Arsenio erico el primer hombre gol - revista un caño

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El primer hombre-gol Arsenio Erico fue uno de los jugadores más importantes de nuestra historia. Así pensaba el paraguayo que hace pocos días hubiera cumplido un siglo de vida. DAMIAN DIDONATO “Perdimos, pero nos divertimos”. La delantera formada por Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla es la más importante de la historia de Independiente y una de las mejores del fútbol argentino. Hacían goles de a cuatro, cinco o seis por partido y se movían como una maquinaria perfecta. Tenía todo: habilidad, potencia, fortaleza, talento y personalidad. Sin embargo, hay quienes dicen que el secreto de su éxito se basaba, antes que nada, en esa filosofía: “Perdimos, pero nos divertimos”. Primero querían jugar un rato entre amigos y así llegaba más fácil la victoria. Así de simple. Hace pocos días, fue el centésimo aniversario del nacimiento de Arsenio Erico, el máximo goleador de la historia del fútbol argentino y el más grande fútbolista paraguayo de todos los

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El primer hombre-golArsenio Erico fue uno de los jugadores más importantes de nuestra historia. Así pensaba el paraguayo que hace pocos días hubiera cumplido un siglo de vida. 

DAMIAN DIDONATO

“Perdimos, pero nos divertimos”. La delantera formada por Maril, De la Mata, Erico,

Sastre y Zorrilla es la más importante de la historia de Independiente y una de las

mejores del fútbol argentino. Hacían goles de a cuatro, cinco o seis por partido y se

movían como una maquinaria perfecta. Tenía todo: habilidad, potencia, fortaleza,

talento y personalidad. Sin embargo, hay quienes dicen que el secreto de su éxito se

basaba, antes que nada, en esa filosofía: “Perdimos, pero nos divertimos”. Primero

querían jugar un rato entre amigos y así llegaba más fácil la victoria. Así de simple.

Hace pocos días, fue el centésimo aniversario del nacimiento de Arsenio Erico, el

máximo goleador de la historia del fútbol argentino y el más grande fútbolista

paraguayo de todos los tiempos. Fechas como esta sirven como excusa para traer al

recuerdo a las glorias del pasado.

No es que sea necesario recurrir a un pretexto para hablar de uno de los hombres que

hicieron grande a nuestro juego, sino porque a veces es más fácil rememorar con la

ayuda de un disparador. Estos días se ha hablado de la cantidad de goles que marcó,

de su campaña con el Rojo, de su sociedad con Sastre y De la Mata y de lo cerca que

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estuvo de jugar para la Selección Argentina. Todo eso sirve para conocer a un

personaje, pero más sirven sus palabras. Por eso decidimos rescatar su pensamiento

y lo que algunos otros pensaban de él. Para

contextualizar un poco mejor aquello de “perdimos, pero nos divertimos”.

En una extrevista rescatada por el diario paraguayo ABC Color, Erico habla sobre su

singular relación con el fútbol: “Ah, el fútbol y nada más que el fútbol, deporte que me

apasionaba, me absorbía por completo. Además, minuto que me sobraba, era minuto

para practicar con la

pelota. Vivía prácticamente jugando, ensayando, practicando. Nunca me cansaba de

entrenar. Era una especie de enfermo del fútbol, por decirlo así. No existía otra cosa

que me gustara más”. Así vivía el juego en su juventud, sin embargo al mismo tiempo

expresaba su disgusto por todo lo que es accesorio a lo que sucede dentro de la

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cancha: “Más que hablar de fútbol, prefiero jugarlo. No solo ahora no me gusta hablar

de fútbol, sino siempre. En la historia de toda mi carrera —ya sea con mis

compañeros— jamás hablaba de fútbol. De cualquier cosa menos de pelota. Ni

siquiera con mi mujer lo hago, a pesar de que ella es hincha fanática de

Independiente. Yo siempre le digo a quienes vienen a visitarme: ‘Entren, pero ya

saben: nada de hablar de fútbol”.

Erico falleció en 1977, cuando el fútbol ya estaba convertiéndose en una mercancía:

“No quiero caer en eso de que todo tiempo pasado fue mejor. Al menos a mí me

parece que fue más brillante. En la vida hay cosas buenas y malas que no se pueden

explicar así nomás. Por ejemplo, tengo docenas de anécdotas sobre la

responsabilidad que significaba en mis tiempos jugar al fútbol. No vivíamos vigilados

ni concentrados rigurosamente. Había indisciplinados, igual que siempre, pero de lo

que no se dice nada es de los centenares de jugadores que, ganando mucho menos

dinero que hoy, nos cuidábamos más sin necesidad de ser encerrados. Yo nunca salí

de Merlo, no teníamos como ahora dos automóviles por cada jugador. Viajaba en

colectivo hasta Avellaneda y volvía y me encerraba solo a esperar el partido, y nos

entrenábamos los martes y jueves, nada más. En la actualidad se entrenan como

atletas no como futbolistas. Corren y corren. ¿Están mejor físicamente? ¡No! Si al

fútbol no se juega físicamente, se juega corriendo, pero corriendo no se juega… El

que juega quiere jugar y nada más. El fundamento del fútbol, lo principal, es el

dominio de la pelota, y con ese dominio, la presencia del gambeteador que limpia la

cancha. Ahora dicen que gambetear es un defecto”.

