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    Ahora: Cero

    J.G. Ballard

    USTED ME PREGUNTABA cmo descubr este poder absurdo y fantstico. Comoal doctor Fausto, me lo otorg el mismsimo Diablo a cambio de mi alma? Lo obtuveacaso por medio de algn extrao objeto talismnico un ojo de dolo, una pata demono desenterrado de un viejo bal o legado por un marinero moribundo? O me lohabr encontrado mientras investigaba las obscenidades de los Misterios Eleusinos yde la Misa Negra, percibiendo de pronto todo el horror y magnitud de ese poder entrenubes de incienso y humo sulfuroso?

    Nada de eso. En realidad el poder se me revel de manera bastante accidental, enel curso de trivialidades cotidianas: se me apareci disimuladamente en las puntas delos dedos, como un talento para el bordado. Fue algo tan inesperado, tan gradual, quetard en darme cuenta.

    Y ahora usted preguntar por qu tengo que contarles todo esto, describir elincreble y todava insospechado origen de mi poder, catalogar libremente los nombresde mis victimas, la fecha y la forma exacta de esas muertes. Estar tan loco quebusco realmente justicia: el proceso, el birrete negro y el verdugo que me salta a laespalda, como Quasimodo, y me arranca de la garganta la campanada de la muerte?

    No ( irona perfecta!), la extraa naturaleza de mi poder es tal que puedo difundirlosin temor a todos aquellos que deseen orme. Soy esclavo de ese poder, y cuando lodescribo no hago ms que servirlo, llevndolo fielmente, como se ver, a su conclusindefinitiva.

    Pero empecemos por el principio.

    Rankin, mi superior inmediato en la compaia Seguros Siemprevida se transformen el desgraciado instrumentode ese destino que me revelara el poder.

    Yo detestaba a Rankin. Rankin era engredo y terco, de una vulgaridad innata, yhaba alcanzado la posicin que ocupaba ahora mediante una astucia de verasdesagradable, negndose una y otra vez a recomendar mi ascenso a los directores.Haba consolidado su puesto de gerente de departamento casndose con la hija deuno de los directores, una bruja horripilante, y era por lo tanto invulnerable.

    Nuestra relacin tena como fundamento el desprecio mutuo, pero mientras yoaceptaba mi papel, convencido de que mis propias virtudes se impondran al fin a laatencin de los directores, Rankin abusaba deliberadamente de su posicin,ofendindome y denigrndome en cuanta oportunidad se le presentaba.

    Rankin socavaba sistemticamente mi autoridad sobre el personal de secretaria,que tcitamente estaba bajo mis rdenes, nombrando caprichosamente a losempleados. Me daba trabajos largos y de poca importancia, que me aislaban de losdems. Pero principalmente trataba de molestarme con impertinencias. Cantaba,

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    silbaba, se sentaba en mi mesa mientras charlaba con las dactilgrafas; luego mellamaba a su despacho y me hacia esperar mientras lea en silencio todos los papelesde un archivo.

    Aunque yo trataba de contenerme, mi odio por Rankin era cada vez msdespiadado. Sala de la oficina hirviendo de clera, y hacia todo el viaje en tren con el

    peridico abierto, pero la rabia no me dejaba leer. La indignacin y la amargura mearruinaban las noches y los fines de semana.

    No poda evitar que en mi mente nacieran pensamientos de venganza, sobre todocuando sospech que Rankin estaba dando a los directores informes desfavorablessobre mi trabajo. Pero era difcil encontrar una venganza satisfactoria. Por ltimo ladesesperacin me llev a adoptar un mtodo que me pareca despreciable: el annimo;no a los directores, pues seria muy fcil descubrir el origen de las cartas, sino a Rankiny a su mujer. Las primeras cartas, con las acostumbradas denuncias de infidelidad,nunca las envi. Me parecan ingenuas, inadecuadas, obra evidente de un paranoicorencoroso. Las guard bajo llave en una pequea caja de acero, ms adelante lasredact de nuevo, suprimiendo las crudezas ms gastadas y cambindolas por algo

    ms sutil: insinuaciones de perversin y obscenidad que dejasen huellas profundas einquietantes en la mente del lector.

    Mientras escriba la carta a la seora Rankin, enumerando en un viejo cuaderno lascualidades ms despreciables de su marido, descubr que el lenguaje amenazador delannimo (que es en verdad una rama especializada de la literatura, de normas yaclsicas y recursos apropiados y lcitos), y el ejercicio de la denuncia, la descripcin delas maldades y la depravacin del sujeto descrito y de la terrible venganza que leaguardaba, me producan un curioso alivio. Desde luego, este tipo de catarsis es bienconocido por todos aquellos que acostumbran hablar de sus experienciasdesagradables con el sacerdote, el amigo o la esposa, pero para m, que llevaba unavida solitaria y desamparada, ese descubrimiento me conmovi particularmente.

    Fue entonces cuando adopt la costumbre de escribir todas las noches, ya devuelta en casa, un breve resumen de las perversidades de Rankin, analizando susmotivos y anticipando incluso las ofensas y las injurias del da siguiente. Todo eso loverta en forma de narracin, y me permita una gran libertad, introduciendo dilogos ysituaciones imaginarias que subrayaban el comportamiento atroz de Rankin y miestoica paciencia.

    Esta compensacin fue oportuna, pues la campaa de Rankin aumentaba da ada. Se volvi abiertamente insultante; criticaba mi trabajo delante de los empleados yhasta amenazaba con quejarse a los directores. Una tarde me enfureci tanto queestuve a punto de agredirlo. Corr a casa, abr la caja, y busqu alivio en mis diarios.

    Escrib pgina tras pgina, reproduciendo en la narracin los sucesos del da,adelantndome luego a nuestro encuentro final de la prxima maana, y culminando enel accidente que me salvara del despido.

    Las ltimas lneas decan:

    ...Poco despus de las dos de la tarde siguiente, mientras espiaba como siempredesde la escalera del sptimo piso a los empleados que regresaban tarde del

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    almuerzo, Rankin perdi de pronto el equilibrio, cay por encima de la baranda y seestrell en el piso del vestbulo.

    Mientras escriba, pens que esta escena imaginaria no era otra cosa que unajusticia todava insuficiente, pero lejos estaba de sospechar que ahora tenia entre misdedos un arma de enorme poder.

    Al da siguiente, cuando volva a la oficina despus de almorzar, me sorprendiencontrar junto a la puerta a un pequeo grupo de gente, un patrullero y unaambulancia detenidos en la calle. Mientras suba los escalones unos policas salierondel edificio, abriendo paso a los enfermeros que llevaban una camilla; le haban echadoencima una sbana que mostraba las formas de un cuerpo humano. No se le vea lacara, y por las conversaciones que o deduje que alguien haba muerto. Aparecierondos de los

    directores, sorprendidos y consternados.

    Quin es? pregunt a uno de los chicos de la oficina que haba venido a

    curiosear.El seor Rankin me susurr. Seal el hueco de la escalera. Resbal junto a

    la baranda del sptimo piso, cayo al vaco y rompi una baldosa grande junto alascensor...

    El muchacho sigui hablando pero yo me volv, aturdido por la violencia fsica queflotaba en el aire. La ambulancia parti, la gente se dispers, los directores regresarona sus despachos, intercambiando gestos de asombro y pesar con otros miembros delpersonal, los porteros se llevaron los trapos y los baldes; atrs qued una mancha rojay hmeda, y la baldosa destrozada.

    Una hora ms tarde yo estaba repuesto. Sentado frente al despacho vaco deRankin, mirando a las mecangrafas que caminaban como perdidas de un lado a otro,aparentemente sin poder convencerse de que el jefe no volvera nunca, sent que elcorazn se me encenda y cantaba. Me transform: acababan de quitarme de encimaaquel peso agobiante; se me tranquiliz la mente, las tensiones y la amarguradesaparecieron. Rankin se haba ido, al fin. La poca de injusticias haba terminado.

    Contribu generosamente a la colecta que se hizo en la oficina; asist al entierro,gozando por dentro mientras el fretro se hunda en la tierra, sumndomegroseramente a las expresiones de pesar. Me prepar a ocupar el escritorio de Rankin,mi legitima herencia.

    No es difcil imaginar mi sorpresa unos pocos das despus cuando Carter, unhombre ms joven y de mucha menos experiencia, considerado en general como misubalterno, fue promovido para ocupar el sitio de Rankin. Al principio me sentdesconcertado; no poda entender la lgica tortuosa que ofenda de ese modo todas lasleyes de la precedencia y los mritos. Conclu que Rankin me haba denigrado converdadera eficacia.

    Sin embargo, acept el desaire, le ofrec a Carter mi lealtad y lo ayud areorganizar la oficina.

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    Superficialmente esos cambios fueron menores. Pero ms adelante me di cuentade que eran mucho ms deliberados de lo que haban parecido al principio, y quetrasladaban a manos de Carter la mayor parte del poder dentro de la oficina, dejandoen mis manos el trabajo de rutina que nunca sala de la seccin y que por lo tanto nollegaba a manos de los directores. Tambin vi que durante el ltimo ao Carter sehaba estado familiarizando cuidadosamente con todos los aspectos de mi tarea y que

    se atribua a si mismo trabajos que yo habia hecho durante la poca de Rankin.

    Por ltimo desafi abiertamente a Carter. Lejos de mostrarse evasivo, Carterrecalc simplemente mi papel subalterno. Desde entonces ignor mis intentos dereconciliacin y me acos sin descanso.

    El insulto final lleg cuando Jacobson se incorpor a la seccin ocupando elantiguo puesto de Carter y fue oficialmente nombrado ayudante de Carter.

    Esa noche saqu la caja de acero donde guardaba las notas de las persecucionesde Rankin y describ mis sufrimientos a manos de Carter.

    Hice una pausa, y la ltima anotacin en el diario de Rankin me llam la atencin:...Rankin perdi de pronto el equilibrio, cay por encima de la baranda y se estrell

    en el piso del vestbulo.

    Las palabras parecan estar vivas, con unos vibrantes y extraos armnicos. Noslo predecan con notable exactitud la suerte de Rankin: tenan tambin una peculiarfuerza compulsiva y magntica, que las separaba ntidamente del resto de las notas.En algn sitio dentro de mi cerebro, una voz, inmensa y sombra, las recit lentamente.

    En un repentino impulso volv la pgina, busqu una hoja en blanco y escrib:

    ...A la tarde siguiente Carter muri en un accidente de trfico frente a la oficina.

    Qu juego infantil era se? Tuve que sonrer: me senta primitivo e irracional,como un brujo haitiano que traspasa con alfileres una imagen de barro.

    Yo estaba en la oficina, al da siguiente, cuando un chillido de frenos en la calle meclav en la silla. El trfico se detuvo bruscamente y hubo un repentino alboroto seguidode silencio. Slo el despacho de Carter daba a la calle; Carter haba salido hacia mediahora; nos apretamos detrs del escritorio asomndonos a la ventana.

    Un coche haba patinado, atravesndose en la acera, y un grupo de diez o docehombres lo levantaba ahora llevndolo a la calle.

    El coche no estaba daado, pero algo que pareca aceite corra por el pavimento.Entonces vimos el cuerpo te un hombre, extendido bajo el coche, los brazos y lacabeza

    torcidos desmaadarnente.

