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    NDICE

    NDICE ....................................................................................................................................... 1

    LA REVOLUCIN DE 1810 ........................................................................................................ 4

    PRIMERA SESIN:La dimensin atlntica e hispanoamericana de la Revolucin de Mayo. Jos

    Carlos Chiaramonte ..................................................................................................................................... 4

    COMENTARIOS

    Tradiciones atlnticas, tradiciones hispnicas: en torno a "La dimensin atlntica e

    hispanoamericana de la Revolucin de Mayo", de Jos Carlos Chiaramonte; por Alfredo vila .... 9

    Comentarios a "La dimensin atlntica e hispanoamericana de la Revolucin de Mayo", de Jos

    Carlos Chiaramonte; por Ana Frega ............................................................................................ 13

    La historia atlntica y las revoluciones hispanoamericanas: otras perspectivas

    de anlisis, por Federica Morelli ................................................................................................. 18

    Las independencias iberoamericanas y el problema de sus alcances espaciales; por Joo Paulo

    G. Pimenta.................................................................................................................................. 23

    SEGUNDA SESIN: Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden colonial; Marcela Ternavasio . 27

    COMENTARIOS

    Comentarios al texto de Marcela Ternavasio: "Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden

    colonial"; por Noem Goldman ................................................................................................... 39

    Comentarios a "Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden colonial"; Pilar Gonzlez

    Bernaldo ..................................................................................................................................... 43

    Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden colonial. La revolucin en sus bordes; Gabriela

    To Vallejo .................................................................................................................................. 48

    Comentarios a "Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden colonial"; Genevive Verdo .... 55

    Comentarios al texto de Marcela Ternavasio "Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden

    colonial"; Fabio Wasserman ....................................................................................................... 59

    TERCERA SESIN: Los actores de la revolucin y el orden social; Ral O. Fradkin .......................... 64

    COMENTARIOS

    Comentarios al texto de Ral Fradkin "Los actores de la revolucin y el orden social"; Beatriz

    Bragoni ....................................................................................................................................... 74

    Comentarios al texto de Ral Fradkin "Los actores de la revolucin y el orden social"; Gabriel Di

    Meglio ........................................................................................................................................ 80

    Comentarios al texto de Ral Fradkin "Los actores de la revolucin y el orden social"; Judith

    Farberman .................................................................................................................................. 83

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    En torno a un problema historiogrfico. Revolucin y orden social; Sara E. Mata ....................... 88

    Comentarios al texto de Ral Fradkin "Los actores de la revolucin y el orden social"; Sergio

    Serulnikov .................................................................................................................................. 94

    CUARTA SESIN: Cambio econmico y desigualdad. La revolucin y las economas rioplatenses;

    Jorge Gelman ............................................................................................................................................ 101

    COMENTARIOS

    Comentarios al texto de Jorge Gelman "Cambio econmico y desigualdad. La revolucin y las

    economas rioplatenses"; Viviana Conti .................................................................................... 110

    Lo que la revolucin se llev: la regin del Ro de la Plata como espacio homogneo ...... Fernando

    Jumar ....................................................................................................................................... 116

    Comentario al texto de Jorge Gelman "Cambio econmico y desigualdad. La revolucin y las

    economas rioplatenses"; Roberto Schmit ................................................................................ 123

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    Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani no.33 Buenos

    Aires ene./dic. 2011

    Presentacin

    El presente volumen recoge las distintas ponencias y sus comentarios presentados y

    discutidos en las jornadas organizadas por el Instituto Ravignani en torno al Bicentenario

    de la Revolucin de Mayo, que tuvieron lugar en Buenos Aires entre los das 6 y 9 de abril

    de 2010. Para ello, se solicit a los participantes que dieran forma por escrito a sus

    intervenciones, faltando aqu slo la de Silvia Palomeque, quien por diversos

    inconvenientes no pudo remitirla. La Direccin del Instituto y el Comit Editor del Boletn

    desean agradecer a todas las personas e instituciones que de una u otra forma permitieron

    que esas Jornadas constituyeran un importante hito en los debates historiogrficos del

    presente. A la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, al

    CONICET y a la Agencia Nacional de Promocin Cientfica y Tecnolgica, cuyo apoyo

    financiero permiti solventar los gastos de organizacin; al rector de la UBA, Dr. Rubn

    Hall, quien honr estas Jornadas con su presencia en la sesin inaugural; a los expositores

    y comentaristas, llegados de todo el pas y del exterior; a los coordinadores de las distintas

    sesiones, Klaus Gallo, Roberto Di Stefano, Gustavo Paz, Julio Djenderedjian, Nora Pagano,

    Hilda Sabato, Juan Manuel Palacio y Roy Hora, quienes tuvieron a su cargo la difcil

    moderacin de las discusiones, con un tiempo disponible a menudo muy acotado; a Claudio

    Belini, Julin Giglio, Toms Guzmn, Daniel Santilli y Fabio Wasserman, quienes

    brindaron su mejor voluntad para resolver los mltiples aspectos organizativos; y en fin, a

    los participantes que colmaron las salas y animaron el debate con sus observaciones y

    comentarios.

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    LA REVOLUCIN DE 1810

    PRIMERA SESIN

    La dimensin atlntica e hispanoamericana de la Revolucin de Mayo

    Jos Carlos Chiaramonte

    Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"

    El ttulo de esta sesin, que al distinguir esas dos dimensiones sugiere una tipologa, suscita

    un problema complejo. Y doy por sentado que estamos considerando una relacin

    conceptual y no meramente geogrfica.

    Antes, tengamos en cuenta que a diferencia del concepto de lo hispanoamericano, el de lo

    atlntico es reciente; sin embargo, como record Horst Pietschman, ha sufrido un

    incremento inflacionario dentro del rea anglosajona, hasta el punto de bosquejar una suerte

    de subdisciplina.1 Bernard Bailyn procur rastrear la gnesis del concepto, cuya emergencia

    ubica hacia 1917 vinculado a las caractersticas de las alianzas internacionales originadas

    por la Gran Guerra, como fruto del propsito de los lderes occidentales de construir un

    conjunto poltico en torno a los valores de la cultura occidental, y por consiguiente,

    utilizndolo para promover la imagen de alianzas internacionales congruentes con tal

    propsito.

    Por similares motivos, luego de un prolongado eclipse, la imagen de un conjunto atlntico

    renacera en ocasin de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Pietschman, Bailyn se

    esfuerza para sealar que ese concepto no posee las caractersticas con que Braudel pensaba

    el mundo mediterrneo -en una forma que Bailyn considera desagregativa-, ni refiere a la

    historia imperial -britnica, espaola o portuguesa-, ni a la de las exploraciones y

    descubrimientos transocenicos.2 Por aadidura, el mundo atlntico es visto como un

    escenario integrador, en el que se interrelacionaran dos grandes y opuestas tradiciones, la

    de un mundo catlico imperial en el Sur americano y la de un rea protestante comercial en

    el Norte.

    Es de destacar entonces que quienes han utilizado el concepto, como los recin citados, no

    han excluido al mundo hispnico. Ya en la introduccin de Elliot al volumen editado por

    Canny y Pagden sobre las identidades nacionales en el mundo atlntico, en el que el

    concepto apareca en su papel central, se subrayaba que pese a la diferencia entre la

    colonizacin ibrica y la anglosajona, se poda establecer un gran nmero de caractersticas

    y problemas en comn. Elliott registraba diversos factores de diferenciacin a lo largo del

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    mundo colonial, pero aada luego que haba indudables constantes en el proceso de

    migracin atlntica y colonizacin de ambos orgenes.3

    De acuerdo con lo que surge de estas sintticas referencias y del detallado relato que hace

    Bailyn del surgimiento del concepto de mundo atlntico, no cabra entonces distinguir una

    "dimensin" hispanoamericana como algo distinto de la "dimensin atlntica". La historia

    atlntica sera "el desarrollo histrico de la zona de interaccin entre los pueblos del

    Occidente Europeo y Africano y las Amricas."4

    Pero la comprensin del concepto de lo atlntico no es meramente geogrfica. l implica

    tambin una cierta unidad histrica proveniente de algunos rasgos fundamentales de la

    historia del ltimo milenio, vinculados a la difusin de tradiciones culturales de lejanas

    races medievales, en especial las relacionadas con el cristianismo. El concepto de lo

    atlntico es as considerado un esfuerzo por trascender los lmites de las historiografas

    nacionales y ubicar en esa amplia perspectiva no slo las particularidades de cada caso

    nacional o regional, sino tambin las a veces sorprendentes similitudes de los mismos.

    El nombre de esta reunin es, por lo tanto, problemtico. Es decir, si lo hispanoamericano

    no consistira en una dimensin opuesta a la atlntica sino en una parte de ella, entonces

    debemos pensar que hemos apuntado a establecer una distincin utilizando denominaciones

    no apropiadas para tal propsito. Pero si, pese a ello, sentimos que la historia de las

    revoluciones hispanoamericanas conformara algo particular -dado que ha existido la

    tentacin de apuntar tambin a una tipologa de revoluciones al acuarse la inclusiva

    expresin "revoluciones del mundo atlntico", que echaron a andar Jacques Godechot y

    Richard Palmer-,5 podramos intentar reformular aquella dicotoma para procurar aclararnos

    la peculiaridad del caso hispanoamericano.

    Esto puede constituir una va fructfera, siempre que superemos algunos prejuicios que

    conservan an cierta vigencia. Por ejemplo, el de suponer que la contraposicin de aquellas

    dos dimensiones se debe a que la primera sera caracterizada por rasgos extrahispnicos -y

    quiz pensados como "modernos"- y que la "dimensin" hispanoamericana, en cambio, es

    de contenido "hispanista", esto es, "tradicional", y por consiguiente, de fundamento catlico

    y opuesta a la cultura de los pases de predominio protestante. Tipologa con la que, en

    ambos casos, deformamos de un modo esquemtico la realidad.

    El camino a seguir sera, entonces, o bien el de intentar definir nuevamente las dos

    "dimensiones" que daran cuenta de la particularidad de la hispanoamericana, o bien el de

    abandonar ese enfoque fundado en supuestas tipologas y buscar otra va no tributaria de

    ellas para explorar mejor la particularidad de las revoluciones de independencia

    hispanoamericanas.

