Askildsen Kjell - Un Vasto Y Desierto Paisaje

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Un vasto y desierto paisaje

Sinopsis

Esta coleccin de inquietantes y estremecedores relatos, rene un puado de personajes solitarios que, condenados a seguir el dictado de sus enfangadas conciencias, se enfrentan con la incomunicacin provocada por la rigidez de las convenciones, el egosmo o la simple estupidez. De esta manera, Kjell Askildsen muestra sin pudor las brechas, a veces verdaderos abismos, que se abren sigilosamente entre unos personajes para los que convivir es caminar por la cuerda floja. Demasiado ocupados en ajustarse a las convenciones, en buscar la propia satisfaccin o en librase de soportar las penas ajenas, los protagonistas de estos relatos nunca se dan cuenta de que el vaco est instalndose en sus vidas para quedarse ah, silencioso, insondable, amenazante...En Un vasto y desierto paisaje surge la vida tal como es. Desde una irona que enreda al lector como cmplice involuntario, estos relatos se convierten en algo ms que un testimonio de la psique del hombre moderno: son, simplemente, una gran fiesta literaria.La concisin y el humor negro profundamente cnico de su obra han granjeado a Kjell Askildsen el favor del gran pblico en Escandinavia, donde se le considera uno de los clsicos vivos de la literatura. Inslito Carver europeo, en la estela de Chjov por su habilidad para ofrecer entre lneas la tragedia vital, su influencia es determinante para entender el trabajo de los nuevos escritores nrdicos. Con esta coleccin, Askildsen se ha consagrado como un verdadero maestro del relato corto.

Ttulo Original: Et stort de landskap

Traductor: Lorenzo Torres, Asuncin & Baggethun, Kirsti

1991, Askildsen, Kjell

2001, Ediciones Lengua de Trapo

Coleccin: Otras lenguas, 11

ISBN: 9788489618800

Generado con: QualityEbook v0.62

Kjell Askildsen

Un vasto y desierto paisaje

Traduccin de Kirsti Baggethun y Asuncin Lorenzo

No soy as, no soy as

Estaba bajando por la escalera de un bloque de cinco plantas al este de la ciudad; acababa de hacer una visita a mi hermana y no haba sido una visita agradable, pues ella tena muchos problemas, la mayor parte imaginarios, lo que no mejoraba en modo alguno la situacin. Nunca la he querido mucho, ella nunca me ha tenido en tanta estima como debiera. Fui a hacerle una visita porque uno de sus problemas era ms que real; se haba cado y se haba roto el fmur izquierdo.

Abandon su casa con una mezcla de sentimientos: por un lado, me senta aliviado de escapar, por otro, irritado porque mi hermana haba conseguido hacerme prometer que volvera al da siguiente.

Como digo, estaba bajando por la escalera y, justo entre la tercera y la segunda planta, me top con un hombre mayor sentado en medio de uno de los escalones, impidindome el paso. Haba colocado una gran bolsa de la compra entre l y la barandilla, y como no me gusta bajar por las escaleras sin tener donde agarrarme, me detuve tras l. No pareca haberme odo, as que al cabo de unos segundos dije: Puedo ayudarle en algo?

Como no respondi ni se volvi, pens que quiz fuera sordo o tuviera problemas de odo, as que repet la pregunta, esta vez ms alto.

No gracias, no creo.

Me qued perplejo, no por lo que me contest, sino por su voz, que me resultaba familiar; era muy especial, grave y aguda a la vez, y muy expresiva. Adems, contrastaba notablemente con su ropa desgastada, por no decir rada.

Como su voz me hizo creer que lo conoca, y en consecuencia, que l me conoca a m, ced a un capricho de vanidad. No quise pedirle que moviera la bolsa y mostrarle as lo debilucho que me haba vuelto, de modo que solt la barandilla y sorte al hombre por el otro lado. Me sali bien, pero cuando volv a agarrarme a la barandilla y me di la vuelta para mirarlo, descubr que me haba equivocado. Nunca haba visto a ese hombre.

Es posible que pusiera cara de sorpresa, y como l no poda saber por qu y, adems, tena un aspecto an ms desastroso de frente que de espaldas y seguramente lo saba y estaba acostumbrado a causar una impresin poco afortunada en los dems, tal vez por eso dijo, en parte con terquedad y en parte como disculpndose: Vivo aqu.

Ah, s.

Lo que ocurre es que de repente me he sentido muy cansado.

En calidad de ex fotgrafo, tengo cierta experiencia con las caras y, contemplndolo, se me ocurri pensar que su cara tampoco encajaba con su ropa rada, pero s con su voz, que tena una expresividad similar.

Entonces no puedo ayudarlo en nada? pregunt. Me sent obligado a decirlo porque tena la sensacin de haberlo mirado demasiado.

No, no, gracias de todos modos.

Adis.

Me march sin preocuparme por ocultarle que me agarraba firmemente a la barandilla.

Al da siguiente volv a casa de mi hermana, pues se lo haba prometido, y en lo que se refiere a cumplir promesas soy un poco anticuado, pero haca un tiempo asqueroso y nevaba, de manera que me sent tentado a llamar y decirle que no poda ir. Pero fui, y ella abri la puerta y se qued descansando sobre las muletas mientras me exiga que me limpiara la nieve de los zapatos antes de entrar. No quise. Dije que no tena inconveniente en irme. Entonces ella se apart de la puerta. Entr, colgu el abrigo y dej el sombrero sobre el perchero. Mi hermana se adelant cojeando y se sent en un silln. Yo me acomod en el sof. Dije que haca mucho calor en su casa. No contest. Luego dijo que se haba fundido la bombilla de la cocina. No poda ayudarla, me mareo mucho con esas cosas. Cuando intent explicarle lo mucho que me mareo, contest que nadie se marea tanto, que no eran ms que imaginaciones. Yo tena muchas respuestas posibles a ese comentario, pero no contest, de nada habra servido. Ella insisti, dijo que el mareo se produca por causas psquicas y que en mi caso era debido a que nunca me haba atrevido a responsabilizarme de nada. Me enoj y me levant. Quera marcharme. Haba cumplido mi promesa. Quera marcharme. Tal vez ella lo entendiera, lo ms probable es que no, pero en cualquier caso, me pidi que fuera a la cocina a buscar la bandeja con el bizcocho, las tazas de caf y el termo. No pude negarme. Llev todo al saln y lo coloqu sobre la mesa que haba entre los dos. Los trozos de bizcocho estaban untados con mantequilla de verdad, no con margarina. Vaya, dije en tono conciliador, y entonces mi hermana puso cara de satisfaccin, lo cual me asombr. Dijo que lo haba hecho ella, y yo dije sin mucha conviccin que se notaba por el sabor. Pero las cosas como son: el bizcocho saba bastante bien. No dijimos nada ms en un buen rato. Me qued mirando la nieve que azotaba el cristal de la ventana, y me pregunt qu placeres podra tener mi hermana en la vida, y cuando al cabo de un rato llegu a la conclusin de que ninguno, sent la necesidad de decir algo amable; lo cierto es que me puse un poco sentimental, tal vez debido a la nieve que azotaba la ventana y al calor de la habitacin, pero nunca llegu a hacerlo, porque justo cuando iba a abrir la boca me pregunt si quera jugar a los dados. Su pregunta son como la de un nio que est casi seguro de recibir un no por respuesta, y aunque a m los juegos de dados no me aportan ningn placer, pues dejan demasiado al azar, su forma de preguntar hizo que me resultara imposible negarme, y adems, no me apeteca salir al temporal de nieve. Dijo que la libreta de apuntar y los dados estaban en el escritorio; y encima del escritorio, en la pared, colgaba la familia, que fue una familia grande, y todos estaban colgados all, vivos y muertos mezclados, bastante deprimente. Encontr la libreta y los dados y volv a la mesa. Empezamos a jugar. Por dos veces seguidas mi hermana lanz los dados con tanta fuerza sobre la mesa que uno se cay al suelo, y la segunda vez dio vueltas y vueltas hasta desaparecer debajo del sof, de modo que tuve que ponerme de rodillas para cogerlo, y estando as, de rodillas, mi hermana me dijo que el trasero de mis pantalones estaba muy brillante del uso. Yo lo saba, pero me irrit que hiciera ese comentario, porque nunca he tolerado que un parentesco del que no tengo ninguna culpa legalice la falta de tacto, y as se lo hice saber. Ay, perdona, dijo, en un tono sorprendentemente manso, tendra miedo de que yo dejara de jugar. No dije nada ms, porque en ese momento me acord del hombre andrajoso de la escalera. De camino a casa el da anterior haba decidido preguntar a mi hermana sobre l, y ahora estaba a punto de hacerlo, pero recapacit, pues no quera darle a entender que asociaba a ese hombre con mi trasero rado. As que le di el dado y seguimos jugando. Cuando me pareci que haba transcurrido un tiempo prudencial, dije que me haba encontrado en la escalera con un amable anciano que de alguna forma me haba resultado familiar, saba quin era? Mi hermana ignoraba de quin poda tratarse, tendra que ser alguien que iba de visita. En la escalera slo viva un anciano y no era nada amable, era terrible, seguramente un indigente que haba conseguido el piso a travs de la Oficina de Servicios Sociales. S, s, es l, dije. Ella me mir escandalizada, pero hice como si no me diera cuenta y pregunt si saba cmo se llamaba. Larsen, contest ofendida, o Jensen, algo muy corriente. Me burl un poco de ella y dije que de acuerdo, que no era un gran apellido, pobre hombre. Qu malo eres, dijo. Slo un poco, contest, te toca a ti. Tir, los dados estuvieron a punto de volver a caer al suelo. Me asegur que ella no se crea superior a nadie, pero que yo estaba intentando jugar al buen samaritano con un vagabundo, y que eso no iba conmigo, pues si para m era demasiado cambiar una bombilla, poda imaginarse lo que habra pasado si los pisos de mi portal se hubieran llenado de inquilinos necesitados de asistencia municipal. Me enfad bastante, lo admito, sobre todo por lo de la bombilla, y estuve a punto de herirla profunda y expresamente, cuando de repente ech la cabeza hacia atrs y rompi a llorar. Lloraba con la boca y los ojos abiertos, un tremendo llanto que, as lo entend, le sala de las mismsimas entraas. Tal vez debera haberme acercado a ella y haberla consolado, haberle puesto la mano en el hombro o acariciado el pelo, pero el comentario sobre el buen samaritano me paraliz. As que me qued sentado, bastante desvalido, no saba si la haba visto llorar alguna vez, al menos no desde que ramos nios, no haba llorado ni en el entierro de nuestra madre ni en el de nuestro padre, jams la haba asociado con el llorar, de manera que no entenda ese llanto que dur eternamente, tal vez no tanto tiempo, pero me pareci mucho, me senta cada vez ms perplejo, y al final tuve que preguntarle por qu lloraba, no para obtener una respuesta, no, no para obtener una respuesta, sino para que dejase de llorar y no sentirme tan perplejo. Y por fin, cuando haba repetido la pregunta, no una, sino dos veces, contest sollozando, en ese tono tan agudo que se suele quedar despus de haber llorado: No soy as, no soy as. Luego dej caer la cabeza hacia delante y se hizo el silencio. Pens: Qu manera tan extraa de dormirse. Pero no dorma, estaba muerta.

En los das siguientes fui varias veces a su casa. Yo era el pariente ms allegado y me toc organizar el entierro y todo lo relativo a sus bienes y enseres. En una de mis primeras visitas, alcanc al hombre de la ropa rada subiendo por la escalera. Iba muy despacio y yo moder mis pasos para no acercarme demasiado a su espalda, pero seguramente me haba odo porque se detuvo, tal vez para dejarme pasar. Puso las dos manos sobre la barandilla y me mir.