    El color del traje me pareci extraamente familiar.

    Dos minutos ms tarde supimos que era Carter.

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    Aquella noche destru la libreta y todos mis apuntes acerca del comportamiento deRankin. Seria coincidencia, o yo habra deseado de algn modo su muerte, y delmismo modo la muerte de Carter? Imposible: no poda haber ninguna relacinimaginable entre los diarios y las dos muertes; las marcas de lpiz en las hojas depapel eran lneas arbitrarias de grafito, representaciones de ideas que slo existan enmi mente.

    Pero la posible respuesta a mis dudas y especulaciones era tan obvia que no podaesquivarla.

    Cerr la puerta con llave, abr la libreta en una pgina en blanco y busqu algoadecuado Tom el diario de la tarde. Haban suspendido la ejecucin de un joven,acusado de matar a una anciana. La cara del acusado miraba desde una fotografa:una cara grosera, ceuda, desalmada.

    Escrib:

    ...Frank Taylor muri al da siguiente en la crcel de Pentonville.

    El escndalo creado por la muerte de Taylor casi provoc la renuncia del ministrodel Interior y de los directores de la crcel. Durante los das siguientes los diarioslanzaron acusaciones violentas en todas direcciones, y al fin trascendi que Taylorhaba sido brutalmente muerto a golpes por los guardias. Le atentamente las pruebasy toda la informacin reunida por el tribunal, esperando que pudiesen arrojar alguna luzsobre el instrumento malvolo y extraordinario que vinculaba las notas en mis diarioscon las inevitables muertes al da siguiente.

    Sin embargo, como lo tema, no encontr nada de inters. Mientras tanto yo seguatranquilamente en la oficina, llevando adelante el trabajo, de modo automtico,obedeciendo sin comentarios las instrucciones de Jacobson, con la mente en otra

    parte, tratando de descubrir la identidad y el significado de ese poder que me habasido concedido.

    Todava sin convencerme, decid hacer una prueba definitiva, donde yo darainstrucciones minuciosas, para descartar de una vez toda posibilidad de coincidencia.

    Jacobson era el sujeto ideal.

    Entonces, luego de echar la llave a la puerta, escrib con dedos trmulos, temiendoque el lpiz me saltase de la mano y se me hundiese en el coraz6n:

    ...Jacobson muri a las dos y cuarenta y tres de la tarde del da siguiente, luego decortarse las muecas con una navaja de afeitar en el segundo compartimiento de la

    izquierda en el cuarto de bao de hombres del tercer piso.

    Puse la libreta en un sobre, lo cerr y lo guard bajo llave en la caja de acero, y mequed despierto durante toda la noche; las palabras me resonaban en los odos,resplandeciendo ante mis ojos como joyas del infierno.

    Luego de la muerte de Jacobson exactamente segn las instrucciones dieron alos empleados de la seccin una semana de vacaciones (en parte para alejarlos deperiodistas curiosos que empezaban a oler algo raro, y tambin porque los directores

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    crean que Jacobson haba sido morbosamente influido por las muertes de Rankin yCarter). Durante esos siete das esper impaciente la hora de volver al trabajo. Todami actitud hacia ese poder misterioso haba cambiado de modo considerable. Habiendoverificado su existencia, aunque no su origen, mi mente se volvi otra vez hacia elfuturo. Ms confiado, entend que si me haban dado ese poder era mi obligacinutilizarlo, reprimiendo mis temores. Me dije que quiz yo no era sino el instrumento de

    una fuerza superior.

    Y no seria el diario nada mas que un espejo del futuro, no me adelantara yo dealgn modo fantstico veinticuatro horas en el tiempo cuando describa las muertes,mero cronista de hechos ya ocurridos?

    Esas preguntas me perseguan incesantemente.

    Cuando volv al trabajo me encontr con que muchos miembros del personalhaban renunciado, y que sus puestos haban sido cubiertos con dificultad; la noticia delas tres muertes, en especial el suicidio de Jacobson, haba llegado a los diarios.Aprovech todo lo posible el reconocimiento de los directores, que agradecan a los

    miembros mas antiguos del personal que se quedaran en la firma, para consolidar miposicin. Por fin tome el mando del departamento, pero eso no era ms que hacerjusticia a mis mritos; mis ojos estaban ahora puestos en el directorio.

    Literalmente me pondra los zapatos de los muertos.

    En breve, mi estrategia consista en precipitar una crisis en los asuntos de la firma,lo que obligara a ls junta a buscar nuevos directores ejecutivos entre los gerentes deseccin. Esper por lo tanto a que faltara una semana para la prxima reunin dedirectorio, y entonces hice cuatro anotaciones, una para cada director ejecutivo. Tanpronto como fuese director, estara en posicin de saltar rpidamente a la presidenciadel directorio, designando mis propios candidatos a medida que fuesen apareciendo

    vacantes. Como presidente me correspondera una silla en el directorio de la casacentral, donde repetira el proceso con las variantes necesarias. Tan pronto comotuviese a mi alcance un verdadero poder, el ascenso a la supremaca nacional, yulteriormente mundial, seria rpido e irreversible.

    Si esto parece candorosamente ambicioso, recuerden que yo no haba apreciadoan la finalidad y las dimensiones reales del poder, y pensaba todava dentro de losestrechos lmites de mi mundo y mi formacin.

    Una semana ms tarde, mientras expiraban simultneamente las sentencias de loscuatro directores, yo estaba en la oficina sentado, pensando en la brevedad de la vidahumana, esperando la inevitable citacin al directorio. Por supuesto, cuando lleg la

    noticia de las muertes, ocurridas en una sucesin de accidentes de trnsito, hubo unaconsternacin general en la oficina, que yo aprovech fcilmente, pues fui el nico queno perdi la serenidad.

    Con asombro, al da siguiente yo y el resto del personal recibimos un mes desueldo en concepto de despido. Completamente pasmado al principio cre que habasido descubierto protest volublemente ante el presidente pero se me asegur queaunque apreciaban de veras todo lo que yo haba hecho, la firma no estaba encondiciones de seguir funcionando como unidad viable e iba a liquidacin forzada.

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    Qu farsa! Se haba hecho una justicia tan grotesca. Aquella maana, cuandosala de la oficina por ltima vez, me di cuenta de que en el futuro tendra que usar demi poder sin ninguna piedad. La vacilacin, el ejercicio del escrpulo, el clculo desutilezas, lo nico que me haban dado era una mayor vulnerabilidad frente a lasinconstancias y barbaridades del destino. En adelante yo seria brutal, despiadado,audaz. Tendra adems que actuar sin demora. Nada me aseguraba que el poder no

    iba a esfumarse, dejndome indefenso, en una posicin an menos afortunada quecuando se me revel por primera vez.

    Mi tarea inmediata era establecer los lmites exactos de mi poder. Durante lasemana siguiente llev a cabo una serie de experimentos, subiendo progresivamenteen la escala del asesinato.

    Ocurra que mis habitaciones estaban a unos cien metros por debajo de uno de losprincipales corredores areos de entrada en la ciudad. Durante aos yo haba sufrido elrugido insoportable de los aviones que pasaban por encima a intervalos de dosminutos, haciendo temblar las paredes y el techo, destruyendo todo posiblepensamiento. Saqu las libretas. Aqu tenia una oportunidad de unir la investigacin

    con el placer.Usted se preguntar: no me remordan la conciencia esas setenta y cinco victimas

    arrojadas a la muerte en el cielo nocturno veinticuatro horas ms tarde, ni mecompadeca por los familiares, ni dudaba de la sabidura de ese poder increble?

    Mi respuesta es no! Yo no actuaba caprichosamente; llevaba a cabo unexperimento vital para el perfeccionamiento de mi poder.

    Decid tomar un rumbo ms osado. Yo haba nacido en Stretchford, un oscurodistrito comercial que haba hecho todo lo posible por mutilarme el cuerpo y el espritu.Al fin la existencia de Stretchford podra encontrar alguna justificacin probando la

    eficacia de mi poder sobre una zona amplia.Escrib en la libreta una declaracin breve y simple:

    Todos los habitantes de Stretchford murieron al medioda siguiente.

    A la maana sal y compr una radio, y la tuve encendida todo el da, esperandopacientemente la interrupcin inevitable de los programas de la tarde, los primerosinformes horrorizados del inmenso holocausto.

    Pero no informaban de nada! Yo estaba asombrado, la cabeza me daba vueltas,tema perder la razn. El poder se habra disipado, esfumndose tan rpida einesperadamente como haba aparecido? O las autoridades estaran ocultando todamencin del cataclismo, por temor a una histeria nacional?

    Tom en seguida el tren para Stretchford.

    En la estacin hice algunas preguntas discretas, y se me asegur que la ciudadsegua existiendo. Pero, mis informantes no seran parte de la conspiracin desilencio del gobierno? El gobierno se habra dado cuenta de que estaba en presenciade una fuerza monstruosa, y esperaba atraparla de algn modo?

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    Pero la ciudad estaba intacta, las calles colmadas de trnsito, el humo deinnumerables fbricas flotando por encima de las azoteas ennegrecidas.

    Volv tarde esa noche, y encontr a la casera que me esperaba para importunarme,reclamndome el pago del alquiler. Consegu postergar esas demandas por un da, yprestamente saqu el diario y pronunci sentencia contra ella, rogando que el poder no

    me hubiese dejado del todo.Fcil es imaginar el dulce alivio que sent a la maana, cuando la encontraron al pie

    de la escalera del stano; un repentino ataque al corazn la haba arrebatado al otromundo.

    Entonces el poder no me haba abandonado!

    Durante las semanas siguientes se me fueron revelando las principalescaractersticas del poder. En primer lugar, slo operaba dentro de los limites de loposible. Tericamente la muerte simultnea de todos los pobladores de Stretchfordpodra haber sido causada por las explosiones coincidentes de varias bombas de

    hidrgeno, pero como este hecho era aparentemente imposible (huecos son, enverdad, los alardes de nuestros lideres militaristas) la orden no se cumpli.

    En segundo lugar, el poder se limitaba a la sentencia de muerte. Trat de dominaro predecir los movimientos de la bolsa, los resultados de las carreras de caballos, laconducta de mis jefes en mi nuevo empleo, pero todo fue en vano.

    En cuanto al origen del poder, nunca lo conoc. Me pareci que yo no era ms queel agente, el empleado voluntarioso de un macabro nmesis que una como unaparbola la punta del lpiz con el pergamino de los diarios.

    A veces tenia la impresin de que las breves anotaciones eran citas fragmentariasde algn inmenso libro de los muertos que exista en otra dimensin, y que mientras yoescriba mi escritura se sobrepona a la de ese escriba mayor, a lo largo de la fina lneade lpiz que intersectaba nuestros respectivos planos de tiempo, sacando de pronto dela zona eterna de la muerte una sentencia definitiva sobre alguna victima de estemundo tangible.

    Guardaba los diarios en una caja fuerte de acero, y hacia todas mis anotacionescon el mayor cuidado y reserva, para evitar cualquier sospecha que pudieserelacionarme con la ola creciente de muertes y desastres. La mayora eran sloexperimentos, y no me beneficiaban particularmente.