    Al llegar a este punto, es oportuno recordar que una de las ms influyentes visiones de la

    historia de las revoluciones de independencia hispanoamericanas, la de Franois-Xavier

    Guerra, si bien no usa aquella dicotoma, utiliza otra, la de lo espaol y lo francs,

    dedicando lo fundamental de su estudio al examen comparativo de las caractersticas de la

    cultura francesa y de la espaola, fuese en sus aspectos "tradicionales" o "modernos".6 Su

    anlisis ahonda en los elementos "modernizadores" de la revolucin hispnica de

  • 6

    comienzos del siglo XIX, los que en lugar de ser interpretados -reclamaba- como expresin

    de una burguesa, deban ser vistos como animadores de lo que consideraba la gran

    innovacin del siglo XVIII: la instalacin de una esfera pblica.

    Las brillantes pginas escritas por Guerra sobre la eclosin de esa esfera pblica son

    ciertamente uno de sus su mayores aportes a la historia de las independencias, y han

    contribuido a un mejor enfoque de ella. Pero esto es vlido siempre que las despojemos de

    la esquemtica dicotoma modernidad / tradicin en que enmarcaba su anlisis, y de la

    excesiva reaccin contra el anterior predominio de la historia econmica. Y, sobre todo,

    siempre que superemos su desatencin de todo lo que supone la anterioridad de la

    Revolucin Norteamericana -casi inexistente en su anlisis- con respecto a la Francesa.

    Lo que encontramos entonces en la perspectiva de Guerra no es la dialctica de lo atlntico

    y lo hispanoamericano, sino la de "Revolucin Francesa y revoluciones hispnicas", lo

    revolucionario francs e hispanoamericano, en funcin de evaluar el ingreso a la

    "modernidad". De modo que, cuando en tren de sintetizar abandona el rico anlisis de las

    afinidades y oposiciones entre la monarqua absoluta, los sectores tradicionales y las elites

    modernizadoras, las opuestas "dimensiones" que invoca son las de sociedades tradicionales

    y poltica moderna, arcasmo social y modernidad poltica; dicotomas que, con distintas

    modalidades y diversas consecuencias, ve compartidas tanto por Espaa y sus colonias

    como por Francia y otras regiones europeas.7

    Pero si hay una revolucin que en perspectiva comparativa, lejos de poder ser obviada,

    resulta de la mayor trascendencia, es la de las colonias angloamericanas. En primer lugar,

    por todo lo que ella inicia y por cmo incluso repercute en la Revolucin Francesa, y

    adems, porque a diferencia de la Revolucin Francesa, se trata, como las

    hispanoamericanas, de una revolucin de independencia.

    Sin embargo, al encarar esto, insisto, sera conveniente evitar las tipologas, matrices,

    modelos, dimensiones o como queramos llamar al supuesto de la existencia de formas

    definidas de procesos histricos que daran cuenta de las modalidades particulares de

    algunos de ellos. En su lugar, me parece ms vlido un camino que, como alguna vez lo

    resumi Halperin, implica que "los hechos histricos no sern ya explicados por una

    realidad esencial, sea ella natural o metafsica, sino -ms modesta pero tambin ms

    seguramente- por la historia misma."8

    Porque apenas iniciamos un examen comparativo de ambos procesos revolucionarios, el

    hispano y el angloamericano, se nos impone cantidad de semejanzas, no slo de diferencias.

    En primer lugar, que la revolucin no adviene como efecto de una nacin en formacin sino

    como decisin de cada uno de los distritos polticos dependientes de las monarquas. Que la

    primera tendencia a una unin poltica de mayores dimensiones entre ellos se dio bajo

    forma confederal. Y que la legitimidad de lo actuado se escudaba en el principio del

    consentimiento, principio en nombre del cual, como subrayaba Manin,9 se hicieron las tres

    grandes revoluciones del mundo moderno. Contabilidad que podramos ampliar, mutatis

    mutandis, con un cuarto caso, el de las hispanoamericanas.

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    Pero, de inmediato, se imponen tambin las grandes diferencias. Y no es la menor a

    considerar que, mientras la revolucin de las colonias angloamericanas se enfrentaba a la

    mayor potencia de la poca, Gran Bretaa, la de las colonias hispanoamericanas desafiaba a

    una potencia en decadencia como Espaa, y al mismo tiempo se apoyaba, para combatirla,

    en el podero britnico. Asimismo, las diferencias de cultura poltica y de culto religioso -

    sin iglesia nica en el caso angloamericano- y, lo ms obvio, la exitosa instalacin de un

    nuevo sistema poltico en el Norte frente a la accidentada historia poltica iberoamericana.

    Adems, dando el imprescindible ingreso a la historia econmica, la decisiva acumulacin

    de capital que la inexistencia de un mecanismo de succin metropolitano como el de la

    Real Hacienda espaola haba facilitado a los colonos angloamericanos a lo largo de la

    mayor parte de su dependencia colonial.

    El anlisis comparativo podra proseguir ahondando en los distintos caminos seguidos en

    ambos casos para constituir una nacin, anlisis que volver a mostrarnos semejanzas y

    diferencias, cuya explicacin nos remite no a modelos o tipologas sino a diversos factores.

    Por ejemplo, las recin esbozadas particularidades de las elites locales -formacin

    intelectual, experiencia en prcticas representativas, poder econmico- as como las

    relaciones de fuerzas entre ellas y con la metrpolis.

    Entre esas diferencias, es de destacar que, mientras en el caso angloamericano el trnsito de

    la confederacin a una mayor unidad poltica respet el principio del consentimiento, de

    manera que el Estado federal erigido por la Constitucin de Filadelfia no tard ms de

    cuatro aos en lograrse, en el caso rioplatense el proceso fue distinto y dilatado, debido, en

    gran medida, a la violacin de aquel principio. Esto ya haba sido criticado a los porteos

    en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, produciendo una respuesta formal de que lo

    actuado se deba a la urgencia de la situacin y que ya se requerira el consentimiento de los

    otros pueblos del Virreinato. De all en adelante, la puja entre los partidarios de un poder

    centralizado y los defensores de las autonomas locales -puja, insistamos, tambin capital

    en el caso angloamericano- no logr un acuerdo legtimo como el que dio lugar al Acta de

    Confederacin angloamericana. As, la abrupta irrupcin de la dictadura del Primer

    Triunvirato comenz a marcar un sendero de conflictos que dilataran la constitucin

    formal del pas hasta 1853. Una dictadura, agreguemos, que como las posteriormente

    abundantes en todo el territorio con la denominacin de facultades extraordinarias, careca

    del requisito del consentimiento y configuraba lo que en lenguaje de poca se denominaba

    despotismo.

    Por ltimo, una va merecedora de mayor exploracin es la del en apariencia obvio

    contraste proveniente de la experiencia, o carencia de ella, en prcticas representativas

    durante los tiempos coloniales, asunto que lleg a ser un lugar comn en los balances

    realizados al iniciarse la segunda mitad del siglo XIX, tales como los de Sarmiento, Fras,

    Alberdi y otros. Por ejemplo, escriba Sarmiento en 1841:

    Por todas partes se adopt el sistema de gobiernos representativos, como que ninguna otra forma se ofreca

    que no pugnase con la condicin social de los pueblos, con la marcha del siglo que lo ha proclamado como el

    nico legtimo y posible, con las tendencias dominantes de Europa y con el feliz ejemplo de la Amrica del

    Norte y finalmente con las circunstancias y las ideas recibidas.

  • 8

    E insista en 1850:

    Norte Amrica se separaba de la Inglaterra sin renegar la historia de sus libertades, de sus jurados, sus

    parlamentos y sus letras. Nosotros, al da siguiente de la revolucin, debamos volver los ojos a todas partes

    buscando con qu llenar el vaco que deban dejar la inquisicin destruida, el poder absoluto vencido, la

    exclusin religiosa ensanchada.10

    Se trata de una perspectiva comparativa que iba a persistir hasta convertirse en un lugar

    comn en la cultura poltica latinoamericana. Una perspectiva que, como comentaba en un

    trabajo reciente, lleg hasta reflejarse en la informal pero elocuente pregunta: "Por qu les

    fue como les fue y por qu nos fue como nos fue?".11

    Por otra parte, ella nos provee otro ejemplo de la inadecuacin de la dicotoma tradicional /

    moderno, algo que surge de lo percibido por Flix Fras en 1857, al sealar:

    Los norteamericanos eran libres ya antes de la independencia, y tenan instituciones y costumbres antiguas

    que slo debieron continuar. En consecuencia, las innovaciones no tuvieron que enfrentar una lucha

    encarnizada con las tradiciones. Ellos [...] pueden volver la vista a los fundadores de su independencia, sin

    tener que reprocharles teoras absurdas ni ambiciones insensatas.12

    Si obviamos el tono prejuiciado de la ltima frase, proveniente de un militante intelectual

    catlico, la observacin se ajusta a lo ocurrido en el nacimiento de los Estados Unidos de

    Norteamrica: el surgimiento de instituciones que, en el lenguaje que hemos criticado,

    podran calificarse de "modernas", apoyadas en parte en pautas "tradicionales" de las

    sociedades angloamericanas.

    Para concluir, agregara que, siguiendo esta lnea de argumentacin, suprimira el matiz

    tipolgico que evoca el concepto de "dimensiones" y considerara a las revoluciones

    hispanoamericanas como casos particulares de las tendencias revolucionarias que

    sacudieron a muchas regiones del mundo atlntico -geogrficamente considerado- durante

    la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX.