Ah, es usted dijo, y son como si se sintiera aliviado.

Se acuerda de m? pregunt.

Por supuesto. Vive usted aqu?

Me detuve tres escalones por debajo de l y le expliqu la situacin. Me mir con una mirada tan alerta que pens: Est disfrazado.

Tras concluir mi escueta explicacin, el hombre expres con pocas palabras su psame, y luego dijo: Y yo sin saber que haba muerto. Claro que la conoca. Era muy amable.

Bueno, no exactamente amable contest, eso tal vez sea una exageracin.

No, no, nada de eso, en una ocasin incluso me subi a casa una bolsa de la compra que pesaba mucho.

No me diga coment sorprendido.

Esas cosas se aprecian, sabe usted?

Algo que en realidad debera ser una cosa natural.

Bah, eso era hace mucho. Los tiempos cambian. Hay que poner el reloj en hora. As uno no se lleva decepciones, quiero decir.

Me dirigi una breve sonrisa, luego se volvi y continu subiendo. Yo lo segua. Viva justo debajo de mi hermana. En la puerta no haba ninguna placa con su nombre. Nos despedimos, y no lo o cerrar la puerta hasta que casi hubo llegado arriba.

Alrededor de una semana ms tarde, me lo encontr en la calle. Yo iba otra vez al piso de mi hermana. Lo divis a cierta distancia, vena derecho hacia m, tena una expresin hermtica, no se percat de mi presencia hasta que me detuve delante de l y lo salud. Por un instante pareci que lo hubiera pillado in fraganti, pero slo por un instante, luego sonri.

Intercambiamos unas frases triviales, luego le pregunt, incitado por el hecho de que nos encontrramos delante de una cafetera, si quera tomar un caf conmigo. Vacil un momento, luego acept. El local era luminoso y grande, con muchas mesas blancas y redondas. No se quit el abrigo, por eso yo tampoco me quit el mo. Remova lentamente el caf con la cucharilla, aunque no se haba puesto ni azcar ni leche. Yo tena dentro un montn de preguntas, pero no saba qu decir. Entonces l pregunt de qu haba muerto mi hermana. Era un buen tema. Los dos ramos, por as decirlo, firmes partidarios del paro cardiaco como causa de muerte. El nico inconveniente de una muerte tan repentina, dijo bromeando, es que uno ha de tener sus bienes bajo control en todo momento para estar seguro de no dejar ninguno de sus secretos, por no decir inclinaciones, a la posteridad.

Contest, en el mismo tono de broma, que ese era un pensamiento muy vanidoso. l me mir entonces con una leve sonrisa que tal vez fuera irnica, y dijo: Acaso no se siente usted inclinado a atribuirme algo de vanidad?

Oh, s contest, un poco sorprendido.

De modo que usted no juzga por las apariencias? pregunt, todava con esa media sonrisa que me resultaba difcil de interpretar. Le asegur que en absoluto, no en su caso. Me mir interrogante, y comprend que le haba dicho demasiado y demasiado poco, y por eso aad que haba algo en l que me haca pensar que iba disfrazado.

Quiere decir pregunt que no soy quien parezco ser?

No exactamente contest, ms bien que usted ha roto con su punto de partida, que, por as decirlo, se ha salido de su marco.

Fui torpe y tambin ms indiscreto de lo que haba pretendido, me sent bastante mal, y el silencio que se hizo fue ms que penoso. Por fin empec a disculparme, pero l me hizo un gesto que me desarm, pareca asustado, y dijo que no tena que pedir disculpas por nada, al contrario, l era el que me haba provocado, y, adems, no me faltaba razn, pues aos atrs su vida haba dado un giro drstico, no es que se lamentara de ello, que no pensara eso, si alguien le preguntaba si su vida haba cambiado para bien o para mal, tendra que contestar llanamente que no lo saba, lo nico que saba es que haba cambiado.

Despus de pronunciar todas esas palabras que en el fondo no expresaban nada, call. Esperaba que continuara, pero no dijo nada ms, y como lo consideraba demasiado inteligente para decir tanto sin haber tenido algn propsito, llegu a la conclusin de que haba sido su manera de cerrar el tema. Con razn o sin ella, tuve la sensacin de que me haba puesto en mi sitio, y no me esforc mucho por iniciar una nueva conversacin. Intercambiamos unas palabras bastante anodinas, l me agradeci la compaa y lament tener que irse. Fuera nos dimos la mano y nos fuimos cada uno por nuestro lado.

La siguiente vez que fui al piso de mi hermana haba quedado all con mi hermano menor. Lo veo muy de tarde en tarde y no lo lamento. Es asesor jurdico de algn ministerio y una persona muy autosuficiente. Lleg media hora ms tarde que yo y veinte minutos despus de la hora acordada; bien es verdad que se disculp, pero con tanta indiferencia, que ms bien pareca una ofensa. Me tragu la ofensa, y cuando hubo colgado el abrigo, le di una exhaustiva lista de todos los muebles y enseres. Le interesaba ms bien lo ltimo, sobre todo lo referente a joyas y cubertera de plata. Yo haba colocado todo de un modo bastante prctico, sobre una mesa entre las ventanas del dormitorio, y cuando se lo mostr, se vio obligado a sealar que haba sido un descuido por mi parte no haberlo colocado en un lugar ms seguro. Debera haber cado en que un piso deshabitado constituye una gran tentacin para los ladrones. No contest, porque quera evitar en la medida de lo posible discutir con l.

Fue al dormitorio, y yo a la cocina a poner agua para el caf. A travs de las paredes poda orle abrir cajones y armarios, supuse que mirara debajo del colchn, yo tambin lo haba hecho. Al rato, entr en la cocina y pregunt si nuestra hermana no haba dejado ms objetos personales, cartas y cosas as. Contest que estaban en el escritorio. Volvi a salir de la cocina, y cuando entr en la habitacin con el caf, estaba sentado en medio de un montn bastante grande de cartas, leyendo. Yo tambin haba ledo gran parte de las cartas, las que haban sido escritas por mi madre. De hecho, haba escondido una que contena tres frases sobre m. Le suger que se llevara las cartas para leerlas en casa. Le pareci bien y fui a la cocina a buscar una bolsa de plstico para meterlas. Estando all, llamaron a la puerta. O que mi hermano iba a abrir. No me acordaba de dnde haba dejado las bolsas y tard en encontrarlas. Me top con mi hermano en la puerta del saln, pareca, como poco, desconcertado, y dijo: Es para ti no supe inmediatamente de qu poda tratarse, no hasta que me susurr: Lo conoces? entonces comprend a quin se refera, pero al mismo tiempo no entenda esa pregunta asombrada, casi aturdida, de mi hermano. Era l, estaba delante de la puerta, tambin pareca perplejo. Se disculp, haba odo pasos en el piso, pues viva justo debajo, haba pensado que era yo, yo solo, no tena intencin de molestar, slo quera preguntar si me apeteca tomar un caf con l cuando hubiera acabado, pero tal vez no fuera muy oportuno, puesto que no estaba solo. Le contest que con mucho gusto, y pareci alegrarse. Volv a ocuparme de mi hermano, que estaba de pie en medio de la habitacin, mirndome interrogante.

Lo conoces? pregunt.

Claro que lo conozco contest.

Vaya.

Por favor, ahrrame tus prejuicios le dije, un poco abatido, pero l prosigui sin inmutarse: Vive en este bloque?

S, vive en este bloque.

Gabriel Grude Jensen.

T tambin lo conoces? le pregunt, perplejo.

No, Dios me libre. Pero segu el juicio.

El juicio?

S, el juicio. No has dicho que lo conocas?

No ha hablado mucho de su pasado.

Es comprensible. Mat a su mujer Dios sabe hace cuntos aos. Una historia muy fea.

Dijo bastantes ms cosas, estaba claro que disfrutaba con su papel de informante, pero cuando se rebaj a ironizar sobre mi llamada amistad con ese hombre, le dije que no tena por costumbre preguntar a la gente si haba matado a alguien, y que tampoco dejara que la respuesta a esa pregunta decidiera si me gustaba o no.

Despus de eso, hicimos lo que habamos ido a hacer, y al cabo de una hora se march. Yo fregu las tazas, apagu las luces y cerr la puerta. Luego baj al piso de abajo y llam al timbre. El hombre me cogi el abrigo y me condujo al saln. De forma y tamao era idntico al de mi hermana, pero escasamente amueblado. En medio de la habitacin haba una mesa baja y ovalada, y a cada lado de la mesa, un silln. Detrs de uno de ellos haba una lmpara de pie con una pantalla oscura, la luz que emanaba apenas llegaba a iluminar las paredes desnudas. Toda la habitacin pareca un escenario. Me invit a sentarme, luego me ofreci una copa de coac con el caf; la acept. Decid ocultar lo que saba sobre l. Llen las copas y me pregunt qu me pareca su hogar. En parte por el tono de su voz, me sent obligado a interpretar la pregunta como algo provocativa, de modo que contest que, a mi entender, la impresin espartana que transmita correspondera a su naturaleza o a su bolsillo. Dijo que eso era lo que l llamara una respuesta diplomtica, y luego aadi con bastante incoherencia, en mi opinin que en general no tena nada en contra de la soledad. De estar solo, quiere decir? le pregunt. S, s, eso era lo que quera decir. Pero despus de la muerte de mi hermana todo se haba vuelto muy silencioso, antes oa sus pasos, y de vez en cuando voces o ruidos en la cocina, en ese bloque se oa todo a travs de las paredes, pero ahora no oa nada, a veces tena la sensacin de no existir, y eso le causaba una gran angustia. Tambin yo viva solo? Le contest que s. Angustia? le pregunt. S, sabe usted, cuando todo se vuelve imperiosamente vaco y uno necesita levantarse y andar, y, preferentemente, decir algo al aire, rodearse de s mismo, por as decirlo, es lo nico que sirve. Bebi un sorbo de la copa. Yo no saba qu decir, lo mo no es hacer confidencias, y cuando otras personas me las hacen, me siento angustiado y avergonzado. Le estoy molestando? pregunt. De ninguna manera, contest, y probablemente son convincente, porque continu hablando de su angustia. Me senta cada vez ms incmodo. Aunque no se le notaba, supuse que antes de que yo llegara haba bebido bastante, esa era la explicacin ms razonable de que ahora se mostrara tan diferente a la impresin que me haba causado en nuestros anteriores encuentros. Y cuando, para colmo, empez a hablar del amor, decid dar por concluida la visita. En el mundo hay demasiado poco amor, dijo, deberamos sentir ms amor los unos por los otros. Fue muy penoso. Quines son los unos y los otros? pregunt, y qu es el amor? Slo contest a la primera parte de la pregunta. Todos, dijo. Me encog de hombros, podra no haberlo hecho, pero sent cierta necesidad de hacerme notar, y al fin y al cabo fue una reaccin bastante suave. No est usted de acuerdo? pregunt. Contest que no lo estaba. Eso le pareci interesante, y quiso echarme ms coac. Lo rechac cortsmente diciendo que lamentaba tener que irme. Tena una cita. Pero no me levant inmediatamente, no quise que me descubriera, adems tena un poco de mala conciencia, pues al fin y al cabo l no me haba hecho nada, slo hablar como un cura tonto. De modo que, con el fin de mostrarme amable y de que el silencio no se le hiciera tan angustioso, le dije que esperaba no tardar demasiado en encontrar un comprador para el piso de mi hermana. Ah, no ser lo mismo, exclam, y al mirarle interrogante, aadi: Sabe usted, su hermana mostraba conmigo una especie de bondad. No me diga, dije perplejo. S, contest, y por eso... saber que eran sus pasos... Seguro que me entiende. Asent y me levant. Me qued de pie, con la cara a la sombra de la pantalla oscura, asintiendo una y otra vez con la cabeza, como si entendiera todo, era una mmica que no desentonaba con ese cuarto que recordaba a un escenario; no me quedaba ni un pensamiento sensato en la cabeza. Le o decir que haba sido un placer hablar con alguien que lo entenda, un gran placer, no se encontraba a menudo a una persona as. Me sostuvo el abrigo, luego nos dimos la mano. Me march, firmemente decidido a no volver a poner los pies en el piso de mi hermana.

