Banalización Epidemia de La Modernidad

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Noticias del día

Feb 04 20:10 Manifestación del SME provoca

afectación vial en Insurgentes

Feb 04 20:04 Concejo mayor de Cherán asegura que

no hay comunicación con funcionarios federales

Feb 04 19:51 Esta noche SG y PGR actualizarán

información sobre explosión en Pemex

Feb 04 19:49 Entran por caseta México-Cuernavaca

70 vehículos por minuto

Feb 04 19:41 Nace canguro rojo en zoológico de

Culiacán

Cultura

■ Es recordado el escritor William Burroughs a 99 años de su nacimiento

■ Marela Macarías inaugura muestra en Museo de Brooklyn

■ Descubren en España dos poemas manuscritos inéditos de Mario Benedetti

■ Hernán Cortés es el verdadero autor de la crónica de la Conquista, dice arqueólogo francés

■ Dedican doodle a Álvarez Bravo en 111 aniversario de su natalicio

■ Celebran natalicio de Richard Wagner en Bellas Artes

■ Dan a conocer la creación de casa editora “Ediciones Don Lupe”

■ Harán homenaje nacional al poeta Rubén Bonifaz Nuño

■ Son del rey Ricardo III los restos hallados en Leicester debajo de estacionamiento

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La banalización, epidemia de la

modernidad

Xabier F. Coronado

Xabier F. Coronado

Publicado: 03/02/2013 16:54

La diferencia entre la inteligencia y la estupidez reside en el manejo del

adjetivo, cuyo uso no diversificado constituye la banalidad.

E. M. Cioran, Breviario de podredumbre

Vivimos tiempos en los que todo se difunde de manera global. En esta

época, cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y

prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto

sucede gracias a la red digital que nos envuelve y en la que, de alguna

forma, estamos atrapados. Todo se replica de modo superficial en un oleaje

continuo de titulares ambiguos o tendenciosos. Quienes se interesan en ir

más allá de la frase de reclamo se encuentran con que la letra pequeña

apenas profundiza y muchas veces es incoherente o falaz.

Gran parte de la información se plantea con un enfoque banal, manipulador

y viciado de origen. La banalidad se impone tanto en asuntos de

entretenimiento como en temas considerados más trascendentes: política,

educación, arte y otras manifestaciones de la cultura. El efecto final es que

la banalización se extiende como una epidemia que contamina y todos,

queramos o no, tenemos que sobrevivir en ese miasma de trivialidad que se

respira.

Lo banal, vano y venal

No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad.

A. P. Chéjov

No hay referencia en los diccionarios etimológicos a que “banal”tenga

raíces en “vano” (del lat. vanus), aunque en sus significados se podrían

equiparar: lo vano está falto de sustancia o entidad; y banal es un adjetivo de

origen francés (banal, que procede de ban, bando público), definido como

trivial, común e insustancial. “Banalidad” es lo que tiene cualidad de banal,

y “banalización” es la acción y efecto de banalizar, es decir, el resultado de

tratar algo de manera trivial.

En momentos determinados, la banalidad puede cumplir una función de

entretenimiento saludable, para distraernos o relajarnos. Algo diferente

sucede cuando lo banal invade otros espacios de forma indiscriminada.

+/ -AA

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Cioran ve una faceta positiva en lo banal cuando afirma que “a menudo es

de una banalidad, y no de una paradoja, de donde surge una

revelación” (Del inconveniente de haber nacido, 1973), pero resulta difícil

descubrirla cuando los síntomas de la banalización se manifiestan en

muchas expresiones de la vida pública y privada.

Actualmente, la banalización domina nuestro entorno y convivimos en el

paisaje banal de la apariencia; el mundo cultural, político, económico y

social están sujetos a un mismo canon doloso que permite justificar

cualquier cosa. En la era de la banalización todo es venal, en su doble

acepción de vendible y sobornable. La banalidad se vende como marca de

moda en los medios de comunicación masivos que, al mismo tiempo,

imponen una seudo cultura a base de insistencia y publicidad. Sólo hay

competencia entre quienes aceptan sus reglas; se elimina o se niega

cualquier voz disonante. La banalización fomenta el consumo y lo liga

descaradamente a la felicidad. “Tanto ganas/ tanto compras/ tanto tienes/

tanto vales”,es el estribillo de la canción del éxito; el coro de la banalidad

está dirigido por la todopoderosa economía neoliberal, que mercantilizó la

cultura para convertirla en industria del entretenimiento.

