Asesinato en Molívell - Biblioteca Sedice - donde todo ... en Molivell.pdf · Cuando Juan Ramón...

35
Asesinato en Molívell Gerardo Muñoz Lorente

Transcript of Asesinato en Molívell - Biblioteca Sedice - donde todo ... en Molivell.pdf · Cuando Juan Ramón...

Asesinato en MolívellGerardo Muñoz Lorente

7

Cuando Juan Ramón Gil, director del periódico alicantino Información, me propuso en junio del año pasado escribir una novela inédita por entregas diarias, me alegré mucho porque hacía tiempo que deseaba hacerlo. Pero cuando me explicó que debería dejar cada capítulo abierto al final del mismo, con una pregunta y dos respuestas, de modo que los lectores pudieran elegir el camino que debía seguir el argumento en el capítulo siguiente, mediante sus votos por Internet, me entusiasmé aún más y me preocupé al mismo tiempo. Me entusiasmé porque suponía un gran reto. Nunca antes, que supiéramos, se había hecho algo igual en prensa escrita. Y me preocupé por su complejidad, ya que no podía entregar los capítulos por adelantado, con la novela terminada o muy avanzada, sino que debía esperar cada día a que los votantes eligieran una de las dos respuestas que yo habría de proponer al final de cada capítulo, para escribir el siguiente y enviarlo a la redacción del Información, a tiempo de su impresión e inclusión en el periódico del día siguiente. Y así durante mes y medio.

Una vez que acordé con Juan el argumento general de la novela: un asesinato acaecido en medio de un escenario de posible corrupción inmobi-liaria y política (algo que ahora está muy de actualidad debido a los recientes sucesos de Marbella, pero que en la provincia de Alicante llevábamos muchos años sufriendo, o al menos sospechando), busqué la ayuda de las personas que pudieran aconsejarme y que, lo más importante, estuvieran dispuestas a responder mis preguntas y resolver mis dudas conforme fueran surgiendo y con la celeridad que requería el hecho de tener que escribir un capítulo cada

PRÓLOGO

8

día y con muy poco margen de tiempo (cuatro horas como mucho). Todas aquellas personas a las que acudí, aceptaron amablemente ayudarme. Por supuesto, todas son amigas mías. Y a ellas agradezco una vez más su paciencia y consejo: Luis Segovia y Vicente Buades (juez y abogado, respectivamente, por su asesoramiento en asuntos legales), Pepe Tormo (en cuestiones policiales), Rafael Martínez-Campillo (en urbanismo) y José Ramón González (en temas sanitarios). Mi esposa Puri y mi hija Bárbara me ayudaron con sus acertadas sugerencias, por lo que deseo incluirlas en este párrafo que dedico a hacer público mi agradecimiento. Así como al propio Juan Ramón Gil, por haberme dado la oportunidad de vivir una experiencia inolvidable, y a mi editor, Jorge Ruiz, que ha hecho posible este librito en el que se recoge aquel trabajo que, tan intensamente, me ocupó las tardes veraniegas de año pasado.

Alicante, 30 de abril de 2006

9

LA BAMBI

EL COCHE OFICIAL QUE trasladaba a la comisión judicial llegó a la antigua alfarería L’Olleria, situada en medio de un gran descampado, en el corazón mismo del barrio periférico de Molívell, a las siete y media de la mañana. Cualquier otro día, Javier García, el médico forense que ocupaba una de las plazas traseras del coche, se habría quejado de que el aviso hubiese llegado poco antes de que acabase su guardia de 24 horas. Pero en esta ocasión no se lamentó porque, tal hecho, suponía la oportunidad de conocer por fin a la Bambi, tal como era conocida la magistrada Isabel Menéndez.

Isabel Menéndez ocupaba el juzgado de instrucción nº 5 desde hacía apenas dos meses, pero no había juez, fiscal, forense, policía, abogado o administrativo del Palacio de Justicia que no hubiese oído ya hablar de ella; y rarito, muy rarito, era el varón que no la había reconocido al cruzarse con ella o estaba deseando que tal cosa ocurriera. Uno de estos era Javier García, quien hasta hacía unos minutos sólo sabía de la Bambi lo que sus compañeros le habían comentado: que tenía un cuerpo espectacular, labios a lo Angelina Jolie y unos ojazos tan grandes y tiernos como los de una gacela, de donde algún ingenioso un poco moña dedujo aquel mote. Y también lo que le habían comentado sus compañeras: que era una engreída, que tenía un carácter inaguantable, que su culo era todo celulitis, y que era más seria y sosa que un sello. Pero por fin habían coincidido en un mismo turno de guardia y, un momento antes, mientras abría la portezuela trasera del coche oficial para dejarla entrar, Javier les dio la razón a sus compañeros mientras admiraba de reojo a la Bambi; pero ella prefirió ocupar el asiento de copiloto y dejó que

10

el secretario judicial —al que le faltaban unos meses para jubilarse— com-partiera el asiento trasero con el médico forense, y entonces pensó éste que tal vez algo de razón también tuvieran sus compañeras.