    Por eso fue muy grande mi sorpresa cuando descubr que la polica me vigilaba decuando en cuando. Lo not por primera vez cuando vi al sucesor de mi caseraconversando subrepticiamente con el polica de la zona, sealando mi habitacin ydndose palmaditas en la cabeza, quiz para indicar mis poderes telepticos ymesmerianos. Luego, un hombre que ahora puedo asegurarlo era un detectivevestido de civil me detuvo en la calle con algn dbil pretexto e inici una conversacindelirante acerca del clima, con el propsito evidente de sacarme informacin.

    Nunca me acusaron, pero pronto mis jefes empezaron tambin a mirarme de unamanera curiosa. Conclu entonces que la posesin del poder me haba dado un auravisible y distinta, y era eso lo que estimulaba la curiosidad de las gentes.

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    Cuando esta aura fue detectada por ms y ms personas (la advertan ya en lascolas de los mnibus y en los cafs), y por alguna razn la gente comenz a sealarlaabiertamente, haciendo comentarios divertidos, supe que el perodo de utilidad delpoder estaba terminando. Ya no podra ejercerlo sin miedo de que me descubrieran.Tendra que destruir el diario, vender la caja fuerte que durante tanto tiempo habaguardado mi secreto, y quiz hasta abstenerme de pensar en el poder, no fuera que

    eso generase el aura.

    Verme obligado a abandonar el poder cuando estaba slo en el umbral de susposibilidades, me pareca una vuelta cruel del destino. Por razones que todava meestaban vedadas yo haba logrado traspasar el velo de lo familiar y lo trivial, queencubre el mundo interior de lo preternatural y lo eterno. Tendra que perder parasiempre el poder y la visin que se me haban revelado?

    Me hice esta pregunta mientras hojeaba el diario por ltima vez. Ya estaba casicompleto ahora, y se me ocurri que era quiz uno de los textos ms extraordinariosaunque inditos, en la historia de la literatura. All se mostraba de modo irrevocable laprimaca de !a pluma sobre la espada.

    Mientras saboreaba este pensamiento, tuve de pronto una inspiracin de unafuerza y una brillantez notables. Haba tropezado con un mtodo ingenioso perosencillo que preservara el poder en su forma ms letal y annima sin tener queejercerlo directamente ni anotar los nombres de las victimas.

    Este era mi plan: yo escribira y publicara un relato aparentemente ficticio, unanarracin convencional, donde describira, con toda franqueza, mi descubrimiento delpoder y la historia subsiguiente. Dara los nombres autnticos de las victimas, citaralas circunstancias de la muerte, el crecimiento de mi diario, mis sucesivosexperimentos. Seria escrupulosamente sincero, y no ocultara nada. Por ltimoexplicara mi decisin de abandonar el poder y publicar un relato completo y

    desapasionado.En efecto, luego de un considerable trabajo, el relato fue escrito y publicado en una

    revista de amplia circulacin.

    Usted se sorprende? Lo entiendo; es como si yo mismo hubiese firmado mi propiasentencia de muerte con tinta imborrable, envindome directamente a la horca. Sinembargo, omit una sola pieza de la historia: el desenlace, el final inesperado, la vueltade tuerca. Como todos los cuentos respetables, este tambin tiene su vuelta, unavuelta por cierto tan violenta como para arrancar a la Tierra de su rbita. No fue escritocon otro propsito.

    Mediante esta vuelta de tuerca el cuento mismo se aparece de pronto como miltima orden al poder, mi ltima sentencia de muerte.

    Contra quin? Naturalmente, contra el lector del cuento!

    Ingenioso, de veras, admitir usted de buena gana. Mientras queden en circulacinejemplares de la revista (y esto est asegurado por la muerte misma de las vctimas) elpoder continuar aniquilando. El nico a quien no irn a molestar ser al autor, pues

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    ningn tribunal aceptar testimonio indirecto, y quin vivir para dar testimoniodirecto?

    Pero dnde, pregunta usted, fue publicado el relato, temiendo comprarinadvertidamente la revista, y leerla.

    Yo le respondo: Aqu! Es el relato que tiene usted delante de los ojos. Saborelobien, cuando termine de leerlo usted tambin terminar. Mientras lee estas ltimaslneas se sentir abrumado de horror y revulsin, luego de miedo y pnico. El coraznse le encoge... le tiembla el pulso... se le nubla la mente... la vida se le escapa... seest hundiendo, poco a poco... unos segundos ms y entrar usted en la eternidad...tres... dos... uno...

    Ahora!

    Cero.

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    BILENIO

    J.G. Ballard

    DURANTE TODO EL DIA, y a menudo en las primeras horas de la maana, se oael ruido de los pasos que suban y bajaban por la escalera. El cubculo de Ward habasido instalado en un cuarto estrecho, en la curva de la escalera entre el cuarto piso y elquinto, y las paredes de madera terciada se doblaban y crujan con cada paso en lasvigas de un ruinoso molino de viento. En los tres ltimos pisos de la vieja casa devecindad vivan ms de cien personas, y a veces Ward se quedaba despierto hasta lasdos o tres de la maana, tendido de espaldas en el catre, contando mecnicamente elnmero de inquilinos que regresaban del estadio cinematogrfico nocturno a trescuadras de distancia. A travs de la ventana alcanzaba a or unos largos fragmentos dedilogo amplificado que resonaban sobre los techos. El estadio no estaba nunca vaco.Durante el da la gra alzaba el vasto cubo de la pantalla, despejando el terreno donde

    se sucederan luego los partidos de ftbol y las competencias deportivas. Para la genteque viva alrededor del estadio el estruendo deba de ser insoportable.

    Ward, por lo menos, disfrutaba de cierta intimidad. Haca dos meses, antes de venira vivir a la escalera, haba compartido un cuarto con otros siete en un piso bajo de lacalle 755, y la marea incesante que pasaba junto a la ventana le haba dejado unagotamiento crnico. La calle estaba siempre colmada de gente: un clamorinterminable

    de voces y de pies que se arrastraban. Cuando Ward despertaba a las seis ymedia, y corra a ocupar su sitio en la cola del bao, las multitudes ya cubran la callede acera

    a acera, y los trenes elevados que pasaban sobre las tiendas de enfrentepuntuaban el estrpito cada medio minuto. Tan pronto como Ward vio el anuncio quedescriba el cubculo decidi mudarse, a pesar de lo elevado del alquiler. Como todosse pasaba la mayor parte del tiempo libre examinando los avisos clasificados en losperidicos, cambiando de vivienda por lo menos una vez cada dos meses. Un cubculoen una escalera seria con certeza algo privado.

    Sin embargo, el cubculo tena tambin sus inconveniencias. La mayora de lasnoches los compaeros de la biblioteca iban a visitar a Ward, necesitando descansarlos codos luego de los apretujones de la sala de lectura. El piso del cubculo tenia unasuperficie de poco ms de cuatro metros cuadrados y medio, medio metro cuadrado

    ms del mximo establecido para una persona, los carpinteros haban aprovechado,ilegalmente, el hueco dejado por el tubo de una chimenea empotrada. Esto habapermitido poner una sillita de respaldo recto entre la cama y la puerta, de modo que noera necesario que se sentara ms de una persona por vez en la cama. En la mayorparte de los cubculos simples el anfitrin y el husped tengan que sentarse en la camauno al lado del otro, conversando por encima del hombro y cambiando de lugar decuando en cuando para evitar que se les endureciera el cuello.

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    Has tenido suerte en encontrar este sitiono se cansaba de decir Rossiter, elms asiduo de los visitantes. Se reclin en la cama sealando el cubculo. Esenorme, una perspectiva que da vrtigos. No me sorprendera que tuvieras aqu cincometros por lo menos, quiz seis.

    Ward mene categricamente la cabeza. Rossiter era su amigo ms ntimo, pero la

    bsqueda de espacio vital haba desarrollado reflejos poderosos.Slo cuatro y medio. Lo he medido cuidadosamente. No hay ninguna duda.

    Rossiter alz una ceja.

    Me asombras. Tiene que ser el cielo raso entonces.

    El manejo de los cielos rasos era un recurso favorito de los propietariosinescrupulosos. E] alquiler se estableca a menudo por el rea del cielo raso, einclinando un poco hacia afuera las particiones de madera terciada se incrementaba lasuperficie del cubculo, para beneficio de un presunto inquilino (muchos matrimonios sedecidan por este motivo a alquilar un cubculo simple) o se la reduca temporalmentecuando llegaba algn inspector de casas. Unas marcas de lpiz limitaban en los cielosrasos las posibles reclamaciones de los inquilinos vecinos. Si alguien no defendafirmemente sus derechos corra el peligro de perder la vida literalmente exprimido. Enrealidad los avisos "clientela tranquila" era comnmente una invitacin a actos depiratera semejantes.

    La pared se inclina un poco admiti Ward. Unos cuatro grados... Locomprob con una plomada. Pero an queda sitio en las escaleras para que pase lagente.

    Rossiter sonri torciendo la boca.

    Por supuesto, John. Qu quieres, te tengo envidia. Mi cuarto me est volviendoloco.

    Como todos Rossiter empleaba la palabra "cuarto" para describir los cubculosminsculos, un doloroso recuerdo de los das de cincuenta aos atrs cuando la genteviva de veras en un cuarto, a veces, increblemente, en una casa. Los microfilms delos catlogos de arquitectura mostraban escenas de museos, salas de concierto y otrosedificios pblicos, aparentemente muy comunes entonces, a menudo vacos, dondedos o tres personas iban de un lado a otro por pasillos y escaleras enormes. El trnsitose mova libremente a lo largo del centro de las calles, y en los barrios ms tranquilosera posible encontrar cincuenta metros o ms de aceras desiertas.

    Ahora, por supuesto, los edificios ms viejos haban sido demolidos, yreemplazados por edificios de habitaciones. La vasta sala de banquetes de laMunicipalidad haba sido dividida horizontalmente en cuatro cubiertas de centenares decubculos.

    En cuanto a las calles, no haba trnsito de vehculos desde haca tiempo. Exceptounas pocas horas antes del alba cuando la gente se apretaba slo en las aceras, lascalles estaban continuamente ocupadas por una multitud que se arrastraba lentamente

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    y no poda tener en cuenta los innumerables avisos de "conserve la izquierda"suspendidos en el aire, mientras se abra paso a empujones hacia las casas o lasoficinas, vistiendo ropas polvorientas y deformes. Muy a menudo ocurran"embotellamientos", cuando el gento se encontraba en una bocacalle, y a veces estoduraba varios das. Dos aos antes Ward haba quedado aprisionado en las afueras delestadio, y durante cuatro das no pudo desprenderse de una jalea gigantesca de veinte

    mil personas, alimentada por las gentes que dejaban el estadio desde un lado y las quese acercaban del otro. Todo un kilmetro cuadrado del barrio haba quedadoparalizado, y Ward recordaba an vvidamente aquella pesadilla: cmo haba tenidoque esforzarse por mantener el equilibrio mientras la jalea se mova y empujaba.Cuando al fin la polica cerr el estadio y dispers a la multitud, Ward se arrastr a sucubculo y durmi una semana, el cuerpo cubierto de moretones.

