Aurora Boreal 6

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AURORABOREAL Nr. 6 - Septiembre 2009 ISSN 1902-5815 Para los amantes del español

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La revista para los amantes del español

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Para los amantes del español

ManifiestoPromover la cultura de la lengua española en el mundo entero. Temas: literatura, arte, música, teatro, fotografía, arquitectura, diseño y cultura en general. Un foro para difundir, discutir y gozar el español entre la gente que lo habla y lo estudia. Artículos de calidad académica. Una ventana abierta a las inquietudes de los artistas.

SumarioEditorial, Poesía, Estados de Ánimo, Puro Cuen-to, Minrrelato, Libros, Fragmentos, Entrevista, Escritores, Librerías, Fotografía, La columna de Edgar Ortegón, In memoriam, Los libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez, Ma-nuel recomienda leer, Música, Cine, Más Libros.

ColaboradoresRoberto Burgos Cantor, Manuel Cabrales, Gui-llermo Camacho, Tiziana Colusso, Adnan Far-zat, Victor Fuentes, Norberto Gimelfarb, Miguel Gomes, Arturo Gutiérrez Plaza, Edith Imholz, Leo Larsen, Alejandro José López Cáceres, Eduardo Márceles Daconte, Eleonora Melani, Pablo Montoya, Jorge Alberto Naranjo, Edgar Ortegón, Marcelo Ramón, José del Río Mons, Ma. del Rocío Paradas González, Cristián H. Ricci, Armando Romero, Milagros Salvador, Luis Germán Sierra, Consuelo Triviño Anzola, Marcel Toro, Gabriel Uribe, Diego Valverde Villena.

CorresponsalesVictor Beltrán (Alemania), Edgar Henríquez (Canadá), Fernando Perdomo (Colombia), Andrés González (Es-candinavia), Angela Trezza (India), Manuel Cabrales (Italia), Edimca (Suiza).

Corrección de textosEvaristo Vilval, Edimca.

Fotografía, Apoyo GráfícoLaura Camacho, Nanna Boss.

CarátulaCuadro del pintor Fernando Perdomo.

Carátula posterior Cuadro del pintor Fernando Perdomo.

Cuadros, páginas dos y tres Cuadros del pintor Fernando Perdomo.

Contacto & [email protected]

EditorGuillermo Camacho

La revista no asume las opiniones expresadas por los colaboradores

ISSN 1902-5815AURORABOREAL® 2009

En web ISSN 1903-8690Dalvej 15, Gentofte DK-2820

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Con este número de AURORABOREAL celebramos también el lanzamiento de la revista en plataforma virtual. Ahora nuestros lectores nos pueden encontrar tanto en versión impre-sa como en versión de internet en www.auroraboreal.net . Además, como la comunidad de auroraborealinos sigue creciendo, hemos incrementado el tiraje de la revista impresa lo cual nos ha llevado a buscar nuevos papeles para la carátula y las hojas interiores. De esta forma podremos llegar a más lectores con costos de envío más eficientes.

Los poetas juegan un papel destacado: el colombiano Armando Romero y el venezolano Arturo Gutiérrez Plaza nos enviaron cada uno una terna de poemas. Los poemas de Gutié-rrez Plaza son inéditos. La poetisa italiana y directora de la revista Formafluens, Tiziana Co-lusso colabora con fragmentos de su poesía la cual publicamos en italiano original con tra-

ducción al castellano de Michela Della Croce. Pero entre los poetas, el espectáculo se lo roba el poeta peruano-español Diego Val-verde Villena quien nos obsequia trece de sus maravillosos poemas, cuatro de ellos de su libro No olvides mi rostro Premio de Poesía Villa De Leganés 2001. Ejes es un poema inspirado en la fotografía Apeadero de José del Río Mons. Diego Valverde Villena escribió el poema especialmente para este número de AURORABOREAL.

En la sección Puro Cuento contamos con una serie de narradores que le agregan valor a éste número: Milagros Salvador remite desde Madrid El grabado un cuento sobre nuestra Copenhague querida. Desde Francia, donde vive y publica desde 1980, el escritor Gabriel Uribe envía un cuento dedicado a Santiago Mutis Durán Su primer viaje en tren. Marcelo Ramón, entre su regreso de Buenos Aires a Copenhague, nos regala El violín del Diablo. El escritor Pablo Mon-toya nos ha mandado El beso de la noche cuento inédito que hace parte del libro homónimo. Desde Connecticut el escritor venezolano Miguel Gomes nos obsequia tres maravillosas creaciones: Um fantasma português com certeza, Mrs. Sullivan y sus amigas (de la serie Tres cuentos góticos) y Anuncios Clasificados. Desde Copenhague el escritor Guillermo Camacho nos presenta La boda de Florencio Fraga (de la serie Los amigos invisibles). En minirrelatos nuestro nue-vo descubrimiento es el escritor y ensayista Alejandro José López Cáceres con dos relatos: Un detalle de amor y El Veterano. Pero a este escritor talentoso también podemos leerlo en la versión virtual con un gran ensayo sobre Juan Carlos Onetti, Onetti tan memorable: una semblanza de sus cuentos. Desde la Universidad de California Merced, el profesor Cristián Ricci reseña la biografía Víctor Fuentes Bio-Grafía americana. Y acto seguido presentamos dos fragmentos inéditos, gentileza de Víctor Fuentes, de la segunda parte de su biografía en la cual el autor está actualmente trabajando: Toda una vida… entre el exilio y el transtierro. La escritora Consuelo Triviño Anzola entrevista desde Madrid al escritor Darío Ruiz Gómez y reseña el último libro de Ruiz Gómez: Crímenes municipales. Desde Sevilla España, la filóloga hispáni-ca Ma. Del Rocío Paradas expone una reseña de la novela Una isla en la luna de la escritora Consuelo Triviño y desde Colombia el coordinador de la biblioteca de la Universidad de Antioquia hace lo mismo con la novela de Pablo Montoya Lejos de Roma. El Premio Casa de las Américas de la Habana y finalista del Premio Rómulo Gallegos de este año, el escritor Roberto Burgos Cantor pone bajo su lupa las reflexiones que le suscita ContraCorriente, el libro recientemente lanzado al mercado de ensayos de crítica literaria de Guillermo Alberto Arévalo. Desde Florencia Italia la filóloga hispánica y colaboradora de la revista Fili d’aquilone, Eleonora Me-lani escribe sobre el escritor, novelista y antropólogo Manuel Zapata Oli-vella y la afrocolombianidad. Edimca visita la librería El Cóndor de Zurich y entrevista a su propietaria la librera peruana María Marioti-Luy. Desde Paris el fotógrafo Adnan Farzart nos cuenta porque se le conoce como el fotógrafo francotirador con una serie de nueve excelentes fotografías realizadas en países del Medio Oriente. Eduardo Márcles cuenta del sabio catalán. Desde Santiago de Chile el destacado economista Edgar Ortegón, ex fun-cionario de la CEPAL, inaugura su columna en AURORABOREAL con El discurso de los economistas: entre mito y racionalidad. Gracias a la colaboración de Marcel Toro podemos rendir un brevísimo homenaje en In memoriam al recientemente fallecido Carlos Toro con su cuento Salgar que forma parte de la serie Historias Morrocotudas Chécheres VII. El periodista Manuel Cabra-les nos invita desde Nueva Delhi a leer Vislumbres de la India de Octavio Paz, una India examinada en su complejidad nacional, religiosa e histórica. Cerramos con el artículo de Norberto Gimelfarb sobre el último disco del improvisador, pianista y compositor suizo Jacques Demierre. ¡Feliz lectura!

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ÍndiceTres poemas de Armando Romero …………………..…..….4Tres poemas inéditos de Arturo Gutiérrez Plaza.............……5Fragmentos de poemas Tiziana Colusso......................…........6Poesia Diego Villena Valverde..................................….….....8El grabado Milagros Salvador.................................…...…...10Su primer viaje en tren Gabriel Uribe...................…...…......12El violín del diablo Marcelo Ramón..........................…........15El beso de la noche Pablo Montoya..................................….16Um fantasma portugûes Miguel Gomes......................…..….18Mrs. Sullivan y sus amigas Miguel Gomes.................…...…20Anuncio clasificados Miguel Gomes..................................….21La boda de Florencio Fraga por Guillermo Camacho…..….22Un detalle de amor por Alejandro José Cáceres................….24El veterano por Alejandro José Cáceres....................…….…24Ejes / Apeadero José del Río Mons - Diego Valverde...........25Fuentes Víctor Bio-Grafía americana por Cristian Ricc........26Vivencias de la infancia Víctor Fuentes..................................28Un sueño londinense de los años 50 Víctor Fuentes-.............29Entrevista a Darío Ruiz Gómez................................………..32Crímines municipales Consuelo Triviño Anzola....................34Metaliteratura maldita por Ma. del Rocío Paradas González.35Lejos de Roma Luis Germán Sierra........................................36Debajo de la lupa Contracorriente Roberto Burgos..............38Manuel Zapata Olivella por Eleonora Melani........................42Libreria Cóndor de Zurich......................................................48Adnan Farzat fotógrafo francotirador.....................................52El discurso de los economistas Edgar Ortegón....…………..55El sabio catalán Eduardo Márceles Daconte..........................58In memoriam Carlos Toro 1928 – 2009………………….....60Los 10 libros menos vendidos.............................…...............62Manuel recomienda leer..........................................…...........63Un disco de Jacques Demierre por Norberto Gimelfarb……64

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ManifiestoPromover la cultura de la lengua española en el mundo entero. Temas: literatura, arte, música, teatro, fotografía, arquitectura, diseño y cultura en general. Un foro para difundir, discutir y gozar el español entre la gente que lo habla y lo estudia. Artículos de calidad académica. Una ventana abierta a las inquietudes de los artistas.

SumarioEditorial, Poesía, Estados de Ánimo, Puro Cuen-to, Minrrelato, Libros, Fragmentos, Entrevista, Escritores, Librerías, Fotografía, La columna de Edgar Ortegón, In memoriam, Los libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez, Ma-nuel recomienda leer, Música, Cine, Más Libros.

ColaboradoresRoberto Burgos Cantor, Manuel Cabrales, Gui-llermo Camacho, Tiziana Colusso, Adnan Far-zat, Victor Fuentes, Norberto Gimelfarb, Miguel Gomes, Arturo Gutiérrez Plaza, Edith Imholz, Leo Larsen, Alejandro José López Cáceres, Eduardo Márceles Daconte, Eleonora Melani, Pablo Montoya, Jorge Alberto Naranjo, Edgar Ortegón, Marcelo Ramón, José del Río Mons, Ma. del Rocío Paradas González, Cristián H. Ricci, Armando Romero, Milagros Salvador, Luis Germán Sierra, Consuelo Triviño Anzola, Marcel Toro, Gabriel Uribe, Diego Valverde Villena.

CorresponsalesVictor Beltrán (Alemania), Edgar Henríquez (Canadá), Fernando Perdomo (Colombia), Andrés González (Es-candinavia), Angela Trezza (India), Manuel Cabrales (Italia), Edimca (Suiza).

Corrección de textosEvaristo Vilval, Edimca.

Fotografía, Apoyo GráfícoLaura Camacho, Nanna Boss.

CarátulaCuadro del pintor Fernando Perdomo.

Carátula posterior Cuadro del pintor Fernando Perdomo.

Cuadros, páginas dos y tres Cuadros del pintor Fernando Perdomo.

Contacto & [email protected]

EditorGuillermo Camacho

La revista no asume las opiniones expresadas por los colaboradores

ISSN 1902-5815AURORABOREAL® 2009

En web ISSN 1903-8690Dalvej 15, Gentofte DK-2820

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Con este número de AURORABOREAL celebramos también el lanzamiento de la revista en plataforma virtual. Ahora nuestros lectores nos pueden encontrar tanto en versión impre-sa como en versión de internet en www.auroraboreal.net . Además, como la comunidad de auroraborealinos sigue creciendo, hemos incrementado el tiraje de la revista impresa lo cual nos ha llevado a buscar nuevos papeles para la carátula y las hojas interiores. De esta forma podremos llegar a más lectores con costos de envío más eficientes.

Los poetas juegan un papel destacado: el colombiano Armando Romero y el venezolano Arturo Gutiérrez Plaza nos enviaron cada uno una terna de poemas. Los poemas de Gutié-rrez Plaza son inéditos. La poetisa italiana y directora de la revista Formafluens, Tiziana Co-lusso colabora con fragmentos de su poesía la cual publicamos en italiano original con tra-

ducción al castellano de Michela Della Croce. Pero entre los poetas, el espectáculo se lo roba el poeta peruano-español Diego Val-verde Villena quien nos obsequia trece de sus maravillosos poemas, cuatro de ellos de su libro No olvides mi rostro Premio de Poesía Villa De Leganés 2001. Ejes es un poema inspirado en la fotografía Apeadero de José del Río Mons. Diego Valverde Villena escribió el poema especialmente para este número de AURORABOREAL.

En la sección Puro Cuento contamos con una serie de narradores que le agregan valor a éste número: Milagros Salvador remite desde Madrid El grabado un cuento sobre nuestra Copenhague querida. Desde Francia, donde vive y publica desde 1980, el escritor Gabriel Uribe envía un cuento dedicado a Santiago Mutis Durán Su primer viaje en tren. Marcelo Ramón, entre su regreso de Buenos Aires a Copenhague, nos regala El violín del Diablo. El escritor Pablo Mon-toya nos ha mandado El beso de la noche cuento inédito que hace parte del libro homónimo. Desde Connecticut el escritor venezolano Miguel Gomes nos obsequia tres maravillosas creaciones: Um fantasma português com certeza, Mrs. Sullivan y sus amigas (de la serie Tres cuentos góticos) y Anuncios Clasificados. Desde Copenhague el escritor Guillermo Camacho nos presenta La boda de Florencio Fraga (de la serie Los amigos invisibles). En minirrelatos nuestro nue-vo descubrimiento es el escritor y ensayista Alejandro José López Cáceres con dos relatos: Un detalle de amor y El Veterano. Pero a este escritor talentoso también podemos leerlo en la versión virtual con un gran ensayo sobre Juan Carlos Onetti, Onetti tan memorable: una semblanza de sus cuentos. Desde la Universidad de California Merced, el profesor Cristián Ricci reseña la biografía Víctor Fuentes Bio-Grafía americana. Y acto seguido presentamos dos fragmentos inéditos, gentileza de Víctor Fuentes, de la segunda parte de su biografía en la cual el autor está actualmente trabajando: Toda una vida… entre el exilio y el transtierro. La escritora Consuelo Triviño Anzola entrevista desde Madrid al escritor Darío Ruiz Gómez y reseña el último libro de Ruiz Gómez: Crímenes municipales. Desde Sevilla España, la filóloga hispáni-ca Ma. Del Rocío Paradas expone una reseña de la novela Una isla en la luna de la escritora Consuelo Triviño y desde Colombia el coordinador de la biblioteca de la Universidad de Antioquia hace lo mismo con la novela de Pablo Montoya Lejos de Roma. El Premio Casa de las Américas de la Habana y finalista del Premio Rómulo Gallegos de este año, el escritor Roberto Burgos Cantor pone bajo su lupa las reflexiones que le suscita ContraCorriente, el libro recientemente lanzado al mercado de ensayos de crítica literaria de Guillermo Alberto Arévalo. Desde Florencia Italia la filóloga hispánica y colaboradora de la revista Fili d’aquilone, Eleonora Me-lani escribe sobre el escritor, novelista y antropólogo Manuel Zapata Oli-vella y la afrocolombianidad. Edimca visita la librería El Cóndor de Zurich y entrevista a su propietaria la librera peruana María Marioti-Luy. Desde Paris el fotógrafo Adnan Farzart nos cuenta porque se le conoce como el fotógrafo francotirador con una serie de nueve excelentes fotografías realizadas en países del Medio Oriente. Eduardo Márcles cuenta del sabio catalán. Desde Santiago de Chile el destacado economista Edgar Ortegón, ex fun-cionario de la CEPAL, inaugura su columna en AURORABOREAL con El discurso de los economistas: entre mito y racionalidad. Gracias a la colaboración de Marcel Toro podemos rendir un brevísimo homenaje en In memoriam al recientemente fallecido Carlos Toro con su cuento Salgar que forma parte de la serie Historias Morrocotudas Chécheres VII. El periodista Manuel Cabra-les nos invita desde Nueva Delhi a leer Vislumbres de la India de Octavio Paz, una India examinada en su complejidad nacional, religiosa e histórica. Cerramos con el artículo de Norberto Gimelfarb sobre el último disco del improvisador, pianista y compositor suizo Jacques Demierre. ¡Feliz lectura!

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ÍndiceTres poemas de Armando Romero …………………..…..….4Tres poemas inéditos de Arturo Gutiérrez Plaza.............……5Fragmentos de poemas Tiziana Colusso......................…........6Poesia Diego Villena Valverde..................................….….....8El grabado Milagros Salvador.................................…...…...10Su primer viaje en tren Gabriel Uribe...................…...…......12El violín del diablo Marcelo Ramón..........................…........15El beso de la noche Pablo Montoya..................................….16Um fantasma portugûes Miguel Gomes......................…..….18Mrs. Sullivan y sus amigas Miguel Gomes.................…...…20Anuncio clasificados Miguel Gomes..................................….21La boda de Florencio Fraga por Guillermo Camacho…..….22Un detalle de amor por Alejandro José Cáceres................….24El veterano por Alejandro José Cáceres....................…….…24Ejes / Apeadero José del Río Mons - Diego Valverde...........25Fuentes Víctor Bio-Grafía americana por Cristian Ricc........26Vivencias de la infancia Víctor Fuentes..................................28Un sueño londinense de los años 50 Víctor Fuentes-.............29Entrevista a Darío Ruiz Gómez................................………..32Crímines municipales Consuelo Triviño Anzola....................34Metaliteratura maldita por Ma. del Rocío Paradas González.35Lejos de Roma Luis Germán Sierra........................................36Debajo de la lupa Contracorriente Roberto Burgos..............38Manuel Zapata Olivella por Eleonora Melani........................42Libreria Cóndor de Zurich......................................................48Adnan Farzat fotógrafo francotirador.....................................52El discurso de los economistas Edgar Ortegón....…………..55El sabio catalán Eduardo Márceles Daconte..........................58In memoriam Carlos Toro 1928 – 2009………………….....60Los 10 libros menos vendidos.............................…...............62Manuel recomienda leer..........................................…...........63Un disco de Jacques Demierre por Norberto Gimelfarb……64

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EN VENECIAA Claudio Cinti

Colecciono ruidos desde mi cuartoen el apartamento de Claudio Cinti.Detrás de la ventana,en la calle adyacente, todo viene en concierto como una sinfonía.una obra de teatro,sin fin ni principio, argumento o actos.Alguien canta, otro silba,un diálogo pasa, se detiene.Repiques de botellas,golpes de metal en puertas que se abren.Palabras que no entiendo, dialecto veneciano.Una voz de mujer alarga las vocales, cadenciosa.Otra es cortante,cantarina.Grave el acento de un hombre que ríe.Las ruedas de las maletas se detienen.Pero siempre pasan.Tal vez eso por fines la vida,lo que va por detrásde la ventana cerrada.

EL AGUA EN LOSTECHOS DE FOLLINA

A Giandomenico Tono

Suspendida,el agua en los techos de Follinaespera pacienteque la tardela transforme en lluvia.

A vecesuna gota aventurerase pasea por las calles,o un destellosalpica los cristales.

Detenida,el agua en los techos de Follinaespera ese silencioque baja por las colinas,rodea la plaza,silba por las piedrasde la abadía,

y hace justiciaa la certidumbre de aquellos,que en íntima vespertinala ven caer,rozando la nostalgia.

LANCE

Éramos niñosy le tirábamos al sueñoargollas de metalpara ver si lográbamos embocarlo.Eran unas argollas grandes, herrumbrosas,donde habíamos encadenadocon letras clarasnuestros deseoscomo aventuras.Por eso hoy, cuando caminopor dentro de las aguastransparentesde un canal de Venecia,con una botellade vino blanco en una mano,y un mapa deshaciéndoseen la otra,rumbo a casa de mis amigos,siento que una de las argollaspor fin entra a su sitioy que ya no será necesariodespertar.

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Tres poemas de Armando Romero

Selección del autor para AURORABOREAL

ARMANDO ROMERO, (Cali, Colombia 1944). Per-teneció al grupo inicial del nadaísmo en Cali. Mas-ter y doctor en literatura latinoamericana de la Uni-versidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Viajó y residió en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos México y Venezuela. En este país fue promotor cultural, editó libros, hizo cine. En Grecia escribió su primera novela, Un día entre las cruces (1993) y el libro de poemas, Cuatro Líneas (2002). Traductor e investigador, ha sido distinguido con el título de Charles Phelps Taft Professor de la Univer-sidad de Cincinnati, donde es profesor de literatura latinoamericana.

Arm

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TRASTIEMPOa la memoria de

Eugenio Montejo

Ayer caminaré por la noche que terminó sobre esta línea.Me detendré cuando sentíque no fue un abismosino un puente colgantesobre puntos suspensivos.Hacia atrás avanzarépersiguiendo una sombra,tal vez la que seré, la que fue mía.Al iniciarse la oscuridadarribaré al momentoque entreveré antes.En lo alto del crepúsculobajaré hasta la cimade este poema que comenzarésobre esta línea, poco antes de partir.

LA ESPERASi bien en lontananza aún te acecho

Carlos Germán Belli

Aunque no me alcanceste esperaré.Aunque no puedas,después o antes,evadiré a los verdugos,usaré sus capuchas,cortaré con mi hacha en el sitio indicado(un trazo limpio y sin dolor).

No tardaré en aprender mi oficio.

Pero tal vez no,tal vez tarde, tal vez nunca.En todo caso lejos de aquí.Quizás antes o después,he de arrepentirmey entonces como un ave cetreraentrenada para herir y matardejaré mi capirote y volaré altohasta alcanzarte y hacerte mi presa,lejos de cuerpos malogrados y cadalsos.

SI ME PERMITES

Si me permitesno te llamaré por tu nombre,procuraré otros atajosque me sepan conduciral sitio donde las palabras amanecen,al recodo donde las historiasse reconocen inútilesy el azar pactaa riesgo de sus mejores apuestas.

Si me permiteste desearé simplementecomo si invocara la lluviaen la estación más seca,aquélla que queda sin balbuceosmás allá de la aridez del recuerdode lo que no fue.

Si me permites,si hay un lugar donde yo pueda,me haré cómplice en tu piely como un devoto feligrés,fiel a los caprichos del deseote haré mía sin nombres sin palabras, sin promesas.

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Tres poemas inéditos de Arturo Gutiérrez Plaza

Selección del autor para AURORABOREAL

Nació en Caracas en 1962. Es poeta, ensayista y profesor universitario. Ha publicado Al margen de las hojas (1991), Principios de Contabilidad (2000) y Pasado en limpio (2006). En 1995 obtuvo el pre-mio de poesía de la III Bienal Mariano Picón Salas y en 1999 ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz. Poemas suyos se han incluido en varias antologías venezolanas e hispanoamericanas y han sido traducidos a diver-sos idiomas. Fue becario del Programa Internacio-nal de Escritores de la Universidad de Iowa, Esta-dos Unidos, en 1997. Entre 1995 y 2000 se de-sempeñó como director general del Centro de Es-tudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Es pro-fesor de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas.

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EN VENECIAA Claudio Cinti

Colecciono ruidos desde mi cuartoen el apartamento de Claudio Cinti.Detrás de la ventana,en la calle adyacente, todo viene en concierto como una sinfonía.una obra de teatro,sin fin ni principio, argumento o actos.Alguien canta, otro silba,un diálogo pasa, se detiene.Repiques de botellas,golpes de metal en puertas que se abren.Palabras que no entiendo, dialecto veneciano.Una voz de mujer alarga las vocales, cadenciosa.Otra es cortante,cantarina.Grave el acento de un hombre que ríe.Las ruedas de las maletas se detienen.Pero siempre pasan.Tal vez eso por fines la vida,lo que va por detrásde la ventana cerrada.

EL AGUA EN LOSTECHOS DE FOLLINA

A Giandomenico Tono

Suspendida,el agua en los techos de Follinaespera pacienteque la tardela transforme en lluvia.

A vecesuna gota aventurerase pasea por las calles,o un destellosalpica los cristales.

Detenida,el agua en los techos de Follinaespera ese silencioque baja por las colinas,rodea la plaza,silba por las piedrasde la abadía,

y hace justiciaa la certidumbre de aquellos,que en íntima vespertinala ven caer,rozando la nostalgia.

LANCE

Éramos niñosy le tirábamos al sueñoargollas de metalpara ver si lográbamos embocarlo.Eran unas argollas grandes, herrumbrosas,donde habíamos encadenadocon letras clarasnuestros deseoscomo aventuras.Por eso hoy, cuando caminopor dentro de las aguastransparentesde un canal de Venecia,con una botellade vino blanco en una mano,y un mapa deshaciéndoseen la otra,rumbo a casa de mis amigos,siento que una de las argollaspor fin entra a su sitioy que ya no será necesariodespertar.

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Tres poemas de Armando Romero

Selección del autor para AURORABOREAL

ARMANDO ROMERO, (Cali, Colombia 1944). Per-teneció al grupo inicial del nadaísmo en Cali. Mas-ter y doctor en literatura latinoamericana de la Uni-versidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Viajó y residió en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos México y Venezuela. En este país fue promotor cultural, editó libros, hizo cine. En Grecia escribió su primera novela, Un día entre las cruces (1993) y el libro de poemas, Cuatro Líneas (2002). Traductor e investigador, ha sido distinguido con el título de Charles Phelps Taft Professor de la Univer-sidad de Cincinnati, donde es profesor de literatura latinoamericana.

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TRASTIEMPOa la memoria de

Eugenio Montejo

Ayer caminaré por la noche que terminó sobre esta línea.Me detendré cuando sentíque no fue un abismosino un puente colgantesobre puntos suspensivos.Hacia atrás avanzarépersiguiendo una sombra,tal vez la que seré, la que fue mía.Al iniciarse la oscuridadarribaré al momentoque entreveré antes.En lo alto del crepúsculobajaré hasta la cimade este poema que comenzarésobre esta línea, poco antes de partir.

LA ESPERASi bien en lontananza aún te acecho

Carlos Germán Belli

Aunque no me alcanceste esperaré.Aunque no puedas,después o antes,evadiré a los verdugos,usaré sus capuchas,cortaré con mi hacha en el sitio indicado(un trazo limpio y sin dolor).

No tardaré en aprender mi oficio.

Pero tal vez no,tal vez tarde, tal vez nunca.En todo caso lejos de aquí.Quizás antes o después,he de arrepentirmey entonces como un ave cetreraentrenada para herir y matardejaré mi capirote y volaré altohasta alcanzarte y hacerte mi presa,lejos de cuerpos malogrados y cadalsos.

SI ME PERMITES

Si me permitesno te llamaré por tu nombre,procuraré otros atajosque me sepan conduciral sitio donde las palabras amanecen,al recodo donde las historiasse reconocen inútilesy el azar pactaa riesgo de sus mejores apuestas.

Si me permiteste desearé simplementecomo si invocara la lluviaen la estación más seca,aquélla que queda sin balbuceosmás allá de la aridez del recuerdode lo que no fue.

Si me permites,si hay un lugar donde yo pueda,me haré cómplice en tu piely como un devoto feligrés,fiel a los caprichos del deseote haré mía sin nombres sin palabras, sin promesas.

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Tres poemas inéditos de Arturo Gutiérrez Plaza

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Nació en Caracas en 1962. Es poeta, ensayista y profesor universitario. Ha publicado Al margen de las hojas (1991), Principios de Contabilidad (2000) y Pasado en limpio (2006). En 1995 obtuvo el pre-mio de poesía de la III Bienal Mariano Picón Salas y en 1999 ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz. Poemas suyos se han incluido en varias antologías venezolanas e hispanoamericanas y han sido traducidos a diver-sos idiomas. Fue becario del Programa Internacio-nal de Escritores de la Universidad de Iowa, Esta-dos Unidos, en 1997. Entre 1995 y 2000 se de-sempeñó como director general del Centro de Es-tudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Es pro-fesor de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas.

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Kalachakra Blues I.metrónomo de la palabra sobre el atril del tiempo -cronometríascontrapuntoscontrapásos matemáticos del karma -cae la materia imperceptiblecae y renaceen microscópicas pascuaseternamente presentevaivén entre lo que se manifiesta y lo que descansa en la potenciadel no aun, del ya no más:las formas danzan a mí alrededor, aden-trofotogramas sin fincontinuamentetambién mientras descansocuando me aburro y el mundo se petri-fica:no hay un ancla en este devenir point de devenirsólo un ritmo binario flujo y salidainspiro y espirollenos y vacíosola que va y ola que vuelveaguas mezcladasque mientras van contienen la vuelta y mientras vuelven toman impulsopara irse de nuevosiempre presentes por tantoy siempre fugacescomo la vida que cruza los cuerpos

en olas de existenciay de inmediato se muda a otro lugarinsatisfecha, intermitente - otros cuerpos otras vidasa lo largo del tiempoque erosiona las montañascambia el puesto a los continentesa largo de muchos accidentesya desde la primera informe célula que aparecela muerte empieza a ocurrir.

II.siguen cayendo - con cadencia asimétricapero continuamentecaen, leves, afelpadas involuntarias e inexorablesen sus trayectorias vegetales:caen con indiferencia suavesobre coches, aceras infectascarriles, prados ingleses peinadosgranjas húmedas de fantasmasedificios en obra eterna como catedralesaguas estancadas donde se reposancomo pensamientosinmediatamente sumergidos por otrospensamientos, por lo que continuamen-te cae: las hojas, los despojosde un deseo ya viejoafán de ayerbotellas vaciadas traje fuera medidafoto que se descolora en nadasilbido de un tren pasado

ladrido que cae en el silencio de la no-chey en silenciocontinua cayendojunto a las hojas de este otoño ulterior - lección solemne para lo que se obstinaobstinadoa permanecer.

III.lo que parece extraviado, fortuito acci-dentese dispone sobre la tela del tiempo y allícontinuamente existe - existen ahora, justo ahoraen este umbral nebuloso entre las esta-ciones,las primeras desilusiones y las victorias frágiles,los viajes, en una red que cubrehasta ahora tres continentes -existen los amores, obstinados, irreduci-blesa su fin materialse anidan en pliegues sombríos del tiempoy estánguardianes de los umbralestótem de nuestra sangre vivade los sobresaltos que la han atravesado.[…]

(de Il sanscrito del corpo, Edizioni Fermen-ti, Roma 2007).

Traducción: Michela Della Croce. Agradecimiento a Mauricio García Matamoros.

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Fragmento de poema:Tiziana Colusso

Autora de narrativa, poesía, textos de teatro, cuen-tos, ensayo. Es directora de FORMAFLUENS (Ma-gazine literario en la red: www.formafluens.net). Tiene un doctorado en Literatura Comparada en Roma. Se especializó en la Université Paris-Sor-bonne y colaboró en “La Republique Internationale des Lettres”. Responsable Exterior del Sindicato Nacional Escritores desde 2004 y desde 2005 miembro del Board Directivo del European Writers’ Council, Federación de las Asociaciones de autores de varios países europeos, en Bruselas. Ha publi-cado: Il sanscrito del corpo (2007), Italiano per straniati (2004), La criminale sono io – ciò che è stato torna a scorrere (2002), La terza riva del fiume (2003), Né lisci né impeccabili, (2000), Il Paese delle Orme, (1999), Le avventure di Gismondo, mago trasformamondo,(1998). Ha participado en nume-rosas antologías. Su obra está traducida en 10 idiomas. Colabora con las revistas Buddismo e Società, Le reti di Dedalus y ViVAVERDI.

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Kalachakra Blues I.metronomo della parola sul leggio del tempo –cronometriecontrappunti contrappassi matematici del karma - cade la materia impercettibilecade e rinasce in microscopiche pasqueeternamente presenteandirivieni tra ciò che si manifestae ciò che riposa nella potenza del non ancora, del già non più:le forme mi danzano attorno, dentro fotogrammi infiniticontinuamenteanche mentre riposo quando mi annoio e il mondo è pietrifi-cato: non c’è punto fermo in questo divenirepoint de devenir solo un ritmo binario flusso e deflussoinspiro ed espiropieni e vuotionda che parte e onda che torna acque mescolate che mentre partono contengono il ri-tornoe mentre tornano già prendono lo slan-cioa ripartiresempre presenti dunquee sempre fuggitive

come la vita che traversa i corpi in onde di esistenzae subito si trasferisce altroveinappagata, intermittente -altri corpi altre vitelungo il flusso del tempo che erode le montagnecambia il posto ai continentilungo molti accidenti – già dalla prima informe cellula che ap-parela morte inizia ad accadere.

II.continuano a cadere - con cadenza asimmetricama continuamente cadono, lievi, felpateinvolontarie e inesorabilinelle loro traiettorie vegetali: cadono con indifferenza soave su macchine, marciapiedi infetti rotaie, prati all’inglese pettinati cascine umide di fantasmicantieri eterni come cattedraliacque stagnanti dove si adagianocome pensierisùbito sommersi da altripensieri, da ciò che continuamentecade: le foglie, le spogliedi un desiderio già vecchioaffanno di ieribottiglie svuotateabiti fuori misurafoto che sbiadisce in nullafischio di un treno passato

latrato che cade nel silenzio della nottee in silenzio continua a cadereinsieme alle foglie di questo autunno ulteriore –lezione solenne per ciò che si ostinatestardoa permanere.

III.ciò che sembra sperso, fortuito acciden-te,si dispone sulla tela del tempo e lìcontinuamente esiste – esistono ora, proprio orain questa soglia nebbiosa tra le stagioni,le prime delusioni e le vittorie fragili,i viaggi, in una rete che copre fino ad ora tre continenti –esistono gli amori, caparbi, irriducibili alla loro fine materiale si annidano in pieghe ombrose del tem-po e stannoguardiani delle soglietotem del nostro sangue vivodei soprassalti che l’hanno traversato. […]

Frammento di poemetto:Tiziana Colusso

Autrice di narrativa, poesia, testi teatrali, fiabe, saggistica. E’direttrice di FORMAFLUENS, Web Magazine letterario internazionale. Dopo la laurea in Letteratura Comparata a Roma ha vissuto a Parigi, specializzandosi all’Université Paris-Sorbonne e collaborando con “La Republique Internationale des Lettres”. È Responsabile Esteri del Sindacato Nazionale Scrittori e dal 2005 membro del Direttivo dello European Writers’ Council, Federazione delle Associazioni di autori dei paesi europei, con sede a Bruxelles. Ha pubblicato: Il sanscrito del corpo ( 2007); Italiano per straniati (2004); La criminale sono io – ciò che è stato torna a scorrere (2002); La terza riva del fiume (2003); Né lisci né impecca-bili (2000), Il Paese delle Orme (1999) Le avventure di Gismondo, mago trasforma mondo (1998). Ha partecipato a numerose antologie. Suoi testi sono tradotti in dieci lingue. Collabora con le riviste Le reti di Dedalus, Buddismo e Società e VIVAVERDI.

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Mayor información s o b r e T i z i a n a C o l u s s o e n

www.tizianacolusso.itInformación sobre la revista FORMAFLUENS en

www.formafluens.net

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Kalachakra Blues I.metrónomo de la palabra sobre el atril del tiempo -cronometríascontrapuntoscontrapásos matemáticos del karma -cae la materia imperceptiblecae y renaceen microscópicas pascuaseternamente presentevaivén entre lo que se manifiesta y lo que descansa en la potenciadel no aun, del ya no más:las formas danzan a mí alrededor, aden-trofotogramas sin fincontinuamentetambién mientras descansocuando me aburro y el mundo se petri-fica:no hay un ancla en este devenir point de devenirsólo un ritmo binario flujo y salidainspiro y espirollenos y vacíosola que va y ola que vuelveaguas mezcladasque mientras van contienen la vuelta y mientras vuelven toman impulsopara irse de nuevosiempre presentes por tantoy siempre fugacescomo la vida que cruza los cuerpos

en olas de existenciay de inmediato se muda a otro lugarinsatisfecha, intermitente - otros cuerpos otras vidasa lo largo del tiempoque erosiona las montañascambia el puesto a los continentesa largo de muchos accidentesya desde la primera informe célula que aparecela muerte empieza a ocurrir.

II.siguen cayendo - con cadencia asimétricapero continuamentecaen, leves, afelpadas involuntarias e inexorablesen sus trayectorias vegetales:caen con indiferencia suavesobre coches, aceras infectascarriles, prados ingleses peinadosgranjas húmedas de fantasmasedificios en obra eterna como catedralesaguas estancadas donde se reposancomo pensamientosinmediatamente sumergidos por otrospensamientos, por lo que continuamen-te cae: las hojas, los despojosde un deseo ya viejoafán de ayerbotellas vaciadas traje fuera medidafoto que se descolora en nadasilbido de un tren pasado

ladrido que cae en el silencio de la no-chey en silenciocontinua cayendojunto a las hojas de este otoño ulterior - lección solemne para lo que se obstinaobstinadoa permanecer.

III.lo que parece extraviado, fortuito acci-dentese dispone sobre la tela del tiempo y allícontinuamente existe - existen ahora, justo ahoraen este umbral nebuloso entre las esta-ciones,las primeras desilusiones y las victorias frágiles,los viajes, en una red que cubrehasta ahora tres continentes -existen los amores, obstinados, irreduci-blesa su fin materialse anidan en pliegues sombríos del tiempoy estánguardianes de los umbralestótem de nuestra sangre vivade los sobresaltos que la han atravesado.[…]

(de Il sanscrito del corpo, Edizioni Fermen-ti, Roma 2007).

Traducción: Michela Della Croce. Agradecimiento a Mauricio García Matamoros.

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Fragmento de poema:Tiziana Colusso

Autora de narrativa, poesía, textos de teatro, cuen-tos, ensayo. Es directora de FORMAFLUENS (Ma-gazine literario en la red: www.formafluens.net). Tiene un doctorado en Literatura Comparada en Roma. Se especializó en la Université Paris-Sor-bonne y colaboró en “La Republique Internationale des Lettres”. Responsable Exterior del Sindicato Nacional Escritores desde 2004 y desde 2005 miembro del Board Directivo del European Writers’ Council, Federación de las Asociaciones de autores de varios países europeos, en Bruselas. Ha publi-cado: Il sanscrito del corpo (2007), Italiano per straniati (2004), La criminale sono io – ciò che è stato torna a scorrere (2002), La terza riva del fiume (2003), Né lisci né impeccabili, (2000), Il Paese delle Orme, (1999), Le avventure di Gismondo, mago trasformamondo,(1998). Ha participado en nume-rosas antologías. Su obra está traducida en 10 idiomas. Colabora con las revistas Buddismo e Società, Le reti di Dedalus y ViVAVERDI.

Español

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come la vita che traversa i corpi in onde di esistenzae subito si trasferisce altroveinappagata, intermittente -altri corpi altre vitelungo il flusso del tempo che erode le montagnecambia il posto ai continentilungo molti accidenti – già dalla prima informe cellula che ap-parela morte inizia ad accadere.

II.continuano a cadere - con cadenza asimmetricama continuamente cadono, lievi, felpateinvolontarie e inesorabilinelle loro traiettorie vegetali: cadono con indifferenza soave su macchine, marciapiedi infetti rotaie, prati all’inglese pettinati cascine umide di fantasmicantieri eterni come cattedraliacque stagnanti dove si adagianocome pensierisùbito sommersi da altripensieri, da ciò che continuamentecade: le foglie, le spogliedi un desiderio già vecchioaffanno di ieribottiglie svuotateabiti fuori misurafoto che sbiadisce in nullafischio di un treno passato

latrato che cade nel silenzio della nottee in silenzio continua a cadereinsieme alle foglie di questo autunno ulteriore –lezione solenne per ciò che si ostinatestardoa permanere.

III.ciò che sembra sperso, fortuito acciden-te,si dispone sulla tela del tempo e lìcontinuamente esiste – esistono ora, proprio orain questa soglia nebbiosa tra le stagioni,le prime delusioni e le vittorie fragili,i viaggi, in una rete che copre fino ad ora tre continenti –esistono gli amori, caparbi, irriducibili alla loro fine materiale si annidano in pieghe ombrose del tem-po e stannoguardiani delle soglietotem del nostro sangue vivodei soprassalti che l’hanno traversato. […]

Frammento di poemetto:Tiziana Colusso

Autrice di narrativa, poesia, testi teatrali, fiabe, saggistica. E’direttrice di FORMAFLUENS, Web Magazine letterario internazionale. Dopo la laurea in Letteratura Comparata a Roma ha vissuto a Parigi, specializzandosi all’Université Paris-Sorbonne e collaborando con “La Republique Internationale des Lettres”. È Responsabile Esteri del Sindacato Nazionale Scrittori e dal 2005 membro del Direttivo dello European Writers’ Council, Federazione delle Associazioni di autori dei paesi europei, con sede a Bruxelles. Ha pubblicato: Il sanscrito del corpo ( 2007); Italiano per straniati (2004); La criminale sono io – ciò che è stato torna a scorrere (2002); La terza riva del fiume (2003); Né lisci né impecca-bili (2000), Il Paese delle Orme (1999) Le avventure di Gismondo, mago trasforma mondo (1998). Ha partecipato a numerose antologie. Suoi testi sono tradotti in dieci lingue. Collabora con le riviste Le reti di Dedalus, Buddismo e Società e VIVAVERDI.

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Mayor información s o b r e T i z i a n a C o l u s s o e n

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METRO DE CHICAGOA lo largo del viajela mujer de tu vida se te escapa

[ repetidas veces, siempre en el lado opuesto de la vía,en el otro andén,en la otra cola,saliendo del museo o del restaurante cuando tú entras:un segundo de vacilación es suficiente.

ATAVISMOS

Sigues atávicos métodostradicionales,heredados de madre a hija por siglos,y desconfías de modernosavances.Nada de vidrio, hielo,metaleso envases al vacío.

Para conservarmi corazón, de amor herido,tú prefieres la sal.

INDOCILIDAD DEL SUEÑO

Quiero soñar con otras y apareces tú

MAPAEse mapa que me distede tu corazónes como uno de esos mapas turísticos:todo lo hermosoestá cercay las calles son cortasy las rutas diáfanas.

Pero luegolas distancias no correspondenhay calles que no están señaladasy los caminos son complejose intrincados.

Y ya es muy tarde, porque me he [ adentrado

en la ciudad, y no hay vueltaatrás.

Tus ojos miran muy lejosy ya no me sirven de referencia.Me he perdidoirremisiblemente.

ELEGANTE COMO UN VAMPIROComerme tu corazónQue mi cuerpo sea tu cuerpoQue tu sangre sea mi sangre

¿Qué otra cosa puede importar?

COMO UN LIBROPerdido,abandonado entre filas extrañas,rehén de congéneres fortuitos que

[ entienden otro idioma,víctima del azar de un bibliotecario burlóno una mano inexperta,solo y soslayado,hasta que alguien me encuentre.

CONQUISTAMis ojos y mi boca recorren tu cuerpo como ejército de insectos.Pierden pie en el mercurio de tu piel, se

[ levantanvadean hoyuelos persiguen atajoscaen en las trampas móviles que tiendesclavan banderas de amor y de deseoen las cotas vencidasalmacenan pedazos de tu calor para pasar el inviernoanegan cada rincón con miles de patas

[ diminutaspueblan todo con rigor milimétricoparcelan en hexágonos tu piel de ceratrazan mapas detallados, abren caminosarman pontones para vencerel vértigo de tu hermosura.Conquistan para rendirse,para postrarsecomo bárbaros arrodillados ante la faz

[ del Basileus.

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Quince poemas de Diego Valverde Villena (Lima, 1967). Poeta, ensayista y traductor. Licenciado en Filología Hispánica, Filología Inglesa y Filología Alemana, ha realizado estudios de doctorado en las universida-des de Oxford, Heidelberg, Tubinga, Chicago y Complutense de Madrid. Ha publicado los poema-rios El difícil ejercicio del olvido (1997), Chicago, West Barry, 628 (2000), No olvides mi rostro (2001), Infierno del enamorado (2002), El espejo que lleva mi nombre escrito (2006) y Sir Hasirim (2006). Su poesía aparece en numerosas antolo-gías y ha sido traducida a varios idiomas. Ha tra-ducido a Conan Doyle, Kipling, George Herbert, Ezra Pound, Nuno Judice, Paul Éluard, Valery Lar-baud y Paul Celan, entre otros. Como ensayista ha prestado especial atención a Borges, Mutis, la lite-ratura medieval y la literatura comparada. Ha sido profesor de literatura en varias universidades euro-peas y americanas y escribe en revistas literarias de Europa y América.

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CONSTELACIÓN Quod est superius est sicut quod est inferius Tabula Smaragdina

El firmamento-una falda de estrellas-se siembra en la pielde las recién nacidas

Un cuerpo custodia los lunaresque me definen

Kepler, Copérnico y Braheme guían por la calle

LABIOSDios para los que tienen siete labios Juan Eduardo Cirlot

Siete ojos, seis alas

Olvidó el Evangelista tus siete labioslassiete sanguijuelasque purgan mi sangre

lassiete puertas del mundo

siete bocaspara la palabraque no se pronuncia

Eres la vivienteque me llena de ojosme llena de labios

UN SOLO CUERPOTus manos son mis manosTu cuello mi bocaTu espalda mi lenguaTu rostro mis ojosTus hombros mis dientesTus dedos mi piel

Tu tobillo mi talón de Aquiles

LUNARES¡Juro que el lunar estaba aquí, aquí...!

Levanto con mis ojos el naipe de piel y no está

¡Pero si ayer lo vi ahí!

¿Por qué cambian de puesto tus [ lunares?

¿Qué los hace peregrinos?¿Qué poderoso magnetismo rigesus extraños movimientos?

¡Ah, tus andariegos lunares...!

Son los puntos de los dados de Dios.

Ruedan por el tapete de tu piel.Cada mañana, cada tarde, cada noche,en los pliegues trucados de tu cuerpose juega mi Destino.

ICONOS IEscribo mi plegaria en el espejoTu mirada me responde

Pedid y se os dará

Tus ojos son la escritura de Dios

IIPie desnudo para el sancta sanctorum

Mirada desnuda para el corazón [ desnudo

Entro desnudo en tu altar desnudo

Aherrojado mi cuello a tus tobillos,

mis pestañas tus ajorcas

Milagro tus pies desnudos

caminando por mi corazón en brasas

IIILos ateos son dignos de misericordia

No han visto tu cuerpo

UN COEUR EN HIVEREste año no he tenido verano.

El estío aquí es lluvioso y desapacible.El invierno promete sol por la mañanay cumple frío entumecedor tras el

[ ocaso.

Este año no he tenido veranoy ya son muchos los años sin cambio de

[ estaciones.

Deshiela mi corazóntráeme la primavera.

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METRO DE CHICAGOA lo largo del viajela mujer de tu vida se te escapa

[ repetidas veces, siempre en el lado opuesto de la vía,en el otro andén,en la otra cola,saliendo del museo o del restaurante cuando tú entras:un segundo de vacilación es suficiente.

ATAVISMOS

Sigues atávicos métodostradicionales,heredados de madre a hija por siglos,y desconfías de modernosavances.Nada de vidrio, hielo,metaleso envases al vacío.

Para conservarmi corazón, de amor herido,tú prefieres la sal.

INDOCILIDAD DEL SUEÑO

Quiero soñar con otras y apareces tú

MAPAEse mapa que me distede tu corazónes como uno de esos mapas turísticos:todo lo hermosoestá cercay las calles son cortasy las rutas diáfanas.

Pero luegolas distancias no correspondenhay calles que no están señaladasy los caminos son complejose intrincados.

Y ya es muy tarde, porque me he [ adentrado

en la ciudad, y no hay vueltaatrás.

Tus ojos miran muy lejosy ya no me sirven de referencia.Me he perdidoirremisiblemente.

ELEGANTE COMO UN VAMPIROComerme tu corazónQue mi cuerpo sea tu cuerpoQue tu sangre sea mi sangre

¿Qué otra cosa puede importar?

COMO UN LIBROPerdido,abandonado entre filas extrañas,rehén de congéneres fortuitos que

[ entienden otro idioma,víctima del azar de un bibliotecario burlóno una mano inexperta,solo y soslayado,hasta que alguien me encuentre.

CONQUISTAMis ojos y mi boca recorren tu cuerpo como ejército de insectos.Pierden pie en el mercurio de tu piel, se

[ levantanvadean hoyuelos persiguen atajoscaen en las trampas móviles que tiendesclavan banderas de amor y de deseoen las cotas vencidasalmacenan pedazos de tu calor para pasar el inviernoanegan cada rincón con miles de patas

[ diminutaspueblan todo con rigor milimétricoparcelan en hexágonos tu piel de ceratrazan mapas detallados, abren caminosarman pontones para vencerel vértigo de tu hermosura.Conquistan para rendirse,para postrarsecomo bárbaros arrodillados ante la faz

[ del Basileus.

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Quince poemas de Diego Valverde Villena (Lima, 1967). Poeta, ensayista y traductor. Licenciado en Filología Hispánica, Filología Inglesa y Filología Alemana, ha realizado estudios de doctorado en las universida-des de Oxford, Heidelberg, Tubinga, Chicago y Complutense de Madrid. Ha publicado los poema-rios El difícil ejercicio del olvido (1997), Chicago, West Barry, 628 (2000), No olvides mi rostro (2001), Infierno del enamorado (2002), El espejo que lleva mi nombre escrito (2006) y Sir Hasirim (2006). Su poesía aparece en numerosas antolo-gías y ha sido traducida a varios idiomas. Ha tra-ducido a Conan Doyle, Kipling, George Herbert, Ezra Pound, Nuno Judice, Paul Éluard, Valery Lar-baud y Paul Celan, entre otros. Como ensayista ha prestado especial atención a Borges, Mutis, la lite-ratura medieval y la literatura comparada. Ha sido profesor de literatura en varias universidades euro-peas y americanas y escribe en revistas literarias de Europa y América.

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CONSTELACIÓN Quod est superius est sicut quod est inferius Tabula Smaragdina

El firmamento-una falda de estrellas-se siembra en la pielde las recién nacidas

Un cuerpo custodia los lunaresque me definen

Kepler, Copérnico y Braheme guían por la calle

LABIOSDios para los que tienen siete labios Juan Eduardo Cirlot

Siete ojos, seis alas

Olvidó el Evangelista tus siete labioslassiete sanguijuelasque purgan mi sangre

lassiete puertas del mundo

siete bocaspara la palabraque no se pronuncia

Eres la vivienteque me llena de ojosme llena de labios

UN SOLO CUERPOTus manos son mis manosTu cuello mi bocaTu espalda mi lenguaTu rostro mis ojosTus hombros mis dientesTus dedos mi piel

Tu tobillo mi talón de Aquiles

LUNARES¡Juro que el lunar estaba aquí, aquí...!

Levanto con mis ojos el naipe de piel y no está

¡Pero si ayer lo vi ahí!

¿Por qué cambian de puesto tus [ lunares?

¿Qué los hace peregrinos?¿Qué poderoso magnetismo rigesus extraños movimientos?

¡Ah, tus andariegos lunares...!

Son los puntos de los dados de Dios.

Ruedan por el tapete de tu piel.Cada mañana, cada tarde, cada noche,en los pliegues trucados de tu cuerpose juega mi Destino.

ICONOS IEscribo mi plegaria en el espejoTu mirada me responde

Pedid y se os dará

Tus ojos son la escritura de Dios

IIPie desnudo para el sancta sanctorum

Mirada desnuda para el corazón [ desnudo

Entro desnudo en tu altar desnudo

Aherrojado mi cuello a tus tobillos,

mis pestañas tus ajorcas

Milagro tus pies desnudos

caminando por mi corazón en brasas

IIILos ateos son dignos de misericordia

No han visto tu cuerpo

UN COEUR EN HIVEREste año no he tenido verano.

El estío aquí es lluvioso y desapacible.El invierno promete sol por la mañanay cumple frío entumecedor tras el

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Este año no he tenido veranoy ya son muchos los años sin cambio de

[ estaciones.

Deshiela mi corazóntráeme la primavera.

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El grabado

Por Milagros Salvador

El taxi paró frente a la puerta del hotel. Apenas veinte minutos había durado el viaje desde el aeropuerto. El taxista me ayudó a bajar el equipaje, y le di las gracias usando unas sencillas frases en danés, queriendo saber si me había comprendido. Me sonrío con aprobación y eso me hizo sentir feliz.

Después de los rápidos trámites en la recepción del hotel, me encontré en la habitación; era de forma regular, no muy grande, los pocos muebles, de línea sencilla, daban al ambiente un tono acogedor e íntimo, un gran edre-dón de tonos oscuro cubría la cama y una pequeña lámpara de mesilla eriza-ba el perfil de la sombra en forma de media luna. Enfrente de la puerta, ocupando casi la pared, un gran venta-nal enmarcaba una bonita vista de la ciudad. La luz con pinceladas tenues parecía acariciar el paisaje, deshacién-dose en ese bello color gris brillante

que tienen los espejos. Deseé caminar, la vista que estaba contemplando me invitaba a ello, y salí a dar un paseo.

Mi encuentro con Copenhague fue silencioso, apasionado y largo, como el beso de dos enamorados. Las calles me ofrecían sus espacios abiertos, y algo incomprensiblemente familiar se iba apoderando poco a poco de mí. Co-menzaba esa hora en que las luces y las sombras se abrazan, ante los pequeños ojos iluminados de las ventanas que se van encendiendo. Apenas si me cruza-ba con gente durante mi paseo, pero el aspecto apacible de la tarde ganó mi confianza. Empezaba a oscurecer, y con las primeras sombras de la noche me retiré a descansar.

Al día siguiente, lo primero que hice nada más despertar, fue acercarme de nuevo a la ventana, la luz había cambiado, ahora parecía más brillante que en la tarde anterior. En el cielo se multiplicaban los matices gris, en gran-des arcos, y los perfiles de los tejados lejanos parecían más firmes. El hori-zonte se perdía en el mar, de una ma-nera suave, como el recuerdo de algu-nos sueños cuando despertamos. Des-pués de pasar un rato en actitud con-templativa, decidí comenzar el pro-

grama que yo misma me había hecho, y salí a realizar mi plan de visitas.

Cada día que pasaba, Copenhague entraba más en mí, me parecía una ciudad única, alegre como una sonrisa, y a veces, con un poco de esa mágica nostalgia que tiene quien ama desde lejos, su silueta era delicada como la espuma, el mar la ceñía con su cintu-rón de plata como a una antigua don-cella. Copenhague tenía ese intangible encanto de los sueños, y hasta su cielo comenzaba a parecerme que en ningún lugar podía tener otro color. Yo no de-seaba que el tiempo pasase deprisa, pero los días se deslizaban como las perlas de un collar cuando se rompe el hilo que las une, y yo no podía evitarlo.

Habían pasado ya diez días, cono-cía lo más significativo y famoso, o al menos, en lo que coinciden todas las guías, pero a mí, lo que de verdad me encantaba, era perderme en las calles y descubrirlas poco a poco, meterme en los ambientes tan distintos que ofrecen y saborear la vida de la ciudad confun-dida entre las gentes. En uno de mis paseos, en una estrecha calle que de-semboca en Østergade, me paré en-frente de una tienda en la que había muchos grabados y dibujos. En el esca-

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Copenhague

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parate un bello grabado de la vieja ciudad llamó mi atención. Entré y pedí que me lo mostraran. Se parecía tanto a aquella primera visión que yo había tenido desde la ventana del hotel, que lo acerqué con mis manos para obser-varlo mejor. Estaba dibujado con todo detalle, las casas con su finas líneas realzaban el conjunto, y los tejados se iban difuminando poco a poco hasta confundirse con el cielo, con ese mismo cielo que tantas veces me había yo pa-rado a contemplar. Di la vuelta a la cartulina, buscando algún título o re-seña, pero detrás, ocupando casi todo el espacio, estaba escrito como con mano cuidadosa, y por el color de la tinta, parecía que de eso hacía ya bas-tante tiempo. La caligrafía era regular, inclinada hacia la derecha y con los renglones paralelamente un poco as-cendentes. La belleza del grabado, y lo casual del encuentro, hicieron que lo comprara.

Cuando me encontré de nuevo en la calle, comencé a pensar en lo que podía estar escrito. Mi curiosidad me hizo volver al hotel, y con la ayuda de mi diccionario, comencé a traducir. Más o menos decía así: “ Hace mucho, muchísimo tiempo, el cielo de Dina-marca era completamente azul, de un azul intenso y brillante como ningún otro. Desde lejos el cielo contemplaba cada día a los habitantes de este país, y los contemplaba complacido. Les veía tan altos y esbeltos, de elegantes y fle-xibles formas, con la piel casi transpa-rente, y su pelo dorado, que quedó enamorado de ellos. Tan enamorado estaba, que durante el verano, cuando los daneses salen más a las calles y fre-cuentan los parques, el cielo apenas se oscurecía, para no dejar de contem-plarles, y atrasaba la noche, y por mu-cho que los daneses quisieran madru-gar, el cielo ya había amanecido, cuan-do en todos los países al sur aún esta-ban recogiendo las últimas sombras. Así pasó tiempo y tiempo, pero el cielo no se resignaba a vivir tan lejos de los daneses, y un día decidió, aún a costa de su propia identidad, hacer algo para evitar esa enorme distancia que le se-paraba, y al llegar la noche, cuando todos dormían, el cielo se deshizo en millones de trocitos, como si fuese una nevada de copos azules, y bajó a cada uno de los habitantes de Dinamarca, y se fue posando silenciosamente en sus ojos. A la mañana siguiente, cuando estas gentes fueron despertando, mira-

ron al cielo extrañados de no ver el acostumbrado azul de siempre, y en su lugar un gris, entre plateado y plomi-zo, que lucía tenue entre nubes que parecían blancos abanicos de pluma de ave. Todos miraban al cielo, y no podían entender lo que había sucedi-do, pero cuando quisieron preguntarse unos a otros por la causa de aquel suceso, comprobaron que sus ojos eran ahora muy azules, de un maravilloso azul intenso y brillante, y se dieron cuenta de que el cielo estaba ahora en ellos. Desde entonces, el cielo vive feliz en los azules ojos de los daneses...

Cuando terminé de leer esto, quedé tan conmovida, que durante algunos minutos no pude pensar en otra cosa, ¿cuándo y quién lo escri-bió? Sólo tenía una respuesta, quien lo escribió fue alguien que había amado mucho esta ciudad. La última frase de esta historia se me quedó grabada fuertemente. Mis últimos tres días ha-bían pasado aún más deprisa, eran las nueve de la mañana, a las 15’30 salía mi avión, y a mediodía debía abando-nar la habitación. Hice las maletas sin ganas, sólo quedaban fuera mis utensi-lios de aseo y el grabado, puesto en vertical en la mesilla de noche, apoya-do en la lamparita de luz. Me dirigí a la ventana, y lo mismo que la primera tarde decidí salir, pero esta vez, para despedirme de la ciudad. Me sentía ahora más emocionada que en mi primer encuentro, y con toda la triste-za de quien parte sin querer partir. Mi mirada se iba posando en cada casa, en cada esquina, en cada persona que pasaba, en el perfil del mar, que días atrás había sido remanso de algunos sueños...y en el cielo. Yo iba mirando todo como si no quisiera decir adiós.

Pero ya eran casi las doce, el cielo se abría en pequeñas brechas de luz, con un suave color malva que daba al ambiente un tono afectivo y entraña-ble. Yo volvía al hotel, los pocos ruidos de la ciudad habían desaparecido, y sólo oía el rítmico chasquido que ha-cían mis botas al caminar, y el latido constante de mi corazón. Me repetí esta vez casi en voz alta “... desde entonces el cielo vive feliz en los azules ojos de los daneses”. Ahora, cuando la frase la oía así en mi propia voz, no sólo me comunicó su belleza, sino que me pareció que tenía algo de profecía, y me estremecí, porque ahora com-prendía que yo tampoco abandonaría nunca Copenhague.

Milagros Salvador

Española. Licenciada en Filosofía y Letras y en Psi-cología.

Ha publicado los poema-rios: Acrostolio, Balaje del barro a la ceniza, Espejo de la tierra, Frontera de humo, Gira nocturna, Habitando la sombra, El dragón y la luna (coautora).

Ha sido seleccionada para varias antologías, y traduci-da al ruso (en Guitarra de 26 cuerdas) y al chino (en An-tología de poetisas en cas-tellano del siglo XX).

Sus poemas han aparecido en diversas revistas y ha ofrecido numerosos recita-les. Ha participado en la I,II y III Bienal Internacional de Poesía, y presentado po-nencias sobre literatura y estudios sobre poesía en los congresos de California en la UCLA en el año 1993, y en Washington en 1996 en la Georgetown University.

Ha colaborado con el Insti-tuto Cervantes Digital en el centenario de Cernuda, y participado en el Coloquio Hispano - francés de poe-tas.

Ha participado en los “En-cuentros de Verines” en 2006 y el I Acta de la Len-gua Española en 2006.

Directora del Capítulo de Madrid de la Academia Ibe-roamericana de Poesía, (1997, 1998).

Ha pertenecido al grupo de poesía en el Círculo de Be-llas Artes los años 2000 y 2001, y ha coordinado la tertulia de poesía en Trova-dor durante dos años.

Es miembro de distintas asociaciones literarias

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El grabado

Por Milagros Salvador

El taxi paró frente a la puerta del hotel. Apenas veinte minutos había durado el viaje desde el aeropuerto. El taxista me ayudó a bajar el equipaje, y le di las gracias usando unas sencillas frases en danés, queriendo saber si me había comprendido. Me sonrío con aprobación y eso me hizo sentir feliz.

Después de los rápidos trámites en la recepción del hotel, me encontré en la habitación; era de forma regular, no muy grande, los pocos muebles, de línea sencilla, daban al ambiente un tono acogedor e íntimo, un gran edre-dón de tonos oscuro cubría la cama y una pequeña lámpara de mesilla eriza-ba el perfil de la sombra en forma de media luna. Enfrente de la puerta, ocupando casi la pared, un gran venta-nal enmarcaba una bonita vista de la ciudad. La luz con pinceladas tenues parecía acariciar el paisaje, deshacién-dose en ese bello color gris brillante

que tienen los espejos. Deseé caminar, la vista que estaba contemplando me invitaba a ello, y salí a dar un paseo.

Mi encuentro con Copenhague fue silencioso, apasionado y largo, como el beso de dos enamorados. Las calles me ofrecían sus espacios abiertos, y algo incomprensiblemente familiar se iba apoderando poco a poco de mí. Co-menzaba esa hora en que las luces y las sombras se abrazan, ante los pequeños ojos iluminados de las ventanas que se van encendiendo. Apenas si me cruza-ba con gente durante mi paseo, pero el aspecto apacible de la tarde ganó mi confianza. Empezaba a oscurecer, y con las primeras sombras de la noche me retiré a descansar.

Al día siguiente, lo primero que hice nada más despertar, fue acercarme de nuevo a la ventana, la luz había cambiado, ahora parecía más brillante que en la tarde anterior. En el cielo se multiplicaban los matices gris, en gran-des arcos, y los perfiles de los tejados lejanos parecían más firmes. El hori-zonte se perdía en el mar, de una ma-nera suave, como el recuerdo de algu-nos sueños cuando despertamos. Des-pués de pasar un rato en actitud con-templativa, decidí comenzar el pro-

grama que yo misma me había hecho, y salí a realizar mi plan de visitas.

Cada día que pasaba, Copenhague entraba más en mí, me parecía una ciudad única, alegre como una sonrisa, y a veces, con un poco de esa mágica nostalgia que tiene quien ama desde lejos, su silueta era delicada como la espuma, el mar la ceñía con su cintu-rón de plata como a una antigua don-cella. Copenhague tenía ese intangible encanto de los sueños, y hasta su cielo comenzaba a parecerme que en ningún lugar podía tener otro color. Yo no de-seaba que el tiempo pasase deprisa, pero los días se deslizaban como las perlas de un collar cuando se rompe el hilo que las une, y yo no podía evitarlo.

Habían pasado ya diez días, cono-cía lo más significativo y famoso, o al menos, en lo que coinciden todas las guías, pero a mí, lo que de verdad me encantaba, era perderme en las calles y descubrirlas poco a poco, meterme en los ambientes tan distintos que ofrecen y saborear la vida de la ciudad confun-dida entre las gentes. En uno de mis paseos, en una estrecha calle que de-semboca en Østergade, me paré en-frente de una tienda en la que había muchos grabados y dibujos. En el esca-

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Copenhague

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parate un bello grabado de la vieja ciudad llamó mi atención. Entré y pedí que me lo mostraran. Se parecía tanto a aquella primera visión que yo había tenido desde la ventana del hotel, que lo acerqué con mis manos para obser-varlo mejor. Estaba dibujado con todo detalle, las casas con su finas líneas realzaban el conjunto, y los tejados se iban difuminando poco a poco hasta confundirse con el cielo, con ese mismo cielo que tantas veces me había yo pa-rado a contemplar. Di la vuelta a la cartulina, buscando algún título o re-seña, pero detrás, ocupando casi todo el espacio, estaba escrito como con mano cuidadosa, y por el color de la tinta, parecía que de eso hacía ya bas-tante tiempo. La caligrafía era regular, inclinada hacia la derecha y con los renglones paralelamente un poco as-cendentes. La belleza del grabado, y lo casual del encuentro, hicieron que lo comprara.

Cuando me encontré de nuevo en la calle, comencé a pensar en lo que podía estar escrito. Mi curiosidad me hizo volver al hotel, y con la ayuda de mi diccionario, comencé a traducir. Más o menos decía así: “ Hace mucho, muchísimo tiempo, el cielo de Dina-marca era completamente azul, de un azul intenso y brillante como ningún otro. Desde lejos el cielo contemplaba cada día a los habitantes de este país, y los contemplaba complacido. Les veía tan altos y esbeltos, de elegantes y fle-xibles formas, con la piel casi transpa-rente, y su pelo dorado, que quedó enamorado de ellos. Tan enamorado estaba, que durante el verano, cuando los daneses salen más a las calles y fre-cuentan los parques, el cielo apenas se oscurecía, para no dejar de contem-plarles, y atrasaba la noche, y por mu-cho que los daneses quisieran madru-gar, el cielo ya había amanecido, cuan-do en todos los países al sur aún esta-ban recogiendo las últimas sombras. Así pasó tiempo y tiempo, pero el cielo no se resignaba a vivir tan lejos de los daneses, y un día decidió, aún a costa de su propia identidad, hacer algo para evitar esa enorme distancia que le se-paraba, y al llegar la noche, cuando todos dormían, el cielo se deshizo en millones de trocitos, como si fuese una nevada de copos azules, y bajó a cada uno de los habitantes de Dinamarca, y se fue posando silenciosamente en sus ojos. A la mañana siguiente, cuando estas gentes fueron despertando, mira-

ron al cielo extrañados de no ver el acostumbrado azul de siempre, y en su lugar un gris, entre plateado y plomi-zo, que lucía tenue entre nubes que parecían blancos abanicos de pluma de ave. Todos miraban al cielo, y no podían entender lo que había sucedi-do, pero cuando quisieron preguntarse unos a otros por la causa de aquel suceso, comprobaron que sus ojos eran ahora muy azules, de un maravilloso azul intenso y brillante, y se dieron cuenta de que el cielo estaba ahora en ellos. Desde entonces, el cielo vive feliz en los azules ojos de los daneses...

Cuando terminé de leer esto, quedé tan conmovida, que durante algunos minutos no pude pensar en otra cosa, ¿cuándo y quién lo escri-bió? Sólo tenía una respuesta, quien lo escribió fue alguien que había amado mucho esta ciudad. La última frase de esta historia se me quedó grabada fuertemente. Mis últimos tres días ha-bían pasado aún más deprisa, eran las nueve de la mañana, a las 15’30 salía mi avión, y a mediodía debía abando-nar la habitación. Hice las maletas sin ganas, sólo quedaban fuera mis utensi-lios de aseo y el grabado, puesto en vertical en la mesilla de noche, apoya-do en la lamparita de luz. Me dirigí a la ventana, y lo mismo que la primera tarde decidí salir, pero esta vez, para despedirme de la ciudad. Me sentía ahora más emocionada que en mi primer encuentro, y con toda la triste-za de quien parte sin querer partir. Mi mirada se iba posando en cada casa, en cada esquina, en cada persona que pasaba, en el perfil del mar, que días atrás había sido remanso de algunos sueños...y en el cielo. Yo iba mirando todo como si no quisiera decir adiós.

Pero ya eran casi las doce, el cielo se abría en pequeñas brechas de luz, con un suave color malva que daba al ambiente un tono afectivo y entraña-ble. Yo volvía al hotel, los pocos ruidos de la ciudad habían desaparecido, y sólo oía el rítmico chasquido que ha-cían mis botas al caminar, y el latido constante de mi corazón. Me repetí esta vez casi en voz alta “... desde entonces el cielo vive feliz en los azules ojos de los daneses”. Ahora, cuando la frase la oía así en mi propia voz, no sólo me comunicó su belleza, sino que me pareció que tenía algo de profecía, y me estremecí, porque ahora com-prendía que yo tampoco abandonaría nunca Copenhague.

Milagros Salvador

Española. Licenciada en Filosofía y Letras y en Psi-cología.

Ha publicado los poema-rios: Acrostolio, Balaje del barro a la ceniza, Espejo de la tierra, Frontera de humo, Gira nocturna, Habitando la sombra, El dragón y la luna (coautora).

Ha sido seleccionada para varias antologías, y traduci-da al ruso (en Guitarra de 26 cuerdas) y al chino (en An-tología de poetisas en cas-tellano del siglo XX).

Sus poemas han aparecido en diversas revistas y ha ofrecido numerosos recita-les. Ha participado en la I,II y III Bienal Internacional de Poesía, y presentado po-nencias sobre literatura y estudios sobre poesía en los congresos de California en la UCLA en el año 1993, y en Washington en 1996 en la Georgetown University.

Ha colaborado con el Insti-tuto Cervantes Digital en el centenario de Cernuda, y participado en el Coloquio Hispano - francés de poe-tas.

Ha participado en los “En-cuentros de Verines” en 2006 y el I Acta de la Len-gua Española en 2006.

Directora del Capítulo de Madrid de la Academia Ibe-roamericana de Poesía, (1997, 1998).

Ha pertenecido al grupo de poesía en el Círculo de Be-llas Artes los años 2000 y 2001, y ha coordinado la tertulia de poesía en Trova-dor durante dos años.

Es miembro de distintas asociaciones literarias

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Su primer viajeen tren

A Santiago Mutis Durán

Por Gabriel Uribe Carreño

A los 72 años hizo su primer viaje en tren. Había visto los trenes desde que era niño, había pasado muchas veces frente a la estación del ferrocarril, se había acostumbrado a la presencia de esa caseta donde los pasajeros, o la gen-te que iba a esperarlos, aguardaba la llegada del tren, una caseta con familias que iban a recibir, y con maletas por todas partes, nervioso todo el mundo, sobre todo los pasajeros listos a partir. Pero lo que más le llamó la atención, siempre, desde que era un niño apenas así de grande (como lo dice su gesto con la mano a la altura de la cintura) fueron las locomotoras. Porque las locomoto-ras daban siempre la impresión de no formar parte del tren, de ser otra cosa, era casi como si el tren, es decir la com-pañía de ferrocarriles misma y la caseta donde los pasajeros esperaban con cara de aburridos hasta que sonaba el silbato del tren, fueran cosas apenas indispen-sables para que existiera lo verdadera-mente importante : la locomotora. Ver-la aparecer, botando humo por arriba y por abajo, entre las ruedas (esto era vapor, le decían; humo es el que sale de las calderas, vapor el que se cuela entre las ruedas, y la maestra de la escuela explicaba que el vapor es más pesado, a causa del agua que contiene, más pesa-do que el humo, pero que el humo se desvanece mientras que el vapor per-manece, aunque no lo viéramos luego, pues en realidad se condensaba, y por eso a veces él, cuando la enorme má-quina de la locomotora ya se había en-

friado, le pasaba la mano por encima y, efectivamente, le quedaban los dedos mojados, como si los hubiera manteni-do expuestos a la lluvia).

La locomotora, entonces, aparecía allá, en el fondo del camino, es decir del camino del tren, que no era un camino como el de los autos, que ya lo llama-ban carretera, ni un camino como el de los caballos, que es lo que se dice de verdad un camino, ni un camino siquie-ra para caminar, lo que su padre llama-ba un sendero, sino un camino diferen-te, un camino (porque los otros los po-día utilizar todo el mundo) que no ser-vía sino para el tren, un camino que parecía un puente de metal, doble, es decir, con dos líneas de hierro paralelas. Y, al comienzo, él no se explicaba cómo un tren , tan pesado, podía andar sobre esas dos barras sin deslizarse, sin caerse a un lado y sin doblarlas; había muchas cosas que él no se explicaba, pero sobre todo el equlibrio de los trenes, sí, eso era algo que no pudo comprender nun-ca, aunque tuvo que aceptarlo cuando vio el primer tren, no andando, no yen-do a paso de caballo sino veloz, pero no como un auto que pasa muy rápido sino desplazándose a una velocidad de veras inconcebible, sobre los rieles, a toda máquina, como se decía entonces, con una velocidad que no le había visto desarrollar a ningún vehículo existente ni a ningún animal del mundo, ni si-quiera a un animal de los que llaman rápidos, porque aún un caballo, incluso

si corre a todo dar, su correr no le pue-de durar por leguas y leguas, como pasa con el tren, que conserva el mismo rit-mo sin esfuerzo y sin fatiga.

