BITACORAS

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BITACORAS Por allá en el 2003 me gustaba esperar a que mi hermano se durmiera, particularmente en las vacaciones, ya que dormíamos en el mismo cuarto. Una vez estaba dormido me levantaba y encendía el computador que compartíamos pero iniciando en mi altamente personalizada sesión. Esas noches me sentaba y escribía y jugaba a ser ingeniero de sistemas tratando de desentrañar lo enmarañado del código de Windows. Cuando escribía en esas primeras noches de dulce soledad era principalmente deseos y proyecciones de aspiraciones adolescentes. Escribía, recuerdo, sobre una mujer que siempre me había gustado desde que entró al colegio, un año después de que yo lo hiciera, a la que se referían como Melody, por su innegable parecido con la española. Escribía sobre ella en primer lugar porque apenas empezaba a dimensionar la fuerza creativa del amor, incluso de ese amor que no lo era, el amor vestido de futuro bajo el poderoso disfraz de la inexperiencia. Fue suficiente para escribir casi 100 páginas sobre un futuro no tan distante entonces, aunque pasado remoto ahora, y sentirme embriagado, más que de ella, quien finalmente nunca habría de corresponder el más mínimo de mis cortejos, sino embriagado de un amor silencioso que fluye por el universo, libre, como una de las cuerdas unidimensionales que pueden estar atravesándonos. Ahora, cuando el tiempo ha avanzado y cada concepto se llena del peso de las menciones y la acumulación de definiciones, todo se torna simple al volver a esa cuerda, al olvidar la miseria de los deseos insatisfechos y, como bien recuerda Wilde, la tragedia de satisfacerlos. El mundo parece moverse más rápido con el paso de los días, a veces siento que si pudiera viajar rumbo al San Petersburgo de Dostoievski, por no ir más lejos, vería a todo el mundo en ralentí y quizá me vieran ellos como una acumulación de ansiedad y movimientos espasmódicos. Hay momentos, como últimamente con mayor regularidad, en los que recuerdo porque soñé alguna vez con ser escritor, y de repente, me libro del deseo de ser famoso y reconocido, de satisfacer a mi padre e impresionar a futuras amantes, me quito de encima el deseo de ser admirado, imitado y alabado, limpio de esa noción todo deseo meramente individual que me vaya a dar algún tipo de satisfacción a posteriori; luego, en algún momento triste parecía que no quedaba nada, pero es porque en esas malas tristezas, ese algo se torna en un ave que se esconde de su depredador, un polluelo diminuto y tan joven aún que se sabe incapaz de volar, se esconde en la penumbra del rincón alejado de su refugio, invisible a los ojos de su victimario. Pero en los momentos alegres, en los momentos sabios y distantes e incluso en aquellas buenas tristezas, ese algo que se esconde se levanta por encima de cualquier mezquindad propia de la época. Me lleno de letras que ya no se buscan como cuentos o novelas, tan solo retahíla de hilachas de pensamiento, un tejido policromático y multidimensional. Incluso el espectador se reduce a una esperanza ahogada, como la tos tísica, y a la certeza del maravilloso flujo del tiempo.

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diario de un joven confundido

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BITACORAS

Por allá en el 2003 me gustaba esperar a que mi hermano se durmiera, particularmente en las vacaciones, ya que dormíamos en el mismo cuarto. Una vez estaba dormido me levantaba y encendía el computador que compartíamos pero iniciando en mi altamente personalizada sesión. Esas noches me sentaba y escribía y jugaba a ser ingeniero de sistemas tratando de desentrañar lo enmarañado del código de Windows. Cuando escribía en esas primeras noches de dulce soledad era principalmente deseos y proyecciones de aspiraciones adolescentes. Escribía, recuerdo, sobre una mujer que siempre me había gustado desde que entró al colegio, un año después de que yo lo hiciera, a la que se referían como Melody, por su innegable parecido con la española. Escribía sobre ella en primer lugar porque apenas empezaba a dimensionar la fuerza creativa del amor, incluso de ese amor que no lo era, el amor vestido de futuro bajo el poderoso disfraz de la inexperiencia. Fue suficiente para escribir casi 100 páginas sobre un futuro no tan distante entonces, aunque pasado remoto ahora, y sentirme embriagado, más que de ella, quien finalmente nunca habría de corresponder el más mínimo de mis cortejos, sino embriagado de un amor silencioso que fluye por el universo, libre, como una de las cuerdas unidimensionales que pueden estar atravesándonos.

