Banalización Epidemia de La Modernidad
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USTED ESTÁ AQUÍ:PORTADA → → 2013 → 02 → 03 LA BANALIZACIÓN, EPIDEMIA DE LA MODERNIDAD
La banalización, epidemia de la
modernidad
Xabier F. Coronado
Xabier F. Coronado
Publicado: 03/02/2013 16:54
La diferencia entre la inteligencia y la estupidez reside en el manejo del
adjetivo, cuyo uso no diversificado constituye la banalidad.
E. M. Cioran, Breviario de podredumbre
Vivimos tiempos en los que todo se difunde de manera global. En esta
época, cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y
prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto
sucede gracias a la red digital que nos envuelve y en la que, de alguna
forma, estamos atrapados. Todo se replica de modo superficial en un oleaje
continuo de titulares ambiguos o tendenciosos. Quienes se interesan en ir
más allá de la frase de reclamo se encuentran con que la letra pequeña
apenas profundiza y muchas veces es incoherente o falaz.
Gran parte de la información se plantea con un enfoque banal, manipulador
y viciado de origen. La banalidad se impone tanto en asuntos de
entretenimiento como en temas considerados más trascendentes: política,
educación, arte y otras manifestaciones de la cultura. El efecto final es que
la banalización se extiende como una epidemia que contamina y todos,
queramos o no, tenemos que sobrevivir en ese miasma de trivialidad que se
respira.
Lo banal, vano y venal
No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad.
A. P. Chéjov
No hay referencia en los diccionarios etimológicos a que “banal”tenga
raíces en “vano” (del lat. vanus), aunque en sus significados se podrían
equiparar: lo vano está falto de sustancia o entidad; y banal es un adjetivo de
origen francés (banal, que procede de ban, bando público), definido como
trivial, común e insustancial. “Banalidad” es lo que tiene cualidad de banal,
y “banalización” es la acción y efecto de banalizar, es decir, el resultado de
tratar algo de manera trivial.
En momentos determinados, la banalidad puede cumplir una función de
entretenimiento saludable, para distraernos o relajarnos. Algo diferente
sucede cuando lo banal invade otros espacios de forma indiscriminada.
+/ -AA
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Cioran ve una faceta positiva en lo banal cuando afirma que “a menudo es
de una banalidad, y no de una paradoja, de donde surge una
revelación” (Del inconveniente de haber nacido, 1973), pero resulta difícil
descubrirla cuando los síntomas de la banalización se manifiestan en
muchas expresiones de la vida pública y privada.
Actualmente, la banalización domina nuestro entorno y convivimos en el
paisaje banal de la apariencia; el mundo cultural, político, económico y
social están sujetos a un mismo canon doloso que permite justificar
cualquier cosa. En la era de la banalización todo es venal, en su doble
acepción de vendible y sobornable. La banalidad se vende como marca de
moda en los medios de comunicación masivos que, al mismo tiempo,
imponen una seudo cultura a base de insistencia y publicidad. Sólo hay
competencia entre quienes aceptan sus reglas; se elimina o se niega
cualquier voz disonante. La banalización fomenta el consumo y lo liga
descaradamente a la felicidad. “Tanto ganas/ tanto compras/ tanto tienes/
tanto vales”,es el estribillo de la canción del éxito; el coro de la banalidad
está dirigido por la todopoderosa economía neoliberal, que mercantilizó la
cultura para convertirla en industria del entretenimiento.
Como ejemplo tenemos lo que pasa en México: en este país pareciera que
sólo existe lo que programa el duopolio televisivo, única vía de información
y esparcimiento para la mayoría de la población, y modelo de vida para la
sociedad. Así es como se manipulan conciencias y preferencias.
Banalización de la cultura
No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha tomado el lugar de la
cultura. El mundo está convertido en un enorme escenario, en un enorme
show.