La colisin

Llevaba un rato junto a la ventana abierta mirando la acera. Estaba vaca, era domingo, a primera hora de la tarde, y tambin l se senta vaco por dentro, como si lo desierto de la acera hubiese penetrado en l, y cuando su mujer, desde el silln al fondo de la habitacin, le pregunt algo que slo requera un s o un no por respuesta, l no contest. No contest, l mismo era una acera completamente vaca. Sali de la habitacin sin mirarla, y al cerrar la puerta le oy decir: Anton, Anton, qu te pasa?. l sali a la entrada, baj los cuarenta y ocho desgastados escalones de la escalera y se adentr en el terrible domingo. Me he marchado, pens, as de fcil. Entonces se percat del calor y de la intensa luz solar. Cruz la calle en busca de la sombra de la acera de enfrente. All se detuvo. Levant la vista y mir hacia las ventanas, no la vio. Ech a andar, a la sombra de los edificios de cuatro plantas. Tras unos cien metros, se detuvo en un cruce para dejar pasar un coche blanco. En direccin contraria se acercaba un coche gris; por lo dems, apenas haba trfico. Los dos coches iban muy despacio. Ser porque es domingo, pens. Y porque hace mucho calor. Al llegar los dos coches al cruce, chocaron. El coche gris gir hacia la derecha, y el blanco, al girar hacia la izquierda, golpe la puerta trasera izquierda del coche gris. Result cmico. El conductor del coche gris empez a soltar improperios por la ventanilla bajada.

Me cago en Dios, hombre! No sabes mirar o qu, joder?

No te he visto.

Que no me has visto? Pero cmo coo has hecho para no verme?

No lo s. No me he fijado. No puedes abrir la puerta?

No, joder, se ha bloqueado.

Intntalo con la otra.

Pero, por Dios, crees que soy tan idiota como t o qu?

Te he dicho que no te he visto. Ni siquiera he frenado. Sal y comprubalo. No hay rastro de huellas de frenos. Reconozco que soy culpable, pero no he podido remediarlo.

No he podido remediarlo! No has podido remediarlo? Pues no estars bien de la cabeza, joder.

Se desplaz al otro asiento y logr salir del coche. Fue a contemplar los desperfectos. Se golpe la cabeza con el puo. El otro conductor se le acerc. Anton Hellmann ya no poda or lo que decan. Se puso a desandar el camino por el que haba venido. Sudaba. Le pareca que tena polvo en la cara. Tendr que darme una ducha, pens. Vio a su mujer asomada a la ventana mirando. Hizo como si no la viera. No me ha hecho nada, pens. Pero que no grite. Mir la acera bajo sus pies. La pobre no puede remediarlo. Pero que no diga nada hasta que me haya duchado. Cruz la calle y se meti en el portal, luego subi por la escalera. Ella estaba en la entrada.

Qu pasa, Anton?

Nada.

S, Anton, algo tiene que pasar. No me contestaste cuando te habl antes, te marchaste sin ms. Dime lo que pasa, por favor.

No es nada. Voy a darme una ducha.

Por favor, Anton. Me preocupas, no s qu pensar.

Pues no pienses nada. Voy a ducharme.

Se meti en el bao. Se desnud. No hay nada que decir, pens, ella no lo entendera, no tiene ningn abismo dentro. Abri los grifos y los regul hasta que el agua sali casi fra. Se qued de pie bajo el chorro hasta que tuvo tanto fro que fue incapaz de pensar en otra cosa que en aguantar un poco ms. Luego ya no pudo aguantar ms. Cerr los grifos y se sent sobre la tapa del vter. Puedo poner como pretexto que es domingo, pens. Permaneci sentado inmvil durante unos minutos, luego se sec el pelo y se visti. Su mujer haba hecho caf y se haba puesto pinzas en el pelo. Lo mir y le sonri infeliz. l recapacit.

Me ha venido bien dijo, y se sent.

Ella echaba el caf en las tazas mientras deca: Te has cansado de m?

Pero, Vera, qu susceptible eres. No tiene nada que ver contigo.

Hay otra?

No, en ese caso s tendra que ver contigo.

Tiene que ver conmigo. Fue a m a quien no contestaste dos veces, y de m te marchaste sin una palabra.

Slo tiene que ver conmigo, conmigo y con estos jodidos domingos.

No digas palabrotas, por favor.

Sabes muy bien cmo me siento algunos domingos.

Son los nicos das en que estamos solos.

l no contest. S, pens. La mir. Ella lo mir a l.

No contestas dijo ella.

No sirve de nada. Gracias por el caf.

Y se levant.

Pero si no te lo has tomado.

S, lo he hecho dijo l.

Pero Anton, no seas infantil. No te lo has tomado.

S que me lo he tomado.

El estimulante entierro de Johannes

El da comenz estupendamente, haba dormido bien. Este va a ser un da mejor, Paulus, me dije a m mismo. Y al llegar al parquecillo donde suelo sentarme a leer el peridico cuando hace bueno, incluso el banco ms cercano a la seal de stop estaba libre. Me gusta sentarme all; se ve tanta impaciencia junto a un stop..., hasta se puede presenciar algn que otro accidente. No es que me encanten los accidentes, pero, por ejemplo, si por alguna razn un avin hiciera explosin en el aire, no tendra nada en contra de ser uno de los que lo observaran, o mejor, el nico. Pues s, Paulus, me dije a m mismo, no descartes que hoy pueda ser un da mejor.

S que algunos insisten en que soy un viejo cascarrabias, pero eso es slo verdad a medias. Cuando aparece algo positivo en mi vida, me aferro a ello, y en esos momentos puede ocurrir que grite por dentro: por fin, por fin! Aunque no sucede a menudo, claro, el mundo no es as. Pero, por ejemplo, no hace ms de un mes..., ah s, tal vez algo ms..., bueno, da igual, no era un buen ejemplo.

Pues bien, all estaba yo sentado, sin nada pendiente conmigo mismo, cuando de pronto divis a mi hermano gemelo, Johannes, que se acercaba renqueando por la acera. Tuve la ardiente esperanza de que no me hubiera visto, pero en ese momento o su voz.

Aj, Paul, finges no haberme visto.

As ha sido siempre, brusco e indiscreto.

Le sonre cortsmente, como si no hubiera odo su comentario.

Anda, eres t dije, haca mucho que no te vea.

Se sent a mi lado y se puso a contar cunto tiempo haca exactamente.

Casi justo dos aos antes de que nuestra madre muriera, y de eso hace nueve aos.

Ay! exclam, de veras hace tanto tiempo?

Por lo menos esperaba verte en su entierro.

S, s dije, muy amable por tu parte.

Como se puede ver, lo intent por las buenas, pero l continu, con muchas palabras, reprochndome mi ausencia hace nueve aos, al menos podra haber enviado flores o un telegrama. Etctera. Era demasiado estpido. Y para irritarlo, lo admito, le pregunt de qu haba muerto su madre. Y se irrit tremendamente.

Y eso me lo preguntas nueve...? Mi madre?? Qu quieres decir con mi madre? Tampoco eres ya su hijo?

Aunque siento cierta predileccin por las catstrofes, no me gusta nada convertirme en el centro de la atencin ajena. S que por mi aspecto tengo la cara como un cerdo, debido en parte a una enfermedad, no quiero decir cul alguien ajeno me echara automticamente a m toda la culpa si me encontrara en una situacin controvertida. Y ahora estaba a punto de caer en una situacin de ese tipo, debido a la ruidosa ira de mi hermano. Un chiquillo inaguantable se haba colocado a un par de metros de m, y en la acera, los peatones ralentizaban el paso o se paraban del todo. Aquello no me gustaba. Me levant, decidido a marcharme. Pero Johannes no iba a tolerarlo; me agarr del brazo y me oblig a volver a sentarme en el banco. Ay, si hubiera tenido fuerza. Estaba indefenso. Realmente indefenso. En manos de un loco a quien la gente sin duda tomara por el ms normal de los dos. Y que encima era mi hermano gemelo. No puedes llamar a la polica slo porque tu hermano gemelo te tenga agarrado del brazo. Nadie lo entendera.

Bueno, al menos ocurri algo positivo. Probablemente porque tena que esforzarse para mantenerme agarrado, dej de amonestarme. Yo no dije ni una palabra por temor a que volviera a empezar.

Mientras estaba all sentado, pensando en cmo librarme de l pens incluso en prenderle fuego, siempre llevo conmigo un encendedor con llama alta, ocurri una de esas casualidades que favorecen a uno: tuvo lugar un accidente. Escuch un agudo chirrido de frenos y luego un golpe seco, y cuando mir por encima del hombro, vi una motocicleta volcada y el cuerpo aparentemente sin vida de un hombre mayor delante de las ruedas de un taxi. Mi hermano, que probablemente haba presenciado menos accidentes que yo, me solt de inmediato el brazo, y aprovech la ocasin para alejarme de l lo ms rpidamente que pude. Puedo decir con toda seguridad que no haba andado tan rpido en los ltimos quince aos. Andaba tan deprisa que gritaba y rechinaba por dentro, y cuando llevaba andando as unos minutos, no pude ms. Que viniera a cogerme.

Pero mi hermano no lleg, me encontraba a salvo. A punto de morir por el sobreesfuerzo, pero a salvo. Me sent en unas escaleras, y all permanec como una ramera cualquiera hasta que pens que las piernas tal vez me soportaran de nuevo, al menos un trecho ms.

Me encontraba cerca de una filial de la biblioteca municipal y decid entrar, pues all podra descansar como es debido.

Me dej caer en una silla junto al estante de las revistas. Ay, qu silla tan buena para mi cuerpo agotado. Y deb de quedarme dormido, porque de repente alguien me sacudi y una voz enojada me susurr al odo: Est prohibido dormir aqu.

Era una prohibicin comprensible, pues qu ocurrira si todos los usuarios de la biblioteca se quedasen dormidos? Pero no me gust el tono. El que me haba hablado era un joven con unos bigotes de lo ms triste, de esos que caen a ambos lados de la boca.

No he odo lo que me ha dicho dije en esa voz tan baja que se acostumbra usar en las bibliotecas.

Ay, el joven no era un bibliotecario sabio, habra ledo muy pocas novelas buenas. Se qued un instante escudriando mi fea cara, luego seal la salida.

Entonces me enfad enormemente, pero me control, cog una revista del estante y lo ignor por completo. Me cost un gran esfuerzo, y cuando me agarr del brazo, el mismo brazo que mi hermano gemelo haba maltratado poco antes, mi ira se volvi tan justiciera que result imposible reprimirla. Me levant y dije con la mxima potencia de voz: No se atreva a tocarme..., bribn!

Se oy, y por muy justa que fuera mi causa, ya saba que no iba a ganarla. Me march, y he de confesar que llor. Segu llorando durante mucho tiempo despus de haber salido de la biblioteca, y me pareci que el mundo estaba en contra ma. Pero luego hice un esfuerzo por recapacitar. Bueno, bueno, Paulus, me dije a m mismo, todo esto te ha pasado antes, no tiene importancia. En cualquier caso, la vida pronto llegar a su fin, y entonces no importar que hayas sido solitario, feo e infeliz.