El automóvil se detuvo junto a dos coches patrullas y un turismo a diez metros de la puerta principal de la casa, que ocupaba el centro de un terreno cercado de más de media hectárea de extensión. El policía uniformado que custodiaba la entrada bizqueó ligeramente cuando vio aparecer por la portezuela delantera derecha las piernas de la juez de guardia, pero en seguida se repuso, para informarle a ella y a sus acompañantes de que en el interior ya estaban sus compañeros de la brigada de policía científica y pedirles que entraran por la puerta trasera, ya que allí, en la principal, se habían encontrado varias huellas de pisadas y de neumáticos que iban a ser examinadas.

La comisión judicial rodeó la vieja casona y, ya en su interior, se en-contraron en efecto con varios policías que se estaban ocupando de filmar en video y fotografiar el cadáver, la estancia donde éste se hallaba y el resto de las habitaciones, pues en todas ellas había signos evidentes de registro violento.

El cadáver se hallaba tendido boca abajo en el centro del comedor, con un cuchillo clavado en mitad de la espalda. La sangre había formado una caprichosa figura en forma de corazón en el suelo. Era un hombre mayor, setentón, según calculó Isabel a simple vista y mientras Javier se agachaba para empezar a examinarle.

—Está todo revuelto. Han registrado todos los muebles, pero ni las puertas ni las ventanas parecen forzadas —dijo uno de los policías, acercán-dose a la magistrada mientras le mostraba la mejor de sus sonrisas. Vestía de paisano, pero, como sus compañeros, llevaba chaleco y gorra en los que se leía con letras azules: Policía Científica—. ¿Es usted la juez de guardia?

—Sí —respondió Isabel, antes de preguntar—: ¿Se sabe ya quién es?—Es el dueño de la casa. Se llamaba Ernesto Carbonell.—Miren esto —avisó entonces el médico forense, que se hallaba de

cuclillas y mostrando la mano izquierda del cadáver, medio cerrada y entre cuyos dedos aparecía un papel engurruñado.

—¿Qué es? —preguntó Isabel, al tiempo que Javier cogía el papel con ayuda de dos pinzas y lo desarrugaba con sumo cuidado.

—Parece una tarjeta de visita.

11

Pregunta:¿De quién era la tarjeta de visita? ¿De un investigador privado

o de un empresario de la construcción?

Resultado de la votación: De un investigador privado: 44%De un empresario de la construcción: 56%

13

LAS HUELLAS

LA TARJETA DE VISITA ERA de Ángel Bocanegra, el propietario de una de las prin-cipales empresas constructoras de la ciudad. La juez ordenó al secretario que incluyera su descubrimiento en el acta de levantamiento del cadáver, al tiempo que el forense introducía la tarjeta en una bolsa de plástico. A continuación, mientras éste seguía haciendo un examen preliminar, Isabel Menéndez observó con detenimiento la escena del crimen: los pocos muebles que había en el comedor habían sido efectivamente registrados violentamente, con infinidad de objetos caídos en el suelo, muchos de ellos rotos. Pegado a la pared de enfrente, había un aparador con todos los cajones abiertos y destripados, semioculto el teléfono blanco bajo un montón de papeles. A la derecha, más allá de un par de sillones y un televisor, las estanterías de madera que ocupaban casi toda aquella pared y que parecían haber acogido una selección de las obras más queridas por el alfarero, ahora estaban casi vacías, ya que la mayoría de los jarrones, platos y demás objetos de cerámica se hallaban en el suelo, hechos añicos. A la izquierda, una puerta llevaba al pequeño recibidor y la puerta principal de la casa; en el mismo tranco, un policía uniformado fotografiaba en ese preciso instante una huella de pisada, mientras a su lado otro vestido de paisano trataba de tomar las huellas digitales que pudiera haber impresas en el picaporte con ayuda de una escobilla y el carbonato de plomo. Y en el centro de la sala, muy cerca de una mesa redonda sobre la que había un plato con restos de comida, un vaso y una botella de vino, estaba en el suelo el cadáver del dueño de la casa, Ernesto Carbonell, vestido con una camisa blanca de algodón, pantalón beige corto, alpargatas y un cuchillo clavado en

14

mitad de la espalda. A su lado, de cuclillas, continuaba examinándolo Javier García, el médico forense.

—¿Hace mucho que murió? —preguntó la juez.—Se lo diré con exactitud después de la autopsia, pero creo que aún

no han pasado doce horas —respondió Javier sin levantar la mirada del ca-dáver.

