Atrapados en El Orfanato

8/19/2019 Atrapados en El Orfanato

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Txetxu Núñez


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ATRAPADO

S

EN EL

ORFANAT

O


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Jean y Aitana regresaron a casa a lascinco como todos los días, su madre lesestaba esperando en el descansillo de laescalera, en cuanto les vio les preguntó:

- ¿Qué tal en el colegio?

-

Muy bien, contestó Jean. Hemetido dos goles y me hanentregado los exámenes deMatemáticas y Lengua.

La madre se quedó mirando a su hijo esperandoque le dijese que había sacado en losexámenes, pero Jean no terminaba decontestar.

- ¿Qué has sacado?, le dijo sumadre.

-

Creía que no me lo ibas apreguntar nunca, contestóJean con una sonrisapicarona. He sacado dossobresalientes.


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-

¡Enhorabuena!, dijo lamadre al mismo tiempo quese acercaba a su hijo y ledaba un abrazo muy fuerte acompañado de un par debesos.

Seguidamente se metieron en casa.

-

Yo también tengo algo quecontarte, dijo Aitana.

La madre se giró hacia su hija y le preguntó:

- ¡Dime!, que es eso que metienes que contar.

- Que tengo una nueva amiga,

contestó su hija.

- ¿Cómo se llama?, preguntósu madre.


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- ¡Leyva! Contestó Aitana y

añadió, sus padres tienenmucho dinero.

-

Muy bien, dijo su madre,pero ahora toca merendar.

De repente apareció Abdiel, el hermanopequeño.

-

Yo también tengo hambre.

- Tú también tienes

preparada la merienda, dijosu madre con una sonrisa.

Poco después, los tres hermanos estabansentados en la mesa de la cocina comiendo unosbocadillos. Jean fue el primero en acabar.

-

¡Veis a vuestro hermanomayor!, ya ha acabado, dijosu madre. Vosotros sinembargo perdéis mucho eltiempo.


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Jean cogió su mochila y empezó a sacar los

libros y cuadernos que necesitaba para hacerlos deberes que le habían mandado en el colegioPoco después terminó de merendar Aitana,también cogió su mochila y sacó los libros ycuadernos para hacer los deberes. Más tardeacabó Abdiel, pero él se puso a jugar, aún no iba ala escuela, solo tenía cuatro años. Aitana fue la

primera en acabar los deberes, recogió todo yseguidamente fue a su cuarto a coger susmuñecas preferidas para jugar. Jean sinembargo seguía haciendo deberes, tenía quehacer muchos. Cuando anocheció y llegó supadre acababa el último ejercicio dematemáticas.

- ¡Por fin!, dijo Jean.

Seguidamente recogió los libros y cuadernosque había utilizado y los volvió a meter en lamochila, la cogió y la llevó a su habitación, la dejóal lado de la silla donde ponía su ropa doblada

para el día siguiente y cogió el libro que habíaempezado a leer el día anterior, “La lucha deRing”. Poco después estaba sentado en un sofáque tenía en la habitación y metido en el libro deaventuras.


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- ¡A cenar!, se oyó la voz de la

madre.Jean cerró el libro con pena pues estaba muyemocionante, pero sabía que obedecer a suspadres a la primera era una de las cosas que sehabía propuesto para mejorar. Cuando entró enla cocina estaban sentados a la mesa su padre y

su madre, faltaban sus hermanos pequeñosJean giró sobre sus talones y fue en busca deellos, a Abdiel se lo encontró en el pasillo jugandocon unos cochecitos de juguete haciendocarreras.

- ¡Abdiel!, a cenar, dijo Jean.

Cuando mejor me lo estoy pasando tengo quedejar de jugar, dijo Abdiel con la cara enfadada.

- ¡Pues sí!, dijo Jean. Los papásestán ya sentados a la mesa.

Como veía que Abdiel seguía sin obedecer, Jeanle cogió los coches con los que estaba jugando yle dijo:

-

Como no vayas corriendo alavarte las manos para


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cenar no te vuelvo a dar más

coches.La cara de Abdiel seguía seria, pero se levantódel suelo y corrió a lavarse las manos paracenar. Seguidamente Jean fue en busca de suhermana, la encontró en su habitación, estabapeinando a sus muñecas.

- ¡Aitana! Tenemos que cenar.

Aitana se quedó mirando a su hermano como sle hubiese echado un jarro de agua fría por lacabeza, le había estropeado el mejor momentode su vida.

-

¡Aitana!, despierta, tenemosque cenar, volvió a repetirJean.

A regañadientes Aitana dejó sus muñecas y

salió de su habitación enfadada. Jean iba pordetrás para que no se perdiese por el caminoPoco después los cinco estaban sentados a lamesa. Papá bendijo la mesa y seguidamenteempezaron a cenar.

Jean le contó a su padre lo que le había contadoa su madre, cuando terminó, Aitana siguió y


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cuando terminó Aitana, Abdiel también empezóa contar lo que le vino a la cabeza.

- ¡Muy bien!, dijo el padre, veoque tenéis muchos amigos yque las cosas han ido bien enel colegio.

Poco después terminaron de cenar y fueron alsalón, cinco minutos más tarde, tanto lospadres como los hijos estaban leyendo, cadauno tenía un libro. Todas las noches después decenar dedicaban un cuarto de hora a la lectura,hasta Abdiel el pequeño de la casa miraba uncuento.

La familia Wagman vivía feliz en Alemania y todopresagiaba que iban a continuar igual en los añosvenideros. Pasó el tiempo y todo iba sobreruedas, la familia estaba unida y se queríanmucho. Hasta que un día Arnol Wagman al pasarla carretera corriendo para coger el autobús, un

coche le atropelló, rápidamente llamaron a unaambulancia, pero cuando llegaron los médicosArnol había muerto. La policía rápidamente sepresentó en el lugar del accidente y después deinvestigar supieron que la persona atropelladaera Arnol Wagman que vivía en unos pisosresidenciales. Media hora más tarde dos


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hombres de la policía se presentaron en la casade los Wagman.

- ¡La señora Wagman! Preguntóuno de los policías a Karen,la madre de Jean, Aitana y Abdiel.

- Sí, ¡Dígame!, preguntó Karen al ver la placa de policía quele enseñaba la persona quehabía hablado.

-

¡Su marido ha tenido un accidente y ha muerto!,tendrá que venir connosotros para ver siverdaderamente es él y

recoger sus cosaspersonales.

La cara de Karen se empezó a poner cada vezmás blanca. Uno de los policías viendo comoestaba reaccionando rápidamente avanzó haciaella y la cogió antes de que cayese desmallada al


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suelo. Cuando Karen despertó estaba tumbadaen el sofá del salón. Jean, Aitana, Abdiel y los

dos policías estaban junto a ella.

-

¿Qué tal se encuentra?, lepreguntó uno de los policías.

- ¿Qué ha sucedido?, preguntó

Karen sin saber que pasaba.

Poco después Karen empezó a llorar, habíarecordado que su marido había muerto en unaccidente. Jean se abrazó a su madre paraconsolarla. Seguidamente Aitana y Abdie

hicieron lo mismo.

- ¡Si necesita algo!, preguntóuno de los policías,estaremos encantados de ayudarla. No hace falta que

vaya ahora mismo a lacomisaria. Cuando esté mejorpuede pasar para recogerlas cosas de su marido.


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- Mañana pasaré. Muchas

gracias, contestó Karen.Un mes más tarde el aspecto de Karen habíacambiado, estaba más seria y había adelgazadobastante.

- ¡Ama!, le dijo un día Jean, ya

no sonríes nunca, antesestabas siempre alegre.

Karen miró a su hijo con dulzura, pero norespondió, la pena que sentía por la muerte desu marido se había apoderado de ella, aún as

luchó por sobreponerse y poco a poco se fuerecuperando, empezó a sonreír como cuandovivía su marido.

Un día Karen les dijo a sus hijos:

- Cuando termine este curso

tendréis que cambiar decolegio. No podemos pagarlas facturas, iréis a uno másbarato.


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- No importa mamá, dijo

rápidamente Jean,estudiaremos igual.

Karen miró a Jean con cariño, era un chico quesiempre estaba dispuesto a hacer lossacrificios que hiciese falta, siempre tenía unasonrisa para su madre, y desde que su padre

murió intentaba llenar el hueco que había dejadoayudando a su madre en todo. Sin embargoAitana que era un año menor que su hermano noayudaba tanto y se preocupaba más de suscosas que las de la casa.

Cuando terminaron el curso y se cambiaron a

nuevo colegio Jean no se quejó, pero Aitana alllegar a casa le dijo a su madre que no volvería aesa escuela, que ella solo estudiaría en la quehabía estado anteriormente. Karen le dijo a suhija que no tenían dinero para que volviese a laotra escuela, que desde que murió su padre noles llegaba el dinero. Aitana se enfadó con su

madre y se marchó a su habitaciónencerrándose por dentro para que nadie lamolestase.

- ¡No te preocupes mamá!, ledijo Jean a su madre. Yo


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hablaré con Aitana y la

convenceré.Nada más decirle esto a su madre se fue hacia lahabitación de su hermana para hablar con ella.

- ¡Aitana, quiero hablarcontigo!, abre la puerta por

favor.

Aitana no respondió a la llamada de su hermano.

- ¡Aitana!, por favor, ¡abre lapuerta!, volvió a repetir

Jean.

Pasó el tiempo y Jean seguía esperando hastaque oyó unos pasos que se acercaban a lapuerta, segundos después se abría apareciendoAitana.

-

¿Qué quieres?, preguntó Aitana con la cara enfadada.

- Hablar contigo, contestóJean.


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Aitana estaba indecisa sobre cerrar la puerta odejarle entrar a su hermano. Poco después, dijo:

- ¡Entra!, pero dime rápido loque me tengas que decirporque no tengo ganas denada.

Jean entró en la habitación y se sentó en la sillaque tenía su hermana junto a la mesa deestudio, durante unos minutos ambos sequedaron mirando sin decirse nada, hasta quedespués de aquellos momentos tensos Jeandijo:

- Ama está pasando por el peormomento de su vida. Lamuerte de papá le ha afectado mucho y aún no se

ha recuperado. Tenemos que ayudarla en todo, sino, no séqué puede pasar. Te pido porfavor que trates decomprenderla y pon algo detu parte para que ella se


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sienta apoyada por nosotros,

con Abdiel no podemoscontar porque aún es muypequeño, pero tú y yopodemos hacer mucho pormamá.