Un da, poco tiempo despus, cumpl ochenta aos. Fuera por la razn que fuera, el caso es que me invadi un fuerte ataque de melancola. Me atrevo a decir que fue un ataque excepcionalmente fuerte. Como no era capaz de tranquilizarme hablando, baj a la tienda de la esquina y compr dos botellas de cerveza que beb lo ms rpidamente que pude. Luego me acost, pero era de da y no logr dormir. En cambio, tuve la casi inexplicable ocurrencia de dar un paseo en autobs. Bueno, Paulus, me dije a m mismo, por qu no?

Cog dinero y fui a la parada. Me sent en un autobs cuyo destino ignoraba. No quise preguntar, porque nunca recibo respuestas decentes. Cuando lleg el revisor, le tend un billete de los grandes y dije que iba hasta el final. No me mir, de modo que todo fue bien.

Me devolvi mucho dinero, lo que me dio a entender que el autobs no ira muy lejos. Se detuvo mucho antes de lo que me haba imaginado. No era un sitio bonito. Una gran fbrica y una larga fila de bloques uniformes de viviendas. La cerveza me pidi salir del cuerpo, y mir a mi alrededor en busca de un lugar donde orinar. No exista tal sitio y ech a andar. Seguramente fui en direccin contraria. Era una calle muy larga, pero no haba ningn lugar donde poder aliviarme, ni siquiera un portal. Por fin divis una tienda y anduve todo lo rpido que pude para llegar a tiempo. Haba una mujer detrs del mostrador, su rostro era casi tan feo como el mo, lo que me dio esperanzas. Pero despus de haberme escudriado un buen rato, neg con la cabeza.

Y qu puedo hacer? pregunt.

Esto es una tienda contest.

Me hago cargo seal.

No sea impertinente dijo.

Sal a toda prisa, anduve unos cuantos metros en la misma direccin en la que haba llegado, y orin contra la pared de una casa en el ltimo momento. Ay, cunta orina sali de m, pareca no tener fin. Y claro, fui observado. A uno no se le ahorra ningn disgusto. O gritos enojados, y una mujer abri una ventana muy cerca de m y exclam: Debera darle vergenza, viejo!

Ay, si usted supiera contest sin mirarla. Luego me alej. Intent andar despacio pero no resultaba fcil. Y por cierto, por qu?, si no hay nadie que suee siquiera con que yo pueda tener dignidad.

Volv a donde haba parado el autobs, pero no haba ninguno, de modo que continu andando. Pronto llegu a una plazuela con una fuente y muchas palomas. Me sent en un banco y me puse a observar a la gente que pasaba. Cunta gente bien hecha hay por el mundo. Sobre todo mujeres jvenes; qu bonitas pueden llegar a ser antes de que la maternidad les deje huellas.

No llevaba mucho tiempo sentado cuando ocurri algo inusual. Lleg una mujer mayor y se sent a mi lado en el mismo banco. Bueno, pens, tendr mal la vista.

Primero pens en levantarme antes de que surgiera algn problema, pero me produjo una sensacin tan rara, casi extica, eso de estar sentado en el mismo banco que una mujer, que me qued sentado. Tal vez alguien que no conozca a ninguno de los dos, incluso creer que nos pertenecemos, pens. O al menos que nos conocemos. Hasta ese punto se puede llegar a fantasear.

Mientras tanto, me acord de que era mi cumpleaos, y entonces sent algo agresivo por dentro. Me levant rpidamente y volv a la parada del autobs. Estaba enfadado y no tena miedo, de modo que pregunt cundo sala el prximo. Slo faltaban unos minutos. Estuve enojado durante todo el trayecto, y al bajarme del autobs entr derecho en el primer caf que vi y ped una jarra de cerveza. Nadie me impedira celebrar mi ochenta cumpleaos, que se atrevieran a intentarlo. Era un buen enfado, y no ces; cuando acab la cerveza, segua enojado. Le solt un montn de improperios al mundo, por dentro, claro. Y cuando se acerc a mi mesa un anciano, estaba dispuesto a no dejarme vencer.

T tienes que ser Hornemann dijo, y pens con amargura: Una vez visto, siempre visto. Pero asent con la cabeza, aunque no saba quin era l.

Llevo un rato mirndote explic y he pensado: Ese hombre no puede ser otro que Paul Hornemann.

Pues s, uno suele parecerse a s mismo dije.

Pero t a m no me conoces? pregunt con entusiasmo, seguramente haba bebido ms que yo.

No.

Holt indic, Frank Holt. Fuimos colegas en el Instituto de Bachillerato de A.

Si mi malograda vida hubiera tenido un principio distinto del de la concepcin, todo habra empezado en A. No tengo intencin de relatar aquello, ni ahora ni ms adelante, bastar con decir que nunca debera haber tenido alumnos. Descubr demasiado tarde que mis conocimientos no podan compensar mi aspecto. Los alumnos se lo pasaron muy bien a mi costa, y al final la cosa acab mal. Muy mal.

Basta ya de hablar de eso. Pero ese inesperado encuentro con el profesor Holt de quien yo, por cierto, an no me acordaba fue todo menos agradable.

Ay, hace mucho dije.

S, ha llovido mucho desde entonces dijo l, y en ese instante supe que no me iba a aportar nada placentero. Si por lo menos l hubiera sido tmido, uno podra haber dicho disparates, pero no lo era.

S, llueve sin parar contest, y sin embargo, nunca llueve a gusto de todos.

Pareca un poco desorientado, aunque pregunt si le permita sentarse. Vacil en contestar, pero de qu sirvi, si la respuesta final fue que s? Nunca aprender.

Quiso invitarme a una cerveza, pero en ese punto puse el lmite y pedimos una cerveza cada uno. l comenz enseguida a rememorar viejos tiempos, y entend, con gran alivio, que se haba marchado de A al ao siguiente de llegar yo. Todo lo que poda recordar. Y slo cosas buenas y agradables. Tiene que sentirse bien consigo mismo, pens, y cuando el flujo de recuerdos comenz a disminuir, dije: Cuntos buenos recuerdos.

S, de los que uno puede vivir durante mucho tiempo.

Entonces te hars muy viejo, Holt.

Sonri confiado.

Quin sabe. Nadie conoce el da hasta en que se ha puesto el sol.

Y tanto. Te expresas muy bien, ya lo creo.

Cada nuevo da es un regalo dijo con entusiasmo. Me qued atnito. Era como or a mi madre, y no fue precisamente una mujer digna de imitar.

Es como estar oyendo a mi madre dije. Y cumpli ms de noventa aos.

l estaba radiante.

No me digas replic. Pues s, me gustara participar en la transicin al nuevo milenio. Te lo imaginas, Hornemann?

S contest, habr unos estupendos fuegos artificiales.

Y no slo eso aadi, imagnate ese soplo histrico que pasar por la Tierra. Casi puedo orlo.

Reprim una respuesta. S bueno, me dije a m mismo, no te ha hecho nada, simplemente es as; cuando est sobrio, seguro que tambin l se siente solo e insatisfecho, le ocurre a todo el mundo, lo que pasa es que no lo saben, o lo llaman de otra manera.

Apur el vaso y dije que tena que marcharme, que tena una cita.

Vaya, vaya, siempre ocurre lo mismo dijo, cuando uno se encuentra por fin con alguien conocido, resulta que est ocupado. De todos modos, me alegro de haberte reconocido.

Adis dije.

Adis, Hornemann, me alegro de haber hablado contigo.

Al llegar a casa, encontr una nota debajo de la puerta. Era de mi hermano gemelo. Pona con mala letra: Supongo que ests en casa y no quieres abrir. He venido a felicitarte por tu cumpleaos, ya que nadie ms lo har. Al menos ahora s dnde vives. Volver. Johannes.

Me apresur a entrar en casa, cerr con llave y puse la cadena de seguridad. Ese da ya no volv a salir, tena miedo de que estuviera esperndome abajo, en el portal.

Pero al final result ser un buen da a pesar de todo. Tena en casa una revista que slo haba ledo a medias. Esa noche le lo que me quedaba. Uno de los artculos trataba de un qusar recin descubierto. Se encuentra a 117 000 millones de kilmetros de distancia y su luz fue emitida hace 12 400 millones de aos, es decir, casi 8 000 millones de aos antes de que naciera nuestro sistema solar, y mucho antes de que se formara la Va Lctea, hace 10 000 millones de aos.

Ay, fue una buena leccin en perspectivas. Me senta tan animado que abr una ventana para contemplar el espacio. Por supuesto, no vi nada, hace mucho que no se ve un cielo estrellado sobre esta ciudad, pero no importaba, yo saba que exista el infinito y que todo lo irracional perecer en l.

Aproximadamente una vez por semana me acerco a un caf que no est lejos de casa. Es mi caf habitual. Los camareros se han acostumbrado a verme, casi me atrevera a decir que me aceptan. Me siento en una mesa pequea y me tomo tres o cuatro jarras de cerveza; as paso toda la velada. De vez en cuando, algunos de los clientes habituales me saludan porque me ven a menudo, lo cual encuentro muy alentador. Alguno que otro me habla, pero se trata siempre de alguien tan borracho que no sabe muy bien lo que hace, o de uno de esos pesados que ha sido ya rechazado en todas las dems mesas y ve en m la ltima salida. Nunca los invito a sentarse, y si se sientan de todos modos, les hago marcharse.

Es un buen sitio para pasar el rato, y si pudiera permitrmelo, ira todas las noches. He soado con ello a menudo, con acudir all todas las noches.

Pero el otro da, la ltima vez que estuve, vi horrorizado que entraba mi hermano gemelo. Me agach lo ms rpido que pude e hice como si estuviera recogiendo algo del suelo, pero l ya me haba visto. Vi sus piernas detenerse junto a m.

No encuentras nada? pregunt.

Me incorpor sin contestarle. l se sent. Me invadi una gran desesperacin: est robndome mi caf habitual.

Conque aqu es donde pasas el tiempo? pregunt.

Djame en paz contest, resignado.

En paz? Esas son formas de hablar a tu hermano? Vengo aqu a charlar, y t me pides que te deje en paz!

Lo nico que pasa es que prefiero estar solo.

Se exalt y mont un escndalo. Cunto lo odio. Y por la amargura ante el hecho de que estuviera a punto de arrebatarme el ltimo refugio fuera de mi propia casa, dije: No eres mi hermano.

Ya habamos empezado a llamar la atencin entre las mesas ms cercanas, y mi declaracin empeor la situacin, que ya era bastante mala. Johannes se puso fuera de s de ira, extendi un largo brazo por encima de la mesa, me agarr de la solapa y grit: Dime eso otra vez!

No me pareci necesario; adems, vi que el camarero se estaba acercando.

Aqu no queremos los dijo.

Podra pedirle a este hombre que se marche? pregunt. Asegura que es mi hermano gemelo.

Por un instante, Johannes me mir estupefacto, luego me dio un fuerte empujn, a la vez que me solt la solapa. La silla cay hacia atrs y, camino del suelo, pens: Soy demasiado viejo para caerme, seguro que me rompo en pedazos.

Pero fue la silla la que se rompi. Bien es verdad que me golpe la nuca contra el suelo, pero no doli demasiado, mas not espantado que haba mojado los pantalones, y estaba tan avergonzado que me qued un rato con los ojos cerrados tumbado en el suelo, hasta que not una mano sobre la mejilla y vi varios rostros. Desde la puerta, o a Johannes gritar que era mi hermano gemelo.

Est usted bien? pregunt uno de los hombres que se haban inclinado sobre m.

S, gracias, gracias contest, aturdido. Y logr sonrer, seguro de presentar un aspecto horrible. Pero me ayudaron a levantarme, fueron muy serviciales, bueno, directamente amables, y me puse sentimental, dando las gracias a diestro y siniestro.

All estaba sentado como antes, slo que con los pantalones mojados. A Johannes lo haban echado, pero estaba seguro de que estara esperndome fuera. Me consol pensando que an faltaba mucho para que el caf cerrara; tal vez se cansara de esperar y aplazara la venganza para otra ocasin.