Ahora, cuando el tiempo ha avanzado y cada concepto se llena del peso de las menciones y la acumulación de definiciones, todo se torna simple al volver a esa cuerda, al olvidar la miseria de los deseos insatisfechos y, como bien recuerda Wilde, la tragedia de satisfacerlos. El mundo parece moverse más rápido con el paso de los días, a veces siento que si pudiera viajar rumbo al San Petersburgo de Dostoievski, por no ir más lejos, vería a todo el mundo en ralentí y quizá me vieran ellos como una acumulación de ansiedad y movimientos espasmódicos.Hay momentos, como últimamente con mayor regularidad, en los que recuerdo porque soñé alguna vez con ser escritor, y de repente, me libro del deseo de ser famoso y reconocido, de satisfacer a mi padre e impresionar a futuras amantes, me quito de encima el deseo de ser admirado, imitado y alabado, limpio de esa noción todo deseo meramente individual que me vaya a dar algún tipo de satisfacción a posteriori; luego, en algún momento triste parecía que no quedaba nada, pero es porque en esas malas tristezas, ese algo se torna en un ave que se esconde de su depredador, un polluelo diminuto y tan joven aún que se sabe incapaz de volar, se esconde en la penumbra del rincón alejado de su refugio, invisible a los ojos de su victimario. Pero en los momentos alegres, en los momentos sabios y distantes e incluso en aquellas buenas tristezas, ese algo que se esconde se levanta por encima de cualquier mezquindad propia de la época. Me lleno de letras que ya no se buscan como cuentos o novelas, tan solo retahíla de hilachas de pensamiento, un tejido policromático y multidimensional. Incluso el espectador se reduce a una esperanza ahogada, como la tos tísica, y a la certeza del maravilloso flujo del tiempo.

Los más bellos momentos se desdibujan ante la mezquindad del deseo y del individuo, sin embargo, su trazo es claro en la embriaguez nubosa de los olvidos y el amor. Últimamente, y quizá en gran medida debido a García Márquez, la palabra amor me suena dulce, meliflua en la lengua y los labios, pero húmeda arena entre los dedos: arena y agua salada. Muchas veces, en mi caso particular, el devenir de las palabras llega a mi en instantes sin ambición, sin el deseo de ser leído más que por uno o dos de aquellos puntos brillantes en la oscuridad del recinto, el buen público, escaso pero no extinto.

Y porqué a veces parece ineludible esa necesidad de retroalimentación, esa necesidad de observar y ser observado, de saberse admirado o deseado o simplemente parte del flujo de miradas e ideas de las noches y las tardes en las urbes?La mejor compañía en cualquier momento de mi vida se dibuja una noche en el paso de la biblioteca Virgilio Barco. El pasto es suave, como dicen que es el paso en los lugares altos y húmedos. Estoy acostado, mirando hacia el cielo, mi mano izquierda descansa sobre mi pecho, no hace frío, parece incluso que el viento fuese tibio. Me quedo solo y subo el volumen de la música, escucho The Doors, probablemente. De repente mi mirada se sumerge en el mar elevado, me pierdo en los enormes espacios oscuros sutilmente interrumpidos por estrellas y algún pertinente planeta. Pero esta vez ese panorama se veía diferente, había dejado de ser arriba, de repente estuve flotando y casi podía verme a mí mismo acostado mirándome flotando, y más que esto, el cielo y su misteriosa y gelatinosa capa de humo y luces de ciudad estaba anulado al negro profundo que penetra como la oscuridad infantil. El cielo dejó de ser un panorama vislumbrado desde la comodidad de una ventana, el cielo estaba tan acá como el aire que estaba respirando, el aire que se movía con las

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vibraciones de las alas de algún insecto de paso. El universo por vez primera, o quizá, repitiéndose como nunca, me abrazaba íntimamente. Estaba enamorado en ese entonces, o creía estarlo, y de repente todo se tornó tan insignificante que podía perderme en el cálido roce de un sentimiento tan profundo y creador, pero era bello sólo por sí mismo, no necesitaba nada. Cuando el universo habla con tal minucia y perspicacia es imposible reparar en diferencias. Las usuales competencia por afecto o por poder que determinan básicamente todas las relaciones salvo, me atrevería a decir, las que están formadas por el amor en su acepción más profunda y libre, se disuelven en recuerdos de un pasado básico. Es bello simplemente saber tanta belleza, la irrealidad de la cristiana maldad, la frescura de la ausencia de rencores, de deseos y de miedos. Si bien fue un momento fugaz que se disolvería para dejarme de nuevo envuelto en aquellos sufrimientos, el simple hecho de haberlo vivido se convierte en combustible suficiente para querer ver el mundo cada vez más con esa calma. Es bello estar enamorado, incluso si solo dura un segundo y el objeto es esa brisa húmeda y fresca de las primeras horas, con el devenir de los años, de las buenas canciones y las noches humeantes, quizá esos segundos se transmuten en algo que supere al tiempo. Estamos en días mágicos, moverse con el flujo del tiempo sólo puede llevar adelante.

