Blanco-Fombona y el pa°s sin memoria

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1 Blanco Fombona y el país sin memoria 1 El gomecismo constituye un bloque cronológico casi generacional: veintisiete años; una unidad política, expresada a través de la construcción piramidal, caudillo sobre caudillo, hasta llegar a la cumbre con el Jefe Supremo, absolutizado y único; un régimen económico excepcional, pues, por primera vez, en forma coherente y con una fuerza de cambio tremenda, chocan y se entrelazan la producción agropecuaria y la explotación minera –lo cual no había sucedido con el oro, el carbón y el cobre–, monoexportadora de petróleo y símbolo arrollador de del imperialismo norteamericano. Antes que fenómeno telúrico, el gomecismo fue un fenómeno global de la sociedad venezolana en transición. Antes que un fenómeno de ambiente y carácter, con masas caóticas que pedían un gendarme necesario, y antes que un fenómeno azarístico donde contaron la intuición y lo providencial, el gomecismo fue la respuesta nacional, paz y orden, garantía a los capitales invertidos, y gobierno fuerte y armado, al esquema continental diseñado por la Doctrina Monroe y por la emergencia de EE.UU.

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Blanco Fombona y el pas sin memoria1

El gomecismo constituye un bloque cronolgico casi generacional: veintisiete aos; una unidad poltica, expresada a travs de la construccin piramidal, caudillo sobre caudillo, hasta llegar a la cumbre con el Jefe Supremo, absolutizado y nico; un rgimen econmico excepcional, pues, por primera vez, en forma coherente y con una fuerza de cambio tremenda, chocan y se entrelazan la produccin agropecuaria y la explotacin minera lo cual no haba sucedido con el oro, el carbn y el cobre, monoexportadora de petrleo y smbolo arrollador de del imperialismo norteamericano.

Antes que fenmeno telrico, el gomecismo fue un fenmeno global de la sociedad venezolana en transicin. Antes que un fenmeno de ambiente y carcter, con masas caticas que pedan un gendarme necesario, y antes que un fenmeno azarstico donde contaron la intuicin y lo providencial, el gomecismo fue la respuesta nacional, paz y orden, garanta a los capitales invertidos, y gobierno fuerte y armado, al esquema continental diseado por la Doctrina Monroe y por la emergencia de EE.UU. como gran potencia enfrentada a Inglaterra, no slo con una diplomacia victoriosa a partir del bloqueo de 1902, sino tambin, y esto sera decisivo, a travs del control de las fuentes petroleras.

Caractersticas parecidas no las haba tenido ningn otro gobierno anterior. Los regmenes surgidos de la Guerra Federal reemplazaron el caudillismo de los hroes de la independencia los Pez, Monagas, Soublette por el de los generales y doctores del liberalismo,

1Prlogo escrito para el libro Ensayos histricos de Rufino Blanco Fombona. Seleccin y cronologa de Rafael Ramn Castellanos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981.

divididos entre s, luego de matrimonios de conveniencia, y lanzados a fundar facciones y corrientes adjetivas que muchas veces slo llegaban a tener validez regional. La estructura agraria y la administracin descentralizada, la presencia del cacique y de los oficiales de montonera, el recurso de la peonada para levantar recluta, la inexistencia de un ejrcito institucionalizado, as como la irrupcin de corrientes filosficas, polticas y literarias, verbigracia el positivismo, el anarquismo y el naturalismo, determinaron la sucesin de gobiernos frgiles, de ridcula duracin algunos, entre los cuales apenas si despunt la autocracia del Ilustre Americano, prolongada, por intervalos, a travs de la frmula continuista.

La oligarqua liberal encarn la destruccin del partido que se crea en el poder, y de su seno, alimento de disidencia y secta, salieron ms opositores a los gobiernos de la treintena finisecular, que de la propia oligarqua goda. No por casualidad he apuntado lo de treintena, pues aparte de constituir una unidad generacional en el sentido cronolgico, marca a la perfeccin el perodo que corre entre la revolucin de abril de 1870 y la victoria de la invasin castrista, en octubre de 1899.

Bsquese en esos tres decenios una mano que lo controle todo, un hombre que haya sido ungido como el nico, un aparato militar obediente hasta en la letrina del cuartel, un Congreso sumiso y elegido a dedo desde Maracay, un cuerpo de doctrina como el que sali de los editoriales de El Nuevo Diario y de los libros de Vallenilla Lanz, y nada de eso ser encontrado. Mientras tal perodo fue de diversidad dentro de la oligarqua liberal, el de Gmez lo fue de unidad en torno suyo, puesto que ni partidos existan.

La fluidez del proceso poltico entre 1870 y 1899, la aparicin de partidos dentro de los partidos algo tan poco absurdo como el teatro dentro del teatro, la novela dentro de la novela y la adhesin casi orgnica de los intelectuales al aparato burocrtico y al combate fantico, convirtieron al escritor y al artista, al periodista, al poeta y aun al sacerdote, en militantes de una causa casi siempre tan pasajera como el jefe poltico que la encabezaba, como el rgimen que la alimentaba desde la Casa Amarilla, o como el levantamiento armado que la impulsaba. Bastara un repaso a los peridicos de la poca, a la literatura panfletaria y a los manifiestos lanzados desde el campo de batalla o el lugar de exilio, Trinidad y Curazao por ejemplo, para comprobar las pasiones mudadizas de los intelectuales, sus virajes bruscos, su destino marcado por sucesos repentinos, su trnsito de La Rotunda* al palacio de gobierno y viceversa. En fin, su inestabilidad.

Castro hered el viento. Mientras Juan Vicente Gmez muri en el ejercicio del poder y pudo definir, a la altura de los aos veinte, a los intelectuales, en dos campos ntidamente delimitados, El Cabito** no pudo sostenerse en l ms que nueve aos, estremecido su mandato por la mayor revolucin que haya vencido gobierno alguno en Venezuela, por el mayor enfrentamiento que el pas haya tenido con las potencias extranjeras y por el mayor acto de traicin que un poltico haya consumado contra su protector, compadre y amigo.

De este modo, si durante las tres dcadas finales del siglo XIX, los intelectuales reflejaron en sus obras y actos una conciencia pendular, casi inasible como homogeneidad, a lo largo del castrismo, golpeados por aquella trinidad de conmociones, oscilaron todava con mayor fuerza y rapidez. Ubicar los cambios de Bolet Peraza, Toms Michelena, Potentini, OBrien,

*Crcel caraquea demolida en 1936.

**Cipriano Castro.Picn Febres, Gil Fortoul, Pietri Daudet, Silva Obregn, Tosta Garca, Arvalo Gonzlez, Eduardo Blanco, Romerogarca, Fortoul Hurtado, Villegas Pulido, Racamonde, Silva Gandolphi, Vicente Amengual, Calcao Mathieu, Cabrera Malo, Alejandro Urbaneja, Odoardo Len Ponte, Jacinto Lpez, Celestino Peraza, Miguel Eduardo Pardo, Pedro Vicente Mijares, Andrs J. Vigas, Luis Ramn Guzmn, Andrs Mata, Carlos Borges, Samuel Daro Maldonado, Lpez Baralt, Lpez Fontains, Pedro Manuel Ruiz, Carlos Benito Figueredo, Bruzual Serra y Blanco Fombona, entre otros y para no alargar imprudentemente la lista, resultara una tarea difcil, por lo efmero de las posiciones y el flujo continuo de la poltica, que reniega de periodificaciones y etiquetas durante esa treintena. Pero tratar de hacerlo en relacin con una etapa ms breve y mutante, de ms carga emocional y conflictividad poltica, es prcticamente imposible. Ni siquiera Picn Salas, en su estudio de poca, logr captar todas las ondas secretas de aquellas mudanzas, y eso que acudi a las fuentes escritas y al testimonio oral, a ms de darle trabajo a la imaginacin, que no era poca.

El castrismo agudiza tales contradicciones, que envuelven no tan slo lo ideolgico sino tambin lo humano. Fue una poca que concentr pasiones y las puso a jugar en todos los terrenos: libros de ataques panfletarios como El Cabito, de Morantes, y novelas de escenografa poltico-social, como El hombre de hierro. Diarios ntimos como Camino de imperfeccin y de terribilidad carcelaria como el de Antonio Paredes. Memorias (aqu tambin en singular: memoria), como las que cursan en la primera parte de la obra de Pocaterra, o se explayan en un relato novelado al estilo de Prez Hernndez. Catecismos de adulacin como el de Figueredo, Presidenciales, que duplican los halagos de Abigal Castillo, en las secciones sociales de los diarios de la Restauracin. Documentos de archivero minucioso (a veces grandes, enormes minucias, al decir de Chesterton) como aquellos acerca de las invasiones colombianas a Venezuela, recopilados por Landaeta Rosales con olvido de las invasiones venezolanas a Colombia. Virajes increbles a la manera de Dominici, quien salta de la prosa decadentista de La tristeza voluptuosa al libelo contra el strapa, del libelo contra el strapa a la evocacin griega de Dionysos, y de la evocacin griega a la pintura del mono trgico. Y mucha literatura sobre los bandidos alemanes de Guillermo II, y mucha hoja aclamacionista, y mucho telegrama laudatorio por la victoria sobre Matos, y mucha adhesin al Mocho* por su gesto patritico al salir de la fortaleza de San Carlos, y muchos juramentos, cumplidos o rotos, con motivo de la Aclamacin y la Conjura, y muchos mensajes que luego figuraron en Los felicitadores, y mucha delacin desde Nueva York, y muchsimas confidencias desde Puerto Espaa y Bogot.

Blanco Fombona no escap de esta inestabilidad caracterstica del castrismo. No fue, como Arvalo, rgida excepcin, sino, como la abrumadora mayora, figura oscilatoria. Podra afirmarse, sin el riesgo de un error condenable, que Blanco Fombona mantuvo una actitud de apoyo a Castro que cubre casi toda su gestin, entre 1899 y junio o julio de 1908. Que de aqu en adelante, seis meses aproximadamente, objet al dictador y hasta particip como lder en los sucesos postreros de la Semana Trgica, y que en los primeros tiempos de Gmez impuls al gobierno de la reaccin.

Conviene una revisin de ese perodo, porque hay sombras y luces definidas. Nada de penumbra.

No firma la carta de apoyo a Castro aparecida en El Pregonero el 28 de octubre de 1899,

*General Jos Manuel Hernndez.menos de una semana despus de la entrada de sus ejrcitos a Caracas. All estn, s, Pedro-Emilio Coll, Elas Toro, Carlos Len, Acosta Ortiz, Angel Csar Rivas, Razetti, Santos Dominici Explicacin probable? Todava no ha regresado de Estados Unidos, en donde viva voluntariamente expatriado tras breve prisin bajo el gobierno de Andrade. La ausencia debe tambin haber influido para que no se le mencionase en el intercambio epistolar sostenido por la prensa entre Romerogarca y Arvalo Gonzlez. Para convencer a ste, el autor de Peona invocaba los nombres de varios intelectuales, casi todos jvenes, ya incorporados al castrismo naciente. Arvalo resiste, no sin exigir la prueba del tiempo: Djame persistir en mi creencia de que no basta derribar el dolo, si los sacerdotes quedan. El jefe de un pueblo que no quiere vivir en tinieblas debe pulsar perennemente la opinin pblica por medio de la prensa libre: deja pues que mi ingenuidad sea la arteria donde pueda contar el general Castro las pulsaciones de esa querida enferma que se llama Venezuela.2

La redaccin de las cartas pblicas de Arvalo esconda, bajo su envoltura de paternal moralismo y de vocacin heroica, una inflexibilidad poco comn en el escritor venezolano de esos tiempos. Como antes, la persecucin y la crcel lo esperaban, y como a El pregonero, se le acusara de godo, en tanto que a Blanco Fombona se le tena como liberal. Pero los tres, sin saberlo, llevaban la marca en la frente. Iban a cruzar el siglo y la vida poltica venezolana como seres trgicos, que no otra cosa son quienes comprometen la palabra. Cielo e infierno, he all su matrimonio.