—Acaba de llegar la ambulancia —dijo el oficial que había estado custodiando la puerta principal y que ha entrado por la trasera para informar al inspector que estaba junto a la magistrada.

—Que esperen a que la señora juez autorice el levantamiento —ordenó el inspector mirando a su compañero, pero con una sonrisa burlona que Isabel adivinó estaba dedicada a ella—. Ah, y que entren por aquí detrás.

—¿Esas huellas que entran hasta la casa…? Perdone, ¿cómo se llama usted? —preguntó Isabel al inspector cuarentón y fornido que tan exhausti-vamente había estado contemplándola de reojo.

—Romero. Inspector Fernando Romero —contestó el policía ampliando su sonrisa y en tanto intentaba escurrir la mirada por el canalillo que asomaba por la blusa de la Bambi.

—Dígame, inspector Romero, ¿esas huellas que entran hasta la casa son de hombre o de mujer?

—Tienen toda la pinta de ser masculinas —respondió el policía con un ligero tono de sorna.

—¿Y no podrían ser de la propia víctima?—Podrían serlo, en efecto, pero nuestra obligación es tratar de confir-

marlo —y añadió mirándola a los ojos y torciendo la sonrisa—: Pero así, a simple vista, parece que no coinciden ni el tamaño ni el tipo de calzado.

—Entiendo —murmuró Isabel, desviando la mirada hacia las alpargatas del cadáver y respirando profundamente, algo que Romero interpretó como una señal de desazón de la Bambi, cuando en realidad lo que estaba procurando era conservar la poca paciencia que siempre había tenido para aguantar a los tipos como el inspector que ahora tenía delante—. ¿Vive alguien más en la casa?

—La persona que lo encontró así hace un rato dice que no, que vivía solo desde hacía años.

—Quien lo encontró tiene que tener obviamente llave de la casa —de-dujo Isabel—. ¿Quién es?

—Está ahí atrás, en el taller —dijo el policía, haciendo un gesto con la cabeza.

15

Pregunta:¿Quién descubrió el cadáver del ceramista? ¿Una hija suya

o una asistenta?

Resultado de la votación:Una hija suya: 45%Una asistenta: 55%

17

LA ASISTENTA

VICENTA ESTABA EN EL amplio taller donde Ernesto Carbonell había trabajado durante toda su vida, situado en un local aledaño a la casa y en el que el torno ocupaba el lugar principal.

—Es terrible, terrible, lo que le ha pasado al pobre señor Ernesto —dijo con un hilo de voz y los ojos llorosos, después de que el inspector Romero le presentara a la juez. Mujer de entre cuarenta y cinco y cincuenta años de edad, según calculó Isabel, bajita, entrada en carnes y de cara redonda, Vicenta le contó que a eso de las siete de la mañana, como cada día menos los fines de semana y festivos, había entrado en la casa y se había encontrado con aquella horrible escena.

—¿Tiene usted llave de la casa?—Sí. Me tenía mucha confianza.—¿Hace mucho que trabaja para él?—Sí, señora. Desde poco después de que enviudara, hace cosa de

doce años.—¿Tenía familia? Hijos, quizá.—No, no. No tenía hijos. Y, que yo sepa, tampoco tenía parientes cer-

canos. Por lo menos yo no he conocido a ninguno ni él me habló de nadie.—¿A qué hora se suele ir usted de aquí?—A media tarde, después de dejarle preparada la cena.—¿Y por dónde ha entrado en la casa?—¿Cómo? —se extrañó Vicenta, observando por primera vez con

curiosidad a aquella joven alta y hermosa, vestida con una blusa ligeramente

18

escotada y falda corta que decía ser juez—. Pues por la puerta, ¿por dónde voy a entrar?

—Por la principal, claro.—Claro.Isabel miró al inspector Romero y éste volvió a dedicarle una de sus

sonrisas cargadas de ironía.—El suelo ya estaba seco cuando usted vino, ¿verdad? —preguntó

el policía.—¿Cómo? No entiendo…—Hay unas huellas marcadas en el barro, a la entrada de la casa, que

luego entran en ella por la puerta principal. Hace muchos días que no llueve, pero parecen recientes…—explicó Romero.

—Ah, pero es que el señor Ernesto tiene la costumbre en verano de regar al anochecer las plantas y árboles de la entrada, mojando además toda la tierra para que refresque y asiente el polvo. Y ya me he fijado yo en esas pisadas, sí, pues me han parecido muy extrañas ya que el señor Ernesto es muy cuidadoso. Es muy limpio, ¿saben? Bueno, lo era… —a Vicenta se le escapó un sollozo, pero se repuso en seguida—. Pero esas pisadas no son suyas…

—Eso parece, las alpargatas que lleva puestas están limpias de barro —dijo Isabel.

