Asi Como Somos

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Así como somos por Dory Luz de Orozco J uan relata que «Jesús … salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar…» (4:2-5). Justo ese mismo día y a esa misma hora coincidió que una samaritana fue hasta el pozo a sacar agua. Pocas eran las familias que contaban con cisternas privadas que acumularan el agua de lluvia. Lo más común era que el agua procediera de un manantial o un pozo en el centro de la aldea. Hasta allí se acercaban las mujeres con sus cántaros para conseguir agua para la familia. Pocas ciudades estaban construidas sobre manantiales subterráneos, siendo más común que los pozos estuvieran alejados de donde habitaban. Las mujeres solían levantarse temprano a fin de prender el fuego para lo cual debían procurarse la leña, los espinos y el estiércol para mantenerlo. También molían el grano para obtener harina con la que preparaban el pan, alimento principal de la dieta. Buscar el agua, si bien era una tarea pesada, quizás fuera la más gratificante porque les permitía tener contacto con otras mujeres y aprovechaban para conversar. Sin embargo, la mujer samaritana del relato fue a buscar agua en un horario no habitual, cerca del mediodía. Seguramente las mujeres no querían relacionarse con ella a causa de su reputación. Por tanto, fue sola hacia una cita de honor. La Biblia no nos revela su nombre, pero por la gracia sublime de Dios esta mujer tendría un encuentro inolvidable. Cristo había planeado estar a solas con ella en aquel lugar, dispuesto a conversar. No de frivolidades cotidianas sino de verdades profundas y eternas. Verdades que cambian vidas. ¿Fue acaso una simple coincidencia? ¡Claro que no! sino una manifestación del perfecto amor del Creador hacia Su criatura. Cuando nos encontramos hundidas bajo el peso de los problemas, agobiadas por las circunstancias, enredadas en las malas decisiones que hemos tomado, atrapadas sin ver una salida, a veces no recordamos que Jesucristo, el dador del agua de vida eterna, viene a nuestro encuentro dispuesto a saciarnos. «Si conocieras el don de Dios» (Juan 4:10). Ese es el problema. No conocemos que Él está ahí, ha venido a nuestro encuentro y nos espera. No para regañarnos ni juzgarnos sino para darnos el tan ansiado alivio. Cierto conferencista en medio de su disertación mostró un billete de gran valor y preguntó a la audiencia quién lo querría. Todos alzaron la mano. El disertante entonces lo arrugó y volvió a preguntar quién lo querría ahora. Las manos volvieron a levantarse. Acto seguido, lo tiró al suelo y lo restregó con el zapato. Ajado, sucio y arrugado lo puso en alto repitiendo la

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  • As como somospor Dory Luz de Orozco

    Juan relata que Jess sali de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar (4:2-5). Justo ese mismo da y a esa misma hora coincidi que una samaritana fue hasta el pozo a sacar agua.

    Pocas eran las familias que contaban con cisternas privadas que acumularan el agua de lluvia. Lo ms comn era que el agua procediera de un manantial o un pozo en el centro de la aldea. Hasta all se acercaban las mujeres con sus cntaros para conseguir agua para la familia. Pocas ciudades estaban construidas sobre manantiales subterrneos, siendo ms comn que los pozos estuvieran alejados de donde habitaban.

    Las mujeres solan levantarse temprano a fin de prender el fuego para lo cual deban procurarse la lea, los espinos y el estircol para mantenerlo. Tambin molan el grano para obtener harina con la que preparaban el pan, alimento principal de la dieta. Buscar el agua, si bien era una tarea pesada, quizs fuera la ms gratificante porque les permita tener contacto con otras mujeres y aprovechaban para conversar.

    Sin embargo, la mujer samaritana del relato fue a buscar agua en un horario no habitual, cerca del medioda. Seguramente las mujeres no queran relacionarse con ella a causa de su reputacin. Por tanto, fue sola hacia una cita de honor.

    La Biblia no nos revela su nombre, pero por la gracia sublime de Dios esta mujer tendra un encuentro inolvidable. Cristo haba planeado estar a solas con ella en aquel lugar, dispuesto a conversar. No de frivolidades cotidianas sino de verdades profundas y eternas. Verdades que cambian vidas. Fue acaso una simple coincidencia? Claro que no! sino una manifestacin del perfecto amor del Creador hacia Su criatura.

    Cuando nos encontramos hundidas bajo el peso de los problemas, agobiadas por las circunstancias, enredadas en las malas decisiones que hemos tomado, atrapadas sin ver una salida, a veces no recordamos que Jesucristo, el dador del agua de vida eterna, viene a nuestro encuentro dispuesto a saciarnos.

    Si conocieras el don de Dios (Juan 4:10). Ese es el problema. No conocemos que l est ah, ha venido a nuestro encuentro y nos espera. No para regaarnos ni juzgarnos sino para darnos el tan ansiado alivio.

    Cierto conferencista en medio de su disertacin mostr un billete de gran valor y pregunt a la audiencia quin lo querra. Todos alzaron la mano. El disertante entonces lo arrug y volvi a preguntar quin lo querra ahora. Las manos volvieron a levantarse. Acto seguido, lo tir al suelo y lo restreg con el zapato. Ajado, sucio y arrugado lo puso en alto repitiendo la

  • misma pregunta. La gente continuaba dispuesta a recibirlo, a pesar del estado en que estaba. Entonces el conferencista dijo: Todos hemos aprendido una valiosa leccin. A pesar de lo que hice con el dinero, todava lo quieren porque mantiene su valor.

    En la vida muchas veces caemos, nos arrugamos y nos revolcamos en la inmundicia por las decisiones que hemos tomado o las circunstancias que enfrentamos. Sentimos como si no valiramos nada. Sin embargo, nunca perderemos nuestro valor a los ojos de Dios. Entonces, no debemos aislarnos porque aunque nadie quiera estar con nosotros y nos hagan a un lado, podemos correr y refugiarnos en l, reconocindolo como nuestro Salvador y dueo de nuestras vidas. As podremos decir como los habitantes de Samaria: Hemos odo, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo (v. 42).

    Nadie podr impedir lo que Dios haya planeado para tu vida; l solo espera que t llegues a tiempo a la cita con el Mesas y lo reconozcas como el nico Seor y Salvador.

    No importa de dnde vengas, tu raza ni tu nacionalidad, ni tu vida pasada; no importa tu nombre, si eres rica o pobre, ni el nivel de educacin que tengas. T ocupas un lugar importante en el corazn de Dios, porque l nos ha creado a todos con amor. No hay fronteras que nos puedan separar de l, fuimos creadas a Su imagen y semejanza.

    No necesitamos ocultar lo que somos para que nos acepte. l ya lo sabe y nos ama a pesar de todo. Sucios o limpios, arrugados o de aspecto impecable l nos conoce y nos acepta como somos. Y tiene agua de vida para todos.

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