    Notas

    1 Horst Pietschmann, "Introduction: Atlantic History - History between European History and Global

    History", en Horst Pietschmann (ed.), Atlantic History. History of the Atlantic System, 1580-1830, Gtingen,

    Vandenhoeck & Ruprecht, 2002, pg. 11. [ Links ] Similar observacin es hecha por David Armitage,

    "Three Concepts of Atlantic History", en David Armitage y Michael J. Braddick (eds.), The British Atlantic

    World, 1500-1800: Second Edition, Palgrave Macmillan, 2009 (1a. edicin: 2002), pg. 12. [ Links ]

    2 Bernard Bailyn, Atlantic History: Concept and Contours, Cambridge / London, Harvard University Press,

    2005. [ Links ]

    3 John H. Elliott, "Introduction. Colonial Identity in the Atlantic World", en N. Canny y A.

  • 9

    COMENTARIOS

    Tradiciones atlnticas, tradiciones hispnicas: en torno a "La dimensin

    atlntica e hispanoamericana de la Revolucin de Mayo", de Jos Carlos

    Chiaramonte

    Alfredo vila

    Instituto de Investigaciones Histricas, Universidad Nacional Autnoma de Mxico

    En mayo de 2008, Roberto Brea llamaba la atencin sobre el empleo de la perspectiva

    atlntica en el estudio de las revoluciones hispanoamericanas. Segn su advertencia,

    todava no se haba avanzado bastante en el examen de los procesos de emancipacin desde

    un anlisis "hispnico" como para abandonarlo en pos de una mirada ms amplia. Desde su

    opinin, una perspectiva atlntica nos hara perder de vista las peculiaridades del proceso

    revolucionario hispanoamericano, o en todo caso, ponderara (de una manera "excesiva")

    los elementos discursivos sobre los acontecimientos que provocaron la cada de la

    monarqua espaola y el surgimiento posterior de Estados nacionales.1 El texto de Jos

    Carlos Chiaramonte vuelve sobre el tema de la inclusin de los procesos regionales de

    fractura de la monarqua espaola en otros ms amplios, desde una perspectiva crtica. Se

    percata de que la historia atlntica y la hispanoamericana, ms que designar espacios

    geogrficos en los cuales evidentemente quedan incorporados los procesos regionales, son

    conceptos con fuertes implicaciones. Para empezar, la comparacin de los procesos francs,

    britnico y estadounidense con los iberoamericanos tiende a mostrar las caractersticas sui

    gneris de estos ltimos frente a casos presuntamente modlicos. Por supuesto, lo anterior

    no es motivo para abandonar la perspectiva atlntica. Basta tener en cuenta que no se trata

    de comparar procesos sino de observar sus relaciones. Algo parecido puede decirse de la

    perspectiva hispanoamericana, que -como bien seala Chiaramonte- podra considerarse

    como parte de la atlntica, pero que en trminos conceptuales es muy diferente.

    Para el caso mexicano (y me parece que no slo mexicano), durante largo tiempo la

    historiografa nacionalista aisl el surgimiento de la nacin independiente de la historia

    espaola, en buena medida porque se crea que, en tanto que un proceso de

    descolonizacin, fue hecho en contra de una metrpoli que se supona opresiva y desptica.

    Ya en 1953, Luis Villoro (autor de uno de los ms influyentes estudios sobre la revolucin

    de independencia) se percat de la impronta del constitucionalismo espaol en el

    mexicano,2 pero la tendencia historiogrfica iba en sentido contrario. Para buena parte de

    los historiadores mexicanos de las dcadas siguientes, la revolucin de independencia era

    hija legtima del enciclopedismo, de la Revolucin Francesa y del constitucionalismo

    francs.3 Para sostener estas hiptesis se oper con una curiosa maniobra historiogrfica.

  • 10

    Los defensores del gobierno virreinal descalificaron a los independentistas acusndolos de

    ser agentes napolenicos, infectados por las ideas revolucionarias francesas. Pues bien,

    estas acusaciones se convirtieron en las mejores pruebas de que los revolucionarios

    novohispanos tenan un vnculo claro y directo con sus predecesores franceses. La

    influencia estadounidense era ms fcil de "probar", pues se consider que las instituciones

    federales adoptadas por la repblica no eran sino calco de las del pas del Norte, versin

    que echaron a andar desde la primera mitad del siglo XIX los detractores del federalismo

    para combatirlo. La misma paradoja: lo que en su momento fue un argumento poltico para

    desprestigiar unas instituciones, se convirti en muestra de la filiacin revolucionaria y

    liberal (nada hispnica) del nacimiento del Estado mexicano.

    Tal vez fue Franois-Xavier Guerra quien ms contribuy a cambiar esas interpretaciones,

    pero esto no debe hacernos perder de vista que desde dcadas antes algunos historiadores

    valoraban las propias tradiciones hispnicas para explicar el proceso de independencia y

    surgimiento del Estado nacional mexicano. Historiadores como Silvio Zavala y Carlos

    Herrejn Peredo procuraron rescatar el pensamiento neoescolstico como una propuesta

    libertaria que, a la larga, sera manantial que nutriera a los prceres de la independencia.4

    Ms recientemente, otros autores han explicado el proceso emancipador atendiendo a sus

    orgenes "hispnicos", sin influjos anglosajones o franceses. Desde este punto de vista, la

    tradicin poltica espaola provea de los suficientes argumentos a los miembros de las

    elites hispanoamericanas de comienzos del siglo XIX para exigir igualdad frente a la

    pennsula. Siguiendo los argumentos empleados en las discusiones polticas de promotores

    de la independencia como Servando Teresa de Mier, algunos autores han sealado que los

    dominios espaoles en Amrica nunca fueron colonias sino reinos federados, en igualdad

    de condiciones con los de la pennsula, en los que los conflictos eran resueltos mediante el

    aparato institucional sin ocasionar descontento ni tensiones sociales. De tal manera, fue

    exclusivamente la desaparicin de la cabeza de la monarqua la que caus que la "soberana

    regresara al pueblo", argumento que desde esta perspectiva se encontraba ya en la tradicin

    del pensamiento poltico hispnico desde el siglo XVI,5 con lo cual se quita toda

    originalidad al proceso revolucionario decimonnico.

    Puede argirse que esta historiografa es muestra de una reaccin normal a otra que negaba

    lo espaol y buscaba filiaciones directas con las tradiciones francesa y estadounidense. No

    obstante, me parece que si la historiografa nacionalista pecaba de localismo al

    desvincularse del proceso revolucionario hispnico, sucede lo mismo con esta nueva (o no

    tan nueva) historiografa hispanista, que pretende desconocer todas las relaciones del

    proceso de fractura y revolucin de las monarquas ibricas con los procesos atlnticos.

    Esto se debe, en buena medida, a que -tal como hacan los historiadores nacionalistas- se

    trata de una historiografa en bsqueda de "influencias", de "orgenes" de la modernidad y

    que, por supuesto, consigue demostrar que el pensamiento espaol de los siglos XVI a XIX

    era ms moderno que el de otras tradiciones polticas.6 Tal como Roger Chartier advirti

    respecto a considerar que la Ilustracin fue el origen de la Revolucin Francesa, ni siquiera

    es probable que exista una "tradicin intelectual hispnica", sino que es producto de una

    historiografa teleolgica, en la que se recuperan slo ciertos antecedentes y no otros, y a

    los que se dota de una unidad y coherencia que no tenan.7

  • 11

    Averiguar quin dijo primero que la soberana de los monarcas estaba mediada por la

    voluntad de sus sbditos, o quin invent aquello de que el individuo tiene derechos, no

    explica las caractersticas de la discusin poltica del perodo revolucionario. Como advirti

    Marc Bloch, hay algo de ingenuidad en creer que "los orgenes explican" todo. Es ms

    importante entender por qu y bajo cules condiciones las ideas fueron empleadas en las

    discusiones.8 As, parece ms importante estudiar los contextos en los que se elaboraron

    discursos (que recurran a diversas tradiciones segn la conveniencia del momento) sobre

    los cuales se configuraran las propuestas y proyectos polticos de los procesos

    emancipadores.9

    Es desde este punto de vista (que es, segn me parece, el que sostiene Brea) que la

    recuperacin de la dimensin especficamente hispnica resulta importante, pero tambin

    desde el cual el estudio de la dimensin atlntica merece atencin, como bien ha apuntado

    Chiaramonte. En particular porque si bien son los contextos los que permiten entender las

    respuestas que se dieron a diversos problemas del perodo revolucionario, los problemas

    fueron los mismos desde Estados Unidos hasta el Ro de la Plata cuando desapareci un

    gobierno establecido sobre bases incuestionables y se inici el tortuoso proceso de

    sustituirlo por uno convencional: cmo formar gobierno? Cmo permitir -y qu tanto

    permitir- la participacin poltica de sectores sociales marginados? Cmo regular la

    competencia poltica? Cmo conciliar las demandas de autogobierno de las comunidades,

    pueblos, villas y provincias con la construccin de Estados? Estas preguntas fueron

    compartidas por los angloamericanos y los iberoamericanos. Las respuestas fueron en

    algunos casos diferentes, debido a las condiciones sociales, econmicas y culturales de cada

    regin; pero en muchos otros fueron las mismas. Despus de todo, se enfrentaban a una

    misma problemtica.

    Notas

    1 Roberto Brea, "Ideas, acontecimientos y prcticas polticas en las revoluciones hispnicas", en A. vila y

    P. Prez Herrero (comps.), Las experiencias de 1808 en Iberoamrica, Mxico, Universidad de Alcal /

    Universidad Nacional Autnoma de Mxico, Instituto de Investigaciones Histricas, 2008, pp. 135-

    145. [ Links ]

    2 Luis Villoro, La revolucin de independencia, Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1953,

    p. 99-107. [ Links ]

    3 A. vila, "De las independencias a la modernidad. Notas sobre un cambio historiogrfico", en E. Pani y A.

    Salmern, Conceptualizar lo que se ve. Franois-Xavier Guerra, historiador. Homenaje, Mxico, Instituto de

    Investigaciones Dr. Jos Mara Luis Mora, 2004, pp. 76-112. [ Links ]

    4 Silvio Zavala, Por la senda hispana de la libertad, Madrid, Mapfre, 1992; [ Links ] Carlos Herrejn

    Peredo, Hidalgo antes del Grito de Dolores, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicols de Hidalgo,

    1992. [ Links ] Franois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones

    hispnicas, Madrid, Mapfre, 1992. [ Links ]

    5 Jaime E. Rodrguez O., The Independence of Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press,

    1998, pp. 46-49; [ Links ] y M. Quijada, "From Spain to New Spain: Revisiting the Potestas Populi in

    Hispanic Political Thought", Mexican Studies, 24, 2, Oakland, summer 2008, pp. 185-219. [ Links ]

  • 12

    6 Quijada, "Las 'dos tradiciones'. Soberana popular e imaginarios compartidos en el mundo hispnico en la

    poca de las grandes revoluciones atlnticas", en Jaime E. Rodrguez O. (ed.), Revolucin, independencia y

    las nuevas naciones de Amrica, Madrid, Mapfre, 2005, 61-86. [ Links ]

    7 Roger Chartier, Les origines culturells de la Rvolution franaise, Paris, Editions du Seuil, 2000, pp. 15-19

    ; [ Links ] vase tambin el posfacio "L'vnement et ses raisons", pp. 283-298.

    8 Marc Bloch, The Historian's Craft, trad. de Peter Putnam, Manchester, Manchester University Press, 1976,

    pp. 30 y 34. [ Links ]

    9 Recupero la crtica de Michel Foucault a la bsqueda de orgenes, que desestima la originalidad de los

    procesos que se estn estudiando al suponer que sus caractersticas existan antes de su propio advenimiento:

    Michel Foucault, "Nietszche, Genealogy, History", en Language, Counter-memory, Practice. Selected Essays

    and Interviews, Donald Bouchard (ed.), Ithaca, New York, Cornell University Press, 1980, pp. 152-154.