    O decir que redujeron los espacios disponibles a tres metros y medio sealRossiter.

    Ward esper a que unos inquilinos del sexto piso bajaran la escalera, sosteniendola puerta para que no se saliera de quicio.

    Eso dicen siemprecoment. Recuerdo haber odo ese rumor hace diez aos.

    No es un rumor admiti Rossiter. Pronto ser inevitable. Treinta millonesapretujados en esta ciudad, y un milln ms cada ao. Ha habido serias discusiones enel Departamento de Vivienda.

    Ward sacudi la cabeza.

    Una resolucin drstica de ese tipo es casi imposible. Habra que desmantelartodos los cuartos y clavar de nuevo los tabiques. Slo las dificultades administrativasson inimaginables. Nuevos diseos y certificados para millones de cubculos,

    otorgamiento de nuevas licencias, y la redistribucin de todos los inquilinos. Desde laultima resolucin la mayor parte de los edificios fueron diseados de acuerdo con unmdulo de cuatro metros. No puedes quitarle as como as medio metro a cadacubculo y establecer de ese modo que hay tantos nuevos cubculos. Habra algunosde no ms de una pulgada de ancho.Ward se ri.Adems, quin puede vivir entres metros y medio?

    Rossiter sonri.

    Te parece un buen argumento? Hace veinticinco aos, en la ltima resolucin,dijeron lo mismo, cuando bajaron el mnimo de cinco a cuatro. No es posible, dijerontodos, nadie aguantara vivir en cuatro metros. Cabra una cama y un armario pero nohabra sitio para abrir la puerta. Rossiter cloque. Se equivocaban. Bast decidirque desde entonces todas las puertas se abriran hacia afuera. Y as nos quedamoscon cuatro metros.

    Ward mir el reloj pulsera. Eran las siete y media.

    Hora de comer. Veamos si podemos llegar al bar de enfrente.

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    Gruendo ante la perspectiva, Rossiter se levant de la cama. Salieron del cubculoy bajaron por la escalera. Las pilas de valijas, bales y cajones dejaban apenasespacio libre junto al pasamano, pero algo ms que en los pisos bajos. Los corredores,bastante anchos, haban sido divididos en cubculos simples. Haba olor a cerrado, y enlas paredes de cartn colgaban ropas hmedas y despensas improvisadas. En cadauna de las cinco habitaciones de cada piso haba doce inquilinos y las voces

    reverberaban atravesando los tabiques.

    La gente estaba sentada en los escalones del segundo piso, utilizando la escaleracomo vestbulo informal, aunque esto estaba prohibido en las normas contra incendios,y las mujeres charlaban con los hombres que esperaban turno frente a los baos,mientras los nios se movan alrededor. Cuando llegaron a la planta baja, Ward yRossiter tuvieron que abrirse paso entre los inquilinos que se apretaban en los ltimosescalones, alrededor de los tableros de noticias, o que venan empujando desde lacalle.

    Tomando aliento, Ward seal el bar del otro lado de la calle. Estaba slo a treintametros, pero la multitud flua calle abajo como un ro crecido, de derecha a izquierda.

    La primera funcin en el estadio comenzaba a las nueve, y la gente ya se haba puestoen camino para no quedarse afuera.

    No podemos ir a otra parte?pregunt Rossiter, torciendo la cara. No sloencontraran colmado el bar, de modo que pasara media hora antes que losatendieran,

    sino que la comida era adems insulsa y poco apetecible. El viaje de cuatrocuadras desde la biblioteca le haba abierto el apetito.

    Ward se encogi de hombros.

    Hay un sitio en la esquina, pero me parece difcil que podamos llegar.El bar estaba a doscientos metros calle arriba, y tendran que luchar todo el tiempo

    contra la corriente.

    Quiz tengas razn. Rossiter apoy la mano en el hombro de Ward. Sabes,John, lo que ocurre contigo es que no vas a ninguna parte, no pones inters en nada, yno ves qu mal andan las cosas.

    Ward asinti. Rossiter tena razn. A la maana, cuando sala para la biblioteca, eltrnsito de peatones se mova junto con l hacia el barrio de oficinas; a la noche, devuelta, flua en la otra direccin. En general no dejaba esta rutina. Criado desde losdiez aos en una residencia municipal de pupilos haba ido perdiendo contacto con suspadres, poco a poco. Vivan en el extremo este de la ciudad y no podan ir a visitarlo, ono tenan ganas. Habindose entregado voluntariamente a la dinmica de la ciudad,Ward se resista a rebelarse en nombre de una mejor taza de caf. Por fortuna, eltrabajo en la biblioteca lo pona en contacto con mucha gente joven de intereses afines.Tarde o temprano se casara, encontrara un cubculo doble cerca de la biblioteca, einiciara otra vida.

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    Si tenan bastantes hijos (tres era el mnimo requerido) hasta podran vivir un daen un cuarto propio.

    Ward y Rossiter entraron en la corriente de peatones, se dejaron llevar unos veinteo treinta metros, y luego apresuraron el paso y fueron avanzando de costado a travsde la multitud, hasta llegar al otro lado de la calle. All, al amparo de los frentes de las

    tiendas, volvieron hacia el bar, cruzados de brazos para defenderse de lasinnumerables colisiones.

    Cules son las ltimas cifras de poblacin?pregunt Ward mientrasbordeaban un kiosco de cigarrillos, dando un paso adelante cada vez que descubranun hueco.

    Rossiter sonri.

    Lo siento, John. Me gustara decrtelo, pero podras desencadenar unaestampida. Adems, no me creeras.

    Rossiter trabajaba en el departamento municipal de seguros, y tena fcil acceso alas estadsticas del censo. Durante los ltimos diez aos estas estadsticas haban sidoclasificadas como secretas, en parte porque se consideraban inexactas, pero sobretodo porque se tema que provocaran un ataque masivo de claustrofobia. Ya habansobrevenido algunas crisis de pnico, y la poltica oficial era ahora declarar que lapoblacin mundial haba llegado a un nivel estable de veinte mil millones. Nadie locrea, y Ward pensaba que el crecimiento anual del tres por ciento seguamantenindose desde 1960.

    Durante cunto tiempo se mantendra as era imposible decirlo. A pesar de lassombras profecas de los neomaltusianos, la agricultura haba crecido adecuadamentejunto con la poblacin mundial, aunque los cultivos intensivos haban obligado a que el

    noventa y cinco por ciento de la poblacin viviera permanentemente encerrada envastas zonas urbanas. El rea de las ciudades haba sido limitada al fin, pues laagricultura haba reclamado las superficies suburbanas de todo el mundo, y el excesode habitantes haba sido confinado en los ghettos urbanos. El campo como tal ya noexista. En cada metro cuadrado de tierra creca algn tipo de planta comestible. Losprados y praderas del mundo eran ahora terrenos industriales tan mecanizados ycerrados al pblico como cualquier rea de fbricas. Las rivalidades econmicas eideolgicas se haban desvanecido ante el problema fundamental: la colonizacininterna de la ciudad.

    Ward y Rossiter llegaron al bar y entraron a empellones unindose al montn declientes que se apretaba en seis filas contra el mostrador.

    Lo malo con este problema de la poblacinle confi Ward a Rossiter es quenadie ha tratado nunca de enfrentarlo de veras. Hace cincuenta aos un nacionalismomiope y la expansin industrial alentaron el crecimiento de la poblacin, y aun ahora elincentivo oculto es tener una familia numerosa para ganar as una cierta intimidad. Lagente soltera es la ms castigada, pues no slo es la ms numerosa sino que ademsno se la puede meter adecuadamente en cubculos dobles o triples. Pero el villano de

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    la historia es la familia numerosa, que necesita el auxilio de una logstica de ahorro deespacio.

    Rossiter asinti, acercndose al mostrador, preparado para gritar su pedido.

    Demasiado cierto. Todos deseamos casarnos para conseguir los seis metros

    propios.Dos muchachas se volvieron y sonrieron.

    Seis metros cuadrados dijo una de ellas, una muchacha morena, de bonitorostro oval. Me parece que es usted la clase de joven que necesito conocer.Decidido a entrar en el negocio inmobiliario, Peter?

    Rossiter sonri con una mueca y le apret el brazo.

    Hola, Judith. Estoy pensndolo de veras. Me acompaas en esta empresaprivada?

    La muchacha se apoy contra Rossiter mientras llegaban al mostrador.

    Bueno, me agradara. Necesitaramos un contrato legal, sin embargo.

    La otra muchacha, Helen Waring, una ayudanta de la biblioteca, tir de la mangade Ward.

    Oste la ltima noticia, John? A Judith y a m nos echaron del cuarto. Estamosliteralmente en la calle.

    Qu?grit Rossiter. Juntaron las sopas y los cafs y fueron al fondo del bar. Qu diablos ha pasado?

    Helen explic:

    Recuerdas el armarito de las escobas frente a nuestro cuarto? Judith y yoestbamos utilizndolo como una especie de refugio, y nos metamos all a leer. Estranquilo y cmodo, si te acostumbras a no respirar. Bueno, la vieja nos descubri yarm un alboroto, diciendo que quebrantbamos la ley y cosas parecidas. Helen hizouna pausa. Luego supimos que alquilar el armario como cuarto para uno.

    Rossiter golpe el borde del mostrador.

    Un armario de escobas? Alguien va a vivir ah? Pero a la vieja no le darn un

    permiso.Judith mene la cabeza.

    Ya se lo dieron. Tiene un hermano que trabaja en el Departamento de Vivienda.

    Ward ri inclinado sobre la sopa.

    Pero cmo podr alquilarlo? Nadie querr vivir en un armario de escobas.

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    Judith lo mir sombramente.

    Lo crees de veras, John?

    Ward dej caer la cuchara.

    No, supongo que tienes razn. La gente vivir en cualquier sitio. Cielos, no squin me da ms lstima. Vosotras dos, o el pobre diablo que vivir en ese armario.Qu vais a hacer?

    Una pareja a dos manzanas de aqu nos subalquilan un cubculo. Han colgadouna sbana en el medio y Helen y yo dormimos por turno en un catre de campaa. Noes broma; nuestro cuarto tiene sesenta centmetros de ancho.

    Le dije a Helen que podramos subdividirlo tambin en dos y subalquilarlo aldoble de lo que nos cuesta.

    Todos rieron de buena gana, y Ward se despidi y volvi a su casa.

    All se encontr con problemas parecidos.

    El administrador se apoy en la puerta endeble, moviendo en la boca una colillahmeda de cigarro, y mirando a Ward con una expresin de fatigado aburrimiento.

    Usted tiene cuatro metros setenta y dos dijo cerrndole el paso a Ward queestaba de pie en la escalera. Dos mujeres de bata discutan tironeando furiosamentede la pared de bales y valijas. De cuando en cuando el administrador las mirabaenojado. Cuatro setenta y dos. Lo medi dos veces.

    Lo dijo como si esto eliminara toda posibilidad de discusin.

    Techo o piso? pregunt Ward.

    Techo, por supuesto. Cmo podra medir el piso con todos estos trastos?

    El administrador pate la caja de libros que asomaba debajo de la cama.

    Ward se hizo el distrado.

    La pared est bastante inclinada dijo. Tres o cuatro grados por lo menos.