Aparecía entonces la locomotora y él veía que se iba acercando, muy veloz todavía, pero con una velocidad que era al mismo tiempo como detenida, por-que ni la locomotora, con toda su fuer-za, ni el tren, tan largo y tan pesado, se sacudían; no, nada de eso, sino que avanzaban como una nube, rápidos sobre los rieles, con un estrépito de cal-deras de vapor y con el silbato silbando, sonando por sonar porque quién era el que iba a atreverse a ir por ahí cami-nando, sobre los rieles, aunque sonaba como para que todo el mundo se apar-tara, para que se quitaran los animales de en medio, se espantaran los borregos sueltos que pastaban a la orilla de los rieles. Y era un tiempo interminable entonces, desde el momento en que la locomotora aparecía, allá en el fondo donde las paralelas de los rieles ni se veían de lo tan lejos, hasta cuando lle-gaba ahí mismo y se detenía frente a la caseta, botando su cisco al aire, como a puñadas, por los tubos de las calderas, pero se detenía sin pararse, porque aunque las ruedas después de chillar largamente con su quejido de metal se quedaban quietas, la enorme locomoto-ra seguía sonando, bullendo, respirando como un animal cansado pero ya listo a arrancar de nuevo, y eso era lo sor-prendente, que arrancaba como si ape-

Gabriel Uribe Carreñonació en Socorro, Colombia, en 1947. Se inició al periodismo en su ciudad natal. Hizo estudios a nivel universitario en la Escuela Nacional de Arte Dramático (Teatro Colón de Bogotá). Profesor en un instituto de comercio en Venezuela durante siete años, pero sin dejar a un lado sus colaboraciones para la prensa: Vanguardia Liberal, Revista Consig-na, y otras. En 1980 viajó a Francia, donde vive desde entonces y donde trabaja para los planes de forma-ción contínua profesional. Y escri-be. Es decir, corrige lo que ha escri-to durante años. Y de nuevo escri-be. Corrige… Publica de vez en cuando.

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nas iniciara el viaje, sin ninguna muestra de fatiga ni nada, tan fresca como si la acabaran de fabricar y fuera ése su primer viaje. Siempre era así, cada vez que aparecía la locomo-tora allá lejos sobre los rieles, él creía que ése era el primer viaje de la má-quina que se acercaba.

Pero en realidad desde siempre, o al menos durante muchos años, la locomotora fue la misma, los rieles los mismos y más bien lo único que a veces cambiaba eran los pasajeros, y, a veces también, algunos vagones, porque hubo nuevos vagones que se le añadieron a los primitivos y luego hasta nuevos modelos de vagón que reemplazaron los otros, más conforta-bles, acabados de llegar al país, mien-tras que la locomotora era tan fuerte y tan indispensable que parecía no poder sino seguir siendo la misma hasta que el uso del tren desapareciera de las costumbres de la gente.

La verdad fue que para él pasaron infancia y juventud, y comenzó a po-nerse viejo y la locomotora que él había conocido de niño era ahora la misma que seguía conduciendo a los viajeros que llegaban o se iban, cada día hasta y desde la caseta, que en cambio no era ya la de siempre sino un edificio de dos pisos a las afueras del pueblo, y éste también había cambiado, había crecido y hasta recibido eso que llamaban pro-greso, cosa que para él era un abuso, el darle tal nombre, pues para él era la locomotora, eso y nada más, el mejor, casi el único símbolo, y más que símbo-lo la representación global y tangible del progreso humano.

La locomotora, sí. Pues cuando los primeros aviones comenzaron a dejarse ver en el cielo, pensó que eso ya no era progreso, eso era más bien una especie de novedad, de cosa poco seria, que volar no tiene nada que ver con la rea-lidad, pues ésta siempre es algo que se logra apreciar si se tienen los pies sobre la tierra o si no lo pies al menos las rue-das del aparato que nos lleva, como fue el caso de las carretas tiradas por un jamelgo primero, de los automóviles, más tarde, y finalmente del tren. No, a los aviones él jamás los tuvo en cuenta; eso que volaba y que pasaba por el cielo del pueblo y de lo cual tanta gente hacía elogios y que para otros era el mejor símbolo del progreso, el más auténtico,

para él, que no se dejaba atrapar por las mentiras de las cosas, eso no era sino un trivial juego. Hasta inocente, como las cometas de papel que los niños eleva-ban cuando soplaba el viento favorable. Sí, el avión era algo así, sólo que más grande, y con pasajeros.

Pero no era nada serio, nada como el tren con su enorme locomotora que podía arrastrar tras de sí toneladas y toneladas de carga sin ningún esfuerzo, sin quejarse siquiera y siempre al mismo ritmo, siempre en la misma disparada carrera. Eso era el progreso, esa técnica en movimiento, esa máquina infatigable que pasaba cada día por el pueblo y que él podía tocar con sus dedos hasta que se le humedecieran: era la mejor prue-ba, la de los dedos mojados, de que la máquina de vapor existía, y no como los aviones, que todo el mundo podía ver volar pero que nadie en el pueblo había jamás tocado. Pero nunca se le ocurrió subirse a tren alguno. No tuvo necesi-dad de hacerlo, decía. Ni siquiera cuando tuvo que salir del pueblo, pues lo hizo en carro cuando niño, y en bus más tarde, y quizá por eso, por no ha-ber utilizado los servicios del ferrocarril, la locomotora con su tren de vagones detrás siguió siendo durante muchos años para él la única cosa maravillosa. Cosa para él todavía ininteligible, y, en la práctica de sus días, inutilizable, pero indispensable ya en su vida, como el sueño o la comida.

Locomotora necesaria. Pero la ne-cesidad no era la de subirse ahí, encima

de todos esos hierros y sentir la veloci-dad debajo, en las ruedas, aunque eso le hubiera gustado; no, la necesidad era ver la llegada, el arribo estrepitoso, irre-sistible de la máquina poderosa que se abría paso como un sueño incontenible entrando de lleno en la realidad del día, y verla luego en reposo, guerrero en descanso, y, finalmente, cosa quizá más increíble, verla partir de nuevo, relu-ciente, frenética, llena de fuerza y con su silbato anunciando que se iba. No necesitaba más. Fue mucho más tarde, cuando el transporte en tren comenzó a caer en desuso, que él sintió por prime-ra vez la necesidad de probar lo que era eso: un viaje en tren. Pero tampoco lo hizo, dejó pasar el tiempo, transcurrie-ron todavía varios años y un día tuvo la sorpresa de ver que la locomotora, esa máquina que resumía, ella sola, todos los signos del progreso, había desapare-cido, y entonces fue como si el progreso, en el mundo irremediablemente mo-derno de ahora, se hubiera estancado.

Porque un día, en lugar del enorme aparato con su silbato y su vapor sa-liendo en nubes hasta el cielo, fue otra máquina, con una especie de rastrillo largo adelante, automática, que no ha-cía ningún ruido, pero que tiraba tras él, con la misma fuerza y quizá hasta con más energía, el largo desfile de va-gones, igual que lo hacía la antigua, la locomotora, sólo que este nuevo apara-to, último grito de la modernidad, ni siquiera se anunciaba, y no sólo no ha-cía ningún ruido al aparecer allá en el fondo, sino que llegaba y se iba en si-

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Su primer viajeen tren

A Santiago Mutis Durán

Por Gabriel Uribe Carreño

A los 72 años hizo su primer viaje en tren. Había visto los trenes desde que era niño, había pasado muchas veces frente a la estación del ferrocarril, se había acostumbrado a la presencia de esa caseta donde los pasajeros, o la gen-te que iba a esperarlos, aguardaba la llegada del tren, una caseta con familias que iban a recibir, y con maletas por todas partes, nervioso todo el mundo, sobre todo los pasajeros listos a partir. Pero lo que más le llamó la atención, siempre, desde que era un niño apenas así de grande (como lo dice su gesto con la mano a la altura de la cintura) fueron las locomotoras. Porque las locomoto-ras daban siempre la impresión de no formar parte del tren, de ser otra cosa, era casi como si el tren, es decir la com-pañía de ferrocarriles misma y la caseta donde los pasajeros esperaban con cara de aburridos hasta que sonaba el silbato del tren, fueran cosas apenas indispen-sables para que existiera lo verdadera-mente importante : la locomotora. Ver-la aparecer, botando humo por arriba y por abajo, entre las ruedas (esto era vapor, le decían; humo es el que sale de las calderas, vapor el que se cuela entre las ruedas, y la maestra de la escuela explicaba que el vapor es más pesado, a causa del agua que contiene, más pesa-do que el humo, pero que el humo se desvanece mientras que el vapor per-manece, aunque no lo viéramos luego, pues en realidad se condensaba, y por eso a veces él, cuando la enorme má-quina de la locomotora ya se había en-

friado, le pasaba la mano por encima y, efectivamente, le quedaban los dedos mojados, como si los hubiera manteni-do expuestos a la lluvia).

La locomotora, entonces, aparecía allá, en el fondo del camino, es decir del camino del tren, que no era un camino como el de los autos, que ya lo llama-ban carretera, ni un camino como el de los caballos, que es lo que se dice de verdad un camino, ni un camino siquie-ra para caminar, lo que su padre llama-ba un sendero, sino un camino diferen-te, un camino (porque los otros los po-día utilizar todo el mundo) que no ser-vía sino para el tren, un camino que parecía un puente de metal, doble, es decir, con dos líneas de hierro paralelas. Y, al comienzo, él no se explicaba cómo un tren , tan pesado, podía andar sobre esas dos barras sin deslizarse, sin caerse a un lado y sin doblarlas; había muchas cosas que él no se explicaba, pero sobre todo el equlibrio de los trenes, sí, eso era algo que no pudo comprender nun-ca, aunque tuvo que aceptarlo cuando vio el primer tren, no andando, no yen-do a paso de caballo sino veloz, pero no como un auto que pasa muy rápido sino desplazándose a una velocidad de veras inconcebible, sobre los rieles, a toda máquina, como se decía entonces, con una velocidad que no le había visto desarrollar a ningún vehículo existente ni a ningún animal del mundo, ni si-quiera a un animal de los que llaman rápidos, porque aún un caballo, incluso

si corre a todo dar, su correr no le pue-de durar por leguas y leguas, como pasa con el tren, que conserva el mismo rit-mo sin esfuerzo y sin fatiga.

Aparecía entonces la locomotora y él veía que se iba acercando, muy veloz todavía, pero con una velocidad que era al mismo tiempo como detenida, por-que ni la locomotora, con toda su fuer-za, ni el tren, tan largo y tan pesado, se sacudían; no, nada de eso, sino que avanzaban como una nube, rápidos sobre los rieles, con un estrépito de cal-deras de vapor y con el silbato silbando, sonando por sonar porque quién era el que iba a atreverse a ir por ahí cami-nando, sobre los rieles, aunque sonaba como para que todo el mundo se apar-tara, para que se quitaran los animales de en medio, se espantaran los borregos sueltos que pastaban a la orilla de los rieles. Y era un tiempo interminable entonces, desde el momento en que la locomotora aparecía, allá en el fondo donde las paralelas de los rieles ni se veían de lo tan lejos, hasta cuando lle-gaba ahí mismo y se detenía frente a la caseta, botando su cisco al aire, como a puñadas, por los tubos de las calderas, pero se detenía sin pararse, porque aunque las ruedas después de chillar largamente con su quejido de metal se quedaban quietas, la enorme locomoto-ra seguía sonando, bullendo, respirando como un animal cansado pero ya listo a arrancar de nuevo, y eso era lo sor-prendente, que arrancaba como si ape-

Gabriel Uribe Carreñonació en Socorro, Colombia, en 1947. Se inició al periodismo en su ciudad natal. Hizo estudios a nivel universitario en la Escuela Nacional de Arte Dramático (Teatro Colón de Bogotá). Profesor en un instituto de comercio en Venezuela durante siete años, pero sin dejar a un lado sus colaboraciones para la prensa: Vanguardia Liberal, Revista Consig-na, y otras. En 1980 viajó a Francia, donde vive desde entonces y donde trabaja para los planes de forma-ción contínua profesional. Y escri-be. Es decir, corrige lo que ha escri-to durante años. Y de nuevo escri-be. Corrige… Publica de vez en cuando.

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nas iniciara el viaje, sin ninguna muestra de fatiga ni nada, tan fresca como si la acabaran de fabricar y fuera ése su primer viaje. Siempre era así, cada vez que aparecía la locomo-tora allá lejos sobre los rieles, él creía que ése era el primer viaje de la má-quina que se acercaba.

Pero en realidad desde siempre, o al menos durante muchos años, la locomotora fue la misma, los rieles los mismos y más bien lo único que a veces cambiaba eran los pasajeros, y, a veces también, algunos vagones, porque hubo nuevos vagones que se le añadieron a los primitivos y luego hasta nuevos modelos de vagón que reemplazaron los otros, más conforta-bles, acabados de llegar al país, mien-tras que la locomotora era tan fuerte y tan indispensable que parecía no poder sino seguir siendo la misma hasta que el uso del tren desapareciera de las costumbres de la gente.

La verdad fue que para él pasaron infancia y juventud, y comenzó a po-nerse viejo y la locomotora que él había conocido de niño era ahora la misma que seguía conduciendo a los viajeros que llegaban o se iban, cada día hasta y desde la caseta, que en cambio no era ya la de siempre sino un edificio de dos pisos a las afueras del pueblo, y éste también había cambiado, había crecido y hasta recibido eso que llamaban pro-greso, cosa que para él era un abuso, el darle tal nombre, pues para él era la locomotora, eso y nada más, el mejor, casi el único símbolo, y más que símbo-lo la representación global y tangible del progreso humano.

La locomotora, sí. Pues cuando los primeros aviones comenzaron a dejarse ver en el cielo, pensó que eso ya no era progreso, eso era más bien una especie de novedad, de cosa poco seria, que volar no tiene nada que ver con la rea-lidad, pues ésta siempre es algo que se logra apreciar si se tienen los pies sobre la tierra o si no lo pies al menos las rue-das del aparato que nos lleva, como fue el caso de las carretas tiradas por un jamelgo primero, de los automóviles, más tarde, y finalmente del tren. No, a los aviones él jamás los tuvo en cuenta; eso que volaba y que pasaba por el cielo del pueblo y de lo cual tanta gente hacía elogios y que para otros era el mejor símbolo del progreso, el más auténtico,

para él, que no se dejaba atrapar por las mentiras de las cosas, eso no era sino un trivial juego. Hasta inocente, como las cometas de papel que los niños eleva-ban cuando soplaba el viento favorable. Sí, el avión era algo así, sólo que más grande, y con pasajeros.

Pero no era nada serio, nada como el tren con su enorme locomotora que podía arrastrar tras de sí toneladas y toneladas de carga sin ningún esfuerzo, sin quejarse siquiera y siempre al mismo ritmo, siempre en la misma disparada carrera. Eso era el progreso, esa técnica en movimiento, esa máquina infatigable que pasaba cada día por el pueblo y que él podía tocar con sus dedos hasta que se le humedecieran: era la mejor prue-ba, la de los dedos mojados, de que la máquina de vapor existía, y no como los aviones, que todo el mundo podía ver volar pero que nadie en el pueblo había jamás tocado. Pero nunca se le ocurrió subirse a tren alguno. No tuvo necesi-dad de hacerlo, decía. Ni siquiera cuando tuvo que salir del pueblo, pues lo hizo en carro cuando niño, y en bus más tarde, y quizá por eso, por no ha-ber utilizado los servicios del ferrocarril, la locomotora con su tren de vagones detrás siguió siendo durante muchos años para él la única cosa maravillosa. Cosa para él todavía ininteligible, y, en la práctica de sus días, inutilizable, pero indispensable ya en su vida, como el sueño o la comida.

Locomotora necesaria. Pero la ne-cesidad no era la de subirse ahí, encima

de todos esos hierros y sentir la veloci-dad debajo, en las ruedas, aunque eso le hubiera gustado; no, la necesidad era ver la llegada, el arribo estrepitoso, irre-sistible de la máquina poderosa que se abría paso como un sueño incontenible entrando de lleno en la realidad del día, y verla luego en reposo, guerrero en descanso, y, finalmente, cosa quizá más increíble, verla partir de nuevo, relu-ciente, frenética, llena de fuerza y con su silbato anunciando que se iba. No necesitaba más. Fue mucho más tarde, cuando el transporte en tren comenzó a caer en desuso, que él sintió por prime-ra vez la necesidad de probar lo que era eso: un viaje en tren. Pero tampoco lo hizo, dejó pasar el tiempo, transcurrie-ron todavía varios años y un día tuvo la sorpresa de ver que la locomotora, esa máquina que resumía, ella sola, todos los signos del progreso, había desapare-cido, y entonces fue como si el progreso, en el mundo irremediablemente mo-derno de ahora, se hubiera estancado.

Porque un día, en lugar del enorme aparato con su silbato y su vapor sa-liendo en nubes hasta el cielo, fue otra máquina, con una especie de rastrillo largo adelante, automática, que no ha-cía ningún ruido, pero que tiraba tras él, con la misma fuerza y quizá hasta con más energía, el largo desfile de va-gones, igual que lo hacía la antigua, la locomotora, sólo que este nuevo apara-to, último grito de la modernidad, ni siquiera se anunciaba, y no sólo no ha-cía ningún ruido al aparecer allá en el fondo, sino que llegaba y se iba en si-

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lencio, como un ladrón, como un visi-tante furtivo, como no dejándose sentir, como si no quisiera que alguien se ente-rara jamás de su presencia; de tal ma-nera que su llegada, no anunciada por ningún estrépito ni por ningún silbato, era sabida sólo gracias a un empleado (porque había ahora empleados de los ferrocarriles con uniformes y todo, gen-te que ni siquiera era del pueblo, que aprendían su oficio por allá lejos, en ciudades tan distantes que no se podía ir hasta ellas directamente en el mismo tren pero donde estaban los estableci-mientos adecuados para tal enseñanza, y venían aquí con sus diplomas y sus certificados, títulos que la gente de aquí no tenía y por lo cual nadie del pueblo pudo trabajar en los ferrocarriles, sím-bolo innegable del progreso de toda la región, como habían pregonado los que inauguraron el servicio muchos años atrás, cuando él era apenas un niño), un empleado de chaqueta y gorra azules, un forastero que a veces era un blanco y a veces un negro, y hasta un indio o un mulato pero que en todo caso parecía un extra de película de la época de la guerra de Secesión norteamericana, y que hacía el llamado por el altoparlante (otra cosa nueva, ridícula, antes innece-saria), anunciando la llegada y luego la partida del tren. En resumidas cuentas, pensaba él, la cosa ya no tenía magia.

De manera que él sintió que el tiempo lo había estafado o que quizá él mismo había dejado pasar la oportuni-dad de conocer un tren de verdad por dentro, de poder habitar en sus entra-ñas, como Jonás en su ballena, y que ahora era tarde, el tren ya no era el tren de su infancia y el aparato que llegaba y partía, dos veces al día, no era el mismo sino una máquina descolorida, esquiva, insignificante, como los aviones, una necesidad no de la vida sino de lo que llamaban progreso, modernidad, cosas nada adecuadas para un pueblo como el suyo.

Pero se acostumbró también a eso. Se acostumbró a la llegada y a la parti-da de ese nuevo tipo de tren, que no silbaba, que llegaba sin hacer ruido, fuera de la voz que salía por el altopar-lante, una máquina entonces que pare-cía ir y venir sin molestar a nadie cuan-do en realidad era esa falta de ruido y de real presencia lo que más molestaba y lo que más extrañaban los que cono-cieron la lealtad y la franqueza, en la

manera de anunciarse, que tenía la máquina de antes, aquella enorme lo-comotora que no podía pasar desaper-cibida porque se mostraba a la vista desde lejos y se anunciaba desde mucho más lejos todavía, con un silbato que preludiaba su arribo y que sonaba des-de minutos antes, cuando ni siquiera podía verse aún su penacho de humo, y cuyo sonido luego, a medida que se acercaba, nadie podría ignorar, porque el silbato no dejaba de recordarles que estaba ahí, que ya había llegado y que pronto se iba, que se estaba yendo ya.

Quizá fue sólo el recuerdo persis-tente de la máquina de antes lo que lo movió entonces. De manera que a los 72 años, cuando ya no le podía hacer falta tal cosa, sorprendió a su familia y a sus amigos diciéndoles que el próximo viaje fuera de la región lo haría en tren. Para qué, le decían, si la carretera, as-faltada y limpiecita, era una vía muy rápida y segura, y si, además, ya se es-taba construyendo una pista con miras a que el pueblo tuviera su propio aero-puerto. Pero a él se le metió que tenía que contentarse con la necesidad senti-da ahora, la de viajar en ese descen-diente, en ese heredero como pensaba que era el tren de ahora, y hacerlo co-mo un póstumo homenaje a la estrepi-tosa máquina de otros años, guardada hoy en algún museo de esos que la mo-dernidad acelerada ha creado para los trastos repentinamente viejos del pro-greso, pieza consignada, puesta al abri-go del tiempo para siempre, porque en los museos las cosas dejan de envejecer apenas entran, se eternizan, quedan definitivamente quietas, pues no sólo han perdido su inerte vida sino hasta la misma leyenda que las mantuvo en al-guna época como cosas, quizá inútiles, pero todavía ahí, todavía significantes y en el corazón de todos. De manera que la locomotora de su infancia debía de estar en este momento peor que muer-ta, no fallecida sino llevada al rango de objeto de contemplación, más allá de la vida, de la historia y de las vicisitudes humanas, resguardada de todo, situada en un lugar donde la comparación no existía, liberada del polvo y del trajín cotidiano y también de la suciedad, de la premura, de la irreversibilidad de las horas, especie ab aeterno.

El no, él tenía 72 años, todavía edad de hombre, cifra para los seres vivos, aunque él, al contrario de la má-

quina maravillosa, moriría un día, al final de su propio viaje, y su cuerpo se desharía para siempre porque nadie se iba a preocupar por mantenerlo intacto, y su memoria se borraría a medida que fuera desapareciendo la memoria de los seres que lo habían conocido y, sólo entonces, la máquina, no la del museo sino la verdadera, la máquina viva en su recuerdo, la arrolladora, con locomoto-ra y vagones, llena de vapor y estruen-do, desaparecería para siempre de este mundo.

Ese era quizá todo el sentido de su decisión, rendir un último homenaje a la máquina aquella, la de sus recuerdos más lejanos, con un viaje, no tardío sino a deshoras, un viaje realizado al fin a los 72 años y con el cual, pero rompiéndolo al mismo tiempo de una vez por todas como en el despertar definitivo de un sueño, colmaría secretamente su más antiguo anhelo, la añorada posesión del primero y único juguete de su infancia.

Gabriel Uribe Carreño

Publicaciones:

MAQUIAVELO EN VERONA, Novela. Publicaciones UIS, Bucaramanga (1998) AL FILO DE LA ESCRITURA, Cuen-to, Editorial Indigo, París, (2005)EL ULTIMO RETRATO DE CECILIA TOVAR, Novela, Escargots au Ga-lop, Paris (2006) NICOLAS MAQUIAVELO, Biografía, Panamericana Editorial, Bogotá (2006)EL PARAGUAS DE CESAR VALLE-JO, Ensayo mítico-biográfico, Veri-cuetos-Paris (2006)LAS GAFAS DE SOL, Cuento, Cara-velle, Université de Toulouse, Fran-cia (2006)LA PUESTA EN ESCENA DE LA MUERTE, Ensayo, Aleph 138, Mani-zales (2006)LA TRAVESIA DEL DESIERTO, Cuento, Odradek, Medellín (2007)EN BUSCA DEL TIEMPO PERFEC-TO (Sobre la novela Felicidad qui-zás de M. Salazar M.) DE LA DULCE SOLEDAD DEL OLIMPO Y OTRAS ESQUINAS (So-bre Dionea, de Julio Olaciregui) Revista de la Universidad de Anti-quia, N° 290 (diciembre 2007).

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El violín del diablopara Raúl González Tuñón

Por Marcelo Ramón

El sol le golpeaba la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la bo-ca lo ahogaba. La saliva, pegajosa e inmunda, le colgaba de la comisura de los labios. Los sonidos de la calle le lle-gaban desde muy lejos deformados por los gritos de niños que corrían detrás de un cerdo mientras las mujeres insulta-ban a sus maridos que reían en compa-ñía de las prostitutas. Todo aquello le resultaba extraño, ajeno a su realidad de funcionario gris. Abrió, no sin temor, los ojos, como esperando acabar con aquel mal sueño. La calle de adoquines se le presentaba confusa. Larga e incier-ta, la calle se perdía en una esquina. Sentía el dolor que le calaba los huesos. Se trató de incorporar, no sin dificultad. Alguien se le quedó mirando mientras daba voces a otros hombres que guar-daban silencio, hipnotizados por la imagen del cadáver de un perro comido por los gusanos. El hombre, ahora sen-tado en el cordón de la vereda y con los pies en el agua putrefacta y las manos colgando como ramas de árboles, pudo ver caras deformadas por el tiempo y el alcohol. Sintió el vértigo del aliento a podrido de los que ahora le estaban hablando mientras dos manos, grandes, fuertes, ásperas, lo levantaron con asombrosa facilidad provocando risas con dientes negros, marrones, que se iban cerrando alrededor del hombre. Sintió el mareo. Vomitó una bilis ma-rrón. Un grupo de perros no demoró en lamer aquella materia caliente con tro-zos de carne que apestaba a basura acumulada a través de los años. La imagen de aquello le causó unas ganas enormes de huir mientras las voces le decían algo que no podía entender. En-sayó una explicación. Desistió al notar la dificultad de la lengua para artícular las más simples palabras. Prefirió per-derse entre aquella muchedumbre que pasaba cantando cosas que jamás en-tendió.

*Tal vez la monotonía de sus actos,

aquellos que conformaban su vida, lo habían llevado a una esquina desierta, a una mujer que no esperaba a nadie, a un laberinto de calles sin nombres y mal iluminadas, a la entrada, incierta e in-

quietante, de un edificio antiguo, a es-caleras de mármol y pasamanos de hie-rro donde el olor a orín y excremento lo había mareado, a un corredor donde le pareció ver caras de otro tiempo, a una puerta que se abría y descubría una mesa ratona, una cama, una luz que colgaba desde el techo. La mujer no era linda y en los ojos había cansancio, re-signación y rutina. La mujer empezó a sacarse la ropa con un erotismo poco verosímil. El hombre, sin mirarla, se tumbó en la cama. Se desnudó con len-titud, sorprendido por la poca timidez que había mostrado una vez que cruzó la puerta del departamento. Tal vez empezaba a descubrir algo nuevo; como si acabara de darse cuenta que algo había permanecido oculto todos estos años de empleado de oscura oficina de ministerio. El hombre fornicó con un gusto que jamás pensó podía sentir. Luego, la mujer fumaba apoyada contra el respaldo de la cama mientras que con el pie izquierdo le acariciaba la espalda, mientras él permanecía sentado al bor-de del colchón. Absorto en una suerte de pensamiento que lo llevaba al mismo sitio, el hombre sintió el vértigo de la repetición que se le instalaba en las tri-pas. Este acto, este último acto pasaría a ser, irremediablemente, uno más en la larga cadena de actos que formaban su vida. Esto había sido nuevo, pero ahora el hombre lo agregaría a la lista de acontecimientos convirtiéndolo en algo que bien podría suceder una vez por semana. Y eso no podía permitirlo. La mujer, que minutos antes lo había servi-do y que ahora mira el techo con ojos de nada, se había convertido en otro de esos repetibles, monótonos y predecibles actos de su vida. Comprendió, en una suerte de caída a un precipicio, lo terri-ble de levantarse todos los días a la misma hora; afeitarse y bañarse y vestir-se; desayunar lo mismo todos los días: dos tostadas con mermelada de higo y café sin azúcar; viajar apretado en la línea T del tren que lo llevaría a su tra-bajo en el centro de la ciudad; los obli-gatorios saludos a los jefes y los habitua-les comentarios de los escribanos sobre las últimas noticias del acontecer nacio-nal; acomodarse en su escritorio donde con movimiento mecánico empezaría a sellar los mismos formularios durante ocho horas al día: sello azul para los trámites sin urgencia, sello rojo para los trámites con urgencia; la hora del al-muerzo donde miraría a la muchachita del bar y hoy tampoco le diría nada; de

vuelta a la oficina hasta la tarde don-de saldría a tomar el café con los ami-gos en el mismo lugar de siempre; llegar a la casa para comer en una mesa con un solo plato que la empleada había dispuesto servilmente; la feria de los sábados donde compraba la comida para toda la semana; la visita de los domingos en casa de sus padres, en el campo; los lunes donde todo se volvía a repetir en una suerte de movimiento circular. Y ahora aquella mujer se su-maba, indefectiblemente, a esos actos que tanto lo atormentaban y lo perse-guían. Tal vez por ello el hombre se acercó lentamente a la mujer que ahora estaba dormida y, lentamente, le apretó el cuello. Los ojos de la mujer que se abren y ven la muerte en los ojos del hombre que se afirma para sacarle el último respiro de vida que le queda.

*Excitado por la emoción el hombre

corre por callejones, calles angostas, se confunde en un laberinto imposible conformado por sombras, animales, pedazos de seres humanos. Bebe en bares con gente que lo desprecia por no poder hablar su misma lengua ni com-prender sus códigos; pelea para sentirse hombre y sentir el dolor de los puños que le pegan en el rostro y los pies que le patean hasta la inconciencia para dejarlo tirado en una esquina cualquie-ra de una ciudad que no es la suya y que jamás conocerá hasta el otro día donde el sol le golpea la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la bo-ca lo ahoga.

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lencio, como un ladrón, como un visi-tante furtivo, como no dejándose sentir, como si no quisiera que alguien se ente-rara jamás de su presencia; de tal ma-nera que su llegada, no anunciada por ningún estrépito ni por ningún silbato, era sabida sólo gracias a un empleado (porque había ahora empleados de los ferrocarriles con uniformes y todo, gen-te que ni siquiera era del pueblo, que aprendían su oficio por allá lejos, en ciudades tan distantes que no se podía ir hasta ellas directamente en el mismo tren pero donde estaban los estableci-mientos adecuados para tal enseñanza, y venían aquí con sus diplomas y sus certificados, títulos que la gente de aquí no tenía y por lo cual nadie del pueblo pudo trabajar en los ferrocarriles, sím-bolo innegable del progreso de toda la región, como habían pregonado los que inauguraron el servicio muchos años atrás, cuando él era apenas un niño), un empleado de chaqueta y gorra azules, un forastero que a veces era un blanco y a veces un negro, y hasta un indio o un mulato pero que en todo caso parecía un extra de película de la época de la guerra de Secesión norteamericana, y que hacía el llamado por el altoparlante (otra cosa nueva, ridícula, antes innece-saria), anunciando la llegada y luego la partida del tren. En resumidas cuentas, pensaba él, la cosa ya no tenía magia.

De manera que él sintió que el tiempo lo había estafado o que quizá él mismo había dejado pasar la oportuni-dad de conocer un tren de verdad por dentro, de poder habitar en sus entra-ñas, como Jonás en su ballena, y que ahora era tarde, el tren ya no era el tren de su infancia y el aparato que llegaba y partía, dos veces al día, no era el mismo sino una máquina descolorida, esquiva, insignificante, como los aviones, una necesidad no de la vida sino de lo que llamaban progreso, modernidad, cosas nada adecuadas para un pueblo como el suyo.

Pero se acostumbró también a eso. Se acostumbró a la llegada y a la parti-da de ese nuevo tipo de tren, que no silbaba, que llegaba sin hacer ruido, fuera de la voz que salía por el altopar-lante, una máquina entonces que pare-cía ir y venir sin molestar a nadie cuan-do en realidad era esa falta de ruido y de real presencia lo que más molestaba y lo que más extrañaban los que cono-cieron la lealtad y la franqueza, en la

manera de anunciarse, que tenía la máquina de antes, aquella enorme lo-comotora que no podía pasar desaper-cibida porque se mostraba a la vista desde lejos y se anunciaba desde mucho más lejos todavía, con un silbato que preludiaba su arribo y que sonaba des-de minutos antes, cuando ni siquiera podía verse aún su penacho de humo, y cuyo sonido luego, a medida que se acercaba, nadie podría ignorar, porque el silbato no dejaba de recordarles que estaba ahí, que ya había llegado y que pronto se iba, que se estaba yendo ya.

Quizá fue sólo el recuerdo persis-tente de la máquina de antes lo que lo movió entonces. De manera que a los 72 años, cuando ya no le podía hacer falta tal cosa, sorprendió a su familia y a sus amigos diciéndoles que el próximo viaje fuera de la región lo haría en tren. Para qué, le decían, si la carretera, as-faltada y limpiecita, era una vía muy rápida y segura, y si, además, ya se es-taba construyendo una pista con miras a que el pueblo tuviera su propio aero-puerto. Pero a él se le metió que tenía que contentarse con la necesidad senti-da ahora, la de viajar en ese descen-diente, en ese heredero como pensaba que era el tren de ahora, y hacerlo co-mo un póstumo homenaje a la estrepi-tosa máquina de otros años, guardada hoy en algún museo de esos que la mo-dernidad acelerada ha creado para los trastos repentinamente viejos del pro-greso, pieza consignada, puesta al abri-go del tiempo para siempre, porque en los museos las cosas dejan de envejecer apenas entran, se eternizan, quedan definitivamente quietas, pues no sólo han perdido su inerte vida sino hasta la misma leyenda que las mantuvo en al-guna época como cosas, quizá inútiles, pero todavía ahí, todavía significantes y en el corazón de todos. De manera que la locomotora de su infancia debía de estar en este momento peor que muer-ta, no fallecida sino llevada al rango de objeto de contemplación, más allá de la vida, de la historia y de las vicisitudes humanas, resguardada de todo, situada en un lugar donde la comparación no existía, liberada del polvo y del trajín cotidiano y también de la suciedad, de la premura, de la irreversibilidad de las horas, especie ab aeterno.

El no, él tenía 72 años, todavía edad de hombre, cifra para los seres vivos, aunque él, al contrario de la má-

quina maravillosa, moriría un día, al final de su propio viaje, y su cuerpo se desharía para siempre porque nadie se iba a preocupar por mantenerlo intacto, y su memoria se borraría a medida que fuera desapareciendo la memoria de los seres que lo habían conocido y, sólo entonces, la máquina, no la del museo sino la verdadera, la máquina viva en su recuerdo, la arrolladora, con locomoto-ra y vagones, llena de vapor y estruen-do, desaparecería para siempre de este mundo.

Ese era quizá todo el sentido de su decisión, rendir un último homenaje a la máquina aquella, la de sus recuerdos más lejanos, con un viaje, no tardío sino a deshoras, un viaje realizado al fin a los 72 años y con el cual, pero rompiéndolo al mismo tiempo de una vez por todas como en el despertar definitivo de un sueño, colmaría secretamente su más antiguo anhelo, la añorada posesión del primero y único juguete de su infancia.

Gabriel Uribe Carreño

Publicaciones:

MAQUIAVELO EN VERONA, Novela. Publicaciones UIS, Bucaramanga (1998) AL FILO DE LA ESCRITURA, Cuen-to, Editorial Indigo, París, (2005)EL ULTIMO RETRATO DE CECILIA TOVAR, Novela, Escargots au Ga-lop, Paris (2006) NICOLAS MAQUIAVELO, Biografía, Panamericana Editorial, Bogotá (2006)EL PARAGUAS DE CESAR VALLE-JO, Ensayo mítico-biográfico, Veri-cuetos-Paris (2006)LAS GAFAS DE SOL, Cuento, Cara-velle, Université de Toulouse, Fran-cia (2006)LA PUESTA EN ESCENA DE LA MUERTE, Ensayo, Aleph 138, Mani-zales (2006)LA TRAVESIA DEL DESIERTO, Cuento, Odradek, Medellín (2007)EN BUSCA DEL TIEMPO PERFEC-TO (Sobre la novela Felicidad qui-zás de M. Salazar M.) DE LA DULCE SOLEDAD DEL OLIMPO Y OTRAS ESQUINAS (So-bre Dionea, de Julio Olaciregui) Revista de la Universidad de Anti-quia, N° 290 (diciembre 2007).

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El violín del diablopara Raúl González Tuñón

Por Marcelo Ramón

El sol le golpeaba la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la bo-ca lo ahogaba. La saliva, pegajosa e inmunda, le colgaba de la comisura de los labios. Los sonidos de la calle le lle-gaban desde muy lejos deformados por los gritos de niños que corrían detrás de un cerdo mientras las mujeres insulta-ban a sus maridos que reían en compa-ñía de las prostitutas. Todo aquello le resultaba extraño, ajeno a su realidad de funcionario gris. Abrió, no sin temor, los ojos, como esperando acabar con aquel mal sueño. La calle de adoquines se le presentaba confusa. Larga e incier-ta, la calle se perdía en una esquina. Sentía el dolor que le calaba los huesos. Se trató de incorporar, no sin dificultad. Alguien se le quedó mirando mientras daba voces a otros hombres que guar-daban silencio, hipnotizados por la imagen del cadáver de un perro comido por los gusanos. El hombre, ahora sen-tado en el cordón de la vereda y con los pies en el agua putrefacta y las manos colgando como ramas de árboles, pudo ver caras deformadas por el tiempo y el alcohol. Sintió el vértigo del aliento a podrido de los que ahora le estaban hablando mientras dos manos, grandes, fuertes, ásperas, lo levantaron con asombrosa facilidad provocando risas con dientes negros, marrones, que se iban cerrando alrededor del hombre. Sintió el mareo. Vomitó una bilis ma-rrón. Un grupo de perros no demoró en lamer aquella materia caliente con tro-zos de carne que apestaba a basura acumulada a través de los años. La imagen de aquello le causó unas ganas enormes de huir mientras las voces le decían algo que no podía entender. En-sayó una explicación. Desistió al notar la dificultad de la lengua para artícular las más simples palabras. Prefirió per-derse entre aquella muchedumbre que pasaba cantando cosas que jamás en-tendió.

*Tal vez la monotonía de sus actos,

aquellos que conformaban su vida, lo habían llevado a una esquina desierta, a una mujer que no esperaba a nadie, a un laberinto de calles sin nombres y mal iluminadas, a la entrada, incierta e in-

quietante, de un edificio antiguo, a es-caleras de mármol y pasamanos de hie-rro donde el olor a orín y excremento lo había mareado, a un corredor donde le pareció ver caras de otro tiempo, a una puerta que se abría y descubría una mesa ratona, una cama, una luz que colgaba desde el techo. La mujer no era linda y en los ojos había cansancio, re-signación y rutina. La mujer empezó a sacarse la ropa con un erotismo poco verosímil. El hombre, sin mirarla, se tumbó en la cama. Se desnudó con len-titud, sorprendido por la poca timidez que había mostrado una vez que cruzó la puerta del departamento. Tal vez empezaba a descubrir algo nuevo; como si acabara de darse cuenta que algo había permanecido oculto todos estos años de empleado de oscura oficina de ministerio. El hombre fornicó con un gusto que jamás pensó podía sentir. Luego, la mujer fumaba apoyada contra el respaldo de la cama mientras que con el pie izquierdo le acariciaba la espalda, mientras él permanecía sentado al bor-de del colchón. Absorto en una suerte de pensamiento que lo llevaba al mismo sitio, el hombre sintió el vértigo de la repetición que se le instalaba en las tri-pas. Este acto, este último acto pasaría a ser, irremediablemente, uno más en la larga cadena de actos que formaban su vida. Esto había sido nuevo, pero ahora el hombre lo agregaría a la lista de acontecimientos convirtiéndolo en algo que bien podría suceder una vez por semana. Y eso no podía permitirlo. La mujer, que minutos antes lo había servi-do y que ahora mira el techo con ojos de nada, se había convertido en otro de esos repetibles, monótonos y predecibles actos de su vida. Comprendió, en una suerte de caída a un precipicio, lo terri-ble de levantarse todos los días a la misma hora; afeitarse y bañarse y vestir-se; desayunar lo mismo todos los días: dos tostadas con mermelada de higo y café sin azúcar; viajar apretado en la línea T del tren que lo llevaría a su tra-bajo en el centro de la ciudad; los obli-gatorios saludos a los jefes y los habitua-les comentarios de los escribanos sobre las últimas noticias del acontecer nacio-nal; acomodarse en su escritorio donde con movimiento mecánico empezaría a sellar los mismos formularios durante ocho horas al día: sello azul para los trámites sin urgencia, sello rojo para los trámites con urgencia; la hora del al-muerzo donde miraría a la muchachita del bar y hoy tampoco le diría nada; de

vuelta a la oficina hasta la tarde don-de saldría a tomar el café con los ami-gos en el mismo lugar de siempre; llegar a la casa para comer en una mesa con un solo plato que la empleada había dispuesto servilmente; la feria de los sábados donde compraba la comida para toda la semana; la visita de los domingos en casa de sus padres, en el campo; los lunes donde todo se volvía a repetir en una suerte de movimiento circular. Y ahora aquella mujer se su-maba, indefectiblemente, a esos actos que tanto lo atormentaban y lo perse-guían. Tal vez por ello el hombre se acercó lentamente a la mujer que ahora estaba dormida y, lentamente, le apretó el cuello. Los ojos de la mujer que se abren y ven la muerte en los ojos del hombre que se afirma para sacarle el último respiro de vida que le queda.

*Excitado por la emoción el hombre

corre por callejones, calles angostas, se confunde en un laberinto imposible conformado por sombras, animales, pedazos de seres humanos. Bebe en bares con gente que lo desprecia por no poder hablar su misma lengua ni com-prender sus códigos; pelea para sentirse hombre y sentir el dolor de los puños que le pegan en el rostro y los pies que le patean hasta la inconciencia para dejarlo tirado en una esquina cualquie-ra de una ciudad que no es la suya y que jamás conocerá hasta el otro día donde el sol le golpea la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la bo-ca lo ahoga.

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El beso de la noche*

Oscura madre Tú que gravitas, tú que antecedes

Eugenio Montejo* Cuento inédito que hace parte del libro homónimo.

Por Pablo Montoya.

Mario no era el único hijo. El otro, que vivía fuera de la ciudad, nunca los visitaba. Pero su colaboración económi-ca llegaba cumplida. De él sólo sabían por ese gesto mensual. Mario constata-ba, en todo caso, que los lugares desde donde se remitía el dinero cambiaban con frecuencia. Suponían que Carlos trabajaba como comerciante. A veces pensaban que era uno de esos inmi-grantes que iban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, buscando algún empleo en el país del norte.

Mario pagaba, con el dinero de su hermano, los oficios de una sirvienta. Ella era de uno de los barrios montaño-sos del occidente. De la mañana al ano-checer, y de lunes a sábado, permanecía en la casa donde hijo y madre convi-vían. Mario, suave en sus maneras, ha-bía sido explícito en lo que la sirvienta debía hacer. Lo principal era encargarse de su madre y satisfacerle cualquier capricho. Debía bañarla, vestirla, darle de comer. El resto del tiempo él se ocu-paba de todo.

Habitaban una casa próxima al parque de Boston. Era la herencia deja-da por un padre que había desparecido sin dejar mayor rastro. En el cuarto, donde yacía paralizada la mujer, nacie-ron los hermanos. En las otras piezas, en el zaguán y el patio con el mango, crecieron los dos niños en medio de una suerte de estupor silencioso. Siempre vigilados por los ojos de una mujer que nunca cesó de maldecir al hombre que, sin ninguna explicación, se había esfu-mado de la tierra. El oficio de su padre consistió en vender máquinas de escri-bir Remington en pueblos de Antio-quia. Una mudez magra, los ojos zar-cos, el cabello rubio que peinaba hacia atrás con gomina fueron sus rasgos más ostensibles. Lo circundante parecía preocuparle poco, pero nunca manifestó desdén por la mujer y los hijos. Al con-trario, mantenía una distante cortesía con ellos y se preocupaba de que vivie-ran con cierta comodidad. Sin embar-

go, un día, como si fuese parte de un destino prefigurado por las maneras mudas del hombre, se produjo la ruptu-ra. El mayor daba los primeros pasos y Mario acababa de nacer, cuando el padre desapareció.

Atravesaron adolescencias disímiles. Carlos, más afecto a la calle y al trabajo. Desde esa edad, poseía un talento em-pírico que le permitió desenvolverse con pericia en las labores de la electricidad y la plomería. Mario, en cambio, se ex-travió en la timidez de un temperamen-to ausente que provenía del padre. Y, como si recibiera un mandato de la sangre, se adhirió a su madre con tenaz fidelidad. Mientras el uno surcaba Me-dellín en procura de dinero, el otro se dedicó a leer febrilmente, a conseguir libros, a escribir poemas ayudado por una de las Remington. Pues, como si se tratara también de un distintivo atávico que habría de corresponderle, una de las máquinas de escribir se había que-dado varada en un rincón de la casa.

Un día Carlos avisó su partida. Se largó, aburrido de la ciudad y fastidiado por los jornales mezquinos. Durante años no se supo nada de su paradero. Alguien dijo que manejaba lanchas clandestinas en las costas de Urabá. Otro contó que limpiaba vidrios en los rascacielos de Panamá. Uno más dijo que había logrado coronar el hueco de la frontera mexicana. A veces Mario y su madre evocaban al aventurero con palabras que no manifestaban asomo de nostalgia. Con el tiempo se fue edifi-cando entre ellos un tácito acuerdo. No era necesario divagar sobre alguien que parecía haber seguido las huellas del progenitor. Empero, cuando la madre cayó enferma, empezó a llegar el dinero con el cumplimiento que jamás habría de faltar.

La casa poseía tal amplitud que, así se cruzaran algunas palabras entre sus residentes, planeaba en sus ámbitos un silencio inquietante. Ese silencio se ha-bía tornado más espeso desde que la madre enfermó. Una parálisis sin seña-les previas la cimbró en la cama una mañana, y resultaron inútiles los esfuer-zos para hacerla caminar. Primero fue-ron las piernas que se encogieron como si una orden implacable las hubiera conminado a la quietud. Al cabo de unos días, los brazos asumieron un per-fil similar. Pasada la perplejidad, la mu-jer se hundió en el despecho. No demo-ró en forjarse un resentimiento contra su destino que ni las atenciones más

solícitas de Mario hacían desaparecer. Pero ella reconocía que su hijo no sólo era su único consuelo, sino la eficaz posibilidad de apresurar el tiempo que le restaba. Y había instantes en que su aspereza daba paso a una ternura que Mario recibía con felicidad.

Con la sirvienta ella era pródiga en invectivas. Le decía a su hijo que la echara y no la torturara con ningún otro engendro. Que no había menester de nadie más y que los dos podían en-frentar solos, en la casa y separados del mundo, la única realidad que les co-rrespondía. En estos momentos, Mario tomaba la mano inmóvil de su madre y la besaba. Pero ella incrementaba sus lamentaciones. Decía lo tosca que era la sirvienta cuando la cargaba para llevar-la al baño. El agua con que la lavaba, insistía, era demasiado fría o demasiado caliente. Le atiborraba la boca con so-pas saladas y carnes duras. Mario pro-curaba calmarla. Le acariciaba la fren-te, le secaba las lágrimas y aprovechaba para peinarle la abundante cabellera cubierta de vetas grises. Cuando com-prendía que obraba el somnífero pres-crito, la cubría con las cobijas e iba sin-tiendo una dicha secreta al saber que el cuerpo protegido del sereno también era suyo. Más tarde lo extrañaba el eco escuchado a través de los pasillos. No creía que fueran sus propios pasos que regresaban a la pieza donde escribía poemas en medio de montones desor-denados de libros.

La sirvienta ejecutaba bien las labo-res. Era una mujer ajena a la impru-

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dencia. Sus ademanes medrosos se fun-dían en un légamo generacional de se-res que habían apurado sus vidas entre la estrechez material y la sumisión. Ma-rio la trataba con una afabilidad lejana y le pedía paciencia con su madre. In-tentaba, además, no estar junto a las dos para evitar los alegatos de la una y el sometimiento de la otra. Y acaso no se habría desprendido de su compañía tan rápido, si no hubiera llegado la car-ta donde Carlos anunciaba su regreso. Mario, la noche de ese sábado en que leyó el mensaje, abordó a la sirvienta en el zaguán. Le dijo que su madre y él se irían pronto de la casa. Ella exhaló un gesto de sorpresa. Su mirada no logró levantarse del suelo. Mario pagó un dinero de más como liquidación. Le agradeció tomándola de la mano. Le dijo, incluso, que era una mujer buena. La sirvienta se asustó no por las pala-bras. Se asustó por las manos de Mario que sudaban en medio del temblor. Después, estremecido por una exulta-ción desalada, el hijo no pudo dormir. Recorrió de un lado a otro los lugares de la casa. Hacia la medianoche empe-zó a llover. El hombre se desnudó en su cuarto y salió al patio donde recitó sus poemas con voz ansiosa. Dejó que la lluvia limpiara los sedimentos de duda que aún conservaba. Al final, antes de irse a dormir, miró el cielo. Y se dijo que pronto él sería una sombra fundida en la oscuridad de otra.

Los domingos eran los mejores días. De los aposentos se desalojaba la ten-sión que las dos mujeres habían cons-truido a lo largo de la semana. La casa parecía el remanso esperado para que se departiera algo que aún poseía el sabor de la felicidad. Mario preparaba un baño de yerbas aromáticas. Ponía a su madre con diligencia en la bañera. Luego le esparcía las aguas de la yerba-buena, el toronjil y el espliego con una totuma de perfecta redondez. Ayudado de una esponja tersa, le estregaba cada rincón del cuerpo. Las extremidades encogidas, los senos melancólicos, el pubis desaliñado. Enseguida la vestía con alguno de los trajes preferidos por los dos. Le hacía el desayuno y le daba de comer. Más tarde la llevaba en la silla de ruedas al patio. La situaba un rato aquí y otro rato allá para que de-gustara la evocación de las estancias queridas. Mario, a veces, ponía en el tocadiscos bambucos añejos que ella todavía amaba. Una sola vez la llevó al parque de Boston, creyendo que así la

mujer podría respirar un poco los vesti-gios de sus actividades pretéritas. Pero ella se sintió atropellada por el barullo del mundo. Esa tarde, con sus nervios destrozados, pidió que no la volviera a sacar de la casa. Mario obedeció este deseo hasta el último día que vivieron juntos.

A la hora del almuerzo, junto al mango del patio, él armaba el asador. Extendía las carnes y ponía algunas papas y trozos de plátano maduro. Ubi-caba a su madre entre las materas de begonias que hacía tiempo nadie aten-día. Se trepaba al árbol en dos o tres movimientos. Cogía algunos mangos biches, los partía en pedazos y los co-mían con sal y limón. Algo se estreme-cía en Mario al ver que ella recibía el fruto destrozado y con la lengua le la-mía sus dedos empapados de acidez. El tiempo, pasado el almuerzo, transcurría en medio de una modorra embriagante. Él escuchaba los cantos a las acacias, a los guaduales, a las tierras labrantías. Y, recostado en una de las mecedoras, con los ojos cerrados, dejaba que la mujer roncara el sopor de la tarde. Cuando la tarde declinaba, y del mango surgían veloces aleteos y cantos de insectos noc-turnos, Mario le leía sus poemas.

Los versos nombraban el lazo que los unía. Este era una complicidad de amigos, el deseo de un par de amantes recién encontrados, la esperanza en el sufrimiento que compartían dos esposos remotos. Había un poema en el que aguas inmemoriales surgían de la tierra y bañaban a un hombre y a una mujer que se metamorfoseaban entre sí. En otro, una raíz solitaria crecía en el fon-do de una cueva húmeda. Mario, ese sábado, al enterarse que Carlos regre-saba, decidió reunir los poemas esencia-les. Los guardó cuidadosamente en un sobre donde escribió con letras defor-mes el nombre de su hermano.

Las diligencias no fueron muchas. Mario se tomó unos pocos días para hacerlas. Cada movimiento lo ejecutó sospechando que, al regresar a la casa, podría encontrar a Carlos con su ma-dre. Al rozar los pliegues de la carta, que llevaba en el bolsillo, se imaginaba las manos del otro cargando el cuerpo, y eso era suficiente para afianzar la determinación que madre e hijo habían tomado. En la librería, donde Mario trabajaba, aceptaron su renuncia. Ven-dió sus propios libros al precio que qui-sieran darle. Canceló las deudas que tenía con sus pocos amigos. Luego

compró un vestido para su madre y un traje para él. Arrojó la máquina de es-cribir en uno de los basureros del par-que. Y, después de informarse de la me-jor manera, pagó para que le consiguie-ran el veneno.

La mujer dormía, bajo el somnífe-ro, cuando él entró al cuarto. Con deli-cada precisión la despojó de su pijama. Reconoció una inesperada frescura en la frente mientras iba poniéndole el traje. Éste, tal como lo habían decidido los dos, era blanco y sus flores estampa-das susurraban la vitalidad de antiguos festejos primaverales. Mario llevaba uno de igual color. Su pelo estaba peinado hacia atrás con gomina y se había rasu-rado el rostro. Cuando estuvieron listos, la intentó despertar. Pero ella, a pesar de los empujones y las suaves palmadas que Mario le daba, no pudo emerger de su adormecimiento. El hijo fue al patio, desprendió hojas del mango, tomó be-gonias y armó una corona que puso sobre el cabello gris.

Como lo habían planeado, Mario evocó a Dios. Ofreció a su oscura inte-gridad lo que ellos significaban. En ese momento hubo un amago de despertar en la mujer. Abrió los ojos y lo miró. Quiso decirle algo, pero de nuevo su cuerpo se sumergió en el sueño. Su bo-ca quedó ligeramente abierta y en uno de los labios se formó una gota de sali-va. Mario se acercó y la tomó con la lengua. Luego le suministró la dosis del veneno. Esperó a que todo en ella fuera quietud. Verificó la progresiva ausencia de las pulsaciones. Acarició sus cabellos, se inclinó y le dio el último beso. Enton-ces con una advenediza tribulación, Mario apuró su dosis. Sintió pánico de morir y un horror todavía más hondo de seguir viviendo. En medio de veloces fluorescencias, de un abismo que se le abría por todas partes, creyó escuchar toques en la puerta de la calle. Tomó los poemas. Los regó sobre la cama y el piso donde quedaban algunos libros extraviados. Tuvo fuerzas para coger el sobre y meter en él su cabeza. Unos segundos después, él también fue besa-do por la oscuridad.

Pablo MontoyaEscritor colombiano. Autor de novela, ensayo, cuento y poesía. Es profesor de literatura y coor-dina el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia, Colombia.

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El beso de la noche*

Oscura madre Tú que gravitas, tú que antecedes

Eugenio Montejo* Cuento inédito que hace parte del libro homónimo.

Por Pablo Montoya.

Mario no era el único hijo. El otro, que vivía fuera de la ciudad, nunca los visitaba. Pero su colaboración económi-ca llegaba cumplida. De él sólo sabían por ese gesto mensual. Mario constata-ba, en todo caso, que los lugares desde donde se remitía el dinero cambiaban con frecuencia. Suponían que Carlos trabajaba como comerciante. A veces pensaban que era uno de esos inmi-grantes que iban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, buscando algún empleo en el país del norte.

Mario pagaba, con el dinero de su hermano, los oficios de una sirvienta. Ella era de uno de los barrios montaño-sos del occidente. De la mañana al ano-checer, y de lunes a sábado, permanecía en la casa donde hijo y madre convi-vían. Mario, suave en sus maneras, ha-bía sido explícito en lo que la sirvienta debía hacer. Lo principal era encargarse de su madre y satisfacerle cualquier capricho. Debía bañarla, vestirla, darle de comer. El resto del tiempo él se ocu-paba de todo.

Habitaban una casa próxima al parque de Boston. Era la herencia deja-da por un padre que había desparecido sin dejar mayor rastro. En el cuarto, donde yacía paralizada la mujer, nacie-ron los hermanos. En las otras piezas, en el zaguán y el patio con el mango, crecieron los dos niños en medio de una suerte de estupor silencioso. Siempre vigilados por los ojos de una mujer que nunca cesó de maldecir al hombre que, sin ninguna explicación, se había esfu-mado de la tierra. El oficio de su padre consistió en vender máquinas de escri-bir Remington en pueblos de Antio-quia. Una mudez magra, los ojos zar-cos, el cabello rubio que peinaba hacia atrás con gomina fueron sus rasgos más ostensibles. Lo circundante parecía preocuparle poco, pero nunca manifestó desdén por la mujer y los hijos. Al con-trario, mantenía una distante cortesía con ellos y se preocupaba de que vivie-ran con cierta comodidad. Sin embar-

go, un día, como si fuese parte de un destino prefigurado por las maneras mudas del hombre, se produjo la ruptu-ra. El mayor daba los primeros pasos y Mario acababa de nacer, cuando el padre desapareció.

Atravesaron adolescencias disímiles. Carlos, más afecto a la calle y al trabajo. Desde esa edad, poseía un talento em-pírico que le permitió desenvolverse con pericia en las labores de la electricidad y la plomería. Mario, en cambio, se ex-travió en la timidez de un temperamen-to ausente que provenía del padre. Y, como si recibiera un mandato de la sangre, se adhirió a su madre con tenaz fidelidad. Mientras el uno surcaba Me-dellín en procura de dinero, el otro se dedicó a leer febrilmente, a conseguir libros, a escribir poemas ayudado por una de las Remington. Pues, como si se tratara también de un distintivo atávico que habría de corresponderle, una de las máquinas de escribir se había que-dado varada en un rincón de la casa.

Un día Carlos avisó su partida. Se largó, aburrido de la ciudad y fastidiado por los jornales mezquinos. Durante años no se supo nada de su paradero. Alguien dijo que manejaba lanchas clandestinas en las costas de Urabá. Otro contó que limpiaba vidrios en los rascacielos de Panamá. Uno más dijo que había logrado coronar el hueco de la frontera mexicana. A veces Mario y su madre evocaban al aventurero con palabras que no manifestaban asomo de nostalgia. Con el tiempo se fue edifi-cando entre ellos un tácito acuerdo. No era necesario divagar sobre alguien que parecía haber seguido las huellas del progenitor. Empero, cuando la madre cayó enferma, empezó a llegar el dinero con el cumplimiento que jamás habría de faltar.

La casa poseía tal amplitud que, así se cruzaran algunas palabras entre sus residentes, planeaba en sus ámbitos un silencio inquietante. Ese silencio se ha-bía tornado más espeso desde que la madre enfermó. Una parálisis sin seña-les previas la cimbró en la cama una mañana, y resultaron inútiles los esfuer-zos para hacerla caminar. Primero fue-ron las piernas que se encogieron como si una orden implacable las hubiera conminado a la quietud. Al cabo de unos días, los brazos asumieron un per-fil similar. Pasada la perplejidad, la mu-jer se hundió en el despecho. No demo-ró en forjarse un resentimiento contra su destino que ni las atenciones más

solícitas de Mario hacían desaparecer. Pero ella reconocía que su hijo no sólo era su único consuelo, sino la eficaz posibilidad de apresurar el tiempo que le restaba. Y había instantes en que su aspereza daba paso a una ternura que Mario recibía con felicidad.

Con la sirvienta ella era pródiga en invectivas. Le decía a su hijo que la echara y no la torturara con ningún otro engendro. Que no había menester de nadie más y que los dos podían en-frentar solos, en la casa y separados del mundo, la única realidad que les co-rrespondía. En estos momentos, Mario tomaba la mano inmóvil de su madre y la besaba. Pero ella incrementaba sus lamentaciones. Decía lo tosca que era la sirvienta cuando la cargaba para llevar-la al baño. El agua con que la lavaba, insistía, era demasiado fría o demasiado caliente. Le atiborraba la boca con so-pas saladas y carnes duras. Mario pro-curaba calmarla. Le acariciaba la fren-te, le secaba las lágrimas y aprovechaba para peinarle la abundante cabellera cubierta de vetas grises. Cuando com-prendía que obraba el somnífero pres-crito, la cubría con las cobijas e iba sin-tiendo una dicha secreta al saber que el cuerpo protegido del sereno también era suyo. Más tarde lo extrañaba el eco escuchado a través de los pasillos. No creía que fueran sus propios pasos que regresaban a la pieza donde escribía poemas en medio de montones desor-denados de libros.

La sirvienta ejecutaba bien las labo-res. Era una mujer ajena a la impru-

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dencia. Sus ademanes medrosos se fun-dían en un légamo generacional de se-res que habían apurado sus vidas entre la estrechez material y la sumisión. Ma-rio la trataba con una afabilidad lejana y le pedía paciencia con su madre. In-tentaba, además, no estar junto a las dos para evitar los alegatos de la una y el sometimiento de la otra. Y acaso no se habría desprendido de su compañía tan rápido, si no hubiera llegado la car-ta donde Carlos anunciaba su regreso. Mario, la noche de ese sábado en que leyó el mensaje, abordó a la sirvienta en el zaguán. Le dijo que su madre y él se irían pronto de la casa. Ella exhaló un gesto de sorpresa. Su mirada no logró levantarse del suelo. Mario pagó un dinero de más como liquidación. Le agradeció tomándola de la mano. Le dijo, incluso, que era una mujer buena. La sirvienta se asustó no por las pala-bras. Se asustó por las manos de Mario que sudaban en medio del temblor. Después, estremecido por una exulta-ción desalada, el hijo no pudo dormir. Recorrió de un lado a otro los lugares de la casa. Hacia la medianoche empe-zó a llover. El hombre se desnudó en su cuarto y salió al patio donde recitó sus poemas con voz ansiosa. Dejó que la lluvia limpiara los sedimentos de duda que aún conservaba. Al final, antes de irse a dormir, miró el cielo. Y se dijo que pronto él sería una sombra fundida en la oscuridad de otra.

Los domingos eran los mejores días. De los aposentos se desalojaba la ten-sión que las dos mujeres habían cons-truido a lo largo de la semana. La casa parecía el remanso esperado para que se departiera algo que aún poseía el sabor de la felicidad. Mario preparaba un baño de yerbas aromáticas. Ponía a su madre con diligencia en la bañera. Luego le esparcía las aguas de la yerba-buena, el toronjil y el espliego con una totuma de perfecta redondez. Ayudado de una esponja tersa, le estregaba cada rincón del cuerpo. Las extremidades encogidas, los senos melancólicos, el pubis desaliñado. Enseguida la vestía con alguno de los trajes preferidos por los dos. Le hacía el desayuno y le daba de comer. Más tarde la llevaba en la silla de ruedas al patio. La situaba un rato aquí y otro rato allá para que de-gustara la evocación de las estancias queridas. Mario, a veces, ponía en el tocadiscos bambucos añejos que ella todavía amaba. Una sola vez la llevó al parque de Boston, creyendo que así la

mujer podría respirar un poco los vesti-gios de sus actividades pretéritas. Pero ella se sintió atropellada por el barullo del mundo. Esa tarde, con sus nervios destrozados, pidió que no la volviera a sacar de la casa. Mario obedeció este deseo hasta el último día que vivieron juntos.

A la hora del almuerzo, junto al mango del patio, él armaba el asador. Extendía las carnes y ponía algunas papas y trozos de plátano maduro. Ubi-caba a su madre entre las materas de begonias que hacía tiempo nadie aten-día. Se trepaba al árbol en dos o tres movimientos. Cogía algunos mangos biches, los partía en pedazos y los co-mían con sal y limón. Algo se estreme-cía en Mario al ver que ella recibía el fruto destrozado y con la lengua le la-mía sus dedos empapados de acidez. El tiempo, pasado el almuerzo, transcurría en medio de una modorra embriagante. Él escuchaba los cantos a las acacias, a los guaduales, a las tierras labrantías. Y, recostado en una de las mecedoras, con los ojos cerrados, dejaba que la mujer roncara el sopor de la tarde. Cuando la tarde declinaba, y del mango surgían veloces aleteos y cantos de insectos noc-turnos, Mario le leía sus poemas.

Los versos nombraban el lazo que los unía. Este era una complicidad de amigos, el deseo de un par de amantes recién encontrados, la esperanza en el sufrimiento que compartían dos esposos remotos. Había un poema en el que aguas inmemoriales surgían de la tierra y bañaban a un hombre y a una mujer que se metamorfoseaban entre sí. En otro, una raíz solitaria crecía en el fon-do de una cueva húmeda. Mario, ese sábado, al enterarse que Carlos regre-saba, decidió reunir los poemas esencia-les. Los guardó cuidadosamente en un sobre donde escribió con letras defor-mes el nombre de su hermano.

Las diligencias no fueron muchas. Mario se tomó unos pocos días para hacerlas. Cada movimiento lo ejecutó sospechando que, al regresar a la casa, podría encontrar a Carlos con su ma-dre. Al rozar los pliegues de la carta, que llevaba en el bolsillo, se imaginaba las manos del otro cargando el cuerpo, y eso era suficiente para afianzar la determinación que madre e hijo habían tomado. En la librería, donde Mario trabajaba, aceptaron su renuncia. Ven-dió sus propios libros al precio que qui-sieran darle. Canceló las deudas que tenía con sus pocos amigos. Luego

compró un vestido para su madre y un traje para él. Arrojó la máquina de es-cribir en uno de los basureros del par-que. Y, después de informarse de la me-jor manera, pagó para que le consiguie-ran el veneno.

La mujer dormía, bajo el somnífe-ro, cuando él entró al cuarto. Con deli-cada precisión la despojó de su pijama. Reconoció una inesperada frescura en la frente mientras iba poniéndole el traje. Éste, tal como lo habían decidido los dos, era blanco y sus flores estampa-das susurraban la vitalidad de antiguos festejos primaverales. Mario llevaba uno de igual color. Su pelo estaba peinado hacia atrás con gomina y se había rasu-rado el rostro. Cuando estuvieron listos, la intentó despertar. Pero ella, a pesar de los empujones y las suaves palmadas que Mario le daba, no pudo emerger de su adormecimiento. El hijo fue al patio, desprendió hojas del mango, tomó be-gonias y armó una corona que puso sobre el cabello gris.

Como lo habían planeado, Mario evocó a Dios. Ofreció a su oscura inte-gridad lo que ellos significaban. En ese momento hubo un amago de despertar en la mujer. Abrió los ojos y lo miró. Quiso decirle algo, pero de nuevo su cuerpo se sumergió en el sueño. Su bo-ca quedó ligeramente abierta y en uno de los labios se formó una gota de sali-va. Mario se acercó y la tomó con la lengua. Luego le suministró la dosis del veneno. Esperó a que todo en ella fuera quietud. Verificó la progresiva ausencia de las pulsaciones. Acarició sus cabellos, se inclinó y le dio el último beso. Enton-ces con una advenediza tribulación, Mario apuró su dosis. Sintió pánico de morir y un horror todavía más hondo de seguir viviendo. En medio de veloces fluorescencias, de un abismo que se le abría por todas partes, creyó escuchar toques en la puerta de la calle. Tomó los poemas. Los regó sobre la cama y el piso donde quedaban algunos libros extraviados. Tuvo fuerzas para coger el sobre y meter en él su cabeza. Unos segundos después, él también fue besa-do por la oscuridad.

Pablo MontoyaEscritor colombiano. Autor de novela, ensayo, cuento y poesía. Es profesor de literatura y coor-dina el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia, Colombia.

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Um fantasma português, com certeza

Por Miguel Gomes

El fantasma de mi padre se nos apareció por primera vez a las tres ho-ras del entierro. Estaba sentado en el sofá del estudio, con un libro abierto en el regazo y la lámpara prendida (no se sabía bien por qué: eran solo las cinco de la tarde y él, en esas cosas, siempre había sido muy ahorrativo). Me dirigí al estudio luego de distinguir las chu-padas que le daba a la pipa; sospeché que allí lo encontraría: fumar en aquel rincón había sido su pasatiempo prefe-rido.

—Quando voltamos à Madeira? ‘Stou farto desta terra e desta gentaça: barulho e calor é o único que têm. Além disso, as ruas estão a ficar cheias de toirões e ratazanas. Caracas já não é cidade... é uma toca.

Los hurones y las ratas a los que se refería eran ejemplares políticos, pero dejo el asunto para más tarde. Mi ma-dre me había seguido los pasos hasta el estudio y ya estaba enfrascada en una de las escaramuzas que solía tener con mi padre. En esta ocasión la empren-dieron con lo de fumar delante de Rui, mi hijo, que en ese entonces cumplía ocho años:

—Joga fora o cachimbo!—A certidão de casamento é que vou

deitar no lixo...Aunque los choques maritales nun-

ca se arreglaban, a los cinco minutos estaban disueltos. Pese a la muerte tan reciente, mi madre se sintió feliz de ver al marido; eso sí, se cuidó de no dárselo a entender, no fuera que el difunto em-pezara a tomarse libertades.

—A sua bênçoa, vovô.—Deus te abençoe.Rui se había colado en el estudio y

reaccionó como siempre, pidiéndole la bendición al abuelo. Mi padre, ateo convencido, invariablemente se la da-ba, sea por debilidad por el nieto, sea porque, como buen comunista, en vano intentaba ocultar sus atracciones cleri-cales. Era de Bragança donde, que yo sepa, lo de bendecir ya no se usa como saludo; ese hábito seguro que lo había contraído en sus días de clandestino en Madeira, y de mi madre, isleña persis-tente y arcaica que toda la vida se ha-bía esforzado en catequizarlo.

A Caracas nos habíamos venido cuando tenía yo once años. La policía secreta de Salazar había obligado a papá a buscarse papeles de identidad falsos y a escapar del continente a las islas. Pasado el tiempo, con casa, traba-jo, mujer e hijo, tuvo la idea genial de escribir y distribuir no sé qué panfleto; pronto lo rastrearon y o Guilherme bra-gantino, como lo conocían los amigos, tuvo que poner pies en polvorosa, si así pudiera describirse una fuga marítima.

El barco iba cargado de españoles e italianos que se dirigían a Venezuela, cuando ésta estaba de moda; aportaba en Funchal y allí se acababa de llenar con nuevos acentos, vinos y bacalao. En esa ocasión se llevaron a un Guil-herme que cambiaba por tercera vez de identidad; ahora se llamaba Lourenço (años después supe que ése era su se-gundo nombre original; del primero no sé si alguna vez me enteraré: tengo a Bragança fuera de mis rutas y, según papá, desde hace mucho la parentela anda sepultada. Él, por otra parte, no suelta el dato).

En vida, Guilherme, Lourenço, o lo que fuese, estaba hecho de múltiples manías. Una consistía en despotricar de Venezuela, en particular de Caracas; clima, desorden, nuevorriquismo, des-pilfarro, suciedad, ignorancia: cual-quier excusa le servía. Lo ponía nervio-so ver que yo me adaptaba de lo mejor, y mucho más, cuando me casé, que lo hiciera con una nativa. Pasaron los años y tuvimos a Rui que, con todo y el nombre portugués, no parecía inclina-do a ampliar el vocabulario en esa len-gua. Don Lorenzo, como lo llamaban en su nuevo exilio, se desesperaba con la acumulación de pequeñas desventuras. Declaraba cada vez que podía sus prin-cipios, entre los que figuraba el retorno a Portugal en cuanto la oportunidad se presentara. Frugal, todo lo ahorraba para la vuelta; no era tacaño ni avaro, sino optimista: en el futuro estaba lo

Miguel Gomes (1964)

Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de narrativa: Visión memora-ble (microrrelatos), La cueva de Altamira (cuen-tos), De fantasmas y des-tierros (cuentos), Viviana y otras historias del cuerpo (cuentos), y Viudos, sire-nas y libertinos (cuentos y nouvelles).

Vive en los Estados Uni-dos desde 1989, donde trabaja como profesor de posgrado en la Universi-dad de Connecticut.

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mejor y había que prepararse para disfrutarlo.

Curiosamente, después de la Revo-lución de los Claveles, cuando llegó la democracia y la izquierda portuguesa pudo por fin existir fuera de la clandes-tinidad, mi padre no se mostró muy activo en lo de preparar la repatriación: hablaba de falsa revolución, desencanto y, mientras seguía los partidos de fútbol en las emisoras de inmigrantes, refun-fuñaba sobre el fascista encubierto que era Mário Soares, además de otras im-pertinencias. El tiempo no se detuvo; papá se jubiló; mi abuelo en Funchal murió en 1990 y heredamos, entre otras cosas, la casa; pero papá no apro-vechó la oportunidad dorada, limitán-dose a ir con mamá a la isla a pasar los inviernos y así escapar siquiera por unos meses do calor medonho, horrível de Caracas. Volvía de sus viajes e iba al estudio, engolosinado con la pipa y articulando meticulosamente el mal humor que atribuía a los trópicos:

—O ano que vem fico de vez em Portu-gal.

Lo machacón del estribillo me permitía no tomarlo en serio; aun pro-vocarlo:

—Papá, quédese allá si quiere; nadie lo obliga a regresar —así, en español, lo incordiaba más, porque se negaba a hablar el idioma.

Los farfullos que venían enseguida eran interminables. Nunca entendí su relación con Venezuela; me temo que tampoco él. Una vez leí que un hombre sin nación desafía las clasificaciones y por eso suscita tanto el pavor como el asco. A lo mejor mi padre presintió que la lejanía de Portugal y la cercanía de otras tierras lo situarían en un espacio indefinible; tal vez el vacío lo forzó a refugiarse una y otra vez en el énfasis. Para calmarlo, o irritarlo amigablemen-te, yo le recitaba aquellos versos de Jorge de Sena:

Coleccionarei nacionalidades como cami-sas se despem,

se usam e se deitam fora, com todo o respeito

necessário à roupa que se veste e que pres-tou serviço.

Entre palmaditas, le insinuaba también que el nacionalismo era una engañifa de la burguesía para desviar la energía del proletariado lejos de la lu-cha de clases. Pero era en vano; la to-zudez superaba a la doctrina.

Cuando murió, pensé que extraña-ría sus monólogos ininteligibles y que el

apartamento sin ellos se quedaría solo. Me alivió que no fuera así. Papá no podía ausentarse tan bruscamente; su existencia venezolana había sido sobre todo casera, horas y horas metido en el estudio, donde se afanaba en la redac-ción de su periódico portugués y escri-bía las crónicas que firmaba con distin-tos nombres, según las enviase a publi-caciones de inmigrantes en los Estados Unidos y Canadá o a revistas de Portu-gal, Brasil, Mozambique, Cabo Verde, Angola, Macao, Timor... No estaba dispuesto a abandonar las rutinas que trabajosamente se había creado. Su fantasma era la continuación exacta del hombre, hasta en las obsesiones —pi-pa, lecturas y

—Quando voltamos à Madeira? ‘Stou farto desta terra e desta gentaça...