José Saramago, Otros cuadernos de Saramago
En el último año, el tema de la banalización de la cultura ha dado mucho de
qué hablar, sobre todo a partir de la publicación del libro de Vargas Llosa,
La civilización del espectáculo(2012). Básicamente, el escritor peruano
desarrolla un artículo del mismo nombre que había publicado anteriormente
(El País, 6/IX/2008), donde nos comunicaba su preocupación por las
consecuencias, en la esfera cultural, de una serie de tendencias sociales y
económicas. Un debate que filósofos y sociólogos ya habían establecido
durante el siglo pasado.
La sociedad se ha ido banalizando de manera global y varios pensadores
apuntaron esa tendencia. En 1947, M. Horkheimer y TH.W. Adorno, al
acuñar el término “industria cultural” para designar los productos y procesos
de la cultura de masas, señalaron que la tecnología y la ideología del
capitalismo monopólico trasformaban la cultura en un producto mercantil
con tendencia a homogeneizarse. También, el polifacético Guy Debord
publicó, en 1967, un interesante libro, La sociedad del espectáculo, de título
casi homónimo al que acaba de escribir Vargas Llosa. En su texto, Debord
apunta con gran lucidez que “el espectáculo se muestra a la vez como la
sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de
unificación. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación
social entre personas mediatizada por imágenes”.
En su planteamiento, Vargas Llosa no se detiene a profundizar sobre la
influencia del sistema económico y educativo en todo este proceso de
banalización; en cambio manifiesta que la“democratización de la cultura”
produjo un efecto de“trivialización y adocenamiento de la vida cultural
donde cierto facilismo formal y superficialidad en los contenidos culturales
se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de
usuarios”. Asimismo, la hace responsable de la desaparición de la “alta
cultura”. En su exposición, el reconocido novelista no distingue con claridad
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la cultura popular de la cultura de masas, las mezcla en un mismo concepto
y deja aparte a la alta cultura.
Actualmente, “cultura popular” es un concepto usado en forma confusa y
contradictoria. Eduardo Galeano la define como un complejo sistema de
símbolos de identidad que el pueblo preserva y recrea, mientras que para el
sociólogo Mario Margulis la cultura popular es una cultura solidaria:
productores y consumidores la crean y la cultivan (“La cultura popular”,
1986). Por el contrario, la cultura de masas, diseñada y difundida por
gestores que atienden a intereses principalmente económicos, sólo se
consume.
El aporte de Vargas Llosa a este debate es criticado por otros autores, entre
ellos Jorge Volpi (“El último mohicano” en El País, 27/IV/2012), que lo
tilda de elitista por defender la alta cultura. Vargas Llosa concluye que esta
tendencia a la banalización es irreversible y cree que la cultura, como él
tuvo el privilegio de conocerla, va a desaparecer; a lo que Volpi
comenta:“acierta al diagnosticar el fin de una era: la de los intelectuales
como él”.
Por otro lado, la banalización venal también afecta a la vida política. Para
Galeano (El libro de los abrazos, 1989), “la cultura y la política se han
convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por
televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa”.
En palabras de Fidel Castro (Selección de discursos), “la política ha dejado
de ser la ilusión de arte noble y útil con el que siempre soñó justificarse,
para convertirse en entretenimiento banal y desprestigiado”.
La cibercultura tampoco se salva de la banalización. Al principio se trató de
una cultura minoritaria, pero con la popularización de internet se ha
transformado en cultura de masas. Por supuesto que existe una manera
equilibrada de usar la red digital, pero el contagio de lo banal es evidente.
Además de convertirse en imprescindible herramienta de trabajo, internet
ganó espacio a otros medios que se repartían la atención dedicada al tiempo
libre; ahora ocio y negocio se condensan en un mismo dispositivo. Para
muchos, estar sin conexión es inconcebible y tener acceso a internet ya se
considera un derecho universal, a pesar de los muy cuestionables contenidos
y niveles de utilización.
Las denominadas “redes sociales” crecen a ritmo exponencial, llegan a
cualquier rincón del planeta y ya nadie duda del potencial que poseen. No
hay límite de edad para engrosar sus listas: niños, jóvenes y adultos se
comunican a través de ellas. El intercambio de imágenes o mensajes banales
es habitual y la circulación de noticias, videos y demás ocurrencias,
obsesiva. Resulta casi heroico resistirse a Twitter o Facebook; sólo si estás
registrado existes, porque entonces puedes acceder a los contenidos, opinar
y ser reconocido. El auténtico reto está en utilizar esas redes cibernéticas
sociales de forma consciente y equilibrada.