  • 13

    Comentarios a "La dimensin atlntica e hispanoamericana de la

    Revolucin de Mayo", de Jos Carlos Chiaramonte

    Ana Frega

    Universidad de la Repblica, Uruguay

    La ponencia de Jos Carlos Chiaramonte cuestiona las posibilidades explicativas de abordar

    la Revolucin de Mayo desde su "dimensin atlntica e hispanoamericana" o desde otras

    tipologas que supongan "la existencia de formas definidas de procesos histricos que

    daran cuenta de las modalidades particulares de algunos de ellos." En su lugar, nos invita a

    estudiar "las revoluciones hispanoamericanas como casos particulares de las tendencias

    revolucionarias que sacudieron a muchas regiones del mundo atlntico -geogrficamente

    considerado- durante la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX", agregando que

    los enfoques comparativos contribuyen a explicar los distintos caminos y puntos de llegada

    en cada caso concreto. En esa direccin, se detiene en la importancia que la revolucin de

    las colonias inglesas en Amrica del Norte tuvo en las revoluciones hispanoamericanas.

    Chiaramonte repasa algunas semejanzas entre esos procesos revolucionarios y de

    constitucin de naciones -tales como la apelacin al principio del consentimiento, las

    tendencias confederales o las prcticas representativas-, para luego presentar algunas

    diferencias significativas -las relaciones de fuerza entre las metrpolis y entre stas y las

    elites locales, las condiciones para la acumulacin de capital o la cultura poltica y

    religiosa, entre otras- detenindose en ejemplos concretos del Ro de la Plata.

    El presente comentario se inscribe en esas lneas, procurando, adems, relacionar regiones

    y procesos que han sido separados de un modo artificial por las historiografas nacionalistas

    o localistas. Un ejemplo de esta deformacin anacrnica es la afirmacin de que en "el

    Uruguay la lucha contra Espaa fue la lucha contra la autoridad de Buenos Aires, llamrase

    sta Virrey o Directorio".1 Frente a ello, entonces, entendemos necesario partir del hecho de

    que la Revolucin de Mayo no fue un fenmeno "ajeno" o circunscripto a la cabecera del

    Virreinato, recuperando la "cercana" vivida por sus contemporneos.

    Como ha sealado Chiaramonte, la revolucin adviene "como decisin de cada uno de los

    distritos polticos dependientes de las monarquas". En sus estudios sobre el Ro de la Plata,

    este historiador ha contribuido de manera significativa a la interpretacin del proceso

    abordando el surgimiento de las "regiones-provincias" y su compleja y conflictiva

    bsqueda de formas de asociacin poltica.2 En mis trabajos sobre la revolucin encabezada

    por Jos Artigas en el marco de la revolucin rioplatense he planteado los distintos

    sentidos, apropiaciones e interpretaciones que tuvo la nocin de "soberana particular de los

    pueblos" en la lucha por el poder en distintas escalas territoriales, y cmo, en cada nivel, los

    poderes pretendidamente centrales consideraron disgregadora la reasuncin de la soberana

    por unidades "menores", y postularon que ello era fuente de caos, anarqua y desintegracin

  • 14

    social.3 Pero aun en esta "lucha de soberanas" -tomando la expresin de Antonio Annino-

    el proyecto artiguista acept el carcter fundacional de la Revolucin de Mayo. Sintetizado

    en el lema "Libertad y unin", el artiguismo reconoca en el 25 de mayo de 1810 "el da de

    la libertad",4 conmemorando dicho acontecimiento aun en los momentos ms lgidos de la

    lucha contra el Directorio de las Provincias Unidas y las tropas luso-brasileas.

    Ahora bien, as como las manifestaciones revolucionarias en los distintos espacios

    geogrficos que conformaban el antiguo Virreinato deben estudiarse en el marco del "todo"

    que fue la Revolucin en el Ro de la Plata, dando cuenta de sus interacciones, vnculos y

    conflictos, es necesario contribuir colectivamente a la elaboracin de un modelo explicativo

    que integre esas "partes" en el "todo" de los procesos revolucionarios a nivel mundial. En

    esta lnea de razonamiento, la Revolucin de Mayo es tambin una "parte" de las

    tendencias revolucionarias que se venan dando desde mediados del siglo XVIII -a las que

    deben incorporarse las ocurridas en el siglo XVII en la isla de Gran Bretaa y en los Pases

    Bajos- y como tal debe ser estudiada. La propuesta de abordaje debera contemplar la

    diversidad intercontinental, regional, local y de pequeos grupos de individuos e intereses,

    a la vez que sus interrelaciones complejas y conflictivas.

    El Ro de la Plata era una regin abierta al mundo. El peso creciente del intercambio

    comercial con luso-brasileos, britnicos y estadounidenses en las dcadas previas al

    estallido revolucionario expresaba la debilidad del control del comercio colonial por parte

    de Espaa y la participacin creciente del Ro de la Plata en un mercado capitalista mundial

    en formacin. Las expediciones militares britnicas a las ciudades-puerto de Buenos Aires

    y Montevideo en 1806 y 1807, as como sus consecuencias en la recomposicin de las

    fuerzas sociales en el Virreinato del Ro de la Plata y en su relacin con la metrpoli,

    fueron percibidas como un punto de inflexin por los contemporneos. La invasin

    napolenica a la pennsula Ibrica y las abdicaciones de Bayona terminaron por dejar

    expuesta la incapacidad de la Corona espaola para conservar sus dominios, a la par que

    brindaron argumentos justificativos para que los poderes locales depusieran autoridades,

    desobedecieran mandatos o formaran juntas de gobierno.

    Bajo qu prismas procuraron comprender la realidad que se estaba viviendo? Cun

    "extranjeros" o "ajenos" podan resultar en el Ro de la Plata los planteos britnicos? En esa

    poca de incertidumbres, cmo se dieron las relaciones con los distintos "partidos" en la

    pennsula Ibrica y la Amrica hispana, Inglaterra o los Estados Unidos? Dada la movilidad

    e influencia de personajes que actuaron como "gestores polticos" en la sucesin de

    gobiernos que procuraron su estabilidad a partir de la ruptura revolucionaria, a qu

    modelos o referentes doctrinarios apelaron en cada instancia?

    En los contemporneos de ambos bandos estuvo presente la idea de que se formaba parte de

    un proceso mundial. Un artculo publicado originalmente en El Conciso de Cdiz y

    transcripto en la Gazeta de Montevideo a comienzos de mayo de 1811 procuraba resaltar

    las diferencias entre la Revolucin Francesa y las de "Buenos Aires, Santa Fe, Quito,

    Caracas y Quertaro".5 Si bien aceptaba la posibilidad de que la revolucin fuera un

    proceso mundial -"se ha dicho que la Revolucin dar la vuelta al mundo"-, el articulista

    confiaba en que los "crmenes y atrocidades de los revolucionarios de Francia, sus

    absurdos, despropsitos, teoras" fueran "el mejor antdoto para los dems pueblos". Pocos

  • 15

    das despus, ocurrido el triunfo patriota en Las Piedras y con la ciudad de Montevideo

    sitiada por el ejrcito comandado por Jos Artigas, un "Espaol Americano" mostr una

    visin ms sombra, condenando las acciones de unos hombres "hechizados con las voces

    seductoras de la vana Filosofa", que deseaban "satisfacer su detestable ambicin con las

    ruinas de todo el globo."6 Las referencias crticas se centraban en el modelo francs. Sin

    embargo, las conexiones anglo-norteamericanas de la revolucin rioplatense y su papel en

    la propagacin de ideas independentistas no fueron ajenas a quienes se enfrentaron a la

    Revolucin de Mayo. El Comandante del Apostadero Naval de Montevideo, Jos Mara de

    Salazar, denunci en forma reiterada que "los ingleses y americanos han fomentado y

    favorecido esta revolucin", agregando: "Mientras pisen este suelo no habr en l

    tranquilidad, debindose temer que suceda lo mismo en todos aquellos a donde lleguen con

    su comercio o contrabando".7

    Las ideas y la experiencia anglo-norteamericana estuvieron presentes desde los inicios de la

    Revolucin de Mayo. Ejemplo de ello es la mencin de Mariano Moreno a las

    "Observaciones sobre la Virginia" de Thomas Jefferson en las pginas de la Gazeta de

    Buenos-Ayres.8 Asimismo, Eusebio Valdenegro y Leal en su "Cancin patritica", llamaba

    a seguir el ejemplo de Amrica del Norte:

    Si hubo un Wassinton

    En el norte suelo,

    Muchos wassintones

    En el sud tenemos:

    Si all han prosperado

    Artes, y comercio

    Valor compatriotas

    Sigamos su exemplo.9

    Entre las fuentes que conformaron el sentido que el artiguismo atribuy a la revolucin,

    figuran dos obras que daban cuenta de los fundamentos y la experiencia anglo-

    norteamericana, traducidas por el venezolano Manuel Garca de Sena y publicadas en

    Filadelfia en 1811 y 1812. La primera de ellas, La independencia de la Costa firme

    justificada por Thomas Paine treinta aos ha, inclua escritos de Paine y los textos

    constitucionales de los Estados Unidos y de los estados de Massachusetts, Pennsylvania y

    Virginia, entre otros.10

    La segunda, Historia concisa de los Estados Unidos desde el

    descubrimiento de la Amrica hasta el ao de 1807, de John M'Culloch, presentaba una

    visin del proceso revolucionario. Sobre este libro escribi Artigas al Cabildo Gobernador

    de Montevideo: "Yo celebrara que esa historia tan interesante la tuviese cada uno de los

    Orientales".11

    En la mirada de H. M. Brackenridge, secretario de la misin del gobierno estadounidense

    que lleg al Ro de la Plata en 1818, el artiguismo estaba lejos de seguir el modelo de la

    Repblica del Norte. Refirindose a Jos Monterroso, fraile franciscano secretario de Jos

    Artigas, sealaba: "Profesa ser en sentido literal un seguidor de las doctrinas polticas de

    Paine; y prefiere la Constitucin de Massachusetts como la ms democrtica, sin darse

    cuenta, al parecer, de que los modales y las costumbres de un pueblo son elementos muy

    importantes a considerar."12

    El comisionado aluda a las diferencias significativas entre las

    colonias espaolas y las anglo-norteamericanas. Puede ser este un ejemplo ms de los