Aitana escuchó todo lo que su hermano leacababa de decir sin inmutarse, su cara estabablanca. Jean esperó sentado a que su hermanadijese lo que pensaba sobre lo que le había dichopero su hermana seguía mirándole sin apartar lavista de él, por fin después de unos momentostensos, dijo:

- Yo soy una niña y ahora a loque me tengo que dedicar es a jugar y a no pensar en nadamás. La que tiene quepreocuparse de nosotros es

mamá, para eso es mayor.Jean vio que su hermana no atendía a razones,no quería madurar y salir de su infancia paraafrontar lo que les venía encima, se levantó de lasilla y se dirigió a la puerta saliendo pocodespués de la habitación de su hermana.


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Pasó el tiempo, Aitana no tuvo más remedio que

seguir en la nueva escuela, pero pasaba los díasen clase sin hacer prácticamente nada. Cuandole dieron las notas de la primera evaluaciónfueron desastrosas. Karen no sabía que hacercon su hija, cada día que pasaba estaba másrebelde y no atendía a razones. Jean habíaintentado hablar alguna vez más con su

hermana, pero daba la sensación que laspalabras le entraban por un oído y le salían por eotro, no hacía caso.

Las cosas para la familia Wagman se estabanponiendo cada vez peor. El dinero apenas lesllegaba para poder terminar el mes. Karen

empezó a buscar trabajo, después de muchomirar la contrataron en una empresa en el turnode noche, tenía que atender las llamadastelefónicas, pero la pagaban poco dinero. Karenque no se había recuperado de la muerte de suesposo volvió a sentirse mal, pero por miedo aque la echasen del trabajo no faltaba y cada díaque pasaba se encontraba peor. Un día que Jeansalió del colegio, al regresar a casa y ver la carade su madre se alarmó.

-

¡Ama!, ¿qué tal teencuentras?, no tienes buenacara.


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-

Estoy bien hijo mío,respondió la madre y empezó a toser.

Jean se asustó al oír la tos de su madre, era unatos seca y cavernosa.

-

Será mejor que te acuestes,yo prepararé la cena, dijoJean a su madre.

Karen se encontraba tan mal que dijo:

-

¡Sí!, me acostaré un pocopara recuperarme, luegotengo que ir a trabajar.

- ¡Hoy te quedarás en casa!,

dijo Jean. Así como estás nopuedes ir.

Karen miró a su hijo con cariño y se fue a suhabitación. Jean empezó a preparar unosbocadillos para sus hermanos y para él. Cuando


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terminó fue a la habitación de su madre para verque tal se encontraba.

- ¡Ama!, ¿qué tal estás?,preguntó Jean en voz bajapara no molestarla.

Pero no recibió ninguna contestación por parte

de su madre. Jean se acercó a la cama y la tocóla frente, estaba ardiendo. El chico fue dondeestaba su hermana y le dijo:

-

Voy a buscar al médico, mamáestá mal. En la cocina hay

unos bocadillos, podéis ircenando Abdiel y tú.

Aitana miró a su hermano como si no estuviesehablando con ella. Seguidamente siguió jugandocon sus muñecas. Jean salió corriendo de sucasa en busca de un médico, media hora más

tarde regresaba con el que estaba de guardia. Emédico nada más verla puso mala cara,rápidamente la miró y dijo:

- Hay que llevarlaurgentemente al hospital,


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vuestra madre está muy

enferma.El médico cogió el teléfono y llamó al hospitapara que enviasen una ambulancia. Más tardeKaren y Jean iban en la ambulancia hacia ehospital. Jean antes de salir de casa le dijo a suhermana lo que pasaba. Mientras él estuviese en

el hospital con su madre tenía que encargarsede Abdiel. Cuando llegaron al hospital Karendesapareció tras unas puertas donde se podíaleer, - ¡Prohibida la entrada!

Pasó el tiempo y Jean seguía sentado en una delas sillas que había en la salita de espera junto aotras muchas personas que también esperaban

De vez en cuando salía una enfermera y llamabaa una persona para decirle como estaba sufamiliar. Cada vez que salía la enfermera parahablar con alguien, Jean se levantaba de suasiento, pero poco después se daba cuenta queno para él y volvía a sentarse. La espera cadavez se hacía más larga, pero el chico rezaba a la

Virgen María para que su madre se recuperara.

Cuando estaba amaneciendo y solo quedabantres personas esperando noticias de susfamiliares, volvió a salir la enfermera y esta vezse dirigió a Jean.


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- ¡Ven conmigo!, le dijo la

enfermera.Jean la siguió, se metieron por un pasillo largo,poco después giraron y continuaron andandohasta que se metieron en la primera puerta a laizquierda.

-

¡Entra!, le dijo el médico deguardia a Jean, ¡siéntate!

Jean pasó al despacho, se sentó en una sillaenfrente del doctor y se le quedó mirando a lacara esperando a que le dijese como estaba sumadre.

-

Tu madre no está nada bien,dijo el doctor. La hemosoperado urgentemente, perovemos que no recupera comotenía que hacerlo.Tendremos que esperar, eltiempo nos dirá comoevoluciona.


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- ¿Puedo verla?, preguntó

Jean.

-

¡No es conveniente!,respondió el médico. Estácompletamente sedada ynecesita reposo. Es mejor

que vayas a casa y si hay algún problema te llamamos.

- ¡Gracias doctor!

Jean se levantó y salió del despacho del doctor,salió del hospital y cogió el metro en dirección asu casa. Cuando llegó estaban sus hermanosdesayunando, se dio cuenta que su hermanahabía calentado la leche y le había preparadounas tostadas con mantequilla a su hermano.

-

¡Gracias Aitana!, por hacertecargo de Abdiel.

-

¿Qué tal está mamá?,preguntó Aitana.


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- El doctor me ha dicho que es

muy pronto para saber comoha salido de la operación,tenemos que esperar unosdías. Si hay alguna cosaurgente nos llamarán.

-

¿Han operado a mamá?, volvió a preguntar Aitana.

- ¡Sí!, contestó Jean. En cuantollegó la tuvieron que

intervenir, estaba muy mal.Aitana cogió un tazón y lo llenó de lecheseguidamente se lo puso a su hermano.

- ¡Ahí tienes tu desayuno!, le

dijo Aitana a su hermano.- ¡Gracias!. Jean estaba

contento, su hermana habíasufrido un cambioimpresionante. El día


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anterior no quería saber

nada de nadie y ahorapreparaba desayunos yestaba amable.

Jean desayunó con ganas, hacía tiempo que noprobaba bocado y tenía hambre, tomó varias

tostadas con mantequilla y mermelada y lasuntó en el tazón de leche.

- Creo que es la hora de ir alcolegio, dijo Jean mirando asu hermana.

Aitana cogió a su hermano pequeño y se fue conél a la habitación para ayudarle a prepararsepara ir a la escuela. Un poco más tarde los treshermanos salían de casa hacia el colegio.

- Cuando salgamos de clase,

dijo Jean a Aitana, serámejor que regresemosjuntos a casa.

- ¡De acuerdo!, dijo Aitana quellevaba a Abdiel de la mano.


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Las horas pasaban lentas en el colegio, Jeanestaba en clase de Matemáticas cuando unchico llamó a la puerta de la clase.

-

¡Jean Wagman!

-

¡Si, soy yo!, contestó Jean.

- Que vayas a ver al directorurgentemente.

Todos los chicos de la clase se le quedaronmirando como si hubiese hecho una cosa

malísima. Cuando el director llamaba a algúnchico era porque se había metido en algún líoJean se ruborizó al ver posarse sobre él todaslas miradas de sus compañeros, salió del aula yfue detrás del chico que había ido a buscarleCuando llegaron al despacho del director, echico que le acompañó, dijo:

- ¡Ahí está el despacho deldirector!, seguidamente sefue.


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Jean tímidamente llamó a la puerta y una vozdesde el interior dijo:

- ¡Adelante!.

Jean entró en el despacho tímidamente, nosabía para que le había podido llamar el director,él no había hecho nada malo.

-

Me han llamado del hospital,dijo el director. Tú madreestá muy mal, será mejor quevayas a verla.

Jean salió corriendo del despacho del directorhacia la calle, seguidamente se dirigió al metro,poco después lo cogió. Cuando llegó al hospitalse dio cuenta que no había avisado a sushermanos de que se iba, ya era demasiadotarde, subió a la planta donde había estado lanoche pasada y se dirigió hacia la primeraenfermera que vio.

- Me han llamado del hospitaldiciéndome que venga a ver ami madre, se llama Karen.

- Sí. ¡ven conmigo!


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Jean siguió a la enfermera a través de un pasillolargo hasta que llegaron a una habitación, en lapuerta ponía 130, entraron y Jean vio a sumadre en la cama, tenía la cara muy blanca. Unaenfermera y el médico estaban con ella. Emédico y la enfermera miraron al chico.

-

¡Ama! ¿Qué tal estás?

Karen se quedó mirando a su hijo con los ojosvidriosos, apenas podía articular palabra.

- ¡Hijo!, siento que me voy. Diosme está llamando. Haztecargo de tus hermanos, ya séque aún eres un niño, pero yodesde el cielo te ayudaré.

Nada más decir estas palabras, Karen pegó unfuerte suspiro, cerró los ojos y se quedó rígida

El médico auscultó a la enferma y dijo:

- ¡Tu madre ha muerto!

Jean empezó a llorar, nunca lo había hecho, ncuando murió su padre. Pero esta vez no sepudo aguantar y las lágrimas empezaron a


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brotar de sus ojos. Tanto el médico como laenfermera se quedaron mirando al chico, no

sabían qué hacer.

Al día siguiente fue el funeral. La Iglesia deNuestra Señora del Buen Socorro estaba llenade gente. Muchos conocían a Karen y queríandarle el último adiós. Los padres de Jean nodebían de tener hermanos, nunca les hablaron de

ellos, por eso estuvieron solos sentados en eprimer banco. Cuando terminó la misa todo emundo les daba el pésame, y unos y otroscomentaban en voz baja que iba a ser de los tresniños.