    El administrador asinti vagamente.

    Ha superado usted el lmite de los cuatro. Es indiscutible. Se volvi hacia Wardque haba descendido varios escalones para dar paso a una pareja. Yo podraalquilarlo como doble.

    Qu? Un cuarto de cuatro y medio?dijo Ward, incrdulo. Cmo?

    El hombre que acababa de pasar junto a Ward mir por encima del hombro deladministrador y vio todos los detalles del cuarto en una ojeada de un segundo.

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    Alquila aqu un doble, Louie?

    El administrador lo apart con un ademn, hizo entrar a Ward en el cuarto y cerrla puerta.

    Equivale nominalmente a uno de cinco le dijo a Ward. Nuevas normas,

    acaban de salir. Ms de cuatro y medio es ahora un doble. Mir astutamente aWard. Bueno, qu quiere? Un buen cuarto, hay espacio de sobra, casi podra ser untriple. Tiene acceso a la escalera, ranuraventana...El administrador se interrumpi.Ward se haba dejado caer en la cama y se haba echado a rer.Qu pasa? Mire, siquiere un cuarto grande como este tiene que pagarlo. Me da medio alquiler ms o selarga de aqu.

    Ward se sec los ojos, luego se incorpor cansadamente y llev las manos a losestantes.

    Tranquilcese, ya me marcho. Me voy a vivir a un armario de escobas. "Acceso ala escalera", verdaderamente un lujo. Dgame, Louie, hay vida en Urano?

    Por un tiempo, l y Rossiter decidieron alquilar juntos un cubculo doble en unacasa semiabandonada a cien metros de la biblioteca. El barrio era sucio y descolorido,y las casas de vecindad estaban atestadas de inquilinos. La mayora de esas casaspertenecan a personas que estaban ausentes o a la corporacin municipal, yempleaban a administradores de la peor calaa, simples cobradores que no sepreocupaban en lo ms mnimo por la forma en que los inquilinos dividan el espaciovital, y nunca se arriesgaban ms all de los primeros pisos. Haba botellas y latasvacas esparcidas por los pasillos, y los retretes parecan sumideros. Muchos de losinquilinos eran viejos achacosos, sentados con indiferencia en los estrechos cubculos,espalda contra espalda a los lados de los delgados tabiques, consolndosemutuamente.

    El cubculo doble de Ward y Rossiter estaba en el tercer piso, al final de un pasilloque rodeaba la casa. La arquitectura era imposible de seguir; por todas partesasomaban habitaciones, y afortunadamente el pasillo terminaba en el cubculo doble.Los montones de cajas llegaban a un metro de la pared y un tabique divida el cubculo,dejando el espacio justo para dos camas. Una ventana alta daba al pozo de aire entreese edificio y el siguiente.

    Tendido en la cama, debajo del estante donde tenan las pertenencias de los dos,Ward observaba pensativo el techo de la biblioteca entre la bruma del atardecer.

    No se est mal aqudijo Rossiter, vaciando la valija. S que no hay unaverdadera intimidad y que nos enloqueceremos mutuamente dentro de una semana,pero por lo menos no tenemos a seis personas respirndonos en las orejas a cincuentacentmetros de distancia.

    El cubculo ms cercano, uno individual, haba sido construido con cajas a lo largodel corredor, a media docena de pasos, pero el ocupante, un hombre de setenta aos,estaba postrado en cama y era sordo.

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    No se est mal remed Ward de mala gana. Ahora dime cul es el ltimondice de crecimiento demogrfico. Quiz me consuele.

    Rossiter hizo una pausa, bajando la voz.

    El cuatro por ciento. Ochocientos millones de personas por ao, poco menos que

    la poblacin total de la tierra en 1950.Ward silb lentamente.

    Entonces harn un reajuste. Cunto? Tres y medio?

    Tres. Desde los primeros das del ao prximo.

    Tres metros cuadrados! Ward se incorpor y mir alrededor. Es increble!El mundo est enloqueciendo, Rossiter.Dios mo, cundo pararn? Te das cuentaque dentro de poco no habr sitio para sentarse, y mucho menos para acostarse?

    Exacerbado, golpe la pared junto a l; al segundo golpe desprendi un pequeo

    tablero empapelado.

    Eh!grit Rossiter. Ests destrozando el cuarto.

    Se lanz por encima de la cama para volver a poner en su sitio el tablero quecolgaba ahora de una tira de papel. Ward desliz la mano en el hueco negro, ycuidadosamente tir del tablero hacia la cama.

    Quin vivir del otro lado?susurr Rossiter. Habrn odo?

    Ward atisb por el hueco, examinando la penumbra. De pronto solt el tablero,tom a Rossiter por el hombro y tir de l hacia la cama.

    Henry! Mira!

    Rossiter se sac la mano de Ward de encima y acerc la cara a la abertura; enfoclentamente la mirada y luego ahog una exclamacin.

    Directamente delante de ellos, apenas iluminado por un tragaluz sucio, se abra uncuarto mediano, tal vez de una superficie de cuatro metros y medio, donde no habaotra cosa que el polvo acumulado contra el zcalo. El piso estaba desnudo, atravesadopor unas pocas rayas de linleo gastado; un diseo floral montono cubra las paredes.El papel se haba despegado en algunos sitios, pero fuera de eso el cuarto parecahabitable.

    Conteniendo la respiracin, Ward cerr con un pie la puerta del cubculo, y luego sevolvi hacia Rossiter.

    Henry, te das cuenta de lo que hemos descubierto? Te das cuenta, hombre

    Cllate. Por el amor de Dios, baja la voz.Rossiter examin el cuartocuidadosamente. Es fantstico. Estoy tratando de ver si alguien lo ha usado en losltimos tiempos.

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    Desde luego que noseal Ward. Es evidente. Ese cuarto no tiene puerta.La puerta es donde nosotros estamos ahora. Seguramente la taparon con el tablerohace aos, y se olvidaron. Mira cunta suciedad.

    Rossiter contemplaba el cuarto, y aquella inmensidad le produca vrtigos.

    Tienes razn murmur. Bueno, cundo nos mudamos?Arrancaron uno por uno los tableros de la parte inferior de la puerta, y los clavaron

    en un marco, que podan sacar y poner rpidamente, disimulando la entrada.

    Luego escogieron una tarde en que la casa estaba prcticamente vaca y eladministrador dormido en la oficina del subsuelo, e irrumpieron por primera vez en elcuarto; entr Ward solo mientras Rossiter montaba guardia en el cubculo.

    Durante una hora se turnaron, caminando silenciosamente por el cuartopolvoriento, estirando los brazos para sentir aquel vaco ilimitado, descubriendo lasensacin de una libertad espacial absoluta. Aunque ms reducido que la mayora delos cuartos subdivididos donde haban vivido antes ste pareca infinitamente mayor,las paredes unos acantilados inmensos que suban hacia el tragaluz.

    Finalmente, dos o tres das despus, se mudaron al nuevo cuarto.

    Durante la primera semana Rossiter durmi solo all, y Ward en el cubculo, dondepasaban el da entero juntos.

    Poco a poco fueron introduciendo algunos muebles: dos sillones, una mesa, unalmpara que conectaron al portalmparas del cubculo. Los muebles eran pesados yvictorianos, los ms baratos que encontraron, y su tamao acentuaba el vaco de lahabitacin. El orgullo principal era un enorme armario de caoba, con ngeles tallados yespejos encastillados, que tuvieron que desarmar y llevar a pedazos en las valijas. Se

    elevaba ahora junto a ellos, y a Ward le recordaba unos microfilrns de catedralesgticas, unos rganos inmensos que cubrian paredes de naves.

    Luego de tres semanas dorman los dos en el cuarto, el cubculo les parecainsoportablemente estrecho. Una imitacin de biombo japons divida adecuadamenteel cuarto, sin quitarle espacio. Sentado all a las tardes, rodeado de libros y lbumes,Ward iba olvidando poco a poco la ciudad de all afuera. Afortunadamente llegaba a labiblioteca por un callejn escondido y evitaba as las calles atestadas. Rossiter y lmismo le comenzaron a parecer las dos nicas personas reales, todos los dems uninane producto lateral, rplicas casuales que ambulaban ahora por el mundo.

    Fue Rossiter quien sugiri pedirles a las dos muchachas que compartiesen el

    cuarto.

    Las han vuelto a echar, y quiz tengan que separarse le diJo a Ward,evidentemente preocupado de que Judith cayese en mala compana. Siempre haycongelacin de alquileres despus de una revaluacin, pero todos los propietarios losaben y entonces no alquilan hasta que les conviene. Se est volviendo muy difcilencontrar sitio.

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    Ward asinti, y fue al otro lado de la mesa circular de madera roja. Se puso a jugarcon una borla de la pantalla verde arsnico de la lmpara, y por un momento se sinticomo un hombre de letras victoriano que llevaba una vida cmoda y espaciosa en unasala atestada de muebles.

    Estoy totalmente de acuerdo dijo, sealando los rincones vacos. Hay sitio

    de sobra aqu. Pero tendremos que asegurarnos de que no se les escapar unapalabra.

    Luego de tomar las debidas precauciones, hicieron participar del secreto a las dosmuchachas, que contemplaron embelesadas aquel universo privado. Pondremos untabique en el medio explic Rossiter, y lo sacaremos todas las maanas. Podrnmudarse aqu en un par de das. Qu les parece?

    Maravilloso!

    Las jvenes miraron el armario con ojos muy abiertos, y bizquearon ante lasinfnitas irngenes reflejadas en los espejos.

    No tuvieron dificultades para entrar y salir. El movimiento de inquilinos era continuoy las facturas las ponan en el buzn. A nadie le import quines eran las muchachas ynadie prest atencin a aquellas visitas regulares al cubculo.

    Sin embargo, media hora despus de la llegada, ninguna de las muchachas habavaciado las valijas.

    Qu pasa, Judith?pregunt Ward, caminando de lado entre las camas de lasjvenes hasta el estrecho hueco entre la mesa y el armario.

    Judith vacil, mirando a Ward y luego a Rossiter, que estaba sentado en su cama,terminando de preparar el tabique de madera.

    John, lo que pasa es que...

    Helen Waring, ms directa, tom la palabra, mientras alisaba el cubrecama con losdedos.

    Lo que Judith est tratando de decir es que nuestra posicin aqu es un pocoembarazosa. El tabique es...

    Rossiter se puso de pie.

    Por amor de Dios, Helen, no te preocupes la tranquiliz, hablando en aquella

    especie de susurro fuerte que todos haban cultivado sin darse cuenta. Nada decosas raras, podis confiar en nosotros. El tabique es slido como una roca.

    Las dos muchachas asintieron.

    S explic Helen, pero no est puesto todo el tiempo. Pensamos que sihubiera aqu una persona mayor, por ejemplo la ta de Judith, que no ocupara mucho

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    espacio y no causara ninguna molestia porque es muy agradable, no tendramos quepreocuparnos del tabique... ms que a la nocheagreg rpidamente.

    Ward lanz una mirada a Rossiter, que se encogi de hombros y se puso aestudiar el suelo.

    Bueno, es una solucin dijo Rossiter. John y yo sabemos cmo se sienten.Por qu no?

