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78 ı Audio Clásica P ero además,dicha conquista encuen- tra un eco en las artes, que comien- zan a incorporar de forma recurrente la montaña como fuente de inspiración. PENSAMIENTO ROMÁNTICO, MITO Y MONTAÑA Tras el desencanto experimentado por el fracaso de la Revolución Francesa y los sue- ños truncados de paz, fraternidad y bienes- tar prometidos por la Ilustración, una fuerte sensación de pesimismo recorre Europa. La sustitución de la nobleza en pro de una bur- ARTÍCULO DEL MES guesía apoyada en la revolución industrial no sirve sino para perpetuar la pobreza de las cla- ses bajas y prolongar un clima de guerra entre naciones. El hombre de comienzos del siglo XIX torna la mirada en busca de nuevos va- lores y referentes que le ayuden a entender el violento y caótico mundo que le ha tocado vi- vir, dando lugar a un pensamiento que renie- ga del conocimiento exclusivamente racional y concede a la intuición y la espiritualidad un destacado papel en la vida del ser humano. De esta forma, podemos identificar algunos de los lugares comunes del pensamiento romántico tales como el individualismo, la revalorización de lo irracional, una inspiración en las cultu- ras exóticas y de la Edad Media y, cómo no, la exaltación de la naturaleza. Esta exaltación se entiende básicamente desde el menciona- do fracaso de la civilización occidental y las grandes cordilleras ofrecen un paradigma de naturaleza en estado puro y virginal; el ideal filosófico y estético planteado por los pensa- dores románticos de “vértigo sublime” parece materializarse en los acantilados rocosos de las grandes cordilleras. No es de extrañar pues, que las montañas pasen en este momento histórico a ocupar una destacada presencia en el sentir del hombre. Pero, además del poder Música alpina Con la aparición de la sensibilidad romántica a principios del siglo XIX, el hombre dirige su mirada hacia las montañas, colosos que subyugan por su belleza y grandiosidad. Es el momento de la denominada “Época dorada del alpinismo” en que se acomete la coronación de las principales cumbres del continente europeo. Esto supone una incorporación al imaginario colectivo de una nueva disciplina deportiva y filosófica: el alpinismo. Textos: Raúl Jiménez LA MONTAÑA COMO ICONO EN LA MÚSICA DEL SIGLO XIX

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P ero además, dicha conquista encuen-tra un eco en las artes, que comien-zan a incorporar de forma recurrente

la montaña como fuente de inspiración.

PENSAMIENTO ROMÁNTICO, MITO Y MONTAÑA

Tras el desencanto experimentado por el fracaso de la Revolución Francesa y los sue-ños truncados de paz, fraternidad y bienes-tar prometidos por la Ilustración, una fuerte sensación de pesimismo recorre Europa. La sustitución de la nobleza en pro de una bur-

ARTÍCULO DEL MES

guesía apoyada en la revolución industrial no sirve sino para perpetuar la pobreza de las cla-ses bajas y prolongar un clima de guerra entre naciones. El hombre de comienzos del siglo XIX torna la mirada en busca de nuevos va-lores y referentes que le ayuden a entender el violento y caótico mundo que le ha tocado vi-vir, dando lugar a un pensamiento que renie-ga del conocimiento exclusivamente racional y concede a la intuición y la espiritualidad un destacado papel en la vida del ser humano. De esta forma, podemos identificar algunos de los lugares comunes del pensamiento romántico tales como el individualismo, la revalorización

de lo irracional, una inspiración en las cultu-ras exóticas y de la Edad Media y, cómo no, la exaltación de la naturaleza. Esta exaltación se entiende básicamente desde el menciona-do fracaso de la civilización occidental y las grandes cordilleras ofrecen un paradigma de naturaleza en estado puro y virginal; el ideal filosófico y estético planteado por los pensa-dores románticos de “vértigo sublime” parece materializarse en los acantilados rocosos de las grandes cordilleras. No es de extrañar pues, que las montañas pasen en este momento histórico a ocupar una destacada presencia en el sentir del hombre. Pero, además del poder

Música alpinaCon la aparición de la sensibilidad romántica a principios del siglo XIX, el hombre dirige su mirada hacia las montañas, colosos que subyugan por su belleza y grandiosidad. Es el momento de la denominada “Época dorada del alpinismo” en que se acomete la coronación de las principales cumbres del continente europeo. Esto supone una incorporación al imaginario colectivo de una nueva disciplina deportiva y filosófica: el alpinismo.

Textos: Raúl Jiménez

LA MONTAÑA COMO ICONO EN LA MÚSICA DEL SIGLO XIX

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que se les otorga como símbolo en sí mismas, también aparece asociado a ellas un estilo de vida que plantea una dicotomía entre la cultu-ra urbana (sofisticada, decadente y fracasada) y la rural (idealizada, sencilla, pura e inocente). Las bases se encuentran así establecidas para un acercamiento sistemático a las montañas.