—¿Y siempre usaba el mismo tipo de calzado?—Sí, señor. Siempre llevaba alpargatas. Como nunca salía… Por eso

estaba tan disgustado con lo de quedarse sin la casa…—¿Quedarse sin la casa? —Sí, señorita. Le habían dicho que iban a exponérsela, a exportársela,

a…—A expropiársela.—Eso.—El forense ya ha acabado y están preparados los enfermeros para

llevárselo —informó el secretario judicial a la magistrada desde la puerta del taller—. Quisiera también enseñarle algo.

—Señora, supongo que el inspector ya le habrá informado de que tendremos que tomarle declaración. Entonces le pediremos que explique más detalladamente eso de la expropiación. Ahora he de irme.

Isabel fue a reunirse con el secretario, quien le mostró una foto que había sido guardada dentro de una bolsa de plástico, para su posterior análisis

19

con ninhidrina líquida en el laboratorio de la Policía Científica, en busca de huellas digitales. En la fotografía aparecían dos personas.

—La hemos encontrado tirada en el suelo del comedor, entre otras fotografías y recortes de periódico, en lo que parece una especie de dosier.

Pregunta:¿Quiénes aparecen en la foto? ¿El constructor Ángel Bocanegra

compartiendo mesa con el alcalde de la ciudad o dos concejales de la oposición saliendo de un lujoso club de alterne?

Resultado de la votación:El alcalde: 52%Los concejales: 48%

21

LA INSPECTORA

EN LA FOTOGRAFÍA APAISADA, del tamaño de un folio, aparecían el alcalde de la ciudad y el conocido empresario de la construcción Ángel Bocanegra, muy sonrientes y compartiendo mesa en un restaurante, pues entre ambos había un camarero sirviéndoles lo que parecía una bandeja de marisco. Ninguno miraba a la cámara.

—¿Quiénes son? —preguntó la juez, que por llevar apenas dos meses en la ciudad no conocía a los personajes. El secretario judicial le informó de quien era cada cual, y añadió:

—No es ningún secreto que ambos son amigos. Pero como la tarjeta que se ha encontrado en la mano de la víctima es de este hombre... —dijo el enclenque y circunspecto secretario.

—Interesante —reconoció Isabel— ¿Y dice que hay más?, ¿algo así como un dosier?

—Sí. Casi todas las fotos y recortes de prensa están por el suelo y...—Buenos días —saludó una vez femenina, capturando la atención de

la juez y su secretario. Ambos desviaron su mirada hacia el pasillo, en medio del cual se encontraba una pareja de jóvenes recién llegados. Ella, morena y menuda, llevaba puesta una camiseta roja de tirantes y un pantalón vaquero; él, pelirrojo y esbelto, vestía con traje y corbata, pese a estar en pleno verano. Pero Isabel no se dejó engañar por este vestuario, pues mientras el chico aún no debía haber cumplido los veintiséis años, ella frisaba los cuarenta, según delataban los pliegues que empezaba a formar su piel alrededor de unos ojos grandes y negros.

22

—Soy la inspectora Gloria Hernández, del Grupo de Homicidios. Y mi compañero es el subinspector Fuentes.

La magistrada respondió al saludo estrechando las manos de ambos y el secretario judicial se limitó a cabecear ligeramente. La policía miró a Isabel con una sonrisa que a ésta se le antojó algo descarada, como si le dijera «Así que tú eres la Bambi». Muy al contrario, la mirada del subinspector huyó de la suya, como si rastreara el suelo en busca de alguna huella, al mismo tiempo que su rostro se congestionaba súbitamente.

—Vaya, vosotros por aquí. Ya era hora —dijo Fernando Romero, el inspector de la Policía Científica, saliendo del taller en compañía de Vicenta.

—Hemos venido en cuanto... —No tenemos nada que explicar —atajó Gloria a su compañero,

mientras miraba con seriedad a Romero.—Vale, vale —sonrió el inspector, dirigiendo una mirada cargada de

intención a Gloria—. Yo sólo digo que me alegro mucho de veros.—¿Van a ser ustedes quienes se encarguen de la investigación de

este caso? —preguntó Isabel, dirigiéndose a la inspectora.—Sí.—Bien, esta señora es quien lo ha encontrado. Cuando le tomen

declaración, que les explique por qué la víctima temía que le expropiaran la casa. El forense ha encontrado una tarjeta de visita en una mano del cadáver y... —dirigiéndose al secretario— deles esa foto —y otra vez a Gloria—: Han registrado toda la casa, pero no sabemos si han encontrado lo que buscaban. En cualquier caso, hay tiradas por el suelo del comedor varias fotografías como esta y recortes de prensa.

—Haremos todo lo posible para que tenga la declaración de la testigo y un primer informe mañana mismo —dijo la policía.

—Excelente. —Isabel sonrió mientras agregaba—: Me alegro mucho de que sean ustedes quienes se encarguen de este caso. Estoy segura de que son eficientes. Me horrorizaba la idea de que tuviera que entenderme con algún gañán machista.

