AVENTURA EN EL MUSEO DEL ORO · máscara, una máscara de jaguar bellamente repujada en lámina de...
Transcript of AVENTURA EN EL MUSEO DEL ORO · máscara, una máscara de jaguar bellamente repujada en lámina de...
2
Fantástica Aventura en el Museo del Oro
Cerré el periódico, tomé el último sorbo de mi café y salí a cumplir la cita programada en el Museo
del Oro para las once y quince minutos de la mañana.
El tráfico estaba suave, llegué a tiempo y entregué el boleto a un atento recepcionista que me invitó a
seguir a la Sala de Exposiciones Transitorias.
Entré al gran salón cuya puerta de metal y de vidrio se cerró detrás de mí, y me di cuenta de que yo
estaba sola en ese recinto. Como por arte de magia, el espacio fue convirtiéndose en un lugar lleno
de misterio: olía a musgo húmedo, se escuchaba una música de viento suave, de algarabía de pájaros,
de correr de agua, de zumbido de insectos y de caer de hojas secas sobre el tapete vegetal del piso.
En medio de esta selva, las vitrinas de cristal de la exposición estaban envueltas en una penumbra que
hacía más brillantes los objetos de oro que relucían dentro de ellas.
De repente, en ese mundo mágico, yo misma me sentí extraña: comencé a achicarme hasta quedar
detenida en el aire como si fuera un insecto volador… Entonces resolví entregarme a vivir lo que el
anuncio leído esa mañana en el periódico, me había prometido: una “Fantástica Aventura en el Museo
del Oro”.
3
A los pocos minutos de estar deliciosamente suspendida en el aire, escuché a mi derecha un sonido
que me atemorizó pero, al mirar hacia la vitrina de donde salía el amenazante rugido, vi que era una
máscara, una máscara de jaguar bellamente repujada en lámina de oro, con boca felina, ojos rasgados
y con la representación de una orla de serpientes coronando su cabeza.
Quedé estupefacta y en seguida escuché una resonante voz que decía:
“Esta es una pieza de Estilo Calima, es llamada la “Máscara de Inzá” porque fue
encontrada en una tumba precolombina en ese Municipio del Cauca. Los indios
paeces de la región tienen esta creencia sobre el origen de su pueblo:
‘En el comienzo de los tiempos un jaguar que había sido indio pijao raptó una niña paez con quien
engendró al Niño Trueno, antepasado de los paeces’ ”.
Qué interesante mito –pensé-‐ de un pueblo que se siente descendiente del jaguar, como algunos otros pueblos
de la América Precolombina que dejaron plasmada en piedra, en arcilla o en oro la boca felina de su antepasado
mítico.
4
Continué extasiada atravesando el misterioso espacio y poco a poco empecé a escuchar, entre
murmullo de agua, algo que parecían ser los chasquidos de algún animal: me detuve y vi tras los
cristales de una urna, la figura de un dorado caimancillo. Al parecer, por la pequeña argolla que
mostraba, había sido un colgante de pectoral; su armonioso cuerpo tenía sobre la espalda un
encrespado tejido de hilo de oro fundido, que imitaba la
cresta del saurio.
-‐Quién eres tú, le pregunté. Y entre chasquidos escuché
claramente su respuesta:
-‐“Soy animal del agua y de la tierra, vivo a la orilla de las
ciénagas y de los ríos. Los agricultores que habitaban la
hoya media del río Cauca, como otros muchos pueblos precolombinos, creían que mi imagen atraía
mágicamente la humedad necesaria para fertilizar la tierra y dar vida a sus cosechas. Por eso los
orfebres de aquella región, creadores del Estilo Quimbaya, me fundieron en oro”.
5
Ávida de conocer otros animales en esta selva, seguí volando por entre la semi-penumbra; al cabo de
unos minutos escuché fuertes golpes en las paredes de una gran caja de cristal: comprendí que los
seres que allí se movían querían llamar mi atención y me dirigí a ellos.
Eran unos relucientes murciélagos recortados con trazos muy sencillos en láminas de oro: volaban a
ciegas, locamente, y al hacerlo se tropezaban los unos contra los otros.