EJERCICIO11 FEB 2013-02-11

Cuando entré por la puerta buscaba principalmente un refugio frente al frio. La humedad últimamente parece pegarse a la ropa con más fuerza que la lluvia o la nieve. Una humedad silenciosa y penetrante, dominante. Antes de entrar caminaba por las calles, caminaba a unas cuatro o cinco calles de mi habitación, una habitación humeda como esa humedad que ahora esta en todas partes. Sali de la habitación tras secarme, colgar algo de ropa que tardará días en secar y ponerme lo primero que encontrara limpio y cómodo. Me tomé un trago de ron, de una botella que ya amenaza con acabar pero que tiene fama de longeva. Entre acá pensando en cómo siempre me han gustado los tugurios, o cómo siempre he creído que me gustan los tugurios, cómo los nvoco en mi cabeza con una atmósfera mortecina y unas luces de neón, una que otra compañía inesperada, una suma de miradas hostiles. Este tugurio, si vamos al caso, no es nada por el estilo. La luz blancuzca domina el único bombillo cálido que cuelga tímido sobre lo que podría llamarse una barra. Al subir por las escaleras pensaba en la mirada del viejo, un viejo que he visto antes, sobretodo los últimos días, caminando por las mismas calles, escampando de la misma lluvia. Tuve por unos breves minutos la firme intención de sentarme a escribir, si no a él, si por él. Intención que se disolvió tan pronto como mi atención absorta en el reflejo de la luz verdosa que señalaba el camino a la puerta del bar.Al entrar los ojos el viejo se habían evaporado de mi recuerdo, mi ya recurrente indiferencia se adueñaban de nuevo de mi ánimo. No era más que el recuerdo del hálito de la musa. Me siento en una mesa incómoda, al sentarme noto que la elegí básicamente por timidez, para no ser observado pero torpemente expuesto. Esa contradicción me perturba un poco. No me animo más que a ordenar una cerveza.

Me avergonzó no disimular la emoción porque me llamara. Hacia meses no me sentía tan bien con alguien, tenía miedo de salir por ahí arriesgándome a pasar por quien no era. Cuando me llamo me dio un vuelco el pecho y apenas pude esconder el rubor de esos gavilanes que miran como cazando el más mínimo movimiento de mi cuerpo. Ya he aprendido con los años, desde pequeña bien me lo explicaba mi madre, mirada altiva, elegante, indiferente. Yo siempre sospeché que mi madre era puta. Siempre que pasaba por la veintidós o por la 15 –después de la 100- las miraba y les veía ese aire místico de quien ha cruzado una línea que le permite hablar con autoridad de la moral, de la vida. (…) Cuando me daba consejos algunas veces tomaba mi brazo con fuerza y dejaba de mirarme, como hablando con alguien más, alguien a quien quizá no pudo advertírselo antes pese a su esfuerzo, o quizá alguien a quién decidió no aconsejar y cuyo recuerdo entonces pesaba. Cuando era niña me daba miedo.

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La cerveza pasa como el agua, incluso pasa dejando el vaho de un moribundo, una capa de espesa y gaseosa. Pienso en tomarme un ron, dudo, me arrepiento. Deme un… un… qué trago tiene? El que quiera, ron, aguardiente, vodka, me dijo esto último señalándome una botella con toda la pinta de ser de esas que comprábamos entre varios hace ya unos buenos años, botellas de 6 o 7 mil pesos. No podía estar seguro, no alcanzaba a leer el nombre, solo veía sus azules, sus letras blancas su ligero acento rojizo. Deme un vodka, me escuché decir casi sin sorpresa por mi repentino ánimo autodestructivo. Vuelvo a dar una ojeada por el lugar animado tal vez por mi charla con el mesero o por el recuerdo bastante leve de otras épocas. Dos mesas ocupadas, ubico el baño recordando las palabras de un viejo alcohólico cubano que afirmaba que nadie podía llamarse un buen bebedor si no sabía donde podía orinar o en su defecto cagar o vomitar.

Giro mis ojos avergonzado, mejor. Los alejo del texto que me delata, me delata como un intento y también como una falla, una frustración. Puedo ahora ser calificado como tal? No se puede ser constantemente una potencia, no se puede ser una potencia más que por el breve instante que se es, de resto, cualquier leve prolongación es un error, una falla de la lógica, un falsear de la magia.

Llega a la UPJ, no tiene más que la cédula de la mujer, le pide al taxi que lo deje a unas 3 cuadras de donde recuerda está la bodega. Por su mente pasan los recuerdos de sus fugaces pasos por allí. Una circulo de sonrisas, una mano que con estudiada delicadeza toma una bolsa plástica de un diminuto bolsillo. Una mano, ésta si llena de líneas mezcla de carne reparada y tierra refugiada, muestra lentamente una navaja de cerca de 12 cms de hoja. La punta de la navaja saca el polvo blanco, narices inhalando, los dedos que presionan la fosa nasal. El ojo se irrita. Casi una lágrima.Una voz se impone sobre los susurros nadie regala perico así como así, déjenlo en paz. Curioso que la condena de un país, si no de una región, sea la salvación de un marihuanero.