Me mir los pantalones. Ay, estaban muy mal. Una gran mancha oscura ante la cual sera incapaz de tomar una actitud racional, por mucho que quisiera. Mi dignidad!, gem por dentro, aunque no tuviera nada que ver con mi dignidad, sino con mi vanidad.

Se me acerc un hombre. Sera uno de los que se haban inclinado sobre m, y seguramente tambin me habra visto echar un miserable vistazo a mis pantalones. Puso un frasco con sobres de sal y pimienta en mi mesa y me dijo que echara sal encima, porque as absorbera la humedad. Imagnese, qu amable por su parte. Me sent clido por dentro, y estuve a punto de levantarme y estrecharle la mano, pero tem que no le gustara, de modo que me limit a darle las gracias.

De todas formas, todo el mundo pensar que es cerveza dijo.

Yo no lo crea as, pues mi experiencia me dice que la gente piensa siempre lo peor. Pero l lo dijo con buena intencin, as que le agradec efusivamente el consuelo.

Me ech dos sobres de sal encima y pens que tal vez fuera buena idea empezar a llevar en el bolsillo algunos de esos sobres tan prcticos, por si acaso. Por no decir sobres de pimienta, se me ocurri de repente, y me apresur a meterme cuatro en el bolsillo. Ja! pens confiado, ahora que Johannes se atreva.

Al cabo de un rato tuve que ir al lavabo, y me atrevo a decir que fui con la cabeza alta y el nimo elevado. Ojal no lo hubiera hecho, pues debera haber recordado que los lavabos de los cafs son lugares para muchas clases de evacuacin. Apenas hube entrado, se me acerc un joven borracho que me mir dos veces y luego pregunt que de dnde me haban sacado. Nunca suelo contestar a ese tipo de preguntas, pero en ese momento..., bueno, tampoco estaba del todo sobrio, as que le pregunt si no tena educacin. De descarado pas a malvado. Dijo un montn de cosas que atentaban seriamente contra mi honor, y el episodio fue el doble de penoso porque haba un hombre junto al urinario que escuch todo. Le dije algo muy feo, no quiero decir qu, y se me encar con sus ojillos. Quera pegarme, estaba seguro, y de alguna manera me pareci natural, pues saba que poda conmigo. Pero se content con agitar el puo delante de mis narices. En ese instante entr el portero, seguramente nos habra visto, porque el lavabo est vigilado. Jams hubiera imaginado que algn da eso me parecera algo bueno. Pero fue un punto de vista que dur poco.

Esta noche no hay ms que problemas contigo dijo. Me lo estaba diciendo a m.

Conmigo? pregunt asustado. l me importun.

Vaya. Primero uno y luego otro. Muchas importunaciones en una noche, no? Creo que sera mejor que lo dejaras por hoy.

Saba que haba perdido, jams he odo hablar de porteros que cambien de opinin. Si han decidido algo, son insensibles incluso a los argumentos ms obvios.

Y sin embargo, precisamente porque estaba en juego una parte muy importante de mi existencia, estaba dispuesto a intentarlo, aunque no pude decir ms de siete palabras antes de que me aplastara: Y ms vale que dejes de robar sobres de sal y pimienta. No creo que seas tan pobre, no?

No pude contestar. Cualquier respuesta habra debilitado an ms mi credibilidad.

Ay, cmo entiendo a los que denuncian la injusticia. Si l hubiera sido menos grande y yo ms joven, si hubiera tenido una mnima posibilidad de ganarlo, me habra abalanzado sobre l. Ah, s, lo hubiera abatido. An queda en m algo de verdad. Qu digo, verdad? Quiero decir sentido de la justicia. No, tampoco eso. Hay demasiadas palabras elegantes en el mundo. Agresividad es la palabra, es una buena palabra.

No s si pens eso estando all, pero lo sent. De modo que lo nico que hice fue levantar el puo y marcharme. Era lo nico que poda hacer. Levant el puo en alto por encima de la cabeza, como hacen los jvenes en las manifestaciones. Y luego sal del lavabo y del caf, convencido de que me marchaba para siempre. No exagero nada si digo que senta una gran amargura.

Pero pronto tuve otras cosas en qu pensar, no slo que mi mundo se haba reducido drstica e irremediablemente. Haba salido del lavabo con mi urgencia sin solucionar; ahora la necesidad de vaciarme se me vino encima con tanta fuerza que mi problemtica de la libertad se convirti en algo completamente nimio. Ah, s, tambin de esa manera el espritu se ahoga en la materia.

Pero ya de vuelta en casa y con mis necesidades primarias satisfechas, me volvi la amargura. O la afliccin, se podra muy bien llamar afliccin. Apenas tienes ya nada ms que perder, Paulus, me dije, ests casi acabado.

Cuando por fin me dorm tard mucho, tuve un sueo. No creo en los sueos, quiero decir que no creo en la interpretacin de los sueos. Pero sucede, no obstante, que un sueo te hace despertarte animado, casi alegre. Y ese sueo fue de tal naturaleza que me despert con una especie de acceso de optimismo. So que Johannes haba muerto. Estaba en su entierro, su hija tambin. Ella no paraba de rer, sobre todo cuando estaban a punto de bajar el atad y resultaba que era ms grande que la tumba y no podan bajarlo. La hija se rea tanto que estaba doblada, y yo tampoco poda dejar de rerme. Entonces ella se me acercaba y deca, vmonos, no perdamos tiempo, te he amado siempre, vayamos a tu casa. Y nos marchbamos, y ella se rea todo el tiempo y me tocaba, era algo impdico, pero bueno. Luego sealaba el sol, que estaba a punto de ponerse, y, de repente, el astro daba un salto en el cielo y suba sin cesar, y ella no paraba de tocarme, me tocaba tanto que me despert, y ya era de da. Durante el desayuno, comiendo el huevo, me dije a m mismo: No debes resignarte, Paulus, debes volver, no te han vetado la entrada para siempre, y adems ese portero no est all tan a menudo, tal vez sea slo un suplente, nunca dejes que alguien te quite algo, no hasta que lo hayan hecho de verdad. Vuelve all.

No s. Fue un buen sueo, pero no tena nada que ver con el caf. A veces pienso en volver como si nada hubiera ocurrido. Pero no es tan fcil. As que no s. No era ms que un sueo.

All est enterrado el perro

El invierno solt sus garras a principios de marzo. Lleg un viento templado, casi clido, del sudeste y la nieve, que reposaba en una capa muy gruesa desde antes de Navidad, se desplom y derriti.

Un viernes por la tarde, tres das despus del cambio de tiempo, Jakob E. cogi una pala de nieve del garaje y fue hacia la parte posterior de la casa. Se puso a quitar la nieve de la trampilla del stano. Las ltimas dos o tres veces que haba bajado all, haba notado un vago aunque desagradable olor, cuyo origen no era capaz de explicarse. Ahora tena la intencin de abrir la trampilla y la puerta del stano y ventilarlo todo bien tras el invierno.

Cuando al cabo de un rato dej la pala y abri la trampilla, se top a la vez con la visin y el olor. Dio un grito, solt el asa, y la trampilla volvi a caer en su sitio con un gran estruendo. Grit otra vez, se estremeci y dio unos rpidos pasos hacia atrs, como si alguien lo estuviera persiguiendo.

Poco a poco fue disminuyendo el pnico y pens: Eso es imposible. Clav la mirada en la trampilla del stano y sigui pensando: Eso es imposible. Un perro muerto, es imposible.

Pero all estaba el pestilente y descompuesto cuerpo de un gran perro de pelo negro. Tendra que hacer algo con l, pero no saba qu.

Dej la pala de nieve, pas por delante del garaje y entr en la casa. Erna estaba sentada junto a la mesa de la cocina leyendo el peridico. No levant la vista. Jakob se sent enfrente de ella y encendi un cigarrillo. Erna sonri por algo que haba ledo. Jakob dijo: Hay un perro muerto debajo de la trampilla del stano.

Debajo de... Un perro?

Lleva all desde antes de Navidad.

No.

No s qu hacer. El hedor... Y es muy grande.

Desde antes de Navidad? Dios mo.

Desde antes de la gran nevada.

Dios mo, Jakob. Qu vas a hacer?

No lo s.

Jakob se levant y se acerc a la ventana. Al cabo de un rato pregunt: Tenemos leja?

Debajo del fregadero.

La cogi y sali. Entr en el garaje. Agarr de un gancho de la pared una cuerda de tender enrollada y volvi a la parte posterior de la casa. At el cabo de la cuerda al asa de la trampilla del stano. No es ms que un perro muerto, pens. Retrocedi dos o tres metros, tens la cuerda y tir de ella. La trampilla se abri. Jakob pas por delante de la entrada, cogi la pala y comenz a echar nieve en la abertura. Cuando por fin estuvo seguro de haber enterrado el cuerpo con la nieve, se acerc y mir hacia abajo. Luego fue a buscar la botella de leja, pero, en el momento de ponerse a desenroscar el tapn, divis al vecino, que lo estaba observando desde la ventana de su cocina. Por un instante se qued perplejo, como si le hubieran pillado in fraganti. Luego, con una tranquilidad forzada y sin mirar en direccin a la casa del vecino, cogi la pala de nieve y la botella y las dej en el garaje antes de entrar en casa.

Erna no estaba en la cocina. Jakob se sent y encendi un cigarrillo. Martin?, pens. Antes de la gran nevada. Martin? Oy a Erna que bajaba del piso de arriba.

Has conseguido sacarlo? pregunt.

No. Holt estaba en la ventana. Esperar a que se haga de noche.

No tendras que informar a la polica?

l no contest.

Alguien tiene que haberlo echado en falta.

Djame arreglar este asunto a mi manera, por favor.

S, pero alguien nos lo ha hecho. A nosotros.

Eso no lo sabemos. Quin puede haber sido?

Pues no s quin puede haber sido. Lo que est claro es que no ha bajado al stano por su cuenta. Ah, Dios!

Qu pasa?

Imagnate si, oh Dios, imagnate si alguien lo ha encerrado all.

No te pongas histrica.

No estoy histrica. Pero no entiendo por qu te niegas a informar a la polica.

Lo hago a mi manera, te he dicho, y no se hable ms del asunto.

Se levant. Sali de la cocina, atraves la entrada y baj al stano por la escalera interior. Cogi un viejo hule de la repisa que haba sobre el banco de carpintero y con las tijeras hizo un agujero en cada esquina. Luego cort una cuerda de unos cinco o seis metros en cuatro partes iguales y las at a los agujeros del hule. Se acerc a la trampilla del stano y mir hacia fuera. Estaba oscureciendo. Al cabo de media hora estara suficientemente oscuro. Me vio, pens, pero desde ese ngulo no habra podido ver al perro.

Cogi el hule, subi por la escalera exterior y entr en el garaje. Se meti en el coche y encendi un cigarrillo. Cuando le pareci que ya estaba bastante oscuro, llev la botella de leja hasta la bajada al stano. No haba nadie en la ventana de la cocina del vecino. Ech leja encima de la nieve que cubra el cuerpo del perro y volvi al garaje a buscar la pala de nieve y el hule. Con la pala empuj al perro hacia el borde de la escalera, luego extendi el hule. A continuacin meti la pala debajo del cuerpo del animal y lo ech sobre el hule. El perro qued al descubierto, el hedor le vino a la cara y Jakob empez a vomitar a chorros.

Ms tarde, cuando haba vuelto a cubrir el perro de nieve, solt la cuerda de tender del asa de la trampilla del stano e hizo un lazo con ella. At los cuatro cabos de cuerda del hule al lazo. No haba nadie en la ventana del vecino. Empez a tirar de la cuerda, y el hule form una especie de red de pesca alrededor del perro. Pesaba menos de lo que se haba imaginado, y el hule aguant. Lo arrastr por la nieve hasta la valla de madera al fondo del jardn. Luego cogi la pala y cubri el cuerpo con medio metro de nieve. Lo consegu, pens.