Antes de finalizar el ao, el pas vive ese tramo de exaltaciones propio de las

2El Pregonero. 13.XI.1899. La carta de Romerogarca es del 8.XI.1899.revoluciones triunfantes. A Paredes lo califican de loco que ha desatado una tormenta en Puerto Cabello; los Ducharne son sealados como peligrosos hernandistas; Luis Bonafoux, colaborador de El cojo ilustrado, le confiesa su venezolanismo entraable a Castro (Fue mi abuelo el doctor ngel Quintero: nada menos que el ngel malo!); alguien propone negociar un emprstito con la Casa Morgan, ofrecindole a sta como garanta los terrenos ganados a Inglaterra en la cuestin Guayana; Luis F. Nava revela, desde Maracaibo, que hay una conspiracin en marcha cuyo cabecilla es Helmenas Finol; y finalmente Benjamn Ruiz, quien en los ejrcitos de Castro, y con su conocimiento, se haca pasar como Rafael Bolvar, est encargado de la jefatura militar de Carabobo.3 Ninguno de estos datos, elegidos aparentemente al azar, seran extraos al fatum de Blanco Fombona. En efecto, el 17 de febrero de 1900 Benjamn Ruiz toma posesin de la Jefatura Civil y Militar del Zulia y lo nombra secretario general. El 27 se produce el atentado contra Castro; era martes de carnaval. Ya el 1 de marzo Blanco Fombona, desde Maracaibo, enva un mensaje a su amigo de corazn y le participa que los conservadores han querido suprimir con Ud. otros veinticinco aos de partido liberal en el poder. Desde un diario de Valencia se clama, sin embargo, contra los anarquistas y se identifica el acto de terror con el socialismo que recorre el mundo. La prensa castrista de Caracas, tambin la del Zulia, muestra su indignacin por el hecho de que el complotista Finol se ha refugiado en la casa del cnsul E. von Jess, lo cual interpretan los redactores como una intromisin extranjera. Mientras Pietri Daudet, por Europa, monta su epistolario idoltrico hacia el que ya empiezan a llamar Hroe y comparar con Bonaparte, y en

3Boletn del Archivo Histrico de Miraflores (BAHM). Nos. 11, 14, 33 y 70.

tanto Luis Valera, desde all mismo, Maracaibo, solicita el fusilamiento de Anselmo Lpez el frustrado magnicida, Blanco Fombona se ve envuelto en una madeja de intrigas que lo conduciran a su enemistad con Ruiz y finalmente al encuentro fatal con el jefe de guardia, el coronel Iturzaeta, a quien mata, no sin alegar ante Castro y la justicia, con un cmulo de pruebas, defensa propia. El yo de Blanco Fombona, ya probado en 1898, cuando enfrent a tiros al edecn de Andrade, volva a revelarse, asumiendo esa forma proyectiva que es el riesgo fsico, el desafo a la muerte, la afirmacin sangrienta. El ego, el concepto del honor espaol y el machismo que el venezolano haba sobrevalorado a travs de las aventuras armadas, tiraban nuevamente los dados.

Claro est, Blanco Fombona haba denunciado a Castro el mal camino de la gestin de Ruiz, aconsejado por el colombiano Jos I. Vargas Vila, y haba protestado su lealtad a quien ocupaba altsimo puesto en las pginas de oro de la historia; pero Castro, al fin y al cabo, guardaba alguna gratitud para el falso Rafael Bolvar, contra quien su ex secretario, una vez liberado, en medio, dice l, del contento popular, escribira un folleto demoledor: De cuerpo entero. El Negro Benjamn Ruiz. Este personaje todava habra de aparecer en la vida de Blanco Fombona, y acerca de l Ramn J. Velsquez ha elaborado una serie de notas biogrficas, parcialmente incorporadas en su libro La cada del liberalismo amarillo que lo sealan como incendiario en Panam, monedero falso en Nueva York y hombre de oscuras historias en Nicaragua y Costa Rica.

Antes de que Blanco Fombona fuese designado secretario en el Zulia, haba enviado a un diario restaurador un comentario que mereci tratamiento editorial. Elogiaba los nombramientos de Santos Dominici, Lpez Baralt y Lisandro Alvarado como rectores de las universidades de Caracas y el Zulia y del Colegio Federal de Barquisimeto. No era aqulla, notcula de elogio puro y simple, no obstante los mritos que l acumul en cada uno de los jvenes escogidos para esos cargos, sino de advertencia en torno al estado de la educacin a finales de siglo, por l considerada excesivamente liberal y libresca, semillero de intiles con ttulo de doctores.4 Crea firmemente, y en ocasiones posteriores insistira sobre el tema, en la necesidad de limitar las universidades nacionales e invertir ms dinero en colegios de Agronoma y Mineraloga, pues le pareca un exabrupto que no existieran en un pas agrcola y minero.

Finalmente sale de la crcel y es enviado como cnsul en Amsterdam. Pietri Daudet y Dominici alaban ms y ms al nuevo gobernante, aunque ya el segundo est a punto de romper con l. Gil Fortoul cruza por Trinidad, tambin en funciones consulares, antes de viajar a Londres: larga, ininterrumpida, sin rebelda, la carrera de este slido historiador cuya nica excusa futura ser la de haber visto con honradez el pasado. Tambin el poeta rebelde de Pentlicas ah, el del grito bohemio, el de la numerosa falange, audaz y fuerte! emigra a Mlaga, un cnsul ms. Zumeta reside en Pars y edita la revista Amrica, firme an en su poltica de yo acuso internacional, por lo cual aprovecha la ocasin para declararle la ms leal amistad al vencedor de Tocuyito y denunciar las maniobras de Mr. Loomis. Es uno de esos ensayistas de telescopio, capaz de ver desde lejos las leyes del desarrollo econmico, los procesos sociales, la diplomacia del guila; de all su Continente enfermo, publicado cuando al pas le seccionaban la Guayana Esequiba. Desde Puerto Espaa Francisco Jimnez Arriz informa a su gobierno la salida de Ducharne hacia el oriente, por el cao Coporito. La pequea obra Del vivac ha sido prologada por Rufino quien entonces admiraba la descripcin del brillante

4La Restauracin Liberal. 25.I.1900.

caudillo, el General de la barba negra: El libro deslumbra como un gran lienzo militar de Messonier, Detaille o Neuville. Miguel Eduardo Pardo, en Pars, que era una fiesta, mal aconseja: Ahora falta, General, que Ud. haga un escarmiento, pero muy serio sobre todo con esos entes ridculos que como el seor Matos creen que dirigir al pas es dirigir una casa comercial que vende papel de estraza y manteca en latas. Los traidores como Mendoza se fusilan; a los tontos como Lowstoky (sic) se les toca La Perica* en la Plaza Bolvar, como hizo Alcntara con Pulido.5 El hermano de Rufino, apresado aos ms tarde por or el llamado de la revolucin anticastrista, se siente fascinado ante el Csar. Cabrera Malo, a la sazn joven de 28 aos, se queda en el pas, pero como ministro, al lado del sesentn y legendario autor de Venezuela heroica.

El intelectual, husped de las abstracciones, creador de universos ficticios, reconstructor del pasado procero, novelizador del alma nacional, habitante de la Grecia dionisaca, cronista del anarquismo europeo, apasionado del superhombre nietzscheano, amigo de la bohemia y los amaneceres rojos, qu ha hecho en el ao I de la Restauracin? Construir su pedestal poltico.

Salvo un atrabiliario como Romerogarca, quien tuteaba desafiantemente a Cipriano, pasando de jefe revolucionario a preso poltico en el Castillo de Puerto Cabello; o como Arvalo, enamorado de s mismo y cultor del gesto; o como Paredes, que posea las fijaciones del guerrero abandonado y construa su torre de orgullo; o como los renuentes de primera hora que creyeron en un cobro prximo que al no llegar los hizo transigir, los intelectuales traicionaban. Tenan an tres oportunidades: la Sacrada de 1901, la revolucin multicaudillesca del general banquero** y5BAHM, N 43.

*Baile popular venezolano.**Se refiere al general Manuel Antonio Matos.

el patriotismo declamatorio de los das del bloqueo. Los que all estuvieron, aprendieron prontamente cmo en Venezuela la poltica inundaba, arrasaba, y no dejaba piedra sobre piedra.

Desde la lejana contempla la tierra madre de que habl ms tarde su bigrafo Carmona Nenclares. Ha ido, l tambin, a Amsterdam, como cnsul. Tiempo de viajes, de vida mundana, de lecturas, de amor, pero no de luchas. Aqu si las hay. El pas arde, y la guerra de los mil das de Colombia atraviesa la frontera, y la nuestra, en un mecanismo compensatorio, tambin la salta. Quienes ven con mirada clara, l y Zumeta entre los mejores, temen la mano imperialista y la mano conservadora: juego de manos peligroso. El 21 de septiembre de 1901 se dirige a Castro para informarle cmo ha escrito largos artculos para tres peridicos en los que explica la invasin colombiana y la rapia de los Estados Unidos, de las que Ud. ha salvado a la patria, como hombre de acero con voluntad e inteligencia previsora,6 no sin aadir que el dominio militar de estos pueblos no es tan fcil como se lo imaginan los saladores de marranos de Chicago y New York.

Los oligarcas conspiran y son aplastados. Figueredo eleva la prosa confidencial y delatora hasta una altura informativa que provocara la envidia del mejor servicio secreto, y la hace descender hasta un nivel moral y poltico que difcilmente podran superarlo ms tarde Jos Ignacio Crdenas, Yanes o Barcel, cuando Gmez convertira la red diplomtica y consular en los ojos y odos del mundo.

Los periodistas, perros guardianes de las buenas conciencias, repletan las crceles, al lado de los insurrectos, porque algunas veces ellos tambin lo son: con la crtica de las armas o con

6BAHM, N 39.las armas de la crtica. Hacindole compaa al autor de Escombros, esa moralizante e hbrida novela antianduecista, estn Pedro Manuel Ruiz, los Pumares desde luego, por ser El Tiempo* tinta y sangre conservadoras; y Rafael Golding, Espaa Nez, Max Lores, Alberto Gonzlez, Lesseur La Linterna Mgica ha demostrado lo que es la prensa de nuevo tipo donde la caricatura, el texto y la agudeza suplen al dicterio. La Rotunda no se abre para aquellos comprometidos en empresas armadas, pero s para quienes han cometido los delitos de opinin. Se organiza mientras tanto la Juventud Restauradora y los ojos tiemblan de sorpresa al ver a Delfn Aurelio Aguilera ms tarde uno de los lapidados por el panfleto fombonista al lado de Gabriel Muoz, poeta parnasiano, y de los mejores, o de Pedro-Emilio Coll, entonces y despus juzgado como hombre de pasiones apagadas, en ceniza, sin el fuego de los polticos de ateneo. Pero Venezuela guarda sorpresas y muchas de ellas estn como serpientes en cajas de juguete a la espera de que algn crtico, infantilmente, venga a curiosear. Entre esos intelectuales restauradores, jvenes de garra, podran anotarse adems a Jacinto Aez, Gorrochotegui, Eloy G. Gonzlez: cada uno en su momento tendr su parte.