    S, claro coincidi Ward. Seal el espacio entre las camas de las muchachasy la mesa. Uno ms no se notar.

    Las muchachas estallaron en gritos de alegra. Judith se acerc a Rossiter y lobes en la mejilla.

    Perdname que sea tan pesada, Henry.Judith sonri. Qu tabique msmaravilloso has hecho. No podras hacer otro para mi ta, uno pequeo? Es muydulce pero se est volviendo vieja.

    Naturalmentedijo Rossiter. Te entiendo. Me queda madera de sobra.

    Ward mir el reloj.Son las siete y media, Judith. Deberas ponerte en contactocon tu ta. No s si tendr tiempo de llegar esta noche.

    Judith se aboton el abrigo.

    Oh, s le asegur a Ward. Volver en un instante.

    La ta lleg a los cinco minutos, con tres pesadas valijas.

    Es asombroso observ Ward a Rossiter tres meses despus. El tamao de

    este cuarto todava me produce vrtigos. Es casi ms grande cada da que pasa.

    Rossiter asinti rpidamente, evitando mirar a una de las muchachas que seestaba cambiando detrs del tabique central. Ahora nunca sacaban ese tabique,porque desarmarlo todos los das se haba vuelto pesado. Adems, el tabiquesecundario de la ta estaba pegado a ese, y a ella no le gustaba que la molestasen.Asegurarse de que entrara y saliera correctamente por la puerta camuflada ya erabastante difcil.

    A pesar de eso pareca improbable que los descubriesen. Evidentemente el cuartohaba sido un agregado construido sobre el pozo central del edificio, y las valijasapiladas en el pasillo circundante amortiguaban todos los ruidos. Directamente debajo

    haba un pequeo dormitorio ocupado por varias mujeres mayores, y la ta de Judith,que las visitaba regularmente, juraba que no oa ningn sonido a travs del gruesocielo raso. Arriba, la luz que sala por el tragaluz no se poda distinguir de los otroscientos de lmparas encendidas en las ventanas de la casa.

    Rossiter termin de preparar el nuevo tabique y lo levant entre su cama y la deWard, ajustndolo en las ranuras de la pared. Haban coincidido en que eso les daraun poco ms de intimidad.

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    Seguramente tendr que hacerles uno a Judith y Helen le confi a Ward.

    Ward se acomod la almohada. Haban devuelto los dos sillones a la muebleraporque ocupaban demasiado espacio. La cama, en cualquier caso, era ms cmoda.Nunca se haba acostumbrado del todo a la tapicera blanda.

    No es mala idea. Y qu te parece si instalramos unos estantes en lasparedes? No hay sitio donde poner algo.

    La instalacin de los estantes orden considerablemente el cuarto, despejandograndes zonas del piso. Separadas por los tabiques, las cinco camas estabandispuestas en fila a lo largo de la pared del fondo, mirando al armario de caoba. Entrelas camas y el armario haba un espacio libre de poco ms de un metro, y dos metros acada lado del armario.

    La visin de tanto espacio fascinaba a Ward. Cuando Rossiter coment que lamadre de Helen estaba enferma y que necesitaba urgente cuidado personal, l supo enseguida dnde podran ponerla: al pie de su propia cama, entre el armario y la pared

    lateral.Helen rebosaba de alegra.

    Eres tan bueno, John le dijo; pero, te importara que mam durmiese a milado? Hay espacio suficiente para meter otra cama.

    Rossiter desarm los tabiques y los puso ms juntos. Ahora haba seis camas a lolargo de la pared. Eso daba a cada cama un intervalo de unos setenta y cincocentmetros, lo justo para sacar los pies por el costado. Tendido boca arriba en laltima cama de la derecha, los estantes a medio metro por encima de la cabeza, Wardcasi no poda ver el armario, pero nada interrumpa el espacio que tena delante, unosdos metros hasta la pared.

    Entonces lleg el padre de Helen.

    Ward golpe en la yuerta del cubiculo y le sonri a la ta de Judith mientras ella lohaca pasar. La ayud a poner en su sitio la cama que guardaba la entrada, y luegollam en el panel de madera. Un momento despus el padre de Helen, un hombrepequeo y canoso, de camiseta y tirantes sujetos con un cordel a los pantalones,apart la madera.

    Ward lo salud con una inclinacin de cabeza y camin por encima de las pilas devalijas que haba en el suelo, al pie de las camas. Helen estaba en el cubculo materno,ayudando a la anciana a tomar el caldo de la tarde. Rossiter, arrodillado junto al

    armario, transpiraba copiosamente tratando de sacar con una palanca de hierro elmarco del espejo central. Sobre la cama y en el suelo haba pedazos del armario.

    Tendremos que empezar a sacar todo esto maana le dijo Rossiter. Wardesper a que el padre de Helen pasara y entrara en su cubculo. Se haba fabricadouna pequea puerta de cartn, y la cerraba por dentro con un tosco gancho dealambre.

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    Rossiter lo mir y arrug el ceo, furioso.

    Alguna gente es feliz. Este armario da un trabajo enorme. Cmo se nos habrocurrido comprarlo?

    Ward se sent en la cama. El tabique le apretaba las rodillas y casi no poda

    moverse. Mir hacia arriba mientras Rossiter estaba ocupado y descubri que la lneadivisoria que l haba marcado a lpiz estaba tapada por el tabique. Apoyndose en lapared, trat de empujarlo y volverlo a su lugar, pero aparentemente Rossiter habaclavado el borde inferior contra el suelo.

    Hubo un golpe seco en la puerta del cubculo que daba al pasillo: Judith que volvade la oficina. Ward comenz a levantarse y se sent de nuevo.

    Seor Waringdijo suavemente. Era la noche que le tocaba hacer guardia alanciano.

    Waring se acerc a la puerta del cubculo arrastrando los pies y la abri haciendobastante ruido, cloqueando entre dientes.

    Arriba y abajo, arriba y abajo murmur. Tropez con la bolsa de herramientasde Rossiter y lanz un juramento en voz alta; luego agreg por encima del hombro, demal humor: Si me preguntan les dir que hay aqu demasiadas personas. Abajo hayslo seis, no siete como aqu, y en un cuarto del mismo tamao.

    Ward asinti vagamente y se volvi a estirar sobre la cama estrecha, tratando deno golpearse la cabeza contra los estantes. Waring no era el primero en sugerirle quese fuera. La ta de Judith le haba hecho una insinuacin similar dos das antes. Desdeque haba dejado el empleo de la biblioteca (el alquiler que cobraba a los dems lealcanzaba para comprarse los pocos alimentos que necesitaba) Ward se pasaba lamayor parte del tiempo en el cuarto, viendo al viejo ms de lo que deseaba, pero habaaprendido a tolerarlo.

    Tratando de calmarse, descubri que alguien haba desmontado la espira derechadel armario, todo lo que l haba podido ver en los dos ltimos meses.

    Habia sido una hermosa pieza, que simbolizaba de algn modo todo ese mundoprivado, y el vendedor le haba dicho en la tienda que quedaban pocos muebles comoese. Por un instante Ward sinti un repentino espasmo de dolor, como cuando era nioy el padre le quitaba algo en un arrebato de exasperacin y l saba que nunca volveraa tenerlo.

    En seguida se tranquiliz. Era un hermoso armario, sin duda, pero cuando no

    estuviese all el cuarto parecera todava ms grande.

    FIN

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    Catastrofe Aerea

    J. G. Ballard

    La noticia de que el avin ms grande del mundo se haba hundido en el mar cercade Mesina, con mil pasajeros a bordo, me lleg a Npoles, donde estaba cubriendo elfestival de cine. Apenas unos pocos minutos ms tarde de que las primerasinformaciones de la catstrofe fueran transmitidas por la radio (el mayor desastre de lahistoria de la aviacin mundial, una tragedia similar a la aniquilacin de toda unaciudad), mi redactor jefe me telefone al hotel.

    -Si an no lo has hecho, alquila un coche. Baja hasta all y ve lo que puedesconseguir. Y, esta vez, no olvides tu cmara.

    -No habr nada fotografiable -hice notar-. Un montn de maletas flotando en el

    agua.

    -No importa. Es el primer avin de este tipo que se estrella. Pobres diablos! Esotena que ocurrir algn da.

    No me atrev a contradecirle, puesto que mi redactor jefe tena razn. AbandonNpoles media hora ms tarde y me dirig al sur, hacia Reggio Calabria, recordando lapuesta en servicio de aquellos aviones gigantes. No representaban ningn progreso enla tecnologa de la aviacin: de hecho, no eran ms que versiones de dos pisos de unmodelo ya existente; pero haba algo en la cifra mil que excitaba la imaginacin,provocaba todo tipo de malos presagios, que ninguna publicidad tranquilizadoraconsegua alejar. Mil pasajeros; los contaba ya mentalmente, mientras me diriga a la

    escena trgica. Vea las fantasmales falanges: hombres de negocios, monjas de edadavanzada, nios regresando a ver a sus padres, amantes en fuga, diplomticos, inclusoun traficante de hierba. Eran una porcin de humanidad casi perfecta, un poco comolas muestras representativas de un sondeo de opinin, que haca que la catstrofeestuviera prxima a todo el mundo. Faltaban an unos ciento sesenta kilmetros hastaReggio, y me puse a observar involuntariamente el mar, como si esperara ver losprimeros maletines y chalecos salvavidas varados en las vacas playas.

    Cuanto ms aprisa pudiera fotografiar unos cuantos restos flotando en el mar parasatisfacer a mi redactor jefe y volver a Npoles, incluso a las mundanidades del festivalde cine, ms feliz me sentira. Por desgracia, haba grandes embotellamientos en lacarretera que conduca al sur. Evidentemente, todos los dems periodistas del festival,

    tanto italianos como extranjeros, haban sido enviados al lugar del desastre. Camionesde la televisin, coches de la polica y vehculos de turistas curiosos... pronto nosencontramos parachoques contra parachoques. Irritado por aquella macabra atraccinhacia la tragedia, empec a desear que no hubiera ni el menor rastro del avin cuandollegsemos a Reggio, an a riesgo de decepcionar de nuevo a mi redactor jefe.

    De hecho, escuchando los boletines de la radio, apenas haba nuevas noticiassobre el accidente. Los comentaristas que haban llegado ya al lugar recorran las

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    calmadas aguas del estrecho de Mesina en fuera bordas de alquiler, sin hallar an elmenor rastro de la catstrofe.

    Y sin embargo no haba la menor duda de que el avin se haba estrellado enalguna parte. La tripulacin de otro avin haba visto al enorme aparato estallar entrecielo y tierra, probablemente vctima de un sabotaje. De hecho, la nica informacin

    precisa que se transmita una y otra vez por la radio era la grabacin de los ltimosinstantes del piloto del gigantesco avin, declarando que haba un incendio en labodega de equipajes.

    El avin se haba estrellado, por supuesto, pero dnde exactamente? Pese a lafalta de noticias, la circulacin prosegua hacia Reggio y el sur. Detrs de m, un equipoitaliano de reportajes televisados decidi adelantar a la hilera de vehculos que searrastraba penosamente y se pas al arcn; los primeros altercados se iniciaroninmediatamente. La polica regulaba un cruce importante y, con su flema habitual,consegua frenar an ms la circulacin. Una hora ms tarde mi radiador empez ahervir, y me vi obligado a entrar con mi coche dando tirones en una estacin de servicioal borde de la carretera.