¿Cuántas veces, en vida, le habré oído lo mismo? Ahora, cristianamente fallecido —como acababa de decir el cura sin saber que le expedía el visado angélico a un rojo— las obsesiones de papá me hincaron finalmente el diente. Mi madre y yo estábamos simétrica-mente solos, desconsolados, viudos. Mi condición era peor: de Cecilia no me había quedado ni el fantasma. En Ve-nezuela, además, todo se descomponía: los ahorros mermaban incluso abste-niéndose uno de tocarlos; los sueldos universitarios, vistos con estoicismo, daban risa; la situación política era caótica y hacía tres semanas, en una de las muchas manifestaciones contra el gobierno, unos francotiradores a quie-nes jamás se someterá a juicio le habían vacíado la cabeza a tiros a uno de mis colegas, un tipo pacífico que enseñaba metafísica y era de los pocos amigos íntimos que yo tenía. Para apagar in-cendios lo único que se usaba, de unos años acá, eran lanzallamas —la fauna a la que papá se refería, toirões presidentes y ratazanas ministros, o viceversa, de-pendiendo del día y el humor que tu-viera don Lorenzo cuando leía los titu-lares. Sobre la teórica simpatía del hu-rón mayor por el marxismo, papá era terminante y ni siquiera admitía mis peros, porque del tema yo no sabía nada:

—Estes vadios estão a confundir pândega e folia com revolução.

No había día que yo mandase a Rui al colegio sin que me cruzara por la cabeza la idea de que algo iba a pa-sarle: que le pondrían una navaja al cuello para robarle unos vulgares zapa-tos de goma, como le sucedió al vecini-

to; o que lo secuestrarían para intentar sacarnos fondos que no teníamos, por el solo hecho de que éramos portugue-ses y se suponía que tendríamos abasto y billete; o que, sin más, le hicieran a mi hijo lo que a Cecilia.

En el metro empezaban también a circular hojas que atribuían todas las desgracias a los inmigrantes europeos de los 1950 y 1960, que con sus com-pañías de autobuses, restaurantes, ca-fés, panaderías habían pervertido, arruinado y sumido en la angustia al valeroso pueblo bolivariano.

—Então, quando voltamos à Madeira?Aun repitiendo las preguntas de

siempre, el espectro de mi padre tenía ahora un poder de convicción del que había carecido el exiliado gruñón. Pese a todas nuestras discusiones, entre sus rezongos y melancolías, yo lo había querido tanto que había imitado su afición —más que eso era— por la escritura (para hincharle las narices, claro, lo hacía en español; pero eso poco le importaba: ninguém é perfeito). Volví a escucharlo después del entierro; vi el libro y la lámpara inútil, la pipa que llenaba de humo los contornos fantasmales. A solas en el balcón, du-rante el crepúsculo, me puse a llorar como un estúpido y me dije que por qué no hacerle caso a don Lorenzo. ¿Qué rayos esperábamos de esa ciudad que se nos caía a pedazos por dentro y por fuera? Quería tanto a papá, incluso ahora de fantasma, que tenía que de-jarme persuadir; alguna vez ocurriría: ¿por qué no en ese instante? Irme. Ir-nos: hasta con los muertos.

No tuve esa noche el valor de to-mar la decisión, pero un par de días después la voz de mi padre me sugería que mirase la correspondencia; el car-tero iba a traerla en unos cuantos mi-nutos. En efecto, el hombre llegó y es-peré a que hiciera lo suyo. Abrí ense-guida el buzón. Allí había una carta del hermano de mi madre, que comenzaba como todas las que nos escribía, aun-que, hacia el cuarto párrafo, me reser-vaba una sorpresa. La vejez lo llenaba de achaques; encima de eso, sufría al imaginar que tendría que vender la librería que había levantado en Fun-chal a costa de mucho sudor y medio siglo de esfuerzo. No tenía más herede-ros que nosotros. ¿Por qué no nos ani-mábamos a volver de una buena vez? ¿Quién más adecuado que yo para relevarlo? La cifra que mencionó como el promedio de sus ganancias en un

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Um fantasma português, com certeza

Por Miguel Gomes

El fantasma de mi padre se nos apareció por primera vez a las tres ho-ras del entierro. Estaba sentado en el sofá del estudio, con un libro abierto en el regazo y la lámpara prendida (no se sabía bien por qué: eran solo las cinco de la tarde y él, en esas cosas, siempre había sido muy ahorrativo). Me dirigí al estudio luego de distinguir las chu-padas que le daba a la pipa; sospeché que allí lo encontraría: fumar en aquel rincón había sido su pasatiempo prefe-rido.

—Quando voltamos à Madeira? ‘Stou farto desta terra e desta gentaça: barulho e calor é o único que têm. Além disso, as ruas estão a ficar cheias de toirões e ratazanas. Caracas já não é cidade... é uma toca.

Los hurones y las ratas a los que se refería eran ejemplares políticos, pero dejo el asunto para más tarde. Mi ma-dre me había seguido los pasos hasta el estudio y ya estaba enfrascada en una de las escaramuzas que solía tener con mi padre. En esta ocasión la empren-dieron con lo de fumar delante de Rui, mi hijo, que en ese entonces cumplía ocho años:

—Joga fora o cachimbo!—A certidão de casamento é que vou

deitar no lixo...Aunque los choques maritales nun-

ca se arreglaban, a los cinco minutos estaban disueltos. Pese a la muerte tan reciente, mi madre se sintió feliz de ver al marido; eso sí, se cuidó de no dárselo a entender, no fuera que el difunto em-pezara a tomarse libertades.

—A sua bênçoa, vovô.—Deus te abençoe.Rui se había colado en el estudio y

reaccionó como siempre, pidiéndole la bendición al abuelo. Mi padre, ateo convencido, invariablemente se la da-ba, sea por debilidad por el nieto, sea porque, como buen comunista, en vano intentaba ocultar sus atracciones cleri-cales. Era de Bragança donde, que yo sepa, lo de bendecir ya no se usa como saludo; ese hábito seguro que lo había contraído en sus días de clandestino en Madeira, y de mi madre, isleña persis-tente y arcaica que toda la vida se ha-bía esforzado en catequizarlo.

A Caracas nos habíamos venido cuando tenía yo once años. La policía secreta de Salazar había obligado a papá a buscarse papeles de identidad falsos y a escapar del continente a las islas. Pasado el tiempo, con casa, traba-jo, mujer e hijo, tuvo la idea genial de escribir y distribuir no sé qué panfleto; pronto lo rastrearon y o Guilherme bra-gantino, como lo conocían los amigos, tuvo que poner pies en polvorosa, si así pudiera describirse una fuga marítima.

El barco iba cargado de españoles e italianos que se dirigían a Venezuela, cuando ésta estaba de moda; aportaba en Funchal y allí se acababa de llenar con nuevos acentos, vinos y bacalao. En esa ocasión se llevaron a un Guil-herme que cambiaba por tercera vez de identidad; ahora se llamaba Lourenço (años después supe que ése era su se-gundo nombre original; del primero no sé si alguna vez me enteraré: tengo a Bragança fuera de mis rutas y, según papá, desde hace mucho la parentela anda sepultada. Él, por otra parte, no suelta el dato).

En vida, Guilherme, Lourenço, o lo que fuese, estaba hecho de múltiples manías. Una consistía en despotricar de Venezuela, en particular de Caracas; clima, desorden, nuevorriquismo, des-pilfarro, suciedad, ignorancia: cual-quier excusa le servía. Lo ponía nervio-so ver que yo me adaptaba de lo mejor, y mucho más, cuando me casé, que lo hiciera con una nativa. Pasaron los años y tuvimos a Rui que, con todo y el nombre portugués, no parecía inclina-do a ampliar el vocabulario en esa len-gua. Don Lorenzo, como lo llamaban en su nuevo exilio, se desesperaba con la acumulación de pequeñas desventuras. Declaraba cada vez que podía sus prin-cipios, entre los que figuraba el retorno a Portugal en cuanto la oportunidad se presentara. Frugal, todo lo ahorraba para la vuelta; no era tacaño ni avaro, sino optimista: en el futuro estaba lo

Miguel Gomes (1964)

Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de narrativa: Visión memora-ble (microrrelatos), La cueva de Altamira (cuen-tos), De fantasmas y des-tierros (cuentos), Viviana y otras historias del cuerpo (cuentos), y Viudos, sire-nas y libertinos (cuentos y nouvelles).

Vive en los Estados Uni-dos desde 1989, donde trabaja como profesor de posgrado en la Universi-dad de Connecticut.

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mejor y había que prepararse para disfrutarlo.

Curiosamente, después de la Revo-lución de los Claveles, cuando llegó la democracia y la izquierda portuguesa pudo por fin existir fuera de la clandes-tinidad, mi padre no se mostró muy activo en lo de preparar la repatriación: hablaba de falsa revolución, desencanto y, mientras seguía los partidos de fútbol en las emisoras de inmigrantes, refun-fuñaba sobre el fascista encubierto que era Mário Soares, además de otras im-pertinencias. El tiempo no se detuvo; papá se jubiló; mi abuelo en Funchal murió en 1990 y heredamos, entre otras cosas, la casa; pero papá no apro-vechó la oportunidad dorada, limitán-dose a ir con mamá a la isla a pasar los inviernos y así escapar siquiera por unos meses do calor medonho, horrível de Caracas. Volvía de sus viajes e iba al estudio, engolosinado con la pipa y articulando meticulosamente el mal humor que atribuía a los trópicos:

—O ano que vem fico de vez em Portu-gal.

Lo machacón del estribillo me permitía no tomarlo en serio; aun pro-vocarlo:

—Papá, quédese allá si quiere; nadie lo obliga a regresar —así, en español, lo incordiaba más, porque se negaba a hablar el idioma.

Los farfullos que venían enseguida eran interminables. Nunca entendí su relación con Venezuela; me temo que tampoco él. Una vez leí que un hombre sin nación desafía las clasificaciones y por eso suscita tanto el pavor como el asco. A lo mejor mi padre presintió que la lejanía de Portugal y la cercanía de otras tierras lo situarían en un espacio indefinible; tal vez el vacío lo forzó a refugiarse una y otra vez en el énfasis. Para calmarlo, o irritarlo amigablemen-te, yo le recitaba aquellos versos de Jorge de Sena:

Coleccionarei nacionalidades como cami-sas se despem,

se usam e se deitam fora, com todo o respeito

necessário à roupa que se veste e que pres-tou serviço.

Entre palmaditas, le insinuaba también que el nacionalismo era una engañifa de la burguesía para desviar la energía del proletariado lejos de la lu-cha de clases. Pero era en vano; la to-zudez superaba a la doctrina.

Cuando murió, pensé que extraña-ría sus monólogos ininteligibles y que el

apartamento sin ellos se quedaría solo. Me alivió que no fuera así. Papá no podía ausentarse tan bruscamente; su existencia venezolana había sido sobre todo casera, horas y horas metido en el estudio, donde se afanaba en la redac-ción de su periódico portugués y escri-bía las crónicas que firmaba con distin-tos nombres, según las enviase a publi-caciones de inmigrantes en los Estados Unidos y Canadá o a revistas de Portu-gal, Brasil, Mozambique, Cabo Verde, Angola, Macao, Timor... No estaba dispuesto a abandonar las rutinas que trabajosamente se había creado. Su fantasma era la continuación exacta del hombre, hasta en las obsesiones —pi-pa, lecturas y

—Quando voltamos à Madeira? ‘Stou farto desta terra e desta gentaça...

¿Cuántas veces, en vida, le habré oído lo mismo? Ahora, cristianamente fallecido —como acababa de decir el cura sin saber que le expedía el visado angélico a un rojo— las obsesiones de papá me hincaron finalmente el diente. Mi madre y yo estábamos simétrica-mente solos, desconsolados, viudos. Mi condición era peor: de Cecilia no me había quedado ni el fantasma. En Ve-nezuela, además, todo se descomponía: los ahorros mermaban incluso abste-niéndose uno de tocarlos; los sueldos universitarios, vistos con estoicismo, daban risa; la situación política era caótica y hacía tres semanas, en una de las muchas manifestaciones contra el gobierno, unos francotiradores a quie-nes jamás se someterá a juicio le habían vacíado la cabeza a tiros a uno de mis colegas, un tipo pacífico que enseñaba metafísica y era de los pocos amigos íntimos que yo tenía. Para apagar in-cendios lo único que se usaba, de unos años acá, eran lanzallamas —la fauna a la que papá se refería, toirões presidentes y ratazanas ministros, o viceversa, de-pendiendo del día y el humor que tu-viera don Lorenzo cuando leía los titu-lares. Sobre la teórica simpatía del hu-rón mayor por el marxismo, papá era terminante y ni siquiera admitía mis peros, porque del tema yo no sabía nada:

—Estes vadios estão a confundir pândega e folia com revolução.

No había día que yo mandase a Rui al colegio sin que me cruzara por la cabeza la idea de que algo iba a pa-sarle: que le pondrían una navaja al cuello para robarle unos vulgares zapa-tos de goma, como le sucedió al vecini-

to; o que lo secuestrarían para intentar sacarnos fondos que no teníamos, por el solo hecho de que éramos portugue-ses y se suponía que tendríamos abasto y billete; o que, sin más, le hicieran a mi hijo lo que a Cecilia.

En el metro empezaban también a circular hojas que atribuían todas las desgracias a los inmigrantes europeos de los 1950 y 1960, que con sus com-pañías de autobuses, restaurantes, ca-fés, panaderías habían pervertido, arruinado y sumido en la angustia al valeroso pueblo bolivariano.

—Então, quando voltamos à Madeira?Aun repitiendo las preguntas de

siempre, el espectro de mi padre tenía ahora un poder de convicción del que había carecido el exiliado gruñón. Pese a todas nuestras discusiones, entre sus rezongos y melancolías, yo lo había querido tanto que había imitado su afición —más que eso era— por la escritura (para hincharle las narices, claro, lo hacía en español; pero eso poco le importaba: ninguém é perfeito). Volví a escucharlo después del entierro; vi el libro y la lámpara inútil, la pipa que llenaba de humo los contornos fantasmales. A solas en el balcón, du-rante el crepúsculo, me puse a llorar como un estúpido y me dije que por qué no hacerle caso a don Lorenzo. ¿Qué rayos esperábamos de esa ciudad que se nos caía a pedazos por dentro y por fuera? Quería tanto a papá, incluso ahora de fantasma, que tenía que de-jarme persuadir; alguna vez ocurriría: ¿por qué no en ese instante? Irme. Ir-nos: hasta con los muertos.

No tuve esa noche el valor de to-mar la decisión, pero un par de días después la voz de mi padre me sugería que mirase la correspondencia; el car-tero iba a traerla en unos cuantos mi-nutos. En efecto, el hombre llegó y es-peré a que hiciera lo suyo. Abrí ense-guida el buzón. Allí había una carta del hermano de mi madre, que comenzaba como todas las que nos escribía, aun-que, hacia el cuarto párrafo, me reser-vaba una sorpresa. La vejez lo llenaba de achaques; encima de eso, sufría al imaginar que tendría que vender la librería que había levantado en Fun-chal a costa de mucho sudor y medio siglo de esfuerzo. No tenía más herede-ros que nosotros. ¿Por qué no nos ani-mábamos a volver de una buena vez? ¿Quién más adecuado que yo para relevarlo? La cifra que mencionó como el promedio de sus ganancias en un

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mes era superior a mi sueldo anual. Para rematar sus argumentos, un recor-te de periódico: en estos momentos había en Madeira más personas naci-das en Venezuela que en Venezuela portugueses. Y no se trataba simple-mente de hijos de inmigrantes. La prosperidad recién estrenada de la isla y del resto de Portugal atraía a los afri-canos de siempre, pero también a asiá-ticos, brasileños, venezuelanos.

—‘Stás a ver?Por encima de mi hombro, papá

me había acompañado en la lectura. Los argumentos para contradecirlo se me habían acabado. A eso tenía que añadirse el endemoniado nombre de la librería: Esperança.

—‘Stás a ver?—‘Stou, sim —le respondí, ya sin

alternativa después de tantos años, y lo demás fue empacar, explicarle a Rui lo que sucedía, secarle los lagrimones, ir a visitar cementerios, arreglar papeles, vender muebles, buscar vecinos de confianza a quienes dar las llaves del apartamento hasta que apareciese un comprador (improbable: hasta el sol de hoy). La familia de Cecilia sufrió al enterarse de que Rui se iba, pero mi suegro me confesó que si ellos pudie-sen, también estarían haciéndolo. No quise privarlo de tener cerca de él la tumba de su hija. Mi padre, en cambio, insistió en que me diese prisa y en que no lo dejara enterrado en ese sitio.

Prefiero no consignar los dolores de cabeza que da el transporte interna-cional de ataúdes cuando se tramita desde Caracas.

De esta historia no queda mucho que contar. Los primeros meses en Funchal no fueron fáciles para Rui;

pero los muchachos acaban adaptándo-se a los trasplantes y a las lenguas con la misma velocidad con la que se recu-peran de golpes o caídas. Mi madre ha seguido haciendo su vida, porque las riñas diarias con el fantasma del mari-do la mantienen en forma. En lo que a mí respecta, no me quejo. Era profesor y ahora soy librero; como antes, el ofi-cio me deja tiempo durante las noches para escribir. Como todas las personas, sé que me falta algo. Trato, eso sí, de no lamentarme o de no hacerlo con frecuencia, ni por demasiado tiempo. Alguna vez conocí a Cecilia.

Repaso estas páginas y advierto que me expreso como si no me hubiera movido de Caracas. Creo que en cual-quier rincón del mundo anotaría mis pensamientos y divagaciones de la misma manera. Pero no me engaño: esa ciudad nunca me perteneció; tam-poco me pertenecen otras. Acaso por eso todavía escribo, y en un idioma ajeno.

En cuanto a mi padre, Guilherme, Lourenço o como decida llamarse: a la semana de haber regresado a su país empezó de nuevo a refunfuñar. Se sen-taba, fumaba pipa, se levantaba, se sentaba una vez más para leer; suspira-ba de agobio, inconforme. No se atre-vía a abrir la boca para dirigirme la palabra, quizá por temor a mi reac-ción. Después de una larga espera, hace poco le oí con paciencia las frases más pulidas que jamás había pronun-ciado en español estando en Venezuela. Sospecho que me las repetirá por mu-chos años: son las líneas que aquí transcribo.

Mrs. Sullivan y sus ami-gas*

*De la serie Tres cuentos góticos

Por Miguel Gomes

El cielo abrasado del crepúsculo precedió a cada una de las apariciones de la mujer a la que Dolores Sullivan y sus amigas acabaron refiriéndose como la viuda. Todas ellas lo eran también, solo que al estilo de Nueva Inglaterra, con tristeza y silencio, pero sin dema-siados tratos con la muerte. La figura de luto, brumosa, cada tarde de aquel otoño sentada penitencialmente en un rincón del porche de Mrs. Sullivan, tenía algo distinto, como de intimidad con los cementerios y las materias a punto de descomponerse. No había en ella, sin embargo, nada repugnante; Mrs. Sullivan y las vecinas con las que compartió el hallazgo coincidieron en una simpatía, si bien magullada, por la desconocida, que en los momentos en que lograba interrumpir sus sollozos devolvía cada una de las miradas de comprensión recibidas.

Que fuese fantasma y hubiese en-viudado era un hecho que parecía in-discutible. Igualmente que fuese ex-tranjera. Las apariciones duraban lo que durase la puesta del sol, así que no había tiempo para largas charlas, aun-que sí para escuchar aquellas frases que no se entendían y hacer preguntas que le sonaban arcanas a la viuda. Una de las del corrillo, Mrs. Alario, sabía un poco de italiano, por sus abuelos, y creía identificar unas cuantas palabras, entre las cuales se contaba figlio. Pero se daba cuenta de que aquello podía ser un dialecto para ella desconocido u otra lengua semejante al italiano. El enigma vino a resolverlo Mrs. Varella, quien se unió al grupo cuando en el vecindario corrió la voz de lo que suce-día. Mrs. Varella, hija y nieta de portu-gués, aclaró que lo que murmuraba el espectro no era figlio sino filho y quería, simplemente, encontrarlo.

A la hora del té, entre galletitas de chocolate o bizcocho, solía discutirse el tema y se proponían soluciones. Mrs. Alario tenía la dirección de una mé-dium que a lo mejor las ayudaría; eso sí, cobraba una barbaridad. A Mrs. Sullivan no le molestaba tener una se-sión espiritista, o lo que fuera, en su porche, pero había llegado a encariñar-se tanto con la viuda que temió que ella

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se lo tomara a mal, es decir, que fuese a pensar que su anfitriona traía a una profesional para deshacerse lo más rápidamente posible de un espíritu indeseado. Sería de mala educación. Ese motivo la impulsó a pedirle con formalidad a Mrs. Varella que intenta-se entablar conversación con la apare-cida a ver qué podía sacarle.

Ese mismo día, al anochecer, Mrs. Varella, además de descifrar las frases siempre iguales que la viuda musitaba entre lágrimas, se armó de valor y le preguntó si sabía dónde estaba su hijo. El fantasma se secó las lágrimas, miró a la concurrencia con sus ojos profundos, azules, hinchados de llanto, y respon-dió que su hijo vivía en aquella casa; no entendía por qué no estaba allí. Esforzándose en hacer la traducción simultánea, sorteando los no puede ser y oiga, señora, usted está confundida que bar-botaba sobresaltada Dolores Sullivan, Mrs. Varella se lio y fue muy tarde cuando atinó a preguntarle a la viuda cómo se llamaba el hijo: el fantasma se había diluido en las sombras que em-pezaron a adueñarse del porche. Las mujeres regresaron a casa defraudadas, pero sobre todo tristes; sus hijos esta-ban lejos, y solo de vez en cuando es-cribían o telefoneaban, ocupados con la agitación de sus propias familias y ca-rreras.

Al crepúsculo siguiente cómo se lla-ma su hijo fue lo primero que preguntó Mrs. Varella, y lo que repitió varias veces, porque el espectro parecía tener problemas de oído. El nombre que acabó pronunciando dejó en blanco a todas, menos a Mrs. Sullivan que, poco a poco, cayó en la cuenta de que había explicación para el enredo. El hijo de la viuda debía de ser el dueño anterior de la casa, un sujeto de rostro borroso con quien hacía decenios Mr. Sullivan, que en paz descanse, se había entendido. Iba a decirle esto al fantasma, pero entre el medio minuto de estupor y lo que tardó la traductora el espíritu vol-vió a disolverse.

Hubo euforia por la mañana, mientras las vecinas ayudaban a Mrs. Sullivan a revolver en las cajas del ático para dar con una hipotética carpeta donde seguramente, junto con los pa-peles de la compra, se hallaban los da-tos del ex propietario de la casa. Si la memoria no le fallaba a la anfitriona, el hombre había dejado una dirección y un teléfono en caso de que quisieran hacerle consultas. Las horas transcu-

rrieron sin que apareciese la dichosa carpeta. La viuda ya estaba instalada en el porche y anochecía cuando Mrs. Sullivan encontró el trozo de papel con una dirección garabateada y un nom-bre: L. dos Passos. A las carreras, bajó y le dio a Mrs. Varella los datos. Ésta se los transmitió a la madre desconsolada que buscaba a su hijo. Antes de esfu-marse para siempre, el alma en pena sonrió agradecida.

Mrs. Sullivan y sus amigas se que-daron en el porche, en silencio, disfru-tando del momento beatífico; eran mi-nutos de reconciliación con la vejez y con las cosas que no les habían queda-do bien en la vida. No hablaron mu-cho, hasta que a una de ellas, Mrs. Turner, se le ocurrió que convendría avisarle a quienquiera que fuese L. dos Passos que su difunta madre estaba en camino. La proposición les pareció bien y Mrs. Sullivan se trajo el teléfono al porche.

A los pocos segundos de haber comenzado la llamada, las presentes se percataron de que algo andaba mal. Al colgar, Mrs. Sullivan les contó que aquéllos eran el teléfono y la dirección, pero que allí no había nadie de apellido Dos Passos, y que los propietarios ante-riores tampoco respondían a ese nom-bre; lo último que se había oído de ellos, hacía unos cuantos años, era que se habían muerto. Hijos, seguro que no tenían.

Se miraron unas a otras, titubean-tes, alumbradas apenas por la luz de la luna. Un búho dejó un rastro de plu-mas cerca del porche.

—Y ahora, ¿qué? —la pregunta de Mrs. Varella se hizo con la voz que a casi todas les habría salido en ese ins-tante, pesarosa aunque sin excesos, al estilo de Nueva Inglaterra.

Fue entonces cuando Mrs. Alario encontró la solución correcta; lo supie-ron por la determinación y la firmeza con que se dirigió a Mrs. Sullivan:

—Dolores, llama a esa gente otra vez para pedir disculpas. Diles que nunca más volvemos a mandarles un fantasma equivocado.

ANUNCIOS CLASIFICADOSPor Miguel Gomes

HIJO, TENGO QUE CONFESARTE ALGO

La versión hebrea de este relato habla de un dios con gran sentido de la organización que dedicaba cada día de la semana a inventar algo distinto. Al hombre lo formó de arcilla y de una costilla le desprendió la mujer.

La versión maya-quiché asegura que hubo tres intentos: primero, la arci-lla, pero llovió; segundo, el palo, pero no hubo bastante inteligencia; tercero, el maíz —y le dieron el visto bueno.

Los romanos y quizá los griegos hablaron de un Prometeo llamado en latín plasticator que, en un acto de re-beldía, se atrevió a forjar seres huma-nos contra la voluntad divina.

Yo, en cambio, soy el fruto de un error.

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mes era superior a mi sueldo anual. Para rematar sus argumentos, un recor-te de periódico: en estos momentos había en Madeira más personas naci-das en Venezuela que en Venezuela portugueses. Y no se trataba simple-mente de hijos de inmigrantes. La prosperidad recién estrenada de la isla y del resto de Portugal atraía a los afri-canos de siempre, pero también a asiá-ticos, brasileños, venezuelanos.

—‘Stás a ver?Por encima de mi hombro, papá

me había acompañado en la lectura. Los argumentos para contradecirlo se me habían acabado. A eso tenía que añadirse el endemoniado nombre de la librería: Esperança.

—‘Stás a ver?—‘Stou, sim —le respondí, ya sin

alternativa después de tantos años, y lo demás fue empacar, explicarle a Rui lo que sucedía, secarle los lagrimones, ir a visitar cementerios, arreglar papeles, vender muebles, buscar vecinos de confianza a quienes dar las llaves del apartamento hasta que apareciese un comprador (improbable: hasta el sol de hoy). La familia de Cecilia sufrió al enterarse de que Rui se iba, pero mi suegro me confesó que si ellos pudie-sen, también estarían haciéndolo. No quise privarlo de tener cerca de él la tumba de su hija. Mi padre, en cambio, insistió en que me diese prisa y en que no lo dejara enterrado en ese sitio.

Prefiero no consignar los dolores de cabeza que da el transporte interna-cional de ataúdes cuando se tramita desde Caracas.

De esta historia no queda mucho que contar. Los primeros meses en Funchal no fueron fáciles para Rui;

pero los muchachos acaban adaptándo-se a los trasplantes y a las lenguas con la misma velocidad con la que se recu-peran de golpes o caídas. Mi madre ha seguido haciendo su vida, porque las riñas diarias con el fantasma del mari-do la mantienen en forma. En lo que a mí respecta, no me quejo. Era profesor y ahora soy librero; como antes, el ofi-cio me deja tiempo durante las noches para escribir. Como todas las personas, sé que me falta algo. Trato, eso sí, de no lamentarme o de no hacerlo con frecuencia, ni por demasiado tiempo. Alguna vez conocí a Cecilia.

Repaso estas páginas y advierto que me expreso como si no me hubiera movido de Caracas. Creo que en cual-quier rincón del mundo anotaría mis pensamientos y divagaciones de la misma manera. Pero no me engaño: esa ciudad nunca me perteneció; tam-poco me pertenecen otras. Acaso por eso todavía escribo, y en un idioma ajeno.

En cuanto a mi padre, Guilherme, Lourenço o como decida llamarse: a la semana de haber regresado a su país empezó de nuevo a refunfuñar. Se sen-taba, fumaba pipa, se levantaba, se sentaba una vez más para leer; suspira-ba de agobio, inconforme. No se atre-vía a abrir la boca para dirigirme la palabra, quizá por temor a mi reac-ción. Después de una larga espera, hace poco le oí con paciencia las frases más pulidas que jamás había pronun-ciado en español estando en Venezuela. Sospecho que me las repetirá por mu-chos años: son las líneas que aquí transcribo.

Mrs. Sullivan y sus ami-gas*

*De la serie Tres cuentos góticos

Por Miguel Gomes

El cielo abrasado del crepúsculo precedió a cada una de las apariciones de la mujer a la que Dolores Sullivan y sus amigas acabaron refiriéndose como la viuda. Todas ellas lo eran también, solo que al estilo de Nueva Inglaterra, con tristeza y silencio, pero sin dema-siados tratos con la muerte. La figura de luto, brumosa, cada tarde de aquel otoño sentada penitencialmente en un rincón del porche de Mrs. Sullivan, tenía algo distinto, como de intimidad con los cementerios y las materias a punto de descomponerse. No había en ella, sin embargo, nada repugnante; Mrs. Sullivan y las vecinas con las que compartió el hallazgo coincidieron en una simpatía, si bien magullada, por la desconocida, que en los momentos en que lograba interrumpir sus sollozos devolvía cada una de las miradas de comprensión recibidas.

Que fuese fantasma y hubiese en-viudado era un hecho que parecía in-discutible. Igualmente que fuese ex-tranjera. Las apariciones duraban lo que durase la puesta del sol, así que no había tiempo para largas charlas, aun-que sí para escuchar aquellas frases que no se entendían y hacer preguntas que le sonaban arcanas a la viuda. Una de las del corrillo, Mrs. Alario, sabía un poco de italiano, por sus abuelos, y creía identificar unas cuantas palabras, entre las cuales se contaba figlio. Pero se daba cuenta de que aquello podía ser un dialecto para ella desconocido u otra lengua semejante al italiano. El enigma vino a resolverlo Mrs. Varella, quien se unió al grupo cuando en el vecindario corrió la voz de lo que suce-día. Mrs. Varella, hija y nieta de portu-gués, aclaró que lo que murmuraba el espectro no era figlio sino filho y quería, simplemente, encontrarlo.

A la hora del té, entre galletitas de chocolate o bizcocho, solía discutirse el tema y se proponían soluciones. Mrs. Alario tenía la dirección de una mé-dium que a lo mejor las ayudaría; eso sí, cobraba una barbaridad. A Mrs. Sullivan no le molestaba tener una se-sión espiritista, o lo que fuera, en su porche, pero había llegado a encariñar-se tanto con la viuda que temió que ella

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se lo tomara a mal, es decir, que fuese a pensar que su anfitriona traía a una profesional para deshacerse lo más rápidamente posible de un espíritu indeseado. Sería de mala educación. Ese motivo la impulsó a pedirle con formalidad a Mrs. Varella que intenta-se entablar conversación con la apare-cida a ver qué podía sacarle.

Ese mismo día, al anochecer, Mrs. Varella, además de descifrar las frases siempre iguales que la viuda musitaba entre lágrimas, se armó de valor y le preguntó si sabía dónde estaba su hijo. El fantasma se secó las lágrimas, miró a la concurrencia con sus ojos profundos, azules, hinchados de llanto, y respon-dió que su hijo vivía en aquella casa; no entendía por qué no estaba allí. Esforzándose en hacer la traducción simultánea, sorteando los no puede ser y oiga, señora, usted está confundida que bar-botaba sobresaltada Dolores Sullivan, Mrs. Varella se lio y fue muy tarde cuando atinó a preguntarle a la viuda cómo se llamaba el hijo: el fantasma se había diluido en las sombras que em-pezaron a adueñarse del porche. Las mujeres regresaron a casa defraudadas, pero sobre todo tristes; sus hijos esta-ban lejos, y solo de vez en cuando es-cribían o telefoneaban, ocupados con la agitación de sus propias familias y ca-rreras.

Al crepúsculo siguiente cómo se lla-ma su hijo fue lo primero que preguntó Mrs. Varella, y lo que repitió varias veces, porque el espectro parecía tener problemas de oído. El nombre que acabó pronunciando dejó en blanco a todas, menos a Mrs. Sullivan que, poco a poco, cayó en la cuenta de que había explicación para el enredo. El hijo de la viuda debía de ser el dueño anterior de la casa, un sujeto de rostro borroso con quien hacía decenios Mr. Sullivan, que en paz descanse, se había entendido. Iba a decirle esto al fantasma, pero entre el medio minuto de estupor y lo que tardó la traductora el espíritu vol-vió a disolverse.

Hubo euforia por la mañana, mientras las vecinas ayudaban a Mrs. Sullivan a revolver en las cajas del ático para dar con una hipotética carpeta donde seguramente, junto con los pa-peles de la compra, se hallaban los da-tos del ex propietario de la casa. Si la memoria no le fallaba a la anfitriona, el hombre había dejado una dirección y un teléfono en caso de que quisieran hacerle consultas. Las horas transcu-

rrieron sin que apareciese la dichosa carpeta. La viuda ya estaba instalada en el porche y anochecía cuando Mrs. Sullivan encontró el trozo de papel con una dirección garabateada y un nom-bre: L. dos Passos. A las carreras, bajó y le dio a Mrs. Varella los datos. Ésta se los transmitió a la madre desconsolada que buscaba a su hijo. Antes de esfu-marse para siempre, el alma en pena sonrió agradecida.

Mrs. Sullivan y sus amigas se que-daron en el porche, en silencio, disfru-tando del momento beatífico; eran mi-nutos de reconciliación con la vejez y con las cosas que no les habían queda-do bien en la vida. No hablaron mu-cho, hasta que a una de ellas, Mrs. Turner, se le ocurrió que convendría avisarle a quienquiera que fuese L. dos Passos que su difunta madre estaba en camino. La proposición les pareció bien y Mrs. Sullivan se trajo el teléfono al porche.

A los pocos segundos de haber comenzado la llamada, las presentes se percataron de que algo andaba mal. Al colgar, Mrs. Sullivan les contó que aquéllos eran el teléfono y la dirección, pero que allí no había nadie de apellido Dos Passos, y que los propietarios ante-riores tampoco respondían a ese nom-bre; lo último que se había oído de ellos, hacía unos cuantos años, era que se habían muerto. Hijos, seguro que no tenían.

Se miraron unas a otras, titubean-tes, alumbradas apenas por la luz de la luna. Un búho dejó un rastro de plu-mas cerca del porche.

—Y ahora, ¿qué? —la pregunta de Mrs. Varella se hizo con la voz que a casi todas les habría salido en ese ins-tante, pesarosa aunque sin excesos, al estilo de Nueva Inglaterra.

Fue entonces cuando Mrs. Alario encontró la solución correcta; lo supie-ron por la determinación y la firmeza con que se dirigió a Mrs. Sullivan:

—Dolores, llama a esa gente otra vez para pedir disculpas. Diles que nunca más volvemos a mandarles un fantasma equivocado.

ANUNCIOS CLASIFICADOSPor Miguel Gomes

HIJO, TENGO QUE CONFESARTE ALGO

La versión hebrea de este relato habla de un dios con gran sentido de la organización que dedicaba cada día de la semana a inventar algo distinto. Al hombre lo formó de arcilla y de una costilla le desprendió la mujer.

La versión maya-quiché asegura que hubo tres intentos: primero, la arci-lla, pero llovió; segundo, el palo, pero no hubo bastante inteligencia; tercero, el maíz —y le dieron el visto bueno.

Los romanos y quizá los griegos hablaron de un Prometeo llamado en latín plasticator que, en un acto de re-beldía, se atrevió a forjar seres huma-nos contra la voluntad divina.

Yo, en cambio, soy el fruto de un error.

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La Boda de Florencio Fraga

Por Guillermo Camacho

Ordenar los recuerdos de mi boda me resulta una hazaña difícil. En honor a la verdad debo confesar que tuve la oportunidad de celebrar una fiesta inol-vidable. Sin embargo he debido repasar este relato en mi memoria infinitas ve-ces para poder encontrar su verdadero rostro. No ha sido tarea fácil omitir de-talles que antes yo creía importantes o estudiar hasta el agotamiento la crono-logía de los hechos para poder dar cre-dibilidad y sentido a la verdadera histo-ria. Me limitaré a decir que la primera vez que lo vi, él estaba sumergido en la lectura de un tratado de medicina in-terna en la biblioteca de ciencias natu-rales del claustro que abría sus puertas no sólo a los médicos residentes del hospital, como Florencio Fraga, sino también a los estudiantes de la Facultad

de Medicina. Me encantaría describir con lujo de detalles la belleza arquitec-tónica del claustro donde lo vi aquella mañana pero esta explicación sólo ser-viría para confundir a quien alguna vez leyera estas líneas. Diré que el claustro no era más que aquella galería que cer-caba el patio principal de un convento del siglo XVII. Para acceder al hospital había que cruzar una red de pasillos hasta alcanzar los cuatro patios interio-res, comunicados éstos entre sí por jar-dines inundados de hortensias.

Yo había llegado hacía poco a tra-bajar como enfermera en el sanatorio. Esa oportunidad era mi única carta para salir de la pobreza en la que vivía. Florencio Fraga estaba sentado pero intuí que era alto. Su cuerpo musculoso invitaba a pensar que cuidaba su físico. El cabello le caía en rizos que evocaban la cabeza de una estatua de un dios griego. Lo contemplé en silencio. Su cutis reflejaba una gracia maravillosa. Una nariz perfecta con unos ojos par-dos profundos completaban ese aspecto casi inmaterial y todo poderoso que lo caracterizaba. Después de tantos años y mucho meditarlo, hoy estoy plenamen-te convencida que ya entonces Floren-cio Fraga irradiaba un aura celestial. Por el portero del claustro me enteré de que Florencio había estudiado en un colegio prestigioso, se había graduado con honores en la Facultad de Medici-na y había regresado hacía relativa-mente poco tiempo al país después de haber concluido un estudio de especia-lización en el exterior. Desde entonces

se había incorporado a las filas del hos-pital como médico residente. Pertenecía a una familia bastante acomodada que poseía un palacete en el sector más prestigioso de la ciudad. La mansión había sido construida en la parte más alta del elegante barrio. Un muro de contención sobre roca maciza sostenía a la casona. Un bosque de pinos le cuida-ba la retaguardia. Una inmensa terraza, que invitaba a contemplar el bello es-pectáculo, fue el recinto donde se cele-bró mi matrimonio.

El portero del claustro también me aclaró que la mención honorífica de “soltero más apetecido” se la había ga-nado Florencio durante sus primeros años de estudiante en la Facultad de Medicina donde había hecho enloque-cer por igual y sin compasión a compa-ñeras y compañeros de estudios, médi-cas y médicos, enfermeras y enfermeros y pacientes de ambos sexos. Llegó a haber intentos de suicidio y peloteras para llamar su atención. Pero Florencio siempre flotó por encima de toda aquel-la cursilería. Sin importarle jamás aque-llos excesos de la gente. Sin pecar en absoluto de vanidoso. Sin utilizar su atractivo físico o su poder económico para abusar de nadie. Como todos, es-tuve enamorada de él muchos años en silencio.

De su vida privada sabía realmente poco. Supe que después del trabajo se limitaba a regresar a su inmensa casa en la cual habitaba íngrimamente solo desde que sus padres habían fallecido y desde que Néstor, su único hermano, se

Guillermo Camacho

Escritor colombiano.

En la actualidad reside entre Dina-marca y España.

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RABOREA

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Cue

nto

Gui

llerm

o C

amac

ho. F

oto

Mic

hael

Elle

cham

mer

22

había casado y trasladado a otra ciu-dad. Descubrí, después de muchos años de trabajo codo a codo, que su mundo, como el mío, se reducía a trabajar lar-gas jornadas en el hospital – operando heridos de muerte, resolviendo casos perdidos, calmando dolores a enfermos terminales, consolando a viudas y viu-dos y a familiares que acababan de per-der a sus seres queridos, y formulando curas que pudieran devolver el alma al cuerpo a los pacientes de este dispensa-rio estatal, donde la figura del médico es la fe de toda la gente desprotegida y a menudo la última esperanza. En más de una ocasión lo vi sacar dinero de su propio bolsillo para comprar materiales para el sanatorio.

Gracias a las conexiones de Floren-cio Fraga, la ceremonia de mi matri-monio se realizó en la ermita más im-portante de la ciudad. Un amigo cerca-no le prestó un elegante automóvil in-glés para recoger a los recién casados a la salida de la catedral. Convenció a su único sobrino para disfrazarse con ves-tido negro y kepis para que sirviera de chofer de la limusina. La ceremonia se celebró de acuerdo a lo programado. La iglesia se llenó con todo el personal del sanatorio, a pesar de que éste no hu-biera sido invitado a la recepción. Flo-rencio contrató una tropa de camareros que se dedicaron a acomodar a los invi-tados a medida que éstos iban llegando a la mansión mientras una orquesta amenizaba con mambos y danzones lentos.

Yo había cumplido ingenuamente con mi parte del plan. Me convenció para que me casara y no le diera más vueltas a mi matrimonio -con esa frase de que la vida se nos va en un abrir y cerrar de ojos. La única condición que

me puso fue que me debería vestir para la ocasión como una Venus romana.

¡Y cumplí! Aquella tarde estaba radiante y

preciosa en un modelo clásico de novia elegante, de color blanco, con una cola de mágico glamour que me costó buena parte de los ahorros de media vida.

Me dejó alelada, cuando después del brindis inicial y el obligado baile del vals de los recién casados, Florencio se fajó un discurso con el que mostró que también poseía el don de la palabra. Nos tomaron las fotos de rigor y dio por inaugurado el baile cuando me devolvió a mi marido.

Después de ese momento, Florencio se escabulló por un corredor que conducía a su biblioteca. Se encerró con llave en su atalaya. Con suma calma se despojó del corbatín y la chaque-ta. Destapó una bote-lla de champaña. Ha-bía dado órdenes es-trictas para que el único teléfono que estuviera disponible en toda la casa, fuera el de su biblioteca. En-tonado por el alcohol de la champaña, se dedicó tranquilamente a contestar las llama-das telefónicas que se sucedían ininterrum-pidamente. Con la genialidad que lo ca-racterizaba, Florencio contestaba a las lla-madas telefónicas ha-

ciéndose pasar por su hermano, al cual imitaba perfectamente la voz – “Néstor Fraga buenas noches… ”

En cada llamada, confirmaba que se trataba efectivamente del matrimonio de Florencio, el soltero más apetecido de la ciudad y se divertía al darles cru-damente la noticia. No lo podían creer – concluían – que Florencio se hubiera casado.

¡Sí, Florencio se casó! repetía cada vez más emocionado hasta que final-mente el teléfono paró de timbrar al alba mientras los últimos invitados abandonaron la mansión.

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La Boda de Florencio Fraga

Por Guillermo Camacho

Ordenar los recuerdos de mi boda me resulta una hazaña difícil. En honor a la verdad debo confesar que tuve la oportunidad de celebrar una fiesta inol-vidable. Sin embargo he debido repasar este relato en mi memoria infinitas ve-ces para poder encontrar su verdadero rostro. No ha sido tarea fácil omitir de-talles que antes yo creía importantes o estudiar hasta el agotamiento la crono-logía de los hechos para poder dar cre-dibilidad y sentido a la verdadera histo-ria. Me limitaré a decir que la primera vez que lo vi, él estaba sumergido en la lectura de un tratado de medicina in-terna en la biblioteca de ciencias natu-rales del claustro que abría sus puertas no sólo a los médicos residentes del hospital, como Florencio Fraga, sino también a los estudiantes de la Facultad

de Medicina. Me encantaría describir con lujo de detalles la belleza arquitec-tónica del claustro donde lo vi aquella mañana pero esta explicación sólo ser-viría para confundir a quien alguna vez leyera estas líneas. Diré que el claustro no era más que aquella galería que cer-caba el patio principal de un convento del siglo XVII. Para acceder al hospital había que cruzar una red de pasillos hasta alcanzar los cuatro patios interio-res, comunicados éstos entre sí por jar-dines inundados de hortensias.

Yo había llegado hacía poco a tra-bajar como enfermera en el sanatorio. Esa oportunidad era mi única carta para salir de la pobreza en la que vivía. Florencio Fraga estaba sentado pero intuí que era alto. Su cuerpo musculoso invitaba a pensar que cuidaba su físico. El cabello le caía en rizos que evocaban la cabeza de una estatua de un dios griego. Lo contemplé en silencio. Su cutis reflejaba una gracia maravillosa. Una nariz perfecta con unos ojos par-dos profundos completaban ese aspecto casi inmaterial y todo poderoso que lo caracterizaba. Después de tantos años y mucho meditarlo, hoy estoy plenamen-te convencida que ya entonces Floren-cio Fraga irradiaba un aura celestial. Por el portero del claustro me enteré de que Florencio había estudiado en un colegio prestigioso, se había graduado con honores en la Facultad de Medici-na y había regresado hacía relativa-mente poco tiempo al país después de haber concluido un estudio de especia-lización en el exterior. Desde entonces

se había incorporado a las filas del hos-pital como médico residente. Pertenecía a una familia bastante acomodada que poseía un palacete en el sector más prestigioso de la ciudad. La mansión había sido construida en la parte más alta del elegante barrio. Un muro de contención sobre roca maciza sostenía a la casona. Un bosque de pinos le cuida-ba la retaguardia. Una inmensa terraza, que invitaba a contemplar el bello es-pectáculo, fue el recinto donde se cele-bró mi matrimonio.

El portero del claustro también me aclaró que la mención honorífica de “soltero más apetecido” se la había ga-nado Florencio durante sus primeros años de estudiante en la Facultad de Medicina donde había hecho enloque-cer por igual y sin compasión a compa-ñeras y compañeros de estudios, médi-cas y médicos, enfermeras y enfermeros y pacientes de ambos sexos. Llegó a haber intentos de suicidio y peloteras para llamar su atención. Pero Florencio siempre flotó por encima de toda aquel-la cursilería. Sin importarle jamás aque-llos excesos de la gente. Sin pecar en absoluto de vanidoso. Sin utilizar su atractivo físico o su poder económico para abusar de nadie. Como todos, es-tuve enamorada de él muchos años en silencio.

De su vida privada sabía realmente poco. Supe que después del trabajo se limitaba a regresar a su inmensa casa en la cual habitaba íngrimamente solo desde que sus padres habían fallecido y desde que Néstor, su único hermano, se

Guillermo Camacho

Escritor colombiano.

En la actualidad reside entre Dina-marca y España.

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había casado y trasladado a otra ciu-dad. Descubrí, después de muchos años de trabajo codo a codo, que su mundo, como el mío, se reducía a trabajar lar-gas jornadas en el hospital – operando heridos de muerte, resolviendo casos perdidos, calmando dolores a enfermos terminales, consolando a viudas y viu-dos y a familiares que acababan de per-der a sus seres queridos, y formulando curas que pudieran devolver el alma al cuerpo a los pacientes de este dispensa-rio estatal, donde la figura del médico es la fe de toda la gente desprotegida y a menudo la última esperanza. En más de una ocasión lo vi sacar dinero de su propio bolsillo para comprar materiales para el sanatorio.

Gracias a las conexiones de Floren-cio Fraga, la ceremonia de mi matri-monio se realizó en la ermita más im-portante de la ciudad. Un amigo cerca-no le prestó un elegante automóvil in-glés para recoger a los recién casados a la salida de la catedral. Convenció a su único sobrino para disfrazarse con ves-tido negro y kepis para que sirviera de chofer de la limusina. La ceremonia se celebró de acuerdo a lo programado. La iglesia se llenó con todo el personal del sanatorio, a pesar de que éste no hu-biera sido invitado a la recepción. Flo-rencio contrató una tropa de camareros que se dedicaron a acomodar a los invi-tados a medida que éstos iban llegando a la mansión mientras una orquesta amenizaba con mambos y danzones lentos.

Yo había cumplido ingenuamente con mi parte del plan. Me convenció para que me casara y no le diera más vueltas a mi matrimonio -con esa frase de que la vida se nos va en un abrir y cerrar de ojos. La única condición que

me puso fue que me debería vestir para la ocasión como una Venus romana.

¡Y cumplí! Aquella tarde estaba radiante y

preciosa en un modelo clásico de novia elegante, de color blanco, con una cola de mágico glamour que me costó buena parte de los ahorros de media vida.

Me dejó alelada, cuando después del brindis inicial y el obligado baile del vals de los recién casados, Florencio se fajó un discurso con el que mostró que también poseía el don de la palabra. Nos tomaron las fotos de rigor y dio por inaugurado el baile cuando me devolvió a mi marido.

Después de ese momento, Florencio se escabulló por un corredor que conducía a su biblioteca. Se encerró con llave en su atalaya. Con suma calma se despojó del corbatín y la chaque-ta. Destapó una bote-lla de champaña. Ha-bía dado órdenes es-trictas para que el único teléfono que estuviera disponible en toda la casa, fuera el de su biblioteca. En-tonado por el alcohol de la champaña, se dedicó tranquilamente a contestar las llama-das telefónicas que se sucedían ininterrum-pidamente. Con la genialidad que lo ca-racterizaba, Florencio contestaba a las lla-madas telefónicas ha-

ciéndose pasar por su hermano, al cual imitaba perfectamente la voz – “Néstor Fraga buenas noches… ”

En cada llamada, confirmaba que se trataba efectivamente del matrimonio de Florencio, el soltero más apetecido de la ciudad y se divertía al darles cru-damente la noticia. No lo podían creer – concluían – que Florencio se hubiera casado.

¡Sí, Florencio se casó! repetía cada vez más emocionado hasta que final-mente el teléfono paró de timbrar al alba mientras los últimos invitados abandonaron la mansión.

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Un detalle de amor

Por Alejandro José López Cáceres

Mónica se levantó un poco antes y se dirigió a la cocina para colar el café. Diez minutos después Andrés hizo lo propio, pero él se encaminó hacia el acuario para alimentar los peces (así habían hecho las cosas todas las maña-nas durante los últimos siete años). En cuanto a ropa, ella estaba con el baby-doll negro que en otros tiempos había enloquecido a su esposo, él en calzonci-llos y con la camisa del día anterior (como dormía desnudo, acostumbraba vestirse de esta manera mientras llega-ba el momento de la ducha). Y todo habría continuado según indicaba la rutina, de no ser porque Andrés echó de ver un papel doblado en el bolsillo de su camisa. Extrañado, lo abrió furti-vamente (aprovechando que su mujer aún no salía de la cocina con el tinto recién hecho). Leyó con rapidez lo que allí asomaba en letras de computador:

“Gracias por hacer de mi cama un sitio maravilloso”.

Un escalofrío de pánico recorrió el cuerpo de Andrés. Regresó la nota a su escondite. Se apresuró entonces para meterse al baño y deshacerse del indis-

creto papel, pero Mónica apareció con las dos tazas humeantes y le entregó la suya. Tuvo que regresar a la mesa para compartir el primer café del día, como siempre (aunque se esforzó en simular tranquilidad, la mirada insistente de su mujer lo derrotó una y otra vez). Hasta que ocurrió lo peor. Ella enfocó sus ojos en el bolsillo prohibido (Andrés supuso que el papel había quedado visible, que, en su prisa, había dejado algún borde por fuera; sin embargo, intentar ahora una rectificación sería fatal, pues con eso no haría más que incrementar el interés de la esposa).

El sudor bajaba a chorros por la espalda de su marido cuando Mónica se puso de pie y se le acercó; seguida-mente, abrió sus piernas y se le acaba-lló en los muslos:

—¿Te gustó? —preguntó ella des-pués de recorrer con su lengua la oreja de Andrés.

—¡Qué! —profirió él asustado.—La cartica, mi amor —le susurró

Mónica al oído—: feliz aniversario.

El veterano

La ceremonia para condecorar al veterano era fastuosa, y con razón. El Señor Presidente dijo en su alocución que aquel hombre representaba no sólo el honor del país, sino también el orgullo de la República. La segunda intervención corrió por cuenta del

Brigadier General a cuyas órdenes sirvió el veterano. En sus palabras, se trataba de un caso nunca antes visto, pues este soldado había sobrevivido en condiciones extremas y había aniquila-do a tantos enemigos como ninguna otra máquina de guerra. Los jóvenes de la patria lo observaban con esperanza de imitar cada uno de sus gestos. Y cuando la medalla al mérito le fue im-puesta, varias mujeres de la concurren-cia dejaron oír un gran suspiro.

El veterano empezó a abrumarse ante su propia celebridad. Ni siquiera durante las horas más feroces del com-bate había sido consciente de su impor-tancia. Un sentimiento de gratitud y deuda fue creciendo en su corazón, hasta que lo ganó la necesidad de co-rresponder a los homenajes. Quiso mostrarle a los presentes que ninguno era tan aguerrido como él, ninguno tan intrépido. Se abalanzó entonces sobre el Brigadier General y lo despojó de su arma en una impecable maniobra mili-tar. Después exhibió, en medio de los gritos, su sangre fría, su rapidez para descargar un proveedor tras otro, su puntería, sus dotes de artillero imbati-ble.

Alejandro JoséLópez Cáceres (1969)

Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Tie-rra posible (1999), Entre la pluma y la pantalla: refle-xiones sobre literatura, cine y periodismo (2003), Dalí violeta (2005) y Al pie de la letra (2007).

Entre el 2004 y el 2008 di-rigió la Escuela de Estu-dios Literarios, en la Uni-versidad del Valle, Colom-bia. Actualmente reside en Madrid y cursa estudios doctorales en la Universi-dad Complutense.

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z C

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es F

oto:

Mau

ricio

Mej

ía

Ejercicios de puntería

dar en el blancoy del mismo tiro certero reventar al negro

Américo Ferrari

24

Lo sabían Herrera y su señor Felipe,Hiram y Salomón lo sabían:

hay ejes en el mundo.

No siempre los marcan monolitosni líneas trazadas en el suelo,

cambios de firmamento o magnetismo.

Abriste una puerta, sonó una vozy te han mirado.

Hay ejes en el mundo y en tu vida.Justo estás cruzando uno de ellos.

25

Ejes, inspirado en la fotografía Apeadero de José del Río Mons, es un poema escrito por Diego Valverde Villena especialmente para este número de Aurora Boreal

Un detalle de amor

Por Alejandro José López Cáceres

Mónica se levantó un poco antes y se dirigió a la cocina para colar el café. Diez minutos después Andrés hizo lo propio, pero él se encaminó hacia el acuario para alimentar los peces (así habían hecho las cosas todas las maña-nas durante los últimos siete años). En cuanto a ropa, ella estaba con el baby-doll negro que en otros tiempos había enloquecido a su esposo, él en calzonci-llos y con la camisa del día anterior (como dormía desnudo, acostumbraba vestirse de esta manera mientras llega-ba el momento de la ducha). Y todo habría continuado según indicaba la rutina, de no ser porque Andrés echó de ver un papel doblado en el bolsillo de su camisa. Extrañado, lo abrió furti-vamente (aprovechando que su mujer aún no salía de la cocina con el tinto recién hecho). Leyó con rapidez lo que allí asomaba en letras de computador:

“Gracias por hacer de mi cama un sitio maravilloso”.

Un escalofrío de pánico recorrió el cuerpo de Andrés. Regresó la nota a su escondite. Se apresuró entonces para meterse al baño y deshacerse del indis-

creto papel, pero Mónica apareció con las dos tazas humeantes y le entregó la suya. Tuvo que regresar a la mesa para compartir el primer café del día, como siempre (aunque se esforzó en simular tranquilidad, la mirada insistente de su mujer lo derrotó una y otra vez). Hasta que ocurrió lo peor. Ella enfocó sus ojos en el bolsillo prohibido (Andrés supuso que el papel había quedado visible, que, en su prisa, había dejado algún borde por fuera; sin embargo, intentar ahora una rectificación sería fatal, pues con eso no haría más que incrementar el interés de la esposa).

El sudor bajaba a chorros por la espalda de su marido cuando Mónica se puso de pie y se le acercó; seguida-mente, abrió sus piernas y se le acaba-lló en los muslos:

—¿Te gustó? —preguntó ella des-pués de recorrer con su lengua la oreja de Andrés.

—¡Qué! —profirió él asustado.—La cartica, mi amor —le susurró

Mónica al oído—: feliz aniversario.

El veterano

La ceremonia para condecorar al veterano era fastuosa, y con razón. El Señor Presidente dijo en su alocución que aquel hombre representaba no sólo el honor del país, sino también el orgullo de la República. La segunda intervención corrió por cuenta del

Brigadier General a cuyas órdenes sirvió el veterano. En sus palabras, se trataba de un caso nunca antes visto, pues este soldado había sobrevivido en condiciones extremas y había aniquila-do a tantos enemigos como ninguna otra máquina de guerra. Los jóvenes de la patria lo observaban con esperanza de imitar cada uno de sus gestos. Y cuando la medalla al mérito le fue im-puesta, varias mujeres de la concurren-cia dejaron oír un gran suspiro.

El veterano empezó a abrumarse ante su propia celebridad. Ni siquiera durante las horas más feroces del com-bate había sido consciente de su impor-tancia. Un sentimiento de gratitud y deuda fue creciendo en su corazón, hasta que lo ganó la necesidad de co-rresponder a los homenajes. Quiso mostrarle a los presentes que ninguno era tan aguerrido como él, ninguno tan intrépido. Se abalanzó entonces sobre el Brigadier General y lo despojó de su arma en una impecable maniobra mili-tar. Después exhibió, en medio de los gritos, su sangre fría, su rapidez para descargar un proveedor tras otro, su puntería, sus dotes de artillero imbati-ble.

Alejandro JoséLópez Cáceres (1969)

Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Tie-rra posible (1999), Entre la pluma y la pantalla: refle-xiones sobre literatura, cine y periodismo (2003), Dalí violeta (2005) y Al pie de la letra (2007).

Entre el 2004 y el 2008 di-rigió la Escuela de Estu-dios Literarios, en la Uni-versidad del Valle, Colom-bia. Actualmente reside en Madrid y cursa estudios doctorales en la Universi-dad Complutense.

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Ejercicios de puntería

dar en el blancoy del mismo tiro certero reventar al negro

Américo Ferrari

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Lo sabían Herrera y su señor Felipe,Hiram y Salomón lo sabían:

hay ejes en el mundo.

No siempre los marcan monolitosni líneas trazadas en el suelo,

cambios de firmamento o magnetismo.

Abriste una puerta, sonó una vozy te han mirado.

Hay ejes en el mundo y en tu vida.Justo estás cruzando uno de ellos.

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Ejes, inspirado en la fotografía Apeadero de José del Río Mons, es un poema escrito por Diego Valverde Villena especialmente para este número de Aurora Boreal

Fuentes, Víctor Floreal.Bio-Grafía americana. Valladolid: Fundación Jorge Guillén, 2008.

Por Dr. Cristián H. Ricci

Víctor Fuentes cuenta ya con dos volúmenes acabados de una Trilogía en la que se propone repasar más de seten-ta y cinco años de vida, desde su naci-miento en el barrio de Argüelles, Ma-drid, en 1933, su exilio en 1954 y sus más de cincuenta y tres años de vida (norte)americana. El recorrido narrativo del autor hispanounidense empieza con Morir en Isla Vista (1999), firmada con el heterónimo Floreal Hernández, y sigue con la crónica de 50 años vividos en Estados Unidos, Bio-grafía americana (2008). El tercer último volumen de su biografía lo está escribiendo.

Conocedor como pocos de la litera-tura escrita en español en los Estados Unidos de América debido, entre otras cosas, a su labor de co-editor de la ya clásica revista Ventana Abierta, podemos observar que la Bio-grafía americana no es un mero diálogo anacrónico que hace el autor consigo mismo, un planto descon-solado o un reproche que hace con la tierra que lo vio nacer y que lo expulsó de su seno por pensar diferente, por intentar respirar un poco de libertad: “Hay en este libro un sentido de amor, crítico, por España, la patria de origen, nunca aban-donada anímicamente y que late en la lengua que escribo, como por Estados Unidos, el país de acogida en el cual mi ser-ahí, aquí, ha vivi-do la mayor parte de su existencia” (7). Tam-poco encontrará el lector ajuste de cuentas alguno con sus colegas universi-tarios, como suele suceder en la deno-minada novela académica, hoy todo un género en sí mismo. Muy por el contra-rio, la Bio-grafía americana de Víctor Fuentes posee una reflexión sobre los cauces que ha tomado la humanidad en las últimas cinco décadas, convirtiéndo-se a veces en una crítica severa y mor-

daz hacia las ins-tituciones guber-namentales que han regido los claroscuros desti-nos del cambala-chero siglo XX y c o m i e n z o s d e l XXI.

Bio-grafía ame-ricana está dividida en dos partes y posee once capítu-los. Cada capítulo presenta diferente número viñetas, cuentos, episodios anecdóticos, epís-tolas, crónicas, recortes de prensa, muchas veces des-conectados entre sí desde el punto de v i s ta temát ico, unidos sin embar-go cronológica-mente. El primer capítulo comienza con una definición trastierro/exilio por parte de un autor que se siente “uno, dividido, plural, fluido, fragmentado, que fui, soy, será” (13); es ese mismo territo-rio-lugar físico inestable, conflictivo, contradictorio que deviene prosa; la prosa del escritor fronterizo, híbrido, intersticial, locus común en el que se asientan las literaturas diaspóricas de la que Bio-grafía americana es ejemplo cime-ro junto a las de Ramón J. Sender, Pe-dro Salinas, Arturo Serrano Plaja, Se-gundo Serrano Poncela, entre muchos otros. Y en esta vena, es absolutamente digno de reconocimiento el repaso que hace Víctor Fuentes de todos los escri-tores hispanos en Estados Unidos, desde Cabeza de Vaca, pasando por el profe-sor-activista liberal vallisoletano Miguel Cabrera de Nevares, los cubanos José María Heredia y José Martí, Gabriela Mistral, hasta los muchas veces ignotos escritores y artistas que el mismo Fuen-tes promueve desde las páginas de Ven-tana Abierta.

La biografía abre y cierra (Capítu-los I y XI) en Nueva York, ciudad “fan-tástica”, en el sentido más laxo y cine-matográfico del término, en la que el autor se adentra como un inmigrante más en “busca” de cualquier trabajo que le permita subsistir. Son repetidas,

por ende, las referencias no sólo la cul-tura popular norteamericana —pre-vi-sualizada en el cine de su barrio madri-leño— sino también al callejeo de aque-llos bohemios de las primeras décadas del siglo XX que aparecen en las nove-las del nihilista Baroja, y el de los anar-quistas literarios Alejando Sawa y An-drés Carranque de Ríos. ¡Cuánto hay en Víctor Fuentes del personaje princi-pal de Cinematógrafo! Madrid es om-nipresente en la Bio-Grafía, más allá de todo el Capítulo VI dedicado a la ciu-dad “falangistoide” que “asfixia”, hay una recreación del Madrid progresista de la Residencia de Estudiantes, la Casa de Velázquez, el de las odas de Antonio Machado al Madrid “con plomo en sus entrañas” y el Vicente Aleixandre “a los niños muertos por la metralla”.

A su vez, la Bio-grafía adquiere una dimensión transatlántica al repasar los años de maduración intelectual del au-tor en Nueva York y California (Capítu-los II, III), rodeado de destacadas figu-ras del pensamiento y arte españolas (también exiliados), efectivamente, pero también latinoamericanos, estadouni-denses y otros europeos: Joaquín Casal-

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duero, Federico de Onís, Vicente Llo-rens, Ángel del Río, como también los beatniks Jack Kerouac, William Bo-rroughs, Allen Ginsberg que impugna-ban “The American Way of Life”, la crítica a la industria cultural de Theo-dor Adorno, las películas neorrealistas de Antonioni, la emulación del “intelec-tual orgánico” de Gramsci, la incursión en la literatura revolucionaria de la ma-no de Frantz Fanon. Una mención es-pecial merecen sus viajes por algunos países de Latinoamérica (Capítulo V), con parada previa en una rememora-ción de sus años activistas en la Unión de Campesinos de César Chávez y Do-lores Huerta (Capítulo IV), donde “pas[a] a codearse con campesinos de ver-dad y no de papel” (99). En este sentido, observo que uno de los episodios más significativos de la Bio-Grafía radica en ese pasar a “sentir en vivo” los estudios de Fuentes sobre la literatura obrera y la novela social española a “la práctica” en la comuna libertaria de La Paz, Cali-fornia. En esas viñetas se narran en carne propia los avatares políticos que han llevado a las minorías en Estados Unidos y a la intelectualidad pequeño-burguesa de nuestros países hispano-americanos a pasar, en muchos casos, de la ilusión revolucionaria al bochorno de la represión y las dictaduras.

Su puesto de docente e investigador hispanista en la Universidad de Cali-fornia, su involucramiento como “men-tor” del Frente Unido, formado por latinos, afroamericanos, asiáticos y blancos radicales, le permite establecer relaciones personales con individuos de distintas extracciones sociales —su poco conocida labor editorial en la confec-ción en español del periódico El Mal-criado, “Voz oficial de la Unión de Tra-bajadores Campesinos”—, y, en lo que al mundo académico se refiere, colegas de distintas disciplinas. Los enriquece-dores diálogos que el autor mantiene con otros personajes, sumado a las lec-turas que hace de obras de carácter social, hacen de la Bio-grafía todo un manifiesto sobre la naturaleza interdis-ciplinaria que tanto hoy se pregona en el ámbito universitario. Encuentra el lector, por lo tanto, comentarios y hasta citas completas de catedráticos como C. Wright Mills (The Power Elite) y John Kennet Galbraigth (La sociedad afluyente) pasando por una entrevista personal con Hebert Marcuse en San Diego (que motiva el desapego del “cuasi-marxismo

dogmático” del autor). Dichas citas siempre se hacen trazando paralelos con el debacle del capitalismo salvaje del siglo XXI —desastre que Fuentes ya prevé en 2006 a través de lecturas como Locked in the Cabinet de Robert B. Reich y las columnas publicadas en el New York Times del Nobel de Econo-mía 2008, Paul Krugman (Capítulo IX)— y el fracaso de los regímenes comunistas totalitarios (Capítulos VII y VIII).

Y la Bio-grafía va incluso “más allá”, como pregonaría Homi Bhabha, y hasta se podría decir que adquiere una connotación universal al añadir el autor vivencias personales de un trans-terrado que tocan las fibras más ínti-mas de todos aquellos que por algún u otro motivo nos hemos visto obligados a abandonar nuestro lugar de origen. Si bien, como cantan León Gieco y Mercedes Sosa —otros dos exilia-dos—, “desgraciado es el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”, el hecho de trasladarse a un país pluri-cultural como es Estados Unidos le ofrece al autor la oportunidad de acer-carse a otros transterrados que sufren el dolor y la amargura de sentirse alie-nados, sí, pero con los que hace causa común para exorcizar los males que les atañe. Es así como, quizás sin inten-ción, Fuentes emula al Sawa de Ilumi-naciones en la sombra, haciendo propio el drama ajeno del hombre común; el “Yo soy el otro” del Principe de la bohe-mia, Fuentes, refiriéndose a los inmi-grantes africanos y sudamericanos en España, lo transforma en: “¡He sido uno de ellos en otras tierras![…] Cómo negarles acogida y amor!” (262). Para culminar e ilustrar lo antes dicho reproduzco par-tes de una entrevista que el autor se hace a sí mismo, “Entrevista de un desco-nocido a otro” (Capítulo VIII): con el poeta polaco Milosz dice: “El exilio no significa sólo cruzar fronteras, crece, madura dentro del exiliado, lo transforma lo deviene su destino” (197); “Contrario a Ortega y Gas-set, y en esto también a Adorno, amo a las masas, con y sin su rebelión” (199); “Miseri-cordia [de Galdós] es mi novela favorita, casi más que El Quijote” (199); “¿Cuál crees que será el legado que dejas?” “Mis nietos, y el olvido, por supuesto, aunque sí quiero dejar inscrita en estas páginas aquella frase que esculpieron en una enorme piedra del desierto de Nuevo México, encima de sus nombres, los primeros españoles que llegaron a fines del XVI: PASÓ POR AQUÍ” (203).

Cristián H. Ricci

Es profesor fundador de la Universidad de California, Merced.

Posee un libro titulado El espacio urbano en la narrativa del Madrid de la Edad de Plata, 1900-1938 (Madrid: CSIC, 2009).

Actualmente el Dr. Ricci está finalizando un libro sobre literatura marro-quí escrita en castella-no y en catalán, ¡Hay moros en la costa!, y una nueva antología de escritores marroquíes en castellano, Letras Marruecas (Ed. Verbum, 2010).

Es autor de una veinte-na de artículos sobre la literatura española e hispanoamericana, una compilación de artícu-los sobre la cultura ar-gentina del siglo XXI (¡Dale nomás! ¡Dale que va! Buenos Aires: Nue-va Generación, 2006), y una antología de litera-tura árabe e israelí en castellano (Caminos para la paz. Escritores israelíes y árabes en castellano. Buenos Ai-res: Corregidor, 2008).

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Fuentes, Víctor Floreal.Bio-Grafía americana. Valladolid: Fundación Jorge Guillén, 2008.

Por Dr. Cristián H. Ricci

Víctor Fuentes cuenta ya con dos volúmenes acabados de una Trilogía en la que se propone repasar más de seten-ta y cinco años de vida, desde su naci-miento en el barrio de Argüelles, Ma-drid, en 1933, su exilio en 1954 y sus más de cincuenta y tres años de vida (norte)americana. El recorrido narrativo del autor hispanounidense empieza con Morir en Isla Vista (1999), firmada con el heterónimo Floreal Hernández, y sigue con la crónica de 50 años vividos en Estados Unidos, Bio-grafía americana (2008). El tercer último volumen de su biografía lo está escribiendo.

Conocedor como pocos de la litera-tura escrita en español en los Estados Unidos de América debido, entre otras cosas, a su labor de co-editor de la ya clásica revista Ventana Abierta, podemos observar que la Bio-grafía americana no es un mero diálogo anacrónico que hace el autor consigo mismo, un planto descon-solado o un reproche que hace con la tierra que lo vio nacer y que lo expulsó de su seno por pensar diferente, por intentar respirar un poco de libertad: “Hay en este libro un sentido de amor, crítico, por España, la patria de origen, nunca aban-donada anímicamente y que late en la lengua que escribo, como por Estados Unidos, el país de acogida en el cual mi ser-ahí, aquí, ha vivi-do la mayor parte de su existencia” (7). Tam-poco encontrará el lector ajuste de cuentas alguno con sus colegas universi-tarios, como suele suceder en la deno-minada novela académica, hoy todo un género en sí mismo. Muy por el contra-rio, la Bio-grafía americana de Víctor Fuentes posee una reflexión sobre los cauces que ha tomado la humanidad en las últimas cinco décadas, convirtiéndo-se a veces en una crítica severa y mor-

daz hacia las ins-tituciones guber-namentales que han regido los claroscuros desti-nos del cambala-chero siglo XX y c o m i e n z o s d e l XXI.

Bio-grafía ame-ricana está dividida en dos partes y posee once capítu-los. Cada capítulo presenta diferente número viñetas, cuentos, episodios anecdóticos, epís-tolas, crónicas, recortes de prensa, muchas veces des-conectados entre sí desde el punto de v i s ta temát ico, unidos sin embar-go cronológica-mente. El primer capítulo comienza con una definición trastierro/exilio por parte de un autor que se siente “uno, dividido, plural, fluido, fragmentado, que fui, soy, será” (13); es ese mismo territo-rio-lugar físico inestable, conflictivo, contradictorio que deviene prosa; la prosa del escritor fronterizo, híbrido, intersticial, locus común en el que se asientan las literaturas diaspóricas de la que Bio-grafía americana es ejemplo cime-ro junto a las de Ramón J. Sender, Pe-dro Salinas, Arturo Serrano Plaja, Se-gundo Serrano Poncela, entre muchos otros. Y en esta vena, es absolutamente digno de reconocimiento el repaso que hace Víctor Fuentes de todos los escri-tores hispanos en Estados Unidos, desde Cabeza de Vaca, pasando por el profe-sor-activista liberal vallisoletano Miguel Cabrera de Nevares, los cubanos José María Heredia y José Martí, Gabriela Mistral, hasta los muchas veces ignotos escritores y artistas que el mismo Fuen-tes promueve desde las páginas de Ven-tana Abierta.

La biografía abre y cierra (Capítu-los I y XI) en Nueva York, ciudad “fan-tástica”, en el sentido más laxo y cine-matográfico del término, en la que el autor se adentra como un inmigrante más en “busca” de cualquier trabajo que le permita subsistir. Son repetidas,

por ende, las referencias no sólo la cul-tura popular norteamericana —pre-vi-sualizada en el cine de su barrio madri-leño— sino también al callejeo de aque-llos bohemios de las primeras décadas del siglo XX que aparecen en las nove-las del nihilista Baroja, y el de los anar-quistas literarios Alejando Sawa y An-drés Carranque de Ríos. ¡Cuánto hay en Víctor Fuentes del personaje princi-pal de Cinematógrafo! Madrid es om-nipresente en la Bio-Grafía, más allá de todo el Capítulo VI dedicado a la ciu-dad “falangistoide” que “asfixia”, hay una recreación del Madrid progresista de la Residencia de Estudiantes, la Casa de Velázquez, el de las odas de Antonio Machado al Madrid “con plomo en sus entrañas” y el Vicente Aleixandre “a los niños muertos por la metralla”.

A su vez, la Bio-grafía adquiere una dimensión transatlántica al repasar los años de maduración intelectual del au-tor en Nueva York y California (Capítu-los II, III), rodeado de destacadas figu-ras del pensamiento y arte españolas (también exiliados), efectivamente, pero también latinoamericanos, estadouni-denses y otros europeos: Joaquín Casal-

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duero, Federico de Onís, Vicente Llo-rens, Ángel del Río, como también los beatniks Jack Kerouac, William Bo-rroughs, Allen Ginsberg que impugna-ban “The American Way of Life”, la crítica a la industria cultural de Theo-dor Adorno, las películas neorrealistas de Antonioni, la emulación del “intelec-tual orgánico” de Gramsci, la incursión en la literatura revolucionaria de la ma-no de Frantz Fanon. Una mención es-pecial merecen sus viajes por algunos países de Latinoamérica (Capítulo V), con parada previa en una rememora-ción de sus años activistas en la Unión de Campesinos de César Chávez y Do-lores Huerta (Capítulo IV), donde “pas[a] a codearse con campesinos de ver-dad y no de papel” (99). En este sentido, observo que uno de los episodios más significativos de la Bio-Grafía radica en ese pasar a “sentir en vivo” los estudios de Fuentes sobre la literatura obrera y la novela social española a “la práctica” en la comuna libertaria de La Paz, Cali-fornia. En esas viñetas se narran en carne propia los avatares políticos que han llevado a las minorías en Estados Unidos y a la intelectualidad pequeño-burguesa de nuestros países hispano-americanos a pasar, en muchos casos, de la ilusión revolucionaria al bochorno de la represión y las dictaduras.