  • 16

    planteados por Jos Carlos Chiaramonte en su ponencia, al resaltar las diferentes culturas

    polticas y, especialmente, el hecho de que mientras en el proceso norteamericano se habra

    respetado el principio del consentimiento, en el Ro de la Plata la caracterstica habra sido

    la violacin de aquel principio. Adems, dado que en el "Sistema de los Pueblos Libres" el

    control poltico estaba en manos de aquellos grupos que ponan el nfasis en cierto

    igualitarismo, convocando, canalizando o siendo impulsados por los "ms infelices", es

    posible afirmar que las palabras de Brackenridge expresaban tambin el "miedo a la

    revolucin social" que nutri la alianza poltica y militar que termin con la derrota del

    artiguismo en 1820.13

    Notas

    1 Pablo Blanco Acevedo, El federalismo de Artigas y la independencia nacional, 2 ed., Montevideo, s/e,

    1950, p. 67. [ Links ]

    2 Entre la abundante produccin de Jos Carlos Chiaramonte menciono Mercaderes del Litoral. Economa y

    sociedad en la provincia de Corrientes, primera mitad del siglo XIX (Buenos Aires, Fondo de Cultura

    Econmica, 1991); [ Links ] Ciudades, provincias, Estados: orgenes de la Nacin Argentina (1800-

    1846) (Buenos Aires, Ariel, 1997) y Naci [ Links ]n y Estado en Iberoamrica. El lenguaje poltico en

    tiempos de las independencias (Buenos Aires, Sudamericana, 2004). [ Links ]

    3 Ana Frega, Pueblos y soberana en la revolucin artiguista. La regin de Santo Domingo Soriano desde

    fines de la colonia y la ocupacin portuguesa, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental,

    2007. [ Links ]

    4 Archivo General de la Nacin, Montevideo, Fondo ex Archivo General Administrativo, Libro 68ter, fs. 197-

    197v. Copia del oficio del Cabildo Gobernador de Montevideo al Cabildo de Soriano, 4 de mayo de 1816.

    5 Gazeta de Montevideo, nm. 19, 7 de mayo de 1811, pp. 166-167, "El Conciso. 10 de enero". Tomado de la

    edicin facsimilar publicada en Universidad de la Repblica, Facultad de Humanidades y Ciencias, Instituto

    de Investigaciones Histricas, Biblioteca de Impresos Raros Americanos, Tomo III, Gazeta de Montevideo,

    volumen segundo, 1811. Enero-junio, Montevideo, 1954, pp. 280-281. [ Links ] En el prospecto del

    peridico, aparecido el 8 de octubre de 1810, se indic al Dr. Nicols Herrera, de conocida trayectoria anterior

    y posterior al servicio de varios gobiernos, como responsable de la edicin. En el nmero 5 del mismo,

    aparecido el 6 de noviembre de 1810, se consign que debido a la imposibilidad del titular de asumir la tarea,

    la misma pasara a ser desempeada por Mateo de la Portilla y Quadra.

    6 Gazeta de Montevideo, nm. 21, 21 de mayo de 1811, pp. 186-188. "Un Espaol Americano entregado

    todos los transportes del dolor, y mezclando el ayre con profundos suspiros, se explica en los trminos

    siguientes". (Tomado de la edicin facsimilar, pp. 308-310.)

    7 Facultad de Filosofa y Letras, Instituto de Historia Argentina "Dr. E. Ravignani", Mayo documental,

    Buenos Aires, 1965, vol. XII, pp. 97-99. [ Links ] Oficio de Jos M. de Salazar a Gabriel de Cscar, 30

    de junio de 1810.

    8 Vase Gazeta de Buenos-Ayres, nm. 27, Buenos Aires, 6 de diciembre de 1810, p. 426. (Tomado de la

    reproduccin facsimilar editada por la Junta de Historia y Numismtica Americana, tomo I, Buenos Aires,

    Compaa Sudamericana de Billetes de Banco, 1910, p. 696.) Es probable que Moreno haya consultado la

    edicin francesa de 1786 bajo el ttulo Observations sur La Virginie. Sobre la presencia de la experiencia

    anglo-norteamericana en Moreno vase tambin de Eduardo Durnhfer, Mariano Moreno, indito, Buenos

    Aires, Casa Pardo, 1972 y Mayo y el antecedente norteamericano, [ Links ] Buenos Aires, Instituto

    Bonaerense de Numismtica y Antigedades, 1976. [ Links ]

  • 17

    9 Gazeta de Buenos-Ayres, nm. 21, Buenos Aires, 25 de octubre de 1810, p. 338. (Tomado de la

    reproduccin facsimilar citada, p. 550.) Eusebio Valdenegro y Leal naci en Montevideo en 1781 y muri en

    Baltimore en 1818.

    10 Vase Ana Frega, Pueblos y soberana..., cit., pp. 187 y 269-272. Los historiadores Eugenio Petit Muoz y

    Felipe Ferreiro dieron cuenta tempranamente de esta influencia en el artiguismo.

    11 Comisin Nacional "Archivo Artigas", Archivo Artigas, Montevideo, Monteverde, 1987, tomo XXI, p.

    213. [ Links ] Oficio fechado el 17 de marzo de 1816.

    12 H. M. Brackenridge, esq., Voyage to South America, performed by order of the American Government, in

    the years 1817 and 1818, in the Frigate Congress, Baltimore, publicacin del autor, 1819, vol. I, p. 241.

    Traduccin I. C. [ Links ]

    13 Vase Ana Frega, Pueblos y soberana..., captulos 5 y 6.

  • 18

    La historia atlntica y las revoluciones hispanoamericanas: otras

    perspectivas de anlisis

    Federica Morelli

    Universit di Torino

    Despus de haber medido el grado de comparabilidad de las revoluciones

    hispanoamericanas con las otras revoluciones atlnticas -la Francesa y la Norteamericana-,

    el sugerente texto del profesor Chiaramonte concluye considerando a las primeras como

    casos particulares de las tendencias revolucionarias que sacudieron a muchas regiones del

    mundo atlntico durante la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX. Rechaza

    adems el concepto de "dimensin atlntica" por el matiz tipolgico que ste evocara.

    Ahora bien, una de las principales caractersticas de la nueva historia atlntica es la

    consideracin del Atlntico como "vigorosa construccin interdependiente"1 que invita a

    estudiar a los individuos y las sociedades en torno al ocano en trminos de conexiones y

    convergencias. Ya no se trata, como haca la primera historia atlntica, de escribir la

    historia del Ocano Atlntico, de analizar el trfico comercial entre una metrpoli y sus

    colonias, de estudiar las influencias polticas y culturales entre Europa y sus colonias o de

    comparar las revoluciones Francesa y Norteamericana.2 Se trata ms bien de integrar las

    migraciones, los intercambios econmicos, las redes comerciales, las instituciones, las

    prcticas religiosas y culturales en un nico contexto de anlisis que permita examinar la

    colonizacin y las independencias de las Amricas de una forma comparada, integrada y

    transnacional.

    La dimensin atlntica de las revoluciones hispanoamericanas no debe ser por lo tanto

    considerada por el grado de proximidad o desviacin de stas con respecto a las

    revoluciones Norteamericana y Francesa. Si la consideramos bajo esta perspectiva,

    corremos el riesgo de volver al modelo elaborado durante los aos cincuenta y sesenta por

    Palmer y Godechot que, de manera teleolgica, interpretaban los movimientos

    revolucionarios a partir del resultado, o sea la construccin de regmenes democrticos.3 De

    ah la decisin de dejar fuera a las revoluciones haitiana e hispanoamericanas por no

    conformarse al modelo clsico y exitoso de "revoluciones liberales".

    Creemos que para salir de esta trampa hay que restituir la ruptura revolucionaria a su propio

    contexto, liberndola de cualquier ilusin retrospectiva. La dimensin atlntica de los

    movimientos revolucionarios no es determinada por los resultados -comparables o menos-

    de los diferentes procesos revolucionarios, sino por las conexiones, circulaciones,

    influencias recprocas entre Europa, frica y las dos Amricas. En efecto, no se pueden

    comprender las independencias hispanoamericanas mirando slo a los acontecimientos de

    la monarqua espaola, fuera de un contexto ms amplio, caracterizado por un movimiento

  • 19

    revolucionario de larga duracin que va de la Revolucin Norteamericana, a la Francesa, a

    las guerras internacionales provocadas por ella y a sus consecuencias caribeas.

    Por lo tanto, 1808 -y el caso rioplatense, con las invasiones inglesas de 1806, lo demuestra

    muy bien- no puede ser la nica fecha para explicar las revoluciones hispnicas. Hay que

    considerar un contexto cronolgico ms largo que nos ayude a comprender toda la

    complejidad del fenmeno. Como ya han propuesto algunas obras importantes,4 el punto de

    partida fundamental de este largo proceso revolucionario es la Guerra de los Siete Aos que

    provoca la crisis de los imperios coloniales de la edad moderna. A partir de 1763 se asiste a

    la puesta en marcha de unos procesos y dinmicas en los diferentes imperios atlnticos que

    son comparables entre ellos.

    Sobre el trmino final de este largo proceso atlntico, hay ms discusin. Lo que es cierto

    es que ese largo perodo no termina, como afirman algunos, con la independencia de las

    colonias ibricas en los aos veinte del siglo XIX. La herencia de los movimientos

    revolucionarios es mucho ms larga, como demuestra el paso difcil y complicado de los

    imperios a las naciones, durante el cual algunos elementos heredados de los antiguos

    imperios coloniales se articulan con nuevas formas e instituciones polticas.

    El perodo que va de la Guerra de los Siete Aos a las guerras napolenicas, fue un perodo

    de mxima tensin entre Gran Bretaa y Francia por el dominio del Atlntico y del Ocano

    ndico, con repercusiones que alcanzaron de lleno a las otras todava importantes potencias

    coloniales del mundo (Espaa, Portugal y Holanda). No se trat tan slo de lo que en la

    superficie podra considerarse como una pugna por el control de las grandes rutas de

    navegacin y comercio martimo, sino tambin de una transformacin completa de los

    equilibrios entre la naturaleza de los intercambios, las economas implicadas y los sistemas

    coloniales, los cuales eran un factor esencial de su continuidad y profundizacin.5

    Los desencadenantes de estos grandes cambios fueron las consecuencias de la Guerra de los

    Siete Aos, punto de partida de la reorganizacin poltica, militar y econmica de los

    sistemas coloniales de todos los pases europeos y que, en el caso britnico, condujo a la

    crisis norteamericana, por un lado, y a la colonizacin de Bengala, por el otro. Este

    conflicto internacional fue en esencia una lucha por la hegemona entre Gran Bretaa y

    Francia, en el cual Espaa se vio directamente involucrada en las fases finales, alindose

    con Francia contra los ingleses. Los efectos de su participacin fueron sin embargo

    considerables. La cada simultnea de La Habana y Manila fue un golpe devastador para el

    prestigio y la moral de los espaoles. En ambas potencias imperiales, la guerra haba dejado

    al descubierto importantes debilidades estructurales: tanto en Madrid como en Londres, las

    reformas estaban a la orden del da.