Media hora ms tarde, cuando se haba duchado y cepillado los dientes, entr en el cuarto de estar. Erna estaba viendo la televisin.

Ya est dijo Jakob.

Ella no contest. l se sent. Bueno, pens. Encendi un cigarrillo. Transcurri un minuto.

Qu has hecho con l? pregunt Erna.

Est abajo, en la huerta. Lo he cubierto de nieve.

Y cuando se derrita la nieve?

Entonces lo enterrar.

En la huerta?

S.

No, Jakob, no lo quiero debajo de las verduras.

Dnde si no? No pretenders que cave el csped?

Haz lo que quieras, pero no lo quiero debajo de las verduras.

En mi vida he odo una cosa ms tonta.

Es posible. Y adems sigo diciendo que debes informar a la polica.

Deja ya de dar la lata con la polica, coo!

Cmo te atreves a hablarme as, Jakob?

Te hablo como me da la gana. He estado trajinando con ese jodido animal hasta vomitar a chorros, y t no haces ms que darme la lata con la polica.

Se levant bruscamente y sali de la habitacin.

Jakob! le grit ella. l no contest. Subi al dormitorio, pero volvi a salir inmediatamente, pues all no tena nada que hacer. No saba adnde ir. Se sent en la parte superior de la escalera. Intent recordar con exactitud cundo se haba marchado Martin, pero no lo logr.

Oy sonar el telfono y, cuando Erna lo cogi, se levant y baj a la cocina. La puerta del cuarto de estar estaba abierta, pero no poda or lo que deca. Bebi un vaso de agua. Luego dej caer el vaso al suelo, pero no se rompi. Lo recogi y lo dej caer de nuevo, esta vez con algo de fuerza, no mucha. El vaso se rompi, aunque no en tantos pedazos como se haba imaginado. Cogi la escoba y el recogedor y se puso a barrer. Erna no acudi. Luego fue al cuarto de estar a buscar un peridico viejo. Erna estaba sentada en el sof, haba apagado el televisor. Jakob cogi el peridico y volvi a la cocina. Envolvi los trozos de cristal en el peridico y lo meti todo en el cubo de la basura. Desde all observ a Erna a travs de la puerta entornada. Estaba sentada en el borde del sof mirando fijamente al frente y con los labios muy apretados. Jakob apag la luz y encendi un cigarrillo. Si ella se volva, lo vera fumar en la oscuridad. Ella volvi la cabeza. l se fum el cigarrillo y fue al cuarto de estar.

No hay nada en la tele? pregunt.

Slo un concierto contest ella.

Jakob cogi el peridico que estaba sobre la mesa del sof y se sent.

Tengo que decirte dijo ella que por muy desagradable que te resultara lo del perro, no deberas haberla tomado conmigo. Sabes muy bien cmo reacciono cuando me gritas.

l encendi un cigarrillo.

Tena que decrtelo aadi ella, y dicho est. Y ahora voy a hacer caf.

Se levant y fue a la cocina. l se qued sentado con el peridico sobre las rodillas escuchando los ruidos que ella haca. Empuj el peridico hasta el suelo y aplast el cigarrillo. Luego agach la cabeza y apret con fuerza las palmas de las manos contra los odos. De ese modo slo poda escuchar el zumbido que provena del interior de su cabeza. No se dio cuenta de que ella volva a entrar, pero de repente se percat de que lo estaba mirando.

Qu te pasa? le pregunt.

Nada. Me zumba la cabeza.

Crees que puede haber sido Martin, verdad?

Martin? Qu? Qu Martin?

Tu Martin. Por eso no queras denunciarlo a la polica, verdad? Tenas miedo de que hubiera sido Martin.

l se levant. Su mirada se encontr con la de ella, y ella retrocedi un paso.

Qu coo ests diciendo!

Pero...

Qu coo ests diciendo!

No he querido..., perdname. Me ests asustando. Por favor, Jakob, no me asustes. Jakob..., no!

l retir la mano. Dio la vuelta. Fue a la cocina. El agua para el caf estaba hirviendo y apag la placa. Sobre la encimera, en una bandeja, estaban las tazas, la jarrita de la leche y el azucarero. Se qued contemplando todo durante un rato, luego mene la cabeza varias veces. Sac el caf instantneo del armario, lo ech en las tazas, las llen de agua y llev la bandeja al cuarto de estar. Erna estaba sentada en el sof mirndose las rodillas y abrazndose como si tuviera fro. Jakob coloc la taza, la jarrita y el azucarero delante de ella. Ella no levant la vista. Jakob encendi el televisor. Echaban una pelcula policiaca. Se acomod en el silln y encendi un cigarrillo. Al cabo de un rato, Erna se levant y subi al dormitorio; l poda sentir sus pasos. No volvi a bajar.

La noche siguiente, Jakob coloc una lona grande sobre el montn de nieve junto a la valla de madera, y cuando la tierra se deshel, enterr al perro en la huerta. Erna no dijo una palabra, pero al llegar la primavera, la huerta qued sin cultivar.

El clavo en el cerezo

Mi madre estaba en el jardincito de detrs de la casa, de eso hace ya mucho tiempo, yo era mucho ms joven entonces. Estaba clavando un largo clavo en el tronco del cerezo, yo la vea desde la ventana del segundo piso, era un da bochornoso y nublado del mes de agosto, la vi colgar el martillo del clavo. Luego fue hasta la valla de madera al final del jardn, donde permaneci mucho rato, completamente inmvil, contemplando el extenso descampado sin rboles. Baj por la escalera y sal al jardn, no quera que se quedara all, pues quin saba lo que poda estar viendo. Me acerqu a ella. Me toc el brazo, me mir y me sonri. Haba llorado. Dijo sonriendo: No aguanto ms, Nicolay. De acuerdo, dije. Fuimos hasta la casa y entramos en la cocina. En ese momento lleg Sam quejndose del calor, y mi madre puso agua para el t. Las ventanas estaban abiertas. Sam hablaba a mi madre de una cama que causaba dolores de espalda a su mujer, y yo sub directamente a la habitacin que llambamos la habitacin de Sam, porque l era el mayor y el primero que haba tenido su propio cuarto. Me qued de pie en medio del cuarto de Sam dejando pasar el tiempo, luego volv a bajar. Sam estaba hablando de un motor fuera borda. Mi madre ech azcar al t y no paraba de removerlo con la cucharilla. Sam se sec la nuca con un pauelo azul, no poda soportar mirarlo, dije a mi madre que iba a comprar tabaco, y estuve fuera un buen rato, pero cuando volv, l segua all. Hablaba del entierro, de que el reverendo haba encontrado justo las palabras adecuadas. T crees?, pregunt mi madre. Le pregunt a Sam por la edad de su hijo. Me mir. Siete, dijo, pero si ya lo sabes. No contest, l segua mirndome, mi madre se levant y llev las tazas al fregadero. Entonces empieza ahora el colegio, dije. Evidentemente, contest, todos empiezan el colegio a los siete aos. S, ya lo s. Me levant y fui hasta la entrada y luego sub al cuarto de Sam, senta como si tuviera la cabeza en el fondo de un lago. Met el paquete de tabaco en la maleta, la cerr con llave y me met la llave en el bolsillo. No, me dije a m mismo. Volv a abrir la maleta, saqu el paquete de tabaco, saqu el otro paquete del bolsillo y volv a bajar a la cocina con los dos paquetes de tabaco en la mano. Sam dej de hablar. Mi madre estaba secando los cacharros con un pao de cuadros rojos y blancos. Me sent, dej los dos paquetes de tabaco en la mesa y empec a liarme un cigarrillo. Sam me mir. Se hizo el silencio durante un buen rato, hasta que mi madre se puso a tararear. Y t, dijo Sam, sigues con lo tuyo. S, contest. Jams lo comprender, gente adulta escribiendo poesa. Quiero decir, sin hacer nada ms. Bueno, bueno, Sam, dijo mi madre. Pues no lo entiendo, insisti Sam. Lgico, contest. Me levant y sal al jardn. Me resultaba demasiado pequeo, salt la valla y ech a andar por el descampado. Quera ser visible, pero a distancia. Anduve unos ochenta o noventa, tal vez cien metros, entonces me detuve y volv la cabeza. Poda ver la mitad del coche de Sam a la derecha de la casa. El aire no se mova. Apenas senta nada. Me qued mirando la casa y el coche durante mucho tiempo, tal vez un cuarto de hora, tal vez incluso ms, hasta que Sam se fue, a l no lo vi, slo el coche. Unos instantes despus, sali mi madre, y cuando vi que me haba visto, volv al jardn. Dijo que Sam haba tenido que marcharse. Te manda recuerdos, dijo. De veras?, pregunt. Es tu hermano, seal ella. Pero, madre, dije. Entonces ella mene la cabeza sonriendo. Le dije que por qu no se iba a descansar un rato. Asinti. Entramos. Se detuvo en medio de la habitacin. Abri la boca de par en par como si fuera a gritar, o como si le faltara el aire, luego la volvi a cerrar y dijo con un hilo de voz: Creo que no voy a superarlo, Nicolay. Quisiera morirme. La cog por los estrechos y picudos hombros. Madre, dije. Quisiera morirme, repiti. S, madre, dije. La conduje hasta el sof, estaba llorando, le tap las piernas con una manta, apret los ojos y llor ruidosamente, yo estaba sentado en el borde del sof mirando las lgrimas y pensando en mi padre, pensando en que ella seguramente lo haba amado. Puse una mano sobre su pecho, de alguna manera era consciente de lo que haca, y ella dej de apretar los ojos, pero no los abri. Ay, Nicolay, dijo. Duerme, madre, dije. No retir la mano. Al cabo de un rato, ella respiraba tranquilamente, y entonces me levant, fui a la entrada y sub al cuarto de Sam. Faltaban casi cinco horas para la salida del tren, pero estaba convencido de que ella lo comprendera. Hice la maleta, coloqu el traje negro en la parte de arriba. Tena la sensacin de que mi cabeza estaba en un gran espacio. Baj por la escalera y sal. Fui andando hasta la estacin, estaba lejos, pero me sobraba tiempo. Iba pensando en que ella tena que haber amado a mi padre, y que Sam..., que ella seguramente tambin lo quera a l. Y pens: No importa.

