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21 AWRAQ n.º 3. 2011 ¿POR QUÉ LLEGARON LOS ÁRABES A LA PENÍNSULA IBÉRICA?: LAS CAUSAS DE LA CONQUISTA MUSULMANA DEL 711 María Antonia Martínez Núñez La llegada a la Península Ibérica de contingentes militares árabes y bereberes en el año 711 es un hecho bien documentado históricamente a partir de los datos sumi- nistrados tanto por las fuentes escritas como por la arqueología y la numismática. 1 Fue una conquista militar, aunque algunos enclaves se sometieran mediante pactos y capitulaciones, realizada en nombre del califa omeya de Damasco al-Walid I (705- 715). 2 No es tarea fácil, sin embargo, analizar en pocas páginas el porqué de la conquista musulmana de la Península Ibérica y ello por varias razones. La más im- portante es que todos los acontecimientos relacionados con la conquista islámica del 711 y la posterior formación de al-Andalus han sido objeto de interpretaciones diversas, algunas de ellas sumamente ideologizadas y muy contradictorias entre sí. A pesar de ser el hecho histórico que desencadenó la formación de al- Andalus y de su larga trayectoria durante ocho siglos, no ha existido unanimidad en torno a cuestiones fundamentales relativas al propio carácter de la intervención islámica y de la proyección posterior de esos acontecimientos. Estas discrepancias encuentran su explicación, por un lado, en el carácter de la información proporcionada por las fuentes medievales y, por otro, en el hecho de que los acontecimientos del pasado se suelen analizar en función de los intereses del presente. Y es que, si bien es cierto que cada formación social desarrolla su propia visión del pasado y que de ella depende la percepción que se tenga de los aconteci- mientos de cualquier periodo anterior, también lo es que cualquier reestructura- ción producida en el seno de una sociedad, cada ajuste en el presente, repercute y lleva consigo una modificación o un reajuste en la forma de interpretar el pasado. Esto es aplicable tanto a la forma en que las fuentes medievales describían los acon- tecimientos del 711 como al enfoque proporcionado por los relatos posteriores, especialmente por los elaborados en función de la ideología nacionalista a partir del siglo XIX. Dejando al margen planteamientos negacionistas como los defendidos por Ignacio Olagüe, 3 indudablemente desajustados, calificados de «historia-ficción» y 1 Véase el dossier publicado en 2011 y coordinado por Alejandro García Sanjuán, «La conquista islámica y el nacimiento de al-Andalus», Andalucía en la Historia, 4, pp. 8-35, donde se presentan las aportaciones más recientes desde diversos campos. 2 Como afirma Eduardo Manzano Moreno (2011). «La conquista militar de al-Andalus. Entre 711-718, los conquistadores dominaron Hispania», Andalucía en la Historia, 4, pp. 10-17. 3 Que niegan el hecho mismo de la conquista por la inexistencia de fuentes árabes coetáneas a los hechos y defienden la aparición del islam en la Península como resultado de una crisis interna de la Hispania visigoda. Sus opiniones fueron publicadas por primera vez en Francia, en 1969 y ratificadas en 1974: Ignacio Olagüe (1969). Les árabes n’ont jamais envahi l’Espagne. París: Flammarion; e Ignacio Olagüe (1974). La revolución islámica de Occidente. Madrid: Fundación Juan March.

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AWRAQ n.º 3. 2011

¿POR QUÉ LLEGARON LOS ÁRABES A LA PENÍNSULA IBÉRICA?: LAS CAUSAS DE LA CONQUISTA MUSULMANA DEL 711María Antonia Martínez Núñez

La llegada a la Península Ibérica de contingentes militares árabes y bereberes en el

año 711 es un hecho bien documentado históricamente a partir de los datos sumi-

nistrados tanto por las fuentes escritas como por la arqueología y la numismática.1

Fue una conquista militar, aunque algunos enclaves se sometieran mediante pactos

y capitulaciones, realizada en nombre del califa omeya de Damasco al-Walid I (705-

715).2

No es tarea fácil, sin embargo, analizar en pocas páginas el porqué de la

conquista musulmana de la Península Ibérica y ello por varias razones. La más im-

portante es que todos los acontecimientos relacionados con la conquista islámica

del 711 y la posterior formación de al-Andalus han sido objeto de interpretaciones

diversas, algunas de ellas sumamente ideologizadas y muy contradictorias entre sí.

A pesar de ser el hecho histórico que desencadenó la formación de al-

Andalus y de su larga trayectoria durante ocho siglos, no ha existido unanimidad

en torno a cuestiones fundamentales relativas al propio carácter de la intervención

islámica y de la proyección posterior de esos acontecimientos.

Estas discrepancias encuentran su explicación, por un lado, en el carácter

de la información proporcionada por las fuentes medievales y, por otro, en el

hecho de que los acontecimientos del pasado se suelen analizar en función de los

intereses del presente.

Y es que, si bien es cierto que cada formación social desarrolla su propia

visión del pasado y que de ella depende la percepción que se tenga de los aconteci-

mientos de cualquier periodo anterior, también lo es que cualquier reestructura-

ción producida en el seno de una sociedad, cada ajuste en el presente, repercute y

lleva consigo una modifi cación o un reajuste en la forma de interpretar el pasado.

Esto es aplicable tanto a la forma en que las fuentes medievales describían los acon-

tecimientos del 711 como al enfoque proporcionado por los relatos posteriores,

especialmente por los elaborados en función de la ideología nacionalista a partir

del siglo XIX.

Dejando al margen planteamientos negacionistas como los defendidos por

Ignacio Olagüe,3 indudablemente desajustados, califi cados de «historia-fi cción» y

1 Véase el dossier publicado en 2011 y coordinado por Alejandro García Sanjuán, «La conquista islámica y

el nacimiento de al-Andalus», Andalucía en la Historia, 4, pp. 8-35, donde se presentan las aportaciones más

recientes desde diversos campos.

2 Como afi rma Eduardo Manzano Moreno (2011). «La conquista militar de al-Andalus. Entre 711-718, los

conquistadores dominaron Hispania», Andalucía en la Historia, 4, pp. 10-17.

3 Que niegan el hecho mismo de la conquista por la inexistencia de fuentes árabes coetáneas a los hechos

y defi enden la aparición del islam en la Península como resultado de una crisis interna de la Hispania

visigoda. Sus opiniones fueron publicadas por primera vez en Francia, en 1969 y ratifi cadas en 1974: Ignacio

Olagüe (1969). Les árabes n’ont jamais envahi l’Espagne. París: Flammarion; e Ignacio Olagüe (1974). La revolución

islámica de Occidente. Madrid: Fundación Juan March.

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rechazados en círculos académicos,4 los estudiosos que han analizado la abundante

historiografía generada en torno al tema5 coinciden en señalar que las diversas

posturas mantenidas se pueden agrupar, a grandes rasgos, en dos tendencias: una

que minimiza la conquista islámica y su repercusión posterior en lo que conside-

ran una continuidad de la «identidad occidental» de España desde la antigüedad

romana y otra que niega esa continuidad y hace hincapié en la trascendencia y

proyección de los acontecimientos del 711, que dieron origen a la aparición de una

síntesis entre cristianismo, judaísmo e islam, un «contexto semítico» de predomi-

nio islámico que será la base de la identidad nacional.