Pasó el tiempo y Jean que era el mayor de los

hermanos con doce años se encargaba de suhermana de once y su hermano pequeño de seispero un día se presentó en su casa una señoramuy seria con gafas y un moño.

-

¿Sois los hermanos Wagman?Preguntó la señora.

-

¡Sí!, contestó Jean.

- ¿Puedo pasar?, volvió apreguntar la señora.


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Jean se la quedó mirando sin saber queresponder, no conocía de nada a aquella mujer.

La señora viendo que el chico no se decidía adejarla entrar, dijo:

- Soy la directora delorfanato, me llamo Alcira yhe venido para llevaros

conmigo.

- Nosotros estamos muy bien aquí en casa, dijo Jean, noiremos a ningún orfanato, yome encargo de mis hermanos.

- Tú no puedes hacerte cargode tus hermanos, dijo laseñora con una sonrisa,porque la dueña de este piso

donde vosotros estáisviviendo dice que hace mesesno la pagáis el alquiler,dentro de poco no tendréisnada que llevaros a la boca y


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tú no querrás que tus

hermanos pasen hambre.Cuando Jean oyó a la señora hablar de sushermanos que iban a pasar hambre se quedómudo, seguidamente preguntó:

- ¿En ese lugar no pasarán

hambre mis hermanos?

-

¡No!, contestó Alcira. Allí secome todos los días.

-

Pues entonces nos vamos conusted, dijo Jean pensando ensus hermanos más que en él.

-

¡Aitana, Abdiel! Cogedvuestra ropa, nos vamos a

vivir con esta señora a otracasa.

Más tarde Jean, Aitana y Abdiel salían de lacasa acompañados de la directora del orfanatoLos tres hermanos llevaban unas bolsas con sus


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ropas. Cogieron el autobús y se dirigieron aorfanato que estaba a las afueras de la ciudad

Una hora más tarde el autobús les paró paraque bajasen.

- Tenemos que andar duranteun rato, dijo la directoradel orfanato, la casa está un

poco más alejada.Los cuatro empezaron a andar por la carreterahasta que apareció un camino que se adentrabaen un bosque. Jean miró a la directora y lepreguntó:

-

¿A dónde nos lleva?

-

¡No te preocupes!, lerespondió Alcira. La casaestá muy cerca, solo tenemos

que andar un poco más y aparecerá.

Jean no estaba muy convencido de lo que leestaba diciendo la directora del orfanato y lamiraba con recelo. Siguieron andando hasta quesalieron del bosque, de repente apareció la casa


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Los tres niños se quedaron mirando: eraantigua, grande, tenía grandes ventanales, pero

todos tenían rejas y estaba rodeada por unmuro de más de tres metros de alto, la entradaeran dos puertas de hierro, más que una casaparecía una especie de cuartel donde viven lossoldados, a simple vista se podía afirmar queera imposible escaparse de aquella casa.

Alcira y los niños se acercaron a las puertas dehierro.

- ¡Abrid! Gritó la directora.

Un hombre con muy mala cara abrió las puertasde hierro dejando pasar a la directora y a los

niños. Seguidamente el hombre cerró la puertaEntraron en un gran patio donde había muchosniños de todas las edades. Todos vestían degris: pantalón los niños y falda las niñas con unacamisa también del mismo color. Los niños

jugaban en el patio, corrían de un lugar a otrochillando y riendo. De repente sonó una sirena:

- Hiiiiiiiiiiiiiiiiiii.......

Todos los niños se callaron y se pusieron en filasmirando hacia la casa. Las niñas en un sitio y losniños en otro. Los mayores en una fila y lospequeños en otra. A Jean le impresionó como los


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niños al oír la sirena dejaron de jugar y secallaron todos al mismo tiempo que se ponían en

la fila que les tocaba.

La directora se acercó a Jean, Aitana y Abdiel yles dijo:

- ¡Acompañad a Griselda!

Jean, Aitana y Abdiel siguieron a Griselda haciala casa. Todos los niños les miraban desde elugar donde estaban, pero ninguno dijo nadaCuando entraron en la casa fueron hasta una delas habitaciones, Griselda abrió unos cajones ysacó dos pantalones, una falda y tres camisasdel mismo color “gris”.

-

La ropa que habéis traído noos va a servir para nada, aquí solo podéis vestir laque os acabo de dar.Quitaros la ropa y meterlaen las bolsas.

- El día que salgamos de aquí,dijo Jean, las necesitaremos.


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Griselda se echó a reír. Jean, Aitana y Abdiel seasustaron de aquella risa malévola que tenía

aquella mujer.

-

Os he dicho que no la vais anecesitar nunca más, repitióGriselda.

Los chicos se empezaron a quitar la ropacuando acabaron de cambiarse Griseldaalargando las manos se las cogió a los niñostirándolas en un rincón de la habitación.

- Y ahora seguidme, dijoGriselda de mala gana.

Griselda salió de la habitación y se dirigió haciaunas escaleras que subían a la planta de arribade la casa. Jean, Aitana y Abdiel la siguieronempezaron a subir, estuvieron un buen ratosubiendo hasta que llegaron a una habitaciónmuy grande donde había muchas camas.

-

¡Tú dormirás en esta cama!,le dijo Griselda a Abdiel.Seguidamente salieron de lahabitación y mirando a loschicos, dijo: -Vosotros dos


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seguidme, Jean y Aitana la

siguieron.Poco después entraron en otra habitaciónenorme, Griselda les llevó hasta otra camaestaba lejos de la de su hermano.

-

¡Tú dormirás aquí!, le señaló

Griselda a Jean. Mirándole ala cara le dijo -espero queno nos des problemas.

Seguidamente Griselda salió del dormitorio delos chicos mayores y se dirigió hacia el de las

chicas, Aitana la seguía. Subieron más escalerashasta que llegaron a otra habitación dondetambién estaba llena de camas.

- ¡Tu cama es esta!, le dijoGriselda a Aitana. Te digo lomismo que a tus hermanos,espero que te portes bien.

Más tarde Griselda bajaba con Aitana pararecoger a los chicos que se habían quedado ensu habitación. Poco después habían llegado a laprimera planta.


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-

¡Tú!, dijo Griseldadirigiéndose a Abdiel, llama a esa puerta y cuando te abran entras dentro.

Griselda siguió por el pasillo hasta otra puertadirigiéndose a Aitana, le dijo:

- Llama a esa puerta y cuandote abran entras dentro.

Después de dejar a Aitana, siguieron andandohasta otra puerta y le dijo a Jean:

- Esa es tu clase.

Jean llamó a la puerta y esperó a que la abriesenpasó el tiempo y nadie abría la puerta. El chicose impacientó y al cabo de un rato volvió allamar. Poco después se abrió la puerta yapareció un hombre alto y delgado con cara depocos amigos.

-

¡Entra!, dijo Edgardo, Jeanentró, el profesor cerró lapuerta dando un portazo.


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¡Mirad todos a este chico!,

dijo de repente Edgardo.Parece que tiene prisa paraque le abramos la puerta, nosolo se contenta con llamaruna vez sino que lo hace dosveces.

Todas las miradas de los chicos se dirigieron aJean. El chico no se esperaba este recibimiento,presentía que algo no muy bueno iba a sucederleen poco tiempo.

-

¿Cómo te llamas?, lepreguntó Edgardo.

-

¡Jean!, dijo tímidamente elchico.

-

Pues bien Jean, dijo Edgardo.Hoy te quedarás sin comerpara que aprendas a llamaruna sola vez. Hay que saberesperar sin molestar a losque están trabajando.


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A Jean se le pasó por la cabeza pedirle unaexplicación al profesor porque no había hechonada malo para que le castigase, pero se lopensó dos veces antes de abrir la boca. Teníaque actuar con astucia y estudiar primero aladversario antes de actuar, eso se lo había oídomuchas veces a su padre. Poco después sesentó en una silla medio rota, era la única que

quedaba libre, se sentó con mucho cuidado parano caerse. Edgardo siguió explicando uno de losproblemas que había tenido que dejar para abrirla puerta.

- ¡Bien! Dijo el profesor.

Frank sal a la pizarra ydemuestra a tus compañerosque sabes hacer el problema.

Frank se levantó y salió a la pizarra, cogió la tizaentre sus dedos con la intención de hacer eproblema, pero minutos después seguía sin

hacer nada.

- ¡Qué pasa Frank! No sabeshacerlo. La semana pasada tequedaste castigado porquete pasó lo mismo.


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De repente la mirada del profesor se dirigió

hacia el nuevo alumno.

-

¡Jean! Ayuda a Frank con elproblema.

Jean salió a la pizarra y cogiéndole la tiza a

Frank empezó a hacer el problema, diez minutosmás tarde acababa. Desde que Jean empezó aescribir en la pizarra, Edgardo no le habíaquitado el ojo de encima, seguía todos losmovimientos de su mano. Poco después, tuvoque decir:

-

¡Bien!. Has visto Frank. Tucompañero si ha estado atento. Sentaros los dos.¡Ah!, se me olvidaba. ¡Frank!,hoy te quedarás sin comer ysin recreo.

Más tarde todos los chicos salieron de clasehabía llegado la hora de comer. Primero comíantodas las chicas y cuando terminaban éstas lohacían los chicos. Jean salió de clase con laintención de ver a sus hermanos parapreguntarles que tal les había ido a ellos, estaba


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preocupado. Mientras iba andando por uno delos pasillos se le acercó Frank y le dijo:

- No se te ocurra ir a comer, site coge Edgardo puedecastigarte metiéndote en lacelda de castigo o con unoslatigazos.

- ¿Qué?, preguntó Jean sinpoder creérselo.

- ¡Sí!, aquí al que castigan,

bien sea chico o chica lepueden dejar sin comer.Darle unos latigazos.Meterle en la celda decastigo varios días, segúnsea la falta de grave temeterán más días. Estar todala noche sin dormir a laintemperie en pijama.Meterle en una especie depiscina llena con agua fría y


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no se cuantos castigos más.

Hay una lista en el despachode la directora.

Jean estaba alucinando, no se podía creer lo quele estaba contando Frank, seguro que estabaexagerando.

-

¡Ven conmigo!, le dijo Frank.Conozco un lugar dondeestaremos tranquilos sinque nadie nos moleste.