El comodn

Un sbado por la noche, hacia finales de noviembre, me hallaba solo en casa con Lucy. Yo estaba sentado en el silln junto a la ventana, ella junto a la mesa del comedor haciendo un solitario, ltimamente no paraba de hacer solitarios, yo no saba por qu, pensaba que quiz tena miedo de algo. Hace mucho calor, dijo Lucy, podras abrir un poco la ventana. Estaba de acuerdo en que haca algo de calor, y como fuera no haca demasiado fro, abr la ventana. Daba al jardn de atrs y a un bosquecillo, y me qued de pie un rato escuchando el suave rumor de la lluvia. Tal vez fuera esa la razn, la suave lluvia y el silencio, lo cierto es que ocurri lo que ocurre de vez en cuando: se te viene encima un gran vaco, es como si la misma falta de sentido de la existencia se te metiera dentro y se extendiera como un inmenso y desnudo paisaje. Ya puedes volver a cerrar, dijo Lucy, aunque yo segua mirando por la ventana. Voy a dar una vuelta, dije. Ahora?, pregunt ella. Cerr la ventana. Slo un paseto, contest. Ella segua con su solitario, sin levantar la cabeza. En la entrada, me puse el impermeable y el gorro de lluvia que slo utilizo para trabajar en el jardn cuando hace mal tiempo. Tal vez por eso fui al jardn en lugar de salir a la carretera. Llegu hasta el final, donde cultivbamos la col y haba un pequeo banco sin respaldo que databa de antes de que Lucy heredara la casa. Me sent bajo la lluvia en la oscuridad y mir hacia las ventanas iluminadas, pero como el jardn formaba una suave pendiente hacia abajo, no poda ver a Lucy, slo el techo y la parte superior de las paredes. Al cabo de un rato haca demasiado fro para permanecer sentado; me levant con la intencin de trepar por la valla y cruzar el bosquecillo hasta la carretera, junto a la oficina de correos. Pero al llegar a la valla, me volv y vi la sombra de Lucy en la pared de dentro y un trozo de techo, y no entenda cmo poda ser, no entenda cul poda ser la fuente de luz que haca que la sombra cayera justo ah. Trep por la valla por el lugar donde poda agarrarme a la rama inferior de un gran roble; desde all poda ver a Lucy sentada junto a la mesa. Delante de ella arda una vela, y en una mano llevaba algo que tambin arda, pero me resultaba imposible ver de qu se trataba. Luego la llama desapareci, y Lucy se levant; en ese instante fue como si toda la habitacin quedara en penumbra. Un momento despus, Lucy haba desaparecido de mi campo visual. Esper un rato, pero no volvi. Baj de un salto hacia la parte exterior de la valla y me adentr en el bosquecillo. Me preguntaba qu haba quemado, y de alguna manera me senta engaado, por no decir encandilado, s que fue justo eso lo que senta, porque la idea me dej algo perplejo, incluso me pregunt de dnde proceda el verbo encandilar. Segu andando por el sendero hasta llegar al aparcamiento de gravilla que haba detrs de la oficina de correos, all me par a sopesar los pros y los contras, luego volv por el mismo camino, no era muy largo, slo unos doscientos metros, y enseguida me encontraba otra vez junto a la valla.

Permanec un buen rato en la entrada, y cuando llegu al cuarto de estar, Lucy estaba haciendo un solitario. Levant la vista de las cartas y me dirigi una sonrisa. No haba ninguna vela en la mesa, ni restos de papel quemado en el cenicero. Y bien?, pregunt. Llueve, contest. Ya lo sabas, no?, pregunt ella. S, contest. Me sent junto a la ventana. Mir hacia el jardn, pero slo me encontr con el reflejo de la habitacin y el de Lucy. Al cabo de un rato, sin levantar la vista de las cartas y con una voz completamente cotidiana, dijo: No tengo ms que pellizcarme el brazo para saber que existo. Incluso tratndose de Lucy era una afirmacin muy contundente, y si la interpret como una acusacin, lo atribuyo a esa sensacin de haber sido engaado, una sensacin que no se haba esfumado al volver a casa y encontrar borradas todas las huellas de lo que haba visto desde la valla. Estuve a punto de darle una respuesta irnica, pero me control. No dije nada, ni siquiera me volv hacia ella, sino que continu observando su reflejo en el cristal de la ventana. Se puso a recoger las cartas, todava sin levantar la vista. Me sent como si tuviera la cara rgida. Lucy guard la baraja en el estuche y se levant lentamente. Me mir. Fui incapaz de volverme, estaba completamente recluido en la sensacin de haber sido agraviado. Dijo: Pobre Joachim. Y se fue. La o abrir el grifo de la cocina, luego se oy la puerta del dormitorio, y finalmente se hizo el silencio. No s cunto tiempo permanec sentado, desmenuzando con amargura sus ltimas palabras, tal vez varios minutos, pero por fin mis pensamientos tomaron otro rumbo. Me levant y me acerqu a la chimenea. Estaba tan limpia de cenizas como antes. Quera ir a la cocina y mirar en el cubo de la basura, pero dud ante la posibilidad de que Lucy me sorprendiera. Y qu?, me dije, no sabe que la he visto. Abr la puerta de debajo del fregadero, y sobre la basura poda verse la esquina de una carta quemada. La cog y empec a darle vueltas, perplejo y confuso. Las preguntas se enmaraaban en mi interior. Haba ido a buscar una vela con el fin de quemar una carta? Una de esas cartas con las que haca solitarios? Por qu una vela? Por qu quemar una carta? Por qu haba vuelto a guardar la vela? Qu carta? A la ltima pregunta tal vez pudiera darle una respuesta; dej caer la carta quemada al cubo de la basura y volv al cuarto de estar. La baraja segua sobre la mesa, saqu las cartas y las cont, cincuenta y tres. Slo haba un comodn. Lucy haba quemado un comodn. Mir el que quedaba: un bufn guiando un ojo al sacarse un as de corazones de la manga. Me met la carta en el bolsillo con una confusa sensacin de venganza, luego volv a meter la baraja en el estuche.

Cuando una hora ms tarde fui a acostarme, Lucy ya estaba dormida. Permanec mucho tiempo despierto, y a la maana siguiente me acordaba de todo. Llova. Intent imaginarme que era una maana de domingo cualquiera, pero no lo consegu. Desayunamos en silencio, es decir, Lucy mencion un par de asuntos triviales, pero yo no contest. Luego aadi: No hace falta que ests tan callado por m. En ese instante todo se me volvi negro por dentro. Tena el cuchillo en la mano y golpe el mango con tanta fuerza contra el plato, que estall. Luego me levant y sal de la habitacin gritando: Pobre Joachim, pobre Joachim!

Unas horas ms tarde, volv a casa. Haba pensado decirle que lamentaba no haber sido capaz de controlarme. La casa estaba a oscuras. Encend las luces. En la mesa de la cocina haba una nota en la que pona: S. Te llamar maana u otro da. Lucy.

As sali de mi vida. Despus de ocho aos. Al principio me negu a creerlo, estaba seguro de que al cabo de un tiempo se dara cuenta de que me necesitaba tanto como yo a ella. Pero no se dio cuenta, ahora lo s, he de aceptarlo, no era la que yo crea que era.

Un vasto y desierto paisaje

Me haban ayudado a ir hasta la terraza cubierta. Mi hermana Sonia me haba colocado cojines bajo las piernas y apenas senta dolor. Era un caluroso da de agosto, estaban enterrando a mi mujer, yo estaba tumbado a la sombra mirando el cielo azul mate. No estaba acostumbrado a tanta luz, y una de las veces que Sonia se acerc a ver cmo me encontraba, tena lgrimas en los ojos. Le ped que me fuera a buscar las gafas de sol, no quera que me malentendiera. Fue a buscarlas. Slo estbamos en la casa ella y yo, los dems haban ido al entierro. Volvi y me puso las gafas. Le tir un beso. Ella sonri. Pens: si t supieras. Las gafas eran tan oscuras que poda observar su cuerpo sin que se diera cuenta. Cuando se hubo alejado, volv a mirar el cielo. Oa golpes de martillo que provenan de un lugar lejano, era un sonido tranquilizador, nunca me ha gustado el silencio absoluto. Una vez se lo dije a Helen, mi mujer, y me contest que eso se deba a que tena demasiados sentimientos de culpabilidad. No se poda hablar con ella de esas cosas, pues enseguida empezaba a hurgar en el interior de uno.

Un rato despus, cuando los golpes de martillo haban cesado ya haca tiempo, todo se volvi ms oscuro a mi alrededor, y antes de comprender que se deba al doble efecto de una nube y las oscuras gafas de sol, se apoder de m una inexplicable angustia. Se disip inmediatamente, pero dej una secuela, una sensacin de vaco o abandono, y cuando Sonia volvi al poco rato, le ped una pastilla. Dijo que era demasiado pronto. Insist y me quit las gafas. No lo hagas, dije. Cerr los ojos. Volvi a ponrmelas. Tanto te duele?, pregunt. S, contest. Se fue. Al instante volvi con la pastilla y un vaso de agua. Me levant sostenindome por debajo del hombro sano, me meti la pastilla en la boca y me acerc el vaso a los labios. Pude notar el olor a ella.

Poco despus llegaron del entierro mi madre, mis dos hermanos y la mujer de uno de ellos. Un poco ms tarde llegaron el padre de Helen, sus dos hermanas y una ta suya a quien yo apenas conoca. Todos se acercaron a decirme algo. La pastilla haba empezado a hacer efecto, y yo, oculto tras las gafas oscuras, me senta como un padrino. Me pareci que no tena que decir gran cosa, pues todo el mundo me adjudicaba, claro est, un profundo dolor, no podan saber que yo estaba all tumbado indiferente a todo. Y cuando el padre de Helen se acerc a decirme algo, sent una especie de satisfaccin, porque ahora que Helen haba muerto, l ya no era mi suegro, ni las hermanas de Helen mis cuadas.

Al cabo de un rato, la mujer de mi hermano y las hermanas de Helen empezaron a poner la mesa en el jardn debajo de la terraza, y cada vez que pasaban por delante de m, camino del cuarto de estar, movan la cabeza y me sonrean, aunque yo finga no verlas. Luego deb de quedarme dormido, porque lo siguiente que recuerdo es un zumbido de voces en el jardn, y que poda ver las cabezas, nueve cabezas que apenas se movan. Era una imagen llena de paz, las nueve cabezas a la sombra del gran abedul, y al final de la mesa del jardn, con la cabeza vuelta hacia m, Sonia. Al poco tiempo, levant un brazo para llamar su atencin, pero ella no lo vio. Un instante despus, mi hermano pequeo se levant y se acerc a la terraza. Cerr los ojos y fing estar dormido. Le o detenerse un momento al pasar por delante de m, y pens: Estamos completamente desamparados.

Por fin se levantaron de la mesa, y mientras todos, excepto Sonia y mi madre, se preparaban para marcharse, permanec tumbado con los ojos cerrados fingiendo estar dormido. Luego mi madre sali del cuarto de estar y se me acerc. Le sonre, y me pregunt si tena hambre. No tena hambre. Te duele?, pregunt. No, contest. Pero por dentro, aadi. No, contest. Bueno, bueno, dijo ajustando la sbana que me cubra, aunque estaba bien colocada. Prefieres volver a tu casa?, pregunt. Por qu?, contest, no quieres que est aqu? S, dije, pero pensaba que a lo mejor echabas de menos a pap. No contest. Fue a sentarse en el sof de mimbre. En ese momento lleg Sonia. Me quit las gafas de sol. Tena una copa de vino en la mano. Se la dio a mam. Yo tambin quiero, dije. No con las pastillas, replic. No seas tonta, aad. Pero slo una copa, dijo. Se fue. Mi madre estaba sentada mirando el jardn, con la copa de vino en la mano. Todo esto es tuyo ya?, pregunt. S, tenamos comunidad de bienes. Notars un gran vaco, dijo. Yo no contest, no estaba muy seguro de lo que quera decir. Sonia sali con dos copas, dej una en la mesita junto a mi madre. Vino hacia m con la otra, me sostuvo por los hombros y me la acerc a los labios. Se inclin ms que antes y pude ver un poco sus pechos. Cuando apart la copa, mi mirada se cruz con la suya, y no s, tal vez ella viera algo que no haba notado antes, porque haba algo en sus ojos que iba y vena, algo parecido a la ira. Luego sonri y se sent al lado de mi madre. Salud, mam, dijo. S, contest mi madre.