En definitiva, la banalización es una realidad alarmante que apenas deja
espacio para la creatividad y la auténtica cultura; todo lo desvirtúa, hace
perder los puntos de referencia y resulta difícil distinguir lo genuino de lo
adulterado.
La banalidad del mal
… la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento
se sienten impotentes.
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe
sobre la banalidad del mal
A comienzos de la década de los años sesenta se celebró en Israel el juicio a
Adolf Eichmann, un mando medio encargado de organizar el transporte de
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personas a los campos de concentración nazis. La politóloga y filósofa
Hannah Arendt cubrió el evento para la revista The New Yorker y el
resultado de esa experiencia dio lugar al libro Eichmann en Jerusalén: un
informe sobre la banalidad del mal (1963). De este trabajo surge el
controvertido término, “banalidad del mal”, que Arendt registra por primera
vez para explicar la falta de reflexión, sobre las consecuencias de sus actos,
de quien comete crímenes al acatar órdenes; circunstancias que, según
Arendt, no lo liberan de culpa sino que lo hacen motivo de otra forma de
juicio.
Actualmente, este concepto se utiliza para describir el mal como algo que no
nace del individuo sino del sistema al que obedece. En consecuencia, la
banalidad del mal, como sumisión total a la autoridad, ha sido y es utilizada
para cometer delitos contra la humanidad. El poder se escuda en la barbarie,
la banalización de la violencia y de las actitudes discriminatorias que
justifican la intolerancia.
Preguntas y respuestas
Los períodos reaccionarios se convierten de un modo lógico en tiempos de
evolucionismo banal.
León Trotski, La revolución permanente
Para terminar, las preguntas clave: ¿de dónde nos viene la banalización?
¿Trae la vida, en sí misma, la banalidad? ¿Somos los humanos seres
banales? Para buscar respuestas, consultamos algunos pensadores que no
padecieron esta enfermedad. El controvertido Cioran escribe: “Te
encuentras en el seno de la vida siempre que dices, con toda tu alma, una
banalidad.” (El ocaso del pensamiento, 1940). Otros autores también
escribieron que la banalidad puede ser inherente a la condición humana,
como Gorki cuando narra: “Todo era banal y corriente en su existencia, pero
esta sencillez y banalidad eran el fardo de una innumerable cantidad de
seres sobre la tierra” (La madre, 1907); o Pessoa en su obra póstuma, El
libro del desasosiego (1982), este homem banal representa a banalidade da
Vida. Ele é tudo para mim, por fora, porque a Vida é tudo para mim por
fora. Para Charles Baudelaire, esa tendencia a lo banal está en nuestra
esencia. En Las flores del mal (1857) nos dejó estos versos: “Si la violación,
el veneno, el puñal, el incendio,/ todavía no han bordado con sus placenteros
dibujos/ la urdimbre banal de nuestros tristes destinos,/ es porque nuestra
alma, ¡fatalmente! no es bastante audaz.” En cambio, para Guy Debord
(1967) la culpa es del sistema que nos globaliza: “La producción capitalista
ha unificado el espacio, que ya no está limitado por sociedades exteriores.
Esta unificación es, al mismo tiempo, un proceso extensivo e intensivo de
banalización.”
La epidemia de la banalización se extiende y parece contagiar a gran
cantidad de individuos en el planeta. Lo banal es como una bacteria que está
latente y en épocas propicias se reproduce y se manifiesta en la
banalización. ¿Será posible vacunarse? Quizás sí, con un tratamiento a base
de atención y voluntad para ejercer control sobre el consumo, ser selectivos,
exigirse y exigir.
Como colofón, unas palabras del escritor Miguel Delibes que pueden ayudar
a ubicarnos: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu
interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados
con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”
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