Blanco Fombona, en 1902 y 1903, vive an en Amsterdam, con sus viajes de escape y su literatura de bsqueda cuyos terminales quedan en Pars, ombligo del mundo. Hay un coronel, trado de Higuerote, Augusto Blanco Fombona, que oye cuentos prodigiosos de labios de un general cuya principal forma de guerrear es el periodismo: Romerogarca. Con ellos el joven restaurador Aguilera, quien ir tomando notas para escribir una tipologa venezolana, con sus jefes civiles y militares, polticos corruptos, diaristas venales, y as sucesivamente. El consulado

*Peridico caraqueo de la poca.seguramente se tambalea o es costeado con fondos de la hacienda de los Blanco Fombona porque Rufino, desde Holanda, le expresa a Castro, con bastante dignidad, que l, como no ha pedido nada antes, tampoco le pedir nada ahora. Y al anunciarle el envo de un peridico francs donde seguir defendiendo el nombre de Venezuela y su gobernante, aclara que lo hace por patriotismo y por admiracin a quien no se dej intimidar por los miserables europeos. En la postdata, sin embargo, hay una solicitud poltica: Yo no o las invitaciones que se me hacan a menudo para la revolucin; desgraciadamente mis hermanos s la oyeron. En la crcel de Caracas hay un joven de nombre Augusto; yo no creo que si Ud. lo pone en libertad peligra el gobierno.7 Pardo, siempre en Pars, manifiesta que sigue dando la batalla por la defensa de los ideales polticos de Castro, tanto en la Revue Americaine como en La Vie Cosmopolite, lo cual no impide que cuando muera en 1905 la literatura panfletaria de Vargas Vila lo exhiba como un campen antidictatorial. Ac, mientras tanto, se retira del periodismo Max Lores y el veterano Laureano Villanueva renuncia, ante prohibiciones polticas, a continuar al frente de El Patriota.

1904 es un ao decisivo en Blanco Fombona, primero porque sale el poemario Pequea pera lrica, con prlogo de Daro, y segundo porque torna al pas. En esos instantes los poetas cantan a Castro: al lado del viejo Heraclio Martn de la Guardia, quien haba alabado las guilas caudales del castrismo, a su entrada a Caracas, Alejandro Romanace, con la mitificacin del Siempre Vencedor Jams Vencido.*

Fue este paso de Blanco Fombona por Europa algo as como un extrao interludio. Sobre

7BAHM, N 43.*Cipriano Castro.l, la sombra de un homicidio involuntario o, por lo menos, promovido por la arrogancia de un hombre que, efectivamente, dej una estela de negocios sucios en el Zulia, probatorios de su mala fama continental. Atrs, una obra que haba iniciado con Trovadores y trovas, continuado con Cuentos de poetas y Cuentos americanos, para culminar en un libro de poemas sorprendente. Frente a l, sin saberlo, el aletazo de otro suceso sangriento y el signo fatal de la controversia interna. Ya ni escoger podra. Por qu? Porque entre los varios caminos que se le abran, su decisin estaba determinada, no por una opcin, sino por la plenitud vital de que tanto haba hecho alarde, incluso en su poesa. Por lo tanto, seguir en la poltica menor; escribir breves cantos para peridicos y revistas; insistir y no imaginaba entonces en qu medida en el artculo polmico y el libelo lapidario; intentar la crtica, ya en un plano ms denso, menos poetizado y modernista; y, por fin, se ir a lo que para l es terra incognita y reto a su individualismo desaforado, su ansia de vigor desparramado, de potencia en diaria actualizacin. A Ro Negro.

Comparados los textos pblicos, esto es, los que l dio a conocer entonces y despus en la vasta obra donde la hemerobibliografa es una torre de Babel, con los que eran calificables de secretos, revelados hoy por el Boletn del Archivo de Miraflores, la actuacin poltica de Blanco Fombona queda libre de suspicacias, en algn tiempo alimentadas por lo tumultuoso de su ro vital, con encuentros homicidas, algarabas carcelarias, denuestos a todo pulmn, inculpaciones desbordadas y autojustificaciones de un yosmo apabullante. Puede uno revisar sus diarios, los retrocesos evocativos de algunos de sus trabajos, las notas a pie de pgina, las intercalaciones en negritas de sus textos acusatorios, los apndices con fechas postergadas y hasta sus desafos sobre las manchas de su pasado, y cotejarlos con las notas confidenciales que ahora y slo ahora pueden conocerse, y en verdad encontrar un temple de sinceridad: no delat, como la vergonzante mayora de los cnsules; no pidi de rodillas, sino con elegancia de seor de la literatura; no adul, tampoco glorific.

Los testimonios durante el perodo 1899-1904 indican que estuvo al servicio de Castro y lo admir hasta llegar al elogio por las actitudes de El Cabito a lo largo de la revolucin matista, el bloqueo de las grandes potencias, la Doctrina Monroe y el conflicto con Colombia. Era, desde luego, una subordinacin, pero no un servilismo. Entre Trovadores y trovas y el poemario prologado por Daro discurre una obra germinal donde el panfleto y el artculo de combate estn inflamados por el odio a la dictadura, la fobia al imperialismo, la defensa de lo americano y lo nacional, el repudio visceral a la vileza y la perversin. Leer linealmente a Blanco Fombona es sinnimo de fracaso. Para acosarlo, es preciso simultneamente acudir a la interlnea, los prlogos, los falsos eplogos, las llamadas, el piso emocional, las rupturas y acercamientos, y la enfermiza variacin poligrfica.

Hasta aqu, y mientras regreso a otra jornada del castrismo, he querido demostrar cmo este rgimen, al heredar las contradicciones del perodo de la oligarqua liberal, y al concentrar el conflicto entre la diplomacia europea y la monrosta, desarroll al mximo la dispersin tico-poltica de los intelectuales. Al terminar el perodo cipriano, el porcentaje de escritores y periodistas que no se contamin, o que mantuvo un trazo recto en sus actos, resulta mnimo, si no risible. Acaso Arvalo? Es posible. Todos los dems tuvieron sus das y aos de respaldo a Castro, y mtanse all al inclemente Po Gil,* al martiano Zumeta, al olvidadizo Gil Fortoul, al alzado Santos Dominici y a su hermano, converso decadentista; al novelista Carnevali Monreal y

*Seudnimo del escritor tachirense Pedro Mara Morantes.al socilogo Carlos Len, uno muerto en La Rotunda benemrita y otro, jefe de una porcin del destierro; y, por supuesto, al mismo Blanco Fombona.

El gomecismo, por su extensin en el tiempo y por los elementos unitivos de los que careci el rgimen antecedente, ofrece ms claridad para el anlisis. Los diez aos que van desde 1909 a 1919, momento de un singular complot cvico-militar, definieron las lneas de batalla. Las ilusiones de los caudillos, amigos de Gmez en el tramo del ascenso, o enemigos de Castro en el de la cada, quedaron decepcionados (la mayora) o afiliados al nuevo rgimen, aun a sabiendas de todas sus aberraciones, de tal manera que cuando adviene la dcada del whisky and soda, del fox y de los ismos, de la generacin estudiantil y de las ltimas invasiones, ya todos estn definidos. Excepciones como las de Gil Borges y Santos Dominici, cuya desercin del rgimen se produce en 1921-22, son especficamente eso: excepciones.

Ahora bien, uno de los pocos que tempranamente desacomoda e incomoda es Blanco Fombona; y no deja de ser curioso, como despus se ver, que los periodistas y escritores formaran el primer grupo crtico del gomecismo entonces inobjetado.

Mariano Picn Salas, en un conmovedor texto otoal, confes que de no haber emigrado de Venezuela su destino habra sido el del alcohol y la sfilis, el de la crcel o el de la poltica de segunda, como secretario o cnsul. Y que, como no tena vocacin de hroe, escogi la huida. En otro sentido y en otro pas latinoamericano, la huda fue la opcin. Maritegui se va de Amrica para hacer su mejor aprendizaje, y cuando vuelve arroja sobre el Per y el continente la palabra sabia y el proyecto revolucionario. Picn Salas se alimenta en Chile de vastos conocimientos, pero la Revolucin con maysculas dice l no lo obseda. En Blanco Fombona, viajes y fugas adquieren un color existencial y especfico, yoizado, pero en el fondo expresan el drama de esta tierra que destierra.

Pareciera que las figuras de Bello y de Baralt fuesen entonces el paradigma. Pero hay quienes optan, como ellos y Picn Salas, y hay quienes sufren por no ejercer el don de la escogencia. Los viajes de Blanco Fombona han tenido diferentes temples emocionales: el de 1893 a Filadelfia es consular y formativo, pues no ha llegado a los veinte aos y busca abrirse paso, ver horizontes, abastecer lo que ser la vida de su potica; el de 1900 y el de 1907 son expiaciones, interregnos ticos, no obstante que su teora acerca del hombre de accin se lo impidiera; y los de 1898, tras la breve prisin en La Rotunda andradista, y 1910, tras la prisin en La Rotunda gomecista, seran de exilio. El pas lo vomitaba.

Sabido es cmo reaccion Prez Bonalde al enfrentarse al ambiente poltico y moral de la Venezuela de entonces. No soportaba aquel submundo de peleas, bohemia, guerras intestinas, y como cazador de certera puntera y girvago infatigable as lo dibuj en una vieta de trovador Blanco Fombona, pens en una nueva huida: Que quiero irme le dijo a Pimentel Coronel, que la parodia de lo grande me corre; que el ridculo me acecha.8 A poco triunfaba la revolucin legalista de Crespo, a cuyos ejrcitos se haba sumado, con dieciocho aos apenas, Blanco Fombona. La victoria coincidi con la muerte de Prez Bonalde en La Guaira, rodeado de miseria econmica y humana. Y ahora los expatriados eran los triunfalistas de ayer, a quienes en Pars el Ilustre Americano mira pasear en sus calesas rastaquoueres en el Bois de Boulogne: Andueza Palacio, Level de Goda, Villegas, Urdaneta. Las suertes trocadas no son en Venezuela

8Eduardo Carreo. Vida anecdtica de venezolanos, 1941, p. 93.otra cosa que el pan de cada da. En 1899 aquel gozoso, prepotente, megalmano Guzmn Blanco morira en Pars, ya sin poder, prcticamente solo, en tanto el beodo Andueza se preparaba para encargarse de la cancillera castrista.

Es posible que tanto en Picn Salas como en Blanco Fombona9 la profeca sobre el acecho de los tres mundos y el peligro de las tres tentaciones se haya cumplido al revs. Concretamente, Blanco Fombona iba cayendo, a raz de los sucesos de 1908, en la poltica subalterna que, de continuar as y no haber sido cortado en seco su desarrollo, lo habra convertido en cumplido secretario de la Cmara de Diputados, con la posibilidad de ascender alguna vez a un ministerio, como el bueno de Pedro-Emilio Coll, a una senadura, como el inconmovible Digenes Escalante, a una diputacin como Delfn Aurelio Aguilera, a un Congreso de Plenipotenciarios como Andrs Mata, a una presidencia de Estado como Daz Rodrguez, o a la de la Repblica as el mandato fuese ficticio como Gil Fortoul.

Cuando Blanco Fombona se expatria en 1910, lejos de l el pensamiento de que aquel drama durara un cuarto de siglo y tomara su vida en vilo para soltarlo aqu, cansado, senescente y combatido. De todas maneras, Venezuela mataba a quien no se renda. No tena piedad la que gobern Gmez: hombres que fueron suyos, con alta figuracin poltica e intelectual, como Angel Carnevali Monreal y Pablo Giuseppi Monagas, murieron en la crcel; poetas como Eliseo Lpez y Torres Abandero y periodistas y escritores como Domnguez Acosta y Pedro Manuel Ruiz, tambin. Otros, como el joven estudiante Armando Zuloaga Blanco, perteneciente a su rama familiar, perecieron en invasiones.

9Una y otra son explicaciones tardas. Vase ms adelante. Los dems, a las carreteras, a los castillos salinos o, como l, al destierro. Claro, quedaban las alternativas diablicas: el alcohol, la enfermedad secreta, la oficina secretarial, la soledad y el aislamiento.