Como ejemplo tenemos lo que pasa en México: en este país pareciera que

sólo existe lo que programa el duopolio televisivo, única vía de información

y esparcimiento para la mayoría de la población, y modelo de vida para la

sociedad. Así es como se manipulan conciencias y preferencias.

Banalización de la cultura

No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha tomado el lugar de la

cultura. El mundo está convertido en un enorme escenario, en un enorme

show.

José Saramago, Otros cuadernos de Saramago

En el último año, el tema de la banalización de la cultura ha dado mucho de

qué hablar, sobre todo a partir de la publicación del libro de Vargas Llosa,

La civilización del espectáculo(2012). Básicamente, el escritor peruano

desarrolla un artículo del mismo nombre que había publicado anteriormente

(El País, 6/IX/2008), donde nos comunicaba su preocupación por las

consecuencias, en la esfera cultural, de una serie de tendencias sociales y

económicas. Un debate que filósofos y sociólogos ya habían establecido

durante el siglo pasado.

La sociedad se ha ido banalizando de manera global y varios pensadores

apuntaron esa tendencia. En 1947, M. Horkheimer y TH.W. Adorno, al

acuñar el término “industria cultural” para designar los productos y procesos

de la cultura de masas, señalaron que la tecnología y la ideología del

capitalismo monopólico trasformaban la cultura en un producto mercantil

con tendencia a homogeneizarse. También, el polifacético Guy Debord

publicó, en 1967, un interesante libro, La sociedad del espectáculo, de título

casi homónimo al que acaba de escribir Vargas Llosa. En su texto, Debord

apunta con gran lucidez que “el espectáculo se muestra a la vez como la

sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de

unificación. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación

social entre personas mediatizada por imágenes”.

En su planteamiento, Vargas Llosa no se detiene a profundizar sobre la

influencia del sistema económico y educativo en todo este proceso de

banalización; en cambio manifiesta que la“democratización de la cultura”

produjo un efecto de“trivialización y adocenamiento de la vida cultural

donde cierto facilismo formal y superficialidad en los contenidos culturales

se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de

usuarios”. Asimismo, la hace responsable de la desaparición de la “alta

cultura”. En su exposición, el reconocido novelista no distingue con claridad

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la cultura popular de la cultura de masas, las mezcla en un mismo concepto

y deja aparte a la alta cultura.

Actualmente, “cultura popular” es un concepto usado en forma confusa y

contradictoria. Eduardo Galeano la define como un complejo sistema de

símbolos de identidad que el pueblo preserva y recrea, mientras que para el

sociólogo Mario Margulis la cultura popular es una cultura solidaria:

productores y consumidores la crean y la cultivan (“La cultura popular”,

1986). Por el contrario, la cultura de masas, diseñada y difundida por

gestores que atienden a intereses principalmente económicos, sólo se

consume.

El aporte de Vargas Llosa a este debate es criticado por otros autores, entre

ellos Jorge Volpi (“El último mohicano” en El País, 27/IV/2012), que lo

tilda de elitista por defender la alta cultura. Vargas Llosa concluye que esta

tendencia a la banalización es irreversible y cree que la cultura, como él

tuvo el privilegio de conocerla, va a desaparecer; a lo que Volpi

comenta:“acierta al diagnosticar el fin de una era: la de los intelectuales

como él”.

Por otro lado, la banalización venal también afecta a la vida política. Para

Galeano (El libro de los abrazos, 1989), “la cultura y la política se han

convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por

televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa”.

En palabras de Fidel Castro (Selección de discursos), “la política ha dejado

de ser la ilusión de arte noble y útil con el que siempre soñó justificarse,

para convertirse en entretenimiento banal y desprestigiado”.

La cibercultura tampoco se salva de la banalización. Al principio se trató de

una cultura minoritaria, pero con la popularización de internet se ha

transformado en cultura de masas. Por supuesto que existe una manera

equilibrada de usar la red digital, pero el contagio de lo banal es evidente.

Además de convertirse en imprescindible herramienta de trabajo, internet

ganó espacio a otros medios que se repartían la atención dedicada al tiempo

libre; ahora ocio y negocio se condensan en un mismo dispositivo. Para

muchos, estar sin conexión es inconcebible y tener acceso a internet ya se

considera un derecho universal, a pesar de los muy cuestionables contenidos

y niveles de utilización.