-“Sólo podemos ver en la oscuridad, -escuché que decían- por eso amamos la
noche, la noche llena de magia… somos símbolo del misterio… Para representarlo
nos elaboraron en Estilo Tolima quienes trabajaron el oro en la región del Tolima
y Huila.
Los antiguos orfebres del territorio colombiano –continúo explicando una clara voz-
plasmaron en oro los seres de la naturaleza, a veces con complicados adornos, a
veces con trazos sencillos, estilizados, como los murciélagos que estás viendo”.
Observé largo rato las estilizadas narigueras y pensé en los chamanes que debieron utilizarlas
colgadas del tabique nasal y cubriendo su boca, quizás para que a través del oro su palabra saliera
purificada.
6
Proseguí mi vuelo. Más adelante escuché el graznido de un ave que me llevó a detenerme frente a
otra vitrina; allí lucía esplendorosa fundida en oro, una cabeza de águila coronada con hermosa cresta
de plumas formada por áureos hilos entorchados. La observé
cuidadosamente.
-¿Qué simbolizabas tú para la gente que te creó? -pregunté al águila-.
-“Soy el símbolo de las alturas aireadas que se contraponen a los suelos
inundados e inútiles para la agricultura.. Entre los pueblos que vivieron en los
valles del bajo Cauca, del Atrato y del Sinú, quien dirigía la comunidad llevaba
como remate de su bastón de mando mi figura, que también significaba poder,
ya que soy el ave que vuela por encima de todas las demás. Los orfebres de
aquellas regiones, creadores del Estilo Sinú, me fundieron en oro”.
-¡Qué extraño, -pensé-: los antiguos romanos llevaban también en sus estandartes la figura del Águila
como símbolo del imperio; los Hapsburgos de Austria y de España tomaron también al águila como su
insignia y la trajeron a la América Colonial en sus sellos y escudos; el de Bogotá aún ostenta su figura.
7
Al continuar mi travesía escuché otro singular sonido: parecía como si estuvieran reventando miles de
burbujas de aire entre el agua. Quise indagar de qué se trataba y vi que dentro de un recinto de cristal
se agitaban algunos curiosos animales. Mirándolos detenidamente me di cuenta que eran seres
fantásticos, simbiosis de dos especies diferentes, como fueron en las mitologías antiguas las sirenas y
los centauros. Los que ahora yo estaba viendo tenían cuerpo de pez
y alas de ave.
-“Nos concibió la imaginación fabulosa de los orfebres del Estilo Sinú, al igual que el águila que acabas de ver, reinamos en el aire y
en el agua, pero algunos ingenuos visitantes del Museo al vernos,
dicen que somos la representación de ovnis venidos de otros
mundos.”
Pensé con tristeza que frecuentemente se suele atribuir a los “extraterrestres” todo cuanto no creemos
que nuestros pueblos precolombinos de América hayan podido realizar y esto se debe al
desconocimiento y menosprecio que existe sobre ellos.
8
Espantó mi tristeza un alegre crua… crua… que me puso en alerta: multitud de ranitas de oro
croaban dentro de su palacio de cristal; yo que siempre he sentido gran cariño por las ranas,
traspasé presurosa la urna para verlas más de cerca: fundidas en oro macizo, con una hermosa
trenza sobre la espalda, sentadas todas en la misma posición, eran las cuentas de un collar.
-“Crua... crua... -gritaban en coro-. Somos el símbolo de la abundancia y de la riqueza porque
vivimos donde hay humedad, y donde hay humedad hay fertilidad, y donde hay fertilidad crecen las
cosechas y se recogen opulentos frutos”.
-Y continuaron: “Nos crearon todos los pueblos orfebres de lo que hoy es Colombia; pero los de la
bella región de la Sierra Nevada de Santa Marta nos fundieron en su estilo, el Estilo Tairona.”. La
sabia voz que tantas cosas explicaba allí, siguió dándome sus interpretaciones:
“La sensibilidad e imaginación con que los Tairona plasmaron la forma de los animales se debió al
amor que sentían por ellos y por la naturaleza en general. Nadie como estas gentes cuidó el medio
ambiente: construían sus casas y sus templos en los claros del bosque respetando los árboles y
sabían proteger de la erosión las terrazas de cultivo adosando a su contorno lajas de piedra que servían de contrafuerte”.