La ideologización de las visiones sobre la conquista del 711, lejos de ate-

nuarse con el avance del conocimiento histórico sobre al-Andalus, se ha incre-

mentado actualmente, con la elaboración de una visión denigratoria del islam,

distorsionada por el temor al reciente terrorismo yihadista y unida a los estereoti-

pos heredados de etapas anteriores, o bien de una imagen idílica y paradisiaca de

al-Andalus, igualmente fruto de la distorsión.6

Las fuentes medievales y los acontecimientos del 711Existen dos tipos bien diferenciados de fuentes escritas medievales re-

lativas a este tema: las latinas y las árabes. Las latinas abordan los hechos desde el

punto de vista de los sometidos y las más arcaicas cuentan con un valor añadido,

pues proporcionan los datos más antiguos de los que disponemos sobre la conquis-

ta, casi coetáneos de los hechos. En cuanto a las fuentes árabes, aportan la visión de

los conquistadores, pero son mucho más tardías, las más antiguas datan del siglo

IX, aunque pueden integrar y reproducir, sin duda, relatos más antiguos.7

4 La réplica más contundente a la posición de Olagüe fue la publicada por Pierre Guichard (1974). «Les

árabes ont bien envahi l’Espagne. Les structures sociales de l’Espagne musulmane», Annales ESC, 6, pp. 1483-

1513, que fue publicado en español con el título «Los árabes sí que invadieron la Península. Las estructuras

sociales de la España musulmana», en Pierre Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval. Valencia: Edicions

Alfons el Magnànim. Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, pp. 27-71. Sobre Ignacio Olagüe,

sus vínculos con círculos fascistas y la repercusión reciente de sus planteamientos, véase la aportación de

Alejandro García Sanjuán (2011). «Debate en torno a un episodio clave. Interpretaciones encontradas sobre

la conquista islámica», Andalucía en la Historia, 4, pp. 34-35.

5 Entre esos analistas, cabe citar a Pierre Guichard (1969). «Le peuplement de Valence aux des premiers siècles

de la domination musulmane», Mélanges de la Casa de Velázquez, 5, pp. 103-158; Pierre Guichard (1976). Al-

Andalus. Estructura antropológica de una sociedad musulmana en Occidente. Barcelona: Barral Editores, pp. 23-49; Pierre

Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval. Op. Cit., pp. 27-71; Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e

islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Jaén: Universidad de Jaén, pp. 23-24, pp. 33-36 y

pp. 71-72; Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus.

Barcelona: Crítica, pp. 15-26; Alejandro García Sanjuán (2011). «Debate en torno a un episodio clave.

Interpretaciones encontradas sobre la conquista islámica», Op. Cit., pp. 32-35. Véase lo que expuse acerca

de las diversas visiones sobre al-Andalus, a propósito de la labor de conservación del patrimonio andalusí

desarrollada por la Real Academia de la Historia, en M.ª Antonia Martínez Núñez (2008). Epigrafía árabe.

Catálogo del Gabinete de Antigüedades. Real Academia de la Historia. Madrid: Real Academia de la Historia, pp. 19-23.

6 Véase Eduardo Manzano Moreno (2011). «La conquista militar de al-Andalus. Entre 711-718, los

conquistadores dominaron Hispania», Op. Cit., pp. 10-12; y Alejandro García Sanjuán (2011). «Debate en

torno a un episodio clave. Interpretaciones encontradas sobre la conquista islámica», Op. Cit., p. 33 y p. 35.

7 Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Op. Cit.,

pp. 33-67; Alejandro García Sanjuán (2004). «Las causas de la conquista islámica de la Península Ibérica

según las crónicas medievales», Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, 53, pp. 101-127.

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En cuanto a las fuentes latinas,8 es preciso distinguir entre las denomina-

das crónicas mozárabes de mediados del siglo VIII y las elaboradas por cristianos de fuera

de al-Andalus desde fi nales del siglo IX.

Dos son las crónicas mozárabes que se han conservado y ambas son anóni-

mas. La más antigua es la denominada Crónica bizantino-arábiga del 741, que contiene

una alusión escueta y aséptica a la conquista, al referirse al derrocamiento del Reino

visigodo por las tropas de Musa y al control fi scal impuesto por los nuevos domi-

nadores musulmanes, sin aludir a ninguna reacción por parte de los cristianos. La

otra es la célebre Crónica mozárabe del 754, que se hace eco del fi n de la monarquía

visigoda y del establecimiento del control fi scal, pero poniendo el acento en la

destrucción y devastación ocasionada por la ocupación y en el trauma de quienes

la sufrieron.

Según Carlos Ayala Martínez,9 las diferencias que se observan entre am-

bos relatos se deben a que el autor de la crónica del 741 bien pudo ser un cristiano

familiarizado con la expansión árabe, que habría estado comprometido de algún

modo con los nuevos dominadores, mientras que, en el caso de la crónica del

754, su autor hubo de ser un culto clérigo cordobés, quien incluye en su crónica

alusiones al mantenimiento de la actividad eclesiástica después de la conquista.

Pero, a pesar de las diferencias existentes entre ambas, ninguna de las dos crónicas

mozárabes está impregnada aún de una clara ideología religiosa.

La dimensión religiosa afl oró en las crónicas cristianas del siglo IX, cuan-

do se puso en marcha la idea de la Reconquista en los círculos de la monarquía

cristiana de Asturias. En función de esa idea político-religiosa se desarrolló una

nueva visión de la conquista islámica: fue un «instrumento de Dios», un castigo

divino por los pecados y la jactancia de la monarquía visigoda y de la jerarquía

eclesiástica. Son esas crónicas del siglo IX las que empiezan a ofrecer también

una imagen depravada del rey Vitiza, cuya conducta provocó la cólera divina,

responsabilizándolo de la conquista, a él y a sus hijos, ya que éstos pactaron con

los conquistadores para vengarse del rey Rodrigo. Así, tanto la conquista como la

Reconquista se convertían en elementos de la providencia divina y los musulmanes

y los cristianos en enemigos irreconciliables.

Esa imagen providencialista y sacralizadora se mantuvo en las crónicas

cristianas posteriores, de los siglos XII y XIII, aunque éstas últimas se vieron enri-

quecidas con la incorporación de narraciones originarias de las fuentes árabes,

como sucede con la crónica del arzobispo toledano Jiménez de Rada, del siglo XIII,

que realizó una síntesis de todos los relatos anteriores sobre la conquista.10 Su obra

Historia Arabum responde a la conjunción de la especial elaboración del pasado reali-

zada por el feudalismo y de la teoría de la Reconquista.11

8 Ibídem, pp. 103-111; Carlos Ayala Martínez (2011). «Las fuentes cristianas. Crónicas latinas sobre la conquista

islámica», Andalucía en la Historia, 4, pp. 18-23.

9 Ibídem, pp. 18-20.

10 Ídem, pp. 20-23; Alejandro García Sanjuán (2004). «Las causas de la conquista islámica de la Península

Ibérica según las crónicas medievales», Op. Cit., pp. 106-110 y pp. 123-124.

11 Como detalla Manuel Acién Almansa (1997). Entre el feudalismo y el Islam. ‘Umar Ibn Hafsun en los historiadores, en las

fuentes y en la historia. 2.ª ed. Jaén: Universidad de Jaén, pp. 13-14.