LOS ANALES DEL ALPINISMO

En realidad, esta fascinación no es una no-vedad exclusiva de este período ya que his-tóricamente el hombre ha mantenido una relación de amor y odio con las montañas.

De una parte, han sido consideradas como un medio hostil en el que sólo necesidades puntuales como la explotación forestal, la caza o la simple necesidad de paso han mo-tivado un acercamiento a ellas. Sin embargo, es indiscutible la atracción secular que han ejercido en la mente humana por su belleza, misterio e inaccesibilidad que las han con-vertido en hogar de los dioses ya desde la antigüedad clásica.Salvo algunos ejemplos puntuales de as-censiones singularmente tempranas, el ver-dadero nacimiento del alpinismo moderno lo debemos situar a finales del siglo XVIII

al abrigo del pensamiento ilustrado, que motivó no pocas expediciones de carácter científico. Inmediatamente enlazamos con la denominada “Época dorada del alpinis-mo” correspondiente a la primera mitad del siglo XIX en que se conquistan las principa-les cimas de los Alpes y los Pirineos y cuyo motor se transforma progresivamente de lo científico a lo espiritual e incluso estético. Desde luego, la lista de exploradores intré-pidos es interminable y sería vano tratar de reflejarla en este espacio. No obstante, una de las figuras más relevantes que merece nuestra atención es el aristócrata francés Henry Russell. El interés de esta destacada figura del pirineismo no se debe tanto a su destreza como montañero (que es sobrehu-mana, por cierto), sino por la calidad de sus escritos recogidos fundamentalmente en su obra Recuerdos de un montañero que, además de presentarse como un interesante inven-tario de ascensiones a las principales cum-bres de los Pirineos, contienen contunden-tes juicios y reflexiones en clave de estética que ilustran a las mil maravillas el vínculo entre el alpinismo y la sensibilidad decimo-nónica. El conde Russell afirma a propósito del carácter inglés (en oposición al de sus compatriotas franceses, padres de la Ilus-tración) que es nebuloso y libre, enamorado de la tempestad y los sublimes desórdenes. Obviamente, estos juicios encajan como un guante en el contexto de pensamiento del hombre romántico.

1786 Jacques Balmat y Miguel Paccard coronan por primera vez documentada el Mont Blanc.

1802 El Monte Perdido es ascendido por Louis Ramond de Carbonières, tras el reconocimiento previo de sus ayudantes.

1842 Conquista del Aneto a cargo de Platon de Tchihatcheff , militar ruso, y Albert de Franqueville, botánico normando.

1856 Fundación en Londres del primer club de alpinismo del mundo, el Alpine Club.

1865 Edward Whuyper conquista la cima del Cervino.

1889 Primera ascensión al Kilimanjaro acometida por Meyer.

ALGUNOS HITOS DEL ALPINISMO EN EL SIGLO XIX

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los mejores pintores del Romanticismo ale-mán y en cuya obra los parajes agrestes apa-rece de forma obsesiva. El tratamiento de la imagen en David es bastante espectacular por la fuerte idealización a que somete los esce-narios tratados creando en ocasiones visiones cercanas a lo delirante. Esta pasión por captar la esencia de las montañas llegó a calar inclu-so en España, a pesar de que el Romanticis-mo es una corriente netamente germánica e inglesa que en tierras mediterráneas no llegó sino muy atenuada. Un interesante ejemplo nos lo ofrece el pintor español de origen bel-ga Carlos de Haes quien nos legó hermosí-simos y espectaculares ejemplos de cuadros

LA MONTAÑA COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN EN EL ARTE De esta manera, la montaña ha sido una constante fuente de inspiración para creado-res de todos los campos artísticos durante el siglo XIX.La pintura ha sido quizá la disciplina que más estrecho vínculo ha mantenido con las montañas dada su naturaleza y por el hecho del interés en el paisajismo en general de los creadores. No son escasos los ejemplos, aun-que quizá, por lo visionario y prolífico de su producción, llama la atención el pintor ale-mán Caspar David Friedrich, que es uno de

que muestran sistemas montañosos como los Pirineos y los Picos de Europa resultado de su constante actividad viajera. Su pintura está más próxima al realismo que la de David pero, también acusa un fuerte subjetivismo.Igualmente ha sucedido con la literatura; abundan los ejemplos en autores como Byron, Bécquer, etc., aunque la fuerza retórica de las montañas cobra especial relevancia en la obra de Johann W. Goethe. No es casualidad que el autor alemán sitúe la redención final de su personaje más celebrado, Fausto, en un esce-nario de “roca y soledad con los Santos Ana-coretas repartidos sobre la montaña, acampa-dos entre las grutas”