Jean siguió a Frank, salieron al patio y se fueronandando hasta que llegaron a la parte traserade la casona. En aquel lugar había muchosárboles y arbustos. Frank se metió entre ellosseguido de Jean ocultándose ambos de la vistade cualquier profesor.

-

¿Y si nos cogen aquí?,preguntó Jean.

- Ahora están todos comiendo,contestó Frank. No haypeligro de que nadie nos vea,


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y aquí se está bien. Siempre

que me castigan vengo aquí,dejo volar mi imaginación ysueño que estoy lejos de estelugar, que soy libre para ir a donde quiera, de estamanera no me acuerdo del

hambre que tengo y por unmomento me siento feliz.

Jean miró a su amigo con cariño, era un buenchico, seguidamente le preguntó:

-

¿Cuántos años llevas aquí?

-

¡No lo sé!, creo que cuandonací me trajeron a estelugar. Siempre he estado

aquí, no he conocido otracosa.

-

¿Y tú como has venido aparar aquí?, le preguntóFrank.


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-

Es el chivato de losprofesores y por este motivohace lo que le viene en gana. A más de un chico le ha dadouna paliza y los profesoresno dicen nada, hacen la vista

gorda. En cuanto ven que semete con un chico o chicamiran hacia otra partehasta que ha pasado todo.

-

¿Cómo sabré quién es?, volvió a preguntar Jean

-

Enseguida le conocerás, es alto y fuerte y tiene unacicatriz en la cara.

De repente se oyeron cantidad de gritos. Loschicos y chicas salían al patio para jugar hastalas tres, hora de continuar con las clases. Frank

y Jean salieron de su escondite con cuidadopara que nadie les viese y se unieron a los demáschicos.


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-

¡Mira!, le dijo Frank a Jean.

Jean miró hacia donde le había indicado suamigo.

- Aquel chico que ves allí, elmás alto, ese es Aaron.

Jean se le quedó mirando atentamente paragrabar en su cabeza la cara de aquel chicoEfectivamente, tenía una gran cicatriz en sucara. Seguidamente miró a ver si veía a sushermanos, poco después vio a su hermano.

-

¡Ahí está mi hermano!, le dijoJean a su amigo. Acerquémonos a donde está.

Jean y Frank fueron andando entre el grupo dechicos y chicas que había en el patio hasta queJean se puso al lado de su hermano.

- ¿Qué tal Abdiel? ¿has comidobien?

Abdiel al ver a su hermano junto a él se echó ensus brazos. Jean le cogió.


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-

¡Separaros!, dijorápidamente Frank, esasmuestras de cariño estánprohibidas.

Jean rápidamente se separó de su hermanopara no meterle en ningún aprieto, al mismo

tiempo miraba hacia todas partes para ver salguien le había visto.

-

¡Has tenido suerte!, le dijosu amigo. Nadie ha miradohacia aquí, hay demasiados

niños jugando.

- Me quiero ir de aquí, le dijo Abdiel a su hermano. No seestá bien y también se comemal.

- Tienes que ser fuerte Abdiel,le dijo Jean. Trata de aguantar un poco, en cuanto


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pueda te prometo que os

sacaré de aquí a Aitana y a ti.Abdiel se quedó mirando a su hermano con losojos llorosos. Jean tragó saliva, pero no podíahacer nada de momento, con la mano le hizo unacaricia a su hermano en la cabezadisimuladamente al mismo tiempo que se

alejaba de él con su amigo. Jean siguió mirando aver si veía también a su hermana, pero pormucho que miraba no la veía.

-

No veo a mi hermana porninguna parte, le dijo a su

amigo.- Pues es raro, después de

comer todos tienen quebajar al patio.

Jean se estaba empezando a poner nervioso y apensar en lo peor, de repente detrás suyo oyó lavoz de su hermana.

-

¡Jean!, no te he visto en elcomedor.


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-

Me han castigado sin comer,pero no te preocupes,mañana comeré el doble.

Aitana miró a su hermano con cariño y no dijonada más, sabía que se había equivocado a

llevarles a aquel lugar.

- En cuanto pueda os sacaré de aquí, le dijo a su hermana,hasta entonces procurapasar desapercibida, haz lo

que hagan las demás sinllamar la atención. En estelugar te castigan porcualquier cosa.

Poco después tocaba la sirena. Todos los chicos

y chicas empezaron a correr hacia el lugar dondetenían que ponerse. Jean siguió a su amigo. Mástarde todos estaban en las filas que lecorrespondían, no se oía nada, todo estaba enabsoluto silencio, se podía decir que había unsilencio sepulcral. De repente apareció ladirectora y dio la orden para que todos loschicos entrasen en sus clases. Las filas de los


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chicos se empezaron a mover hasta quedesapareció el último niño del patio.

Diez minutos más tarde todos estaban en susclases correspondientes. Jean se sentó dondese había sentado a la mañana, se fijó en elprofesor y vio que era otro diferente. Más tardese enteró que se llamaba Abijail, trató de pasardesapercibido como le había dicho su amigo. E

profesor estaba dando su clase de Lengua, Jeanestaba atento a sus explicaciones por si lepreguntaba. Cuando terminó la clase, siguió otrade Geografía.

Más tarde los chicos volvían a estar en el patio jugando esperando la hora de la cena. Jean y

Frank se habían hecho buenos amigos ytrataban de estar siempre juntos, pero sinllamar demasiado la atención de los profesoresCuando llegó la hora de la cena todos los chicoscorrieron a sus puestos para poder entrar en ecomedor. Por fin Jean consiguió entrar en einmenso comedor que tenía el orfanato, era unahabitación increíblemente grande con diezmesas muy largas de punta a punta decomedor. En las mesas de la izquierda sesentaban las niñas y en las de la derecha losniños. Poco después estaban todos los chicossentados en sus sillas esperando que lessirviesen la cena. De repente aparecieron unmontón de niños con unos pucheros grandes que


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iban dejando en las mesas. Seguidamente loschicos se iban sirviendo al mismo tiempo que

desplazaban el puchero hacia los chicos que nose habían servido. Un buen rato después todoslos niños estaban comiendo.

-

¿Qué es esto?, le preguntóJean a su amigo al ver una

especie de caldo aguado y conno muy buen color.

-

¡Cómetelo!, le respondióFrank. Tiene mal sabor ypeor color, pero si no te lo

comes te dejarán sin comerun montón de días y eso esmucho peor. Nos tenemos que alimentar para podersubsistir, con el tiempo no

te sabrá tan malo.Jean miró el líquido de su plato de no muy buenagana, sumergió la cuchara, seguidamente se lallevó a la boca y tragó, le vino una arcada, peroaguantó. Entonces se acordó de su hermana yde su hermano, estaban comiendo lo mismo que


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él. Jean sacó fuerzas de flaqueza y poco a pocose empezó a comer aquella bazofia, de vez en

cuando miraba a los demás chicos que estabana su alrededor y vio con asombro que todoscomían sin rechistar, como si les gustase, eso ledio ánimos para acabar lo que le quedaba en eplato.

- ¿Después de esto que nos

darán para comer?,preguntó Jean a su amigo condisimulo, si le veían hablarle castigarían.

-

¡Nada!, contestó Frank.- ¡Eh!, exclamó Jean. Tengo más

hambre que antes de entrar aquí.

Las tripas de Jean protestaban metiendo unosruidos que se oían a distancia, no se podía creerque con aquella agua sucia que le habían dadopara cenar tenía que aguantar hasta el díasiguiente. Cuando salió del comedor se dirigióhacia su habitación, se acostó rápidamentepara tratar de dormir, pero la noche pasó muy


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lenta para Jean, tenía tanta hambre que le dolíala tripa, no había comido nada en todo el día y no

podía conciliar el sueño. Cuando llegó el nuevo díaJean se puso contento, por fin podría llevarsealgo a la boca. Tocó la sirena para que los chicosse levantasen. Media hora más tarde estabantodos sentados en el comedor, para suasombro Jean vio que las mesas estaban llenasde pan, al verlos se le fueron los ojos detrás

Poco después estaba mojando un pedazo de panen un plato con leche, lo comía a pequeñosmordiscos para que le durara.

-

¡Puedes coger más pan!, ledijo Frank con una sonrisa.

Jean terminó el pan que tenía en la manos y seapresuró a coger más, seguidamente lo volvió auntar en la leche comiéndolo a continuación. Lacara de Jean fue cambiando a medida que suansia de comer iba desapareciendo. El dolor detripa que había tenido durante toda la noche fueevaporándose. Cuando terminó el pan que tenía

entre las manos volvió a coger más hasta que sesintió totalmente satisfecho.

- ¿Te habrás quedado bien?, lepreguntó Frank con unasonrisa.


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Jean no contestó, miró a su amigo con la cara

totalmente relajada y con una sonrisa en loslabios. Más tarde estaban en clase, Jean vio queel profesor que le tocaba era Edgardo, algodentro de él le decía que tuviese cuidado con él,que no se fiase. Jean estuvo toda la claseatento a las explicaciones del profesor. Edgardode vez en cuando le miraba intentando cogerle

desprevenido, pero el chico no apartaba los ojosde él. Poco después terminaba la clase, una vezque hubo salido al pasillo Jean respiró tranquiloEse día había conseguido salvarse de la ira deEdgardo.

Cuando salió al recreo anduvo de un lugar para

otro intentando ver a sus hermanos, queríasaber que tal estaban. Poco después vio aAbdiel que jugaba con otros chicos de su edadse dirigió a donde estaba él y una vez que llegó asu lado disimuladamente le preguntó:

- ¿Qué tal estás Abdiel?

Abdiel miró a su hermano y le contestó:

- Quiero irme de aquí, no aguanto este lugar.


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- ¡No te preocupes!, le dijo

Jean. Estoy pensando en laforma de escaparnos. Tú aguanta, cuando tenga tododispuesto te avisaré.

Abdiel miró a su hermano mayor con cara de

agradecimiento, seguidamente Jean se alejó deallí para que nadie se diese cuenta de que habíahablado con él. Pero no muy lejos de allí alguienles había visto hablar, poco a poco se fueacercando hasta donde estaba Abdiel y llegandoa su altura le preguntó:

-

¿Quién era ese con el quehablabas?