Bebieron. Me puse las gafas de sol. Nadie deca nada. No me pareca un buen silencio, quera decir algo, pero no saba qu. Aqu no hay pjaros, dijo Sonia. Tampoco en nuestro jardn, seal mi madre. Excepto las gaviotas. Antes haba golondrinas, un montn de golondrinas, pero han desaparecido. Qu pena, dijo Sonia. A qu se debe? Nadie lo sabe, contest mi madre. Luego callaron durante un rato. Ya no sabemos si va a llover o a hacer bueno, dijo mi madre. Podis escuchar el parte meteorolgico, seal Sonia. No son de fiar, sentenci mi madre. En el sur de Europa, las golondrinas vuelan bajo incluso cuando no va a llover, indic Sonia. Ser otra clase de golondrinas, contest mi madre. No, dijo Sonia, son de la misma clase. Me extraa, dijo mi madre. Sonia no dijo nada ms. Bebi de la copa. Es verdad lo que dice Sonia?, pregunt mi madre. S, dije. Es que nunca puedes creerme, joder?, pregunt Sonia. Deberas abstenerte de decir tacos en un da como ste, dijo mi madre. Sonia apur la copa de vino y se levant. De acuerdo, dijo, esperar hasta maana. Qu mala eres, exclam mi madre. Con lo buena que era de pequea, dijo Sonia. Se acerc a m y me dio ms vino. No me sostuvo la cabeza lo bastante en alto y unas gotas de vino se escaparon por las comisuras de los labios y me bajaron por la barbilla. Me sec bruscamente con una punta de la sbana, sus labios denotaban enfado. Luego se fue al cuarto de estar. Qu le pasa?, pregunt mi madre. Es una mujer adulta, madre, dije, no quiere que la reprendan. Pero soy su madre, dijo. No contest. Yo slo quiero su bien, dijo. Yo no contest. Se ech a llorar. Qu te pasa, madre?, pregunt. Nada es como era, dijo, todo se ha vuelto tan... extrao. Sonia volvi a aparecer. Voy a dar una vuelta, dijo. Creo que se dio cuenta de que mi madre estaba llorando, pero no estoy seguro. Se fue. Qu guapa es, dije. Y eso de qu sirve, pregunt mi madre. Pero, madre, exclam. Uf, s, s, dijo, ya no s lo que digo. Si echas de menos tu casa, que se quede Sonia, dije. Se ech a llorar de nuevo, haciendo ms ruido esta vez, y ms descontroladamente. La dej llorar un rato, lo suficiente, a mi entender, luego pregunt: Por qu lloras? No contest. Empezaba a irritarme, pens, por qu coo lloraba? Entonces dijo: Tu padre tiene otra. Otra?, dije. Mi padre? No tena intencin de decrtelo, aadi. Como si no tuvieras bastante con tu propio dolor. No tengo ningn dolor, dije. Cmo puedes hablar as?, pregunt. No contest. Me qued pensando en ese delgaducho hombrecillo que era mi padre y que a los sesenta y tres aos..., un hombre a quien jams haba atribuido ms instinto sexual que el estrictamente necesario para engendrarnos a m y a mis hermanos. Por un instante, lo imagin desnudo entre los muslos de una mujer, y sent un intenso malestar. Mi madre entr en la casa con los vasos vacos, pero volvi a salir inmediatamente y not que quera hablar. Estaba de espaldas mirando al jardn. Y qu vas a hacer?, pregunt. Qu puedo hacer, contest, l me dice que haga lo que quiera y eso significa que no hay nada que pueda hacer. Te puedes quedar aqu, dije. Adivin que estaba empezando a llorar de nuevo, y tal vez porque no quera que me diera cuenta, baj por la escalera de la terraza. Seguro que las lgrimas de los ojos la hicieron pisar mal, porque perdi el equilibrio y cay de bruces. No poda verla. La llam, pero no contest. Intent levantarme, pero no tena donde agarrarme. Me tir hacia un lado y empuj con la mano la pierna escayolada sobre el borde de la tumbona. Me apoy en el codo y me incorpor. Entonces la vi. Estaba en el suelo con la cara contra la gravilla. Baj de la tumbona la otra pierna, que tambin estaba escayolada. Me dolan el hombro y un brazo. No era capaz de andar sobre las piernas escayoladas, as que me dej deslizar hasta el suelo. Me arrastr hasta la escalera. No poda hacer gran cosa, pero tampoco poda dejarla en el suelo. Me arrastr escaleras abajo hasta donde ella estaba. Intent tumbarla de lado, pero no pude. Le puse la mano bajo la frente. Not que estaba mojada. La gravilla me pinchaba como un cuchillo el dorso de la mano. Ya no me quedaban fuerzas. Me tumb a su lado. Entonces empez a moverse. Mam, dije. No contestaba. Mam, repet. Gimi y volvi la cara hacia m, sangraba y pareca asustada. Dnde te duele?, le pregunt. Ah, no!, dijo. Qudate quieta, pero se tumb de espaldas y se incorpor. Se mir las rodillas ensangrentadas y empez a sacarse piedrecitas de las heridas. Ay, ay, dijo, cmo he podido... Te has desmayado, seal. S, contest, todo se qued negro. Luego se volvi y me mir fijamente. William!, dijo. Qu has hecho! Ay, hijo mo, qu has hecho! Bueno, bueno, dije. Estaba muy incmodo, y con el brazo sano me arrastr hasta el csped. All me qued tumbado boca arriba y con los ojos cerrados. Me dola el hombro, era como si la fractura se hubiera vuelto a abrir. Mi madre hablaba, pero no tena fuerzas para contestar. Opin que yo ya haba hecho mi parte. La o levantarse. No quise abrir los ojos. Ella gema. Ven a sentarte aqu en la hierba, le dije. Y t? pregunt. Yo estoy bien, contest, ven a sentarte, Sonia vendr pronto. La mir. Apenas poda andar. Se sent con cuidado a mi lado. Creo que tengo que tumbarme un rato, dijo. Nos quedamos tumbados al sol, haca calor. No te duermas, dije. No, ya lo s. Y no dijimos nada ms en un rato. No digas nada a Sonia de lo de tu padre, dijo. Por qu no?, pregunt. Es muy humillante, afirm. Para ti?, pregunt, aunque saba que era eso lo que quera decir. S, dijo. Que te engae una persona en la que has credo durante cuarenta aos. Volver, dije. Si vuelve, dijo, ser otro hombre. Y volver a otra mujer. No, contest, pero no pude continuar. Sonia apareci en la puerta de la terraza. Grit mi nombre. Cerr los ojos, no poda ms, quera que se ocuparan de m. Mam!, grit. Cuando la sent muy cerca, abr los ojos y le sonre, luego volv a cerrarlos. Mi madre le explic lo ocurrido. Yo no dije nada, quera estar desvalido, abandonado a los cuidados de Sonia. Vino con cojines, me los coloc bajo los hombros y la cabeza, y le ped una pastilla. Se ausent durante un buen rato, sera entonces cuando llam a la ambulancia, pero no dijo nada al volver con la pastilla. Me la dio y me pregunt cmo me senta. Bien, contest, y aunque era la verdad, no pretenda que se lo creyera. Era cierto que el hombro me dola, pero me senta bien. Se me qued mirando un buen rato, luego subi a la terraza a por la tumbona. Pero no para m. Para mi madre. Tras reflexionar, me pareci lo correcto, pero podra haber preguntado para que hubiera tenido la oportunidad de rechazarla. Mi madre protest, quera que me tumbara yo. No, dijo Sonia. La tumbona es para ti.

Yo no dije nada. Pens: Le he dicho a Sonia que me encontraba bien, es por eso. Sonia acomod a mi madre en la tumbona, luego se meti en casa. El csped estaba duro, y me pregunt cunto tiempo pretenda Sonia dejarme all tumbado, pues en ese momento no saba que haba llamado al hospital. Todo estaba en silencio, y o parar un coche delante de la casa, y que alguien llamaba a la puerta. Al cabo de un rato lleg Sonia acompaada por dos hombres vestidos de blanco. Bajaron por la escalera y fueron directamente hacia mi madre. Uno de ellos le habl, el otro se volvi hacia m y me mir fijamente las piernas. Cunto tiempo lleva con eso?, pregunt sealando la escayola. Una semana, dije. Se cay del tejado?, pregunt. Accidente de coche, contest. Volv la cara hacia el otro lado. Es necesario?, pregunt mi madre. S, mam, contest Sonia. El hombre que haba hablado conmigo fue a por una camilla, el otro se me acerc y me pregunt cmo estaba. Bien, contest. Seguro que Sonia le haba dicho algo de mi hombro, porque l se inclin sobre m y lo toc. Su ayudante lleg con la camilla, me levantaron y me pusieron sobre ella. Me subieron por la escalera hasta el dormitorio. Sonia iba delante sealando el camino. Me tumbaron en la cama y se marcharon, Sonia tambin. Volvi al cabo de un rato. Voy a acompaar a mam al hospital, dijo.

De acuerdo, contest. Necesitas algo? pregunt. No, contest. Se march. Mi intencin no haba sido ser cortante, en realidad no, pues entend que mi madre tambin la necesitaba.

Pronto cay el silencio sobre la casa. Se me cerraron los ojos y vi aquel vasto y desierto paisaje, ese que tanto duele mirar, es demasiado vasto y demasiado desierto, de alguna manera est dentro y fuera de m. Abr los ojos para que desapareciera, pero tena tanto sueo que volvieron a cerrarse solos. Supongo que se deba a las pastillas. No tengo miedo, dije en voz alta, slo por decir algo. Lo repet varias veces. Y ya no recuerdo ms.

Despert en la penumbra. Las cortinas estaban echadas, el reloj marcaba las cinco. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y por la rendija entraba una fina franja de luz. En la mesilla haba una botella de agua, y la cua estaba colocada de modo que poda alcanzarla con la mano sana. No tena ningn pretexto para despertar a Sonia. Encend la lmpara y me puse a leer Maigret y la muchacha muerta, que Sonia me haba trado. Al cabo de un rato sent hambre, pero era muy temprano para llamar a Sonia. Segu leyendo. Cuando el despertador marcaba las seis y media, empec a impacientarme y a irritarme. Me pareca muy desconsiderado por parte de Sonia no haberme hecho un par de tostadas, debera haber supuesto que me despertara en el transcurso de la noche. Me qued quieto para or los ruidos de la casa, pero el silencio era total. Me imagin a Sonia y me entr hambre de otra clase. La vi con ms nitidez de lo que la haba visto jams en la realidad, y no hice nada por borrar la imagen. Permanec as durante un buen rato, hasta que o sonar un despertador. Cog el libro pero no me puse a leerlo. Esper. Al final la llam. Entonces acudi. Llevaba una bata de color rosa. Estaba tumbado con el libro en la mano para que se diera cuenta de que llevaba tiempo despierto. He odo el despertador, dije. Estabas profundamente dormido, dijo ella, no quise despertarte. Te duele algo? El hombro, contest. Quieres que vaya a buscar una pastilla?, pregunt. Gracias, contest. Se fue. Iba descalza. Andaba de puntillas. Dej el libro en la mesilla. Ella volvi con la pastilla y un vaso de agua. Me sostuvo por los hombros. Pude ver uno de sus pechos. Luego le ped que me pusiera otro debajo del hombro. Qu guapa eres, dije. Ests ms cmodo?, pregunt. S, gracias, contest. Enseguida te traer el desayuno, dijo, en cuanto me vista. No es necesario, dije. No tienes hambre?, pregunt. S, contest. Me mir. Fui incapaz de interpretar su mirada. Luego se fue. Tard mucho en volver.

Cuando lleg con el desayuno, estaba completamente vestida. Llevaba un blusn abotonado hasta el cuello. Me dijo que tena que incorporarme, y fue a buscar ms cojines para ponrmelos en la espalda. Estaba cambiada. Miraba a todas partes menos a m. Puso la bandeja con las tostadas y el caf sobre el edredn ante de m. Llmame si quieres algo, dijo al marcharse.

Cuando hube desayunado, decid que no la llamara, tendra que venir por propia iniciativa. Puse el plato y la taza sobre la mesilla y dej caer la bandeja al suelo, convencido de que lo oira. Consegu quitarme los cojines de la espalda. Estuve esperando durante mucho tiempo, pero no llegaba. Record que haba olvidado preguntarle por nuestra madre. Luego pe