    Paralelamente a los efectos de la guerra, en Europa y dentro de ella en Espaa se haba

    desarrollado un debate muy amplio sobre los imperios. Un debate que lleg a su pice en

    las dcadas de 1760 y 1770, cuando ya era evidente que la rebelin de los colonos

    americanos podra provocar como resultado la cada del Imperio Britnico. Este debate

    sobre los imperios, sobre la manera de transformarlos y conservarlos, tendr importantes

    consecuencias en los dos lados del Atlntico, porque, como propone Jeremy Adelman, el

    acento, cuando se habla de reformismo borbnico, debe ser puesto en el trmino de

  • 20

    integracin ms que en el de centralizacin. Las reformas no lograron centralizar el poder,

    sino que intentaron integrar los territorios americanos en una nueva idea de imperio, en la

    cual la metrpoli se transformaba en nacin y las provincias del antiguo orden imperial en

    colonias integradas en un sistema comercial atlntico.6 La nacin espaola hubiera podido

    salvarse gracias a un imperio potencialmente ms lucrativo y seguramente ms fiel. Como

    ya haba afirmado Campillo, slo una sustancial autonoma poltica de los territorios

    americanos poda garantizar aquel crecimiento econmico, til tanto para la madre patria

    como para las colonias.

    Una de las principales novedades del proyecto reformista fue la introduccin de la

    economa poltica en los territorios del Imperio. La reflexin sobre la nueva ciencia lleva de

    un modo progresivo a una reflexin sobre el derecho natural, al cuestionamiento de la

    soberana absoluta del rey y por ende al constitucionalismo. Dejar obrar con libertad a los

    intereses, admitir la existencia de las pasiones y concederles un papel benfico en el

    progreso de las sociedades, promoviendo leyes slo en la medida en que fueran necesarias

    para regular el juego libre de pasiones e intereses particulares, significaba no slo limitar

    los poderes del soberano sino tambin garantizar una representacin de los intereses de los

    ciudadanos. De ah los proyectos de reforma constitucional de la monarqua que se

    proponen tanto en Espaa como en Amrica entre finales del siglo XVIII y principios del

    XIX.

    Esto significa que los proyectos constitucionales que se dan a raz de 1808 no aparecen de

    repente slo como consecuencia de las abdicaciones, sino que tienen una elaboracin ms

    larga y compleja. Al momento de la crisis monrquica, las soluciones que se proponen de

    uno y otro lado del Atlntico no estn vinculadas de manera exclusiva a la situacin

    particular de vacatio regis y a las reacciones a los principales acontecimientos peninsulares

    (como la invasin francesa, la constitucin de la Junta Central, la reunin de las Cortes o la

    publicacin de la Constitucin de Cdiz), sino tambin a una reflexin poltica y

    constitucional que haba ido desarrollndose en la segunda mitad del siglo XVIII a partir

    del debate sobre la reforma de los imperios y de la introduccin de la economa poltica

    como remedio a esta situacin de crisis.

    Esta perspectiva nos permite tambin superar la alternativa de la tradicin (organicista) y de

    la modernidad (liberal) propuesta por Guerra y evocada en el texto de Chiaramonte. Se

    tratara en efecto de un constitucionalismo ilustrado y no completamente liberal, algo

    transitorio entre una concepcin ms tradicional de la legitimidad poltica y la revolucin

    de la soberana popular.

    Si miramos la experiencia de los Estados Unidos bajo esta luz, la clsica oposicin entre un

    continente americano septentrional individualista, protestante y moderno frente a uno

    meridional comunitario, catlico y conservador, empieza a perder su fuerza explicativa. Por

    un lado, la comunidad y la religin siguen jugando un papel fundamental tanto en el Norte

    como en el Sur; por el otro, an en el Norte la persistencia de la esclavitud redefini el

    proyecto republicano en contra del espritu igualitario.

    Esta ltima cuestin muestra con mucha claridad hasta qu punto la definicin de la nueva

    ciudadana queda muy ambigua y contradictoria en las dos Amricas. Si las guerras de

  • 21

    independencia haban puesto en cuestin la institucin de la esclavitud, ofreciendo a los

    esclavos la posibilidad de reivindicar o adquirir la libertad, en las dcadas sucesivas, tanto

    en el Norte como en el Sur, se producen soluciones de liberacin gradual de los esclavos

    que muestran con evidencia la reticencia respecto a la integracin de stos en el cuerpo

    poltico y social de la nacin.

    La misma organizacin federal o confederal del territorio nos parece, como sugiere el texto

    de Chiaramonte, un elemento que une las dos Amrica. Las tentativas de recomposicin del

    espacio tras la cada de los imperios producen toda una serie de conjuntos territoriales

    compuestos (federaciones, confederaciones, confederaciones de confederaciones) que

    marcan la transicin hacia el Estado nacional y que sin embargo todava no coinciden con

    ste. Frente a la fragmentacin territorial, el federalismo se impone como un modelo

    poltico importante, porque permite la traduccin de la pluralidad institucional y territorial

    de los imperios en el nuevo lenguaje de la soberana popular.7

    La independencia de Espaa, considerada de forma tradicional por la historiografa una

    cesura fundamental, no implica as necesariamente una ruptura con la poca precedente.

    Muchos elementos heredados del perodo colonial y de la crisis de la monarqua siguen

    determinando las experiencias de las nuevas repblicas; algunas instituciones heredadas del

    antiguo rgimen, como el tributo indgena y la esclavitud, siguen caracterizando las

    sociedades del continente americano. La segunda mitad del siglo XIX nos parece a este

    respecto el lmite cronolgico ms apropiado para cerrar una poca caracterizada por

    continuidades y mutaciones polticas y sociales de los ex espacios imperiales.

    Salir de la dimensin nacional e imperial de las revoluciones hispanoamericanas nos

    permite entonces adoptar una perspectiva comparatista e insertar los procesos y dinmicas

    que caracterizan estos acontecimientos en un contexto ms amplio evidenciando unas

    conexiones y similitudes a menudo escondidas por las fronteras y los lmites de la

    investigacin histrica.

    Notas

    1 David Hancock, "The British Atlantic World. Co-ordination, Complexity and the Emergence of an Atlantic

    Market Economy, 1615-1815", Itinerario, vol. 23, nm. 2, 1999, p. 107. [ Links ]

    2 Vase al respecto: Vitorino Magalhes-Godinho, "Cration et dynamisme su monde atlantique, 1420-1680",

    Annales ESC, vol. 5, nm. 1, 1950; [ Links ] del mismo autor, L'conomie de l'empire pourtugais au XVe

    et XVIe sicles, Paris, SEVPEN, 1969; [ Links ] Huguette Chaunu y Pierre Chaunu, Sville et

    l'Atlantique (1504-1650), Paris, A. Colin, 1956-1959; [ Links ] Robert Palmer y Jacques Godechot, "Le

    problme de l'Atlantique du XVIIIe au XXe sicle", Relazioni del X Congresso Internazionale di Scienze

    Storiche, Florencia, Sansoni, 1955, t. V, pp. 175-239. [ Links ]

    3 Robert Palmer, The Age of Atlantic Revolutions. A Political History of Europe and America, 1760- 1800,

    Princeton, Princeton University Press, 1959-1964, 2 vol. [ Links ]; Jacques Godechot, Les Rvolutions

    (1770-1792), Paris, PUF, 1963. [ Links ]

    4 Jeremy Adelman, Sovreignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton, Princeton University Press,

    2006; [ Links ] John H. Elliot, Empires of the Atlantic World. Spain and Great Britain in America, 1492-

    1830, New Haven y Londres, Yale University Press, 2006. [ Links ]

  • 22

    5 La mejor descripcin de conjunto, aunque ceida exclusivamente al desarrollo del segundo imperio

    britnico, puede verse en C. A. Bayly, Imperial Meridian. The British Empire and the World, 1780-1830,

    Londres, Longman, 1989. [ Links ]

    6 Jeremy Adelman, Jeremy Adelman, Sovereignty and revolution, p. 54., p. 54.

    7 Sobre este punto, vase Clment Thibaud, "De l'Empire aux Etats: le fdralisme en Nouvelle Grenada", en

    F. Morelli, C. Thibaud y G. Verdo (ed.), Les Empires atlantiques des Lumires au libralisme (1763-1865),

    Rennes, PUR, 2009.

  • 23

    Las independencias iberoamericanas y el problema de sus alcances

    espaciales

    Joo Paulo G. Pimenta

    Universidade de So Paulo

    Muchos hombres y mujeres que actuaron de un modo activo en la poltica de las

    independencias americanas, en las primeras dcadas del siglo XIX, legaron a la posteridad

    una gran cantidad de testimonios textuales acerca de cmo observaban los diversos

    movimientos del momento, ya como articulados entre s, ya como siendo tributarios de

    movimientos anteriores, que todava estaban fuertemente presentes en Amrica; as tambin

    ejemplos histricos de exitosas rupturas de colonias con sus metrpolis y/o de tentativas de

    creacin de nuevas estructuras polticas y sociales. En este contexto, y de variadas formas,

    la historia poda ensear, no como modelo de repeticin previsible, sino como proveedora

    de parmetros de accin colectivos. Y no era nada difcil aprender que lo que ocurra en

    una parte de la Amrica ibrica no encontraba en la otra correspondencia directa, sino

    similitudes de situaciones que los tiempos vividos no recomendaban ignorar.

    No es mi intencin esbozar un panorama de ese tipo de percepcin contempornea de las

    independencias de Amrica, que adems podra encontrar subsidio terico en influyentes

    autores polticos de la poca, de visiones bastante amplias.1 Recurro slo a una de esas

    percepciones, porque me parece especialmente relevante para la idea que presentar a

    continuacin. Se trata del "Manifiesto a los pueblos de Colombia", de Francisco Antonio

    Zea, ledo en los instantes finales del Congreso de Angostura, el 13 de enero de 1820.