Su puesto de docente e investigador hispanista en la Universidad de Cali-fornia, su involucramiento como “men-tor” del Frente Unido, formado por latinos, afroamericanos, asiáticos y blancos radicales, le permite establecer relaciones personales con individuos de distintas extracciones sociales —su poco conocida labor editorial en la confec-ción en español del periódico El Mal-criado, “Voz oficial de la Unión de Tra-bajadores Campesinos”—, y, en lo que al mundo académico se refiere, colegas de distintas disciplinas. Los enriquece-dores diálogos que el autor mantiene con otros personajes, sumado a las lec-turas que hace de obras de carácter social, hacen de la Bio-grafía todo un manifiesto sobre la naturaleza interdis-ciplinaria que tanto hoy se pregona en el ámbito universitario. Encuentra el lector, por lo tanto, comentarios y hasta citas completas de catedráticos como C. Wright Mills (The Power Elite) y John Kennet Galbraigth (La sociedad afluyente) pasando por una entrevista personal con Hebert Marcuse en San Diego (que motiva el desapego del “cuasi-marxismo

dogmático” del autor). Dichas citas siempre se hacen trazando paralelos con el debacle del capitalismo salvaje del siglo XXI —desastre que Fuentes ya prevé en 2006 a través de lecturas como Locked in the Cabinet de Robert B. Reich y las columnas publicadas en el New York Times del Nobel de Econo-mía 2008, Paul Krugman (Capítulo IX)— y el fracaso de los regímenes comunistas totalitarios (Capítulos VII y VIII).

Y la Bio-grafía va incluso “más allá”, como pregonaría Homi Bhabha, y hasta se podría decir que adquiere una connotación universal al añadir el autor vivencias personales de un trans-terrado que tocan las fibras más ínti-mas de todos aquellos que por algún u otro motivo nos hemos visto obligados a abandonar nuestro lugar de origen. Si bien, como cantan León Gieco y Mercedes Sosa —otros dos exilia-dos—, “desgraciado es el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”, el hecho de trasladarse a un país pluri-cultural como es Estados Unidos le ofrece al autor la oportunidad de acer-carse a otros transterrados que sufren el dolor y la amargura de sentirse alie-nados, sí, pero con los que hace causa común para exorcizar los males que les atañe. Es así como, quizás sin inten-ción, Fuentes emula al Sawa de Ilumi-naciones en la sombra, haciendo propio el drama ajeno del hombre común; el “Yo soy el otro” del Principe de la bohe-mia, Fuentes, refiriéndose a los inmi-grantes africanos y sudamericanos en España, lo transforma en: “¡He sido uno de ellos en otras tierras![…] Cómo negarles acogida y amor!” (262). Para culminar e ilustrar lo antes dicho reproduzco par-tes de una entrevista que el autor se hace a sí mismo, “Entrevista de un desco-nocido a otro” (Capítulo VIII): con el poeta polaco Milosz dice: “El exilio no significa sólo cruzar fronteras, crece, madura dentro del exiliado, lo transforma lo deviene su destino” (197); “Contrario a Ortega y Gas-set, y en esto también a Adorno, amo a las masas, con y sin su rebelión” (199); “Miseri-cordia [de Galdós] es mi novela favorita, casi más que El Quijote” (199); “¿Cuál crees que será el legado que dejas?” “Mis nietos, y el olvido, por supuesto, aunque sí quiero dejar inscrita en estas páginas aquella frase que esculpieron en una enorme piedra del desierto de Nuevo México, encima de sus nombres, los primeros españoles que llegaron a fines del XVI: PASÓ POR AQUÍ” (203).

Cristián H. Ricci

Es profesor fundador de la Universidad de California, Merced.

Posee un libro titulado El espacio urbano en la narrativa del Madrid de la Edad de Plata, 1900-1938 (Madrid: CSIC, 2009).

Actualmente el Dr. Ricci está finalizando un libro sobre literatura marro-quí escrita en castella-no y en catalán, ¡Hay moros en la costa!, y una nueva antología de escritores marroquíes en castellano, Letras Marruecas (Ed. Verbum, 2010).

Es autor de una veinte-na de artículos sobre la literatura española e hispanoamericana, una compilación de artícu-los sobre la cultura ar-gentina del siglo XXI (¡Dale nomás! ¡Dale que va! Buenos Aires: Nue-va Generación, 2006), y una antología de litera-tura árabe e israelí en castellano (Caminos para la paz. Escritores israelíes y árabes en castellano. Buenos Ai-res: Corregidor, 2008).

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Vivencias de la infancia en la Barcelona de la primera posguerraFragmento de Toda una vida… entre el exilio y el transtierro

Por Víctor Fuentes

Del regreso de refugiados en Fran-cia a España, y dejando atrás el antro del Refugio Social de la frontera en Fuenterrabía, anhelantes de vivir la re-unión familiar, viajando en tren, atrave-sando campos y pueblos de “después de la batalla”, hasta llegar a Barcelona, a pesar del confuso revuelo de imágenes borrosas, guardo algunas escenas del comienzo de una película, no filmada, del tiempo, inmediato, de después de la guerra: los vagones repletos, en su ma-yoría de soldados licenciados, obse-quiosos con la joven madre y sus dos niños; paradas en destartaladas estacio-nes en las que alguno de aquellos jóve-nes se bajaba y nos subía una gaseosa o algún dulce…

De la llegada a Barcelona, tan sólo me acuerdo de la imagen de un guardia en la plaza de Cataluña, casco y guan-tes blancos, dirigiendo con su pito la escasa circulación (¡Toda la “épica” y pena-lidades de Barcelona durante la guerra reduci-das ahora, a aquella incongruente figura del guardia de circulación). Los bombardeos en Barcelona. “Me daban pánico, un páni-co terrible. Yo creo que hasta estaba tiritando”, y tirita al recordarlos mi prima Maruja, entonces niña, ahora con sus 78 años, en la tarde madrileña del 9 de abril, 2009, y en sus ojos aso-man aquellos versos del poema “Bom-bardeo” de Ángela Figuera: Noches de sueño incierto, triturado / por la tremenda sinfonía / del frente en erupción y los caballos / del miedo galopando en explosivos y en su voz y piel parece revivir, temblando, el eco de lo que escribiera Juan Renau en su auto-biografía, Pasos y sombras, sobre la caída de Barcelona, “Resquebrajada la moral de la población barcelonesa a fuerza de bombardeos implacables y sistemáticos y de sufrimientos sin cuento..”). Y la precipitada subida por las escaleras de la casa en la calle Muntaner (“!Muntaner 189. No se me olvida!”, exclama Maruja, que

vivió en ella durante meses de la guerra con su madre, mi padre y los abuelos), al encuentro del padre, tras la larga separación. Nos recibió, entre el dintel, quicio y umbral de la puerta del piso, con una frase pre-parada en la que pretendió desdramati-zar, templar, la emoción del momento, pero que a mí, sediento del anhelado abrazo paternal, me dejó bastante frío y quizá, por eso, nunca la he olvidado: “Os he hecho un agua de litines que os va a gustar mucho” ¿Preparó tal frase para no alterar nuestro metabolismo, vocablo que él usaba con frecuencia y como algo que bien pudiera haber aprendido en el libro del ministro repu-blicano, Domingo Barnés, El desenvolvi-miento del niño, del que fuera escolta a principios de los años 30, o estaba en-cubriendo, con ella, cierta mala con-ciencia?

Vivimos durante algunas semanas o meses en aquella casa de clase media acomodada con sus grandes balcones y ventanales. Mi padre nos decía, cuando ya éramos algo más mayores, que no había querido abandonar Barcelona, como hicieran tantos otros del gobier-no, y reunirse con nosotros en Francia, por miedo a que en el camino a la fron-tera le liquidaran, como les sucedió a muchos, los feroces bombardeos con que la aviación franquista y alemana castigaban a los huidos (esas escenas, vista en los documentales germanos que tanto entu-siasmaran al juvenil Gunter Grass, como escribe en sus Memorias). “Además yo no tenía nada que temer”, añadía, y fue

el único que se quedó al frente de la Comisaría en Barcelona para entregarla a la entrada de las tropas franquistas. Y aquello nos enorgullecía. Siguió en acti-vo, aunque una tarde a los pocos meses o semanas llegó para anunciar que le habían destituido. ¿Cantó antes de eso?…

Las imágenes que guardo de aque-llos meses de infancia pasados en Barce-lona, la ciudad condal, pero con sus torres abatidas, aparecen en claroscuro, en aquel piso de desarraigo, pues en él comenzábamos el exilio interior, donde penetraba la luz del Mediterráneo ilu-minando un mobiliario y unos estóma-gos semi-vacios, y, a veces, por debajo de la puerta, la grata sorpresa de unos folletines, deslizados por una mano invi-sible, de novelas por entregas, práctica ya en sus últimas A los seis años, y como escape de las penurias externas, era ya un ávido lector. “Qué bien lee el niño”, solía elogiar mi abuelo, poco tiempo después, ya en el piso de Madrid. Pro-piciaba nuestra afición a la lectura el que en la misma calle Muntaner, y en sus adyacentes, había varias editoriales y no deleitábamos contemplando, en el escaparate, los libros que nos gustaban, sobre todo, los de la serie del niño inglés Guillermo o de Celia, y hasta com-prando alguno. ¡Cuántos días durante las comidas me tuve que dar por satisfe-cho, lamiendo con la lengua de la ima-ginación las fuentes de dulces, pasteles, flanes y otras golosinas que vaciaban, en Inglaterra, Guillermo y sus amiguitos!

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Días soleados de Barcelona, en que nuestra madre nos llevaba a jugar al “Turo Park”, no lejano de donde vivía-mos, atravesando la gran vía de la Dia-gonal y varias de sus glorietas. En este camino nos llenábamos los ojos con el rutilante despliegue de quienes, por aquellos “señoriales” lugares, y nada más terminada la guerra, medraban o se enriquecían, a espalda de la gran miseria de la población: elegantes Ba-res y Cafés, con sus terrazas y espejos: afilados tacones altos de mujer, risas, puros, cerveza y langostinos. Y el deste-llante escaparate de una tienda de au-tomóviles con tres o cuatro lujosos mo-delos en venta. En el Turo Park nos hicimos amiguitos de un niño rico que venía acompañado de su aya, con cofia y todo. Se sentaba, ella, en el mismo banco con mi madre, a departir y con-tarla de lo bien que vivían en casa de sus opulentos “amos”. Ya de mayor me gusta imaginarme que aquel niño seño-rito de la casta de los vencedores, con quien jugábamos, bien pudiera haber sido, Carlos Barral o Jaime Gil de Biedman –aunque estos eran algo ma-yores que nosotros–, quienes también han escrito sus Memorias de aquellos tiempos, contrarias al Régimen.

Nosotros en Barcelona, aquellos meses, vivíamos socialmente aislados. No recuerdo que hubiéramos hecho o recibido alguna visita en todo aquel tiempo, ni fuimos a la escuela. Menos mal que leíamos los periódicos, nuestros cuentos y aquellas deslizadas novelas por entregas. Tampoco recuerdo nin-guna música ni canción en aquel enton-ces. ¡Aunque todavía oigo el pito del guardia de la circulación! ¡Ah, y esto que me cae, por sorpresa, de entre las páginas de un vetusto libro de Quevedo que teníamos y qué no sé como lo he conservado yo hasta ahora: dos peque-ñas hojitas, ilustradas de un Calendario- Album del Buen Humor, con 365 chistes, fechadas el 21 y el 28 de septiembre. Sus dos chistes me devuelven la risa que aun en los más duros momentos no nos debió de abandonar. En el primero se lee: “Doctor: --Sus piernas no me gus-tan. Enfermo:--Es que yo no soy Marle-ne Dietrich, sino Diego Romaguera”. Y en el otro, todo un adelantado del femi-nismo militante, mientras una rubia mujer, sentada al borde de un acantila-do, y vestida de rojo, se deleita leyendo o cantando página en mano, abajo, con el agua hasta la boca, su marido se de-bate, emitiendo, “Glu, Glu…”. La espo-

sa prudente le aconseja: “ --Bebe despa-cio, que te va a hacer daño”.

Vivimos, entonces en Barcelona, literalmente hablando, el “tiempo de silencio”, con excepción de alguna im-precación en catalán lanzaba contra mi madre por esta o aquella mujer acusán-dola de querer colarse en una de las múltiples colas de las tiendas de alimen-tos a las que también nos llevaba. En nuestras salidas, en tranvía o paseando por algunas calles más lejanas, también nos mirábamos en el enorme cinturón de miseria, hambre, represión y perse-cución, de la capital catalana que, con-trario a los dos escritores catalanes an-tes mencionados, sí vivió Juan Marsé y dejo novelado en Si te dije que caí. De aquellos atisbos, se nos quedó a mi hermano y a mí el bautizar a las casas, estragadas y comidas de miseria, de las calles pobres de Barcelona y, luego, a las de Madrid, de “puentes”. No sé de dónde saldría la comparación, tal vez por ver aquellas míseras construcciones tan tendidas a la intemperie.

Como emblema de la inconsciente desazón vivida en aquellos meses de la primera posguerra en Barcelona, evoco un episodio que ha quedado a flor de piel en mi memoria, como emblemático de tantas tardes y noches oscuras en la capital catalana de los primeros tiempos de la posguerra. Una de ellas nos llevó mi padre al Circo; nos iban a entrar gratis unos payasos amigos suyos, de fama internacional, los hermanos An-dreu, si mal no recuerdo. Así fue. Uno de ellos nos entró de la mano y nos puso en una de las primeras filas, mi padre iba a entrar poco después. Sin embargo, al encenderse los focos e irrumpir tro-nando el estruendo de la música, “Ta-rara chin-chin.chin. Burumbu-bun-bun. Tarata-chin-chin-chón” (nos hace oír Ramón en El Circo) y ver que no llega-ba, me puse a llorar de forma desgañi-tada --¿cuando como mi padre no venía con el montón de refugiados que cru-zaron, días después de nosotros, la fron-tera a Francia?-- y tuvo que sacarme mi hermano. Al salir, ya fuera, tropezamos con él a punto de entrar, y tuvimos que quedarnos los tres en la calle, en la fría noche, mientras que en el interior se vivía el esplendoroso espectáculo cir-cense que habíamos anticipado con tanta ilusión. Después, la triste vuelta a casa, agravada por los reproches del mi hermano, dos años mayor, que me ha-cían sentirme, a mis seis años, más payaso que el no visto en la función,

encajonados en el semi-vacío tranvía, avanzando hacia atrás por oscuras y desoladas calles.

Años más tarde leyendo Nada, título tan apropiado para aquellos años de posguerra y también para el episodio que recuerdo, de Carmen Laforet, sentí que mi alma infantil se identificaba con la de Andrea, su joven protagonista. Quizá aquella misma noche iba ella en el mismo tranvía o, en su angustioso deambular nocturno, por alguna de aquellas calles desiertas, oscuras, por las que atravesábamos de vuelta a casa, con las manos y los ojos vacíos: ella en la novela y nosotros en la vida.

El primer grito de rebeldía de la juventud española ante el estado de cosas de la sociedad española de posguerra lo dio, en novela, aquella joven catalana. Me encanta el episodio de su rechazo del mundo de la alta y ostentosa socie-dad catalana franquista de la primera posgue-rra, de espaldas a la miseria y la represión del pueblo. Se trata de una visita a casa de un pretendiente: mansión, sita en nuestra propia calle de Muntaner, pero en la parte alta, cruza-da la Diagonal, que era donde estaban las casas de lujo. Aquel mundo que nosotros atisbamos en nuestros paseos por la Diagonal, a la rebelde joven, visto por dentro, la hace casi vomitar.

Un sueño londinense de los años 50: en el Acapulco conA kid for two farthings

Fragmento de Toda una vida… entre el exilio y el transtierro

Añadiré ahora, para concluir mi pequeña odisea inglesa, que en aquel redondel-contorno de la Hanway Street, entre la Oxford Street y To-ttenham Court Road, desterritorializa-

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Vivencias de la infancia en la Barcelona de la primera posguerraFragmento de Toda una vida… entre el exilio y el transtierro

Por Víctor Fuentes

Del regreso de refugiados en Fran-cia a España, y dejando atrás el antro del Refugio Social de la frontera en Fuenterrabía, anhelantes de vivir la re-unión familiar, viajando en tren, atrave-sando campos y pueblos de “después de la batalla”, hasta llegar a Barcelona, a pesar del confuso revuelo de imágenes borrosas, guardo algunas escenas del comienzo de una película, no filmada, del tiempo, inmediato, de después de la guerra: los vagones repletos, en su ma-yoría de soldados licenciados, obse-quiosos con la joven madre y sus dos niños; paradas en destartaladas estacio-nes en las que alguno de aquellos jóve-nes se bajaba y nos subía una gaseosa o algún dulce…

De la llegada a Barcelona, tan sólo me acuerdo de la imagen de un guardia en la plaza de Cataluña, casco y guan-tes blancos, dirigiendo con su pito la escasa circulación (¡Toda la “épica” y pena-lidades de Barcelona durante la guerra reduci-das ahora, a aquella incongruente figura del guardia de circulación). Los bombardeos en Barcelona. “Me daban pánico, un páni-co terrible. Yo creo que hasta estaba tiritando”, y tirita al recordarlos mi prima Maruja, entonces niña, ahora con sus 78 años, en la tarde madrileña del 9 de abril, 2009, y en sus ojos aso-man aquellos versos del poema “Bom-bardeo” de Ángela Figuera: Noches de sueño incierto, triturado / por la tremenda sinfonía / del frente en erupción y los caballos / del miedo galopando en explosivos y en su voz y piel parece revivir, temblando, el eco de lo que escribiera Juan Renau en su auto-biografía, Pasos y sombras, sobre la caída de Barcelona, “Resquebrajada la moral de la población barcelonesa a fuerza de bombardeos implacables y sistemáticos y de sufrimientos sin cuento..”). Y la precipitada subida por las escaleras de la casa en la calle Muntaner (“!Muntaner 189. No se me olvida!”, exclama Maruja, que

vivió en ella durante meses de la guerra con su madre, mi padre y los abuelos), al encuentro del padre, tras la larga separación. Nos recibió, entre el dintel, quicio y umbral de la puerta del piso, con una frase pre-parada en la que pretendió desdramati-zar, templar, la emoción del momento, pero que a mí, sediento del anhelado abrazo paternal, me dejó bastante frío y quizá, por eso, nunca la he olvidado: “Os he hecho un agua de litines que os va a gustar mucho” ¿Preparó tal frase para no alterar nuestro metabolismo, vocablo que él usaba con frecuencia y como algo que bien pudiera haber aprendido en el libro del ministro repu-blicano, Domingo Barnés, El desenvolvi-miento del niño, del que fuera escolta a principios de los años 30, o estaba en-cubriendo, con ella, cierta mala con-ciencia?

Vivimos durante algunas semanas o meses en aquella casa de clase media acomodada con sus grandes balcones y ventanales. Mi padre nos decía, cuando ya éramos algo más mayores, que no había querido abandonar Barcelona, como hicieran tantos otros del gobier-no, y reunirse con nosotros en Francia, por miedo a que en el camino a la fron-tera le liquidaran, como les sucedió a muchos, los feroces bombardeos con que la aviación franquista y alemana castigaban a los huidos (esas escenas, vista en los documentales germanos que tanto entu-siasmaran al juvenil Gunter Grass, como escribe en sus Memorias). “Además yo no tenía nada que temer”, añadía, y fue

el único que se quedó al frente de la Comisaría en Barcelona para entregarla a la entrada de las tropas franquistas. Y aquello nos enorgullecía. Siguió en acti-vo, aunque una tarde a los pocos meses o semanas llegó para anunciar que le habían destituido. ¿Cantó antes de eso?…

Las imágenes que guardo de aque-llos meses de infancia pasados en Barce-lona, la ciudad condal, pero con sus torres abatidas, aparecen en claroscuro, en aquel piso de desarraigo, pues en él comenzábamos el exilio interior, donde penetraba la luz del Mediterráneo ilu-minando un mobiliario y unos estóma-gos semi-vacios, y, a veces, por debajo de la puerta, la grata sorpresa de unos folletines, deslizados por una mano invi-sible, de novelas por entregas, práctica ya en sus últimas A los seis años, y como escape de las penurias externas, era ya un ávido lector. “Qué bien lee el niño”, solía elogiar mi abuelo, poco tiempo después, ya en el piso de Madrid. Pro-piciaba nuestra afición a la lectura el que en la misma calle Muntaner, y en sus adyacentes, había varias editoriales y no deleitábamos contemplando, en el escaparate, los libros que nos gustaban, sobre todo, los de la serie del niño inglés Guillermo o de Celia, y hasta com-prando alguno. ¡Cuántos días durante las comidas me tuve que dar por satisfe-cho, lamiendo con la lengua de la ima-ginación las fuentes de dulces, pasteles, flanes y otras golosinas que vaciaban, en Inglaterra, Guillermo y sus amiguitos!

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Días soleados de Barcelona, en que nuestra madre nos llevaba a jugar al “Turo Park”, no lejano de donde vivía-mos, atravesando la gran vía de la Dia-gonal y varias de sus glorietas. En este camino nos llenábamos los ojos con el rutilante despliegue de quienes, por aquellos “señoriales” lugares, y nada más terminada la guerra, medraban o se enriquecían, a espalda de la gran miseria de la población: elegantes Ba-res y Cafés, con sus terrazas y espejos: afilados tacones altos de mujer, risas, puros, cerveza y langostinos. Y el deste-llante escaparate de una tienda de au-tomóviles con tres o cuatro lujosos mo-delos en venta. En el Turo Park nos hicimos amiguitos de un niño rico que venía acompañado de su aya, con cofia y todo. Se sentaba, ella, en el mismo banco con mi madre, a departir y con-tarla de lo bien que vivían en casa de sus opulentos “amos”. Ya de mayor me gusta imaginarme que aquel niño seño-rito de la casta de los vencedores, con quien jugábamos, bien pudiera haber sido, Carlos Barral o Jaime Gil de Biedman –aunque estos eran algo ma-yores que nosotros–, quienes también han escrito sus Memorias de aquellos tiempos, contrarias al Régimen.

Nosotros en Barcelona, aquellos meses, vivíamos socialmente aislados. No recuerdo que hubiéramos hecho o recibido alguna visita en todo aquel tiempo, ni fuimos a la escuela. Menos mal que leíamos los periódicos, nuestros cuentos y aquellas deslizadas novelas por entregas. Tampoco recuerdo nin-guna música ni canción en aquel enton-ces. ¡Aunque todavía oigo el pito del guardia de la circulación! ¡Ah, y esto que me cae, por sorpresa, de entre las páginas de un vetusto libro de Quevedo que teníamos y qué no sé como lo he conservado yo hasta ahora: dos peque-ñas hojitas, ilustradas de un Calendario- Album del Buen Humor, con 365 chistes, fechadas el 21 y el 28 de septiembre. Sus dos chistes me devuelven la risa que aun en los más duros momentos no nos debió de abandonar. En el primero se lee: “Doctor: --Sus piernas no me gus-tan. Enfermo:--Es que yo no soy Marle-ne Dietrich, sino Diego Romaguera”. Y en el otro, todo un adelantado del femi-nismo militante, mientras una rubia mujer, sentada al borde de un acantila-do, y vestida de rojo, se deleita leyendo o cantando página en mano, abajo, con el agua hasta la boca, su marido se de-bate, emitiendo, “Glu, Glu…”. La espo-

sa prudente le aconseja: “ --Bebe despa-cio, que te va a hacer daño”.

Vivimos, entonces en Barcelona, literalmente hablando, el “tiempo de silencio”, con excepción de alguna im-precación en catalán lanzaba contra mi madre por esta o aquella mujer acusán-dola de querer colarse en una de las múltiples colas de las tiendas de alimen-tos a las que también nos llevaba. En nuestras salidas, en tranvía o paseando por algunas calles más lejanas, también nos mirábamos en el enorme cinturón de miseria, hambre, represión y perse-cución, de la capital catalana que, con-trario a los dos escritores catalanes an-tes mencionados, sí vivió Juan Marsé y dejo novelado en Si te dije que caí. De aquellos atisbos, se nos quedó a mi hermano y a mí el bautizar a las casas, estragadas y comidas de miseria, de las calles pobres de Barcelona y, luego, a las de Madrid, de “puentes”. No sé de dónde saldría la comparación, tal vez por ver aquellas míseras construcciones tan tendidas a la intemperie.

Como emblema de la inconsciente desazón vivida en aquellos meses de la primera posguerra en Barcelona, evoco un episodio que ha quedado a flor de piel en mi memoria, como emblemático de tantas tardes y noches oscuras en la capital catalana de los primeros tiempos de la posguerra. Una de ellas nos llevó mi padre al Circo; nos iban a entrar gratis unos payasos amigos suyos, de fama internacional, los hermanos An-dreu, si mal no recuerdo. Así fue. Uno de ellos nos entró de la mano y nos puso en una de las primeras filas, mi padre iba a entrar poco después. Sin embargo, al encenderse los focos e irrumpir tro-nando el estruendo de la música, “Ta-rara chin-chin.chin. Burumbu-bun-bun. Tarata-chin-chin-chón” (nos hace oír Ramón en El Circo) y ver que no llega-ba, me puse a llorar de forma desgañi-tada --¿cuando como mi padre no venía con el montón de refugiados que cru-zaron, días después de nosotros, la fron-tera a Francia?-- y tuvo que sacarme mi hermano. Al salir, ya fuera, tropezamos con él a punto de entrar, y tuvimos que quedarnos los tres en la calle, en la fría noche, mientras que en el interior se vivía el esplendoroso espectáculo cir-cense que habíamos anticipado con tanta ilusión. Después, la triste vuelta a casa, agravada por los reproches del mi hermano, dos años mayor, que me ha-cían sentirme, a mis seis años, más payaso que el no visto en la función,

encajonados en el semi-vacío tranvía, avanzando hacia atrás por oscuras y desoladas calles.

Años más tarde leyendo Nada, título tan apropiado para aquellos años de posguerra y también para el episodio que recuerdo, de Carmen Laforet, sentí que mi alma infantil se identificaba con la de Andrea, su joven protagonista. Quizá aquella misma noche iba ella en el mismo tranvía o, en su angustioso deambular nocturno, por alguna de aquellas calles desiertas, oscuras, por las que atravesábamos de vuelta a casa, con las manos y los ojos vacíos: ella en la novela y nosotros en la vida.

El primer grito de rebeldía de la juventud española ante el estado de cosas de la sociedad española de posguerra lo dio, en novela, aquella joven catalana. Me encanta el episodio de su rechazo del mundo de la alta y ostentosa socie-dad catalana franquista de la primera posgue-rra, de espaldas a la miseria y la represión del pueblo. Se trata de una visita a casa de un pretendiente: mansión, sita en nuestra propia calle de Muntaner, pero en la parte alta, cruza-da la Diagonal, que era donde estaban las casas de lujo. Aquel mundo que nosotros atisbamos en nuestros paseos por la Diagonal, a la rebelde joven, visto por dentro, la hace casi vomitar.

Un sueño londinense de los años 50: en el Acapulco conA kid for two farthings

Fragmento de Toda una vida… entre el exilio y el transtierro

Añadiré ahora, para concluir mi pequeña odisea inglesa, que en aquel redondel-contorno de la Hanway Street, entre la Oxford Street y To-ttenham Court Road, desterritorializa-

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do por los dos Cafés pastiches, uno de imitación de los existencialistas de París y el nuestro del seudo-Trópico, el Aca-pulco, viví inmerso en una subcultura multicultural, mucho antes de que se usara este término, bastante colorida y gratificante. Por aquello de que la vida imita el arte y viceversa, una película de por entonces, una de las últimas inglesas del gran director Carol Reed, autor de la magnífica El tercer hombre, su primera en tecnicolor y de tan llamativo título, A kid for Two Farthings (la fui a ver con mi amigo Pepe Basanta, quién también se vino a Londres, y no nos gustó aunque sí nos intrigó sin saber bien por qué ), presentaba bastan-tes concomitancias con nuestras vidas. Ahora ya lo sé:

Película, bastante sentimentaloide, que hoy cobra actualidad, pues trataba de una subcultura multiétnica en un gueto, de los que ahora florecen en to-das las capitales de Europa. Aquél, en el “East London”, era un gueto predomi-nantemente judío. En el recuerdo se me sobreponen el film y la experiencia vivi-da: La “Hanway street” eran nuestra “calle de la Fantasía” de la película. El gran mercado callejero, que reaparece como su fondo, con abundancia de fru-tas y verduras, y vendedores de distintos confines del mundo, por el que deam-bulaba la protagonista, sensual Doris Day, especie de la Marilyn Monroe bri-tánica, era muy parecido al del Soho; al que acudía yo tantas mañanas a com-prar las provisiones para el Acapulco (del que pronto pasé a ser “manager”, pero con el magro sueldo de una libra por día), acom-pañado, a veces, por la camarera turco-chipriota, nuestra Marilyn Monroe del seudo-trópico, pero esperando tropezar con Doris Day.

El mundo de la lucha libre, con sus tongos, tema capital de la película, lo vivíamos a través de Milton, campeón europeo o mundial de lucha libre, her-mano de Johny, (el griego chipriota que, en 1955, había fundado el Café muy impresionado por la película Vaca-ciones en Acapulco), quien parecía encar-nar, en una sola persona, a los dos lu-chadores de la película: el malo, perso-nificado por el que fuera tan famoso boxeador italiano, Primo de Carnera (Milton era casi tan grande como él) y el bueno, el protagonista de la película, uno de aquellos cultivadores del cuerpo musculoso, “body builders” que ya se daban por entonces, adelantándose a lo que fuera el actual gobernador de Cali-fornia. Éste, el de la película, no el go-bernador, se había metido a luchador para comprar el diamante a su prome-tida, encarnada por Doris Day. Al igual que él, tras su victoria en la película, Milton, en la vida real, aparecía en el Acapulco, al acabar sus luchas ganadas, con o sin trampas, triunfante, con dos o tres rubias, émulas de la actriz, colgadas de sus corpulentos brazos; una de ellas con el destellante diamante en el dedo. Lo que nos faltaba a nosotros eran el niño de la película y la blanca cabrita con el brote de un solo cuerno, que personificaba al fabuloso y simbólico unicornio: dos personajes que, junto al veterano sastre judío, daban un bálsa-mo de poesía y de magia a la, por otra, parte, dura y corrupta realidad social de la película.

Toda esta disquisición (sobre una película, que casi nadie que lea esto habrá visto ni se interese en ver), viene a cuento, pues, inesperadamente, me devuelve, en cifra simbólica, a lo vivido por mí en Londres hace más de medio siglo. Anteanoche, después de re-visionar el filme, en un CD, tras tantas décadas de haberlo visto, tuve un sueño en que me veía con la blanca cabrita-unicornio deambulando no sé si por Londres o por Madrid y luego se la vendíamos a un farmacéutico, ¿el padre de Pepe Basanta, por aquello de la Perfumería Liana en la calle Fernando el Católico 4, por 21 dólares que nos repartíamos entre tres, tocando cada uno a 7. Pare-ce que el aura mágica, universal, del unicornio contagió mi sueño. Intrigado por los numerales, que tan fijos se me quedaron marcados, recurriendo al diccionario de símbolos, desentraño el del número 21 y de las unidades que lo constituyen y se desdoblaban en él: 21,

reducción de un conflicto (2) a su uni-dad (1); 7, orden completo, ciclo, que también corresponde a la cruz y es sím-bolo de dolor, los siete puñales; 3, sínte-sis espiritual, número ideal del cielo y de la Trinidad: tú, yo, él, en mi propia piel ¡Que quede esta cábala numérica soñada como cifra y sello de todos mis anhelos, deseos, goces, logros, desvelos, sufrimientos y conflictos resueltos y no resueltos de mis aquellos casi dos años en la Dulce Albión: un ciclo completo, en el recuerdo, cerrando, con este texto, la ventana al semi-caos vivido.

Claro que esta explicación racional y que aflora en palabras es muy superfi-cial comparada con el ímpetu de ener-gías insondables, intraducibles, que aflo-raban en las imágenes del sueño, a su vez, punta de un iceberg anímico (en este caso, el lomo del unicornio-cabri-ta), y que, en un corto espacio de tiem-po onírico me hacían sentir, de nuevo y casi en éxtasis, todo lo vivido y no vivi-do más de cincuenta años antes en In-glaterra. El salto a América, en marzo o abril de 1956, le doy en el próximo ca-pítulo.

Víctor Fuentes salió prófugo de la España franquista en 1954, y se con-sidera parte del segundo exilio espa-ñol. Anduvo por varios países euro-peos, con una permanencia de dos años en Inglaterra y, posteriormente, varios meses en Venezuela. Vive en Estados Unidos desde el otoño de 1956. En la Universidad de Nueva York, retomó sus estudios y se doc-toró en lenguas romances en 1964. Desde 1965 ha sido profesor en la Universidad de California, Santa Bár-bara, donde continua como profesor emérito, desde el 2003. Ha publicado números estudios sobre literatura española del siglo XIX y XX y sobre cine, y cine y literatura. Entre sus libros destacan: La marcha al pueblo en las letras españolas 1917-1936 (1980 y 2006), Buñuel en México (1993) y La mirada de Buñuel: cine, literatura y vida (2005). Ha publicado ediciones críticas de La Regenta y Misericordia (Akal). Bajo el heteróni-mo Floreal Hernández es personaje la novela Morir en Isla Vista, parte de una trilogía memorialista, cuyos otros dos libros, ya bajo su nombre, son: Bio-Grafia americana (publicado en el 2008, por la Fundación Jorge Gui-llén) y (en preparación) Toda una vi-da... Entre el exilio y el transtierro, del cual forman parte los fragmentos que publicamos.

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Para los amantes del español

do por los dos Cafés pastiches, uno de imitación de los existencialistas de París y el nuestro del seudo-Trópico, el Aca-pulco, viví inmerso en una subcultura multicultural, mucho antes de que se usara este término, bastante colorida y gratificante. Por aquello de que la vida imita el arte y viceversa, una película de por entonces, una de las últimas inglesas del gran director Carol Reed, autor de la magnífica El tercer hombre, su primera en tecnicolor y de tan llamativo título, A kid for Two Farthings (la fui a ver con mi amigo Pepe Basanta, quién también se vino a Londres, y no nos gustó aunque sí nos intrigó sin saber bien por qué ), presentaba bastan-tes concomitancias con nuestras vidas. Ahora ya lo sé:

Película, bastante sentimentaloide, que hoy cobra actualidad, pues trataba de una subcultura multiétnica en un gueto, de los que ahora florecen en to-das las capitales de Europa. Aquél, en el “East London”, era un gueto predomi-nantemente judío. En el recuerdo se me sobreponen el film y la experiencia vivi-da: La “Hanway street” eran nuestra “calle de la Fantasía” de la película. El gran mercado callejero, que reaparece como su fondo, con abundancia de fru-tas y verduras, y vendedores de distintos confines del mundo, por el que deam-bulaba la protagonista, sensual Doris Day, especie de la Marilyn Monroe bri-tánica, era muy parecido al del Soho; al que acudía yo tantas mañanas a com-prar las provisiones para el Acapulco (del que pronto pasé a ser “manager”, pero con el magro sueldo de una libra por día), acom-pañado, a veces, por la camarera turco-chipriota, nuestra Marilyn Monroe del seudo-trópico, pero esperando tropezar con Doris Day.

El mundo de la lucha libre, con sus tongos, tema capital de la película, lo vivíamos a través de Milton, campeón europeo o mundial de lucha libre, her-mano de Johny, (el griego chipriota que, en 1955, había fundado el Café muy impresionado por la película Vaca-ciones en Acapulco), quien parecía encar-nar, en una sola persona, a los dos lu-chadores de la película: el malo, perso-nificado por el que fuera tan famoso boxeador italiano, Primo de Carnera (Milton era casi tan grande como él) y el bueno, el protagonista de la película, uno de aquellos cultivadores del cuerpo musculoso, “body builders” que ya se daban por entonces, adelantándose a lo que fuera el actual gobernador de Cali-fornia. Éste, el de la película, no el go-bernador, se había metido a luchador para comprar el diamante a su prome-tida, encarnada por Doris Day. Al igual que él, tras su victoria en la película, Milton, en la vida real, aparecía en el Acapulco, al acabar sus luchas ganadas, con o sin trampas, triunfante, con dos o tres rubias, émulas de la actriz, colgadas de sus corpulentos brazos; una de ellas con el destellante diamante en el dedo. Lo que nos faltaba a nosotros eran el niño de la película y la blanca cabrita con el brote de un solo cuerno, que personificaba al fabuloso y simbólico unicornio: dos personajes que, junto al veterano sastre judío, daban un bálsa-mo de poesía y de magia a la, por otra, parte, dura y corrupta realidad social de la película.

Toda esta disquisición (sobre una película, que casi nadie que lea esto habrá visto ni se interese en ver), viene a cuento, pues, inesperadamente, me devuelve, en cifra simbólica, a lo vivido por mí en Londres hace más de medio siglo. Anteanoche, después de re-visionar el filme, en un CD, tras tantas décadas de haberlo visto, tuve un sueño en que me veía con la blanca cabrita-unicornio deambulando no sé si por Londres o por Madrid y luego se la vendíamos a un farmacéutico, ¿el padre de Pepe Basanta, por aquello de la Perfumería Liana en la calle Fernando el Católico 4, por 21 dólares que nos repartíamos entre tres, tocando cada uno a 7. Pare-ce que el aura mágica, universal, del unicornio contagió mi sueño. Intrigado por los numerales, que tan fijos se me quedaron marcados, recurriendo al diccionario de símbolos, desentraño el del número 21 y de las unidades que lo constituyen y se desdoblaban en él: 21,

reducción de un conflicto (2) a su uni-dad (1); 7, orden completo, ciclo, que también corresponde a la cruz y es sím-bolo de dolor, los siete puñales; 3, sínte-sis espiritual, número ideal del cielo y de la Trinidad: tú, yo, él, en mi propia piel ¡Que quede esta cábala numérica soñada como cifra y sello de todos mis anhelos, deseos, goces, logros, desvelos, sufrimientos y conflictos resueltos y no resueltos de mis aquellos casi dos años en la Dulce Albión: un ciclo completo, en el recuerdo, cerrando, con este texto, la ventana al semi-caos vivido.

Claro que esta explicación racional y que aflora en palabras es muy superfi-cial comparada con el ímpetu de ener-gías insondables, intraducibles, que aflo-raban en las imágenes del sueño, a su vez, punta de un iceberg anímico (en este caso, el lomo del unicornio-cabri-ta), y que, en un corto espacio de tiem-po onírico me hacían sentir, de nuevo y casi en éxtasis, todo lo vivido y no vivi-do más de cincuenta años antes en In-glaterra. El salto a América, en marzo o abril de 1956, le doy en el próximo ca-pítulo.

Víctor Fuentes salió prófugo de la España franquista en 1954, y se con-sidera parte del segundo exilio espa-ñol. Anduvo por varios países euro-peos, con una permanencia de dos años en Inglaterra y, posteriormente, varios meses en Venezuela. Vive en Estados Unidos desde el otoño de 1956. En la Universidad de Nueva York, retomó sus estudios y se doc-toró en lenguas romances en 1964. Desde 1965 ha sido profesor en la Universidad de California, Santa Bár-bara, donde continua como profesor emérito, desde el 2003. Ha publicado números estudios sobre literatura española del siglo XIX y XX y sobre cine, y cine y literatura. Entre sus libros destacan: La marcha al pueblo en las letras españolas 1917-1936 (1980 y 2006), Buñuel en México (1993) y La mirada de Buñuel: cine, literatura y vida (2005). Ha publicado ediciones críticas de La Regenta y Misericordia (Akal). Bajo el heteróni-mo Floreal Hernández es personaje la novela Morir en Isla Vista, parte de una trilogía memorialista, cuyos otros dos libros, ya bajo su nombre, son: Bio-Grafia americana (publicado en el 2008, por la Fundación Jorge Gui-llén) y (en preparación) Toda una vi-da... Entre el exilio y el transtierro, del cual forman parte los fragmentos que publicamos.

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Para los amantes del español

Darío Ruiz Gómez entender la modernidad como progreso material, además de erróneo, es peligroso

Entrevista de Consuelo Triviño Anzola

Darío Ruiz Gómez (Anori, Antio-quia, 1936) narrador, poeta y ensayis-ta, es uno de los nombres más desta-cados de la literatura colombiana y, sin lugar a dudas, el que mejor ha reseña-do la evolución de Medellín, ciudad donde reside y donde ha sido profesor de Teoría de la Ciudad y la Arquitec-tura, en la Universidad de Antioquia, institución que lo ha distinguido nom-brándolo Profesor Emérito y Honora-rio. Graduado en la Escuela de Perio-dismo de Madrid en 1961, está ínti-mamente unido a España donde trans-currió su juventud y donde participó en la vida cultural en los sesenta. Fue re-dactor en Bilbao del periódico El Hie-rro donde fue expulsado por motivos políticos. Ha publicado los libros de cuentos Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, Sombra de rosa y vino, En tierra de paganos y las novelas Hojas en el patio y En voz baja, así como los libros de poemas Señales en el techo de la casa, Geografía y A la sombra del ángel, al lado de otros diez libros de ensayo en torno a temas de estética y urbanismo. Crímenes municipa-les, publicado en España en la editorial Mirada Malva, y presentado en Ma-drid en Casa de América, es su último libro. Se trata de un conjunto de relatos que nos sumerge en el espacio urbano desde la mirada del esteta que ve más allá de lo episódico, y es capaz de cap-tar en una secuencia de imágenes, en-tre luces y sombras, el paso del tiempo y el proceso de cambios, lentos o verti-ginosos que han sufrido nuestras ciu-dades con la violenta irrupción de la modernidad.

C.T.: Crímenes municipales es el título de este libro que presentas en Madrid. ¿A qué obedece este título tan contun-dente donde la muerte está presente de forma casi obsesiva? Igual que en el

thriller y en la novela negra, aquí hay cadáveres por doquier y rastros de san-gre, pero hay algo más allá de la anéc-dota...

D.R.G.: En este conjunto de relatos, tanto como en el resto de mi narrativa, he que-rido alejarme de las recetas y del thriller, la única forma que ha encontrado la más reciente literatura en lengua española para poner en evidencia la violencia social. Cada sociedad recurre al crimen bajo diferentes mecanismos tal como lo entendieron Chandler y Hammet, cuya violencia nace en los callejones de las ciudades norteamericanas como muy bien lo señaló Cernuda y que en nada se parece la violencia de Shakespeare ni al crimen en Co-nan Doyle.

C.T.: Sin duda haces referencia a la actual realidad colombiana y en concreto a lo que ocurre en Medellín, tu ciudad natal...

D.R.G.: Lógicamente hay un escenario concreto y una realidad municipal cuyos valores determinan unas costumbres y unos hábitos, una moral establecida. Aquí el crimen se pro-duce desde la hipocresía social donde los pobres son los únicos criminales hasta el crimen polí-tico debido a la más irracional intolerancia. Y luego está el mundo del narcotráfico donde ya el crimen se produce fuera de cualquier contexto jurídico, es decir en la más completa impuni-dad, pero obedeciendo a algo más terrible: los códigos de honor de la mafia.

C.T.: En libros como En tierra de paganos y en En voz baja trazas los rasgos

de una microrrealidad en la frontera entre la provincia y la ciudad, que de repente se ve alterada por una moder-nidad que irrumpe violentamente...

D.R.G.: Si, la modernidad en países como Colombia se tomó como un progreso material, no como un progreso moral. La pre-sencia de formas económicas contundentes trajo consigo un desequilibrio social disfrazado de muchas maneras y justificado como un logro de la modernidad.

C.T.:Como teórico del desarrollo urbano de tu ciudad, ¿podrías ampliar esta idea?

D.R.G.: El modelo industrial que se implantó hacia 1940 supuso el olvido del campo y un tipo de concentración urbana donde se dio el fenómeno de la lumpenización de las clases pobres, el fenómeno de los desempleados. El narcotráfico supone una inesperada inyec-ción económica de grandes capitales que modi-fican radicalmente todos los ordenes de la vida colombiana y que implican paradójicamente la entrada del país a la globalización.

C.T.: ¿Y este fenómeno cómo co-necta con tus ideas estéticas y con tu proyecto literario, que parece seguir un desarrollo muy coherente en cuanto al seguimiento de esa realidad urbana cambiante? Porque, entre el esplendor y la caída, se intuye en tu narrativa que tales cambios son efímeros y que aque-llos logros pueden desaparecer en cual-quier momento, ¿no es así?

Darío Ruiz Gómezpoeta, ensayista y narra-dor colombiano nacido en 1935, es autor de: Señales en el techo de la casa (1974), Para que no se ol-vide su nombre (1974), Geografía (1978), A la sombra del ángel (1990) y En tierra de paganos (1991), La muchacha de la leyenda (2001).A

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D.R.G.: Estos conflictos producen fenó-menos escandalosos como el de la especulación urbana que arrasa los antiguos escenarios, destruyendo la referencia sentimental hacia la ciudad de todos los grupos tradicionales, tal como se vislumbra ya en mi novela Hojas en el patio donde se percibe la catástrofe inminente que se da siempre con una crisis de las senti-mentalidades, con esa constatación de que se ha perdido la confianza y de que el amor ha desa-parecido. Concomitante con esto, el decorado arquitectónico va dejando de tener sentido.

C.T.: Evidentemente en ese hori-zonte temporal que se ve una carrera literaria de más de diez libros, entre novelas, relatos y poemarios, te permite percibir los cambios en una sociedad que ha modificado sus gustos, su per-cepción de las cosas y su manera de leer, ¿cómo se ha recibido tu obra a lo largo de este proceso?

D.R.G.: Desde mi primer libro de cuen-tos Para que no se olvide su nombre (1967), hasta hoy, a pesar de haber sido publicados por pequeñas editoriales, mis libros han tenido una gran acogida entre la crítica especializada. La dificultad más grande ha consistido en luchar contra la soterrada violencia que ha impuesto el marketing, al intentar borrar de cuajo la literatura que no le pertenece, es decir nuestra tradición literaria, tarea que ya habían em-prendido los grupos de poder en el pasado. Estos grupos excluyentes hundieron y silencia-ron a autores cuyos discursos no encajaban con el proyecto de país que nos impusieron. Por eso tenemos casos como el José Antonio de Osorio Lizarazo que fue el primero en introducirnos en la sordidez de la ciudad: pensiones, inqui-linatos y zaguanes malolientes. De hecho en mi relato “Espera a que te llame” le rindo un sentido homenaje. También tenemos el ejemplo de una novela insólita como Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea Bor-da publicada en 1934, que rompe con la retó-rica, con el folclor y redimensiona el concepto de individuo en la modernidad. Todos estos hallazgos que podrían servir de referentes nece-sarios a las nuevas generaciones no pueden ser soslayados, como tampoco se puede decir que la literatura se inventa todos los días, al margen de que cada quien vaya armando su propia biblioteca.

C.T.: Si la literatura “con mayús-cula” es universal; si tenemos a Proust, a Joyce y Borges, ¿por qué tenemos que leer a los autores de la tradición nacio-nal?

D.R.G.: Para un creador, la tradición no es un peso muerto sino una escogencia de liber-

tad, pues la idea de patria es ya una idea que carece de fundamento, así como es relativa la idea de localidad, en la medida en que fenó-menos como la velocidad, el desarrollo de las comunicaciones, han cambiado la idea de mapa y la idea de región. “El mapa”, decía Wittgenstein, no es el territorio. La noción de lugar es una noción que hay que construir y por lo tanto ya no pertenecemos de manera fatal a una geografía signada. El territorio va con uno, de modo que la idea de provinciano se aclara como lo señala Pavese, cuando sub-raya que no es lo mismo vivir en una región que ser regionalista. Pero recordando igual-mente que la raíz es la región, como un nervio necesario de experiencias concretas, de hablas y lenguajes concretos, viene al caso volver a leer a un formidable escritor como Carlo Emi-lio Gada. En este sentido es obvio que una literatura se ve enriquecida por las renovados raíces que traen los cambios de vida, con todo lo que arrastran de su pasado.

C.T.: A cada ciudad un escritor: Proust, a París; Joyce, a Dublín; Ma-llea, a Buenos Aires; Dos Passos, a Nueva York...Sin duda tú eres el escri-tor de Medellín, ¿verdad?

D.R.G.: La ciudad, como se ha dicho, es el gran invento de la humanidad porque significa dejar atrás la servidumbre del campo, la fatalidad de la naturaleza y entrar en una compleja red donde aparecen los otros, donde la relación humana establece límites y descu-bre fronteras imprevistas. Es el horror, pero también, la poesía, tal como lo dimensiona Walter Benjamin en su retrato del Baudelaire de París. La ciudad no existe apriori, se va haciendo con uno, como sucede con el flâneur, que en la medida en que camina y medita, va descubriendo los palimpsestos de otras ciuda-des que lo habitan. En Medellín es evidente este proceso hacia la aparición de un urbanita que necesita, a partir de cero, crear su propia tradición. La ciudad industrial crea un tipo urbano que nada tiene que ver ya con el cam-po y en su desamparo existencial escoge el tango como la música que lo representa en su sentimentalidad, en algo propio del ser ciuda-dano, o sea, la nostalgia de algo. Todo esto lo he recogido, no como historia con mayúsculas, sino como una memoria que se convierte en un eterno presente, con personajes y escenarios desde los cuales la vida se llenó de determina-dos contenidos y en los cuales descubrí lo transitorio de cualquier empeño humano, la idea de la muerte, la idea, de la derrota. Para repetir el verso de Kavafis, siempre estarás regresando a tu ciudad.

Consuelo Triviño Anzola

Es doctora en filología románica por la Uni-versidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Es-tá vinculada al Institu-to Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultu-ral «ABCD las Artes y de las Letras», del dia-rio ABC.

Consuelo Triviño Anzo-la obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Univer-sidad del Tolima con C u a n t o s c u e n t o s cuento (1977) y fue fi-nalista del Premio Na-c i o n a l d e N o v e l a Eduardo Cabal lero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohi-bido salir a la calle (novela) y La casa im-posible (cuentos), Una isla en la luna (novela).

Además Triviño Anzola ha publicado libros de ensayo sobre autores como José María Var-gas Vila, Germán Arci-niegas, Pompeyo Ge-ner y José Martí, entre otros.

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Darío Ruiz Gómez entender la modernidad como progreso material, además de erróneo, es peligroso

Entrevista de Consuelo Triviño Anzola

Darío Ruiz Gómez (Anori, Antio-quia, 1936) narrador, poeta y ensayis-ta, es uno de los nombres más desta-cados de la literatura colombiana y, sin lugar a dudas, el que mejor ha reseña-do la evolución de Medellín, ciudad donde reside y donde ha sido profesor de Teoría de la Ciudad y la Arquitec-tura, en la Universidad de Antioquia, institución que lo ha distinguido nom-brándolo Profesor Emérito y Honora-rio. Graduado en la Escuela de Perio-dismo de Madrid en 1961, está ínti-mamente unido a España donde trans-currió su juventud y donde participó en la vida cultural en los sesenta. Fue re-dactor en Bilbao del periódico El Hie-rro donde fue expulsado por motivos políticos. Ha publicado los libros de cuentos Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, Sombra de rosa y vino, En tierra de paganos y las novelas Hojas en el patio y En voz baja, así como los libros de poemas Señales en el techo de la casa, Geografía y A la sombra del ángel, al lado de otros diez libros de ensayo en torno a temas de estética y urbanismo. Crímenes municipa-les, publicado en España en la editorial Mirada Malva, y presentado en Ma-drid en Casa de América, es su último libro. Se trata de un conjunto de relatos que nos sumerge en el espacio urbano desde la mirada del esteta que ve más allá de lo episódico, y es capaz de cap-tar en una secuencia de imágenes, en-tre luces y sombras, el paso del tiempo y el proceso de cambios, lentos o verti-ginosos que han sufrido nuestras ciu-dades con la violenta irrupción de la modernidad.

C.T.: Crímenes municipales es el título de este libro que presentas en Madrid. ¿A qué obedece este título tan contun-dente donde la muerte está presente de forma casi obsesiva? Igual que en el

thriller y en la novela negra, aquí hay cadáveres por doquier y rastros de san-gre, pero hay algo más allá de la anéc-dota...

D.R.G.: En este conjunto de relatos, tanto como en el resto de mi narrativa, he que-rido alejarme de las recetas y del thriller, la única forma que ha encontrado la más reciente literatura en lengua española para poner en evidencia la violencia social. Cada sociedad recurre al crimen bajo diferentes mecanismos tal como lo entendieron Chandler y Hammet, cuya violencia nace en los callejones de las ciudades norteamericanas como muy bien lo señaló Cernuda y que en nada se parece la violencia de Shakespeare ni al crimen en Co-nan Doyle.

C.T.: Sin duda haces referencia a la actual realidad colombiana y en concreto a lo que ocurre en Medellín, tu ciudad natal...

D.R.G.: Lógicamente hay un escenario concreto y una realidad municipal cuyos valores determinan unas costumbres y unos hábitos, una moral establecida. Aquí el crimen se pro-duce desde la hipocresía social donde los pobres son los únicos criminales hasta el crimen polí-tico debido a la más irracional intolerancia. Y luego está el mundo del narcotráfico donde ya el crimen se produce fuera de cualquier contexto jurídico, es decir en la más completa impuni-dad, pero obedeciendo a algo más terrible: los códigos de honor de la mafia.

C.T.: En libros como En tierra de paganos y en En voz baja trazas los rasgos

de una microrrealidad en la frontera entre la provincia y la ciudad, que de repente se ve alterada por una moder-nidad que irrumpe violentamente...

D.R.G.: Si, la modernidad en países como Colombia se tomó como un progreso material, no como un progreso moral. La pre-sencia de formas económicas contundentes trajo consigo un desequilibrio social disfrazado de muchas maneras y justificado como un logro de la modernidad.

C.T.:Como teórico del desarrollo urbano de tu ciudad, ¿podrías ampliar esta idea?

D.R.G.: El modelo industrial que se implantó hacia 1940 supuso el olvido del campo y un tipo de concentración urbana donde se dio el fenómeno de la lumpenización de las clases pobres, el fenómeno de los desempleados. El narcotráfico supone una inesperada inyec-ción económica de grandes capitales que modi-fican radicalmente todos los ordenes de la vida colombiana y que implican paradójicamente la entrada del país a la globalización.

C.T.: ¿Y este fenómeno cómo co-necta con tus ideas estéticas y con tu proyecto literario, que parece seguir un desarrollo muy coherente en cuanto al seguimiento de esa realidad urbana cambiante? Porque, entre el esplendor y la caída, se intuye en tu narrativa que tales cambios son efímeros y que aque-llos logros pueden desaparecer en cual-quier momento, ¿no es así?

Darío Ruiz Gómezpoeta, ensayista y narra-dor colombiano nacido en 1935, es autor de: Señales en el techo de la casa (1974), Para que no se ol-vide su nombre (1974), Geografía (1978), A la sombra del ángel (1990) y En tierra de paganos (1991), La muchacha de la leyenda (2001).A

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D.R.G.: Estos conflictos producen fenó-menos escandalosos como el de la especulación urbana que arrasa los antiguos escenarios, destruyendo la referencia sentimental hacia la ciudad de todos los grupos tradicionales, tal como se vislumbra ya en mi novela Hojas en el patio donde se percibe la catástrofe inminente que se da siempre con una crisis de las senti-mentalidades, con esa constatación de que se ha perdido la confianza y de que el amor ha desa-parecido. Concomitante con esto, el decorado arquitectónico va dejando de tener sentido.

C.T.: Evidentemente en ese hori-zonte temporal que se ve una carrera literaria de más de diez libros, entre novelas, relatos y poemarios, te permite percibir los cambios en una sociedad que ha modificado sus gustos, su per-cepción de las cosas y su manera de leer, ¿cómo se ha recibido tu obra a lo largo de este proceso?

D.R.G.: Desde mi primer libro de cuen-tos Para que no se olvide su nombre (1967), hasta hoy, a pesar de haber sido publicados por pequeñas editoriales, mis libros han tenido una gran acogida entre la crítica especializada. La dificultad más grande ha consistido en luchar contra la soterrada violencia que ha impuesto el marketing, al intentar borrar de cuajo la literatura que no le pertenece, es decir nuestra tradición literaria, tarea que ya habían em-prendido los grupos de poder en el pasado. Estos grupos excluyentes hundieron y silencia-ron a autores cuyos discursos no encajaban con el proyecto de país que nos impusieron. Por eso tenemos casos como el José Antonio de Osorio Lizarazo que fue el primero en introducirnos en la sordidez de la ciudad: pensiones, inqui-linatos y zaguanes malolientes. De hecho en mi relato “Espera a que te llame” le rindo un sentido homenaje. También tenemos el ejemplo de una novela insólita como Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea Bor-da publicada en 1934, que rompe con la retó-rica, con el folclor y redimensiona el concepto de individuo en la modernidad. Todos estos hallazgos que podrían servir de referentes nece-sarios a las nuevas generaciones no pueden ser soslayados, como tampoco se puede decir que la literatura se inventa todos los días, al margen de que cada quien vaya armando su propia biblioteca.

C.T.: Si la literatura “con mayús-cula” es universal; si tenemos a Proust, a Joyce y Borges, ¿por qué tenemos que leer a los autores de la tradición nacio-nal?

D.R.G.: Para un creador, la tradición no es un peso muerto sino una escogencia de liber-

tad, pues la idea de patria es ya una idea que carece de fundamento, así como es relativa la idea de localidad, en la medida en que fenó-menos como la velocidad, el desarrollo de las comunicaciones, han cambiado la idea de mapa y la idea de región. “El mapa”, decía Wittgenstein, no es el territorio. La noción de lugar es una noción que hay que construir y por lo tanto ya no pertenecemos de manera fatal a una geografía signada. El territorio va con uno, de modo que la idea de provinciano se aclara como lo señala Pavese, cuando sub-raya que no es lo mismo vivir en una región que ser regionalista. Pero recordando igual-mente que la raíz es la región, como un nervio necesario de experiencias concretas, de hablas y lenguajes concretos, viene al caso volver a leer a un formidable escritor como Carlo Emi-lio Gada. En este sentido es obvio que una literatura se ve enriquecida por las renovados raíces que traen los cambios de vida, con todo lo que arrastran de su pasado.

C.T.: A cada ciudad un escritor: Proust, a París; Joyce, a Dublín; Ma-llea, a Buenos Aires; Dos Passos, a Nueva York...Sin duda tú eres el escri-tor de Medellín, ¿verdad?

D.R.G.: La ciudad, como se ha dicho, es el gran invento de la humanidad porque significa dejar atrás la servidumbre del campo, la fatalidad de la naturaleza y entrar en una compleja red donde aparecen los otros, donde la relación humana establece límites y descu-bre fronteras imprevistas. Es el horror, pero también, la poesía, tal como lo dimensiona Walter Benjamin en su retrato del Baudelaire de París. La ciudad no existe apriori, se va haciendo con uno, como sucede con el flâneur, que en la medida en que camina y medita, va descubriendo los palimpsestos de otras ciuda-des que lo habitan. En Medellín es evidente este proceso hacia la aparición de un urbanita que necesita, a partir de cero, crear su propia tradición. La ciudad industrial crea un tipo urbano que nada tiene que ver ya con el cam-po y en su desamparo existencial escoge el tango como la música que lo representa en su sentimentalidad, en algo propio del ser ciuda-dano, o sea, la nostalgia de algo. Todo esto lo he recogido, no como historia con mayúsculas, sino como una memoria que se convierte en un eterno presente, con personajes y escenarios desde los cuales la vida se llenó de determina-dos contenidos y en los cuales descubrí lo transitorio de cualquier empeño humano, la idea de la muerte, la idea, de la derrota. Para repetir el verso de Kavafis, siempre estarás regresando a tu ciudad.

Consuelo Triviño Anzola

Es doctora en filología románica por la Uni-versidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Es-tá vinculada al Institu-to Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultu-ral «ABCD las Artes y de las Letras», del dia-rio ABC.

Consuelo Triviño Anzo-la obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Univer-sidad del Tolima con C u a n t o s c u e n t o s cuento (1977) y fue fi-nalista del Premio Na-c i o n a l d e N o v e l a Eduardo Cabal lero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohi-bido salir a la calle (novela) y La casa im-posible (cuentos), Una isla en la luna (novela).

Además Triviño Anzola ha publicado libros de ensayo sobre autores como José María Var-gas Vila, Germán Arci-niegas, Pompeyo Ge-ner y José Martí, entre otros.

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Crímenes municipalesDarío Ruiz GómezMirada Malva, 2009230 páginas

Por Consuelo Triviño Anzola

Si las ciudades tienen su narrador, por ejemplo, París a Proust, Dublín a Joyce, Buenos Aires a Mallea y Nueva York a Paul Auster....Medellín también cuenta con el suyo. Podría decirse que es Fernando Vallejo, pero no sería exac-to, por cuanto el mundo Vallejo, aun-que se sitúe en Medellín, pertenece más a sus demonios particulares. Tendría-mos que preguntarnos entonces en qué consiste “narrar una ciudad”. Si se trata de ver, más allá de la historia y lo anec-dótico, la evolución de ese organismo vivo que es un centro urbano, con sus cambios a lo largo del tiempo; si se trata de delimitar sus contornos, de transitar por sus calles, de perderse en sus labe-rintos, de explorar en las grandes su-perficies tras el sueño consumista, e incluso de rebuscar en los vertederos de basura, o de penetrar en la intimidad de sus casas, de captar los rasgos de sus personajes, entonces Darío Ruiz Gómez es el narrador de Medellín. Sus ficcio-nes no nombran la ciudad de Medellín, pero la dibujan con finas pinceladas, ofreciéndonos su nítida fotografía en instantes consagrados para la memoria. Sus diez libros de narrativa y sus nume-rosos ensayos sobre estética y urbanis-mo, le otorgan esa distinción.

Reconocido por la crítica especiali-zada que ha sabido apreciar su habili-dad narrativa no sólo por el dominio de las técnicas, que en su caso rompieron moldes y estereotipos costumbristas en la narrativa hispanoamericana, sino por su capacidad de bucear, como diría el crítico Isaías Peña, “en el alma del país urbano y marginal que despertaba a la industrialización”. Pero más allá de la ficha, algo imprecisa, que este crítico elaboró sobre él, conviene subrayar el hecho de que su obra obedece, ante todo, a criterios estéticos, a una noción de la belleza que se expresa de manera diáfana y fluida en su poesía, en trozos como este tan vinculados al paisaje ur-

bano: “En esta parte de la ciudad el tajo de la avenida -sin árboles, sin bancas. Sin jardineras- ha perdido casas, sola-res, ha roto brutalmente la continuidad de los espacios, el nombre de las gentes y los ha lanzado sin piedad a la diáspo-ra. Muros leprosos, solares melancóli-cos, excrementos, basura hedionda. La relación con el cielo se ha roto también pues el espacio de los patios al desapa-recer se ha llevado las confidencias de los astros, el reclamo de las estrellas fugaces, la señal necesaria de la cruz del sur”. La muchacha de la leyenda.

Buceando en la literatura, con un vasto horizonte de lecturas que nos abruma, Darío se ha mantenido fiel a la literatura, sin caer en los determinis-mos. El escritor Umberto Valverde señalaba en él una vocación “narrativa que se erige a partir de experiencias concretas, elaboradas literariamente con una gran mesura y conciencia”, porque su condición de poeta orienta su mirada, gracias a una asombrosa capa-cidad de encontrar la belleza en el ho-rror de la ciudad, en la violencia que se cobra vidas por venganza, odio, envidia y rencor. Pero más allá del odio, de la orgía de sangre, el narrador es capaz de encontrar la belleza, una belleza quizás agónica e inútil, casi trágica, como la del muchacho ausente alrede-dor del cual se sacia la turba frenética, arrasando con el edificio que la riqueza soberbia ha levantado para humillar a los miserables, como ocurre en el cuen-to titulado “El muchacho”.

Y es que las dieciocho piezas de este volumen ponen en evidencia los diversos escenarios de una realidad mu-nicipal y transnacional, donde el crimen es moneda corriente y donde los pobres son los únicos que pagan por la irracio-nalidad e intolerancia de los poderosos.

Sin juicios de valor ni justificaciones discursivas, la mirada del narrador tiene la objetividad de la cámara fotográfica que explora un escenario para ofrecer-nos, a través de los objetos y de las per-sonas, de su aspecto, una información que debemos procesar como en “El estanque furtivo”, relato que nos trasla-da a los años cuarenta para, a través de las estancias de la casa, descubrirnos a los amantes suicidas, víctimas de la into-lerancia y del atraso provincianos; o en “Pigmalión” que nos indica de qué ma-nera al éxito que conceden el poder y el dinero le espera la muerte. Así, obsce-nos nos resultan los cadáveres semides-nudos, con su aire de sensualidad, de

deliberado abandono, mientras se escu-cha una melodía que parece acompa-ñarlos en su viaje definitivo y fatal.

En resumen, lo que la cámara foto-gráfica capta en esos instantes memora-bles, casi épicos, esas fugaces epifanías que constituyen los 18 relatos de Críme-nes municipales, es el mundo del narco-tráfico, fuera de lo jurídico, que impone los códigos de honor de la mafia. Pero el dolor y la agonía de una sociedad, con-denada a autodestruirse, repito, se nos presenta con una belleza y una sobrie-dad poco frecuentes en nuestra narrati-va, lo cual no deja de ser estimulante en medio de tanto thriller, un género hasta cierto punto pobre, por cuanto esque-matiza el tema de la violencia, mientras pretende imponerse como el género “por excelencia” para “denunciar”, según declaran algunos de sus cultores, la violencia social. Y si embargo, en estos relatos de Darío Ruiz Gómez aprendemos a mirar de otra manera, descubrimos zonas recónditas de la ciu-dad, padecemos su atmósfera de ame-naza constante, su velocidad implaca-ble, los cambios vertiginosos y los con-trastes que nos hacen viajar en el tiem-po. Percibimos el atraso y la opulencia, vislumbramos esa maquinaria de con-sumo que tritura hasta el alma de los más humildes a quienes sólo les queda la capacidad de soñar, como les ocurre en “Grandes superficies” a esos ancia-nos que matan el tiempo en el centro comercial y entran en la cámara frigo-rífica del supermercado, imaginando que emprenden una excursión al Polo Norte.

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Metaliteratura malditaUna isla en la lunaConsuelo Triviño

Por Mª del Rocío Paradas González

En la esencia de los versos de “La rosa enferma”, poema consagrado por William Blake, vagan las almas inciertas de Una isla en la luna, la última obra de Consuelo Triviño Anzola, que canta a la destrucción de los sueños y al milagro inquietante de la escritura. Quizás, no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que nuestra autora colombiana, como lleva demostrando y admitiendo desde hace años, necesita de ese pacto sanguíneo, mágico y solitario que le susurran las palabras en cada texto. Y digo “nuestra”, porque su larga residen-cia en Madrid la ha convertido en espe-jo del aquí y del allá, en partícipe de dos realidades a la vez hermanas y distan-tes, que la privilegian, que la exilian… que la dividen.

Semejante inquietud reluce a lo largo de una rica producción iniciada en los 80, donde se reúnen ejemplos de narrativa (Prohibido salir a la calle [1998], finalista en el “Concurso Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón”, José Martí, amor de libertad [2004], La casa imposible [2005], La semilla de la ira [2008]); ejemplos de ensayos José María Vargas Vila [1991], Pompeu Gener y el Mo-dernismo [2000]); o incluso, ejemplos de antologías que la incluyen (Ellas cuentan [1998], Cuentistas Colombianos del siglo XXI [2005], entre otros). En el año 1977 fue galardonada con el Primer

Premio en el “Concurso Nacional de Libro de Cuentos”, con el título Cuántos cuentos cuento, consiguiendo difusión rela-tística a través de importantes revistas y periódicos de tiraje internacional (Nueva Estafeta Literaria, Torre de Papel, Caravelle, Quimera, etc). En la actualidad, no sólo ha ejercido como profesora de Literatu-ra hispanoamericana en distintas insti-tuciones educativas de España, sino que además está vinculada como hispanista al Instituto Cervantes y colabora con notas y críticas literarias en el prestigio-so suplemento ABCD las Artes y las Letras, del diario ABC.

Voz literaria, en fin, de oficio y de espíritu, divulgadora de aquellos temas que marcaron desde siempre su pluma, su vida y su curiosidad: hablamos de los laberintos en la memoria, de la ternura de la niñez, de la profundidad femeni-na, de los difusos límites entre el Bien y el Mal, la entrega o el sacrificio. A par-tir de estas semillas, nacerá una obra de maduración, paródicamente triste, pero sobre todo homenaje metaliterario a la pasión por escribir y a la inmensa sole-dad del artista. Los valores de los exce-sos “hippies”, las tendencias derrotistas de los románticos, de los decadentes o la generación “beat”, savia de los años sesenta y setenta, serán llevados al ex-tremo del absurdo mediante el tremen-dismo de personajes destinados al fra-caso. Aura, una chica adolescente que se asfixia entre sus padres, busca la libertad y la rebeldía en el amor amar-go de un artista frustrado; su confiden-

te, enamorado de ella, es un cobarde infeliz que se esconde tras la comodidad de las apariencias; Mara, la hechicera negra, añora la tierra prometida de su tribu, mientras la consumen las cenizas de los malos augurios; a Sergio León Gómez, el artista maldito, un Pablo Castell desgarrado por la furia de sus lobos interiores, lo obsesiona alcanzar la obra totalizadora, pero no es capaz de producir ni un solo párrafo.

Así, conectados por la experiencia y por la circularidad de la historia, estas marionetas rotas, sacadas de los mani-fiestos simbólicos de otras épocas, habi-tan parques nocturnos, rincones urba-nos, siniestros caserones, que a la mane-ra de los espacios míticos del maestro Ernesto Sábato, esclavizan la voluntad de sus víctimas. Aunque, tras la galería de indigentes y pervertidos, tras las pe-sadillas macabras y los trastornos bipo-lares, se rescatan mensajes de fe. “Si hay algo que no pueden quitarnos los pode-rosos –dice Consuelo Triviño, en uno de sus actos públicos- es la parte de nuestro ser única e intransferible: la capacidad de soñar, la esperanza y las reservas afectivas que guardamos en el corazón”. Nosotros, lectores de Una isla en la luna, aprenderemos que la página en blanco es un privilegio para la ima-ginación, que llegar al éxito editorial no significa la inmortalidad del ser, y que en el mundo de las letras “no hay rosas sin espinas”, pero al menos merece la pena intentarlo.

Consuelo Triviño Anzola Es doctora en filología ro-mánica por la Universidad Complutense de Madrid. Está vinculada al Instituto Cervantes de Madrid. Cola-bora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Le-tras», del diario ABC. Ha pu-blicado Cuántos cuentos cuento, Siete relatos (cuen-tos), El ojo en la aguja (cuen-tos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la lu-na (novela). Es autora de libros de ensayo sobre José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí,

Española (1983) licenciada en filología hispánica. Actualmente se especializa en el escritor Alonso Cueto Caballlero y en la litera-tura peruana en torno a los 80.

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Por Consuelo Triviño Anzola

Si las ciudades tienen su narrador, por ejemplo, París a Proust, Dublín a Joyce, Buenos Aires a Mallea y Nueva York a Paul Auster....Medellín también cuenta con el suyo. Podría decirse que es Fernando Vallejo, pero no sería exac-to, por cuanto el mundo Vallejo, aun-que se sitúe en Medellín, pertenece más a sus demonios particulares. Tendría-mos que preguntarnos entonces en qué consiste “narrar una ciudad”. Si se trata de ver, más allá de la historia y lo anec-dótico, la evolución de ese organismo vivo que es un centro urbano, con sus cambios a lo largo del tiempo; si se trata de delimitar sus contornos, de transitar por sus calles, de perderse en sus labe-rintos, de explorar en las grandes su-perficies tras el sueño consumista, e incluso de rebuscar en los vertederos de basura, o de penetrar en la intimidad de sus casas, de captar los rasgos de sus personajes, entonces Darío Ruiz Gómez es el narrador de Medellín. Sus ficcio-nes no nombran la ciudad de Medellín, pero la dibujan con finas pinceladas, ofreciéndonos su nítida fotografía en instantes consagrados para la memoria. Sus diez libros de narrativa y sus nume-rosos ensayos sobre estética y urbanis-mo, le otorgan esa distinción.

Reconocido por la crítica especiali-zada que ha sabido apreciar su habili-dad narrativa no sólo por el dominio de las técnicas, que en su caso rompieron moldes y estereotipos costumbristas en la narrativa hispanoamericana, sino por su capacidad de bucear, como diría el crítico Isaías Peña, “en el alma del país urbano y marginal que despertaba a la industrialización”. Pero más allá de la ficha, algo imprecisa, que este crítico elaboró sobre él, conviene subrayar el hecho de que su obra obedece, ante todo, a criterios estéticos, a una noción de la belleza que se expresa de manera diáfana y fluida en su poesía, en trozos como este tan vinculados al paisaje ur-

bano: “En esta parte de la ciudad el tajo de la avenida -sin árboles, sin bancas. Sin jardineras- ha perdido casas, sola-res, ha roto brutalmente la continuidad de los espacios, el nombre de las gentes y los ha lanzado sin piedad a la diáspo-ra. Muros leprosos, solares melancóli-cos, excrementos, basura hedionda. La relación con el cielo se ha roto también pues el espacio de los patios al desapa-recer se ha llevado las confidencias de los astros, el reclamo de las estrellas fugaces, la señal necesaria de la cruz del sur”. La muchacha de la leyenda.