Arsenio era un bicho raro entre los futbolistas de la década del cuarenta. Le gustaba

leer y había sido un buen alumno en el prestigioso Colegio Nacional de Asunción. Sus

favoritas eran las novelas policiales y La bestia debe morir, de Nicholas Blake, era uno

de sus libros de cabecera. En Buenos Aires, se juntaba con paraguayos exiliados,

entre los que se destacaba el escritor Augusto Roa Bastos, ni más ni menos. “Una

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vez, le conté a Roa Bastos que yo había conocido a Armando Bo, cuando era jugador

de básquet en Boca Juniors, antes de que fuera actor, y yo jugaba en Independiente.

A Armando también le gustaba el fútbol y venía a verme jugar. En cambio, a Roa no le

agrada este deporte. Él es, lo que se dice, un verdadero intelectual. Sin embargo, su

sencillez, humildad y camaradería lo hacen muy agradable”.

También era muy amigo de José Asunción Flores, un reconocido compositor guaraní

y militante del partido comunista. “Asunción Flores era vecino mío, vivía en Ramos

Mejía, y yo en Castelar. Solía armar unos impresionantes encuentros musicales en su

casa, asado de por medio. Allí se daban cita la mayoría de los paraguayos que vivían

en el exilio. No era mi caso, puesto que no soy un exiliado político. En una de esas

fiestas, de aquellos encuentros musicales, conocí a otro paraguayo famoso, el poeta

Elvio Romero, que también fue y es todavía mi amigo. En aquel tiempo, los

paraguayos éramos muy unidos, fuéramos del bando político que fuéramos. Fiesta

que había, allí estaban. Y yo, a veces, participaba con ellos. Cuando tenía que hacer

algunos trámites en el centro, caía por el Café Berna, lugar de reunión de estos

amigos, e invariablemente los encontraba en plena reunión ‘conspirativa’. Los que

siempre estaban, después de las cuatro o cinco de la tarde, eran Roa Bastos, Elvio

Romero, Asunción Flores, Francisco Alvarenga y Édgar Valdez; este último, una

especie de escritor o crítico literario, me parece. Se ponían contentos de verme y si

hablaban de política, enseguida cambiaban de tema para que yo no me sintiera

incómodo. Ellos sabían que mi fuerte no es la política y que no milito en ninguna

fracción o partido. Entonces hablábamos de bueyes perdidos, como se dice, y al

volverme para mi casa, Asunción Flores me acompañaba a tomar el tren en Once y

veníamos juntos”.

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Cuando hablaba de Asunción Flores, el sentimiento de amistad se mezclaba con el de

admiración: “Es un hombre extraordinario, justo y honesto a carta cabal. Solidario y

servicial. Siempre está atento para hacer el bien. La dulzura, la intransigencia, la

lealtad, todo en él es excesivo. Nunca me voy a olvidar cuando el día de mi

cumpleaños, un 30 de marzo, me trajo una serenata con un grupo de músicos amigos.

Tiene esa bella costumbre. Mi esposa, Aurelia Blanco, le guarda mucho aprecio a

Flores. A veces, sabiendo que le gusta con locura el mate cocido quemado y el so’o

josopy, se lo prepara especialmente. Y él se pone feliz como un niño, o un perro con

dos colas. En realidad, es un niño grande. Le gusta comer y nunca se sacia; gordo,

comilón y mujeriego como él solo. Y Flores se muere de gusto. Con estas cosas

simples somos muy felices. No necesitamos más. La felicidad está a veces muy cerca

de nosotros, al alcance de la mano. Depende de saber descubrirla y disfrutarla”.

Muchos han elogiado a Arsenio Erico. Hinchas, compañeros, rivales, entrenadores,

dirigentes. Todos. Pero hay un elogio que vale la pena destacar. El de Alfredo Di

Stéfano: “Mi ídolo de pibe fue el máximo goleador del fútbol argentino, Arsenio Erico.

Porque era un artista del gol, un acróbata, un bailarín del área, un genio para jugar

balones aéreos con la cabeza o con los tacos y, sobre todo, porque metía goles. Yo

sólo fui un imitador de Erico”.