Blay, Antonio

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Enseñanzas de Antonio Blay

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Page 1: Blay, Antonio

YO EXPERIENCIA

Desde el primer momento nuestra existencia está constituida por una serie ininterrumpida de

experiencias de los más diversos grados, tipos y niveles. Cada experiencia, además de un modo particular de percibir el mundo o no-yo y de constituir una determinada actitud, contiene

implícitamente una noción inmediata o sentimiento íntimo de sí mismo en tanto que sujeto o

protagonista de tal experiencia. A lo largo, pues, de todas las categorías de experiencias se va estableciendo un eje de vivencias centrales que constituye la conciencia viva e inmediata que el

sujeto tendrá de sí mismo.

Cada persona, en efecto, va adquiriendo una noción de sí misma en cada uno de los niveles de su personalidad: nivel vegetativo, motor, afectivo, mental, etc. Donde no hay experiencias,

tampoco hay despertar de la conciencia. Si las experiencias que predominan son variadas,

positivas y profundas, la persona adquirirá una conciencia de sí misma igualmente amplia, afirmativa y vigorosa.

YO IDEA

Aproximadamente alrededor de los 2-3 años de edad, el niño adquiere progresivamente la capacidad de imaginar y de pensar. Antes de esa edad, en general, el niño vivía las situaciones

tan solo al estar frente a ellas, al percibirlas directamente a través de sus sentidos, pero a partir de ahora su mundo mental se va ampliando enormemente al poder manejar las imágenes y las

ideas de las cosas. Gracias a esta capacidad de representación podrá ir adquiriendo paulatinamente formas más elevadas de pensamiento.

Ahora bien, junto con las representaciones del mundo que le rodea, el niño aprende a formar la representación de sí mismo, la imagen y la idea de su propia realidad, de su manera de ser, de

su valor, etc. Y esta idea de sí mismo pasará a ocupar en lo sucesivo un lugar primordial en su mundo de representaciones y tendrá una importancia extraordinaria en toda su vida, puesto

que la mayor parte de su actividad pensante estará condicionada por y centrada en ella. El yo-

idea, en efecto, será el eje alrededor del cual girarán permanentemente la casi totalidad de los pensamientos que elabore la persona media o de tipo corriente.

Si en su representación del yo no interviniera ningún otro factor, el individuo tendría una idea

correcta, precisa y clara de sí mismo, sin ninguna distorsión, error ni desviación. Pero como

esto no ocurre así, el yo-idea se convierte en una fuente de constantes ilusiones y espejismos para el propio sujeto.

Hay que distinguir las experiencias constituidas por las percepciones que se refieren al propio

cuerpo: sensaciones internas, cambios posturales, etc., y que, en conjunto, conducen a la formación de la imagen mental conocida con el nombre de esquema corporal.

Otra serie de elementos que intervienen poderosamente en la formación del yo-idea está constituida por todas las impresiones procedentes del exterior y que se refieren de un modo u

otro a la propia persona del sujeto: actitudes y reacciones de la gente frente a él, comentarios y observaciones sobre si es listo, simpático, bueno, educado, o bien si es torpe, perezoso,

descarado, etc.

Para el niño revisten gran importancia estas opiniones de los demás acerca de sí mismo, puesto

que él carece de puntos de referencia propios y, por lo tanto, depende totalmente de la valoración y estimación que aprecia en cuantos le rodean para formarse una opinión sobre su

propio valor y merecimiento.

Así se va configurando una imagen bastante precisa de cómo la persona se cree ser. La

formación de esta imagen de sí mismo se inicia, pues, en la primera infancia y va evolucionando en el transcurso del tiempo, de acuerdo con la naturaleza de los nuevos

elementos que constantemente se le van añadiendo.

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Es importante observar que el yo-idea, en su mayor parte está sumergido en el inconsciente

por lo que la persona nunca tiene una idea consciente precisa y completa de cómo está creyendo ser, aunque pueda en todo momento dar razón de algunos de los rasgos que cree

poseer. Pero a pesar de estar sumergida en el inconsciente, la representación mental del Yo es el punto constante de referencia para determinar casi en su totalidad las reacciones que el

sujeto adoptará, como la cosa más natural del mundo, en cada situación concreta de la vida.

YO IDEALIZADO

El conjunto de los contenidos reprimidos en el inconsciente están en todo momento pugnando por salir al exterior, por descargarse, por completar su circuito, pero la mente consciente lo

impide mediante un continuo esfuerzo -que con el tiempo se ha convertido en automático e

inconsciente-, porque estos contenidos no están de acuerdo con la fórmula del Yo-idea y aparecen como reprobables o perjudiciales.

El resultado de esta constante represión del inconsciente es la necesidad de crear una imagen

ideal de sí mismo, proyectada hacia el futuro, en la que el Yo-idea se pueda ver como algo

poderoso, grande, perfecto, total. Es la necesidad básica de llegarse a vivir del todo; en la medida en que el presente no puede satisfacerla surge la necesidad de crear esta proyección

ideal de sí mismo en el futuro. Esta es la razón por la que todos tenemos grandes deseos de conseguir determinadas cosas en el futuro, en un grado más o menos superlativo: dinero,

salud, belleza, poder, admiración de los demás, sabiduría, virtudes, etc. La imagen de sí mismo consiguiendo estos objetivos constituye el Yo-idealizado.

La tendencia natural del Yo-idealizado es la de querer las cualidades en forma absoluta. En efecto, puesto que la razón de ser de esta imagen idealizada es la necesidad de una afirmación

total de sí mismo, solamente los valores absolutos aparecen irracionalmente como aptos para esta reafirmación total. Si me siento humillado una y otra vez, y observo sin intervenir

conscientemente cuál es la reacción que se forma en mí, veré que surge el deseo desenfrenado

de llegar a ser todopoderoso; sólo una fórmula total me soluciona in mente totalmente.

Ante estas pretensiones de tipo absolutista que tienden a formarse espontáneamente en el interior, surge la reacción de la mente consciente que, influida por la moral adquirida de la

sociedad, obliga a censurar, a recortar o reducir tales sueños y pretensiones por excesivos y

reprobables. El resultado de esta autocrítica o censura es que el Yo-idealizado adopta entonces una configuración aceptable a la propia conciencia moral y social dejando que se incorporen al

Yo-idealizado tan solo aquellos rasgos que no ofrecen ninguna dificultad para ser moralmente aceptados. Uno se limita, pues, a desear llegar a ser muy bueno e inteligente; llegar a tener

dinero "suficiente" para vivir con comodidad pero, claro está, sin despilfarros; llegar a tener mucha influencia, sí, pero para poder ayudar mejor a los demás, etc.

Nunca hay que olvidar que detrás de la fórmula encantadora y angelical del Yo idealizado tal como lo aceptamos conscientemente, existe, más o menos encogido y oculto, pero siempre

potencialmente vigoroso, el Yo idealizado con pretensiones de Absoluto, verdadera caricatura o imagen invertida de nuestra auténtica dimensión espiritual, la que, precisamente por serlo,

trasciende toda actitud egocéntrica y toda fórmula mental.