Buceando en la literatura, con un vasto horizonte de lecturas que nos abruma, Darío se ha mantenido fiel a la literatura, sin caer en los determinis-mos. El escritor Umberto Valverde señalaba en él una vocación “narrativa que se erige a partir de experiencias concretas, elaboradas literariamente con una gran mesura y conciencia”, porque su condición de poeta orienta su mirada, gracias a una asombrosa capa-cidad de encontrar la belleza en el ho-rror de la ciudad, en la violencia que se cobra vidas por venganza, odio, envidia y rencor. Pero más allá del odio, de la orgía de sangre, el narrador es capaz de encontrar la belleza, una belleza quizás agónica e inútil, casi trágica, como la del muchacho ausente alrede-dor del cual se sacia la turba frenética, arrasando con el edificio que la riqueza soberbia ha levantado para humillar a los miserables, como ocurre en el cuen-to titulado “El muchacho”.

Y es que las dieciocho piezas de este volumen ponen en evidencia los diversos escenarios de una realidad mu-nicipal y transnacional, donde el crimen es moneda corriente y donde los pobres son los únicos que pagan por la irracio-nalidad e intolerancia de los poderosos.

Sin juicios de valor ni justificaciones discursivas, la mirada del narrador tiene la objetividad de la cámara fotográfica que explora un escenario para ofrecer-nos, a través de los objetos y de las per-sonas, de su aspecto, una información que debemos procesar como en “El estanque furtivo”, relato que nos trasla-da a los años cuarenta para, a través de las estancias de la casa, descubrirnos a los amantes suicidas, víctimas de la into-lerancia y del atraso provincianos; o en “Pigmalión” que nos indica de qué ma-nera al éxito que conceden el poder y el dinero le espera la muerte. Así, obsce-nos nos resultan los cadáveres semides-nudos, con su aire de sensualidad, de

deliberado abandono, mientras se escu-cha una melodía que parece acompa-ñarlos en su viaje definitivo y fatal.

En resumen, lo que la cámara foto-gráfica capta en esos instantes memora-bles, casi épicos, esas fugaces epifanías que constituyen los 18 relatos de Críme-nes municipales, es el mundo del narco-tráfico, fuera de lo jurídico, que impone los códigos de honor de la mafia. Pero el dolor y la agonía de una sociedad, con-denada a autodestruirse, repito, se nos presenta con una belleza y una sobrie-dad poco frecuentes en nuestra narrati-va, lo cual no deja de ser estimulante en medio de tanto thriller, un género hasta cierto punto pobre, por cuanto esque-matiza el tema de la violencia, mientras pretende imponerse como el género “por excelencia” para “denunciar”, según declaran algunos de sus cultores, la violencia social. Y si embargo, en estos relatos de Darío Ruiz Gómez aprendemos a mirar de otra manera, descubrimos zonas recónditas de la ciu-dad, padecemos su atmósfera de ame-naza constante, su velocidad implaca-ble, los cambios vertiginosos y los con-trastes que nos hacen viajar en el tiem-po. Percibimos el atraso y la opulencia, vislumbramos esa maquinaria de con-sumo que tritura hasta el alma de los más humildes a quienes sólo les queda la capacidad de soñar, como les ocurre en “Grandes superficies” a esos ancia-nos que matan el tiempo en el centro comercial y entran en la cámara frigo-rífica del supermercado, imaginando que emprenden una excursión al Polo Norte.

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Metaliteratura malditaUna isla en la lunaConsuelo Triviño

Por Mª del Rocío Paradas González

En la esencia de los versos de “La rosa enferma”, poema consagrado por William Blake, vagan las almas inciertas de Una isla en la luna, la última obra de Consuelo Triviño Anzola, que canta a la destrucción de los sueños y al milagro inquietante de la escritura. Quizás, no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que nuestra autora colombiana, como lleva demostrando y admitiendo desde hace años, necesita de ese pacto sanguíneo, mágico y solitario que le susurran las palabras en cada texto. Y digo “nuestra”, porque su larga residen-cia en Madrid la ha convertido en espe-jo del aquí y del allá, en partícipe de dos realidades a la vez hermanas y distan-tes, que la privilegian, que la exilian… que la dividen.

Semejante inquietud reluce a lo largo de una rica producción iniciada en los 80, donde se reúnen ejemplos de narrativa (Prohibido salir a la calle [1998], finalista en el “Concurso Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón”, José Martí, amor de libertad [2004], La casa imposible [2005], La semilla de la ira [2008]); ejemplos de ensayos José María Vargas Vila [1991], Pompeu Gener y el Mo-dernismo [2000]); o incluso, ejemplos de antologías que la incluyen (Ellas cuentan [1998], Cuentistas Colombianos del siglo XXI [2005], entre otros). En el año 1977 fue galardonada con el Primer

Premio en el “Concurso Nacional de Libro de Cuentos”, con el título Cuántos cuentos cuento, consiguiendo difusión rela-tística a través de importantes revistas y periódicos de tiraje internacional (Nueva Estafeta Literaria, Torre de Papel, Caravelle, Quimera, etc). En la actualidad, no sólo ha ejercido como profesora de Literatu-ra hispanoamericana en distintas insti-tuciones educativas de España, sino que además está vinculada como hispanista al Instituto Cervantes y colabora con notas y críticas literarias en el prestigio-so suplemento ABCD las Artes y las Letras, del diario ABC.

Voz literaria, en fin, de oficio y de espíritu, divulgadora de aquellos temas que marcaron desde siempre su pluma, su vida y su curiosidad: hablamos de los laberintos en la memoria, de la ternura de la niñez, de la profundidad femeni-na, de los difusos límites entre el Bien y el Mal, la entrega o el sacrificio. A par-tir de estas semillas, nacerá una obra de maduración, paródicamente triste, pero sobre todo homenaje metaliterario a la pasión por escribir y a la inmensa sole-dad del artista. Los valores de los exce-sos “hippies”, las tendencias derrotistas de los románticos, de los decadentes o la generación “beat”, savia de los años sesenta y setenta, serán llevados al ex-tremo del absurdo mediante el tremen-dismo de personajes destinados al fra-caso. Aura, una chica adolescente que se asfixia entre sus padres, busca la libertad y la rebeldía en el amor amar-go de un artista frustrado; su confiden-

te, enamorado de ella, es un cobarde infeliz que se esconde tras la comodidad de las apariencias; Mara, la hechicera negra, añora la tierra prometida de su tribu, mientras la consumen las cenizas de los malos augurios; a Sergio León Gómez, el artista maldito, un Pablo Castell desgarrado por la furia de sus lobos interiores, lo obsesiona alcanzar la obra totalizadora, pero no es capaz de producir ni un solo párrafo.

Así, conectados por la experiencia y por la circularidad de la historia, estas marionetas rotas, sacadas de los mani-fiestos simbólicos de otras épocas, habi-tan parques nocturnos, rincones urba-nos, siniestros caserones, que a la mane-ra de los espacios míticos del maestro Ernesto Sábato, esclavizan la voluntad de sus víctimas. Aunque, tras la galería de indigentes y pervertidos, tras las pe-sadillas macabras y los trastornos bipo-lares, se rescatan mensajes de fe. “Si hay algo que no pueden quitarnos los pode-rosos –dice Consuelo Triviño, en uno de sus actos públicos- es la parte de nuestro ser única e intransferible: la capacidad de soñar, la esperanza y las reservas afectivas que guardamos en el corazón”. Nosotros, lectores de Una isla en la luna, aprenderemos que la página en blanco es un privilegio para la ima-ginación, que llegar al éxito editorial no significa la inmortalidad del ser, y que en el mundo de las letras “no hay rosas sin espinas”, pero al menos merece la pena intentarlo.

Consuelo Triviño Anzola Es doctora en filología ro-mánica por la Universidad Complutense de Madrid. Está vinculada al Instituto Cervantes de Madrid. Cola-bora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Le-tras», del diario ABC. Ha pu-blicado Cuántos cuentos cuento, Siete relatos (cuen-tos), El ojo en la aguja (cuen-tos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la lu-na (novela). Es autora de libros de ensayo sobre José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí,

Española (1983) licenciada en filología hispánica. Actualmente se especializa en el escritor Alonso Cueto Caballlero y en la litera-tura peruana en torno a los 80.

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Lejos de Romauna novela contemporánea

Por Luis Germán Sierra J.

Lejos de Roma (Alfaguara, 2008) es la segunda novela de Pablo Montoya, au-tor también de cuentos (Cuentos de Ni-quía, 1996; La sinfónica y otros cuentos musi-cales, 1997; Habitantes, 1999; Razia, 2001; Réquiem por un fantasma, 2006), de prosas poéticas (Viajeros, 1999; Cuaderno de París, 2006; y Trazos, 2007), de ensa-yos (Música de pájaros, 2005) y de La sed del ojo (2004), su primera novela.

Es por lo menos sorprendente que una gran editorial, ocupadas ellas en general en publicar novelas de temas destinados a un público masivo por su énfasis en la actualidad, acceda a publi-car una novela cuyo tema es el destierro de Ovidio, poeta romano del siglo uno después de Cristo, autor de Arte de amar, hermoso libro que, entre otros, y otras razones, le valió la fama y la admiración de su tiempo, pero también el exilio en Tomos (Rumania) a manos del empera-dor Augusto. Pero es que Lejos de Roma, a pesar de lo ya dicho, no es una novela histórica en la noción que de este géne-ro tenemos comúnmente. Es decir, aun-que hay una fidelidad en los hechos y en los personajes de primer orden, hay también una libertad literaria que hace que el relato cobre vida por sí mismo sin dependencias enciclopédicas ni es-trictos ajustes de cuentas que, so pretex-to de no traicionar la historia, convier-ten el texto en cartón piedra o en un pelmazo sin riesgos ni imaginación.

El lector se encuentra, aquí, frente a un Ovidio que, afligido por el destie-rro, conserva sin embargo su palabra y su pasión por la vida, y nos cuenta, co-

mo al oído, en un monólogo que se sostiene de principio a fin, los momen-tos esenciales de su existencia, desde su arribo a Tomos hasta el conmovedor instante del encuentro con el niño que es él mismo, y que, en un viaje imagina-rio como una dolorosa despedida, se pierden, se diluyen en el mar; pasando por sus años de gloria como el gran poeta de Roma, autor de Arte de amar, Metamorfosis, Remedios de amor, Lamentos y cartas desde el Ponto, entre otros, y por su arisca relación con el poder del cual, como cualquier artista auténtico, des-confió. El amor, el erotismo, el misterio nunca desvelado de la propia vida y de la vida de los otros le interesó sobrema-nera, por encima de cualquier otra cir-cunstancia. En una prosa mensurada aunque provista de imaginación y de ráfagas poéticas que quieren, sin duda, alcanzar el espíritu de aquel poeta ma-yor de la antigua Roma, Pablo Montoya divide su novela en cuarenta cortos ca-pítulos que, poco a poco, como si se tratara de una carrera que se ganara por acumulación de puntos, va allanado la atención del lector, sumiéndolo en un mundo sólo en apariencia ajeno a su cotidianidad y a sus preguntas. Por más que sean 2.000 años los que separan al protagonista del lector, éste establece un diálogo con quien, aun siendo un artista de inmensas proporciones, sufre, se pre-gunta, vive y goza por los mismos asun-tos a veces sublimes, a veces vulgares y acuciantes del diario pasar. Además de la desolación y de la humillación del exilio, Ovidio sufre el deterioro de su

cuerpo causado por los años, la indig-nación de encontrarse lejos de la lengua que le ha dado lo mejor de su obra y cerca de una lengua bárbara que le duele más que las penurias de la carne, y la soledad de una playa donde sólo la bronca voz del mar le es reconocible; pero también lo aquejan las preguntas por la inutilidad o no de la existencia, por la bondad o el descuido de que pu-dieron estar hechos sus actos ante los seres que amó o que quiso proteger.

Al fin, un amor, el de la joven Emi-lia, le devuelve pasajeramente el ímpetu vital, el convencimiento de continuar, la risa y la embriaguez. Ella borró fugaz-mente el pesar por la pérdida obligada del placer de los cuerpos de los esclavos en Roma, y el de Fabia, su mujer.

Pablo Montoya no quiere hacer, y no hace, un panegírico de Ovidio ni una obra de relativa erudición sobre el tiempo de los emperadores. Ni siquiera quiere hacer una marcada referencia a la obra del poeta de Sulmona. En la novela el insigne poeta sufre las mismas vicisitudes por las cuales atraviesa cual-quier mortal. Su piel, sus huesos y sus humores son deleznables y mezquinos. No así su palabra ni su alma. Lo que hace a un hombre extraordinario es su pensamiento y la honda sabiduría que acompaña aun sus peores días. Como en este pasaje, trivial, pero hermoso en sus palabras: “Miro la acción de los cangrejos […] Están en manadas dis-persas sobre la arena que tiene un brillo dorado […] Acaso todos los secretos del cosmos estén definidos en esta escritura

Pablo Montoya (Colombia, 1963)

Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Hizo la licenciatura en filoso-fía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá. Igual-mente, obtuvo la maestría y el doc-torado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III).

Sus traducciones de escritores franceses y africanos, sus ensayos sobre música, literatura y pintura, han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa. Actualmente es profesor de literatura y coordina el Doctorado en Literatura de la Uni-versidad de Antioquia, Colombia.

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diseminada en la arena. El misterio del tiempo y del espacio, el de la muerte y el amor, el de esta ausencia mía de Roma que anula y fortalece a la vez. Todo quizás esté dicho en lo que miles de crustáceos hacen con sus patas en la arena”. (p. 65).

En las obras de Pablo Montoya enunciadas arriba el lector se encuen-tra ante una prosa que privilegia la inmersión en mundos a veces desdibu-jados por individualidades en conflicto con la soledad, la violencia, el amor mediado por el lado oscuro del desti-no, la palabra de aristas filosas y pun-zantes. En ello, sin embargo, hay el esplendor de una creación acicateada por la acción de una poesía que se percibe, básicamente, en la precisión generosa del lenguaje y en la creación de una palabra que encuentra su ex-presión en el íntimo conocimiento de la realidad, no como es preferible mos-trarla casi siempre: acomodada y eva-siva, sino con su mueca gesticulante, la que tanto hace volver el rostro al hipó-crita y al desentendido.

Lejos de Roma, por más que sea una narración acerca de personajes y tiem-pos históricos reales y determinados, no está exenta de las características de la escritura del autor. Allí está, si se quiere, el presente atroz de las torturas de Abu Ghraib en la imbécil guerra de Irak, y el de los destierros criminales en nuestro país. Lo que le ocurre a Ovidio le ocurre a cada uno de ellos: la ruina de su dignidad. No son licencias arbitrarias. Es la literatura que no permite que le sujeten y le pongan fórceps. Ese salto al vacío de la palabra de Montoya está respaldado por una conciencia que nada le concede al faci-lismo ni a la pirotecnia verbal, tan frecuentes y tan exitosos en nuestro medio. La buena literatura tiene los lectores que se merece, y la mala los suyos; aunque los de esta última sean legión, nada la puede redimir de su pobreza.

Lejos de Roma, la novela que narra las vicisitudes y los meandros de la conciencia —y la injusticia que contra ella comete el poder— de un poeta emblemático en los tiempos de los emperadores en la Roma de comien-zos de la era cristiana, es un libro que nos trae a cuento no sólo la ambigua materia de que estamos hechos, sino también la lección cíclica del tiempo que en ocasiones no borra la delgada línea que separa sus períodos.

Luis Germán Sierra J. (Colombia), 1957.Realizó estudios de español y Literatura en la Universidad de Antioquia y un Diplomado en Literatura del Siglo XX en la Universidad Eafit. Se desempeña como coordinador cultural de la Biblioteca de la Universidad de Antioquia, don-de es editor de la publicación Leer y releer y participa en diversos comités edito-riales de publicaciones universitarias. Escribe reseñas y ensayos literarios en medios como el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, la Revista Universidad de Antioquia y el suplemento Generación del periódico El Colombiano.

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Lejos de Romauna novela contemporánea

Por Luis Germán Sierra J.

Lejos de Roma (Alfaguara, 2008) es la segunda novela de Pablo Montoya, au-tor también de cuentos (Cuentos de Ni-quía, 1996; La sinfónica y otros cuentos musi-cales, 1997; Habitantes, 1999; Razia, 2001; Réquiem por un fantasma, 2006), de prosas poéticas (Viajeros, 1999; Cuaderno de París, 2006; y Trazos, 2007), de ensa-yos (Música de pájaros, 2005) y de La sed del ojo (2004), su primera novela.

Es por lo menos sorprendente que una gran editorial, ocupadas ellas en general en publicar novelas de temas destinados a un público masivo por su énfasis en la actualidad, acceda a publi-car una novela cuyo tema es el destierro de Ovidio, poeta romano del siglo uno después de Cristo, autor de Arte de amar, hermoso libro que, entre otros, y otras razones, le valió la fama y la admiración de su tiempo, pero también el exilio en Tomos (Rumania) a manos del empera-dor Augusto. Pero es que Lejos de Roma, a pesar de lo ya dicho, no es una novela histórica en la noción que de este géne-ro tenemos comúnmente. Es decir, aun-que hay una fidelidad en los hechos y en los personajes de primer orden, hay también una libertad literaria que hace que el relato cobre vida por sí mismo sin dependencias enciclopédicas ni es-trictos ajustes de cuentas que, so pretex-to de no traicionar la historia, convier-ten el texto en cartón piedra o en un pelmazo sin riesgos ni imaginación.

El lector se encuentra, aquí, frente a un Ovidio que, afligido por el destie-rro, conserva sin embargo su palabra y su pasión por la vida, y nos cuenta, co-

mo al oído, en un monólogo que se sostiene de principio a fin, los momen-tos esenciales de su existencia, desde su arribo a Tomos hasta el conmovedor instante del encuentro con el niño que es él mismo, y que, en un viaje imagina-rio como una dolorosa despedida, se pierden, se diluyen en el mar; pasando por sus años de gloria como el gran poeta de Roma, autor de Arte de amar, Metamorfosis, Remedios de amor, Lamentos y cartas desde el Ponto, entre otros, y por su arisca relación con el poder del cual, como cualquier artista auténtico, des-confió. El amor, el erotismo, el misterio nunca desvelado de la propia vida y de la vida de los otros le interesó sobrema-nera, por encima de cualquier otra cir-cunstancia. En una prosa mensurada aunque provista de imaginación y de ráfagas poéticas que quieren, sin duda, alcanzar el espíritu de aquel poeta ma-yor de la antigua Roma, Pablo Montoya divide su novela en cuarenta cortos ca-pítulos que, poco a poco, como si se tratara de una carrera que se ganara por acumulación de puntos, va allanado la atención del lector, sumiéndolo en un mundo sólo en apariencia ajeno a su cotidianidad y a sus preguntas. Por más que sean 2.000 años los que separan al protagonista del lector, éste establece un diálogo con quien, aun siendo un artista de inmensas proporciones, sufre, se pre-gunta, vive y goza por los mismos asun-tos a veces sublimes, a veces vulgares y acuciantes del diario pasar. Además de la desolación y de la humillación del exilio, Ovidio sufre el deterioro de su

cuerpo causado por los años, la indig-nación de encontrarse lejos de la lengua que le ha dado lo mejor de su obra y cerca de una lengua bárbara que le duele más que las penurias de la carne, y la soledad de una playa donde sólo la bronca voz del mar le es reconocible; pero también lo aquejan las preguntas por la inutilidad o no de la existencia, por la bondad o el descuido de que pu-dieron estar hechos sus actos ante los seres que amó o que quiso proteger.

Al fin, un amor, el de la joven Emi-lia, le devuelve pasajeramente el ímpetu vital, el convencimiento de continuar, la risa y la embriaguez. Ella borró fugaz-mente el pesar por la pérdida obligada del placer de los cuerpos de los esclavos en Roma, y el de Fabia, su mujer.

Pablo Montoya no quiere hacer, y no hace, un panegírico de Ovidio ni una obra de relativa erudición sobre el tiempo de los emperadores. Ni siquiera quiere hacer una marcada referencia a la obra del poeta de Sulmona. En la novela el insigne poeta sufre las mismas vicisitudes por las cuales atraviesa cual-quier mortal. Su piel, sus huesos y sus humores son deleznables y mezquinos. No así su palabra ni su alma. Lo que hace a un hombre extraordinario es su pensamiento y la honda sabiduría que acompaña aun sus peores días. Como en este pasaje, trivial, pero hermoso en sus palabras: “Miro la acción de los cangrejos […] Están en manadas dis-persas sobre la arena que tiene un brillo dorado […] Acaso todos los secretos del cosmos estén definidos en esta escritura

Pablo Montoya (Colombia, 1963)

Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Hizo la licenciatura en filoso-fía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá. Igual-mente, obtuvo la maestría y el doc-torado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III).

Sus traducciones de escritores franceses y africanos, sus ensayos sobre música, literatura y pintura, han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa. Actualmente es profesor de literatura y coordina el Doctorado en Literatura de la Uni-versidad de Antioquia, Colombia.

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En las obras de Pablo Montoya enunciadas arriba el lector se encuen-tra ante una prosa que privilegia la inmersión en mundos a veces desdibu-jados por individualidades en conflicto con la soledad, la violencia, el amor mediado por el lado oscuro del desti-no, la palabra de aristas filosas y pun-zantes. En ello, sin embargo, hay el esplendor de una creación acicateada por la acción de una poesía que se percibe, básicamente, en la precisión generosa del lenguaje y en la creación de una palabra que encuentra su ex-presión en el íntimo conocimiento de la realidad, no como es preferible mos-trarla casi siempre: acomodada y eva-siva, sino con su mueca gesticulante, la que tanto hace volver el rostro al hipó-crita y al desentendido.

Lejos de Roma, por más que sea una narración acerca de personajes y tiem-pos históricos reales y determinados, no está exenta de las características de la escritura del autor. Allí está, si se quiere, el presente atroz de las torturas de Abu Ghraib en la imbécil guerra de Irak, y el de los destierros criminales en nuestro país. Lo que le ocurre a Ovidio le ocurre a cada uno de ellos: la ruina de su dignidad. No son licencias arbitrarias. Es la literatura que no permite que le sujeten y le pongan fórceps. Ese salto al vacío de la palabra de Montoya está respaldado por una conciencia que nada le concede al faci-lismo ni a la pirotecnia verbal, tan frecuentes y tan exitosos en nuestro medio. La buena literatura tiene los lectores que se merece, y la mala los suyos; aunque los de esta última sean legión, nada la puede redimir de su pobreza.

Lejos de Roma, la novela que narra las vicisitudes y los meandros de la conciencia —y la injusticia que contra ella comete el poder— de un poeta emblemático en los tiempos de los emperadores en la Roma de comien-zos de la era cristiana, es un libro que nos trae a cuento no sólo la ambigua materia de que estamos hechos, sino también la lección cíclica del tiempo que en ocasiones no borra la delgada línea que separa sus períodos.

Luis Germán Sierra J. (Colombia), 1957.Realizó estudios de español y Literatura en la Universidad de Antioquia y un Diplomado en Literatura del Siglo XX en la Universidad Eafit. Se desempeña como coordinador cultural de la Biblioteca de la Universidad de Antioquia, don-de es editor de la publicación Leer y releer y participa en diversos comités edito-riales de publicaciones universitarias. Escribe reseñas y ensayos literarios en medios como el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, la Revista Universidad de Antioquia y el suplemento Generación del periódico El Colombiano.

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Debajo de la lupaContracorriente

Por Roberto Burgos Cantor

¿Dónde está el gran crítico?Con esta pregunta, con la que con-

cluye la introducción de su Historia de la Crítica Literaria en Colombia David Jimé-nez Panesso, quizá se pueda empezar la reflexión que suscita Contracorriente, en-sayos de crítica literaria de Guillermo Alberto Arévalo. No sobra advertir que el mismo Jiménez Panesso desdeña su interrogación y la sustituye con la pro-puesta de encontrar la respuesta en una historia de la crítica literaria de nuestro país, de la cual se cuida de advertir que no se ha hecho, y a cuya construcción es necesario reconocer su importante con-tribución.

¿Dónde está el gran crítico?Es probable que en la aventura de

su búsqueda se tropiece el explorador con fragmentos dispersos, sistematiza-ciones de períodos, destellos, maldades, silencios, malquerencias, poderosas in-tuiciones abandonadas, que al ser resca-tadas muestren el lugar o los lugares, los nichos donde está la crítica en Colom-bia. Así, más que el descubrimiento de un faro, se daría con un pantano propi-cio al desbrozamiento.

Entonces desplazar un poco la cuestión hacia: ¿Dónde está la crítica? podría resultar útil.

Por supuesto que la circunstancia de presentar Contracorriente de Guillermo Alberto Arévalo, su libro más reciente, tiene tanto de honor como de riesgo.

Honor, en cuanto un escritor de ficciones, que es apenas lo que quiero ser, a veces tiene la suerte de ser un ob-jeto de análisis de quien ejerce la crítica literaria. Al ser designado por el crítico para iniciar algunas meditaciones con motivo de la presentación de su obra, se percibe la sensación extraña de cuando el verdugo invita al condenado a hablar de la guillotina. Riesgo, por cuanto per-tenezco por razones de edad, aficiones y fastidios a aquellos escritores que en

nuestros inicios hicimos público el re-clamo ante la carencia de una crítica literaria. Grupo de escritores al que pertenece también Guillermo Alberto Arévalo por más de una razón. En me-dio de ese camino del infierno que es para el artista el encuentro con la for-ma, este grupo de escritores proclamó el vacío de una tradición. Este aspecto no fue siempre bien entendido y algunos lo percibieron como un acto de arrogancia cuando no de desconocimiento. Como se sabe, para un escritor de ficciones tradición es un cuerpo de génesis que constituye con su intuición y su esfuerzo para saberse en una pertenencia deter-m i n a d a . E n é l i n s t a l a v a s o s comunicantes y da con interlocutores que lo acompañan y de alguna manera evitan que la soledad y sus delirios lo enloquezcan y frustren.

Es posible que en esos años de ini-cio de la vocación literaria se hayan sentido con singular presencia las ten-siones propias de un debate que cubría con su ambición diversos tonos de la vida. Parecía que la sensación predomi-nante fuera el descontento y el rechazo a un pasado que se celebraba, por los mayores, con reverencia, le confería al deseo del porvenir cierto radicalismo.

En esa época de universalidad del deseo, los escritores de ficción participa-ron en el debate crítico: fueron jurados de concursos literarios, publicaban re-señas, elaboraban manifiestos, divulga-ban sus adhesiones y rechazos.

A lo mejor estábamos otra vez en el filo de lo que el maestro Pedro Henrí-

quez Ureña llamó el descontento y la pro-mesa, esa reiterada vuelta que nos lleva con entusiasmo a consagrar todo a la inmortal utopía.

Quizá los escritores que extrañá-bamos la presencia de la crítica literaria y padecíamos la orfandad de una tradi-ción nacional en su sentido formal, que-ríamos una crítica renovadora, rigurosa, sensible, en cuanto ella formaba parte de una aspiración colectiva y estaba llamada a cumplir una función en el cuestionamiento del canon vigente con su lastre de imposiciones religiosas, polí-ticas, morales, gramaticales, el condi-cionamiento entonces del lenguaje y sus discursos erráticos sobre una presunta identidad. Y además, se esperaba que abriera el camino a una discusión fran-ca sobre el destino de la literatura y las formas de recepción de cuanto quería surgir.

En el territorio esquivo de la crítica literaria puede resultar de utilidad con-siderar la sugerencia de Henríquez Ureña. Dice el maestro que la historia literaria debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales. Tal vez, de aceptarse la insinuación para el caso de la crítica literaria, habría que retornar a la pregunta inicial de Jimé-nez Panesso y ampliarla: ¿Dónde están los grandes críticos?

Esto se uniría con una observación de Hernando Valencia Goelkel según la cual las escuelas críticas han resultado efímeras y parecen tener una vida más dura aquellos autores en quienes prima el gusto sobre la técnica. Menciona pa-

Guillermo Alberto Arévalo Hernández

(Colombia, 1947)

Ha sido profesor en las universida-des colombianas Santiago de Cali, Pedagógica Nacional y Javeriana. También en la Université Laval (Québec, Canadá) y la Casa de las Américas (La Habana, Cuba).

Ha publicado los libros de ensayo César Vallejo: poesía en la historia y Contracorriente, la edición crítica de la Obra Poética de Luis Carlos López, la antología Poesía indígena de América. En poesía publicó An-damos formando un amanecer, Hay un grito escondido. Están en proce-so de publicación su novela corta Semáforo y el libro de crítica Incita-ción a Balzac.

Fue fundador y director de Folios.

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ra explicar su aserto a Baudelaire, a Coleridge, a Arnold, a Sartre, entre otros.

Para esclarecer un poco más el te-mor del riesgo en la presentación de ContraCorriente debo confiar un episodio. Cuando escuché las conferencias que Arévalo dictó, en distintos escenarios, sobre los cuentos y la novela Los parientes de Esther, de Luis Fayad, y las novelas Juego de damas y Toque de Diana de Rafael Humberto Moreno Durán, tuve la aspi-ración de tener un lector y crítico como él. Eran tiempos de orfandad crítica y todos escribíamos reseñas de nuestros contemporáneos para enfrentar el me-noscabo de la exclusión que se daba en más campos que el notorio del social y político. De alguna manera esa invisibi-lización en vida ponía a prueba los abismos de la vocación y obligaba a que la amistad fuera un ejercicio de rigor cruel y verdades sin tapujos. En esos reductos de intimidad se templaba el ánimo y se indagaban los horizontes posibles para una literatura que tenía la pretensión de no querer parecerse a su antecedente y luchaba por desligarse de un pasado abundante que se le ofrecía opresivo.

Es de suponer que una de las difi-cultades de la labor de la crítica literaria en Colombia es la falta de balances y de apreciaciones. Este pozo conduce a que las advertencias y llamadas de atención que exige el presente se vean interferi-das por una especie de arqueología, plena de justicia, donde el crítico está corrigiendo omisiones, espantando olvi-dos, restableciendo inventarios y en últimas construyendo el sendero y el croquis de una literatura cuyo gran au-sente ha sido el lector. En inventar el lector está, tal vez, la enorme labor formadora, pedagógica y de la imagina-ción del crítico. Por su lado el escritor tendrá el privilegio, o sufrirá la catástro-fe, de contar con una voz que más allá de los delirios que produce la soledad de este oficio solitario ubique su obra, le presente su familia, le exija y le ayude a filtrar las trampas de las torpezas cele-bradas como virtudes. Al fin y al cabo cuando se trata con la libertad y el infi-nito, sustancias ambas de la aspiración artística, un poco de humildad en la condición humana auxilia para enfren-tarse a las crueldades del perfecciona-miento o a las incertidumbres del resul-tado.

En este sentido es bastante factible que el libro que le dio fama y mérito a

Guillermo Alberto Arévalo fue la poesía de Luis Carlos López. Como se sabe no bastaron los guiños o más que guiños campanazos de Miguel de Unamuno y de Jorge Zalamea y de Héctor Rojas Herazo para rescatar a esta obra fun-damental como pocas de un severo ma-lentendido que aún rige a los valores de apreciación en las artes. Arévalo se en-tregó a la tarea de fijar el orden y la cronología de los poemas del Tuerto, de rescatar versiones, y de preparar un ensayo de lectura e interpretación de su obra. Para no demorarnos en encomios se puede afirmar que se trataba ni más ni menos que de proponer un cambio de sensibilidad. En un país que acuñaba una cultura oficial según la cual la ma-nifestación excelsa de la ilustración la constituían las citas en latín, el elogio a los ideales griegos y latinos, no en el doloroso conflicto del cadáver del gue-rrero arrastrado en la playa o la guerra de La Eneida, sino apenas en el superfluo acto de repetir frases sin conexión con nada y como ensalmos de brujo para atemorizar al otro.

Al poner al alcance de los lectores la poesía de Luis Carlos López, Arévalo estaba creando un problema tremendo. Establecía desde el descuido una sin-cronía que nos obliga a refundar el tiempo. El Tuerto no dialogó con su época, es reconstituido ahora para que hablemos con él.

¿Qué significa? Un país incapaz de reconocer sus

vergüenzas aprendió de los esclavos africanos a amputar su memoria. Una manera de evitar la muerte por un su-frimiento sin solución. Motivo noble en los esclavos. Canallada que no cesa en los que ocultan el crimen y la porquería y se atreven a proponer el olvido sin que conozcamos el acto reprochable. Y ahí estamos. Arévalo destapa para enfrentar la exclusión y argumenta las virtudes de aquello que rescató. A lo mejor la mis-ma intuición de René Char: lo irreal intacto en lo real devastado.

En la breve introducción a Contra-Corriente, Guillermo Alberto insiste en profesar su fe. Es un momento oportu-no en cuanto tendría su examen dos consecuencias inmediatas: 1-. Asumir las cuestiones relativas a la cultura co-mo esenciales para la construcción de sociedad, no asumirlas como un adorno protocolar o social. 2-. Evitar que los gobiernos locales de izquierda repitan esas maneras enmascaradas de la cari-dad estatal que consisten en, bajo el

pretexto de la tolerancia, volver los deli-cados asuntos de las artes y la cultura, un presupuesto que se reparte a la vieja manera de los gobiernos tradicionales, es decir que nadie se queje que hay un poquito para todos sin redefinir las no-ciones de lo público y de comunidad y propiciar la discusión sobre las caracte-rísticas de un a cultura nacional.

Escribe el autor de ContraCorriente: “He procurado en mis ensayos ser lo más fiel posible a mis convicciones, no solamente literarias, sino también polí-ticas. Pues creo en la formación de una cultura nacional, con bases científicas y con un carácter popular”.

He aquí un compendio, casi un manifiesto de los principios y empeños de un partido político. La verdad es que Guillermo Alberto Arévalo nunca cedió a la veleidad de ser un intelectual de partido. Si bien muchos de los ensayos de ContraCorriente hacen explícita una caracterización de la sociedad, del tiempo histórico, de los poderes domi-nantes, siempre será mayor su concep-ción y planteo estético que si bien no resuelve cuanto toca si sugiere e incita a la lectura. De cualquier manera la perspectiva política de Arévalo aparece en sus textos críticos como una constan-cia y el anuncio de un problema. Ese problema consiste en la ubicación no mecanicista de las relaciones entre la sociedad y la obra de arte. El partido de Guillermo Alberto es la universidad y así lo reconoce en la página liminar de su libro. Un espacio de discusión, liber-tad y construcción de conocimientos.

ContraCorriente logra mostrar el des-pliegue metodológico, la investigación, las tesis, evitando la jerga de apariencia cientifista, en casos con alusiva ironía, en casos con admonición fastidiada, y siempre reconociendo, sin rapar nada, y poniendo en el centro del análisis la materia que estudia. Así, son ejemplares los textos sobre José Asunción Silva, Eduardo Cote Lamus, Fernando Cha-rry Lara, Luis Carlos López, Neruda, su querido maestro Eduardo Camacho. El ensayo sobre Silva de Guillermo Alber-to, y otro que él destaca de David Jimé-nez, logran entrar a la intimidad de un culto en cuya ritualidad siempre apare-cía más valorada la dificultad que el resultado.

El libro de Guillermo Alberto Aré-valo, en buen momento editado por la Universidad Pedagógica Nacional, permite observar con cierta atracción admirada la función de un crítico en el

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Debajo de la lupaContracorriente

Por Roberto Burgos Cantor

¿Dónde está el gran crítico?Con esta pregunta, con la que con-

cluye la introducción de su Historia de la Crítica Literaria en Colombia David Jimé-nez Panesso, quizá se pueda empezar la reflexión que suscita Contracorriente, en-sayos de crítica literaria de Guillermo Alberto Arévalo. No sobra advertir que el mismo Jiménez Panesso desdeña su interrogación y la sustituye con la pro-puesta de encontrar la respuesta en una historia de la crítica literaria de nuestro país, de la cual se cuida de advertir que no se ha hecho, y a cuya construcción es necesario reconocer su importante con-tribución.

¿Dónde está el gran crítico?Es probable que en la aventura de

su búsqueda se tropiece el explorador con fragmentos dispersos, sistematiza-ciones de períodos, destellos, maldades, silencios, malquerencias, poderosas in-tuiciones abandonadas, que al ser resca-tadas muestren el lugar o los lugares, los nichos donde está la crítica en Colom-bia. Así, más que el descubrimiento de un faro, se daría con un pantano propi-cio al desbrozamiento.

Entonces desplazar un poco la cuestión hacia: ¿Dónde está la crítica? podría resultar útil.

Por supuesto que la circunstancia de presentar Contracorriente de Guillermo Alberto Arévalo, su libro más reciente, tiene tanto de honor como de riesgo.

Honor, en cuanto un escritor de ficciones, que es apenas lo que quiero ser, a veces tiene la suerte de ser un ob-jeto de análisis de quien ejerce la crítica literaria. Al ser designado por el crítico para iniciar algunas meditaciones con motivo de la presentación de su obra, se percibe la sensación extraña de cuando el verdugo invita al condenado a hablar de la guillotina. Riesgo, por cuanto per-tenezco por razones de edad, aficiones y fastidios a aquellos escritores que en

nuestros inicios hicimos público el re-clamo ante la carencia de una crítica literaria. Grupo de escritores al que pertenece también Guillermo Alberto Arévalo por más de una razón. En me-dio de ese camino del infierno que es para el artista el encuentro con la for-ma, este grupo de escritores proclamó el vacío de una tradición. Este aspecto no fue siempre bien entendido y algunos lo percibieron como un acto de arrogancia cuando no de desconocimiento. Como se sabe, para un escritor de ficciones tradición es un cuerpo de génesis que constituye con su intuición y su esfuerzo para saberse en una pertenencia deter-m i n a d a . E n é l i n s t a l a v a s o s comunicantes y da con interlocutores que lo acompañan y de alguna manera evitan que la soledad y sus delirios lo enloquezcan y frustren.

Es posible que en esos años de ini-cio de la vocación literaria se hayan sentido con singular presencia las ten-siones propias de un debate que cubría con su ambición diversos tonos de la vida. Parecía que la sensación predomi-nante fuera el descontento y el rechazo a un pasado que se celebraba, por los mayores, con reverencia, le confería al deseo del porvenir cierto radicalismo.

En esa época de universalidad del deseo, los escritores de ficción participa-ron en el debate crítico: fueron jurados de concursos literarios, publicaban re-señas, elaboraban manifiestos, divulga-ban sus adhesiones y rechazos.

A lo mejor estábamos otra vez en el filo de lo que el maestro Pedro Henrí-

quez Ureña llamó el descontento y la pro-mesa, esa reiterada vuelta que nos lleva con entusiasmo a consagrar todo a la inmortal utopía.

Quizá los escritores que extrañá-bamos la presencia de la crítica literaria y padecíamos la orfandad de una tradi-ción nacional en su sentido formal, que-ríamos una crítica renovadora, rigurosa, sensible, en cuanto ella formaba parte de una aspiración colectiva y estaba llamada a cumplir una función en el cuestionamiento del canon vigente con su lastre de imposiciones religiosas, polí-ticas, morales, gramaticales, el condi-cionamiento entonces del lenguaje y sus discursos erráticos sobre una presunta identidad. Y además, se esperaba que abriera el camino a una discusión fran-ca sobre el destino de la literatura y las formas de recepción de cuanto quería surgir.

En el territorio esquivo de la crítica literaria puede resultar de utilidad con-siderar la sugerencia de Henríquez Ureña. Dice el maestro que la historia literaria debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales. Tal vez, de aceptarse la insinuación para el caso de la crítica literaria, habría que retornar a la pregunta inicial de Jimé-nez Panesso y ampliarla: ¿Dónde están los grandes críticos?

Esto se uniría con una observación de Hernando Valencia Goelkel según la cual las escuelas críticas han resultado efímeras y parecen tener una vida más dura aquellos autores en quienes prima el gusto sobre la técnica. Menciona pa-

Guillermo Alberto Arévalo Hernández

(Colombia, 1947)

Ha sido profesor en las universida-des colombianas Santiago de Cali, Pedagógica Nacional y Javeriana. También en la Université Laval (Québec, Canadá) y la Casa de las Américas (La Habana, Cuba).

Ha publicado los libros de ensayo César Vallejo: poesía en la historia y Contracorriente, la edición crítica de la Obra Poética de Luis Carlos López, la antología Poesía indígena de América. En poesía publicó An-damos formando un amanecer, Hay un grito escondido. Están en proce-so de publicación su novela corta Semáforo y el libro de crítica Incita-ción a Balzac.

Fue fundador y director de Folios.

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ra explicar su aserto a Baudelaire, a Coleridge, a Arnold, a Sartre, entre otros.

Para esclarecer un poco más el te-mor del riesgo en la presentación de ContraCorriente debo confiar un episodio. Cuando escuché las conferencias que Arévalo dictó, en distintos escenarios, sobre los cuentos y la novela Los parientes de Esther, de Luis Fayad, y las novelas Juego de damas y Toque de Diana de Rafael Humberto Moreno Durán, tuve la aspi-ración de tener un lector y crítico como él. Eran tiempos de orfandad crítica y todos escribíamos reseñas de nuestros contemporáneos para enfrentar el me-noscabo de la exclusión que se daba en más campos que el notorio del social y político. De alguna manera esa invisibi-lización en vida ponía a prueba los abismos de la vocación y obligaba a que la amistad fuera un ejercicio de rigor cruel y verdades sin tapujos. En esos reductos de intimidad se templaba el ánimo y se indagaban los horizontes posibles para una literatura que tenía la pretensión de no querer parecerse a su antecedente y luchaba por desligarse de un pasado abundante que se le ofrecía opresivo.

Es de suponer que una de las difi-cultades de la labor de la crítica literaria en Colombia es la falta de balances y de apreciaciones. Este pozo conduce a que las advertencias y llamadas de atención que exige el presente se vean interferi-das por una especie de arqueología, plena de justicia, donde el crítico está corrigiendo omisiones, espantando olvi-dos, restableciendo inventarios y en últimas construyendo el sendero y el croquis de una literatura cuyo gran au-sente ha sido el lector. En inventar el lector está, tal vez, la enorme labor formadora, pedagógica y de la imagina-ción del crítico. Por su lado el escritor tendrá el privilegio, o sufrirá la catástro-fe, de contar con una voz que más allá de los delirios que produce la soledad de este oficio solitario ubique su obra, le presente su familia, le exija y le ayude a filtrar las trampas de las torpezas cele-bradas como virtudes. Al fin y al cabo cuando se trata con la libertad y el infi-nito, sustancias ambas de la aspiración artística, un poco de humildad en la condición humana auxilia para enfren-tarse a las crueldades del perfecciona-miento o a las incertidumbres del resul-tado.

En este sentido es bastante factible que el libro que le dio fama y mérito a

Guillermo Alberto Arévalo fue la poesía de Luis Carlos López. Como se sabe no bastaron los guiños o más que guiños campanazos de Miguel de Unamuno y de Jorge Zalamea y de Héctor Rojas Herazo para rescatar a esta obra fun-damental como pocas de un severo ma-lentendido que aún rige a los valores de apreciación en las artes. Arévalo se en-tregó a la tarea de fijar el orden y la cronología de los poemas del Tuerto, de rescatar versiones, y de preparar un ensayo de lectura e interpretación de su obra. Para no demorarnos en encomios se puede afirmar que se trataba ni más ni menos que de proponer un cambio de sensibilidad. En un país que acuñaba una cultura oficial según la cual la ma-nifestación excelsa de la ilustración la constituían las citas en latín, el elogio a los ideales griegos y latinos, no en el doloroso conflicto del cadáver del gue-rrero arrastrado en la playa o la guerra de La Eneida, sino apenas en el superfluo acto de repetir frases sin conexión con nada y como ensalmos de brujo para atemorizar al otro.

Al poner al alcance de los lectores la poesía de Luis Carlos López, Arévalo estaba creando un problema tremendo. Establecía desde el descuido una sin-cronía que nos obliga a refundar el tiempo. El Tuerto no dialogó con su época, es reconstituido ahora para que hablemos con él.

¿Qué significa? Un país incapaz de reconocer sus

vergüenzas aprendió de los esclavos africanos a amputar su memoria. Una manera de evitar la muerte por un su-frimiento sin solución. Motivo noble en los esclavos. Canallada que no cesa en los que ocultan el crimen y la porquería y se atreven a proponer el olvido sin que conozcamos el acto reprochable. Y ahí estamos. Arévalo destapa para enfrentar la exclusión y argumenta las virtudes de aquello que rescató. A lo mejor la mis-ma intuición de René Char: lo irreal intacto en lo real devastado.

En la breve introducción a Contra-Corriente, Guillermo Alberto insiste en profesar su fe. Es un momento oportu-no en cuanto tendría su examen dos consecuencias inmediatas: 1-. Asumir las cuestiones relativas a la cultura co-mo esenciales para la construcción de sociedad, no asumirlas como un adorno protocolar o social. 2-. Evitar que los gobiernos locales de izquierda repitan esas maneras enmascaradas de la cari-dad estatal que consisten en, bajo el

pretexto de la tolerancia, volver los deli-cados asuntos de las artes y la cultura, un presupuesto que se reparte a la vieja manera de los gobiernos tradicionales, es decir que nadie se queje que hay un poquito para todos sin redefinir las no-ciones de lo público y de comunidad y propiciar la discusión sobre las caracte-rísticas de un a cultura nacional.

Escribe el autor de ContraCorriente: “He procurado en mis ensayos ser lo más fiel posible a mis convicciones, no solamente literarias, sino también polí-ticas. Pues creo en la formación de una cultura nacional, con bases científicas y con un carácter popular”.

He aquí un compendio, casi un manifiesto de los principios y empeños de un partido político. La verdad es que Guillermo Alberto Arévalo nunca cedió a la veleidad de ser un intelectual de partido. Si bien muchos de los ensayos de ContraCorriente hacen explícita una caracterización de la sociedad, del tiempo histórico, de los poderes domi-nantes, siempre será mayor su concep-ción y planteo estético que si bien no resuelve cuanto toca si sugiere e incita a la lectura. De cualquier manera la perspectiva política de Arévalo aparece en sus textos críticos como una constan-cia y el anuncio de un problema. Ese problema consiste en la ubicación no mecanicista de las relaciones entre la sociedad y la obra de arte. El partido de Guillermo Alberto es la universidad y así lo reconoce en la página liminar de su libro. Un espacio de discusión, liber-tad y construcción de conocimientos.

ContraCorriente logra mostrar el des-pliegue metodológico, la investigación, las tesis, evitando la jerga de apariencia cientifista, en casos con alusiva ironía, en casos con admonición fastidiada, y siempre reconociendo, sin rapar nada, y poniendo en el centro del análisis la materia que estudia. Así, son ejemplares los textos sobre José Asunción Silva, Eduardo Cote Lamus, Fernando Cha-rry Lara, Luis Carlos López, Neruda, su querido maestro Eduardo Camacho. El ensayo sobre Silva de Guillermo Alber-to, y otro que él destaca de David Jimé-nez, logran entrar a la intimidad de un culto en cuya ritualidad siempre apare-cía más valorada la dificultad que el resultado.

El libro de Guillermo Alberto Aré-valo, en buen momento editado por la Universidad Pedagógica Nacional, permite observar con cierta atracción admirada la función de un crítico en el

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mundo contemporáneo. Allí el lector encontrará, y voy a utilizar una nomen-clatura provisional: los ensayos mayores. En estos por lo regular se rescata una obra sumida en el imperdonable descuido, en la inadvertencia culpable y se revela su importancia para el momento de su producción y en algunas las señas vigen-tes de su contemporaneidad resistiendo a la caducidad. Después los textos que surgen de la mirada del crítico a su épo-ca, es decir aquellos en los cuales toma riesgos y a su manera interviene en la construcción del presente, inventa al lector. En este aparte están los ensayos sobre Luis Fayad; sobre Álvaro Mutis; sobre Juan Manuel Roca; sobre la poe-sía de David Jiménez; sobre el teatro colombiano; sobre Jairo Aníbal Niño; sobre Cien años de soledad. Aquí eché de menos su clarividente texto sobre la violencia y la narrativa de García Már-quez. Enseguida los escritos del comba-te teórico en los cuales Guillermo Al-berto Arévalo despliega sus condiciones en la polémica y la elegante crueldad del esgrimista. Aquí cabrían temas aún vivos como el de la televisión, la litera-tura y la adaptación de novelas y cuen-tos. El debate referido a la antología de Andrés Holguín que tiene el encanto de la insurgencia de los jóvenes señalando sin piedad la desnudez del rey o los pies de barro del ídolo y diciéndole adiós al viejo regente. No sé Guillermo Alberto, si te lo debo decir ahora: en nombre de tu lector Leonel Giraldo y del mío, a lo mejor podrías echarle una considera-ción a la intervención de Henry Luque Múñoz y Juan Gustavo Cobo Borda en esa discusión. Y por supuesto el texto que abre ContraCorriente en el cual el autor pone en cuestión las múltiples apreciaciones sobre la crítica literaria y su lugar en el espacio literario.

Ya sé, querido Guillermo Alberto, que nadie puede pedirle a nadie que escriba. Entonces me vas a perdonar o me aceptarás mi pretexto para pedirte que lo hagas. En varios de los ensayos de ContraCorriente tú aplazas un tema, le adviertes al lector que te aplicarás a él en otra ocasión. Ocurre con el grupo de escritores que oscilaron alrededor de la revista Mito. Esas promesas son vitales para tus lectores. Hace pocos días, con motivo de la compilación de su obra por parte de una editorial española, Giovanni Quesep afirmó que en Co-lombia no hay grandes poetas y señala-ba como causa de tal circunstancia a la omnipresencia de la Academia de la

Lengua. Es de entender que Quesep al decir grande se refería a Darío, a Ne-ruda, a Lezama, a Vallejo, a Huidobro, a Paz, probablemente a Borges. Fíjate, cuánta falta hace el examen, la discu-sión, el entendimiento.

En alguno de sus ensayos George Steiner meditó sobre el efecto arrasa-dor en la lengua alemana del extermi-nio judío. Debo traerlo a cuento por-que veo en este autor una admiración frente a la obra literaria y una inclina-ción a escarbar su dirección moral que mucho tiene que ver con el empeño crítico de Guillermo Alberto Arévalo.

En Colombia también la lengua sufre un proceso de deterioro por la mentira, por la publicidad engañosa y por la tiranía de los medios masivos de comunicación. La revelación de Steiner está en poner en evidencia que el ago-tamiento del lenguaje se debe a la re-ducción de la realidad. En preparar la respuesta a esa radical reducción de lo humano está una de las urgencias del pensamiento crítico. Y sin duda de la nobleza y la importancia de tu oficio, Guillermo.

Apenas me resta darte una expli-cación. Cuando accediste con genero-sidad a presentar la nueva edición de Lo Amador anotaste, de pasada, que al mostrar en Señas Particulares, mi testi-monio, cómo conté que por los tiem-pos de la iniciación, está demás reiterar que un escritor nunca deja de iniciarse, nos habíamos quejado de la ausencia de crítica en Colombia y no aparecías incluido en la lista de los pocos autores que mencioné la ejercían, ello se debió a lo siguiente. Eran tiempos aquellos en los cuales quisimos vivir con la con-vicción de la realidad de lo colectivo que casi desaparecimos como indivi-dualidades. Ideas y conceptos regían la existencia.

También debo decirte mi gratitud por tener lo que escribo entre lo que más ha llamado la atención de tus pre-ferencias literarias.

Nadie duda que la persistencia en tu reflexión, el avivamiento del debate, la participación en hacer de la acade-mia universitaria un faro sin intereses distintos a trazar el perfil de la convi-vencia deseable, ayudarán al adveni-miento del gran crítico y a la recepción de su magisterio dentro de una socie-dad más humana.

Deseo que insistas en la ContraCo-rriente y volverte a decir lo que ya sabes: que si algunos entienden el progreso

como resignación, nosotros nos obsti-namos en recibirlo como resistencia. Allí, Guillermo Alberto, estamos conti-go, en la ContraCorriente.

Roberto Burgos Cantor

Nació en Cartagena de Indias, la bella, en 1948. Allí transcu-rrió su infancia y buena parte de su adolescencia. En la Uni-versidad Nacional de Colombia se graduó en Derecho, Cien-cias Políticas y Sociales. En su etapa universitaria ganó un premio de Cuentos convocado por la Universidad Pontificia Javeriana. Rrecibió el premio nacional de cuento Jorge Gai-tán Durán.

Ha publicado: Lo Amador (cuentos, 1980), El patio de los vientos perdidos (novela 1984), De gozos y desvelos (cuentos 1987), El vuelo de la paloma (novela 1992), Pavana del ángel (novela 1997), Quiero es cantar (cuentos 2000), Juegos de ni-ños (cuentos 2001), Señas Par-ticulares (testimonio 2002), La ceiba de la memoria (novela 2007)   que recibió en el año 2009 el premio de narrativa José María Argüedas de Casa de las Américas, Cuba y Ella siempre es lo que será.

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mundo contemporáneo. Allí el lector encontrará, y voy a utilizar una nomen-clatura provisional: los ensayos mayores. En estos por lo regular se rescata una obra sumida en el imperdonable descuido, en la inadvertencia culpable y se revela su importancia para el momento de su producción y en algunas las señas vigen-tes de su contemporaneidad resistiendo a la caducidad. Después los textos que surgen de la mirada del crítico a su épo-ca, es decir aquellos en los cuales toma riesgos y a su manera interviene en la construcción del presente, inventa al lector. En este aparte están los ensayos sobre Luis Fayad; sobre Álvaro Mutis; sobre Juan Manuel Roca; sobre la poe-sía de David Jiménez; sobre el teatro colombiano; sobre Jairo Aníbal Niño; sobre Cien años de soledad. Aquí eché de menos su clarividente texto sobre la violencia y la narrativa de García Már-quez. Enseguida los escritos del comba-te teórico en los cuales Guillermo Al-berto Arévalo despliega sus condiciones en la polémica y la elegante crueldad del esgrimista. Aquí cabrían temas aún vivos como el de la televisión, la litera-tura y la adaptación de novelas y cuen-tos. El debate referido a la antología de Andrés Holguín que tiene el encanto de la insurgencia de los jóvenes señalando sin piedad la desnudez del rey o los pies de barro del ídolo y diciéndole adiós al viejo regente. No sé Guillermo Alberto, si te lo debo decir ahora: en nombre de tu lector Leonel Giraldo y del mío, a lo mejor podrías echarle una considera-ción a la intervención de Henry Luque Múñoz y Juan Gustavo Cobo Borda en esa discusión. Y por supuesto el texto que abre ContraCorriente en el cual el autor pone en cuestión las múltiples apreciaciones sobre la crítica literaria y su lugar en el espacio literario.

Ya sé, querido Guillermo Alberto, que nadie puede pedirle a nadie que escriba. Entonces me vas a perdonar o me aceptarás mi pretexto para pedirte que lo hagas. En varios de los ensayos de ContraCorriente tú aplazas un tema, le adviertes al lector que te aplicarás a él en otra ocasión. Ocurre con el grupo de escritores que oscilaron alrededor de la revista Mito. Esas promesas son vitales para tus lectores. Hace pocos días, con motivo de la compilación de su obra por parte de una editorial española, Giovanni Quesep afirmó que en Co-lombia no hay grandes poetas y señala-ba como causa de tal circunstancia a la omnipresencia de la Academia de la

Lengua. Es de entender que Quesep al decir grande se refería a Darío, a Ne-ruda, a Lezama, a Vallejo, a Huidobro, a Paz, probablemente a Borges. Fíjate, cuánta falta hace el examen, la discu-sión, el entendimiento.

En alguno de sus ensayos George Steiner meditó sobre el efecto arrasa-dor en la lengua alemana del extermi-nio judío. Debo traerlo a cuento por-que veo en este autor una admiración frente a la obra literaria y una inclina-ción a escarbar su dirección moral que mucho tiene que ver con el empeño crítico de Guillermo Alberto Arévalo.

En Colombia también la lengua sufre un proceso de deterioro por la mentira, por la publicidad engañosa y por la tiranía de los medios masivos de comunicación. La revelación de Steiner está en poner en evidencia que el ago-tamiento del lenguaje se debe a la re-ducción de la realidad. En preparar la respuesta a esa radical reducción de lo humano está una de las urgencias del pensamiento crítico. Y sin duda de la nobleza y la importancia de tu oficio, Guillermo.

Apenas me resta darte una expli-cación. Cuando accediste con genero-sidad a presentar la nueva edición de Lo Amador anotaste, de pasada, que al mostrar en Señas Particulares, mi testi-monio, cómo conté que por los tiem-pos de la iniciación, está demás reiterar que un escritor nunca deja de iniciarse, nos habíamos quejado de la ausencia de crítica en Colombia y no aparecías incluido en la lista de los pocos autores que mencioné la ejercían, ello se debió a lo siguiente. Eran tiempos aquellos en los cuales quisimos vivir con la con-vicción de la realidad de lo colectivo que casi desaparecimos como indivi-dualidades. Ideas y conceptos regían la existencia.

También debo decirte mi gratitud por tener lo que escribo entre lo que más ha llamado la atención de tus pre-ferencias literarias.

Nadie duda que la persistencia en tu reflexión, el avivamiento del debate, la participación en hacer de la acade-mia universitaria un faro sin intereses distintos a trazar el perfil de la convi-vencia deseable, ayudarán al adveni-miento del gran crítico y a la recepción de su magisterio dentro de una socie-dad más humana.

Deseo que insistas en la ContraCo-rriente y volverte a decir lo que ya sabes: que si algunos entienden el progreso

como resignación, nosotros nos obsti-namos en recibirlo como resistencia. Allí, Guillermo Alberto, estamos conti-go, en la ContraCorriente.

Roberto Burgos Cantor

Nació en Cartagena de Indias, la bella, en 1948. Allí transcu-rrió su infancia y buena parte de su adolescencia. En la Uni-versidad Nacional de Colombia se graduó en Derecho, Cien-cias Políticas y Sociales. En su etapa universitaria ganó un premio de Cuentos convocado por la Universidad Pontificia Javeriana. Rrecibió el premio nacional de cuento Jorge Gai-tán Durán.

Ha publicado: Lo Amador (cuentos, 1980), El patio de los vientos perdidos (novela 1984), De gozos y desvelos (cuentos 1987), El vuelo de la paloma (novela 1992), Pavana del ángel (novela 1997), Quiero es cantar (cuentos 2000), Juegos de ni-ños (cuentos 2001), Señas Par-ticulares (testimonio 2002), La ceiba de la memoria (novela 2007)   que recibió en el año 2009 el premio de narrativa José María Argüedas de Casa de las Américas, Cuba y Ella siempre es lo que será.

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Manuel Zapata Olivellay la afrocolombianidad

Por Eleonora Melani

Manuel Zapata Olivella fue el pri-mer novelista que exaltó “el ser afroco-lombiano” en muchas de sus obras. Su interés se dirige sobre todo hacia el te-ma de la opresión de los negros y la cultura de los afrocolombianos, argu-mentos de sus estudios demo-etno- an-tropológicos. En la trama de sus novelas está presente una denuncia social y rea-lista de la marginación y también una visión mitológica, fuera de la realidad, que parece remontarse a la seductora magia de África. Este autor se concen-tra en personajes indigentes, pobres, sin pudor, cuando muestran su “etiquetado social” y la raza a la que pertenecen, y subraya algunos aspectos personales que, si se cultivan, pueden llevar a un cambio personal y social.

El enfoque siempre se queda en el grupo, que generalmente es un colecti-vo de desheredados, entre los que a menudo se destaca un personaje líder que indica a los demás el camino hacia una mayor justicia. En algunas novelas este personaje muere y el pueblo, que ha recibido y reelaborado el mensaje que ha dejado como herencia, logra construirse su futuro. Entonces es la muerte la que genera un nuevo ciclo de vidas, pero Zapata Olivella no se con-centra exclusivamente en un héroe, ni en determinados acontecimientos. La condición de vida de los afrocolombia-nos, que a menudo está en contraste con las otras dos etnias de Colombia (la europea y la indígena), fue un tema que animó las obras de Zapata Olivella e

impregnó también las generaciones siguientes. El autor se solidarizó con las aspiraciones, las dificultades y los dra-mas de su pueblo, hasta identificarse con la raza, el lugar y la tradición: «What becomes increasingly clear is that Zapata’s works achieve universality not in spite of their blackness, but rather because of it». (Yvonne Captain-Hidalgo, The culture of fiction in the works of Manuel Zapata Olivella, Missouri, University of Missouri press, 1993, p. 105). Es la negritud de Zapata Olivella lo que asegura la universalidad de su literatura. Sus preocupaciones sociales se crean un espacio dentro de sus obras y, como declaró en una entrevista: «me preocupa más el problema social que el problema del estilo» Esto animó sus obras no sólo de un interés por los tor-mentos sociales, sino también por temas humanos, que se ampliaron a temáticas de gran envergadura, como la fe (“an envolving constant” como la describió Yvonne Captain-Hidalgo), la religión, el hambre, a menudo circunscritos en realidades “black”. Zapata Olivella via-jó mucho en su larga vida y visitó los Estados Unidos a mitad del siglo pasa-do. Siempre había considerado este país como la patria de la democracia y un lugar donde la comunidad africana po-día difundirse, pero tuvo que cambiar de opinión cuando asistió a unos episo-dios de discriminación racial. El racis-mo y los linchamientos estaban muy extendidos a mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Entonces las dificulta-

des para los afroamericanos no existían sólo en el sur del continente, sino tam-bién en el norte, donde la libertad y los privilegios se presentaban como carac-teres exclusivos de los blancos.

Sobre la temática racialde Manuel Zapata Olivella

Una de las novelas que se basa en la afrocolombianidad es Chambacú, corral de negros (1963). El tema étnico vincula el “ser negro”en la isla de Chambacú con la trama social de la novela. El he-cho de que la historia se ambienta en una isla, que se comunica con Carta-gena con un puente, es necesario para subrayar la posición de marginación y alejamiento de la tierra firme. Antonio D.Tillis ha evidenciado tres niveles fun-damentales de esta novela: el primero es la descripción de las penas de los afro-colombianos relegados a esta isla, el segundo es el aspecto político y el logro de iguales derechos para los ciudadanos colombianos. Pero el más importante es el tercer nivel, o sea el alcance interna-cional de la novela, gracias (sobre todo) a la presencia de la guerra de Corea, que describe la explotación de los afro-colombianos llevada a cabo por el “primer mundo” (Antonio D.Tillis, Manuel Zapata Olivella and the “darkening” of Latin America literature, Missouri, Uni-versity of Missouri, 2005, p. 62).

Manuel Zapata Olivella (Colombia 1920-2004).

Escritor, novelista, antropó-logo, investigador y científi-co social. Manuel Zapata Olivella, fue uno de los afro-colombianos más destaca-dos del siglo XX. Novelas: Tierra mojada, La calle 10, Detrás del rostro, Chambacú, corral de negros, En Chimá nace un santo, Changó, el Gran Putas. Relato breve: Pasión vaga-bunda, He visto la noche, China 6 a.m., Cuentos de muerte y libertad, El cirujano de la selva, ¿Quién dio el fusil a Oswald?

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La familia protagonista, que tiene a la Cotena como matriarca, es la repre-sentación de África en Colombia, des-pués de la diáspora. Manuel Zapata Olivella, con su prosa, permitió a los negros expresarse y hablar, siempre los eligió como protagonistas. De esta ma-nera, escribiendo, traza un retrato de injusticia de un rincón del mundo, además de un cuadro de diferentes for-mas culturales. El realismo social en-cuentra un nicho definido en la primera mitad de la trayectoria del artista y su-giere la línea para entender toda la obra. Máximo de Chambacú y su co-nocimiento de la sociedad, su cultura adquirida en los estudios, es el elemento clave que cambia el aspecto de la histo-ria, aunque no es el personaje más im-portante de la novela. En efecto, el pue-blo de Chambacú cambia por él, aprende y sigue sus huellas para llegar a la libertad que sus ideas permitieron intuir. Pues la educación desempeña un papel fundamental dado que en este “corral de negros” el pueblo sigue a un hombre de cultura (aunque autodidac-ta) superior a la media.

Zapata Olivella no omite el papel de la mujer, tan importante para la fa-milia y esto es un detalle que revela el interés antropológico del escritor, que examina familias capitaneadas por la madre, la cual asume todas las respon-sabilidades, ya sea viuda, ya tenga ma-rido. Este modelo puede remontarse a los ejemplos de las familias africanas, que fueron exportadas a América. Las mujeres, aunque desesperadas (como la Rafaela de En Chimá nace un santo, 1963, que muere al ver la mutilación del cuerpo de su hijo Domingo) se mues-tran como pilares de la familia, fuertes y enérgicas. La Cotena siempre está preocupada por Máximo, cuyo conoci-miento la ilumina hasta que ella pierde su hostilidad (compartida por todo el mundo en Chambacú) hacia Inge, la sueca que se muda al pueblo por amor a José Raquel. Ella es blanca, del norte de Europa y parece no tener nada en común con los habitantes de Chamba-cú; sin embargo, se queda fascinada por la cultura de Máximo y se dedica a al-fabetizar a la población. La muerte de Máximo, que despierta al pueblo, no se describe con un tono muy dramático, sino como un evento de la vida, que permite el nacimiento de una nueva vida, la de Chambacú, ahora más vivo que nunca. Lo mismo pasó cuando, al morir Domingo, surgió una Chimá más

insolente, cuyos habitantes estaban dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre del santo. Zapata Olivella ca-racteriza sus personajes con una psico-logía fuerte. De hecho, el lector siente empatía con algunas voces de la histo-ria, aunque sean negativas y sin virtud. Por ejemplo, José Raquel de Chambacú es un hombre egoísta y presumido, pero también irresoluto, que se ha casado con Inge sólo para mostrar a los demás su estatus social privilegiado. El hecho de que una mujer blanca perteneciente a uno de los países más desarrollados de Europa le hubiera seguido, representa-ba un importante cambio de imagen y mayor respeto. Inge, al principio con una actitud pasiva y callada, que tenía dificultad en aprender el raro español que se hablaba en Chambacú, es el espantajo de José Raquel que, al final, se destruye a sí mismo y su matrimonio. Es un personaje que suscita rabia y lás-tima por su ridiculez, su prejuicio del que sale la necesidad de juntarse con una mujer europea, para afirmar y mantener su posición socio-política en el pueblo. Los personajes de la historia están tratados con caracteres humanos y esto ilustra la fuerza de toda la pro-ducción de Zapata Olivella. José Raquel estuvo lejos de su casa por su participa-ción en la guerra de Corea; se le podría utilizar a él también como “facilitador” del pueblo, pero no tiene nada que pueda ser útil para un mejoramiento social ni para la libertad. Las violencias de la guerra por las que se jacta, lo han cambiado y por esto cae en el infierno de sí mismo. José Raquel fue el único que se ofreció a combatir en Corea por dos años y las descripciones que hace de las heridas que ha curado son espeluz-nantes, sobre todo porque lo cuenta con gran lujo de detalles y se complace en éstos. José Raquel está muy contento de haber participado en esta guerra, de la que obtuvo ganancias. No se avergüen-za cuando cuenta haber ganado gracias al comercio de documentos de los mo-ribundos. Se daban por desaparecidos y los que lograban llegar a los documen-tos obtenían una indemnización por parte del estado americano: un negocio sórdido. José Raquel se esconde detrás de la justificación de que lo hacían to-dos: «Éramos los que menos ganába-mos pese a que corríamos más riesgos» (Manuel Zapata Olivella, Chambacú, corral de negros, Medellín, Bedout, 1977, p. 60. De ahora en adelante todas las citas corresponden a esta edición). Ha

ganado gracias al mezquino mecanismo bélico. Se presenta como un hombre sin escrúpulos ni valor, perteneciente a la mentalidad de la guerra, esperando que los moribundos expiren lo antes posible, para ganar más. Por consiguiente, se había comprado una moto y se fue a Suecia, donde se casó con la blanquísi-ma Inge. La moto y la mujer blanca testimonian que la guerra le había per-mitido obtener dos resultados que todo el mundo le envidiaba. En otras obras, anteriores a Zapata Olivella, es posible encontrar personajes que sacan ventajas de la guerra: Brecht, en 1939, en la obra teatral Madre Coraje y sus hijos (am-bientada entre 1624-1636 cuando el ejército sueco avanzó hacia Polonia) muestra a la protagonista Anne Fierling como una mujer escindida: madre va-liente porque nunca se rinde, pero tam-bién una traficante y cómplice de la guerra. Al final de la obra, cuando ya le han matado a sus tres hijos, sigue afir-mando que la guerra es un buen lugar para hacer buenos negocios. En la obra de Brecht, la guerra es el tema central, que cambia la vida de Anne y le cambia su pensamiento. El mismo autor afirmó que la guerra destruye las virtudes hu-manas y lleva a las personas honradas a rebajarse buscando buenos negocios. La mujer podrá sobrevivir por su cinismo, su pérdida de inocencia y su mentalidad de “pequeña capitalista”. La violencia de la guerra, la corrupción, condenan todos los buenos sentimientos. José Ra-quel ya no era un hombre bueno, des-preciaba cada ideal, no le importaba a quién hería y sólo le importaba pasarla bien. En cambio la Cotena pensaba que José Raquel todavía era un hombre bueno, hasta que se enteró de lo que había hecho en Corea y de su visitas al postríbulo de Chambacú. El pueblo lo admira, José se siente omnipotente y poco le importa lo que su madre y su mujer piensen de él: «No llore mi niña. Ya me imagino cómo debe sentirse en este infierno. Mi hijo no debió traerla aquí» (p. 63). La Cotena le da fuerzas y la ayuda a introducirse en Chambacú, mientras que José Raquel la parquea allí, tal como ha hecho con su moto. Para José Raquel, la moto e Inge tienen el mismo significado: son símbolos de superioridad social (la mujer blanca que representa el deseo de blanqueamiento del protagonista) y de riqueza (la moto, que su madre llama “bicicleta”).

Chambacú era un pueblo de ne-gros, una isla abandonada, pobre, mise-

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Manuel Zapata Olivellay la afrocolombianidad

Por Eleonora Melani

Manuel Zapata Olivella fue el pri-mer novelista que exaltó “el ser afroco-lombiano” en muchas de sus obras. Su interés se dirige sobre todo hacia el te-ma de la opresión de los negros y la cultura de los afrocolombianos, argu-mentos de sus estudios demo-etno- an-tropológicos. En la trama de sus novelas está presente una denuncia social y rea-lista de la marginación y también una visión mitológica, fuera de la realidad, que parece remontarse a la seductora magia de África. Este autor se concen-tra en personajes indigentes, pobres, sin pudor, cuando muestran su “etiquetado social” y la raza a la que pertenecen, y subraya algunos aspectos personales que, si se cultivan, pueden llevar a un cambio personal y social.

El enfoque siempre se queda en el grupo, que generalmente es un colecti-vo de desheredados, entre los que a menudo se destaca un personaje líder que indica a los demás el camino hacia una mayor justicia. En algunas novelas este personaje muere y el pueblo, que ha recibido y reelaborado el mensaje que ha dejado como herencia, logra construirse su futuro. Entonces es la muerte la que genera un nuevo ciclo de vidas, pero Zapata Olivella no se con-centra exclusivamente en un héroe, ni en determinados acontecimientos. La condición de vida de los afrocolombia-nos, que a menudo está en contraste con las otras dos etnias de Colombia (la europea y la indígena), fue un tema que animó las obras de Zapata Olivella e

impregnó también las generaciones siguientes. El autor se solidarizó con las aspiraciones, las dificultades y los dra-mas de su pueblo, hasta identificarse con la raza, el lugar y la tradición: «What becomes increasingly clear is that Zapata’s works achieve universality not in spite of their blackness, but rather because of it». (Yvonne Captain-Hidalgo, The culture of fiction in the works of Manuel Zapata Olivella, Missouri, University of Missouri press, 1993, p. 105). Es la negritud de Zapata Olivella lo que asegura la universalidad de su literatura. Sus preocupaciones sociales se crean un espacio dentro de sus obras y, como declaró en una entrevista: «me preocupa más el problema social que el problema del estilo» Esto animó sus obras no sólo de un interés por los tor-mentos sociales, sino también por temas humanos, que se ampliaron a temáticas de gran envergadura, como la fe (“an envolving constant” como la describió Yvonne Captain-Hidalgo), la religión, el hambre, a menudo circunscritos en realidades “black”. Zapata Olivella via-jó mucho en su larga vida y visitó los Estados Unidos a mitad del siglo pasa-do. Siempre había considerado este país como la patria de la democracia y un lugar donde la comunidad africana po-día difundirse, pero tuvo que cambiar de opinión cuando asistió a unos episo-dios de discriminación racial. El racis-mo y los linchamientos estaban muy extendidos a mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Entonces las dificulta-

des para los afroamericanos no existían sólo en el sur del continente, sino tam-bién en el norte, donde la libertad y los privilegios se presentaban como carac-teres exclusivos de los blancos.

Sobre la temática racialde Manuel Zapata Olivella

Una de las novelas que se basa en la afrocolombianidad es Chambacú, corral de negros (1963). El tema étnico vincula el “ser negro”en la isla de Chambacú con la trama social de la novela. El he-cho de que la historia se ambienta en una isla, que se comunica con Carta-gena con un puente, es necesario para subrayar la posición de marginación y alejamiento de la tierra firme. Antonio D.Tillis ha evidenciado tres niveles fun-damentales de esta novela: el primero es la descripción de las penas de los afro-colombianos relegados a esta isla, el segundo es el aspecto político y el logro de iguales derechos para los ciudadanos colombianos. Pero el más importante es el tercer nivel, o sea el alcance interna-cional de la novela, gracias (sobre todo) a la presencia de la guerra de Corea, que describe la explotación de los afro-colombianos llevada a cabo por el “primer mundo” (Antonio D.Tillis, Manuel Zapata Olivella and the “darkening” of Latin America literature, Missouri, Uni-versity of Missouri, 2005, p. 62).

Manuel Zapata Olivella (Colombia 1920-2004).

Escritor, novelista, antropó-logo, investigador y científi-co social. Manuel Zapata Olivella, fue uno de los afro-colombianos más destaca-dos del siglo XX. Novelas: Tierra mojada, La calle 10, Detrás del rostro, Chambacú, corral de negros, En Chimá nace un santo, Changó, el Gran Putas. Relato breve: Pasión vaga-bunda, He visto la noche, China 6 a.m., Cuentos de muerte y libertad, El cirujano de la selva, ¿Quién dio el fusil a Oswald?

