gobierno de lasmayoras, y es el imaginario igualitario resultantede esa invencin democrtica (Lefort 1990) lametfora unificadora que justificara la conjuncinde todos los movimientos crticos (Laclau y Mou-ffe 1987: 188).

    De cualquier manera, parece existir entre algu-nos intelectuales una extraa atraccin emocionalhacia las utopas sociales y la restitucin de los in-feriores que hizo que como dos ejemplos entreotros muchos durante los aos treinta una mayorade pensadores y artistas abrazaran o simpatizaran

    con las causas socialista y comunista en sociedadesrelativamente poco politizadas como la britnica(Hobsbawm 2003: 127-8) o que, tras la II GuerraMundial, tambin fueran comunistas una mayorade los alumnos del centro de formacin de la eliteintelectual francesa, la Escuela Normal Superior dela famosa calle de Ulm en Pars (Eribon 1992: 59-60). La misma intriga causa advertir que hay en loshumanos una tensin moral hacia el Otro que pue-de llegar a superar las inclinaciones egostas de todoyo. En este sentido, Emmanuel Lvinas deca queser para el Otro (tre-pour-lautre) es algo anteriora estar con el otro; es la primera realidad, el puntode partida en la construccin del yo. Esa relacinmoral es asimtrica, desinteresada por la reciproci-dad, indiferente y previa al clculo de prdidas ybeneficios, y por ello no-racional y desprovistade fundacin y de causa (Lvinas 1987; Bauman1993: 11-3, 48-9). Una mezcla de sentimientos mo-rales y razn histrica fue la seguida por Marx paradefender el socialismo (incluso para hacerlo l mis-mo, que era de familia burguesa): el proletariadosufre, el proletariado es la clase del futuro, apoyarel proletariado es ayudar al Otro y tambin apostara caballo ganador.

    En el frente contrario estn las ideologas con-servadoras que ocupan el ncleo de los significan-tes universales desde mucho tiempo atrs. La largaduracin de ese dominio ayuda a explicar la extre-ma coherencia intelectual que muestra la prcticaderechista en los distintos mbitos en que acta ala contra: del movimiento obrero, ecologismo, fe-minismo, movimientos homosexuales, laicismo,nacionalismos competidores, etc. Determinadossignificantes han servido a lo largo de la historiapara unificar esas diferentes represiones mediantecadenas de equivalencia metafricas (Laclau yMouffe 1987: 191). Algunos de ellos son pblicos,como la eficaz idea unificadora de Nacin, o la Pa-tria y el Honor, hasta llegar al manejo que hoy sehace de conceptos otrora liberadores, como la pro-pia Democracia. Otros son de tipo inconsciente, ypor eso tal vez su efecto sea ms decisivo, como ladialctica amo-esclavo descrita por Hegel, el sig-nificante amo o nombre del padre de Lacan o laidentificacin consoladora en el espejo de la ideo-loga dominante descrita por Althusser.

    Para construir una hegemona progresista senecesitaran significantes totalizadores de fuerzacomparable a los anteriores. Determinados aconte-cimientos jugaron histricamente ese papel sirvien-

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  • do de aglutinantes a grandes avances sociales, comola Revolucin Francesa durante el siglo XIX o losFrentes Populares en la primera mitad del XX (La-clau 2000: 210). El equivalente actual podra ser elconjunto de movimientos conocidos como anti-globalizacin, que los conservadores tratan de des-prestigiar, con cierto xito, identificndolos con laviolencia y el terrorismo. En cualquier caso, un fu-turo progresista de mayor igualdad y justicia parala humanidad necesita de un nuevo y poderoso ima-ginario social, un conjunto de significantes y met-foras que impulsen a la gente en el sentido de la es-peranza, frente al pesimismo conformista que pro-voca el uso de la fuerza, tanto fsica como intelec-tual, por los poderosos.

    4. El futuro de la ciencia social crtica

    Lo dicho hasta ahora nos permite plantear denuevo la pregunta inicial: pueden las arqueologascrticas aspirar a la objetividad cientfica? Si acep-tamos objetividad con el nuevo sentido aqu pro-puesto, la respuesta es afirmativa. Puesto que launiversalizacin es una precondicin de la emanci-pacin (Laclau 2000: 212), las ciencias crticasdebern siempre mantener la tensin que lleva msall de las diferencias especficas y combatir entorno a los universales, pero reconociendo que s-tos son siempre provisionales y para el momentopresente, que no son otra cosa que particulares re-llenando por un momento el hueco de lo real. Por-que el escenario ms convincente para el futuroprximo es una continuacin de las luchas hege-mnicas, sin solucin ni sutura posible, sin armonasocial a la vista, sin predominio de ninguna clase nide ninguna idea sobre las dems, en un desenvol-vimiento indefinido de ideologas en competencia.El campo poltico no puede reducirse al clculoracional y exige una toma continua de decisionessiempre arbitrarias en algn sentido y la divisinsocial es algo intrnseco a la misma idea de socie-dad (Mouffe 2003: 150-1).