Se dir que el cuento est mal contado. Que Cecilio Acosta, de temperamento austero, y Juan Vicente Gonzlez, colrico y cambiadizo, no frustraron su obra y que ella es testimonio de la complicidad con su poca, ese saber gozarla sufrindola, y del debate encarnizado y temporal. Es verdad, pero tambin lo es su reverso. Todava Acosta y Gonzlez vivieron una Venezuela que alternaba la represin con la expresin, la guerra con las elecciones, las bvedas con el cuarto poder. Todo lo que divulgaron en diarios y revistas esos dos pensadores, hubiese podido escribirlo Blanco Fombona en El Nuevo Diario de 1915, El Universal de 1925, en La Esfera de 1935, o en El Pregonero de los primeros aos del gomecismo? La historia, inclemente, ha dicho que no. Y ha dicho asimismo que Gmez no permitira rganos de expresin autnomos donde asomara la menor divergencia. Pocaterra, en ese sentido, conoci, por lo menos, dos experiencias en menos de un ao: la de El Fongrafo y la de Pitorreos. Y Blanco Fombona, en 1909, a partir del asesinato de Chaumer, pudo darse cuenta de cmo y por dnde vena la tormenta.

La frase de Picn Salas se encuentra ya en el Diario de Blanco Fombona, quien a las alturas de 1932 confiesa: De haber permanecido en mi pas de origen, la poltica, la sfilis y el aguardiente me hubieran liquidado.10 La valoracin, pues, del xodo como elemento de salvacin y de Venezuela como hidra de tres cabezas (Madre de extraos y madrastra de sus propios hijos, segn Andrs Eloy Blanco), no constitua una impostura en ambos escritores.

10Las frases de uno y otro son casi idnticas. La de Blanco Fombona fue escrita en 1932. Ver: Angel Rama. Rufino Blanco Fombona ntimo, 1975, p. 180. Adems tuvieron el cuidado de robarle al futuro las posibilidades de fruto que aqu eran semilla estril. Picn Salas, que no era poltico, se meti de cabeza en una biblioteca chilena para ofrecer despus una prosa alimentaria, mltiple, de dilatada visin del hombre y las cosas, todo lo cual no le impidi contactos con jvenes desterrados y el ejercicio de alguna corresponsala de vocero propagandstico antigomecista. Blanco Fombona, cuyos dolos eran muchos, no tena como altar mayor el de la poltica, aunque la profesara en la accin, a escala media, y en la teora con gran ardor panfletario. A falta de la militancia en los partidos del exilio y de la intromisin en las polmicas intercaudillescas, Blanco Fombona se dedic al insulto proteico, a la demolicin de las estatuas de la dictadura a travs del artculo, el verso, la confidencia, los procesos, las epstolas, la novela, los cuentos, la conversacin, la vigilia y el sueo.

Picn Salas, Pocaterra y Blanco Fombona podran tomarse como tres modelos de una misma lnea intelectual. En Picn Salas encuentra el estudioso de la poca del gomecismo al que huye, sin ser luchador poltico, para hacerse en el exterior, agarrando por la punta el duro oficio del aprendizaje, como lo hizo Maritegui en Europa. Hombre nacido con el siglo, Picn Salas no vivi la espectacularidad histrica que fue el castrismo, y apenas despuntaba a la vida literaria cuando opt: su decisin, por lo dems, fue solitaria, no grupal, tampoco generacional. Los muchachos de las jornadas tranviarias y de la FEV* haban salido de la crcel, y esa crcel la de rejas, cuatro paredes, espera enigmtica no formaba parte de su plan existencial.

Pocaterra, mayor que l y menor que Rufino, haba visto de nio la entrada de las tropas castristas a Valencia, lo que cuenta en una estremecedora jornada de sus Memorias, tanto como

*Federacin de Estudiantes de Venezuelasus experiencias periodsticas en Can y su iniciacin carcelaria, tambin bajo el rgimen, ya en extincin, de El Cabito. Por lo tanto, en Pocaterra la dictadura le haba entrado por los ojos, y sus libros comienzan a nutrirse de aquellos ambientes asfixiantes y corrompidos. Todo lo que escribe antes del destierro est nutrido de fealdades y caricaturas, desde Poltica feminista hasta Tierra del sol amada, pasando por Vidas oscuras. Pero es el calabozo de La Rotunda, esa universidad y ese cementerio, el que le ensea la distancia que hay entre la vida y la muerte. La huida de Pocaterra, pues, no es para formarse ya ha hecho lo fundamental, incluso de las Memorias, sino para no yacer con porvenir y todo en una celda, aislado de los grupos literarios a los que negaba, obturadas las empresas editoriales, prohibidas las expresiones polticas en los diarios. Un sacrificio tal, sin apelar a los refugios demonacos del ron malo y el contagio venreo, equivala a la castracin. Escritores de textura sicopatolgica tuvieron el don de la espera, verbigracia Po Gil, pero no precisamente en una crcel ni tampoco por largo tiempo. Otros como Gallegos, exclamaron pecho adentro el no aguanto ms! y fueron al exterior, para no caer en las redes de la Doa Brbara que era el pas. Y alguien que observaba desde su Torre de Timn, tom sus obras completas, sus textos griegos y su insomnio y fue a matarse en Ginebra, lejos del sol ardiente de Cuman.*

Blanco Fombona, cuando decide, cuenta 36 aos, poco ms de la mitad del camino de la vida, aunque en esa media vida lo hubiese probado todo: Benvenuto y Don Juan, Byron y Casanova, como dira de l su admirador y admirado Jorge Schmidke. El se va con la esperanza de volver y hasta se implica, familiarmente, en una conspiracin para derrocar al primer Gmez, todava, aunque en apariencia, corcho flotante en medio del ocano de caudillos. Pero el

*Jos Antonio Ramos Sucre.destierro se prolonga tanto como la dictadura, y el odio crece a medida que la impotencia avanza, y la edad aburguesa, envejece, tritura, y cuando la hora llega, ya es otro siendo el mismo, y el pas no lo reconoce. Quien diga que un destierro, con dinero como fue el caso de muchos caudillos, y con empresas polifacticas como fue el de Blanco Fombona, es un escape, miente. No hay mayor dolor que se, haba escrito Bolvar.

Uno para formarse, otro para no morir ac (conviene recordar el poema de Andrs Eloy Blanco, temblor de existencia venezolana que algunos malignizan como cursi), y el tercero en la creencia de que el mejor poema es el de la vida, se marcharon del pas.

Siendo verdad lo que afirma ngel Rama, en los viajes de Blanco Fombona hay, sin embargo, un toque vital que no es propio de itinerantes modernistas como Daro, Gmez Carrillo, las Garca Caldern y el mismsimo Vargas Vila. No repetir lo que ya ha sido relatado en este prlogo, pero en cambio buscar en el retorno la explicacin de una trama destinista. El desenlace es anagnrisis. Sus viajes, gran viaje hacia la muerte.

A Blanco Fombona lo marc la impronta de Jacinto Lpez, de Flix Montes, de Nogales Mndez y de otros magnficos errabundos que a la hora de la vuelta a la patria, la encontraron ocupada por el olvido. Se fueron yendo, gota a gota, tal como se les iba el aliento vital, y murieron lejos de la tierra nativa. Hasta el cadver de uno de ellos permaneci, en una aduana, sin identificacin, acaso porque para Venezuela nombres como el de Montes, Nogales y Lpez ya haban perdido la identidad. Estaban tan desterrados que quienes los conocan no los reconocan!

Eran y en parte Blanco Fombona dioses sin masas creyentes en aquel 1936 de levadura y espasmo, cuando Venezuela despert con el siglo XIX a las espaldas y con una legin de jvenes del 28, de incendiarios bolcheviques y de tericos giles, dueos de las tribunas, los sindicatos, las universidades populares, las calles torrenciales. Eran maestros sin discpulos; iconoclastas de ayer; seres fantasmales; prestigios que si llegaban al pueblo, llegaban por una va oral, retumbando de odo en odo como el cuento de algo que sucedi en tiempos muy lejanos. Estaban destituidos de todo liderazgo, ellos los enfants terribles de la poca de Andueza, los de las bocanadas de orgullo en las prisiones castristas, los autores de Judas Capitolino, los redactores de Reforma Social, los candidatos subversivos a la presidencia que Gmez no abandonara jams.

El choque de Blanco Fombona con la Venezuela de 1936 tuvo el sentido de una abolicin y la categora de una paranoia. Recibi cartas de ex compaeros de crcel o de la literatura, de quienes pocos se acordaban ni l mismo! al tiempo que los ataques de los nuevos, sos que tenan la dinamita en la mano, el discurso a flor de labios, la juventud estudiantil en Miracielos,* la huelga poltica en las decisiones de comando. Alguien, ante su viraje conservador, su acceso a la respetabilidad administrativa y su acercamiento a Lpez Contreras, el gran recolector de estas sombras, le record que segua siendo el de Ro Negro, y aquello lo estremeci. La pasin de la derecha, en l que hasta las vsperas, y an despus, proclamaba ser ultraliberal y sacaba al aire su filiacin al partido radical del viejo lder Lerroux, lo desbord. Vea comunistas por todas partes, aun entre aquellos que hacan cura de salud en Los Teques, capital del estado que l presida.

Ni los nuevos comprendieron a Blanco Fombona, desentonados con sus prdicas e hijos de una era inflamada por la Revolucin Rusa, el experimento mexicano y, en ese mismo ao 36,

*Esquina caraquea donde tuvo su sede la Federacin de Estudiantes de Venezuela.la Guerra Civil espaola; ni Blanco Fombona quiso comprenderlos. El se autoabasteca de su obra, que era ciclpea aunque dispersa, heterognea y despistadora; ellos se haban extendido a s mismos certificado de suficiencia en la obra que estaban realizando y que, por supuesto, no necesitaba tutoras de antao. Por la memoria de l debieron cruzar los lances de Maracaibo y Ro Negro, los duelos, el mitin en la Plaza Bolvar en 1908, las prisiones en La Rotunda, las ardientes polmicas en favor del genio de la libertad, las cargas de caballera ligera contra el gomecismo, la fama continental como editor, la candidatura al Premio Nobel, los elogios de Daro y Gmez Carrillo y Barbusse!, el proceso por la publicacin de La mscara heroica, la prisin del hermano ante el descubrimiento de un complot que pronto sera un xito, el inicio de otro plan para el derrocamiento, ahora de Gmez, en 1911-12, y la participacin en la junta directora de la expedicin del Falke, y las gobernaciones en provincias espaolas durante el cruce ms duro de la Repblica, antesala de la catstrofe del 39. Por la memoria de ellos todava sin tantos fardos, porque la verdad es que el pasado pesa e impide, debieron a su vez cruzar los sucesos de la Semana del Estudiante, el complot de abril, los trabajos forzados en Araira y Palenque, el Castillo Libertador, la toma de Curazao, el Plan de Barranquilla, las figuras de Haya de la Torre y Mella, el Congreso Antiimperialista que presidi otro Barbusse, rojo por el fuego!, y finalmente las discusiones sobre marxismo.

No hay mejor medio probatorio de estas hiptesis que acudir a los peridicos y revistas de la poca. Los nuevos estn en El Obispo*, en la huelga de junio por l condenada, en los estremecimientos petroleros, en el Bloque de Abril, en el Metropolitano, el Nuevo Circo, el

*Crcel caraquea.Parque Carabobo. Son ros fuera de madre. El en dnde? Como a Pocaterra, como a Nogales, como a Rgulo Olivares, como a Nstor Luis Prez, como a esa fantasmagrica exposicin de santones antigomecistas, Lpez Contreras lo ha llamado para la colaboracin con un gobierno de paz y orden. Muerta la dictadura, cada quien tiene una frmula de cmo hacer nacer la democracia, slo que esta vez la pelea es a dos: izquierda y derecha. Blanco Fombona resiste a la izquierda, ergo est ubicado en la derecha. Y esto no lo afirmo yo cmodamente, casi medio siglo despus, no. Fue la conciencia de poca, especie de estallido cristalizado, la que deslind al pas en dos campos. En definitiva, pero parcialmente, aquello no era sino un reflejo del drama de la Guerra Espaola y un anticipo de la confrontacin entre fascismo y antifascismo.