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La familia protagonista, que tiene a la Cotena como matriarca, es la repre-sentación de África en Colombia, des-pués de la diáspora. Manuel Zapata Olivella, con su prosa, permitió a los negros expresarse y hablar, siempre los eligió como protagonistas. De esta ma-nera, escribiendo, traza un retrato de injusticia de un rincón del mundo, además de un cuadro de diferentes for-mas culturales. El realismo social en-cuentra un nicho definido en la primera mitad de la trayectoria del artista y su-giere la línea para entender toda la obra. Máximo de Chambacú y su co-nocimiento de la sociedad, su cultura adquirida en los estudios, es el elemento clave que cambia el aspecto de la histo-ria, aunque no es el personaje más im-portante de la novela. En efecto, el pue-blo de Chambacú cambia por él, aprende y sigue sus huellas para llegar a la libertad que sus ideas permitieron intuir. Pues la educación desempeña un papel fundamental dado que en este “corral de negros” el pueblo sigue a un hombre de cultura (aunque autodidac-ta) superior a la media.

Zapata Olivella no omite el papel de la mujer, tan importante para la fa-milia y esto es un detalle que revela el interés antropológico del escritor, que examina familias capitaneadas por la madre, la cual asume todas las respon-sabilidades, ya sea viuda, ya tenga ma-rido. Este modelo puede remontarse a los ejemplos de las familias africanas, que fueron exportadas a América. Las mujeres, aunque desesperadas (como la Rafaela de En Chimá nace un santo, 1963, que muere al ver la mutilación del cuerpo de su hijo Domingo) se mues-tran como pilares de la familia, fuertes y enérgicas. La Cotena siempre está preocupada por Máximo, cuyo conoci-miento la ilumina hasta que ella pierde su hostilidad (compartida por todo el mundo en Chambacú) hacia Inge, la sueca que se muda al pueblo por amor a José Raquel. Ella es blanca, del norte de Europa y parece no tener nada en común con los habitantes de Chamba-cú; sin embargo, se queda fascinada por la cultura de Máximo y se dedica a al-fabetizar a la población. La muerte de Máximo, que despierta al pueblo, no se describe con un tono muy dramático, sino como un evento de la vida, que permite el nacimiento de una nueva vida, la de Chambacú, ahora más vivo que nunca. Lo mismo pasó cuando, al morir Domingo, surgió una Chimá más

insolente, cuyos habitantes estaban dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre del santo. Zapata Olivella ca-racteriza sus personajes con una psico-logía fuerte. De hecho, el lector siente empatía con algunas voces de la histo-ria, aunque sean negativas y sin virtud. Por ejemplo, José Raquel de Chambacú es un hombre egoísta y presumido, pero también irresoluto, que se ha casado con Inge sólo para mostrar a los demás su estatus social privilegiado. El hecho de que una mujer blanca perteneciente a uno de los países más desarrollados de Europa le hubiera seguido, representa-ba un importante cambio de imagen y mayor respeto. Inge, al principio con una actitud pasiva y callada, que tenía dificultad en aprender el raro español que se hablaba en Chambacú, es el espantajo de José Raquel que, al final, se destruye a sí mismo y su matrimonio. Es un personaje que suscita rabia y lás-tima por su ridiculez, su prejuicio del que sale la necesidad de juntarse con una mujer europea, para afirmar y mantener su posición socio-política en el pueblo. Los personajes de la historia están tratados con caracteres humanos y esto ilustra la fuerza de toda la pro-ducción de Zapata Olivella. José Raquel estuvo lejos de su casa por su participa-ción en la guerra de Corea; se le podría utilizar a él también como “facilitador” del pueblo, pero no tiene nada que pueda ser útil para un mejoramiento social ni para la libertad. Las violencias de la guerra por las que se jacta, lo han cambiado y por esto cae en el infierno de sí mismo. José Raquel fue el único que se ofreció a combatir en Corea por dos años y las descripciones que hace de las heridas que ha curado son espeluz-nantes, sobre todo porque lo cuenta con gran lujo de detalles y se complace en éstos. José Raquel está muy contento de haber participado en esta guerra, de la que obtuvo ganancias. No se avergüen-za cuando cuenta haber ganado gracias al comercio de documentos de los mo-ribundos. Se daban por desaparecidos y los que lograban llegar a los documen-tos obtenían una indemnización por parte del estado americano: un negocio sórdido. José Raquel se esconde detrás de la justificación de que lo hacían to-dos: «Éramos los que menos ganába-mos pese a que corríamos más riesgos» (Manuel Zapata Olivella, Chambacú, corral de negros, Medellín, Bedout, 1977, p. 60. De ahora en adelante todas las citas corresponden a esta edición). Ha

ganado gracias al mezquino mecanismo bélico. Se presenta como un hombre sin escrúpulos ni valor, perteneciente a la mentalidad de la guerra, esperando que los moribundos expiren lo antes posible, para ganar más. Por consiguiente, se había comprado una moto y se fue a Suecia, donde se casó con la blanquísi-ma Inge. La moto y la mujer blanca testimonian que la guerra le había per-mitido obtener dos resultados que todo el mundo le envidiaba. En otras obras, anteriores a Zapata Olivella, es posible encontrar personajes que sacan ventajas de la guerra: Brecht, en 1939, en la obra teatral Madre Coraje y sus hijos (am-bientada entre 1624-1636 cuando el ejército sueco avanzó hacia Polonia) muestra a la protagonista Anne Fierling como una mujer escindida: madre va-liente porque nunca se rinde, pero tam-bién una traficante y cómplice de la guerra. Al final de la obra, cuando ya le han matado a sus tres hijos, sigue afir-mando que la guerra es un buen lugar para hacer buenos negocios. En la obra de Brecht, la guerra es el tema central, que cambia la vida de Anne y le cambia su pensamiento. El mismo autor afirmó que la guerra destruye las virtudes hu-manas y lleva a las personas honradas a rebajarse buscando buenos negocios. La mujer podrá sobrevivir por su cinismo, su pérdida de inocencia y su mentalidad de “pequeña capitalista”. La violencia de la guerra, la corrupción, condenan todos los buenos sentimientos. José Ra-quel ya no era un hombre bueno, des-preciaba cada ideal, no le importaba a quién hería y sólo le importaba pasarla bien. En cambio la Cotena pensaba que José Raquel todavía era un hombre bueno, hasta que se enteró de lo que había hecho en Corea y de su visitas al postríbulo de Chambacú. El pueblo lo admira, José se siente omnipotente y poco le importa lo que su madre y su mujer piensen de él: «No llore mi niña. Ya me imagino cómo debe sentirse en este infierno. Mi hijo no debió traerla aquí» (p. 63). La Cotena le da fuerzas y la ayuda a introducirse en Chambacú, mientras que José Raquel la parquea allí, tal como ha hecho con su moto. Para José Raquel, la moto e Inge tienen el mismo significado: son símbolos de superioridad social (la mujer blanca que representa el deseo de blanqueamiento del protagonista) y de riqueza (la moto, que su madre llama “bicicleta”).

Chambacú era un pueblo de ne-gros, una isla abandonada, pobre, mise-

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rable. De todas formas cada habitante le estaba muy apegado y luchará para defenderlo de la voluntad de dominio externo. «José Raquel miró con orgullo los rostros asombrados», los regalos que entrega a su familia saben a Corea, por su modernidad y sorprenden a sus pa-rientes. José Raquel les trajo una radio, y así podían escucharla en su casa, en vez de escuchar la de la casa de al lado. Esto es un signo de evolución, progreso, pero la Cotena no queda tan seducida por estas riquezas: «sabía lo que signifi-caba una radio en casa» (p. 78), pero no adivina el horrible secreto que el hijo guarda en el fondo de la maleta. Las fotos donde sonríe junto a otros milita-res al lado de cabezas de coreanos de-capitados, hacen percibir a la madre que «no le devolvían a su hijo sino a un monstruo» (p. 80). Esta imagen evoca las fotos sacadas hace pocos años en la cárcel de Abu Mazen, Iraq, por los sol-dados americanos. Fotos vergonzosas que escandalizaron al mundo por las torturas de los prisioneros de guerra, inmortalizados al lado de americanos sonrientes y complacidos en su atroci-dad. El desprecio del respeto y de la dignidad, el gusto por infligir una pena que no sea humana: todo esto pasa en la guerra y todo el mundo puede imagi-narlo, pero lo que más ofende e indigna es la foto que concreta hasta qué punto la maldad y el sadismo pueden llegar. La Cotena tira las fotos al fuego: ha entendido que los regalos cubren algo más grande y devorador, que puede absorber también a las personas buenas. La Cotena define a José Raquel como un sinvergüenza y defenderá a la blanca Inge, que al principio había apodado “gringa”. Inge era un antojo: «¡Todos queremos probar el plato ajeno! ¡Eso es todo!» (p. 61) había explicado al pueblo. Así que había vuelto a juntarse con las prostitutas negras, las Rudesindas, las únicas que lo satisfacían.

Esta novela se basa también en Máximo, redentor de pobres, encarce-lado 14 veces por sus ideas antiguber-namentales y su cultura, y al final logra organizar al pueblo sacándolo de su ignorancia. No soporta la falta de cono-cimiento y se enfada por esto, como se puede ver en el episodio en que Do-minguito, herido por la espuela envene-nada de un gallo, tendría que amputar-se una pierna porque se le ha gangre-nado. La Cotena (cuyo marido había muerto por una herida en un muslo, causada por una espuela envenenada),

se opone a los médicos y pide ayuda al hechicero del pueblo. Con remedios rústicos y brutales, quema el veneno que había gangrenado la pierna y éste recupera su movilidad. A pesar del éxito de esta intervención, un hombre de cultura como Máximo no acepta los métodos de los curanderos, que en Chambacú predominan. Sus ideas revo-lucionarias, que enseñan al pueblo sus derechos, lo acercan a una figura me-siánica y, por su proximidad al pueblo y su oposición a los poderosos, será asesi-nado. Los que hacen preguntas y pre-sentan un cuadro de la situación de pobreza, son un peligro para los que quieren mantener al pueblo bajo el yu-go de la ignorancia. El conocimiento restituye la libertad y esto es lo que Má-ximo transmite a sus paisanos. Hay jó-venes que le siguen desde el principio, como Atilio que, por apoyar la lucha de Máximo será reclutado para ir a Corea y morirá. Su madre inculpará a la Co-tena por la muerte de su único hijo.

La misma Inge se queda cautivada con Máximo y da clases en la escuela de la maestra Domitila. Inge es como Má-ximo: «No se resignan a compartir la agonía de Chambacú», por esto se comprometen a que todos estén mejor, con la conciencia de su tipo de vida. Con Máximo, Zapata Olivella habla también de la raza africana de la que descienden él y Chambacú. Ya cuando describe su cuerpo, que la Cotena ob-serva y comenta se refiere a su piel «no tan negra como sus otros hijos. ¿Sería porque nunca trabajó al sol? Pero era fuerte. Su vigor le venía del padre y de los abuelos esclavos» (p. 8). Cuando está con Inge le cuenta los orígenes de Chambacú:

No es ocasional que Chambacú, corral de negros, haya nacido al pie de las mura-llas. Nuestros antepasados fueron traídos aquí para construírlas. Los barcos negreros llegaban atestados de esclavos provenientes de toda Africa. Mandingas, yolofos, minas, carabalíes, fiafaras, yorubas, más de cuaren-ta tribus. Para diferenciarlos marcaban las espaldas y pechos con hierros candentes (p. 121).

El doloroso e infame pasado del comercio negrero toma cuerpo en las palabras de Máximo, el único que re-cuerda la historia porque la ha estudia-do y ha podido entender la realidad presente. Es imposible pensar en Má-ximo sin sus libros: «si no hubiera sido por ellos no le perseguirían» (p. 9). En

esta novela no hay un protagonista, todos son necesarios para el desarrollo de la trama, que cuenta con la diversi-dad de personalidades. Cabe arriesgar una confrontación José Raquel/Máxi-mo: el holgazán egoísta e inseguro con-tra el culto y facilitador del pueblo. El primero que pasa sus días bebiendo, fumando marihuana y fornicando, y el otro que está listo para morir por de-fender sus ideas. Otras dos parejas anti-téticas son la de Inge/Clotilde y la de Inge/Cotena: la sueca llena de cultura que en muy poco tiempo se adapta a las dificultades de la tierra y trabaja para la familia que siente como suya, contra la joven cuñada, resignada, con un hijo que no logra cuidar. Inge y la suegra se parecen mucho: las dos entenderán que José Raquel se está autodestruyendo. Hacia el final de la novela, se hace sar-gento del ejército colombiano y a favor del gobierno, sin mostrar ningún escrú-pulo en el plan de vida que le comunica a Inge, o sea dejar esa isla para vivir en Manga («donde viven las gringas» ha-bía dicho la Cotena). «Te compraré vestidos, radio y… podría ser que hasta un automóvil. Entra y saca tus maletas. No necesitas despedirte» (p. 142). Éste es el momento en que los esposos se despiden, porque Inge no quiere alejar-se de Chambacú: «Ahora no podría vivir sin el calor de los pobres». Logra superar su soledad y entender lo que desea, quiere empeñarse en mejorar la vida de los desgraciados. Para José Ra-quel éstas son “pendejadas” de Máxi-mo, pero para Inge es toda su vida.

La importancia del conocimiento:un parangón platónico

El conocimiento es como la luz y la luz se percibe con los ojos abiertos. Má-ximo siempre los tuvo, «mijo siempre quiso mirar mucho» y sigue teniéndolos después de la muerte, porque sus pár-pados no se cierran. Este parangón re-cuerda un mito presente en la filosofía de Platón: el de la caverna, que se vol-vió el más famoso del platonismo. El mito ilustra un grupo de esclavos (los hombres comunes) encadenados en el fondo de una caverna (nuestro mundo) donde ven las sombras de estatuillas que se mueven (la imagen superficial de la realidad) sin lograr ver a quién pertene-cen esas sombras porque están encade-

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nados. Los esclavos piensan que estas sombras son la única realidad que exis-te. En este mito Platón supone la libera-ción de uno de estos esclavos, que se da cuenta de que las sombras no son la realidad, sino que fuera de la caverna, las estatuillas son imitaciones de cosas reales, visibles a la luz del sol. Al princi-pio esta luz lo encandila y lo ciega, ya que sus ojos están acostumbrados a la obscuridad y sólo más tarde podrá dis-tinguir las cosas reales, en su autentici-dad y plenitud. Si quisiera hacer a sus compañeros partícipes de este descu-brimiento, una vez regresado a la ca-verna, tendría sus ojos cegados por la obscuridad, ya no podría distinguir las sombras y, por esto, los demás se burla-rían de él. Su intento de liberarlos y de convencerlos de que se equivocan, lleva-ría a los esclavos a asesinarlo. La simbo-logía de este mito es muy vasta y se puede aplicar a diferentes situaciones, como la función que Máximo tiene en Chambacú. Él y su pueblo son como los esclavos de la caverna, atados con ca-denas (impuestas por la voluntad de otros) y sólo pueden contemplar ese nivel de la realidad, que a los poderosos sirve para seguir aprovechándose de su ignorancia. Máximo ha logrado liberar-se de la ignorancia que lo encadena a esa mentalidad y realidad. La salida de la caverna es el principio de los estudios de Máximo y en el mito platónico re-presenta el logro del nivel más alto de la filosofía (o sea cuando el ex esclavo sos-tiene la mirada del sol y admira las co-sas reales). La vuelta del esclavo a la caverna, su primera morada, muestra que el hombre, que se ha vuelto filósofo, no se encierra en una torre de marfil, sino que quiere enseñar a sus compañe-ros lo que ha descubierto: la verdad. Igualmente Máximo transmite a su pueblo lo que ha estudiado, elaborado, así como las conclusiones a las que ha llegado. Los que se oponen a esta nove-dad creen que el ex esclavo Máximo está loco, ya que están llenos de prejui-cios, miedo y tradiciones ancestrales. Es muy difícil poner en tela de juicio nues-tros conocimientos y darnos cuenta que hemos creído en falsedades.

La Cotena quema los libros de Má-ximo (ésto recuerda la hoguera de los libros en Alemania, cuando Hitler llegó al poder) porque tiene miedo de que su hijo vuelva a la cárcel. Éstas son todas resistencias simbólicas al conocimiento de la realidad que, para quien despierta a un pueblo, puede significar la muerte.

Más adelante en la historia es impor-tante la conversación que madre e hijo tienen cuando Máximo regresa a su casa: «Júrame que has dejado esas ideas locas de salvar al mundo» (p. 97). La mujer no cree en estas veleidades. Pone en guardia también a Medialuna, el hijo boxeador que parece interesarse en los libros del hermano. La Cotena toma partido contra el contenido de los libros porque teme por la vida de sus hijos. Las ideas de Máximo suscitan curiosi-dad también en personas a las que nun-ca les había interesado la historia o la cultura. Habrá quien abandone la lu-cha, cuando tenga que dedicarse a la familia, como Camilo, el boxeador amigo de Medialuna:

- […] tendremos que vivir juntos por nuestro hijo.

-¡Sí negra! Ahora, por él, más que nun-ca debo pelear (p. 129).

No serán los prosélitos de Máximo los que decretarán su muerte, sino los que querían que el conocimiento de los negros de Chambacú se quedara en un nivel bajo y vulgar. Lo asesinan y en el mito platónico, la matanza del filósofo se refiere al destino que le tocó a Sócra-tes, maestro de Platón. El mito de la caverna comprende el concepto de polí-tica de la filosofía: el uso del conoci-miento que el estudioso ha adquirido, para entender y fundar una comunidad feliz y justa. El filósofo vuelve a su ca-verna para reconsiderar el mundo hu-mano después de su descubrimiento. Permite a la comunidad gozar de lo que ha visto fuera de este mundo común. El alejamiento de Chambacú (la caverna) fue para Máximo no sólo de tipo físico, sino mental, favorecido por los libros que le habían permitido conocer la ver-dad de las injusticias sufridas y lo ab-surdo de las pretensiones de los enemi-gos del pueblo. Después de esta abstrac-ción tendrá que acostumbrarse otra vez a la obscuridad de la caverna y recono-cerá lo que ha estudiado, tratando de plantear una lucha social que llevará a un estado ficticio, de gente adormecida que se contendía en el poder para de-fender sus privilegios en Chambacú. Este mito se encuentra en La República de Platón, uno de los textos más impor-tantes de la filosofía política occidental, que ha dado lugar a interpretaciones tanto de izquierda como de derecha. Muchos la han leído casi como un pri-mer esbozo del idealismo socialista. No faltaron también otros tipos de lectura,

como las de “derecha” o de los nazifas-cistas. Quizás una lectura de “izquier-da” de este mito platónico se adapte más a la novela de Zapata Olivella. Máximo trastorna el pueblo con sus ideas de cambios globales, que asustan por su carga innovadora y su posibili-dad de mejorar la situación del país. Máximo muere por sus convicciones, como muchos personajes de la historia a quienes les ha tocado este ingrato destino, empezando por Jesús y Sócra-tes, hombres muy diferentes y lejanos, pero afines en el mensaje que querían transmitir al mundo. Eran todos maes-tros en el arte de hablar, fascinantes para algunos, molestos para otros, por su valor para denunciar abusos e injus-ticias. Dejaron discípulos al morir y de hecho, el final de la novela es ejemplar: Zapata Olivella pasa de la descripción del velorio de Máximo a la entrada de Dominguito que se va a la escuela; ésta es una novedad porque nunca había querido ir, prefiriendo la pelea de gallos. «Ya llevo las semillas de aguacate» (p. 155), cuyo zumo era necesario para sacar una tinta útil para las pancartas o para escribir sobre los muros. Máximo podía descansar en paz: había abierto los ojos a muchos que, al entenderlo, estaban siguiendo su lucha.

La familia de Máximo y José Raquel

La familia protagonista es muy va-riada: además de José Raquel y Máxi-mo, están Medialuna y Críspulo. Los dos son luchadores: Medialuna un bo-xeador y Críspulo un gallero entregado a la pelea de gallos, pasión heredada de su padre (que por esto ha muerto) y transmitida al nieto Dominguito. La pelea de gallos, todavía difundida en América Latina, funciona con pequeños cuchillos atados a las patas de los gallos, que son muy diferentes de los nuestros y de una raza más agresiva. Puede pasar que los amos mojen los cuchillos en veneno, antes de echar los gallos a la arena, para ganar. Ésta es la triste anéc-dota que le pasa a Dominguito, herido por un gallo cuya espuela estaba enve-nenada. A la Cotena le repugna esta manera de ganarse la vida y se desespe-ra por la suerte que le ha tocado con sus hijos: un redentor de pobres, un boxea-dor, un gallero, un vicioso y una mujer soltera. La Cotena es muy piadosa: reza

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rable. De todas formas cada habitante le estaba muy apegado y luchará para defenderlo de la voluntad de dominio externo. «José Raquel miró con orgullo los rostros asombrados», los regalos que entrega a su familia saben a Corea, por su modernidad y sorprenden a sus pa-rientes. José Raquel les trajo una radio, y así podían escucharla en su casa, en vez de escuchar la de la casa de al lado. Esto es un signo de evolución, progreso, pero la Cotena no queda tan seducida por estas riquezas: «sabía lo que signifi-caba una radio en casa» (p. 78), pero no adivina el horrible secreto que el hijo guarda en el fondo de la maleta. Las fotos donde sonríe junto a otros milita-res al lado de cabezas de coreanos de-capitados, hacen percibir a la madre que «no le devolvían a su hijo sino a un monstruo» (p. 80). Esta imagen evoca las fotos sacadas hace pocos años en la cárcel de Abu Mazen, Iraq, por los sol-dados americanos. Fotos vergonzosas que escandalizaron al mundo por las torturas de los prisioneros de guerra, inmortalizados al lado de americanos sonrientes y complacidos en su atroci-dad. El desprecio del respeto y de la dignidad, el gusto por infligir una pena que no sea humana: todo esto pasa en la guerra y todo el mundo puede imagi-narlo, pero lo que más ofende e indigna es la foto que concreta hasta qué punto la maldad y el sadismo pueden llegar. La Cotena tira las fotos al fuego: ha entendido que los regalos cubren algo más grande y devorador, que puede absorber también a las personas buenas. La Cotena define a José Raquel como un sinvergüenza y defenderá a la blanca Inge, que al principio había apodado “gringa”. Inge era un antojo: «¡Todos queremos probar el plato ajeno! ¡Eso es todo!» (p. 61) había explicado al pueblo. Así que había vuelto a juntarse con las prostitutas negras, las Rudesindas, las únicas que lo satisfacían.

Esta novela se basa también en Máximo, redentor de pobres, encarce-lado 14 veces por sus ideas antiguber-namentales y su cultura, y al final logra organizar al pueblo sacándolo de su ignorancia. No soporta la falta de cono-cimiento y se enfada por esto, como se puede ver en el episodio en que Do-minguito, herido por la espuela envene-nada de un gallo, tendría que amputar-se una pierna porque se le ha gangre-nado. La Cotena (cuyo marido había muerto por una herida en un muslo, causada por una espuela envenenada),

se opone a los médicos y pide ayuda al hechicero del pueblo. Con remedios rústicos y brutales, quema el veneno que había gangrenado la pierna y éste recupera su movilidad. A pesar del éxito de esta intervención, un hombre de cultura como Máximo no acepta los métodos de los curanderos, que en Chambacú predominan. Sus ideas revo-lucionarias, que enseñan al pueblo sus derechos, lo acercan a una figura me-siánica y, por su proximidad al pueblo y su oposición a los poderosos, será asesi-nado. Los que hacen preguntas y pre-sentan un cuadro de la situación de pobreza, son un peligro para los que quieren mantener al pueblo bajo el yu-go de la ignorancia. El conocimiento restituye la libertad y esto es lo que Má-ximo transmite a sus paisanos. Hay jó-venes que le siguen desde el principio, como Atilio que, por apoyar la lucha de Máximo será reclutado para ir a Corea y morirá. Su madre inculpará a la Co-tena por la muerte de su único hijo.

La misma Inge se queda cautivada con Máximo y da clases en la escuela de la maestra Domitila. Inge es como Má-ximo: «No se resignan a compartir la agonía de Chambacú», por esto se comprometen a que todos estén mejor, con la conciencia de su tipo de vida. Con Máximo, Zapata Olivella habla también de la raza africana de la que descienden él y Chambacú. Ya cuando describe su cuerpo, que la Cotena ob-serva y comenta se refiere a su piel «no tan negra como sus otros hijos. ¿Sería porque nunca trabajó al sol? Pero era fuerte. Su vigor le venía del padre y de los abuelos esclavos» (p. 8). Cuando está con Inge le cuenta los orígenes de Chambacú:

No es ocasional que Chambacú, corral de negros, haya nacido al pie de las mura-llas. Nuestros antepasados fueron traídos aquí para construírlas. Los barcos negreros llegaban atestados de esclavos provenientes de toda Africa. Mandingas, yolofos, minas, carabalíes, fiafaras, yorubas, más de cuaren-ta tribus. Para diferenciarlos marcaban las espaldas y pechos con hierros candentes (p. 121).

El doloroso e infame pasado del comercio negrero toma cuerpo en las palabras de Máximo, el único que re-cuerda la historia porque la ha estudia-do y ha podido entender la realidad presente. Es imposible pensar en Má-ximo sin sus libros: «si no hubiera sido por ellos no le perseguirían» (p. 9). En

esta novela no hay un protagonista, todos son necesarios para el desarrollo de la trama, que cuenta con la diversi-dad de personalidades. Cabe arriesgar una confrontación José Raquel/Máxi-mo: el holgazán egoísta e inseguro con-tra el culto y facilitador del pueblo. El primero que pasa sus días bebiendo, fumando marihuana y fornicando, y el otro que está listo para morir por de-fender sus ideas. Otras dos parejas anti-téticas son la de Inge/Clotilde y la de Inge/Cotena: la sueca llena de cultura que en muy poco tiempo se adapta a las dificultades de la tierra y trabaja para la familia que siente como suya, contra la joven cuñada, resignada, con un hijo que no logra cuidar. Inge y la suegra se parecen mucho: las dos entenderán que José Raquel se está autodestruyendo. Hacia el final de la novela, se hace sar-gento del ejército colombiano y a favor del gobierno, sin mostrar ningún escrú-pulo en el plan de vida que le comunica a Inge, o sea dejar esa isla para vivir en Manga («donde viven las gringas» ha-bía dicho la Cotena). «Te compraré vestidos, radio y… podría ser que hasta un automóvil. Entra y saca tus maletas. No necesitas despedirte» (p. 142). Éste es el momento en que los esposos se despiden, porque Inge no quiere alejar-se de Chambacú: «Ahora no podría vivir sin el calor de los pobres». Logra superar su soledad y entender lo que desea, quiere empeñarse en mejorar la vida de los desgraciados. Para José Ra-quel éstas son “pendejadas” de Máxi-mo, pero para Inge es toda su vida.

La importancia del conocimiento:un parangón platónico

El conocimiento es como la luz y la luz se percibe con los ojos abiertos. Má-ximo siempre los tuvo, «mijo siempre quiso mirar mucho» y sigue teniéndolos después de la muerte, porque sus pár-pados no se cierran. Este parangón re-cuerda un mito presente en la filosofía de Platón: el de la caverna, que se vol-vió el más famoso del platonismo. El mito ilustra un grupo de esclavos (los hombres comunes) encadenados en el fondo de una caverna (nuestro mundo) donde ven las sombras de estatuillas que se mueven (la imagen superficial de la realidad) sin lograr ver a quién pertene-cen esas sombras porque están encade-

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nados. Los esclavos piensan que estas sombras son la única realidad que exis-te. En este mito Platón supone la libera-ción de uno de estos esclavos, que se da cuenta de que las sombras no son la realidad, sino que fuera de la caverna, las estatuillas son imitaciones de cosas reales, visibles a la luz del sol. Al princi-pio esta luz lo encandila y lo ciega, ya que sus ojos están acostumbrados a la obscuridad y sólo más tarde podrá dis-tinguir las cosas reales, en su autentici-dad y plenitud. Si quisiera hacer a sus compañeros partícipes de este descu-brimiento, una vez regresado a la ca-verna, tendría sus ojos cegados por la obscuridad, ya no podría distinguir las sombras y, por esto, los demás se burla-rían de él. Su intento de liberarlos y de convencerlos de que se equivocan, lleva-ría a los esclavos a asesinarlo. La simbo-logía de este mito es muy vasta y se puede aplicar a diferentes situaciones, como la función que Máximo tiene en Chambacú. Él y su pueblo son como los esclavos de la caverna, atados con ca-denas (impuestas por la voluntad de otros) y sólo pueden contemplar ese nivel de la realidad, que a los poderosos sirve para seguir aprovechándose de su ignorancia. Máximo ha logrado liberar-se de la ignorancia que lo encadena a esa mentalidad y realidad. La salida de la caverna es el principio de los estudios de Máximo y en el mito platónico re-presenta el logro del nivel más alto de la filosofía (o sea cuando el ex esclavo sos-tiene la mirada del sol y admira las co-sas reales). La vuelta del esclavo a la caverna, su primera morada, muestra que el hombre, que se ha vuelto filósofo, no se encierra en una torre de marfil, sino que quiere enseñar a sus compañe-ros lo que ha descubierto: la verdad. Igualmente Máximo transmite a su pueblo lo que ha estudiado, elaborado, así como las conclusiones a las que ha llegado. Los que se oponen a esta nove-dad creen que el ex esclavo Máximo está loco, ya que están llenos de prejui-cios, miedo y tradiciones ancestrales. Es muy difícil poner en tela de juicio nues-tros conocimientos y darnos cuenta que hemos creído en falsedades.

La Cotena quema los libros de Má-ximo (ésto recuerda la hoguera de los libros en Alemania, cuando Hitler llegó al poder) porque tiene miedo de que su hijo vuelva a la cárcel. Éstas son todas resistencias simbólicas al conocimiento de la realidad que, para quien despierta a un pueblo, puede significar la muerte.

Más adelante en la historia es impor-tante la conversación que madre e hijo tienen cuando Máximo regresa a su casa: «Júrame que has dejado esas ideas locas de salvar al mundo» (p. 97). La mujer no cree en estas veleidades. Pone en guardia también a Medialuna, el hijo boxeador que parece interesarse en los libros del hermano. La Cotena toma partido contra el contenido de los libros porque teme por la vida de sus hijos. Las ideas de Máximo suscitan curiosi-dad también en personas a las que nun-ca les había interesado la historia o la cultura. Habrá quien abandone la lu-cha, cuando tenga que dedicarse a la familia, como Camilo, el boxeador amigo de Medialuna:

- […] tendremos que vivir juntos por nuestro hijo.

-¡Sí negra! Ahora, por él, más que nun-ca debo pelear (p. 129).

No serán los prosélitos de Máximo los que decretarán su muerte, sino los que querían que el conocimiento de los negros de Chambacú se quedara en un nivel bajo y vulgar. Lo asesinan y en el mito platónico, la matanza del filósofo se refiere al destino que le tocó a Sócra-tes, maestro de Platón. El mito de la caverna comprende el concepto de polí-tica de la filosofía: el uso del conoci-miento que el estudioso ha adquirido, para entender y fundar una comunidad feliz y justa. El filósofo vuelve a su ca-verna para reconsiderar el mundo hu-mano después de su descubrimiento. Permite a la comunidad gozar de lo que ha visto fuera de este mundo común. El alejamiento de Chambacú (la caverna) fue para Máximo no sólo de tipo físico, sino mental, favorecido por los libros que le habían permitido conocer la ver-dad de las injusticias sufridas y lo ab-surdo de las pretensiones de los enemi-gos del pueblo. Después de esta abstrac-ción tendrá que acostumbrarse otra vez a la obscuridad de la caverna y recono-cerá lo que ha estudiado, tratando de plantear una lucha social que llevará a un estado ficticio, de gente adormecida que se contendía en el poder para de-fender sus privilegios en Chambacú. Este mito se encuentra en La República de Platón, uno de los textos más impor-tantes de la filosofía política occidental, que ha dado lugar a interpretaciones tanto de izquierda como de derecha. Muchos la han leído casi como un pri-mer esbozo del idealismo socialista. No faltaron también otros tipos de lectura,

como las de “derecha” o de los nazifas-cistas. Quizás una lectura de “izquier-da” de este mito platónico se adapte más a la novela de Zapata Olivella. Máximo trastorna el pueblo con sus ideas de cambios globales, que asustan por su carga innovadora y su posibili-dad de mejorar la situación del país. Máximo muere por sus convicciones, como muchos personajes de la historia a quienes les ha tocado este ingrato destino, empezando por Jesús y Sócra-tes, hombres muy diferentes y lejanos, pero afines en el mensaje que querían transmitir al mundo. Eran todos maes-tros en el arte de hablar, fascinantes para algunos, molestos para otros, por su valor para denunciar abusos e injus-ticias. Dejaron discípulos al morir y de hecho, el final de la novela es ejemplar: Zapata Olivella pasa de la descripción del velorio de Máximo a la entrada de Dominguito que se va a la escuela; ésta es una novedad porque nunca había querido ir, prefiriendo la pelea de gallos. «Ya llevo las semillas de aguacate» (p. 155), cuyo zumo era necesario para sacar una tinta útil para las pancartas o para escribir sobre los muros. Máximo podía descansar en paz: había abierto los ojos a muchos que, al entenderlo, estaban siguiendo su lucha.

La familia de Máximo y José Raquel

La familia protagonista es muy va-riada: además de José Raquel y Máxi-mo, están Medialuna y Críspulo. Los dos son luchadores: Medialuna un bo-xeador y Críspulo un gallero entregado a la pelea de gallos, pasión heredada de su padre (que por esto ha muerto) y transmitida al nieto Dominguito. La pelea de gallos, todavía difundida en América Latina, funciona con pequeños cuchillos atados a las patas de los gallos, que son muy diferentes de los nuestros y de una raza más agresiva. Puede pasar que los amos mojen los cuchillos en veneno, antes de echar los gallos a la arena, para ganar. Ésta es la triste anéc-dota que le pasa a Dominguito, herido por un gallo cuya espuela estaba enve-nenada. A la Cotena le repugna esta manera de ganarse la vida y se desespe-ra por la suerte que le ha tocado con sus hijos: un redentor de pobres, un boxea-dor, un gallero, un vicioso y una mujer soltera. La Cotena es muy piadosa: reza

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a la Virgen del Monte Carmelo a la que encomienda el alma de Máximo, aun-que él nunca ha creído mucho en las oraciones. Enciende una vela a la Vir-gencita de la Candelaria para proteger a Medialuna del reclutamiento. Cuando ve las fotos de la guerra, intima a José Raquel para que se vaya a la Iglesia. «Mijo, tienes que ir hoy mismo a confe-sarte» (p. 81), pensando que una simple confesión iba a ser suficiente para un arrepentimiento.

En Chambacú hay dos personajes más: el perro Mauretania y la tía Petro-nila, hermana de la matriarca Cotena. Mauretania (nombre de una república del Africa occidental, ex colonia france-sa, independiente en 1958) forma parte de la familia de la Cotena y puede per-cibir cuando su amo, Medialuna, vuelve a casa, por esto empieza a gañir y la-drar: «Los animales saben más que no-sotros. Escuchan conversaciones a mu-chos kilómetros de distancia» (p. 82). También en la novela romántica Cu-mandá (1879), el autor ecuatoriano Juan León Mera inserta un perro para dar ánimos a la chica que huye en la selva y en la desolación, se revela la única figu-ra querida, que le transmite cariño an-tes de morir. Petronila siempre había vivido sola y Zapata Olivella deja varias interpretaciones de los motivos por la ausencia de un hombre. Para algunos era estéril y “adoptó” al nieto José Ra-quel como si fuera su hijo, porque la Cotena tuvo un parto muy difícil y le costó trabajo reponerse. Así que José Raquel vivió sus primeros días de vida con la tía Petronila y la Cotena aceptó que la hermana se sintiera su madre. El niño se reveló muy hábil en manejar a las dos madres: creció más rápido que sus hermanos, ya que se alimentaba en dos casas y siempre se preocupaba de que su tía no se sintiera a disgusto. Cuando José Raquel regresa de la gue-rra, la Cotena sufre al verlo tan cam-biado pero logra ser muy severa con él, en cambio Petronila parece sufrir de manera más pasiva y no reprende al chico, a pesar de su mal comportamien-to. Se angustia y va a casa del curande-ro Boni para que lea los posos de café. Ve que José Raquel está comprometido en el consumo de marihuana y Petroni-la está acabada: «Quería leer por sí misma el mal» (p. 102). Se queda aún más desolada cuando se entera que José Raquel no puede engendrar porque en la guerra se quedó estéril: «La perseguía la maldición de la soledad» (p. 103). La

soledad aliviada años atrás con la infan-cia que José Raquel, ya adulto y lleno de vicios, se habría profundizado aún más, una vez que se vio negada la posi-bilidad de llegar a ser abuela. Petronila sólo tiene a Mauretania esperándola, el único amor que le queda. Probable-mente Petronila se muere por su estado de exclusión y falta de cariño. Zapata Olivella no precisa si se suicida o si se muere por causas naturales: será Mau-retania quien llamará la atención. Se muere tal como había vivido: sola y en silencio. Existe un paralelo entre la si-tuación de Petronila y la de Andrea, hermana de Domingo de En Chimá nace un santo: las dos solteras y sin hijos, lle-nas de amor hacia un pariente cercano, el hermano Domingo y el nieto José Raquel. Sus muertes son muy pareci-das, ya que siguen la muerte de la per-sona a la que querían, como si la misión de su existencia se hubiera extinguido.

Chambacú, en su soledad y aisla-miento, puede remitir al Macondo de García Márquez, enterrado en las en-trañas de la selva colombiana y colo-reado con las historias de la familia Buendía. No se quiere crear un paran-gón entre las dos novelas, sino sólo en-contrar una relación entre los dos luga-res autosuficientes, sumergidos en la naturaleza exuberante y lejos de la “ci-vilización”. Aparte esto no es posible un paralelismo entre la obra maestra del realismo mágico y la novela de Zapata Olivella: los temas son muy distintos, aunque ocurren en dos pueblos igual-mente aislados y en el mismo período, los años Sesenta (1967 para García Márquez y 1963 para Zapata Olivella). En Zapata Olivella aparece el intento (siempre logrado por García Márquez) de explicar acontecimientos singulares como si fueran la normalidad y como si representaran a la América Latina. García Márquez con Macondo y la saga de los Buendía ha mostrado cómo el realismo es inadecuado al ambiente suramericano. Este aspecto no está pre-sente en Zapata Olivella, que le da a su obra un corte decididamente realista.

En las novelas de Zapata Olivella el énfasis que se da a los personajes pasa de la perspectiva de la víctima al triun-fo: toda su producción se concentra en los miserables. La literatura afrocolom-biana no es un simple ejercicio intelec-tual o psicológico, ni se reduce a un interés de tipo comercial: Zapata Oli-vella es el ejemplo de cuánto está intere-sada la literatura en lo social y en el

área de expansión cultural de los perso-najes. En En Chimá nace un santo, el autor enseña diferentes tipos de educación e instrucción: Berrocal es el cura máximo, que da por descontada la ignorancia de los habitantes del país, ya que no cree en la santidad de Domingo; al otro lado está el pueblo airado, que empieza una guerrilla urbana. La literatura de Zapa-ta Olivella está fuera de la principal corriente de literatura afrocolombiana, porque no son muchos los escritores que eligen a los negros como protagonistas de sus historias. Sólo los países caribe-ños focalizaron su interés en los negros y en los problemas étnico-raciales. Fue-ron muchos los autores que se inspira-ron en Zapata Olivella y Guillén, que subrayaron sin pudor su relación con las culturas africanas del mundo. Las obras con claras y directas referencias raciales no son las únicas que están interesadas en el problema de la etnia, por esto su-cede que un simple acto de escritura creativa, favorece la identificación con la raza. Por eso la ausencia de caracte-rizaciones raciales lleva a que el bagaje de conocimientos sea europeo o sim-plemente de origen blanco.

Martin Lewis sostuvo que hablar de raza negra no es poner especial acento en la pobreza de los pueblos, sino aludir a su piel negra, que levanta el problema del explotación económica y social. En América Latina todos los autores afro-americanos se reconocen como parte de una gran familia: la de los que han su-frido la trata de esclavos. La formación de parejas de hombres negros y mujeres blancas, como pasa con José Raquel e Inge, es un tema constante en la litera-tura afroamericana, a menudo junto con el deseo de blanqueamiento y la insensata, inexplicable atracción hacia el amo (blanco). Este tema está presente en la autora cubana Nancy Morejón, que escribió poesías de amor para su amo (como Amo a mi amo) sin dejar la ironía y el sarcasmo, maldiciendo su corazón, culpable de sentir amor. Su poesía toma en consideración también la disparidad entre pudientes y no pu-dientes y a menudo en los pobres nace una admiración hacia los que más tie-nen y los controlan. En las obras de Zapata Olivella no todos los caracteres descritos son negativos, el autor celebra la negritud, el ser negro y baja a dife-rentes niveles de naturaleza socio-eco-nómica, según la región. No se habla solo de una herencia negativa adquirida con los atropellos del período esclavista.

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Cada personaje en Chambacú se en-frenta a esta temática: Medialuna y Críspulo eligen dos actividades para llegar con facilidad a una rentabilidad que asegure las necesidades para sí y su familia, ya que no tienen hijos ni mujer. Medialuna en el boxeo y Críspulo con los gallos: dos maneras imprevisibles de ganar y que no garantizan una segura remuneración. Todo se fundamenta en las esperanzas que se vuelven certezas mientras se confía en capacidades (y reflejos para Medialuna) o en la agresi-vidad de los gallos (Críspulo). También éste es un signo de negritud, son dos actividades que hablan de negros, sobre todo la pelea de gallos, que se puede encontrar en muchos patios y pequeñas arenas de América Latina. Los dos hermanos son como dos esclavos del destino: esta palabra se repite mucho en el árbol genealógico de cada familia afroamericana. Parece que este someti-miento se reitere en los siglos: aquí no es el colono quien pone el yugo al ne-gro, sino que es éste el esclavo del “alea”, la casualidad. Medialuna volve-rá a casa agonizante y la pasión de ga-llos acercará Domingo a la muerte. Medialuna y Críspulo no conocen al-ternativas posibles en Chambacú, un auténtico gueto, porque su comunidad está marginada y en los externos sólo encuentran un interés imperialísta. To-ma cuerpo, de nuevo, el espectro del colonialismo del hombre occidental, que actúa para reivindicar los territorios (y José Raquel será su cómplice). La negritud en Zapata Olivella se vive tan-to en el pasado como en el presente, cuando es meta de renovación de los protagonistas. Chambacú, corral de negros se puede considerar una de las obras más conmovedoras, explicativas e im-portantes de la negritud y seguramente una de las más conocidas de Zapata Olivella. Hace falta recordar que esta novela sigue la espiral de la violencia y del hambre, con el detalle que se en-cuentra dentro de un contexto de ne-gritud. Es aquí que se puede tocar el vivo problema del negro y las dificulta-des de su vida dentro de un país, del que el mundo occidental quería apro-vecharse. Contando la historia de esta familia y de este pequeño pueblo, Za-pata Olivella ha mostrado la universa-lidad del tema del negro, ya que ésta podría ser la historia de muchos otros pueblos de la costa colombiana donde se encuentran las comunidades de ne-gros. Al comienzo hicimos referencia al

ensayo de Captain-Hidalgo por lo que es la negritud la que asegura universali-dad a la literatura de este autor. Chamba-cú, corral de negros es la demostración.

Bibliografía

Manuel Zapata Olivella, Chambacú, corral de negros (1963), Medellín, Bedout, 1977.

Yvonne Captain-Hidalgo, The cultu-re of fiction in the works of Manuel Zapata Olivella, University of Missouri Press, 1993.

Antonio D.Tillis, Manuel Zapata Olivella and the “darkening” of latin american literature, Missouri, University of Missouri, 2005.

Richard Jackson, Black writers and Latin America: cross cultural affinities, Wa-shington, Howard University Press, 1998.

www.andesmissouri.edu/andes/Cronicas/EDW_Zapata.html.

ELEONORA MELANI (Prato, Italia, 1981).Se licenció en Filología hispánica en la Universidad de Florencia con un trabajo sobre la autora uruguaya Tere-sa Porzecanski y en la misma facultad consiguió la es-pecialización en “Estudios sobre las dos Américas”. Es colaboradora de la revista romana «Fili d’aquilone», del Centro Studi Jorge Eielson de Florencia y de la Revista AURORABOREAL de Dinamarca.

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a la Virgen del Monte Carmelo a la que encomienda el alma de Máximo, aun-que él nunca ha creído mucho en las oraciones. Enciende una vela a la Vir-gencita de la Candelaria para proteger a Medialuna del reclutamiento. Cuando ve las fotos de la guerra, intima a José Raquel para que se vaya a la Iglesia. «Mijo, tienes que ir hoy mismo a confe-sarte» (p. 81), pensando que una simple confesión iba a ser suficiente para un arrepentimiento.

En Chambacú hay dos personajes más: el perro Mauretania y la tía Petro-nila, hermana de la matriarca Cotena. Mauretania (nombre de una república del Africa occidental, ex colonia france-sa, independiente en 1958) forma parte de la familia de la Cotena y puede per-cibir cuando su amo, Medialuna, vuelve a casa, por esto empieza a gañir y la-drar: «Los animales saben más que no-sotros. Escuchan conversaciones a mu-chos kilómetros de distancia» (p. 82). También en la novela romántica Cu-mandá (1879), el autor ecuatoriano Juan León Mera inserta un perro para dar ánimos a la chica que huye en la selva y en la desolación, se revela la única figu-ra querida, que le transmite cariño an-tes de morir. Petronila siempre había vivido sola y Zapata Olivella deja varias interpretaciones de los motivos por la ausencia de un hombre. Para algunos era estéril y “adoptó” al nieto José Ra-quel como si fuera su hijo, porque la Cotena tuvo un parto muy difícil y le costó trabajo reponerse. Así que José Raquel vivió sus primeros días de vida con la tía Petronila y la Cotena aceptó que la hermana se sintiera su madre. El niño se reveló muy hábil en manejar a las dos madres: creció más rápido que sus hermanos, ya que se alimentaba en dos casas y siempre se preocupaba de que su tía no se sintiera a disgusto. Cuando José Raquel regresa de la gue-rra, la Cotena sufre al verlo tan cam-biado pero logra ser muy severa con él, en cambio Petronila parece sufrir de manera más pasiva y no reprende al chico, a pesar de su mal comportamien-to. Se angustia y va a casa del curande-ro Boni para que lea los posos de café. Ve que José Raquel está comprometido en el consumo de marihuana y Petroni-la está acabada: «Quería leer por sí misma el mal» (p. 102). Se queda aún más desolada cuando se entera que José Raquel no puede engendrar porque en la guerra se quedó estéril: «La perseguía la maldición de la soledad» (p. 103). La

soledad aliviada años atrás con la infan-cia que José Raquel, ya adulto y lleno de vicios, se habría profundizado aún más, una vez que se vio negada la posi-bilidad de llegar a ser abuela. Petronila sólo tiene a Mauretania esperándola, el único amor que le queda. Probable-mente Petronila se muere por su estado de exclusión y falta de cariño. Zapata Olivella no precisa si se suicida o si se muere por causas naturales: será Mau-retania quien llamará la atención. Se muere tal como había vivido: sola y en silencio. Existe un paralelo entre la si-tuación de Petronila y la de Andrea, hermana de Domingo de En Chimá nace un santo: las dos solteras y sin hijos, lle-nas de amor hacia un pariente cercano, el hermano Domingo y el nieto José Raquel. Sus muertes son muy pareci-das, ya que siguen la muerte de la per-sona a la que querían, como si la misión de su existencia se hubiera extinguido.

Chambacú, en su soledad y aisla-miento, puede remitir al Macondo de García Márquez, enterrado en las en-trañas de la selva colombiana y colo-reado con las historias de la familia Buendía. No se quiere crear un paran-gón entre las dos novelas, sino sólo en-contrar una relación entre los dos luga-res autosuficientes, sumergidos en la naturaleza exuberante y lejos de la “ci-vilización”. Aparte esto no es posible un paralelismo entre la obra maestra del realismo mágico y la novela de Zapata Olivella: los temas son muy distintos, aunque ocurren en dos pueblos igual-mente aislados y en el mismo período, los años Sesenta (1967 para García Márquez y 1963 para Zapata Olivella). En Zapata Olivella aparece el intento (siempre logrado por García Márquez) de explicar acontecimientos singulares como si fueran la normalidad y como si representaran a la América Latina. García Márquez con Macondo y la saga de los Buendía ha mostrado cómo el realismo es inadecuado al ambiente suramericano. Este aspecto no está pre-sente en Zapata Olivella, que le da a su obra un corte decididamente realista.

En las novelas de Zapata Olivella el énfasis que se da a los personajes pasa de la perspectiva de la víctima al triun-fo: toda su producción se concentra en los miserables. La literatura afrocolom-biana no es un simple ejercicio intelec-tual o psicológico, ni se reduce a un interés de tipo comercial: Zapata Oli-vella es el ejemplo de cuánto está intere-sada la literatura en lo social y en el

área de expansión cultural de los perso-najes. En En Chimá nace un santo, el autor enseña diferentes tipos de educación e instrucción: Berrocal es el cura máximo, que da por descontada la ignorancia de los habitantes del país, ya que no cree en la santidad de Domingo; al otro lado está el pueblo airado, que empieza una guerrilla urbana. La literatura de Zapa-ta Olivella está fuera de la principal corriente de literatura afrocolombiana, porque no son muchos los escritores que eligen a los negros como protagonistas de sus historias. Sólo los países caribe-ños focalizaron su interés en los negros y en los problemas étnico-raciales. Fue-ron muchos los autores que se inspira-ron en Zapata Olivella y Guillén, que subrayaron sin pudor su relación con las culturas africanas del mundo. Las obras con claras y directas referencias raciales no son las únicas que están interesadas en el problema de la etnia, por esto su-cede que un simple acto de escritura creativa, favorece la identificación con la raza. Por eso la ausencia de caracte-rizaciones raciales lleva a que el bagaje de conocimientos sea europeo o sim-plemente de origen blanco.

Martin Lewis sostuvo que hablar de raza negra no es poner especial acento en la pobreza de los pueblos, sino aludir a su piel negra, que levanta el problema del explotación económica y social. En América Latina todos los autores afro-americanos se reconocen como parte de una gran familia: la de los que han su-frido la trata de esclavos. La formación de parejas de hombres negros y mujeres blancas, como pasa con José Raquel e Inge, es un tema constante en la litera-tura afroamericana, a menudo junto con el deseo de blanqueamiento y la insensata, inexplicable atracción hacia el amo (blanco). Este tema está presente en la autora cubana Nancy Morejón, que escribió poesías de amor para su amo (como Amo a mi amo) sin dejar la ironía y el sarcasmo, maldiciendo su corazón, culpable de sentir amor. Su poesía toma en consideración también la disparidad entre pudientes y no pu-dientes y a menudo en los pobres nace una admiración hacia los que más tie-nen y los controlan. En las obras de Zapata Olivella no todos los caracteres descritos son negativos, el autor celebra la negritud, el ser negro y baja a dife-rentes niveles de naturaleza socio-eco-nómica, según la región. No se habla solo de una herencia negativa adquirida con los atropellos del período esclavista.

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Cada personaje en Chambacú se en-frenta a esta temática: Medialuna y Críspulo eligen dos actividades para llegar con facilidad a una rentabilidad que asegure las necesidades para sí y su familia, ya que no tienen hijos ni mujer. Medialuna en el boxeo y Críspulo con los gallos: dos maneras imprevisibles de ganar y que no garantizan una segura remuneración. Todo se fundamenta en las esperanzas que se vuelven certezas mientras se confía en capacidades (y reflejos para Medialuna) o en la agresi-vidad de los gallos (Críspulo). También éste es un signo de negritud, son dos actividades que hablan de negros, sobre todo la pelea de gallos, que se puede encontrar en muchos patios y pequeñas arenas de América Latina. Los dos hermanos son como dos esclavos del destino: esta palabra se repite mucho en el árbol genealógico de cada familia afroamericana. Parece que este someti-miento se reitere en los siglos: aquí no es el colono quien pone el yugo al ne-gro, sino que es éste el esclavo del “alea”, la casualidad. Medialuna volve-rá a casa agonizante y la pasión de ga-llos acercará Domingo a la muerte. Medialuna y Críspulo no conocen al-ternativas posibles en Chambacú, un auténtico gueto, porque su comunidad está marginada y en los externos sólo encuentran un interés imperialísta. To-ma cuerpo, de nuevo, el espectro del colonialismo del hombre occidental, que actúa para reivindicar los territorios (y José Raquel será su cómplice). La negritud en Zapata Olivella se vive tan-to en el pasado como en el presente, cuando es meta de renovación de los protagonistas. Chambacú, corral de negros se puede considerar una de las obras más conmovedoras, explicativas e im-portantes de la negritud y seguramente una de las más conocidas de Zapata Olivella. Hace falta recordar que esta novela sigue la espiral de la violencia y del hambre, con el detalle que se en-cuentra dentro de un contexto de ne-gritud. Es aquí que se puede tocar el vivo problema del negro y las dificulta-des de su vida dentro de un país, del que el mundo occidental quería apro-vecharse. Contando la historia de esta familia y de este pequeño pueblo, Za-pata Olivella ha mostrado la universa-lidad del tema del negro, ya que ésta podría ser la historia de muchos otros pueblos de la costa colombiana donde se encuentran las comunidades de ne-gros. Al comienzo hicimos referencia al

ensayo de Captain-Hidalgo por lo que es la negritud la que asegura universali-dad a la literatura de este autor. Chamba-cú, corral de negros es la demostración.

Bibliografía

Manuel Zapata Olivella, Chambacú, corral de negros (1963), Medellín, Bedout, 1977.

Yvonne Captain-Hidalgo, The cultu-re of fiction in the works of Manuel Zapata Olivella, University of Missouri Press, 1993.

Antonio D.Tillis, Manuel Zapata Olivella and the “darkening” of latin american literature, Missouri, University of Missouri, 2005.

Richard Jackson, Black writers and Latin America: cross cultural affinities, Wa-shington, Howard University Press, 1998.

www.andesmissouri.edu/andes/Cronicas/EDW_Zapata.html.

ELEONORA MELANI (Prato, Italia, 1981).Se licenció en Filología hispánica en la Universidad de Florencia con un trabajo sobre la autora uruguaya Tere-sa Porzecanski y en la misma facultad consiguió la es-pecialización en “Estudios sobre las dos Américas”. Es colaboradora de la revista romana «Fili d’aquilone», del Centro Studi Jorge Eielson de Florencia y de la Revista AURORABOREAL de Dinamarca.

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María Mariotti-Luy Librería El Cóndor Zürich

Entrevista de Edimca realizada en marzo 28 de 2009

EDIMCA:María Mariotti-Luy, cuénte-me un poco de usted, de sus orígenes y de cuándo llegó a Zürich.

MARÍA: Nací en abril de 1950 en Puerto Maldonado Madre de Dios, ciudad ubicada en la cuenca amazónica, al suroeste peruano. Mi padre era chino y mi madre era vasca. Luego emigramos a la ciudad de Cuzco. Posteriormen-te emigramos a Lima. En Lima estudié en la Escuela de Bellas Artes; más tarde, formé parte de un importante taller. El “Taller Huayco,” palabra quechua que significa alud. El Taller Huayco marcó de algún modo la Historia del Arte en el Perú de los años 80.

EDIMCA: Entonces usted viene de un ambiente de pintores y artistas, más que de escritores, ¿verdad?

MARÍA: Sí, exactamente. Y fue en esa época, anterior a la formación del Taller Huayco, que conocí a mi esposo, el artista suizo italiano, Francesco Mariotti, cuando él estaba organi-zando el gran festival de arte mass media, “Contacta...” Nos casamos; luego fuimos a vivir al Cuzco, donde nacieron nuestras dos primeras hijas, Ananda y Patricia. Posterior-mente regresamos a Lima, donde nació nuestra tercera hija, Laura. La situación política en el Perú se puso bastante seria y decidimos venir a Suiza por dos años. Yo pensaba que era un tiempo relativamente corto, dos años; yo no quería dejar mi país. Pero la situación política en el Perú precipitó de tal forma que nos obligó a quedarnos en Suiza. Mi esposo tenía muy buena amistad con Rinaldo Bianda, director del festival de Vídeo Arte de Locarno. Bianda nos ofreció trabajar con él. Mi esposo había

participado en la Documenta de Kassel (1968) y había representado a Suiza en la X Bienal de Sao Paulo.

EDIMCA: ¿Todo esto sucedía en qué época?

MARÍA: Era bajo el gobierno de Alan Gar-cía en los años 82-83. Y por eso vinimos a Suiza por dos años; en ese momento vivíamos en el Valle Onsernone, muy cerca de Locarno, donde nació en 1985 nuestro cuarto hijo, Ge-rardo.

EDIMCA: ¿Y de su actividad como artista?

MARÍA: Entonces decidí trabajar y conseguí un trabajo por un año, restaurar la obra del artista Bauhaus suizo, Xanti Schawinsky (1904-1979). Cuando terminé ese trabajo, quedé un poco en el aire. Entonces me dediqué a mi otra pasión que es la lectura.

EDIMCA: Y ahí es cuando abre su librería...

MARÍA: Cuando iba a París por trabajo en los 80, compraba muchos libros en la única librería de lengua española, la “ Librería His-panoamericana,” que era, a mi modo de ver, la más completa. Allá compraba yo todos mis libros. Existía otra librería, la “ Librería Es-pañola”, librería emblemática porque era el refugio y punto de encuentro de exiliados e inte-lectuales españoles republicanos que habían escapado y habían encontrado refugio en la ciudad de París. La librería Hispanoamericana siempre me inspiró y una vez, le comenté a mi

marido que sería interesante abrir una librería parecida en Locarno, ciudad de la Suiza italia-na donde vivíamos. En esa época la migración chilena por exilio político era muy grande en la zona. Había una clientela potencial, pensaba yo. Atenderé un público interesado.Bien, me equivoqué. Uno se equivoca muchas veces en la vida... Empecé con una pequeña librería en Locarno: “El Cóndor”. EDIMCA: ¿Por qué le puso “El Cón-dor” a la librería?

MARÍA: Porque el cóndor es el símbolo de la América de los Andes. Hay cóndores en el norte de Argentina, en Chile, en Perú, en Bolivia, en Ecuador. Hay una región en Colombia también donde hay cóndores. Y también hay una gran novela que me inspiró: “ Yawar Fiesta ”, del antropólogo y escritor José María Arguedas. Yawar Fiesta ( Fiesta de sangre) es una gran novela representativa de lo que es la América del cóndor: “el choque cultural entre lo mestizo y lo indígena”.

EDIMCA: Para usted, literariamente hablando, ¿qué lugares representan la América Latina?

MARÍA: Para mí, Latinoamérica es México, Centroamérica, Sudamérica y el Caribe . Inicia en la frontera de México con los estados Unidos y termina en la Patagonia. EDIMCA: Entonces, María, usted le puso el nombre El Cóndor porque ese es el símbolo de América del Sur, a la cual se siente completamente unida...MARÍA: En la tarjetita de la librería hay un diseño. Ése es un cóndor, es un dibujo que viene

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RABOREA

L Li

bre

rías

Para un amante de la litera-tura latinoamericana que se encuentre de paso por la ciudad de Zürich, será una experiencia maravillosa descubrir en el corazón de la ciudad vieja, cerca de la estación central y del mu-seo Kunsthaus, la librería El Cóndor, lugar donde se promueve por excelencia la pluma latinoamericana. Su propietaria, María Mariotti-Luy artista y librera, lo reci-birá cálidamente y pondrá mucha pasión al proponer su tesoro de libros.

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de un libro que ilustra tejidos precolombinos de la zona de Chancay. Y lo que me gustó de ese dibujito es que la explicación del arqueólogo o d e l q u e l o e n c o n t r ó , d i c e a s í :

“aves unidas a un mismo rostro” Eso me gustó porque eso es Latinoamérica: con toda la problemática, la creatividad que tene-mos es inmensa. A mí me encanta...

EDIMCA: Y después de Locarno, El Cóndor vuela a la ciudad de Zwinglio...

MARÍA: Después nos vinimos a Zürich, donde la realidad de la librería cambió total-mente. Inicialmente, instalé la librería El Cón-dor en un lugar muy complicado, en la calle Obere Zäune , en un sótano, hace 26 años. La Suiza italiana es más latina, pero Zürich es un reto, pues aunque yo soy también suiza de pa-saporte y me siento suiza en muchos aspectos, no soy “la suiza,” ¿comprende? Acá en Zürich, tienes que ser tres veces mejor que los demás...

EDIMCA: Ha sido duro y lindo a la vez para usted y para el Cóndor abrirse camino en esta ciudad.

MARÍA: Sí, duro pero además muy lindo porque he conocido personas como el señor Ro-man Hess, director del Departamento de Cultu-ra de la Alcadía de Zürich (Präsidialabteilung Literaturhaus) y a la señora Malgorzata Pes-chler, con quienes trabajo en colaboración desde hace ya muchos años.

EDIMCA: ¿Entonces, aparte de vender libros, también se promocionan y se presentan los escritores y sus obras? ¿Es El Cóndor un lugar de encuentro?

MARÍA: Cuando me pregunta si aparte de vender libros promocionamos y presentamos, pues eso es lo que hacemos con el señor Hess. Antes lo hacía sola; alquilaba una sala, invita-ba al escritor... Aquí en la librería hice algunas cosas cuando había menos libros, pero ahora no puedo. Sin embargo, la librería sigue siendo un lugar de encuentro en el sentido de que la gente conoce esta librería. Se dan cita aquí en la librería. Aquí hay gente que se ha conocido cuando a final de año, generalmente el último

sábado del año, alrededor del 30 de diciembre, organizo un aperitivo. A los clientes más asi-duos les mando unas tarjetitas para que se pasen por acá... Así se han conocido muchos y se han organizado proyectos desde aquí, se han hecho algunos matrimonios y divorcios tam-bién... Cuando asisto a alguna feria del libro o a lecturas o presentaciones de libros, considero la posibilidad de invitar al escritor a Zürich, trato de contactarlo, cosa que no siempre es fácil porque éste no tiene tiempo o porque tú corres para allá y para acá... Afortunadamente hasta ahora los escritores han tenido tiempo y yo también... Hablamos simplemente, cosas muy básicas, si el libro ha sido traducido al alemán o si va a ser traducido al alemán, la dirección de su agente literario o una “mail” donde podamos contactarlo. Cuando tengo todos los datos, pido un “dossier” del escritor y luego se lo hago llegar al señor Hess. Ellos tienen el dinero y lo más importante, lo genial, es que ellos creen en mí. Nunca les he fallado. Cada vez que hemos logrado traer un escritor, la sala ha estado siempre llena... Cuando ellos organi-zan por su cuenta, también funciona, como por ejemplo, invitaron a Carlos Fuentes en una ocasión, ellos lo contactaron y en ese momento me llamaron a mí para que yo asistiera con los libros de Fuentes, ocasión fundamental para el escritor y para los asistentes a su lectura pues ahí encuentran toda su obra literaria disponible. Hace como 6 años, creo, gracias a ese tipo de presentaciones, vino a la librería una periodista del más famoso diario de Suiza, el “Neue Zür-cher Zeitung”. Ella conocía a un editor que me conocía. Quería hacerme una entrevista- y yo, ¿ por qué no?... igual, grabamos y charlamos mientras entraba y salía público de la librería, así como ahora con Aurora Boreal. Y charla-mos y a la semana me llama para decirme que quería darme mitad de página con fotito inclui-da. En mi trabajo como librera aporto cultura a esta ciudad. Ofrezco calidad literaria. Para mí se trata de un “ proyecto cultural.”

EDIMCA: ¿Quiénes son los clientes de El Cóndor?

MARÍA: Quienes son mis clientes... Los mejores clientes que tengo son las bibliotecas. Por ejemplo: la biblioteca de St.Gallen, Roma-nisches Seminar de la Universidad de Zürich, la Zentral Bibliothek de Zürich... Los profeso-res de las universidades, los profesores de las escuelas cantonales, estudiantes que toman cursos de español y un público interesado en las culturas de Latinoamerica y de España.

EDIMCA: Si me permite la pregunta, María, ¿cómo se ha financiado hasta ahora?

MARÍA: Tengo el siguiente criterio: no quiero depender de nadie. En absoluto. En este caso, no dependo de nadie. Mi esposo me apoya muchísimo cuando voy a alguna feria del libro, pero aquí en mi librería no quiero que nadie me diga, por qué tiene usted este libro y a ver sus cuentas para ver si marchan, etc. Es porque yo soy así como persona, ¡no me atrevería jamás a pedir un subsidio! Mis hijos, por ejemplo, ja-más han ido a tocar a la puerta de la ayuda social. Cuando les ha faltado, han ido a traba-jar de todo un poco, de cajeros, de empleados de supermercado... En nuestra familia mantene-mos una ética de vida: la dignidad y la inde-pendencia.

EDIMCA: Los libros más vendidos...

MARÍA: A ver, la librería la tengo organiza-da así: todo lo que es narrativa, por países. Tengo una sección que es sólo poesía de Lati-noamérica. Tengo luego la cocina, las mujeres, el cine latinoamericano, todo lo que es el tan-go... Tengo una sección de diccionarios especia-les: el guanche, el quechua, el nahuatl, el lun-fardo, cubanismos... Se encuentra la sección de ensayo político, ensayos sobre etnología. Hay también literatura secundaria, literatura secun-daria sobre las mujeres, luego todo lo que es lingüística y también tengo los libritos aquellos que son de “lecturas fáciles” que son muy ape-tecidos. Muchas veces vienen personas que se llevan un librito poco complicado... De fotogra-fía tengo algunas cosas, no muchas porque son libros carísimos... pero tengo una selección. Me pregunta cuál es el libro más vendido... Es una pregunta muy difícil de contestar, es muy difícil decir por ejemplo, cuál ha sido el más vendido este mes, este año o tal año, cuando abrí la librería... En el sistema que tengo en el ordena-dor, se puede ver autor, título, la nueva edición, la editorial, la cantidad que tengo en stock y lo que se fue acumulando, ¿sabe? Si analizamos esos datos, entonces es Luis Sepúlveda el que más he vendido este año hasta ahora.

EDIMCA: ¿Luis Sepúlveda tiene un enganche por el tipo de argumento, por el estilo, por qué cree usted que vende?

MARÍA: A ver, tiene esas dos novelas funda-mentales, puedo decirle, “El viejo que leía nove-las de amor” e “Historia del gato que le enseñó a volar a una gaviota”. ¿Por qué se han vendi-do tanto?... Porque esos dos libros se han vendi-do mucho a las escuelas. Los argumentos de las dos novelas son muy interesantes para los chi-cos.

EDIMCA: Y para los adultos también...MARÍA: Sí, por supuesto. El del gato y la gaviota es un asunto ecológico. El del viejo trata

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María Mariotti-Luy Librería El Cóndor Zürich

Entrevista de Edimca realizada en marzo 28 de 2009

EDIMCA:María Mariotti-Luy, cuénte-me un poco de usted, de sus orígenes y de cuándo llegó a Zürich.

MARÍA: Nací en abril de 1950 en Puerto Maldonado Madre de Dios, ciudad ubicada en la cuenca amazónica, al suroeste peruano. Mi padre era chino y mi madre era vasca. Luego emigramos a la ciudad de Cuzco. Posteriormen-te emigramos a Lima. En Lima estudié en la Escuela de Bellas Artes; más tarde, formé parte de un importante taller. El “Taller Huayco,” palabra quechua que significa alud. El Taller Huayco marcó de algún modo la Historia del Arte en el Perú de los años 80.

EDIMCA: Entonces usted viene de un ambiente de pintores y artistas, más que de escritores, ¿verdad?

MARÍA: Sí, exactamente. Y fue en esa época, anterior a la formación del Taller Huayco, que conocí a mi esposo, el artista suizo italiano, Francesco Mariotti, cuando él estaba organi-zando el gran festival de arte mass media, “Contacta...” Nos casamos; luego fuimos a vivir al Cuzco, donde nacieron nuestras dos primeras hijas, Ananda y Patricia. Posterior-mente regresamos a Lima, donde nació nuestra tercera hija, Laura. La situación política en el Perú se puso bastante seria y decidimos venir a Suiza por dos años. Yo pensaba que era un tiempo relativamente corto, dos años; yo no quería dejar mi país. Pero la situación política en el Perú precipitó de tal forma que nos obligó a quedarnos en Suiza. Mi esposo tenía muy buena amistad con Rinaldo Bianda, director del festival de Vídeo Arte de Locarno. Bianda nos ofreció trabajar con él. Mi esposo había

participado en la Documenta de Kassel (1968) y había representado a Suiza en la X Bienal de Sao Paulo.

EDIMCA: ¿Todo esto sucedía en qué época?

MARÍA: Era bajo el gobierno de Alan Gar-cía en los años 82-83. Y por eso vinimos a Suiza por dos años; en ese momento vivíamos en el Valle Onsernone, muy cerca de Locarno, donde nació en 1985 nuestro cuarto hijo, Ge-rardo.

EDIMCA: ¿Y de su actividad como artista?

MARÍA: Entonces decidí trabajar y conseguí un trabajo por un año, restaurar la obra del artista Bauhaus suizo, Xanti Schawinsky (1904-1979). Cuando terminé ese trabajo, quedé un poco en el aire. Entonces me dediqué a mi otra pasión que es la lectura.

EDIMCA: Y ahí es cuando abre su librería...

MARÍA: Cuando iba a París por trabajo en los 80, compraba muchos libros en la única librería de lengua española, la “ Librería His-panoamericana,” que era, a mi modo de ver, la más completa. Allá compraba yo todos mis libros. Existía otra librería, la “ Librería Es-pañola”, librería emblemática porque era el refugio y punto de encuentro de exiliados e inte-lectuales españoles republicanos que habían escapado y habían encontrado refugio en la ciudad de París. La librería Hispanoamericana siempre me inspiró y una vez, le comenté a mi

marido que sería interesante abrir una librería parecida en Locarno, ciudad de la Suiza italia-na donde vivíamos. En esa época la migración chilena por exilio político era muy grande en la zona. Había una clientela potencial, pensaba yo. Atenderé un público interesado.Bien, me equivoqué. Uno se equivoca muchas veces en la vida... Empecé con una pequeña librería en Locarno: “El Cóndor”. EDIMCA: ¿Por qué le puso “El Cón-dor” a la librería?

MARÍA: Porque el cóndor es el símbolo de la América de los Andes. Hay cóndores en el norte de Argentina, en Chile, en Perú, en Bolivia, en Ecuador. Hay una región en Colombia también donde hay cóndores. Y también hay una gran novela que me inspiró: “ Yawar Fiesta ”, del antropólogo y escritor José María Arguedas. Yawar Fiesta ( Fiesta de sangre) es una gran novela representativa de lo que es la América del cóndor: “el choque cultural entre lo mestizo y lo indígena”.

EDIMCA: Para usted, literariamente hablando, ¿qué lugares representan la América Latina?

MARÍA: Para mí, Latinoamérica es México, Centroamérica, Sudamérica y el Caribe . Inicia en la frontera de México con los estados Unidos y termina en la Patagonia. EDIMCA: Entonces, María, usted le puso el nombre El Cóndor porque ese es el símbolo de América del Sur, a la cual se siente completamente unida...MARÍA: En la tarjetita de la librería hay un diseño. Ése es un cóndor, es un dibujo que viene

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Para un amante de la litera-tura latinoamericana que se encuentre de paso por la ciudad de Zürich, será una experiencia maravillosa descubrir en el corazón de la ciudad vieja, cerca de la estación central y del mu-seo Kunsthaus, la librería El Cóndor, lugar donde se promueve por excelencia la pluma latinoamericana. Su propietaria, María Mariotti-Luy artista y librera, lo reci-birá cálidamente y pondrá mucha pasión al proponer su tesoro de libros.

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de un libro que ilustra tejidos precolombinos de la zona de Chancay. Y lo que me gustó de ese dibujito es que la explicación del arqueólogo o d e l q u e l o e n c o n t r ó , d i c e a s í :

“aves unidas a un mismo rostro” Eso me gustó porque eso es Latinoamérica: con toda la problemática, la creatividad que tene-mos es inmensa. A mí me encanta...

EDIMCA: Y después de Locarno, El Cóndor vuela a la ciudad de Zwinglio...

MARÍA: Después nos vinimos a Zürich, donde la realidad de la librería cambió total-mente. Inicialmente, instalé la librería El Cón-dor en un lugar muy complicado, en la calle Obere Zäune , en un sótano, hace 26 años. La Suiza italiana es más latina, pero Zürich es un reto, pues aunque yo soy también suiza de pa-saporte y me siento suiza en muchos aspectos, no soy “la suiza,” ¿comprende? Acá en Zürich, tienes que ser tres veces mejor que los demás...

EDIMCA: Ha sido duro y lindo a la vez para usted y para el Cóndor abrirse camino en esta ciudad.

MARÍA: Sí, duro pero además muy lindo porque he conocido personas como el señor Ro-man Hess, director del Departamento de Cultu-ra de la Alcadía de Zürich (Präsidialabteilung Literaturhaus) y a la señora Malgorzata Pes-chler, con quienes trabajo en colaboración desde hace ya muchos años.

EDIMCA: ¿Entonces, aparte de vender libros, también se promocionan y se presentan los escritores y sus obras? ¿Es El Cóndor un lugar de encuentro?