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Sin embargo, el relato de la devastación total y de la destrucción de ciudades

y la imagen del iudicium Dei, forjada a partir del siglo IX, no encajan con los testimonios

arqueológicos conservados. Esos testimonios muestran la superposición en muchos

núcleos urbanos de los niveles islámicos sobre los romanos o los tardoantiguos, sin

indicios de destrucción, aunque sí de reutilización de los espacios con una función

diferente, como es el caso, bien constatado arqueológicamente, del yacimiento

del Tolmo de Minateda, en Hellín (Albacete).12 También muestran la existencia

de enterramientos mixtos, cristianos y musulmanes, en cementerios de la primera

época islámica, como se ha podido constatar en el cementerio de Marroquíes Bajos

(Jaén)13 o en el caso de un cementerio cristiano de Pamplona que pervive en la época

islámica y donde se han hallado objetos islámicos en enterramientos cristianos,14 así

como la existencia sobre unas antiguas termas romanas de una necrópolis islámica

de la primera época, que certifi ca la presencia de comunidades musulmanas esta-

bles durante el siglo VIII en Pamplona, enclave considerado tradicionalmente como

núcleo de la resistencia inicial frente al islam.15 Y, asimismo, a través del registro

material se pone de manifi esto el alto estatus social y económico que hubieron de

mantener algunos cristianos de al-Andalus y su progresiva arabización, como se

deduce de los datos aportados por las inscripciones mozárabes.16

12 Esta ciudad, que ha sido identifi cada con la Madinat Iyuh del Pacto de Teodomiro, fue abandonada después

y de forma lenta en el siglo IX; véanse Sonia Gutiérrez Lloret (2007). La islamización de Tudmir, en P. Sénac

(ed.). Villa 2. Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIe-XI

e siècle): la transition. Toulouse: CNRS-Université de

Toulouse II-Le Mirail, pp. 275-318; Sonia Gutiérrez Lloret (2006). Cerámica y escritura: dos ejemplos de

arabización temprana. Graffi ti sobre cerámica del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), en Al-Ândalus espaço

de mudanza. Balanço de 25 anos de História e Arquelogia Medievais. Seminario Internacional, Mértola, 16, 17 e 18 de maio de 2005.

Homenagem a Juan Zozaya Stabel-Hansen. Mértola: Campo Arqueológico de Mértola, pp. 52-59; Jesús Lorenzo

Jiménez (2011). «Tras las huellas de los conquistadores: arqueología de las primeras décadas de la conquista

musulmana», Andalucía en la Historia, 4, pp. 28-29.

13 José Luis Serrano Peña y Juan Carlos Castillo Armenteros (2000). «Las necrópolis musulmanas de

Marroquíes Bajos (Jaén). Avance de las investigaciones arqueológicas», Arqueología y Territorio Medieval, 7, pp.

93-120.

14 Se trata de la necrópolis de la Casa del Condestable, en Pamplona, donde se halló la sepultura de una

mujer que portaba, junto a otros adornos, un anillo en cada uno de los dedos de las dos manos. A pesar de

que el enterramiento responde al ritual cristiano, como el resto de los enterramientos de esa necrópolis,

cuatro de estos anillos son sellos con epígrafes árabes grabados en negativo y realizados en caracteres cúfi cos

arcaicos, lo que lleva a los autores a plantear la prolongación del uso de este cementerio hasta el siglo VIII y

la elaboración de los anillos en algún taller de orfebrería de al-Andalus; José Antonio Faro Carballa; María

García Barberena-Unzu y Mercedes Unzu Urmeneta (2007). La presencia islámica en Pamplona, en P. Sénac

(ed.). Villa 2. Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIe-XI

e siècle): la transition. Op. Cit., pp. 122-123 y fi gs. 19-20.

15 Y es que, aparte del hallazgo citado en la nota precedente, hay que añadir otro de mayor trascendencia para

el tema que nos ocupa en la ciudad de Pamplona, pues en la Plaza del Castillo apareció un cementerio con

190 enterramientos y los difuntos dispuestos de acuerdo con el ritual islámico. Ibídem, pp. 104-114 y pp.

126-128; Jesús Lorenzo Jiménez (2011). «Tras las huellas de los conquistadores: arqueología de las primeras

décadas de la conquista musulmana», Op. Cit., pp. 31.

16 Como he tenido ocasión de exponer a propósito de las inscripciones funerarias en latín del siglo IX y de un

fragmento de estela funeraria bilingüe, en latín y árabe, procedente de Córdoba, en M.ª Antonia Martínez

Núñez (en prensa). «Las fuentes epigráfi cas. Siglos IX y X», Jábega, revista editada por la Diputación Provincial

de Málaga. Este texto recoge la participación en el Curso de Verano de la Universidad de Málaga sobre Umar

Ibn Hafsun, celebrado en Archidona entre el 5 y el 9 de julio de 2010. Sobre la implantación territorial de

las comunidades cristianas en al-Andalus, el mantenimiento de la jerarquía eclesiástica y la arabización

creciente de los mozárabes, véase Cyrille Aillet (2010). Les mozarabes. Christianisme, islamisation et arabisation en

peninsule ibérique (IXe-XII

e siècle). Madrid: Casa de Velázquez, pp. 45-93, p. 133ss.

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Por lo que se refi ere a las fuentes árabes,17 como se ha dicho, son más tar-

días que las latinas, pero también son más abundantes y aportan una información

más diversifi cada.

Las primeras versiones sobre la conquista fueron elaboradas en círculos

malikíes egipcios y respondían a los intereses de la dinastía omeya en la Península.18

Las dos fuentes árabes más antiguas que abordan este tema datan del siglo IX y son el

Kitab futuh Misr (‘Libro de las conquistas de Egipto’), del egipcio Ibn ‘Abd al-Hakam

(m. 871), y el Kitab al-Ta’rij (‘Libro de la historia’) del andalusí ‘Abd al-Malik Ibn

Habib (m. 853). Eduardo Manzano19 ha explicado bien cómo la versión de estos

autores, que eran ulemas más que cronistas en sentido estricto, se hizo a favor de los

intereses omeyas, pero resultaba lesiva para los intereses de los descendientes de los

conquistadores. Ambas fuentes coincidían en lo fundamental: poner el acento en

el hecho de que la conquista se había realizado por la fuerza de las armas (‘anwatan),

lo que exigía, según el derecho islámico, reservar un quinto (jums) de las tierras para

ponerlas bajo la administración directa de la comunidad, cuyos representantes le-

gítimos eran los soberanos omeyas. Asimismo, insistían en que se había conseguido

un cuantioso botín, pero que se había repartido fraudulentamente, produciéndose

apropiaciones indebidas en perjuicio de la comunidad. Con este dictamen de los

ulemas malikíes sobre la conquista, la dinastía omeya podía reclamar de los descen-

dientes de los conquistadores un quinto del total de las tierras mientras que, si la

conquista se hubiese producido mediante pactos o acuerdos (sulhan), los soberanos

no habrían podido alterar la situación ni reclamar nada en nombre de la comu-

nidad. Esta «versión jurídica» de la conquista fue la seguida, durante la etapa del

Califato omeya, en el siglo X, por Ahmad al-Razi (m. 955), cronista palatino al

servicio del califa omeya.

Frente a ese relato de los hechos, la visión de Ibn al-Qutiyya (m. 977)

en Ta’rij iftitah al-Andalus (‘Historia de la conquista de al-Andalus’) venía a repre-

sentar los intereses de los descendientes de los conquistadores. Según la versión

de este ulema,20 el hecho decisivo fue el pacto (sulh) de los hijos de Vitiza con los

conquistadores, lo que les garantizaba el disfrute de sus posesiones a ellos y a sus

descendientes, negando, por tanto, que en la Península se hubiese reservado nin-

gún quinto para la administración directa de la comunidad, hasta el punto de que,

17 Sobre las fuentes árabes relativas a la conquista, se pueden consultar, entre otras, las aportaciones de Eduardo

Manzano Moreno (1999). «Las fuentes árabes sobre la conquista de al-Andalus: una nueva interpretación»,

Hispania. Revista Española de Historia, 49 (2), pp. 389-432; Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires

y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., pp. 34-44; Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e

islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Op. Cit., pp. 37-67; Alejandro García Sanjuán (2004).

«Las causas de la conquista islámica de la Península Ibérica según las crónicas medievales», Op. Cit., pp. 111-

123; Rafael Valencia (2011). «Las fuentes árabes. Un corpus en reelaboración», Andalucía en la Historia, 4, pp.