    Sentado de mal humor en el patio de la estacin, me daba cuenta de que no iba aalcanzar Reggio hasta media tarde. Observaba la inmvil serpiente de la circulacin,que desapareca en las montaas unos pocos kilmetros ms adelante. Lasondulaciones de la cadena de montaas de Calabria surgan bruscamente de la llanuramartima, con sus agudos picos iluminados por el sol.

    Pensando en ello, nadie haba sido testigo de la cada del gigantesco avin al mar.La explosin se haba producido en alguna parte sobre las montaas de Calabria, y laprobable trayectoria del desgraciado aparato conduca hasta el estrecho de Mesina.Pero, de hecho, un error de observacin de apenas unos pocos kilmetros, un error declculo de algunos segundos por parte de la tripulacin que haba visto la explosin,

    podan situar el punto del impacto muy al interior.Por coincidencia, un par de periodistas en un coche cercano discutan esta

    posibilidad mientras el encargado de la estacin les llenaba el depsito. El ms jovende los dos sealaba con un dedo la montaa, e imitaba una explosin.

    El otro pareca escptico, ya que el joven encargado de la estacin pareca quererconfirmar la teora y no ofreca grandes muestras de inteligencia. Una vez le hubieronpagado, se dirigieron de nuevo a la carretera para incorporarse a la lenta caravana queconduca a Reggio.

    El hombre les observ marcharse, indiferente. Cuando hubo llenado mi radiador, le

    pregunt:-Ha visto alguna explosin en las montaas?

    -Quiz s. Es difcil de decir. Puede que se tratara de un relmpago, o de unaavalancha.

    -No vio usted el avin?

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    -No, de veras.

    Se alz de hombros, ms interesado en su trabajo que en la conversacin. Pocodespus, otro le reemplaz, y l se mont en la moto de un compaero y, como todo elmundo, se dirigi hacia Reggio.

    Ech una ojeada a la carretera que conduca hasta el valle. Por suerte, un caminitodetrs de la estacin de servicio conduca hasta ella unos quinientos metros msadelante, al otro lado de un campo.

    Diez minutos ms tarde conduca hacia el valle, alejndome de la llanura del litoral.Por qu supona que el avin se haba estrellado en las montaas? Quiz laesperanza de confundir a mis colegas y de impresionar por primera vez a mi redactorjefe. Ante m surgi un pueblecito, un decrpito grupo de edificios alineados a amboslados de una plaza formando pendiente. Media docena de campesinos estabansentados al exterior de una taberna... no mucho ms que una ventana en una pared depiedra. La carretera del litoral quedaba ya muy lejos detrs, como si formara parte deotro mundo. A aquella altura, seguro que alguien tenia que haber visto la explosin del

    aparato si el avin se haba estrellado por all. Haba que interrogar a algunaspersonas; si nadie haba visto nada, dara media vuelta y seguira a los dems hastaReggio.

    Al entrar en el pueblo record hasta qu punto era pobre aquella regin deCalabria... la ms pobre de Italia, irnicamente situada debajo de la bota desde unpunto de vista geogrfico y casi sin ningn cambio desde el siglo XIX. La mayor partede las miserables casas de piedra an no tenan electricidad. No haba ms que unanica y solitaria antena de televisin y algunos automviles viejos, verdaderas piezasde museo ambulantes, aparcados a ambos lados de la carretera junto con oxidadaspiezas de utensilios agrcolas. Las deterioradas curvas de la carretera que conducanhacia el valle parecan ahogarse en un suelo secularmente rido.

    Sin embargo haba una dbil esperanza de que los lugareos hubieran visto algo,un resplandor quiz o incluso la visin fugitiva del aparato en llamas hundindose haciael mar.

    Detuve mi coche en la empedrada plaza y me dirig hacia los campesinos en elexterior de la taberna.

    -Estoy buscando el avin que se ha estrellado -les dije-.

    Puede que haya cado por aqu. Alguno de vosotros ha visto algo?

    Miraban fijamente mi coche, evidentemente un vehculo mucho ms llamativo quetodo lo que poda caer del cielo. Agitaron la cabeza, moviendo las manos de una formaextraamente secreta. Ahora saba que haba perdido mi tiempo acudiendo all. Lasmontaas se elevaban por todos lados a mi alrededor, dividiendo los valles como sifueran las entradas de un inmenso laberinto.

    Mientras me giraba para regresar al coche, uno de los viejos campesinos me tocdel brazo. Seal negligentemente con el dedo hacia un estrecho valle encajonadoentre dos picos adyacentes, muy arriba por encima de nosotros.

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    -El avin? -pregunt.

    -Est ah arriba.

    -Qu? Est seguro? -Intent controlar mi excitacin, con

    miedo a ponerme demasiado en evidencia.

    El viejo hizo un gesto afirmativo con la cabeza. No pareca

    estar ya interesado.

    -S. Al final del valle. Es muy lejos.

    Segu mi camino unos instantes ms tarde, intentando con dificultad no apurardemasiado el motor del coche. Las vagas indicaciones del viejo me haban convencidode que estaba sobre la buena pista y a punto de conseguir el golpe maestro de micarrera periodstica. Pese a su indiferencia, el viejo haba dicho la verdad.

    Segu la estrecha carretera, evitando los socavones y otros agujeros en el suelo. Acada curva esperaba ver las alas destrozadas del avin en equilibrio sobre un distantepico, y centenares de cuerpos esparcidos por la ladera de la montaa como un ejrcitodiezmado por un adversario sin piedad. Mentalmente redactaba ya los primerosprrafos de mi informacin, y me vea remitindosela a mi asombrado redactor jefe,mientras mis rivales contemplaban el mar vaco cerca de Mesina. Era importante hallarel equilibrio justo entre el sensacionalismo y la piedad, una irresistible combinacin derealismo furioso e invocacin melanclica. Pensaba describir el descubrimiento inicialde un asiento arrancado del avin sobre la ladera de la colina, una estremecedora pistade equipajes reventados, el juguete de peluche de un nio, y luego... el alfombradovalle cubierto de cuerpos desgarrados.

    Segu por aquella carretera durante casi una hora, deteniendo me de tanto en tantopara apartar las piedras que bloqueaban el camino. Aquella regin rida y remotaestaba casi desierta. De tanto en tanto apareca alguna casa aislada, pegada a laladera de la montaa, una seccin de cable telefnico siguiendo mi mismo caminodurante unos seiscientos metros antes de interrumpirse bruscamente, como si lacompaa telefnica se hubiera dado cuenta haca aos que no haba nadie all parallamar o recibir llamadas.

    Empec a dudar una vez ms. El viejo lugareo... me habra engaado? Sihubiera visto realmente estrellarse el avin, no se hubiera mostrado preocupado?

    La llanura litoral y el mar estaban ahora a kilmetros a mis espaldas, visibles de

    tanto en tanto mientras prosegua la irregular carretera a travs del valle. Observandola soleada costa por mi retrovisor, no me di cuenta del enorme montn de pedruscossembrados por la carretera. Tras el primer choque, me di cuenta por el distinto sonidodel tubo de escape que me haba cargado el silenciador.

    Maldiciendo sordamente por haberme embarcado en aquella loca aventura, me dicuenta de que estaba a punto de perderme en aquellas montaas. La claridad de la

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    tarde estaba empezando a disminuir. Afortunadamente, llevaba bastante gasolina, peroen aquella estrecha carretera me resultaba imposible dar media vuelta.

    Obligado a continuar, me aproxim a un segundo pueblo, un amasijo de viviendasmiserables edificadas haca ms de un siglo alrededor de una iglesia hoy en ruinas. Elnico lugar donde poda dar la vuelta estaba temporalmente bloqueado por dos

    lugareos cargando madera en una carreta. Mientras aguardaba a que se fueran, me dicuenta de que la gente de aquel lugar era an ms pobre que la del primer pueblo. Susropas estaban hechas o de cuero o de pieles de animales, y todos llevaban fusiles decaza al hombro; y saba, vindoles observarme, que no vacilaran en utilizar aquellasarmas contra m si me quedaba hasta la noche.

    Me observaron con atencin mientras daba la media vuelta, con sus miradas fijasen mi lujoso coche deportivo, las cmaras en el asiento trasero, e incluso mis ropas,que deban parecerles increblemente exticas.

    A fin de explicar mi presencia y proporcionarme una especie de status oficial queles refrenara de vaciar su s escopetas contra mi espalda unos instantes ms tarde, dije

    :-Me han pedido que busque el avin; cay en algn lugar por aqu.

    Iba a cambiar de marcha, dispuesto a salir a toda prisa, cuando uno de loshombres hizo un gesto afirmativo con la cabeza como respuesta. Apoy una manosobre mi parabrisas, y con la otra me indic un estrecho valle que se abra entre dospicos cercanos, en una montaa a unos trescientos cincuenta metros por encimanuestro.

    Mientras segua con el coche el camino de montaa, todas mis dudas habandesaparecido. Ahora, de una vez por todas, iba a dar pruebas de mi vala al escptico

    redactor jefe. Dos testigos independientes haban confirmado la presencia del avin.Cuidando de no reventar mi coche en aquel camino primitivo, continu dirigindomehacia el valle que lo dominaba.

    Durante otras dos horas segu subiendo incansablemente, siempre hacia arriba enmedio de las desoladas montaas. Ahora ya no eran visibles ni la llanura del litoral ni elmar. Durante un breve instante tuve un atisbo del primer pueblo por el que habapasado, lejos a mis pies, como una pequea mancha en una alfombra.Afortunadamente, el camino segua siendo practicable. Apenas un sendero de tierra yguijarros, pero lo suficientemente ancho como para que mis ruedas se aferraran a losbordes en las cerradas curvas.

    En dos ocasiones me detuve para hacer algunas preguntas a los escasosmontaeses que me contemplaban desde las puertas de sus cabaas. Pese a sureticencia, me confirmaron que los restos del avin se hallaban all arriba.

    A las cuatro de la tarde, alcanc finalmente el remoto valle que se hallaba entre losdos picos montaosos, y me acerqu al ltimo de los pueblos construidos al final dellargo camino. Este terminaba all, en una plaza cuadrada pavimentada con piedras yrodeada por un grupo de viejas construcciones, que parecan haber sido erigidas haca

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    ms de dos siglos y haber pasado todo aquel tiempo hundindose lentamente en elflanco de la montaa.

    Una gran parte del pueblo estaba deshabitado, pero, ante mi sorpresa, algunaspersonas salieron de sus casas para observarme y contemplar con estupor mipolvoriento coche. Me sent inmediatamente impresionado por lo profundo de su

    pobreza. Aquella gente no posea nada. Estaba desprovista de todo, de bienesterrenales, de religin, de esperanza, eran ignorados por el resto de la humanidad.Mientras sala de mi coche y encenda un cigarrillo, esperando a que se agruparan entorno mo a una respetuosa distancia, me pareci de una extrema irona que elgigantesco avin, el fruto de un siglo de tecnologa aeronutica, se hubiera estrelladoentre aquellos montaeses primitivos.