MARÍA: Cuando me pregunta si aparte de vender libros promocionamos y presentamos, pues eso es lo que hacemos con el señor Hess. Antes lo hacía sola; alquilaba una sala, invita-ba al escritor... Aquí en la librería hice algunas cosas cuando había menos libros, pero ahora no puedo. Sin embargo, la librería sigue siendo un lugar de encuentro en el sentido de que la gente conoce esta librería. Se dan cita aquí en la librería. Aquí hay gente que se ha conocido cuando a final de año, generalmente el último

sábado del año, alrededor del 30 de diciembre, organizo un aperitivo. A los clientes más asi-duos les mando unas tarjetitas para que se pasen por acá... Así se han conocido muchos y se han organizado proyectos desde aquí, se han hecho algunos matrimonios y divorcios tam-bién... Cuando asisto a alguna feria del libro o a lecturas o presentaciones de libros, considero la posibilidad de invitar al escritor a Zürich, trato de contactarlo, cosa que no siempre es fácil porque éste no tiene tiempo o porque tú corres para allá y para acá... Afortunadamente hasta ahora los escritores han tenido tiempo y yo también... Hablamos simplemente, cosas muy básicas, si el libro ha sido traducido al alemán o si va a ser traducido al alemán, la dirección de su agente literario o una “mail” donde podamos contactarlo. Cuando tengo todos los datos, pido un “dossier” del escritor y luego se lo hago llegar al señor Hess. Ellos tienen el dinero y lo más importante, lo genial, es que ellos creen en mí. Nunca les he fallado. Cada vez que hemos logrado traer un escritor, la sala ha estado siempre llena... Cuando ellos organi-zan por su cuenta, también funciona, como por ejemplo, invitaron a Carlos Fuentes en una ocasión, ellos lo contactaron y en ese momento me llamaron a mí para que yo asistiera con los libros de Fuentes, ocasión fundamental para el escritor y para los asistentes a su lectura pues ahí encuentran toda su obra literaria disponible. Hace como 6 años, creo, gracias a ese tipo de presentaciones, vino a la librería una periodista del más famoso diario de Suiza, el “Neue Zür-cher Zeitung”. Ella conocía a un editor que me conocía. Quería hacerme una entrevista- y yo, ¿ por qué no?... igual, grabamos y charlamos mientras entraba y salía público de la librería, así como ahora con Aurora Boreal. Y charla-mos y a la semana me llama para decirme que quería darme mitad de página con fotito inclui-da. En mi trabajo como librera aporto cultura a esta ciudad. Ofrezco calidad literaria. Para mí se trata de un “ proyecto cultural.”

EDIMCA: ¿Quiénes son los clientes de El Cóndor?

MARÍA: Quienes son mis clientes... Los mejores clientes que tengo son las bibliotecas. Por ejemplo: la biblioteca de St.Gallen, Roma-nisches Seminar de la Universidad de Zürich, la Zentral Bibliothek de Zürich... Los profeso-res de las universidades, los profesores de las escuelas cantonales, estudiantes que toman cursos de español y un público interesado en las culturas de Latinoamerica y de España.

EDIMCA: Si me permite la pregunta, María, ¿cómo se ha financiado hasta ahora?

MARÍA: Tengo el siguiente criterio: no quiero depender de nadie. En absoluto. En este caso, no dependo de nadie. Mi esposo me apoya muchísimo cuando voy a alguna feria del libro, pero aquí en mi librería no quiero que nadie me diga, por qué tiene usted este libro y a ver sus cuentas para ver si marchan, etc. Es porque yo soy así como persona, ¡no me atrevería jamás a pedir un subsidio! Mis hijos, por ejemplo, ja-más han ido a tocar a la puerta de la ayuda social. Cuando les ha faltado, han ido a traba-jar de todo un poco, de cajeros, de empleados de supermercado... En nuestra familia mantene-mos una ética de vida: la dignidad y la inde-pendencia.

EDIMCA: Los libros más vendidos...

MARÍA: A ver, la librería la tengo organiza-da así: todo lo que es narrativa, por países. Tengo una sección que es sólo poesía de Lati-noamérica. Tengo luego la cocina, las mujeres, el cine latinoamericano, todo lo que es el tan-go... Tengo una sección de diccionarios especia-les: el guanche, el quechua, el nahuatl, el lun-fardo, cubanismos... Se encuentra la sección de ensayo político, ensayos sobre etnología. Hay también literatura secundaria, literatura secun-daria sobre las mujeres, luego todo lo que es lingüística y también tengo los libritos aquellos que son de “lecturas fáciles” que son muy ape-tecidos. Muchas veces vienen personas que se llevan un librito poco complicado... De fotogra-fía tengo algunas cosas, no muchas porque son libros carísimos... pero tengo una selección. Me pregunta cuál es el libro más vendido... Es una pregunta muy difícil de contestar, es muy difícil decir por ejemplo, cuál ha sido el más vendido este mes, este año o tal año, cuando abrí la librería... En el sistema que tengo en el ordena-dor, se puede ver autor, título, la nueva edición, la editorial, la cantidad que tengo en stock y lo que se fue acumulando, ¿sabe? Si analizamos esos datos, entonces es Luis Sepúlveda el que más he vendido este año hasta ahora.

EDIMCA: ¿Luis Sepúlveda tiene un enganche por el tipo de argumento, por el estilo, por qué cree usted que vende?

MARÍA: A ver, tiene esas dos novelas funda-mentales, puedo decirle, “El viejo que leía nove-las de amor” e “Historia del gato que le enseñó a volar a una gaviota”. ¿Por qué se han vendi-do tanto?... Porque esos dos libros se han vendi-do mucho a las escuelas. Los argumentos de las dos novelas son muy interesantes para los chi-cos.

EDIMCA: Y para los adultos también...MARÍA: Sí, por supuesto. El del gato y la gaviota es un asunto ecológico. El del viejo trata

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el problema del otro... Para los colonos blancos, los indígenas Achuar, comunidad en la zona de la amazonía ecuatoriana, son malos. Los bue-nos son los blancos que llegan allí. Es muy interesante la forma como Sepúlveda maneja esos temas en su novela del viejo y es por eso que tiene éxito. Ahora, otra cosa, sea en Francia que en Alemania, Sepúlveda está en la lista de las lecturas obligatorias...

EDIMCA: ¿Entonces podemos decir que en este momento Luis Sepúlveda es uno de los escritores más conocidos de lengua española?

MARÍA: Mire, es el que más se ha vendido.

EDIMCA: Y El Cóndor tiene sus libros desde que él comienza a escribir.

MARÍA: Sí. Desde cuando apareció en el mercado. Es impresionante...

EDIMCA: ¿Vende más que Gabo?

MARÍA: Sí, porque por ejemplo lo que más se vende aquí de G. G. M. es “Crónica de una muerte anunciada”, “Doce cuentos peregrinos” ,“ Del amor y otros demonios”.

EDIMCA: ¿Cien años de Soledad es muy difícil?

MARÍA: Sí, es bastante difícil.

EDIMCA: Bueno, García Márquez es muy conocido pero Sepúlveda está más vivo, es más simpático, está más cerca de la gente.

MARÍA: Bueno, eso es verdad. Eso es muy posible. Además para mí es muy bonito porque hay un libro de Sepúlveda donde aparece la librería El Cóndor...EDIMCA: No me diga, y ¿cómo se llama ese libro?

MARÍA: Es un libro de cuentos que se llama “Desencuentros” y el cuento se llama “Una casa en Santiago.” Inicia con la historia de un fotógrafo que se encuentra en la ciudad de Zürich y de pronto empieza a llover torren-cialmente. Entonces el fotógrafo piensa que el único lugar a donde puede ir a refugiarse y donde va a ser recibido cálidamente es en la librería El Cóndor de María Mariotti... Ese libro como casi todos los de Sepúlveda ha sido traducido a varios idiomas. Lo más chistoso es que cuando salió la traducción de Desencuen-tros, muchas personas que visitaban el museo de arte de la ciudad, que queda muy cerca de acá, pasaban para cerciorarse de que sí existía la librería El Cóndor y que también existía María Mariotti... Esto sigue pasando y yo siempre digo, sí, soy yo pero como no está llo-viendo, no tengo café...(risas) Claro, es genial, la estación del tren está también muy cerca y el tranvía nº 3 se detiene frecuentemente en un semáforo estratégicamente situado, donde forzo-samente se ve la librería cuando uno va sentado en el tranvía... Entonces para mí fue un regalo muy lindo de parte de Sepúlveda.

EDIMCA: Lindísimo para usted y para Sepúlveda. Y entonces, con excepción de éste último, ¿cuáles son los más ven-didos?

MARÍA: Yo diría que se vende mucho cada vez que viene un escritor invitado por el Depar-tamento de la Cultura. Yo siempre asisto con una mesa llena de los libros del escritor invita-do. El último fue el joven escritor peruano San-tiago Roncagliolo, premio Alfaguara de novela 2006. Yo lo conocí en Lima. Envié toda la documentación al Departamento de la Cultura y lo invitaron. Se vendió mucho su libro “ Abril Rojo”. Pero también se vendieron otros de él. Otro peruano que vino fue Alonso Cueto con una novela muy interesante que se llama “ La Hora Azul”. Yo siempre tengo todos esos libros en mi librería. Es como en Colombia o en Mé-xico o en el Perú. A veces viene un cliente y te pide un libro sobre esos países, pero por favor, facilito, divertido... que no contenga temas ni de narcotráfico, ni de terrorismo, ni de secuestros, ni de choque de civilizaciones. Y yo les digo, mire, en ese caso le recomiendo leer a Corín Tellado, porque los escritores latinoamericanos siempre reflejan en sus obras lo que sucede en sus países a todo nivel... inclusive en el libro “ Como Agua para Chocolate” de la mexicana Laura Esquivel, se encuentra la violencia -esa madre que obliga a su hija menor a renunciar a vivir su vida porque la tiene que acompañar hasta la muerte. Bueno tampoco es que en todos nuestros libros de literatura bajen ríos de sangre pero el tema de la violencia en cualquier forma de expresión es inevitable. Ahora está sucedien-

do un fenómeno muy interesante en la literatura peruana. Hay un grupo de escritores, relativa-mente jóvenes, el mayor de ellos es Alonso Cue-to, cuya temática en la creatividad literaria está basada en los hechos brutales de la época del terrorismo en el Perú.

EDIMCA: ¿Sendero Luminoso?

MARÍA: Sí. La época del terror marcada por Sendero Luminoso y por el ejército peruano, porque tanto los unos como los otros, son culpa-bles de la masacre de mucha gente inocente. “Abril Rojo” y “La Hora Azul” tratan ese tema. Aprovecho para recomendar otro libro que “tematiza” esa época,“ El Año Que Rompí Contigo” del peruano Eduardo Benavides.

EDIMCA: Entonces esa es una genera-ción de escritores aproximadamente 35 años después del famoso “boom litera-rio” de los años 60 y 70, que representa a los nuevos escritores peruanos...

MARÍA: Diría que sí. Ahora, lo extraño es que casi todos viven fuera del Perú, en España muchos de ellos, en Madrid o en Barcelona.

EDIMCA: ¿Cómo hace para tener su selección de libros de El Cóndor?

MARÍA: ¿Cómo hago para tener mi selección de libros? Para saber... Tengo libros, por ejem-plo, que no se han vendido desde que tengo la librería, lo cual no significa que no deba tenerlos...Tener la intuición y la información sobre artículos culturales referentes a las nove-dades literarias no es tarea fácil. Lo importante es la calidad.

EDIMCA: Es decir, son libros que están aquí y que el hecho de que no sean tan vendidos no quiere decir que no tengan una importancia grandísima para el lector. Rescatemos un título de un libro, poco vendido, pero que según su crite-rio sea un libro interesante, importan-te...

MARÍA: “Los Ríos Profundos” de José Ma-ría Arguedas.

EDIMCA: Ese libro es un tesoro.

MARÍA: Hay dos entradas para la literatura peruana, sobre todo para las novelas: Vargas Llosa y José María Arguedas. Porque son dos mundos absolutamente opuestos. Con la calidad que se quiera...

EDIMCA: José María Arguedas descri-be en sus obras un Perú ancestral. Él

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utiliza muchas palabras de las lenguas autóctonas para describir ciertas cere-monias, costumbres y objetos; habla por ejemplo del “zumbailú”... que es la pa-labra quechua para el “trompo” con que se divierten muchos niños... Hay que entenderlo para llegar al corazón del Perú en ese sentido ancestral. Creo que algunas veces los críticos literarios no lo han entendido...

MARÍA: Sí. Usted lo ha entendido. Y Argue-das siempre va a estar aquí en mi librería. Tengo toda su obra. Por suerte asisto a las ferias del libro. A la de Guadalajara, a la de Bogotá, a la de Buenos Aires, a la de Lima. Voy preparada para comprar los libros que quiero para mi librería y no es un trabajo fácil. Y cuando tengo los libros, son una cantidad de cajas que envío con transporte especial después de haber pasado por muchos trámites burocráti-cos.

EDIMCA: O sea que tiene que amar mucho su trabajo de librera...

MARÍA: Sí, es un trabajo de mucha pasión. No sabría hacer otra cosa en este momento. Me fascina, me encanta...

EDIMCA: ¿Podría decir que en este momento de su vida esta actividad se ha vuelto “la pasión”?

MARÍA: Sí, yo hago todo con pasión. Si limpio mi casa también lo hago con pasión. Cuando cocino para mis hijos, cuando riego mis plantas... Mi trabajo en la librería es con pa-sión.

EDIMCA: No pongo en duda que sea usted un ser apasionado. Y desde el punto de vista práctico, ¿cómo ve el futuro de la venta especializada de li-bros de literatura en esta plaza?

MARÍA: Hay que buscar con la pasión. Por ejemplo, de Colombia, tenemos a Tomás Gon-zález. Es poco conocido pero es una maravilla. En España se conocen sólo 2 de sus libros... No quiero hacer el juego de la crisis, la crisis por aquí, la crisis por allá... ¿Sabe que de mi distribuidor de España me llegan 5 cajas de libros todas las semanas? Hoy por ejemplo es jueves, el martes y el miércoles ya se fueron todos los libros. ¿Sabe lo que significa una riada? Cuando llega una gran lluvia bien arri-ba en las montañas, los riachuelos y ríos crecen y baja de todo; piedras, árboles, de todo. A un gran árbol la lluvia se lo lleva con raíces y todo. Las pequeñas astillitas quedan flotando y por

ahí se van y se refugian en algún lugar. Yo soy una pequeña astillita...

EDIMCA: Bella metáfora. Una astillita que por ahí creó un verdadero “multi-culti” por ser peruana de nacimiento pero de padre chino y madre vasca. Un Lui con una Lavayen. Y luego casada con un Mariotti de la Suiza italiana... María Mariotti-Lui Lavayen... Pero El Cóndor es una librería latinoamericana por excelencia aunque aquí se encuen-tren también libros de escritores espa-ñoles... Es sobre todo, el lugar de Züric en el que promueve la pluma latino-americana.

MARÍA: Sí. Así es. Aquí se encontrarán siempre nombres como Juan Rulfo y José Ma-ría Arguedas. Sin embargo, nombres como Cer-vantes y Calderón de la Barca nos acompañan también pues son básicos para entender nuestra Literatura Latinoamericana.

EDIMCA: “Si yo le digo, 2666, Rober-to Bolaño” un comentario suyo sería...

MARÍA: Se ha escrito tanto acerca de Roberto Bolaño como la promesa joven muerta, porque falleció a los 50 años y efectivamente, tardía-mente descubierto.

2666 es una obra que no tiene que ver con realismo mágico. Es otra visión dela vida, del mundo... y de ahí, aparte ése, está “Estrella Distante.” Es otro de los libros que me gustan de Bolaño. Quiero decirle que por ejemplo, cuando salió 2666 -porque me llegan siempre todas las novedades- Bolaño no era para nada conocido. Como yo tenía ya tres obras de él, me dije, hay que tenerlas todas... Creo que yo fui una de las primeras personas en leer 2666... Entonces yo no creo en ese tipo de venta a lo Carlos Ruiz Zafón, con el best seller “La Sombra del Viento”... definitivamente yo no creo en el best seller... Yo tengo el libro de Ruiz Zafón, porque sin duda es importante, pero no tengo la pila de libros...

EDIMCA: Pero un escritor tipo Rober-to Bolaño sí lo encontraremos siempre en su librería...MARÍA: Sí. Son los escritores poco conocidos pero de muy buena calidad...

EDIMCA: ¿Es decir que la parte co-mercial es menos importante para us-ted?

MARÍA: Para mí, la parte más importante es poder continuar, pagar mis gastos fijos de librería, pagar a mis editores, pagar a quien me

envía los libros, eso es lo fundamental. Tener mis libros aquí. Luego viene el cliente y se en-cuentra con cosas que no se imaginaba que iba a encontrar en este lugar, como por ejemplo el diccionario de guanche. Vino un señor y no podía creer que había encontrado el diccionario de guanche... y lo compró y yo inmediatamente lo repuse. Es un diccionario muy interesante, hay muchas palabras cubanas y venezolanas porque muchos canarios emigraron para esos países. La librería El Cóndor es un proyecto cultural.

EDIMCA: Y algún personaje del que quisiera hablar, algún personaje que le haya impresionado... Claro, sabemos ya que Luis Sepúlveda es un querido ami-go suyo. Pero un personaje del mundo de la Literatura Latinoamericana que haya tal vez marcado un hito en su vida de lectora...

MARÍA: Yo creo que han sido varios y mu-chos de ellos están acá en la galería de fotos, por ejemplo, Isabel Allende, Jesús Díaz, Cabrera Infante, Darcy Ribeiro, Zoé Valdés, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Hernán Rivera Lete-lier, Gabriel García Márquez... Pero mis escri-tores predilectos son Juan Rulfo y Calderón de la Barca.

EDIMCA: ¿Algo en especial que quiera decir al público lector?

MARÍA: Sí. Algo importante. Que no se olviden de los libreros. Porque las grandes su-perficies están matando al pequeño librero. En España, muchas librerías han tenido que cerrar. Todavía quedan algunas. Por ejemplo, en Bar-celona hay una librería estupenda que se llama “Documenta” y después está la librería “La Central”, creo que los dueños vienen de Colom-bia, tienen cuatro librerías en Barcelona y “La Central” en Madrid en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

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el problema del otro... Para los colonos blancos, los indígenas Achuar, comunidad en la zona de la amazonía ecuatoriana, son malos. Los bue-nos son los blancos que llegan allí. Es muy interesante la forma como Sepúlveda maneja esos temas en su novela del viejo y es por eso que tiene éxito. Ahora, otra cosa, sea en Francia que en Alemania, Sepúlveda está en la lista de las lecturas obligatorias...

EDIMCA: ¿Entonces podemos decir que en este momento Luis Sepúlveda es uno de los escritores más conocidos de lengua española?

MARÍA: Mire, es el que más se ha vendido.

EDIMCA: Y El Cóndor tiene sus libros desde que él comienza a escribir.

MARÍA: Sí. Desde cuando apareció en el mercado. Es impresionante...

EDIMCA: ¿Vende más que Gabo?

MARÍA: Sí, porque por ejemplo lo que más se vende aquí de G. G. M. es “Crónica de una muerte anunciada”, “Doce cuentos peregrinos” ,“ Del amor y otros demonios”.

EDIMCA: ¿Cien años de Soledad es muy difícil?

MARÍA: Sí, es bastante difícil.

EDIMCA: Bueno, García Márquez es muy conocido pero Sepúlveda está más vivo, es más simpático, está más cerca de la gente.

MARÍA: Bueno, eso es verdad. Eso es muy posible. Además para mí es muy bonito porque hay un libro de Sepúlveda donde aparece la librería El Cóndor...EDIMCA: No me diga, y ¿cómo se llama ese libro?

MARÍA: Es un libro de cuentos que se llama “Desencuentros” y el cuento se llama “Una casa en Santiago.” Inicia con la historia de un fotógrafo que se encuentra en la ciudad de Zürich y de pronto empieza a llover torren-cialmente. Entonces el fotógrafo piensa que el único lugar a donde puede ir a refugiarse y donde va a ser recibido cálidamente es en la librería El Cóndor de María Mariotti... Ese libro como casi todos los de Sepúlveda ha sido traducido a varios idiomas. Lo más chistoso es que cuando salió la traducción de Desencuen-tros, muchas personas que visitaban el museo de arte de la ciudad, que queda muy cerca de acá, pasaban para cerciorarse de que sí existía la librería El Cóndor y que también existía María Mariotti... Esto sigue pasando y yo siempre digo, sí, soy yo pero como no está llo-viendo, no tengo café...(risas) Claro, es genial, la estación del tren está también muy cerca y el tranvía nº 3 se detiene frecuentemente en un semáforo estratégicamente situado, donde forzo-samente se ve la librería cuando uno va sentado en el tranvía... Entonces para mí fue un regalo muy lindo de parte de Sepúlveda.

EDIMCA: Lindísimo para usted y para Sepúlveda. Y entonces, con excepción de éste último, ¿cuáles son los más ven-didos?

MARÍA: Yo diría que se vende mucho cada vez que viene un escritor invitado por el Depar-tamento de la Cultura. Yo siempre asisto con una mesa llena de los libros del escritor invita-do. El último fue el joven escritor peruano San-tiago Roncagliolo, premio Alfaguara de novela 2006. Yo lo conocí en Lima. Envié toda la documentación al Departamento de la Cultura y lo invitaron. Se vendió mucho su libro “ Abril Rojo”. Pero también se vendieron otros de él. Otro peruano que vino fue Alonso Cueto con una novela muy interesante que se llama “ La Hora Azul”. Yo siempre tengo todos esos libros en mi librería. Es como en Colombia o en Mé-xico o en el Perú. A veces viene un cliente y te pide un libro sobre esos países, pero por favor, facilito, divertido... que no contenga temas ni de narcotráfico, ni de terrorismo, ni de secuestros, ni de choque de civilizaciones. Y yo les digo, mire, en ese caso le recomiendo leer a Corín Tellado, porque los escritores latinoamericanos siempre reflejan en sus obras lo que sucede en sus países a todo nivel... inclusive en el libro “ Como Agua para Chocolate” de la mexicana Laura Esquivel, se encuentra la violencia -esa madre que obliga a su hija menor a renunciar a vivir su vida porque la tiene que acompañar hasta la muerte. Bueno tampoco es que en todos nuestros libros de literatura bajen ríos de sangre pero el tema de la violencia en cualquier forma de expresión es inevitable. Ahora está sucedien-

do un fenómeno muy interesante en la literatura peruana. Hay un grupo de escritores, relativa-mente jóvenes, el mayor de ellos es Alonso Cue-to, cuya temática en la creatividad literaria está basada en los hechos brutales de la época del terrorismo en el Perú.

EDIMCA: ¿Sendero Luminoso?

MARÍA: Sí. La época del terror marcada por Sendero Luminoso y por el ejército peruano, porque tanto los unos como los otros, son culpa-bles de la masacre de mucha gente inocente. “Abril Rojo” y “La Hora Azul” tratan ese tema. Aprovecho para recomendar otro libro que “tematiza” esa época,“ El Año Que Rompí Contigo” del peruano Eduardo Benavides.

EDIMCA: Entonces esa es una genera-ción de escritores aproximadamente 35 años después del famoso “boom litera-rio” de los años 60 y 70, que representa a los nuevos escritores peruanos...

MARÍA: Diría que sí. Ahora, lo extraño es que casi todos viven fuera del Perú, en España muchos de ellos, en Madrid o en Barcelona.

EDIMCA: ¿Cómo hace para tener su selección de libros de El Cóndor?

MARÍA: ¿Cómo hago para tener mi selección de libros? Para saber... Tengo libros, por ejem-plo, que no se han vendido desde que tengo la librería, lo cual no significa que no deba tenerlos...Tener la intuición y la información sobre artículos culturales referentes a las nove-dades literarias no es tarea fácil. Lo importante es la calidad.

EDIMCA: Es decir, son libros que están aquí y que el hecho de que no sean tan vendidos no quiere decir que no tengan una importancia grandísima para el lector. Rescatemos un título de un libro, poco vendido, pero que según su crite-rio sea un libro interesante, importan-te...

MARÍA: “Los Ríos Profundos” de José Ma-ría Arguedas.

EDIMCA: Ese libro es un tesoro.

MARÍA: Hay dos entradas para la literatura peruana, sobre todo para las novelas: Vargas Llosa y José María Arguedas. Porque son dos mundos absolutamente opuestos. Con la calidad que se quiera...

EDIMCA: José María Arguedas descri-be en sus obras un Perú ancestral. Él

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utiliza muchas palabras de las lenguas autóctonas para describir ciertas cere-monias, costumbres y objetos; habla por ejemplo del “zumbailú”... que es la pa-labra quechua para el “trompo” con que se divierten muchos niños... Hay que entenderlo para llegar al corazón del Perú en ese sentido ancestral. Creo que algunas veces los críticos literarios no lo han entendido...

MARÍA: Sí. Usted lo ha entendido. Y Argue-das siempre va a estar aquí en mi librería. Tengo toda su obra. Por suerte asisto a las ferias del libro. A la de Guadalajara, a la de Bogotá, a la de Buenos Aires, a la de Lima. Voy preparada para comprar los libros que quiero para mi librería y no es un trabajo fácil. Y cuando tengo los libros, son una cantidad de cajas que envío con transporte especial después de haber pasado por muchos trámites burocráti-cos.

EDIMCA: O sea que tiene que amar mucho su trabajo de librera...

MARÍA: Sí, es un trabajo de mucha pasión. No sabría hacer otra cosa en este momento. Me fascina, me encanta...

EDIMCA: ¿Podría decir que en este momento de su vida esta actividad se ha vuelto “la pasión”?

MARÍA: Sí, yo hago todo con pasión. Si limpio mi casa también lo hago con pasión. Cuando cocino para mis hijos, cuando riego mis plantas... Mi trabajo en la librería es con pa-sión.

EDIMCA: No pongo en duda que sea usted un ser apasionado. Y desde el punto de vista práctico, ¿cómo ve el futuro de la venta especializada de li-bros de literatura en esta plaza?

MARÍA: Hay que buscar con la pasión. Por ejemplo, de Colombia, tenemos a Tomás Gon-zález. Es poco conocido pero es una maravilla. En España se conocen sólo 2 de sus libros... No quiero hacer el juego de la crisis, la crisis por aquí, la crisis por allá... ¿Sabe que de mi distribuidor de España me llegan 5 cajas de libros todas las semanas? Hoy por ejemplo es jueves, el martes y el miércoles ya se fueron todos los libros. ¿Sabe lo que significa una riada? Cuando llega una gran lluvia bien arri-ba en las montañas, los riachuelos y ríos crecen y baja de todo; piedras, árboles, de todo. A un gran árbol la lluvia se lo lleva con raíces y todo. Las pequeñas astillitas quedan flotando y por

ahí se van y se refugian en algún lugar. Yo soy una pequeña astillita...

EDIMCA: Bella metáfora. Una astillita que por ahí creó un verdadero “multi-culti” por ser peruana de nacimiento pero de padre chino y madre vasca. Un Lui con una Lavayen. Y luego casada con un Mariotti de la Suiza italiana... María Mariotti-Lui Lavayen... Pero El Cóndor es una librería latinoamericana por excelencia aunque aquí se encuen-tren también libros de escritores espa-ñoles... Es sobre todo, el lugar de Züric en el que promueve la pluma latino-americana.

MARÍA: Sí. Así es. Aquí se encontrarán siempre nombres como Juan Rulfo y José Ma-ría Arguedas. Sin embargo, nombres como Cer-vantes y Calderón de la Barca nos acompañan también pues son básicos para entender nuestra Literatura Latinoamericana.

EDIMCA: “Si yo le digo, 2666, Rober-to Bolaño” un comentario suyo sería...

MARÍA: Se ha escrito tanto acerca de Roberto Bolaño como la promesa joven muerta, porque falleció a los 50 años y efectivamente, tardía-mente descubierto.

2666 es una obra que no tiene que ver con realismo mágico. Es otra visión dela vida, del mundo... y de ahí, aparte ése, está “Estrella Distante.” Es otro de los libros que me gustan de Bolaño. Quiero decirle que por ejemplo, cuando salió 2666 -porque me llegan siempre todas las novedades- Bolaño no era para nada conocido. Como yo tenía ya tres obras de él, me dije, hay que tenerlas todas... Creo que yo fui una de las primeras personas en leer 2666... Entonces yo no creo en ese tipo de venta a lo Carlos Ruiz Zafón, con el best seller “La Sombra del Viento”... definitivamente yo no creo en el best seller... Yo tengo el libro de Ruiz Zafón, porque sin duda es importante, pero no tengo la pila de libros...

EDIMCA: Pero un escritor tipo Rober-to Bolaño sí lo encontraremos siempre en su librería...MARÍA: Sí. Son los escritores poco conocidos pero de muy buena calidad...

EDIMCA: ¿Es decir que la parte co-mercial es menos importante para us-ted?

MARÍA: Para mí, la parte más importante es poder continuar, pagar mis gastos fijos de librería, pagar a mis editores, pagar a quien me

envía los libros, eso es lo fundamental. Tener mis libros aquí. Luego viene el cliente y se en-cuentra con cosas que no se imaginaba que iba a encontrar en este lugar, como por ejemplo el diccionario de guanche. Vino un señor y no podía creer que había encontrado el diccionario de guanche... y lo compró y yo inmediatamente lo repuse. Es un diccionario muy interesante, hay muchas palabras cubanas y venezolanas porque muchos canarios emigraron para esos países. La librería El Cóndor es un proyecto cultural.

EDIMCA: Y algún personaje del que quisiera hablar, algún personaje que le haya impresionado... Claro, sabemos ya que Luis Sepúlveda es un querido ami-go suyo. Pero un personaje del mundo de la Literatura Latinoamericana que haya tal vez marcado un hito en su vida de lectora...

MARÍA: Yo creo que han sido varios y mu-chos de ellos están acá en la galería de fotos, por ejemplo, Isabel Allende, Jesús Díaz, Cabrera Infante, Darcy Ribeiro, Zoé Valdés, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Hernán Rivera Lete-lier, Gabriel García Márquez... Pero mis escri-tores predilectos son Juan Rulfo y Calderón de la Barca.

EDIMCA: ¿Algo en especial que quiera decir al público lector?

MARÍA: Sí. Algo importante. Que no se olviden de los libreros. Porque las grandes su-perficies están matando al pequeño librero. En España, muchas librerías han tenido que cerrar. Todavía quedan algunas. Por ejemplo, en Bar-celona hay una librería estupenda que se llama “Documenta” y después está la librería “La Central”, creo que los dueños vienen de Colom-bia, tienen cuatro librerías en Barcelona y “La Central” en Madrid en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

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Adnan FarzatFotógrafo francotirador

El fotógrafo Adnan Farzat nace en Paris en 1983 en el seno de una familia de artistas e intelectuales. Su madre es la poetisa síria Aicha Arnaout, también residente en París y cuya obra original

esta escrita en árabe. Traducciones de la obra de la señora Arnaout han apa-recido en antologías en inglés, francés y albanés. El padre de Adnan era el co-nocido pintor sirio Sakher Farzat (1943-2007), cuya obra se encuentra en colec-ciones privadas de Francia y el mundo árabe.

Adnan Farzat confiesa no ser un fotógrafo profesional. El prefiere creer

que su obra es simple. Su esfuerzo se concentra en capturar los momentos importantes del diario vivir. Adnan Far-zat dice:

Yo soy simplemente un fotógrafo autodidacta. Nunca he estado interesa-do en el mundo del arte. Tal vez porque como mis padres son artistas yo veía todo aquello muy normal. En realidad yo estaba más atraído por el mundo de

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los deportes. El graffiti me empezó a llamar la atención al crecer. Creo que mi pasión por la fotografía empieza realmente en el momento en el cual comienzo a tomar fotos callejeras de graffities con una cámara realmente de mala calidad.

Muy pronto descubrí que me lla-maban más la atención los graffities plateados que aquellos con mucho embellecimiento de colores. Para mi gusto los graffities plateados son más interesantes. ¿Sabes? Para que un graffiti pueda ser hermoso, la caligrafía debe ser perfecta. Esto no es una tarea fácil de lograr. No se puede enmasca-rar una caligrafía horrible. Por mucho color que tenga, si la caligrafía no es perfecta, el grafitti queda horrible. Es una cuestión de estética. Esta reflexión es la explicación por la cual muchas de mis fotos son en blanco y negro. Lo que yo pretendo cuando la gente ob-serva mi trabajo, es que el espectador se concentre más en la composición y las formas. Prefiero que no se distrai-gan con los colores o los efectos.

Quisiera creer que mi obra es sim-ple. Yo procuro capturar los momentos de la vida cotidiana. La vida es hermo-sa -aún si yo no estoy completamente convencido de esta afirmación. Yo simplemente intento detener esos mo-mentos simples, fáciles, de la belleza de la vida diaria para mostrársela a la gente, y tal vez, también para conven-cerme que la vida es efectivamente simple.

Algunas de mis fotos también pre-tenden capturar un sentimiento, un estado humano de la mente o solamen-te criticar lo que yo considero una abe-rración.

Muchas de mis fotografías han sido tomadas en el Medio Oriente, lugar donde realicé mis estudios.

Normalmente cuando salgo a tra-bajar, simplemente camino. Me pierdo a propósito en la ciudad sin un mapa o una meta específica. Mi objetivo es « robar » momentos de vida para poder ver la cara real de la gente. Intento to-mar mis fotografías cuando la gente no me está mirando, y así, en especial cuando ellos no saben que los estoy retratando. Esta técnica de hacer fotos me permite capturar la naturaleza real

del individuo. Algunas veces, para dis-traer, le hablo simultáneamente a mi modelo, pero no hay duda que mi pe-queña cámara es también de gran ayu-da y me da una ventaja enorme.

Con mucha frecuencia me sucede que me siento mal porque tengo la sen-sación de estar violando la “privacidad intelectual” de la gente. Efectivamente tengo este sentimiento de culpa cuando veo a mi víctima venir a la distancia. Algunas veces efectivamente me siento como un « francotirador » esperando por el momento adecuado para dispa-rar, tratando de anticipar el próximo movimiento de mi “víctima” para dar en el blanco.

Para esta invitación que gentil-mente me hace su revista, he decidido mostrar la siguiente selección de mi trabajo:

Dans les vestiges una fotografía que a mi me gusta mucho de niños be-duinos en Petra.

Un Parmi des millions hace par-te de una serie de fotografías que tomé durante una huelga, simplemente para decir, que también en esta sociedad somos únicos.

Insoucience. Tengo una costum-bre: cuando viajo siempre me gusta jugar al fútbol con niños en la calle. He jugado en muchas calles alrededor del

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Adnan FarzatFotógrafo francotirador

El fotógrafo Adnan Farzat nace en Paris en 1983 en el seno de una familia de artistas e intelectuales. Su madre es la poetisa síria Aicha Arnaout, también residente en París y cuya obra original

esta escrita en árabe. Traducciones de la obra de la señora Arnaout han apa-recido en antologías en inglés, francés y albanés. El padre de Adnan era el co-nocido pintor sirio Sakher Farzat (1943-2007), cuya obra se encuentra en colec-ciones privadas de Francia y el mundo árabe.

Adnan Farzat confiesa no ser un fotógrafo profesional. El prefiere creer

que su obra es simple. Su esfuerzo se concentra en capturar los momentos importantes del diario vivir. Adnan Far-zat dice:

Yo soy simplemente un fotógrafo autodidacta. Nunca he estado interesa-do en el mundo del arte. Tal vez porque como mis padres son artistas yo veía todo aquello muy normal. En realidad yo estaba más atraído por el mundo de

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los deportes. El graffiti me empezó a llamar la atención al crecer. Creo que mi pasión por la fotografía empieza realmente en el momento en el cual comienzo a tomar fotos callejeras de graffities con una cámara realmente de mala calidad.

Muy pronto descubrí que me lla-maban más la atención los graffities plateados que aquellos con mucho embellecimiento de colores. Para mi gusto los graffities plateados son más interesantes. ¿Sabes? Para que un graffiti pueda ser hermoso, la caligrafía debe ser perfecta. Esto no es una tarea fácil de lograr. No se puede enmasca-rar una caligrafía horrible. Por mucho color que tenga, si la caligrafía no es perfecta, el grafitti queda horrible. Es una cuestión de estética. Esta reflexión es la explicación por la cual muchas de mis fotos son en blanco y negro. Lo que yo pretendo cuando la gente ob-serva mi trabajo, es que el espectador se concentre más en la composición y las formas. Prefiero que no se distrai-gan con los colores o los efectos.

Quisiera creer que mi obra es sim-ple. Yo procuro capturar los momentos de la vida cotidiana. La vida es hermo-sa -aún si yo no estoy completamente convencido de esta afirmación. Yo simplemente intento detener esos mo-mentos simples, fáciles, de la belleza de la vida diaria para mostrársela a la gente, y tal vez, también para conven-cerme que la vida es efectivamente simple.

Algunas de mis fotos también pre-tenden capturar un sentimiento, un estado humano de la mente o solamen-te criticar lo que yo considero una abe-rración.

Muchas de mis fotografías han sido tomadas en el Medio Oriente, lugar donde realicé mis estudios.

Normalmente cuando salgo a tra-bajar, simplemente camino. Me pierdo a propósito en la ciudad sin un mapa o una meta específica. Mi objetivo es « robar » momentos de vida para poder ver la cara real de la gente. Intento to-mar mis fotografías cuando la gente no me está mirando, y así, en especial cuando ellos no saben que los estoy retratando. Esta técnica de hacer fotos me permite capturar la naturaleza real

del individuo. Algunas veces, para dis-traer, le hablo simultáneamente a mi modelo, pero no hay duda que mi pe-queña cámara es también de gran ayu-da y me da una ventaja enorme.

Con mucha frecuencia me sucede que me siento mal porque tengo la sen-sación de estar violando la “privacidad intelectual” de la gente. Efectivamente tengo este sentimiento de culpa cuando veo a mi víctima venir a la distancia. Algunas veces efectivamente me siento como un « francotirador » esperando por el momento adecuado para dispa-rar, tratando de anticipar el próximo movimiento de mi “víctima” para dar en el blanco.

Para esta invitación que gentil-mente me hace su revista, he decidido mostrar la siguiente selección de mi trabajo:

Dans les vestiges una fotografía que a mi me gusta mucho de niños be-duinos en Petra.

Un Parmi des millions hace par-te de una serie de fotografías que tomé durante una huelga, simplemente para decir, que también en esta sociedad somos únicos.

Insoucience. Tengo una costum-bre: cuando viajo siempre me gusta jugar al fútbol con niños en la calle. He jugado en muchas calles alrededor del

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mundo. Esta foto, Insoucience expresa que yo ya perdí la inocencia de ser un niño.

Embouteillage: Esta fotografía me gusta. Es un embotellamiento del tráfico en Siria pero en la foto se puede ver aún, en ese caos, a alguien tomando un mini bus.

Deplacement en famille: una familia de cinco miembros en una mo-

tocicleta camino a Aleppo. ¿No es fan-tástico?

L enfant seul: de esta fotografía simplemente me gustaría decir que se trata de un niño soñando con los ojos abiertos.

L attente: personas esperando en la calle por nada, “Mi primer crimen fue matar el tiempo”.

Petite a petit: esta fotografía muestra a un viejo que ha dedicado

toda su vida a la elaboración de largas escaleras usando sus pequeñas manos.

Interculturel: Aún en la arquitec-tura urbana nos encontramos que la gente construye barreras entre religio-nes. ¡una aberración!

Para mayor información sobre el fotógrafo Adnan Farzat visitar:

http://monsieuradnan.ultra-book.com

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El discurso de los Economistas: entre mito y racionalidad

Por Edgar Ortegón

La economía, como ciencia social por excelencia, posee un discurso que como cualquier otra expresión de lite-ratura, cine, teatro o música posee un argumento y un tema. El argumento es la sucesión de acciones, hechos o anécdo-tas que el economista maneja para transmitir su mensaje. Es la narración de una triada que involucra hechos, lógica y metáforas. Así, los economistas en la búsqueda de soluciones novedosas cuentan historias, explican fenómenos, predicen fenómenos y generalizan con-secuencias. Con razón McCloskey (1993) decía que los economistas son expertos en narrar historias. Sin em-bargo, estas narraciones no surgen ex tabula rasa sino que van cargadas de ideología y brotan de personas ubicadas en un espacio social, político e histórico específico.

La narración de los hechos le brin-da, además, a los economistas una ven-taja inigualable por cuanto si se acepta que el sentido común, la espontanei-dad, los sentidos, la percepción intuiti-va y la experiencia por sí sola no son fuente de conocimiento -los hechos no hablan por sí solos-, entonces se requiere de una construcción teórica o funda-mentación conceptual para dar orden y concierto a la realidad empírica. Así, se impone de la mano de los economistas un vector que va de lo racional a lo real y no a la inversa. El intuicionismo, aun-que útil, no es suficiente para generar ideas y dar explicaciones consistentes

sobre los hechos que se examinan. Al fenómeno hay que observarlo, analizar-lo, decodificarlo y recodificarlo perma-nentemente. En este esfuerzo intervie-ne la lógica, y en el desarrollo de la misma la retórica juega un papel tras-cendental.

A su vez, el tema es la idea princi-pal que el economista pretende explicar o transmitir. Los temas por lo general se relacionan con problemas, necesidades o situaciones negativas que afectan a la población y surgen a partir de los diag-nósticos de la situación actual. Estos problemas, en la mayoría de los casos, las personas los conocen, los perciben o los sienten en carne propia, pero donde se marca la diferencia y se impone la lógica de los economistas es en la cons-trucción del proceso lógico de causa-e-fecto. Cuanto mayor sea la capacidad para explicar y entender las razones por las cuales existe el problema y sus efec-tos, mayor será la credibilidad y acogida de las explicaciones. De esta manera surgen las leyes, algoritmos o procedi-mientos paso a paso que permiten ex-plicar los fenómenos de la vida diaria o la solución del problema. Aún más, al contrario de lo que sucede en otras ciencias sociales, los economistas tratan de lograr fines y se investiga tanto las causas en que se basa lo determinado como los medios que deben utilizarse para obtener los fines propuestos. Por lo tanto, este enfoque denominado teleo-lógico conlleva dos principios: el carác-

ter de “ciencia problema” y su natura-leza finalista o de formulación de metas y objetivos. En contraposición, el enfo-que paragógico refuerza las ideas de guiar, conducir, seducir, persuadir e inducir voluntades mediante el discurso hacia unos determinados propósitos bajo circunstancias de riesgo, incerti-dumbre y conflicto (Majone, 1989).

Dentro de dicho esquema, las teo-rías que sustentan la toma de decisiones han recorrido un largo camino que va desde la “racionalidad extrema”, donde se supone que la información es perfec-ta, hasta los más recientes de “escogen-cia pública”, donde se reconoce la ca-pacidad de decidir por fuera del merca-do por parte de entes burocráticos o partidos políticos. En el medio, han surgido y tenido una enorme influencia visiones alternativas tales como las de “racionalidad limitada” donde, se reco-noce la incapacidad para conocer con precisión todos los aspectos y circuns-tancias que rodean una decisión, y aquellas de carácter “incremental” o marginal, donde prevalece la idea de ir paso a paso dada la incapacidad para identificar todas las circunstancias pre-sentes y anticipar repercusiones futuras. Es consecuencia, con base en las teo-rías y el discurso los economistas han definido a lo largo de la historia mode-los sobre la forma como se toman deci-siones y consecuentemente esquemas sobre la forma como se deben imple-mentar. La introducción de estos discur-

Edgar Ortegón Economista. Master of Arts, Rice University. Ex funcionario del De-partamento Nacional de Planeación de Colombia. Ex Director de Pro-yectos y Programación de Inversio-nes del ILPES, División pertenecien-te a la CEPAL. Consultor interna-cional en temas de planificación, inversión pública y política pública. Coautor de numerosos textos, me-todologías y manuales sobre identi-ficación, preparación y evaluación de proyectos de inversión pública, publicados por ILPES/CEPAL. Coautor con Javier Medina Vás-quez de Manual de prospectiva y decisión estratégica: bases teóricas e instrumentos para América Lati-na y el Caribe (2007). Autor de Guía sobre Diseño y Gestión de La Políti-ca Pública (2008), Profesor visitante en la Universidad de Alcalá (Espa-ña).

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mundo. Esta foto, Insoucience expresa que yo ya perdí la inocencia de ser un niño.

Embouteillage: Esta fotografía me gusta. Es un embotellamiento del tráfico en Siria pero en la foto se puede ver aún, en ese caos, a alguien tomando un mini bus.

Deplacement en famille: una familia de cinco miembros en una mo-

tocicleta camino a Aleppo. ¿No es fan-tástico?

L enfant seul: de esta fotografía simplemente me gustaría decir que se trata de un niño soñando con los ojos abiertos.

L attente: personas esperando en la calle por nada, “Mi primer crimen fue matar el tiempo”.

Petite a petit: esta fotografía muestra a un viejo que ha dedicado

toda su vida a la elaboración de largas escaleras usando sus pequeñas manos.

Interculturel: Aún en la arquitec-tura urbana nos encontramos que la gente construye barreras entre religio-nes. ¡una aberración!

Para mayor información sobre el fotógrafo Adnan Farzat visitar:

http://monsieuradnan.ultra-book.com

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El discurso de los Economistas: entre mito y racionalidad

Por Edgar Ortegón

La economía, como ciencia social por excelencia, posee un discurso que como cualquier otra expresión de lite-ratura, cine, teatro o música posee un argumento y un tema. El argumento es la sucesión de acciones, hechos o anécdo-tas que el economista maneja para transmitir su mensaje. Es la narración de una triada que involucra hechos, lógica y metáforas. Así, los economistas en la búsqueda de soluciones novedosas cuentan historias, explican fenómenos, predicen fenómenos y generalizan con-secuencias. Con razón McCloskey (1993) decía que los economistas son expertos en narrar historias. Sin em-bargo, estas narraciones no surgen ex tabula rasa sino que van cargadas de ideología y brotan de personas ubicadas en un espacio social, político e histórico específico.

La narración de los hechos le brin-da, además, a los economistas una ven-taja inigualable por cuanto si se acepta que el sentido común, la espontanei-dad, los sentidos, la percepción intuiti-va y la experiencia por sí sola no son fuente de conocimiento -los hechos no hablan por sí solos-, entonces se requiere de una construcción teórica o funda-mentación conceptual para dar orden y concierto a la realidad empírica. Así, se impone de la mano de los economistas un vector que va de lo racional a lo real y no a la inversa. El intuicionismo, aun-que útil, no es suficiente para generar ideas y dar explicaciones consistentes

sobre los hechos que se examinan. Al fenómeno hay que observarlo, analizar-lo, decodificarlo y recodificarlo perma-nentemente. En este esfuerzo intervie-ne la lógica, y en el desarrollo de la misma la retórica juega un papel tras-cendental.

A su vez, el tema es la idea princi-pal que el economista pretende explicar o transmitir. Los temas por lo general se relacionan con problemas, necesidades o situaciones negativas que afectan a la población y surgen a partir de los diag-nósticos de la situación actual. Estos problemas, en la mayoría de los casos, las personas los conocen, los perciben o los sienten en carne propia, pero donde se marca la diferencia y se impone la lógica de los economistas es en la cons-trucción del proceso lógico de causa-e-fecto. Cuanto mayor sea la capacidad para explicar y entender las razones por las cuales existe el problema y sus efec-tos, mayor será la credibilidad y acogida de las explicaciones. De esta manera surgen las leyes, algoritmos o procedi-mientos paso a paso que permiten ex-plicar los fenómenos de la vida diaria o la solución del problema. Aún más, al contrario de lo que sucede en otras ciencias sociales, los economistas tratan de lograr fines y se investiga tanto las causas en que se basa lo determinado como los medios que deben utilizarse para obtener los fines propuestos. Por lo tanto, este enfoque denominado teleo-lógico conlleva dos principios: el carác-

ter de “ciencia problema” y su natura-leza finalista o de formulación de metas y objetivos. En contraposición, el enfo-que paragógico refuerza las ideas de guiar, conducir, seducir, persuadir e inducir voluntades mediante el discurso hacia unos determinados propósitos bajo circunstancias de riesgo, incerti-dumbre y conflicto (Majone, 1989).

Dentro de dicho esquema, las teo-rías que sustentan la toma de decisiones han recorrido un largo camino que va desde la “racionalidad extrema”, donde se supone que la información es perfec-ta, hasta los más recientes de “escogen-cia pública”, donde se reconoce la ca-pacidad de decidir por fuera del merca-do por parte de entes burocráticos o partidos políticos. En el medio, han surgido y tenido una enorme influencia visiones alternativas tales como las de “racionalidad limitada” donde, se reco-noce la incapacidad para conocer con precisión todos los aspectos y circuns-tancias que rodean una decisión, y aquellas de carácter “incremental” o marginal, donde prevalece la idea de ir paso a paso dada la incapacidad para identificar todas las circunstancias pre-sentes y anticipar repercusiones futuras. Es consecuencia, con base en las teo-rías y el discurso los economistas han definido a lo largo de la historia mode-los sobre la forma como se toman deci-siones y consecuentemente esquemas sobre la forma como se deben imple-mentar. La introducción de estos discur-

Edgar Ortegón Economista. Master of Arts, Rice University. Ex funcionario del De-partamento Nacional de Planeación de Colombia. Ex Director de Pro-yectos y Programación de Inversio-nes del ILPES, División pertenecien-te a la CEPAL. Consultor interna-cional en temas de planificación, inversión pública y política pública. Coautor de numerosos textos, me-todologías y manuales sobre identi-ficación, preparación y evaluación de proyectos de inversión pública, publicados por ILPES/CEPAL. Coautor con Javier Medina Vás-quez de Manual de prospectiva y decisión estratégica: bases teóricas e instrumentos para América Lati-na y el Caribe (2007). Autor de Guía sobre Diseño y Gestión de La Políti-ca Pública (2008), Profesor visitante en la Universidad de Alcalá (Espa-ña).

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sos más que servirse de un impulso hacia la novedad ha permitido sustituir viejas comprensiones para controlar usos y abusos de conceptos y retóricas, pero también ha permitido hacerlos más precisos y más creíbles.

Profundizando un poco más, los economistas a lo largo de la historia, apoyados en los avances técnicos en cuanto al manejo de datos y modelos estadísticos, han brindado explicaciones causa-efecto que terminan no solo en simples teorías sino también en visiones y paradigmas. Esto no necesariamente significa que siempre sean correctas y exactas. Basta registrar el sinnúmero de equivocaciones y errores que han indu-cido en la toma de decisiones sobre los más diversos aspectos. En un número reciente de la revista The Economist se citaba al economista Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008, quien en una flamante conferencia de-cía que en los últimos 30 años la ma-croeconomía ha sido “espectacularmen-te inútil en el mejor de los casos, y posi-tivamente dañina en el peor de los ca-sos”. Exagerado o correcto, lo que es cierto es que los resultados han puesto en duda muchos de los discursos y retó-ricas sobre economía.

Las hipótesis y el proceso causal:Dado que “los hechos o fenómenos no

hablan por sí solos”, detrás de cada hipóte-sis, o proposición cuya veracidad es provisionalmente asumida, hay una teoría o creencia sobre la forma como suceden y se resuelven las cosas. Sin teoría de sustento el discurso o argu-mentación sería vacío, y de ahí la razón por la cual la solidez de los elementos conceptuales y la fortaleza de los prin-cipios teóricos que algunas escuelas y academias del pensamiento económico exponen y profundizan, les ha permiti-do convertirse en auténticos centros o templos sacros de las ideas y el pensa-miento.

Junto al desarrollo de las hipótesis, el uso y abuso de las trampas y falacias del discurso es un recuento largo y evo-cador sobre el juego de las palabras, al igual que lo hace un consumado narra-dor de cuentos o novelas. En esto, las distinciones entre un novelista y un economista son difusas. El novelista estructura una idea o un relato, y apela a todos los artilugios de la lengua para mantener la atención del lector o evocar

toda clase de sentimientos. El econo-mista también apela al lenguaje y al manejo de las palabras para convencer sobre la fortaleza de sus argumentos. Basta señalar, por ejemplo, que desde que en la actual recesión mundial Ben Bernanke, Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, acuñó la frase “retoños verdes” (green shoots) para transmitir confianza y describir el deshielo en los mercados de crédito congelados, todos los medios y la mayo-ría de los economistas siguen apegados a dicha expresión como discurso simbó-lico de una realidad cercana o lejana. Una búsqueda de “green shoots” en Google arrojó casi 5 millones de resul-tados (Bloomberg News, 2009)). Así, tanto pesimistas como optimistas han utilizado dicha expresión para sus pro-pios fines.

Dentro del uso de la retórica y el manejo de las palabras no podemos dejar de citar las falacias lógicas, las que se dan bajo la forma de una asevera-ción, encierran ambigüedad y aparecen en razonamientos que contienen pala-bras o frases confusas, y las falacias materiales, las que sólo pueden ser de-tectadas por quienes están familiariza-dos con el tema. Dentro de las últimas, las más frecuentes y que la historia re-gistra con altos costos sociales y econó-micos se pueden señalar aquellas que argumentan a partir de una regla gene-ral para llegar a un caso especial o las que argumentan desde un caso especial para llegar a otro especial; las de con-clusión irrelevante cuando se argumen-ta para llegar a un punto equivocado o la de causa falsa, común entre los tex-tos básicos, donde se argumenta que una cosa es la causa de otra simplemen-te porque la precede o acompaña. No menos curiosa es la falacia o sofisma de composición donde se afirma que lo que es cierto para alguna de las partes es también necesariamente cierto para el todo (Samuelson, 1975).

Mitos y metáforasLas relaciones entre economía y, en

particular, la economía política con el mito, la fábula, la parábola o la ficción, tienen una vieja data como explicación válida de la realidad. La conciencia mítica de los pueblos le confiere a la realidad un sentido “existencial” y “no-lógico” (Puello-Socarrás, 2006). Se ape-la al mito como justificación, explica-ción o justificación de un orden o razón

de ser de las cosas sin que exista un fundamento racional o lógico de cómo suceden los fenómenos y qué los oca-siona. El mito apela a lo sobrenatural como explicación, a leyes inquebranta-bles de la naturaleza, a la utopía racio-nalista o al significado religioso del “milagro”. Dentro de estas influencias mitológicas no están exentos los eco-nomistas: San Antonio de Florencia, pensador escolástico, condenaba a los primitivos banqueros con las penas del infierno por prestar dinero con interés. Antes de que apareciera el análisis cos-to-beneficio, Jeremy Bentham argumen-taba que cuando teníamos que tomar una decisión, todo debería ser juzgado mediante un cálculo de “placeres” y “dolores”. No menos excéntrico y mito-lógico resulta la historia del famoso pro-fesor de la Universidad de Cambridge Arthur Cecil Pigou, sucesor de Alfred Marshal, quien tanto creía en el mito de la buena suerte que usaba un solo traje, lo cual lo obligaba a renunciar a todo compromiso el día que enviaba el traje a la lavandería (Cabrillo, 2006).

Si de metáforas se habla, el econo-mista es el artista por excelencia en su manejo y creatividad. La metáfora, co-mo recurso dentro del discurso para explicar un fenómeno o política, es la relación de semejanzas entre dos térmi-nos y alguna característica o cualidad entre ambos. Por ejemplo, toda política pública conlleva unas reglas de juego, unas metas, unos instrumentos, unos incentivos, unos actores, una determi-nada tecnología, unos riesgos y unas restricciones. Esta estructura, al tratar de explicarla en un caso concreto, los economistas la asemejan, por ejemplo, al vuelo de una cometa o al arte de la navegación como metáfora. En conse-cuencia, si el elevar una cometa implica fijarnos en cuán alto queremos llegar, en su diseño, en la calidad y extensión del hilo, en la disponibilidad de viento a favor o en contra, en la ubicación que escojamos, en la habilidad para saber cuándo hay que apretar o aflojar, en la presencia de variables exógenas inespe-radas como el roce del hilo con otro aficionado o un ventolera inesperada, e incluso en el “espíritu” con que eleve-mos la cometa. De igual manera, en una política pública debemos fijarnos en situaciones parecidas y los mismos elementos como los descritos con la cometa.

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Un ejemplo clásico de relación en-tre metáfora y economía lo constituye los paralelos entre la película El mago de Oz, libro infantil escrito en 1900, y el debate sobre la libre acuñación de plata en Estados Unidos. El libro y la película cuentan la historia de una niña llama-da Dorothy que se encuentra perdida en una extraña tierra. Lo interesante del caso es que la historia de Dorothy es, en realidad, una hermosa alegoría sobre la política monetaria de los Esta-dos Unidos a finales del siglo XIX.

Entre 1880 y 1896 el nivel de pre-cios había descendido considerablemen-te, provocando un aumento en el valor real de las deudas de los agricultores y enriqueciendo a los bancos. Para solu-cionar esto, los políticos proponían, como réplica al patrón oro, la libre acuñación de plata. Frank Baum, autor del Mago de Oz, reflejó en el cuento los personajes de la batalla política entre republicanos y demócratas: Dorothy reflejaba los valores estadounidenses, el espantapájaros los agricultores, el hom-bre de hojalata a los obreros industria-les, los enanitos a los ciudadanos del este, el león cobarde al candidato de-mócrata, la malvada bruja del oeste al candidato republicano, el Mago al pre-sidente del partido republicano, Oz

era la abreviatura de onza de oro y la carretera de adoquines amarillos al pa-trón oro (Mankiw, 2002).

En la realidad, el candidato demó-crata, defensor de la acuñación de pla-ta, perdió frente al republicano y Esta-dos Unidos mantuvo el patrón oro, pero millones de personas siguen leyendo el cuento y viendo versiones de la película sin conocer la fábula o metáfora de trasfondo. Pocos años después, con el descubrimiento de nuevas minas de oro, la oferta monetaria y los precios comenzaron a subir, los agricultores pudieron pagar sus deudas, los eco-nomistas siguieron explicando las polí-ticas públicas apelando a metáforas y fábulas, y la cruda realidad inspirando a novelistas y cuentistas.

En definitiva, ciencia, filosofía, arte, mito y fábula se entremezclan en el discurso de los economistas con sus características explicativas, moralizan-tes o didácticas, y no está totalmente definida la frontera o aguas divisorias entre la veracidad del relato y el mito-relato. En todo ello, el discurso implíci-to y el estilo narrativo tendrá una gran influencia, al igual que lo tienen las demás expresiones artísticas. Quizás, como colofón de esta breve nota po-

dríamos decir que todos los especialistas deberíamos esforzarnos más por enten-der mejor al “otro” y que la simple categoría de economistas no nos exime de debilidades, flaquezas, prejuicios y limitaciones sobre el uso del discurso para comprender los fenómenos socia-les.

Bibliografía

McCloskey , D. (1990). La narrativa de los expertos en economía. Ma-drid. Alianza economía.

Majone, G. (1997). Evidencia, ar-gumentación y persuasión en la formulación de políticas. Fondo de cultura económica.

Mankiew, G. (2006). Principios de economía. Macgraw Hill Intera-mericana.

Puello-Socarrás, J. (2006). Política: mito, filosofía y ciencia

Samuelson, P. (1975). Curso de economía moderna. Aguilar

Cabrillo, F. (2006). Economistas extravagantes. Libertad Digital Biblioteca

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sos más que servirse de un impulso hacia la novedad ha permitido sustituir viejas comprensiones para controlar usos y abusos de conceptos y retóricas, pero también ha permitido hacerlos más precisos y más creíbles.

Profundizando un poco más, los economistas a lo largo de la historia, apoyados en los avances técnicos en cuanto al manejo de datos y modelos estadísticos, han brindado explicaciones causa-efecto que terminan no solo en simples teorías sino también en visiones y paradigmas. Esto no necesariamente significa que siempre sean correctas y exactas. Basta registrar el sinnúmero de equivocaciones y errores que han indu-cido en la toma de decisiones sobre los más diversos aspectos. En un número reciente de la revista The Economist se citaba al economista Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008, quien en una flamante conferencia de-cía que en los últimos 30 años la ma-croeconomía ha sido “espectacularmen-te inútil en el mejor de los casos, y posi-tivamente dañina en el peor de los ca-sos”. Exagerado o correcto, lo que es cierto es que los resultados han puesto en duda muchos de los discursos y retó-ricas sobre economía.

Las hipótesis y el proceso causal:Dado que “los hechos o fenómenos no

hablan por sí solos”, detrás de cada hipóte-sis, o proposición cuya veracidad es provisionalmente asumida, hay una teoría o creencia sobre la forma como suceden y se resuelven las cosas. Sin teoría de sustento el discurso o argu-mentación sería vacío, y de ahí la razón por la cual la solidez de los elementos conceptuales y la fortaleza de los prin-cipios teóricos que algunas escuelas y academias del pensamiento económico exponen y profundizan, les ha permiti-do convertirse en auténticos centros o templos sacros de las ideas y el pensa-miento.

Junto al desarrollo de las hipótesis, el uso y abuso de las trampas y falacias del discurso es un recuento largo y evo-cador sobre el juego de las palabras, al igual que lo hace un consumado narra-dor de cuentos o novelas. En esto, las distinciones entre un novelista y un economista son difusas. El novelista estructura una idea o un relato, y apela a todos los artilugios de la lengua para mantener la atención del lector o evocar

toda clase de sentimientos. El econo-mista también apela al lenguaje y al manejo de las palabras para convencer sobre la fortaleza de sus argumentos. Basta señalar, por ejemplo, que desde que en la actual recesión mundial Ben Bernanke, Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, acuñó la frase “retoños verdes” (green shoots) para transmitir confianza y describir el deshielo en los mercados de crédito congelados, todos los medios y la mayo-ría de los economistas siguen apegados a dicha expresión como discurso simbó-lico de una realidad cercana o lejana. Una búsqueda de “green shoots” en Google arrojó casi 5 millones de resul-tados (Bloomberg News, 2009)). Así, tanto pesimistas como optimistas han utilizado dicha expresión para sus pro-pios fines.

Dentro del uso de la retórica y el manejo de las palabras no podemos dejar de citar las falacias lógicas, las que se dan bajo la forma de una asevera-ción, encierran ambigüedad y aparecen en razonamientos que contienen pala-bras o frases confusas, y las falacias materiales, las que sólo pueden ser de-tectadas por quienes están familiariza-dos con el tema. Dentro de las últimas, las más frecuentes y que la historia re-gistra con altos costos sociales y econó-micos se pueden señalar aquellas que argumentan a partir de una regla gene-ral para llegar a un caso especial o las que argumentan desde un caso especial para llegar a otro especial; las de con-clusión irrelevante cuando se argumen-ta para llegar a un punto equivocado o la de causa falsa, común entre los tex-tos básicos, donde se argumenta que una cosa es la causa de otra simplemen-te porque la precede o acompaña. No menos curiosa es la falacia o sofisma de composición donde se afirma que lo que es cierto para alguna de las partes es también necesariamente cierto para el todo (Samuelson, 1975).

Mitos y metáforasLas relaciones entre economía y, en

particular, la economía política con el mito, la fábula, la parábola o la ficción, tienen una vieja data como explicación válida de la realidad. La conciencia mítica de los pueblos le confiere a la realidad un sentido “existencial” y “no-lógico” (Puello-Socarrás, 2006). Se ape-la al mito como justificación, explica-ción o justificación de un orden o razón

de ser de las cosas sin que exista un fundamento racional o lógico de cómo suceden los fenómenos y qué los oca-siona. El mito apela a lo sobrenatural como explicación, a leyes inquebranta-bles de la naturaleza, a la utopía racio-nalista o al significado religioso del “milagro”. Dentro de estas influencias mitológicas no están exentos los eco-nomistas: San Antonio de Florencia, pensador escolástico, condenaba a los primitivos banqueros con las penas del infierno por prestar dinero con interés. Antes de que apareciera el análisis cos-to-beneficio, Jeremy Bentham argumen-taba que cuando teníamos que tomar una decisión, todo debería ser juzgado mediante un cálculo de “placeres” y “dolores”. No menos excéntrico y mito-lógico resulta la historia del famoso pro-fesor de la Universidad de Cambridge Arthur Cecil Pigou, sucesor de Alfred Marshal, quien tanto creía en el mito de la buena suerte que usaba un solo traje, lo cual lo obligaba a renunciar a todo compromiso el día que enviaba el traje a la lavandería (Cabrillo, 2006).

Si de metáforas se habla, el econo-mista es el artista por excelencia en su manejo y creatividad. La metáfora, co-mo recurso dentro del discurso para explicar un fenómeno o política, es la relación de semejanzas entre dos térmi-nos y alguna característica o cualidad entre ambos. Por ejemplo, toda política pública conlleva unas reglas de juego, unas metas, unos instrumentos, unos incentivos, unos actores, una determi-nada tecnología, unos riesgos y unas restricciones. Esta estructura, al tratar de explicarla en un caso concreto, los economistas la asemejan, por ejemplo, al vuelo de una cometa o al arte de la navegación como metáfora. En conse-cuencia, si el elevar una cometa implica fijarnos en cuán alto queremos llegar, en su diseño, en la calidad y extensión del hilo, en la disponibilidad de viento a favor o en contra, en la ubicación que escojamos, en la habilidad para saber cuándo hay que apretar o aflojar, en la presencia de variables exógenas inespe-radas como el roce del hilo con otro aficionado o un ventolera inesperada, e incluso en el “espíritu” con que eleve-mos la cometa. De igual manera, en una política pública debemos fijarnos en situaciones parecidas y los mismos elementos como los descritos con la cometa.

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Un ejemplo clásico de relación en-tre metáfora y economía lo constituye los paralelos entre la película El mago de Oz, libro infantil escrito en 1900, y el debate sobre la libre acuñación de plata en Estados Unidos. El libro y la película cuentan la historia de una niña llama-da Dorothy que se encuentra perdida en una extraña tierra. Lo interesante del caso es que la historia de Dorothy es, en realidad, una hermosa alegoría sobre la política monetaria de los Esta-dos Unidos a finales del siglo XIX.

Entre 1880 y 1896 el nivel de pre-cios había descendido considerablemen-te, provocando un aumento en el valor real de las deudas de los agricultores y enriqueciendo a los bancos. Para solu-cionar esto, los políticos proponían, como réplica al patrón oro, la libre acuñación de plata. Frank Baum, autor del Mago de Oz, reflejó en el cuento los personajes de la batalla política entre republicanos y demócratas: Dorothy reflejaba los valores estadounidenses, el espantapájaros los agricultores, el hom-bre de hojalata a los obreros industria-les, los enanitos a los ciudadanos del este, el león cobarde al candidato de-mócrata, la malvada bruja del oeste al candidato republicano, el Mago al pre-sidente del partido republicano, Oz

era la abreviatura de onza de oro y la carretera de adoquines amarillos al pa-trón oro (Mankiw, 2002).

En la realidad, el candidato demó-crata, defensor de la acuñación de pla-ta, perdió frente al republicano y Esta-dos Unidos mantuvo el patrón oro, pero millones de personas siguen leyendo el cuento y viendo versiones de la película sin conocer la fábula o metáfora de trasfondo. Pocos años después, con el descubrimiento de nuevas minas de oro, la oferta monetaria y los precios comenzaron a subir, los agricultores pudieron pagar sus deudas, los eco-nomistas siguieron explicando las polí-ticas públicas apelando a metáforas y fábulas, y la cruda realidad inspirando a novelistas y cuentistas.

En definitiva, ciencia, filosofía, arte, mito y fábula se entremezclan en el discurso de los economistas con sus características explicativas, moralizan-tes o didácticas, y no está totalmente definida la frontera o aguas divisorias entre la veracidad del relato y el mito-relato. En todo ello, el discurso implíci-to y el estilo narrativo tendrá una gran influencia, al igual que lo tienen las demás expresiones artísticas. Quizás, como colofón de esta breve nota po-

dríamos decir que todos los especialistas deberíamos esforzarnos más por enten-der mejor al “otro” y que la simple categoría de economistas no nos exime de debilidades, flaquezas, prejuicios y limitaciones sobre el uso del discurso para comprender los fenómenos socia-les.

Bibliografía

McCloskey , D. (1990). La narrativa de los expertos en economía. Ma-drid. Alianza economía.

Majone, G. (1997). Evidencia, ar-gumentación y persuasión en la formulación de políticas. Fondo de cultura económica.

Mankiew, G. (2006). Principios de economía. Macgraw Hill Intera-mericana.

Puello-Socarrás, J. (2006). Política: mito, filosofía y ciencia

Samuelson, P. (1975). Curso de economía moderna. Aguilar

Cabrillo, F. (2006). Economistas extravagantes. Libertad Digital Biblioteca

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El tema del exilio en los cuentos de Ramón Vinyes

Por Eduardo Márceles Daconte

Si bien dedicó sus mayores esfuer-zos a la dramaturgia, al periodismo y la docencia, Ramón Vinyes (nacido en Berga, Cataluña, en 1882) tuvo tiempo para escribir una serie de cuentos que reunió en tres libros. A la edad de 27 años, en 1909, publicó en Barcelona su primer volumen de prosas poéticas L´ardenta cavalcada. Más tarde se conoció su volumen de cuentos En la boca de las nubes y en 1984 se lanzó su colección de narraciones breves bajo el título Entre sambas y bananas. Escritos originalmente en catalán, por encargo de la Editorial Norma, fueron traducidos al español por Montserrat Ordóñez, poeta y cate-drática catalana radicada en Bogotá, con un sencillo prólogo de Jacques Gi-lard, reconocido especialista de la obra literaria de García Márquez.

Entre sambas y bananas reúne seis cuentos escritos en diferentes épocas, aunque cinco de ellos fueron escritos en Barranquilla entre 1942 y 1944, el cuento Dietario a saltos había sido publi-cado en la década del 30 en la revista barcelonesa Mirador. Estos cuentos tie-nen el común denominador de la amar-ga vivencia del exilio o la nostalgia del inmigrante por su tierra natal. Una pas-cua de resurrección en el trópico, el primer cuento del volumen, narra las aventuras de Jordi Homs, un catalán perdido en la selva de Brasil, trabajando como garim-peiro o buscador de diamantes, metido hasta la cintura en las cenagosas aguas de un río, rodeado de penalidades. Vin-yes aprovecha este escenario para ex-presar su opinión del trópico: tierra caliente y peligrosa, de ríos caudalosos, sol abrasador, mosquitos, serpientes y hormigas venenosas, tigres y pumas al acecho, vampiros y enfermedades. Sin embargo, es un lugar donde florece el amor entre el catalán Jordi y Emmy, una venezolana huérfana que ha here-dado una pequeña fortuna de su padre garimpeiro.

De la selva brasileña emigran a Ecuador y se asientan en Cabuco, un villorrio a orillas del río Amazonas, pero aquí las cosas no son mejores y Jordi fallece después de haberse dedicado a la

ganadería con el dinero de su mujer. El cuento narra entonces las peripecias de una celebración de pascua en la cual Emmy se enamora del novio de su so-brina Pola y su sorpresivo matrimonio. Se detiene en la descripción minuciosa de los encantos físicos del indígena que seduce a la viuda. Sin embargo, los conflictos que genera una conspiración engañosa conducen a la separación de la pareja.

En el epílogo, el autor explica que esta historia la escuchó de la protagonis-ta en la Sierra Nevada de Santa Marta donde se radicó después de huir de Ca-buco en compañía del negro Choi, el capataz de su potrero, quien le advirtió del peligro que corría por cuenta del indígena. En mi opinión, es este el cuento que mejor resume la narrativa de Vinyes en tanto que fluye de manera armónica con un tema caro a sus inte-reses de recrear la vida exótica del tró-pico. Manifiesta el asombro ante un paisaje peculiar, diferente a cualquier recuerdo de Europa, deslumbrado por la vitalidad de la naturaleza y los colo-res de arco iris que pintan los crepúscu-los y amaneceres de la región.

Algunos cuentos están narrados en primera persona, una técnica que de alguna manera remite a elementos au-tobiográficos entretejidos con la ficción como es el caso de El cuento de una casa de vecindad en el cual narra los incidentes cotidianos del edificio de seis pisos don-de vive el narrador con cinco refugiados catalanes. Se deduce que está situado en

Barranquilla por cuanto desde los pisos altos se observa la “raya de plata” del río Magdalena el cual “nacido en la cordillera central andina de Colombia, se nos muestra en la parte final del ca-mino, ya a punto de verterse en el Cari-be”. Este segundo cuento del libro inaugura su exploración de la vertiente surrealista, de escritura automática, que según Gilard está “muy cercana a la corriente del realismo mágico que, des-de los años cuarenta, ha venido triun-fando en la literatura hispanoamericana y, teniendo en cuenta las fechas, casi un anticipo de esta corriente”.

En esta casa viven personajes ex-traños que interactúan de manera ab-surda. En el primer piso se alojan tres viudas que se entretienen con dos man-driles y un tití. También encontramos a un músico que interpreta en su piano melodías folklóricas del interior del país, un hindú de piel morena y turbante, y un bonzo con voz de mármol donde se comenta que hacen sesiones de “magia científica”. Más arriba se ubica un ma-trimonio solemne evadido de Ho-llywood y en el sexto piso habita una Cenicienta y cuatro brujas viejas “más erizadas que las brujas de Macbeth”, según comenta.

En su balcón, la Cenicienta posee dos jaulas con turpiales que se desgañi-tan con trinos estridentes. Los refugia-dos catalanes sólo se animan cuando escuchan buenas noticias en la radio, pero son pocas y contradictorias, por tal motivo aceptan que los simios de las

Eduardo Márceles Daconte

es escritor e investigador cultural, su libro más recien- te es Los recursos de la imaginación: Artes visuales del Caribe colombiano (Edi- torial Mejoras, Barranquilla, 2008). La presente ponencia fue presentada durante el homenaje a El sabio catalán auspiciado por la Embajada de Colombia en España du- rante el ciclo de la Cátedra Colombia en Casa de Amé- rica, Madrid, el 27 de no- viembre de 2008.

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viudas les ayuden a matar el tiempo. En un acceso de locura los mandriles tortu-ran y asesinan a los turpiales, pero el mago hindú los revive para beneplácito de todos. El cuento termina con la im-plicación de que solo el trópico ecuato-rial puede generar las condiciones para este tipo de historia fantástica.