Aunque en ningún momento Isabel dirigió su mirada a Romero, todos los presentes, empezando por el propio inspector, entendieron a quién iban dirigidas esas palabras. Gloria rindió una sonrisa de admiración a la juez y, mientras Romero arrugaba el entrecejo, indeciso entre mantenerse callado o decir algo, Isabel Menéndez salió de la casa, seguida de su secretario.

23

—Tengo muchas ganas de volver a casa —susurró la juez tras un largo suspiro y después de acomodarse en el asiento delantero del coche oficial. Detrás, el médico forense y el secretario judicial pensaban lo mismo.

Pregunta:La juez Isabel Menéndez, ¿está casada o divorciada?

Resultado de la votación:Casada: 29%Divorciada: 71%

25

MANCHAS DE SANGRE

AL MISMO TIEMPO QUE arrancaba el coche oficial, la juez consultó su reloj de pulsera. Eran sólo las diez y media de la mañana, pero el calor empezaba a ser agobiante. El policía que conducía conectó el aire acondicionado y tanto Isabel como su secretario y el médico forense lo agradecieron en silencio. Todavía les quedaban varias horas de trabajo en el Palacio de Justicia, antes de marchar cada uno a su casa. En la de ella, divorciada desde hacía casi dos años, estaría esperándola su hija Sara, de cinco años de edad, y Daniela, la chica ecuatoriana que la cuidaba desde hacía mes y medio.

Mientras el coche donde iba la comisión judicial se alejaba por la carretera sin asfaltar, levantando una gran polvareda, la inspectora Gloria Hernández, del Grupo de Homicidios, entraba en el comedor de la casa, observando con detenimiento cuanto allí había. Detrás dejó a su compañero, el joven subinspector Fuentes, haciéndole a Vicenta, la mujer que descubrió el cadáver y avisó al 091, las mismas preguntas que ya le habían hecho antes los oficiales uniformados que acudieron a su llamada, el inspector Fernando Romero de la Policía Científica y la juez de guardia.

—¿Ya habéis acabado? —preguntó Gloria en tanto veía cómo los tres miembros de la Policía Científica se preparaban para salir del comedor, por-tando sus cámaras de vídeo y de fotos, las herramientas para tomar huellas dactilares y los documentos que habían recogido del suelo.

—Sí, ya puedes entrar y tocar cuanto quieras —contestó el último en salir, vestido de paisano y con varias bolsas de plástico repletas de papeles, recortes de prensa y fotografías.

26

—En cuanto terminéis de examinarlos, hacerme llegar todo esto —pidió Gloria, señalando las bolsas de plástico.

—Claro. Quizás esta misma tarde ya podrás tenerlo a tu disposición —dijo el inspector Romero, jefe del equipo de Policía Científica hasta allí desplazado, que se hallaba detrás de ella—. Yo mismo te lo llevaré.

—No hace falta que te molestes —replicó ella, sin volverse.—No es ninguna molestia. Ya sabes que para mí es un placer ayudarte,

servirte... —murmuró Romero tras acercar su boca muy cerca de la oreja izquierda de Gloria—. Si quieres, luego...

—Ni lo sueñes.Gloria se desentendió de Romero y concentró toda su atención en

examinar el escenario donde supuestamente se había cometido el crimen. Quedaba sólo una mancha de sangre con forma de corazón en el lugar donde se había encontrado el cadáver de la víctima. Revisó con la mirada el resto del comedor: lo que parecía las sobras de la cena encima de la mesa, las huellas de pisadas marcadas con barro, los objetos extraídos violentamente de los muebles y esparcidos por doquier, los trozos de cerámica estrellados en el suelo... A simple vista, sólo había una pieza de alfarería entera: la vasija que había detrás de la hoja de la puerta que daba al pasillo, muy cerca de donde ella estaba. Se fijó en el marco de dicha puerta, donde había unas gotas gra-nates. Se acercó a la puerta y, tras observar el marco con detenimiento, llegó a la conclusión de que efectivamente se trataba de sangre, en gotitas muy pequeñas que parecían haber salpicado. También había tres gotas gruesas en el suelo, justo debajo, en el vano mismo de la puerta. Aunque era seguro que aquella sangre también era de la víctima, sus compañeros de la Policía Científica habrían tomado muestras para confirmarlo. Aun así, decidió cer-ciorarse, preguntando al mismo tiempo que se volvía:

—Supongo que habréis... —pero estaba sola. Romero ya se había ido.

Cruzó entonces Gloria el comedor para aproximarse al aparador donde estaba el teléfono, liberado ya de los papeles que lo tapaban. Era un modelo Domo de color blanco. En la pantallita se indicaba que estaban memorizados los números de teléfono, día y hora exacta en que se habían recibido las últimas seis llamadas. Gloria pulsó las teclas para ver los números: cuatro aparecían identificados, mientras que los otros dos estaban ocultos.