23 ABRIL

Escribir la fecha puede ser una costumbre grata frente a un hábito establecido, pero cuando se trata de una atisbo de espontaneidad, una esporádica acumulación de párrafos abortados, esa fecha se irgue como el monumento a la falta de disciplina, las ataduras que alejan de la libertad.Puedo obligarme a empezar de nuevo el diario, pero empezarlo por fuerza de un impulso acaba como lo atestiguan mis innumerables eneros. Algunos con padre, otros flotando huérfanos como este Abril.Hoy desperté donde mi madre, desde que vivo solo, hace ya casi tres meses (seis meses desde que viajé a Cuba), desde que vivo solo estoy mejor con mi madre, de hecho, me cuesta recordar cómo era nuestra relación cuando vivíamos juntos, cuando vivía en Bogotá antes de Cuba, en ese letargo en el que estaba donde el único futuro era ese viaje que tendría que se de anagnórisis, de liberación.Siento que mi relación con mi madre está mejor ahora porque me gusta llamarla,me gusta saber como está y pienso en ella cuando quiero hablar con alguien, aún cuando nuestros temas son limitados, y lo han sido desde hace tiempo, ahora quizá solo lo sean por costumbre. Desperté en casa, en mi vieja cama que no destiendo cuando voy, donde solo me arropo con un cubrecama (cubrelecho Paloma –¿si era Paloma?-), sin darme cuenta o quizá silenciosamente a propósito, marcando el hecho de que ya no me siento dueño de ese espacio, ya no me siento en mi refugio sino en el lugar que debía ser como familia, en el espacio que comparto y me respetan, pero que comparto. Es extraño ver a mi familia y querer agradarles, hacerles sentir bien, sentir esa empatía

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que usualmente sólo sentía con quienes eran distantes de mi, es algo triste, pero de cierta forma certero.

1 de Mayo

No escucho las protestas ni las marchas. Quizá sea esta casa muy vieja o vieja sea la costumbre de protestar. La ultima vez que escribí en el diario fue hace casi una semana. Apenas estoy tomando el impulso pero creo que me caería bien. Mis crisis suelen tener como causa y consecuencia algún hipotético cambio en mi relación con la marihuana. Ayer estuve bien, me sentí muy Don Draper. No que eso esté bien porque él es un hombre que casi nunca está bien, bien acá sería feliz. La poesía me ayuda, apenas he rozado un acercamiento a ella y estoy rodeado de nuevas ideas y de misteriosos pasillos por donde recorrer el mundo…

MATESeria un pecado el no comparti un mate (solo éste) con un cigarillo. No me gusta pensar en mi cuerpo de la forma tradicional de la medicina, yo suelo pensar, por ejemplo, en mis miedos, y en las cosas que desprecio o que simplemente me repelen, y una vez pienso sobre ellas, sobre las definibles, noto que hay algunos para quienes tales cosas no son en absoluto molestas. Esto deriva en mi, en la “morbosa autoobservacion” de la que habla Travis, el taxista. Noto que si es posible que alguien no sienta repulsión por lo mismo esto significa que esta repulsión reside en mi, y por ende yo puedo controlarla, es divertido intentarlo hasta que nos topamos con algo en nuestro interior que no entendemos, que no podemos dilucidar, una sensación vacilante y esporádica que se reitera como pulsaciones añejadas, tortuosas y pacientes. En lagunos momentos puedo ser un completo desgraciado, desalmado y frio. Puedo ser calculador con las cosas mas bellas de mi vida, y arruinar un momento con el simple razonamiento de su simpleza estética. Un abrazo puede ser algo de lo mas vulgar si no es real, y casi siempre creo tener la razon sobre como siento laas cosas, confío tanto en mi intuición que en ciertos momentos me anula, dejandome a su disposición como a la espera de una condena de la que no me interesa escaparme. La mayoria de veces me descubro aterradoramente solo, y lo que es peor, aterradoramente satisfecho de estarlo, de esta forma me mantengo a cierto nivel de distancia con respecto a quienes me rodean, lo que me permite pensar y actuar con respecto a ellos con la independencia que no me lo permite las personas que me importan. Nunca se lo que quiero por un periodo largo de tiempo, un simple detalle me hace dejar de sentirme comodo, en cuestion de minutos puedo moverme de una época alegre a un depresion sombría y lenta, sin una causa aparente mas que miradas, paranoias, dudas.