Hay una pgina en el Camino de imperfeccin cuya cita adquiere forma argumental corprea, slida, a la hora de demostrar lo que son estas particiones histricas. Es como si Blanco Fombona, en el manejo de la segunda persona, dijera Tua res gitur: lo que se representaba en 1908 y donde t eras actor y testigo, a ti tambin te atae en 1936.

Anotaba entonces l (19 de enero de 1909): Cmo puede ser que habiendo ya derrocado la tirana, permanezcan en pie el sistema y sus elementos? Los Estados an permanecen en manos de los cmplices y esbirros del Dictador. Se tiene el horror de infringir la Constitucin, por miedo de caer en nueva dictadura?...

O es simplemente que no se quiere salir de los rieles constitucionales pensando que entonces Gmez Vicepresidente no tendra derecho para recibir la herencia de Castro y gobernar?. Y prrafos ms abajo: Creo que lo natural sera dar por terminada la anterior dictadura y su organizacin y llamar al pas a elecciones?.

En aquella oportunidad, precisamente, la purulenta legalidad del gomecismo naciente sirvi para apuntalarlo y, por supuesto, no se convoc al proceso eleccionario solicitado por Blanco Fombona. Tal la dilemtica trgica de 1936. Ante la tesis de la disolucin del Congreso gomecista, surgi la de su perpetuacin. Y as como en 1909 Gmez suprimi las libertades de expresin aunque limitadamente, como Lpez Contreras y fue preparando la negacin absoluta de de los ideales reaccionarios que sacudieron al pas durante la Semana Trgica, as el gobierno lopecista golpe dura y sostenidamente a las llamadas izquierdas. Eso era el antagonismo.

Una anticipacin de l se vio en el Castillo de Puerto Cabello cuando, una vez preso Arvalo Gonzlez por haberse solidarizado con los estudiantes de la bona azul, hubo de plantearse en los calabozos! la divisin de aguas. El tiempo, en su fluidez, es terrible. Los jvenes admiraban la gallarda de aquel patriarca para quien los grillos eran hierro dulce y las crceles, habitacin familiar, pero en asuntos ideolgicos el apstol se llamaba Po Tamayo. Cuando Blanco Fombona era joven, al pas llegaban los calogramas con informaciones sobre los atentados anarquistas. Un da mataron al presidente de EE.UU. McKinley, y en un artculo feroz y brillante, Blanco Fombona proclam su odio contra la vctima y adems, como sobremesa, coloc una frase que alguien repiti en Venezuela, Ramn David Len (a quien le prolog l su libro Por dnde vamos) para referirse a la que dio muerte a Ezequiel Zamora: Nunca bala fue mejor dirigida. Y en otra frase, el brindis: El anarquismo har carrera La dignidad desterrada hoy en el mundo se ha refugiado en el corazn de los anarquistas. Y en otra, la despedida: Yo estoy orgulloso de ser contemporneo de tales hombres11

11Los anarquistas. En: La lmpara de Aladino, 1915, p. 403.

Otra prefiguracin de la lucha emblemtica entablada en 1936 fue la polmica entre Pocaterra, en nombre de la federacin de caudillos que preparaba la aventura del Falke, y los dirigentes del PRV,* algunos curtidos ya en el movimiento comunista cubano y mexicano. Por cierto que algo le toc a Blanco Fombona en este episodio, pero resultara cuento de nunca acabar concentrar en estas pginas la inmensa ola de desconcierto levantada por la expedicin de Romn Delgado Chalbaud, y de asombro por la invasin de Falcn, donde la nota ideolgica la impusieron Gustavo Machado y algunos del 28 como Miguel Otero Silva.

Este, con motivo del vigsimo aniversario de la muerte de Blanco Fombona, resumi, un tanto distanciado ya de los das tormentosos, la visin que de Blanco Fombona tena el intelectual izquierdista de 1936: Editor, panfletario, historiador, ensayista, poeta, preso, desterrado, gobernador, diplomtico, condotiero, duelista. Todo, menos maestro.12

Entre 1936 y 1944 la muralla no se derriba, a pesar de que el temible luchador de otros tiempos mantiene amables tertulias con los de los nuevos, en la librera La Torre, de Pedreez y Diamante: Pedro Beroes, Aquiles Nazoa Y de que Aqu est!, rgano de los comunistas, intentase una crtica ms acertada y justiciera, debidamente alejada de la rfaga sectaria. No olvida Blanco Fombona que en 1937 promovi demanda contra Fantoches, entre otras cosas por haber insertado una caricatura, La Bella y la Fiera, estimada por l y su abogado como maliciosa, con intencin de burla y desprecio.

En el prlogo de Mazorcas de oro asom, sin dejar de acudir a buidas ironas, una conciliacin, ya que no reconciliacin. Despus de atacar a Julio Planchart, nada comunista por

*Partido Revolucionario Venezolano

12El Nacional. 15.X.64.cierto, y antes de meterse con el denodado matadioses de Mrida (Picn Salas, mucho menos marxista que l), apunta: Yo en cambio y eso prueba mi superioridad respecto a ellos, mi honradez y mi veracidad confieso que veo y saludo en el bolchevique de buena fe Pablo Neruda al mayor poeta actual de Amrica y hasta un joven Aquiles, de nombre medio portugus, complicado y, en este momento irrecordable, me parece que ha incensado a Jos Mart en un soneto digno de Mart y digno de Apolo.13 Y as como inculp a los comunistas de todos los males y de la crtica adversa, con ttulos pardicos como los de La tortuga colorada y All estn, alusivos al semanario humorstico El Morrocoy Azul y el reseco hebdomadario Aqu Est!, o como se dirigi a Silvia Tellera y Otero Silva con expresiones eufemsticas, pero satricas, en un alarde de su prosapia libelista, as, en una nota de uno de sus diarios, elogi a Gustavo Machado.

De todas maneras, el Blanco Fombona del retorno es el ejemplo, el modelo referencial de quienes construyen una personalidad por encima de escuelas y partidos y a la postre slo tienen ese yo para defenderse. El, en sus apuntes de los aos treinta, fechados en Espaa, haba ido anotando con una contrariedad entre casera y sicoptica la resistencia de la inspiracin, el esfuerzo para la escritura diaria, la prdida de voluntad y chispa en el trabajo creador. La figuracin en la poltica espaola no es consecuencia de sus antiguos arranques de hroe trgico, de la praxis elemental y desplegada, o de su alma de conquistador de siglo XVI. Parece ms bien la cesin de un ttulo honorable, pago generoso de Espaa radical a lo Lerroux, como antes los escritores de fila, y aun quienes no lo eran, haban trabajado para el novelista nobelizable: Unamuno, Valle Incln, Gmez de Baquero, Manuel Machado, Amrico Castro, Menndez Pidal, el Conde de Romanones. Haba conseguido, a fuerza de una labor tenaz y de una

13Blanco Fombona. Mazorcas de oro, 1943. A Jorge Schmidke.inteligencia sin tregua, el respeto de la Espaa liberal y aun, parcialmente, de la oficial. Todo lo contrario, o al menos desemejante, de lo que le sucedi en Venezuela.

Uno de los dones que ms reparti en la tierra de exilio fue el del periodismo; en extensin, y tal vez en profundidad, slo lo super el trajn editorial, oficio que lo coloc entre la gerencia y la promocin cultural, y que reparti su nombre por el continente, con exclusin de Venezuela, hundida en el silencio.

El saba esto y lo haba denunciado cinco, diez, infinitas veces: mis libros no se permiten en Venezuela; los diarios no comentan mis obras; mi labor editorial es ocultada; mi nombre, mi solo nombre, est prohibido. As se expresaba en libros de apuntes, en cartas a amigos, en artculos de combate.

En efecto, sobre su obra in crescendo nada se deca en los textos crticos y peridicos, y tambin en torno a la que ya tena hecha, dentro y fuera del pas, empez a tenderse la trampa de la no existencia. An ms, desde ac se arm un libro panfletario que causara uno de sus mayores casi antolgico por su vehemencia, agresividad, estilo arranques polmicos: el prlogo a Cantos de la prisin y del destierro, complementado con una obra maestra de la denuncia, Judas Capitolino.

Mas, Blanco Fombona no poda esperar sino exclusin de parte de quienes habanse convertido en feroces adversarios y controlaban la prensa oficial, como Andrs Mata, Delfn Aurelio Aguilera, ms tarde Laureano Vallenilla Lanz y, en los intersticios de una historia de rupturas, como sospechoso de ser fautor de la conspiracin folletinesca, Zumeta. El enemigo verdadero, sin embargo, era Gmez, quien ya en 1915, seguro de la continuidad del rgimen y de la legalidad purulenta surgida de la farsa electoral, decretara la instauracin de las aduanas ideolgicas, cuya filosofa est expresada en las medidas contra el peridico El Obrero y en la no mencin, ni para bien ni para mal, de la palabra comunismo, aunque le doliera a Arcaya. El destierro de Blanco Fombona, en este sentido, fue tambin intelectual. Haba que desaparecerlo de la faz de la tierra. El, he all su equivocacin, siempre pens que advenida la libertad a Venezuela, sera la estrella que brillara esa maana.

Yo he hecho un esfuerzo para localizar comentarios sobre los libros de Blanco Fombona, alusiones a su vida, o artculos reproducidos, y casi he fracasado. Por casualidad, en diario de provincia,14 top con el ensayo Algo que debe saber Espaa de Amrica. Algo que debe saber Amrica de Espaa, aparecidos antes en Hispania, de Londres, y La Discusin, de Madrid. La prodigiosa labor investigativa de Rafael Ramn Castellanos me ha permitido ubicar algunos otros materiales: Bolvar y el general San Martn, Bolvar y la emancipacin de las colonias, Frases hechas. La holgazanera espaola. La loca Francia, publicados los dos primeros por El Cojo Ilustrado, en 1913, y el tercero por La Revista, en 1915. Habr, tal vez, algunos otros, por aqu y por all, pero en cualquier caso puedo adelantar opinin: las reproducciones difcilmente sern posteriores a 1915; los artculos se referirn al tema patritico, particularmente a Bolvar; y la prensa oficial no servir, a buen seguro, como vehculo de esas excepcionales muestras.

Aunque no estoy de acuerdo con la afirmacin de Luis Beltrn Guerrero acerca de que todava en 1915 exista libertad en el Parlamento y la prensa, acepto que haba una relativa libertad en ambas reas, liquidada por legitimacin canallesca de la fuerza. No por casualidad muere El Cojo Ilustrado en vsperas de ese vuelco. Tampoco son fortuitas la prisin de Delgado 14El Luchador (Ciudad Bolvar). 26.V.1915. Resulta irnico que en la misma ciudad donde estuvo preso un decenio antes y donde escribi El hombre de hierro hayan publicado su crnica.

Chalbaud, la invasin castrista (?) por Falcn, la clausura de El Pregonero, la prisin de Arvalo y la fuga hacia el exilio de Flix Montes. Adems, el ejemplo que da Guerrero, esto es, la crtica por parte de Lisandro Alvarado al libro Cesarismo democrtico es acogida por una revista, Cultura Venezolana, y no por la prensa diaria. An, he all otro dato, no se haba extendido la persecucin ideolgica a estas islas de la libertad de expresin, si es que lo absoluto se define por lo relativo, la plenitud por lo precario.