    Observando sus rostros pasivos y carentes de inteligencia, me sent como rodeadopor un extrao grupo de anormales, un poblado de enfermos mentales que hubiera sidoabandonado a su suerte en las alturas de aquel perdido valle. Quiz existiera algnmineral en el suelo que afectara a los sistemas nerviosos y los redujera a un estadocasi animal.

    -El avin... habis visto el avin? -pregunt.

    Me rodeaban una docena de hombres y mujeres, hipnotizados por el coche, por miencendedor, por mis gafas, o incluso quiz por el tono de mi piel, demasiado rosado.

    -Avin? Aqu? -Simplificando mi lenguaje, apunt con el dedo a las rocosasladeras y los barrancos que dominaban el poblado, pero ninguno de ellos parecacomprenderme. Quiz fueran mudos, o sordos. Parecan ms bien inofensivos, pero seme ocurri la idea de que no queran revelar lo que saban del accidente. Con toda lariqueza que podran recoger de los mil cuerpos destrozados, se haran dueos de untesoro lo suficientemente grande como para transformar sus vidas durante todo un

    siglo. Aquel pequeo cuadrado de la plaza podra llenarse con asientos de avin,maletas, cuerpos apilados como madera para ser quemada en las chimeneas.

    -Avin...

    Su jefe, un hombre pequeo cuyo amarillento rostro no sera ms grande que mipuo, repiti vacilante la palabra. Entonces me di cuenta de que ninguno de ellos mecomprenda. Su dialecto deba ser ms bien un subdialecto, en las fronteras mismasdel lenguaje inteligente.

    Buscando un modo de comunicarme con ellos, repar en mi bolsa de viaje llenacon todo el equipo fotogrfico. La etiqueta identificadora de la compaa area llevabaun dibujo a todo color de un gran avin. La arranqu, hice circular la imagen entreaquella gente.

    Inmediatamente, todos se pusieron a asentir con la cabeza. Murmuraban sin cesar,sealando hacia un estrecho barranco que formaba una corta prolongacin del valle, alotro lado del pueblo. Un lodoso camino, apenas adecuado para las carretas, conducahacia all.

    El avin? All arriba? Bien!

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    Satisfecho, saqu mi billetera y les mostr un fajo de billetes, mi cuenta de gastospara el festival cinematogrfico. Agitando los billetes para animarle, me gir hacia eljefe:

    -Vosotros llevarme all. Ahora. Muchos cuerpos, eh? Cadveres por todas partes?

    Asintieron todos con la cabeza, contemplando con ojos vidos el abanico debilletes de banco.

    Tomamos el coche para atravesar el pueblo y seguir por el camino que flanqueabala colina. A ochocientos metros del pueblo, nos vimos obligados a detenernos, pues lapendiente era demasiado pronunciada. El jefe seal la embocadura del barranco, ybajamos del coche para seguir a pie. Con mis ropas festivaleras, la tarea era difcil. Elsuelo de la garganta estaba cubierto de aceradas piedras que se me clavaban a travsde las suelas de mis zapatos. Me fui rezagando de mi gua, que saltaba por encima delas piedras con la agilidad de una cabra.

    Estaba sorprendido de no ver todava huellas del gigantesco avin, o de los restosde los centenares de cuerpos. Haba esperado encontrar la montaa inundada decadveres.

    Habamos alcanzado el extremo de la garganta. Los ltimos trescientos metros dela montaa se erguan ante nosotros, hasta el pico, separado de su gemelo por el valley el pueblo ms abajo. El jefe se haba detenido y me sealaba la pared rocosa. Unamirada de orgullo cruzaba su pequeo rostro.

    - Dnde ? -Controlando mi respiracin, segu con los ojos la direccin quesealaba-. Aqu no hay nada!

    Y entonces vi lo que me estaba indicando, lo que todos los lugareos desde lacosta del litoral me haban estado describiendo. En el suelo del barranco yacan losrestos de una avioneta militar de tres plazas, el morro hundido, la cabina mediosepultada entre las rocas. El cuerpo del aparato haba sido barrido haca ya muchotiempo por los vientos, .y el avin era apenas un amasijo de trozos de metal oxidado yrestos de fuselaje. Evidentemente haca ms de treinta aos que se encontraba all,presidiendo como un dios andrajoso aquella abandonada montaa. Y su presencia enaquel lugar se haba extendido hasta abajo, de poblado en poblado.

    El jefe seal el esqueleto del avin. Me sonrea, pero su mirada estaba clavada enmi pecho, all donde haba metido la billetera en el bolsillo interior de mi chaqueta. Sumano estaba tendida. Pese a su corta estatura, tena un aspecto tan peligroso como unpequeo perro.

    Saqu mi billetera y le alargu un solitario billete, ms de lo que deba ganar en unmes. Quiz porque no se daba cuenta de su valor, seal agresivamente hacia losotros billetes.

    Apart su mano.

    -Escucha... Este avin no me interesa. No es el bueno, idiota!

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    Me mir sin comprender cuando tom la etiqueta de mi bolsillo y le seal con eldedo la imagen del enorme avin.

    -Ese quiero! Muy grande! Centenares de cadveres!

    Mi decepcin estaba dando paso a la clera, y me puse a gritar:

    -No es el bueno! Acaso no comprendes? Tendra que haber cadveres portodas partes, muchos cadveres, centenares de cadveres...!

    Me dej all, gritando, frente a las paredes de piedra del desierto barranco, en lasalturas de la montaas y junto al incompleto esqueleto del avin de reconocimiento.

    Diez minutos ms tarde, de regreso al coche, descubr que el pinchazo que anteshaba supuesto haba deshinchado uno de los neumticos delanteros. Y acompletamente agotado, con los zapatos destrozados por las rocas, mis ropas sucias,me derrumb tras el volante, dndome cuenta de la futilidad de aquella absurdaexpedicin. Podra sentirme feliz si consegua volver a la carretera del litoral antes dela noche! Muy pronto, todos los periodistas estaran en Reggio y enviaran susreportajes sobre los restos del avin esparcidos por el estrecho de Mesina. Mi redactorjefe aguar dara impaciente a que yo me pusiera en contacto con l para la edicin dela tarde. Y yo estaba all en aquellas montaas abandonadas, con un automvilinmovilizado y mi vida probablemente amenazada por aquellos campesinos idiotas.

    Tras descansar un poco, me decid a actuar. Necesit media hora para cambiar elneumtico. Cuando me puse en marcha para iniciar el largo viaje de vuelta hacia lallanura del litoral, el da empezaba a desaparecer ya por el pico.

    El pueblo estaba an a trescientos metros ms abajo cuando divis la primera casacerca de una curva del camino. Uno de los lugareos estaba de pie cerca de un muritopequeo, con lo que pareca ser un arma en los brazos. Disminu inmediatamente lavelocidad, puesto que saba que, si me atacaban, tena pocas posibilidades deescapar. Recordando la billetera en mi bolsillo, la saqu y coloqu los billetes sobre elasiento. Quiz aquello financiara mi paso a travs de ellos.

    Mientras me acercaba, el hombre dio un paso adelante hacia la carretera. El armaque llevaba en la mano era una vieja pala. Era un hombrecillo exactamente igual atodos los dems. Su postura no tena nada de amenazador. Pareca ms bien quererpedirme algo, casi mendigar.

    Haba un montn de ropas viejas al borde de la carretera, cerca del muro. Queraque los comprara? Casi fren para darle un billete, y entonces vi que en realidad setrataba de una mujer vieja, parecida a un mono envuelto en un chal, que me mirabafijamente. Luego vi que aquel rostro esqueltico era realmente un crneo, y que lasropas hechas andrajos eran su sudario.

    -Cadver... -el hombre hablaba nerviosamente, aferrando su pala en lasemioscuridad. Le di el dinero y prosegu mi marcha, siguiendo el camino que conducaal pueblo.

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    Otro hombre, este ms joven, estaba de pie una cincuentena de metros msadelante, sosteniendo tambin una pala. El cuerpo de un nio, recin desenterrado,permaneca sentado contra la tapa del abierto atad.

    -Cadver...

    Por todo el pueblo, la gente permaneca en las puertas, algunos solos, aquellosque no tenan a nadie que exhumar para m, otros con sus palas. Recin sacados desus tumbas, los cadveres permanecan sentados en la penumbra, ante las casas,apoyados contra las paredes de piedra como padres olvidados por fin en condicionesde alimentar a los suyos.

    Los pas a toda velocidad, arrojndoles lo que me quedaba del dinero, pero a todolo largo de mi descenso de la montaa las voces y los murmullos de los lugareos nodejaron de perseguirme ni un solo momento.

    FIN

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    Cronopolis

    J.G. Ballard

    LE HABAN APLAZADO el proceso para el da siguiente. El momento exacto, como esnatural, no lo conoca ni l ni nadie. Probablemente sera en la tarde, cuando las partesinteresadas juez, jurado y fiscal lograsen converger en la misma sala de tribunal a lamisma hora. Con suerte el abogado defensor poda aparecer tambin en el momentodebido, aunque el caso haba sido tan claro que Newman casi no esperaba que semolestase; adems, el transporte hasta y desde el viejo penal era notoriamente difcil;implicaba una espera interminable en el sucio paradero al pie de los muros de laprisin.

    Newman haba pasado el tiempo provechosamente. Por fortuna la celda miraba hacia

    el sur, y el sol entraba en ella la mayor parte del da. Dividi el arco en diez segmentosiguales, las horas verdaderas de luz natural, marcando los intervalos con un trozo decemento arrancado de! alfizar, y subdividi cada segmento en doce unidades mspequeas.

    Haba obtenido as un eficaz medidor de tiempo, exacto casi hasta el minuto (lasubdivisin final en quintos la haca mentalmente). La hilera curva de muescas blancasque bajaba por una pared, atravesaba el suelo y la armadura metlica de la cama ysuba por la otra pared, habra sido evidente para cualquiera que se hubiese puesto deespaldas a la ventana, pero nadie haca eso nunca. De cualquier modo los guardiaseran demasiado estpidos para entender, y el reloj de sol le haba dado a Newman una

    ventaja enorme. La mayor parte del tiempo, cuando no estaba regulando el reloj,Newman se apretaba contra la reja, y vigilaba el cuarto de guardia.

    Brocken!gritaba a las siete y cuarto, cuando la lnea de sombra tocaba el primerintervalo. Inspeccin matutina! Arriba, hombre!

    El sargento sala de la litera tropezando y sudando, maldiciendo a los otros guardiasmientras la campanilla henda el aire.

    Luego Newman anunciaba las otras obligaciones de la orden del da: hora de pasarlista, limpieza de las celdas, desayuno, gimnasia, y as sucesivamente hasta la listavespertina, poco antes del anochecer. Brocken ganaba regularmente el premio delbloque por el pabelln de celdas mejor dirigido, y confiaba en Newman para programarla jornada, anticipar el asunto siguiente en la orden dei da, y saber si algo se habaalargado demasiado; en algunos de los otros bloques la limpieza duraba por lo generaltres minutos mientras que el desayuno o el ejercicio podan seguir durante horas, puesninguno de los guardias saba cundo parar, y los prisioneros insistan en que apenashaban empezado.