—Esta señora está dispuesta a ir con nosotros a Comisaría para hacer su declaración.

27

Gloria se volvió algo sobresaltada, encontrándose en la puerta del pasillo con su compañero Fuentes, acompañado por Vicenta.

—Muy bien. Enseguida nos iremos. ¿Llevas encima algo donde apuntar unos números?

El trajeado subinspector se acercó al tiempo que sacaba de un bolsillo interior de su chaqueta un bolígrafo y una libretita de apuntes.

—Conseguiremos todas las llamadas hechas y recibidas por esta línea telefónica mediante un mandamiento judicial. Pero de momento toma nota de estos números.

Una vez que Fuentes apuntó los números que aparecían en la pantalla del Domo, Gloria marcó la tecla de rellamada, apareciendo de inmediato el último teléfono al que se había llamado desde allí.

Pregunta:¿De quién es el teléfono al que se llamó por última vez desde

allí? ¿Del empresario Bocanegra o de un periodista?

Resultado de la votación:De Bocanegra: 19%De un periodista: 81%

29

LA ÚLTIMA LLAMADA

AL DÍA SIGUIENTE, LA juez Isabel Menéndez se levantó muy temprano y con cierta sensación de disgusto. Una sensación leve e imprecisa, como si hubiera soñado con algo desagradable. Si así era, debía ser una pesadilla recurrente, puesto que no era la primera vez que se despertaba con tal sensación. Una pesadilla que no recordaba, pero que sospechaba podía estar relacionada con su pasado, más concretamente con su ex marido y lo terriblemente mal que lo pasó poco antes, durante e inmediatamente después del divorcio. Desde que descubrió que Lucas le era infiel, sufrió un auténtico calvario emocional que duró muchos meses y que culminó con el divorcio y una profunda de-presión, de la que se recuperó gracias a su hija Sara, cuyo cariño y necesidad de cuidado le ayudó a sobreponerse.

A raíz del divorcio su vida cambió por completo. En vez de pedir el traslado a Valencia, tal como tenía previsto, puesto que allí era donde Lucas trabajaba, ella decidió cambiar por completo la dirección de sus pasos —a pesar de las protestas de su madre y hermana, que vivían en Torrent, su ciu-dad natal— y solicitó el traslado de Gandía —donde llevaba dos años en el juzgado nº 2— a esta ciudad alicantina en la que ahora vivía y en donde sólo conocía a su amiga Amparo, quien le buscó este apartamento de alquiler en el que llevaba residiendo desde hacía un mes.

Daniela, la muchacha ecuatoriana que había contratado como asistenta y para cuidar a Sarita, llegó puntual, a las siete y media de la mañana. Isabel le dio rápidamente un par de instrucciones y a continuación marchó en su coche hasta un polideportivo, para nadar como cada mañana durante media

30

hora en la piscina olímpica —climatizada en invierno— con que contaba tal establecimiento. Desayunó deprisa un café con leche y un croissant en la cafetería del polideportivo, antes de dirigirse al Palacio de Justicia, adonde llegó a las ocho y media en punto.

Entraba ya Isabel en las oficinas de su juzgado, cuando se cruzó con Javier García, el médico forense con quien había compartido la última guardia.

—Ah, está usted aquí. Buenos días —saludó el médico con una res-plandeciente sonrisa, agradablemente sorprendido por el encuentro—. He venido a entregarle mi informe. Se lo he dejado a su secretario…

—Muchas gracias. Lo leeré enseguida.La juez siguió su camino y Javier se quedó parado en mitad del pasillo

durante un instante. El tiempo suficiente para volverse y contornear con su mirada la silueta de la Bambi, perfectamente respetada por el pantalón blanco y la blusa amarilla que vestía, a juego con la melena rubia que llevaba recogida en una coleta larga y bailarina.

Tras saludar a los oficiales y auxiliares del juzgado con que se encontró, Isabel entró en su despacho, hallando efectivamente sobre su escritorio el informe forense firmado por Javier García, junto al acta de levantamiento del cadáver de Ernesto Carbonell, redactado por don Rogelio, el veterano, delgado y serio secretario judicial.

Isabel se sentó delante de la mesa, se puso unas gafas que sacó de su bolso y se disponía a iniciar la lectura del informe forense, cuando sonó el timbre del teléfono que había a su izquierda.

—Es la inspectora Hernández. Quiere hablar con usted —le informó una de sus ayudantes.

—Pásemela.—Buenos días. ¿Es usted la juez Menéndez?—Sí, dígame, inspectora. ¿Han interrogado ya al señor Bocanegra?—No. Su secretaria nos dijo ayer tarde que se fue por la mañana a

Santo Domingo, por razones de trabajo. Tiene previsto su regreso dentro de una semana. Aunque quizá vuelva antes.