Merece destacarse la posicin de Jess Semprum, quien envi a El Cojo Ilustrado, por 1909, creo que a los dos meses de la prisin de Blanco Fombona, un estudio sobre su obra potica. Curiossimo enfoque crtico y ms todava el destino que lo esperaba, a vuelta de esquina!

Porque por encima de algunas crticas, atribuibles segn Julio Planchart al disimulado descontento y a la aficin por la irona, propios de Semprum, el poeta de Pequea pera lrica lo estim tan valioso y valiente que lo incorpor (algo muy del genio caprichoso de este autor-laberinto) a sus Cantos de la prisin y del destierro, porque me place la grande independencia y la no menos probidad literaria del doctor Semprum, porque Semprum tuvo el valor de hablar de m cuando de m no se poda hablar en Venezuela. Es, quiz, la ltima vez que en la prensa de Caracas se ha publicado mi nombre.15

En el aspecto valorativo, no se equivocaba Blanco Fombona, y esto ser verdad hasta que se demuestre lo contrario. La elocuencia de la historia del gomecismo era algo que se revelara por su contrario, la mudez. Afortunadamente no fue ese vicio el de Semprum. Desde Estados

15En el apndice de Jess Semprum. Crtica literaria, 1956, p. 387. Unidos le escribi al autor de La mscara heroica, para inquirir sobre la verdad de la recogida de esa novela que yo llamara de poltica-ficcin, y para comunicarle que trabajaba afanosamente en un estudio crtico, por cierto nunca publicado y quin sabe si concluido. Ejemplos hay ms: Picn Salas, Cedillo, Jos Ramrez La respuesta no se hizo esperar. Gmez crea que a l lo podan sacrificar con el silencio, como a las vctimas de Puerto Cabello y La Rotunda, pero deba saber, tambin los otros tiranos, que a los escritores no se les poda perseguir impunemente: Debemos crear una unin sagrada de los escritores contra los tiranos.

Adems, al respaldar una frase de Semprum, juzgaba que Gmez era un sntoma de una enfermedad nacional: No por eso soy menos partidario del tiranicidio Aado esto: al mismo tiempo que a los dspotas, debe castigarse con la muerte a los esclavos; principalmente a los tericos del servilismo, como Gumersindo Rivas, Mata, Vallenilla Lanz. Qu es mucha la sangre vertida? Error: hay que gastar a veces por economa. Coja un lpiz y saque cuentas.16

Esta transcripcin no obedece al deseo de exhibir cmo, cunto y con qu fuerza arremeta el polemista en contra de Gmez, de las mentiras sacralizadas, de los lacayos intelectuales; tampoco al de desnudar su estilo en la diatriba, que tena la fogosidad de los antecesores Vargas Vila y de los coetneos Po Gil, ms una dosis de examen objetivo, ausente en stos; mucho menos al de reiterar su mana tiranicida, a la que siempre he sentido como verbalista y ritual. Nada de eso. La intencin es sacar de lo ms hondo de aquellas aguas, como buque abandonado, el rencor que en Rufino produjo la dura soledad a que lo condenaron los suyos. Aquel hombre mimado por las redacciones de El Sol y La Voz, cuyas colaboraciones solicitaban las revistas de Amrica Latina y hasta de Francia qu reciba de la Venezuela de 16Carta de Blanco Fombona a Semprum. El Nacional. 3.I.1965.tortol y rias de gallos, de prensa amordazada y pobreza tica, como no fuera la ignorancia respecto a su existencia? El, un egotista al ciento por ciento, como en estudio penetrante lo ha expuesto ngel Rama, debi dolerse hasta los huesos ante esa tctica del desprecio, en tal tiempo de ratas. Y as como transfiri enrevesados complejos, productos palpitantes del desarraigo, cuando torn a Venezuela para batirse ideolgica y hasta comisarialmente con los comunistas, en apelacin de un socialismo radical que en l era ya flor marchita, as tendra la bella obsesin de que aqu lo negaban como hombre cuando era puro, como poeta cuando Daro lo bendijo, como novelista cuando Pocaterra lo llam maestro, como historiador cuando por l Bolvar resucit, como cuentista cuando anunci realismos. Ofendido con todos, lleg a exclamar: Qu mar de confusiones! Esa piltrafa que flota sobre el mar es un cadver, mi cadver, yo, lo que ven de m mis paisanos Desgraciadamente y aun contra mi voluntad, yo existo fuera de Venezuela.17

Pocaterra, ese venezolano que abri con violencia fsica la Casa de los Muertos, intuy asimismo la tragedia mxima del autor de Dramas mnimos. Desde Maracaibo, donde escriba urticantes artculos sin firma, y no por miedo, ya que una lnea de l no se confunde, huella digital del espritu, con la de nadie, se dirigi a Blanco Fombona para confesarle su admiracin: Le, casi de lance, El hombre de oro. Yo no puedo decirle otra cosa: slo aspiro a seguir los claros rumbos que desde El hombre de hierro, modestamente llamado noveln por su autor, viene tomando nuestra literatura, a pesar de las trescientas ocas americanas que nos son ya familiares y hasta indispensables para vivir.18

17Blanco Fombona. A Jorge Schmidke.18Pocaterra a Blanco Fombona. 12.XI.1923. En: Rafael Ramn Castellanos. Rufino Blanco Fombona y sus coterrneos, 1970, p. 238.

Ya en Montreal, ciudad no tan amada por el sol, pero s por l, el autor de El Doctor Beb (reedicin de Poltica feminista, hecha por Blanco Fombona) le anuncia que est preparando algo en torno a la ridiculez del gobierno espaol con La mscara heroica. Pocaterra le incluye un recorte de peridico, suerte de comunicacin espiritista utilizada por estos profetas del destierro, con el fin de que se entere cmo escribimos en Nueva York, entonces un centro de agitacin y propaganda verdaderamente tentacular: Ver tambin que el terror bizantino (sic) pasa el Atlntico y pone calores terribles en el nalgatorio de Arcaya.19 Pocaterra se refera a la acusacin ante el mundo del tirano Gmez, formulada por la Federacin Americana del Trabajo, donde los emperadores eran Gompers y Muoz Marn. Hoy tenemos abundante informacin sobre aquel documento y algunos ms de la AFL, vista como comunista por Arcaya y Yanes; pero entonces, gracias a los cordones profilcticos, slo una minora estaba enterada de cuanto acaeca en ese misterioso supramundo de comunicados y reuniones, confidencias consulares e infidencias revolucionarias. Es ms, la confianza que Pocaterra y los grupos de ilusos newyorkinos tenan depositada en la Federacin de Trabajo no era compartida por Blanco Fombona, quien juzgaba al obrerismo yanqui y aun a sus vanguardias socialistas como cmplices o en el mejor de los casos, tibios objetores de la poltica imperialista. Pero cada quien con su juego: para Pocaterra el meridiano pasaba por New York, para Blanco Fombona por Madrid donde se le segua proceso a l, a su libro y para Gmez por Maracay.Otro que s ley, porque lea de todo, a Blanco Fombona, fue Picn Salas. Su misiva, en la hiptesis de que no haya otras, es bastante tarda, por 1934. Revela algunos actos penumbrosos. Su fuga a Chile se debi, fundamentalmente, a la cada poltica del canciller Gil

19Pocaterra a Blanco Fombona. 1.VIII.1923. En: Castellanos, p. 241.Borges, a cuyo servicio estuvo. En aquel pas dijo todo lo que poda decir sobre el rgimen de Gmez y pudo constatar cmo Blanco Fombona era el primer venezolano por quien preguntaban los latinoamericanos. Acusa recibo de El secreto de la felicidad, libro que le parece diferente a sus otras obras literarias, por el tono y la forma, acaso porque siendo novela el autor introduce captulos al estilo de teatro para leer e intercala algunos poemas, y no porque sea superior, por ejemplo, a El hombre de hierro. Picn Salas se cuida de ensalzar una novela para m mediocre, producto de la involucin de Rufino dentro de ese gnero para el cual pareca extraordinariamente dotado. Mariano Picn Salas, a quien por acto de venganza literaria, Rufino, veinte aos despus, calificar como el israelita P. Salas de Mrida, no recuerda entonces qu fue lo que pudo escribir sobre l en un trabajo de 1919 (se trataba de la conferencia La finalidad poco americana de una literatura, de la que recogi fragmentos en Buscando el camino), pero en cualquier caso en ese tiempo como ahora, el nombre suyo era un nombre tab, prohibido dentro de nuestra prensa y letras. Seguramente alguno fue a la crcel porque lo nombr a Ud. (Libros como El hombre de oro y Judas Capitolino eran mercaderas rarsimas y de contrabando, que slo se podan leer en medio de grandes precauciones) Despus habl de Ud. con la holgura y fervor necesarios en otro trabajillo rpido sobre nuestras Letras que public la revista Atenea de Chile, en julio o agosto de 1924; alguna nota publiqu sobre Ud., su vida y su trabajo a propsito del libro biogrfico que le dedic Carmona N..20

El cruce epistolar evidenci lo ya tantas veces reiterado: la aduana ideolgica levantada por el gomecismo e, incluso, la distancia generada en el exilio, de lo que sera muestra deprimente la confesin de un periodista como Lpez Bustamante, emigrado de Venezuela tras

20Picn Salas a Blanco Fombona. 21.IX.1934. En: Castellanos, p. 227.el desplome de El Fongrafo.21 Pero el mismo Picn, en aquella carta, explica cmo su Odisea de Tierra Firme corri con mala suerte, pues sali en los mismos das en que caa el Rey quin lo leera entonces en Espaa? y lleg a Chile en los das en que se iniciaba la revuelta contra Ibez; tena el libro como portada una tremenda bota militar y lo decomisaron en las libreras de Santiago En Venezuela quemaron algunos ejemplares que llegaron subrepticiamente.22 Ciertamente, en Venezuela la prensa, si bien exaltaba libros de poemas tan excelentes como La voz de los cuatro vientos, estaba ocupada entonces en comentar los dos problemas fundamentales del gomecismo en materia econmica y poltica: el petrleo, con el papel cada vez ms relevante de nuestro pas, al punto que D. Walter informaba, como algo inslito, que tres venezolanos haban viajado a Oklahoma para especializarse en la explotacin de hidrocarburos; y los levantamientos e invasiones, que consideraban los idelogos del rgimen declinantes, con la captura del general Pealoza. Lo dems, fuera de Venezuela: un captulo de Vallejo sobre su viaje a la Rusia sovitica extrao, no? , un trabajo de Teodoro Wolf sobre las ideas de Mussolini, quien se proclamaba demcrata pero demcrata autoritario (otro extranjero haba comparado a Gmez con el Duce, uno de los polticos ms publicitados por la propaganda oficial) o algunas de esas crnicas peregrinas que se colaban en el bosque de los Gmez Carrillo o los Salaverra, para disputarle el reino, y que hablaban de la posibilidad de que al prncipe Hamlet lo acusaran de asesino, falsificador y ladrn. Ms o menos, dira yo, y ms que menos, de lo que acusaron a ese hombre de carne y hueso, Rufino Blanco Fombona, en aquella antologa