Y nosotros creemos que la ecología se creó hace apenas unas décadas…-pensé.
9
Me sorprendió luego el sonido de inquietos aleteos dentro de otro recinto de cristal: muchas mariposas
doradas parecían querer escapar afanosamente del lugar en donde se encontraban:
estaban fundidas en fino oro y sus alas lucían generosamente adornadas. Eran
narigueras en forma de mariposas.
-¿Por qué intentan ustedes salir de su palacio? -les pregunté-
-“Porque simbolizamos el espíritu del hombre que encerrado en
su cuerpo quiere volar hacia el infinito -respondieron a una sola voz;- nosotras ya
hemos salido del capullo que tejió el gusano, para volar libremente por los aires.
Fuimos narigueras de los chamanes del pueblo Tairona y fundidas en su estilo, el
Estilo Tairona”.
Quedé largo rato como anonadada ante estas reflexiones.
10
Minutos después miré hacia el lugar de donde salían unos finos, muy
finos silbidos y vi allí, en una vitrina, cómo danzaban en misteriosas
contorsiones, al son de las notas de una flauta dulce, dos serpientes de
oro.
-Qué extrañas –pensé.
-“Fuimos símbolo -dijeron- de la Madre Bachué y de su hijo Lavaque, la pareja primigenia que engendró
a los indios Muiscas del Altiplano Cundi-Boyacense; ellos salieron de la Laguna de Iguaque como una
mujer y un niño; cuando éste creció los dos se unieron y poblaron el territorio; después se sumergieron
de nuevo entre la lagua en forma de serpientes; por eso nosotras, reptiles sagrados, fuimos para los
muiscas símbolos de sus primeros padres y objeto de veneración. Los orfebres de sus tierras nos
fundieron en su estilo: el Estilo Muisca.”
¡Hermoso mito de origen –reflexioné- y qué coherente con la geografía de las lagunas de la región del
Altiplano!
11
Seguí recorriendo maravillada la penumbrosa selva, cuando escuché a mi derecha una algarabía de
animales y volé hacia la urna de donde salían agudos chillidos.
Allí había monos de larga cola. Decoraban muchas orejeras
recortadas sobre lámina de oro fino; atravesé como un rayo la vitrina y
me sostuve en el aire frente a los simios.
-“Somos del sur montañoso del país -explicó uno de ellos-. Los
orfebres de la región nos fabricaron a su estilo, el Estilo Nariño, dibujándonos primero en láminas y recortándonos después; nuestra
imagen, reflejo de energía desbordante, les recordaba la fuerza vital y
animal que tenemos los monos; y decían que la comunicábamos mágicamente a quien llevara nuestra
efigie consigo; con ella decoraban también sus copas de cerámica”.
12
Yo no quería salir del encantamiento en que estaba sumergida pero de pronto
se sintió el potente resoplido de un caracol de oro precolombino:… Truu truu
truu……
Ofuscada por el atronador sonido volví a mi tamaño natural, la luz se
encendió, la puerta de vidrio y de metal se abrió y salí de la sala. Me sentía
verdaderamente estupecfacta pero llena de satisfacción por haber vivido la
maravillosa aventura que un aviso del periódico me había prometido:
“Fantástica Aventura en el Museo del Oro”.
-¿Para qué los curadores de esta exposición transitoria del Museo han
querido presentar a los visitantes esa serie de “Animales Mágicos”? –me
preguntaba yo-.
Estuve reflexionando en esto mientras plácidamente conducía hasta mi casa. Muchas imágenes son símbolos, pensé. Y
los símbolos, de alguna manera pueden producir efectos en quien los conoce. Si, por ejemplo, nos encontramos fuera
del país y de pronto, inesperadamente, vemos nuestra bandera ondeando sobre un mástil, el corazón puede llegar a
palpitarnos fuertemente y tal vez hasta salgan algunas lágrimas de nuestros ojos.
Las imágenes de oro elaboradas por nuestros orfebres precolombinos también fueron símbolos que debieron producir
efectos sobre las gentes de esas culturas. Pero lo más importante es que hoy esas imágenes siguen siendo para
nosotros símbolos que tienen el poder de evocar cómo fue la vida y la mentalidad de los pueblos que las crearon.
Mercedes Medina de Pacheco