—Ah. —La exclamación de Isabel evidenció tanta decepción como el tono de voz de Gloria mientras le respondía. Ésta no obstante se animó mientras decía:

—Dentro de unas horas le mandaré nuestro primer informe, pero ahora la llamo para pedirle que envíe un mandamiento judicial a Telefónica cuanto antes. Para que nos hagan llegar la relación de llamadas hechas y recibidas

31

en el teléfono del alfarero de los últimos meses. Ayer pudimos extraer de la memoria que tiene el propio aparato las últimas seis llamadas recibidas, pero en dos de ellas no aparecen los números. Y también anotamos la última a la que se llamó desde ese teléfono.

—¿Y saben ya a quién llamó el alfarero?—Sí. A un periodista. El mismo que firma la mayoría de los artículos

que tenía recortados y que tratan del Plan Parcial de Molívell. Ayer mismo, a las siete y cuarenta y ocho minutos de la tarde, le telefoneó a la redacción del periódico.

—¿Han hablado con él?—Sí. Casualmente nos ha telefoneado hace un rato. Dice que quiere

enseñarnos algo que acaba de recibir por correo. Hemos quedado en vernos esta tarde en Comisaría.

—¿Y las otras cuatro llamadas recibidas?—Una es de un asesor urbanista, hecha el martes de la semana pasa-

da. Otra, del viernes último por la noche, es de su asistenta. Las dos últimas son del lunes por la mañana, el mismo día en que lo mataron: la penúltima está hecha desde un móvil con tarjeta prepago y aún no hemos averiguado de quién es porque está desconectado, y la otra, la última…

Pregunta:¿Quién fue el último en llamar al teléfono del alfarero ase-

sinado? ¿El alcalde de la ciudad o un investigador privado?

Resultado de la votación:El alcalde de la ciudad: 68%Un investigador privado: 32%

33

LA AMENAZA DE EXPROPIACIÓN

—…LA ÚLTIMA LLAMADA RECIBIDA en el teléfono de la víctima, registrada el lunes a las 13 horas 31 minutos, fue hecha desde los despachos de la alcaldía.

—¡Caramba! —exclamó la magistrada Isabel Menéndez a través del teléfono y mientras se quitaba las gafas, para dejarlas sobre el escritorio, junto al informe forense.

—Ya hemos telefoneado al alcalde. Nos ha citado para mañana, ya que hoy está en Madrid. Tenemos que preguntarle también sobre algunas de las fotografías que encontramos en casa del alfarero y en las que él aparece.

—Bien. ¿Tienen ya la declaración de la asistenta?—Sí. Se la llevaré con el resto del informe —dijo la inspectora Gloria

Hernández—. Tanto ella como su marido estuvieron toda la tarde y noche del lunes en su casa, en compañía de dos de sus hijos.

—¿Les ha contado lo de la expropiación?—Sí. Por lo visto, la vieja alfarería va a ser expropiada al estar afectada de

lleno por un plan parcial de urbanización, que abarca todo el barrio de Molívell. La señora no conoce muy bien en qué consiste todo eso, y tampoco sabe explicarse muy bien, pero dice que el alfarero le contó hace un par de meses que temía que le quitaran su casa y sus terrenos, pues al parecer está previsto hacer allí, y en los alrededores, el campo de golf perteneciente a la urbanización.

—Supongo que la llamada del técnico urbanista estará relacionada con este asunto —apuntó la juez.

—Es de suponer. Pero adivine de quién es la empresa urbanizadora del Plan Parcial de Molívell.

34

—¿De Bocanegra? —preguntó Isabel, pese a estar segura de la res-puesta.

—Exacto. Del promotor y constructor inmobiliario don Ángel Boca-negra.

La juez tardó esta vez unos segundos en hablar. Y cuando lo hizo, su voz sonó ligeramente excitada.

—¿Quedamos entonces en que recibiré su primer informe por escrito hoy mismo?

—Si puedo, se lo llevaré yo misma.Isabel colgó el auricular del teléfono al mismo tiempo que volvía a

ponerse las gafas y, acto seguido, comenzó a leer el informe que había redac-tado el médico forense Javier García en la tarde anterior, en su despacho de la planta primera del Palacio de Justicia, después de practicar la autopsia del alfarero Ernesto Carbonell en una de las salas que, para tal efecto, había en el Tanatorio Municipal.