    Llamando a los "tres grandes departamentos" de Cundinamarca, Venezuela y Quito a la

    unin poltica, y a sus respectivos conciudadanos a apoyar la recin creada Repblica de

    Colombia, Zea afirmaba:

    Colombia ocupa el centro del nuevo continente con grandes y numerosos puertos en uno y otro ocano -

    rodeada por un lado de todas las Antillas, y por el otro igualmente distante de Chile que de Mxico- cruzada

    toda ella por caudalosos ros, que en todas direcciones descienden de los Andes y a veces cortan, y a veces se

    encadenan unos con otros, y extendern un da la navegacin interior desde las costas opuestas hasta el centro

    de la Repblica, y aun los nuevos Estados del sur, desde Guayana hasta el Per, desde Quito y Cundinamarca

    hasta el Brasil, y tal vez hasta el Paraguay, y quin sabe si hasta Buenos Aires.

    En seguida, trataba de atribuir un contenido innegablemente poltico a lo que podra

    parecer, apenas, una descripcin geogrfica:

    Ciertamente si en un pas, por la mayor parte desconocido de sus propios habitantes, se han encontrado tantas

    y tan extensas comunicaciones, ya ms o menos expeditas, ya ms o menos difciles, cuntas otras no sern

    descubiertas por el genio de la libertad!2

  • 24

    Aqu, Zea formula una percepcin que sintetiza bien varias ideas caractersticas de la

    poca: las independencias imponan la tarea de creacin de Estados nacionales; tales

    Estados deberan establecer con la mayor claridad posible los lmites territoriales para el

    ejercicio de sus respectivas soberanas; Estados y naciones seran legtimos, pues nacan

    supuestamente fundados en elementos identitarios colectivamente reconocidos, entre los

    cuales sus caractersticas geogrficas que, de esta forma, se tornaban de inmediato polticas

    (en lo que se percibe la prevalencia de componentes del ideario de las Luces del

    setecientos); y, finalmente, los eventos responsables por los advenimientos puntuales de

    tales Estados nacionales se articularan con un contexto ms amplio, un movimiento

    general, irresistible y que adems impona el pronto establecimiento de buenas relaciones

    con otras formaciones polticas similares, nuevas o viejas, americanas o europeas. Todo

    plasmado por la idea de libertad, asociada con el continente americano,3 pero, antes que

    nada, con experiencias histricas que pudieran "ensear" a Colombia a construir una

    alternativa de futuro todava nebulosa. Zea esbozaba, por lo tanto, el dibujo de un modelo

    interpretativo de las independencias, sobre todo de carcter prctico, fundamentado en

    elementos empricos.

    Tenemos ah un bello ejemplo de modalidad histrica de aquello que, en otro tiempo y

    espacio, y por motivos de naturaleza en todo distinta, Jos Carlos Chiaramonte en su

    presentacin aqu llam "problema complejo" que carga consigo "una relacin conceptual y

    no meramente geogrfica". Cmo nosotros, historiadores, podemos, debemos, queremos

    tratar el problema del alcance espacial (y, por tanto, de los fundamentos lgicos) de las

    independencias?

    En esta discusin, los marcos referenciales parecen bien definidos.

    Hace dcadas estn siendo bien trabajados por la historiografa, algunas veces criticados, es

    verdad, pero en general bastante refrendados por ella.4 Propongo slo una cuestin: si las

    independencias (sea en su conjunto o en cada uno de sus "casos") deben ser analizadas con

    una perspectiva espacial amplia (dejemos de lado, por el momento, la definicin de qu tan

    amplia esa perspectiva debe ser), cmo avanzar ms all de una afirmacin que, repetida

    hasta el cansancio en las ltimas tres o cuatro dcadas, se ha mostrado, en muchos casos, a

    mi entender, una formulacin de principios escasamente practicados?

    Debo valorizar dos maneras fructferas de tratar la cuestin, pero que no me parecen

    suficientes para resolver el problema de modo satisfactorio. Claro, las comparaciones

    pueden ser siempre tiles, mostrndonos semejanzas y diferencias explicativas del carcter

    del cual los eventos y procesos histricos pueden mostrarse portadores.5 Tambin, hay que

    tener en mente las caractersticas bsicas de las grandes unidades polticas imperiales que,

    de muchas y complejas maneras, se desdoblaron en el continente americano a lo largo de

    ms de tres siglos, y que, obviamente, determinaron muchas de las condiciones de

    superacin y reconfiguracin de esas mismas unidades por los nuevos Estados nacionales

    americanos.6 Son dos caminos importantes, que a pesar de muchos esfuerzos, no han sido

    an suficientemente tratados por los estudiosos de la materia. No obstante, creo que a algo

    tan importante como estas dos posibilidades se le ha prestado todava menos atencin hasta

    el momento.

  • 25

    Me refiero al problema de las mediaciones entre los distintos eventos y procesos de las

    independencias, en espacios y tiempos variados, que no slo integraron una misma

    coyuntura. Integraron, eso s, una misma unidad histrica de mediana duracin, y que, en

    lo que respecta a mi entender, slo puede ser tratada en una concepcin sistmica. Lo que

    implica que tales eventos y procesos, de alguna manera, se relacionaron entre s, sea de un

    modo directo, estableciendo puntos de encuentro y de determinaciones recprocas, sea

    estableciendo sus diferencias (esto es, sus singularidades) unas en funcin de otras.7

    Es inevitable, de esta manera, diagnosticar la escasa atencin prestada hasta el momento

    por los historiadores de las independencias de todas partes, en una tarea que implica el

    rompimiento prctico con las persistentes fronteras historiogrficas nacionales (de las que

    bastantes crticas han sido realizadas hace ya tiempo por doquier, pero que sin embargo

    todava han fructificado poco en trminos de una delimitacin de nuestras prioridades

    temticas8). Cmo muchas de las independencias de las que estamos hablando se

    relacionaron unas con otras? Cmo se determinaron recprocamente? Creo que la

    respuesta a tales preguntas -que, repito, se reportan al problema de las mediaciones- estara

    en proporcin inversa de cmo sus historiadores han conseguido, hasta el momento, superar

    sus "casos" particulares. En este punto, los propios protagonistas de la poca que queremos

    comprender, como Francisco Antonio Zea, tal vez se hayan mostrado, aunque de manera

    parcial, ms exitosos que nosotros.

    Notas

    Traduccin: Oscar Javier Castro.

    1 Guillaume-Thomas Franois Raynal, Histoire philosophique et politique des tablissements et du commerce

    des europens dans les deux Indes (1770); [ Links ] Dominique-Georges-Frdric de Pradt, Les trois

    ges des colonies, ou de leur tat passe, prsent et venir (1801-1802); [ Links ] y Des colonies et de la

    rvolution actuelle de l'Amrique (1817). [ Links ] Sobre el tema vase: Manuel Aguirre Elorriaga, El

    abate De Pradt en la emancipacin hispanoamericana (1800-1830), Caracas, Universidad Catlica Andrs

    Bello, 1983; [ Links ] Marco Morel, "Independncia no papel: a imprensa peridica", en I. Jancs (org.),

    Independncia: histria e historiografia, So Paulo, Hucitec / Fapesp, 2005; [ Links ] y Joo Paulo G.

    Pimenta, "De Raynal a De Pradt: apontamentos para um estudo da idia de emancipao da Amrica e sua

    leitura no Brasil", Almanack Braziliense, nm. 11, mayo de 2010. [ Links ]

    2 Francisco Antonio Zea, "Manifiesto a los pueblos de Colombia", 1820. En Jos Luis Romero y Luis Alberto

    Romero (dir.), Pensamiento poltico de la emancipacin (1790-1825), Caracas, Ayacucho, 1977, v.2,

    p.130. [ Links ] Sobre Zea: Diana Soto Arango, Francisco Antonio Zea. Un criollo ilustrado, Madrid,

    Doce Calles, 2000. [ Links ]

    3 George Lomn, "Amrica-Colombia", en Javier Fernndez Sebastin (dir.), Diccionario poltico y social del

    mundo iberoamericano, Madrid, Fundacin Carolina / Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales /

    Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, 2009. [ Links ]

    4 Algunos ejemplos de reflexin reciente sobre el tema son: John Elliott, "Comparative History", en Carlos

    Barra (ed.), Historia a debate, v. 3, Santiago de Compostela, 1995; [ Links ] Jack P. Greene,

    "Reformulando a identidade inglesa na Amrica britnica colonial: adaptao cultural e experincia provincial

    na construo de identidades corporativas", en Almanack Braziliense, nm. 4, noviembre de

    2006; [ Links ] Roberto Brea, "Ideas, acontecimientos y prcticas polticas en las revoluciones

    hispnicas", en Alfredo vila y Pedro Prez Herrero (comps.), Las experiencias de 1808 en Iberoamrica,

  • 26

    Mxico, UNAM / Universidad de Alcal, 2008; [ Links ] y Manuel Chust, "Reflexes sobre as

    Independncias Iberoamericanas", en Revista de Histria, nm. 159, 2 semestre de 2008. [ Links ]

    5 Richard Graham, Independence in Latin America: a Comparative Approach. 2da. ed. New York, McGraw-

    Hill, 1994; [ Links ] Istvn Jancs, "A construo dos Estados nacionais na Amrica Latina -

    apontamentos para o estudo do Imprio como projeto", en Tams Szmrecsnyi y Jos R. do A. Lapa (orgs.),

    Histria econmica da independncia e do imprio, So Paulo, Hucitec, 1996; [ Links ] Lester D.

    Langley, The Americas in the Age of Revolution, 1750-1850, New Haven / London, Yale University Press,

    1996; [ Links ] David Bushnell, "Independence Compared: the Americas North and South", en A.