Abdiel miró la cara del chico que le habíapreguntado y segundos después, contestó:

-

Es mi hermano mayor.

- Así que es tu hermano mayor,volvió a repetir Aaron concara de pocos amigos.


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Seguidamente Aaron se alejó de allí con unasonrisa malévola en los labios. Pasaron varios

días y todo siguió igual. Jean no hacía más quepensar en la forma de escaparse de aquellacárcel, pero por más que miraba una y otra vezel recinto intentando encontrar algún lugar parapoder escapar, no veía ninguno, todo estabafuertemente amurallado y solo había una únicapuerta de entrada y ésta estaba custodiada

día y noche por un guarda armado con una granporra.

Un día que estaban en el patio todos los chicosde repente Aaron se acercó a Abdiel y sin más ledio un empujón, éste cayó en un charco de aguamojándose completamente. Poco después se

levantó y encarándose con Aaron le preguntó:

- ¿Por qué me has empujado?,yo no te he hecho nada.

- Tu sola presencia me

molesta, dijo Aaron y seguidole golpeó en la cara.

Enseguida se arremolinaron los niños alrededorde los dos para ver que pasaba. Aaron seguíaempujando y pegando a Abdiel que nocomprendía porque se metía con él, miraba a los


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profesores esperando que viniesen en su ayudacomo hacían otras tantas veces que algo

sucedía, pero ningún profesor se movió de susitio.

- ¿Qué sucede allí?, lepreguntó Jean a Frank.

-

Se estarán pegando doschicos, contestó su amigo,pero no te preocupes queenseguida acudirán losprofesores para llevárseloscastigados.

Jean seguía mirando porque no veía a ningúnprofesor moverse de su sitio y parecía que lapelea seguía.

- Pues es raro, dijo Jean. Los

profesores no se mueven desu sitio.

- Si los profesores no semueven de su sitio, dijo


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Frank, es que Aaron está por

medio.En ese momento Jean se fijó bien en el chico queestaba recibiendo los golpes de Aaron y vio aAbdiel, su hermano pequeño. El corazón de Jeanle dio un vuelco al ver a su hermano siendogolpeado por Aaron, corrió hacia donde estaban

los dos y cuando Aaron le iba a golpear de nuevooyó la voz de Jean:

- ¡Deja en paz a mi hermano!

Aaron se giró para ver a Jean, a partir de esemomento se olvidó de Abdiel y se encaró con e

hermano mayor que era lo que había buscadodesde el primer momento.

- ¡Has tardado mucho en veniren ayuda de tu hermanitopequeño, pensaba que eras

un cobarde.Aaron era dos años mayor que Jean y por tantole sacaba media cabeza, pero a Jean no leimportaba enfrentarse a quien fuese paradefender a su hermano.


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- No creo que mi hermano se

haya metido contigo, dijoJean.

-

La verdad es que no, dijo Aaron. Tenía ganas de ver sivenías en su ayuda. Ahora te

toca recibir a ti, tu hermanoes muy poca cosa para mí.

Aaron se acercó a Jean para golpearle con elpuño en la cara, pero éste viendo su intención seagachó pasándole el puño por encima de la

cabeza.

- Eso está bien, dijo Aaron, nome gusta que miscontrincantes sean fácilesde vencer.

Jean miraba a los profesores que estaban cercapara ver si venían a separarles, pero ninguno deellos se movía de su sitio. Entonces lo entendiótodo, su amigo Frank tenía razón, le dejabanhacer lo que quisiera porque era su chivatoAaron se volvió a acercar a Jean para golpearle


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pero Jean se cubría con sus puños intentandoesquivar los golpes de su adversario, pero sin

querer atacar, sabía que si le golpeaba a Aarontenía todas las de perder. De repente el puño deAaron consiguió llegar a la cara de Jean, éstecayó al suelo. Seguidamente empezó amasajearse la cara donde había recibido epuñetazo. En ese momento la vista de Jean secruzó con la de su hermano pequeño, se levantó

del suelo y dijo:

-

Yo no quiero seguir la pelea.

- Pues yo sí, dijo Aaron conuna sonrisa. Me ha gustado

ese golpe que te he dado,quiero golpearte de nuevo.

Jean sin apartar la vista de los puños de Aaron,aunque de vez en cuando miraba a losprofesores sin perder la esperanza de que

alguno de ellos fuese a separarles, pero por lovisto parecía que les gustaba ver a dos chicospelearse, o mejor dicho ver como recibía uno. Derepente Aaron se abalanzó con los puños pordelante para golpear a Jean de nuevo, pero elchico se echó hacia atrás en el momento queuno de los puños le rozaba la nariz.


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- Eres rápido, dijo Aaron, pero

tarde o temprano te volveré a golpear.

De repente se oyó la sirena, “era la hora decomer”.

- Esta vez te ha salvado la

campana, dijo Aaron, pero te aseguro que la próxima veznada te librará.

Jean miraba a los profesores sin poder creerseque no hubieran parado la pelea. Seguidamente

levantó la vista y también vio a Alcira, ladirectora, estaba en el balcón de la casona, lohabía visto todo y no había dicho nada, derepente oyó la voz de su hermano Abdiel.

- ¿Por qué no has peleado?, siyo hubiese sido tan grandecomo tú le hubiese dado unabuena paliza.

La cara de Jean cambió de color, hasta suhermano estaba en su contra. Poco despuéstodos los chicos estaban en sus filas para


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pasar al comedor. Más tarde todos los chicosestaban sentados en las mesas para comer

Mientras Jean estaba comiendo junto a suamigo Frank, se le acercó por detrás Aaron, lecogió el plato y se lo echó encima del pantalónJean se levantó de un salto al sentir que elíquido de la comida le empapaba y ensuciaba epantalón. Miró a los profesores pidiendo justiciacon los ojos, pero todos siguieron comiendo

como si no hubiesen visto nada.

-

¡Siéntate!, le dijo su amigoFrank.

Jean que estaba furioso por lo que le acababa desuceder miró a su amigo con cara de pocos

amigos. Seguidamente se sentó todoempapado.

-

¡Has hecho bien!, le dijoFrank en un susurro. Si tedejas llevar por tus

impulsos ahora estaríasmetido en una celda decastigo a pan y agua. Estoyorgulloso de ti.


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Jean miró a su amigo y éste le dedicó unasonrisa.

Durante mucho tiempo Aaron le hizo la vidaimposible a Jean que aguantaba una y otra vezsus ocurrencias maléficas sin dar muestras dequerer replicar. Consiguió humillarle un día y otrodelante de todos los chicos del orfanato antesu pasividad, sufriendo las consecuencias

Cuando por fin se cansó de él empezó amatonear a otros chicos.

***********


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CU TRO ÑOS

DESPUÉS

Jean había crecido y seguía con la idea de

escaparse de allí en cuanto tuviese laoportunidad. La última vez que habló con sushermanos les había encontrado bien, ambos sehabían acoplado como habían podido a lasituación por la que estaban pasando y aunqueno estaban nada bien en aquel horrible lugartenían la esperanza de que llegase un día que

pudiesen salir de allí.

Abdiel no había perdonado a su hermano quedejase que Aaron le hubiese pegado e injuriadotantas veces sin tratar de defenderse. Duranteesos cuatro años tanto Aitana como Abdiehabían sido el hazmerreír de todos los chicos de

orfanato a consecuencia de esto.

Un día que estaban hablando en el patio Jean yFrank se les acercó Aaron.


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- ¡Parecéis el huevo y la

cáscara!, siempre estáisjuntos.

Frank le tocó en el brazo a Jean para que no lehiciese caso. Aaron viendo el gesto de Frank seenfadó y agarrando a Frank por la espalda le giró

y le golpeó con el puño en la cara. Enseguida los

chicos que estaban en el patio se acercaronpara ver una vez más como Aaron pegaba a otrochico. Jean se acercó a donde estaba tirado suamigo y la ayudó a levantarse del suelo. Franksangraba del labio.

- ¡Mirad a estos dos tontos!,

gritó Aaron a los chicos queles estaban mirando.

Seguidamente se abalanzó sobre Frank paragolpearle de nuevo, pero se encontró con ebrazo de Jean. Aaron se puso furioso al ver quele había parado el golpe.

- ¿Quieres que te pegue denuevo?, le preguntó Aaron aJean enfurecido.


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- Estoy harto de tus matoneos,

le dijo Jean. Tienes a losprofesores de tu parte, perohoy de nada te van a servir.

Aaron se sonrió al mismo tiempo que se ponía enguardia para golpear a Jean, pero éste estaba

preparado para defenderse de los ataques desu contrincante. De repente los puños de Aaronvolaron hacia la cara de Jean, pero éste se echóhacia atrás esquivándolos. Todos los chicos queestaban en el patio observaban la peleaTambién los profesores miraban complacidosdesde donde estaban como Aaron un día másiba a dar una lección a un chico.

Jean se movió alrededor de Aaron con los puñospreparados para atacar en el momento precisoDesde la multitud de chicos que estaban viendola pelea estaba Abdiel que miraba a su hermanocomo se estaba enfrentando al matón de losprofesores. De repente Aaron envalentonado

porque sabía que los profesores le protegían seabalanzó sobre Jean, pero éste le recibió con unpuñetazo en el estómago y seguido otro en lacara. Aaron cayó al suelo sin saber que le habíasucedido.


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- ¡Levántate!, le dijo Jean.

Quiero que todos vean que novales para nada. Cualquierade los chicos que hay aquípodría hacerte lo mismo.

Aaron se levantó del suelo enfurecido, nadie le

había pegado nunca, estaba fuera de suscasillas, sin cubrirse se fue hacia Jean, peroéste le recibió con dos puñetazos seguidos aestómago y otros dos a la cara. Aaron volvió acaer al suelo magullado. Alcira, la directora,desde el balcón de la casona les hizo unas señasa Abigail y Edgardo para que parasen la pelea.

Edgardo y Abigail corrieron hacia Jean, peropara llegar hasta él tuvieron que apartar de suscaminos a todos los chicos que estaban enmedio. Poco después le cogieron y le llevaron adonde estaba la directora, una vez puestosdebajo de su balcón, oyeron:

-

¡Metedle en la celda decastigo!, ordenó ladirectora.