24-27.

18 El origen egipcio de estas versiones, establecido por Mahmud Ali Makki, ha sido comúnmente aceptado

con posterioridad; Mahmud Ali Makki (1957). «Egipto y los orígenes de la historiografía española», Revista

del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, 5, pp. 157-248; Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión

e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Op. Cit., pp. 43-44; Eduardo Manzano Moreno

(2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., p. 39.

19 Ibídem, pp. 35-40.

20 Que era descendiente de Vitiza y estaba emparentado con los célebres Banu l-Hayyay; Ídem, pp. 40-41.

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frente al resto de las crónicas árabes, en ésta se considera que ese pacto y la traición

de los tres hijos de Vitiza al rey Rodrigo en la batalla de Guadalete fue «la causa de

la conquista» (‘sabab al-fath’).21 Así, Ibn al-Qutiyya coincidía en este punto con las

crónicas latinas, mientras que la mayor parte de las crónicas árabes hacían recaer

en otro personaje, el conde Julián, la responsabilidad de llamar a los conquistado-

res y la traición a Rodrigo en venganza por la violación de su hija.22 Ibn al-Qutiyya

incorporó también esta nueva leyenda, pero describió la venganza de Julián como

«causa de la entrada» de los árabes en la Península (‘sabab dujuli-hi’).

Las contradicciones y discrepancias entre las fuentes árabes deben ser ana-

lizadas como el resultado de «elaboraciones históricas» que pretendían «retrotraer al

momento de la conquista las discusiones que generaban los intentos del poder políti-

co omeya de imponer su dominio en al-Andalus», como acertadamente ha señalado

Eduardo Manzano.23 Se trataba, por tanto, de una relectura de los acontecimientos

relacionados con la conquista en función de los intereses concretos de los omeyas, o

de los descendientes de los conquistadores, durante los siglos IX y X.

Tanto el relato de los hijos de Vitiza, que adquiere gran relevancia en

las crónicas cristianas, pero que recogen también las árabes, como el relato del

conde Julián, generado en las crónicas árabes y retomado en las latinas más tardías,

atribuyen a los confl ictos internos un papel fundamental en la conquista musul-

mana.24 Esa explicación de la conquista en función exclusivamente de los confl ictos

y problemas internos es propia de las crónicas cristianas, mientras que las fuentes

árabes aportan, lógicamente, una información añadida, con datos externos a la

Península Ibérica, relativos al califa de Oriente o a las prolongadas campañas mi-

litares en el norte de África y a sus protagonistas. En este sentido, se ha llamado

la atención sobre el silencio de las crónicas mozárabes y de las fuentes más tardías

de la Hispania visigoda acerca de las conquistas musulmanas que estaban teniendo

lugar de forma muy rápida en territorios bizantinos, a pesar de que en Toledo

debían de tener noticias de ellas.25

En líneas generales, las fuentes medievales, latinas y árabes, dejan cons-

tancia de la crisis existente en el seno del Reino visigodo, con enfrentamientos

entre distintas facciones, y de la irrupción en ese contexto de contingentes milita-

res procedentes del otro lado del Estrecho que terminan por ocupar el territorio

y someterlo a su control fi scal. Y ello a pesar de que ni en las unas ni en las otras

se encuentre una explicación de la conquista en términos de causa-efecto, ya que

la causalidad sólo está contenida de forma implícita en la interpretación que ofre-

cen.26 Coinciden, asimismo, en atribuir los acontecimientos del 711 a una mezcla

21 Ibn al-Qutiyya es uno de los pocos autores árabes que hablan de una «causa» de la conquista; Alejandro

García Sanjuán (2004). «Las causas de la conquista islámica de la Península Ibérica según las crónicas

medievales», Op. Cit., pp. 119 y 123.

22 Ibn ‘Abd al-Hakam fue el primero en incorporar esta leyenda del conde Julián; Ibídem, pp. 120-123.

23 Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., p. 42.

24 Alejandro García Sanjuán (2004). «Las causas de la conquista islámica de la Península Ibérica según las

crónicas medievales», Op. Cit., p. 116.

25 Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., p. 32.

26 Como señala Alejandro García Sanjuán (2004). «Las causas de la conquista islámica de la Península Ibérica

según las crónicas medievales», Op. Cit., p. 104 y p. 126.

María Antonia Martínez Núñez

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de elementos sobrenaturales y de factores humanos. Si bien es cierto que en las

crónicas árabes está ausente el elemento providencialista, que es fundamental,

sin embargo, en las crónicas cristianas a partir del siglo IX, también lo es que las

fuentes árabes incluyen relatos de carácter legendario y profético, la mayoría de

origen oriental egipcio, como el de la casa de los candados de Toledo o el referido

a la profecía de Daniel sobre la conquista de la Península por Musa.27

Tal mezcla de elementos sobrenaturales, legendarios y proféticos con los

humanos y mundanos es una característica común de toda la cronística medieval,

que ha supuesto una difi cultad a la hora de establecer los hechos y también ha

servido de argumento, junto a lo tardío de las fuentes árabes, a los que niegan la

conquista y ocupación musulmana de la Península.28

Frente a eso, hay que tener en cuenta que, aparte de las crónicas, al-

Andalus también ha aportado otro tipo de datos, los proporcionados por los ves-

tigios materiales. Los restos arqueológicos que se han conservado de la primera

época islámica no son muy abundantes, pero sí testimonian de forma inequívoca la

conquista y ocupación musulmana del territorio peninsular, unas veces mediante

la fuerza de las armas y otras mediante pactos.

Junto a los vestigios arqueológicos del siglo VIII de Pamplona, o los del

Tolmo de Minateda, identifi cados con la antigua Madinat Iyuh del Pacto de Teodo-

miro, y los de Marroquíes Bajos, en Jaén, todos ellos citados más arriba a propósito

de enclaves en los que no hubo destrucción, hay que añadir otros en los que sí la

hubo, como en el yacimiento arqueológico de El Bovalar (Lérida), junto al río

Segre, que resultó arrasado y abandonado de forma súbita en el siglo VIII .29

Asimismo, y como señala Jesús Lorenzo,30 los precintos de plomo conser-

vados dan también cuenta de la conquista militar en unos casos y de la ocupación

mediante pactos en otros. Estos precintos,31 que han sido datados en las primeras

décadas del dominio musulmán, algunos en época de los primeros gobernadores,

proceden de distintas zonas de al-Andalus y portan leyendas escritas en árabe,

con expresiones del tipo ganima (‘botín’), en referencia al reparto del botín en-

tre las tropas conquistadoras, sulh (‘pacto’, ‘tratado’), como contrario a ‘anwatan

(‘conquista por la armas’) o ahl Ishbiliya (‘gente de Sevilla’), aludiendo al pago de la

yizya (‘impuesto de capitación’) al que estaban obligadas las poblaciones de lugares

sometidos mediante pacto, a cambio de poder conservar vida, bienes y creencias.32

27 Ibídem, pp. 111-113.

28 Ídem, p. 102.

29 Pedro de Palol (1986). «Las excavaciones del conjunto de “El Bovalar”, Serós (Segriá, Lérida), y el reino

de Akhila», Cristianismo y Antigüedad, 3, pp. 513-535; Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y

califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., pp. 43-44.

30 Jesús Lorenzo Jiménez (2011). «Tras las huellas de los conquistadores: arqueología de las primeras décadas

de la conquista musulmana», Op. Cit., p. 31.

31 Un buen número de ellos han sido publicados en artículos dispersos por Tawfi q Ibrahim; véase una de

sus últimas aportaciones, que recoge bibliografía anterior: Tawfi q Ibrahim (2006). «Notas sobre precintos

y ponderales. I. Varios precintos de sulh a nombre de ‘Abd Allah Ibn Malik: correcciones y una posible

atribución. II. Adiciones a “ponderales andalusíes”», Al-Qantara, 27 (2), pp. 329-335.