    McFarlane y E. Posada-Carb (eds.), Independence and Revolution in Spanish America: perspectives and

    problems, London, Institute of Latin American Studies, 1999; [ Links ] Federica Morelli, "El trienio

    republicano italiano y las revoluciones hispanoamericanas: algunas reflexiones en torno al concepto de

    'revolucin pasiva'", en Mara Teresa Caldern y Clment Thibaud (coords.), Las revoluciones en el mundo

    atlntico, Bogot, Taurus, 2006; [ Links ] Jos Carlos Chiaramonte, "La comparacin de las

    independencias bero y anglo americanas y el caso rioplatense", en Caldern y Thibaud, op. cit. [ Links ];

    Anthony McFarlane, "Independncias americanas na era das revolues: conexes, contextos, comparaes",

    en Jurandir Malerba (org.), A Independncia brasileira: novas dimenses, Rio de Janeiro, Editora FGV,

    2006; [ Links ] Marco Antnio Pamplona, "Consideraes e reflexes para uma histria comparada", en

    Almanack Braziliense, nm. 4, noviembre de 2006; [ Links ] y Guillermo Palacios, "Brasil, 1808: una re-

    invencin imperial en los trpicos", en vila & Prez (comp.), op. cit. [ Links ]

    6 Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolucin de los imperios ibricos, 1750-1850, Madrid, Alianza,

    1985; [ Links ] Jos Carlos Chiaramonte, "La formacin de los Estados nacionales en Iberoamrica", en

    Boletn del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 3 serie, 1er semestre de

    1997; [ Links ] Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton,

    Princeton University Press, 2006. [ Links ]

    7 Jos Ribeiro Jr., "O Brasil monrquico em face das repblicas americanas", en Carlos G. Mota (org.), Brasil

    em perspectiva, Rio de Janeiro, Bertrand, 1968; [ Links ] Ron L. Seckinger, The Brazilian Monarchy and

    the South American Republics 1822-1831: Diplomacy and State Building, Baton Rouge & London, Louisiana

    State University Press, 1984; [ Links ] Thomas Millington, Colombia's Military and Brazil's Monarchy:

    Undermining the Republican Foundations of South American Independence, Westport, Greenwood,

    1996; [ Links ] Joo Paulo G. Pimenta, Brasil y las independencias de Hispanoamrica, Casteln,

    Publicaciones de la Universitat Jaume I, 2006; [ Links ] Mrcia Berbel y Rafael Marquese, "La

    esclavitud en las experiencias constitucionales ibricas, 1810-1824", en Ivana Frasquet (coord.), Bastillas,

    cetros y blasones: la independencia en Iberoamrica, Madrid, MAPFRE, 2006; [ Links ] y Rafael

    Marquese, "1808 e o impacto do Brasil na construo do escravismo cubano", Revista USP, nm. 79, So

    Paulo, USP, 2 semestre de 2008. [ Links ]

    8 Vase Manuel Chust y Jos Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las independencias iberoamericanas.

    Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2007. [ Links ] Para una crtica de este libro y de algunas

    de sus proposiciones: Elas Palti, "Revisin y revolucin, rupturas y continuidades en la historia y en la

    historiografa", en Historia Mexicana, vol. 58, nm. 3, Mxico, 2009.

  • 27

    SEGUNDA SESIN

    Poltica y cultura poltica ante la crisis del orden colonial

    Marcela Ternavasio

    Universidad Nacional de Rosario

    Es conveniente aclarar desde el comienzo lo que no har en esta exposicin. En primer

    lugar, no me dedicar a hacer un estado de la cuestin sobre el tema. Adems de respetar,

    en este sentido, la sugerencia de los organizadores del evento, sera redundante hacerlo en

    un contexto en el que se vienen publicando numerosos y excelentes volmenes destinados a

    mostrar el estado del arte sobre los nuevos enfoques, temas, problemas y preguntas que a

    escala hispanoamericana han renovado la historia poltica del perodo revolucionario. En

    segundo lugar, no voy a detenerme en los argumentos que han abonado a cuestionar si no a derribar los viejos y arraigados presupuestos historiogrficos desde los cuales se haban estudiado las revoluciones hispanoamericanas hasta no hace mucho tiempo. Esto es, no voy

    a volver sobre las crticas a los conceptos de nacin, Estado o nacionalismo para abordar

    los fenmenos ocurridos luego de 1808, ni a regresar sobre el cuestionamiento a las

    perspectivas teleolgicas que han visto a las independencias como planes preconcebidos y

    maduros antes de la crisis monrquica o como resultados naturales y necesarios de sta.

    Tales argumentos, adems de haber sido profusamente repetidos en los ltimos aos,

    parecen haber alcanzado un consenso bastante generalizado, al menos en el campo

    disciplinar. A esta altura creo que estamos en condiciones de pasar de una historiografa de

    combate (contra lo que hemos dado en llamar a veces de manera demasiado lineal historia tradicional) a una reflexin sobre las tensiones que se plantean dentro de esta

    suerte de nuevo consenso historiogrfico que, en el caso de aceptar que existe, presenta en

    su interior diferentes enfoques, matices interpretativos e incluso significativas divergencias.

    En las pginas que siguen voy a ocuparme, entonces, de algunos de los problemas

    exhibidos en el estado actual del debate sobre poltica y cultura poltica ante la crisis del

    orden colonial con el objeto de poner en discusin una agenda de cuestiones que, adems

    de estar limitada al ttulo que encabeza este panel y a la coyuntura ms acotada de la crisis,

    refleja seguramente la seleccin personal (y por ende arbitraria) que la preside. Se trata

    pues de una reflexin que no pretende abarcar todos los problemas, ni todo el siglo XIX (ni

    siquiera el perodo que va ms all de la coyuntura revolucionaria), ni bucear en

    definiciones tericas, ni profundizar en ninguno de los temas enunciados, sino hacer

    explcitos los interrogantes que emergen del nuevo horizonte abierto por los llamados

    revisionismos. Tales interrogantes formulados de manera muy estilizada, casi esquemtica estn ordenados segn una secuencia que va de lo ms general a lo particular. En primer lugar, me detendr en algunas de las tensiones que se presentan en el campo de

    la nueva historia poltica, tanto entre quienes la cultivan, como con aquellos pertenecientes

    a otros campos de la disciplina; en segundo lugar, intentar articular algunos de los

  • 28

    problemas planteados en el plano estrictamente historiogrfico con los procedentes de los

    estudios histricos ms recientes sobre la coyuntura revolucionaria hispanoamericana;

    finalmente, retomar los interrogantes presentados en las dos primeras partes para cerrar

    con una reflexin en torno al caso rioplatense.1

    ***

    Luego de ms de dos dcadas de renovacin de los estudios sobre historia poltica

    hispanoamericana destinados en su mayor parte al siglo XIX y en especial al perodo revolucionario y posrevolucionario, se plantean dos cuestiones bsicas: la referida a la nominacin de esta tarea renovadora como nueva historia poltica y la que apunta al estatus

    autonmico del campo. Respecto de la primera, hay quienes desconfan de tal nominacin y

    plantean objeciones con diversas graduaciones de escepticismo. Muchos de sus

    cultivadores prefieren hablar de nuevos enfoques, aceptando no obstante que dichos

    enfoques han formulado nuevas preguntas y problemas que iluminan aspectos desconocidos

    o conocidos de manera escasa del proceso histrico; otros, en cambio, se preguntan si las nuevas perspectivas de la historia poltica son en realidad diferentes o si slo se trata de

    puntos de vista dentro de un campo ya configurado de problemas incuestionables. En esta

    ptica ms pesimista, se sostiene que la historia poltica sigue atada, ms all de su

    renovacin, a una concepcin del campo del poder dominada por la nocin de soberana (ya

    sea bajo el formato del imperio o de la nacin) y por las figuras que la han encarnado (el

    rey, el prncipe, el pueblo, etc.).2

    En cuanto al segundo aspecto sealado, si bien a esta altura se evidencia cierto consenso

    respecto de la autonoma del campo de la historia poltica y del supuesto de que muchos de

    sus problemas y preguntas no se derivan de otros campos sino que se descifran en su propio

    dominio (sin que ello signifique ignorar lo que a esos campos les deben en la elaboracin

    de sus respuestas), existen divergencias que en algunos casos se presentan de manera

    explcita y en otros de manera soterrada o indirecta. Para el perodo que nos ocupa, el

    debate tiende a reabrirse en distintas direcciones, entre las cuales cabe destacar dos: por un

    lado, la que se orienta a recuperar el siempre difcil dilogo entre historia poltica e historia

    social y econmica, y por el otro, la que se despliega en torno a los dos conceptos que

    encabezan el ttulo de este panel, esto es, entre poltica y cultura poltica. Aunque la

    primera parece presentar ncleos ms duros y ms explcitos de discusin, es en la segunda y en sus borrosas fronteras y a veces implcitos supuestos donde se desarrollan en la actualidad los debates ms polmicos sobre la crisis del orden colonial y los procesos

    revolucionarios.

    Los intercambios entre historia poltica e historia social y econmica no dejan de exhibir

    tensiones que, aunque superadoras de las viejas perspectivas que convertan a la primera en

    una variable dependiente de las otras, expresan serias reticencias a la hora de aceptar la

    premisa de la autonoma de lo poltico y, en particular, la hiptesis de que las revoluciones

    de independencia fueron bsicamente fenmenos polticos. Tales tensiones se manifiestan

    no tanto con los especialistas en historia econmica menos dedicados en los ltimos tiempos a investigar el perodo de las independencias, lo cual no significa negar los avances

    importantes producidos en este campo, sino con la historia social. Aunque esta ltima ha ampliado de un modo notable su campo temtico y sus perspectivas metodolgicas en

  • 29

    especial para la etapa de las guerras de emancipacin las tensiones a las que hago referencia adoptan, por lo general, un formato que presupone una cierta divisin entre

    quienes cultivan una historia poltica renovada que privilegia el papel de las elites y otra

    historia, ms cercana y comprometida con lo social, que presta mayor atencin a los grupos

    subalternos. Ms all de los encarnizados debates desplegados en torno a la significacin de

    los estudios subalternos (que por supuesto representan slo una parte de la historia social) y

    de la banal distincin entre una historia hecha desde arriba o desde abajo, lo cierto es que

    en este plano de la discusin es muy recurrente el reclamo, por parte de aquellos que se

    ubican en la segunda perspectiva, de que los abordajes de quienes supuestamente trabajan

    en una historia centrada en las dinmicas polticas de las elites padecen de cierto dficit

    social. Estas demandas, sin embargo, no parecen haber generado fuertes polmicas en la

    medida en que no han sido respondidas con la misma insistencia por historiadores que

    podran cuestionar, en sentido inverso, el dficit poltico de algunas interpretaciones. La

    asimetra de estos reclamos que se revela, adems, en el hecho de que quienes son ubicados en esa historia construida desde arriba nunca se identifican con tal posicin en el

    edificio as diseado para la nueva historia poltica exhibe en algunos casos cierta reminiscencia del viejo edificio de las determinaciones de base econmico-social a la vez

    que deja planteada la dificultad por aceptar la legitimidad de los diversos recortes de objeto.

    Si la renovacin de la historia poltica se caracteriza por la multiplicidad de enfoques

    (cuyas convergencias e intersecciones de preocupaciones ya no proceden de una sola fuente de inspiracin terica) y por la ampliacin de su campo de estudio (fundado en la conviccin de que el poder se expresa en muy variadas formas que merecen ser analizadas),

    me pregunto si regresar a la bsqueda de una suerte de sntesis o convergencia de estos

    diferentes niveles de