Edgardo y Abigail que habían cogido a Jean delos brazos para que no ofreciese resistencia le


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llevaron a la celda de castigo. Poco despuésJean estaba encerrado en la soledad de las

cuatro paredes de un cuartucho obscuro ymaloliente.

**************

UN VISIT INESPER D

Un día se presentó en el orfanato un hombre deunos cincuenta años preguntando por loshermanos “Wagman”: Jean, Aitana y Abdiel.

Griselda le acompañó al despacho de ladirectora.


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- Espere un momento, le dijo

Griselda al señor. ¿Cómo hadicho que se llama?

- No lo había dicho, contestóel hombre, pero dígale quesoy el sr. Wagman. Brandt

Wagman.

Griselda al oír ese apellido se extrañó. Pocodespués llamaba a la puerta de la directora.

- ¡Pase!, se oyó desde dentro la

voz de la directora, que másque una voz parecía unrugido.

Griselda temerosamente entró en el despachode la directora cerrando la puerta tras ella.

-

¿Qué es lo que quieresGriselda?, preguntó ladirectora sin levantar losojos de los documentos quetenía encima de la mesa.


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-

Ha venido el señor Wagman,respondió tímidamente.

Alcira levantó la cabeza para mirar a Griselda.

- ¿Qué has dicho? La cara de

Alcira se transformó, estabablanca como la nieve.

- Que el señor “Wagman”quiere hablar con usted.

-

Pero el señor Wagman hamuerto, dijo Alcira nerviosa.

Griselda no sabía que contestar a la directorase la quedó mirando sin entender nada.

-

Dile que pase, dijo Alcira.Griselda salió del despacho de la directora ymirando al sr. Wagman, le dijo:

-

Puede pasar.


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Wagman pasó al despacho de la directora. Alcirafingió que estaba leyendo unos documentospoco después levantó la vista y mirando al señorque tenía enfrente de ella, dijo:

- Usted dirá.

-

Soy el sr. Wagman. BrandtWagman, soy el tío de Jean, Aitana y Abdiel y vengo ahacerme cargo de ellos. Elpasado año cuando intentéponerme en contacto con mihermano me enteré pormedio de su vecina que habíamuerto y que mis sobrinoshabían sido internados eneste orfanato.

Alcira no sabía que decir, le había pillado porsorpresa, pero después de unos minutos desilencio, dijo:

- Tendrá que venir la semanaque viene a por ellos,


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tenemos que rellenar un

montón de papeles para quepuedan salir de aquí. Ya sabeusted, el papeleo.

- Está bien, dijo BrandtWagman. El próximo lunes

vendré a por ellos. Ahora megustaría verles, quiero quesepan que su tío está aquí yha venido a sacarles de esteorfanato.

- Me parece que eso esimposible, dijo Alcira, no sepermiten visitas y no sepuede hacer ningunaexcepción.

La cara de Brandt se tensó y sus puños seapretaron, pero se controló. Poco después ladirectora acompañó a Brandt a la puerta desalida del pabellón.


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A media tarde la directora se reunió conGriselda y entre las dos prepararon un plan para

que los sobrinos del sr. Wagman no saliesen deorfanato, sabían que su tío no les había vistonunca y eso les favorecía. Cogieron a una chica ya un chico de las mismas edades que lossobrinos del sr. Wagman y les dijeron que setenían que hacer pasar por ellos, de esa formatendrían una familia y vivirían felices para

siempre.

******************************

Una semana más tarde Brandt volvió aorfanato a por sus sobrinos. Griselda leacompañó al despacho de la directora.

-

¡Pase!, dijo la directora.Brandt pasó al despacho de la directora.

-

Ahora mismo vienen, dijo Alcira, han ido a por ellos.


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Poco después llamaban a la puerta del despachode la directora.

- ¡Pasen!, dijo la directora.

Entró en el despacho Griselda con una niña y unniño.

-

¡Dadle un abrazo a vuestrotío!, dijo la directora.

La niña fue la primera que se adelantó dándoledos besos a Brandt, seguidamente hizo lomismo el chico.

-

¿Y Jean?, preguntó Brandt.

-

Lo siento, dijo la directora,pero Jean tiene que cumplirun castigo y no podrá salir

por ahora.

- ¡Un castigo!, exclamó Brandtsorprendido.


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- Hace unas semanas se pegó

con otro de los chicos deeste orfanato y cuando losprofesores fueron asepararles también lesgolpeó a ellos.

-

¡Imposible!, dijo Brandt. Misobrino nunca haría eso.

- Si no me cree pregúnteselo asus sobrinos que lo vieron

todo.Brandt dirigió su mirada a los supuestossobrinos para que le dijesen la verdad, perotanto la chica como el chico confirmaron lo quehabía dicho la directora.

-

Y ¿cuánto tiempo tendrá queestar aquí?, preguntóBrandt a la directora.

- Un año.


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- ¡Un año!, gritó Brandt, esto

no es una cárcel, es unorfanato y él es un niñotodavía.

- Un niño de catorce años queha pegado a dos profesores,

dijo Alcira.

Poco después Brandt salía del orfanato con susdos sobrinos.

****************************

Jean llevaba veinte días en la celda de castigosolo le pasaban un cuenco con comida una vez aldía, pero aguantaba gracias a la fuerza que teníaen su interior, sabía que no podía venirse abajoporque sus hermanos le necesitaban y tenía quesacarles de allí. Cuando por fin salió se tuvo queponer las manos sobre los ojos porque habíaestado prácticamente a oscuras durante su


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encerrona y la luz del día le hacía daño en losojos. Poco a poco sus ojos se fueron haciendo a

la claridad y empezó a ver bien sin tener queponerse las manos delante de los ojos. Fuedirectamente al patio, era la hora del descansoJean iba como borracho de un lado a otro, lainactividad de tantos días le había agarrotadolos músculos de todo el cuerpo.

-

¡Jean!, ¡Jean!Jean miró a ver quien le llamaba y vio a Frank, sedirigió hacia él.

- ¿Qué tal te encuentras?, le

preguntó Frank.- ¡Bien!, contestó Jean, esta

vez he podido aguantar, lapróxima vez no sé si podré.

-

No tiene que haber unapróxima vez, dijo Frank. Yasabes lo que tienes quehacer cuando eseenergúmeno se meta contigo.


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- Es tan difícil aguantarle,

dijo Jean.

-

¡Siéntate aquí conmigo!, dijoFrank, necesitas descansarpara recuperarte.

-

Tienes razón, dijo Jean, mepesa el cuerpohorriblemente.

Poco después tocó la sirena y todos los chicoscorrieron a ponerse en su fila. Más tarde se

dirigieron a sus clases. Jean lo pasó mal, lecostaba mucho estar atento a las explicacionesdel profesor, sabía que si le pillaba distraído lecaería un castigo. Edgardo de vez en cuando lemiraba, pero siempre le encontraba atento. Deesa forma llegó la terminación de las clases y lahora de comer.

Más tarde en el comedor Jean comió con ganasa pesar de su debilidad, Frank se quedóimpresionado al verle comer de aquella maneraJean que le vio mirándole, le dijo:


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- Tengo que recuperarme

cuanto antes, y la únicaforma es comer mucho.

-

Me parece bien, le dijo su amigo con una sonrisa, perono te atragantes.

Jean siguió comiendo como si no hubiese comidoen semanas. Al día siguiente durante la hora derecreo vio a sus hermanos, estaban un pocolejos, pero les veía con buen aspecto. CuandoAbdiel vio que su hermano había salido de lacelda de castigo fue hacia donde estaba él. Poco

después llegaba a su altura.

- Siento mucho que por miculpa hayas ido a la celda decastigo, le dijo su hermano.

-

No fue por ti, respondióJean, no pude contenerme yle di una buena paliza.

Abdiel sonrió, pero en el fondo sabía que él lehabía llevado a su hermano a pelearse con Aaron


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Le dijo que era un cobarde la primera vez querehusó la pelea y apenas le dirigía la palabra

Poco después se les juntó Aitana.

-

¿Qué tal te encuentras?, lepreguntó su hermana.

- ¡Bien!, respondió Jean. En

unos pocos días estaré comonuevo.

No tardó mucho en tocar la sirena para regresara las clases. Cuando se quisieron dar cuentatodos estaban atendiendo las explicaciones de

sus profesores. Jean trataba de seguir lasexplicaciones de su profesor, pero ese día algo lehabía sentado mal y le dolía el estómagohorriblemente. Abigail le cogió despistado.

- ¡Jean! ¿qué te pasa?, tienessueño.

- Lo siento profesor, pero meduele el estómago, respondióJean.


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- Ese no es motivo para que no

me hagas caso. Yo estoy aquípara que todos vosotrosestéis atentos a misexplicaciones, esto último lodijo gritando. Ya sabes queestás castigado y cual es el

castigo. Esta noche tequedarás sin cena, de esamanera no te dolerá elestómago cuando te metas enla cama. Cuando hayan

terminado todos de cenar teunirás a los chicos quetienen que lavar los platos yfregar el comedor.

Cuando oyó esto último Jean casi le da un

desmayo, estaba que no se tenía en pie y teníaque pasarse media noche lavando platoslimpiando mesas y fregando suelos y todo conagua helada. Cuando terminaron las clasesFrank le dijo a su amigo:


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- ¡No te preocupes!, yo iré a la

cocina esta noche por ti,nadie se enterará y asípodrás descansar yrecuperarte.

-

¡No!, dijo muy serio Jean. Si

se enteran de que has hechoesto por mí te pueden meteren la celda de castigodurante un tiempo y noquiero que sepas como se

está allí, ya estoy mejor y mehace falta hacer ejercicio, aún estoy entumecido por losdías que pasé allí encerrado.

Cuando llegó la noche y todos los chicos salieron

del comedor Jean se quedó para unirse al grupode chicos que tenía que limpiar. Enseguida sepuso a la faena fregando un montón de platos,vasos, tenedores, cucharas, cuchillos, pucherossartenes, etc. Había otros tres chicos haciendolo mismo que él, poco después se enteró de queentre el grupo de chicos que se encontraban allunos cuantos eran castigados como él, a los


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demás les tocaba por turno. Cada semana habíaun turno de chicos que se hacía cargo de la

limpieza de la cocina y del comedor y lesayudaban los castigados. Cerca de las tres de lamañana dieron por finalizada la tarea.