32 Sobre las ciudades sometidas mediante pactos, entre las que se incluye Sevilla, y sobre el pago de la yizya por

las poblaciones de esas localidades, véase Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e islamización. La sumisión de

Hispania y la formación de al-Andalus. Op. Cit., pp. 206-213 y pp. 237-241.

¿Por qué llegaron los árabes a la Península Ibérica?: las causas de la conquista musulmana del 711

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Por otra parte, las primeras acuñaciones monetarias, las llamadas monedas

transicionales —los dinares con leyendas bilingües y, poco después, las monedas con

leyendas sólo en árabe (a partir del 720)—,33 testimonian el interés fi rme mostra-

do desde el principio por los dominadores árabes de permanecer en el territorio

peninsular y de controlarlo.34 Así, las leyendas de esos dinares bilingües repro-

ducían contenidos islámicos y han proporcionado las primeras pruebas fechadas

del uso del término al-Andalus, cuyo testimonio más arcaico es el dinar bilingüe

acuñado a nombre del gobernador Hurr Ibn ‘Abd al-Rahman, con fecha expresa

del año 98/716.35 Mientras que las monedas acuñadas por Agila en Zaragoza, Ge-

rona y Narbona indicarían la prolongación de la resistencia en ciertos enclaves de

la parte nororiental de la Península hasta el año 718.36

El nacionalismo español y los acontecimientos del 711La especial forma en que se establece en España el Estado moderno —en

manos de la nobleza aristocrática, confi gurado a raíz de la victoria sobre el últi-

mo dominio islámico en la Península y sin que la burguesía triunfase plenamente

sobre el poder de la Iglesia y de la nobleza— incidió en la elaboración del pasado

y especialmente en la manera en que se percibiría al-Andalus. Así, y hasta el siglo

XVIII, los acontecimientos del 711 y al-Andalus siguieron interpretándose mayo-

ritariamente con la clave de la Reconquista —guerra de religión contra el islam,

convertida en la base de legitimidad del Estado y de la monarquía católica— y,

aunque en el siglo XVI empezó a afl orar un cierto humanismo, se vio mediatizado

por la tensión progresiva en torno a la presencia morisca.37

En el siglo XVIII se produjo el gran cambio con la imposición de los

postulados de la burguesía y una teoría del conocimiento basada en sus propias

categorías y nociones ideológicas.38 La nueva visión del pasado, implícita en esa

33 Estas monedas, junto a los precintos de plomo antes mencionados, proporcionan los testimonios más

antiguos de escritura árabe en la Península Ibérica; Antonio Medina Gómez (1992). Monedas hispano-

musulmanas. Tratado de lectura y clasifi cación. Toledo: Diputación Provincial de Toledo, pp. 68-70. Los testimonios

epigráfi cos más antiguos de al-Andalus son, en cambio, más tardíos, pues datan de la época del emir omeya

‘Abd al-Rahman II; M.ª Antonia Martínez Núñez (2009). «Epigrafía árabe e historia de al-Andalus: nuevos

hallazgos y datos», Xelb, 9. Actas del 6.º Encontro de Arqueologia do Algarve: O Gharb no al-Andalus: síntesis e

perspectivas de estudo. Homenagem a José Luis Matos. Silves: Camara Municipal de Silves, 23, 24 y 25 de octubre de

2008, p. 42.

34 Jesús Lorenzo Jiménez (2011). «Tras las huellas de los conquistadores: arqueología de las primeras décadas

de la conquista musulmana», Op. Cit., p. 31.

35 Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Op. Cit., p. 29.

36 Así lo expone Eduardo Manzano Moreno (2011). «La conquista militar de al-Andalus. Entre 711-718, los

conquistadores dominaron Hispania», Op. Cit., p. 16.

37 Sobre la teoría de la Reconquista y el Estado moderno en relación con las visiones sobre al-Andalus: Manuel

Acién Almansa (1997). Entre el feudalismo y el islam. ‘Umar Ibn Hafsun en los historiadores, en las fuentes y en la historia. Op.

Cit., pp. 14-15; acerca de los humanistas del siglo XVI y la fi gura de Arias Montano: Juan Luis Carrillo y

M.ª Paz Torres (1982). Ibn al-Baytar y el arabismo español del siglo XVIII. Benalmádena-Málaga: Ayuntamiento de

Benalmádena, pp. 21-22.

38 Sobre los postulados de la ideología burguesa: Juan Carlos Rodríguez (1994). La literatura del pobre. Granada:

Comares, pp. 50-59; Manuel Acién Almansa (1998). «Sobre el papel de la ideología en la caracterización de

las formaciones sociales: la formación social islámica», Hispania. Revista Española de Historia, 58 (3), pp. 920-921

y pp. 953-954.

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concepción, contó con un primer periodo de constitución y tuvo sus principales

hitos en el siglo XVIII, con el racionalismo ilustrado y, a partir del siglo XIX, con el

ajuste producido por el nacionalismo.

Fue entonces, con la Ilustración, cuando se confi guró la Historia en

su acepción actual y con un espacio propio en el paradigma racionalista de la

modernidad. Los ilustrados impusieron una visión continuista del pasado, como

progreso ininterrumpido hasta el triunfo de la «razón», triunfo de la propia

burguesía y de sus valores, con el fi n de justifi car, en defi nitiva, su nueva crea-

ción, la denominada civilización occidental, cuyo origen hacían remontar a la Grecia

clásica y su recuperación defi nitiva a partir del Renacimiento, tras el paréntesis

de la Edad Media. Esto implicaba el rescate de todas las etapas del pasado, en

función de esa idea de progreso, convertida en ley y motor de la historia, frente

a la providencia, al designio divino feudal. Desde esa perspectiva, algunos ilus-

trados españoles vieron al-Andalus como una alternativa frente al feudalismo y

sus reminiscencias y, así, esa etapa es recuperada y entra a formar parte de esa

historia del progreso.39

La visión ilustrada de la historia de España y esa postura asimilacionista

con respecto a al-Andalus no iba a ser la predominante en el siglo XIX, pues fueron

los viajeros románticos europeos los que entonces se interesaron por al-Andalus,

imponiendo su visión sobre ese periodo del pasado peninsular; una visión en la

que confl uían dos elementos: el medievalismo, para fundamentar la noción de

espíritu del pueblo, base del nacionalismo, y el exotismo, que les permitía contrarrestar

el racionalismo ilustrado.40 Fue el momento en el que, coincidiendo con la empre-

sa colonial europea, surgió el orientalismo con el objetivo de abarcar y defi nir la

imagen del otro.41 La Europa colonial se defi nía a sí misma en relación a Oriente, al

otro; un Oriente que fue recreado y orientalizado por Occidente y del que se ofrecía

una imagen mezcla de retraso y exotismo. España y al-Andalus, su Edad Media,

formaban parte de ese discurso romántico y exotista y, frente a esa orientalización

de la imagen de España llevada a cabo por los románticos, reaccionaría una de las

vertientes del nacionalismo español, poniendo el acento en el ancestral carácter

cristiano y latino de su identidad.42

Y es que, desde mediados del siglo XIX, las interpretaciones sobre al-

Andalus iban a cambiar, con la elaboración de una historia propiamente nacio-

39 Manuel Acién Almansa (1997). Entre el feudalismo y el islam. ‘Umar Ibn Hafsun en los historiadores, en las fuentes y en la

historia. Op. Cit., p. 26; M.ª Antonia Martínez Núñez (2008). Epigrafía árabe. Catálogo del Gabinete de Antigüedades. Real

Academia de la Historia. Op. Cit. pp. 19-21.