El siguiente cuento es aún más en-revesado. Venus calipigia, o Venus de bellas nalgas, narra las vicisitudes de una pare-ja en Barcelona que riñe por una esta-tua de esta diosa griega que decora la sala de la casa. Paula, la mujer, se opone por considerarla de mal gusto, pero Miquelet se obstina en mantenerla allí. Aprovechando un viaje del marido, la mujer esconde el yeso en un depósito, pero cuando regresa la estatua ha desa-parecido. Brauli, un amigo de la pareja, les advierte que la diosa es vengativa, así un día que van de compras, de ma-nera repentina, Miquelet declara su amor al mancebo que les atiende en una mercería, un impulso que él atribu-ye a la venganza de la diosa. En este cuento, como en los demás, Vinyes ma-nifiesta un amplio conocimiento de la mitología griega y del teatro clásico con nutridas citas a los dioses del Parnaso, así como personajes del teatro de Sha-kespeare o Eurípides.

A la luz de la narrativa contempo-ránea, más inclinada a ser escueta y objetivista, la cuentística de Vinyes se nos ocurre de un barroco existencial que se engolosina con los detalles recar-gados de imágenes, a veces herméticas, aunque es necesario destacar la perso-nalidad poética de un lenguaje metafó-rico que enfatiza una adjetivación ori-ginal (un sol convaleciente, electrizada hostilidad, versos cataráticos, etc.) y ocurrencias inéditas en la literatura hasta aquel momento. En su cuento Un Lord Northcliffe de tierra caliente relata un debate entre el poeta Aníbal Roldán y el filósofo Moriñigo con Belerofonte Pérez (Northcliffe). Los amigos beben brandy en una taberna y lanzan diatri-bas sobre diversas instituciones y perso-najes. En uno de ellos, que tal vez re-sume la opinión crítica que sostenía Vinyes sobre la prensa, dice: “Los rota-tivos modernos exhiben un absurdo trágicogrotesco. Con el pretexto de que se escriben para agradar a las multitu-des, los directores justifican que el rota-tivo se parezca a un carro de basura”.

Si bien García Márquez lo bautizó como “el sabio catalán” en su novela Cien años de soledad, no es Vinyes el hom-

bre serio, solemne y circunspecto que podría pensarse de un “sabio”. Por el contrario, sus cuentos destilan un hu-mor corrosivo, a veces sarcástico, jugue-tón, que en términos caribeños se po-dría catalogar dentro del concepto de “mamar gallo”, es decir, encontrar el humor en las cosas más prosaicas o so-lemnes sin darles mayor trascendencia. En una de las discusiones, por ejemplo, “Blai Laperoni (uno de los contertulios) asegura que él es un poeta dulce, dulce y nada más: un poeta dulcísimo, redul-císimo, tan dulce que tuvo tres prometi-das y las tres se volvieron diabéticas”.

Es muy probable que García Már-quez haya conocido estos cuentos de su personaje macondiano que garrapatea-ba sus escritos con tinta violeta, aunque para las fechas que los escribió, el escri-tor colombiano cursaba el bachillerato primero en Barranquilla (1940-1942) y luego en Zipaquirá (1943-1946), en la región andina. Gabo sólo llegó a vivir a Barranquilla en enero de 1950, cuando se vinculó al diario El Heraldo, así que sólo alcanzó a conocer por poco tiempo a Vinyes quien regresó a Barcelona el 15 de abril de ese mismo año dispuesto a revivir sus marchitos laureles teatrales, muriendo dos años después, en 1952. De lo que sí estamos seguros es del es-tímulo que recibió del sabio catalán cuando su novela La hojarasca fue recha-zada por el editor español Guillermo de Torre de la editorial Losada de Argen-tina con una carta despiadada en la que le sugería olvidarse de la literatura. En-tonces Vinyes no sólo lo consoló, sino que la revisó párrafo por párrafo, capí-tulo a capítulo, alabando sus aciertos y corrigiendo sus debilidades.

En el cuento La pesadilla de una calle de Tolosa, el autor nos sumerge en una verdadera experiencia onírica. En sus inicios explica que “viví un tiempo de exilio en un cuarto tenebroso de una vieja calle de Tolosa del Languedoc, calle aún más estrecha, si eso es posible, que la vieja calle barcelonesa de las Doncellas… Era una calle estrecha co-mo la tripa más estrecha; una calle es-trechísima. Yo sacaba el brazo por la ventana y casi tocaba la casa de enfren-te”. Pues en esa casa de enfrente es donde suceden las cosas más insólitas. De una ventana, que es más bien una rendija, se asoma una bola de pelo, de otra ventana se escapa un suspiro, “como un humo”, con apariencia de mujer, y un día se abre la puerta prin-cipal para dejar ver la peluquería para

damas de Fifí y César. Es el cuento más fantástico de todos, un recorrido por el subconsciente con sus símbolos de ero-tismo sublimado y la incógnita de espa-cios cerrados a la introspección racio-nal. A raíz de esta pesadillesca expe-riencia, el protagonista decide marchar-se a Colombia donde, en un sueño, re-suelve el misterio terminando el relato con una frase enigmática: “El paisaje tropical huele a canela”.

La narración más antigua del libro es Dietario a saltos, es la historia de un fakir en circo de feria. También aquí la idea del exilio está presente, no sólo por la implicación de errancia y desarraigo que supone un circo, sino también por la nostalgia evocadora del personaje que recuerda su pueblo rodeado de montañas cubiertas de nieve. A diferen-cia de los cuentos con argumentos re-torcidos, este es un cuento lineal narra-do en forma de diario, sin divagaciones retóricas, que alude a una situación personal en tiempos de crisis económi-ca. Es una historia de amor, triste y trá-gica, que recuerda una pintura del pe-ríodo azul de Picasso. Son los persona-jes típicos de un circo aunque adereza-dos de fantasía: la mujer serpiente, la amaestradora de una foca huérfana, la mujer cañón deprimida porque pierde peso y un payaso que confiesa su amor imposible por Elsa, una trapecista quien, a su vez, cuenta su amarga vida al narrador.

Con estos cuentos Vinyes se antici-pó, aunque visto desde una perspectiva diferente, a la corriente del realismo mágico que sentaría sus bases de mane-ra definitiva a partir de la década del sesenta con Gabriel García Márquez, uno de sus más fieles admiradores y quien lo inmortalizó en su renombrada novela sobre la estirpe de los Buendía. Sólo nos resta desear que, en lugar de tantas obras de teatro que permanecen archivadas en el desván de la historia, Vinyes nos hubiera deleitado con más cuentos y alguna novela de su genial e imaginativo repertorio.

Eduardo Márceles Daconte es autor de Azúcar, Los pe- rros de Benares y otros reta-blos peregrinos, La crítica de arte y las tendencias de la pin-tura en Colombia, Narradores colombianos en USA y Lejos de Casa.

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El tema del exilio en los cuentos de Ramón Vinyes

Por Eduardo Márceles Daconte

Si bien dedicó sus mayores esfuer-zos a la dramaturgia, al periodismo y la docencia, Ramón Vinyes (nacido en Berga, Cataluña, en 1882) tuvo tiempo para escribir una serie de cuentos que reunió en tres libros. A la edad de 27 años, en 1909, publicó en Barcelona su primer volumen de prosas poéticas L´ardenta cavalcada. Más tarde se conoció su volumen de cuentos En la boca de las nubes y en 1984 se lanzó su colección de narraciones breves bajo el título Entre sambas y bananas. Escritos originalmente en catalán, por encargo de la Editorial Norma, fueron traducidos al español por Montserrat Ordóñez, poeta y cate-drática catalana radicada en Bogotá, con un sencillo prólogo de Jacques Gi-lard, reconocido especialista de la obra literaria de García Márquez.

Entre sambas y bananas reúne seis cuentos escritos en diferentes épocas, aunque cinco de ellos fueron escritos en Barranquilla entre 1942 y 1944, el cuento Dietario a saltos había sido publi-cado en la década del 30 en la revista barcelonesa Mirador. Estos cuentos tie-nen el común denominador de la amar-ga vivencia del exilio o la nostalgia del inmigrante por su tierra natal. Una pas-cua de resurrección en el trópico, el primer cuento del volumen, narra las aventuras de Jordi Homs, un catalán perdido en la selva de Brasil, trabajando como garim-peiro o buscador de diamantes, metido hasta la cintura en las cenagosas aguas de un río, rodeado de penalidades. Vin-yes aprovecha este escenario para ex-presar su opinión del trópico: tierra caliente y peligrosa, de ríos caudalosos, sol abrasador, mosquitos, serpientes y hormigas venenosas, tigres y pumas al acecho, vampiros y enfermedades. Sin embargo, es un lugar donde florece el amor entre el catalán Jordi y Emmy, una venezolana huérfana que ha here-dado una pequeña fortuna de su padre garimpeiro.

De la selva brasileña emigran a Ecuador y se asientan en Cabuco, un villorrio a orillas del río Amazonas, pero aquí las cosas no son mejores y Jordi fallece después de haberse dedicado a la

ganadería con el dinero de su mujer. El cuento narra entonces las peripecias de una celebración de pascua en la cual Emmy se enamora del novio de su so-brina Pola y su sorpresivo matrimonio. Se detiene en la descripción minuciosa de los encantos físicos del indígena que seduce a la viuda. Sin embargo, los conflictos que genera una conspiración engañosa conducen a la separación de la pareja.

En el epílogo, el autor explica que esta historia la escuchó de la protagonis-ta en la Sierra Nevada de Santa Marta donde se radicó después de huir de Ca-buco en compañía del negro Choi, el capataz de su potrero, quien le advirtió del peligro que corría por cuenta del indígena. En mi opinión, es este el cuento que mejor resume la narrativa de Vinyes en tanto que fluye de manera armónica con un tema caro a sus inte-reses de recrear la vida exótica del tró-pico. Manifiesta el asombro ante un paisaje peculiar, diferente a cualquier recuerdo de Europa, deslumbrado por la vitalidad de la naturaleza y los colo-res de arco iris que pintan los crepúscu-los y amaneceres de la región.

Algunos cuentos están narrados en primera persona, una técnica que de alguna manera remite a elementos au-tobiográficos entretejidos con la ficción como es el caso de El cuento de una casa de vecindad en el cual narra los incidentes cotidianos del edificio de seis pisos don-de vive el narrador con cinco refugiados catalanes. Se deduce que está situado en

Barranquilla por cuanto desde los pisos altos se observa la “raya de plata” del río Magdalena el cual “nacido en la cordillera central andina de Colombia, se nos muestra en la parte final del ca-mino, ya a punto de verterse en el Cari-be”. Este segundo cuento del libro inaugura su exploración de la vertiente surrealista, de escritura automática, que según Gilard está “muy cercana a la corriente del realismo mágico que, des-de los años cuarenta, ha venido triun-fando en la literatura hispanoamericana y, teniendo en cuenta las fechas, casi un anticipo de esta corriente”.

En esta casa viven personajes ex-traños que interactúan de manera ab-surda. En el primer piso se alojan tres viudas que se entretienen con dos man-driles y un tití. También encontramos a un músico que interpreta en su piano melodías folklóricas del interior del país, un hindú de piel morena y turbante, y un bonzo con voz de mármol donde se comenta que hacen sesiones de “magia científica”. Más arriba se ubica un ma-trimonio solemne evadido de Ho-llywood y en el sexto piso habita una Cenicienta y cuatro brujas viejas “más erizadas que las brujas de Macbeth”, según comenta.

En su balcón, la Cenicienta posee dos jaulas con turpiales que se desgañi-tan con trinos estridentes. Los refugia-dos catalanes sólo se animan cuando escuchan buenas noticias en la radio, pero son pocas y contradictorias, por tal motivo aceptan que los simios de las

Eduardo Márceles Daconte

es escritor e investigador cultural, su libro más recien- te es Los recursos de la imaginación: Artes visuales del Caribe colombiano (Edi- torial Mejoras, Barranquilla, 2008). La presente ponencia fue presentada durante el homenaje a El sabio catalán auspiciado por la Embajada de Colombia en España du- rante el ciclo de la Cátedra Colombia en Casa de Amé- rica, Madrid, el 27 de no- viembre de 2008.

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viudas les ayuden a matar el tiempo. En un acceso de locura los mandriles tortu-ran y asesinan a los turpiales, pero el mago hindú los revive para beneplácito de todos. El cuento termina con la im-plicación de que solo el trópico ecuato-rial puede generar las condiciones para este tipo de historia fantástica.

El siguiente cuento es aún más en-revesado. Venus calipigia, o Venus de bellas nalgas, narra las vicisitudes de una pare-ja en Barcelona que riñe por una esta-tua de esta diosa griega que decora la sala de la casa. Paula, la mujer, se opone por considerarla de mal gusto, pero Miquelet se obstina en mantenerla allí. Aprovechando un viaje del marido, la mujer esconde el yeso en un depósito, pero cuando regresa la estatua ha desa-parecido. Brauli, un amigo de la pareja, les advierte que la diosa es vengativa, así un día que van de compras, de ma-nera repentina, Miquelet declara su amor al mancebo que les atiende en una mercería, un impulso que él atribu-ye a la venganza de la diosa. En este cuento, como en los demás, Vinyes ma-nifiesta un amplio conocimiento de la mitología griega y del teatro clásico con nutridas citas a los dioses del Parnaso, así como personajes del teatro de Sha-kespeare o Eurípides.

A la luz de la narrativa contempo-ránea, más inclinada a ser escueta y objetivista, la cuentística de Vinyes se nos ocurre de un barroco existencial que se engolosina con los detalles recar-gados de imágenes, a veces herméticas, aunque es necesario destacar la perso-nalidad poética de un lenguaje metafó-rico que enfatiza una adjetivación ori-ginal (un sol convaleciente, electrizada hostilidad, versos cataráticos, etc.) y ocurrencias inéditas en la literatura hasta aquel momento. En su cuento Un Lord Northcliffe de tierra caliente relata un debate entre el poeta Aníbal Roldán y el filósofo Moriñigo con Belerofonte Pérez (Northcliffe). Los amigos beben brandy en una taberna y lanzan diatri-bas sobre diversas instituciones y perso-najes. En uno de ellos, que tal vez re-sume la opinión crítica que sostenía Vinyes sobre la prensa, dice: “Los rota-tivos modernos exhiben un absurdo trágicogrotesco. Con el pretexto de que se escriben para agradar a las multitu-des, los directores justifican que el rota-tivo se parezca a un carro de basura”.

Si bien García Márquez lo bautizó como “el sabio catalán” en su novela Cien años de soledad, no es Vinyes el hom-

bre serio, solemne y circunspecto que podría pensarse de un “sabio”. Por el contrario, sus cuentos destilan un hu-mor corrosivo, a veces sarcástico, jugue-tón, que en términos caribeños se po-dría catalogar dentro del concepto de “mamar gallo”, es decir, encontrar el humor en las cosas más prosaicas o so-lemnes sin darles mayor trascendencia. En una de las discusiones, por ejemplo, “Blai Laperoni (uno de los contertulios) asegura que él es un poeta dulce, dulce y nada más: un poeta dulcísimo, redul-císimo, tan dulce que tuvo tres prometi-das y las tres se volvieron diabéticas”.

Es muy probable que García Már-quez haya conocido estos cuentos de su personaje macondiano que garrapatea-ba sus escritos con tinta violeta, aunque para las fechas que los escribió, el escri-tor colombiano cursaba el bachillerato primero en Barranquilla (1940-1942) y luego en Zipaquirá (1943-1946), en la región andina. Gabo sólo llegó a vivir a Barranquilla en enero de 1950, cuando se vinculó al diario El Heraldo, así que sólo alcanzó a conocer por poco tiempo a Vinyes quien regresó a Barcelona el 15 de abril de ese mismo año dispuesto a revivir sus marchitos laureles teatrales, muriendo dos años después, en 1952. De lo que sí estamos seguros es del es-tímulo que recibió del sabio catalán cuando su novela La hojarasca fue recha-zada por el editor español Guillermo de Torre de la editorial Losada de Argen-tina con una carta despiadada en la que le sugería olvidarse de la literatura. En-tonces Vinyes no sólo lo consoló, sino que la revisó párrafo por párrafo, capí-tulo a capítulo, alabando sus aciertos y corrigiendo sus debilidades.

En el cuento La pesadilla de una calle de Tolosa, el autor nos sumerge en una verdadera experiencia onírica. En sus inicios explica que “viví un tiempo de exilio en un cuarto tenebroso de una vieja calle de Tolosa del Languedoc, calle aún más estrecha, si eso es posible, que la vieja calle barcelonesa de las Doncellas… Era una calle estrecha co-mo la tripa más estrecha; una calle es-trechísima. Yo sacaba el brazo por la ventana y casi tocaba la casa de enfren-te”. Pues en esa casa de enfrente es donde suceden las cosas más insólitas. De una ventana, que es más bien una rendija, se asoma una bola de pelo, de otra ventana se escapa un suspiro, “como un humo”, con apariencia de mujer, y un día se abre la puerta prin-cipal para dejar ver la peluquería para

damas de Fifí y César. Es el cuento más fantástico de todos, un recorrido por el subconsciente con sus símbolos de ero-tismo sublimado y la incógnita de espa-cios cerrados a la introspección racio-nal. A raíz de esta pesadillesca expe-riencia, el protagonista decide marchar-se a Colombia donde, en un sueño, re-suelve el misterio terminando el relato con una frase enigmática: “El paisaje tropical huele a canela”.

La narración más antigua del libro es Dietario a saltos, es la historia de un fakir en circo de feria. También aquí la idea del exilio está presente, no sólo por la implicación de errancia y desarraigo que supone un circo, sino también por la nostalgia evocadora del personaje que recuerda su pueblo rodeado de montañas cubiertas de nieve. A diferen-cia de los cuentos con argumentos re-torcidos, este es un cuento lineal narra-do en forma de diario, sin divagaciones retóricas, que alude a una situación personal en tiempos de crisis económi-ca. Es una historia de amor, triste y trá-gica, que recuerda una pintura del pe-ríodo azul de Picasso. Son los persona-jes típicos de un circo aunque adereza-dos de fantasía: la mujer serpiente, la amaestradora de una foca huérfana, la mujer cañón deprimida porque pierde peso y un payaso que confiesa su amor imposible por Elsa, una trapecista quien, a su vez, cuenta su amarga vida al narrador.

Con estos cuentos Vinyes se antici-pó, aunque visto desde una perspectiva diferente, a la corriente del realismo mágico que sentaría sus bases de mane-ra definitiva a partir de la década del sesenta con Gabriel García Márquez, uno de sus más fieles admiradores y quien lo inmortalizó en su renombrada novela sobre la estirpe de los Buendía. Sólo nos resta desear que, en lugar de tantas obras de teatro que permanecen archivadas en el desván de la historia, Vinyes nos hubiera deleitado con más cuentos y alguna novela de su genial e imaginativo repertorio.

Eduardo Márceles Daconte es autor de Azúcar, Los pe- rros de Benares y otros reta-blos peregrinos, La crítica de arte y las tendencias de la pin-tura en Colombia, Narradores colombianos en USA y Lejos de Casa.

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Carlos Toro1928 - 2009

Por Jorge Alberto Naranjo M.

No sobra señalar la destreza del na-rrador para pintar escenas de la vida marinera y costeña, que Carlos Toro conoce al detalle como navegante que fue en muchos mares en barcos y en goletas. En Chécheres hay dos ejemplos preciosos: uno de la Sierra Nevada y otro de una travesía famo-sa pero en toda su obra previa abun-dan los ejemplos. Por ello sería un error enmarcar a este escritor dentro del mero costumbrismo paisa: Carlos Toro tiene un horizonte mucho más vasto. La serie Historias Morrocotu-das puede recomendarse sola, sin necesidad de prólogos deshilvana-dos. Bastará con que el lector em-prenda su lectura para sumergirse en un ambiente delicioso, libre de gaz-moñería, pletórico de risas, variado en paisajes literarios. Carlos Toro nos ha dejado pero afortunadamente nos queda su prosa para el resto de la vida.

SalgarForma parte de la serie Historias morrocotudas Chécheres VII de Carlos Toro (transcripción tal cual como aparece en el original).

Recordamos una pequeña historia que años ha, se contaba en los picares-cos mentideros de la plaza de Salgar. Resulta que Cecilio Garcés alias Chilo, carnicero de profesión que en paz des-canse, era el borracho más cansón del suroeste y cada que se emborrachaba, es decir todos los días del año, después del tercer aguardiente le daba por ame-nazar con suicidarse. Esa misma canta-leta la repetía en su casa antes de acos-tarse a roncar como un cotudo. Inva-riablemente se subía a un taburete de cuero; tenía una soga colgada de la viga como un cadalso casero, dispuesto el rejo, con el ojo apropiado para meter la cabeza y ahorcarse. Empezaban las amenazas escuchadas por todo el ve-cindario y acompañadas por el angus-tioso llanto de sus pequeños hijos ate-morizados, y de la esposa, hoy viuda, del mismo Cecilio Garcés que suplican-te le decía: “Mijo, por la virgen, deje esas cosas y venga pa la cama, tenga compasión de estos angelitos y de las lágrimas de esta madre que lo único que quiere es que se ajuicie y deje ese

trago que tanto daño liace; por los cla-vos de Cristo deje esa bebedera mijo, que eso es tentar al diablo.” Cuando el borracho se daba cuenta de que su pú-blico estaba dormido y extenuado de oír la sinfonía, se bajaba del taburete y dejaba la soga colgada de la viga lista para la próxima actuación.

Misia Lola, la futura viuda, después de soportar a su marido cada noche por años, con el embeleco de la ahorcada, incumpliendo con el deber conyugal y con la vana esperanza de que abando-nara la bebida -porque es bien sabido que no se puede creer en las promesas de abstinencia de un borracho por du-rar menos que un remiendo bastiado en el fundillo- no pudo más y se puso en las manos del padre Serapio Rea, acudien-do a la misma sacristía dos veces a la semana para recibir el sacramento de la confesión en vivo y el sabio consuelo sacerdotal de paz espiritual en directo, que le ayudaban a sobrellevar la pesada cruz de ese matrimonio a color.

Estos reencuentros con los sacra-mentos obraron el milagro en su alma atormentada y empezó a engordar un poco porque estaba en los meros guesos y a punto de fruncir cagalera, por culpa de Chilo, a pesar de todos los caldos de pajarilla y de ojo que el doctor Mon-dragón le había prescrito y que ella dejó de tomar por encontrarlos repug-nantes y, sobre todo, porque ese ojo melancólico de vaca la miraba del fon-do del plato; además no le servían para un carajo. El embarnecimiento de do-

ña Lola de Garcés se debía a que estaba esperando un bebé y cuando se empezó a evidenciar el hecho, tomó ciertas pre-visiones urgentes. Chilo tenía colgado de un clavo un serruchito que había comprado para su hobby preferido, la carpintería, que no había tenido tiempo de practicar en toda su vida; sin embar-go, allí lo mantenía esperando la oca-sión de estrenarlo a la primera oportu-nidad. Nadie vio a misiá Lola armada del serrucho cortando al sesgo las patas delanteras del taburete que usara Chilo para ahorcarse todos los días. No las cortó del todo y el taburete no cayó al intento de suicidio; muy nerviosa, al siguiente día, se fue a la sacristía donde el padre Serapio, estaba desolada, pero el padre le inyectó valor encomendán-dola al arcángel San Gabriel, patrono del buen suceso. La pobre señora cortó un poco más las patas y se acostó a es-perar a Chilo, su maridito, como lo hiciera en los últimos diez años.

Llegó el borracho, borracho, se trepó al taburete, se acomodó la soga en el pescuezo y empezó la perorata que

Carlos Toro Escobar

Obra literaria:El eje paisa IEl eje paisa II Historias morrocotudas: Trebejos ITrastos IICorotos IIICalamacos IVCacharros VCachivaches VI Chécheres VIIChucherías VIIIPerendengues IX Bártulos X

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nadie le escuchaba porque sus hijos se tapaban las orejas con la almohada y su mujer estaba hasta las tetas de oír ese disco rayado. De repente el taburete se desbarató cuando la señora se apoyó con fuerza en el espaldar y Garcés quedó pataliando, colgado de su soga con la lengua afuera y los ojos brotados. La viuda, que ya lo era en propiedad, reti-ró el taburete desbaratado, lo metió debajo de su cama para quemarlo des-pués y colocó otro acostado en el suelo como si hubiera servido de plataforma para el salto mortal; entonces la viuda de Garcés puso los gritos en el cielo llamando a los vecinos para bajar a su marido del cadalso e intentar la resu-rrección de la carne mediante la horri-ble respiración boca a boca con un bo-rracho. Fue un cuadro patético, cuando

los vecinos descolgaron al pobre Chilo sin vida que al fin los dejaría dormir en paz.

El padre Serapio permitió que Garcés fuera enterrado solemnemente en campo santo, porque la viuda le suplicó insistentemente que de no ha-cerlo sería una mancha para su familia y para ella misma que tendría que so-portar las habladurías de la feligresía salgareña por enterrar a su marido en el muladar de los suicidas, además, esas habladurías podrían llevar a otras peo-res. De ese modo a Garcés lo traslada-ron muy dignamente al agujero que le preparó Basilio Vélez el enterrador de Salgar, por cuenta del padre Serapio.

La viuda de Garcés tuvo su hijo con toda felicidad y fundó la famosa escuelita La Golondrina, donde ense-ñaba a escribir las primeras letras en un cajón con arena, usando un palito o el dedo para las escribanías y un rasero para emparejar la arena, también usa-ban pedazos de hojas de banano para escribir con una tuna de naranjo. En La Golondrina la viuda de Garcés con-seguía los medios para alimentar a su prole con una ayudita del padre Sera-pio que tanto quería a su limpiapiedras.

Este doloroso hecho ocurrió hace más de cuarenta años y ya nadie habla de él en el pueblo; ahora el padre Se-rapio Rea debe estar flotando en su colchón de nubes estrenando alas y tocando arpa en la gloria eterna con el señor Garcés.

Carlos Toro EscobarNací en Medellín en 1928

Curriculum Vitae:Mecánico industrial Pregonero cacharrero Mecánico dental Colono Diseños textiles Armero Decorador de iglesias Encuadernador Soldador Cotero Camionero Buldocero Finquero Profesor Comisionista Cafetero Estructuras metálicas Volquetero Montador plantas hidráulicas Arquitecto Ganadero Hotelero Carpintero Pintor Escultor Hacendado Armador Velerista Lechero Avicultor Caficultor Ranchero Soldado Marino Carbonero Caldero Fundidor Escritor

No tengo experiencia en nada. Busco trabajo de medio tiempo bien remunerado.

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Carlos Toro1928 - 2009

Por Jorge Alberto Naranjo M.

No sobra señalar la destreza del na-rrador para pintar escenas de la vida marinera y costeña, que Carlos Toro conoce al detalle como navegante que fue en muchos mares en barcos y en goletas. En Chécheres hay dos ejemplos preciosos: uno de la Sierra Nevada y otro de una travesía famo-sa pero en toda su obra previa abun-dan los ejemplos. Por ello sería un error enmarcar a este escritor dentro del mero costumbrismo paisa: Carlos Toro tiene un horizonte mucho más vasto. La serie Historias Morrocotu-das puede recomendarse sola, sin necesidad de prólogos deshilvana-dos. Bastará con que el lector em-prenda su lectura para sumergirse en un ambiente delicioso, libre de gaz-moñería, pletórico de risas, variado en paisajes literarios. Carlos Toro nos ha dejado pero afortunadamente nos queda su prosa para el resto de la vida.

SalgarForma parte de la serie Historias morrocotudas Chécheres VII de Carlos Toro (transcripción tal cual como aparece en el original).

Recordamos una pequeña historia que años ha, se contaba en los picares-cos mentideros de la plaza de Salgar. Resulta que Cecilio Garcés alias Chilo, carnicero de profesión que en paz des-canse, era el borracho más cansón del suroeste y cada que se emborrachaba, es decir todos los días del año, después del tercer aguardiente le daba por ame-nazar con suicidarse. Esa misma canta-leta la repetía en su casa antes de acos-tarse a roncar como un cotudo. Inva-riablemente se subía a un taburete de cuero; tenía una soga colgada de la viga como un cadalso casero, dispuesto el rejo, con el ojo apropiado para meter la cabeza y ahorcarse. Empezaban las amenazas escuchadas por todo el ve-cindario y acompañadas por el angus-tioso llanto de sus pequeños hijos ate-morizados, y de la esposa, hoy viuda, del mismo Cecilio Garcés que suplican-te le decía: “Mijo, por la virgen, deje esas cosas y venga pa la cama, tenga compasión de estos angelitos y de las lágrimas de esta madre que lo único que quiere es que se ajuicie y deje ese

trago que tanto daño liace; por los cla-vos de Cristo deje esa bebedera mijo, que eso es tentar al diablo.” Cuando el borracho se daba cuenta de que su pú-blico estaba dormido y extenuado de oír la sinfonía, se bajaba del taburete y dejaba la soga colgada de la viga lista para la próxima actuación.

Misia Lola, la futura viuda, después de soportar a su marido cada noche por años, con el embeleco de la ahorcada, incumpliendo con el deber conyugal y con la vana esperanza de que abando-nara la bebida -porque es bien sabido que no se puede creer en las promesas de abstinencia de un borracho por du-rar menos que un remiendo bastiado en el fundillo- no pudo más y se puso en las manos del padre Serapio Rea, acudien-do a la misma sacristía dos veces a la semana para recibir el sacramento de la confesión en vivo y el sabio consuelo sacerdotal de paz espiritual en directo, que le ayudaban a sobrellevar la pesada cruz de ese matrimonio a color.

Estos reencuentros con los sacra-mentos obraron el milagro en su alma atormentada y empezó a engordar un poco porque estaba en los meros guesos y a punto de fruncir cagalera, por culpa de Chilo, a pesar de todos los caldos de pajarilla y de ojo que el doctor Mon-dragón le había prescrito y que ella dejó de tomar por encontrarlos repug-nantes y, sobre todo, porque ese ojo melancólico de vaca la miraba del fon-do del plato; además no le servían para un carajo. El embarnecimiento de do-

ña Lola de Garcés se debía a que estaba esperando un bebé y cuando se empezó a evidenciar el hecho, tomó ciertas pre-visiones urgentes. Chilo tenía colgado de un clavo un serruchito que había comprado para su hobby preferido, la carpintería, que no había tenido tiempo de practicar en toda su vida; sin embar-go, allí lo mantenía esperando la oca-sión de estrenarlo a la primera oportu-nidad. Nadie vio a misiá Lola armada del serrucho cortando al sesgo las patas delanteras del taburete que usara Chilo para ahorcarse todos los días. No las cortó del todo y el taburete no cayó al intento de suicidio; muy nerviosa, al siguiente día, se fue a la sacristía donde el padre Serapio, estaba desolada, pero el padre le inyectó valor encomendán-dola al arcángel San Gabriel, patrono del buen suceso. La pobre señora cortó un poco más las patas y se acostó a es-perar a Chilo, su maridito, como lo hiciera en los últimos diez años.

Llegó el borracho, borracho, se trepó al taburete, se acomodó la soga en el pescuezo y empezó la perorata que

Carlos Toro Escobar

Obra literaria:El eje paisa IEl eje paisa II Historias morrocotudas: Trebejos ITrastos IICorotos IIICalamacos IVCacharros VCachivaches VI Chécheres VIIChucherías VIIIPerendengues IX Bártulos X

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nadie le escuchaba porque sus hijos se tapaban las orejas con la almohada y su mujer estaba hasta las tetas de oír ese disco rayado. De repente el taburete se desbarató cuando la señora se apoyó con fuerza en el espaldar y Garcés quedó pataliando, colgado de su soga con la lengua afuera y los ojos brotados. La viuda, que ya lo era en propiedad, reti-ró el taburete desbaratado, lo metió debajo de su cama para quemarlo des-pués y colocó otro acostado en el suelo como si hubiera servido de plataforma para el salto mortal; entonces la viuda de Garcés puso los gritos en el cielo llamando a los vecinos para bajar a su marido del cadalso e intentar la resu-rrección de la carne mediante la horri-ble respiración boca a boca con un bo-rracho. Fue un cuadro patético, cuando

los vecinos descolgaron al pobre Chilo sin vida que al fin los dejaría dormir en paz.

El padre Serapio permitió que Garcés fuera enterrado solemnemente en campo santo, porque la viuda le suplicó insistentemente que de no ha-cerlo sería una mancha para su familia y para ella misma que tendría que so-portar las habladurías de la feligresía salgareña por enterrar a su marido en el muladar de los suicidas, además, esas habladurías podrían llevar a otras peo-res. De ese modo a Garcés lo traslada-ron muy dignamente al agujero que le preparó Basilio Vélez el enterrador de Salgar, por cuenta del padre Serapio.

La viuda de Garcés tuvo su hijo con toda felicidad y fundó la famosa escuelita La Golondrina, donde ense-ñaba a escribir las primeras letras en un cajón con arena, usando un palito o el dedo para las escribanías y un rasero para emparejar la arena, también usa-ban pedazos de hojas de banano para escribir con una tuna de naranjo. En La Golondrina la viuda de Garcés con-seguía los medios para alimentar a su prole con una ayudita del padre Sera-pio que tanto quería a su limpiapiedras.

Este doloroso hecho ocurrió hace más de cuarenta años y ya nadie habla de él en el pueblo; ahora el padre Se-rapio Rea debe estar flotando en su colchón de nubes estrenando alas y tocando arpa en la gloria eterna con el señor Garcés.

Carlos Toro EscobarNací en Medellín en 1928

Curriculum Vitae:Mecánico industrial Pregonero cacharrero Mecánico dental Colono Diseños textiles Armero Decorador de iglesias Encuadernador Soldador Cotero Camionero Buldocero Finquero Profesor Comisionista Cafetero Estructuras metálicas Volquetero Montador plantas hidráulicas Arquitecto Ganadero Hotelero Carpintero Pintor Escultor Hacendado Armador Velerista Lechero Avicultor Caficultor Ranchero Soldado Marino Carbonero Caldero Fundidor Escritor

No tengo experiencia en nada. Busco trabajo de medio tiempo bien remunerado.

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Los 10 libros menos vendidospero tal vez los más leídos una vezPor Leo Larsen

José Lins do Rego fue periodista, novelista y cronista. Nació en Brasil (Pilar) en 1901 y falleció en Rio de Janeiro en 1957. Publicó, entre otros, El niño del ingenio de azúcar, (1932), Doidinho (1933), Ban-güê (1934), O Moleque Ricardo 1935), Usina (1936), Pureza (1937), Pedra bonita (1938), Riacho doce (1939), Água-mãe (1941), Fogo morto (1943), Eurídice (1947), Cangaceiros (1953), Histórias da velha To-tonha (1936), Gordos e magros (1942), Poesia e vida (1945), Homens, seres e coisas (1952), A casa e o homem (1954), Meus verdes anos (1956), Presença do Nordeste na literatura bra-sileira (1957). Póstumamente se publicó O vulcão e a fonte (1958).

El mundo rural del nordeste brasileño, con sus haciendas e ingenios azucareros, sirve de inspira-ción para la obra de este autor. La obra de José Lins do Rego se caracteriza particularmente por su extraordinario poder de descripción. Con su muerte en 1957, el Brasil pierde a unos de los grandes nombres de la literatura regionalista.

.

Nr Libros injustamente olvidados

1 La leyenda del santo bebedor, Joseph Roth

2 El niño del ingenio de azúcar, José Lins do Rego

3 Confabulario, Juan José Arreola

4 El barón Bagge, Alexander Lernet-Holenia

5 El crepúsculo de los dioses, Richard Garnett

6 Bronwyn, Juan Eduardo Cirlot

7 En busca del amor, Nancy Mitford

8 El collar de la paloma, Ibn Hazm de Córdoba

9 Apología de un matemático, G. H. Hardy

10 Un bárbaro en Asia, Henri Michaux

Esta sección pretende re-cordar los libros injus-tamente olvi-dados.

El ranking de los libros menos vendi-dos es un sondeo al pasadoPor Diego Valverde Villena

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José Lins do RegoBrasil (1901-1957)

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Vislumbres de la India India examinada en su complejidad nacional, religiosa e histórica Por Manuel Cabrales, periodista

En el 2008 me vine de Roma a vivir a la India por moti-vo de mis otras ocupaciones. Debo confesar que meses antes de mi partida, devoré una pila de libros con los cuales prepa-raba mi llegada a este subcontinente de contrastes extremos. Pero a pesar de mi ardua preparación, leyendo cuanto pude y hablando con todas aquellas personas conocedoras del tema que se me cruzaron, mi iniciación fue compleja. Mis prime-ras impresiones: las ciudades me parecían feas. No fascina-ban. El calor violento, insoportable. La inmensa masa de gente a la cual no estaba acostumbrado. Me impactó la enorme antítesis entre la pluralidad polifacética e intrincada del hinduismo y el riguroso absolutismo del islam, aunque las dos religiones hayan logrado cierta coexistencia de hecho con media docena de sistemas de religiones ajenas. Para rematar la presencia simultánea de sabores heterogéneos en la comida cuando toda la vida yo he sido entrenado para una secuencia lineal de platos. La frustración crecía con mis primeros viajes procurando alejarme de Nueva Delhi, visitando regiones remotas y viejos monumentos. Pero afortunadamente en al-

gún momento algo me pasó. Empecé lentamente a entender que tenía que erradicar mi visión occidental de ver el mundo. Con el pasar de los meses comprendí que yo buscaba compa-rar todo el tiempo a la India con la visión arquitectónica que uno tiene en Europa, -en mi caso con la Roma del Renaci-miento cuando en realidad estoy comenzando a intuir que acá en la India las ciudades son comparadas con la literatura, con la poesía, con un antes al cual yo no estaba acostumbra-do. Ahora no me repugna la masa. Disfruto del placer de gratificar mi paladar con esa reunión de sabores que no es otra cosa que la fusión de los tiempos. Definitivamente, como en el libro que hoy les recomiendo Vislumbres de la India, un libro de ensayo escrito por el nobel, poeta y autor mexicano Octavio Paz y publicado en 1995, yo he comenzado a enca-rar el pluralismo cultural y filosófico de este país como una auténtica y antigua tradición de la misma India, no una im-portación occidental.

El periodista colombiano Manuel Cabrales. Reside entre Roma y Nue-va Delhi y es colaborador de AURORABOREAL.

Octavio Paz (1914-1998)

Ensayista y poeta mexicano. Es uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos. Escritor fecundo. Su obra abarca varios géneros, entre los que sobresalen textos poéticos, el ensayo y traducciones. Colaboró activa y constantemente en el impulso de la cultura a través de la funda-ción y participación en innumerables re-vistas, como Taller, Plural y Vuelta. Tam-bién fungió de profesor, conferencista, pe-riodista y diplomático. Recibió varios premios literarios, como el del Príncipe de Asturias, el Premio Cervantes y el de Tocqueville. Pero el mayor de todos fue el Premio Nobel en 1990. Autor de Vislum-bres de la India.

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Los 10 libros menos vendidospero tal vez los más leídos una vezPor Leo Larsen

José Lins do Rego fue periodista, novelista y cronista. Nació en Brasil (Pilar) en 1901 y falleció en Rio de Janeiro en 1957. Publicó, entre otros, El niño del ingenio de azúcar, (1932), Doidinho (1933), Ban-güê (1934), O Moleque Ricardo 1935), Usina (1936), Pureza (1937), Pedra bonita (1938), Riacho doce (1939), Água-mãe (1941), Fogo morto (1943), Eurídice (1947), Cangaceiros (1953), Histórias da velha To-tonha (1936), Gordos e magros (1942), Poesia e vida (1945), Homens, seres e coisas (1952), A casa e o homem (1954), Meus verdes anos (1956), Presença do Nordeste na literatura bra-sileira (1957). Póstumamente se publicó O vulcão e a fonte (1958).

El mundo rural del nordeste brasileño, con sus haciendas e ingenios azucareros, sirve de inspira-ción para la obra de este autor. La obra de José Lins do Rego se caracteriza particularmente por su extraordinario poder de descripción. Con su muerte en 1957, el Brasil pierde a unos de los grandes nombres de la literatura regionalista.

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Nr Libros injustamente olvidados

1 La leyenda del santo bebedor, Joseph Roth

2 El niño del ingenio de azúcar, José Lins do Rego

3 Confabulario, Juan José Arreola

4 El barón Bagge, Alexander Lernet-Holenia

5 El crepúsculo de los dioses, Richard Garnett

6 Bronwyn, Juan Eduardo Cirlot

7 En busca del amor, Nancy Mitford

8 El collar de la paloma, Ibn Hazm de Córdoba

9 Apología de un matemático, G. H. Hardy

10 Un bárbaro en Asia, Henri Michaux

Esta sección pretende re-cordar los libros injus-tamente olvi-dados.

El ranking de los libros menos vendi-dos es un sondeo al pasadoPor Diego Valverde Villena

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José Lins do RegoBrasil (1901-1957)

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Vislumbres de la India India examinada en su complejidad nacional, religiosa e histórica Por Manuel Cabrales, periodista

En el 2008 me vine de Roma a vivir a la India por moti-vo de mis otras ocupaciones. Debo confesar que meses antes de mi partida, devoré una pila de libros con los cuales prepa-raba mi llegada a este subcontinente de contrastes extremos. Pero a pesar de mi ardua preparación, leyendo cuanto pude y hablando con todas aquellas personas conocedoras del tema que se me cruzaron, mi iniciación fue compleja. Mis prime-ras impresiones: las ciudades me parecían feas. No fascina-ban. El calor violento, insoportable. La inmensa masa de gente a la cual no estaba acostumbrado. Me impactó la enorme antítesis entre la pluralidad polifacética e intrincada del hinduismo y el riguroso absolutismo del islam, aunque las dos religiones hayan logrado cierta coexistencia de hecho con media docena de sistemas de religiones ajenas. Para rematar la presencia simultánea de sabores heterogéneos en la comida cuando toda la vida yo he sido entrenado para una secuencia lineal de platos. La frustración crecía con mis primeros viajes procurando alejarme de Nueva Delhi, visitando regiones remotas y viejos monumentos. Pero afortunadamente en al-

gún momento algo me pasó. Empecé lentamente a entender que tenía que erradicar mi visión occidental de ver el mundo. Con el pasar de los meses comprendí que yo buscaba compa-rar todo el tiempo a la India con la visión arquitectónica que uno tiene en Europa, -en mi caso con la Roma del Renaci-miento cuando en realidad estoy comenzando a intuir que acá en la India las ciudades son comparadas con la literatura, con la poesía, con un antes al cual yo no estaba acostumbra-do. Ahora no me repugna la masa. Disfruto del placer de gratificar mi paladar con esa reunión de sabores que no es otra cosa que la fusión de los tiempos. Definitivamente, como en el libro que hoy les recomiendo Vislumbres de la India, un libro de ensayo escrito por el nobel, poeta y autor mexicano Octavio Paz y publicado en 1995, yo he comenzado a enca-rar el pluralismo cultural y filosófico de este país como una auténtica y antigua tradición de la misma India, no una im-portación occidental.

El periodista colombiano Manuel Cabrales. Reside entre Roma y Nue-va Delhi y es colaborador de AURORABOREAL.

Octavio Paz (1914-1998)

Ensayista y poeta mexicano. Es uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos. Escritor fecundo. Su obra abarca varios géneros, entre los que sobresalen textos poéticos, el ensayo y traducciones. Colaboró activa y constantemente en el impulso de la cultura a través de la funda-ción y participación en innumerables re-vistas, como Taller, Plural y Vuelta. Tam-bién fungió de profesor, conferencista, pe-riodista y diplomático. Recibió varios premios literarios, como el del Príncipe de Asturias, el Premio Cervantes y el de Tocqueville. Pero el mayor de todos fue el Premio Nobel en 1990. Autor de Vislum-bres de la India.

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Un disco deJacques DemierrePor Norberto Gimelfarb

Jacques Demierre (Ginebra, 1954) es un pianista y composi-tor suizo francés cuya vida musi-cal se desarrolla en múltiples direcciones  : música improvisa-da, jazz, música contemporánea, poesía sonora, performance, instalaciones sonoras. Ha escrito música para conciertos, jazz, danza y teatro. Su labor de pia-nista de jazz e improvisador lo ha llevado a tocar con músicos como Bar re Ph i l i p s , Ur s Leimgruber, Martial Solal, Radu Malfatti, Joëlle Léandre, Urs

Blöchlinger, Irene Schweizer, Hans Koch, Carlos Zíngaro, Han Bennink, Ikue Mori, Doro-thea Schürch, para nombrar sólo algunos, pero también da recitales y conciertos como solis-ta. Además trabaja con conjun-tos de música contemporánea nueva. Es también corredactor de la revista Contrechamps es-pecializada en música contem-poránea y actual.Queremos aquí presentar un d i sco  rea l i zado en 2007: Jacques Demierre— One Is Land —Creative Sources CS 131 CD, grabado por el autor como solista de piano en Berlín y publicado en 2008. Creative Sources es una productora portu-guesa especializada en la música actual improvisada.Son dos citas del poeta norte-americano Robert Lax (1915-2000) extraídas de su poema «One Island» (Una isla): «Sea Smell » (Olor a mar) y « Land

Smell» (Olor a tierra), las que le dan nombre a las dos partes del CD «One Is Land » (obsérvese la ligera desviación del título del poema de Lax de «One Island» pasamos a «One Is Land» (tradu-cible como «Uno es tierra» o «Somos tierra»).

Perpetuum mobile o movimien-to perpetuo es la impresión que se tiene de la primera pieza o primera cara de la moneda pia-nística que ofrece aquí Demie-rre. En efecto, «Sea Smell» es el mar o más bien el oleaje en el piano y por el piano, una rom-piente que dura 23 minutos y 20 segundos y que nos sumerge literalmente. Es una hazaña físi-ca, rítmica y pianística, una ex-plosión sonora que nos tiene en vilo. En el siglo XX hubo canti-dad de obras para piano percu-sivo cuya complejidad rítmica e intensidad resultan un desafío para pianistas y público: «Sea

Jacques Demierre«Soy un improvisador, pianista y compositor. […] Al improvisar, hago composición instantánea. Al com-poner, la cualidad gestual de la improvi-sación suele influir en lo que escribo.

¿Qué pianistas de Suiza o de otros lados han influido en ti?

Irène Schweizer es evidentemente una figura ineludible de la escena suiza y mun-dial. He escuchado mucho a pianistas de jazz como Lennie Tristano, Bill Evans, Paul Bley o Ceci l Taylor, y también he practicado bastante la literatura pianística c o n t e m p o r á n e a , aunque las verdade-ras influencias no hayan surgido de músicos que tocan piano, sino que son más globales y a veces no forzosamen-te musicales.»De una entrevista con Sabina Moig

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Smell» se inscribe en ese linaje a comienzos del siglo XXI. Claro que como suele suceder con Demierre, la obra se inscri-be también en las tradiciones del jazz y en el caso de «Sea Smell» trae a la mente dos nombres de pianistas compositores como Cecil Taylor e Irene Schweizer. Estas alusiones son sólo descrip-tivas, lo que cuenta aquí es De-mierre, su originalidad y genio propio. Pero es hora de volver a la tierra, aunque más no sea a su olor, el olor a tierra  : «Land Smell.»«Sea Smell» es un desbordamien-to de atronadora fluidez. «Land Smell», la otra cara de la mone-da, es como un viaje al centro de la tierra o, más bien, un viaje al centro del piano en 19 minutos y 4 segundos. Teclado y pedales, alrededor de los cuales va cons-truido el mar de Demierre, no son sino la superficie del piano, que para el compositor huele aquí a mar. El olor de la tierra de verdad sólo puede, siguiendo al compositor-intérprete-impro-visador, surgir de las profundi-dades del piano. El camino a seguir por ese interior de la tie-rra máquina que son las entra-ñas del piano está lleno de im-previstos y discontinuidades, volviéndose ora máquina de vidrio celeste, ora máquina de motores diversos o bien produc-

tora de campanadas, sin olvidar el rechinar de la madera, los rugidos, los rozamientos y los golpes metálicos que recuerdan las músicas mecánicas de los años 1920. La imaginación so-nora y ruidista de Jacques De-mierre se despliega perpetua-mente, lo que quizá sea el vín-culo entre la rompiente marina y las perpetuas discontinuidades del moverse por la tierra. Ex-traño olor ese que plantea tales obstáculos a la fluidez. «One Is Land» también es un delirio de Demierre, un delirio que sin embargo es del orden de la poe-sía más controlada, ya que no podemos dejar de pensar en los versos de Paul Valéry: «Midi le juste y compose de feux / La mer, la mer toujours recom-mencée» —«El justo mediodía allí crea con fuego/El mar, el mar que siempre recomien-za»—. Salvo que en este caso parece más justo parafrasear: « La justa medianoche compo-ne allí de ardores/El mar, el mar que siempre recomien-za»—. ¿Por qué la mediano-che  ? Porque el mar evocado por Demierre me parece noc-turno y sombrío, más que diur-no y luminoso. Pero tal vez me equivoco. A menos que el sol negro del interior del piano se desborde y… (Continuará, co-mo el mar).

Norberto GimelfarbBuenos Aires 1941. En Sui-za desde 1966: ha enseña-do el español en las Univer-sidades de Lausana y Gine-bra. Publica en español, francés e inglés artículos, libros, poemas, narraciones y reseñas sobre temas litera-rios, lingüísticos y musicales. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Traductor del francés, inglés y alemán al español, del español al francés y al in-glés, del catalán al francés.

Algunos libros publicados: — Una antología de la poe-sía suiza francesa contem-poránea, Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1995, colección El Bardo n° 42, con Mario Camelo.—Songs Of(f) Songs. Sca(n)t Rhyming for Song and Jazz Buffs 1981-1990, Out Of Nowhe re , Ed i t i ons du J a z z o p a t h e / J a z z o p a t h Press, 1998, poemas—La novela intermitente, novela, Barcelona, March Editor, 2003, Colección Inti-ma n° 2.— Alfred Jarry; Gestas y opiniones del Doctor Faus-troll, patafísico. Novela neo-científica, versiôn española de Norberto Gimelfarb y José Fernández Arroyo de Gestes et opinions du Doc-teur Faustroll, pataphysicien. Roman néo-scientifique, prefacio y notas de Norberto Gimelfarb, Barcelona, March Editor, 2004, Colección Inti-ma n° 9.—Américo Ferrari, Figura para abolirse / Figure pour s'abolir suivi de La fiesta de los locos/La fête des fous, edición bilingüe español-francés, traducción al fran-cés, prefacio y postfacio de Norberto Gimelfarb, Lausa-nne, Editions d'en bas, 2004.—Márius Torres, La dernière rose, edición bilingüe cata-lán-francés con introducción y traducción de Marta Giné y Norberto Gimelfarb, París, L’Harmattan, 2008, col. Poètes des cinq continents.

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Un disco deJacques DemierrePor Norberto Gimelfarb

Jacques Demierre (Ginebra, 1954) es un pianista y composi-tor suizo francés cuya vida musi-cal se desarrolla en múltiples direcciones  : música improvisa-da, jazz, música contemporánea, poesía sonora, performance, instalaciones sonoras. Ha escrito música para conciertos, jazz, danza y teatro. Su labor de pia-nista de jazz e improvisador lo ha llevado a tocar con músicos como Bar re Ph i l i p s , Ur s Leimgruber, Martial Solal, Radu Malfatti, Joëlle Léandre, Urs

Blöchlinger, Irene Schweizer, Hans Koch, Carlos Zíngaro, Han Bennink, Ikue Mori, Doro-thea Schürch, para nombrar sólo algunos, pero también da recitales y conciertos como solis-ta. Además trabaja con conjun-tos de música contemporánea nueva. Es también corredactor de la revista Contrechamps es-pecializada en música contem-poránea y actual.Queremos aquí presentar un d i sco  rea l i zado en 2007: Jacques Demierre— One Is Land —Creative Sources CS 131 CD, grabado por el autor como solista de piano en Berlín y publicado en 2008. Creative Sources es una productora portu-guesa especializada en la música actual improvisada.Son dos citas del poeta norte-americano Robert Lax (1915-2000) extraídas de su poema «One Island» (Una isla): «Sea Smell » (Olor a mar) y « Land

Smell» (Olor a tierra), las que le dan nombre a las dos partes del CD «One Is Land » (obsérvese la ligera desviación del título del poema de Lax de «One Island» pasamos a «One Is Land» (tradu-cible como «Uno es tierra» o «Somos tierra»).

Perpetuum mobile o movimien-to perpetuo es la impresión que se tiene de la primera pieza o primera cara de la moneda pia-nística que ofrece aquí Demie-rre. En efecto, «Sea Smell» es el mar o más bien el oleaje en el piano y por el piano, una rom-piente que dura 23 minutos y 20 segundos y que nos sumerge literalmente. Es una hazaña físi-ca, rítmica y pianística, una ex-plosión sonora que nos tiene en vilo. En el siglo XX hubo canti-dad de obras para piano percu-sivo cuya complejidad rítmica e intensidad resultan un desafío para pianistas y público: «Sea

Jacques Demierre«Soy un improvisador, pianista y compositor. […] Al improvisar, hago composición instantánea. Al com-poner, la cualidad gestual de la improvi-sación suele influir en lo que escribo.

¿Qué pianistas de Suiza o de otros lados han influido en ti?

Irène Schweizer es evidentemente una figura ineludible de la escena suiza y mun-dial. He escuchado mucho a pianistas de jazz como Lennie Tristano, Bill Evans, Paul Bley o Ceci l Taylor, y también he practicado bastante la literatura pianística c o n t e m p o r á n e a , aunque las verdade-ras influencias no hayan surgido de músicos que tocan piano, sino que son más globales y a veces no forzosamen-te musicales.»De una entrevista con Sabina Moig

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Smell» se inscribe en ese linaje a comienzos del siglo XXI. Claro que como suele suceder con Demierre, la obra se inscri-be también en las tradiciones del jazz y en el caso de «Sea Smell» trae a la mente dos nombres de pianistas compositores como Cecil Taylor e Irene Schweizer. Estas alusiones son sólo descrip-tivas, lo que cuenta aquí es De-mierre, su originalidad y genio propio. Pero es hora de volver a la tierra, aunque más no sea a su olor, el olor a tierra  : «Land Smell.»«Sea Smell» es un desbordamien-to de atronadora fluidez. «Land Smell», la otra cara de la mone-da, es como un viaje al centro de la tierra o, más bien, un viaje al centro del piano en 19 minutos y 4 segundos. Teclado y pedales, alrededor de los cuales va cons-truido el mar de Demierre, no son sino la superficie del piano, que para el compositor huele aquí a mar. El olor de la tierra de verdad sólo puede, siguiendo al compositor-intérprete-impro-visador, surgir de las profundi-dades del piano. El camino a seguir por ese interior de la tie-rra máquina que son las entra-ñas del piano está lleno de im-previstos y discontinuidades, volviéndose ora máquina de vidrio celeste, ora máquina de motores diversos o bien produc-

tora de campanadas, sin olvidar el rechinar de la madera, los rugidos, los rozamientos y los golpes metálicos que recuerdan las músicas mecánicas de los años 1920. La imaginación so-nora y ruidista de Jacques De-mierre se despliega perpetua-mente, lo que quizá sea el vín-culo entre la rompiente marina y las perpetuas discontinuidades del moverse por la tierra. Ex-traño olor ese que plantea tales obstáculos a la fluidez. «One Is Land» también es un delirio de Demierre, un delirio que sin embargo es del orden de la poe-sía más controlada, ya que no podemos dejar de pensar en los versos de Paul Valéry: «Midi le juste y compose de feux / La mer, la mer toujours recom-mencée» —«El justo mediodía allí crea con fuego/El mar, el mar que siempre recomien-za»—. Salvo que en este caso parece más justo parafrasear: « La justa medianoche compo-ne allí de ardores/El mar, el mar que siempre recomien-za»—. ¿Por qué la mediano-che  ? Porque el mar evocado por Demierre me parece noc-turno y sombrío, más que diur-no y luminoso. Pero tal vez me equivoco. A menos que el sol negro del interior del piano se desborde y… (Continuará, co-mo el mar).

Norberto GimelfarbBuenos Aires 1941. En Sui-za desde 1966: ha enseña-do el español en las Univer-sidades de Lausana y Gine-bra. Publica en español, francés e inglés artículos, libros, poemas, narraciones y reseñas sobre temas litera-rios, lingüísticos y musicales. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Traductor del francés, inglés y alemán al español, del español al francés y al in-glés, del catalán al francés.

Algunos libros publicados: — Una antología de la poe-sía suiza francesa contem-poránea, Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1995, colección El Bardo n° 42, con Mario Camelo.—Songs Of(f) Songs. Sca(n)t Rhyming for Song and Jazz Buffs 1981-1990, Out Of Nowhe re , Ed i t i ons du J a z z o p a t h e / J a z z o p a t h Press, 1998, poemas—La novela intermitente, novela, Barcelona, March Editor, 2003, Colección Inti-ma n° 2.— Alfred Jarry; Gestas y opiniones del Doctor Faus-troll, patafísico. Novela neo-científica, versiôn española de Norberto Gimelfarb y José Fernández Arroyo de Gestes et opinions du Doc-teur Faustroll, pataphysicien. Roman néo-scientifique, prefacio y notas de Norberto Gimelfarb, Barcelona, March Editor, 2004, Colección Inti-ma n° 9.—Américo Ferrari, Figura para abolirse / Figure pour s'abolir suivi de La fiesta de los locos/La fête des fous, edición bilingüe español-francés, traducción al fran-cés, prefacio y postfacio de Norberto Gimelfarb, Lausa-nne, Editions d'en bas, 2004.—Márius Torres, La dernière rose, edición bilingüe cata-lán-francés con introducción y traducción de Marta Giné y Norberto Gimelfarb, París, L’Harmattan, 2008, col. Poètes des cinq continents.

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Ukoribito (Despedidas) Japón.

Mejor película extranjera.

Al leer las críticas de Despedidas, la película del director japonés Yojiro Ta-kita, uno encuentra comentarios opues-tos: hay los que dicen que es una pelícu-la preciosa y conmovedora que trata con delicadeza y humor los temas rela-cionados con la pérdida, la aceptación y el perdón. Otros la tildan de sensiblería barata, lenta y con una banda sonora exageradamente comercial. Lo cierto es

que la película Despedidas de Yojiro Takita es la ganadora del Oscar 2008 a la mejor película extranjera, de 10 Premios de la Academia de cine de Japón y del Festival de Cine de Mon-treal. La película comienza cuando se disuelve en Tokio una orquesta en la que Daigo Kobayashi toca el violon-chelo. Daigo decide regresar con su esposa Mika al hogar materno en una ciudad de ambiente rural, para empe-zar de nuevo y reencontrarse con una parte inconclusa de su pasado. Su ma-dre está muerta. Su padre lo había abandonado cuando era apenas un niño. Al buscar trabajo contesta un anuncio convencido que se trata de una agencia de viajes pero en realidad es un empleo de amortajador, en el que la persona que trabaja en ello, se ocupa de la ceremonia del amortajamiento, de la última despedida durante la cual, se prepara el cuerpo del difunto ante la presencia de los seres queridos para el viaje al más allá. La película plantea el paso irrevocable de la existencia utili-zando como pretexto las puertas que separan el mundo de los vivos y el de los muertos. Filmada con gusto, la muerte aparece bajo diversos aspectos que nos obligan a reflexionar sobre esa cita in-discutible a la cual todos deberemos acudir en algún momento de nuestro transcurrir. Un retorno a lo básico y sencillo de la vida.

Director: Yojiro Takita. Productor: Yasuhiro Mase, Toshiaki Nakazawa. Reparto: Tsutomu Yamazaki, Kimiko o, Ryoko Hirosue, Masahiro Motoki. Música: Joe Hisaishi. Año: 2008.

Efter brylluppetDinamarca.

‘Después de la boda’ con todo el estilo de las pelícu-las Dogma y con un argu-mento de secretos familia-res.

Jacob trabaja en la India ayudando y enseñando a niños pobres y huérfanos. A su pesar, debe viajar a Copenhague para solicitar a un millonario una ayu-da para continuar su labor humanita-ria. El adinerado filántropo lo invita a la boda de su hija, donde Jacob en-

cuentra a un antiguo amor, que resulta ser la madre de la joven casadera. Cuando la novia declara en su discurso que el hombre que la ha criado no es su padre, Jacob adivina que esta chica es hija suya. A partir de aquí se desenca-dena el drama desatado, los gritos, los reproches y los llantos.

D i r e c t o r : Susanne Bier. Gu ió n : Anders Thomas Jensen. Re -p a rt o : Mads Mikkelsen, Rolf Lass-gård, Sidse Babett Knudsen, Frederik Gullits Ernst, Kristian Gullits Ernst , Fo t o g ra f ía : Morten Søborg. Mú-sica: Johan Söderqvist. A ñ o : 2006.

El guía del desfiladeroNoruega.

Primer largometraje jamás rodado en lengua lapona.

Esta película está basada en una leyenda del siglo XII. Llena de acción y drama, cuenta la historia de un mucha-cho que, tras presenciar el asesinato de sus padres y su hermana pequeña a manos de un grupo de invasores Tsju-des (una tribu muy temida procedente de lo que es ahora el norte de Rusia), es hecho prisionero y obligado a hacer de guía de los invasores. Contra toda pro-babilidad, el chico consigue engañar a sus agresores y precipitarlos sobre un barranco matando a todos. El guía del desfiladero merece una cita en la historia del cine como el primer largometraje jamás rodado en lengua lapona. En 1987 fue nominado para un Oscar co-mo mejor película en lengua extranjera.

Dirección: Nils Gaup. Guión: Nils Gaup basado en una antigua le-yenda. Interpretación: Mikkel Gaup, Nils Utsi jr. Helgi Skúlason. Produc-tor: John M. Jakobsen para Filmkame-ratene A/S en coproducción con May-co A/S. Fotografía: Erling Thur-mann-Andersen. A ñ o : 1987.

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Aurora BorealÅsa Larsson

El cuerpo de Viktor Strandgård, el predicador más famoso de Suecia, yace mutilado en una remota iglesia en Ki-runa, una ciudad del norte sumergida en la eterna noche polar. La hermana de la víctima ha encontrado el cadáver, y la sombra de la sospecha se cierne sobre ella. Desesperada, pide ayuda a su amiga de adolescencia, la abogada Re-becka Martinsson, que en ese momento vive en Estocolmo y que regresa a su ciudad natal dispuesta a averiguar quién es el culpable. Durante la investigación sólo cuenta con la complicidad de Anna-Maria Mella, una inteligente y peculiar policía embarazada. En Kiru-na mucha gente tiene algo que ocultar, y la nieve no tardará en teñirse de san-gre. Åsa Larsson nació en Kiruna en 1966; actualmente vive en Mariefred. Estudió derecho en Uppsala y, al igual que su personaje Rebecka Martinsson, durante un tiempo ejerció como aboga-do tributario. En 2003 publicó Aurora Boreal (Seix Barral, 2009), por la que le concedieron el Premio de la Asociación de Escritores Suecos de Novela Negra a la Mejor Primera Novela y que fue lle-vada al cine. Es autora también de Det blodsom spillts (2004), que fue galardona-da con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca, y Svart stig (2006). Ambas serán publicadas próximamente por Seix Barral. Sus libros han tenido un éxito inmediato.

El danés serbioLeif Davidsen

Una escritora anglo-iraní contra la que pesa una fetua decide salir de su escondite y dar la cara en el Pen Club danés. La incómoda visita para el go-bierno, que tiene intereses comerciales con el régimen de los ayatolás, desenca-dena un dispositivo de seguridad sin precedentes. Mientras, en algún lugar de la ex Yugoslavia, Vuk, francotirador serbio que sólo mata por ideología, acepta el encargo de asesinar a la famo-sa escritora. Davidsen se estrena en cas-tellano con esta novela que recrea el caso Rushdie con la guerra de los Bal-canes de fondo. Narrada por una pluma escéptica y afilada durante años en el periodismo televisivo, El danés serbio que da título a la novela es Vuk, cuya vida quedó asolada durante la guerra de la antigua Yugoslavia. Con ecos de Cha-cal, seguiremos su periplo desde Bosnia a Copenhague, donde le espera un ob-jetivo: asesinar a la polémica escritora anglo-iraní; el lugar elegido para su aparición, el Pen Club danés. La novela avanza sosegada pero con suficiente peso atómico como para mantener el ritmo y emoción de todos los protago-nistas. Novela, pues, de una precisión silenciosa que tensa las cuerdas de un modo progresivo e inteligente al servicio de un entretenimiento sin estriden-cias… No en vano se ha dicho que Da-vidsen escribe como un auténtico asesi-no. Por Ángeles López.

Lisa y BirgitteIda Jessen

Lisa y Birgitte son dos amigas de la infancia separadas por vidas opuestas. Mientras Lisa es pastora protestante en un pequeño pueblo costero, Birgitte vive en Copenhague y se dedica a la escritu-ra. Tras poner fin a una relación tem-pestuosa con un hombre casado, Birgit-te decide pasar unos días junto a su amiga, buscando algo de consuelo y tranquilidad. Sin embargo, a los pocos días, Gustav, el hijo de Lisa, es atrope-llado por un conductor que se da a la fuga, y una semana después fallece. Su existencia, marcada por la fortaleza de sus creencias y el sentido de pertenencia a la comunidad, se desmorona, y Lisa se obsesiona por encontrar al culpable: sin absolución no habrá paz. Birgitte, testi-go del derrumbe de Lisa, intenta ayu-darla, pero poco a poco descubre que los motivos de su amiga para entregarse a los demás no eran tan puros como creía. Este inquietante thriller psicológi-co describe con precisión el retrato de dos mujeres: ¿quién soporta la mayor aflicción, alguien que pierde a su hijo o el que es incapaz de estar cerca de otros seres humanos? Ida Jessen, nacida en 1964, trabaja como autora y traductora. Debutó con éxito en 1989, y en 2006 fue galardonada con el prestigioso pre-mio literario del Banco BG por Lisa y Birgitte. Esta obra forma parte de una trilogía que transcurre en una localidad ficticia en el sur de Dinamarca. En ella Ida Jessen ha sabido abordar con gran fortuna temas como la culpa, el castigo, el perdón, la reconciliación y la miseri-cordia.

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Ukoribito (Despedidas) Japón.

Mejor película extranjera.

Al leer las críticas de Despedidas, la película del director japonés Yojiro Ta-kita, uno encuentra comentarios opues-tos: hay los que dicen que es una pelícu-la preciosa y conmovedora que trata con delicadeza y humor los temas rela-cionados con la pérdida, la aceptación y el perdón. Otros la tildan de sensiblería barata, lenta y con una banda sonora exageradamente comercial. Lo cierto es

que la película Despedidas de Yojiro Takita es la ganadora del Oscar 2008 a la mejor película extranjera, de 10 Premios de la Academia de cine de Japón y del Festival de Cine de Mon-treal. La película comienza cuando se disuelve en Tokio una orquesta en la que Daigo Kobayashi toca el violon-chelo. Daigo decide regresar con su esposa Mika al hogar materno en una ciudad de ambiente rural, para empe-zar de nuevo y reencontrarse con una parte inconclusa de su pasado. Su ma-dre está muerta. Su padre lo había abandonado cuando era apenas un niño. Al buscar trabajo contesta un anuncio convencido que se trata de una agencia de viajes pero en realidad es un empleo de amortajador, en el que la persona que trabaja en ello, se ocupa de la ceremonia del amortajamiento, de la última despedida durante la cual, se prepara el cuerpo del difunto ante la presencia de los seres queridos para el viaje al más allá. La película plantea el paso irrevocable de la existencia utili-zando como pretexto las puertas que separan el mundo de los vivos y el de los muertos. Filmada con gusto, la muerte aparece bajo diversos aspectos que nos obligan a reflexionar sobre esa cita in-discutible a la cual todos deberemos acudir en algún momento de nuestro transcurrir. Un retorno a lo básico y sencillo de la vida.

Director: Yojiro Takita. Productor: Yasuhiro Mase, Toshiaki Nakazawa. Reparto: Tsutomu Yamazaki, Kimiko o, Ryoko Hirosue, Masahiro Motoki. Música: Joe Hisaishi. Año: 2008.

Efter brylluppetDinamarca.

‘Después de la boda’ con todo el estilo de las pelícu-las Dogma y con un argu-mento de secretos familia-res.

Jacob trabaja en la India ayudando y enseñando a niños pobres y huérfanos. A su pesar, debe viajar a Copenhague para solicitar a un millonario una ayu-da para continuar su labor humanita-ria. El adinerado filántropo lo invita a la boda de su hija, donde Jacob en-

cuentra a un antiguo amor, que resulta ser la madre de la joven casadera. Cuando la novia declara en su discurso que el hombre que la ha criado no es su padre, Jacob adivina que esta chica es hija suya. A partir de aquí se desenca-dena el drama desatado, los gritos, los reproches y los llantos.

D i r e c t o r : Susanne Bier. Gu ió n : Anders Thomas Jensen. Re -p a rt o : Mads Mikkelsen, Rolf Lass-gård, Sidse Babett Knudsen, Frederik Gullits Ernst, Kristian Gullits Ernst , Fo t o g ra f ía : Morten Søborg. Mú-sica: Johan Söderqvist. A ñ o : 2006.

El guía del desfiladeroNoruega.

Primer largometraje jamás rodado en lengua lapona.

Esta película está basada en una leyenda del siglo XII. Llena de acción y drama, cuenta la historia de un mucha-cho que, tras presenciar el asesinato de sus padres y su hermana pequeña a manos de un grupo de invasores Tsju-des (una tribu muy temida procedente de lo que es ahora el norte de Rusia), es hecho prisionero y obligado a hacer de guía de los invasores. Contra toda pro-babilidad, el chico consigue engañar a sus agresores y precipitarlos sobre un barranco matando a todos. El guía del desfiladero merece una cita en la historia del cine como el primer largometraje jamás rodado en lengua lapona. En 1987 fue nominado para un Oscar co-mo mejor película en lengua extranjera.

Dirección: Nils Gaup. Guión: Nils Gaup basado en una antigua le-yenda. Interpretación: Mikkel Gaup, Nils Utsi jr. Helgi Skúlason. Produc-tor: John M. Jakobsen para Filmkame-ratene A/S en coproducción con May-co A/S. Fotografía: Erling Thur-mann-Andersen. A ñ o : 1987.

AURORABOREA

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Aurora BorealÅsa Larsson

El cuerpo de Viktor Strandgård, el predicador más famoso de Suecia, yace mutilado en una remota iglesia en Ki-runa, una ciudad del norte sumergida en la eterna noche polar. La hermana de la víctima ha encontrado el cadáver, y la sombra de la sospecha se cierne sobre ella. Desesperada, pide ayuda a su amiga de adolescencia, la abogada Re-becka Martinsson, que en ese momento vive en Estocolmo y que regresa a su ciudad natal dispuesta a averiguar quién es el culpable. Durante la investigación sólo cuenta con la complicidad de Anna-Maria Mella, una inteligente y peculiar policía embarazada. En Kiru-na mucha gente tiene algo que ocultar, y la nieve no tardará en teñirse de san-gre. Åsa Larsson nació en Kiruna en 1966; actualmente vive en Mariefred. Estudió derecho en Uppsala y, al igual que su personaje Rebecka Martinsson, durante un tiempo ejerció como aboga-do tributario. En 2003 publicó Aurora Boreal (Seix Barral, 2009), por la que le concedieron el Premio de la Asociación de Escritores Suecos de Novela Negra a la Mejor Primera Novela y que fue lle-vada al cine. Es autora también de Det blodsom spillts (2004), que fue galardona-da con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca, y Svart stig (2006). Ambas serán publicadas próximamente por Seix Barral. Sus libros han tenido un éxito inmediato.

El danés serbioLeif Davidsen

Una escritora anglo-iraní contra la que pesa una fetua decide salir de su escondite y dar la cara en el Pen Club danés. La incómoda visita para el go-bierno, que tiene intereses comerciales con el régimen de los ayatolás, desenca-dena un dispositivo de seguridad sin precedentes. Mientras, en algún lugar de la ex Yugoslavia, Vuk, francotirador serbio que sólo mata por ideología, acepta el encargo de asesinar a la famo-sa escritora. Davidsen se estrena en cas-tellano con esta novela que recrea el caso Rushdie con la guerra de los Bal-canes de fondo. Narrada por una pluma escéptica y afilada durante años en el periodismo televisivo, El danés serbio que da título a la novela es Vuk, cuya vida quedó asolada durante la guerra de la antigua Yugoslavia. Con ecos de Cha-cal, seguiremos su periplo desde Bosnia a Copenhague, donde le espera un ob-jetivo: asesinar a la polémica escritora anglo-iraní; el lugar elegido para su aparición, el Pen Club danés. La novela avanza sosegada pero con suficiente peso atómico como para mantener el ritmo y emoción de todos los protago-nistas. Novela, pues, de una precisión silenciosa que tensa las cuerdas de un modo progresivo e inteligente al servicio de un entretenimiento sin estriden-cias… No en vano se ha dicho que Da-vidsen escribe como un auténtico asesi-no. Por Ángeles López.

Lisa y BirgitteIda Jessen

Lisa y Birgitte son dos amigas de la infancia separadas por vidas opuestas. Mientras Lisa es pastora protestante en un pequeño pueblo costero, Birgitte vive en Copenhague y se dedica a la escritu-ra. Tras poner fin a una relación tem-pestuosa con un hombre casado, Birgit-te decide pasar unos días junto a su amiga, buscando algo de consuelo y tranquilidad. Sin embargo, a los pocos días, Gustav, el hijo de Lisa, es atrope-llado por un conductor que se da a la fuga, y una semana después fallece. Su existencia, marcada por la fortaleza de sus creencias y el sentido de pertenencia a la comunidad, se desmorona, y Lisa se obsesiona por encontrar al culpable: sin absolución no habrá paz. Birgitte, testi-go del derrumbe de Lisa, intenta ayu-darla, pero poco a poco descubre que los motivos de su amiga para entregarse a los demás no eran tan puros como creía. Este inquietante thriller psicológi-co describe con precisión el retrato de dos mujeres: ¿quién soporta la mayor aflicción, alguien que pierde a su hijo o el que es incapaz de estar cerca de otros seres humanos? Ida Jessen, nacida en 1964, trabaja como autora y traductora. Debutó con éxito en 1989, y en 2006 fue galardonada con el prestigioso pre-mio literario del Banco BG por Lisa y Birgitte. Esta obra forma parte de una trilogía que transcurre en una localidad ficticia en el sur de Dinamarca. En ella Ida Jessen ha sabido abordar con gran fortuna temas como la culpa, el castigo, el perdón, la reconciliación y la miseri-cordia.

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