Las denominadas “redes sociales” crecen a ritmo exponencial, llegan a

cualquier rincón del planeta y ya nadie duda del potencial que poseen. No

hay límite de edad para engrosar sus listas: niños, jóvenes y adultos se

comunican a través de ellas. El intercambio de imágenes o mensajes banales

es habitual y la circulación de noticias, videos y demás ocurrencias,

obsesiva. Resulta casi heroico resistirse a Twitter o Facebook; sólo si estás

registrado existes, porque entonces puedes acceder a los contenidos, opinar

y ser reconocido. El auténtico reto está en utilizar esas redes cibernéticas

sociales de forma consciente y equilibrada.

En definitiva, la banalización es una realidad alarmante que apenas deja

espacio para la creatividad y la auténtica cultura; todo lo desvirtúa, hace

perder los puntos de referencia y resulta difícil distinguir lo genuino de lo

adulterado.

La banalidad del mal

… la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento

se sienten impotentes.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe

sobre la banalidad del mal

A comienzos de la década de los años sesenta se celebró en Israel el juicio a

Adolf Eichmann, un mando medio encargado de organizar el transporte de

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personas a los campos de concentración nazis. La politóloga y filósofa

Hannah Arendt cubrió el evento para la revista The New Yorker y el

resultado de esa experiencia dio lugar al libro Eichmann en Jerusalén: un

informe sobre la banalidad del mal (1963). De este trabajo surge el

controvertido término, “banalidad del mal”, que Arendt registra por primera

vez para explicar la falta de reflexión, sobre las consecuencias de sus actos,

de quien comete crímenes al acatar órdenes; circunstancias que, según

Arendt, no lo liberan de culpa sino que lo hacen motivo de otra forma de

juicio.

Actualmente, este concepto se utiliza para describir el mal como algo que no

nace del individuo sino del sistema al que obedece. En consecuencia, la

banalidad del mal, como sumisión total a la autoridad, ha sido y es utilizada

para cometer delitos contra la humanidad. El poder se escuda en la barbarie,

la banalización de la violencia y de las actitudes discriminatorias que

justifican la intolerancia.

Preguntas y respuestas

Los períodos reaccionarios se convierten de un modo lógico en tiempos de

evolucionismo banal.

León Trotski, La revolución permanente

Para terminar, las preguntas clave: ¿de dónde nos viene la banalización?

¿Trae la vida, en sí misma, la banalidad? ¿Somos los humanos seres

banales? Para buscar respuestas, consultamos algunos pensadores que no

padecieron esta enfermedad. El controvertido Cioran escribe: “Te

encuentras en el seno de la vida siempre que dices, con toda tu alma, una

banalidad.” (El ocaso del pensamiento, 1940). Otros autores también

escribieron que la banalidad puede ser inherente a la condición humana,

como Gorki cuando narra: “Todo era banal y corriente en su existencia, pero

esta sencillez y banalidad eran el fardo de una innumerable cantidad de

seres sobre la tierra” (La madre, 1907); o Pessoa en su obra póstuma, El

libro del desasosiego (1982), este homem banal representa a banalidade da

Vida. Ele é tudo para mim, por fora, porque a Vida é tudo para mim por

fora. Para Charles Baudelaire, esa tendencia a lo banal está en nuestra

esencia. En Las flores del mal (1857) nos dejó estos versos: “Si la violación,

el veneno, el puñal, el incendio,/ todavía no han bordado con sus placenteros

dibujos/ la urdimbre banal de nuestros tristes destinos,/ es porque nuestra

alma, ¡fatalmente! no es bastante audaz.” En cambio, para Guy Debord

(1967) la culpa es del sistema que nos globaliza: “La producción capitalista

ha unificado el espacio, que ya no está limitado por sociedades exteriores.

Esta unificación es, al mismo tiempo, un proceso extensivo e intensivo de

banalización.”

La epidemia de la banalización se extiende y parece contagiar a gran

cantidad de individuos en el planeta. Lo banal es como una bacteria que está

latente y en épocas propicias se reproduce y se manifiesta en la

banalización. ¿Será posible vacunarse? Quizás sí, con un tratamiento a base

de atención y voluntad para ejercer control sobre el consumo, ser selectivos,

exigirse y exigir.

Como colofón, unas palabras del escritor Miguel Delibes que pueden ayudar

a ubicarnos: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu

interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados

con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”

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