40 Como afi rma Manuel Acién Almansa (1996). Arquitectura andalusí y arqueología, en Arquitectura de al-Andalus.

Documentos para el siglo XXI. Granada: Fundación El Legado Andalusí, pp. 55-65.

41 Esto fue bien explicado por Edward W. Said (1990). Orientalismo. Madrid: Ediciones Libertarias.

42 La visión nacionalista no fue exclusiva de la historiografía española. Así, en 1861, R. Dozy proporcionaba en

su Historia de los musulmanes de España una primera interpretación nacionalista de al-Andalus, mezcla de relatos

románticos sobre bandolerismo y noción de «espíritu del pueblo español».

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nalista, la creación de la «historia de España»,43 cuyos ejes fundamentales eran

las nociones de pueblo y de identidad colectiva. La conquista del 711, con la llegada de

contingentes musulmanes, árabes y bereberes, planteaba un problema complejo

para la elaboración del pasado nacional. Sobre ella, y sobre los ocho siglos de pre-

sencia del islam en la Península, el nacionalismo español desarrolló una serie de

respuestas que se pueden agrupar en dos tendencias:44

(a) La «tradicionalista», que minimizaba el impacto de la conquista y

consideraba al-Andalus, con religión musulmana y lengua árabe, como un obstá-

culo o un hiato en la continuidad de una esencia nacional española defi nida por

criterios de religión, lengua y raza (cristianismo, latinidad, hispanos) y cuyas raíces

hacían remontar a la Antigüedad y su recuperación defi nitiva a partir de los Reyes

Católicos. Para esta tendencia, la conquista musulmana —explicada sólo por causas

internas: la crisis económica y social del Reino visigodo— fue una especie de azar

histórico, un silogismo de la historia, que implantó un dominio arabomusulmán

sobre un país profundamente latino y cristiano, cuya naturaleza no fue modifi cada

por la ocupación extranjera. El dominio arabomusulmán fue una especie de barniz

superfi cial que nunca llegó a arabizar ni a islamizar las estructuras «occidentales»

de la España medieval.

El exponente más extremo de la tendencia tradicionalista fue el mozara-

bismo, una corriente que tuvo sus primeros representantes en las fi guras de Miguel

Lafuente Alcántara,45 de José Amador de los Ríos o de Serafín Estébanez Calderón.

Todos ellos infl uirían en Francisco Javier Simonet, el más rotundo representante del

mozarabismo, con su obra Historia de los mozárabes, de 1903. Para esa corriente del na-

cionalismo español, sólo los mozárabes representaron en al-Andalus la persistencia

de la identidad hispana, en lucha contra el dominio islámico foráneo, retomando el

discurso medieval de la «pérdida de España» y de la confrontación religiosa contra

el islam. La conquista del 711 es presentada en términos de dualidad: por un lado,

la población autóctona hispanogoda que resistió a la conquista y ocupación y, por

otro, los conquistadores musulmanes y los indígenas que los apoyaban, presentados

como los agresores que hicieron peligrar la pervivencia de la identidad nacional. En

43 Sobre esa «creación» versa el capítulo de Sisinio Pérez Garzón incluido en la obra colectiva sobre el

nacionalismo español. Véase Sisinio Pérez Garzón; Eduardo Manzano Moreno; Ramón López Facal y

Margarita Rivière Gómez (2000). La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder. Barcelona: Crítica,

pp. 63-110.

44 Sobre la conquista del 711 y la formación de al-Andalus en la historiografía nacionalista española, véanse,

entre otros: Pierre Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval. Op. Cit., pp. 29-43; Eduardo Manzano

Moreno (2000). La interpretación utilitaria del pasado: el ejemplo de la conquista árabe en la historiografía

nacionalista española, en Sisinio Pérez Garzón; E. Manzano Moreno; R. López Facal y M. Rivière Gómez. La gestión de la memoria.

La historia de España al servicio del poder. Op. Cit., pp. 48-60; Alejandro García Sanjuán (2011). «Debate en torno a

un episodio clave. Interpretaciones encontradas sobre la conquista islámica», Op. Cit., pp. 32-33. Se puede

consultar, asimismo, lo que expuse sobre estas tendencias en M.ª Antonia Martínez (2003). «El mito de

al-Andalus», Revista de Libros, 81 (3), pp. 18-20; y M.ª Antonia Martínez Núñez (2008). Epigrafía árabe. Catálogo

del Gabinete de Antigüedades. Real Academia de la Historia. Op. Cit., pp. 22-23.

45 En el discurso de recepción en la Real Academia de la Historia, titulado Condición y revoluciones de algunas razas

españolas y especialmente de los mozárabes en la Edad Media y leído en el año 1847. No hay que confundir a éste con su

hermano, Emilio Lafuente Alcántara, autor de las Inscripciones árabes de Granada (1859), que también ingresó en

1863 en la Real Academia de la Historia.

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realidad, la conquista musulmana es presentada a través de la típica argumentación

que elabora el nacionalismo sobre la supervivencia de la «comunidad nacional»,

que se ve agredida en determinados momentos de su historia, pero cuya pervivencia

y continuidad quedan garantizadas por la resistencia que opone a la agresión y a los

intentos de sometimiento.46

El discurso mozarabista contó con continuadores, aunque menos vehe-

mentes que Simonet, como Menéndez Pelayo, Guillén Robles o Menéndez Pidal.

Éste último acuñó una idea que ha contado con muchos adeptos hasta el día de hoy:

la Reconquista tuvo la trascendental consecuencia de enganchar a España con la

cristiandad occidental, evitándole compartir su destino con los pueblos musulma-

nes. Ese discurso volvió a afl orar en la etapa franquista y fue entonces cuando tuvo

lugar la polémica más conocida entre el medievalista Claudio Sánchez Albornoz,

que hizo suyas las tesis tradicionalistas,47 y Américo Castro, máximo exponente de

la segunda tendencia, la «asimilacionista».

(b) Entre fi nales del siglo XIX y principios del siglo XX, el discurso na-

cionalista se vio matizado con las nuevas aportaciones de la denominada escuela de

arabistas españoles. Esta segunda tendencia integraba a al-Andalus en la historia nacio-

nal, pasando a reinterpretarla como fruto de un mestizaje de predominio hispano

y a denominar esa etapa como España musulmana o islam español. Ello suponía poner en

segundo plano el componente religioso, restándole importancia a la religión cris-

tiana como elemento básico de la identidad española, frente a la caracterización

anterior. Esta tendencia otorgaba mayor relevancia a la conquista del 711 como

hecho desencadenante de la formación de una sociedad que, sin duda, se arabizó,

se islamizó y resultó impregnada de infl uencias orientales, pero sin dejar de ser

española. Para esta corriente, dicha mezcla de elementos orientales e hispanos du-

rante la Edad Media peninsular fue precisamente la que marcó de forma defi nitiva

la identidad nacional. Se trataba, en defi nitiva, de otorgar sentido a la presencia

islámica en la Península y respetabilidad al propio objeto de estudio del arabismo.

Esbozada ya por González Palencia, cuando analizó el triunfo del Califato

omeya de Córdoba, afi rmando que los califas de Córdoba eran tan españoles como

los indígenas mozárabes y muladíes, ésta fue la línea seguida, con más o menos

entusiasmo, por la mayor parte de la escuela de arabistas españoles, desde sus ini-

cios, con Francisco Codera y Zaidín, Julián Ribera y Miguel Asín Palacios, hasta

Emilio García Gómez, por citar sólo los más emblemáticos.48 Ellos imprimieron

al arabismo el carácter que en adelante se impondría en la escuela. Esta corriente,

caracterizada por su culturalismo y esteticismo, empezó a difundir los mitos del

46 Aurora Rivière Gómez (2000). Envejecimiento del presente y dramatización del pasado. Una aproximación

a las síntesis históricas de las Comunidades Autónomas españolas (1975-1995), en S. Pérez Garzón; E. Manzano

Moreno; R. López Facal y M. Rivière Gómez. La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder. Op. Cit., p. 164.