21La carta de Lpez Bustamante revela cmo ste, en enero de 1936, todava no haba ledo Judas Capitolino, La mitra en la mano, La mscara heroica, no obstante ser l un activista de la propaganda del destierro con publicaciones como Venezuela Futura y Amrica Futura. Ver: Castellanos, pp. 169-173.22Picn Salas. Carta citada.del insulto, apcrifa, annima o seudnima, intitulada Leprosera moral.Y la mala suerte no era sino imperio de la historia poltica de nuestros pases, Venezuela a la cabeza. Una seleccin de narraciones testimoniales como Presidios de Venezuela, donde hay trabajos de Kotepa Delgado y Jvito Villalba, pas como libro inencontrable durante cuarenta aos, hasta que Catal lo reedit: sencillamente haba salido de los talleres bogotanos en los mismos momentos en que mora Gmez. Algo parecido sucedi con la novela Mancha de aceite, escrita por colombiano y en rigor la primera en tratar homogneamente el tema petrolero. Po Gil hubo de editar en Pars El Cabito, a pesar de que su compaero de viaje, tanto en poltica como en el Guadaloupe, andaba por los caminos del mundo como el hombre sin patria. Los libros de Jos Heriberto Lpez fueron denunciados por la red consular como subversivos y hasta se le pidi al gobierno de Trinidad que incautara uno de ellos, Cuentos de acero, por ser libelo infame, lleno de insultos y calumnias. Otro delator de las Antillas informaba a Castro de las correras propagandsticas de Luis Ramn Guzmn. El conjunto de documentos inapreciables que figuran en El peligro de la intervencin en Venezuela, impreso en Nueva York, fue tesoro de biblifilos hasta que en Miraflores decidieron su reedicin. El relato, no hay duda que panfletario, y adems imitativo de Pocaterra, publicado por Betancourt en Santo Domingo (en un captulo hay la mano de Otero Silva) slo se conoce por fotocopias, y en cuanto al folleto Con quin estamos y contra quin estamos durmi medio siglo hasta que el sacerdote Arturo Sosa decidi incluirlo en un largo ensayo de interpretacin histrica, en torno al nacimiento de la socialdemocracia en las postrimeras del rgimen del Benemrito. Y as hasta el infierno. Pero, por encima de todos, el gran excluido, el sistemticamente vigilado, el que vea acumular una obra heterclita de apasionado nacionalismo y de lucha antidictatorial, con la amargura de que en su pas no la leyeran, no la conocieran, no la hubiesen siquiera odo nombrar, fue Blanco Fombona. Sus adversarios en el poder, en cuyo centro intelectual habitaban antiguos compaeros de letras con la misma comodidad que los cientficos en el seno del porfirismo, no slo defendan al rgimen cuando impona el silencio de las tumbas en torno a la obra de Blanco Fombona, sino, y con ms temeroso empeo, se defendan ellos mismos. Lo que estampaba aquel hombre no era en tinta, sino en sangre. Con l la literatura digestiva, escatolgica, insultante, homicida, mezcla del memorial de agravios y la palabra purificadora, se pase por todos los gneros y borr sus lmites. Son cartas o son panfletos los materiales que recoge en Judas Capitolino? Es poema civil, poema dramtico, alegora versificada o qu, El castigo del Avila, incluido en Cantos de la prisin y del destierro? Puede tomarse como una audacia moderna la inclusin casi textual de fragmentos de las Memorias de Pocaterra en la sexta parte de La bella y la fiera, o como un recurso polmico para hacer de la novela un documento de denuncia? Prlogos-dedicatoria como el de Mazorcas de oro constituyen una introduccin a su poesa, a travs de la confesin al viejo amigo, o una justificacin de sus cambios polticos, de su yo vulnerado, de su obra negada por la Venezuela ltima? El ttulo de Lmpara de Aladino lo escogi porque era un reto de la Imaginacin y la Insaciabilidad, o porque le resultaba prosaico el de Cajn de sastre para calificar una recopilacin exuberante y tentadora, distribuida parcialmente en sus diarios ntimos? Importa para la unidad de un poemario que alternen las estancias lricas con los delirios y las increpaciones y que, adems, tenga la compaa de una prosa de diatribas?En alguna oportunidad atac al periodismo como liquidador. Vargas Vila, entonces gran maestro acantonado en Casamicciola estimaba que quien ejerciera el diarismo en la Amrica inevitablemente se enfangaba. Y Bolvar calific a la prensa como artillera del pensamiento. Los tres combatieron, cada uno segn su genio y su campo de accin, valindose del periodismo: el escritor polifactico, porque entenda que no haba trabajo creador en estado puro; el libelista porque en el fondo estaba convencido de que sin el diarismo que llegaba a las masas y sin la cuanta vituperante de la prosa que enfangaba, l no habra guiado millones de conciencias en Amrica; y el Libertador porque dentro de su visin universal, no limitada a los hechos de armas, saba que las batallas deban ganarse tambin en el campo de las ideas.

Lgicamente, no fue slo el periodismo lo que pudo apartar a Blanco Fombona de la creacin literaria, puesto que ni l crea en sta como fuerza inmanente del espritu, ni poda afrontarla en soledad y calma, retirado a la meditacin y al oficio claustral, desde que en 1892 se precipit por el camino de la contienda armada y desde que en Explicacin afirm que el mejor poema es el de la vida. Su filosofa de vivir peligrosamente, suya y no alemana, suya por ratificacin diaria y vehemente, implicaba la no gratuidad de los actos: el compromiso surga as como una fluencia vital ms que como una premisa terica, y responda a su primaria creencia de que todo hombre que no se prestara, con su vida, a la leyenda y al poema, era hombre secundario. Exageracin temperamental, sin duda, que lo llev a extremos como el de decir que haba ms poesa en Benvenuto Cellini que en Hugo Fscolo y en Hernn Corts que en Nez de Arce.Adems, vivir en estas tierras y en aquellos tiempos no representaba ciertamente una donacin de Dios, disfrutable en prados celestiales. Vivir aqu y entonces era un pacto diablico mediante el cual el escritor pretenda ceder la mitad de su tiempo a la accin con tal de que el Tentador le dejase la otra mitad para la meditacin. A la postre cada uno de los balances fue terrible, pues la accin lo envolva todo, con pequeas y grandes batallas, y el escritor deba echarse encima un fusil e ir a pelear por nada, por nadie, en medio de una inutilidad ideal e ideolgica frustrante, pues el jefe por quien se fue a la montonera, una vez triunfante, lo apres y lo desterr y lo olvid, e igual hizo aquel contra quien combati. Qu no? Habra que mentar entonces a Blanco Fombona en 1892, a Lazo Mart, Potentini, Santos Dominici, en la Libertadora, a Romerogarca con Castro, contra Castro y por Castro, en ese casi interminable periplo que al fin acab en el pueblo de Garca Mrquez; a Pocaterra y sus armas lanzadas al mar; a Otero Silva y aquella montonera que luego l recordara en Fiebre; a Antonio Arriz, torturado por su participacin en el complot de abril de 1928; o a Eduardo Blanco, edecn de Pez.

Smense a sos, que son ms, aquellos que pasaron aos en las crceles o viviendo el poema de la vida a dentelladas, mseros y proscritos en su propio pas. Y agrguense los que sin participar en guerras civiles, ni ser asiduos residentes de los calabozos de Tintorera y Nereo Pacheco, Sparafucil Padrn y Camero, sintieron el carcter apocalptico de la accin brbara, convertida en el ocano de la Guerra Federal en Pobre Negro o en el fracaso redentor de Reinaldo Solar; temblaron de miedo seorial ante la irrupcin plebeya, como el artista Soria de Daz Rodrguez, o escaparon, para hundirse en el sueo, como Tulio Arcos; y dibujaron la recluta, el alzamiento de Matas Salazar, la revolucin crespista, la entrada trepidante de los andinos Desde el semiculto Arvalo Cedeo hasta ese fantstico viajero que fue Nogales Mndez, corre asimismo una lnea de accin donde el personaje salta de la ficcin y se convierte en biografa de s mismo.

Pero la accin en Blanco Fombona pretende ser, y lo es, total, y no se trata de ir a la guerra o a la crcel y escribir un libro, sino de profundizar en el amor, arriesgarse en el duelo, probar el machismo y el alma antigua del conquistador, viajar por los Pases Bajos y a la vez por las selvas orinoquenses, matar para no ser matado, odiar, cambiar de opiniones como de trajes y defenderlas cuando no se las quiere cambiar. Entendido, pues, el planteamiento de Blanco Fombona, no como una participacin de compromisos asumidos la imprenta del editor, el cargo secretarial, el libro de refutacin, el poema de celda, sino como una totalidad, ni tiene l por qu quejarse en la madurez vital de que el periodismo y la poltica lo han cercado, ni deben los crticos ir a tajadas seccionando la globalidad de una obra donde accin y creacin se confunden en la unidad del acto creador. La palabra en l, y en otros, no se recogi en s misma para brillar en la potencialidad significativa, como en el Daz Rodrguez de Sensaciones de viaje o en el Dominici de Dionysos. El las puebla, las insemina, las degrada, y resulta all una descripcin terrible, impresionante, limpia y sucia, del ro, de las caceras, del asalto y del crimen en el reino de Amazonas, y ac, no una fiesta griega, sino la amarga, castigante escenografa de la Caracas castrista de El hombre de hierro.

La palabra salt en l del joyel a la armera, de los collares de rimas al despojo total, contaminada por otros usos y significaciones, sonoridades y asociaciones. Fue grito carcelario, insinuacin sexual, prueba fsica, alguna vez estado depresivo (no he hecho nada), otra vez egotismo (Yo soy yo), y siempre instrumento de guerra.

El periodismo, no como oficio para aver mantenencia, sino como gimnasia expresiva y rapidez, soltura y variedad en el manejo de las ideas, le dio en vez de quitarle. Casi toda su obra crtica son artculos de diarios y revistas, fundamentalmente espaoles. Judas Capitolino es el montaje de una serie de cartas dirigidas a Pietri Daudet, director de la Revue Amricaine, a quien por cierto Gmez haba destituido por creerse vitalicio en un puesto consular de veinte aos que le cerraba el camino a los ms jvenes. A mi modo de ver, el destinatario le resta fuerza a la argumentacin de Blanco Fombona dir: eficiencia poltica, moral, una de las ms contundentes que haya ledo yo en el proceso periodstico venezolano, que en aquella poca recurra a menudo al gnero epistolar, con la carta abierta, la carta pblica, la carta al director. La obra, asimismo, incluye dos clebres documentos del Mocho Hernndez, dirigidos a Gmez, pues era el perodo de la ruptura (1911-1912), as como el manifiesto de aquel personaje fabuloso cuya biografa resultara algo ms que una novela. Por supuesto, para martirio de los biblioteclogos e investigadores, aade el prefacio a sus Cantos de preso y desterrado, uso y abuso que no abandonar y que no era nuevo en l en sus futuros libros, especie de rompecabezas donde las piezas se mueven a gusto y capricho del autor. Si Pedro-Emilio Coll haba utilizado el mismo mtodo de ensamble y mvil textual, nada habra que reprocharle a Blanco Fombona como no sea que mientras la obra de Coll el renanista, el conversador de ironas cabe en un bolsillo, como pocket book de excelencias, la de Rufino exige estantes.Debo advertir a los lectores acerca del vocabulario particular de Blanco Fombona, que no es ms que la personalizacin estilstica del Vctor Hugo de los panfletos, aquel que demoli a Napolen el Pequeo, y de nuestro Juan Vicente Gonzlez en sus Catilinarias. Bajando por ros de sangre y cataratas de polmicas periodsticas, que en Amrica Latina encontraron dinamiteros como Montalvo y Vargas Vila, el panfleto, ese folleto o brochure que, burlndose de los tipgrafos del siglo XIX, se convirti en una tcnica de la diatriba y en un gnero reconocible tanto en una frase como la de Romerogarca Venezuela es el pas de las nulidades engredas y de las reputaciones consagradas como en un libelo al estilo de Barcel el joven, y hasta en libros sin unidad selectiva como algunos de Blanco Fombona. El panfleto, con la hecatombe lingstica que provoca, desata de inmediato un sismo emocional, abriendo en la corteza de la racionalidad esa herida, pus y sangre del insulto, que tanto gusta (o gustaba) en las batallas campales del periodismo. En Venezuela hubo expatriados que creyeron realmente que con un manifiesto panfletario lanzado desde el Gibraltar holands podan derrocar al tirano. Y que la diatriba era casi siempre algo as como el desquite del hombre sin armas, impotente por lo tanto, frente al hombre armado, prepotente desde luego, lo que parece confirmar el elogio que de ella hizo Nucete Sardi en Elite, en pleno gomecismo y centenario bolivariano: El espritu de la diatriba es siempre justiciero.De modo tal que, para de una vez por todas recorrer el diccionario fombonista, repetido en casi todas sus obras, mayores y menores, har una somera enumeracin que sirva de gua a quienes alguna vez se adentren en esa selva adjetival, imprecatoria y burlesca, aunque slo sea en el enojoso plano de las identificaciones:

Juan Vicente Gmez es Juan Bisonte, Judas en el Capitolio, Judas Capitolino, Tiberio, Claudio, el caballo de Calgula, la Bestia, el Monstruo y el Monstruo de Maracay, Boves redivivo, el pen de la Mulera, Gomecillo de Pasamonte. Mrquez Bustillos, el divertido enano, el doctor bigotes. Jos Ignacio Crdenas, el superespa, Gumersindo Rivas, el negro puertorriqueo. Vallenilla Lanz, el turiferario. Antonio Pimentel, mulato de Valencia, rey del caf, agricultor sin letras, ladronzuelo sin pudor, payaso moraduzco. Delfn Aurelio Aguilera, espa a sueldo de Tello Mendoza. Marcial Padrn, indio pederasta, Sparafucil Padrn. Andrs Mata, Andrs Cornelio Mata, Andrs Rata. Colmenares Pacheco, el borrachn Pancho Bragueta, el botocudo salteador. Antonio Reyes, msera ladilla parlante. Vctor Aldana, viejo tigre sanguinario. Delgado Chalbaud y Manuel Corao, Rinconete y Cortadillo. Zumeta, Zuleta, complaciente lamepatas, hijo del cura de la Villa. Urbaneja, el pozo negro. Juancho Gmez, la pequea bestia llamado Juanchito.Esa mana calificativa, si conmova al oposicionista de Castro y Gmez, y si exasperaba a stos, no dejando de tener su validez como despliegue controversial en el panfleto, cae mal, por inautntico mtodo de la elaboracin del personaje, en las novelas y novelines. Rufino haba utilizado la tcnica del cauterio verbal en sus folletos sobre Andrade y el Negro Ruiz, pero en sus libros de 1911-12 es donde la convierte en frmula de escritura. Su reaccin provena de la publicacin del libelo de un inexistente Jos Mara Peinado, en quien supuso cudruple autora, Andrs Mata uno de ellos y a quien luego descart, y Aguilera y Zumeta y otro ms a quien calific de delincuente comn.Leprosera moral tiene el valor de una abyeccin. La cobarda del seudnimo esconda la vileza del ataque al preso, al perseguido, al cado en desgracia. En el artculo intitulado El Doctor Cipriano Cook, indudable referencia a los viajes del ex presidente, acosado por Gmez y por naves extranjeras, dicen los del folleto: El hombre de hierro, el hombre de yeso y algunas otras hembras de bronce como Rufino Blanco y Ramn Tello se empean en presentar a Castro como el hombre que mejor representa los intereses de la Amrica de origen espaol, presa codiciada por europeos y yanquis,23 pero los tales defensores del prfugo no son ms que contrabandistas, homosexuales, gumersindos.

Romerogarca, para el apcrifo Peinado, es un espritu sombro y un cerebro

23Jos Mara Peinado (seud). Leprosera moral. 1911, p. 7.desequilibrado; Pietri Daudet, un diletanti en chantajes y rateras al por menor, adems de sablista sobresaliente; Torres Crdenas, un habitu de los garitos valencianos que llevaba dos quesos limburgueses en los zapatos; Tello, alguien que deba prestar su apellido a los diccionarios para definir tello, tellear, tellero, telludo, tellecitra a las ms corrompidas formas de rufianera moral; Rivas Vsquez, el Alejandro de la traicin; y finalmente Blanco Fombona, seor de mana homicida y cleptmana quien no tiene sino la curiosidad de todas las prostituciones.

A Rufino, la inclemencia soez le dio pretexto para las respuestas sucesivas de los Cantos y Judas, porque supona a aqulla proveniente de amigos como Zumeta. En el dicterio oficial lo llaman mitad hembra y mitad bandido, definicin que tomaron de Benjamn Ruiz. Le dicen que dirigi el asalto a la casa Thielen con el nico fin de robar, como lo hizo, drogas y mercaderas que en poco tiempo vendi en clandestino detal. Le achacan un pecaminoso balanceo al caminar, as como lindos ojos de profundas ojeras.

Para Rufino Blanco Fombona aquello era un reto que jams le haban planteado: Andrade no pasaba de pobre diablo y Ruiz de aventurero internacional, pero a este Peinado, a este Peinado con antifaz, l lo desenmascarar: porque yo puedo, sin vergonzarme decir quin son, esto es, quines son:

El primero, hijo no de la Villa del cura sino del Cura de la villa, pas la vida en las enaguas de lasciva Megera, cuyo pan coma (Ese es Zumeta).

El otro es uno de aquellos sabuesos marrulleros que olfatean en el propio campo y van a latir en el campo ajeno, a quien pagaba Tello Mendoza (Ese es Aguilera).

El otro es un preso criminal (Quin?)

El otro es Andrs Cornelio Mata.24

Deliberadamente he escogido prrafos sucios, agresiones donde la irona queda sepultada por la ofensa, patadas verbales, y frases que mereceran figurar en la Antologa del insulto. Y digo que no hay gratuidad en mi seleccin por razones obvias: quiero que el lector de hoy, tan aislado de la obra de Blanco Fombona como lo estuvo el del perodo gomecista, sepa que a este escritor todava lo persiguen policas intelectuales, expertos en poner alcabalas al lxico y en purificar al pecaminoso autor, dividindolo en dos, el de la parte mala que se enva al basurero o a un Index muy sutil, y el de la parte buena que se reedita. Eso por un lado. Por el otro, deseo, aunque sea en la brevedad sumaria de un prlogo que se alarga en bsqueda del desbloqueo crtico, desnudar la situacin intelectual de la que Blanco Fombona fue un paradigma, en triste, dramtica, y ojal que irrepetible condicin sociolgica.

En torno a la primera razn no dir nada ms. El lenguaje literario actual avanza hacia la desmitificacin, como sucede ya en el sexo, de modo que los vocablos panfletarios de Rufino (cabrones, putas, asesinos, espas, cltoris, cornudo, semental) han ido asumiendo, en estructuras sociales superiores, validez hasta inocente.

Respecto a la segunda, s. El intelectual de hoy tiende a ocupar su puesto en la sociedad con la perfeccin de una pieza de maquinaria. La eclosin de las clases medias, ac en Venezuela, desmont la sociedad de hace cincuenta y ms aos, como la fotografiada en El hombre de hierro y El hombre de oro con una eficiencia crtica asombrosa. El luchador individual, el del grito bohemio, el de la hombra a toda prueba que finalmente deba transigir

24Blanco Fombona. Judas Capitolino. 1912, p. 128.secretario, cnsul, lamepatas o morir en la crcel o en el destierro, ha sido suplantado por el militante intelectual de izquierda (o de centro) que impugna al sistema, al gobierno y a Dios mismo si bajara del cielo, pero que marcha acompasadamente dentro de los mecanismos institucionales: profesor de universidad, asesor de ministerio, jefe de planificacin, ficha ejecutiva y gerencial, hombre de TV, burcrata con garanta de futuro, y lder poltico con renta, vacaciones y homenajes. En la era de Blanco Fombona, quien como Daz Rodrguez tena hacienda, aunque poda dejar de tenerla, el intelectual enfrentaba el destino como un azar, jugaba a todo o nada, y se mantena con dignidad irreprochable, pero solitaria, o se venda cnicamente. La seguridad funcional de la economa petrolera ha eliminado el riesgo de ayer. Un Blanco Fombona pegando gritos ultramarinos resulta, con democracia o dictadura, inimaginable. Incluso los engranajes de denuncia estn aceitados. El comit impera, nacional e internacional. Ha desaparecido la personalidad, el yo, el maestro. No existen los discpulos. Ni hay lectores de un solo libro.

En parte, no sera sensacin parecida la que se apoder de Blanco Fombona a su regreso? El fenmeno, incipiente entonces, es ahora general. Atrs el panfleto, el escritor-pgil, el duelista del intelecto. Enfrente, el proyecto y el programa, el escritor-partido, el tecncrata cuya tragedia mayor sobreviene a la hora de la toma de decisiones.

Visto as, justifico plenamente libros como Judas Capitolino y Cantos de la prisin y del destierro, alrededor de los cuales se puede decir muchsimo ms, ya en el plano de los contenidos. En el primero hay las denuncias acerca de la deseada y lograda, por Gmez, hegemona de Estados Unidos; la impugnacin del viaje de Mr. Knox; las caractersticas de la penetracin imperialista; el papel de los intelectuales; los planes del nuevo dictador. En el segundo, en la seccin prologal, una descripcin memorable y puede apartarse, por repetida, la de los incidentes con el alcaide, con Ruiz y con delincuentes de la vida en la crcel panptica. Es la visin ms penetrante del mundo de la prisin rotonda que se haya hecho antes de la aparicin de Memorias de un venezolano de la decadencia. Y era esto y los poemas lo que le cobran a Rufino!

Uno y otro libro salen a la calle entre la publicacin de El hombre de hierro y la de El hombre de oro, y he aqu un detalle que ha llamado muy poco la atencin de los crticos literarios. A pesar de que su primera novela (noveln!) abre rumbos, porque redimensiona el enfoque social en momentos de una dictadura, y categoriza al lenguaje urbano, puede notarse que evita el desarrollo de un burdo roman a cl, como lo intentara ms tarde con El hombre de oro, en perjuicio de un cuadro poltico-social antes no logrado, pues en dolos rotos slo hay la textura de un ghetto intelectual y en Todo un pueblo la de un mural satrico moralizante, pero no esa vasta comprensin de la familia venida a menos, el arribismo poltico, el eterno femenino, la felona intelectual, la miseria humana. Un crtico certero le haba reprochado ya a Arvalo Gonzlez la inclusin de personas histricas dentro de la fbula de Maldita juventud; y l mismo, en El hombre de hierro, haba procurado el facilismo tipolgico con la atribucin a dos personajes de las cualidades propias de Emma Bovary y Brummel, sin llegar al extremo de insertar, como en El hombre de oro, duplicaciones identificables, verbigracia la de Andrs Rata. Esa tcnica retaliativa, fustigante, mala herencia del panfleto, pasara a La mscara heroica, donde hace un doble juego con el nombre de Antonio Pimentel, ministro de Hacienda por un lado, delator por el otro, y persona-personaje; y donde adems se victima polticamente a Gmez con el sobrenombre del Monstruo, as como a los sota-Gmez, no otros que los secuaces de alta jerarqua. En La bella y la fiera, ya ni siquiera se guarda el secreto: la fiera es Gmez y su ciudad es Mar-Cay (Maracay). All entran de cuerpo entero, y el dato verificable en las pginas de historia corre como ficticio en la novela. Asunto de no acabar: en las Confidencias imaginarias, de Ramn J. Velsquez, se descubre el truco malabar a propsito, al centrarse el cuento en un Juan Vicente Gmez que habla de s mismo y que remite su memoria a la del pas, mientras que Arturo Uslar Pietri, en Oficio de difuntos, apela a una narracin donde actos, personajes y ambientes pueden identificarse sin mayor esfuerzo. Pero quien ms se acerca entre los narradores actuales al mtodo fombonista de El hombre de oro es Francisco Herrera Luque, quien al fin y al cabo, como siquiatra, adivina que entre realidad y ficcin hay menos distancia que entre la vida y el sueo, el da y la noche.

Semejantes procedimientos en la estructura, personajes y ambiente