BRANDT Y SUS SOBRINOS

Brandt Wagman estaba contento, había sacadoa Aitana y Abdiel del orfanato, solo le quedabasacar a Jean. La directora le había dicho quedentro de un año podría regresar a por él,cuando cumpliese el castigo impuesto por pegara dos profesores. A Brandt le parecía raro aquecastigo, pero no sabía como funcionaban losorfanatos. Mientras tanto intentaba hacerseamigo de sus sobrinos, nunca hasta esemomento les había visto y le resultaba difícivivir con unos niños de 16 y 11 años.


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- ¡Aitana!, ayúdame a preparar

la mesa, le dijo su tío Brand.Aitana dejó lo que estaba haciendo y empezó aayudar a su tío a poner la mesa. Poco despuésestaban comiendo los tres. Brandt miraba a sussobrinos y por mucho que les miraba no lesencontraba ningún parecido ni con su hermano n

con la mujer de él, poco después se decía: -seguramente se parecerán a los abuelos, deesta forma se tranquilizaba. Brandt lespreguntaba muchas cosas de su hermano, perotanto la chica como el chico decían que apenasrecordaban a sus padres, lo tenían todo muyborroso en su memoria.

Un día que estaban paseando, Brandt y sussobrinos se encontraron con la vecina quehabían tenido cuando vivían sus padres. Lamisma vecina que le había dicho a Brandt cuandollegó a la ciudad en que orfanato estaban sussobrinos internos.

-

¿Has recuperado a tussobrinos?, le preguntó laseñora

- ¡Sí!, aquí están Aitana y Abdiel, solo me falta


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recuperar a Jean que por lo

visto ha cometido una faltamuy grave y tiene quepermanecer allí un tiempomás.

Aitana y Abdiel aunque eran niños se dieron

cuenta de lo que acababa de ocurrir. Entonces lavecina mirando a los chicos, dijo:

- Estos chicos no son sussobrinos, no se parecen ennada a ellos.

- ¡No puede ser!, ¿está ustedsegura?, preguntó Brandtnervioso.

- Tenga en cuenta, dijo la

vecina, que yo les he vistonacer y crecer, nunca meconfundiría en una cosa tanclara.


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Entonces Brandt dirigiéndose a los niños, lespreguntó:

- ¿Quiénes sois vosotros?

La niña fue la que respondió:

-

Esa señora se confunde, dijo

la niña. Yo soy Aitana y estees mi hermano Abdiel.

Brandt estaba hecho un lío, por una parte lavecina decía que no eran sus sobrinos y por otraellos decían que si.

-

Iremos a la policía, dijoBrandt, hay que aclararesto cuanto antes. Aquí estápasando algo muy raro.

La vecina le dijo a Brandt:

- Si en algo necesita mi ayudano dude en avisarme,testificaré donde sea que


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estos niños no son sus

sobrinos.-¡Gracias!, dijo Brandt.

Seguidamente cogió un taxi y se desplazó consus supuestos sobrinos a la comisaría depolicía. Cuando llegaron pagó al taxista y poco

después estaban esperando en una granhabitación donde había otras personasesperando a que les tomasen declaración. Mediahora más tarde un agente les llamó:

- ¡Pasen!, el inspector Crispínles espera.

Brandt llevaba cogidos de las manos a sussupuestos sobrinos, poco después estaba en edespacho del inspector de policía.

- Usted dirá, dijo un hombreregordete con un bigote quele tapaba el labio superior.

Brandt empezó a contar al inspector todo loque le había sucedido hasta ese momento. Decómo fue al orfanato a por sus sobrinos y nopudo sacar al mayor porque estaba castigadodurante un año por haber pegado a dos


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profesores. De cómo se había enterado por lavecina donde ellos habían vivido que aquellos

chicos no eran sus sobrinos, sino dosimpostores.

La cara del inspector durante todo el relato nohabía sufrido ningún cambio raro a pesar de loextraño del caso. Poco después el inspectordijo:

- Lo que usted me cuenta esincreíble, parece una novelasacada de un libro deintriga. Ahora quierohablar a solas con estos doschicos, haga usted el favorde esperar fuera.

Brandt salió fuera del despacho del inspector yse sentó en una de las muchas sillas que habíapor allí. Mientras, el inspector llamó a su

ayudante diciéndole:

- Llévate a este niño fuera,estate con él hasta que yo telo diga.


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Cuando el inspector se quedó a solas con la niñala preguntó:

- ¿Cuántos años tienes?

- ¡Dieciséis!, respondió la niña.

-

¿Cómo te llamas?, siguiópreguntando el inspector.

-

Aitana Wagman, respondió laniña.

-

¿Quién te ha dicho que digasque te llamas AitanaWagman? Le siguiópreguntando el inspector.

-

¡Nadie!, yo me llamo Aitana.- ¿Cómo se llamaba tu padre?,

siguió preguntando elinspector.


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- Arnol Wagman, respondió la

niña.

-

¿Y tu madre?, siguió elinspector.

- Karen.

- ¿A qué se dedicaba tu padre?,siguió el inspector con elinterrogatorio.

-

¡No lo sé!, contestó la niña,han pasado muchos años y loveo todo muy confuso.

El inspector salió de su despacho y le hizo unaseña al policía que estaba con el niño para que se

acercara. Poco después el policía se habíallevado a la niña y él inspector se había quedadoa solas con el niño.

- ¿Cómo te llamas?, lepreguntó el inspector.


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- Abdiel Wagman, contestó el

chico.

-

¿Cuántos años tienes?, volvió a preguntar el inspector.

- Once años, contestó el niño.

- ¿Qué recuerdas de tuspadres?, siguió el inspectorcon el interrogatorio.

-

¡Nada!, dijo rápidamente elniño, era muy pequeñocuando fui al orfanato.

Media hora más tarde, salía el inspector de sudespacho y le dijo al policía que estaba con la

chica que se hiciese cargo también del chicoSeguidamente le dijo a Brandt Wagman queentrase. Brandt no se pudo aguantar y nadamás cerrar la puerta del despacho le preguntó:

-

¿Ha conseguido averiguar algo?


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-

No mucho, contestó elinspector. Aunque me temoque tiene usted razón. Esosniños no son sus sobrinos, alguien les ha enseñado muybien a representar el papel

que están haciendo.

- Me dice, le preguntó denuevo el inspector, que susobrino mayor está

cumpliendo una pena de un año porque había pegado ados profesores.

- ¡Sí!, contestó Brandt, eso medijo la directora.

- Me temo que si vamos allídiciendo que somos policíasno podremos averiguar grancosa, dijo el inspector.


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Tendremos que utilizar la

astucia para pillarles conlas manos en la masa.

-

¿Y qué ha pensado ustedhacer?, le preguntó Brandt.Estoy preocupado por mis

sobrinos.

- ¡No se preocupe!, dijo elinspector. Tenemos a un agente especial que nos

puede servir.

- Pero en los orfanatos nopueden entrar los chicosmayores de diecisiete años,esos van directamente a lacárcel.

- ¡Y quién ha hablado de unchico mayor de diecisiete años!, dijo el inspector.


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Nuestro agente tiene

diecisiete años y estábamosesperando meterle en uncaso como este.

La cara de Brandt se iluminó, pero segundosdespués, dijo:

-

Tendrá que tener muchocuidado, porque si averiguanque es un agente de policíase lo pueden cargar.

-

No se preocupe, dijo elinspector, este agente estápreparado para afrontareste caso, es el mejor de supromoción.

Brandt se quedó algo más tranquilo después deoír al inspector.

- ¿Y qué vamos a hacer conesos chicos que dicen ser missobrinos?, preguntó Brandt.


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-

Yo me haré cargo de ellos,dijo el inspector.

- Pero no les harán nada,volvió a preguntar Brandtpreocupado.

- Por Dios, dijo el inspector. Aesos dos chicos lesllevaremos a otro orfanatodonde las cosas funcionen

bien. Primero investigaremosque sea un orfanato deconfianza.

-

¡Gracias inspector!, dijoBrandt abriendo la puerta

del despacho para irse.

- Le tendremos informado dela investigación, dijo elinspector.


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Poco después Brandt salía de la comisaría haciasu casa. En ese momento el inspector cogió eteléfono e hizo una llamada. Una hora despuésse presentaba en la comisaría un jovenpreguntando por el inspector Crispín. Más tardeel inspector y el joven estaban hablando en edespacho.

-

¿Estás preparado?, lepreguntó el inspector.

- Estoy preparado, contestó eljoven.

-

Aunque parece un caso fácil,no lo es, dijo el inspector.Ten mucho cuidado,presiento que en eseorfanato están pasandocosas poco agradables,tenemos que desenmascarar a los culpables.


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- ¿Cómo podré entrar?,

preguntó el joven con ganasde empezar cuanto antes.

-

Mañana te llevarán preso enun furgón de la policía paraque ingreses allí. A partir de

ese momento te las tendrásque apañar tu solo. Cuandoconsigas las pruebas parameter en la cárcel a losculpables mándanos una

señal, entraremos allí conun destacamento especial dela policía y pondremos todopatas arriba.

****************


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Al día siguiente sobre las once de la mañana einspector llamó por teléfono a la directora de

orfanato.

-

¡Sí!, dígame, contestó ladirectora.

-

Soy el inspector Crispín,

hemos cogido a un peligrosodelincuente, pero nopodemos meterle en lacárcel porque aún no tienedieciocho años. He pensado

llevarle a ese orfanato.- Muy bien inspector, puede

traerlo cuando quiera, dijola directora. Aquí lereformaremos.

- ¿Que le parece esta tarde aprimera hora?, preguntó elinspector.


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- Me parece excelente, le

estaremos esperando.A primera hora de la tarde un furgón de la policíaaparcó delante del orfanato. Seguidamentesalieron dos policías custodiando a unmuchacho. De repente se abrieron las puertasmetálicas del orfanato para que pasasen los

policías y el chico. Allí les estaba esperando ladirectora con dos hombres grandes y fuertes.

- ¿Este es el chico?, preguntóla directora a los policías.

-

¡Si señora! Tengan muchocuidado con él porque espeligroso, dijo uno de lospolicías.