47 Pierre Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval. Op. Cit., pp. 30-33.

48 Sobre el arabismo español existe una amplia bibliografía y, entre otros, se pueden ver los estudios de Bernabé

López García (1990). «Arabismo y orientalismo en España: radiografía y diagnóstico de un gremio escaso

y apartadizo», Awraq, 11, pp. 35-69; M.ª Paz Torres (1994). Málaga y el arabismo del siglo XIX, en Estudio

preliminar a la edición facsímil de F. Guillén Robles. Leyendas moriscas. Granada: Universidad de Granada, pp. XI-XXXVIII; y

Eduardo Manzano Moreno (2000). La interpretación utilitaria del pasado: el ejemplo de la conquista árabe

en la historiografía nacionalista española. Op. Cit., pp. 56-59.

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esplendor artístico, el refi namiento, la convivencia, la tolerancia y, en defi nitiva,

de la superioridad de ese islam peninsular, precisamente porque era español.49 El

arabismo desplegó un gran esfuerzo en demostrar los logros y las aportaciones de

los musulmanes españoles en todos los ámbitos de la cultura.

A grandes rasgos, la postura mantenida por Américo Castro y sus se-

guidores era deudora de esas aportaciones, pero este autor fue más allá en sus

planteamientos, aunque sin abandonar los postulados nacionalistas. Inserto en

la corriente liberal del nacionalismo español, Américo Castro puso el acento

en la «convivencia» de las tres religiones monoteístas y en la «tolerancia»,50 frente

a las tesis defendidas por Sánchez Albornoz. Para Américo Castro, España fue el

resultado de una síntesis espiritual que tuvo lugar en la Edad Media a partir del 711,

un acontecimiento que permitió la presencia en la Península de las tres religiones

monoteístas y la existencia de una «contextura semítica» que impregnó la identi-

dad española. Insistía particularmente en la infl uencia y predominio de la lengua

árabe y del islam, frente a los tradicionalistas que destacaban las raíces latinas y

cristianas de la identidad hispana; una identidad a la que, según estas tesis, eran

totalmente ajenos lo árabe y lo musulmán.51

En resumen, ambas tendencias son la cara y la cruz de una misma moneda,

la elaboración del pasado desde presupuestos nacionalistas, y las dos son igualmente

distorsionantes. Para la ideología nacionalista, con su creación de la «identidad co-

lectiva», nunca ha bastado declarar la necesidad de unión en el presente, sino que

esa necesidad se ha legitimado y proyectado siempre en el pasado, para rastrear los

orígenes supuestos y el desarrollo y permanencia en el tiempo de esa identidad.

Las causas históricas de la conquistaLas interpretaciones sobre la Edad Media peninsular se empezaron a mati-

zar desde que se publicara la obra de Lévi-Provençal,52 sobre todo en lo referente al

mozarabismo, aunque este autor evitó pronunciarse tajantemente acerca de la cues-

tión. Sin embargo, fue a partir de los años setenta, con las aportaciones de Pierre

Guichard y la implantación en España de la arqueología medieval islámica, cuando

se consiguió trascender los postulados nacionalistas y el tópico del islam hispanizado.

La conocida obra de Guichard sobre la estructura antropológica de la so-

ciedad andalusí53 tuvo como mayor acierto el de convertir la «España musulmana»

49 Como expone Pierre Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval, Op. Cit., p. 30, esta tendencia fue seguida

fuera de España, entre otros, por Henri Terrasse (1932) en su infl uyente obra L’art hispano-mauresque des origines

au XIIIe siècle. Publications de l’Institut des Hautes-Études Marocaines, XXV. París: Les Éditions G. van Oest, y en los estudios

que realizó, en colaboración con Henri Basset, sobre los monumentos de Argelia y Marruecos en época

almohade, Sanctuaires et forteresses almohades, en los que se señala la preeminencia de lo hispanoárabe y donde

subyacen, a pesar del valor indudable de sus aportaciones, las tesis propias del discurso colonial europeo.

50 Las tesis de Américo Castro fueron expuestas por primera vez en su obra España en su historia. Cristianos, moros y

judíos, publicada en Buenos Aires en 1948.

51 Véase lo que expuso acerca de esta controversia Pierre Guichard (1987). Estudios sobre historia medieval, Op. Cit.,

pp. 33-44.

52 Evariste Lévi-Provençal (1957). España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031 J. C.),

en R. Menéndez Pidal. Historia de España. Vol. IV. Madrid: Espasa-Calpe.

53 Pierre Guichard (1976). Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad musulmana en Occidente. Op. Cit.

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en «al-Andalus», una sociedad musulmana y oriental que se confi guró a partir de

la conquista del 711 y que supuso una ruptura con la Hispania romana y visigoda.

A partir de sus tesis resultaba imposible mantener la continuidad de la identidad

española con respecto a las estructuras andalusíes o las feudales.

Eso no quiere decir que hayan desaparecido las discrepancias sobre algu-

nos aspectos concretos54 ni las visiones ideologizadas de la conquista del 711 y de al-

Andalus en función de las circunstancias y de los condicionantes muy concretos del

presente. Sin embargo, nadie puede negar el gran avance que ha experimentado el

conocimiento histórico en las últimas décadas; un avance que se debe a la explota-

ción minuciosa de los datos aportados por las fuentes escritas y a las aportaciones

realizadas especialmente desde el campo de la arqueología o de la numismática.

Es a partir de esas aportaciones como se ha de abordar hoy el porqué de la

llegada de los árabes a la Península y las causas que explican la conquista. Algunas

de estas causas son externas, relativas al proceso general de la expansión musul-

mana, mientras que otras son de orden interno, tienen que ver con la situación

existente entonces en la Península Ibérica.

Así, a modo de colofón, hay que destacar las siguientes:

(a) En lo concerniente a las causas externas, existe consenso en marcar como

objetivo general de la expansión islámica la consecución de un botín para compensar

a los contingentes árabes y la adquisición de nuevos ingresos fi scales procedentes de

los territorios ocupados.55 A eso hay que añadir otras causas coyunturales, como la

intensifi cación de la política expansiva omeya con el califa al-Walid I, quien dio un

nuevo impulsó a las conquistas tanto por el oeste, hasta el extremo más occidental del

norte de África y a partir de ahí a al-Andalus, como por el este, incorporando terri-

torios de Asia central, Juwarazm, Bujara y Samarcanda desde el Jurasán. En la zona

occidental, las campañas militares estuvieron a cargo de Musa Ibn Nusayr, nombrado

por el califa «wali de Ifriqiya y del Magreb», dependiente directamente del Gobierno

central y no del gobernador de Egipto, como hasta entonces.56

La llegada de los ejércitos árabes a la Península en nombre del califa ome-

ya no puede entenderse sin tener en cuenta la forma en que se produjo la conquista

del norte de África, pues fue más lenta y difi cultosa que la de otros territorios

sometidos con anterioridad y la ocupación estable del territorio sólo fue posible

merced a los pactos establecidos con las tribus bereberes resistentes.57

Los territorios urbanizados y bajo control de los grandes Imperios

tardoantiguos de Oriente Próximo fueron conquistados con mucha rapidez y

54 Como los relacionados con los itinerarios seguidos por los contingentes musulmanes o con el momento de

incorporación de Musa a las campañas militares en la Península.

55 Lo que es descrito como «codicia de los califas omeyas» y de gran parte de altos cargos de la administración

por Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus. Op.