Tras una primera y concienzuda lectura del informe, Isabel retuvo mentalmente los datos que le parecieron más importantes: la muerte se había producido entre las nueve y las nueve y media de la noche del lunes, 4 de julio —es decir, unas diez horas antes de que fuera descubierto el ca-dáver—; sólo contaba con una herida, pero mortal de necesidad, al haber afectado al corazón, que causó el óbito casi instantáneamente; el cuchillo utilizado —de cubertería para servicio de mesa, especial para cortar carne y al parecer de plata, que el forense había remitido a la Policía Científica para su análisis— poseía una hoja puntiaguda y ligeramente serrada, de doce cen-tímetros de largo, la mayor parte de los cuales había penetrado en el cuerpo de la víctima; y, por último, se indicaba que, aparte del apuñalamiento, el cadáver no presentaba más signos de violencia, salvo en su mano derecha —la que no guardaba la tarjeta de visita del empresario Bocanegra— donde el forense había encontrado…

35

Pregunta:¿Qué ha encontrado el forense en la mano derecha de la

víctima? ¿Un arañazo todavía sin cicatrizar en el dorso o restos de piel y pelos en algunas de las uñas?

Resultado de la votación:Un arañazo: 25%Restos de piel y pelos: 75%

37

EL INFORME DE LA POLICÍA CIENTIFICA

JAVIER GARCÍA, EL MÉDICO forense que había examinado y realizado la autopsia del cadáver del alfarero apuñalado, indicaba en su informe que en varias uñas de la mano derecha de éste, había hallado restos de piel y pelos ajenos, los cuales había enviado a la Policía Científica para su análisis, juntamente con el cuchillo.

La juez Isabel Menéndez leyó a continuación el informe que completa-ba, por el momento, las diligencias preliminares del caso. Su primer caso de asesinato. Se trataba del informe de la Policía Científica, redactado y firmado en la tarde anterior por el inspector Fernando Romero.

A pesar de la antipatía que sentía por aquel tipo machista y grosero, la magistrada no tuvo más remedio que reconocer el excelente trabajo que el inspector Romero y sus compañeros habían realizado.

A falta de los resultados de los análisis del cuchillo y los restos epi-dérmicos y capilares que les había enviado el forense, el jefe del grupo de la Policía Científica que había examinado la escena del crimen informaba de que, además de las de la víctima y de su asistenta, se habían hallado huellas digitales claras en los picaportes de dos puertas de la casa —en el interior de la principal y en la que comunicaba el recibidor con el comedor—, así como en el timbre de llamada. Todas ellas de la misma persona y correspondientes a la mano derecha. También se habían encontrado bastantes huellas digitales en las fotografías que parecían pertenecer a un dosier. La mayoría eran de la víctima, pero las otras pertenecían a otra persona, que no era su asistenta y tampoco la que había dejado sus huellas en los picaportes y el timbre. En

38

los recortes de prensa, sin embargo, sólo habían hallado las huellas digitales del alfarero. Lo mismo sucedía en el resto de la casa, donde sólo se habían identificado huellas de la víctima y unas pocas de Vicenta, la asistenta. Tanto las encontradas en las puertas y timbre, por un lado, como las de las fotos, por otro, no estaban registradas, por lo que resultaba imposible identificar a ambas personas, a no ser que se las fichara y pudieran compararse las mues-tras. Y es que, tal como había aprendido Isabel no hacía mucho, al contrario de lo que cree el ciudadano común, las huellas dactilares plasmadas en los documentos nacionales de identidad no están archivadas. Sólo lo están las de las personas fichadas, en un registro al que hasta hacía poco se accedía de manera manual. Por fortuna, ahora existía un sistema informático, el llamado SAID (Sistema Automático de Identificación Dactilar), y aunque eran todavía mayoría las ciudades y pueblos donde la Policía y la Guardia Civil carecían de terminales, en la Comisaría de esta ciudad alicantina sí que había uno, funcionando desde hacía poco más de un año. Sin embargo, de nada servía este terminal si las huellas no estaban previamente registradas e identificadas; o, lo que es lo mismo, si la persona buscada no estaba ya fichada. En tales casos, lo más probable era que dichas muestras acabaran en el Archivo de Huellas Anónimas.

Respecto a la huella del neumático plasmada en el barro, muy cerca de la entrada de la casa, tenía las medidas 245/45/R18 y era de la marca —por el dibujo— Michelín.

Y, por último, en cuanto a las huellas de pisadas halladas dentro y fuera de la casa del alfarero, producidas gracias al barro, no eran efectivamente de éste. Pertenecían a un varón —por el tipo de calzado—, de entre 65 y 70 kilos de peso —por la profundidad de las huellas en la tierra—, con una estatura superior a los 160 centímetros e inferior a los 165 —por el tamaño del calzado— y, lo que resultaba más interesante, debía andar de una manera peculiar.

39

Pregunta:¿En qué consiste esta peculiaridad? ¿En una ligera cojera en

la pierna izquierda o en que anda con la puntas de los pies hacia dentro?

Resultado de la votación:Una ligera cojera: 75%Pasos cortos y pies muy abiertos: 25%