- ¡No se preocupe!, dijo la

directora. Aquí sabemoscomo tratar a esta gentuza.

Seguidamente los dos hombres cogieron amuchacho uno por cada brazo.


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- Llevadle a la celda de

castigo, mandó la directora.Quiero que tenga tiempopara pensar en todo el malque ha hecho.

Los dos hombres llevaron al muchacho hacia uno

de los pabellones, poco después desaparecieronen su interior. Los policías salieron del orfanato y la directora se fue a su despacho.

Jean seguía sobreviviendo como podía en aquelugar tenebroso, se empezó a dar cuenta quecada cierto tiempo dejaba de ver las caras dealgunos chicos y veía otras nuevas, pensó que

se debía a que iban matrimonios a adoptar aalgunos niños. Llevaba una temporada que no lecastigaban, había conseguido pasardesapercibido en aquel mundo terrible, peroseguía con la obsesión de escaparse de aquelugar y llevarse a sus hermanos con él, si nofuese por sus hermanos hacía tiempo que ya

habría intentado salir de aquella mazmorra, perono podía dejar a sus hermanos allí.

Un día hizo que le castigasen sin comer,mientras los demás chicos comían, él se fue aescondite que le había enseñado su amigodesde allí estuvo haciendo planes para escapar


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- ¿Y si os cogen?, preguntó

Frank.

-

Les diré que yo les heobligado a hacerlo, que mecastiguen a mí sólo.

-

No creo que te hagan caso,dijo Frank, supongo quetambién les castigarán aellos si les pillan.

-

De todas formas lo tenemosque intentar. De repente, lepreguntó Jean. ¿Y porque novienes tú con nosotros? Noestás harto de este lugar.

Frank se quedó pensativo, aquella era una buenainvitación, si lograban escaparse se habríalibrado de aquella cárcel, y si les cogían que leimportaba a él ir a la celda de castigo.


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- ¿Y cuándo nos fugaríamos?,

preguntó Frank.- Supongo que lo tendremos

que ver sobre la marcha. Eldía que esté nublado, oscuroy lluvioso será nuestro día,

contestó Jean.

Poco después empezaron a salir del comedortodos los chicos, en poco tiempo el patio sellenó de ellos, los había de todas las edadesJean y Frank salieron de su escondite concuidado para no ser vistos por nadie, segundos

después estaban entre los demás muchachosCuando Jean vio a su hermana se acercó a ella ycon mucho disimulo le dijo el plan que tenían paraescaparse, poco después le dijo que se locomunicase a Abdiel y que estuviesenpreparados. Seguidamente se separó de suhermana mirando con disimulo a los guardas que

estaban apostados en diferentes lugares depatio. También vio a Aaron que andaba en buscade algún pobre muchacho para golpearle y reírsea su costa.

Pasaron los días, pero el tiempo no empeoraba,las noches eran claras sin nubes e iluminadas


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por la luna. Cada día que pasaban allí dentroJean y Frank se encontraban más nerviosos

estaban decididos a escaparse cuanto antes.

Un día empezó lloviendo y cada hora que pasabase iba poniendo peor. Las caras de Jean y Frankhabían recobrado la confianza casi perdidaCuando llegó la hora de la cena diluviabaincreíblemente, la noche era oscura.

- Hoy es el día, le dijo Jean asu amigo mientras cenaban. Avisa a mi hermano y yo harélo mismo con mi hermana.Dile que a las diez de lanoche vayan al refugio, allínos encontraremos todos yplanearemos la fuga.

Frank no contestó para no llamar la atención denadie, simplemente hizo un gesto con la cabeza

de que estaba conforme. Cuando terminaron decenar se separaron para ir en busca de loshermanos de Jean. Poco después todos loschicos estaban en sus habitaciones parameterse en las camas, no se podía salir al patiocomo hacían después de cenar, el día no estabapara salir. Sobre las nueve y media todas las


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luces de las habitaciones estaban apagadasalgunos chicos ya habían empezado a roncar y

entre el silencio de la noche se oían los truenos yel ruido de la lluvia al caer sobre él patioempedrado. Jean se levantó de la cama concuidado, no quería despertar a nadie, andandoagachado se acercó a la cama de su amigo, letocó en el brazo y éste se levantó tambiénintentando no meter nada de ruido. Poco

después ambos se deslizaban agachados por lahabitación hacia la puerta. Más tarde habíanllegado al patio, miraron hacia las ventanasdonde dormían los guardas y profesores, perolas luces estaban apagadas y no se veía nadaSe arrimaron a la pared de la casa y con cuidadose deslizaron a través de ella hasta el escondite

que tenían detrás entre los árboles.

- ¡No están aquí tus hermanos!,dijo Frank.

- Esperaremos unos minutos,

dijo Jean, no creo quetarden.

Efectivamente, poco después en medio de laoscuridad aparecieron Aitana y Abdiel.

- ¡Aquí estamos!, dijo Aitana.


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-

¡Bien!, agarraros unos aotros para no perdernos,dijo Jean. La noche es muyoscura.

Seguidamente Jean se fue hacia el muro y

tanteando con las manos fue andando hasta elugar que el conocía y que para su entender erael mejor sitio para escapar. Fue contando lospasos, pues apenas se veía, sabía que habíacincuenta y cuatro pasos.

- Cuarenta y nueve, cincuenta,

cincuenta y uno, cincuenta ydos, cincuenta y tres ycincuenta y cuatro, dijoJean. ¡Aquí es!

Jean empezó a palpar la pared con ambas

manos, poco después dijo:

- ¡Aquí hay uno!

Había encontrado uno de los agujeros que habíahecho en el muro para meter el pie o la mano


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Los otros dos guardas palparon a tientas en laoscuridad intentando encontrar a alguno más,

como iban derechos hacia donde estaban Aitana y Abdiel, Frank se echó sobre ellos paraconfundirles.

- ¡Hemos cogido a otro!Dijeron los guardas.

- Es posible que haya algunomás, dijo la directora enmedio de la lluvia y laoscuridad. ¡Mirad bien!

Aitana y Abdiel habían conseguido alejarse de allgracias a Jean y a Frank que habían sabidodespistar a los guardas. Poco después Aitana yAbdiel estaban metidos en sus camas como sno hubiese sucedido nada.

-

Por aquí no hay nadie más,dijo uno de los guardas.

-

Pues regresemos con esosdos, dijo la directora.Metedles en la celda de


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castigo para que aprendan

que de aquí nadie se escapasin mi permiso.

Más tarde Jean y Frank estaban en la celda decastigo, se llevaron una sorpresa al encontrar aotro chico allí.

-

¿Quién eres tú?, preguntóFrank al desconocido. Tucara me es desconocida yllevo mucho tiempo aquímetido para que una cara me

pase desapercibida.- Hace una semana me trajo la

policía, dijo el jovenmirando a unas rayas quehabía hecho en la pared. Por

eso no me has visto nunca aquí.

-

Para haberte metido aquínada más llegar algo muy


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malo has tenido que hacer,

dijo Frank.El chico no dijo porque le habían metido allí yrápidamente cambió de conversación.

- ¿Cómo os llamáis?, lespreguntó.

- Yo me llamo Frank y éste esmi mejor amigo, Jean.

- ¡Jean!, repitió el chico. Pues

yo me llamo Bernard.Los tres se dieron las manos saludándoseSeguidamente se sentaron en el suelo.

- ¿Qué tal dan de comer aquí?,

preguntó Frank para romperel silencio.

- ¡Se puede comer!, dijoBernard, pero prefiero lacomida de mi casa.


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Jean y Frank se echaron a reír, ambos sabíanporque se habían reído.

- ¿Por qué os reís?, preguntóBernard.

- Porque la comida de aquí es

malísima: huele a vómito ysabe a mierda, dijo Jean. Noes la misma que comemos enel comedor. Y solo te dan unacomida al día, pero si quieres

sobrevivir no tendrás másremedio que comer, dijoFrank, aunque sepa a rayos al final te acostumbras acomer cualquier cosa.

Frank miró a Bernard no muy convencido de loque le acababa de decir. De repente la cara deJean se transformó y dijo:

- No entiendo como ladirectora sabía que nos


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íbamos a escapar esta noche.

Algún chivatazo de alguienles habrá puesto en guardia.Pero ¿quién?

Bernard estaba muy atento a lo que estabadiciendo Jean.

-

¡Ahora que lo dices!, se oyóla voz de Frank. La noche queestábamos hablando en elcomedor sobre la fugaestaba sentado a nuestro

lado un chico rubio.- ¡Sí!, lo recuerdo, dijo Jean.

-

Pues ese chico rubio concara de ángel bien puede ser

un espía de la directora,dijo Frank. Sabemos que haymuchos confidentes que secamuflan entre los demáschicos.


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-

Y ¿por qué no me dijistenada?, preguntó Jeanfurioso.

- No se me ocurrió, contestóFrank, nunca hubiera

pensado que pudiera ser unconfidente.

Poco después se abrió la puerta de la celda y lespasaron unas mantas, eran para Jean y FrankEsa noche fue larga para Frank, no podía

conciliar el sueño y lo que más le molestaba eraque sus dos compañeros estaban roncando.

Al día siguiente cuando Jean y Frank sedespertaron vieron a Bernard haciendoejercicios gimnásticos, se movía con una rapidezimpresionante, poco después se dieron cuenta

que no era gimnasia lo que hacía, sino quelanzaba patadas y golpes de puño al aireCuando terminó sus ejercicios Frank lepreguntó:

-

Eso que has hecho ¿que tipode lucha es?


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-

¡Es kárate!, todos los díashago una serie de ejerciciospara no perder fuerza nivelocidad.

- Eso está bien, dijo Jean. Me

gusta como te movíaslanzando golpes a una partey a otra de la celda.

Pasó el tiempo, de repente se abrió la puerta ymetieron tres platos que estaban llenos de una

masa verde-azulada y un recipiente de aguaSeguidamente se cerró la puerta y un olornauseabundo inundó la celda.

- ¡Qué asco!, dijo Frank. Sisabe como huele tiene que

estar asqueroso.Jean y Bernard cogieron sus platos yempezaron a comer con los dedos, no lesdejaban cucharas. Frank desde un rincón de lacelda les miraba int

Atrapados en El Orfanato

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