MÚSICA Y MONTAÑA

No faltan ejemplos del Romanticismo tem-prano en los que se revela la presencia de lo bucólico en la música como sucede en la célebre Sinfonía Pastoral de Beethoven. Por supuesto, esta genial sinfonía no va mucho más allá del simple descriptivismo musical que trata de trasladar sensaciones a sonidos y tampoco toma como pretexto la montaña propiamente dicha, pero inaugura una línea estética bien definida.La verdadera incursión de la montaña como icono está íntimamente ligada a la aparición de la denominada música programática (que se apoya en un trabajo literario previo). El padre de este nuevo género es el compositor Franz Lizst, quien nos ofrece interesantes ejemplos como los que podemos encontrar en su primer libro para piano de los Años de peregrinaje, fruto de sus viajes por los Alpes suizos, y que comprende títulos tan evocado-res como La capilla de Guillermo Tell, El valle de Obermann, Tormenta, etc. Linda di Chamounix, una de las últimas ópe-ras de Gaetano Donizetti con libreto de Gae-

Ascenso al Mont Blanc, 1908.

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tano Rossi basado en la obra La grâce de Dieu de Adolphe-Philippe d’Ennery y Gustave Lemoine que fue estrenada en Viena en el año 1843, sitúa la trama en el primer y tercer acto en la ciudad alpina de Chamonix, que fue la cuna del alpinismo y a día de hoy es un importantísimo centro de referencia de este deporte. En esencia, el texto plantea a través de sus protagonistas los dos estereotipos pro-ducto de una idealización de la mentalidad romántica que ya anticipamos: de una parte tenemos a Linda, hija de un granjero criada en los idílicos pastizales de la montaña, que simboliza la inocencia y pureza de espíritu frente a una serie de personajes “urbanos”

como la familia de su amado Carlo, noble que oculta su origen para seducirla, cuyas intrigas conducirán a la locura (felizmente resuelta en el desenlace de la trama) de la protagonista.Otro interesante ejemplo nos lo ofrece Ri-chard Wagner al tomar de la tradición mi-tológica escandinava la figura del Valhalla (la morada de los dioses) y reubicarla en lo alto de una montaña en algún lugar y momento indeterminados de su Alemania natal, tal y como podemos ver en la ópera El ocaso de los dioses que cierra el célebre ciclo de El anillo. Por cierto que tampoco faltan en su produc-ción algunos otros de los tópicos del Roman-ticismo como la mirada a la Edad Media en

obras como Parsifal, Los maestros cantores, Lo-hengrin, Tannhäuser, etc.Otras operas como Tiefland de Eugen d´Albert, Betly del mencionado Donizetti, Guillermo Tell de Rossini y así un largo etc. vienen a completar una larga lista de obras que realizan un tratamiento similar e ideali-zado de la montaña.

UNA SINFONÍA ALPINA Pero sin ningún género de dudas, la obra paradigma de esta estética musical corres-ponde a la célebre Sinfonía Alpina op. 64 (Eine Alpensinfonie) de Richard Strauss. Data del año 1915 en que fue estrenada bajo la dirección del propio compositor en Berlín. Aunque cronológicamente escapa de la órbita del siglo XIX, lo cierto es que se encuadra dentro de la más pura estética postromántica. Además, se puede considerar como paradigma de música programática, la culminación de un género iniciado por Liszt en el siglo precedente. La sinfonía en un único movimiento se encuentra dividida en 22 secciones según marca el programa, con títulos tan explícitos como Der Anstieg (La ascensión), Auf der Alm (En los pastiza-les), Auf der Gletscher (En el glaciar), Auf der Gipfel (En la cima), etc. que proponen un completo itinerario a una cumbre. Algunos recursos como una máquina de viento y el uso de cencerros como parte de la orques-tación terminan por completar el efectismo de esta obra.En definitiva, la incorporación de la montaña como icono en la música está directamente li-gada a la conquista de las grandes cumbres del continente europeo y al conocimiento de las mismas, además de la evidente sintonía entre la sensibilidad romántica y el simbolismo de estos colosos de piedra.

1808 Sinfonía nº 6, op. 68 (Pastoral) de Beethoven1843 Linda de Chamounix de Gaetano Donizetti1854 Primer cuaderno de Años de peregrinaje de

Franz Liszt (versión revisada)1876 El ocaso de los dioses de Richard Wagner1903 Tiefland de Eugen d´Albert1915 Sinfonía Alpina de Richard Strauss

ALGUNAS OBRAS INSPIRADAS EN LA MONTAÑA

EL CONDE RUSSELL AFIRMA A

PROPÓSITO DEL CARÁCTER INGLÉS

QUE ES NEBULOSO Y LIBRE,

ENAMORADO DE LA TEMPESTAD Y

LOS SUBLIMES DESÓRDENES

Vista de Chamonix, situado a los pies del Mont Blanc.