    Pero incluso si todava creyramos en la objeti-vidad al viejo estilo, es fcil apreciar que, aunquelos compromisos polticos por s solos no la garan-ticen, las ciencias sociales crticas estn ms cercade ese ideal supuesto que las conservadoras y posi-tivistas, las cuales desconocen (o aparentan desco-nocer) el contexto social en que mueven y los inte-reses a los que sirven. Admitir que se trabaja en un

    sentido poltico y hegemnico, que se lucha en esecombate por la verdad, o al menos alrededor dela verdad (Foucault 1991: 188), contribuyendo acrear discursos que muevan hacia una sociedad msdemocrtica, no solo es una postura ms objetiva si-no tambin ms honrada. Porque ocurre que, aunquetengamos serias dudas sobre la verdad, seguimostodava creyendo en la honestidad.

    Volviendo a nuestro campo, la pregunta es: c-mo puede contribuir la actividad arqueolgica, si-quiera modestamente, a construir ese futuro deemancipacin? La superacin de los paradigmaspositivistas y la constatacin de que la arqueologapuede adoptar una perspectiva crtica, asumiendoque el conocimiento lleva implcita la transforma-cin de la realidad cuando es realmente profundo,contribuir sin duda a que adems de interpretar elpasado, empecemos a transformarlo al servicio delpresente (Tilley 1989: 111), a escoger aquellos as-pectos de la verdad que mejor sirvan a la emanci-pacin, para que lo que ocurri hace tiempo sirvapara cambiar lo que pasar maana, para que elpasado sea un arma de futuro.

    Para ello la arqueologa debe primero conocersu historia de estrecha connivencia con el poder,llevase ste su mscara nacionalista en Europa ocolonialista en el resto del planeta. Tiene que des-construir esa relacin mediante una historiografasociolgica que cuestione el valor de los grandesdescubrimientos que jalonan la historia oficial, lasinvestigaciones que todava hoy buscan los antece-dentes de la dominacin actual en el pasado, enforma de grandes tumbas, palacios y otros restosimportantes, contribuyendo as a justificar la desi-gualdad presente (Given 2004: 4). Debe descons-truir asimismo los relatos de supremaca entrevera-dos en muchas explicaciones arqueolgicas: pre-dominio de los blancos, de los hombres, del indivi-dualismo, de la libertad, de la iniciativa privada,etc. Tambin debera cuestionar la tradicin y lasescalas de tiempo largos, los mitos del genio indi-vidual y del patriarcado, la pretendida esencia eco-nmica de los humanos, la universalidad del desa-rrollo tecnolgico como algo progresivo, la natura-lidad de la estabilidad frente al cambio social y lasuperioridad de nuestra forma de organizacin so-cial sobre todas las dems del pasado y el presente(Shanks y Tilley 1987: 205). Debe escoger una ima-gen del pasado ms realista, con escenarios dondelas contradicciones sociales no hayan sido borra-das sin ninguna justificacin cientfica para ello.

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  • Tiene an un inmenso campo para mostrar la di-versidad cultural de los milenios que nos precedie-ron, oponindose as a la uniformidad presente, aese nico tipo de vida que el capitalismo quiere im-poner en todo el mundo. Puede devolver la vida alos muertos para que nos ayuden a recuperar el fu-turo, como esos ancestros que todava hoy amparana sus herederos en frica y otras partes. Desde aqudefendemos una idea de los arquelogos como in-

    telectuales que recuperamos mundos perdidos, deforma no muy diferente a cmo la literatura de JohnBerger rescat a los ltimos y esforzados campesi-nos europeos, y la de W.G. Sebald los universos delos emigrantes que huyeron de nuestros desastresdel siglo pasado, o la fotografa de Roman Vish-niac sigue testimoniando sobre cmo eran las co-munidades judas de Europa oriental antes de su to-tal desaparicin.

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    Arqueologas crticas: el conflicto entre verdad y valor Vctor M. Fernndez Martnez

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    AGRADECIMIENTOSEl contenido de este artculo se ha beneficiado en gran medida por los comentarios de Oscar Moro, lvaro Falquina y AlfredoGonzlez Ruibal.

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