Cit., pp. 94-95.

56 Ibídem, pp. 99-102; Manuel Acién Almansa (1984). La formación y destrucción de al-Andalus, en M. Barceló (dir.).

Historia de los pueblos de España. Vol. I. Tierras fronterizas. Andalucía y Canarias. Barcelona: Editorial Argos Vergara, p. 24.

57 Como han señalado, entre otros, Pedro Chalmeta Gendrón (2003). Invasión e islamización. La sumisión de Hispania

y la formación de al-Andalus. Op. Cit., pp. 76-95; Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y califas.

Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., pp. 30-32; o Manuel Acién Almansa (1984). La formación y

destrucción de al-Andalus. Op. Cit., pp. 23-33.

¿Por qué llegaron los árabes a la Península Ibérica?: las causas de la conquista musulmana del 711

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el dominio islámico sobre ellos se consolidó pronto. Lo mismo sucedió con las

zonas urbanizadas bajo control del Imperio bizantino en el norte de África. Sin

embargo, las tribus bereberes ajenas a esos ámbitos resistieron al avance musulmán

e hicieron que la conquista y ocupación se prolongara durante unos setenta años,

precisamente hasta el inicio de las campañas al otro lado del Estrecho de Gibraltar.

Y es que la única forma que tuvieron de neutralizar a esos contingentes bereberes

fue incorporarlos en una nueva empresa de conquista, la de la Península Ibérica,

haciéndolos partícipes del reparto del botín, a cambio de que reconocieran la so-

beranía árabe en sus territorios. Todo dependía, en defi nitiva, de los diferentes

tipos de sociedades a las que se enfrentaron los ejércitos musulmanes, las estatales,

con súbditos habituados a pagar impuestos, «sociedades débiles» como la sasánida

y la bizantina, y las no estatalizadas, basadas en relaciones de parentesco, «socieda-

des fuertes» como la bereber, que no aceptaban la fi scalidad musulmana.58

Lo cierto es que este hecho excepcional fue la principal causa histórica de

la conquista iniciada en el 711 y que la rapidez con que se culminó la penetración

musulmana en los territorios controlados por la monarquía visigoda respondió a

los mismos motivos que en los territorios bizantinos y sasánidas. Esa rapidez ha

sido señalada reiteradamente, al igual que la decisión que tuvieron los conquista-

dores de suplantar al Reino visigodo en todo el territorio y de implantar un nuevo

control fi scal.

(b) Entre las causas internas, hay coincidencia en señalar las perturbacio-

nes económicas y la crisis social existentes en la Hispania visigoda, con un proceso

avanzado de protofeudalización que, aunque coexistiera con el Estado de Toledo,

también lo mediatizaba y originaba las luchas de las facciones nobiliarias por con-

trolar el poder o las difi cultades de la monarquía visigoda para conseguir que la

aristocracia enviara contingentes a los ejércitos reales.59 Esto explica la facilidad de

los invasores musulmanes, al mando del bereber Tariq, mawlà del gobernador

de Ifriqiya Musa Ibn Nusayr, para conquistar el territorio pues, tras la derrota de

Rodrigo en la batalla de Guadalete, no volvieron a encontrar una resistencia unita-

ria. A partir de ahí, un buen número de lugares fueron sometidos mediante pactos

con poderes locales, la jerarquía eclesiástica y miembros de la aristocracia, que

intentaban salvaguardar sus propios intereses. Así se entiende que gran parte del

territorio se sometiera mediante capitulación, más que por la fuerza de las armas.

De esta forma, la mayor parte de la Península Ibérica, al-Andalus, pasó a

formar parte del Imperio musulmán, como territorio dependiente de la wilaya de

Ifriqiya, con gobernadores nombrados desde este enclave magrebí o directamente

desde Damasco, iniciándose una larga trayectoria histórica, que se prolongaría

durante ocho siglos.

58 Como expone Manuel Acién, retomando las tesis de Pierre Guichard, Ibídem, p. 25.

59 Eduardo Manzano Moreno (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus. Op. Cit., pp.

33-37.

María Antonia Martínez Núñez

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BIOGRAFÍA DE LA AUTORA

María Antonia Martínez Núñez es profesora titular de estudios árabes e islámicos

en la Universidad de Málaga, donde desempeña su labor docente e investigadora.

Actualmente es directora del Departamento de Filología Griega, Estudios Árabes,

Lingüística General y Documentación en dicha universidad. Su investigación se

centra en dos líneas prioritarias: la epigrafía árabe de al-Andalus y la ideología y

el pensamiento árabes contemporáneos. Entre sus publicaciones cabe destacar las

consagradas a la epigrafía ofi cial del Califato omeya de al-Andalus y del Califato

almohade mu’imí en el Magreb y al-Andalus: La epigrafía del Salón de Abd al-Rahman III en

Madinat al-Zahra’ (1995); Epigrafía y propaganda almohades (1997); Al-Andalus y la documenta-

ción epigráfi ca (2000); La epigrafía de Madinat al-Zahra’ (2004); El califato almohade. Pen-

samiento religioso y legitimación del poder a través de los textos epigráfi cos (2004); Ideología y epigrafía

almohades (2005); y el más reciente, Epigrafía árabe. Catálogo del Gabinete de Antigüedades.

Real Academia de la Historia (2008). En cuanto al mundo árabe contemporáneo, son

numerosas las publicaciones que ha dedicado a la confi guración de la literatura

nacional egipcia y a la recuperación del legado clásico y, más recientemente, a la

instrumentalización política del islam, al denominado islam político: Poder e instrumentos

teóricos de oposición en el islam (2004) y El papel del islam en Marruecos: legitimación del poder y

activismo político-religioso (2006).

RESUMEN

En este artículo se presenta un análisis de las diferentes posturas que se han mante-

nido acerca de la llegada de los árabes a la Península Ibérica y de los acontecimien-

tos iniciados en la primavera del año 711. Se aborda en primer lugar el tratamiento

que las fuentes medievales, tanto latinas como árabes, depararon a esos hechos

y, a continuación, la ideologización de las diferentes tendencias existentes en la

historiografía nacionalista española. Se concluye con la enumeración de las causas

históricas de la conquista y ocupación del territorio.

PALABRAS CLAVE

Conquista, historiografía, arabización, islamización, al-Andalus.

ABSTRACT

This article puts forward an analysis of the diff erent attitudes held on the arrival

of Arab people in the Iberian Peninsula and the events that occurred in the spring

of the year 711. It starts off by addressing the way medieval sources, both Latin and

Arab, handled the facts and then moves on to the ideology of the diff erent existing

trends in Spanish nationalist historiography. It concludes by enumerating all of

the historical causes of the conquest and the occupation of territory.

KEYWORDS

Conquest, historiography, arabization, islamization, al-Andalus.

¿Por qué llegaron los árabes a la Península Ibérica?: las causas de la conquista musulmana del 711

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امللخصبشأن و اإلبيرية، اجلزيرة شبه إلى العرب وصول بشأن املتبنّاة املواقف تلف حتليال املقال هذا يستعرض القرون مصادر بها ت خصّ التي املعاجلة في بداية، النظر، يتم األحداث التي بدأت في ربيع سنة 711 م. و اإلجتاهات مختلف ألدجلة التطرق الحقا، ثم، الوقائع هذه السواء، على العربية و منها الالتنية الوسطى، املوجودة في علم التاريخ القومي اإلسباني. و في اخلتام، يتم سرد قائمة باألسباب التاريخية التي أدّت إلى

الغزو و إحتالل األرض.

الكلمات املفتاحيةالغزو، علم التاريخ، التعريب، األسلمة، األندلس.

María Antonia Martínez Núñez

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